Orden Y Patria Es Nuestro Lema : Construcción De Alteridad En La Gramática Del Legalismo Y Del Enemigo Interno En Chile Date: 2012-10-18
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Cover Page The handle http://hdl.handle.net/1887/19982 holds various files of this Leiden University dissertation. Author: Isla Monsalve, Pablo Title: Orden y patria es nuestro lema : construcción de alteridad en la gramática del legalismo y del enemigo interno en Chile Date: 2012-10-18 Capítulo 4 El tiempo desarrollista y la irrupción de las masas El periodo desarrollista en Chile estuvo marcado, en buena medida, por el interregno 1924- 1932 que le precedió, en el cual comenzaba a tener lugar una nueva relación entre el Estado y la población. Surgía un nuevo tipo de liderazgo político en respuesta a una crisis interna e internacional que evidenciaba la necesidad de fortalecer el papel del Estado y superar la inoperancia y el desprestigio de la política. En su inicio, se alternarán caudillismo, golpes militares y efervescencia política en la búsqueda de alternativas de reemplazo al modelo oligárquico en América Latina. En el plano político interno llegará a ser una constante la idea de profundizar la democracia a través de una más amplia distribución de los beneficios del desarrollo y de una legitimación discursiva de los derechos individuales. Las nociones de tiempo, espacio, identidad nacional y orden se escenificarán en clave modernizadora, con la consiguiente tensión entre lo nacional y lo no nacional, entre lo propio y lo apropiado, entre lo que se cree ser y lo que se quiere llegar a ser. Desarrollo, industrialización y tecnocracia imprimirán nuevos ritmos y generarán impacto en la cultura. La modernización del país devendrá en una acción consciente y masificante, continuando una dirección surgida en las décadas precedentes, potenciando y diversificando la industria cultural y la cultura de masas. El desarrollismo redimensionará el espacio a medida que la industrialización se perfila como un fenómeno urbano. El crecimiento de la ciudad problematizará la relación social- espacial de sus habitantes. El espacio en tanto territorio nacional será objeto de una elaboración discursiva en torno a la imagen hacia el exterior —la imagen de país—, funcional a un discurso identitario moderno y cohesivo elaborada en términos del turismo. En el plano de la configuración del nosotros, la clase media se perfilará como generación de recambio y como referente del chileno común en clave nacional. La búsqueda de referentes encontrará en el folclore las bases para la creación y recreación de un nuevo corpus identitario institucionalizado de lo popular-representativo. La dimensión del orden se nutrirá de discursos de actores diversos, que darán cuenta de cambios drásticos y acelerados en todos los planos, lo que parecerá dar a entender que la sociedad se masifica en desmedro de la acción de control monopólico del Estado. Será, sin embargo, la etapa que terminará con la más fuerte reacción disciplinadora y nacionalista cuando la radicalización y la crispación político-ideológica lleven a concebir a ciertos sectores que la democracia se halla indefensa frente a sus enemigos y que es incapaz de garantizar una determinada idea del orden. 161 4.1 La dimensión del tiempo en el Chile desarrollista 4.1.1 De los beneficios materiales del progreso a los desafíos políticos del desarrollo El periodo desarrollista o de transformación estuvo marcado por la progresiva ascensión de la clase media en el aparato del Estado. Sus antecedentes se hallan en la crisis del régimen pseudoparlamentario y de la oligarquía, la clase que lo lideraba. Durante la década de 1920 la alternancia de periodos de bonanza y de crisis de las exportaciones mineras, influidas por las vicisitudes de los mercados internacionales, así como la crisis social y económica que internamente afectaba a las clases bajas, habían puesto en evidencia la incapacidad tanto de los partidos políticos como de una clase dirigente autorreferente, cuyo resultado, en palabras de Moulian (2006), había circunscrito la política a un acuerdo entre notables. En torno a las elecciones presidenciales y parlamentarias de 1925 habían comenzado a gestarse cambios que llegarían a ser estructurales a partir de las décadas siguientes: a) comenzó a irrumpir en la política un nuevo tipo de liderazgo personalista, de origen mesocrático, aunque aquilatado al amparo de la oligarquía, pero crítico de esta, que se encarnó, en su etapa germinal, en las figuras caudillistas del parlamentario Arturo Alessandri Palma y del militar Carlos Ibáñez del Campo, ambos actores claves de la política durante las cinco décadas siguientes, con capacidad de desbordar a los partidos políticos, de concitar redes de adherentes en todas las organizaciones políticas y de movilizar una masa electoral flotante (Moulian y Torres, 1985); b) se