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Literatura Del Ecuador (Cuatrocientos Años)

LITERATURA DEL ECUADOR (CUATROCIENTOS AÑOS)

Galo René Pérez

LITERATURA DEL ECUADOR (CUATROCIENTOS AÑOS)

Crítica y Selecciones

Ediciones ABYA-YALA 2001 LITERATURA DEL ECUADOR (CUATROCIENTOS AÑOS) Crítica y Selecciones Galo René Pérez

1era. edición: Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1972 Quito-Ecuador

2da. edición: Ediciones Abya–Yala. Av. 12 de Octubre 14-30 y Wilson Casilla: 17-12-719 Teléfonos: 506-247 / 562-633 Fax: (593-2) 506-255 e-mail: [email protected] [email protected] Quito-Ecuador

Diagramación: Abya–Yala Editing

ISBN: 9978-04-676-3

Impresión: Sistema DocuTech Quito-Ecuador

Impreso en Quito-Ecuador, 2001 Contenido

PRIMERA SECCION: LA COLONIA I. Quito, base de la nación ecuatoriana, a través de los Cronistas de Indias. Francisco de Jerez, Gutiérrez de Santa Clara, Cieza de León, Gaspar de Carvajal...... 9 II. Quito a través de la investigación histórica de Juan de Velasco...... 14 III. La cultura colonial. Preponderancia de la Iglesia. La arquitectura y las artes. Los centros universitarios. Los profesores jesuitas. La investigación científica...... 16 IV. Autores y selecciones. Los profesores jesuitas y los estudiosos de la ciencia ...... 19 V. La creación literaria. Antecedentes precolombinos. Iniciación de la literatura propiamente ecuatoriana. El caso de Gaspar de Villarroel...... 45 VI. El gongorismo en Hispanoamérica. Razones de su rápida influencia. Los poetas gongóricos del Ecuador en los siglos XVII y XVIII. El libro más antiguo de poesía ecuatoriana. Su proyección sobre los trabajos líricos de Aguirre, gran figura del gongorismo...... 48 VII. Autores y selecciones ...... 50

SEGUNDA SECCION: EPOCA PRE-REVOLUCIONARIA I. La Ilustración en Hispanoamérica. El movimiento de las ideas del setecientos a través de la ciencia y la filosofía. La prensa. Eugenio Espejo y su discipulado revolucionario. Contenido ideológico del 10 de Agosto de 1809. La extraordinaria generación quiteña de José Mejía Lequerica...... 61 II. Autores y selecciones ...... 64 III. El neoclasicismo, otra rama de la corriente de la Ilustración. Libertad y positivismo material como estímulos de la nueva inspiración. La llamada literatura pre-revolucionaria. Los neoclásicos hispanoamericanos Olmedo, Bello y Heredia. Fuentes latinas e hispánicas. El poeta ecuatoriano Olmedo considerado como el máximo cantor de la emancipación del continente...... 85 IV. Autores y selecciones ...... 87

TERCERA SECCION: LA INDEPENDENCIA Y EL SIGLO XIX I. Los libertadores. Sus propósitos de transformación política, económica y social. Vicente Rocafuerte, pensador liberal. El duelo ideológico de liberalismo y conservadorismo. La dictadura conservadora de García Moreno ...... 99 II. El movimiento de restauración liberal. El pensamiento de Juan Montalvo, máxima figura ecuatoriana en las letras del siglo XIX. Eloy Alfaro ...... 102 III. Autores y selecciones ...... 105 IV. Liberalismo y romanticismo. El romanticismo, movimiento de caracteres uniformes en Hispanoamérica. Los antecedentes individualistas del siglo XVIII. El clima político de la emancipación continental como estímulo para la nueva literatura. Ingredientes románticos. La influencia europea, y particularmente la española desde Velarde hasta Bécquer. Los poetas románticos del Ecuador. La prosa. Mera, iniciador del género novelesco, Montalvo, fundador del ensayo moderno en lengua castellana...... 114 V. Autores y selecciones ...... 120

CUARTA SECCION: EL SIGLO XX I. Influencia de la corriente arielista. Afirmación del nacionalismo y rechazo a la política anglo-sajona. Las nuevas ideas sociales...... 145 II. El Modernismo, movimiento literario de esos mismos años. Unidad del Modernismo en Hispanoamérica. Su condición altamente estética. Su trascendencia. Advenimiento tardío del Modernismo ecuatoriano. Las corrientes francesas que fecundaron la poesía modernista en el continente y en el Ecuador. La generación de Arturo Borja, Humberto Fierro, Medardo Angel Silva y Ernesto Noboa Caamaño. El maestro de la prosa Gonzalo Zaldumbide...... 149 III. Autores y selecciones ...... 152 IV. El costumbrismo. Su convivencia con el romanticismo. Montalvo, Mera y Espinosa, románticos y costumbristas. Expresiones posteriores. Los casos de José Rafael Bustamante y José Antonio Campos. Aparición del realismo. Luis A. Martínez. Su novela “A la costa”...... 174 V. Autores y selecciones ...... 176 VI. La narración desde la tercera década del siglo XX hasta nuestros años. El determinismo telúrico y la diversidad regional de las producciones narrativas. Narradores de las dos regiones principales del país: la costa y la sierra. La novela como documento social y sus antecedentes hispanoamericanos. El montuvio y el negro, el mestizo y el indio. Los casos de José de la Cuadra, Jorge Icaza y otros autores...... 181 VII. Autores y selecciones ...... 186 VIII. La poesía de nuestro tiempo. Conducta esteticista del verso a través de la historia literaria ecuatoriana. Las renovaciones ultraístas. Carrera Andrade, Gonzalo Escudero y otros autores. El género teatral y su producción intermitente. Consideración general sobre los autores más recientes del país, a partir del año 1944 ...... 264 IX. Autores y selecciones ...... 270 X. El ensayo literario. Su ya largo prestigio. Proyecciones del ensayo montalvino. La crítica de las letras ecuatorianas: sus virtudes y deméritos. Los estudios panorámicos de la literatura nacional, base del juicio extranjero. Los casos de Isaac J. Barrera, Augusto Arias, Benjamín Carrión y Angel F. Rojas. Otros ensayistas...... 292 XI. Autores y selecciones ...... 296 XII. Antología de las últimas décadas...... 311 Primera sección LA COLONIA

I. Quito, base de la nación ecuatoriana, a través de los Cronistas de Indias.- Francisco de Jerez, Gutiérrez de Santa Clara, Cieza de León, Gaspar de Carvajal

Ninguna duda cabe sobre el desarrollo vas, los riscos y los desiertos, crearon, en se- colosal de la España que se desbordó hacia senta años, más de doscientas ciudades. este flanco occidental del mundo para con- El acontecimiento mayor de la época quistarlo. Era un país en gran apogeo. En los fue sin duda el de la creación de este mundo más variados campos. Multiplicó las escuelas nuevo, que partió del Descubrimiento y se re- gratuitas antes que ningún otro país europeo. veló en muchas otras hazañas. Pero éstas se Tuvo más de treinta universidades, y una de mezclaron, desgraciadamente, con innumera- ellas –la de Salamanca, ¡en esos años!– con bles infamias, con atrocidades innecesarias, siete mil estudiantes. Estimuló la inquietud con errores que no hay cómo perdonar. El es- humanística. Contó con Juan Luis Vives y An- pectáculo era macabro y glorioso. Impresio- tonio de Nebrija. Durante dos centurias casi nante en su sino de heroísmo como de trage- completas, las de XVI y XVII, produjo una li- dia. El esfuerzo, la aventura, la codicia, la vio- teratura rica y diversa, quizás como ninguna lencia y la muerte eran la tarea de cada día. en la Europa de entonces. Vivía España su Bajo ese clima singular, cediendo al apremio Edad de Oro. Y en consonancia con ello, la de tan insólitas circunstancias, hubo españo- historia la señaló para la aventura del descu- les que quisieron dejar en la página escrita el brimiento americano y los fragores de la con- testimonio imborrable de cuanto vieron y vi- quista y la colonización. Acá vinieron espe- vieron. Lo literario no les seducía. Ni su for- cialmente hombres de acción. De garra. In- mación era para ello. Aunque en algunos ca- quebrantables. Que se fueron curtiendo aun sos, por la fuerza de la emoción o el deseo de más en gigantescas y dolorosas empresas. La ser claros y prolijos, consiguieron una expre- codicia y la búsqueda vehemente de poder, sión estética. pero también la pasión de crear o construir, Esos escritores, nacidos bajo el com- no les dejó tregua en su marcha difícil a tra- promiso de narrar y describir con sencillez y vés de una naturaleza celosa de su brava don- fidelidad los hechos, hombres y lugares de la cellez. Hubo muchos que se enriquecieron. conquista y colonización de América, se lla- Que se repartieron arrobas de oro y de plata. maron Cronistas de Indias. Aunque extrema- Otros que adquirieron títulos y autoridad que do es decirlo, eran como periodistas poseídos nunca hubieran alcanzado en España, dada la del afán de informar y dejar material para el humildad de su origen. Mas tampoco faltaron futuro. Su estilo perseguía pues la naturalidad. los civilizadores, los que se afanaron en la Que a veces era plebeyez. Pero no exenta de germinación de pueblos semejantes a los que importancia histórica. Ser idóneo en su caso habían dejado al otro lado del mar. Tal pare- era ser veraz. Uno de los mejores Cronistas, ce recordarlo Pedro Cieza de León cuando Pedro Cieza de León, lo aclara bien: “a mí me alaba a aquellos españoles que, entre las sel- basta –dice– haber escrito lo cierto”. y Agre- 10 GALO RENÉ PÉREZ ga: “y lo que no vi trabajé de me informar de Pedro Gutiérrez de Santa Clara hace personas de gran crédito, cristianos e indios”. una relación de las conquistas de los Incas en Otro Cronista, Francisco de Jerez, que fue Se- la América del Sur, esforzándose aun en la ex- cretario de Francisco Pizarro, tuvo también plicación del linaje de éstos y de sus hazañas. una actitud gallarda. Superó todo intento de Se refiere, naturalmente, a Huayna Cápac y a pasión. Evitó juzgar. Prefirió referir con obje- su empresa guerrera. Pero cuanto toca el pun- tividad. Como el más atento “veedor”. Por eso to de su invasión a Quito habla de la existen- sus páginas se enriquecieron de información. cia de un reino, como no lo había hecho en A tal punto que casi no hay detalles de des- los detalles de la expansión austral. “Ganó perdicio en las imperfecciones de su prosa. Y aquel reino –dice– que era entonces muy hay más casos que podrían citarse, porque grande y rico”. Cuenta que mató “en el cam- muchos se documentaron y buscaron la ver- po al rey”, y que después se casó con la “rei- dad con tenacidad ejemplar. na viuda”, una india joven muy hermosa. De ese modo en el Renacimiento espa- Huayna Cápac engendró así un hijo de matri- ñol cobró vuelo un género más: el de la Cró- monio, que se llamó Atahualpa, o Gallo Fuer- nica. En tanto que en nuestra América surgió, te. Tal fue el hijo de su predilección. El que le gracias a aquélla, un caudal histórico de vivo acompañó en las guerras posteriores, y a interés, indispensable para reconstruír hasta el quien dejó la parte más querida tal vez de su pasado aborigen. En el caso concreto del imperio. Ahora bien, Gutiérrez de Santa Clara Ecuador, hay páginas abundantes y muy útiles agrega algo que tiene aun más interés dentro en varias Crónicas, como las del aludido Je- de la forja de la nación ecuatoriana. Manifies- rez, y de Sancho de la Hoz, Gutiérrez de San- ta que después que Huayna Cápac partió los ta Clara, Pedro Cieza de León, Gonzalo Fer- dominios imperiales entre Atagualpa y Guás- nández de Oviedo, Agustín de Zárate, Pedro car o Soga de Oro, éste trató de reclamarlos Ordóñez, Toribio de Ortiguera, Gaspar de para sí como único sucesor. A lo que el sobe- Carvajal. rano quiteño supo responder virilmente, hu- Leyendo a tales autores se logra ver la millando a las armas del codicioso inca del antigüedad de la organización nacional ecua- Cuzco. Por otra parte, con una conciencia ad- toriana. Así como la importancia y solidez de mirable de los derechos de su nación, de la su estructura primitiva. Antes del Imperio de intangibilidad de la vieja patria que defendía, los Incas, juzgado como cosa portentosa por mandó una contestación a Guáscar haciéndo- sociólogos modernos, en el territorio del le entender que él, Atahualpa, era descen- Ecuador hubo tribus que entretejieron ya sus diente legítimo de Huayna Cápac, y como tal aspiraciones comunes en el viejo telar de la uno de los dos sucesores; pero que, principal- patria. Formaron el Reino de Quito. Con idio- mente, “el reino lo había heredado de su rei- mas, religión y costumbres que no consiguie- na madre”. La soberanía sobre Quito nadie ron extirpar los incas conquistadores. Los podía disputársela. Tenía origen más antiguo Cronistas recuerdan cómo fueron de “sober- que las conquistas incaicas. bios y ricos” los aposentos de los Cañaris del A ese indio extraordinario lo vio el Se- Ecuador. En la época del Imperio peruano cretario de Pizarro, Francisco de Jerez, cuan- –cuando Huayna Cápac lo dilató como nin- do los españoles le tomaron prisionero en Ca- guno de sus antecesores– Tomebamba tenía el jamarca, a cuyo lugar –tan distante de Quito– mismo rango que el Cuzco, que era la capital. había llegado tras guerrear y vencer a las fuer- LITERATURA DEL ECUADOR 11 zas de Guáscar. El Cronista le vio aparecer ra- juntos y con otros muchos, de no dejarse so- diante, precedido de miles de indios: unos ba- juzgar del Inca, sino antes morir que perder su rrían el suelo para su paso; otros entonaban libertad”. Libertad o soberanía, parece que cánticos para realzar la presencia solemne del debiéramos entender. El episodio de Yahuar- soberano. Venía Atabalipa (así lo nombra Je- cocha (lago de sangre), en que Huayna Cá- rez) en “una litera aforrada de pluma de papa- pac, victorioso a la postre, hizo una atroz ma- gayos de muchos colores, guarnecida de cha- tanza de sus enemigos a orillas de aquel lago, pas de oro y plata”. Desde ella apartó con para arrojar luego sus despojos en la profun- ademán soberbio el brazo del Padre Vicente didad, ha sido incorporado a la historia de la Valverde y echó lejos el texto sagrado que él nación ecuatoriana como ejemplo de sacrifi- no conocía. Es de veras interesante esta ima- cio de un pueblo rico de altivez y de amor a gen que traza Jerez: “Atabalipa era hombre de sus derechos. Recuerda Cieza de León que treinta años, bien apersonado y dispuesto, al- “tanta fue la sangre de los muchos que mata- go grueso; el rostro grande, hermoso y feroz, ron, que el agua perdió su color, y no (se) via los ojos encarnizados en sangre; hablaba con otra cosa que espesura de sangre”, y que sólo mucha gravedad, como gran señor, hacía muy entonces el Inca se sintió seguro de su domi- vivos razonamientos, y entendidos por los es- nio. Los “huambras”, o pequeños hijos de las pañoles, conocían ser hombre sabio; era víctimas, ya no podrían hacerle la guerra. hombre alegre, aunque crudo; hablando con Los acontecimientos posteriores llega- los suyos era muy robusto y no mostraba ale- ron a convertir a Quito en el centro vital del gría”. Imperio de los Incas, no únicamente por la El testimonio de los Cronistas ha deja- oriundez azuaya de Huayna Cápac, sino por do un criterio más o menos uniforme sobre la las victorias que fue alcanzando uno de sus organización regia de los pueblos de Quito, dos sucesores, el monarca quiteño Atahualpa. que data pues de una época anterior a la del Por eso las caballerías de Pizarro lograron la dominio incaico. Los episodios que solía evo- conquista de los pueblos aborígenes tras la car la pluma curiosa y diligente de esos recios prisión de aquel indio y la masacre de los mi- aventureros no puede menos que mostrar la llares de súbditos que le acompañaban en las fuerte personalidad del reino quiteño. Lo he- llanuras de Cajamarca. Atahualpa era la cabe- mos visto en el ademán de soberano con que za del imperio. Sus generales se empeñaron Atahualpa supo responder a Huáscar, descu- en defenderle. El Cronista Pedro Sancho de la briendo ya entonces un lúcido convencimien- Hoz hace clara referencia a “la resistencia de to de la antigüedad y legitimidad de sus dere- Quizquiz en el estado de Quito”. Y hay nu- chos. La actitud común de sus millares de merosos testimonios sobre los postreros alar- súbditos parecía respaldar esa conciencia de des heroicos de Rumiñahui, que con doce mil unidad. Guerreaban, sin duda, por algo más guerreros se obstinaba en impedir a Belalcá- que la simple fiereza de tribus salvajes. Les zar la fundación española de la capital del orientaba un destello de linaje más noble. Es Ecuador. interesante la referencia del Cronista Pedro Esta se realizó al cabo, hacia 1534. El Cieza de León a la lucha encarnizada con que hecho ha sido registrado en la Crónica de Pe- se defendió Quito de los incas invasores. “Los dro Cieza de León, que en tono solemne ase- de Otavalo, Cayambi, Cochasquí, Pifo, con gura: “en nombre del emperador don Carlos, otros pueblos –dice–, habían hecho liga todos nuestro señor, siendo el adelantado don Fran- 12 GALO RENÉ PÉREZ cisco Pizarro, gobernador y capitán general útil además para salvar a Orellana de las acu- de los reinos del Perú y provincias de la Nue- saciones de traición que estableció contra él va Castilla, año del nacimiento de nuestro re- Gonzalo Pizarro, organizador y conductor de dentor Jesucristo de 1534 años, fue fundada la la empresa del descubrimiento del Amazonas, ciudad en “sitio sano, más frío que caliente”. cuya culminación se le fue de las manos por Iba a estar la urbe “arrimada a unas sierras al- los azares de la misión exploradora que él tas”, como en los viejos tiempos. Y en medio mismo confió a Orellana. de una tierra fértil, con “bastimentos de pan y El descubrimiento del Amazonas, del legumbres, frutas y aves”. Para entonces ya se Río-Mar (camino de planeta lo llamó el poeta erguían ahí las moradas de los antiguos seño- Neruda), del Río de Orellana, del Río de Qui- res –los indios–: “casa de piedra con techo de to, fue superior en conjunción de asperidades paja”. Y sus templos fastuosos. y hazañas a muchos acontecimientos de la A partir de esa empresa hispánica, historia americana. Aquél no tiene los rasgos Quito fue cobrando desarrollo, e importancia ilusorios del mito o de la leyenda aprócrifa de las mayores en América. Se convirtió en con que generalmente intenta fortalecerse la uno de los centros más poblados y activos de vanidad de los pueblos. Se yergue, al contra- la Colonia. Suyo fue el episodio más ingente rio, sobre documentos veraces. Y es un ejem- de las aventuras en tierras americanas: el Des- plo de la máxima virilidad, del coraje más cubrimiento del Amazonas. Los Cronistas de- templado y constante. Partieron los expedi- jaron que el tema imantara poderosamente su cionarios de la ciudad de Quito. Cuatro mil pluma. Había tanta peripecia que narrar. Tan- indios iban con los españoles. Viajaban hacia tas agonías. Tantos heroismos callados, fecun- regiones inhóspitas, con los fardos sobre el lo- dos. Se multiplicaron las relaciones, los co- mo dolorido. Se alejaban entre el llanto pas- mentarios y las alusiones. De allí surgió sobre mado de sus familias humildes. para conver- todo la Crónica del fraile dominico Gaspar de tirse en los Ulises de ríos tempestuosos, sobre Carvajal, que fue testigo presencial porque se los que soplaba un eolo bárbaro y siniestro. halló entre los cincuenta que acompañaron a Pero su condición, a la verdad, era distinta de Francisco de Orellana, el descubridor. Aparta- la del Ulises de la leyenda homérica, porque das las narraciones puramente fantásticas éste tornaba hacia la lumbre acogedora del –que sí las hay en el texto pero en número alero nativo, mientras que los indios de la vie- muy reducido–, la obra de Carvajal es un do- ja ciudad de Quito se alejaban del chozón ca- cumento inestimable para tener información riñoso y de los brazos de los suyos sin la es- prolija de la aventura amazónica, del extraor- peranza de un día volver. dinario estado de prosperidad de muchos El sacrificio no pudo ser más generoso. pueblos del oriente ecuatoriano, ahora desa- Fueron desafiando páramos y ventisqueros. parecidos, de la condición hospitalaria de al- Ventisqueros y ríos. Ríos y selvas. Soportando gunos de aquellos, de las riquezas del suelo, los aguaceros andinos y la bruma y los peli- de los esfuerzos apenas imaginables de aque- gros del aire enrarecido. Cien aborígenes se lla gente que se internó en la selva, e impro- quedaron petrificados en los pasos de la puna visó sus embarcaciones (fabricando hasta los de Papallacta y Guamaní. Testigos mudos de clavos en los sitios del itinerario), y que nave- una empresa que el país no podía olvidar. El gó ríos desconocidos que le condujeron hasta valiente capitán español Gonzalo Pizarro, el Atlántico. Pero la Crónica de Carvajal es Gobernador de Quito, que había iniciado LITERATURA DEL ECUADOR 13 aquella expedición en marzo de 1541, llegó por su parte, navegó el Coca, salió al Napo, hasta el río Coca. Ahí esperó en vano el retor- pasó al Curaray, y el 12 de febrero de 1542 no de Francisco de Orellana y sus cincuenta dio en el Amazonas, que se convertía de ese compañeros, que rumbearon por ríos desco- modo en la llave fluvial del Ecuador al Atlán- nocidos en demanda de vituallas. Pizarro vol- tico, en su paso directo a Europa. Quito, ver- vió a Quito al cabo de dos años, tras haber su- tiente humana y económica para el gran des- frido las peores penalidades entre los bravos cubrimiento, pasaba a ser automáticamente, tentáculos de la selva. Sólo ochenta españoles por derecho de tan ejemplares sacrificios, la –de los quinientos que partieron de la ciu- dominadora absoluta de las vastas comarcas dad– habían logrado regresar con Pizarro, y orientales, que más tarde ha ido perdiendo en tan pobres y desmedrados como él. Orellana, la red de oscuros litigios internacionales. II.- Quito a través de la investigación histórica de Juan de Velasco

Figura del siglo XVIII, el Padre Juan de cuyo acopio de material histórico ha sido tan Velasco es el historiador ecuatoriano más an- prolijamente recogido y organizado. tiguo. Investigó el pasado precolombino. Por El Padre Velasco habla de lo primitivo eso es preciso recordarle junto a los Cronistas de aquel reino, que durante varios siglos con- a cuya obra nos hemos referido. Como ellos, tó con muchos Régulos, de los cuales sola- se sintió atraído por el tema de la primitiva or- mente se conservó el nombre del último: Qui- ganización de Quito. Sabía que la mejor ma- tu. Esos antiguos pueblos de origen descono- nera de profesar el amor a la patria es cono- cido, pero muy considerables en el decir de ciendo a ésta de veras, estudiándola, com- nuestro historiador, sirvieron para la composi- prendiéndola, valorándola, estimulando con ción definitiva de la nación quiteña. Porque el ejemplo de lo antiguo lo más puro y carac- con ellos se unieron los Caras, que llegaron a terístico de sus facultades. De ahí su vena his- nuestras playas a fuerza de remo, en balsas tórica. Quiso documentarse, y lo consiguió enormes, hacia el 700 u 800 de la Era Cristia- admirablemente. Cotejó como pocos los tex- na. Primero demoraron éstos en el litoral. Es- tos de los Cronistas, para establecer la validez tuvieron en Esmeraldas, y haciendo después de algunos de ellos. Sus averiguaciones per- rumbo por el río homónimo, en busca de con- sonales y el examen de vacíos, ambigüedades diciones naturales más benignas, ascendieron y contradicciones de esa pluralidad de testi- hasta Quito. Allí fundaron su propia dinastía: monios le condujeron a exponer un criterio la de los Shyris, o Señores de todos. Su grado bastante idóneo. Ajustado frecuentemente a de organización y su tacto de gobierno se la verdad. Su lógica impresiona y convence. aprecian a través de esta referencia de Velas- La riqueza de datos es indiscutible. Y, por so- co: “El hijo del Shyri o de la hermana que de- bre eso, consciente de cómo debía orientar bía suceder (en el ejercicio de la monarquía), aquella su disposición magistral para la histo- nunca se presumía heredero, ni se podía lla- ria, se propuso demostrar la antigüedad y mar Shyri, mientras no era declarado por tal grandeza del Reino de Quito, base de la na- en la Junta de los Señores del Reino, y nunca ción ecuatoriana. Los trabajos del presbítero lo declaraba si no era apto para gobernar, pa- Juan de Velasco son de lo más notable que ha sando en ese caso a la elección de uno de los dado Hispanoamérica en dicho campo. Su mismos Señores”. (Historia del Reino de Qui- pluma es erudita pero tiene el encanto de la to.– Historia Antigua.– Libro 1º). sencillez y la desenvoltura. Sabe trazar con Parece que esa nación, más antigua nitidez las imágenes. También animar los he- que la de los Incas, cubrió algo como qui- chos. Y sustentar con buen sentido su teoría nientos años, durante los cuales hubo unos del famoso Reino de Quito. Por eso extraña quince soberanos. Con el undécimo se extin- que en su propio país se desplieguen juicios guió la línea masculina de los Caras, porque escépticos y peyorativos en torno de una obra aquél no tuvo más heredero que su hija Toa, LITERATURA DEL ECUADOR 15 a quien casó por eso con Duchicela, primogé- que es evidente– la parcialidad de que están nito del Régulo de la Provincia de Puruhá. De maleficiadas las páginas de éste. tal modo, el Schyri usó el artificio de la alian- Tras considerar importantes cuestiones za matrimonial para extender las dimensiones de organización, de costumbres, de conoci- de su reino. En la nueva dinastía sobresalieron mientos astronómicos, de religión, de artes y Hualcopo y Cacha, que a su tiempo debieron de armas, concluye Velasco que la de Quito hacer frente a las avalanchas militares de los “era una dilatada monarquía, casi tan grande Incas Túpac Yupanqui y Huayna Cápac. Nin- como la del Perú, arreglada por sus soberanos guna conquista resultó para éstos tan dura co- en lo político, civil y militar, quizás muchos mo la de Quito, por la solidez y enormidad de años antes que aquélla” (Historia Antigua.– sus dominios. Libraron batallas atroces. En Libro IIº). Admite, sí, que la escritura de los una de las más sangrientas murió el General quipos o cordones de colores de los Incas, a quiteño Epiclachima, con dieciséis mil de sus pesar de su incipiencia, era superior a la de guerreros. En otra, la de las llanuras de Caran- los Schyris. Pero no deja de recordar que el qui, hubo un número mayor de víctimas. Allí idioma de éstos sedujo a Huayna Cápac por murió el último Schyri. Pero para que le suce- la similitud con el suyo propio, que era el diera su hija Pacha, hermosa joven de veinte quechua. años a quien hizo su esposa el Inca vencedor, La relación histórica del Padre Juan de Huayna Cápac. Así quedaba de nuevo anuda- Velasco entra en detalles muy significativos. da, sin menoscabo casi, la integridad de la so- Interpreta con sagacidad los documentos que beranía de Quito. Y precisamente, el primo- le sirven de apoyo. Elude los excesos que génito de aquella unión regia, que fue Ata- pueden dañar la verdad. No vacila en ensayar hualpa, habría de convertirse, hacia los años su crítica, aun contra los mismos religiosos. del arribo de los españoles, en la autoridad Por eso la figura de Fray Vicente Valverde única de los Schyris y los Incas. queda execrada de modo admirable en sus El Padre Juan de Velasco ofrece en su justísimas alusiones. La actitud artera de Fran- Historia muchos aspectos de la vida del anti- cisco Pizarro, a quien humilló con su talento guo Reino de Quito, y en varios casos hace el soberano de los indios –Atahualpa–, está referencia a los Cronistas que ha consultado. juzgada también con la severidad del historia- Las fuentes que ahora son asequibles mues- dor. En medio del cuadro de crímenes, de co- tran a menudo la seriedad de su parecer. De dicias, de engaños de los conquistadores, des- manera que el estilo de sus exposiciones so- taca en cambio con relieve muy atractivo, no bre el viejo asiento de nuestra nación no de- sólo por fuerza del contraste, la personalidad be estar destituído de verdad. El conoció do- del extraordinario monarca quiteño. Ese Ata- cumentos ahora inencontrables. Recomienda hualpa, que tiene conciencia tan despejada como testimonios fidedignos los de Fray Mar- de los derechos de su nación, y que acompa- cos de Niza (franciscano que acompañó a los ñado de Quizquiz, de Calicuchima, de Rumi- conquistadores) y de sus estudiosos: doctor ñahui, de Zota-Urco, va a defenderla de los Bravo Saravia, Francisco López de Gómara y amagos de conquista de Huáscar, hasta llegar Jacinto Collahuaso. Duda, en cambio, de la vencedor a las lejanas llanuras de Cajamarca, autoridad de Garcilaso de la Vega el Inca, que se recorta en nuestra historia con la majestad estuvo bien informado de las cosas del Cuz- de su ejemplar grandeza. co, pero no de las de Quito. Y señala –hecho III.– La cultura colonial. Preponderancia de la Iglesia. La arquitectura y las artes. Los centros universitarios. Los profesores jesuitas. La investigación científica

Comunmente la crítica alude a los si- geográfica. El cascarón montañoso en que ya- glos coloniales como a un período de penum- ce la ciudad parece castigarla con la austeri- bra espiritual en nuestro continente. El con- dad, con la meditación silenciosa. En aque- quistador quiso avasallarlo todo. Destruírlo llos años se multiplicaron los templos. Se hi- todo. Arte. Lenguas. Religión. Se produjo, sí, zo de la capital un vasto convento. Las torres la cópula racial de España y América por los con el peso de sus campanas. Las calles con reclamos insofocables del instinto, pero no el el peso de sus escurialenses muros de piedra. connubio fecundo de las culturas. El mestiza- Las gentes con el peso de sus remordimientos je en el orden espiritual tuvo que ir cuajándo- y temores. Un ambiente por donde quiera se lentamente, en un proceso que dura hasta agobiador. El alma se doblegaba para la ora- hoy, gracias a la fuerza secreta e inextinguible ción y el estudio. Las órdenes religiosas ali- de los factores naturales de la herencia. La do- mentaban esa dual disposición. Y lo primero minación hispánica trató de ser absoluta y ta- que surgió de su celo fueron escuelas en don- jante. El coloso se acomodó con el ademán de adoctrinar y enseñar la lengua y los oficios de un emperador inexorable en el recinto del útiles. Pero las necesidades fueron expandien- Nuevo Mundo. do el ámbito de tal magisterio. Se organizaron Los intereses de España parecía que entonces colegios y universidades cuyas cáte- exigían una capitulación radical –de bienes y dras pertenecieron al clero. de conciencia– de los pueblos aborígenes. El En Quito se concentraron pues las la- triunfo de sus armas trajo consigo la imposi- bores de la Iglesia. La capital fue el eje políti- ción de la fe. Junto al conquistador se alzó co, administrativo, económico, religioso e in- siempre la figura del misionero. Por eso le telectual del país. Allí tuvieron sus conventos quedó a Hispanoamérica un triste legado de y universidades las órdenes de San Agustín, inquisidores y guerreros; y el sayal del monje Santo Domingo, La Compañía de Jesús o de y la casaca militar habrían de convertirse en los jesuitas. A los agustinos pertenecía la Uni- dos símbolos irrenunciables de su vida públi- versidad de San Fulgencio. A los dominicos la ca. Pero también ese ardiente celo religioso se de Santo Tomás. A los últimos la de San Gre- proyectó hacia la cultura, y ella fue encau- gorio Magno, que sin duda fue la más impor- zándose y cobrando volumen bajo los dicta- tante. Todas ellas siguieron el viejo patrón his- dos de la Iglesia. Tal puede observarse clara- pano, que fue el de Salamanca. El pensamien- mente en el Ecuador durante el período colo- to escolástico prestaba los moldes consabi- nial. Quito se convirtió en un centro de estu- dos. Aristóteles y Santo Tomás presidían la en- dios, de arte y de profesión religiosa. Dicho señanza. El latín era el vehículo obligado de ambiente consonaba bien con su reclusión la cátedra. Se escribían páginas de mística y LITERATURA DEL ECUADOR 17 ascética. La oratoria sagrada se desplegaba en Las disciplinas que se enseñaban era la Lógi- los más presuntuosos alardes. La poesía toma- ca, la Física, la Metafísica, la Psicología. Ha- ba frecuentemente una función moralizadora. bía muchos profesores nativos del Ecuador. Y Hacia el siglo XVIII la actividad cultu- de talento brillante. Que prepararon textos ral se había extendido apreciablemente, aun a valiosos, muchos de los cuales se mantienen pesar de la severidad con que el clero la mol- inexplicablemente inéditos. Prevalecía en deaba. Para entonces ya tomaban un lugar aquellas aulas la ciencia especulativa. Pero destacado la arquitectura y las bellas artes. El no faltaba, en alguna oportunidad, el atrevido más antiguo centro americano que las intro- conato de la experimentación. Haciendo una dujo para su aprendizaje y fomento fue preci- salvedad a sus fuertes censuras de la época, lo samente uno de Quito: el colegio franciscano dice Espejo cuando se refiere al jesuita Juan de San Andrés, fundado en 1553. Las conse- Bautista Aguirre. Aun más, había profesores cuencias vinieron de suyo, dada la natural que en el campo mismo de la especulación disposición de las gentes. Al extremo de que revelaban cierta encomiable autonomía de la ciudad pudo contar con monumentos reli- juicio, una atractiva manera de conducir la giosos y tesoros artísticos acaso inigualados explicación de los problemas, una insospe- después en abundancia y significación. Los chada habilidad dialéctica. estilos plateresco y herreriano, tan diferentes Llama la atención, por ejemplo, el reli- entre sí, se acomodaron en el medio quiteño gioso quiteño Francisco Guerrero, que enseñó sin hacer fracasar el gusto ni la habilidad de durante el siglo XVII y dejó inédito un libro ju- sus trabajadores, y dejaron el testimonio in- rídico. En sus comentarios sobre el Tratado destructible de los templos de la Compañía de Universal del Derecho y la Justicia, según la Jesús y San Francisco. La pintura y la escultu- mente de Duns Scott (“nuestro sabio Doc- ra se convirtieron en servidoras infatigables tor”), hay argumentos que se exponen con de la fe católica. Pero, a pesar de tal exigen- mentalidad de penalista bien enterado de su cia monástica, que tronchaba cualquier inten- materia. Guerrero no olvidaba que la explica- to de ramificación temática, las obras supie- ción del Derecho demanda la mayor limpidez ron expresar la originalidad de sus creadores. y precisión del idioma. Con una diafanidad Es imposible no observar, por ejemplo, el ge- propicia hasta para las consideraciones suti- nio estético de Manuel Chilli o Caspicara, que les, va relacionando la ignorancia del agente quizás alcanzó una delicadeza y dulzura del delito con los diferentes grados de su res- plásticas pocas veces conocidas. Su alma de ponsabilidad. Reflexiona pues sobre la parti- indio parece que amaba, en una especie de cipación de la voluntad en la comisión del éxtasis y de sensualidad, la albura y suavidad hecho punible, más o menos como lo hace la de la piel de la raza del conquistador español. ciencia moderna. De modo que sus esculturas son como un ma- Al nombre de Guerrero se agregan drigal que canta la belleza de la forma huma- otros aun más valiosos –Pedro de Mercado, na. Caspicara es un nombre que nunca debe- Jacinto B. Morán de Butrón y Juan Bautista ría olvidarse en la apreciación del siglo XVIII Aguirre–, de quienes se dan referencias en la hispanoamericano. sección de esta Antología llamada Los Profe- En lo que concierne a la docencia mis- sores Jesuitas. Por lo expuesto hasta aquí, se ma de las aludidas universidades quiteñas, verá que procuraban los frailes ejercitar con parece indiscutible el beneficio que rindieron. acierto sus facultades. Pero la inquietud inte- 18 GALO RENÉ PÉREZ lectual no se quedó, no podía quedarse con- dores europeos notables. La Condamine se finada entre las sombras solemnes de los entendió bien con Maldonado. Humboldt con claustros. Se expandió por eso, paulatinamen- una de las mentalidades más cabales: José te, hacia los seglares, con resultados también Mejía. El sabio alemán encontró que las bi- apreciables. La preocupación religiosa –ca- bliotecas de botánica que habían formado en rácter original de la cultura de entonces– si- Bogotá los científicos Mutis y Caldas eran qui- guió gravitando sobre ellos, aunque con me- zás más buenas que las de Europa. Y no des- nos fuerza y extensión. Otras exigencias, que mayó su entusiasmo cuando se refirió a la vi- tenían el lastre de la vida social, comenzaron da del Quito de entonces, que ya contaba con a hacerse oír con mayor imperio. Podría de- sesenta mil habitantes. Pero lo mejor de todo cirse que apuntaba una intención utilitaria, de era que los trabajos científicos no andaban di- provecho concreto para la colectividad, en vorciados de los altos intereses del hombre. Al los nuevos empeños. Las personalidades de contrario, la nueva filosofía, en que se batalla- entonces intentaban armonizar la vocación ba contra las sinrazones de las conquistas de de saber y la pasión de servir. Precisamente el pueblos, la desigualdad social, la servidumbre siglo XVIII permitió ver la imponderable ya centenaria del pensamiento, agitaba sus alianza de la ciencia y la acción civilizadora. energías en demanda de prosélitos. Por ello Se lo comprueba recordando a Pedro Vicente algunas de las personalidades sobresalientes Maldonado. Pero, por fortuna, él no fue el en el ejercicio científico, lo fueron también en único ni en América ni en el Ecuador. Sin du- el campo difícil de la libertad de nuestro con- da obró beneficios la presencia de investiga- tinente. IV.– Autores y selecciones. Los profesores jesuitas. Los estudiosos de la ciencia

Profesores Jesuitas era torpeza entre estos indios, lujuria era to- do. No se hallaba matrimonio indisoluble en- Pedro de Mercado tre estas naciones, porque no lo había”. Y agrega: “Cuando celebraban algunas fiestas Nombre importante es el suyo dentro trocaban los unos las mujeres con los otros”. del período colonial ecuatoriano. Fue un je- Y concluye: “Hallábanse mujeres que habían suita que nació en la ciudad de Riobamba en mudado muchos maridos estando todos vi- el temprano siglo XVII. Vivió muchos años en vos”. Eso, leído ahora, en que las sociedades Colombia. Se ha dicho, lamentablemente sin ultracivilizadas han promovido una rebelión comprobación, que escribió como dos doce- contra la común ética del amor, deja advertir nas de libros. Gustaba del género histórico, que ni los tiempos ni los pueblos o las razas que a través de varias expresiones fue fre- cambian la naturaleza esencial del hombre. cuentado en la Colonia. En Bogotá se publicó hace poco (1957) su “Historia de la Provincia Jacinto B. Morán de Butrón (1668 - 1749) del Nuevo Reino de Quito de la Compañía de Jesús”, en cuatro volúmenes. Dada la condi- Nació en la ciudad de Guayaquil, tam- ción misma de Mercado, preponderan en sus bién en el siglo XVII. Fue otro jesuita valioso páginas los asuntos de la Iglesia. Pero hay al- de la Colonia. Profesó el magisterio. Amó la fi- go más en ellas, que enriquece su interés, que losofía, en cuyo campo dejó algunos tratados las hinche de contenido humano. Y es su agu- que se hallan todavía inéditos. Como Merca- da observación de la realidad de los indios y do, sintió además gusto por las cosas de la his- de sus hábitos. Aun más: hay descripciones toria. Dejó así el libro “Compendio Histórico del mundo natural, con referencias a tipos de de la Provincia de Guayaquil”, que apareció plantas y animales, que imantan la curiosidad en publicación póstuma, en 1789. Pero fue del lector común. Puede éste, en efecto, en- más lejos el entusiasmo intelectual de Morán contrar rasgos inimaginados de la existencia de Butrón: intentó componer una biografía, la de monos, culebras y otras especies menos de Mariana de Jesús. Y, si bien se echan de conocidas en el animado recuento “de algu- menos en su empeño los recursos privativos nos árboles y animales que se crían en estas de ese género, de veras difícil, no se pueden tierras”, recogido en la presente sección. desdeñar los méritos de fluidez para narrar, de Con igual sentido de interés, y con mu- perspicacia para observar el ambiente en que cho desenfado, este religioso ha escrito tam- se movió la Santa quiteña, de certeza para bién las páginas que ahora reproducimos, so- componer una prosa llena de dignidad, que bre “los matrimonios entre estas Naciones ahora se deja leer fácilmente. La “Azucena de que contiene el Gran Pará o Marañón”. Pun- Quito”, o vida de Santa Mariana de Jesús, edi- tualiza claramente en ellas la libertad del co- tada por primera vez en Madrid en 1725, es mercio sexual entre los indios. Dice: “Todo efectivamente una demostración de cuánto 20 GALO RENÉ PÉREZ valía aquel Morán de Butrón. Su pluma, al ilu- contrario sostengo”. Y lo interesante es que va minar la figura biografiada, aclaró también los demostrando sus puntos de vista con lógica detalles de la aflictiva condición del pueblo animada, ágil y erudita. humilde de Quito. La compasión de la Santa trató de aliviar las llagas de la pobreza, la Pedro de Mercado mendicidad y el desaseo, que transparecen en De los matrimonios entre estas naciones tal evocación, como puede comprobarse en el que contiene el gran Pará o Marañón capítulo transcrito: “Caridad con sus prójimos en el socorro de sus cuerpos”. Todo era torpeza entre estos indios, lu- juria era todo. No se hallaba matrimonio indi- Juan Bautista Aguirre (1725-1786) soluble entre estas naciones, porque no lo ha- Caso sin duda más notable que el de bía. Los varones se apartaban de las que ha- los dos anteriores parece el del Padre Aguirre. bían recibido por mujeres cuando se les anto- Fue uno de los mejores poetas del siglo XVIII jaba casarse con otras. Las mujeres repudia- hispanoamericano. De su producción lírica se ban a los maridos cuando las maltrataban, y hace una apreciación independiente en esta dejándolos se casaban con otros porque las misma obra, en el capítulo siete, o de la crea- trataban bien. Cuando celebraban algunas ción literaria. Véanse también allí otros datos fiestas trocaban los unos las mujeres con los concernientes a su labor. Fue Aguirre un jesui- otros. En algunas ocasiones hacían lance en ta nacido en Daule, en la costa ecuatoriana. las mujeres ajenas, y quitándolas por fuerza a Pero gran parte de su vida transcurrió en Qui- sus maridos o quitándolas contra la voluntad to, en donde cumplió quizás lo más valioso de sus dueños, se casaban con ellas. Común- de sus trabajos docentes y literarios. Fue pro- mente había gran facilidad de romper el con- fesor de Filosofía y Teología en la Universidad trato, con que parece que no había sido ver- de San Gregorio. Dejó escritos algunos textos. dadero, y así se apartaban cuando querían. Un ejemplo del estilo de comunicar sus cono- Hallábanse mujeres que habían mudado mu- cimientos científicos es el de las encantadoras chos maridos estando todos vivos. Varones páginas de su “Disquisición sobre el Agua”, había que remudaban mujeres sin aguardar a reproducidas en esta Antología. En ella se des- que se muriesen. cubre su honrado afán de la experimentación, La gente que entre ellas era común y que apenas si se conocía en el medio ameri- plebeya se contentaba con tener sola una mu- cano. Refiriéndose a las “partes” del agua di- jer. Los caciques, como principales, tenían ce que “no son perfectamente esféricas, sino muchas y las acataban con respeto tratándo- un tanto elípticas como lo pude personalmen- las con diferente modo que a las concubinas. te observar al microscopio”. Cuando habla de Los que eran valientes en las guerras eran pri- la salobridad del mar (“así llamado porque sus vilegiados para tener también muchas muje- aguas son amargas”), y de la temperatura de res: unos tenían dos o tres, pero otros ocho y aquel elemento, discute a Aristóteles. Aun ha- diez. El parentesco de afinidad no lo juzgaban ce uso de cierta ironía leve y risueña. Conoce por impedimento para casarse, ni reparaban a filósofos más recientes. Ha leído a Descar- en él si no era en el de nuera y madrastra, yer- tes. Pero gusta de las discrepancias de juicio no y padre, y aun en éste dispensaban alguna con todos. Su frase preferida es: “Yo por el vez dejando el padre a su hijo en herencia al- LITERATURA DEL ECUADOR 21 guna de sus mujeres y concubinas. El primer (O. c., t. IV, L. VII, c. 6) grado de afinidad de línea transversal no sue- Fuente: Prosistas de la Colonia; siglos XV-XVIII. Puebla, México, Editorial J. M. Cajica Jr., S.A., 1959, pp. 197-198. le servirles de estorbo, y así suelen casarse (Biblioteca Ecuatoriana Mínima; la Colonia y la República. con dos hermanas. El parentesco de consan- Publicación auspiciada por la Secretaría General de la Un- guinidad lo juzgaban por tan grande impedi- décima Conferencia Interamericana, Quito, Ecuador, mento, que no arrostraban a casarse con él en 1960). su gentilidad, y aun después de ser cristianos De algunos árboles y animales no arrostraban a tales casamientos aunque que se crían en estas tierras sea con dispensación si no es saliendo del cuarto o quinto grado. Los de la nación coca- En estas montañas sin cultura produce ma son en esto singulares, pues, tienen como la tierra muchas especies de palmas y de otros ley que el tío se case con la sobrina. árboles que rinden frutos de buen gusto y de En celebrar los matrimonios acostum- sustento. De donde se origina que cuando los braban varias ceremonias. La más ordinaria indios se huyen o se pasean o se pierden –co- era que el varón pedía la mujer a sus padres, mo de ordinario sucede en estos bosques– no si ella los tenía, y si no a sus hermanos o alle- mueren de hambre, porque para matarla ha- gados, dándoles para obligarles alguna cosa llan varios géneros de frutas, y algunas de de estimación. Después de esto los padres y ellas apetitosas porque regalan el paladar. allegados de la mujer y –lo que era más usa- Hay en estas tierras un género de pal- do– el cacique en una de sus huelgas, llevaba mas muy altas que como van creciendo se a la novia con festejos y la hacía sentar en una van saliendo de la tierra la raíz y tronco prin- hamaca donde, con algunas muestras de be- cipal, de modo que quedan fuera de ella en nevolencia entre el varón y la mujer, quedaba vago, y para no caer y dar en tierra, va produ- efectuado el contrato. ciendo desde lo alto unas varas que fijándose Otras veces –y era lo común en mu- en la tierra sirven de rodrigones para que los chas y en todas estas naciones– usaban criar troncos principales, aunque están en vago, no desde la cuna a la niña que en edad mayor in- se caigan. En algunas partes destas montañas tentaban recibir por mujer. Los matrimonios nacen unos árboles grandes cuyas ramas, co- que con éstas así criadas desde niñas se ha- mo van creciendo, se van inclinando a la tie- cían, eran los más estables, y debía de causar rra, y en llegando a ella se van arraigando de esta estabilidad el mutuo amor que la crianza suerte que producen otras ramas, y así forman suele engendrar. Esta costumbre de criar las muchos arcos, pero mal formados, y suelen niñas con quien quieren casarse, no la dejan ocupar grandes espacios de tierra. aún después de cristianos, diciendo que Tratando de los animales que se crían cuando estén crecidas pedirán a su cura que en estas tierras, se pueden poner en primer lu- los case asistiendo a su matrimonio, conque gar los monos, por la semejanza que tienen éste se mejora siendo ya sacramento y dándo- con los hombres en el rostro, manos y pies. les gracia. Para que no la malogren acostum- Hay varias castas de monos, grandes y peque- bra disponerlos la celosa enseñanza de los ñas que andan trepando y saltando por las ra- operarios desta niña, ya baptizando a los que mas de unos árboles en otros. De sus carnes antes del matrimonio no estaban baptizados, comen los indios, y no hay que maravillar que ya dictando actos de dolor a los que ya eran comen carnes de monos los que no tienen as- cristianos. 22 GALO RENÉ PÉREZ co de meter en la boca y mascar la carne de que son comida de gusto, y por tenerlo los ca- los hombres; si bien los padres misioneros di- zadores los matan con flechas y otros instru- cen que en quitándole al mono la figura en mentos que tienen para cazar, así a estos saí- que se parece al hombre no causa asco y que nos como a los venados, dantas, hurones y tiene la carne comestible porque es buena y otros animales que no tienen nombre en cas- sana. tellano. A estas crías han vivido atenidos por Son de ver unos animalillos del tama- su sustento los indios porque no han tenido ño de un perro pequeño manchados como el ganado vacuno ni ovejuno, como los espa- tigre y apetecidos por su buena carne. Estos ñoles. en sus madrigueras tienen por compañera y Culebras hay cazadoras en esta tierra. amiga de ordinario una víbora de las más fe- Salen de los charcos cenagosos; para hacer es- roces. Sírveles de guarda con que si otros ani- te oficio espían entre los materiales el animal males entran a cogerlos en sus madrigueras que les puede servir de sustento, enroscándo- no consiguen su intento, porque los animali- se fuertemente en el cuerpo del que cogen, y llos se retiran medrosos, y sale la víbora ani- lo aprietan de modo que le quebrantan y des- mosa y pica y muerde a los que se atrevieron cuadernan los huesos, y quitándole la vida lo a querer entrar; y cuando alguna persona hu- engullen entero. El mismo lance suele hacer mana se atreve a meter la mano para coger es- este género de culebras en los indios, pero ya te animalillo en su madriguera, sale con la pi- ellos escarmentados en cabeza de los que han cadura y ponzoña en la mano y no saca con perecido, tienen un ardid; y es que al punto ella el animalillo. que alguno se siente aprisionado, se sientan Tigres hay y muchos en estas monta- en el suelo y se da prisa a librar las manos, y ñas, y aunque son muy valientes, huyen cuan- sacando con ellas los cuchillos que suelen do ven la gente y también cuando los espan- traer de huesos o cañas, procura matar con tan; pero a las veces no dejan de hacer presa ellos a la culebra; y muchas veces ésta suele en los hombres para engullir sus carnes, y por quedar muerta y el indio vivo y victorioso. eso causan desvelo de noche a la gente que Otro género hay de culebras que tre- va por los caminos, especialmente cuando pando a lo alto de los árboles empiezan a re- entre la obscuridad y tinieblas los oyen bra- medar a una especie de monos bermejos en el mar; y en amaneciendo el día se ven las seña- modo de gritar, y a este reclamo acuden algu- les de sus pisadas que dejan en los arenales nos destos monos, y a los que coge se los tra- porque andan buscando tortugas y otros ani- ga enteros. De estas culebras debieron de malejos conque sustentan su vida; y no la pa- aprender los indios de estas montañas a enga- san mal, pues hay muchos animalejos que ñar con el reclamo, y así remedando con gran mueren en sus garras. propiedad a todos los géneros de monos en A manadas andan por estas montañas las voces los llaman o los cazan. Lo mismo los puercos monteses que llaman saínos, los hacen con una especie de sapos que ellos cuales suelen ser muy temidos por la fuerza suelen comer; lo mismo con los pájaros que conque despedazan a los hombres que cogen así llamados vuelan a ser heridos y muertos. entre los colmillos, y así los acometidos se li- bran de ellos trepando por el primer árbol que (O. c., t. IV, L. VII, c. 9). Fuente: Prosistas de la Colonia; siglos XV -XVIII. Puebla, topan. Si son temidos estos puercos monteses México, Editorial J. M. Cajica Jr., S. A., 1959, pp. 199 - 201. por su braveza, también son apetecidos por- (Biblioteca Ecuatoriana Mínima; la Colonia y la República. LITERATURA DEL ECUADOR 23