trató, inicialmente, de un liderazgo escéptico de la política tradicional, en especial, de los partidos políticos (y aún, escéptico y refractario de la política en general en el caso de Ibáñez), en cuyo seno se gestaba una visión tecnocrática de gobierno (Silva, 2010); c) este liderazgo debió bregar en un escenario compuesto por partidos de nuevo cuño, de carácter (más o menos) ideológico, que se consideraban los portavoces de un sector social relativamente definido o de una clase social medianamente delimitada, al interior de la cual encontraron su base electoral y cultural, y que en el caso de Chile delinearía claramente desde entonces el modelo triádico derecha-centro-izquierda;1 d) como correlato de la emergencia y perfilamiento de una clase media en expansión (desde la década de 1930) y consolidación (a partir de la década de 1950), la administración del Estado pasó de los círculos endogámicos, genealógicos y hereditarios de la oligarquía capitalina a manos de una clase media ilustrada que sintonizaba de mejor modo con los aires de la modernización y con la nueva estatalidad, sobre la base de priorizar, al menos teóricamente, la lógica meritocrática; e) la base de partidos que sustentó la mayor parte de los gobiernos correspondería pendularmente a formaciones políticas que representaban los intereses de esa clase media, 1 “La elite chilena del siglo XIX, obligada por las circunstancias históricas, se transforma en el segundo tercio del siglo XX, en derecha, ya que por primera vez tiene que competir en la arena política con fuerzas sociales antagónicas, convertidas en izquierda, las que desde esta posición desafían su control, hasta entonces indisputado, de la riqueza, del poder y de la consideración social” (Correa, 2005: 9). 162 vale decir, el Partido Radical y, más tarde, el Partido Demócrata Cristiano.2 Estos partidos operaron en coaliciones que oscilaron entre la derecha y la izquierda; f) en coherencia con la crisis política, económica y social interna y con los desafíos impuestos por la contingencia internacional, el papel del Estado creció, al punto de fortalecerse como el principal agente económico, provisto tanto de un nuevo marco constitucional que consagraba su intervención,3 de una institucionalidad burocrática expansiva, como de unos instrumentos de política pública y una dotación de funcionarios dirigidos a ponerla en práctica, lo que habría de cambiar substancialmente la relación del Estado con la población; g) como consecuencia del crecimiento y diversificación de las clases medias y la profesionalización de la burocracia estatal, surgió en su interior un nuevo actor político- ideológico, el militar, que aquilataba en su acervo psicosocial el difícil equilibrio entre proceder de las clases medias e inferiores, incorporarse a la vida militar disciplinante y percibir el distanciamiento y la desconfianza del mundo civil incubado en la clase política;4 h) conforme desaparecían los grupos políticos anarquistas, los partidos de filiación marxista se expandieron, con una creciente base electoral y una capacidad de incorporación en la competencia regulada por el poder, lo que hizo aumentar las distancias ideológicas entre los extremos del abanico de partidos políticos (Moulian y Torres, 1985). Aunque estos nuevos partidos desafiaban la legitimidad de la hegemonía tradicional de la oligarquía en el control de la riqueza, suscribían la utopía revolucionaria e instauraban categorías conceptuales y discursivas tales como lucha de clases, vanguardia del proletariado y socialismo, no operaron, sin embargo, como partidos antisistémicos durante las cuatro décadas de relativa estabilidad político-institucional que marcó el periodo desarrollista (1932- 1973); i) la institucionalización de los partidos izquierdistas tuvo como correlato en el ámbito laboral la consolidación progresiva de las organizaciones sindicales y de la acción sindical, que durante este periodo lograron vertebrar desde organizaciones inicialmente obreras hasta una extensa gama de agrupaciones gremiales de empleados públicos y particulares, de técnicos y profesionales, hasta organizaciones campesinas. El sindicalismo, progresivamente diversificado en su adscripción con los partidos políticos contemporáneos, constituyó un actor social, económico y político ineludible en la relación con el Gobierno y el empresariado; j) el locus referencial de la política nacional siguió siendo Europa, así como la política internacional (salvo excepciones) lo fue la política europea, toda vez que los partidos nacionales tendieron a alinearse con los procesos europeos, como se reflejó en diversos 2 En Chile, “el elemento estructural que explica la coexistencia entre partidos extra sistema y estabilidad política con pautas de conflictividad regulada es que la alta distancia ideológica entre los extremos convive con la existencia de partidos intermedios