Publicación auspiciada por la Secretaría General de la Un- su madre y con balbucientes palabras le pidió décima Conferencia Interamericana, Quito, Ecuador, una torta, que por regalada se guardaba para 1960). su anciano padre. Resistió la madre a los rue- Jacinto Basilio Morán de Butrón gos tiernos de la hija con decir que la torta era para su padre y que todavía no se había com- Santa Mariana de Jesús. Caridad con sus prado el pan necesario para el abasto de la fa- prójimos en el socorro de sus cuerpos milia. Replicó la hija con llantos en lugar de retóricas palabras, y por acallarla le dio la tor- El tamaño de la caridad de esta virgen ta para que a repartiese a los pobres. Alegró- bien puede cotejarse con la estatura de la pal- se sumamente con el don y ella en persona lo ma; porque como ésta es tan amante del sol repartió con notable gusto y devoción. Y co- que ansiosa se descuella y se levanta hacia el mo la limosna es la mejor usura que se ha re- cielo pero echando sus frutos a la tierra, de conocido para ganar (de suerte, dice San Ba- modo que mientras más excelsa y levantada, silio, que si requerida una persona de un po- el peso de su fruta la inclina hacia la tierra, bre no se halla con más sustento que un pan, mostrándosele favorable; así la caridad de es- si se priva de él por dárselo liberal, tenga por ta virgen para con Dios, al paso que se re- cierto que de ese pan nacerán muchos y será montaba hasta los cielos mirando siempre al semilla de otros), verificóse el dicho con el divino Sol de justicia, se inclinaba hacia la pan que distribuyó Mariana con los pobres, tierra para favorecer a sus prójimos con los pues, acabando de decir a su madre con gra- frutos de buenas obras y con los ejercicios de cia “que Dios daría pan para el viejo” a breve la misericordia. Y como para que dé fruto la rato entraron a su casa un niño y una india palma es necesario que esté sembrada en que no conocían, con dos canastillos de muy temple cálido y no en temperamento frío, así lindo pan, quienes en nombre de una perso- también para que las palmas de las manos na, que tampoco conocían, regalaron a su den el fruto de la limosna o caridad con los madre. Todos quedaron admirados así por las prójimos, han de estribar sus raíces en un co- circunstancias como por no saber quiénes razón ferviente en amor de Dios y abrasado fuesen los mensajeros ni quién el que les en- en fuego de caridad, no en tibiezas ni en frial- viaba el recaudo. Pero la niña saltando de dades del espíritu. placer, dijo a su madre: “¿Ve, mamá, cómo Las palmas de las manos de Mariana se Dios le ha enviado tanto pan porque dio a los reconocieron siempre tan abastecidas de fru- pobres la torta?”. Hasta de la boca de los ni- tos de misericordia en las limosnas que repar- ños saca Dios las alabanzas de la limosna. tía, que desde niña se vieron llenas de cari- Era muy caritativo su cuñado Cosme dad. Porque tenía una grande inclinación a de Caso, y así todos los días se repartían li- socorrer al necesitado; y tan presta era en ella mosnas de pan y de comida a los pobres, y a la piedad en el socorro cuanta fuese la preste- las horas que se daban salía Mariana a repar- za en el desvalido en desplegar sus labios a tirles con sus manos el alimento. Ya queda di- pedir una limosna. Apenas se desenvolvió de cho cómo primero les enseñaba a rezar, des- las fajas y empezó a saber hablar, sucedió que pués escogía entre todos uno que pareciese viendo la niña una tropa de pobres que ha- más asqueroso y provocase mayores ascos, bían venido a su casa a pedir un pan que co- aplicábalo a sí y lo espulgaba con indecible mer, movida de su natural compasión se fue a humildad, quitándole las sabandijas que tie- 24 GALO RENÉ PÉREZ nen por albergue las carnes de un mendigo, ciones de gozo que rebozaba en su cara. En como son los piojos que hierven en los indios sacando la virgen este regalo, alzaban los po- y causa con su inmundicia horror a la natura- bres el grito de placer. Admirábanse todos los leza más fortificada. Pero Mariana, como si de su casa de ver tal pan y que Mariana lo tu- fuera la madre más piadosa, se portaba en viese, porque ni sus hermanas se lo daban ni limpiar al desdichado como a hijo; pero ¿qué de afuera pudieron saber que le viniese, ha- mucho si a lo menos era su hermana la cari- ciéndose lince la curiosidad, con que tenían dad? Vio aquel serafín en carne doña Sebas- por cierto ser pan venido del cielo. Yo no lo tiana Caso la piedad que usaba su tía en la dificulto y así lo juzgo, porque están los infor- distribución de la limosna y el estilo que guar- mantes contestes en el dicho. Y quien envió a daba con los pobres, y envidiosa con santa Santa Dorotea manzanas del paraíso de sus emulación, quiso acompañar a su tía en es- delicias, también pudo enviar a Mariana pan pulgar a otro pobre. Admiración causaba ver para repartir a sus pobres. El pan que le daban competir dos niñas en lo que suele hacer me- de ración lo trocaba con uno de los que da- lindres la santidad más heroica, y como era ban a sus pobres, quitándoselo de su sustento en entrambas semejante la fineza y oposición, por dar la vida a su hermano y en esto mos- medió la obediencia del confesor, diciéndoles traba ser su caridad muy singular. Porque si se ayudasen juntas en el distribuir la limosna. aconseja Dios por Isaías, que el pan que se ha ¿Qué ejercicio tan agradable a los divinos de comer se parta con el hambriento, qué ca- ojos sería ver que dos delicadas hermosuras ridad tan heroica sería la de esta venerable estuviesen limpiando a los pobres llenos de virgen, pues no sólo lo partía sino que se lo piojos, exhalando intolerable hedor, horrores quitaba de la boca por darlo entero a los ne- a la vista y repugnancias a la naturaleza, co- cesitados. mo son en lo común todos los pobres de Qui- Semejante fue otra maravilla, que si no to? ¿Qué vencimientos tan grandes no serían lo era, a lo menos la tuvieron todos los de su éstos en unas niñas inclinadas al aseo y me- casa por tal. Tenía una pequeña ventana en su lindrosas de natural? Pondérelo un confesor vivienda que salía a la calle, y solían los po- de la Compañía cuando confiesa un pobre in- bres, cuando se hallaban más aquejados del dio recostado en una pobre piel de vaca por hambre, o por haber perdido su ración a me- cama, sin tener un bocado que comer, comi- dio día, o por ser mayor la necesidad que los do de piojos, pues, al venir de casa viene asis- congojaba, o por otra contingencia, tirar una tido de tan prolijos animalejos. Si esto así su- piedra a su ventana o hacer otra seña como cede, ¿qué sucedería con Mariana? Pero si la avisándole la necesidad en que estaban. Ma- caridad preserva de la peste que es más, tam- riana advertida ya en lo que significaba la se- bién tengo por cierto que la libró de lo menos. ñal, si tenía en su cuarto alguna cosa que les Después de tan heroica mortificación los po- pudiese servir de alivio les echaba por la ven- nía en fila y les besaba los pies. tana del consuelo; si no, dejaba a Dios por Concluía la obra con un prodigio, que Dios y se iba a pedir a su hermana o su sobri- como a tal lo tenían en su casa todos los que na doña Juana una limosna para sus pobres. lo vieron; porque algunas veces se entraba a Dábanle sin escasear cosa alguna las llaves de su aposento y sacaba de él un canastillo de la despensa, sacaba de ella todo lo que nece- pan muy regalado, blanco como la nieve y és- sitaba para socorrer a tantos que por sus ma- te lo repartía a sus pobres con tales demostra- nos remediaban su miseria, y contenta iba a LITERATURA DEL ECUADOR 25 despacharlos. Pero por mucho que de todo sa- Y como esta venerable virgen conocía ser ma- caba jamás se echó menos un grano de maíz dre de las culpas la necesidad, que del afán ni una migaja de pan. Reprendíanla cariñosa- de la pobreza proviene el sujetarse a una in- mente sus deudos, porque viendo que no ha- famia, y que aún a Cristo tentó el demonio así bía ninguna merma en la despensa, le decían que lo vió con hambre, procuró buscar perso- que por qué andaba tan corta cuando le da- nas en quienes, evitándose muchas culpas, se ban las llaves; mas sonriéndose les respondía lograse el sustento que se quería quitar por que muy a su gusto y a su deseo lograba con mantener en el prójimo la vida del alma y del los necesitados la generosidad de su ánimo. cuerpo. Halló personas muy a su deseo que No es la caridad del prójimo como la plata, fueron una pobre viuda con tres hijas y cada dice San Agustín, porque la plata cuando se cual de juvenil edad y todas sin tener un pan da, pasa al que recibe y deja de estar en el do- qué comer ni de dónde las pudiese venir, tan nante, disminúyese en éste y acreciéntase en arriesgadas a perderse aunque eran muy vir- el otro. Pero con la caridad es al contrario; tuosas como lo estaban las beneficiadas de la cuando se da la limosna entonces empieza a caridad del taumaturgo de Bari. En éstas, estar en el que da y no sólo pasa al que la re- pues, empleaba todos los días su ración; por- cibe sino que queda en el que la ofrece. Con que acabando de alzar la mesa en su casa, que dando Mariana el maíz, la carne, el pan, ella con sus mismas manos la ponía en una como todo era caridad saliendo de la despen- olla y despachaba a su pobre viuda y a sus hi- sa para el pobre, bien pudo acontecer quedar- jas, las cuales afirmaron que sólo con este so- se en la despensa como si no se sacara. corro podían vivir, y faltándole lo pasarían Con el voto de pobreza que hizo, no con notable penalidad. sólo se desposeyó de los bienes que llama el Apoyó Dios con singular maravilla la mundo de fortuna, sino que renunció el dere- complacencia de esta limosna, porque el pan cho que podía venirle en adelante, obligán- que les enviaba lo procuraba amasar ella mis- dose a no poseer ni disponer de cosa que le ma; pero de esta manera, que declaran con- tocase, aunque fuese por el trabajo de sus ma- testes en los procesos. Los días que en su ca- nos, sin licencia de su confesor. Y aunque ja- sa había amasijo se iba a trabajar al horno, sin más se arrepintió de tan heroica promesa, pa- que le acobardasen los rigores de la noche. rece que llegaba a lastimarle ver necesitados Decíale la gente de servicio: “¿Señora, para a sus prójimos y no poder, por la pobreza que qué viene a trabajar, si el pan que ha de hacer había votado, remediarlos en sus conflictos. no lo ha de comer”?. Respondía tiernamente: Tirábale mucho en su aprecio el voto, y tirá- “Y cuando yo no lo coma, ¿faltará un pobre bale juntamente ver a Cristo desnudo y nece- en quien se logre mejor?” Y acabando con sitado en sus pobres. Dictóle Dios para aten- harto afán el amasijo, cogía en sus manos co- der a lo uno sin oponerse a lo otro el más se- mo dos onzas de masa y de tan poca materia guro medio; pidió por dirección de su confe- se forjaba en sus manos un pan bien grande, sor licencia a sus deudos, en quienes renun- con admiración y pasmo de los que le veían; ció su patrimonio para distribuir entre pobres de suerte que excedía en cantidad, en el rega- la porción que le tocaba en la mesa y los rea- lo y aseo a todos los de la hornada. Tan repe- les que pudiese adquirir con el trabajo de sus tido era este suceso que, cuando acaecía, no manos en los ratos que tenía puestos en su lo extrañaba la gente de servicio. Esto hace la distribución; alcanzóla con toda liberalidad. caridad, dice la Luz de la Iglesia, crecer en la 26 GALO RENÉ PÉREZ persona de quien sale. ¿Qué mucho, pues, nero de hechizos y maleficios que, de lo que creciese esa masa cuando, si la caridad de se usa frecuentemente y sin mucho reparo, se Cristo hizo que unos panes produjesen otros pueden colegir las innumerables maldades para sustentar cinco mil bocas, pudo hacer que se ejecutan por pactos claros con el de- como lo hizo, con la caridad de Mariana que monio. Hay una flor, que en unas partes lla- dos onzas produjesen treinta para sustentar man campana y en otras cimuri; ésta, cocida, con dos libras cuatro bocas? Tan por suyo co- la beben, y, quedando con su fortaleza enaje- rría el sustento de estas mujeres que cobraban nados de los sentidos, ven con claridad y dis- como por deuda lo que era tributo de su bella tinción todo aquello para cuyo fin se bebió gracia; pero se alegraba más la venerable vir- pócima tan diabólica. El marido ve las traicio- gen de dar esta limosna por su Esposo, que de nes de la mujer, la mujer las del marido; el recibirla las necesidades para su remedio. que quiere rastrear el delincuente o ladrón, le Miraba en cada pobre a Cristo, que en conoce y ve dónde está el hurto, cómo y de el día del Juicio confesará por suyo el agasajo qué manera; en fin todo aquello que desea sa- que se le hizo al mendigo, para proceder libe- ber y a cuyo fin bebe la campana o cimuri, se ral a su retorno. Concebía tan altamente lo lo representa el demonio. De estas adivina- que vale la limosna en los aprecios de un ciones, encantos y maleficios abunda tanto Dios Omnipotente, que no necesitaba de los ese gentilismo, pegándose el contagio por la que nos dicen las Escrituras, prodigios y reco- cercanía a las ciudades Jaén y Borja, que a no mendaciones de los doctores de la Iglesia pa- tener por triaca y desencanto a la enseñanza ra ejercitar heroicos actos de virtud tan gene- de la divina Ley por los misioneros de la Com- rosa. Ya vimos cuando tratamos de su absti- pañía de Jesús, o se apoderara el infierno de nencia, cómo lo que le guisaban sus sobrinas región tan dilatada, o se apellidara absoluto y su criada lo empleaba en los pobres como monarca de sus almas. En el curato, pues, de en sus propios miembros, porque estaba per- Santiago era cura un celoso sacerdote secular, fectamente unida con ellos por caridad. Las a quien sus mismos feligreses determinaron horas, que gastaba en la labor de mano, que con infernal arrojo hechizarle de tal modo eran tres cada día, cuando estaba sana, más que perdiese el juicio por todos los días de su las ocupaba en hacer a Cristo la túnica incon- vida; y no hallando traza de cómo envenenar- sútil, como lo es la caridad con el prójimo, di- le la comida, porque vivía con notable caute- ce San Agustín, que en divertir el ánimo o evi- la de sus émulos, se dieron maña para coger tar la ociosidad, porque por manos de sus el cáliz en que consagraba la sangre de Jesu- confesores distribuía en limosnas las obrillas cristo, y estrujando en él unas hierbas, en que de su trabajo. estaba el hechizo y el veneno, dejaron con di- A quien remediaba siempre con singu- simulo la sacrosanta copa para que el día si- lar gozo de su alma, era a un sacerdote, de guiente al decir misa muy de mañana, echan- quien me ha parecido escribir su trabajo y ne- do en ella el vino para consagrar le brindasen cesidad para apreciar más la caridad de esta el tósigo. ¡Oh Dios sufrido, quién podrá al- virgen. En las montañas de los Mainas y gran canzar los inescrutables secretos de vuestra río Marañón hay un curato que se llama San- Justicia! ¡Oh delito tan execrado, querer la tiago, cuyos feligreses de esta inculta selva o malicia convertir al vino que alegra el cora- verdadera gentilidad, sobre vivir bárbaros en zón en funesta noche de los sentidos! Como sus costumbres, son tan inclinados a todo gé- lo dispusieron, así sucedió; porque el sacer- LITERATURA DEL ECUADOR 27 dote incauto consagrando en dicho cáliz, y usuales que sabía; el ay que se escuchaba, lle- juzgando beber la sangre de Jesucristo para gaba a su corazón. Por último, ¿quién enfer- fortalecer sus potencias, se halló desde aquel mó con quien ella no enfermase? ¿quién lloró instante privado de juicio, sin uso de razón y con quien ella no llorase? Puedo decir resuel- sin dictamen de prudencia, que pudo decir a tamente que los enfermos hallaron en ella to- Dios: Et calix tuus proeclarus, quam inebrians tal alivio. mihi! Quedó privado de juicio y tan conoci- Con las ánimas benditas del purgato- do loco, que fue necesario traerlo a esta ciu- rio, como más necesitadas, no fue menor su dad de Quito a curar lo que fue mal incurable caridad con ordinarias limosnas de oraciones, por el maleficio. Socorríale toda la ciudad, a misas y penitencias; y así todos los días tenía quien lastimaba ver un sacerdote de Cristo lo- tiempo señalado para ganar por ellas indul- co y frenético a manos de la venganza. Con gencias y aplicarles eficacísimos sufragios. Y este sacerdote tenía la venerable virgen espe- si atiendo que en el Evangelio se gradúa por cial cuidado en socorrerlo con todo lo que la mayor caridad la que llega a dar la vida por podía de limosnas, cogiéndole muy a su car- los que se quieren en Cristo, no le faltó este go su piedad. Movíanle para obra tan del elogio a Mariana, como se verá cuando trate agrado de Dios motivos muy superiores; lasti- de su muerte, pues, la caridad fue la que mar- maba su alma ver a un Cristo en la tierra en chitó a esta Azucena, la que le quitó la vida, tan infeliz fortuna, y así, cuanto más veneraba la que le fabricó la tumba y en cuyas alas vo- en él la dignidad del sacerdocio tanto se sin- ló dichosa a la gloria. gularizaba su caridad; y cuando los mucha- chos, sin respetar lo sagrado, lo ultrajaban o (“Vida de Santa Mariana de Jesús”, L. III, c. 3) Fuente: Prosistas de la Colonia; siglos XV - XVIII. Puebla, hacían de él escarnio o mofa, lo sentía tan México, Editorial J. M. Cajica Jr., S. A., 1959, pp. 233- 243. tiernamente que lloraba de sentimiento. Otra (Biblioteca Ecuatoriana Mínima, la Colonia y la República. razón que ella misma dio para especializarse Publicación auspiciada por la Secretaría General de la Un- con este pobre sacerdote fue el decir en cier- décima Conferencia Interamericana, Quito, Ecuador, 1960). ta ocasión, haberle cogido en gracia de Dios trabajo tan sensible. Dichoso él, si así suce- Juan Bautista Aguirre dió, como piadosamente se ve por el dicho de Mariana, pues, es divisa de los predestinados Disquisición sobre el agua parecer al mundo locos y necios por Jesucris- to; y aunque del todo lo era éste, pero se mos- El agua es una substancia fluída, pesa- traba muy cuerdo en estimar a su bienhecho- da, húmeda en sumo grado, muy diáfana, to- ra, reconocido siempre de su piedad. talmente insípida e inodora, de poca tempera- Con los enfermos se esmeraba su cui- tura, volátil, incombustible –más bien extin- dado, porque cuando había alguno en su ca- gue ella el fuego. Sus partes no son perfecta- sa, aunque fuese de tal bajeza de condición mente esféricas, sino un tanto elípticas como como la de los indios, era Mariana la madre, lo pude personalmente observar al microsco- la cocinera, la médica y enfermera, ella les pio. El agua no es muy fría por naturaleza, co- limpiaba el sudor, les componía las camas, mo pretende Aristóteles; de lo contrario esta- barría los aposentos con todo aseo y devo- ría siempre en estado sólido, como sucede ción, con sus manos les guisaba la comida y cuando se congela por el demasiado frío. la llegaba a la boca, recetaba los remedios 28 GALO RENÉ PÉREZ

El principal sitio del agua es el mar, así al ver que no podía comprender este misterio llamado porque sus aguas son amargas (1). de la naturaleza, se lanzó al mar exclamando: No están de acuerdo, por otra parte, los filó- “Ya que yo no te puedo abarcar, abárcame sofos acerca del por qué de su sabor amargo tú”. Los filósofos más recientes, más pruden- y salobre. Aristóteles cree que tal gusto salo- tes que Aristóteles, se han lanzado, no al mar bre procede de emanaciones de la tierra, las sino a las más variadas hipótesis. Descartes cuales junto con las lluvias caen al mar. Los fi- creyó que la materia sutil, comprimida por el lósofos más recientes, en cambio –y su pare- globo lunar y el terráqueo, presiona a su vez cer se me hace más aceptable– opinan que la al mar, con lo cual sus aguas, así oprimidas, salobridad del mar proviene de las partículas se derraman sobre la costa y al cesar la pre- de sal en él mezcladas desde el principio del sión se retiran nuevamente hacia dentro. El mundo, lo mismo que de las minas y montes Padre Dechales opina que el flujo marino es de sal que hay en el fondo del mar. (De acuer- una especie de hervor, algo así como un her- do con esto algunos llegan hasta asegurar que vor febril, producido por los efluvios lunares y la isla de Ormuz es toda de sal). las partículas sulfúreo-salinas contenidas por El amargor del mar se debe similar- el mar, entre sí mezcladas y agitadas. Ambas mente a las partículas de azufre, aceite y bitu- hipótesis no dejan de tener sus dificultades se- minosas mezcladas con sus aguas. Véanse al rias. Yo por mi parte, sin avergonzarme de re- respecto Varenio y su colega Fernando Marsi- conocer mi plena ignorancia, me limito a res- llo, quienes tratan del asunto con gran com- ponder con Scalígero: “Yo no sé nada”. petencia. Por lo que hace a la profundidad del mar, es opinión común, apoyada por el Padre El agua en estado de vapor Ricciolo, por Varenio y Marsilio, que la pro- fundidad máxima es de una legua y media. Todo el mundo sabe que el vapor de agua al ascender da origen a las lluvias. En Algunas particularidades del mar cambio la causa de tal ascensión del vapor es cosa más oscura y discutida. Los filósofos de 1º. ¿Está el mar a más alto nivel que la tierra? antaño y con ellos más recientemente el céle- bre Fontenelle, lo mismo que Benjamín Mar- A esta pregunta hay que responder en tini, creían que el sol poseía una fuerza mag- sentido negativo, de acuerdo con la opinión nética a cuya atracción se debía la elevación común. En efecto, si el mar estuviese más al- del vapor de agua. to se desbordaría sobre la tierra, lo cual ve- Yo por el contrario sostengo: 1º.– que mos que no sucede. Ya lo dice el salmo 23: el vapor de agua no sube a la atmósfera por “El lo cimentó encima del mar”, es a saber el atracción magnética del sol. Prueba de ello: orbe terrestre. Lo mismo el salmo 32: “El reú- a) Durante la noche también tiene lu- ne como en odre las aguas del mar”. gar el desprendimiento abundante de vapor. Luego no sube por atracción solar; 2º. ¿A qué se deben las mareas? b) Los rayos solares poseen más bien Esta es una cuestión oscurísima, y co- fuerza repulsiva, como más adelante (en la mo un sepulcro impenetrable para la curiosi- Quaest. 1ª, art. 2º, assert. 3ª) lo demostrare- dad de los hombres. Hay quienes cuentan mos; y por lo mismo carecen de fuerza atrac- –no sé con qué fundamento– que Aristóteles, tiva; LITERATURA DEL ECUADOR 29

c) Si la ascensión del vapor se debiese yor densidad será más pesado que el agua. al sol, consecuentemente cuando el sol se Más aún: El Sr. Amontons ha demostrado –y acerca más a un reino o región sería tiempo con él está de acuerdo el erudito Feijoo– que de lluvia en dicha región, y al alejarse de ella si se cavase un pozo hasta el centro de la tie- sería como primavera y haría calor; lo cual es rra de modo que el aire inferior fuese cada falso y contra la experiencia. vez más comprimido por el superior, en tal 2º. Sostengo que el vapor de agua se caso, a una distancia de 30 leguas de la super- desplaza hacia lo alto debido a que el aire lo ficie, el aire sería ya más pesado que el oro. impulsa hacia arriba. Respondo: b) Dejando a un lado el entimema, Prueba: El humo sube empujado por el hay que hacer un distingo en la siguiente pre- aire, luego también el vapor de agua. La ila- misa. Y así, niego que el vapor conste de par- ción del argumento aparece a ojos vistas, tículas de agua y nada más. Si, en cambio, se pues ¿qué otra cosa es dicho vapor sino humo dice: de partículas y algo más, concedo la salido del agua o de un cuerpo húmedo? premisa y niego la ilación del argumento. El Hace falta probar el antecedente: al ser vapor más bien consiste en unas como ampo- extraído el aire de la máquina neumática no llas sumamente débiles y enrarecidas que sube el humo, antes al contrario permanece contienen poquísima materia, según lo obser- en la parte inferior, aun cuando la máquina vó el Sr. Derhan y cualquiera lo puede obser- esté al sol. Por consiguiente, el humo sube, no var en el microscopio. A estas ampollas o bur- atraído por el sol, sino impelido por el aire. bujas se mezclan partículas de fuego, a la vez Tal hecho consta por los experimentos del Pa- que de aire enrarecido por el fuego, de donde dre De Lanis, de Boyle y de Muschembroeh. resulta un compuesto menos pesado que el Se podrá objetar trayendo el argumen- aire inferior. to del ingenioso Feijoo: El agua es más pesada 2ª Objeción: Si el vapor fuese elevado que el aire; por consiguiente, cualquier partí- por el aire subiría hasta la región más alta del cula de agua es más pesada que cualquier aire, como un trozo de madera que al subir en partícula de aire; y como por otra parte, el va- el agua lo hace hasta la superficie de ésta. Mas por no es más que partículas de agua, luego es tal cosa no sucede, ya que el vapor se eleva, a más pesado que el aire, y en consecuencia el lo sumo, hasta una o dos leguas; luego… aire no puede hacer que suba el vapor. Doy vuelta a la objeción y digo: si el A eso respondo: a) Concedo el antece- vapor se elevase por obra del sol subiría has- dente pero niego la ilación: El agua es más pe- ta el propio sol; lo cual es falso; luego… Por sada que el aire por ser más densa, más com- tanto niego la mayor del silogismo: el vapor pacta, y porque tiene más partículas de mate- sólo sube más arriba de este aire inferior más ria que el aire. De modo que si en el espacio denso, por ser éste más pesado que el vapor, que abarca un dedo de agua (2) se dan v. gr. más cuando llega a las capas superiores de ai- 50 millones de partículas, en igual volumen re menos presionado y menos pesado, se de aire sólo se darán 3 millones de partículas. equilibra con el mismo sin que pueda seguir Pero de aquí no se deduce que cualquier par- subiendo. De aquí se deduce que el vapor só- tícula de agua, por pequeña que sea, es más lo sube hasta aquella región en que el aire es pesada que cualquier partícula de aire. Más del mismo peso que él. bien se infiere que, si el aire es comprimido 3ª Objeción: El vapor, según nosotros, de tal modo que tenga igual densidad que el es más ligero que este aire inferior; luego no agua, tendrá igual peso, y si llega a tener ma- puede descender a través de él, ya que lo me- 30 GALO RENÉ PÉREZ nos pesado no puede bajar a través de lo más los rayos solares al caer perpendicularmente pesado, y por tanto nunca podrá haber lluvia. repelen con mayor fuerza el vapor y, por otra Devuelvo la objeción y digo a los ad- parte, enrarecen más el aire, el cual consi- versarios: el vapor, según vosotros, es atraído guientemente se hace menos pesado, con lo por el sol, luego nunca podrá descender, por- que el vapor no puede elevarse fácilmente. que si el sol lo atrae y detiene, ¿cómo podrá Mas cuando el sol se aparta hacia los trópi- descender? A no ser que tal vez queráis decir cos, entonces el aire es más denso y más pe- que el vapor es “elevado a lo alto por obra del sado por estar menos caliente y enrarecido; sol, pero que desciende luego por su propio además el vapor no es tan impedido por los peso”. Concedo, por tanto el estimema de la rayos solares. Así, pues, el aire puede hacerle objeción, pero niego la última consecuencia. subir más fácilmente. El vapor, como antes dije, consiste esencial- (Tomado del libro “Physica ad Aristotelis Mentem” (año mente en ciertas burbujas que constan de 1757). L. III. Physicorum, Disp. III, Q. IX. Traducción de Eu- agua muy enrarecida, de aire también enrare- genio Pallais, S. J.). cido y de partículas de fuego. Estas tales bur- Juan Bautista Aguirre, “Disquisición sobre el agua”, pp. 85- bujas, una vez en las nubes, se deshacen, sea 92. Fuente: Prosistas de la Colonia; siglos XV - XVIII. Pue- bla, México, Editorial J. M. Cajica Jr., S. A., 1959, pp. 85- por la presión del aire exterior, sea por el mo- 92. (Biblioteca Ecuatoriana Mínima; la Colonia y la Repú- vimiento y por el choque con las otras partí- blica. Publicación auspiciada por la Secretaría General de culas. Tan pronto como se deshacen dejan de la Undécima Conferencia Interamericana, Quito, Ecuador, ser vapor por separarse las partículas de fuego 1960). y de aire enrarecido, de las partículas de Estudiosos de la Ciencia agua; y así, el agua que antes estaba suma- mente enrarecida, se condensa y se hace más Pedro Vicente Maldonado (1704 - 1748) pesada aún que al aire inferior. He aquí la causa por la que el agua desciende de las nu- Nació en la ciudad de Riobamba, a co- bes, no enrarecida en forma de vapor, sino mienzos del siglo XVIII, y murió en Londres condensada en lluvia. en lo mejor de su fecunda madurez. Fue uno 4ª Objeción: Si el vapor ascendiese de aquellos hombres que supieron ver con gracias al aire, llovería todo el año, pues todo claridad las cosas de su país. La suya fue la el año hay vapor de agua y hay aire; más no aventura apasionante de un ser –todo ener- sucede tal, luego… gía– que quiso poseer la realidad en su plena Devuelvo la objeción: si el vapor fuese desnudez. Pocas veces, por desgracia, se ha atraído por el sol, llovería todo el año, pues repetido aquel caso en el Ecuador, en donde todo el año hay vapor y hay sol; más no suce- la audacia y el impulso están en la retórica de tal, luego… pero no en los hechos. A Maldonado le iman- Dejando, pues, a un lado la mayor, taron dos o tres propósitos concretos y de niego la menor: ninguna época del año care- enormes consecuencias. En una nación en ce total e invariablemente de lluvias… Testi- donde todo estaba por hacerse –y sigue están- gos de ello nosotros los americanos y testigos dolo en mucha parte– él tomó para sí, con los europeos. Es cierto que cuando el sol se responsabilidad y disciplina ejemplares, la acerca al Ecuador poniéndose más perpendi- realización de una tarea impostergable. Qui- cular sobre nosotros entonces las lluvias son so abrir un camino que uniera Quito con el menos frecuentes. La razón es que entonces Océano Pacífico. Y lo abrió organizando la LITERATURA DEL ECUADOR 31 empresa e interviniendo personalmente en económico que debían satisfacerse con la co- sus rudos trabajos. Quiso trazar una carta municación de las regiones de la sierra y el li- geográfica de los territorios nacionales. Y la toral. Veía las ventajas de un comercio regu- trazó después de ir como palpándolos por sí lar entre Quito y Panamá, por una vía directa, mismo: recorriéndolos y señalándolos. Quiso que no sufriera la larga curva austral de la sa- hacer una relación escrita sobre el estado ma- lida previa a Guayaquil. Por eso construyó su terial de los pueblos y las posibilidades natu- camino a Esmeraldas. Había advertido ade- rales del país. Y la hizo sin divagaciones inú- más la incomparable feracidad de la provin- tiles, tras una observación fiel y directa. El his- cia esmeraldeña. Pero también, en duro con- toriador González Suárez, realizando quizás traste, la infortunada existencia de sus pocos el balance de estas virtudes, considera que no pobladores: sus caseríos le parecían “caver- ha habido un ecuatoriano tan ilustre como nas de fieras” y no “lugares habitados por ra- Maldonado. cionales”. Compadecía a aquellos infelices Pero en la personalidad de aquel civi- que dormían sobre el suelo, medio anegados lizador había otros antecedentes, que hay que por el agua corrompida. Y se llenaban de pa- mencionarlos siquiera. Hijo de una familia en triótica impaciencia por hacer de la selva un la que había una exquisita atmósfera de cultu- haz de tierras “más útiles para la labranza y ra, adquirió conocimientos múltiples. Las Ma- más cómodas para la vida humana”. temáticas y la Astronomía fueron el asunto de En el “Memorial Impreso” preparado su predilección. También la Geografía y la para la corona española, como Gobernador Cartografía. Esas disciplinas le trocaron en de la Provincia de Esmeraldas, hace una des- uno de los máximos científicos hispanoameri- cripción prolija de ésta llamándola región de canos. Como a tal le reconocieron los sabios feracidad incomparable, cuyos frutos tropica- de la Misión Geodésica Francesa. Y de igual les son de mejor calidad que los que produce manera la Academia de Ciencias de París y la el resto de la costa ecuatoriana. Alude además Real Sociedad de Londres. La influencia so- a las riquezas auríferas y de piedras preciosas, cial de que gozó fue notable. A los veinte que por cierto jamás despertaron en él ningu- años de edad fue Alcalde Ordinario y Tenien- na codicia, puesto que no quería “exponer la te de Corregidor en Riobamba. Era, además, gloria a que anhelaba con la apertura del nue- dueño de una inmensa fortuna. Pero la noble- vo camino”. Pero en sus páginas, densas de za de su acción, la significación heroica de información y de innegables atisbaduras eco- ella, está precisamente en su decisión de re- nómicas, sobre todo demuestra las razones nunciar a los halagos y comodidades materia- que le movieron a unir la capital quiteña con les, y aún a las vanidades del poder, para en- el puerto de Esmeraldas. Aquella vía comuni- tregarse a una misión llena de abnegación, de caba a Quito, directamente, con ciudades del sufrimientos y peligros, en medio de selvas no comercio internacional, dándola mayor vida domeñadas todavía. Unicamente su coraje y y prosperidad. También levantaba el desarro- su amor de coloso a las cosas del país hicie- llo de pueblos que yacían perdidos en lo más ron posible un camino que venía tentando la inhóspito de la maraña. Articulaba las regio- voluntad de los mejores desde hacía siglos. nes del país y permitía la circulación de los Ahora bien, la obra vial de Maldonado productos exportables. Los dos capítulos que era el fruto de una mente rica de lucidez, que se transcriben muestran bien la certeza de las había reparado en las necesidades de orden eruditas consideraciones de Maldonado. 32 GALO RENÉ PÉREZ

Pedro Franco Dávila cribe, hay descripciones muy útiles de anima- les, pájaros, insectos, reptiles y peces. Es un Es otra de las personalidades que se mundo animado, pluricolor, atractivo, que destacaron en el movimiento científico del si- prueba simultáneamente la abundancia de la glo XVIII. Nació en la ciudad de Guayaquil, y naturaleza americana y el celo de las investi- allí pasó sin duda una vida de estudio que es- gaciones de Pedro Franco Dávila. Resulta, por capa a la investigación de los biógrafos. Lo lo mismo, una lectura provechosa para espe- que con más precisión se sabe es que pasó a cialistas como para profanos. Europa a los treinta y cuatro años de edad. Conquistó un sólido prestigio en las naciones Pedro Vicente Maldonado de allá. Perteneció a las más célebres socieda- des científicas europeas. Su talento fue alaba- Descripción de la provincia de Esmeraldas do por Buffon. Había razones poderosas para “MEMORIAL IMPRESO” tanto éxito. Casi toda su labor estuvo destina- da a la formación de un gabinete de ciencias Representación que hace a Su Majestad el y artes que fue el centro de la curiosidad de Gobernador de la Provincia de Esmeraldas, los especialistas de la época. Lo transfirió a la don Pedro Vicente Maldonado, sobre la corona española, abriéndolo en Madrid en apertura del nuevo camino, que ha descu- 1776, con el nombre de Real Gabinete de bierto a su costa y expensas, y sin gasto al- Historia Natural, pero conservando para sí la guno de la Real Hacienda; empresa no dirección. El escritor guayaquileño Abel Ro- conseguida hasta ahora, aunque, con el meo Castillo recuerda que Carlos III, dada la mayor anhelo, se ha solicitado de orden de Su Majestad por espacio de más de un si- importancia de las colecciones de Franco Dá- glo, para facilitar por este medio las consi- vila, mandó a construir un edificio para ellas derables utilidades y favorables efectos, en el Paseo del Prado. Pero aquél no se termi- que no podrán dejar de resultar con el fre- nó sino en los años de Fernando VII, que or- cuente y recíproco comercio entre la Pro- denó que se le destinara a la célebre pinaco- vincia de Quito y Reino de Tierra Firme. teca que conocemos hoy. Tal fue el curioso Dase noticia de la situación, distancias, antecedente del frecuentadísimo Museo del pueblos, vasallos, doctrinas, ríos, frutos, Prado. puertos y costa de la referida Provincia de Franco Dávila dejó una obra escrita de Esmeraldas, y demás que ha observado es- inestimable interés: “Catálogo Sistemático y te Gobernador, en el dilatado tiempo que estuvo ocupado en la apertura y descubri- Razonado de las Curiosidades de la Naturale- miento de dicho camino; y últimamente se za y de las Artes”. Hay en esas páginas ins- proponen varias providencias para el esta- trucciones útiles para que se recojan y envíen blecimiento y subsistencia, así en lo espiri- al Gabinete, de la mejor manera, “todas las tual, como en lo temporal, de dicho Go- producciones curiosas de la Naturaleza”. Se bierno y Provincia de Esmeraldas. habla de cómo preparar las muestras. De có- mo se hacen las disecaciones. Abundan las Señor: referencias sobre especies de veras raras e in- Don Pedro Maldonado Sotomayor, teresantes. En la “Nota de algunos animales Gobernador y Teniente de Capitán General de más curiosos y apetecidos para el Real Gabi- la Provincia de las Esmeraldas, en vuestros nete de Historia Natural”, que aquí se trans- reinos del Perú, puesto a los reales pies de LITERATURA DEL ECUADOR 33

Vuestra Majestad, con el más profundo respe- es apreciable y se transita con resignación, se to y veneración dice: llega a cerrar la mitad del año, en que, duran- Que siempre se ha tenido por muy útil, do otro tanto el invierno, crecen los ríos, se conveniente y aun necesario al real servicio, roban los caminos, y se inundan de tal suerte a la causa pública y a vuestra erario real, el las llanuras de la jurisdicción de Guayaquil, establecimiento de un mutuo y recíproco co- que, por debajo de las casas que se habitan mercio entre las ciudades de Quito y Panamá por verano, pasan las canoas por invierno, y que, no habiendo entre ellas otra diferencia imposibilitando no sólo los comercios, sino de distancias que la de un grado de longitud aún privando a Quito y a todos los lugares de y nueve de latitud de los de a diecisiete leguas su provincia de las noticias de las embarca- y media castellanas, con la favorable circuns- ciones que salen y entran a Guayaquil de los tancia de que la de Quito dista sólo treinta y puertos de Panamá, México y el Perú. un leguas de elevación de la Mar del Sur, en 5. Estas dificultades, que ocasionan cuyas costas está la de Panamá; la única sen- continuas pérdidas, riesgos, gastos y detencio- da que, en el espacio de casi dos siglos, han nes a los mercaderes y comerciantes, en per- tenido estas ciudades para su corresponden- juicio de la causa pública, son las que hasta el cia, ha sido la desviada y retorcida que, por presente tiempo tienen a la provincia de Qui- tierra y río, corre desde Quito al puerto y ciu- to en tan débil, escasa y costosa correspon- dad de Guayaquil, situada en tres grados de dencia con los demás reinos, que ni puede lo- latitud austral, carrera que tiene en sí todos grar cómodamente los géneros de Europa y los obstáculos que dificultan un vivo, útil y frutas de la América, ni expender los suyos, frecuente comercio. socorriendo con ellos al Reino de Tierra Firme 2. Lo primero, porque, desde Quito a y provincias del Chocó y Barbacoas, que tan- Guayaquil, se camina casi al sur por rumbo to los necesitan, quedando por esto la provin- opuesto y absolutamente contrario al del nor- cia de Quito, como si fuera una de las más re- te, en que está situado Panamá; por cuya ra- tiradas del mar, privada del beneficio que pu- zón se rodean como 180 leguas más que si se diera lograr en vivos y frecuentes comercios, caminara en derechura desde Quito a Pana- que en todo el mundo son los espíritus vivifi- má, aunque por elevación sean algunas me- cantes de los reinos, y las del Chocó y Barba- nos, como se puede ver en cualquiera mapa coas y ciudad de Panamá, sin los socorros y geográfico. auxilios que en tiempo de paz y guerra pudie- 3. Lo segundo, porque, de estas 180 le- ra comunicarles la referida provincia de guas, que se rodean desde Quito a Panamá Quito. por la vía de Guayaquil, las 90 de tierra y río, 6. En fuerza de estas consideraciones, que hay hasta llegar a este puerto, son en la se ha discurrido mucho sobre el descubri- mayor parte de camino doblado y retorcido, miento y apertura de un nuevo camino que, con montes, quiebras ásperas y profundas, y cortando desde aquella ciudad la corta dis- ríos rápidos atravesados, en que por falta de tancia de tierra que la separa del Mar del Sur, puentes se han experimentado muchas des- saliese a algún puerto de la costa, desde don- gracias, como también por tener algunas jor- de las embarcaciones pudiesen hacer en bre- nadas desiertas. ve tiempo sus viajes de ida y vuelta al de Pa- 4. Lo tercero, porque, aun en esta úni- namá para establecer sus comercios y soco- ca vereda para el mar, que por no haber otra rrer, así en tiempo de paz, como de guerra, las 34 GALO RENÉ PÉREZ urgencias que ocurren en el referido Reino de áspera y embreñada; las mismas pinturas y re- Tierra Firme. laciones que de aquellos países hacían los 7. Pero, siempre se ha tenido por muy unos y los otros ratificaban en todos el con- dificultoso y casi imposible reducir a práctica cepto de que por aquellas montañas incultas lo que sobre esto se ha discurrido, por ser pre- y fragosas era imposible conseguir jamás un ciso dirigir este nuevo camino por encima de camino transitable para los comercios. la cordillera de Pichincha y montañas de las 9. Pero, sin embargo de estas dificulta- Esmeraldas, que intermedian entre el territorio des, ha más de un siglo que, de tiempo en de los corregimientos de Quito, Otavalo, villa tiempo, algunos animosos y celosos vasallos de Ibarra y la Mar del Sur, y no haber parte al- de Vuestra Majestad se esforzaron a romper guna de éstas en que dicha cordillera de Pi- un nuevo camino, y en efecto lo emprendie- chincha no sea eminente, doblada, tajada de ron en distintas ocasiones por los parajes que peñas y cortada de precipicios, y en que sus cada uno consideró menos fragosos; cuyas caídas, faldas y llanuras occidentales, que ba- empresas no sólo no tuvieron el éxito desea- jan hasta la costa del mar, no estén cubiertas do, sino que, con las pérdidas de sus cauda- de bosques, estorbadas de colinas y cortadas les y aún de sus vidas, terminaron en funestas de los muchos ríos que nacen de ella, y de los consecuencias, que dejaron para la posteri- demás que riegan y atraviesan las jurisdiccio- dad muchos escarmientos y desengaños, has- nes de los tres mencionados corregimientos, ta que el Suplicante, superando tan arduas di- de cuyo conflujo se forman los más caudalo- ficultades, a costa de muchas fatigas, impon- sos de aquellas montañas, que son: el de Es- derables riesgos y muy crecidos gastos de su meraldas o Río Blanco, el de Santiago, y el de propio caudal, y sin alguno de la Real Ha- Mira, que, haciéndose navegables en sus fi- cienda, ha conseguido la apertura de dicho nes, vienen a descargar en la Mar del Sur. camino, habiéndose verificado ya por él algu- 8. Considerándose invencibles estas nos de los favorables efectos que se espera- dificultades, quedaron reputadas aquellas ban con su descubrimiento. montañas por intrajinables, desiertas e inhabi- 10. Por los últimos y ventajosos, que se tables; pues, aunque se tenía noticia que ha- ha considerado siempre no podrían menos de bía en ellas unos pueblos cortos de indios seguirse, así al público como al real erario, fa- que, después que se redujeron a la fe cristia- cilitándose un recíproco y mutuo comercio na, tenían curas doctrineros, y unas ciertas ve- entre las ciudades de Quito y Panamá, se ha- redas difíciles, embreñadas y retorcidas por lla haber mandado repetidamente los glorio- donde éstos entraban y salían, en partes a pie, sos predecesores de Vuestra Majestad, en di- y en partes cargados a espaldas de los mismos ferentes Cédulas… se solicitase por todos me- indios, haciendo grande mérito en la resigna- dios el descubrimiento de un nuevo camino, ción con que se exponían a graves riesgos de porque, de conseguirse y entablarse por él la vida y a continuas penalidades, y aunque una fácil y breve correspondencia y comuni- del mismo modo salían por las mismas vere- cación entre la provincia de Quito y Reino de das una y otra vez algunos pasajeros de las Tierra Firme, sin las muchas penalidades, que embarcaciones que arribaban a las costas de no pueden menos de experimentarse, y preci- Esmeraldas, que, por librarse de los riesgos sos costos, que no pueden dejar de hacerse del mar, elegían, afligidos y despechados, ex- por la carrera de Guayaquil a causa de su lar- ponerse a los de tierra, aunque fuese la más ga distancia, forzosamente habrían de resultar LITERATURA DEL ECUADOR 35 las considerables conveniencias y favorables Firme y solicitar los socorros y auxilios nece- efectos, que se expresarán inmediatamente. sarios, montar los peligrosos cabos y puntas 11. Lo primero, porque siendo el Reino de su costa, lo que, por no poderse ejecutar de Tierra Firme la llave y paso de los dos Ma- sin mucha dilación y trabajo en los ocho me- res de Norte y Sur, península tan precisa, co- ses, desde el mayo en adelante, por los vien- mo ha manifestado la experiencia desde el tos contrarios, se ven obligadas las embarca- descubrimiento de las Indias, y siendo al mis- ciones a arribar al puerto de Atacames, entre mo tiempo tan estéril de mantenimientos, que el cual y el de Panamá no se hallan semejan- sólo produce maíz, plátanos y carne de vaca, tes obstáculos, pudiéndose subir desde aquel abundará de todo, conduciéndose desde Qui- con comodidad por el río de Esmeraldas o to y por este nuevo camino los alimentos de Blanco, y salir en derechura por el nuevo ca- que carece, y no habrá necesidad de esperar- mino, que ha abierto el Suplicante, a la ciu- los del Perú y de Chile, con la incomodidad e dad de Quito, para dar pronta noticia de cual- inconvenientes que se padecen por su larga quiera urgencia y conducir de vuelta con bre- distancia, lográndolos frescos y baratos, no vedad y facilidad todo género de bastimentos sólo los habitadores del referido Reino de Tie- al referido puerto de Panamá. rra Firme, sino es también los del comercio de 12. Lo segundo, porque trajinándose España, por cuyo medio se evitarán también este nuevo camino se seguirá también benefi- las costosas incomodidades y pestes que se cio a los navíos en el viaje desde Panamá al han experimentado, principalmente en tiem- Puerto del Callao, que, por engorgonarse de po de ferias, por haberlos obligado la necesi- ordinario al subir con las corrientes de las dad de mantenerse con frutos corrompidos; aguas y no poder salir de la ensenada de la cuya utilidad tan apreciable en tiempo de Gorgona, padecen graves daños, que no ex- paz, por lo mucho que importa, como saben perimentarán, pudiendo ser socorridos con todos, la subsistencia y conservación del refe- brevedad y facilidad por el nuevo camino y rido Reino de Tierra Firme, por ser el antemu- río Blanco o de Esmeraldas con bastimentos y ral y defensa de todo el del Perú, será de mu- pertrechos de la referida provincia de Quito. cha mayor consideración en tiempo de gue- 13. Lo tercero, porque, con la misma rra, porque, por este nuevo camino, fácilmen- brevedad y facilidad se podrán conducir los te y con prontitud podrá ser socorrida Panamá pliegos, así del real servicio, como de particu- de gente, bastimentos, municiones, pólvora y lares, cosa importantísima en todos tiempos y demás auxilios en las ocasiones que fuere ne- principalmente en el de guerra; por cuyo me- cesario para defender el Reino de Tierra Fir- dio lograrán también más pronto y fácil viaje me, sus plazas y castillos, que con grande di- a sus respectivos destinos los provistos por ficultad y pérdida se ha conseguido hasta Vuestra Majestad para obispados, canongías y ahora por la vía de Guayaquil, por ser intraji- otras prebendas eclesiásticas, plazas de Au- nable en los seis meses de invierno el camino diencias, Gobiernos y otros empleos, de cuyo por tierra desde la ciudad de Quito a aquel beneficio participarán también los demás pa- puerto, por las inundaciones que padece en sajeros que desde Panamá hubieren de hacer ellos aquella provincia, siendo preciso para viaje para la provincia de Quito y otras partes subir desde el de Panamá al referido Guaya- del Reino del Perú. quil, para dar aviso de las invasiones y hosti- 14. Lo cuarto, porque, los mercaderes lidades que puede padecer el Reino de Tierra de Quito, que tienen que bajar a Cartagena a 36 GALO RENÉ PÉREZ hacer empleos de ropas de Castilla, en que y frecuente comunicación de dicha provincia con muchas incomodidades gastan un año de Quito con el expresado Reino de Tierra Fir- para hacer tan dilatado y penoso viaje, con me. mucho menos costo y en más breve tiempo 16. Lo sexto y último, porque también podrán hacerle a Portobelo, feria más barata resultará el que los vecinos y comerciantes de que la de Cartagena, de que resultará tener es- la Provincia de Quito no tengan que pasar tos géneros los vecinos de Quito con más siempre a Lima, como ahora lo hacen, para conveniencia y a menores precios que a los despacharlos paños, sarguetas, bayetas, esta- que se compran, y pueden vender los dichos meñas, lienzos de algodón y otras brujerías mercaderes conduciéndolos desde Cartagena. que se fabrican en la misma provincia, porque 15. Lo quinto, porque, por este medio haciendo su viaje por el nuevo camino algu- tendrá salida la provincia de Quito de los mu- nos mercaderes de Lima a la vuelta de las fe- chos frutos de que abunda lo fértil y fructífero rias de Portobelo, comprarán en Quito estos de su terreno, por los que se conducirán a Pa- géneros a su elección y con conveniencia, o namá y Reino de Tierra Firme y a las provin- los permutarán con ropas de Castilla, para cias de Barbacoas y el Chocó, los que com- conducirlos a aquella capital y extenderlos en prarán dando su valor en oro los mineros de las provincias de arriba. ellos, cuyos frutos por no tener salida se pier- 17. Para que lograse el público el be- den muchos años, dejando de sembrar mu- neficio de tan considerables utilidades, han chos por esta causa, lo que no sucederá así, sido muchos los que han intentado por espa- sino que antes bien se aumentarán las semen- cio de más de un siglo la apertura y descubri- teras de dicha Provincia de Quito, teniendo miento de este nuevo camino, aunque ningu- países vecinos donde despacharlos y consu- no lo ha conseguido si no es el Suplicante, co- mirlos, con lo que conseguirán también ma- mo deja expuesto a Vuestra Majestad antece- yor aumento los diezmos y consiguientemen- dentemente. te los reales novenos, evitándose en gran par- te al mismo tiempo la extracción de las consi- Fuente: Prosistas de la Colonia; siglos XV - XVIII. Puebla, México, Editorial J. M. Cajica Jr., S. A. 1959, pp. 441-448. derables porciones de planta con que regular- (Biblioteca Ecuatoriana Mínima; la Colonia y la República. mente bajan los mercaderes de Quito sin lle- Publicación auspiciada por la Secretaría General de la Un- var frutos algunos a las ferias de galeones, así décima Conferencia Interamericana, Quito, Ecuador, porque por el nuevo camino, aunque ninguno 1960). lo ha conseguido si no es el Surán, emplean- Relación de los frutos que produce y de do su producto en ropas de Castilla, como porque los de Panamá subirán con ellas a las riquezas que esconde en sus entrañas Quito, donde podrán permutarlas con frutos el fértil terreno de la provincia de de la tierra, con lo que aquella provincia que- Esmeraldas dará rica y abundante y no pobre y exhausta como ahora se halla por no tener salida de los 289. El terreno de la provincia de las frutos de que tanto abunda, no pudiendo con- Esmeraldas es el más fecundo de todos cuan- seguir este beneficio en la mayor parte del tos ha visto el Suplicante en lo mucho que ha año por la vía de Guayaquil, por la larga dis- andado, y produce los mismos frutos que la tancia y demás, que, como se ha expuesto an- provincia de Guayaquil su vecina y continen- tecedentemente, dificulta por ello el comercio te, con la ventaja de ser más abundante y me- LITERATURA DEL ECUADOR 37 jores los de Esmeraldas en aquellas partes que que con su estopa se pueden abastecer las fá- no padecen inundación en los seis meses de bricas de Guayaquil. invierno (que son los más), pues se libra de es- 293. Hay vainilla, achiote, zarzaparri- te perjuicio toda la distancia que media desde lla, hierba de tinta añil y otros frutos de las el Cabo de San Francisco hasta el río de Vai- selvas calientes y templadas. nillas, a diferencia de lo que sucede en Gua- 294. Hay también brea, cera blanca y yaquil, cuya provincia se inunda toda dichos amarilla. seis meses. 295. Hay maderas preciosas y algunas 290. El cacao es muy mantecoso, blan- incorruptibles, las mismas que en Guayaquil, quizco y de tan superior calidad al gusto que bálsamos amarillos, cedros, guayacán, gua- compite con el de Caracas; y si en Esmeraldas chapelí, cocobolo, roble, laurel, ébano, cas- hubiera a quienes repartir tierras y personas col, moral, negro, colorado, ceibo, higuerón, que las labraran, abundarían mucho este fru- matapalo, mangle, espino, canelo y maría, to, con la circunstancia de que, por haber con la ventaja de que los bosques de Guaya- desde allí 150 leguas menos que de Guaya- quil están talados y aniquilados por las fábri- quil a Panamá, se podría conducir con más cas continuas de cien años a esta parte, de facilidad y menos riesgos a España donde fue- suerte que, para arbolar una embarcación, tie- ra muy celebrado, pues allá sucede que en nen que conducir de grandes distancias y con Barbacoas, al mismo tiempo que compran muchos gastos los árboles mayores, tirándolos una arroba del cacao de Guayaquil por 12 desde el monte de Misambulo con 50 y más reales, pagan 4 pesos por una del de Esmeral- yuntas de bueyes, y en Esmeraldas los bálsa- das, consistiendo la diferencia de calidades mos y amarillos están casi al borde del mar y en que, como se ha dicho, la provincia la de los ríos, y en el de Santiago abundan los Guayaquil se inunda en invierno, de suerte árboles marías para arboladuras, porque están que por huertas de cacao andan navegando vírgenes las selvas; y si las maderas preciosas en canoas para recoger el fruto por aquel y finas que hay en Esmeraldas se trabajaran en tiempo, y en las más partes de Esmeraldas, máquinas de agua o de viento, como las que por ser el terreno alto, jamás se ve inundación hay en La Habana, y en otros dominios, logra- alguna. ría gran comodidad la ciudad de Lima, a don- 291. Los plátanos, fruto con que se de se llevan desde Chile y de la Nueva Espa- abastecen principalmente las embarcaciones ña con crecidos costos. que arriban necesitadas al puerto de Ataca- 296. Y aunque la provincia de Guaya- mes, sobre ser muy abundantes en Esmeral- quil logra la ventaja de ser al presente más có- das, uno de allí vale por tres de Guayaquil, y moda y amena por tener campañas descu- a voto de los que han visto toda la América biertas en que se mantienen muchos ganados son los mejores de toda ella. por el verano, si las llanuras de Esmeraldas es- 292. Hay algodón otro tanto mayor tuvieran despojadas de los bosques que las que en Guayaquil; peje de mar, como el de la hacen terribles y de aspecto sañudo, no es du- Punta de Santa Elena y mejor en los ríos don- dable serían más útiles para la labranza y más de no entra la marea; palmas de cocos mayo- cómodas para la vida humana, por no inun- res en el árbol y en el fruto, el cual es más darse nunca, como se inundan las de Guaya- abundante en el Cabo de San Francisco, don- quil los seis meses de invierno, en los cuales de hay tantos sin que nadie se sirva de ellos, por esta razón son inútiles e inhabitables. 38 GALO RENÉ PÉREZ

297. Los preciosos frutos y riqueza que chos zambos vieron que los blancos las esti- encierra la provincia de Esmeraldas, y de que maban, las arrojaron todas al río, y entre ellas carece la de Guayaquil, son oro y esmeraldas, algunas de extraordinario tamaño, y que por porque, según refieren los autores de las con- esto trasladaron al sitio en que hoy habitan la quistas del Perú, es constante que las prime- población en que vivían antes a vista de aquel ras que se trajeron a estos reinos fueron las monte, cuya situación y la del pueblo antiguo que hallaron en aquel, de extraordinario ta- se podrá reconocer en el mapa que acompa- maño y fineza, sus primeros conquistadores, y ña a esta representación. que éstas fueron sacadas de las montañas de 300. En las riberas de los ríos de San- Manta, que son las mismas de la provincia de tiago y de Mira y en todas las de los demás las Esmeraldas, de que tomó ésta su denomi- ríos pequeños que entran en aquellos, hay nación; y habiéndose logrado este hallazgo criaderos y veneros de oro, del que se valen antes de que en el Nuevo Reino de Granada algunos de sus habitantes mulatos y mestizos, se descubriesen los minerales de Muzo, de que se han retirado allí de la provincia de Bar- donde después se han traído, es evidente ha- bacoas, los cuales siempre que les urge algu- berlas muy preciosas y singulares en dicha na necesidad lavan la tierra que les parece y provincia, consistiendo sin duda el no haber- la que menos trabajo les cuesta, y sacan el se descubierto en los principios ni después los que necesitan sin recato ni misterio alguno, minerales de ella, en que las conquistas del porque estando lastrado de estos veneros todo Perú por aquella consta no pasaron del puer- el país que comprenden estos dos ríos, no es to de Manta y en haber quedado y estado has- cosa capaz de ocultarse a quien quisiere ser- ta ahora poco conocidas y nada traficadas las virse de ellos. siguientes montañas. 301. Las principales razones para no 298. Los zambos de Esmeraldas no só- haberse establecido labores de minas en la re- lo no niegan que las hay en aquella provincia, ferida provincia de las Esmeraldas, son las si- sino que antes bien como cosa sabida mues- guientes. La primera, por ser país desierto, in- tran el cerro o monte donde se crían, el cual, culto y embreñado de selvas, en que antes de bajando el río de Esmeraldas, está dos leguas trabajar en sacar oro, es menester abrir la tie- distante de él, a la banda izquierda del Sur rra, desmontarla y sembrarla para asegurar el cuatro leguas antes del pueblo del mismo alimento. La segunda, por no haber caminos nombre. cómodos para la provincia de Quito, y por es- 299. Y aunque niegan el conocimiento ta razón no poderse abastecer los mineros de de la boca de la mina, diciendo que sus ante- lo que necesitan, y faltar en aquellos desiertos pasados la conocían en tiempo de su gentili- pasto espiritual para los consuelos y alivio de dad, pero que los que hoy viven no ponen los las almas. La tercera, porque en fierro, sin el pies en aquel monte, lo cierto es que ellos tie- cual no se pueden emprender semejantes la- nen horror de que se descubra, porque temen bores es tan caro, que cuando menos vale en que los obliguen al duro trabajo de sacarlas, y Quito 50 pesos el quintal y hay tiempos en también lo es que los primeros doctrineros que no se halla por 100 pesos ni por ningún que bajaron a doctrinarlos y los primeros es- dinero. La cuarta y última, la falta de negros y pañoles que los acompañaron ahora cien el excesivo precio a que los vendían los ingle- años, hallaron que las mujeres las traían col- ses cuando tenían la factoría de Panamá. gadas al cuello y supieron que luego que di- LITERATURA DEL ECUADOR 39

302. También es cierto que hay perlas tablecido en esta Corte para beneficio e ins- muy preciosas en toda la costa desde este trucción pública. puerto hasta el de Manta, lo que es constante a todo el reino del Peru; pero, como hasta hoy Nota de algunos animales más curiosos son costas desiertas de hombres capaces de y apetecidos para el real gabinete solicitarlas y de costear buzos y hacer estable- de historia natural cimientos para conseguirlas, no se logra este La fara o ravala es un cuadrúpedo de beneficio. América que tiene una bolsa en el pecho, en 303. Todas estas riquezas encierra el donde, después de parir, recoge sus hijos pa- terreno fecundo de Esmeraldas y, para que no ra criarlos. El mapurito es un animalito muy parezca extraño no haya traído oro, perlas ni hermoso, que cuando le persiguen, se defien- esmeraldas el Suplicante, debe hacer presen- de con una ventosidad tan hedionda, que no te a Vuestra Majestad que ni pudo adquirirlas, hay hombre ni animal que la pueda tolerar, y ni sus deseos tuvieron por término solicitar le dejan. El león, el tigre, la pantera, el rino- para sí estas riquezas, porque ni era dueño del ceronte, la gazela, la cebra o asno rayado, el tiempo, ni de los hombres, ni de un caudal erizo de cola larga de la América, muy raro, distinto, que era necesario para las intenden- el gato de Argelia, el oso hormiguero de Mé- cias de minas y de pesquerías, ni era razón xico, llamado por los indios izquiepalt; otro exponer la gloria a que anhelaba con la aper- oso hormiguero pequeñito de color de cane- tura del nuevo camino a que se confundiese y la, más raro; la ardilla volante de la Virginia; aún malograse con un objeto que, siendo otra ardilla muy rara de Nueva España, con prueba de la codicia, le hubiera malquistado pintas blancas sobre un color gris que tiene la con los indios, y zambos del país, a quienes cola abierta o partida en cuatro colas, que pa- necesitaba para perfeccionar su proyecto. recen otras tantas ramas que salen de un tron- co; el gato montés, y el venado de Nueva Es- Fuente: Prosistas de la Colonia; siglos XV - XVIII. Puebla, paña diferente de los de Europa: el ciervo de México, Editorial J. M. Cajica Jr., S. A. 1959, pp. 458-462. (Biblioteca Ecuatoriana Mínima; la Colonia y la República. especie muy pequeñita, cuyas piernas suelen Publicación auspiciada por la Secretaría General de la Un- los curiosos engastar en oro porque son tan décima Conferencia Interamericana, Quito, Ecuador, delgadas como una pluma de escribir; el ra- 1960). tón salvaje, llamado marmota, cuyos hijos se agarran por el rabo al de la madre, y se tienen Pedro Franco Dávila sobre las espaldas, y así los libra ella cuando teme algún peligro; el jabalí de las Indias Instrucción Orientales, llamado babirossa, raro, que tiene Hecha la orden del Rey N. S. para que dos colmillos que salen del cráneo, encorva- los virreyes, gobernadores, corregidores, al- dos hacia arriba, a manera de dos cuerneci- caldes mayores e intendentes de provincias llos; el perro volador que se encuentra en la en todos los dominios de S. M. puedan hacer, América Austral, y tiene desde la cabeza has- escoger, preparar y enviar a Madrid todas las ta la extremidad del cuerpo una membrana producciones curiosas de Naturaleza que se extendida de ambos lados con la que vuela; el cutú, animal que conocemos en Europa de encontraren en las tierras y pueblos de sus poco tiempo a esta parte, se cría en las Indias distritos, a fin de que se coloquen en el Real Orientales, y es una especie de cabrón que Gabinete de Historia Natural que S. M. ha es- 40 GALO RENÉ PÉREZ tiene las astas muy grandes, levantadas en al- de Cartagena de Indias, en donde los llaman to y torneadas en espiral, que parecen traba- por ironía pericos ligeros. De estos animalitos jadas con arte. De los cuadrúpedos con con- se conocen dos especies, que se distinguen chas, llamados armadillos en unas partes de por los dedos de las manos; los unos tienen las Indas y en otras quiriquinchos, hay mu- tres, y los otros solamente dos. El ymansaca o chas especies que se distinguen por las más o samarguge en la Provincia de Jaén, es animal menos fajas que tienen encima del cuerpo, curioso. La vicuña, el guanaco y la llama se como también por sus cabezas, asimilándose encuentran en el Perú, en la sierra. Entre los en unos a la de un puerco, y en otros a la de murciélagos que se conocen en las Indias los un perro. Los portugueses tienen una especie hay que tienen más de una vara de largo des- que se cría en las cercanías de Macao y le lla- de la extremidad de una ala a la otra. Entre los man vergoñoso. Los holandeses tienen otro, sapos se trae uno de las Indias Orientales, co- que llaman el diablo de Jaba. Estos son mu- nocido con el sobrenombre de pipa o tonel, cho más grandes y en todo diferentes de los por ser muy grande y grueso. Hay otra espe- de nuestra América; los cocodrilos difieren de cie de sapo o rana muy singular que tiene los caimanes o lagartos, y se desearía lograr cuernos. Hay iguanas, camaleones, salaman- de cada especie uno de los más grandes. Hay dras, zincos, lagartijas de muchas variedades tortugas o galápagos de mar, de tierra y de y géneros, tanto terrestres como acuáticos; agua dulce. Entre los géneros que conoce- unas tienen rabos redondos y otras anchos; mos, la tortuga que da la concha o carei de las hay espinosas, voladoras o con alas, lla- que se hacen cajas para tabaco, embutidos, madas dragones, de las que conocemos dos etc., es muy estimada. En las Islas de Barlo- especies, unas que tienen las alas unidas a los vento y en otras partes de Indias es comida brazos y otras que las tienen separadas; las muy sana y regalada la tortuga; y hay algunas hay que tienen a las extremidades de los de- grandes, que pesan hasta cuatrocientas libras. dos unas carnosidades orbiculares como ve- Los géneros de monos y micos que hay son rrugas. Los mexicanos tienen una, llamada ta- muchos, que llaman hombres de los bosques; payaxín, que es de forma redonda. otros tan pequeñitos, que no son mayores que un gato de un mes. En Filipinas hay una espe- Pájaros cie de ellos todos blancos; hay otros que tie- nen los labios y los pechos de color de rosa. El avestruz, la mayor de todas las aves, De los titíes, que son los más chiquitos, hay se cría en las pampas de Buenos Aires y tam- unos que tienen un moño sobre la cabeza. bién en Africa. Hay dos variedades que se dis- Los macaos tienen el pelo verdoso, lustroso y tinguen por los dedos de los pies; las unas tie- bello. En la Provincia del Chocó hay una cas- nen dos y las otras tres. El quebranta-huesos, ta de monos negros, que tienen en aquella tie- alias carnero de las Malvinas, es muy grande. rra por comida muy regalada; en los valles El cóndor tiene cuatro varas de largo desde la hay otros, que los naturales del país llaman en punta de una ala a la otra. El onocrótalo, alias su lengua tutacusillo; éstos velan de noche, y pelícano, llamado en la América (donde hay duermen de día. La que llaman onza en el Pe- muchos) alcatraz, se diferencia en tener pico rú, es grande como un carnero y diferente de dentado o pico sin dientes y también en el co- la que tiene el mismo nombre en Africa, que lor blanco o encarnado. Hay otra suerte de es muy pequeña, y viene por Orán. El perezo- pelícano o rabiorcado, que extendidas las so es común en las provincias de Guayaquil y alas, ocupa un espacio de más de catorce LITERATURA DEL ECUADOR 41 pies. Este pájaro vuela tan alto que apenas se paujies, que tienen un moño de plumas ne- divisa. Solicítanse los flamencos y sus varie- gras rizadas como la escarola, y otra especie, dades; las cucharas llamadas en Europa pate- llamada pauji de piedra, porque en lugar de las o espátulas por la similitud que tiene su pi- moño tienen una carnosidad o eminencia du- co con éstas; las garzas y garzotas de varios ra del tamaño de un huevo de gallina, de co- colores; los gallinazos todos negros, y los de lor ceniciento jaspeado, que parece efectiva- cabeza colorada; el sopiloto o rey de los ga- mente piedra. El pájaro llamado rinoceronte llinazos; el piquero, pájaro de mar muy her- es grande y de los más raros; tiene el pico po- moso; el piche con el pecho colorado; la pu- co más corto que el de los picofrascos, pero tilla con el pecho de color de nácar; el corre- más grueso, el cual en la parte superior tiene gidor con cola grande; el cardenal todo rojo, como otro medio pico, en unos encorvado de Nueva España; el cardenal blanco, negro y hacia atrás, en otros oblicuo, siguiendo la di- rojo, llamado dominicano, de Buenos Aires; rección del pico principal; y otro hay que tie- las variedades de gallaretas, gallinetas y una ne encima del pico una prominencia de figu- multitud de otros que se encuentran en Lima ra de media caña excavada espiralmente por y sus cercanías; los pavos de la montaña, y su longitud. El pájaro llamado manucodiata, también los pavos granaderos que se crían en conocido también con el nombre de ave del los valles y son muy hermosos; el cacique de paraíso, es de los más raros, y los autores Guayaquil, de color amarillo, negro y punzó, cuentan cinco especies, de las cuales se ha- rojo es de los más vistosos y de mejor canto; llan más fácilmente tres; la primera y más co- los tucanes, conocidos en el Perú con el nom- mún es la de los que tienen las plumas de la bre de pájaros predicadores, y en España con cabeza verdes cambiantes, las del cuerpo de el de pico-frascos, que se encuentran en los color obscuro, y las de las alas y cola, que son Reinos del Perú, de México y de Santa Fe de muy largas, amarillas; la segunda la de los muchas variedades, con los picos ya denta- que son todos rojos, con dos plumas sin pelo dos, ya sin dientes; unos que tienen las plu- muy largas que salen de la cola como dos hi- mas del pecho todas amarillas, otras negras, los, y se enroscan en sus extremos; la tercera, otros punzó, etc.; el tucán verde de México, y que es rarísima, tiene las plumas de delante el amarillo con una faja de color gris en el del pescuezo como escamas de oro bruñidas, pescuezo, los cuales son muy raros; los gua- y las de detrás del mismo pescuezo parecen camayos y papagayos; los loros, cotorras y de plata resplandeciente; desde la cabeza pericos que son de tantas variedades; los pa- hasta los pies caen dos plumas delgadas co- jaritos llamados en las Indias visita-flores, de mo hilos que rematan en una plumita redon- los cuales hay muchas especies; unos tienen da de color verde cambiante, siendo las de to- las colas tres veces más largas que el cuerpo, do su cuerpo de color obscuro que tira a rojo. otros medianas; y los hay entre ellos tan pe- Todo género de águilas y aves carnívoras y de queñitos, que los llaman pájaros moscas; sus rapiña; de lechuzas, buhos y otras nocturnas; colores son cambiantes, y parecen diferentes los pájaros palmistas, como ánsares, patos, y por cada parte que se miran, y por esta razón otros que abundan en los ríos, lagunas, y ma- los llaman también los indios pájaros de siete res, de multitud de especies. Sólo en Guaya- colores. En los cerros de Puertobelo, en la quil se conocen ocho, que son cucubíes, ma- Provincia de Caracas y en la Isla de la Marga- rías, labancos, bermejuelos, nadadores, zam- rita se crían unos pájaros hermosos llamados bullidores, patos reales y patillos. En Cartage- 42 GALO RENÉ PÉREZ na de Indias hay un ánade muy hermoso, lla- tienen a la extremidad superior de sus ante- mado vindilia, que tiene el pecho rojo; en la nas; las nocturnas tienen las antenas más cor- laguna de México, hay una cantidad de ellos; tas en masitas, con unos pelitos de un lado y en las Islas Malvinas es bien conocido el pá- otro como los de una pluma. No hay país co- jaro niño; y en el Reino de Chile en las Cos- nocido que no tenga sus mariposas. En el Río tas de Valparaíso hasta Chiloé hay otras espe- de las Amazonas se encuentran unas grandes cies más pequeñas. Las grivas, que vienen del como la mano de un hombre, de un color Brasil, de color de púrpura y blanco y de los azul tan brillante que parece esmalte. Todas colores azul, púrpura y negro, son los más las que mademoiselle de Merian publicó en hermosos, como todos los otros pájaros que su Historia de Insectos de Surinam, las tene- vienen de aquel país. En Mallorca y Menorca mos en Guayaquil, en donde los árboles fru- se encuentra una grulla conocida con el nom- tales, y los otros son también los mismos. Las bre de pájaro real, que es rara y hermosa por que vienen de la China son muchísimas y ra- un moño que tiene sobre la cabeza de una es- ras y se pueden adquirir por la vía de Manila. pecie de pluma o pelo que parece grama. En Las hay de una cuarta de largo, con unas pin- el Golfo de Honduras de la Provincia de Gua- tas sobre las alas de un blanco transparente temala hay un pájaro rarísimo por la hermo- que parece talco. Los escarabajos y todos los sura y variedad de sus colores, llamado por insectos de estuche no son menos considera- los naturales quetz-altototl; en el río Sinú, bles y curiosos en sus géneros y variedades. Provincia de Cartagena de Indias, hay el pája- Hay unos llamados rinocerontes por un cuer- ro llamado chavaria, que es un acérrimo de- no que tienen sobre la frente. Los capricornios fensor de las gallinas y gansos; la especie de se distinguen por sus antenas nudosas, en al- tordo, llamado por los naturalistas orfeo, y por gunos tres veces mayores que el cuerpo. Los los indios cencotlatolli, que canta dulzura ciervos volantes por sus astas ramosas que que encanta a cuantos la oyen. En la Provin- imitan las de un venado. El cucuyo es bien cia del Chocó, en Cartagena, en el Reino de conocido en toda la América, por la luz tan Santa Fe, en todas las Cordilleras son muchí- clara y durable que despiden sus ojos en la simos los géneros de pájaros que se crían de obscuridad. Los indios dejan de noche en sus colores exquisitos. Del Reino de México se aposentos algunos de ellos a fin de tener luz trajo a España una águila de dos cabezas. Fi- toda la noche, pues se ve alternativamente nalmente cada provincia tiene sus faisanes, que cuando unos ocultan la luz, otros la ma- sus tórtolas, sus palomas, sus pájaros caseros nifiestan. Encuéntranse muchos géneros de o domésticos y sus pájaros de canto. Se pro- chicharras o cigarras, de cantáridas, de abe- curará enviar de todos los huevos de aves que jas, abejones, avispas, arañas, alacranes, gu- sea posible y sus nidos. sanos, cienpiés, hormigas, e infinidad de otros insectos todos admirables, y todos dignos de Insectos conservarse en el Gabinete de Historia Na- cional. Las mariposas son los insectos que más adornan los gabinetes, por la gran variedad y Reptiles hermosura de sus colores. Entre ellas unas son diurnas y otras nocturnas; las primeras se co- La culebra boba, o buyo que se en- nocen por una masita oblonga o redonda, que cuentra en muchas partes de América, es tan LITERATURA DEL ECUADOR 43 grande y gruesa, que ha sucedido sentarse un da así, porque tiene encima de las espaldas hombre sobre una que estaba dormida cre- cerca de la cabeza, unos, formados por sus yendo que era un tronco de árbol, sin haber escamas, que parecen pintados. Hay una cu- salido de su engaño hasta que con asombro lebra muy hermosa que tiene siete listas pro- reparó empezaba el animal a moverse. En la longadas desde la cabeza hasta la cola, cada Provincia de Jaén hay una culebra boba, lla- una de diferente color; esto es, rojo, amarillo, mada por los indios mecanchi, que tiene la azul, blanco, verde, negro y de violeta. Los singularidad de ser corta como de una vara, y portugueses tienen una serpiente de cabeza gruesa como el muslo de un hombre. Las cu- muy grande, que llaman cobra de capello, lebras de cascabel se crían en muchas partes que tiene una banda hermosa, y sobre ella de la India; tienen el cascabel a la extremidad una especie de cara que se parece a la de un de la cola, de suerte que cuando andan, avi- hombre. La serpiente portacruz, llamada así san con el sonido del cascabel para que hu- porque tiene en todo su cuerpo unas rayas yan de ellas, porque la mordedura es mortal. que se atraviesan y forman cruces; la serpien- En Guayaquil hay dos culebras singulares: te pintada como la piel de un tigre; la serpien- una toda verde que llaman de papagayo por te marina de cabeza coronada; la serpiente su color, y voladoras porque se lanzan de un argos de Guinea, rara; la del Brasil llamada árbol a otro a distancia de cinco a seis varas; ibiara de color rojo con cola doble, muy rara; la otra que llaman de coral tienen todo el la de México llamada bitín, gruesa, y corta; la cuerpo dividido en fajas circulares alternati- del Río de la Plata cubierta de estrellas; la ser- vas, una blanca y otra de color coral. En el piente negra como el carbón; otra del mismo Chocó hay una víbora muy pequeñita, que color con cabeza blanca adornada de una es- llaman de bejuquillo. Esta suele estar debajo pecie de corona o diadema; la serpiente de de las hojas secas que caen de los árboles; y Nueva España de cien ojos, llamada tamacui- si los indios, que de ordinario andan descal- lla huilia, y otra del mismo paraje llamada el zos, la pisa, los pica; y es tan eficaz su vene- emperador de Guadalajara; la del Paraguay no, que al instante el paciente empieza a llamada tucumán, y otras son todas muy cu- echar sangre por las narices, y por todos los riosas. poros de su cuerpo, muriendo en poco tiem- No es el mar menos fecundo en ani- po sin remedio. En las costas de Malabar se males que la tierra y el aire. Las ballenas son crían unas culebras de dos cabezas, la una tan grandes, que sólo pueden esperarse para junto a la otra, de las cuales hay quien ha vis- el Gabinete algunas de sus partes, como hue- to una conservada en licor, y también se halla sos, etc. El pez llamado narval tiene por de- grabada en autores clásicos como Aldobando, fensa un hueso o marfil muy sólido, de forma Seba, etc., por lo que se cree no ser monstruo- redonda, de 8 a 9 pies de largo, que en su na- sidad sino una especie. Las culebras llamadas cimiento tendrá como tres pulgadas de diá- anphisbenas, que algunos pretenden tener metro y va disminuyendo hasta acabar en dos cabezas, una a cada extremidad de su punta. Se conocen dos especies: la una tiene cuerpo, no tienen en realidad más que una; este hueso de forma redonda retorcida, o en ocasionando este error el ser iguales por todo espiral, y la otra que lo tiene redondo y liso, el cuerpo, y el que la cola no remata en pun- es muy rara. El peje-espada tiene su defensa ta, como en las otras, sino que es ancha como en la frente, y hay dos especies; la defensa del la cabeza. La culebra con anteojos, es llama- uno es como una hoja de espada ancha de 44 GALO RENÉ PÉREZ dos cortes, y la del otro como una sierra con fre; el triangular; el manatí o vaca marina; el dientes por ambos lados. El pez llamado mar- lobo marino, los dorados, los voladores, las tillo es singular por la similitud que tiene su serpientes y agujas de mar; los peces llamados cabeza con la de los martillos ordinarios. En- rinocerontes, porque tienen un cuerno sobre tre los peces llamados orbes por su figura re- la cabeza; la rémora, y otros infinitos, admira- donda, hay unos erizados de puntas en todo el bles por sus formas, colores, etc. cuerpo, otros con estrellas, otros cuyas esca- mas forman como unas rodelas pequeñas. El Fuente: Prosistas de la Colonia; siglos XV - XVIII. Puebla, México, Editorial J. M. Cajica Jr., S. A. 1959, pp. 500-510. perro-marino es muy voraz: tiene la boca muy (Biblioteca Ecuatoriana Mínima; la Colonia y la República. grande con diferentes órdenes de dientes. Hay Publicación auspiciada por la Secretaría General de la Un- el corcobado, llamado así porque tiene una décima Conferencia Interamericana, Quito, Ecuador, gran prominencia sobre el cuerpo; el pez co- 1960).

Notas

1 La similitud verbal es mayor en latín: “mare” = mar 2 “Dedo de agua” (en lat. = digitus aquae): equivale a – “amare” = amargo. N. del Tr. 1/12 de onza de agua. N. del Tr. V.– La creación literaria. Antecedentes precolombinos. Iniciación de la literatura propiamente ecuatoriana. El caso de Gaspar de Villarroel

De cuanto se conoce de la época pre- do atribuída a un cacique de Alangasí, pobla- colombina de nuestra América, ninguna de ción de la sierra ecuatoriana. Pero aquellos las literaturas nativas parece que alcanzó la versos, aun a pesar de su procedencia e inspi- jerarquía augusta de la maya y la quiché. No ración, si se los mira bien, son ya coloniales, obstante, otros pueblos americanos tuvieron porque el sacrificio de Atahualpa ocurrió des- también expresiones literarias harto interesan- pués de que los españoles tomaron posesión tes, que se fueron desprendiendo hacia el ol- de América. vido porque no se fijaron en los símbolos de Obedece a esa razón la común ten- la escritura. Las lenguas aborígenes no eran lo dencia de nuestros países a estudiar sus letras suficientemente aptas para ello. La quechua, desde la época del dominio europeo. Es decir por ejemplo, que se extendió por el amplio desde cuando el antiguo continente se trocó dominio de los incas, desde Colombia hasta en un nuevo mundo: el indo-hispánico. Du- la Argentina, no logró otra representación grá- rante los primeros decenios de aquel período, fica que los quipos. Y fue ésta completamen- el ejercicio de escritor –enzarzado en las pun- te simple y limitada: pequeños cordoncillos tas sangrientas de la guerra y la aventura– no de diversos colores con nudos en niveles dis- perteneció sino a soldados y frailes oriundos tintos. Probablemente los quipos no servían de España. Sus nobles empeños han quedado sino para cuentas o rápidos mensajes en cla- registrados en la épica y la crónica de Indias. ve. Una lengua literaria, a pesar de la admira- Sabemos ya, según se ha explicado en el ca- ble cultura a que los incas llegaron, no la tu- pítulo del pensamiento histórico de los Cro- vieron en verdad. Sus amautas y sus aravicos nistas, la significación de aquella obra tem- (llamémosles apropiadamente “yaravicos”, prana dentro de la cultura del Ecuador. Pero porque eran rapsodas indios que cantaban mucho más que eso importa conocer la pro- versos al son del yaraví), crearon sólo oral- ducción, no del conquistador establecido en mente. nuestro hemisferio, sino del escritor nativo u Eso mismo ocurrió en el Ecuador, que originario de la propia Hispanoamérica. Ese contó con teatro, poesía y fábula únicamente tipo de escritor comenzó a aparecer a media- orales. Algo de ello se salvó por la eventual dos del siglo XVI. En sus postrimerías había ya diligencia de algún misionero español, que centenares de ellos, según la anotación del consiguió trasladar al alfabeto latino los soni- humanista Pedro Henríquez Ureña. dos quechuas. Quedó así la creación en la De tal modo se fueron decantando los lengua original, pero a través de la grafía lati- atributos literarios revelados entonces en va- na, y de ahí se la vertió al castellano. Un rias partes del continente, que hacia la nueva ejemplo importante es el de la elegía com- centuria ya hubo personalidades de mérito in- puesta por la muerte de Atahualpa, que ahora discutible. Tal el claro y ameno Garcilaso de se puede leer en los dos idiomas, y que ha si- la Vega, el Inca, mestizo peruano. Lo mismo 46 GALO RENÉ PÉREZ

Juan Rodríguez Freile, colombiano, autor de modo tan cabal los hábitos monásticos de vi- “El Carnero” o crónica viviente, rica de sabro- vir y de pensar como en Villarroel. La suya fue sas anécdotas, de la sociedad bogotana. Igual una personalidad constreñida y a la vez mag- también el chileno Francisco Núñez de Pine- nificada por la Iglesia. Ya en el claustro, pron- da y Bascuñán, dueño de una codiciable de- to comenzó a sentir el despertar de su voca- senvoltura narrativa. Y aun más apreciable su ción literaria. Y, simultáneamente, su singular compatriota Pedro de Oña, el poeta épico de disposición para el magisterio universitario “El Arauco Domado”, en cuyos versos deste- (enseñó Artes y Teología) y para la oratoria sa- llan ya delicados primores de estilo. Pero más grada. La suma de tales esfuerzo fue la base universales que todos ellos los mexicanos Sor de su prestigio, de sus viajes, de sus dignida- Juana Inés de la Cruz, encantadora en la poe- des eclesiásticas. Villarroel lo ha recordado: sía y la prosa, y Juan Ruiz de Alarcón, estima- “Llevóme a España la ambición; compuse do como uno de los cuatro grandes dramáti- unos librillos, juzgando que cada uno había cos de la época de oro de las letras castella- de ser un escalón para subir. Hiciéronme nas (los otros fueron Lope de Vega, Tirso de Obispo de Santiago de Chile”. Nada le enva- Molina y Calderón de la Barca), y a quien imi- neció. Quiso seguir vistiendo modestamente. tó el francés Corneille. En el Ecuador las ma- “Un hilo no he trocado de mi hábito, y no me nifestaciones literarias no estuvieron a la zaga distingo en el vestir de un lego”. Alguien que de aquéllas. Durante el mismo siglo aparecie- le conoció corroboró: “Andaba remendado ron los poetas Antonio Bastidas y Jacinto de como un pobre capuchino”. Parecía sonreírse Evia y un prosador de quien se habla a con- de la arrogancia de esos prelados que aun tinuación: Gaspar de Villarroel. buscan lo suntuoso entre los mármoles de la En un apretado recuento autobiográfi- muerte. Por eso confesó: “…pienso enterrar- co –de ésos que suelen preferir los que des- me donde se entierran los negros y los in- precian la fama pregonera– nos ha dejado Vi- dios”. Pero, eso sí, en España se sublevó de llarroel algunos datos personales, que podrían coraje cuando percibió que era común el tra- conjuntarse con los que se muestran dispersos to despectivo hacia los “indianos” o criollos, en muchas de sus páginas, si se intentase u hombres nacidos en América. Y no dejó de componer una imagen completa de él. Tocan- condenar el absurdo de que “los que nacieran do ahora de prisa lo prominente de sus he- libres vivan esclavos”. Desde luego, él triunfó chos y su labor intelectual, debemos estable- plenamente en España, donde demoró como cer siquiera las siguientes breves referencias y diez años, siempre arrebatando con su talen- criterios. “Nací –dice el escritor– en Quito, en to y su poder oratorio. También su obispado una casa pobre, sin tener mi madre un pañal en Chile fue ejemplar. Consiguió que armoni- en que envolverme, porque se había ido a Es- zaran –cosa suprema entonces– las autorida- paña mi padre”. Eso fue, seguramente, en des de la Iglesia y el Estado. Para encarecer la 1587. Cursó allí mismo sus primeros estudios. significación de ello escribió “Gobierno Ecle- Después pasó a Lima, donde se “crió”, com- siástico Pacífico”, o “Unión de los dos cuchi- pletó su educación y profesó en la Orden de llos, pontificio y regio”: obra en dos volúme- los Agustinos. “Entreme fraile –advierte– y nes, aparecidos entre 1656 y 1657. Rasgo nunca entró en mí la frailía”. Pero no es fácil también destacado de entonces fue lo heroico saber lo que quiere decir con ello, porque po- de su comportamiento en el movimiento sís- cos religiosos habrá en quienes “entren” de mico que destruyó a la ciudad de Santiago. LITERATURA DEL ECUADOR 47

Uno de sus discursos más elocuentes lo pro- mos de la realidad circundante que a veces le nunció entre las ruinas, con el afán de fortale- obligaron a un enfoque humano e inmediato. cer a los pobladores, desolados unos y empa- A esos momentos pertenecen denuncias co- vorecidos otros. Las páginas de “El Gran Te- mo ésta: “Hemos visto en este Reino matar los rremoto de Santiago de Chile en 1647”, con soldados un indio, sólo por quitarle un caba- que describió el acaecido y que se encuen- llo, que han de vender por un peso, y despe- tran en el aludido libro de Villarroel, tienen dazar una india por robarle una manta”. Ade- algo de la eficacia conmovedora que reveló el más, entre la narración de los milagros, que gran José Martí en el siglo XIX, al trazar la ma- cobran perfiles de hechos tangibles gracias a gistral imagen del terremoto norteamericano su estilo persuasivo, confidencial y sincero, y de Charleston. Tras el desempeño episcopal confundidas con sus lecciones de moral, co- de Santiago, pasó el escritor, con la misma rren múltiples anécdotas llenas de vida y su- dignidad, a la ciudad peruana de Arequipa, gestión. Eso anima su prosa y la rescata de la donde murió en 1665. monotonía. Hay rasgos amenos que hacen Gaspar de Villarroel dejó una obra ex- pensar en que son un antecedente lejano de tensa –como doce volúmenes pero poco va- las tradiciones de Ricardo Palma. Y limpidez riada. Los “Comentarios, dificultades y discur- idiomática y gusto de la frase que parecen sos literales y místicos sobre los Evangelios de una anticipación del estilo de Montalvo. Pero la Cuaresma”, las “Historias Sagradas y Ecle- el parentesco se lo cree más notorio cuando siásticas Morales”, el “Gobierno Eclesiástico se lee a Sor Juana. Las observaciones que ella Pacífico”, que cuentan entre sus mejores li- escribió en la “Respuesta de la Poetisa a la bros, son una prueba de su limitación temáti- Muy Ilustre Sor Filotea de la Cruz”, la prefe- ca, de la rigidez de su preocupación religiosa. rencia por las letras de San Jerónimo, San Las explicaciones del texto bíblico, la rela- Agustín, Plinio y Séneca, las frecuentes citas ción de numerosos milagros, los consejos a la latinas, y en general su donaire estilístico, clerecía, las enseñanzas morales, ocupan el muestran cierta afinidad con lo mejor de la mundo de sus letras. Jamás se salió Villarroel prosa del tan interesante clásico ecuatoriano de sus sotanas de agustino para la realización del siglo XVII. de su aventura intelectual. Pero hubo recla- VI.– El gongorismo en Hispanoamérica. Razones de su rápida influencia. Los poetas gongóricos del Ecuador en los siglos XVII y XVIII. El libro más antiguo de poesía ecuatoriana. Su proyección sobre los trabajos líricos de Aguirre, gran figura del gongorismo

Entre las expresiones literarias de la Es- dejado de haber autores que han asimilado paña de los siglos de oro, que tuvieron sendos ciertos atributos de las creaciones de Góngo- representantes de valor inmarchitable –nove- ra. Pero la antigua proliferación no estuvo de la de caballería, picaresca, género pastoril, acuerdo con una auténtica aptitud de poetas. drama amoroso, creaciones místicas, gongori- Y sólo aquello que tuvo vigor propio no su- nas, conceptistas–, seguramente fueron las cumbió bajo el impulso de la extraña corrien- dos últimas las que con mayor avidez saltaron te. En esos casos la muestra de su gongorismo el charco del Atlántico para tomar posesión ha conservado caracteres de gracia y perma- de la pluma vacilante de los hispanoamerica- nencia. Si debieran citarse aquí algunos ejem- nos. Pero, sobre todo, eso lo hizo rápida y co- plos hispanoamericanos, no se podría olvidar diciosamente la poesía gongorina. Y produ- los nombres de Pedro de Oña, Hernando Do- ciendo muchos estragos, desde luego. Había mínguez Camargo, Sor Juana Inés de la Cruz, una manera de ser gongórico entre los autores que elaboraron su verso bajo la sugestión del mediocres, como ahora la hay de ser abstrac- cultismo español. tos o metafísicos: la oscuridad de cualquier En el Ecuador contó el movimiento vulgar laberinto mental o de la indocilidad de con tres figuras: Antonio Bastidas y Jacinto de las palabras frente al sentido común. La falsi- Evia, en el siglo XVII, y Juan Bautista Aguirre ficación no era difícil. Se podía engañar con en el XVIII. Este último es el más conocido de el simple alarde. Además el jerarca del movi- los tres, y el de más talento sin duda. El gon- miento era un jesuita –Luis de Góngora– y al gorismo, extinguido ya en España y declinan- arrimo de su Orden religiosa pasó la influen- te en Hispanoamérica, encendió en su obra cia al clero, en cuyas manos estaba la cultura uno de los últimos pero más vívidos y hermo- de la América de entonces. A todo eso se sos rescoldos. Comenzaban entonces a surgir agregó, con un peso semejante o mayor, la las manifestaciones de la Ilustración y un nue- propensión barroca de nuestros escritores. vo despertar de lo clásico. En el propio país Porque comunmente ha faltado un verdadero de Aguirre un contemporáneo suyo –Eugenio desperezo intelectual, una sostenida energía Espejo– alzaba ya la bandera ilustrada y desa- para pensar, y el vacío de las ideas se ha disi- probaba acremente a los culteranos, con in- mulado bajo el vistoso ornamento formal. clusión de aquel poeta. Las consecuencias se Abundaron los gongoristas en los si- advertirían en las décadas siguientes, sobre glos XVII y XVIII. Posteriormente tampoco ha todo a partir de la centuria decimonónica. LITERATURA DEL ECUADOR 49

El libro de poesía ecuatoriana más an- te del siglo XVII. Su interés para la crítica es tiguo es el “Ramillete de varias flores recogi- pues evidente. Hay prueba de ello en los es- das y cultivadas en los primeros abriles de sus tudios hispanoamericanos que se han venido años por el Maestro Jacinto de Evia, natural de publicando, que por lo común prescinden de Guayaquil”. Se lo publicó en Madrid, en los poetas del siglo XVIII que quiso salvar el 1675. Aquello de “flores” se debía a la mani- Padre Juan de Velasco en su antología de da simbología gongórica con que se quería Faenza (Andrade, Viescas, Orozco, Larrea), significar virtudes, sentimientos, encantos: pero juzgan a Domínguez Camargo, a Evia y flores de lo heroico, de lo religioso, de lo be- a Bastidas, o cuando menos los aluden. Ade- llo, de lo amoroso y lo desventurado. Por eso más, la explicación del máximo valor de la lí- la obra contiene secciones que se titulan “Flo- rica colonial del Ecuador, que es Juan Bautis- res Heroicas y Líricas”, “Flores Amorosas”, ta Aguirre, requiere como paso conveniente el “Flores Fúnebres”, etc. Pero, además, se daba conocimiento del “Ramillete”. De las ciento a entender que aquellas eran muestras de la ochenta composiciones que forman este libro, mocedad, en que aún no maduran los frutos. a Domínguez Camargo pertenecen cinco, a Y al decir “recogidas y cultivadas”, se hacía un jesuita cuyo nombre no se indica siete, a alusión al carácter colectivo de tal antología: Bastidas noventa y nueve y a Evia sesenta y a más de los poemas del editor –Jacinto de nueve. Es decir que el aporte de estos dos au- Evia– había en ella los de otros dos autores: tores ecuatorianos no es escaso, y sin duda Antonio Bastidas y Hernando Domínguez Ca- constituyó el antecedente de lo que llegó a es- margo. Colombiano éste último, pero asocia- cribir Aguirre, cuya obra se equipara a la pro- do a los anteriores por los mismos menesteres ducción mejor de la Colonia en todo el ámbi- religiosos, docentes y literarios. to continental, y aun supera en ciertos mo- Si bien el “Ramillete” no es obra de mentos al modelo gongórico. Conviene con- cualidades muy estimables, no deja de resul- siderarlos individualmente, que es lo que se tar útil para formar un juicio sobre la poesía hace en el siguiente capítulo. ecuatoriana de la edad colonial, especialmen- VII. Autores y selecciones

Antonio Bastidas(1615-1681) sito de novedades del gongorismo con extra- vagancias del peor gusto, como la de llamar Nació en la ciudad de Guayaquil. En- “maseta” al sombrero, o la de alabar lo flori- tró muy joven en la orden jesuítica de Quito. do del reino español llamándolo “vegetable Sus estudios le llevaron al ejercicio de la cá- monarquía”. tedra. Fue Maestro de Mayores y Retórica en Los temas de la poesía de Bastidas el Seminario de San Luis, instituto docente en también limitaron su capacidad, avasallaron el que se formaron algunas de las figuras no- sus impulsos, cegaron toda vertiente de since- tables de la época. Uno de sus discípulos fue ridad, convirtieron en simple gesticulación Jacinto de Evia, que le guardó una declarada externa el movimiento de la emoción. La épo- admiración literaria. Al punto de que se afanó ca le hizo a Bastidas un poeta de compromi- en publicar la antología del “Ramillete” para so y de certámenes constrictores. Escribió pa- “ofrecer –él lo dice– a la florida juventud los ra elogiar a reyes y autoridades de España. A versos que pude recoger de mi Maestro”. Los veces doblegándose hasta las actitudes del catorce últimos años de su vida los pasó Bas- adulo. Abunda en hipérboles, en comparacio- tidas en Colombia, entregado al magisterio. nes ingenuas. Pero tal entusiasmo laudatorio Su producción poética puede llamarse y su insistente presencia en los certámenes no numerosa, pero adolece de frecuentes altiba- dejaron de comunicarle algunas destrezas. Es- jos. Bastidas no poseyó una conciencia estéti- pecialmente una, la de las glosas. A pesar de ca que le garantizara un nivel estable. Los sus deméritos, Antonio Bastidas es quizás el aciertos le fueron esquivos. De una gracia lí- mejor glosador de los pocos con que cuenta rica evidente pasó sin transición, en el mismo la poesía ecuatoriana. Y su más estimable glo- poema, a una notoria cursilería. Hay versos sa es tal vez la que tituló “A la flor de la tem- en que consiguió la flexibilidad y dulzura pro- prana muerte del Príncipe don Baltazar Car- pias del maestro que se ha familiarizado con los”. Desarrolló en ella el asunto que se había algunos encantos recónditos del idioma, pero señalado en la siguiente estrofa: por desgracia se despeñó de ellos a expresio- nes incipientemente elaboradas en que la voz “Admirad, flores, en mí se le tornó bronca, áspera, deficiente. El con- lo que va de ayer a hoy, traste denuncia las inseguridades de un poeta que ayer Lis de España fui, al que le faltaron condiciones ingénitas de tal; hoy flor de ese cielo soy”. esto es un más claro instinto de lo estético. Empleando el octosílabo como en la Sus logros acaso fueron muestra de un arduo estancia propuesta, e interpolando tales ver- aprendizaje, de una habilidad adquirida con sos en los suyos propios, como es el estilo de esfuerzo, que vaciló por pobreza de aquel in- la glosa, compuso una sugestiva elegía en que nato tacto artístico y de inspiración. Eso pre- el símbolo de la flor expresa ya la hermosura, cisamente le obligó a acudir a lugares comu- ya la fragilidad de la vida, ya la luz estelar que nes, a símiles manidos, y a pervertir el propó- se abre en el fondo celeste del más allá. LITERATURA DEL ECUADOR 51

Antonio Bastidas escribió liras, roman- que si hoy muerto he como flor, ces, canciones, décimas. Y tradujo magnífica- se declara así mejor mente, parafraseándolos más bien como ta- que ayer Lis de España fui. lento, los versos de “Silva a la Rosa” de Auso- nio, que seguramente influyeron en las com- Sólo mi muerte temprana ha sido para este suelo; posiciones de Juan Bautista Aguirre, como se pero, mejorando vuelo, podrá apreciar en el estudio de su caso. flor vivo, eterna y lozana; y si a mi primer mañana, A la flor de la temprana muerte tan otra me vi y estoy, del príncipe don Baltazar Carlos no siendo ayer lo que hoy, fue porque ayer de este prado Admirad, flores, en mí fui flor, y en luz mejorado, lo que va de ayer a hoy, hoy flor de ese cielo soy. que ayer Lis de España fui, hoy flor de ese cielo soy. Padre Antonio Bastidas, S. I., “A la flor de la temprana muerte del Príncipe don Baltazar Carlos”. GLOSA Fuente: Los dos primeros poetas coloniales ecuatorianos, siglos XVII y XVIII; Antonio Bastidas, Juan Bautista Agui- En el jardín español rre. Puebla, México, Editorial J. M. Cajica Jr., S. A., 1959, tan agraciada me hallaron, pp. 93-94. (Biblioteca Ecuatoriana Mínima; la Colonia y la que las flores me juraron República. Publicación auspiciada por la Secretaría Gene- (astros del prado) por sol. ral de la Undécima Conferencia Interamericana, Quito, Ecuador, 1960). Pero al primer arrebol toda esa pompa perdí, Jacinto de Evia (1620 - ?) y así en aquello que fui no admiréis la majestad; Datos confusos, cuando no contradic- antes bien la brevedad torios, han recogido los críticos en rededor de admirad, flores, en mí. Jacinto de Evia. Dentro de la sumaria informa- Ayer en botón vistosa ción que sobre él existe se ha llegado a esta- fui de todos aplaudida, blecer que nació en la ciudad de Guayaquil, que aún me apuntaba la vida, pasó a vivir y estudiar en Quito, en cuya uni- y ya me aclamaban rosa. versidad jesuítica de San Gregorio se doctoró Mas ¡ay, qué acción tan ociosa! en Artes, y finalmente se hizo religioso secu- pues la muerte en que hoy estoy, lar. Fue uno de los discípulos del jesuita Anto- me acuerda cuán breve soy, nio Bastidas, a quien se acercó llevado por su en mí dejando enseñanza devoción poética. Y precisamente éste apro- en que advierta la esperanza vechó los servicios de Evia para la edición lo que va de ayer a hoy. mancomunada que hicieron en Madrid, en 1675, de sus producciones en verso. Así apa- Qué breve vida, diréis, reció aquel “Ramillete de varias flores recogi- tiene el Príncipe de España, das y cultivadas en los primeros abriles de sus pues del hado a la guadaña morir tan en flor le veis. años por el Maestro Jacinto de Evia, natural de Pero ya no os admiréis, Guayaquil”. Junto con los poemas de los dos responde Carlos, que así autores se dieron a conocer algunos del cele- mi vida toda adquirí, brado gongorista colombiano Domínguez Ca- 52 GALO RENÉ PÉREZ margo, como en otro lugar de estas páginas se De ahí que no haya homogeneidad en la an- ha dicho. tología, ni tampoco en la producción aislada La centenaria antología ha sido juzga- de Jacinto de Evia. Recuérdese que más o me- da generalmente con desdén. Tanto en el nos esas eran las características del verso his- Ecuador como en los demás países. Y la críti- panoamericano de la época. ca peyorativa quizás ha procedido de estudio- Evia escribió varios tipos de composi- sos intransigentes en materia estética, como ciones, aunque prefirió el romance. Entre sus Juan León Mera, cuyas apreciaciones se han temas no faltaron los panegíricos a las autori- venido repitiendo por mucho tiempo. En efec- dades españolas, de la misma condición que to, la endeblez de méritos a que se refiere los de su compañero Bastidas. La desmesura aquel polígrafo en su “Ojeada” sobre la poe- del elogio y los amaneramientos de la frase sía ecuatoriana, ha creído ser advertida des- denuncian la ausencia de sinceridad. Uno di- pués por otros críticos que tal vez no han co- fícilmente imagina la impresión que esos poe- nocido de veras el contenido completo del mas habrán hecho en las personas a quienes “Ramillete” de Evia. Además, para conspirar estuvieron destinados, ni si éstas llegaron también contra su difusión, Marcelino Me- realmente a entenderlos alguna vez. Los otros néndez y Pelayo lo ha llamado “monumento asuntos que movieron la pluma de Evia –amo- de hinchazón y pedantería”. Y de la trilogía rosos, religiosos y aun descriptivos– tuvieron Bastidas-Domínguez-Evia, el último es el que más fortuna dentro del logro estético. Si Bas- le ha parecido de “menores vuelos”. Véase su tidas hizo un romance al “Arroyo de Chillo, “Antología de Poetas Hispanoamericanos”. en metáfora de un toro”, y Domínguez Ca- Intentar hoy una valoración de aque- margo otro igual pero en metáfora de un po- llos religiosos acudiendo al elogio desmedi- tro, Evia romanceó sobre un manantial nacido do, y no a la indispensable sensatez de crite- en el Pichincha acudiendo a juegos metafóri- rio, sería tan erróneo como adoptar la conoci- cos semejantes, en que saltan los aciertos en- da actitud desdeñosa. Es cosa evidente que su tre expresiones forzadas. No es un mal poe- obra –fruto del siglo XVII– maduró desigual- ma. Pero Evia escribió también composicio- mente, bajo la acción del culteranismo. Les nes de apreciable sencillez, en las que la on- deslumbró el juego ingenioso del idioma de da verbal corre ágil y desenvuelta. Se diría Góngora: el rebuscamiento de vocablos, las que entonces consigue conectar la lógica de audacias de sintaxis, las vaguedades de senti- la prosa a la inspiración lírica, para que ésta do, la presuntuosa nomenclatura mitológica, funcione con cierta plenitud y fluidez. Un los tropos. Se creyeron en la obligación de as- ejemplo de soltura es el de los versos en que cender a ese recinto amurallado, sólo bueno “Dícese la buenaventura a Cristo”: una gitana para espíritus cultos. Imitar al maestro cordo- lee en las líneas de la mano del Niño Jesús el bés les era como una inapelable demostra- martirio de la crucifixión. ción de méritos. Como una prueba fidedigna En el “Ramillete” la sección de las de aptitud poética. Pero muchas veces les “Flores Amorosas” es toda de Evia. Y éste cree falló el esfuerzo. Se quedaron con lo que te- necesario exculparse de la elección de tal te- nía de escoria y de adorno caedizo el esforza- ma, diciendo que esos poemas los escribió do movimiento. Y en contadas ocasiones “por divertir el ingenio y por dar gusto a algu- acertaron. Sobre todo cuando el modelo fue nos amigos”. Pero de veras fue bueno que se el Góngora de la luz y no el de las tinieblas. decidiera a escribirlos. Porque en ellos entre- LITERATURA DEL ECUADOR 53 gó su mejor fruto. Recuérdese su hermoso ro- y el rocío que te esmalta, mance “A un corazón de cristal, que presen- dientes que guarda tu boca. to”, con su estrofa final: Uno entre otros lisonjero, “Ese, pues, cristal luciente, o se te atreve o te toca, espejo sea a los dos, queriendo beber el ámbar, que, si me retrata amante, y el rocío de tus hojas. retrate también tu ardor”. Si fiado (ignoro) en sus alas, Y recuérdese aquel otro titulado “A o en favores que le otorgas, por descanso de su vuelo una rosa”, en que con el tacto de buen poeta escoge tu airosa copa. canta a la joven amada, embellecida a través del símbolo de la rosa, y a quien le confiesa ¡Oh qué requiebros te dice! sus celos puesto que “Qué mal se guarda be- y aun con ellos enamora lleza – que en campo se ostenta hermosa”. una azucena, que al lado El diligente religioso que recogió las te acompañaba gustosa. primicias líricas del siglo XVII en el Ecuador, No sé si a su dulce acento para publicarlas en el tan deficientemente co- fuiste insensible o sorda, nocido “Ramillete”, dejó algunos poemas su- o a sus importunos silbos, yos dignos de cualquier antología hispanoa- como a los vientos la roca. mericana de la época. Y quien juzgue al má- ximo valor de la poesía colonial de aquel país Mas no, ingrata, bien lo oíste; –Padre Juan Bautista Aguirre– no debe olvidar (¡oh cuántos celos me ahogan!) la vieja colección de Jacinto de Evia. Aunque pues espinas que te guardan no se lo ha dicho, parece que Aguirre leyó ta- no te esquivaron honrosas. les páginas. Las semejanzas no únicamente ¡Oh qué escarmientos me enseña revelan la común procedencia gongórica, si- esa tu inconstancia loca! no el influjo a través de temas y de lenguaje. no pienso prendar el alma Pero el talento de Aguirre fue superior, y en- de otra flor ni de otra rosa. tonces la asimilación vino a robustecer atribu- tos naturales de importancia indiscutible. Qué mal se guarda belleza que en campo se ostenta hermosa; A UNA ROSA que como muchos la miran su beldad alguno logra. Sol purpúreo de este prado, que en los rayos de tus hojas, Ya la cítara que un tiempo si das envidias al sol, te celebraba gustosa, ofreces lustre a la aurora. como está triste su dueño gime también ella ronca. Los jilgueros de este valle festejan tu hermosa pompa, Mas ya la pienso quebrar y admirando tu beldad, de mi firmeza en la roca; por dulce objeto te rondan. y pues ya no pienso amar, tampoco cantar me importa. Todos tu carmín nevado labios de coral los nombran, Jacinto de Evia, “A una rosa”. 54 GALO RENÉ PÉREZ

Fuente: Los dos primeros poetas coloniales ecuatorianos, gongórica de Aguirre. Y ese prestigio magis- siglos XVII y XVIII; Antonio de Bastidas, Juan Bautista tral se dilató más tarde, cuando los jesuitas Aguirre. Puebla, México, Editorial J. M. Cajica Jr., S. A., fueron expulsados de América. El Padre Agui- 1959, pp. 317-318. (Biblioteca Ecuatoriana Mínima; la Co- lonia y la República. Publicación auspiciada por la Secre- rre viajó a Italia. Anduvo por Faenza, Ravena, taría General de la Undécima Conferencia Interamericana, Ferrara y Tívoli. En ésta última murió en 1786. Quito, Ecuador, 1960). Aquella divagación italiana le colmó de éxi- tos. Las autoridades del clero se congregaban Juan Bautista Aguirre (1725-1786) en su torno, para oírle discurrir sobre ciencias Ninguna duda cabe sobre los singula- y filosofía. Era elocuente y ameno. “Ayudába- res talentos de Juan Bautista Aguirre, conside- le –dice Espejo– una imaginación fogosa, un rado actualmente como uno de los valores del ingenio pronto y sutil”. Fruto de sus estudios gongorismo hispanoamericano. Pero durante son las obras a que hemos aludido en la sec- casi dos siglos anduvo perdido, sin que deja- ción de los profesores Jeuitas. ra oír su voz con claridad y plenitud. El que Pero fue durante sus largos años de quizás lo descubrió para rescatarle de su ais- Quito cuando se le manifestaron sus faculta- lamiento y olvido fue el crítico ecuatoriano des poéticas. Para entonces ya se hallaba po- Gonzalo Zaldumbide. Poco después realizó seído del embeleso gongorino que había cau- un empeño semejante, en la Argentina, el pro- tivado desde hacía más de una centuria a fesor Tomás Carilla. Y ahora, por la difusión otros autores hispanoamericanos. En el propio acaso mayor de las páginas de éste, los estu- Ecuador databa de 1675 la antología de Jacin- diosos de las letras de Hispanoamérica toman to de Evia, que se mostró saturada de aquella sus referencias y no las de Zaldumbide, que corriente y que Aguirre sin duda la conoció. tienen no únicamente el mérito de la antela- De modo que su producción vino a ser como ción, sino el de un juicio más amplio y com- el destello postrero, seductor y solitario, de la prensivo. declinación del gongorismo. Quizás por eso Nació Aguirre en Daule, población concentró tan celosamente sus esencias. Los cercana a Guayaquil, en abril de 1725. Fue poemas de Aguirre, que él reunió bajo el títu- hijo de guayaquileños. Estudió en Quito, en lo de “Versos castellanos, obras juveniles, donde pasó la mitad de su vida: treinta años misceláneas”, se quedaron inéditos cuando completos. En su adolescencia ingresó en la tuvo que arrancarse del país, por la expulsión Compañía de Jesús, y allí profesó. Fue tal vez jesuítica que decretara el monarca español. El el jesuita hispanoamericano más destacado manuscrito fue salvado muy posteriormente, de su tiempo. Ejerció varias cátedras en la recogiéndolo de Guayaquil, por el crítico ar- Universidad de San Gregorio Magno, de la gentino Juan María Gutiérrez, de cuyos archi- capital del Ecuador. Pero las ejerció renovan- vos tomó Zaldumbide la producción lírica do los sistemas de enseñanza. La experimen- que le sirvió para su acertada estimación y tación en la Física y una dialéctica atrevida en exégesis del mayor representante de la poesía el campo de la Filosofía son testimonio del ai- colonial ecuatoriana. Pero el título mismo de re revolucionario que llevó a los viejos claus- la obra no deja de promover la duda sobre el tros universitarios. Por eso le respetó Eugenio real contenido de ella, porque parece que pu- Espejo al hacer la crítica severa de la educa- do estar formada por algo más que “los versos ción jesuítica en el país, y aun al ensayar cier- castellanos” que se han dado a conocer. tos comentarios zumbones sobre la poesía Al destino azaroso de los poemas de LITERATURA DEL ECUADOR 55

Aguirre vino a sumarse la aversión de la críti- conceptos que otros acuñaron, que en el caso ca, que por torpeza no logró seguir el audaz de Aguirre duró tanto, fue por fin destruída vuelo metafórico de aquéllos. El primer ad- por Gonzalo Zaldumbide, que hizo el estudio versario fue un contemporáneo de Aguirre: perspicaz de la “Carta a Lisardo”, uno de los Eugenio Espejo. Y lo fue por varias razones: su poemas menos sencillos. repugnancia a las labores educativas y cultu- En verdad el lírico ecuatoriano fue co- rales de los jesuitas; su condenación y burla al mo su maestro Góngora, ángel de penumbras cultiparlismo de conceptistas y gongoristas; su y de claridades. Y como aquél, en los versos falta de disposición y destreza para profesar o de ejemplar tersura también puso la magia de entender el ejercicio de la poesía. Espejo ha- lo estético. Aparte del don musical, que cau- cía bien en molestarse con el encrespamiento tiva por sí solo. De los arduos recursos gongo- culterano, y en declararle la guerra. El púlpi- rinos, tomó las alusiones mitológicas, los lati- to, la cátedra y las letras estaban viciados de nismos, el hipérbaton, la elipsis. Pero, sobre un amaneramiento cursi y presuntuoso. Pero todo, la predilección por el color y las metá- no hacía bien en creer que todo lo extraño y foras. Y al hacerlo encontró que ése era el difícil debía merecer su desdén, olvidando cauce apropiado para su inspiración. Aguirre que la lógica rutinaria es muchas veces inep- era, naturalmente, un poeta selecto. De ahí ta para entrar en los dominios de lo lírico. Por que no se conformó con la vil condición de la eso, precisamente, erró tanto cuando aventu- imitación, sino que alcanzó a depurar el esti- ró sus juicios irónicos acerca del “Poema he- lo gongorino, haciéndole más sobrio y esen- roico sobre las acciones y vida de San Igna- cial. Hay que reparar en eso cuando se pien- cio”, que Aguirre dejó inconcluso. En “El sa en Aguirre. De la fluidez de sus pensamien- Nuevo Luciano de Quito” dice Espejo sobre tos y emociones, y de la posesión técnica de aquello: “Escribió un pedazo de poema… Na- su verso hay muestras indiscutibles en las li- da tiene que divierta sino sus latinismos”. Y ras, sonetos, romances, silvas, octavas rimas y cita estrofas con las que, por pretender descu- cuartetos que escribió. brir las extravagancias del poeta, muestra lo- Su romance “A una dama imaginaria”, gros estéticos de singular calidad, suficientes o aquellos versos antológicos que tituló “A para probar el talento de éste y la inhabilidad unos ojos hermosos”, descubren el escondido del crítico. En dicho fragmento hay un magní- encanto con que sabía tratar el tema del amor. fico juego de imágenes sobre las rocas –”orga- Un ingenioso juego de contrastes le sirve pa- nizado horror de los luceros”, y su nieve, o ra encarecer la belleza femenina. Cuando le marfil congelado que a la luz del sol “ofrece reclaman los asuntos religiosos suele trazar espejos”, y su torrente, que es “sierpe espu- cuadros dinámicos llenos de fuerza o de colo- mosa de rizada plata”. rido, como los de “Llanto de la naturaleza hu- El descaminamiento crítico se ha man- mana después de su caída por Adán” y “A la tenido tercamente. Contribuyó a agravarlo el rebelión y caída de Luzbel y sus secuaces”. parecer de Juan León Mera, que sintió pena Cuando le mueve la preocupación moralizan- de ver que Aguirre “delira y disparata”. Admi- te escribe sonetos con el símbolo de la rosa, tió lo poco que se conocía de versos sencillos que fue tan familiar en las letras latinas y es- de su producción, pero desaprobó lo que no pañolas. Precisamente la alegoría y los símiles se rendía a las exigencias de la llana y vulgar de la rosa, en las aludidos sonetos y aun en la comprensión. Y esa pobre docilidad a los encomiada “Carta a Lisardo”, parece que hu- 56 GALO RENÉ PÉREZ bieran tenido como antecedente los dísticos Así las plantas, brutos y aves lo hacen: de Ausonio traducidos al castellano por Anto- dos veces mueren y una sola nacen. nio Bastidas, en el siglo anterior. Pero este úl- Entre catres de armiño timo poema, por sobre aquellas influencias, tarde y mañana la azucena yace, es de lo mejor que han producido las letras si una vez al cariño ecuatorianas. Cierto es que ni la idea central del aura suave su verdor renace: que allí se desenvuelve pertenece completa- ¡Ay flor marchita! ¡ay azucena triste! mente al Padre Aguirre. Ya en la época de oro dos veces muerta si una vez naciste. dijo Quevedo que nacer es comenzar a morir. Su originalidad estuvo en la manera personal Pálida a la mañana, de exponerla a través de sus versos. Y es lo antes que el sol su bello nácar rompa, que ha ocurrido siempre: presentar un mismo muere la rosa, vana estrella de carmín, fragante pompa; pensamiento con diferentes matices. Las ver- y a la noche otra vez: ¡dos veces muerta! dades del Eclesiastés, por ejemplo, volvieron ¡oh incierta vida en tanta muerte cierta! a oírse, con nuevo acento original, en las Co- plas de Jorge Manrique. En la “Carta a Lisar- En poca agua muriendo do” se habla de esa serie de muertes sucesivas nace el arroyo, y ya soberbio río e impalpables en que se nos va desmoronan- corre al mar con estruendo, do la vida. Existir es irnos consumiendo, se- en el cual pierde vida, nombre y brío: gundo a segundo, hasta la extinción final. O ¡Oh cristal triste, arroyo sin fortuna! muerto dos veces porque vivas una. sea un morir ininterrumpido, un pasar irrever- sible como el de las ondas del río. Por eso na- En sepulcro suave, cer es entrar en la carrera de la muerte. Nacer que el nido forma con vistoso halago, equivale a morir. Lo explica líricamente Agui- nace difunta el ave, rre, acudiendo al ejemplo de las cosas y seres que del plomo es después fatal estrago: vivientes del mundo. Nada resiste a la acción Vive una vez y muere dos: ¡Oh suerte! destructora del tiempo. Y lo que conviene en- para una vida duplicada muerte. tonces es acertar a morir, que sólo así se gana Pálida y sin colores la inmortalidad en la otra orilla, la del “más la fruta, de temor, difunta nace, allá”. temiendo los rigores Todo el poema es un gracioso juego de del noto que después vil la deshace. metáforas y reflexiones, logrado en liras per- ¡Ay fruta hermosa, qué infeliz que eres! fectas, de una dulzura verbal insospechable. una vez naces y dos veces mueres.

Carta a Lisardo persuadiéndole Muerto nace el valiente que todo lo nacido muere dos veces, oso que vientos calza y sombras viste, para acertar a morir una a quien despierta ardiente la madre, y otra vez no se resiste LIRAS a morir; y entre muertes dos naciendo, vive una vez y dos se ve muriendo. ¡Ay, Lisardo querido! si feliz muerte conseguir esperas, Muerto en el monte el pino es justo que advertido, sulca el ponto con alas, bajel o ave, pues naciste una vez, dos veces mueras. y la vela de lino LITERATURA DEL ECUADOR 57

con que vuela el batel altivo y grave en río, en flor, en ave, considera, es vela de morir: dos veces yace que, dudando quizá de su fortuna, quien monte alado muere y pino nace. mueren dos veces porque acierten una.

De la ballena altiva Y pues tan importante salió Jonás y del sepulcro sale es acertar en la última partida, Lázaro, imagen viva pues penden de este instante que al desengaño humano vela y vale; perpetua muerte o sempiterna vida, cuando en su imagen muerta y viva viere ahora ¡oh Lisardo! que el peligro adviertes, que quien nace una vez dos veces muere. muere dos veces porque alguna aciertes.

Así el pino, montaña Juan Bautista Aguirre. “Carta a Lisardo”. con alas, que del mar al cielo sube; el río que el mar baña; Fuente: Los dos primeros poetas coloniales ecuatorianos, el ave que es con plumas vital nube; siglos XVII y XVIII; Antonio de Bastidas, Juan Bautista . Puebla, México, Editorial J. M. Cajica Jr., S. A., la que marchita nace flor del campo Aguirre 1959, pp. 463-465. (Biblioteca Ecuatoriana Mínima; la Co- púrpura vegetal, florido ampo, lonia y la República. Publicación auspiciada por la Secre- taría General de la Undécima Conferencia Interamericana, todo clama ¡oh Lisardo! Quito, Ecuador, 1960). que quien nace una vez dos veces muera; y así, joven gallardo,

Segunda sección ÉPOCA PRE-REVOLUCIONARIA

I.– La Ilustración en Hispanoamérica. El movimiento de las ideas del setecientos a través de la ciencia y la filosofía. La prensa. Eugenio Espejo y su discipulado revolucionario. Contenido ideológico del 10 de Agosto de 1809. La extraordinaria generación quiteña de José Mejía Lequerica

El ensayista colombiano Germán Arci- Ilustración. A fuerza de traducirlos y comen- niegas está en lo cierto cuando afirma que el tarlos van haciéndose familiares los nombres imperio de España en América se extendió en- de científicos y filósofos modernos: Copérni- tre el Renacimiento y la Ilustración. Esos dos co, Galileo, Laplace, Lavoisier, Buffon, Ba- movimientos de la cultura, como él lo expli- con, Boyle, Leibniz, Locke, Condillac, Voltai- ca, fueron decisivos para la historia de nues- re, Rousseau, Montesquieu. Sus páginas cir- tros pueblos. Las ideas ha sido en todo tiem- culan por los principales lugares de América, po la gran palanca de las transformaciones. aun venciendo las vallas del control y la pro- Los renacentistas, con su avidez humanística, hibición de las autoridades españolas. Y tales con su impaciencia en el campo de la inves- ideas van a descargar una influencia podero- tigación, la invención y el descubrimiento, sa precisamente allí en donde, en cierto mo- promovieron la navegación por mares no ex- do, se inspiraron. Porque, como lo dice Arci- plorados todavía, y terminaron redondeando niegas, los principios de la Ilustración, que se la fisonomía del mundo. América se alzó des- incorporaron a la Enciclopedia o diccionario de la profundidad de su retiro. Tendría que razonado, procedieron del juicio sobre la rea- convertirse en una nueva fuerza en el destino lidad americana, fruto de las injusticias de la universal. Pero no podría revelarse como tal conquista y de la negación de la libertad y la sino después de varias centurias, tras el que- igualdad humanas. Nunca antes se había he- brantamiento de los yugos de la España con- cho caso, en verdad, de la condición de los quistadora. Y ello comenzó a cobrar entidad pueblos lejanos (del Asia o del Africa) para precisamente al estímulo de la nueva actitud despertar dudas sobre la esclavitud. Pero qui- espiritual del hombre, que fue la de la Ilustra- zás no obraba en ello únicamente el prestigio ción. O sea, hacia el siglo XVIII. Las colonias del “buen salvaje”, ni de fascinadoras ciuda- hispanoamericanas se despertaron al clamor des indígenas, como el Cuzco y Tenochtitlán de las ideas de entonces, de irresistible empu- (que es lo que recuerda Arciniegas), sino tam- je revolucionario, que llegaban de la Francia bién la presencia de un nuevo núcleo racial, de la Enciclopedia, de Inglaterra, la de la re- vigoroso y singular: el del mestizo hispanoa- volución económica, y de los Estados Unidos, mericano. dueños ya de su emancipación política. El movimiento de las ideas del sete- Durante el siglo XVIII se leen en nues- cientos produjo pues un efecto muy significa- tros pueblos las obras de los pensadores de la tivo en la conciencia de nuestro continente. El 62 GALO RENÉ PÉREZ ambiente estaba dispuesto para eso. Las labo- del infatigable maestro, podía incorporarse al res docentes, especialmente universitarias, movimiento ilustrado del siglo XVIII. Sin aun a pesar de la tiranía aristotélicotomista aquella base ideológica, su decisión subversi- habían prendido fecundas curiosidades inte- va contra la Corona, aunque habría sido sig- lectuales y científicas. Lo hemos indicado ya nificativa, no hubiera tenido la forma acaba- en el caso del Ecuador. Algunos países conta- da, plena, que la convirtió en el primer inten- ban, desde hacía muchos años, con impren- to hispanoamericano de independencia per- tas. En México se estableció ella en 1535. En fectamente definido. En verdad había habido Lima en 1583. A Quito llegó más tarde: en pronunciamientos revolucionarios anteriores. 1760, después de haberse instalado temporal- Acaso desde la actitud arrogante de Gonzalo mente, hacia 1754, en Ambato. Y la imprenta Pizarro. Pero ni los más nuevos descubrieron dio nacimiento a los periódicos. De ellos tie- una estructura tan sólida, tan inteligentemen- nen que citarse admirativamente siquiera tres, te forjada al auxilio de los principios de la por su dedicación a la literatura y las ciencias: Ilustración, como el movimiento quiteño. “El Mercurio Peruano”, de Lima, cuyo princi- Tras la invasión napoleónica a España pal redactor fue el físico y naturalista Hipólito y el juego vergonzoso de intrigas, traiciones, Unanue; “El Semanario de la Nueva Grana- cobardías, humillaciones y abdicaciones de da”, de Bogotá, dirigido también por un natu- sus reyes, los hombres de Agosto, inconfundi- ralista, Francisco José de Caldas, y “Primicias blemente rousseaunianos, proclamaron que de la Cultura de Quito”, que dirigió el escritor estaba roto el pacto social de gobernantes y y científico Eugenio Espejo. Lo de veras im- gobernados, y que la soberanía volvía al pue- portante es que los tres periodistas y hombres blo. El Pueblo era el Soberano. Afirmación en- de estudio respondieron positivamente al in- tonces audaz. Lógica en el pensamiento de flujo de la nueva corriente espiritual y a los re- ese núcleo de visionarios, buenos discípulos clamos de una América que iba ya decantan- de la Francia de la Enciclopedia. Pero insólita do su madurez política. Y sirvieron, por lo e inadmisible para las autoridades de la Colo- mismo, a la causa de la emancipación del nia. El enfrentamiento de las dos tendencias continente. Lo demostraremos en el caso de fue inminente. Y su resultado no pudo ser más Eugenio Espejo (cuya apreciación detallada se funesto para los jóvenes revolucionarios, que encuentra en la sección antológica): fueron sacrificados como mártires; pero las El grupo de patriotas que promovió la consecuencias mediatas, en cambio, tuvieron primera gran revolución emancipadora en mucho de positivas: avivaron el clima eman- Hispanoamérica –que fue la de Quito, el 10 cipador por todas partes. Juan Pío Montúfar, de Agosto de 1809– maduró en efecto bajo el Manuel Antonio Rodríguez, Antonio Ante, ala espiritual de Eugenio Espejo. Bajo su cau- Manuel Rodríguez de Quiroga, Juan de Dios telosa y privada docencia. Acostumbraban Morales, hombres formados en torno de Espe- aquéllos visitarlo. Escuchar las enseñanzas de jo, supieron buscar las normas para ese espe- su ciencia innumerable. Aprovechar la oca- rado cambio. Su criterio era de rechazo a la sión de leer una sorprendente multiplicidad invasión napoleónica y de adhesión al gobier- de obras, que él había adquirido a fuerza de no del depuesto Fernando VII. Pero procla- sacrificios, y entre las que había lo mejor del mando la necesidad de constituír Juntas Sobe- caudal filosófico y científico de la época. De ranas en las naciones de Hispanoamérica. Tal ese modo el grupo, bajo el ademán orientador era –ellos lo sabían muy bien– el camino que LITERATURA DEL ECUADOR 63 las circunstancias aconsejaban para conseguir queden expuestos al consejo de las pasiones la autonomía política. ni al imperioso mandato del poder arbitrario”. Y los quiteños de Agosto organizaron Y que, tras la dolorosa frustración del movi- tan bien su movimiento, que no faltó en él ni miento, sepultados en la lobreguez de la cár- el consenso popular de los barrios, ni la desig- cel, próximos ya a su exterminio, tenían el co- nación de un gobierno de criollos, ni la mo- raje que se refleja en el alegato de Juan de derna división de las tres funciones del Esta- Dios Morales, el cual aseguraba que se defen- do. Fue lamentable que no alcanzaran el res- día sólo porque la República está interesada paldo de las demás regiones del país, y que en su vindicación, pues que la posteridad de- circunstancias fortuitas permitieran la inter- bía conocer la justicia de su conducta. En lo vención sangrienta de las armas españolas. que concernía a su suerte personal, escribía Pero hasta hoy conmueve el énfasis heroico estas palabras aleccionadoras: “Morir, para de aquellos hombres que declaraban que se mí, como decía un filósofo, no es otra cosa habían levantado contra “los opresores de los que una acción de la vida, y quizás la más criollos y usurpadores de sus derechos natura- fácil”. les”. Que decían en su Manifiesto: “Un pue- A aquella generación formidable, una blo que conoce sus derechos, que para defen- de las más brillantes de Hispanoamérica, per- der su libertad e independencia ha separado teneció José Mejía Lequerica. Claro discípulo del mando a los intrusos y está con las armas de la Ilustración, también. Pero el escenario en la mano, resuelto a morir o a vencer, no re- de su labor destacada no fue el mismo que tu- conoce más Juez que Dios, a nadie satisface vieron sus compañeros. El se hizo escuchar por obligación, pero lo hace por honor”. Que por un auditorio mucho mayor, dentro de la a través de la voz de uno de sus representan- propia España. Y sus ideas alcanzaron a de- tes –Manuel Rodríguez de Quiroga– y ante el senvolverse en un estilo libre y soberano, con pueblo devotamente reunido, reafirmaban: fuerza irresistible, con magnético poder e in- “…y los augustos Derechos del Hombre ya no flujo. II.– Autores y selecciones

Eugenio Espejo (1747-1795) Por su condición social. Por sus estudios. Por su investigación científica. Por su periodismo. Eugenio Espejo fue ciertamente un Por su crítica de la educación pública y de las hombre de la Ilustración. Asimiló las ideas instituciones españolas. Por su docencia esté- que los pensadores modernos echaban a cir- tica. Por su nítida comprensión de la realidad cular desde Europa. Poseía una biblioteca americana. Por su empeño revolucionario, apreciable. Se entusiasmaba con los nuevos mantenido con el sacrificio de la propia vida, libros. Y congregaba en su hogar pobre y soli- y llevado hasta los países vecinos con ánimo tario a los jóvenes de Quito, para explicar y ejemplar. Todo ello requiere no uno, sino comentar la doctrina de aquéllos. Se lo consi- múltiples comentarios. O a lo menos una deraba un verdadero filósofo (tal se despren- imagen general de su vida y de su obra, que de de las palabras de José Mejía, una de las justificará sin duda el juicio de los críticos so- personalidades más cabales dentro de la ora- bre que Espejo fue “una de las figuras más toria en lengua castellana, y en cierto modo descollantes de la Ilustración”, y sus libros “la discípulo de Espejo). Pero en su espíritu halla- mejor exposición de la cultura colonial del si- ban lugar no únicamente las ideas de su tiem- glo XVIII”. po, sino también las de los clásicos. Estos Hijo de un indio y una mulata. De un ejercían sobre él mucho sugestión. Los citaba pobre indio cajamarqueño, que había llegado a cada paso. Y hasta prefirió la estructura de a Quito como paje de un fraile. De una mula- los diálogos a la manera de Luciano para ex- ta cuya madre había sido esclava de otro reli- poner sus propias enseñanzas. Por eso se lla- gioso. Ni siquiera poseía apellidos propios. mó a sí mismo “el nuevo Luciano de Quito”, Los de sus padres, que él recibió, eran apelli- o “despertador de los ingenios”, que es preci- dos adoptados. El indio se hacía llamar Luis samente el título de la primera obra que escri- de la Cruz Espejo. La mulata, Catalina Aldás y bió. El propósito que entonces alentó, y que Larraincar. Alguien que quiso denigrarlo, un persistió a lo largo de su carrera, fue el de ha- cura del poblado de Zámbiza, le echó en el cer una crítica sin contemporizaciones al es- rostro la humildad de tal origen, y dejó así es- tado intelectual de la Colonia. Usó para eso te chisme para la posteridad: “es constante argumentos escolásticos y modernos. Gracias que su padre, Luis Chuzhig por apellido y mu- a esa conciliación de filosofías completamen- dado en el de Espejo, fue indio oriundo y na- te disparejas, y a su posición política, de pro- tivo de dicha Cajamarca, que vino sirviendo clamación de la capacidad americana de au- de paje de cámara al Padre Fray José del Ro- togobierno pero sin el desconocimiento com- sario, descalzo de pie y pierna, abrigado con pleto de la monarquía hispánica, Leopoldo un cotón de bayeta azul y un calzón de la Zea lo estima como un ecléctico del grupo de misma tela”. Esa traza cambió también con el Francisco Xavier Alegre, Francisco Clavijero e abandono del nombre aborigen. Y, sobre to- Hipólito Unanue. do, con el aprendizaje del nuevo oficio, ad- Pero el caso de Espejo es de los más quirido en el Hospital de la Misericordia (San únicos de nuestra América. Por su ancestro. Juan de Dios), bajo la protección de su direc- LITERATURA DEL ECUADOR 65 tor el Padre del Rosario. Porque el antiguo madre, sin querer recordar que ésos fueron peón de Cajamarca puso todo empeño y apti- apellidos adoptados. Otras veces usaba nom- tud en convertirse en cirujano de aquel centro bres supuestos para firmar sus libros. Uno de de salud. No hay que asombrarse mucho de ellos, tan empenachado y extraño, que quizás ello. El cirujano de entonces, en ese medio, llevaba en sí una punta de ironía amarga: Xa- era simplemente un sangrador, que a veces vier de Cía Apéstegui y Perochena. Por otra hacía el papel de barbero. De lo que hay que parte, las confidencias son elocuentes: nos di- hablar con admiración es más bien de la ma- ce que trató de hacerse conocer como “bello nera con que educó y formó a su hijo Eugenio espíritu”, pero que “el vulgo lo despreció”. El Francisco Xavier. Batallando con circunstan- desengaño lo llevó a esquivar los contactos cias desalentadoras, aflictivas, estimuló tem- sociales. “Se ocultó –asegura de sí mismo– lo pranamente las facultades intelectuales de és- más que pudo y así ha conseguido el arte de te. Alimentó su vocación médica, originada esconderse”. De trabajar calladamente. Con sin duda en el ambiente del hospital, en don- la esperanza de un día poner fin al “pozo de de el pobre vástago indio pasó los años de la tinieblas” que era su ciudad nativa. La reac- niñez y la adolescencia. Y cuya culminación ción de disconformidad le resultaba pues ló- no fue solamente la de un título de doctor en gica. La actitud crítica era la que en esas cir- medicina, sino la de la forja de una sólida per- cunstancias le correspondía. Además, ningu- sonalidad de investigador. Ella está explícita na otra podía consonar mejor con su impa- en el mejor de sus libros: :”Reflexiones acerca ciencia de reformador. De ahí que su pluma de las viruelas”. se sublevara constantemente, y que hasta en Aquel hijo de indio y de mulata, desti- páginas de índole científica vibrara el metal tuído hasta de apellidos propios, debió sopor- de la condenación y la rebeldía. tar la adversidad de un medio que discrimi- El ambiente se conmovió. Se le tornó naba tercamente los grupos sociales siguien- tempestuoso. Al desprecio se sumó el rencor. do los prejuicios de la sangre y el dinero. No Y esos aspados enojos persistieron hasta mu- podemos suponer cómo fue el aspecto verda- cho después de producidos. Así, pasados ya dero de tal hombre. Su fisonomía y su figura. diez años de la aparición de “El Nuevo Lucia- Aun a pesar del breve autorretrato que él es- no de Quito”, el Presidente de la Audiencia cribió. Los óleos y bronces que ahora preten- José de Villalengua y Marfil todavía lo juzga- den mostrarnos su imagen son una pura in- ba acremente, diciendo que contenía “sátiras vención del artista Seguramente el continente a sujetos muy conocidos y de clase muy dife- personal denunciaba a las claras la oscuridad rente a la de Espejo”. ¡Siempre la torpe acusa- de su linaje. Y por eso muchos se sentían in- ción a la humildad de su origen! Y en 1810, clinados a mirarlo con desdén. Como se mira- quince años después de su muerte, las autori- ba entonces a un indio que tenía la avilantez dades españolas seguían recordándolo con de introducirse en círculos que no eran los del amargo resentimiento. El Presidente Molina, peón y el sirviente. El pobre doctor Eugenio en efecto, al referirse a los revolucionarios Francisco Xavier Espejo no pudo menos que quiteños les calificaba de “ de los sufrir el conflicto psicológico que eso produ- proyectos sediciosos de un antiguo vecino cía. Se lo advierte en sus actitudes y confesio- nombrado Espejo”. A un hombre de aquella nes. Intentaba hacer valer el abolengo espa- condición social, determinada por la pobreza ñol de los apellidos Aldás y Larraincar de su de su origen, que además se atrevía a opinar 66 GALO RENÉ PÉREZ con desenfado crítico sobre el estado de las y “Primicias de la Cultura de Quito” (1792). colonias, tenían las autoridades que hacerle Allí está la suma de su saber. Su activo pensa- víctima hasta de un desdén póstumo. Y así su miento crítico en los campos de la estética, la defunción fue registrada en el libro de indios cultura y la enseñanza. Sus alegatos con razo- y negros que mantenían aquellos feroces namientos igualmente severos sobre las insti- guardianes de castas y de clases. tuciones del país. Sus puntos de vista en ma- Pero no hay manera de doblegar al es- teria económica. Sus desvelos de fundador píritu superior, y menos de sustraerlo a la ve- del periodismo nacional y la lúcida y conmo- neración de los pueblos. El doctor Espejo vedora apología de los artesanos quiteños y cumplió su destino a pesar de todas las difi- las figuras destacadas en la cultura de enton- cultades del ambiente. Soportó cárceles. Fue ces. Pero están sobre todo las ideas de su obra aherrojado como un “facineroso”. Se trató de más seria, “Reflexiones acerca de las virue- confinarlo en las selvas con pretexto de una las”, que con tan inteligente juicio recomien- expedición científica. Se lo enjuició hacién- da González Suárez. dole responsable hasta de hechos y papeles Eugenio Francisco Xavier Espejo no fue que nunca se comprobó que le eran realmen- quizás un escritor notable. Su prosa es lenta. te imputables. El aclaró su posición sin cobar- Difícil. A veces afectada. Hay muchas páginas día. Reconoció la paternidad de libros de que suyas que carecen de sugestión. Su prolija crí- se enorgullecía. De “escritos, decía, que he tica literaria se pierde frecuentemente en su- ordenado a la felicidad de este país, por la perfluidades de forma. Pero cuando tiene co- mayor parte bárbaro”. Tuvo que ir a defender- sas vitales que comunicar, el estilo se le torna se ante el propio Virrey, en Bogotá. Esa fue espontáneo, animado, persuasivo. Hasta im- una sorpresa que le reservaba su azaroso des- presionante. Ese es el caso de su tratado sobre tino. Porque allí estableció amistad con dos las viruelas, rico de ciencia, de atisbaduras jóvenes colombianos que habrían de honrar a geniales, de imágenes desoladoras de la con- toda Hispanoamérica, y en los que acaso es- dición material de Quito, de su economía, de timuló el pensamiento revolucionario: Anto- su higiene pública, y rico también de rebeldía nio Nariño, el primer traductor en lengua cas- contra las autoridades, los explotadores y los tellana de la Declaración de los Derechos del beneficiarios de la ignorancia y el fanatismo. Hombre, y el científico Francisco Antonio Zea. Y, allí también, encaminó en la misma “Reflexiones acerca de las viruelas” conducta al quiteño Juan Pío Montúfar, pa- (Año 1785) triota del primer movimiento emancipador de su país. REMEDIOS. 1º.– Todo vecino dueño Fruto de su labor infatigable fueron “El de hacienda es un perpetuo y molestísimo Nuevo Luciano de Quito” (1779); “Marco pregonero de injustas quejas contra la Divina Porcio Catón” (1780); “La Ciencia Blancardi- Providencia, culpándole de ignorante o cruel, na” (1780); “Reflexiones acerca de las virue- pues que todos los temporales ordinarios los las” (1785); “Defensa de los Curas de Rio- predica contrarios y funestos a sus mieses y bamba” y “Cartas Riobambenses” (1787); cosechas, a sus siembras y sus esquilmos; no “Representación al Presidente Villalengua”; hay estación que la juzguen ni publiquen fa- “Memoria sobre el corte de Quinas”; “Voto de vorable. Lo peor es que el cielo de Quito sue- un Ministro Togado de la Audiencia de Quito” le ser, para el malvado chacarero, la regla de LITERATURA DEL ECUADOR 67 sus malos pronósticos, y en lloviendo aquí con ésta se provee a una futura necesidad que con alguna constancia o siguiendo con la podría acontecer, o por mal año subsiguiente, misma el tiempo seco, afectará que pasa lo o por la venida de muchas gentes extrañas. El mismo o peor en su hacienda, aunque de pro- mal trigo se les debe obligar a que lo gasten en pósito suceda lo contrario. El fin de todo es ceba de puercos u otra especie de animales encarecer los géneros de maíz, papas y trigo, útiles. Como el comercio que interviene en la que son los ramos más gruesos de nuestro venta del trigo se hace con ciertas personas abasto. Y así su continuo clamor es el siguien- llamadas trigueros, que se dedican a comprar- te: este año no tenemos papas que comer, se lo a los hacendados y acopiarlo en sus casas han helado, se han agusanado, se han podri- para revender a las panaderías; debe obligar- do, no han nacido; este año se pierden los tri- los el procurador general de la ciudad a que gos, no hay vientos, les ha dado el achaque, todas las semanas le vayan a dar aviso de las llueve mucho antes de tiempo, les han caído arrobas de trigo que hubiesen comprado, de las lanchas o no han nacido; este año no co- su buena calidad y de la cantidad que por me- geremos maíz, etc. ¿Qué sucede con esto? nor hubiesen revendido a las panaderías, con Que tiene y se toma la libertad de vender es- confesión del precio reportado por lo que tos géneros a como le diere la gana. Y como conviniere a la vigilancia del gobierno. Ulti- sucede que en la hacienda más fértil, o por la mamente al hacendado que se quejare tan in- flaqueza de algún terreno, o lo que es más justamente y en público, debe sacársele una cierto, por la desidia del amo y de un malísi- buena multa para que en otra ocasión no se mo mayordomo, no dan a las tierras todo el queje y perturbe de ese modo la quietud y ale- beneficio que necesitan, sale alguna cantidad gría general, que tanto contribuyen al aliento, de mal trigo, o mezclado de mucha cizaña robustez y sanidad de toda la república. Y si que aquí se llama ballico; todo el fin es salir alguno advirtiere que siguiendo esta máxima de éste, vendiéndolo a precio bien subido. de ahogar este clamor, no se lograría oir el Con este mi genio naturalmente propenso a verdadero, para implorar en este caso la pro- todo género de observación literaria y espe- tección y clemencia del cielo, trayendo las sa- cialmente física, he notado que el año más gradas imágenes de la Santísima Virgen de abundante es aquel en que más se quejan los Guápulo y del Quinche; se le debe persuadir hacendados. Y por lo mismo también he no- a éste que es falsa su piedad por todos lados y tado que en estos tres meses se ha interrumpi- que no considera los escándalos y sacrílegos do su clamor; es el caso que como ha visita- pecados que va y viene cometiendo la gente do la muerte a todas sus casas y ha estado la que trae y lleva la sagrada imagen, juntándo- ciudad en lamento con la epidemia del sa- se promiscuamente ambos sexos, y al mismo rampión, el mayor ruido ha apagado el me- tiempo profanando con sus labios impuros las nor, o la presencia de un verdadero y univer- oraciones más santas y las preces más humil- sal daño les ha obligado a no proferir menti- des que ha consagrado nuestra adorable reli- ras aflictivas y en común. gión. Después de eso se da pábulo a ciertos Débeseles, pues, pedir razón jurada de abusos, supersticiones y malas ideas acerca de la cosecha de buen y mal trigo que hubiesen los principios de nuestra creencia, y de la na- hecho; obligarlos a la venta de la mayor parte turaleza de los milagros. del bueno, y a la conservación o reserva de la Entre tanto el hacendado va haciendo restante. Con aquella se beneficia al público, su bolsa a costa de la miseria y hambre del 68 GALO RENÉ PÉREZ público. Y mientras mayores son éstas más tinos y de enorme magnitud; el escorbuto, las encarece su trigo, vende el más malo que tie- gangrenas, el cáncer; un caimiento y postra- ne y carga sus graneros del bueno para cerrar- ción de fuerzas inacabable en algunos; en los absolutamente. El año pasado y éste ha su- otros una inapetencia inmortal; en todos la cedido así; nada más que porque cayeron al- debilidad de todas las funciones del estómago gunas aguas intempestivas y se mojaron los con elevaciones, eructos fétidos, que llaman trigos de las siembras postreras, que se llaman los cultísimos médicos, nidorosos; vómitos últimas suertes, los cuales en verdad estuvie- frecuentes, facilidad increíble a cámaras mor- ron pésimos; pero es también muy cierto que tales de diversísimos colores, y en particular todos se vendieron al precio de doce pesos la verdes. Finalmente, parece que caer con el carga. sarampión hoy día es lo mismo que despedir- 2º.– El mal pan.– Las panaderas solici- se de este mundo y de sus cosas, porque sien- tan con todo anhelo comprar de los hacenda- do como ha sido por lo ordinario feliz su éxi- dos y trigueros trigos o harinas que sean de to, poco después han venido en tropel todas menor precio. Con este fin compran las más las enfermedades que llevo referidas, y duran- veces, y en mayor cantidad el malo; pero cui- do por más de dos meses han quitado, casi sin dan también de tener alguna cosa del bueno. admitir auxilios, a los dolientes la vida. Para Su fin es mezclar éste por libras con aquel obrarse tan funestos efectos, sin duda hay una otro por arrobas. Lo que resulta es que el mal causa común; y aunque quieran decir los ma- trigo vence al bueno y sale un pan mal coci- los físicos de nuestro país que ha dependido do, pegajoso, ácido, amargo, fétido, y por esto de la mala constitución del año, habien- consiguiente capaz de causar no solamente do causa conocida más inmediata, más natu- una enfermedad, sino una muerte repentina. ral, más perceptible, es ocioso recurrir a otros Así con esta indigna y malditísima negocia- principios dudosos, distantes y contingentes ción, nos han dado las panaderas en todo es- que en muchas otras ocasiones no han obra- te año y el pasado, la levadura de las epide- do estos efectos. Podré citar personas de la mias y un olor a muerte que se esparce por mayor veracidad, y al mismo tiempo de los al- todo el ambiente, y aún nos amenaza con ma- cances más finos y perspicaces, a quienes yor catástrofe. Sería mejor no comer pan algu- descubrí, muchos meses antes del sarampión, no que comer el que procuran todavía darnos el pronóstico que hice de una epidemia mor- aún en estos días, en que, a pesar de las falsas tal, por causa del malísimo pan que se nos lágrimas de los hacendados, hay en sus trojes vendía. Y con este motivo tuve la satisfacción y en sus eras muy superiores especies de tri- de oir que en la misma casa había hecho igual go. A ninguna otra cosa atribuyo los pésimos vaticinio físico el doctor Gaudé, médico fran- síntomas con que ha venido acompañado el cés. El remedio consiste en arrojar a los perros sarampión, sino al mal pan que se comió, el y a los ríos todo pan que se hallare negro y cual dispuso la naturaleza a contraer con ma- hediondo, empezando esta diligencia prime- lignidad su contagio, en otras ocasiones be- ramente por las casas ricas donde se cuece. nignísimo. No es fácil ponderar las funestas Con este ejemplo las pobres panaderas de los consecuencias que éste ha traído. Las disente- portales tendrán escarmiento y se guardarán rías malignas, las fiebres hécticas, las hambres mucho de vender al público un veneno tan caninas, las inflamaciones de los pulmones, mortífero en vez de pan. Ya Hipócrates había de los intestinos; los tumores y abcesos repen- dicho que toda hartura era mala, pero que la LITERATURA DEL ECUADOR 69 de pan era pésima. El de Quito, como parece prensivas de muy buenos y oportunos medios plomo, harta luego y verifica la sentencia del cooperativos a su extinción, todavía se nece- príncipe de la medicina. Repito, pues, que es sita que el celo extienda la pesquisa por todas más conveniente a la salud pública que falte partes, derrame los licores donde los hallare, absolutamente pan, y no que se coma el que, quiebre los vasos que los contienen y obligue denegrido y crudo, lo venden hoy las panade- a los vendedores de raspaduras a que tengan ras. Estas mismas para emblanquecerlo aña- apuntamientos de las personas a quienes las den a la harina de trigo la de maíz y se cono- venden y por aquí saber las que compran con ce fácilmente esta mezcla por las cortezas del más frecuencia. Y sin más que esta señal se pan ásperas, duras y desiguales con una blan- debería tratar de rondar las casas de éstas muy cura nada propia de aquella que manifiesta el a menudo por cualesquiera de los ministros pan de puro trigo. Sería mejor que en caso de justicia, porque esta frecuente compra de apurado de la absoluta falta de éste, se hicie- raspaduras da a conocer que éstas no sirven a ra de solo maíz, como estuviera muy bien co- otro uso que la composición de mostos para cido. destilarse en aguardientes de una naturaleza 3º.– La confección de licores espirituo- venenosa. Si, por desgracia, sucediere que en sos.– Hay ciertas casas (las que por modera- algún monasterio se entendiese en esta fábri- ción no nombro y que el pueblo y el gobier- ca, deberá darse la prevención de allana- no las conocen bien) en donde se fabrican miento por el muy reverendo e ilustrísimo se- aguardientes que para sacarlos muy fuertes ñor obispo, y esta sola noticia vastará a intimi- les infunden muchos materiales acres, cáusti- dar a las mujeres seglares, o a las religiosas cos y soporíferos. Hay también otras tiendas, que mantuvieren tan detestable negociación. que vulgarmente llaman chicherías, en donde 4º.– Escasez de víveres.– Este punto también confeccionan en vez de la simple mirado tan solamente por la parte que con- chicha de maíz, ciertos mostos que al solo lle- cierne a facilitar en la ciudad el acopio de ví- garlos a la nariz, atacan la cabeza. Estos lle- veres y su venta cómoda, fácil y a precios mo- van en su preparación, entre muchos simples derados, es del resorte del muy ilustre cabil- muy calientes, dos hiervas narcóticas llama- do. Pero mirando por el lado que toca a la pe- das huantug y chamico, que tienen la virtud nuria que trae tras sí las enfermedades y la de enloquecer y turbar la cabeza. Parécense a muerte, ya pertenece a la medicina. Paréceme la planta fabulosa dicha Nepenthe, cuyo su- que por cualquier parte que se atienda esto, mo, decían los antiguos, bebido con vino, ex- estoy autorizado por este muy ilustre cuerpo citaba la alegría. Todos estos licores, aunque que me concedió en uno de sus ayuntamien- no se beben con mayor cantidad, he visto que tos la facultad de hablar aun en asuntos polí- han producido las inflamaciones del hígado, ticos, para decir sobre el punto que tengo a la mortales disenterías, tumores en el bazo y ca- mano lo que juzgare conveniente. quexias o verdaderas hidropesías imposibles La verdadera escasez tiene su principio de curarse. ¿Cuánto no dispondrán los cuer- en la mala constitución del año. Las lluvias in- pos a fiebres malignas con síntomas fatales? moderadas e intempestivas; un tiempo seco En el exterminio de estos licores consiste la muy prolijo y que se extiende por muchos salud pública. Y por más que las providencias meses hacen estériles los campos. ¿Pero es dadas hasta aquí por los magistrados y el go- verdad que la escasez de víveres tiene siem- bierno hayan sido en mucho número y com- pre estas causas? Nada menos. Regularmente 70 GALO RENÉ PÉREZ no se reconoce otra que la dureza de los que cia. En faltando papas, dice, ya no tenemos dispensan a su arbitrio, y poniéndoles a su an- que hacer, ya no tenemos que comer; y aun- tojo el arancel y precios que quieren. La Pro- que tenga mies, calabazas, no hacen uso de videncia Divina, aun en la desigualdad de los estos géneros; con lo que obligan a los hacen- temporales de un año irregular, produce en un dados a que no cuiden de hacer en sus ha- terreno lo que se perdió en otro; a falta de un ciendas siembras copiosas de legumbres y género, provee de otro igualmente necesario, otras especies comestibles. El maíz, en lo que o no repugnante al gusto y costumbre de las se gasta es en la fábrica de una bebida tenue, gentes, v.g., cuando por un año lluvioso se de mal gusto, llamada chicha. La carne no al- pierde el maíz en Chillo se logra abundante- canza a comprarla la gente pobre en la carni- mente este grano en los valles de Pomasqui, cería; conténtase con probar alguna compra- San Antonio y Chinguiltina. Y, al contrario, da, a la que llaman mitades de mercado, en la cuando las papas se hielan en Machachi, venta que dicen chagro; papas, col y queso abundan éstas en los Cangahuas, Pesillos y te- hacen toda la comida de los infelices. Si se rritorios inmediatos. Los trigos son abundantí- extendieran a hacer uso de otras cosas, ya simos o se cosechan en grandísima copia, tendrían fáciles recursos para volver menos empezando desde Tabacundo hasta la villa de escasa su subsistencia. Pero el muy ilustre ca- Ibarra y sus alrededores. Nunca sucede que se bildo podría pedir a los diezmeros respecti- pierden todos, ni en todas partes. Y se puede vos, que le diesen memorias de los frutos que decir que quien nos ministra todo el pan es el hubiesen cogido, y su calidad, para tener pre- lado de Ibarra, vulgarmente La Villa; de modo sente, (hechos los cálculos necesarios), cómo que los trigos de nuestras inmediaciones, Chi- corre el año y se debe temer prudentemente llogallo, Uyumbicho, Amaguaña, Machachi, una verdadera escasez. En habiendo grave etc., podremos decir que nos vienen de supe- fundamento para esperarla, debería tomar rogación. Además de esto, cuando se escasea muchas providencias, y no dudo, que, por su alguna especie de alimento en una parte, celo, por su aplicación y conocimientos de la abunda otra en otra. Hay de esto innumera- materia, ocurriría con demasiada felicidad a bles ejemplos. Pues, ¿de qué viene que casi todos los remedios. Entre las que diere o tu- todos los años estamos temiendo un hambre, viere que hacer, me parece proponer una, con y nos amenazan casi siempre con ella? A mi uno u otros ejemplos. ¿Faltará, v. g., necesa- ver viene de malicia e ignorancia. La primera riamente este año el trigo? Pues particípese in- de los hacendados, la segunda del popula- mediatamente la noticia al señor presidente cho. Aquellos tienen un idioma que les es co- regente y pídasele que, por bando, mande al mún y observan en su lenguaje, afectos y ex- populacho que no haga chichas y compre el presiones, cierta monotonía de la que no se maíz para los usos necesarios de la vida. ¿No separan ni un momento ni un ápice.; Alguno vendrán papas? Pues, minístrese igual aviso a de ellos decreta un mal pronóstico, y luego si- la superioridad del mismo señor presidente, y gue una voz general de los demás; otro levan- comunicándosele la idea de lo que va a man- ta el precio a algún género, y entonces, ya es- dar, mande este muy ilustre cuerpo que los se- tá dada la ley. No haya miedo que otro le dé maneros obligados al abasto de carne traigan por menos ni falta en algo al último estatuto para cierto tiempo mayor número de ganados que propuso el primero. El populacho pro- y se venda no en pie sino descuartizado y en mueve la escasez de víveres con su ignoran- ventana, a la gente necesitada. Esta última es- LITERATURA DEL ECUADOR 71 pecie, me acarreará quizá las imprecaciones porque le faltan años, experiencia, comercio, de los obligados, porque su utilidad consiste trato de gentes experimentales, etc. en vender los novillos cebados, como llaman, Respuesta.– Pues el filósofo debe estar en pie y vivos, a los indios carniceros. ¿Era instruído en todas las materias literarias y ci- preciso preguntarles si con esto cumplen con viles, lleno de todas las especies que concier- su conciencia? ¿Si tienen con esto en mira el nen a la economía. Y así sabe que el mejor y bien público? ¿Si saben que esos indios no ti- más adecuado ramo para lograr utilidad, es, ranizarán al común con su venta doméstica y en esta provincia, la ceba de ganados. Sabe lo particular? Cuando satisfacen a estas pregun- que cuesta cada cabeza por los contornos de tas con buenas razones, que no choquen al Riobamba, Cuenca, Latacunga y Pasto, cuán- sentido común, a las leyes de la sociedad y a to vale el potreraje de cada año, según la si- las reglas indefectibles de la propia razón, tuación de los pastos, dehesas o potreros; puédeseles dejar que hagan lo que gusten. cuántos y cuáles son los derechos que se pa- Veo ahora que me harán dos réplicas gan en la carnicería, y se llaman mechas. Sa- que les parecerá ponerme en el mayor emba- be aún más, que la miseria y pobreza del co- razo. Primera, que se han perdido los gana- mún llega a ser extrema y lo pone en estado dos; y segunda: que su ceba es muy costosa, de perecer. Y que su obligación es procurar su su hallazgo muy difícil, con mayores expen- alivio y reparación; pues no en balde la pro- sas, sin utilidad ninguna, etc. A esta réplica o, porcionó Dios que tocara en esta epidemia, y por mejor decir, a este cúmulo de dificultades antes con sus manos esta triste verdad, que se satisfaré con otras preguntas. ¿Cuándo se en- le ofreciera esta ocasión de hablar pública- cuentran algunos embarazos para facilitar el mente en su favor. Sobre todo sabe que a la comercio de ganado con Guayaquil, Cuenca escasez de víveres se sigue indefectiblemente y Loja, se ha agotado acerca de esta especie la peste; porque los pobres corrompen la san- la Providencia? ¿Se ha vuelto Dios de piedra a gre volviéndola viscosa, melancólica y escor- nuestras calamidades y se está complaciendo butiza en sola la consideración de un grave con crueldad de nuestra ruina? Si se han alte- mal que les amenaza y temen aún más allá de rado los pactos con aquellas ciudades, ¿faltan los justos límites que da al temor un juicio el Taminango, los pueblos vecinos, los hatos despejado y generoso. Sin saber cual es el ins- de cinco leguas? Cerca de cuatro años ha que tinto porque obran los racionales, se observa la queja de que faltan los ganados se está que cuando se forman la idea de que un mal oyendo diariamente, en junta del pronóstico ha de ser común, es su aflicción sin consuelo de que faltará la carne de un día para otro; ¿y y propensa siempre a un ahogo mortal y por en verdad que aquellos han faltado y que de decir mejor a la desesperación. Desde este ésta hemos carecido en el todo? Y si la pérdi- caimiento de ánimo los pobres pasan a nutrir- da de los semaneros es efectiva, ¿por qué la se de cuanto llega a sus manos, porque el te- continúan y con eso adelantan más su atraso? mor del hambre, obrando en su imaginativa el ¿Por qué se empeñan tanto en ser preferidos espectro de la misma hambre, ya se la hace para las semanas? sentir, y padecer en realidad. Todos estos afec- Segunda réplica: el filósofo desde el tos son unas previas disposiciones para con- retiro de su estudio sólo es bueno para coger traer una epidemia maligna y contagiosa. un libro, para formar una crítica mal hecha; y Pues la observación constante de los buenos para maldecir lo que no conoce ni entiende, físicos y aun de los historiadores asegura que 72 GALO RENÉ PÉREZ el hambre trae tras sí la calamidad de la pes- falta de ellos sufra con dolor el gobierno un te. Y ésta empieza ordinariamente entre las mal que le parece irremediable. gentes de la ínfima plebe; porque su alimento Para mí es una increíble maravilla oir y es de los peores siempre. “Surate, dice mister ver la abundancia de esta provincia, su feraci- James, en las Indias orientales, raras veces es- dad y copia de alimentos nobles y delicados; tá libre de peste, y es cosa notable que entre y al mismo tiempo oir y ver la escasez, esteri- tanto los ingleses que están allí establecidos, lidad y falta aun de todo lo necesario para la no la contraen. Aquellos que ocupan el pri- vida. Cuando llega de fuera algún individuo mer puesto entre los naturales del país, son de tierras muy distantes, le hacemos concebir unos Bramanos que no conocen ni la carne ni una providencia copiosísima de víveres que el vino y no se alimentan sino de hortalizas, él no quiere creer, y cuando matamos domés- de arroz, de agua, etc., y la mayor parte de los ticamente de lo que no nos abunda; nos ha- habitantes viven del mismo modo a excep- llamos con un vacío de los alimentos más or- ción de los extranjeros. Este mal alimento, dinarios. ¿Cómo poder explicar esta estupen- junto al calor del clima, es el que los hace tan da paradoja? Me parece que fácilmente con sujetos a las enfermedades malignas; y vivien- viajar por la consideración al reino mexicano do con un método del todo contrario, es que y a su capital México. Esta opulentísima ciu- los extranjeros consiguen el fin de preservarse dad abunda sin término en el oro y en el pla- de ellas”. Véanse aquí las horribles resultas de ta. Hay casas allí de caudales cuantiosísimos una hambre, y éstas son las que debe preve- que podrían enlosar una o muchas calles con nir la policía, procurando que haya abundan- planchas de oro, del granito y el pórfido. Y en cia de todo lo necesario; que las panaderas v. tanto esa misma ciudad, la mejor y más bri- g. no tengan el atrevimiento de minorar los llante de ambas Américas, carga o tiene den- panes y darlos, aun en tiempo de la abundan- tro de sí mendigos que se cubren no con an- cia de trigos, tan pequeños que cada uno no drajos de alguna tela, sino con un pedazo de llega a tener tres onzas de peso; que ellas mis- estera, en una palabra, desnudos. Así respec- mas no mezclen el que llaman de huevo, con tivamente sucede con esta ciudad en lo que ciertas drogas nocivas, que le dan un barniz mira a los víveres. La gente de alguna como- amarillo por fuera parecido al que causa la didad, come con abundancia, la rica puede mezcla de los huevos, que finalmente sepa el presentar en su mesa sin mucha diligencia, público todo que está bajo del suavísimo im- afán ni costo, manjares muy exquisitos y ca- perio de las leyes, y que no le es lícito erigir- paces de lisonjear la gula de los mismos que se en dueño absoluto y arbitrario de sus ac- se jactan de haber comido con esplendidez ciones civiles sino que debe sujetarse a lo que en Europa. Por la gentalla, esta que parece te- ellas prescriben. Pues no sabiendo bien mu- ner alma de lodo por inopia, no se atreve a chos particulares estas obligaciones, ha suce- gastar el infeliz medio real que coge en pan, dido que cuando el gobierno ha mandado sino por hacer más durable su socorro, le ex- ciertos reglamentos para facilitar los abastos pende en harina de cebada. De esta desigual- algunos de ellos muy malvados, miembros vi- dad de condiciones resultan estas monstruosi- ciosos de este público, se han sustraído de la dades de parecer una tierra fértil, y al mismo obediencia, o bien introduciéndolos por la paso estéril. En corriendo la moneda con al- noche o bien absolutamente dejándolos de guna suerte de equilibrio y en circulando esta introducir, para que experimentada la total sangre (digámoslo así) de las repúblicas, no LITERATURA DEL ECUADOR 73 solamente por los ramos mayores, sino hasta los motivos de aquella pasada penuria, y no por las ramificaciones de las venas capilares, he podido saber cosa que satisfaga, y en vez está todo el cuerpo expedito, sano, y en dis- de manifestarme las causas sólo me han refe- posición de girar por todas partes. No sucede rido sus efectos. Me atreveré a pronosticar (sin esto por aquí y proviene de muchos princi- ser un osado escrutador de los secretos divi- pios que los conozco, pero que no es fácil ex- nos) que hoy en circunstancias idénticas no plicar en el breve volumen que he meditado vendría a Quito tan cruel castigo; y será por- escribir. Bastará decir que la mujer más hábil que hoy las gentes están más advertidas, los en costura, fábrica de tejidos que llaman pe- padres de la patria atentos a las cargas de su gadillos o en hilados de lana y algodón, no al- oficio público, y el gobierno con unos ojos vi- canza trabajando todo el día a ganar un real y gilantes y fijos en la conservación de la salud, medio. ¿Qué habrá de admirar después de es- sosiego y felicidad pública. to, que el año pasado de 41 y 42 en que aún LIMPIEZA LOCAL DE QUITO.– A ésta no fui nacido, se experimentase en esta ciu- se opone constantemente la suciedad de algu- dad tan solamente por las lluvias copiosas y nas casas, que son los depósitos de las inmun- tenaces en más de seis meses consecutivos, dicias. 1º.– Los monasterios. 2º.– El hospital. una hambre que mató bastante número de 3º.– Los lugares sagrados. gentes? Creo que ha sido la única que haya REMEDIOS.– 1º.– Los monasterios.– padecido Quito, desde el tiempo de la con- No se diga una sola palabra de los dos del quista; por lo menos, no hallo contradicción, Carmen Alto y Bajo de esta ciudad. Ambos es- que de este linaje de calamidad pública nos tán respirando igualmente que el olor de las hayan transmitido nuestros mayores. Pero es virtudes, el de la limpieza de sus celditas. Ha- muy de extrañar también, si atendemos a las blo de los tres monasterios de la Concepción, quejas de los hacendados, que no experimen- Santa Clara y Santa Catalina. Estos tres con- temos casi todos los años igual azote; espe- ventillos están llenos de porquerías, de basu- cialmente si a la falta de la industria se aña- ras y de toda especie de suciedades, así en sus diera la indolencia quiteña de aquellos tiem- patios y corredores principales, como con pos, para prevenir un mal futuro. Vade ad for- mayor especialidad en sus tránsitos menos nicam o piger! se debía gritar entonces no al frecuentados. Si alguna peste se había de en- artesano, no al menestral, no al pobre que tra- cender en esta ciudad, su cuna la debía tener bajaba lo que podía, sino al que era desidio- en cualquiera de estos tres suavísimos monas- so en dar providencias de seguridad, en caso terios. Y si no la padecemos, es, sin duda, por de que hubiese la urgencia de alojar aquí un la benignísima constitución de nuestro clima, considerable número v. g. de soldados o de porque en lo demás, como llevo dicho, estos estorbar las malas consecuencias de un mal monasterios son los seminarios de las inmun- año. En este defecto consistió el hambre del dicias. Parece que el remedio consiste en que que ya citamos. Y ella no sirvió a más que pa- se exhortase a los capellanes a que cada se- ra enriquecer algunos pocos insensibles mana una vez, visitasen todo el convento, ha- monstruos, de quienes y de sus riquezas ya no biendo prevenido antes a las abadesas y vica- hay memoria más que para la execreación. rías de casa de esta solemne visita y el saluda- Con el genio que Dios que me ha dado, he in- ble objeto de ella. Pero supongo a estos vica- quirido sagazmente de estas personas que se rios autorizados con el expreso mandato del dicen prudentes y advertidas, cuales fuesen señor obispo, quien por las altas facultades 74 GALO RENÉ PÉREZ ordinarias y por las de delegado de la Santa hay aquí, se alojase cómodamente en el que Sede, que residen en su ilustrísima persona, ahora es hospital; o bien, según lo arbitrara puede dar a aquellos este género de comisión mejor el señor presidente regente, de acuerdo gubernativa y económica, por amor a la salud con el ilustrísimo señor obispo, se podría dar pública. Esto mismo deberá mandar al vicario otro uso útil y público, como de colegio semi- de monjas catalinas el devoto provincial de nario o universidad, etc. Pero aun cuando es- Santo Domingo, exhortado a este fin por este ta propuesta se reputara como un alegre sue- muy ilustre ayuntamiento; pues aquel puede ño de hombre despierto, debemos estar a una por facultad que le da el santo concilio de ley de nuestras municipalidades acerca de la Trento, dar licencia aun a los seculares, in fundación de hospitales, que ordena que, si scriptis para que entren a los monasterios, se son para curar enfermedades contagiosas, se entiende que por este fin. pongan en lugares levantados. Con todo esto, 2º.– El hospital.– Hay, por desgracia, si el hospital citado se ha de quedar allí, co- uno solo en esta ciudad, y se desearía que mo se quedará para siempre, se ha de velar y abundaran éstos dentro de cualquiera nume- procurar infatigablemente en que haya cuida- rosa población; pues son los asilos a donde va do de los enfermos, asistencia perenne, cura- a salvar su vida la gente pobre y desampara- ción hecha por gentes hábiles así en medici- da de parientes y benefactores. Pero es tam- na como en cirugía; pero seglares, como lo bién cosa muy cierta, que ellos deben estar mandan con justísimos motivos las constitu- extramuros de la ciudad, por lo menos no en ciones de estos frailes. Sobre todo se ha de ce- el centro de ella; porque sus hálitos corruptos lar, en que, habiendo una buena ropería, se no inficionen al vecindario con alguna enfer- promueva la mayor limpieza que sea posible, medad contagiosa. El hospital que aquí tene- de manera que no se levanten de sus salas ai- mos que es de patronato real y a quien el rey res dañosos a la población. Para facilitar to- da el noveno y medio para su subsistencia, es- do esto están mandadas hacer las frecuentes tá a cargo de los religiosos legos del beato Jo- visitas así del patrón real como del obispo sé de Betancourt, y se llaman Betleemitas, or- diocesano, y tanto las de derecho o en forma den regular que tuvo su principio en la Amé- jurídica cuanto extraordinarias y sin forma pa- rica septentrional en la ciudad de Guatemala. ra la inspección de cómo van las cosas de los El dicho hospital está situado dentro de la hospitales, pues sus religiosos no son dueños misma ciudad, a distancia de tres cuadras de sino ministros de ellos, y por tanto están obli- la plaza mayor, a dos de las de San Francisco gados a sufrir las visitas, a dar cuenta y razón y Santo Domingo, a una de la del convento de de su buen porte en razón de su hospitalidad. Santa Clara, y pocos pasos del Carmen de la Ni menos pueden hacerse cargo de cuidar antigua fundación. Por aquí se puede ver, hospitales, sin sujetarse a este género de go- cuán unido se halla con el principal vecinda- bierno económico, como está ordenado aún a rio de la ciudad. Debería ser que estuviese los frailes de San Juan de Dios, no obstante a más distante y aún fuera de ella. Pero median- esto el que sean sacerdotes, y gocen los privi- do la autoridad del gobierno, no es cosa im- legios que han alcanzado de la Santa Sede. posible ni difícil que se traslade a la casa que Ahora es menester decir que estoy en fue de los regulares extinguidos del nombre la persuasión de que estos religiosos betlee- de Jesús. Y con esto se lograría que el cuartel mitas no necesitan de que se les estimule al de la corta tropa de infantería del fisco, que cumplimiento de sus obligaciones con la me- LITERATURA DEL ECUADOR 75 moria de la visita por la que deben pasar. Otro costumbres pasadas, fuesen díscolos y escan- método de remedio sería el que habría me- dalosos; no cuidasen a los enfermos, les die- nester, si hubiesen caído en relajación. Pero sen por alimento una mala sopa, una mala pi- es oportuno saber, cuándo acontecería ésta y tanza, una mala legumbre cocida, sin atender por consiguiente cuándo se debería echar a sus particulares necesidades, aquellas que mano de aquella medicina. demandan diverso género de manjares y de Ya se ve que todos los congresos regu- guisados; si en vez de prodigar los remedios lares, a poco después de sus primeros calores farmacéuticos de su botica a beneficio de los de disciplina monástica, han venido a dar en dolientes, se los escaseasen hasta un grado el olvido de sus principales votos, y del cum- supremo de negarles lo preciso, contentándo- plimiento de sus santas leyes. Es ocioso referir se con recetarles algunas purgas de mechoa- lo que ha pasado con las órdenes monacales; cán, algunas ayudas, cuyos cocimientos se pero mucho más con las más famosas, o todas guardan en depósitos comunes, para evitar la las de los mendicantes; prescindo ahora de lo leve ocupación de hacerlos; si sus roperías es- que habrá pasado con la modernísima hospi- tuviesen destituídas de buenos colchones, sá- talería de frailes betleemitas. Sólo pretendo banas enteras y limpias, y abundasen sólo en retratar una imagen de su caída regular, para andrajos sucios; si estos religiosos se conten- que, en caso de que ésta llegase (lo que Dios tasen con algún barbero para erigirlo despóti- no permita), se apliquen los remedios conve- camente en cirujano de las enfermerías, alte- nientes, no a la reforma de los frailes, sino al rando con esta atrevida conducta el orden de alivio de los míseros dolientes. la sociedad, y previniendo el juicio de los tri- Si sucediese, que a una orden hospita- bunales, a quienes compete llamar un profe- laria se acogiesen no por vocación sino por sor público bien acreditado, científico, en una necesidad gentes sin cultura ni pulimento, en- palabra, un buen médico secular, hiciesen tra- tregadas al tráfico o a las maniobras en los na- bajar en la curación de sus enfermos a cual- víos que es lo mismo que decir a los vicios quiera practicón o enfermero de su orden más feos y costumbres más disolutas; si, de mismo (lo que está vedado por sus propios es- verdad y efectivamente estas gentes fuesen tatutos), para que no recete con la prudente li- admitidas a recibir el hábito de penitencia y a bertad que requieren la buena práctica y las la profesión de los votos comunes, como tam- reglas del arte; si estos medicamentos que se bién del particular de hospitalidad, aun cuan- niegan a los dueños legítimos, que ellos son do hubiesen pasado de los cuarenta años; si de los pobres, se tuviese el ansia de venderlos estos mismos, habiendo probado ya la modi- al público. Si, en efecto, al venderlos, no se ficación de una vida menos laboriosa que la tuviese otra mira que satisfacer la avaricia de que antes tenían, por el trato de Reverencia y algún prelado, que mandase a los boticarios Paternidad que les da cortés y gratuitamente levantar el precio a las drogas. Si en la misma el secularismo, se volviesen orgullosas y en- venta de éstas fuesen tan irracionales, que ha- greídas, como que valiesen más ahora que biendo cogido en el despacho de las primeras antes sus personas (siendo que debía suceder recetas un precio excesivo, fueren (al ver que lo contrario por naturaleza), y no quisiesen se repiten por los médicos las mismas), levan- trabajar más que en la vida secular, haciéndo- tando de punto la tasa, como que van a ven- se nobles y más dedicadas; si después de es- der carísimamente la necesidad. Si después to, estos religiosos, acordándose de sus malas de todo esto se advirtiere que los prelados su- 76 GALO RENÉ PÉREZ periores v. g., prefectos, viceprefectos genera- si yo encontrara que había cogido la relaja- les, andan a traer de aquí para allí a sus súb- ción a estos regulares, la profesión que hago ditos sin hacerlos parar, porque lo pide así, o de filósofo cristiano, no me permitiría el ocul- la dureza cruel de los prefectos locales, o las tarla. La publicaría, esto es, la haría venir en pésimas costumbres de los conventuales, en conocimiento de quien podía remediarla, sin cuyos transportes se gastaría mucho dinero de faltar a la justicia por la misma notoriedad del los pobres en viáticos. Si no tomasen ya la si- hecho. En caso igual, equilibrando rigurosa- lla de manos para buscar, y conducir a sus en- mente las cosas, vería que importaba más el fermerías los afligidos con las enfermedades, remedio del público (en cuya comparación es que es punto de sus constituciones, y al con- una nonada particular la comunidad de 12 trario repeliesen con fiera crueldad a los que sujetos, malversadores del patrimonio de los en sus conventos solicitan camas para curar- pobres, fundado en la real munificencia y en se. Si se viese que sus salas no estuviesen lle- la misericordia de los particulares), que la fal- nas de estos miserables, en los que abunda es- sa reputación de un puñado de hombres fal- ta ciudad. Si estos padres cuidasen más de te- tos de conocimiento de su estatuto, y, lo que ner y edificar una iglesia suntuosa, una torre es más, de la caridad cristiana. ¿Cómo éstos, eminente, unas campanas muy sonoras, y to- faltando a sus más urgentes obligaciones, no cadas con frecuencia, que son obras de la va- descuidarían de la limpieza de los hospitales, na y mundana ostentación, con olvido de los juzgándola asunto de ninguna consecuencia? verdaderos templos de Dios, que son las cria- ¡Oh cuánto importa el que nosotros lo sepa- turas racionales enfermas, y con desprecio de mos! la laudable fama de su hospitalidad. Si final- 3º.– Los lugares sagrados.– En ninguna mente se oyese un rumor tierno y continuado parte de la ciudad se puede venir a padecer, de que los enfermos más bien quieren arras- no digo una peste, sino una muerte súbita, trar una vida dolorosa que ir al hospital; por- que dentro de las iglesias más frecuentadas, que le ven a éste como el lugar de su dilatado de San Francisco, San Buenaventura, Capilla suplicio, y de su muerte… Si se encontrase to- Mayor del Sagrario, y todas las demás, según do ese cúmulo de maldades en nuestros be- que en ellas se sepultan más o menos los ca- tleemitas, no solamente que se les deberá vi- dáveres de los fieles. La causa de un daño tan sitar sino que especialmente el prelado debe- funesto consiste en la continua exhalación de ría informar al rey de esta pésima conducta, vapores venenosos, que despiden las bóvedas pidiendo al mismo tiempo a su majestad la se- sepulcrales. A esta llaman los médicos Mephi- paración, supresión y absoluta extinción de tis, palabra latina, que en el siglo de Augusto, estos individuos nocivos a la sociedad. No según lo atestigua Servio, significaba un dios creeré que nuestros betleemitas se hallen en llamado así, por el aire de olor bueno y malo. este caso. Desde luego mi retrato no está se- Hoy significa entre los buenos latinos el hedor guramente cerca de su original. Le veo muy de la tierra o de las aguas. Sea lo que fuere, lo lejos, le temo muy cerca. Todo lo que aquí se que importa saber es que la fetidez vaporosa, dice debe ser antes bien una precaución, que que exhalan los sepulcros en las iglesias, son una historia verdadera; antes bien una sombra unos hálitos verdaderamente mephíticos de de lo que podrá suceder, que una pintura ca- los que dice Ricardo Mead, que es cosa noto- bal de lo que ahora es. Pero no dudemos, que ria, que puede ser uno envenenado por los LITERATURA DEL ECUADOR 77 vapores y exhalaciones venenosas, o el aire preciso que en ésta corriese tanto aquella, apestado, que penetra en el cuerpo mediante que en pocos minutos la misma porción de la respiración. sangre que salió del corazón, volviese a entrar ¿Pero necesitamos acaso de la autori- en sus ventrículos. Por lo menos el inglés Ja- dad, aunque fuese del mismo Apolo, para es- cobo Keil dice que el curso veloz que adquie- tablecer una cosa tan verdadera que nos está re la sangre al empezarlo por las arterias, es dando en los ojos? Casi no hay año en que no capaz de llegar a cincuenta y dos pies en ca- se vean los lamentables efectos de esta ver- da minuto; si ésta va con la mayor comodidad dad. En la bóveda de San Francisco han pere- (digámoslo así), por los vasos mayores, es pre- cido muchos de los indios sacristanes que co- ciso que se estreche, se adelgace, y atenúe diciosos de algunos lucidos despojos de los muchísimo para girar libremente por las rami- muertos han entrado para quedar allí mismo ficaciones menudas, y tal delgadas, que supe- sofocados y sepultados de una vez. ran con mucho a la delicadeza y fineza de los No es difícil dar la razón de este vio- cabellos más sutiles. Entonces, ¡qué división lentísimo efecto a quien sabe el mecanismo de partículas tan imperceptibles! ¡Qué distri- de la máquina del hombre. Porque en cono- bución tan uniforme! Pero una y otra se per- ciendo en qué armonía, concierto y funciones feccionan en los vasitos mínimos y estrechísi- de los fluidos y de los sólidos consiste la vida, mos de los pulmones, y una y otra obligan a no hay cosa que dificulte la inteligencia de éstos a la atracción y expulsión del aire, que varios fenómenos adscritos a la constitución fuera de servir a la misma circulación esencial maquinal del cuerpo. ¿La vida, pues, en este e inmediatamente, tiene otros diversos desti- sentido, qué es sino el perpetuo giro de la ma- nos así en las vejiguillas pulmonares como en sa sanguinaria? Conforme corre, y según por lo restante del cuerpo. En este mecanismo donde da sus perennes vueltas, se obran todas consiste el uso y la necesidad de la respira- las filtraciones de los líquidos o materias aco- ción. Si ésta cesa, para el giro de la sangre, se modadas a los diversos diámetros de las par- detiene en los pulmones, se subsigue la cesa- tes glandulosas. Y ellas son buenas o malas, ción de las funciones animales, que es decir correctas o viciosas, naturales o preternatura- se acaba la vida, o con menos prontitud, o les, ya por la correspondencia regular, o ya más excesivamente, según que se respira en por la pérdida del equilibrio y del resorte de vez del aire puro, otro flúido que sea más o aquella, y de éstas últimas. Para comprender menos diferente de él; porque cualquiera otro esto no hay sino echar la vista a la fuerza elás- no ha de tener ni la consistencia fácil de sepa- tica del corazón, que, según el cálculo de Bo- rarse, ni la elasticidad que goza el aire. Aho- relli, puede superar a la resistencia de ra, pues, en las bóvedas sepulcrales, es nece- 780.000 libras. ¿Considérese cuál ímpetu, sario que se respire un flúido o una exhala- cuál movimiento, cuál celeridad no imprimi- ción que además de ser inerte e impropia pa- rá a la sangre, cuando la impele desde su se- ra todo movimiento activo y pasivo, está llena no al tiempo de su contracción hacia las arte- de partículas corruptas y venenosas. Así las rias, y por consiguiente hasta las más remotas muertes violentas se deben atribuir a la iner- extremidades de los miembros inferiores? Era cia de aquel flúido que ocupó los pulmones e menester un vigor motriz de ésta, y superior hizo parar su alternada acción mecánica. Pe- elasticidad, para obrar este curso de la sangre ro, porque el mismo fluído lleva en sí los prin- que vulgarmente se llama circulación, y era cipios de putrefacción, si es conducido por el 78 GALO RENÉ PÉREZ aire y su ventilación a alguna distancia, pro- cadáver, ¿qué causaría la junta de muchos? ducirá él en los cuerpos que allí se hallaren ¿Igual tósigo no se confeccionará en esos lu- no la muerte pronta, ya se ve, pero sí una al- gares subterráneos? teración enorme, febril, pestilencial o de otra Dos son, pues, los daños irreparables naturaleza morbosa. Luego véase aquí que los que causan estos depósitos venenosos. El pri- sepulcros son los depósitos de este veneno mero las muertes violentas. El segundo las en- activo y trascendental, que en ninguna parte fermedades populares. Y cualquiera precau- puede llegar a adquirir tanta fuerza mortífera ción que se tome por los curas y religiosos, a sino en la estructura cóncava de las bóvedas, quienes pertenecen los sepulcros, para impe- y en la misma constitución del cuerpo huma- dir la comunicación de la causa, no alcanza a no, capaz de más subida fetidez y corrupción, extinguirla ninguna, como que se halla siem- quizá, que todos los otros entes que conoce- pre cebada y acopiada en los sagrados tem- mos. Es constante la unanimidad de pareceres plos. ¿Pues qué remedio habrá acaso escogi- de los autores médicos sobre que las enferme- tado el celo de algún buen ciudadano? Si se le dades pestilenciales que se suscitan en los ha ocurrido felizmente, lo debería publicar y campos de batalla y en los ejércitos, se deben pedir a los magistrados que se ponga en uso. a la corrupción de los cadáveres que se des- Parece que no tiene el menor inconveniente cuidó de enterrar. Es el caso que como por lo todo esto. regular se empieza la guerra por la primavera La medicina de tan grave, pernicioso y y sigue su horror en el estío; el calor intenso universal daño, está en que se hagan los en- del aire pone en mayor fermentación los hu- tierros de los fieles difuntos fuera de la ciu- mores de los difuntos, y hace que se exhalen dad, y no dentro de los lugares sagrados de partículas activísimas que, esparciéndose en ella. Allá en la parte posterior de todo el re- la atmósfera, encienden una fiebre contagio- cinto de la que se llama Alameda, hay una sa. No es de omitir a este intento una historia caída plana que forma ya el principio del Eji- de mister Baynard, referida a mister James. do, y está muy a propósito para que se forme Dice que, habiendo ido algunos muchachos a en ella un cementerio común donde se debe- jugar al contorno de un cadalso, donde algu- ría enterrar todo género de gentes. Toda su fá- nos meses antes se había expuesto el cuerpo brica no debe constar más que de paredes de un malhechor, hicieron el cadáver de éste, que tengan la altura de diez varas puestas en el objeto de su diversión y se entretuvieron cuadro. Su extensión podía ser de ciento se- empujándole de un lado a otro. Uno de los senta varas de longitud y cincuenta de latitud. muchachos, que era más atrevido quiso ade- En alguno de los extremos se podría hacer lantar la invención, y tuvo a bien darle una una especie de mesa de piedra a donde por puñalada encima del vientre, que estando mayor decencia, y aquella piedad religiosa descubierto, seco por el calor de la estación, que demandan los cuerpos que fueron mora- por dentro esponjado por los humores que da de un alma inmortal, se pudiesen poner, habían caído, se abrió por la violencia del por el breve rato que dure la excavación de la golpe y despidió una agua tan ardiente y co- tierra. Los curas ya se ve, como muy bien lo rrosiva, que el brazo del muchacho por el que saben, han de llevar con cruz alta, el cadáver corrió se le llagó violentamente y tuvo que de su feligrés difunto, y llegando al cemente- padecer muchísimo, para impedir el que se le rio dirán las últimas preces que por alivio de encancerase. Si este efecto produce un solo su alma manda la Iglesia se digan, y hecho el LITERATURA DEL ECUADOR 79 entierro vuelven a su parroquia a celebrar el sado con una vieja de quien no tiene hijos”. oficio y divinos misterios de nuestra repara- (Esa laya de chismes dañó tristemente parte ción. A este mismo cementerio se deberían del epistolario de aquel hombre ejemplar). Lo trasladar todos los esqueletos, y osamenta que cierto es que Mejía fue hacia Manuela a tra- estuviesen depositados en las bóvedas o se- vés de las tertulias y las lecturas en la casa de pulcros cóncavos de las iglesias… Espejo, que quizás fue el alero familiar que echó de menos desde su infancia. Fuente: Precursores. (Puebla, México, Editorial J. M. Caji- El ambiente de Quito no fue propicio a ca Jr., S. A. 1960), pp. 160 - 181 (Biblioteca Ecuatoriana José Mejía, a pesar de sus talentos. O quizás Mínima; la Colonia y la República. Publicación auspiciada por la Secretaría General de la Undécima Conferencia In- por eso mismo. Se le pusieron trabas en el teramericana, Quito, Ecuador, 1960). otorgamiento de sus títulos universitarios. Se le zahirió de hijo ilegítimo. Se le despojó in- José Mejía Lequerica (1775-1813) justamente de sus cátedras. Uno de los frailes que le combatieron porque no estaban a su Nació Mejía en la ciudad de Quito. Es- altura en el magisterio, escribió: “suponiéndo- taba llamado a pasar por la horizonte de la se el tal Mejía el único inteligente en materias época con la celeridad de un meteoro. Vivió filosóficas, en agravio a muchas personas que treinta y ocho años apenas. Pero el ritmo de hay en esta ciudad muy versadas en esta Fa- su personalidad, de sus acciones, de su obra, cultad, incurría en el escandaloso exceso de fue distinto del común, cual si sintiera el apre- mio de la extinción temprana. Educado entre informar (¿enseñar?) siniestramente”. las zozobras de la falta de hogar, pues que era Destituído al fin de sus medios de tra- hijo adulterino de una mujer casada, no por bajo, salió del país. Pero eso mismo le puso aquello dejó de obtener varios grados univer- en el camino de su singular destino. Es lo que sitarios, de empeñarse en investigaciones bo- ha ocurrido casi siempre en Hispanoamérica. tánicas con notables naturalistas de la época, La fatalidad del destierro, impuesto o volunta- de ejercer la docencia superior, de adquirir, rio. El necesario y duro aprendizaje del mun- como uno de los más ejemplares autodidac- do como condición inesquivable para la car- tos, una abrumadora suma de conocimientos ga dinámica que reclaman los pueblos en el filosóficos, históricos, jurídicos, políticos. servicio que les debemos. Mentalidad realmente universal la suya. Po- El viaje de Mejía, en las circunstancias cas personalidades se yerguen tan alto en His- en que se hizo, tuvo el sabor de una amarga panoamérica. Fue Maestro en Artes, Doctor aventura. Tomó rumbo a España. Llegó a ésta en Teología y en Derecho Civil. A los veintún en una hora difícil. Preñada de todo lo peor. años de edad consiguió por oposición la Cá- Acaso nada había tan vil como la conducta de tedra de Latín. Y a los veintitrés la de Filoso- sus monarcas. Un rey –Carlos IV– que dilapi- fía, de idéntica manera. La prisa parecía ser su daba el tiempo de las obligaciones de gobier- signo. A los veinte años se casó con una mu- no en los cotos de cacería. Una soberana jer que le doblaba en edad: Manuela Espejo, –María Luisa– que compartía secretamente su hermana de Eugenio, el prócer quiteño. Alu- lecho con el capitán Manuel Godoy. Un here- diendo a ello, el naturalista colombiano José dero –Fernando VII– que se movía como un Caldas, que no dejó de mirarle con egoísmo, pelele, entre dubitaciones, cobardías y some- decía en una carta a José Celestino Mutis: “Se timientos. Y al pie de ese retablo canallesco me olvidaba advertir a usted que Mejía es ca- un pueblo menesteroso, no de civismo sino 80 GALO RENÉ PÉREZ de poder conductor, que se revolvía furiosa- odiosas expresiones de pueblo bajo, plebe y mente contra la invasión de Bonaparte. Corría canalla. Este pueblo, esta plebe, esta canalla, el año de 1807. El viajero quiteño, hombre de es la que libertará a España, si se liberta”. De tantas profesiones, consiguió trabajo en el igual modo hablaron, casi un siglo más tarde, Hospital General de Madrid. Allí se estuvo aquellos profetas de la célebre Generación de hasta cuando la ciudad se levantó en armas 1898. contra el extranjero que la sojuzgaba (2 de Cómo José Mejía se convirtió en repre- Mayo de 1808). Se incorporó entonces a esas sentante parlamentario es cosa comúnmente milicias populares porque odiaba la agresión sabida. Depuestos los monarcas españoles, y la conquista. A su esposa le dirigió en aque- vinieron las cortes o asambleas que la Regen- lla ocasión una carta, recogida por Pablo He- cia reunió sucesivamente en lugares distintos. rrera en su “Antología de Prosistas Ecuatoria- Hasta que aquellas se instalaron definitiva- nos”, en donde ha quedado constancia de tal mente en Cádiz, en 1810. Con 105 diputados. hecho: “entonces –dice– empuñé el fusil y fui Hubo algunos hispanoamericanos que repre- a ocupar mi puesto en una puerta, la cual no sentaron a las colonias, escogidos sobre todo desamparé de día ni de noche hasta que se entre los que entonces se encontraban en Es- rindió la villa por capitulación, que fue el 4 de paña. Quito eligió a José Matheu, Conde de septiembre”. Puñoenrostro. El Virreinato de Nueva Grana- Tras la derrota tuvo que salir de Ma- da nombró diputado suplente a José Mejía. El drid. Bajo el disfraz de carbonero. Haciendo principal no asistió. De haberlo hecho, jamás largas marchas a pie. Soportando toda suerte hubiera podido llenar el lugar del orador qui- de incomodidades y contratiempos. Desper- teño. Ningún hispanoamericano alcanzó el tando sospechas entre los unos y los otros, es- nivel de Mejía. Ni seguramente ningún espa- pañoles y franceses. Hasta que dio en Sevilla. ñol. La suya era una de las más brillantes in- Pero la aventura, sólo para sufrida por un teligencias de la época. Y su palabra tenía un hombre de naturaleza inquebrantable, no ha- magnetismo que pocas veces será igualado. A bía terminado. Aún faltaba otra prueba heroi- la vuelta de pocas sesiones Mejía estaba ya ca. En la nueva ciudad se alistó otra vez en el dominando a la multitudinaria asamblea. To- ejército popular. Lo hacía voluntariamente, dos sentían que él no representaba a una re- por convencimiento propio. Y nuevamente gión limitada de nuestra América, sino al con- escribía a su esposa: “… si salgo con vida y tinente completo. Y el propio orador asegura- honra, como lo espero de Dios, tendrás en tu ba con énfasis: “Señor, tengo un derecho a compañía un hombre que habrá mostrado no decir que nadie me disputará el amor a la estar por demás en el mundo”. Estas experien- América”. Aun más, se identificaba con ella. cias, en que todo lo puso a riesgo, completa- Por eso, al iniciar uno de sus discursos, tras ron su personalidad, enriquecida antes por el las intervenciones de los representantes pe- laboreo intelectual. El humanista había de- ninsulares, dijo: “Oiga V. M. por fin a la Amé- mostrado que era ante todo un hombre cabal. rica”, y continuó. Y tan bien se había dejado penetrar de la do- Pero el americanismo de José Mejía no lorosa y aleccionadora atmósfera colectiva, era alarde vulgar, insincero o declamatorio. que un día, cuando sonó su voz en el parla- Era el resultado de una visión despejada, pro- mento español, pudo lanzar esta admonición funda, más que consciente, acaso profética. rotunda: “Desaparezcan de una vez esas Era el corolario de sus reflexiones penetran- LITERATURA DEL ECUADOR 81 tes, de su amorosa comprensión y de su fe. mente estaba ella envuelta en sus alusiones, Era la consecuencia de su lucidez para com- en sus juicios, en su crítica de las instituciones parar continentes y pueblos y para interpretar españolas. De ahí que a los pocos años de sus las señales del futuro. “… La última tabla –de- discursos, en 1826, el norteamericano Carlos cía– que ha de salvar a las cortes, a la patria y Le Brun escribiera estas expresivas palabras a la humanidad, es la América”. Y en cuanto sobre Mejía: “Hombre de mundo, como nin- alguien pretendía calumniarla, o malenten- guno en el Congreso. Conocía bien los tiem- derla, o desestimarla, él se erguía a defender- pos y los hombres; los liberales le querían co- la y valorarla. Son frecuentes tales casos, pe- mo liberal pero le temían como americano ro sirvan a lo menos estos breves ejemplos: que sabía muy bien cómo se iba y se venía a “Quién sabe si este gran maestro de la verdad América por las discusiones”. (se refería al tiempo) hará ver que había más Y su posición se afirmaba en una ente- que esperar de esas provincias alborotadas reza personal, en una decisión, en un coraje que de algunas de las que en el inmenso ám- que enaltecía su figura de orador. “Yo soy in- bito de la monarquía yacen en un profundo violable –decía–; y cuando no lo fuera diría lo reposo!” Aludiendo a la desigualdad de dere- mismo”. En alguna sesión preguntó con énfa- chos de americanos y españoles observaba sis: “Si no han venido las cortes para echar el que eso era causa para la constante conmo- sello de la libertad, ¿para qué se han juntado? ción de las colonias. La igualdad, cual la con- (He venido a hablar claro)”. Pero, por sobre cebían sus compañeros en las cortes, “sólo todos los atributos que se han mencionado sirve para que tenga la España mayor o menor aquí, estaba el de su filosofía de reformador y número de esclavos ultramarinos”. Pero todo de invicto defensor de los derechos del hom- deberá llegar a su término. “¿Qué importa bre. Era Mejía una de aquellas grandes perso- –afirma José Mejía– qué importa el que apele nalidades que debieron su formación a las co- V. M. a las armas? ¿Qué ha podido Napoleón rrientes del setecientos. “Se habla –decía– de por medio de ellas con el pueblo español? la revolución, y que eso se debe desechar: se- Nada, señor, hasta aquí y quizá nunca jamás; ñor, yo siento, no el que haya de haber revo- pues lo mismo y aun menos podrá V. M. con lución, sino el que no la haya habido. Las pa- la América, si la América no quiere ser de V. labras revolución, filosofía, libertad e inde- M. Media un inmenso océano; y ¿quién salta- pendencia, son de un mismo carácter”. Y rá ese lago?” Repudiaba con la máxima ener- abundan sus discursos –todos expuestos en gía la tendencia a convertir a los pueblos “en un estilo elevado, claro, elegante y persuasi- recua de jumentos destinados a servir a un se- vo– en favor de la libertad de imprenta, de la ñor de naturaleza superior a la de ellos, y a correcta administración de justicia, de la abo- sufrir en silencio los palos que su furioso ca- lición de las torturas, de la igualdad ante la pricho les repartiese”. “El deseo de la felici- ley, etc. dad es –decía– quien fundó los reinos; la jus- ¡Qué hombre excelente, único, hubie- ticia quien los conserva, y la precursora inme- ra sido Mejía para la conducción de la na- diata de su ruina la impunidad de los magis- ciente república ecuatoriana si no hubiera trados inicuos”. Sirvió Mejía a los intereses de caído en Cádiz, a los 38 años de edad apenas, su América con noble obstinación. Frecuente- víctima de una violenta enfermedad! 82 GALO RENÉ PÉREZ

Sobre la igualdad ante la ley y la preser- sentencia, no tengo embarazo en preguntar: si vación de la libertad individual no han de triunfar por fin la libertad y seguri- dad de los españoles bajo la égida de la justi- (Sesión de 18 de febrero de 1811) cia, ¿para qué tanto y tan ímprobos sacrifi- cios? ¡Ah! Si la arbitrariedad, que hasta ahora Con motivo del dictamen de la comi- ha dominado anchamente por la inmensidad sión de justicia sobre la administración de la de la monarquía española, no hubiera de caer misma, Mejía pronunció el siguiente discurso en tierra y sepultar para siempre su nombre y que contiene interesantes apreciaciones acer- memoria, nos haríamos merecedores de per- ca de la igualdad ante la ley y los medios ju- der la independencia nacional y arrastrar las rídicos de preservación de la libertad indivi- pesadas cadenas del tirano que detestamos, dual. pasando sucesivamente de la elevación de “Congratúlome, señor, con V. M., al hombres libres a la abyección de esclavos, y ver que los representantes del respetable pue- poco después a la brutal clase de bestias, y blo español se llenan de entusiasmo y peroran bestias precisamente de carga, o salvajes y fe- con tanta elocuencia cuando se habla de los roces. Porque, si la arbitrariedad hubiese de desórdenes que el despotismo ha introducido decidir de las propiedades, de la vida y del en la administración de justicia. No he oído honor del hombre, o no existiera nación algu- en esta memorable discusión una sola palabra na en el mundo, disueltos por todas partes los que no lleve el memorable carácter de la ver- vínculos de la sociedad y reducidos los mise- dad, ni un solo dictamen que no adelante al- rables mortales a ese imaginario estado de gún paso en el camino de la reforma de los guerras de todos contra cada uno, que algu- más desastrosos males que tanto tiempo han nos se figuran precedió a la fundación de los sufrido con demasiada paciencia los españo- pueblos, o no serían éstos más que recuas de les. He aquí una prueba experimental de que, jumentos destinados a servir a un señor de na- mientras no nos salgamos de la esfera de turaleza superior a la de ellos, y a sufrir en si- nuestras atribuciones (quiero decir, mientras lencio los palos que su furioso capricho les re- las discusiones del congreso no rueden sino partiese. El deseo de la felicidad es, señor, sobre objetos generales, grandes, necesarios y quien fundó los reinos; la justicia quien los verdaderamente legislativos), no habrá dipu- conserva, y la precursora inmediata de su rui- tado que no se exprese con energía y acierto, na la impunidad de los magistrados inicuos. ni decisión que desdiga de la majestad nacio- Considere, pues, V. M. si puede oirse con in- nal. Queriendo, pues, concurrir por mi parte diferencia ese patético dictamen de la comi- con algo a promover su decoro y a restablecer sión, consiguiente al informe del consejo real. su dignidad primitiva, diré dos palabras en el El es un retablo de los desastres del despotis- asunto de que se trata, porque no parezca que mo, y sólo el brazo de V. M. puede convertir- rehuso contribuir con mi pequeña prorrata lo en risueño cuadro de la libertad civil, de (permítaseme la expresión) a este convite esa libertad preciosa que consiste en la fiel magnífico que presentan las cortes a toda la observancia de las leyes. Muchas tenemos, y monarquía. muy juiciosas, que precaven los abusos des- Si no hubiésemos de resucitar para vi- tructores del bien general: una sola nos falta, vir inmortalmente gloriosos, ¡cuán necios se- y (aunque ya está grabada en todos los cora- ríamos los cristianos!, decía el apóstol San Pa- zones) nada valdrán sin ella las otras, ni ella blo; y, siguiendo yo el espíritu de esta sublime misma subsistirá si V. M. no la promulga LITERATURA DEL ECUADOR 83 cuanto antes y la sostiene a todo trance. Ha- como formados en dos grandes e igualmente blo de aquel sublime principio que la política lastimeras filas: los unos lamentándose en los y la justicia proclaman a porfía: “Delante de calabozos de que, por lo mismo que todos de- la ley, todos somos iguales”. Cuando al gran- sean juzgarlos, no hay quien les haga justicia; de le aguarda la misma pena que al chico, po- y los otros que (a causa de la oscuridad y ale- cos serán injustos; pero, si se ha de rescatar el vosía con que se pueden ejecutar las prisio- castigo con el dinero, si las virtudes de los nes), cuando debían andar en palmas, esta- abuelos han de ser la salvaguardia de los de- ban avasallados a los pies de los alguaciles y litos de sus nietos, entonces las leyes, frágil alcaides. ¿Qué ejemplo más concluyente que hechura de una tímida y venal parcialidad, se el del benemérito Padilla, que a no llevar ca- parecerán a las telas de araña, en que sólo se sualmente en su cartera tan expresivas reco- enredan los insectillos débiles y que rompen mendaciones del general Copons habría pere- sin resistencia los más nocivos animales. cido en la infamia y desesperación de una Pero, no basta que sean imparcialida- mazmorra en premio de su patriotismo, de su des las leyes si no se aplican imparcialmente, valor y de sus servicios? ¿y qué imparcialidad puede haber en su apli- A cuyo propósito ruego a V. M. obser- cación a los casos que ocurran, esto es, en la ve la conducta de este oficial, luego que se le administración de la justicia, si se envuelven puso en libertad. Convidósele a reclamar su los juicios en un impenetrable misterio, y si derecho y querellarse contra quien le hubiese para cada reo se ha de erigir un tribunal o ocasionado sus perjuicios y padecimientos; juez peculiar? Así es que, examinando el ve- en una palabra, parecía ponérsele en las ma- nenoso origen de tantas iniquidades, le halla- nos la compensación y el desagravio. ¿Pero remos reducido a dos fuentes inagotables de qué hace Padilla? Lejos de tomarlo judicial- impunidad, la tenebrosa formación de los au- mente, huye de este país de opresión y miran- tos, y la multitud de juzgados. do con horror un suelo manchado por todas La verdad ama la luz, y la unidad es la partes con las sangrientas huellas del despo- base del orden; que se popularice, que se sim- tismo, no se cree seguro hasta verse refugiado plifique la administración de justicia, y cuan- en Gibraltar. Conducta prudente y propia de do de este modo no se eviten todos los críme- un hombre desengañado, que sin duda diría: nes, sabrá a lo menos el público quienes son “Si no habiendo incomodado a nadie y lle- verdaderamente criminales; y aun los que lo vando conmigo las credenciales de mi honra- fueren, recibirán el alivio de no sufrir dobla- dez me persiguieron así, ¿cuál será mi suerte dos castigos, teniendo que salir al suplicio de cuando para acreditar mi justicia he de paten- haber padecido años enteros de horrorosas tizar la iniquidad de mis jueces? ¡Ah! ¡No irri- prisiones. De lo contrario, cada ejecución se- temos a unos malvados que tienen en su ma- rá una alarma pública, cada absolución una no la facultad de hacer infelices aun a los que sentina de sospechas y cada día que dure una no pueden volver criminales!” causa, un hormiguero de quejas, odios y peli- Así, que ya ve V. M. que los medios co- grosas inquietudes. munes no bastan contra tantos desórdenes. Para demostrarlo, no hay más que re- Por lo cual, apoyo con todas mis fuerzas ducir a un plano la numerosa nomenclatura cuantos arbitrios extraordinarios han propues- de desdichados que acaban de experimentar to los señores preopinantes, y por mi parte pi- el consuelo de la visita. Porque los hallaremos do a V. M. que interin la comisión encargada 84 GALO RENÉ PÉREZ de la mejora de nuestra legislación criminal juez, en donde se expresen los motivos de la se ocupa de tan largo como útil trabajo, reco- prisión, bajo apercibimiento a los alcaides miende V. M. a otra comisión especial o a la que si alguna vez se halla alguno en las cár- justicia el arreglo de un más sencillo y autén- celes de su cargo sin esta diligencia previa, tico método de enjuiciar, disminuyendo en to- serán tratados como reos de lesa nación, y su- do lo posible la ruinosa multitud de fueros, y frirán por lo menos los castigos y penas a que dando al seguimiento, sentencia y conclusión hubiere estado expuesto aquel preso. Esta ley de las causas, suficiente publicidad. Si espera- no será más que una consecuencia de lo que mos a la reforma completa de nuestros volu- V. M. tiene acordado en el reglamento del po- minosos códigos, la arbitrariedad hollará, en- der ejecutivo, donde V. M. previene que mira- tretanto, los más preciosos derechos. Y noso- rá como un atentado contra la libertad del tros, ¿qué haremos? ¿Seremos testigos indo- ciudadano español, cualquiera prisión arbi- lentes de sus estragos; cerraremos los oídos a traria, y aun el que, a pretexto de detenido, se los clamores del pueblo; nos constituiremos mantenga arrestado a un hombre de más de cómplices de los tiranos, y aceleraremos la cuarenta y ocho horas, sin entregarle a un explosión de la monarquía, siempre consi- juez para que le forme causa. guiente a los extremos del despotismo? Es Acaso parecerá pequeño y de poca in- cierto que los consejos se desvelarán por evi- fluencia este remedio de precaución. La expe- tarlos; pero (como dijo muy bien el señor Lu- riencia hará ver lo contrario; y mientras sus ján) si la raíz está intacta bajo de tierra ¿de infalibles lecciones nos desengañan, quisiera qué sirve cortar las ramas, que luego han de que se me dijese si podrá nadie estar preso retoñar más pomposas? contra la voluntad del carcelero, si éste admi- Insisto, pues, en que se nombre una tirá en su causa un proceso vivo que ha de comisión que, teniendo presente el dictamen perderlo. Y finalmente, si habrá quien se atre- que diere el consejo sobre las causas de infi- va a expresar baho su firma motivos de arres- dencia, simplifique y mejore el método de en- to que no pueda justificar ante el tribunal su- juiciar, y desde ahora para entonces reco- perior, que se los ha de exigir, so pena de ver miendo a V. M. la bella máxima que acaba de expuesto a la indignación soberana de la in- proponer el señor Ric y era uno de los pensa- flexible representación nacional”. mientos que me ocurrieron desde el principio de la discusión, a saber: que a nadie se pon- Fuente: Precursores. Puebla, México, Editorial J. M. Cajica, 1960, pp. 443 - 448 (Biblioteca Ecuatoriana Mínima). ga preso sin orden por escrito del respectivo III.– El neoclasicismo, otra rama de la corriente de la Ilustración. Libertad y positivismo material como estímulos de la nueva inspiración. La llamada literatura pre-revolucionaria. Los neoclásicos hispanoamericanos Olmedo, Bello y Heredia. Fuentes latinas e hispánicas. El poeta ecuatoriano Olmedo considerado como el máximo cantor de la emancipación del continente

El pensamientode la ilustración influyó en las cortes de Cádiz. Y pusieron su vehe- grandemente en la cultura y la política de His- mencia en el destino progresista de estas pa- panoamérica. Al decir ello se entiende que en trias, especialmente de la suya el Ecuador. La el Ecuador también fue notable su influencia. invasión napoleónica a España, que generó Puede vérsela hacia el siglo XVIII y en algunos con fuerza más apremiante que ninguna otra decenios del XIX. Los ideólogos de la emanci- el movimiento emancipador de Hispanoamé- pación del continente y de su inmediata orga- rica, fue encendiendo por todas partes la elo- nización republicana debieron mucho de su cuencia de la libertad. Se lanzaban dicterios formación a la nueva filosofía europea. Lo contra el invasor francés, pero al mismo tiem- mismo ocurrió con los escritores, cuyas fuen- po se extendía una crítica corrosiva contra las tes de renovación estuvieron en Francia. De autoridades que en América representaban a allí, en efecto, brotó la corriente del neoclasi- la corona española. El descontento se multi- cismo, que fue como la otra rama del movi- plicaba. Se maldecía de la servidumbre. La miento ilustrado. Ese origen y las exigencias sátira y la burla gesticulaban amargamente en políticas de la época prendieron en la con- la prosa y el verso. Algunos críticos suelen lla- ciencia de los neoclásicos hispanoamericanos mar a esa literatura con el nombre de pre-re- el interés por la libertad y la suerte de sus pue- volucionaria, por su intención y por haber an- blos. Las ideas liberales –de lucha contra la ti- tecedido a las guerras de la independencia. La ranía y la intolerancia– movieron su pluma y mayor parte de aquélla, que en realidad fue levantaron su elocuencia. escasa, quedó perdida entre el anonimato y la Aparte la obra y los hechos ingentes de invalidez estética. No tuvo otro destino que el los pensadores, científicos y hombres públi- de servir como simple arma de combate po- cos del Ecuador de entonces, a que nos he- lítico. mos referido en los capítulos anteriores se El neoclasicismo, que no podía avenir- descubre el doble estímulo de la libertad y de se con una condición tan gris y pasajera, diri- un positivismo material (que acelerase el pro- gió sus caudales con una mayor eficacia inte- greso) en los discursos y páginas literarias de lectual. Y de ese modo, sin abdicar las carac- sus figuras más destacadas. Es significativo re- terísticas de su origen, maduró con sensatez, cordar que José Mejía, José Joaquín Olmedo y con equilibrio, con extremada prudencia ar- Vicente Rocafuerte hablaron con fervor liberal tística. Su verdadera afirmación en el campo 86 GALO RENÉ PÉREZ de la poesía no vino sino tras la independen- percibir la resonancia olmediana en su poema cia hispanoamericana. Si habría que citar a “El nido de cóndores” (un canto a San Mar- tres figuras representativas de este movimien- tín), publicado medio siglo después de “La to, es indudable que se tendría que pensar en victoria de Junín”. El extraordinario novelista Olmedo, Bello y Heredia. Nacidos en el José Eustasio Rivera, tan celebrado por “La Ecuador, Venezuela y Cuba, respectivamente. vorágine”, compuso versos admirables en al- Todos ellos pusieron en ejercicio un gusto in- gunos de los cuales persistía el acento de Ol- confundiblemente neoclásico. Tuvieron pre- medo. Algo más: Rubén Darío, el gran reno- dilección por los mismos autores. Olmedo vador de la lírica castellana, sentía la necesi- nombraba con delectación a Homero, a Virgi- dad de poner término en América a esa per- lio, a Horacio, a Ovidio. Y se exaltaba recor- duración resonante de la oda a Bolívar. Su dando a Meléndez Valdés, buen representan- efecto aún no había desaparecido. te del neoclasicismo español. Bello también Pasados los años climatéricos de las estimó como a sus maestros a los poetas lati- batallas de la independencia, la poesía neo- nos. José María Heredia fue, a su vez, traduc- clásica tendió también hacia los temas del tra- tor de éstos, e igual que el ecuatoriano profe- bajo fecundo y del progreso. Como en las lec- só apego ferviente a Meléndez y a Quintana, ciones de Virgilio, en que se cantaba la belle- de la renovada escuela de Salamanca. za de los campos y la necesidad de laborar- En lo que concierne a los temas prefe- los. Buena prueba de eso nos la da don An- ridos por los neoclásicos hispanoamericanos, drés Bello, contemporáneo y amigo de Olme- ya se dijo que sobre todo les sedujo los de la do. También él amó la libertad, pero no por libertad y el progreso. Había en eso la gravi- eso dio a su poesía un carácter belicoso. Pre- tación de las circunstancias de su tiempo. Pri- firió cantar la autonomía del pensamiento y mero sintieron el arrebato del espíritu heroico de la emoción artística (“Alocución a la poe- que poseía al continente. Se estaba viviendo sía”), y escribir silvas de conmovedor enamo- una etapa decisiva, enrojecida por la sangre ramiento del paisaje americano, luminoso de de millares. El fulgor de la espada saltaba a la sol y de frutos, y llamar al mismo tiempo al pluma del poeta y entonces quedaban inscri- trabajo de esa tierra generosa (“A la agricultu- tos para la gloria los nombres de Bolívar, de ra de la zona tórrida”). Por su formación clá- Sucre, de San Martín. Surgían los cantores an- sica y sus gustos, no es infrecuente hallar uni- siosos de pregonar las hazañas de los liberta- dos los nombres de Olmedo y de Bello en la dores. Pero ninguna se elevó al plano excep- valoración crítica de las letras del continente. cional de José Joaquín Olmedo. Hasta ahora Tampoco lo es el asociar a aquéllos el de José la crítica, revisando decenas de autores de María Heredia. Pero el neoclasicismo de este Hispanoamérica, encuentra que aquél sigue poeta, nacido veinte años más tarde, fue insuperado dentro de su género. Y el eco de abriendo más bien el cauce para que circula- su voz se extendió hasta bastante después. El ra la nueva corriente, que era la del romanti- romántico argentino Olegario Andrade dejó cismo. IV.– Autores y Selecciones

José Joaquín Olmedo (1780-1847) A Guayaquil volvió a los veinticinco años de edad (1805). Después viajó a España Un militar español, llegado desde Má- porque la municipalidad guayaquileña le laga, se unió conyugalmente a una criolla nombró representante ante las cortes de Cá- guayaquileña y fundó el hogar al que pertene- diz. Si bien su labor en ellas no tuvo el brillo ció José Joaquín Olmedo como uno de sus hi- excepcional que la de su compatriota Mejía, jos. Nació éste en el último tercio del siglo es justo mencionar que su “Discurso sobre la XVIII, en la ciudad de Guayaquil. A los nueve supresión de las mitas” le colocó entre los de- años de edad pasó a Quito, para estudiar en fensores de América, y que su actitud frente al el colegio de San Fernando gramática españo- absolutismo de los monarcas españoles le dio la y latín, cuyos conocimientos siguieron re- digno lugar entre los mejores liberales. En la clamándole interés, de tiempo en tiempo, en aludida pieza oratoria Olmedo siguió la línea el resto de su vida. En 1794 (catorce de edad) del generoso y aborrascado Padre Bartolomé fue a Lima. Nueve largos años entre el colegio de las Casas, abogado de los indios, cuya pa- de San Carlos y la Universidad de San Mar- sión parecía admirar. Condenaba la pobre cos. Luego, el doctorado y la docencia uni- condición del indio mitayo, esclavo señalado versitaria. Porque fue maestro en los dos De- para el trabajo embrutecedor y la muerte. rechos y profesor de Digesto en las mismas Cumplida su representación en Cádiz, Olme- aulas en que se graduó. Lima le formó. Allí do volvió a Guayaquil. Fue en 1816. Gozó alimentó su ciencia y su vocación poética. entonces de un cuatrienio de reposo, que era Aquel fue un período de lecturas clásicas y de lo que siempre pidió para su ejercicio de poe- reconocimiento de las primeras aptitudes pa- ra el verso. Quizás también de amores incon- ta irregular, intermitente. Pero la proclama- fesados, pues parecía un soñador tímido y ro- ción de su puerto natal como ciudad indepen- mántico. La dilatada permanencia en Lima se diente le aventó otra vez a los azares de la vi- fijó para siempre en el mundo de sus afectos. da pública. Se le designó Jefe Político de Gua- Sirvió al Perú como diplomático y parlamen- yaquil “por voluntad del pueblo y de las tro- tario. El asunto del mejor de sus poemas, “La pas”, según aparece en el Acta de Cabildo del victoria de Junín”, tiene relación más estrecha 9 de octubre de 1820. Surgió más tarde el con la historia peruana que con la del Ecua- problema de la anexión de Guayaquil a que dor. Se resistió a la anexión de la ciudad de hicimos referencia, que determinó la renuncia Guayaquil, exigida por Bolívar, a los países de Olmedo y un disgusto pasajero con el Li- colombianos que éste acababa de libertar, bertador. En 1824 ganaron los patriotas, co- porque quizás pensaba en el Perú de San mandados por Bolívar y por Sucre, las batallas Martín. En sus últimos días fue a buscar, inú- de Junín y de Ayacucho, que fueron la culmi- tilmente, el restablecimiento de su salud en nación de las campañas de emancipación del las tierras del sur, según lo confiesa en carta a continente. Tal episodio arrebató al poeta su amigo Andrés Bello. En fin, la estada en Li- ecuatoriano, haciéndole escribir una de las ma gravitó sentimentalmente en Olmedo. mejores odas de la lengua castellana. Poste- 88 GALO RENÉ PÉREZ riormente fue a Londres, como Ministro Pleni- lebradas. Casi todo lo demás es de una opaci- potenciario nombrado por Bolívar. Así apare- dad irremediable. Ni siquiera se puede atri- ció en su horizonte personal e intelectual el buir ello a los titubeos de la iniciación juve- otro gran neoclásico de esa época, don An- nil, porque escribió versos bastante ramplo- drés Bello. El retorno al país fue para nuevos nes en la plenitud de su madurez, después de servicios. La primera Asamblea del Ecuador los dos aludidos aciertos. Un ejemplo es el como república separada de la Gran Colom- poema “A su esposa señora doña Rosa de Ica- bia (1830) eligió a Olmedo Vicepresidente. za”, con ocasión del viaje del autor a la ciu- Tras eso vinieron los años de la dictadura de dad de Londres, fechado en 1825. Y como és- Flores y la oposición popular. Venció aquél en te, tiene algunos otros que nos dejan ver su los campos de Miñarica. El poeta se sintió de propensión a hacer poesía de circunstancias, nuevo arrebatado: “…me despertó la oda de intrascendente y caediza, condenada al limbo Miñarica”. Había corrido toda una década del álbum familiar. desde “el trueno” de Junín hasta el de la lucha Las composiciones escritas en los años fratricida que le inspiró estos nuevos versos, de la juventud, durante su estada en Lima, sir- tan recomendados por la crítica. Y habría de ven para entender mejor los rasgos de su per- pasar otro tiempo igual, pero de retiro de la sonalidad poética. Lo que en ellas se descu- carrera política y de placiente descanso, en bre, de primera impresión, es la facilidad pa- que el ejercicio de la lírica lograría hacerle ra expresar líricamente las emociones. La plu- rendir nuevos frutos: catorce composiciones y ma se le desliza sin tropiezos, espontánea- una traducción muy personal del “Ensayo so- mente. Improvisa con naturalidad. Para eso bre el Hombre”, del poeta inglés Alejandro prefiere las estructuras estróficas más simples. Pope. Su dominio de esta lengua era eviden- El romancillo y las combinaciones de endeca- te. Aun escribió “The delight of Spring”, breve sílabos y heptasílabos de rima consonante son canto al deleite de la primavera, con delica- los que preponderan en esa primera etapa. Se deza y sobriedad. Pero no quiso respetar ce- advierte también su clara percepción auditi- losamente las expresiones del poema de Pope va. Está como admirado del milagro de sono- que tradujo. Y en vez de una versión fiel nos ridad de los vocablos. Ha leído a los clásicos. dio una paráfrasis. El mismo confiesa su capri- Les cita fervorosamente. En los versos de “Mi cho –no sabemos si excusable–: “El traductor retrato” (1803) nombra repetidamente –una, no ha querido dar lección de laconismo sino dos, tres veces– a su Virgilio, a su Horacio, a de moral”. su Ovidio. También al neoclásico español Finalmente (todos los mortales somos Meléndez Valdés, cuya influencia no dejó de inaplazables, según el expresivo decir neru- asimilar. Pero hay algo más: para el lector diano), vino el año de 1847 y con él la termi- atento hay en las creaciones juveniles de Ol- nación de una existencia fecunda, consagrada medo el antecedente de sus composiciones al bien público en una época de veras frago- mayores, sobre todo del célebre “Canto a Bo- sa. Tenía entonces Olmedo 67 años de edad. lívar”. Efectivamente, en el poema titulado La producción poética que nos ha de- “En la muerte de Doña María Antonia de Bor- jado no es numerosa. Ni tampoco homogé- bón, Princesa de Asturias”, se usan las combi- nea en sus calidades. Sobresalen sus dos naciones métricas que luego se usaron en odas, a Bolívar y a Flores, tan conocidas y ce- aquel “Canto”, y se demuestra el gusto por LITERATURA DEL ECUADOR 89 ciertas expresiones resonantes, que se repitie- ción sobrenatural, colocada más allá de la in- ron casi literalmente en los versos ahora fa- teligencia y del control de la voluntad. En los mosos, como éstas: pocos momentos felices de su creación habla de “agitaciones”, de “fiebre”. En la “Victoria “rómpese el aire en rayos encendido; de Junín, Canto a Bolívar”, se pregunta: retumba en torno el trueno estrepitoso”. “¿Quién me dará templar el voraz fuego en que ardo todo yo?”, o “¿Quién me liberta del Un antecedente semejante es el de “El dios que me fatiga?”. Y en la oda “Al General Arbol”, de la misma época (1809), en que se Flores, Vencedor de Miñarica”, se refiere a la encadenan largamente los versos para la ex- inspiración, que le parece bajar desde lo alto, posición coherente del asunto y se disparan con estas palabras: “¡Ya está dentro de mí!”, anatemas contra el Napoleón sojuzgador de “que ya en el seno siento hervir el canto”. Ne- reyes. En el “Canto a Bolívar”, bajo la acción cesitaba pues ponerse en un estado de arreba- del gran hecho histórico de América, los ve- to para producir. Eso explica la infrecuencia nablos cambiaron de dirección: fueron preci- con que lo hizo y su propensión al énfasis, a samente contra los reyes que antes exaltó el la grandilocuencia. poeta, pero se mantuvo el mismo acento arre- Uno de los grandes sucesos que le batado. Y, finalmente, un ensayo o tentativa exaltaron a aquel estado fue el de la emanci- del mismo estilo de su oda, pero en que Ol- pación hispanoamericana. Olmedo fue un es- medo parece aún desconfiar de su capacidad píritu enamorado de la libertad. Una mente de vuelo, es la “Parodia épica”, también del fascinada, además, por el brillo de los aceros período de la iniciación. heroicos. Su admiración por Bolívar fue sin- Además, es evidente que en aquellos cera y de las más profundas. Pero por sobre años de sus ajetreos de estudiante y de poeta todo ello fue un hombre con una conciencia Olmedo ya ensayaba algunas maneras en la bastante clara, que logró apreciar las dimen- expresión del verso. Quería la adaptación del siones de la obra de los libertadores. Tuvo una lenguaje y de la técnica al fondo del asunto. buena percepción histórica. Alcanzó a ver lo Parecía que se afanaba en robustecer su con- que se proyectaba más allá de esa época de ciencia estética, perdida casi bajo los atracti- generosas agonías. Comprendió a Hispanoa- vos mediocres de la facilidad y la improvisa- mérica en el momento de su mayor transfor- ción. Por eso era capaz de escribir a los vein- mación, y así pudo hacer de su oda la expre- tidós años de edad esta acertada advertencia: sión duradera del alma de todo el continente. “cada objeto particular exige su particular es- Para que no se debilitaran los matices de su tilo, sus colores, sus imágenes y aun su metri- entusiasmo ni se falseara la admiración uná- ficación”. Aquel escrúpulo le mantuvo vigi- nime de los pueblos emancipados acudió a lante en la composición de sus dos odas fa- las imágenes de grandeza de los versos de mosas, pero sin enfriarle el entusiasmo. Sin Homero. Creyó advertir un mismo linaje en conspirar contra el ardiente clima interior. Es- las hazañas de los griegos y las de su tiempo. te a su vez era efecto fugaz de ciertos aconte- Bolívar, que hasta se resistía a permitirle que cimientos que le ponían como delirante. Y usara su propio nombre en el poema, le desa- por ello duraba solamente lo que era menes- probó lo que hallaba de hiperbólico en éste: ter para que escribiera su poema. A eso obe- “usted –le escribió– usted dispara… donde no dece la creencia de Olmedo en una inspira- se ha disparado un tiro”. Y esto más, termi- 90 GALO RENÉ PÉREZ nante: “Si yo no fuese tan bueno, y usted no que recordar a Rodó, a Blanco-Fombona y a fuese tan poeta, me avanzaría a creer que us- Neruda. Pero a Olmedo naturalmente le co- ted había querido hacer una parodia de la rresponde un primer sitio, por su antelación Ilíada con los héroes de nuestra pobre farsa”. (ya se aludió a la oportunidad con que enten- Bolívar fue uno de los jueces más inteligentes dió el momento histórico) y por el mérito su- y severos del canto que le destinó Olmedo; perior de su poema en el campo concreto de razonaba con una perspicacia crítica excelen- las odas de la emancipación hispanoameri- te. Pero la referida opinión la rectificó en una cana. carta posterior, sin duda después de una lec- “La Victoria de Junín, Canto a Bolívar” tura más sosegada. Efectivamente llegó a de- no es únicamente lo que su título indica. Es cirle: “el rayo que el héroe de usted presta a también la victoria de Ayacucho y un canto a Sucre es superior a la cesión de las armas que Sucre. Porque hubo dos batallas decisivas en hizo Aquiles a Patroclo. La estrofa 130 es be- el Perú: la de Junín, ganada por Bolívar, en llísima: oigo rodar los torbellinos y veo arder agosto de 1824, y la de Ayacucho, en que los ejes: aquello es griego, es homérico”. triunfó Sucre, en diciembre de ese mismo Los juicios que se han vertido sobre año. Y Olmedo, que se sintió conmovido por aquel poema –”La Victoria de Junín, Canto a los dos episodios, y que se demoró algo más Bolívar”– han sido por lo común encomiásti- del tiempo que éstos abarcaron, fue cantán- cos. A veces se ha llegado al más extremado dolos en un extenso poema. Le pareció enton- fervor. El humanista Aurelio Espinosa Pólit, S. ces que iba a fallarle lo que él creía que era la J., que ha escrito un detenido e inteligente es- unidad inviolable de los clásicos. Le atormen- tudio sobre Olmedo, ha hecho, por ejemplo, tó esa vana preocupación. Y se afanó en tra- estas afirmaciones: Sin el poema de aquél –di- zar un plan previo de su composición. Cuan- ce– el Libertador “no sería ante nosotros lo do lo hubo terminado, dijo que aquel plan era que ahora es. Porque a Bolívar lo ve la poste- “grande y bello”, “grande y sublime”, “magní- ridad con la aureola de gloria que en su fren- fico y atrevido”. Se lo hizo conocer a Bolívar, te puso Olmedo”.– “…el Bolívar que ha pasa- y éste lo encontró defectuoso. Así comenzó la do a la inmortalidad es el Bolívar de Olme- discusión sobre el plan, que se la ha manteni- do”. Ingenuidad sería querer defender tan do más de cien años. En 1826, Andrés Bello apasionado punto de vista, que subordina la tomaba partido junto a Olmedo. En 1879, Mi- grandeza de la obra de Bolívar –cada vez más guel Antonio Caro lo tomaba junto a Bolívar. conocida– a los versos de Olmedo, cada vez En decenios recientes, Espinosa Pólit también menos conocidos. El poeta, por su parte, se ha condenado el plan olmediano. Y lo que sintió también convencido del poder de pe- promueve la disparidad de criterios es el arti- rennidad de su “Canto”. Y al Libertador le di- ficio empleado por el poeta para unir la des- rigió estas frases, a través de sus cartas: “los cripción de las dos batallas, de Junín y de dos, los dos hemos de entrar juntos en la in- Ayacucho, ocurridas en lugares y tiempos di- mortalidad”.– “Cuando yo amenacé a usted ferentes y con héroes distintos. Ese artificio es con arrebatarle parte de su gloria, usted me la aparición del Inca Huayna-Cápac, quien, tendría por un jactancioso”. La verdad es que estropeando el fondo de verosimilitud del no le arrebató ninguna parte de su gloria. Sí, canto, se acomoda majestuosamente entre las en cambio, contribuyó a enaltecerla como nubes del cielo y empieza a lanzar su profe- muchos otros, entre los que siquiera habría cía. Es la de la gloria de Ayacucho, una vez LITERATURA DEL ECUADOR 91 que ya se ha conseguido la de Junín. El Inca, fuerza dinámica de las imágenes bélicas, los a través de su visión, va describiendo los de- cambios de ritmo según los pasajes del argu- talles de esa nueva batalla. Lo hace en el mis- mento, la naturalidad soberana en el desplie- mo estilo de Olmedo. De modo que el lector gue de las estrofas, la impecable técnica en el se confunde y no sabe a cuál de los dos está manejo de metros y de rimas. Todo ello debe atendiendo. Y seguramente piensa para sí que conducirnos a desterrar el repetidísimo crite- nada hay más innecesario y postizo que esa rio que puso a circular Menéndez y Pelayo, y aparición. El propio Olmedo pudo hacer de que jamás la crítica se ha atrevido a rechazar, narrador de los dos hechos heroicos, unién- de que la oda “Al General Flores” es superior dolos con naturalidad, mediante cualesquiera a la “Victoria de Junín”. Aquélla, a pesar de frases ilativas y no con un aparato tan anacró- sus méritos, no es sino un pálido remedo de nico y extraño. Además, el estilo o la atmós- esta otra. fera poética ha hecho ya por su cuenta la unión que codiciaba el autor. La victoria de Junín Respecto de los razonamientos que Olmedo puso en boca de Huayna-Cápac, que CANTO A BOLIVAR llamaba “generación suya” a la de los liberta- (Fragmento) dores y daba consejos sobre la necesidad de El trueno horrendo que en fragor revienta una organización republicana, fue Bolívar el y sordo retumbando se dilata primero en hacer las objeciones. “No parece por la inflamada esfera, propio –dice– que Huayna-Cápac alabe indi- al Dios anuncia que en el cielo impera. rectamente a la región que le destruyó; y me- nos parece propio que no quiera el restableci- Y el rayo que en Junín rompe y ahuyenta miento de su trono para dar preferencia a ex- la hispana muchedumbre tranjeros intrusos, que aunque vengadores de que, más feroz que nunca, amenazaba, a sangre y fuego, eterna servidumbre, su sangre, siempre son descendientes de los y el canto de victoria que aniquilaron su imperio”. Ahora bien, si se que en ecos mil discurre, ensordeciendo mira con atención se puede advertir que la in- el hondo valle y enriscada cumbre, corporación del Inca en “La Victoria de Junín” proclaman a Bolívar en la tierra no es únicamente para hacerle servir de pro- árbitro de la paz y de la guerra. feta y consejero, sino también para que con- temple el pasado y anatematice a los españo- Las soberbias pirámides que al cielo les. En ese propósito, robustecido por las ala- el arte humano osado levantaba para hablar a los siglos y naciones, banzas a los pueblos indios y al “divino Ca- –templos do esclavas manos sas, de otra patria digno”, José Joaquín Olme- deificaban en pompa a sus tiranos– do se muestra como uno de los primeros in- ludibrio son del tiempo, que con su ala dianistas y precursores del romanticismo his- débil las toca y las derriba al suelo, panoamericano. después que en fácil juego el fugaz viento Finalmente, los méritos formales del borró sus mentirosas inscripciones; poema son algunos: el don eficaz de la ono- y bajo los escombros, confundido matopeya (aunque se cae en repeticiones), la entre la sombra del eterno olvido, expresividad y audacia de algunas compara- –¡oh de ambición y de miseria ejemplo!– ciones, la plasticidad de las descripciones, la el sacerdote yace, el dios y el templo. 92 GALO RENÉ PÉREZ

Mas los sublimes montes, cuya frente Tal en los siglos de virtud y gloria, a la región etérea se levanta, donde el guerrero solo y el poeta que ven las tempestades a su planta eran dignos de honor y de memoria, brillar, rugir, romperse, disiparse, la musa audaz de Píndaro divino, los Andes, las enormes, estupendas cual intrépido atleta, moles sentadas sobre bases de oro, en inmortal porfía la tierra con su peso equilibrando, al griego estadio concurrir solía; jamás se moverán. Ellos, burlando y en estro hirviendo y en amor de fama de ajena envidia y del protervo tiempo y del metro y del número impaciente, la furia y el poder, serán eternos pulsa su lira de oro sonorosa de libertad y de victoria heraldos, y alto asiento concede entre los dioses que, con eco profundo, al que fuera en la lid más valeroso, a la postrema edad dirán del mundo: o al más afortunado; pero luego, envidiosa “Nosotros vimos de Junín el campo, de la inmortalidad que les ha dado, vimos que al desplegarse ciega se lanza al circo polvoroso, del Perú y de Colombia las banderas, las alas rapidísimas agita se turban las legiones altaneras, y al carro vencedor se precipita, huye el fiero español despavorido, y desatando armónicos raudales, o pide paz rendido. pide, disputa, gana, Venció Bolívar, el Perú fue libre, o arrebata la palma a sus rivales. y en triunfal pompa Libertad sagrada en el templo del Sol fue colocada”. ¿Quién es aquel que el paso lento mueve sobre el collado que a Junín domina? ¿Quién me dará templar el voraz fuego ¿que el campo desde allí mide, y el sitio en que ardo todo yo? –Trémula, incierta, del combatir y del vencer desina? torpe la mano va sobre la lira ¿que la hueste contraria observa, cuenta, dando discorde son. ¿Quién me liberta y en su mente la rompe y desordena, del dios que me fatiga…? y a los más bravos a morir condena, Siento unas veces la rebelde Musa, cual águila caudal que se complace cual bacante en furor, vagar incierta del alto cielo en divisar la presa por medio de las plazas bulliciosas, que entre el rebaño mal segura pace? o sola por las selvas silenciosas, ¿Quién el que ya desciende o las risueñas playas pronto y apercibido a la pelea? que manso lame el caudaloso Guayas; otras el vuelo arrebatada tiende Preñada en tempestades le rodea sobre los montes, y de allí desciende nube tremenda; el brillo de su espada al campo de Junín, y ardiendo en ira, es el vivo reflejo de la gloria; los numerosos escuadrones mira su voz un trueno, su mirada un rayo. que el odiado pendón de España arbolan, ¿Quién, aquel que, al trabarse la batalla, y en cristado morrión y peto armada, ufano como nuncio de victoria, cual amazona fiera, un corcel impetuoso fatigando, se mezcla entre las filas la primera discurre sin cesar por toda parte…? de todos los guerreros, ¿Quién sino el hijo de Colombia y Marte? y a combatir con ellos se adelanta, triunfa con ellos y sus triunfos canta. Sonó su voz: “Peruanos, mirad allí los duros opresores, LITERATURA DEL ECUADOR 93 de vuestra patria; bravos Colombianos y el choque asaz horrendo en cien crudas batallas vencedores, de selvas densas de ferradas picas, mirad allí los duros opresores y el brillo y estridor de los aceros que buscando venís desde Orinoco: que al sol reflectan sanguinosos visos, suya es la fuerza y el valor es vuestro, y espadas, lanzas, miembros esparcidos vuestra será la gloria; o en torrentes de sangre arrebatados, pues lidiar con valor y por la patria y el violento tropel de los guerreros es el mejor presagio de victoria que más feroces mientras más heridos, Acometed, que siempre dando y volviendo el golpe redoblado, de quien se atreve más el triunfo ha sido; mueren, mas no se rinden… todo anuncia quien no espera vencer, ya está vencido”. que el momento ha llegado, en el gran libro del destino escrito, Dice, y al punto cual fugaces carros de la venganza al pueblo americano, que, dada la señal, parten y en densos de mengua y de baldón al castellano. de arena y polvo torbellinos ruedan; arden los ejes, se estremece el suelo, Si el fanatismo con sus furias todas, estrépito confuso asorda el cielo, hijas del negro averno, me inflamara, y en medio del afán cada cual teme y mi pecho y mi musa enardeciera que los demás adelantarse puedan; en tartáreo furor, del león de España, así los ordenados escuadrones al ver dudoso el triunfo, me atreviera a pintar el rencor y horrible saña. que del iris reflejan los colores Ruge atroz, y cobrando más fuerza en su despecho, se abalanza, o la imagen del sol en sus pendones, abriéndose ancha calle entre las haces, se avanzan a la lid. ¡Oh! ¡quién temiera, por medio el fuego y contrapuestas lanzas; quién, que su ímpetu mismo los perdiera! rayos respira, mortandad y estrago, y sin pararse a devorar la presa, ¡Perderse! no, jamás; que en la pelea prosigue en su furor, y en cada huella los arrastra y anima e importuna deja de negra sangre un hondo lago. de Bolívar el genio y la fortuna. Llama improviso al bravo Necochea, En tanto el Argentino valeroso y mostrándole el campo, recuerda que vencer se le ha mandado, partir, acometer, vencer le manda, y no ya cual caudillo, cual soldado y el guerrero esforzado, los formidables ímpetus contiene otra vez vencedor, y otra cantado, y uno en contra de ciento se sostiene, dentro en el corazón por patria jura como tigre furiosa cumplir la orden fatal, y a la victoria de rabiosos mastines acosada, o a noble y cierta muerte se apresura. que guardan el redil, mata, destroza, ahuyenta sus contrarios, y aunque herida, Ya el formidable estruendo sale con la victoria y con la vida. del atambor en uno y otro bando, y el son de las trompetas clamoroso, Oh capitán valiente, y el relinchar del alazán fogoso blasón ilustre de tu ilustre patria, que, erguida la cerviz y el ojo ardiendo no morirás, tu nombre eternamente en bélico furor, salta impaciente en nuestros fastos sonará glorioso, do más se encruelece la pelea, y bellas ninfas de tu Plata undoso y el silbo de las balas que, rasgando a tu gloria darán sonoro canto el aire, llevan por doquier la muerte, 94 GALO RENÉ PÉREZ

y a tu ingrato destino acerbo llanto. difunde por doquier; todo le cede… aun Héctor retrocede… Ya el intrépido Miller aparece y cae al fin, y el derredor tres veces y el desigual combate restablece. su sangriento cadáver profanado, Bajo su mando ufana al veloz carro atado marchar se ve la juventud peruana del vencedor inexorable y duro, ardiente, firme, a perecer resuelta, el polvo barre del sagrado muro. si acaso el hado infiel vencer le niega. En el arduo conflicto opone ciega Ora mi lira resonar debía a los adversos dardos firmes pechos, del nombre y las hazañas portentosas y otro nombre conquista con sus hechos. de tantos capitanes, que este día la palma del valor se disputaron ¿Son ésos los garzones delicados digna de todos… Carvajal… y Silva… entre seda y aromas arrullados? y Suárez… y otros mil…; mas de improviso ¿los hijos del placer son esos fieros? la espada de Bolívar aparece, Sí, que los que antes desatar no osaban y a todos los guerreros, los dulces lazos de jazmín y rosa como el sol a los astros, oscurece. con que amor y placer los enredaban, hoy ya con mano fuerte Yo acaso más osado le cantara la cadena quebrantan ponderosa si la meonia Musa me prestara que ató sus pies, y vuelan denodados la resonante trompa que otro tiempo a los campos de muerte y gloria cierta, cantaba al crudo Marte entre los Traces, apenas la alta fama los despierta bien animando las terribles haces, de los guerreros que su cara patria bien los fieros caballos, que la lumbre en tres lustros de sangre libertaron, de la égida de Palas espantaba. y apenas el querido nombre de libertad su pecho inflama, Tal el héroe brillaba y de amor patrio la celeste llama por las primeras filas discurriendo. prende en su corazón adormecido. Se oye su voz, su acero resplandece, do más la pugna y el peligro crece. Tal el joven Aquiles, Nada le puede resistir… Y es fama, que en infame disfraz y en ocio blando –¡oh portento inaudito!– de lánguidos suspiros, que el bello nombre de Colombia escrito los destinos de Grecia dilatando, sobre su frente, en torno despedía vive cautivo en la beldad de Sciros: rayos de luz tan viva y refulgente los ojos pace en el vistoso alarde que, deslumbrado el español, desmaya, de arreos y de galas femeniles tiembla, pierde la voz, el movimiento, que de India y Tiro y Menfis opulenta sólo para la fuga tiene aliento. curiosos mercadantes le encarecen; mas a su vista apenas resplandecen Así cuando en la noche algún malvado pavés, espada y yelmo, que entre gasas va a descargar el brazo levantado, el Itacense astuto le presenta, si de improviso lanza un rayo el cielo, pásmase… se recobra, y con violenta se pasma y el puñal trémulo suelta, mano el templado acero arrebatando, hielo mortal a su furor sucede, rasga y arroja las indignas tocas, tiembla y horrorizado retrocede. parte, traspasa el mar, y en la troyana Ya no hay más combatir. El enemigo arena muerte, asolación, espanto el campo todo y la victoria cede; huye cual ciervo herido, y a donde huye, LITERATURA DEL ECUADOR 95 allí encuentra la muerte. Los caballos huyeron de la espada de Colombia que fueron su esperanza en la pelea, las vandálicas huestes debeladas. heridos, espantados, por el campo o entre las filas vagan, salpicando el suelo en sangre que su crin gotea, En torno de la lumbre, derriban al jinete, lo atropellan, el nombre de Bolívar repitiendo y las catervas van despavoridas, y las hazañas de tan claro día, o unas en otras con terror se estrellan. los jefes y la alegre muchedumbre consumen en acordes libaciones Crece la confusión, crece el espanto de Baco y Ceres los celestes dones. y al impulso del aire, que vibrando sube en clamores y alaridos lleno, “Victoria, paz –clamaban– tremen las cumbres que respeta el trueno. paz para siempre. Furia de la guerra, Y discurriendo el vencedor en tanto húndete al hondo averno derrocada. por cimas de cadáveres y heridos, Ya cesa el mal y el llanto de la tierra. postra al que huye, perdona a los rendidos. Paz para siempre. La sanguínea espada, o cubierta de orín ignominioso, Padre del universo, Sol radioso, o en el útil arado transformada, dios del Perú, modera omnipotente nuevas leyes dará. Las varias gentes el ardor de tu carro impetuoso, del mundo que, a despecho de los cielos y no escondas tu luz indeficiente… y del ignoto ponto proceloso, Una hora más de luz… –Pero esta hora abrió a Colón su audacia o su codicia, no fue la del destino. El dios oía todas ya para siempre recobraron el voto de su pueblo, y de la frente en Junín libertad, gloria y reposo”. el cerco de diamante desceñía, en fugaz rayo el horizonte dora, “Gloria, mas no reposo”, –de repente en mayor disco menos luz ofrece clamó una voz de lo alto de los cielos; y veloz tras los Andes se oscurece. y a los ecos los ecos por tres veces “Gloria, mas no reposo”, respondieron. Tendió su manto lóbrego la noche: El suelo tiembla, y, cual fulgentes faros, y las reliquias del perdido bando, de los Andes las cúspides ardieron; con sus tristes y atónitos caudillos, y de la noche el pavoroso manto corren sin saber dónde, espavoridas, se transparenta y rásgase, y el éter y de su sombra misma se estremecen; allá lejos purísimo aparece y al fin en las tinieblas ocultando y en rósea luz bañado resplandece. su afrenta y su pavor, desaparecen. Cuando improviso veneranda Sombra, ¡Victoria por la patria! ¡oh Dios, victoria! en faz serena y ademán augusto, ¡Triunfo a Colombia y a Bolívar gloria! entre cándidas nubes se levanta: del hombro izquierdo nebuloso manto Ya el ronco parche y el clarín sonoro pende, y su diestra aéreo cetro rige; no a presagiar batalla y muerte suena su mirar noble, pero no sañudo; ni a enfurecer las almas, mas se estrena y nieblas figuraban a su planta en alentar el bullicioso coro penacho, arco, carcaj, flechas y escudo; de vivas y patrióticas canciones. una zona de estrellas Arden cien pinos, y a su luz, las sombras glorificaba en derredor su frente huyeron, cual poco antes desbandadas y la borla imperial de ella pendiente. 96 GALO RENÉ PÉREZ

Miró a Junín, y plácida sonrisa conmigo el caso acerbo lamentaron vagó sobre su faz. “Hijos –decía– de su nefaria muerte y cautiverio, generación del sol afortunada, y la devastación del grande imperio, que con placer yo puedo llamar mía, en riqueza y poder igual al mío… yo soy Huayna-Cápac, soy el postrero Hoy, con noble desdén, ambos recuerdan del vástago sagrado; el ultraje inaudito, y entre fiestas dichoso rey, mas padre desgraciado. alevosas el dardo prevenido De esta mansión de paz y luz he visto y el lecho en vivas ascuas encendido. correr las tres centurias de maldición, de sangre y servidumbre ¡Guerra al usurpador!– ¿Qué le debemos? y el imperio regido por las Furias. ¿luces, costumbres, religión o leyes…? ¡Si ellos fueron estúpidos, viciosos, No hay punto en estos valles y estos cerros feroces y por fin supersticiosos! que no mande tristísimas memorias. ¿Qué religión? ¿la de Jesús?… ¡Blasfemos! Torrentes mil de sangre se cruzaron Sangre, plomo veloz, cadenas fueron aquí y allí; las tribus numerosas los sacramentos santos que trajeron. al ruido del cañón se disiparon, ¡Oh religión! ¡oh fuente pura y santa y los restos mortales de mi gente de amor y de consuelo para el hombre! aun a las mismas rocas fecundaron. ¡cuántos males se hicieron en tu nombre! Mas allá un hijo expira entre los hierros ¿Y qué lazos de amor…? Por los oficios de su sagrada majestad indignos… de la hospitalidad más generosa Un insolente y vil aventurero hierros nos dan, por gratitud, suplicios. y un iracundo sacerdote fueron Todos, si, todos; menos uno solo: de un poderoso Rey los asesinos… el mártir del amor americano, ¡Tantos horrores y maldades tantas de paz, de caridad apóstol santo, por el oro que hollaban nuestras plantas! divino Casas, de otra patria digno; nos amó hasta morir.– Por tanto ahora Y mi Huáscar también… ¡Yo no vivía! en el empíreo entre los Incas mora. Que de vivir, lo juro, bastaría, sobrara a debelar la hidra española José Joaquín Olmedo, “La victoria de Junín”. esta mi diestra triunfadora, sola. Fuente: José Joaquín Olmedo, poesía-prosa. Puebla, Méxi- Y nuestro suelo, que ama sobre todos co, Editorial J. M. Cajica Jr., S. A., 1960, pp. 103 - 115 (Bi- el Sol mi padre, en el estrago fiero blioteca Ecuatoriana Mínima; La Colonia y la República. no fue, ¡oh dolor! ni el solo, ni el primero: Publicación auspiciada por la Secretaría General de la Un- que mis caros hermanos décima Conferencia Interamericana, Quito, Ecuador, 1960). el gran Guatimozín y Motezuma Tercera sección LA INDEPENDENCIA Y EL SIGLO XIX

I.– Los Libertadores. Sus propósitos de transformación política, económica y social. Vicente Rocafuerte, pensador liberal. El duelo ideológico de liberalismo y conservadorismo. La dictadura conservadora de García Moreno

Las ideas de los mejores hispanoameri- Miranda fue uno de los primeros visio- canos del siglo XVIII, entre los que se cuentan narios. Se dirigió a nuestra América en un len- los intelectuales del Ecuador a que hemos guaje que vibraba de coraje. Recordaba las destinado algunas de estas páginas, tuvieron atrocidades de los conquistadores. Las exac- mucha eficacia. Multiplicaron los conatos re- ciones de las autoridades. Hacía ver que el volucionarios en el continente. Los hubo en designio de éstas no era sino “el de remachar Quito, en México, en La Paz, en Caracas, du- más y más los hierros” con que las manos es- rante la primera década de la centuria si- taban atadas. E inició su movimiento emanci- guiente. También lo hubo en Buenos Aires en pador decretando la igualdad de todos y po- 1810, pero allí con un resultado definitiva- niendo bajo la obligación de las armas de la mente favorable: el de la independencia. La patria a los hombres comprendidos entre los culpa era del propio gobierno español, que se 18 y los 58 años de edad. La obra comenza- resistía a entender a nuestra América. Pero tal da por el admirable precursor venezolano fue empecinamiento le sería nefasto, como lo ad- continuada, esta vez triunfalmente, por su virtió Mejía en las Cortes de Cádiz. El que- compatriota Simón Bolívar. Y él se constituyó brantamiento del imperio se mostraba inevita- entonces en la máxima figura de la época. ble, inminente. Hoy no es difícil recordar los Porque todo lo fue: estratega, guerrero, caudi- trazos del acontecimiento. Fernando VII hizo llo, estadista, legislador, escritor político. Tras demostraciones de sanguinario absolutismo libertar a cinco naciones, consciente como en cuanto recuperó el trono. Reforzó las tro- ninguno de la realidad hispanoamericana, en pas que mantenía en nuestros pueblos. Impu- la que prevalecía la unidad impuesta por los so en ellos una política de mayor intransigen- tres siglos de la colonia, intentó formar una cia. Y la respuesta hispanoamericana no se hi- confederación de nuestros pueblos. Construir zo esperar. Las multitudes de los campos y las “la más grande nación del mundo”, sobre to- ciudades, después de tres centurias de servi- do “por su libertad y gloria”. dumbre, obedecieron por fin a la incitación A su vez los libertadores mexicanos heroica de un grupo de revolucionarios, y se Miguel Hidalgo y José María Morelos –ambos alzaron contra España hasta vencerla. Los curas– entendieron que el movimiento de in- nombres de Francisco de Miranda, Miguel Hi- dependencia tenía que implicar una verdade- dalgo, José María Morelos, Simón Bolívar, Jo- ra transformación social y económica. Iban sé de San Martín, Bernardo O’Higgins, Anto- en ese aspecto más lejos que los otros. Por eso nio José de Sucre y José Artigas se fijaron pa- señalaron plazos breves para la liberación de ra siempre en la hora más importante de la historia del continente. los esclavos, la devolución de los bienes a sus 100 GALO RENÉ PÉREZ antiguos poseedores, la división y reparto de de mucha sangre. Las tres centurias coloniales las tierras a los indígenas. De ese modo po- de exacerbado catolicismo tuvieron que pesar nían el insospechado antecedente de las re- fuertemente en los años dramáticos del cam- formas agrarias que conquistó México cien bio político del continente. Por eso los liber- años después. tadores no intentaron volverse de súbito con- En el Ecuador de aquel período hubo tra las viejas prácticas. Algunos estadistas que una figura especialmente destacada. Fue la de vinieron después, como Bernardino Rivadavia Vicente Rocafuerte. Su pensamiento liberal y en la Argentina, Benito Juárez en México y Vi- republicano tuvo una significación innegable cente Rocafuerte en el Ecuador, fueron los en el difícil proceso de la organización de que se empeñaron en establecer instituciones nuestros pueblos. El que quiera conocer los liberales, esencialmente reformadoras. hechos sobresalientes de la vida pública de Pero parte de esa labor encontró su Rocafuerte y los rasgos característicos de su contrarresto vigoroso, enardecido. En la Ar- pensamiento, expuestos de manera ordenada gentina surgió Rosas para destruír las conquis- y objetiva, dispone de una fuente insustituí- tas de Rivadavia. Decía que restauraba la re- ble: una de sus “Cartas a la Nación”, la núme- ligión. Se alió con el clero. Su retrato personal ro 11, firmada en Lima en el año de 1844. Es fue paseado en procesión de fieles y coloca- ésta la que da cuenta de “sus servicios a la do en los altares. Sus enemigos eran los im- causa de la independencia hispanoamerica- píos unitarios. Dominó en un clima de terror na”, como respuesta a su enemigo político el hasta cuando la acción heroica de los libre- general Juan José Flores. Pero no se limita ex- pensadores, organizada desde el destierro, clusivamente a ello. Es en sí misma un mode- logró arrojarle del mando. En el Ecuador apa- lo de esbozo autobiográfico y de exégesis de reció Gabriel García Moreno para borrar los su filosofía liberal y progresista. caminos de la reforma trazados por aquel Las ideas liberales de Rocafuerte, que hombre de la Ilustración que fue Vicente Ro- vinieron a remover el estancamiento espiri- cafuerte. También decía que restauraba la fe tual preferido y amparado por la autoridad es- católica. Y además la moral pública. Pero pañola y la masa tradicionalista, concitaron igualmente bajo el sistema del terror: “A los una inmediata oposición. Eso es lo que ha que corrompe el oro los reprimirá el plo- ocurrido no sólo en el Ecuador, sino en el res- mo”.… “De hoy más, el patíbulo del malvado to de Hispanoamérica. Ha habido un duelo será garantía del hombre de bien”. La oposi- incesante entre liberalismo y conservadoris- ción de los librepensadores, y de manera más mo. Entre el afán de reformas y el medroso eficaz la de Juan Montalvo, entonces en el amor de un pasado rutinario. Aquél se ha ali- destierro, lo echó del palacio presidencial, mentado en la filosofía moderna y ha querido por lo balcones. Literalmente, por uno de los redimir a la conciencia de los gravámenes del balcones. Ha habido más de una razón para prejuicio y el fanatismo. El otro se ha erguido que la pluma de los biógrafos hiciera el para- contra todo lo nuevo y ha sellado su alma con lelo de García Moreno y de Rosas. una advertencia terminante: dogma e intole- Pero el gobernante ecuatoriano tiene rancia. Las luchas internas en nuestros países, semejanza aun más estrecha con el déspota y las contiendas por el poder, se han hecho guatemalteco Rafael Carrera, contemporáneo aborrascando las dos banderas antagónicas suyo. La diferencia está en que aquél fue un –de liberales y conservadores– y eso al precio hombre de ciencia y de letras, al paso que Ca- LITERATURA DEL ECUADOR 101 rrera fue un cuasi analfabeto. Los otros rasgos, Flores, y contra los conatos de invasión pe- en cambio, los emparientan. El déspota de ruana. Ya en el gobierno, el blanco de su per- Guatemala enarboló el lema de “viva la reli- secución y castigos fueron los herejes. Destru- gión”, “mueran los extranjeros y los herejes”. yó cuanto atentaba contra la preponderancia Derogó las leyes que podían mellar la autori- de la Iglesia. Celebró un concordato con la dad de la Iglesia. Se rodeó de los jesuitas. Pu- Santa Sede. Pidió al general de la Compañía so en manos de éstos la educación pública. de Jesús el envío de jesuitas para entregar a Celebró un concordato con el Vaticano. Fue éstos la enseñanza. Nada le parecía más acer- condecorado por el Papa. El déspota del tado ni benéfico. El Papa alabó su obra. Ha Ecuador comenzó luchando contra los extran- habido después elementos que han solicitado jeros, representados por el general Juan José que se le canonice. II.– El movimiento de restauración liberal. El pensamiento de Juan Montalvo, máxima figura ecuatoriana en las letras del siglo XIX. Eloy Alfaro

Epoca difícil había sido pues la de la ras destacadas de entre todas –la una en el iniciación republicana en nuestra América. plano de las ideas y la otra en el de la acción– Años de incertidumbre. De vacilaciones y pa- fueron las de Juan Montalvo y Eloy Alfaro. Si radojas. De conflictos. De discordias y de a Montalvo, considerado por la crítica más re- choques crudelísimos. Años tempestuosos. ciente como fundador del ensayo moderno en Amagaba la anarquía. Se descargaba el puño lengua castellana y precursor del modernismo vengador de la dictadura Las masas ya esta- se lo estudia en otro capítulo, no por eso se ban redimidas del yugo español. Pero aún no puede olvidarle en la explicación del desarro- habían aprendido a deletrear los nombres de llo del pensamiento ecuatoriano. A lo largo de sus derechos y sus responsabilidades. Había la abundante literatura que escribió se en- tanta obra por delante. Por eso surgieron los cuentra claramente expuesta su filosofía. Lla- caudillos. Y también los ideólogos. Era aque- ma la atención, por eso, que se la hubiera ma- llo una prueba de ambiciones y coraje. El cli- lentendido, creyendo ver en ella –a veces ten- ma creaba personalidades de gran reciedum- denciosamente– principios que el escritor re- bre. Se establecían con esfuerzo ejemplar ins- pudió de modo terminante. Montalvo perte- tituciones civilizadas. Pasaba cierto tiempo, y neció a una familia de liberales. Sus herma- ellas eran destruídas por gentes que entendían nos simpatizaban con los regímenes de Urbi- de otro modo el momento histórico, o la con- na y de Robles, legatarios de la ideología po- fusa realidad de cada país. Tal aconteció en el lítica que difundieron los hombres ecuatoria- Ecuador, donde las libertades fueron sofoca- nos de la Ilustración. Vio en su niñez el atro- das bajo la consigna del orden. El caso de pello que la soldadesca del dictador Juan José García Moreno fue ése. Interrumpió las con- Flores cometió contra su casa, y quizás ello quistas liberales de la república en su empe- influyó en su conducta de más tarde, que fue ño autocrático de moralización y progreso de oposición inquebrantable a los déspotas. material. Cumplió parte muy apreciable de su Sintió una inclinación temprana hacia las bio- propósito, pero engendró la consecuencia fu- grafías de las grandes figuras de la antigüedad nesta de nuevas reacciones populares san- grecolatina. Le apasionaban las Vidas de Plu- grientas. Porque el cauce que su dominio tirá- tarco y cuanto se relacionaba con la persona- nico había cerrado tenía que abrirse de nue- lidad y la obra de Cicerón. Extraía lecciones vo, para la evolución normal de las institucio- morales de aquel rico pasado. La poesía y la nes democráticas. filosofía de la misma época vinieron a com- El movimiento de esa restauración de pletar su cultura clásica. De ese modo fueron libertades políticas y tolerancia religiosa tuvo cobrando solidez y pureza sus normas éticas como protagonistas a escritores, universita- y estéticas. A todo ello se sumó la conciencia rios, estadistas y hombres de espada. Las figu- del idioma: una disposición innata, de veras LITERATURA DEL ECUADOR 103 excepcional, encontró auxilio inestimable en le mató” que tanto han repetido sus biógrafos la lectura paciente y reflexiva de los autores y glosadores. españoles de los Siglos de Oro. Y los viajes a El malentendido cuando se ha juzgado Francia hicieron lo demás, que fue la absor- a Montalvo no ha provenido de sus ideas po- ción del espíritu romántico. Víctor Hugo, La- líticas generales, sino específicamente de sus martine, Chateaubriand, y también el inglés digresiones de carácter religioso. Tenía razón Byron, se contaron entre sus escritores prefe- Emilia Pardo Bazán cuando le calificaba de ridos. alma cristiana y pensamiento heterodoxo. La Brevemente insinuadas estas circuns- fe de Montalvo en Dios no desmaya jamás. tancias, no es ya difícil observar la base en Está presente a la vuelta de cada página, a lo que se estableció la posición de Montalvo en largo de toda su obra. Frecuentemente invoca la vida pública del país. Recomendó una en- el nombre de la Providencia. Su estilo –como tereza moral semejante a la de los varones de ha dicho la crítica– parece el de la oratoria sa- la antigüedad. Enarboló como valores irre- grada. Pero combatió al mal clero. Sintió a su nunciables los de las libertades del individuo modo la fe, desconfiando del valor de la litur- –fruto de esa alianza huguesca de liberalismo gia de la Iglesia y del culto a las imágenes. Sus y romanticismo–, y se convirtió en el más bri- “Siete Tratados” motivaron una pastoral con- llante sagitario que han conocido en Hispa- denatoria del Obispo de Quito Ignacio Ordó- noamérica los enemigos de las instituciones ñez. Prohibía éste su lectura a los fieles por- civilizadas. Acumuló como ningún otro ecua- que afirmaba que contenían proposiciones toriano ideas y hechos de la cultura del mun- heréticas, máximas escandalosas, principios do para hacer correr con fuerza plenaria una contrarios a los dogmas revelados. La res- filosofía de tipo liberal. La eficacia de su labor puesta que escribió Montalvo es la de su cé- radicaba en su insuperada condición de pole- lebre panfleto “Mercurial Eclesiástica”. La de- mista. Disparaba sus condenaciones y anate- fensa se le convirtió en un ataque ardoroso en mas con mano certera. El blanco eran los tira- que zumban las expresiones satíricas. Hace nos y los sistemas de barbarie y fanatismo que un recuento de las guerras de la religión, de ellos practicaban. Su arrojo no era común. El los males del fanatismo. Aconseja la toleran- brío de su pensamiento tampoco. Tan admira- cia y un espíritu amplio y comprensivo frente blemente había asimilado las lecturas múlti- a las manifestaciones artísticas. ples de que gustó, que todo aquello fue apli- Las ideas de Montalvo apasionaron a cándolo a las circunstancias de su tiempo y los nuevos escritores y conductores políticos. de su medio. Y con maestría lograda a fuerza Entre estos últimos al general Eloy Alfaro, que de un talento impar. Surgieron los prosélitos le apoyó económicamente, en uno de sus de sus principios, los discípulos de su ideal destierros. Y que durante el tiempo de su go- estético y su credo político. Una de las conse- bierno trató de establecer las instituciones por cuencias fue la conspiración de un grupo uni- las que había combatido la pluma montalvi- versitario de liberales contra la dictadura gar- na. Aunque más joven, pues que nació diez ciana, que terminó con el asesinato del temi- años más tarde (1842), puede asegurarse que ble autócrata. Montalvo, entonces desterrado Eloy Alfaro perteneció a la misma generación en Ipiales, población fronteriza de Colombia, de Montalvo. Luchó contra los mismos ene- comentó el hecho con esa frase de “mi pluma migos, llevado por idénticos ideales. Pero la 104 GALO RENÉ PÉREZ lucha suya fue en el campo fragoso de la ac- lapidó fortuna y energías personales, llegó al ción, con las armas, desafiando a la muerte en Poder. Fue tras la victoria liberal del 5 de Ju- episodios realmente heroicos. Comenzó su nio de 1895. Su primera declaración, absolu- brava y singular carrera en los años de la mo- tamente sincera, fue la de “vengo sin odios ni cedad, poco después de haber abandonado venganzas”. Desgraciadamente su ánimo de su villorrio costeño de Montecristi. Y la sostu- conciliación se vio turbado por la reacción vo sin debilidad hasta las postrimerías de su conservadora, que le obligó a mantenerse con vida. Por eso se le llamó como a Sarmiento, su blusa de campaña. Pero no por ello desis- seguramente con rara coincidencia, “el Viejo tió de sus planes de progreso material y de re- Luchador”. A los treinta y cinco años de su in- formas liberales, que siguen siendo uno de los fatigable agitación de montonero, en que di- legados inapreciables de que goza el Ecuador. III.– Autores y Selecciones

Vicente Rocafuerte (1783-1847) que requería el movimiento que con sus com- pañeros preparaba, y que les costó la vida. Nació Rocafuerte en la ciudad de Gua- Rocafuerte estuvo de acuerdo con Morales en yaquil. Perteneció a una familia de inmensos el proyecto sedicioso, pero no en el modo ni recursos económicos. “…mi casa, que era el tiempo de realizarlo. Cual lo había apren- una de las más ricas del Ecuador antes de la dido en Europa, creía que “había que exten- revolución”, dice en sus “Cartas a la Nación” der la opinión de independencia, por medio (la número 11, de Lima, 1844). Y lo fue, en de sociedades secretas”. Debelada la revolu- efecto. Como para permitirlo frecuentar “la ción quiteña, a Rocafuerte se le consideró más fina y alta esfera social”. Viajar a Europa comprometido con ella, y fue arrestado. Vi- a educarse. Ser condiscípulo de un príncipe, nieron entonces las investigaciones y las in- de Jerónimo Bonaparte, hermano de Napo- fluencias sociales y familiares. Con tanto efec- león, y de “la juventud más florida de París”. to, que no sólo recuperó su libertad personal, Eso le sirvió, a su vez, para “ser presentado y sino que pudo satisfacerse con la caída del admitido en la familia de Napoleón”, y para propio Gobernador de Guayaquil. “la facilidad de frecuentar los más brillantes Había llegado la hora de su nuevo via- salones de París”. La capital francesa lo sedu- je a Europa. Se lo eligió diputado a las cortes jo. La miró como a la “mansión del gusto, de de Cádiz. Fue un buen pretexto para un largo las gracias y de las bellas artes”. Pero, ade- itinerario europeo. Le sobraban el dinero y la más, como a un centro político y cultural de ambición de experiencias. Suponía que éstas importancia, que sabía modelar el espíritu de le eran indispensables antes de ejercer su la- los hispanoamericanos que hasta allí llega- bor parlamentaria. A las cortes no asistió sino ban. En París encontró “al distinguido joven a partir de 1814. Un año atrás había muerto el Simón Bolívar”. Cuando volvió a su puerto máximo orador de aquéllas: José Mejía Le- guayaquileño, en 1807, lo hizo llevándose querica. Pudo en seguida hacerse conocer “todas las ideas de la independencia y de la li- por sus ideales liberales y democráticas. De- bertad con que se había familiarizado en fendió “el sistema representativo que no re- Francia”. Era el liberal y romántico que lo fue conoce más fuente de legitimidad que la ema- toda la vida. nada de la soberanía del pueblo”. Dejó ver su Se metió luego en la rica heredad pa- agria condenación al absolutismo de Fernan- terna de Naranjito, en la costa del Ecuador. do VII. Huyó de España para no ser encarce- Hasta allá fue un día el doctor Juan de Dios lado. Iba cargado de odio hacia el monarca. Morales, héroe de la revolución de Quito del “Hubiera volado en el acto –dice– a las órde- 10 de Agosto de 1809. Su presencia obedeció nes de Bolívar, de Morelos o de San Martín, a la necesidad de establecer las conexiones contra los serviles españoles; pero me era im- 106 GALO RENÉ PÉREZ posible salir de ningún puerto de Europa”. Es- cesarias a todo pueblo independiente que taba vigilado. Ese confinio europeo le sirvió quiere ser libre” y sendos trabajos sobre la re- para ir de ciudad en ciudad, de país en país volución mexicana y el sistema popular elec- de los del viejo mundo. Todo lo veía a través tivo y representativo. La experiencia nortea- de su conciencia política: “yo no veía sino mericana marcó en él una profunda huella. pueblos libres o esclavos”. Observaba el gra- Avivó su admiración por el gran país. Le llevó do de civilización. La intensidad del comer- a recomendar, como más tarde lo hizo Sar- cio. El volumen de la producción. El nivel de miento, el ejemplo de los Estados Unidos. Al vida común. Y sus opiniones muestran los tra- alabar la “libertad política, religiosa y mer- zos de un evidente positivismo material. Pero cantil”, dice que aquéllos han sido “la prime- junto a esas observaciones tomaron lugar ra nación que ha puesto en práctica estas su- también sus enfoques sentimentales, de ca- blimes verdades”. Y agrega, con observación rácter romántico. Las contemplaciones histó- penetrante, en ese temprano año de 1830, ricas frente a las ruinas de sitios célebres son que “en el corto período de su existencia (Es- del mismo linaje que las de Juan Montalvo. tados Unidos) ha llegado al grado más porten- No es difícil advertir que era una la fuente de toso de riqueza y prosperidad que ofrece la que ellas procedieron. historia; ¿y por qué medios? Por los que brin- Cuando en 1817, tras una larga ausen- da la moderna civilización”. cia, volvió Rocafuerte a Guayaquil, se empe- Y entre ellos coloca especialmente el ñó en enseñar francés a cuantos quisieron relativo a la tolerancia religiosa. El lema de aprenderlo, con la condición de que transmi- Rocafuerte es “liberalismo y tolerancia reli- tieran a otros tales conocimientos y de que le- giosa”. Una vez que se emancipó Hispanoa- yeran la “Historia de la Independencia de mérica, aconsejó a nuestros pueblos “la cues- Norteamérica”, del abate Raynal, el “Contra- tión vital de la libertad de cultos”. Decía: to Social”, de Juan Jacobo Rousseau, y “El es- “…hemos cesado de ser esclavos, y no hemos píritu de las leyes”, de Montesquieu. Ello re- aprendido aún a ser libres”. Advertía que “la vela su lugar en la Ilustración y su fe en la independencia mutua del estado y de la reli- fuerza revolucionaria de las ideas. Pocas al- gión contribuye a mejorar la moral pública y mas como la de Rocafuerte, tan convencidas a facilitar la prosperidad social”. Cargaba el de los poderes de la filosofía. Ahí está parte de énfasis en ello, porque “todo gobierno libre su grandeza. “Preparar los ánimos –aconseja- debe ser tolerante, y admitir la libertad de cul- ba–, convencerlos, persuadirlos, ilustrarlos, y tos sin proteger ninguno; no se conoce ya, en entonces el éxito es seguro”. Esperaba “un el nuevo vocabulario de la civilización, reli- nuevo triunfo de las luces del siglo”. gión de estado”. Veía en el libre ejercicio de Pero la hora de la acción, de su acción la fe la base de una “rivalidad fecunda en la directa en la suerte del país, siguió demoran- conducta”, que permite el desarrollo material do. Y no llegó sino cuando Rocafuerte conta- de los pueblos. No se le entendió entonces en ba ya cincuenta y dos años de edad. Hubo an- el Ecuador, y hay muchos que no le han en- tes otros viajes, por Europa y América. Esta tendido todavía. Se le llamó “hereje”. No se vez con frutos concretos para el nuevo mun- quiso recordar que, según su propio conven- do. Hizo periodismo en La Habana. Se opuso cimiento, él juzgaba al cristianismo como “el a la coronación de Iturbide en México. Publi- complemento de todas las necesidades funda- có en los Estados Unidos su ensayo “Ideas ne- mentales de la sociedad”. Lo que ocurría era LITERATURA DEL ECUADOR 107 que Vicente Rocafuerte defendía la libertad jero que había convertido al Ecuador en su de la conciencia como uno de los primeros feudo. Y así sonó la hora triunfal de Rocafuer- atributos del hombre. Era, en ese campo, un te. La Convención Nacional de Ambato, en civilizador. En el mismo año que Sarmiento 1835, lo eligió Presidente de la República. en su “Facundo”, 1845, él explicaba el pro- El estadista, el conductor, de tan lenta blema político del Ecuador acudiendo a la cé- y juiciosa preparación, estaba enteramente lebre antimonia de civilización y barbarie. formado. No tenía sino que mover hacia el Pero en el lenguaje de Rocafuerte “civiliza- campo de las realizaciones el vasto caudal de ción” significaba específicamente “liberalis- sus ideas. Esto es llevar a la práctica su filoso- mo”, y “barbarie”, era “conservatismo”. Por fía liberal y progresista. Y ese fue precisamen- eso dijo: “El triunfo de Roca sobre Olmedo es te el empeño de su gobierno, que organizó la el triunfo de la barbarie sobre la civilización”. Hacienda Pública, mejoró la educación, abrió En el electuario ideológico de Roca- caminos, procuró acrecentar la inmigración, y fuerte figuran también su hispanoamericanis- dio leyes en que se plasmaba la política libe- mo y su condenación del caudillismo militar. ral y de tolerancia religiosa que tanto había Esos dos aspectos son siempre saludables, pe- aconsejado. Pero las asperezas que conlleva- ro más lo eran entonces. El rompimiento de la ba el mando de un país todavía turbulento, en férrea unidad colonial, que vino con la inde- la agitación de los comienzos de su experien- pendencia, acicateó la división nacionalista. cia republicana, le obligaron más de una vez Oponiéndose a ésta, el político ecuatoriano a abandonar su idealismo. A crispar el puño. sirvió también a otros países. Aun fue diplo- A descargar toda la fuerza del régimen sobre mático de México, en cuyas funciones se in- la oposición. A ese momento pertenecen estas teresó por la suerte de la economía continen- palabras suyas: “De día en día me persuado tal. Aluden a ello estas palabras suyas: “…Yo más de la importancia de dar al Ejecutivo una deliraba en ese tiempo con el singular proyec- energía que raye en benéfico despotismo”. Y to de formar entre todas las nuevas repúblicas estas otras: “…me he revestido de una firme- de América una nueva federación pecunia- za que inspira terror”. ria”. Y nuestro siglo nos ha encontrado toda- Seguramente su posición era justa. Pe- vía en esa brega. En cuanto a su antimilitaris- ro –es fácil imaginarlo– concitó los recelos, mo, éste se le agudizó durante su campaña de los desacuerdos, los rencores. Bajó del poder prensa, también en México. Allí era el princi- aborrecido por muchos. Murió lejos del país. pal editor del “Fénix de la libertad” cuando se Y la triste filosofía de los desengaños le había le arrestó y vejó. De esa impresión le brotó es- hecho escribir estas expresiones, que como ta frase rotunda: “Yo hubiera sucumbido a la casi todas las suyas encierran una certera ad- inclemencia de la atmósfera, y al rigor del monición: “Estoy cansado del alto honor de maltrato que me daba una de esas fieras mili- ser ecuatoriano de nacimiento, y tan hostiga- tares que tanto deshonran la historia de nues- do de la horrible prostitución que impide los tra época”. Y la corroboró de este modo: “¡Po- progresos de este hermoso país, que estoy ca- bre América! ¡Hasta cuándo serás víctima de si resuelto a irme a Europa… a no volver nun- las criminales aspiraciones de tus pérfidos ge- ca más a esta bendita América, tan llena de nerales!”. Cuando volvió a su patria, ya no reptiles venenosos en los bosques como en pudo resistirse a la necesidad de combatirlos. las ciudades”. Se enfrentó al general Juan José Flores, extran- 108 GALO RENÉ PÉREZ

Ensayo sobre la tolerancia religiosa nas y de las desgracias; y así como son corre- (Fragmentos) lativas las ideas de fanatismo y de tiranía, lo son igualmente las de liberalismo y de tole- Introducción rancia religiosa. Después de haber sacudido el yugo de los españoles hemos cesado de ser El 21 de junio empieza el invierno en esclavos, y no hemos aprendido aún a ser li- muchas partes del continente americano; ese bres ni podemos serlo sin virtudes y buenas mismo día principia el verano en Europa; las costumbres; a este gran objeto se dirigen mis estaciones llevan en algunas de estas regiones conatos. del Nuevo Mundo un orden inverso al que se Considero la tolerancia religiosa como observa en el antiguo; esta diferencia que se el medio más eficaz de llegar a tan importan- nota en la parte física ¿no podría extenderes a te resultado. Bien sé que un gran número de la moral? Observemos lo que ha pasado más mis compatriotas muy ilustres por su virtud y allá de las columnas de Hércules, y lo que es- saber, y en cuyos pechos arde, como en el tá sucediendo entre nosotros. El renacimiento mío, el más puro patriotismo, no creen que la de las ciencias y de las artes en Italia produjo opinión pública esté bastantemente formada, ese espíritu de investigación, de duda y de ni las luces suficientemente generalizadas pa- análisis, que aplicado por los alemanes a des- ra promover este punto y presentar al sublime cubrir los abusos de la curia romana, dio ori- cristianismo con todo el brillo de su divina to- gen a la libertad de conciencia, que condujo lerancia. Sólo un exceso de timidez, que raya a la libertad política. Nosotros hemos seguido en indiferencia por la moral pública, puede un rumbo opuesto. Hemos establecido la li- aconsejar el silencio sobre la cuestión vital de bertad política, la que envuelve en sus conse- la libertad de cultos. Siendo el principio de to- cuencias la tolerancia religiosa, y así, por di- lerancia una consecuencia forzosa de nuestro versos caminos que los europeos, llegaremos sistema de libertad política, consecuencia que al mismo resultado de civilización. El sistema no es dado a nadie impedir y contrariar, pues federal que hemos adoptado contribuye a nace de la misma naturaleza de las institucio- emancipar el entendimiento de las trabas que nes, ¿no dicta la prudencia prepararnos poco le ha puesto una gótica educación, generaliza a poco a esta inevitable mudanza? Si después las ideas de independencia mental y conduce de diez años de independencia y de ensayos a observar, auxiliar y despejar la verdad de los políticos de libertad no nos hallamos en esta- errores que la rodean; todo se enlaza y se une do de entrar en el examen de la tolerancia re- en el siglo actual, que merece justamente el ligiosa, ¿para cuándo dejaremos la resolución nombre de siglo positivo: todo se discute en de este importantísimo problema? Discútase nuestros congresos; todo conduce a ilustrar esta materia con la calma que requiere su im- los hechos, a reformar los abusos y a mejorar portancia, con el espíritu de verdad, de bene- nuestra existencia social. De ese modo la ra- volencia y de caridad que exige el mismo zón humana se va desarrollando lentamente cristianismo, y pronto desaparecerán los fan- por los progresos de la civilización, la que tasmas que nos asustan. Hace veinte años me pugna constantemente con la superstición y pronuncié por el sistema de independencia; el despotismo: la una corrompe al hombre mis parientes, mis amigos me trataban de vi- sustituyendo el error a la verdad, el otro lo de- sionario y me sostenían que era imposible grada agobiándole bajo el peso de las cade- viera en mis días la ejecución de tamaña em- LITERATURA DEL ECUADOR 109 presa; el tiempo ha manifestado la falsedad de primeros mártires hicieron ver la injusticia sus profecías, y así como ha triunfado el prin- con que se les perseguía por su nueva reli- cipio de la independencia, así triunfará igual- gión, que no tenía ningún contacto con la po- mente el de la tolerancia religiosa. Sembre- lítica; probaron que la una se ocupa de los in- mos ahora para recoger dentro de cuarenta o tereses del cielo y la otra de los de la tierra; cincuenta años los frutos de virtud y morali- que ambas deben ser independientes, y que dad que ella debe producir; el tiempo hará lo entre ellas debe haber tanta distancia como la demás, irá perfeccionando la instrucción pú- que separa el firmamento del globo terrá- blica, disipando las tinieblas del error, acla- queo. Ellos insistieron en el divorcio entre la rando la verdad y proclamando el siguiente Religión y el Estado cuando declararon y repi- axioma: “Que la libertad política, la libertad tieron que el reino de N. S. J. Cristo no es de religiosa y la libertad mercantil son los tres este mundo, y que mientras pagaban contri- elementos de la moderna civilización, y for- buciones como ciudadanos y daban al César man la base de la columna que sostiene al ge- lo que es del César, la autoridad civil no tenía nio de la gloria nacional, bajo cuyos auspi- derecho para impedir el libre ejercicio de su cios gozan los pueblos de paz, virtud, indus- culto. Esta sublime verdad, que se oscureció tria, comercio y prosperidad”. después con las tinieblas de la ignorancia y el Bien sé que en un país naciente no transcurso de los siglos bárbaros, ha renacido pueden introducirse innovaciones sin que es- con mayor vigor en nuestros tiempos, y es un tén precedidas de la opinión pública y acom- nuevo triunfo de las luces del siglo. La inde- pañadas de circunstancias favorables; querer pendencia mutua del estado y de la religión atropellar usos anticuados para reemplazarlos contribuyen a mejorar la moral pública y a fa- con otros infinitamente superiores, pero nue- cilitar la prosperidad social; se adapta admira- vos, es armar la vanidad contra las proyecta- blemente a la organización física y moral del das reformas, y alborotar la ignorancia que es hombre, y suministra al mismo cristianismo uno de los más firmes apoyos de las preocu- una prueba de la sublimidad de su origen. Co- paciones. En la introducción de toda mejora mo éstas son ideas abstractas que necesitan política y religiosa la prudencia aconseja pre- explicaciones, séame lícito valerme de la filo- parar los ánimos, convencerlos, persuadirlos, sofía del profesor Cousin, para exponerlas ilustrarlos, y entonces el éxito es seguro; ésta con orden y claridad. es la grata esperanza que me anima, y la que me estimula a exponer mis ideas sobre la to- Mundo industrial lerancia religiosa, para que se establezca en los tiempos futuros, ya que la fuerza de la su- El hombre expuesto al calor, al frío, a perstición y la ignorancia no nos permiten en- la insalubridad de los pantanos, a la explosión trar en el inmediato goce de los incalculables del rayo, a los terremotos, al furor de lo tigres, bienes que produce. Esta doctrina de toleran- al veneno de las culebras, al ataque de fero- cia fue la de los primitivos cristianos; perse- ces animales, se encuentra en un mundo ex- guidos por los paganos, éllos la invocaron a tranjero y enemigo, cuyas leyes y fenómenos su favor, como la invocaron después los ju- parecen conspirar contra su existencia y estar díos y los musulmanes en tiempo de Fernan- en contradicción con su naturaleza. Si se sos- do y de Isabel de Castilla, y como la invoca- tiene, si vive, si respira dos minutos, es a con- ron en el día las luces y la civilización. Los dición de conocer estos fenómenos y estas le- 110 GALO RENÉ PÉREZ yes que destruirían su ser si no supiera estu- primitivo no es más que una base, una mate- diarlos, observarlos, medirlos y calcularlos. ria a la cual el hombre aplica su trabajo, y en Por medio de su inteligencia paulatinamente el que brilla con mayor esplendor su inteli- desarrollada y bien dirigida toma conoci- gencia y libertad. La economía política expli- miento y posesión de este mundo; por medio ca como de estas acumulaciones de trabajo de su libertad lo modifica, lo enseñorea, lo su- nacen las riquezas, se aumentan, progresan y jeta a su voluntad, y así transforma los desier- resultan las maravillas de la industria, las que tos en campos cultivados, descuaja montes, están íntimamente ligadas con las de las cien- ensancha ríos, nivela terrenos y obra, en fin, cias exactas. Las matemáticas, la física, la in- en la sucesión de los siglos, esa serie de mila- dustria y la economía política satisfacen las gros que nos arrebatarían de admiración sino primeras urgencias y tienen por objeto lo útil; los poseyéramos y sino estuviéramos tan ¿pero, lo útil es la única necesidad de nuestra acostumbrados a las felices consecuencias de naturaleza, la única idea que reconcentre to- nuestro poder. das las que están en la inteligencia, el único El primero que midió el espacio que lo aspecto por el cual el hombre considera las rodeaba, que contó los objetos que veía, que cosas? No ciertamente. A más del carácter de observó sus propiedades y su acción, ese creó utilidad existe el de justicia, que nace de las y dio a luz las ciencias matemáticas y físicas; mismas relaciones que engendra el trato de el que hizo el primer arco, el primer anzuelo los hombres entre sí y este nuevo carácter o primero se vistió de pieles, ese creó la in- produce resultados tan ciertos como los pri- dustria; multiplíquese este débil germen fabril meros, y aún más admirables. por los siglos y por el trabajo acumulado de tantas y diversas generaciones, y tendremos Mundo político todas las maravillas que nos rodean, y a las que somos casi insensibles. Las ciencias físi- La idea de lo justo es una de las glorias cas y matemáticas son una conquista de la in- de la naturaleza humana. El hombre la perci- teligencia humana sobre los secretos de la na- be a primera vista; pero se le presenta como turaleza; la industria es una conquista de la li- un relámpago en medio de la oscura noche bertad sobre las fuerzas de esta misma natura- de las primitivas pasiones, la ve cubierta de leza. El mundo, tal como el hombre lo encon- nubes y a cada instante eclipsada por el de- tró, le era extranjero; tal como lo han transfor- sorden necesario de impetuosos deseos y de mado las ciencias físicas y matemáticas, y en intereses encontrados. Lo que se llama socie- seguida la industria, es un mundo semejante dad natural es un estado de guerra, en el que al hombre, reconstruído por él a su imagen; reina el derecho del más fuerte, en el que pre- por todas partes se encuentra más o menos domina el orgullo y la crueldad, y en donde la degradada o debilitada la forma de la inteli- pasión siempre siempre avasalla y sacrifica la gencia humana; la naturaleza sólo ha produ- justicia. Esta idea de lo justo una vez conce- cido cosas, es decir, seres sin valor: el hom- bida, agita el entendimiento del hombre, le bre, transformándolas y dándoles su forma, atormenta, le impele a realizarla, y así como les ha puesto la marca de su personalidad, las antes había formado una nueva naturaleza so- ha elevado a simulacros de libertad y de inte- bre la idea de lo útil, del mismo modo forma, ligencia, y de ese modo les ha comunicado la de la sociedad natural o primitiva en donde mayor parte del valor que tienen. El mundo todo es desorden, confusión y crimen, otra LITERATURA DEL ECUADOR 111 nueva sociedad fundada sobre la única idea Mundo artístico de la justicia. La justicia constituída es el Esta- do. La misión del Estado es hacer respetar la En la variedad infinita de objetos exte- justicia por la fuerza, la que debe emplearse riores y actos humanos, la inteligencia no se no sólo en reprimir sino también en castigar la limita a la idea de lo útil o nocivo, de lo justo injusticia; de aquí se deriva un nuevo orden o de lo injusto; se extiende a la consideración de sociedad, la sociedad civil y política, que de lo feo o de lo hermoso. La idea de la belle- no es otra cosa más que la justicia puesta en za es tan natural en el hombre como la de la acción por el orden legal que representa el Es- utilidad y de la justicia; ella nace del mismo tado. El Estado no se ocupa de la infinita va- espectáculo de la naturaleza, de la viva im- riedad de elementos humanos que pugnan en presión que producen en nuestros sentidos los la confusión y caos de la sociedad natural, no brillantes colores en la aurora, el reflejo de la abraza al hombre en su totalidad; solamente luna sobre la vasta extensión del mar, las pris- lo considera bajo las relaciones de lo justo o máticas y nevadas cimas de nuestras grandio- de lo injusto, es decir, como capaz de come- sas cordilleras; también procede de la con- ter o de recibir una injusticia, de perjudicar o templación de seres animados, como la cara ser perjudicado por el fraude o por la violen- risueña del inocente niño, el elegante talle de cia en el libre ejercicio de su actividad volun- una hermosa joven en la primavera de sus taria; de aquí resultan todos los deberes y to- años, la gallardía de un guerrero o el entusias- dos los derechos legales. El único derecho le- mo que inspira el heroico patriotismo. Apode- gal es el de ser respetado en el pacífico ejer- rándose el hombre de la idea de lo bello, la cicio de la libertad; el único deber (se entien- despeja, la extiende, la desenvuelve, la purifi- de en el orden civil) es el de respetar la liber- ca, la perfecciona, y así como por la industria tad de los otros; esto es lo que llama justicia; y por las ciencias modificó el mundo físico y su objeto es el de mantener y conservar el sacó del caos de la sociedad primitiva la jus- equilibrio de la recíproca libertad. El Estado, ticia y la virtud, así en el mundo de las formas pues, lejos de limitar la libertad (como se su- sacó la belleza de los misterios que la cu- pone) la desenvuelve, la asegura y le da ma- brían, recompuso los objetos que le habían yor latitud legal; lleva mil ventajas a la socie- suministrado la idea de la belleza, la que re- dad primitiva, en la cual existe una gran desi- produjo con mayor esplendor y pompa triun- gualdad entre los hombres por sus necesida- fal. Como no hay nada de perfecto sobre la des, sus sentimientos, sus facultades físicas, tierra, que el sol tiene sus manchas; que la ca- intelectuales y morales; en un estado civiliza- ra más hermosa tiene sus lunares; que la mis- do toda desigualdad desaparece ante la ley; y ma heroicidad, que es la más grande y más así puede decirse que la igualdad, atributo pura de todas las bellezas, está sujeta a mil fundamental de la libertad, forma con esta miserias humanas, si se observa de cerca o misma libertad la base del orden legal y de es- con imparcialidad el hombre se desentiende te mundo político que es una creación del in- de estas imperfecciones, y elevándose sobre genio humano, aún más portentosa que la del las alas de su genio sólo busca hermosuras y mundo científico, económico e industrial, perfecciones que encuentra disminadas en comparado al mundo primitivo de la natura- varios objetos; las junta, las combina, de ellas leza. forma un todo y crea una naturaleza artificial superior a la primitiva. ¿Qué hermosura hay 112 GALO RENÉ PÉREZ en el mundo que pueda compararse a la que para su pensamiento y un tremendo peso pa- inventó Fidias y admiran todos en la famosa ra su corazón. estatua de la Venus de Médicis? ¿Qué formas La intuición de Dios, distinta en sí del humanas pueden compararse a las del Apolo mundo, pero manifestada patentemente, es la de Belvedere? El bello ideal es la creación de religión natural; y así como el hombre adelan- una nueva naturaleza que refleja la hermosu- tó el mundo primitivo, la sociedad primitiva y ra de un modo más vivo, más diáfano y más las bellezas naturales, estaba en el orden que sublime que la misma naturaleza primitiva. El deseara perfeccionar la religión natural, que mundo artístico es pues tan verdadero y posi- no es más que el vago instinto de la divinidad, tivo como el político y el industrial; es la obra un maravilloso pero fugitivo relámpago que de la inteligencia y de la libertad aplicadas a surca las tinieblas de la ignorancia y deslum- groseras bellezas, en lugar de aplicarse, como bra la imaginación del salvaje abandono a la en la industria y en la política, a una rebelde naturaleza. El cristianismo vino en nuestro au- naturaleza o a la sujeción de pasiones indo- xilio, el mismo Dios reorganizó el mundo re- mables. ligioso, nos enseñó la aplicación de la inteli- gencia y de la libertad a las ideas de santidad, Mundo religioso y las puso en armonía con las de utilidad, jus- ticia y belleza. El cristianismo está, pues, her- No basta al hombre haber recompues- manado con el mundo industrial, político y to una naturaleza a su imagen, haber organi- artístico y con todos los elementos de la mo- zado una sociedad sobre principios de justi- derna civilización; puede considerarse como cia, haber hermoseado su existencia con el el complemento de todas las necesidades fun- prestigio de las artes; su pensamiento se arro- damentales de la sociedad, como el resorte ja y penetra en las regiones etéreas, concibe moral el más poderoso para fijar la tranquili- una fuerza motriz, un poder superior al suyo dad pública por medio de las buenas costum- y al de la naturaleza; un poder que se mani- bres. Siendo puramente intelectual su estudio fiesta en la magnificencia de sus obras; y que cultiva y desarrolla la inteligencia; siendo es ilimitado en la superioridad de esencia y de eminentemente pacífico y tolerante desen- absoluta omnipotencia. Encadenado en los lí- vuelve las ideas de orden, y por consiguiente mites del globo, el hombre lo ve todo bajo de libertad; se modifica y adapta perfecta- formas térreas; a través del prisma mundanal mente a la organización física y moral del percibe y supone irresistiblemente alguna co- hombre. El estado, como lo hemos visto, no sa que es para él la substancia, la causa y mo- abraza al hombre en su totalidad, lo conside- delo de todas las fuerzas y perfecciones, cau- ra únicamente en sus relaciones de justo o de sa que presiente en sí misma, y que reconoce injusto, se limita a los intereses civiles, a la en la tierra que habita; en una palabra, más parte física de conveniencias que constituye allá del mundo industrial, político y artístico, la felicidad social; salir de este círculo de atri- concibe a Dios. El Dios de la humanidad no buciones térreas es contrariar el mismo obje- está concentrado en la tierra ni separado de to de su establecimiento; su influjo está ceñi- ella; todo lo abraza; su divino soplo reanima, do al mundo industrial, político y artístico, y vivifica y alegra el universo entero. Un Dios nada tiene de común con el mundo religioso. sin mundo no existiría para el hombre; un La religión no abraza tampoco al hombre en mundo sin Dios sería un enigma inexplicable su totalidad, lo considera en la parte espiri- LITERATURA DEL ECUADOR 113 tual, en sus relaciones con Dios, en el arreglo nos persiguieron a los primitivos cristianos, de su conducta y en la práctica de las virtudes como los persiguen en el día los turcos y los que lo han de guiar a una futura bienaventu- argelinos; el Mufti con sus Ulemas, los Rabi- ranza. Ambas instituciones son indispensa- nos y los Bracmanes son tan intolerantes co- bles al hombre, ambas se proponen su felici- mo los inquisidores de España y de Portugal. dad; el gobierno, la de la tierra, y la religión Los obispos y clérigos protestantes de Inglate- la de la eternidad; la una se apodera del cuer- rra son insufribles en su egoísmo intolerante; po, la otra del alma; y así como el alma es in- han estado en continua lucha con los católi- visible y manifiesta su existencia por los mo- cos de Irlanda, hasta que el espíritu de tole- vimientos arreglados que la voluntad comuni- rancia y de justicia del siglo ha triunfado de su ca al cuerpo, del mismo modo la religión de- poder apoyado en el trono, y ha libertado en be ser invisible en el gobierno y carta consti- fin a los católicos de Irlanda del yugo que ha tucional, y sólo darse a conocer por los efec- pesado sobre ellos desde el tratado de Leime- tos de moralidad y buenas costumbres que rick hasta el año de 1828. Proclamar una reli- produzca, por la dignidad de su culto y por la gión dominante es lo mismo que establecer virtud de sus ministros. Debe imitar en la tie- un monopolio de opiniones religiosas, con el rra el orden del cielo, que de un modo invisi- cual se enriquecen con perjuicio de la socie- ble nos colma de alegría enviándonos diaria- dad los únicos intérpretes legales del cielo; de mente al rutilante sol. La invisibilidad política aquí provienen las inmensas riquezas del cle- del clero en el estado, o su perfecta separa- ro protestante nacional de Inglaterra, del cató- ción de los negocios públicos, realza el brillo lico de España, la opulencia de los Ulemas en de la visibilidad moral del sublime cristianis- Turquía y el tributo de adoración que los mo, y facilita el desempeño de las espirituales Bracmanes reciben en el Indostán. El mono- y augustas funciones del sacerdocio. Tan pe- polio religioso es tan perjudicial a la propaga- netrados están los modernos de esta verdad, ción de la moral y desarrollo de la inteligen- que han segregado los intereses del gobierno cia humana, como lo es el monopolio mer- de los de la religión, han proclamado la inde- cantil a la extensión del comercio y prosperi- pendencia absoluta de ambos, y han estable- dad de la industria nacional, y así la triple uni- cido por principio de absoluta necesidad so- dad de libertad política, religiosa y mercantil cial, que todo gobierno libre debe ser toleran- es el dogma de las sociedades modernas. te, y admitir la libertad de cultos sin proteger a ninguno; no se conoce ya, en el nuevo vo- Vicente Rocafuerte – “Ensayo sobre tolerancia religiosa”, pp. 109 -122. cabulario de la civilización, religión de esta- Fuente: Escritores políticos. Puebla, México, Editorial J. M. do, o teoría del altar y del trono. Cajica Jr., S. A., 1960, pp. 109-122 (Biblioteca Ecuatoriana Mínima; La Colonia y la República. Publicación auspicia- Toda religión dominante es opresora da por la Secretaría General de la Undécima Conferencia Interamericana). Toda religión dominante es opresora y perseguidora de las demás sectas; los roma- IV.– Liberalismo y romanticismo. El romanticismo, movimiento de caracteres uniformes en Hispanoamérica. Los antecedentes individualistas del siglo XVIII. El clima político de la emancipación continental como estímulo para la nueva literatura. Ingredientes románticos. La influencia europea, y particularmente la española desde Velarde hasta Bécquer. Los poetas románticos del Ecuador. La prosa. Mera, iniciador del género novelesco. Montalvo, fundador del ensayo moderno en lengua castellana

El romanticismo ecuatoriano heredó precisamente Napoleón Bonaparte quien hizo los caracteres de su progenie europea. Igual realidad los postulados de la Revolución de aconteció con el resto de Hispanoamérica. En 1789. Lo hizo a través de sus leyes. Sin em- lugar de producirse una influencia recíproca bargo, es necesario reconocer dos cosas: la de entre los países del continente, se originó un que el Corso mismo fue un neoclásico por el sometimiento común a la corriente de ideas y estilo de sus escritos –cuya sobriedad alaba normas estéticas de Europa. Las semejanzas y Saint-Beuve– y por los modelos que escogió coincidencias que guardan entre sí las obras para su acción: lo más noble de ella, que fue románticas hispanoamericanas no son pues el legislar, estuvo inspirado en los códigos de fruto de un contacto directo de nuestras cultu- Justiniano. Y la otra cosa, de veras definitiva, ras nacionales, sino más bien de la general fue que los nacionalismos europeos y la ardi- aproximación de ellas a una misma fuente. Lo da proclamación y defensa de las libertades, que se diga sobre autores colombianos, ar- que generaron el romanticismo, sólo tomaron gentinos, uruguayos o cubanos es, de ese mo- lugar con la derrota de las armas conquistado- do, aplicable también a los ecuatorianos. Y ras de Bonaparte. cualquier explicación de su romanticismo ne- El clima político de afirmación de los cesita de los antecedentes europeos. derechos y facultades individuales extendió El movimiento surgió sin duda de la su influencia al campo estético. En la literatu- fuerte rebelión individualista del siglo XVIII. ra adquirió resonancia el mismo metal de be- Venía a ser la expresión estética de los ideales licosa y arrogante autonomía. Frente a la vie- de la Enciclopedia. De los principios de la ja norma opresora se erguía el alarde de la vo- nueva filosofía, puesta al servicio de la perso- luntad indomeñable. El gusto personal reem- na humana o de la zona inalienable de sus plazó a la regla. El tipo al arquetipo. Tal fue la atributos y derechos. Pero sólo salió victorio- época en que el Yo conquistó su máximo re- so después de la disolución del imperio bona- lieve. La inspiración estuvo socorrida por el partista. Eso parece una paradoja porque fue mundo íntimo de cada cual. Por la necesidad LITERATURA DEL ECUADOR 115 de las grandes confidencias. “Cuando tengo cionalista, que buscó, inclusive, las raíces del una pena hago un soneto”, decía Goethe. A pasado aborigen. Ello se acentuaría después, aquella se entregaron los mayores de los es- con los autores de mediados del siglo XIX. critores románticos. Y los públicos veneraban Montalvo y Mera, especialmente. En efecto, a éstos. Hubo algo como la apoteosis del el primero de éstos fue el mayor sagitario que hombre de letras. Lejos quedaba el recuerdo las ideas de libertad han tenido en el Ecuador. de la triste condición de Cervantes, y de la hu- Y, no obstante su hispanismo de buena estir- mildosa dedicatoria de sus libros a príncipes, pe, enderezó duras observaciones a España. duques o señores. Hasta el periodista que ba- El otro, Juan León Mera, a pesar de su espíri- tallaba por el afianzamiento de las nuevas li- tu tan cristiano y español, también cantó la bertades dejó de ser el soldado gris de un re- emancipación con fervor patriótico y sentó gimiento anónimo. Firmó sus columnas. Vo- graves acusaciones contra el conquistador. ceó su nombre. Orgullosamente se descubrió Aún más, quiso envolver con una atractiva ante las multitudes. aura de lirismo el pasado indígena del país. La experiencia europea pasó a Hispa- Los dos autores, por otra parte, respondieron noamérica. Aceleradamente. Nada era enton- positivamente, como en el resto de Hispanoa- ces más oportuno, por los rasgos mismos que mérica, a la incitación de otras literaturas ex- dieron carácter al romanticismo. Si en Europa tranjeras, la francesa sobre todo. éste prosperó al impulso de los afanes nacio- Aquellos años de la centuria anterior nalistas y de exaltación de las libertades, en fueron turbulentos. La salida violenta a la luz nuestro continente, que en los primeros dece- y a la intemperie descontroló a las antiguas nios del siglo XIX se desgarraba de España, colonias. Tardaron, y quizás aún demoran, en ocurrió lo mismo. Las banderas de la inde- organizarse. Vacilando entre la libertad y la pendencia política de las nuevas repúblicas y anarquía, dieron paso a los caudillismos mili- de la corriente estética triunfadora se enlaza- tares y las dictaduras. La política avivó enton- ron fraternalmente. Parecía que se cumplía la ces los rescoldos románticos. El escritor puso advertencia de Hugo: el romanticismo en el sus ideas, y hasta su acción, al servicio de su arte es lo mismo que el liberalismo en la po- pueblo. Comenzaba ya en Hispanoamérica la lítica. Haya sido cualquiera la obra construc- llamada literatura comprometida. El argentino tiva de España, las colonias hispanoamerica- Alberdi rechazaba el ejercicio del arte por el nas con su emancipación se salvaban de más arte. Se multiplicaron las dictaduras, pero de tres centurias de cierta penumbra intelec- también los escritores que reclamaban la li- tual. Por eso buscaron ansiosamente el hori- bertad. El tirano Rosas, en la Argentina, tuvo zonte cultural de otros países europeos. Fran- la oposición indeclinable de Sarmiento. El cia a la cabeza. Y anatematizaron a quien les General Mosquera, en Colombia, la de Jorge había esclavizado. Isaacs. García Moreno, en el Ecuador, la de En el Ecuador la reacción romántica se Juan Montalvo. produjo dentro de las mismas circunstancias. Otro de los caracteres con que el ro- Se debe considerar a José Joaquín Olmedo, a manticismo apareció en Europa fue el de la pesar de su neoclasismo, tan evidente en mu- contemplación sentimental de la naturaleza. chos aspectos, como un precursor del roman- El obsesivo culto del individualismo coincidía ticismo. Ya por su canto a la libertad y su con- con la vocación de soledad. Surgían los “pa- denación a España. Ya por su sentimiento na- seantes solitarios”. Y su alma se placía en los 116 GALO RENÉ PÉREZ coloquios con el paisaje desierto. Chateau- dos haciendo sonar el sincero acento de su briand escogió para su relato romántico la na- romanticismo. Buscaba inspiración en nues- turaleza salvaje del nuevo mundo, que a él le tro paisaje. Por eso el colombiano Rafael era completamente exótica. Por sensibilidad Pombo dijo en 1861, en tono de exaltación: misma, y por la presencia cercana de un vas- “La musa de Velarde es la América”. En lo que to paisaje seductor y en plena doncellez, los concierne al Ecuador, casi no hubo poeta de escritores hispanoamericanos del romanticis- aquel movimiento que dejara de escribirle un mo asimilaron inmediatamente aquella prefe- panegírico. Miguel Riofrío le destinó el artícu- rencia de los maestros europeos. La poesía, la lo “Un poeta en nuestros Andes”. Juan León novela y el ensayo se enriquecieron de emo- Mera los versos de “A Fernando Velarde”. ción y gracia descriptivas del medio geográfi- Otros semejantes Miguel Angel Corral. E co de América. Tal ocurrió también en el igualmente Numa Pompilio Llona. A su vez Ecuador, en la obra de cuyos románticos el Velarde, buen amigo de todos y especialmen- paisaje terruñero hace un ademán de corro- te de Vicente Piedrahita, dedicó a éste su poe- boración de los estados anímicos del autor o ma “En los Andes del Ecuador”. de los protagonistas de sus ficciones literarias. La generación romántica ecuatoriana Quizás una breve aclaración habría contó con algunos autores cuyo valor es reco- que agregar a todo esto. Coleridge decía que mendable, sobre todo si se le aprecia bajo la se nace platónico o aristotélico. La vida espi- consideración general de lo que era la poesía ritual del hombre está entre esos polos. Para de esos años en todo el continente. No desen- Aristóteles la poesía era mimesis, imitación, tona, en efecto, del conjunto, ni por el acen- aprendizaje retórico. Para Platón era embria- to sentimental ni por las formas expresivas guez, arrebato. Los románticos, bajo esta con- que se habían convertido en patrimonio co- sideración, no podían ser otra cosa que plató- mún de los prosélitos del romanticismo. Los nicos. Pero en Hispanoamérica, en más de un temas se repitieron en los países de la Hispa- país, y en el Ecuador indudablemente, el ro- noamérica de entonces, e igualmente las mo- manticismo tuvo de mimesis y de exaltación. dalidades estilísticas. El ecuatoriano Rafael Nuestros escritores sintieron el frenesí de la Carvajal –que fue desterrado por la dictadura inspiración pero no abandonaron por eso la militar de Veintemilla– escribió su “Impresión severidad de los preceptos. Ejemplos clarísi- a la vista del mar”, soneto que recuerda el ai- mos de ello: Juan Montalvo y Juan León Mera. re nostálgico de los versos del argentino José A pesar de los caracteres de antiespa- Mármol, de los cubanos Heredia y Gómez de ñolismo que se han expuesto como denomi- Avellaneda, del colombiano José Eusebio Ca- nador común de la época, no dejó de ser evi- ro, también tristemente alejados de la ribera dente el influjo de los escritores de España patria De modo semejante se extendió por es- también. José Espronceda, José Zorrilla, Gus- tas latitudes el gusto de las leyendas, que po- tavo Adolfo Bécquer fueron nombres familia- seyó también a los románticos españoles. Las res para nuestros románticos. Pero quizás un leyendas fueron aquí de inspiración indianis- gran suscitador, no sólo en el Ecuador sino en ta. Miguel Riofrío compuso “Nina”, o “leyen- algunas repúblicas de Hispanoamérica, fue da quichua”, en fluído romance. Juan León otro español: el poeta Fernando Velarde. La Mera, antes de lanzar su novela “Cumandá”, presencia fue más eficaz que la acción de los publicó los poemas legendarios titulados “La libros. Velarde vagaba entonces por estos la- virgen del sol” y “Mazorra”. A esos asuntos se LITERATURA DEL ECUADOR 117 agregaron, naturalmente, los de las confiden- en la búsqueda y robustecimiento del genio cias íntimas, tan propias de la índole sufrien- nacional. Las leyendas indígenas y los canta- te de esos discípulos de una lira mojada en lá- res populares comparecen al conjuro de su grimas, estremecida desde los tiempos de Os- amorosa preocupación. El bravo rincón de sian. Recuérdese el acento elegíaco de la nuestra selva, desatendido tercamente, en to- “Plegaria” de Francisco Javier Salazar, o la dos los órdenes, trata de tomar forma anima- exaltación de “Grandeza Moral” de Numa da en las líneas de su narración. Las muestras Pompilio Llona, o los versos doloridos de Luis dispersas de la poesía ecuatoriana son recogi- Cordero, o las notas becquerianas de Antonio das por su mano para el enfoque de los estu- C. Toledo. Y, finalmente, se incorporó al ro- diosos. Y algo más, que pertenece a lo radical, manticismo ecuatoriano el fervor religioso, la a lo sagrado e inalienable de los sentimientos poesía de unción. En el marco rosado de las colectivos: con los versos del Himno Nacio- tardes de mayo sonaron tiernamente las can- nal que escribió Mera se aprende a saludar a ciones a la Virgen María. En esa orilla, tam- la Patria desde la época temprana de las pri- bién romántica por la sensibilidad frente al meras lecturas escolares. paisaje y la exaltación interior, están Miguel El juicio de afuera no alude casi a es- Moreno y Honorato Vásquez. Pero dentro de tos aspectos porque se dirige, sobre todo, a las todo el movimiento poético se mostraron con páginas de la novela “Cumandá”. Publicada personalidad quizás más interesante Dolores en 1879, aparte de ser una de las primeras Veintimilla de Galindo y Julio Zaldumbide. que aparecieron en Hispanoamérica, vino a A eso, naturalmente, hay que hacer ser la fundadora del género novelesco en el una importante aclaración: la de que las ma- Ecuador. La tentativa de Mera, rica de coraje nifestaciones de la prosa de la época –tam- en un medio en el que faltaban antecedentes bién saturadas de romanticismo– deben ser de esa índole, tuvo que sufrir el gravamen de consideradas aparte, por la calidad magistral muchos defectos, explicables en casi toda de sus máximos autores, que son el novelista etapa de iniciación. Los críticos actuales ha- Juan León Mera y el ensayista Juan Montalvo, llan así muy expedito el cauce de las observa- tantas veces citados aquí. ciones, de los reparos, pero no fijan su aten- A la cultura ecuatoriana interesa viva- ción en las fuertes razones que, empezando mente el porfiado amor de Mera por los temas por el precario ambiente cultural y la difícil nativos. La unidad inquebrantable que hay en formación de la personalidad del novelista, su obra, de poeta, de crítico, de investigador, obraron en su carácter y su producción. Enri- de novelista, es en efecto la que le dictan sus que Anderson Imbert es quizás el que más po- preferencias por todo lo que concierne a su bre le encuentra. La mira como un despojo de país. En ello va, por cierto, la revelación de su otro tiempo. Parecida actitud asume Fernando fe romántica y la feliz atisbadura de lo que ha- Alegría, que ve a “Cumandá” como novela brían de perseguir los escritores hispanoame- concebida dentro de las normas de una es- ricanos del porvenir. No hay en sus trabajos cuela literaria en decadencia, y cuya trama una realización plena y afortunada. Son harto “seudo-legendaria” no le emociona. Tampoco visibles algunas deficiencias, ya en el campo los personajes, “sin dimensión sicológica”. Y de la ficción, ya en el del laboreo crítico, es- ni siquiera sus descripciones, “retóricas”. pecialmente de su “Ojeada”. Pero nadie pue- Apenas sí recomienda como aspecto sobrevi- de atreverse a negar la significación de Mera viente de esa obra lo que hay en ella de in- 118 GALO RENÉ PÉREZ quietud social y de conocimientos etnológi- giros antiguos, de la mayor época de España. cos. Por su parte el crítico uruguayo Alberto Puso a circular de nuevo, con gracia original Zum Felde da apreciaciones sobre “Cuman- en que se advierte el poder de su genio, mu- dá” sin conocerla. De veras se ve que no la ha chos vocablos caídos en desuso. A fuerza de leído. Se refiere a personajes y episodios que amor, de estudio y afanes estéticos, fue dando no existen en ella. Cosa semejante le ocurre a vitalidad a una porción ya inerte del idioma Robert Bazin, estudioso francés de atinado castellano. Dictó como ninguno una lección criterio, que esta vez yerra en la alusión a los de pureza estilística, que deberían aprovechar pasajes del argumento de la novela. No hace esos muchos que en América suelen cocear falta aquí una fiscalía de los apresurados o hasta contra las reglas más elementales de la parciales comentarios de la crítica hispanoa- expresión. Se irguió así en maestro de escrito- mericana. Conviene, en cambio, recordar que res conscientes de su profesión, los modernis- Mera inició el género novelesco en el Ecua- tas. José Enrique Rodó le tuvo precisamente dor, y remitir al lector a las apreciaciones que por tal. Y le consagró páginas críticas difícil- se hacen en la sección antológica de este mente igualadas, en que considera a Montal- libro. vo “uno de los artífices más altos que hayan En lo que concierne a Montalvo, la crí- trabajado en el mundo la lengua de Queve- tica hispanoamericana y española suele con- do”. Le halla distinto a Sarmiento, improvisa- siderarle como una de “las grandes personali- dor genial que no se desvelaba puliendo mo- dades” del continente. Y lo fue sin duda por rosamente la frase. Pero distinto también a los sus muchas obras y su extraordinaria voluntad sobrios y remilgados que carecen del indis- de estilo. El prestigio de Montalvo como esti- pensable entusiasmo de la creación. “Para lista ha persistido. Se lo encomia aún, a pesar buscar a tan personal estilo imagen propia de los cambios que se han operado en los –dice Rodó– sería necesario figurarse una sel- gustos literarios. No significa esto que el autor va del trópico ordenada y semidomada por ecuatoriano tenga que ser el modelo que se brazo de algún Hércules desbrozador de bos- ha de imitar. Lo que Ortega pensaba de Cer- ques primitivos, una selva donde no sé qué vantes es aplicable también a aquél, con una jardinería sobrehumana redujese a ritmo li- ligera modificación: nada sería más innecesa- neal y estupendo concierto la abundancia vi- rio y aburrido que otro autor con la misma re- ciosa y el ímpetu bravío”. ligiosa manía del bien decir. El celo arcaizan- En fin, múltiples elementos fueron en- te de Montalvo, en que deseaba hacer consis- trando en la composición, tan culta y a la vez tir parte de su gloria, no lograría ser ahora más tan voluntariosa, de la literatura montalvina. que engaño de pedantes e ineptos. Su respeto Hasta que la hicieron única e inconfundible, a las normas de clásicos y académicos –que como puede apreciarse en casi todas sus pá- en más de una ocasión parece una especie de ginas, aun en las de vehemente sagitario. Por beatería frente al idioma– ya no persuade del eso es obligado reconocer que él fue un todo. No hay hazaña más hermosa que la de maestro del ensayo. Algo más todavía: el fun- conocer bien la gramática para salvarse de dador del ensayo moderno en lengua castella- ella. Buen consejo del estilista contemporá- na. Los grandes prosadores españoles de la neo Alfonso Reyes. Pero ninguna observación Generación del 98 –Ortega y Gasset y Una- conseguirá amenguar el mérito montalvino. El muno a la cabeza– continuaron la tradición escritor ecuatoriano rescató del olvido airosos montalvina de expresar estéticamente sus LITERATURA DEL ECUADOR 119 ideas, de producir el fecundo abrazo de letras Montaigne, por la intención concreta de algu- y filosofía. Cierto es que Montalvo no tuvo la nos de sus libros, Juan Montalvo prefirió ser lo solidez del filósofo. No fue un pensador a que se ha llamado un pensador fragmentario. quien animase la pasión de penetrar en el tué- Agil, imaginativo, inestable, obliga a sus lec- tano de las cosas, o de desagotar los temas. Ni tores a un viaje sin ruta prevista, rico de varias siquiera supo caminar derechamente, con or- sorpresas, aleccionador a la postre. El guía en den y disciplina, por el campo de sus asuntos. el viaje no es un filósofo. Es un poeta. En los Cuanto se hace, por ejemplo, para demostrar últimos años aquel estilo montalvino se tornó que sus “Siete tratados” no tienen el carácter aun más eficiente, porque se modernizó más. de tales porque son una yuxtaposición, en de- Parecía que se iba descargando de sus lujos terminados momentos artificiosa, de peque- inútiles, de sus alardes barrocos, de sus vesti- ños ensayos, es justo e irrefutable. Lo ha de- duras suntuosas. Por eso las páginas de su úl- mostrado bien Anderson Imbert. Pero, en tima obra –”El espectador”– satisfacen mejor cambio, es admirable su conocimiento e in- los gustos de ahora. Desgraciadamente nada terpretación de los filósofos griegos. Se acercó más consiguió escribir, pues mientras corregía amorosamente a la cultura antigua y la com- las pruebas de aquellos breves ensayos con- prendió con ejemplar lucidez. Su erudición trajo la enfermedad que le enfrentó a la no es superficial ni aparente. muerte. Por temperamento, por inclinación na- tural que se vio estimulada con la lectura de V.– Autores y selecciones

Julio Zaldumbide (1833 - 1887) Seguramente, pues, la vocación de es- critor era la preponderante en la personalidad Nació en Quito. Rodeó a su casa un de Julio Zaldumbide. Y a pesar de ello, no pu- largo prestigio familiar. Entre sus antecesores blicó ningún libro durante toda su vida. A los se contaron personas de algún relieve históri- requerimientos amicales él respondía negati- co, que se interesaron en la eficiente organi- vamente, aludiendo al horror que le produ- zación del país emancipado. Cursó estudios cían las ediciones nacionales, tan pobres y de Derecho, pero no se graduó en ellos. Le re- defectuosas entonces. Lo que se ha recogido clamaban otros reinos intelectuales más afi- en antologías póstumas demuestra que el au- nes con su sensibilidad. Especialmente el de tor, brillantemente dotado, careció de vanida- las lenguas (antiguas y modernas) y el de las des literarias, hasta de la tan justificable de creaciones literarias, tanto clásicas como ro- publicar lo que se escribe. Entre las cosas dis- mánticas. Traductor, poeta, ensayista y susci- persas que hizo circular, quizás únicamente tador de cultura, eso era él principalmente. A se empeñó en la edición de su folleto “El Con- su hogar, abundante de libros, acudían los jó- greso, don Gabriel García Moreno y la Repú- venes que aspiraban a tomar sitio en la histo- blica” (1865), de condenación política, y al ria de las letras ecuatorianas. Entre tales jóve- que se refirió Montalvo poco más tarde, en su nes figuraron Juan Montalvo y Juan León Me- célebre obra “El Cosmopolita”. ra, cuya importancia se ha extendido tanto. Aquellas páginas son la revelación de Los dos, entre sí divergentes en muchos as- otro aspecto de Julio Zaldumbide: el del hom- pectos, pudieron no obstante conciliar ideas y bre público, que lo fue de manera intachable. maneras de sentir con Zaldumbide, espíritu Tuvo representaciones parlamentarias. Fue de veras ecléctico. La hurañía de Montalvo se Ministro de Educación. Intervino como candi- vio gratamente combatida por la disposición dato a la Presidencia de la República en unas fraternal de Zaldumbide. Los días de esa lecciones que se frustraron por un movimien- amistad juvenil llenaron de emoción al pri- to subversivo. Corroboración de tal carácter es mero cuando –entre las procelas de la madu- también, sin duda, su ejemplar consagración rez– tuvo que escribir una conmovedora car- a los trabajos de la tierra. Soportando la primi- ta elegíaca para lamentar la muerte de su an- tivez de un medio selvático y llevando una vi- tiguo compañero. Aparte de la devoción esté- da sencilla y abnegada, a que hace ágiles re- tica, poseían en común el credo del liberalis- ferencias en su epistolario, transformó en mo y el aborrecimiento a la dictadura de Gar- campos labrantíos la montaña de su heredad. cía Moreno. La alianza de Mera y Zaldumbi- Murió a los 55 años de edad sin haber cono- de fue, en cambio, de puro carácter literario. cido otros horizontes que los de su patria. Los dos sentían la misma necesidad de reco- La crítica ecuatoriana recuerda que la mendar el marco de lo nacional –buenos ro- primera composición que dio a conocer Zal- mánticos– como el más apropiado para el dumbide fue su “Canto a la Música”, antes de ejercicio de las letras. haber cumplido sus veinte años. Ya se ve en LITERATURA DEL ECUADOR 121 esos versos el afán de afinar el estilo, de pro- MEDITACIÓN bar el buen gusto y el celo de la forma. Tales propósitos se mantuvieron siempre. A través I de temas diversos: elegíacos, amorosos, filo- Cosas son muy ignoradas sóficos y descriptivos. Como en varios de los y de grande oscuridad autores del Ecuador y de otros países de His- aquellas cosas pasadas panoamérica, en él siguieron ejerciendo po- en la horrenda eternidad, der las exigencias de corrección de los clási- por hondo arcano guardadas. cos. Es decir que romanticismo y clasicismo hicieron alianza en sus creaciones poéticas. ¿Quién pudo nunca romper Entre los clásicos, prefirió a los españoles de de la muerte el denso velo? ¿Quién le pudo descorrer, la época de oro, especialmente a Fray Luis de y en verdad las cosas ver León y Garcilaso de la Vega. En cambio entre que pasan fuera del suelo? los románticos no se avino con la influencia de España, sino con la múltiple de Europa. Que por fallo irrevocable Una muestra de la presencia de Fray padecemos o gozamos Luis en los versos de Zaldumbide es la que se los que a otro mundo pasamos, halla, por el tema, por la emoción, por los sí- es cuanto de este insondable miles, en su canto “A la soledad del campo”. alto misterio alcanzamos. Eso es evidente. El gusto garcilasista, y sobre Si medir nuestra razón todo su acompasado donaire, se encuentran procura, ¡oh eternidad, asimismo en varias de sus otras composicio- tu ilimitada extensión, nes eglógicas. Pero Julio Zaldumbide no fue ¡qué flacas sus fuerzas son únicamente un romántico arrebatado por las para con tu inmensidad! delicias de la naturaleza. Algunos de sus con- temporáneos le conocían más bien como el Sube el águila a la altura “poeta filósofo”. Se debió eso a cierta inquie- del vasto, infinito cielo; medirle quiere de un vuelo; tud intelectual por los enigmas de ultravida. mas, toda su fuerza apura, La expresó especialmente en los seis cantos ti- y baja rendida al suelo: tulados “La Eternidad de la Vida”. Se pregun- tó si los intensos afectos del alma terrenal per- Así el loco pensamiento sistirán en el más allá, y movido por su fe cris- se encumbra a medirte audaz; tiana supo consolarse con una respuesta afir- mas se apura su ardimiento, mativa. y abate el vuelo tenaz al valle del desaliento. Poesías filosóficas II

La eternidad de la vida En verdad que da tormento este funesto pensar: Versos dedicados a mi amigo Juan ¿En qué vienen a parar León Mera esas vidas que sin cuento vemos a la tumba entrar? 122 GALO RENÉ PÉREZ

En la tumba, de los seres “las cadenas que al cuerpo sujetaron precisa fin pavorosa, “mi esencia divinal, los demás lazos remate así de placeres “rompe también, que al mundo me ligaron? como de los padeceres de esta vida trabajosa: ¿”Piensas que del amor, que fue mi vida “en la vida del mundo, me despojo En la tumba, oscura puerta “estando al otro mundo de partida, cuya misteriosa llave “cuál de la arcilla que a la tumba arrojo? vuelve con la mano yerta la muerte: playa desierta “No! No es capricho de la carne impura de donde zarpa la nave, “la amistad, o de amor la llama ardiente; “del espíritu sí la efusión pura, de la vida a navegar “y el espíritu vive inmortalmente. con brújula y norte inciertos en no conocida mar, “Y así a la eternidad lleva consigo, mar sin fondo, mar sin puertos, “cuando abandona su terrestre estancia, ni ribera a do abordar. “amor de amante, o amistad de amigo, “sujetos nunca más a la inconstancia”. IV Julio Zaldumbide, “Poesías filosóficas: La eternidad de la Y ¿a dónde va quien deja nuestro mundo? vida”. A dónde el que en tu sombra, muerte, escondes? Fuente: Poetas románticos y neoclásicos. Puebla, México, ¡Jamás a esta pregunta, tú, profundo Editorial J. M. Cajica Jr., S. A., 1960, pp. 367-371 (Bibliote- ca Ecuatoriana Mínima; La Colonia y la República. Publi- silencio de la tumba, me respondes! cación auspiciada por la Secretaría General de la Undéci- ma Conferencia Interamericana, Quito, Ecuador, 1960). ¿Sus lazos terrenales se desatan? ¿Se acuerda del humano devaneo, Dolores Veintimilla de Galindo (1829-1857) o todos sus recuerdos arrebatan las soporosas ondas del Leteo? Nació en Quito. Creció en un hogar ¿Está por dicha con la eterna unida en el que todo le era propicio para ir formán- esta rápida vida que se acaba? dose con finura y dominio de sus atributos O allá el amigo la amistad olvida, personales. La poesía, la música y la pintura y el amante también lo que adoraba? le tentaron graciosamente. Pero lo más legíti- mo de sus experiencias íntimas halló expre- El amor, la amistad ¿son vanos nombres sión en el verso. Fue una joven bella y trági- que borra el soplo de la muerte helada? ca. O sea un alma señalada como pocas para ¿del alma, que no muere de los hombres, el culto romántico. Cedió al impulso –muy de son ilusión no más, sombras de nada? la corriente– de escribir los “Recuerdos” de su V brevísima existencia, de 27 años apenas. Por ello sabemos “que era completamente dicho- Oigo una voz que eleva el alma mía, sa bajo la sombra del hogar doméstico”. En voz de inmortal y de celeste acento: cuanto a su vida social, “nada –asegura– me “¿Qué a mí, la muerte ni la tumba fría?” quedaba que pedir a la fortuna”. Desde los dice hablando secreta al pensamiento; doce años de edad se vio “constantemente ro- “¿Piensas que la segur que hace pedazos deada de una multitud de hombres, cuyo es- merado empeño era agradarle y satisfacer LITERATURA DEL ECUADOR 123 hasta sus caprichos de niña”. Pero se le había rior donaire de su autonomía de espíritu, y “enseñado que los hombres no aman nunca y que así la precipitaron en el suicidio. En la que siempre engañan”: esto –agrega– “me ha- breve producción poética que escribió Dolo- cía reír de ellos sin escrúpulo”. Hasta cuando, res Veintimilla de Galindo, publicada después muy temprano todavía, “un sentimiento de de su muerte por Celiano Monge, está la tem- gratitud” se le fue convirtiendo en amor apa- blorosa confesión de su trágica historia. sionado. Buena expresión de éste quedó en los versos que dicen: “Si ángel fuera a quien LA NOCHE Y MI DOLOR templos y altares –en mi culto se alzaran, tal El negro manto que la noche umbría vez– con tormentos cambiara, eternales, –por tiende en el mundo, a descansar convida. estar un instante a tus pies”. Se casó al fin, a Su cuerpo extiende ya en la tierra fría los 18 de edad. Su marido era un joven co- cansado el pobre y su dolor olvida. lombiano que, buscando éxito en su profe- sión médica, fue de sitio en sitio y terminó También el rico en su mullida cama abandonando a la poetisa. Así estragada su duerme soñando avaro en sus riquezas; suerte, ella acudió al recurso balsámico de la duerme el guerrero y en su ensueño exclama: confidencia lírica, contenida en estos versos –soy invencible y grandes mis proezas. dirigidos a su madre: “Mi corona nupcial, es- Duerme el pastor feliz en su cabaña tá en corona – de espinas ya cambiada… – Es y el marino tranquilo en su bajel; tu Dolores ¡ay! tan desdichada!!!” La triste pe- a éste no altera la ambición ni saña; ripecia sentimental de Dolores va cabando el mar no inquieta el reposar de aquél. una huella muy nítida a lo largo de su poesía. Parece que entre las palabras que ha escrito Duerme la fiera en lóbrega espesura, nos dejara percibir la onda íntima del suspiro, duerme el ave en las ramas guarecida, duerme el reptil en su morada impura, o ver el brillo puro de sus lágrimas. Como como el insecto en su mansión florida. ejemplos los más altos de sus desahogos que- daron “La noche y mi dolor”, “Quejas” y “A Duerme el viento, la brisa silenciosa mis enemigos”. En el primero de estos poe- gime apenas las flores cariciando; mas evoca a los poseedores del sueño tran- todo entre sombras a la par reposa, quilo: el pastor en su cabaña, el marinero en aquí durmiendo, más allá soñando. su bajel, la fiera en la espesura, el ave entre Tú, dulce amiga, que tal vez un día las ramas, el reptil en su morada y el insecto al contemplar la luna misteriosa en su mansión florida, mientras ella se desve- exaltabas tu ardiente fantasía, la bajo el acoso de su dolor y mira que hasta derramando una lágrima amorosa, “murieron ya sus fábulas soñadas”. Son cuar- tetos concebidos con una deleitosa dulzura duermes también tranquila y descansada verbal. En “Quejas” su malestar interior alcan- cual marino calmada la tormenta, za el grado de la exasperación. Y es conse- así olvidando la inquietud pasada cuencia de la humillación de sentirse desa- mientras tu amiga su dolor lamenta. mada. Finalmente, en los versos que tituló “A Déjame que hoy en soledad contemple mis enemigos” apostrofa a las gentes lugare- de mi vida las flores deshojadas; ñas que hablaron de ella en forma cominera y hoy no hay mentira que mi dolor temple, calumniosa porque no entendieron el supe- murieron ya mis fábulas soñadas. 124 GALO RENÉ PÉREZ

Dolores Veintemilla de Galindo, “La noche y mi dolor”. lieve a su nombre, ni para contar después con Fuente: Poetas románticos y neoclásicos. Puebla, México, Editorial J. M. Cajica Jr., S. A., 1960, pp. 192-193 (Bibliote- el respeto y el fervor de su pueblo. Le fue su- ca Ecuatoriana Mínima; La Colonia y la República. Publi- ficiente su obra de escritor, buena parte de la cación auspiciada por la Secretaría General de la Undéci- cual sirvió –esto sí– para combatir ciertos há- ma Conferencia Interamericana, Quito, Ecuador, 1960). bitos siniestros del país y para enderezar la Juan Montalvo (1832-1889) actividad de sus gobiernos. Y esas lecciones de ética depurada tuvieron desde luego la su- Seguramente la personalidad más sin- braya de una existencia personal bastante gular y atractiva de la historia literaria ecuato- ejemplar. Conviene ir aludiendo siquiera a ta- riana es la de Juan Montalvo. Su nombre co- les aspectos. bró prestigio internacional después de media- Nació Juan Montalvo en Ambato en do el siglo XIX, desde la aparición de su pri- 1832. Perteneció a un hogar muy austero: la mera obra: “El Cosmopolita”. Tuvo Montalvo energía para el trabajo, la firmeza de las un acierto nada común: imprimir todo el sello ideas, la honradez, el orgullo que todo eso de su carácter en esas páginas de iniciación, y concita, puede decirse que formaban el am- en las que posteriormente fue publicando. Pe- biente familiar. Nada más propicio para un ro ese carácter era, en sí mismo, cosa del ma- espíritu que aspiraba porfiadamente a su yor interés. Las facultades naturales recibieron grandeza. Los dos hermanos mayores profesa- en su caso el estímulo de los grandes ejem- ban el liberalismo. Y eran adversarios de los plos del pasado, sobre todo de griegos y ro- sistemas dictatoriales de gobierno. Uno de manos, que él tanto conoció y comprendió. El ellos combatió el despotismo del general Flo- sostenido esfuerzo le hizo sentirse superior y res y fue desterrado. Desde niño, pues, cono- conducir con el aire de tal los actos de su vi- ció en la intimidad hogareña el sabor del atro- da privada y de escritor. Se miró a sí mismo pello político. Aprendió a amar y defender la como un predestinado. Suya tenía que ser una libertad sin cobardía ni vacilaciones. misión elevada y perdurable. No importaban Se educó primero en una escuelita de las desazones. Ni los heroísmos silenciosos Ambato, “una casa de hormigas” a la que no de cada día. El calificativo de genial surgió se atrevió a mirar sino desde afuera el viejo entonces para aludir a los rasgos de su con- Rocafuerte. Después fueron el Convictorio de ducta y a más de uno de los atributos de su li- San Fernando, el Seminario de San Luis y la teratura. Montalvo está adherido de manera Universidad, en la ciudad de Quito. Enseñan- definitiva a la historia del Ecuador, y con los za dirigida por religiosos que no dejó de gra- trazos de un hombre de genio. Fue un creador vitar sobre su conciencia. Los años universita- en el campo de las letras. Fue además un rios no fueron sino dos, de Derecho. Como combatiente político de los que demandaba estudiante llamó la atención por su talento, su tiempo. Como lo fue Sarmiento. Pero él seriedad y excepcional memoria. Esta fue un nunca se decidió a la acción. Le faltó para ella instrumento eficaz en su labor literaria, cum- la naturaleza eléctrica del gran argentino. Le plida casi siempre en la soledad de pueblos sobró, en cambio, la pasión del esteta, que perdidos a trasmano de la cultura, sin biblio- iba a fundir en un solo cuerpo excepcional la tecas ni librerías. Ya en la juventud se mani- fuerza del luchador y los bienes de la peren- festó su vocación de escritor. Leía a los clási- nidad artística. No necesitó Montalvo el apo- cos. Era un enamorado de las páginas cicero- yo de la vida pública para dar el máximo re- nianas, y de la vida misma de Cicerón. Anda- LITERATURA DEL ECUADOR 125 ba con curiosidad intensa por los libros de li- Montalvo. Su aparición demoraría aún algo teratura, filosofía e historia de la antigüedad. más de cinco años. Ese tiempo europeo le fue Se interesaba por las lenguas extranjeras, aun- también útil en la asimilación del romanticis- que jamás en el mismo grado que por el cas- mo, que en varios aspectos le resultaba con- tellano, cuyos veneros supo aprovechar como genial, y en el acercamiento a Víctor Hugo y nadie. Asistía a las tertulias del grupo román- Lamartine, con quienes se relacionó siquiera tico de Julio Zaldumbide. Apareció en un ac- una vez epistolarmente. to público leyendo su primera prosa, que fue Pasado un trienio volvió al Ecuador. de execración del despotismo de Flores, ya li- Fue a comienzos de 1860. Ambicionaba el re- quidado. Para la mente perspicaz están en ese greso. No eran solamente asuntos de salud, si- trabajo juvenil, firmado a los veinte años de no del alma misma. Le vencía la nostalgia. edad, los caracteres más constantes de la lite- Nunca desamó a su país, a pesar de tantas au- ratura posterior de Montalvo: condenación de sencias, de tantos destierros. En él se produ- los abusos del poder y vigilancia del idioma. cían las reacciones naturales del intelectual Tenía acceso, por entonces, a dos hojas perio- que se convierte en emigrante por la estre- dísticas: “El Iris” y “La Democracia”. Cabe chez del medio propio. Cuando estaba en el pues asegurar que en el limitado ambiente Ecuador suspiraba por los aires del extranjero. cultural de la época el joven escritor no era ya Sentía la desambientación del que no con- un desconocido. Pronto el triunfo liberal, que temporiza con la exaltación cínica de los me- contó con el empeño de sus hermanos, puso diocres, que lo invaden todo: administración su atención en él. Se lo nombró funcionario pública, partidos, prensa, dirección de la cul- de las embajadas ecuatorianas en Italia y tura, congresos. Le repugnaban la simulación, Francia. Sirvió en una de ellas al Ministro Pe- la intransigencia política, la ilicitud, el latroci- dro Moncayo, personalidad inmaculada del nio, el comadreo de los grupos en su persecu- liberalismo. ción del poder, la réplica avinagrada de la en- La permanencia en Europa fue signifi- vidia y el rencor: en fin, todas las aberracio- cativa en su formación y su destino. En la pa- nes que comenzaban ya a confabularse con- sada centuria, aun más que ahora, los intelec- tra la integridad de la República. El no podía tuales necesitaban el concurso modelador de sofocar su rebeldía. Levantaba su voz conde- las viejas capitales europeas. Divagaciones natoria. Y le aguardaba el destierro, impuesto por museos y lugares históricos. Largas horas o voluntario. Pero cuando esto ocurría, lleva- de paseo y de solitarias reflexiones por los ba a la patria consigo, amasada con su ternu- parques de París (especialmente el del Luxem- ra, con sus radicales afectos. Por eso rompía a burgo). Contemplaciones sentimentales. Via- quejarse de la soledad del extranjero. Y se jes por Suiza y España. Peregrinación por la conmovía evocando el caso de aquel haitiano Córdoba de los moros. Observaciones de la a quien vio en el Jardín de Plantas de París ruina que mostraban Roma y los pueblos cas- abrazarse sollozando al árbol de su lejana tie- tellanos. Eso, y todo cuanto podía aposentar- rra nativa. Y se deleitaba nostálgicamente se en el alma de un viajero culto y sensible, viendo al cóndor de los Andes, o a la ortiga de fue alimentando su disposición literaria. Pron- América, o a la coronilla, u oyendo al “gallo to estuvo recogido el material para la elabora- tanisario, de canto solemne y melancólico”. ción de una buena parte de “El Cosmopolita”, Muchos secretos guardaba el corazón com- libro de juventud pero de los mejores de plejo de aquel hombre. 126 GALO RENÉ PÉREZ

Pues bien, cuando retornó al Ecuador los grupos, nunca dispuesto a simpatizar con después de ese su primer viaje, se encontró los caudillos victoriosos, bajo ninguna cir- con una realidad desalentadora. El país había cunstancia contemporizador con los excesos vivido una de sus horas más aciagas. Amaga- del poder, o tolerante con la ilicitud y la in- do por las fuerzas navales del Perú. Desgarra- moralidad. Por otra parte, las palabras de do por las batallas partidarias, codiciosas del amenaza que contenía su carta, y que con poder. El Presidente Robles había trasladado tanta desaprensión desoyó García Moreno, se su gobierno a Guayaquil. En Quito se había cumplieron fielmente y con la máxima severi- alzado un triunvirato revolucionario cuya ca- dad. De ahí que los dos antagonistas –según beza era García Moreno. Se habían hecho ne- la expresiva comparación de uno de sus con- gociaciones oscuras con el gobernante perua- temporáneos– parecían en su rudo enfrenta- no, con el correspondiente desmedro de la miento la fiera y el domador. dignidad nacional. Había corrido sangre en Durante la primera administración gar- las luchas intestinas. Y a la postre se había im- ciana el escritor se recluyó en las soledades puesto la férrea personalidad de García More- de su provincia: los parajes de Baños, la casa no. Al caos sucedía el orden brutalmente des- de Ambato, los huertos aledaños de Ficoa. pótico. Eso halló Montalvo a su vuelta. Natu- Fueron cinco años de elaboración de “El Cos- ralmente, no pudo sufrirlo en silencio, impa- mopolita” y de una apasionante historia de sible. Ni siquiera esperó llegar a Quito. Des- amor. Sólo de tarde en tarde iba a Quito. Lla- de la población costeña de Bodeguita de Ya- maba la atención su singular figura, después guachi, el 26 de septiembre de 1860, escribió aborrecida por algunos y admirada por mu- una carta de fuertes amonestaciones al nuevo chos. Era Montalvo un hombre alto y delgado, jefe de Estado. Le expresaba en ella su desdén cuidadoso de su arreglo personal. No vestía a las facciones. Le aclaraba que no era la su- sino trajes de paño negro. Disimulaba elegan- ya la voz del amigo que pide su parte en el temente, apoyándose en un bastón, su andar triunfo. Estaba por sobre la ruin condición de cogitabundo. No se le veía sonreír ni detener- tales contiendas políticas. Lo que le interesa- se a mirar a su alrededor. Solitario siempre, ba era la rehabilitación del país y la salvación absorto en qué cosas extrañas, parecía como de las instituciones legales. Pero había que que navegase en un aire de altura. El mismo comenzar exigiendo la rehabilitación moral ha trazado algunas imágenes de esas divaga- del mandatario mismo, adicto a los sistemas ciones calladas, reflexivas, sin compañía de dictatoriales. El requerimiento montalvino se nadie. Ya por 1866 iba a Quito para publicar convirtió, en los párrafos finales de la carta, los cuadernillos de su primer libro. Porque “El en una amenaza: si García Moreno no suavi- Cosmopolita” apareció así, en varias entregas. zaba su estilo de gobernar, tendría en él a un El autor le calificó de “periódico”. La crítica enemigo nada vulgar. El joven Montalvo –de ha seguido llamándolo de la misma manera. 1860– no ejercía aún ninguna influencia. No Pero cualquier lector perspicaz halla absurda pesaba en la opinión pública ecuatoriana. De esa denominación. “El Cosmopolita” no fue modo que el tirano hizo fisga de sus admoni- un periódico, bajo ningún aspecto. Ni siquie- ciones, y ni siquiera se dio el trabajo de con- ra se editaron con regularidad las páginas que testárselas. Pero aquella carta señaló clara y lo fueron formando, y todas ellas pertenecían definitivamente el destino del futuro polemis- exclusivamente a Montalvo. Los temas ni el ta, jamás comprometido con los partidos ni estilo eran periodísticos. Quienes no conocen LITERATURA DEL ECUADOR 127 afirman, además, que su propósito había sido a Montalvo le hubiera agradado tal cosa. estrictamente político: luchar contra García Creía que la pluma no debía ser convertida en Moreno. “El Cosmopolita” fue otra cosa. Fue “cuchara”. Mal creer, desde luego. La profe- un haz de ensayos que sólo por circunstan- sión de las letras –noble como la mejor de las cias secundarias no se publicó en un volu- profesiones humanas– necesita que se le re- men. Algunos de ellos son de apreciable ex- conozcan sus derechos pecuniarios, sin nin- tensión, y su forma, en que hay un gran des- guna condición de enajenar la conciencia o velo estético, nada tiene de la espontaneidad debilitar la autonomía e integridad del escri- del periodismo. En cuanto al contenido, éste tor. Montalvo se resignó a mantenerse con los es preponderantemente literario. También se préstamos, que nunca conseguía pagar com- encuentran asuntos políticos. De enjuicia- pletamente. No quiso aceptar otra tarea que miento severo a la dictadura garciana, que ya la de su sacerdocio literario. La literatura era había terminado. Pero la nota magnética está su atmósfera. Unicamente a través de ella sin duda en las remembranzas de los viajes cumplió su memorable destino. En ocasiones, por las ciudades europeas y en los trabajos en cierto es, sus libros le daban algún dinero (tal que enamoran los alardes de gracia y de fue el caso de “Las Catilinarias”), y obtenían cultura. resonancia política Por esto último, el voto Los ataques montalvinos a García Mo- popular de una provincia del Ecuador elevó a reno tuvieron, esto sí, consecuencias impor- Montalvo a una diputación, que él jamás de- tantes en la vida del escritor y en lo que des- sempeñó. pués ocurrió al tirano. Dos regímenes débiles, Entregado pues únicamente a escribir, como de títeres movidos por el capricho de en la soledad del villorrio de Ipiales produjo éste, y que duraron poco tiempo, prepararon obras de aliento inestimable: “Siete Tratados” la atmósfera para una nueva revuelta que de- y “Capítulos que se le olvidaron a Cervantes”. generó otra vez en el despotismo garciano. Además, algunas piezas dramáticas. Que tam- Sus opositores advirtieron el inmediato peli- bién muestran que el gran ensayista tuvo ta- gro. Montalvo se refugió en la Legación de lento para el teatro. Finalmente compuso allí Colombia. Y abandonó pronto el país. Reco- mismo artículos de condenación a la tiranía rrió difícilmente varios lugares extranjeros, y de García Moreno, que aparecían en publica- al fin halló asilo en la población colombiana ciones liberales de Quito, y sobre todo el de Ipiales. Este es un rincón andino situado en opúsculo titulado “La dictadura perpetua”, la frontera norteña del Ecuador. En aquel que se publicó en Panamá en 1874. La vehe- tiempo era una aldea de muy pocas gentes. mencia de tales ataques, que ya le preparaban Con el ceño oscuro de los cerros. Con un ai- para convertirse quizás en el más singular po- re cortante. Con un ambiente muchas veces lemista de la lengua castellana, se tradujo en compungido de niebla y de llovizna. Triste lu- una confabulación de jóvenes cuyo objetivo gar, como para agravar la tristeza del desterra- fue la muerte del déspota. Este fue asesinado do. Una familia generosa le dio hospitalidad, en el Palacio de Gobierno el 6 de agosto de que por su temperamento personal él sufría 1875. Montalvo había ganado su primer gran como una humillación. Hasta su retiro le lle- duelo político: “Mía es la gloria. Mi pluma lo gaban a veces pequeñas ayudas, enviadas por mató” fue su primer comentario. Pasaron lar- algunos íntimos y por amigos ecuatorianos. gos meses, y entonces sí se halló de nuevo en Con la pluma, entonces, no se podía vivir. Ni el Ecuador. Desgraciadamente la vida pública 128 GALO RENÉ PÉREZ seguía como antes, como siempre, incierta, hacer lo que hicieron los mejores, o de apro- procelosa, cargada de siniestros presagios. El ximarse a los modelos. De enriquecimiento y Presidente Borrero, a cuyo régimen se refieren estímulo, también, de sus singulares atributos las críticas de “El Regenerador” montalvino, espirituales. Había escrito abundantemente, no pudo conservar el poder. Y en 1876 había pero para públicos semialfabetos que mante- ya otro dictador en el país: el militar Ignacio nían a Hispanoamérica en la condición de de Veintemilla. De nuevo la primera víctima una vasta aldea literaria. Quizás se sentía tris- del destierro fue Juan Montalvo. Su réplica no temente desubicado en medio de “esas na- se hizo esperar. Vino con el expresivo título cioncillas”. No había otro eco que el de dos o ciceroniano de “Las Catilinarias”. Libro admi- tres críticos notables. Ni otra resonancia que rable, que muestra en su pellejo desnudo una la esporádica de carácter político, producida parte de la realidad hispanoamericana. Es dig- por las expresiones corrosivas de sus páginas no de ser leído con el entusiasmo con que to- de combate. La aspiración de Montalvo era la davía se lee el “Facundo”, de Sarmiento. Fue de triunfar en Europa. Libros como “El Cos- lo que prefirió Miguel de Unamuno, a quien mopolita” y “Las Catilinarias” podían prego- aquellas páginas le conmovieron “hasta las nar bien sus dones superiores de escritor. Pe- raicillas del alma”. Nadie, en todo el ámbito ro a aquéllos se agregaban ya los inéditos de de la lengua, había manejado el insulto con Ipiales: “Siete Tratados” y “Capítulos que se le más eficacia ni alarde estético. olvidaron a Cervantes”, que él deseaba publi- Publicado el libro en la ciudad de Pa- car en Francia. Necesitaba relacionarse con namá durante el tránsito de Montalvo a París, los buenos autores de su tiempo. Saturarse de iba aquél a tener una doble consecuencia: la la atmósfera intelectual europea. Trabajar lite- de inmortalizar en trazos caricaturescos la fi- rariamente en un medio condigno de su capa- gura del soldado dictador Ignacio de Veinte- cidad. milla, y la de levantar prosélitos e imitadores En Besanzón, Francia, publicó efecti- en la condenación implacable de la tiranía y vamente sus “Siete Tratados”. Y, como lo es- la perversión de la vida pública en el conti- peró Montalvo, aquella obra fue recibida con nente. No se olvide que los más altos expo- entusiasmo. Pocos hispanoamericanos de esa nentes de nuestra cultura han lanzado sus época lograron recibir la adhesión de la críti- arietes en el mismo sentido, y que el Premio ca en el mismo grado que él. Pocos pudieron Nobel 1968 –Miguel Angel Asturias– aludió al internacionalizar tan rápidamente su fama. El Montalvo de “Las Catilinarias” en su famosa relieve del escritor fue adquiriendo caracteres novela “El Señor Presidente”. definitivos. Lo más encumbrado de la cultura Tras dejar iniciada la publicación de española de entonces celebró a Montalvo co- los capítulos de aquella obra combativa, mo a una de las personalidades más singula- nuestro escritor continuó su viaje a Europa. Y res de las letras castellanas: Juan Valera, Pedro llevaba como el estratega a un campo de ba- de Alarcón, Emilia Pardo Bazán, Gaspar Nú- talla todo el plan para la codiciada victoria. ñez de Arce, Emilio Castelar, Leopoldo Alas. Esperaba vencer en el frente al que siempre Era cosa inusitada el descubrir la opulencia concedió la mayor importancia: el de la lite- de aquella prosa. Más inesperada aun por lle- ratura. Esa tentativa estaba precedida de años gar de lejos, de las desdeñadas por mal cono- de esfuerzo solitario. De lecturas minuciosas. cidas latitudes hispanoamericanas. Un hom- De aprendizaje arduo. De un porfiado afán de bre de América exhibía ante los ojos deslum- LITERATURA DEL ECUADOR 129 brados de los españoles el tesoro lingüístico Por desgracia todo ese heroico padecimiento quizás más abundante de todos los tiempos. resultó estéril. Sobrevino la gravedad. El escri- Habrían de pasar algunos años para que se tor sentía que toda la vida se le concentraba volviera a ofrecer un fenómeno semejante: el en el cerebro. Decía que podía componer una de Rubén Darío, nicaragüense, que mostró en elegía como no la había hecho en su juven- España hasta qué grado de finura y eufonía tud. Además, prefirió no recibir el auxilio reli- podía llegar la ductilidad de las palabras de gioso. Creía estar en paz con Dios y consigo nuestra lengua. mismo. Y cuando por fin vio inminente su de- Pero las adhesiones a Montalvo sufrie- senlace, se vistió con el mayor decoro y se ron el torpe contrarresto de la crítica clerical sentó a esperar estoicamente el instante de y conservadora del Ecuador, que aun tomó partir. Pidió que le comprasen unas pocas flo- medidas para impedir la lectura de los “Siete res, aquellas que no podían escamotearle sus Tratados” en el país. De la indignada y vehe- exiguos francos y el invierno de París. mente reacción montalvina es buen testimo- nio su “Mercurial Eclesiástica”, que volvió a (Véase también nuestra crítica sobre Montalvo en el II capí- mostrar que en aquel escritor tan acicalado tulo de esta misma sección). había sobre todo la garra del polemista. Esa imprevista ocupación, más la elaboración de El Luxemburgo: Bosquejos de Francia sus románticas páginas de “Geometría Mo- María de Médicis gustaba de morar en ral”, que se estiman como su “octavo trata- este alcázar, y mucho le quería como obra de do”, y nuevos ensayos en los que dio más su propia industria, y más aun como recuerdo fresca naturalidad a su estilo y que agavilló bajo el título “El Espectador”, fueron retardan- de su patria; de esa hermosa amada patria en do la aparición de “Capítulos que se le olvi- donde el Arno discurre silenciosamente refle- daron a Cervantes”. Al fin éstos no se publica- jando las veletas de oro de las torres de Flo- ron sino después de su muerte. Las excelen- rencia y los mármoles de sus palacios. Un cias de tal obra no las han señalado los parti- vasto jardín se extiende al pie de aquella darios del género novelesco, porque falta ahí mansión regia en el cual susurran con el vien- el carácter de una verdadera novela; pero, en to las aguas de una fuente, que las ofrece hos- cambio, los filólogos y apreciadores de la crí- pitalaria a dos cisnes grandes, blancos, infla- tica y el ensayo las han recomendado insis- dos y armoniosos, como los que Virgilio hace tentemente. volar en mangas por las riberas de Pedusa lle- Entregado pues al laboreo literario, y nando los contornos de musical estrépito. Los viviendo pobremente en un solitario habitá- árboles son copudos y sombrosos, los arbus- culo de la calle Cardinet, de París, pasó Mon- tos limpios, bien peinados, si cabe decir, casi talvo esos últimos años. Precisamente corre- todos aromáticos y cargados de nidos de go- gía las pruebas de imprenta de “El Especta- rriones y jilgueros. En los calores sofocantes dor” cuando contrajo la pleuresía que le oca- del estío, la sombra de ese bosque es refrige- sionó la muerte. Pero pocos habrán mostrado rio saludable para el cuerpo; grato, bienhe- un valor más entero en los momentos de la chor para el alma, que si bajo el peso de los enfermedad y la agonía. Rechazó voluntaria- sinsabores humanos gime a solas en medio de mente la anestesia en una intervención qui- la misma gente atumultuada en la ciudad, rúrgica de varias horas, en las que no dejó es- aquí siente el alivio de la soledad, las caricias capar de su pecho ni una expresión de dolor. de la naturaleza. 130 GALO RENÉ PÉREZ

Forse sia qu’ il mio core infra quest’ ombre ese concurso inmenso, y al dar con algo que Del suo peso mortal parte disgombre. no fuese bullicio y alegría me sentí feliz y ale- gre. El Luxemburgo tiene eso más de bueno: París es una como sirena: dice mucho reina en él una melancolía, un espíritu incier- a los ojos; mas su aliento emponzoña y aca- to, una cosa triste y vaga que le hace por to- rrea la muerte. Figuraos una mujer bella de al- do extremo grato a quien en algo tiene esa in- ma corrompida, una mujer hirviendo en ardi- fluencia de lo misterioso. Complacíame yo en des, filtros diabólicos y misterios de amor y aquel jardín: buscábale como sitio de descan- brujería; una Cirse a cuyos palacios se puede so, le tenía por consuelo. Sus dos cisnes fue- llegar con el juicio sano, pero de los cuales no ron mis amigos; mireles mucho, y mucho me se sale jamás, o se sale diferente de lo que en gustaba verlos surcar la fuente con sus cuellos ellos se entró. Tal es esa ciudad extraordina- blancos y estirados. Las calles de rosales, las ria: todo es gozar, pero sus goces tienen amar- anchas avenidas de castaños, el bosque um- gos dejos; todo es placer, mas sus placeres brío, la grama que verdea el suelo, la hojaras- son seguidos de desdicha. En el aire respira- ca sonora, la estatua solitaria llorando bajo su mos un principio insano, en el agua que be- árbol con lágrimas de lluvia, y la música del bemos bebemos el fastidio. Bajo este limpio órgano ambulante que allá tras las verjas del cielo de América sentimos por ventura esa en- jardín pedía el pan de su dueño infeliz; todo fermedad horrible que el alegre francés tiene era de mi genio, todo despertaba en mi alma en el alma? El ennui nos es desconocido; los tristes, pero gustosas sensaciones. El viejo au- puros aires de nuestros grandes montes con- tor de Chactas conocía íntimamente los reco- servan la pureza de nuestro espíritu; cien mi- dos de ese parque, y mucho se agradaba de la llones de bocas ávidas no se disputan el am- sombra de sus ancianos árboles. Figurábase biente de estrechos horizontes. Los días igua- tal vez andar poetizando todavía a orillas del les a las noches; las nubes, blancas, hacina- Metchacebé, departiendo sin testigos con la das en torno de la bóveda celeste figurando la naturaleza en el selvoso Nuevo Mundo, cuyo cordillera de los Andes, o ya purpurinas y vio- silencio y grandiosidad imprimen en el alma láceas en forma de templos o de pórticos por grande una imagen de la Soberana esencia, donde se llega al mismo Dios; el clima tem- creadora de las cosas. De aquí es que el poe- plado, sano, como hecho precisamente para ta se gozaba en ella, mediante los recuerdos el caso de la salud; ni escarcha heladora de traídos a él por una hoja, un árbol, un bosque, los miembros, ni calor desesperante, ni pesa- si bien de ciudad, y como tal raquítico y mez- das y oscuras nieblas henchidas en las calles: quino. cosas son que deben hacernos muy adictos a En las doradas tardes del verano, cuan- esta porción del globo que nos señaló la Pro- do el sol se acerca al horizonte, una luz viva videncia, y no locos o necios admiradores y cae sobre los vidrios del palacio y hace de ca- ambiciosos de las regiones en donde la natu- da ventana una hoguera de púrpura deslum- raleza no sonríe sino una vez al año, y todo lo brante que no pueden afrontar los ojos; las ci- demás lo pasa gestuda, aburrida, feroz, ene- mas de los árboles están bañadas por un flúi- miga del hombre. do amarillento, las hojas se mueven, y mur- Cuando estuve en París siempre anhe- muran, y conversan en secreto con las brisas lé por algo que no fuese París: busque la sole- precursoras del crepúsculo. dad, si soledad puede hallarse en medio de LITERATURA DEL ECUADOR 131

Mas no todo es poesía, que teatro ha Mouchy, persona de alto lugar y puesto, es sido el Luxemburgo muchas veces de horroro- arrastrado a la prisión: su esposa se presenta y sos, pero nada poéticos sucesos. Desde María dice al carcelero: pues que mi marido está de Médicis hasta Gastón de Francia todo fue preso, yo lo estoy también. El esbirro sin com- ventura en este plácido recinto: una joven tan prender nada corre estúpidamente el cerrojo, hermosa como grande, tan perversa como y la espontánea prisionera va a echarse inun- hermosa, lo convirtió luego en una pequeña dada en lágrimas en los brazos de su dueño. Cápua. Como la prostituta de Babilonia, dá- La víctima es conducida al tribunal que no base al más extravagante desenfreno: inventa- perdona, el club de salvación pública; su es- ba placeres nunca oídos, ideaba pasatiempos posa le sigue y dice al fiscal: pues que mi ma- nunca usados, era su vida una perpetua orgía. rido está en juicio, yo lo estoy. El duque es Sin cubrir el eminente blanco pecho, la cabe- condenado a la única pena que el terror co- llera ondeando profusa, desnuda de pie y noce, la muerte; su esposa le sigue al cadalso pierna, hacía la ninfa enamorada, y como ge- y dice al verdugo: “pues que mi marido es nio de las flores se dejaba estar oculta entre ajusticiado, quiero serlo también. Y el carce- ellas. Los amores la descubren, dan tras la lero, y el juez, y el verdugo aceptaron la tier- diosa que echa a huir corriendo leve por la na solidaridad, el noble y voluntario sacri- encepada tierra, pero no tan veloz que no se ficio. deje alcanzar y vencer por un Narciso afortu- He aquí los contrastes de la vida: al la- nado. do de esa mujer de Claudio esta sublime es- Esta fue la desdichada cuanto hermosa posa, al lado de la duquesa de Berri la maris- duquza de Berri: sus impúdicas aventuras es- cala de Mouchy. La escala del género huma- candalizaron a Francia, privando al joven no es tan dilatada como la de la creación: príncipe de la majestuosa aureola de su abue- puede haber de hombre a hombre tantos gra- lo, y haciendo anticipadamente del infausto dos como hay del bruto al hombre, porque el reinado de Luis XV un reinado de Eliogávalo. alma es suceptible de la virtud más encum- Llega el terror: las prisiones no alcan- brada como el vicio más profundo; entre es- zan para los culpables; París se convierte en tos dos extremos media infinita distancia que un vasto calabozo. Los palacios, los templos ocupa la mayor parte de los hombres. Entre mismos oyen en su recinto augusto el chis- una mujer y otra, ¡qué diferencia, oh Dios! chas de las cadenas, y el ¡ay! del condenado Mesalina es respecto de la esposa de Colatino a la guillotina resuena en donde no se había lo que una mosca inmunda respecto de la fiel oído sino la voz de la piedad o la alegría. El paloma: el propio ente que hace la felicidad y Luxemburgo es ahora cárcel; gruesas barras grandeza del hombre puede labrar su infortu- de hierro desfiguran los balcones regios. “De nio y su vergüenza. Pero qué dicha, qué glo- qué se quejan estos perros aristócratas? decía ria sin par, qué distinción de la Providencia un revolucionario; les damos palacios por pri- no sería hallar una mujer como la de siones”. Y allí donde el placer tuvo su trono se Mouchy? Con tal de tenerla, morir aunque sea escuchan solamente los sollozos de la vícti- en el cadalso. ma; y en vez de la animada orgía de la vida, Aquí acabó también su gloriosa carre- reina la infausta orgía de la muerte. ra el bravo de los bravos, el héroe del Rin y de Pero qué dramas tan tiernos y sublimes Moscow (1). Su bajo acusador pretendió em- en medio de tanta sangre! El duque de pañar su gloria, el verdugo arrancar de su 132 GALO RENÉ PÉREZ frente los laureles inmarcesibles: Ney fue juz- Boga, Boga, gondoliero, gado injustamente, ejecutado oscuramente, Solo entenra é la virtú”. como el vulgo de los criminales. Era el otoño: la madrugada fría y nebulosa: el jardín del Lu- La música de Rossini llenando los ám- xemburgo estaba desierto, sin un testigo para bitos grandiosos del teatro de San Carlos, re- el acto que iba a tener lugar. Se corren los ce- suena, derrepente, en mis oídos: me sorpren- rrojos, las puertas del calabozo se abren con de, me suspende, para la circulación de mi lúgubre ruido, y el bravo de los bravos, que sangre, y leve, aéreo, siento que me alzo, me ha vencido a la muerte en cien batallas, es ig- encumbro, vuelo en alas del entusiasmo, y en nominiosamente arrastrado a perder la vida silencio estoy gozando de un raudal infinito en un rincón secreto. Su cabeza cayó; pero la de divina melodía. ¿Sabemos, sospechamos justa Providencia atormentó con espectros y siquiera nosotros lo que es la música y hasta delirios infernales al infame acusador: Bellart donde alcanza su poder? Los antiguos legisla- huye de una sombra, Ney le persigue, ensan- dores la prescribieron a los bárbaros y bruscos grentado el pecho, la mirada espantosa, la hombres, cuando recién principiaban a aso- mano amenazante! ciarse, como un moderador poderoso de las En el lugar del suplicio levántase aho- pasiones violentas, como refinador del alma. ra la estatua del guerrero, al pie de la cual he En esos mismos tiempos la locura y las enfer- meditado sobre la inestabilidad de la fortuna medades procedidas de la tristeza se curaban y la suerte de los grandes hombres. con la música; con la música se vence, se ha- Si el pensamiento me transporta a los ce bonancible a la serpiente; con la música se lugares por donde anduve errante en la me- desentrañan y se doman los monstruos de la lancolía y soledad del extranjero, conmuéve- mar; con la música se arrancan los árboles y seme el corazón al recuerdo de los sitios que se les hace venir tras uno, como hacía el tra- lisonjearon mis ojos, y me tengo por feliz en cio Orfeo. ¡Música! poder soberano, blanda, experimentar esas mismas sensaciones que seductora influencia… ah! nada me sedujo experimentaba entonces. ¡Qué cosas las de más, nada echo tan de menos como a ella. ese mundo tan diferentes de éste en que he Italia es un instrumento: todo suena allí armo- nacido! ¡Qué cuadros para la vista, qué armo- niosamente, todos son músicos, todos cantan nías para el oído, qué impresiones para el al- y saben cantar de suyo. A tiempo que íbamos ma! El susurro de las olas batidas por el remo a hacer vela de la bahía de Nápoles, una mul- del barquero veneciano, su negra góndola re- titud de canoítas rodeaba al vapor, casi todas montada en las lagunas del Adriático llevan- de gente pordiosera que se aprovechaba de la do dentro de ella alguna beldad misteriosa; el venida a bordo de los viajeros para ver cómo canto melancólico que al compás de la pala- se agenciaban un carlino. Ya la máquina ar- menta se alza y se difunde lejano y confuso día, ya las anclas se elevaban, cuando una por el aire, todo lo oigo, todo… voz argentina, viva, llena se elevó del agua y salió hasta nosotros para llenarnos de dulzura “Vidi al émpio in sedio altiero, los oídos. Nos asomamos, vemos: era un mu- Ripasai, non era piú: chacho de diez o doce años, un pequeño laz- zaroni que cantaba y aun representaba la Tra- viata como un verdadero Mario (2). Cuando el vapor tambaleando empezó a abrirse al rui- LITERATURA DEL ECUADOR 133 do de la máquina, el lazzaroni se dio de pu- autores románticos y su gustosa ubicación ñaladas y cayó trágicamente en la canoa, por dentro del romanticismo; la vigilancia idio- llevar a cima su papel, aun cuando nada le mática en busca de la mayor pureza; el alar- hubiese valido. de de la frase poética, clausulada con armo- ¡Oh Italia! ¡oh Italia! Y esa Francia que nía. Desde luego, aun en ese campo de la li- tantas veces me causó fastidio se presenta teratura, hay entre ellos desemejanzas noto- ahora a mis recuerdos con los rasgos más gra- rias: sus páginas corren con una filosofía dis- ciosos: las turbias aguas de ese viejo Sena tinta y por géneros más bien diversos. Mera murmuran a mi oído; la majestad y el silencio tiene más títulos de polígrafo. Pero Montalvo de Versalles me rodean. Y tú, paraje melancó- es espíritu más “cosmopolita”, más universal. lico, amable Luxemburgo, te reproduces en Se crió Mera “bajo el ala materna”. El mi pensamiento con todo el atractivo con que padre había abandonado el hogar antes ni de supiste seducirme. Te veo, sí, te veo, la ves- que aquél naciera. No fue a la escuela. En la pertina luz se extiende sobre tu verde oscuro clausurada atmósfera hogareña aprendió las bosque como dorado velo: el majestuoso Val- primeras letras. Y comenzó entonces su em- de-Grace se encumbra allá a lo lejos: el Ob- peñosa, conmovedora, ejemplar pasión de servatorio acá más cerca levanta en sus altos autodidacto. En un medio pobre, sostenido miradores a los sabios que persiguen al plane- por las energías de la madre trabajadora, todo ta por su órbita aun no bien determinada. debió haberle parecido muy cuesta arriba. No Y tu historia también es tentación a mis es difícil adivinar que la austeridad de toda su recuerdos. Luxemburgo, gran palacio, lleno vida, así como la timidez y cautela con que de las alteraciones tristes que caracterizan a participó en la brega política, procedían de los hombres: riquezas y placeres, amores y fe- esa realidad familiar. Su posición ultraconser- licidades; sangre, luto, lágrimas y crímenes, vadora –como la calificó Valera– quizás reco- todo ha tenido lugar en este circuito, y en tan noce un origen semejante. Y también sus li- reducido espacio han sucedido y se han visto mitaciones literarias. Porque a la precariedad las innumerables cosas que forman este todo de la cultura de entonces hay que agregar la heterogéneo y vasto que el hombre en su len- de las condiciones de la infancia y juventud guaje llama Mundo. de Mera. Su vocación de escritor fue más bien cosa espontánea, don ingénito que en otro Juan Montalvo, “El Luxemburgo: Bosquejos de Francia”. ambiente se hubiera manifestado con mayo- Fuente: El Cosmopolita. Número 1-2. Ambato, Ecuador, Imprenta Municipal, 1945, pp. 79-86 (Publicaciones del res excelencias. El mismo aludió a esa verdad Ilustre Concejo Municipal). cuando escribió en la carta-prólogo de “Cu- mandá”: “…mis imperfectos trabajos literarios Juan León Mera (1832-1894) jamás me han envanecido hasta el punto de presumir que soy merecedor de un diploma Nació este escritor en Ambato, en el académico. Todos ellos, hijos de natural incli- mismo año que Montalvo. Los dos tuvieron nación que recibí con la vida, y fomenté con vida diferente. Profesaron ideas políticas anta- estudios enteramente privados, son buenos, a gónicas. Mostraron más de una vez lo incon- lo sumo, para probar que nunca debe menos- ciliable de sus temperamentos. Pero hay pre- preciarse ni desecharse un don de la naturale- dilecciones de carácter literario que los con- za”. En el rinconcito del pueblo en que nació jugan: la común admiración sincera a ciertos fue conociendo la literatura romántica que 134 GALO RENÉ PÉREZ llegaba a las lejanas provincias de Hispanoa- demos que el propio Mera parece entregarnos mérica, y para ello tuvo afortunadamente la la clave de su novela en las brevísimas líneas ayuda de un hombre de formación universita- de su carta-prólogo. Dice así: “refresqué la ria, hermano de su madre. Pero la contribu- memoria de los cuadros encantadores de las ción no dejaba de ser modesta. Así aprendió vírgenes selvas del Oriente de esta Repúbli- a deslumbrarse con los autores españoles, ya ca”; “reuní las reminiscencias de las tribus vulgares entonces en casi todos nuestros paí- salvajes”; “acudí a las tradiciones de la época ses, que encontró a mano: Martínez de la Ro- en que estas tierras eran de España, y escribí sa y José Zorrilla. Lo que recibió de ellos per- “Cumandá”. Expliquemos eso recordando el sistió en sus gustos. Y bajo tal estímulo co- carácter general de la obra, y hallaremos la menzó a escribir versos que no quiso con- esencia absolutamente definidora de aquellas servar. palabras del autor. Dice que refrescó la me- Otra tentativa artística apareció en él moria, o evocó los cuadros encantadores de en esos mismos años difíciles de la iniciación las selvas orientales del Ecuador. Con esa ca- de su juventud: la de la pintura. Mera no so- lidad de belleza se le representaban. Y su “en- lamente pintó, como se ha dicho, con el áni- canto” se depuraba aun más –como es lo co- mo de vender sus cuadros a los viajeros que mún– a través de la nostalgia. O sea que su de tarde en tarde pasaban por el lugar. Lo hi- selva tenía que ser una selva transfigurada por zo, ante todo, movido por su sensibilidad, ve- la poesía de la impresión lejana. Diferente en hemente como pocas frente a las sugestiones mucho a la de la realidad. Esta otra se presen- del paisaje nativo. Amaba la gracia de la na- tó después, con toda su funesta agresividad, turaleza, los árboles, ríos y montañas que cir- en las páginas de Rivera, de Gallegos, de Qui- cuyen la vieja casa en que se crió. Algo de lo roga. Los cuadros de Mera son ingenuamente más característico y noble de su personalidad bonitos. Sin rugidos de alimañas. Sin venenos está en ese arrobamiento de contemplativo mortales. Sin insectos carniceros. Sin fiebres. frente al augusto contorno geográfico. Por eso Los ríos están allí para que los dos jóvenes su literatura tiende a lo descriptivo. Por eso la amantes, a impulsos de sus remos, se aproxi- nota que domina en las páginas de “Cuman- men cantando. O para que la naturaleza pue- dá” es el amoroso descubrimiento de una por- da inclinarse sobre ellos, mansamente tendi- ción de la naturaleza selvática, vecina a su dos, a contemplar su faz risueña. En el Lago provincia, que él vio con ojos ávidos. Por eso Chimano, en la fiesta de la “querida madre lu- se sintió estimulado a demandar a los escrito- na”, se produce un coloquio entre la luz dor- res de su tiempo la tendencia a nacionalizar mida del astro y las flores y el pecho que sus- la literatura buscando temas en el medio pro- pira de la joven virgen enamorada. Los árbo- pio. Aunque cumplió él mismo a medias esa les juegan fantásticamente con todas las for- lúcida aspiración, porque no percibió la nece- mas de la arquitectura. La culebra, como otro sidad de abandonar los moldes extranjeros, su objeto de gracia, se columpia entre las ramas obra es uno de los fundamentos de la índole para mostrar la belleza de sus colores. El tigre regional que han preferido muchas de las me- exhibe la línea flexible de su lomo pintado, y jores novelas hispanoamericanas. pasa. Arriba cantan las aves, pero no mejor Examinémosla aquí de modo personal que Cumandá, que tiene la dulzura del ruise- y directo, evitando la influencia de otros pare- ñor. Así es la selva de esta novela. ceres críticos, a veces descaminados. Y recor- LITERATURA DEL ECUADOR 135

Ahora bien, para describirla Mera gas- cualquier falsificación literaria. Eso admite ex- ta todo su talento lírico, que es bastante apre- plicación en autores como Zorrilla de San ciable. Seguramente es hiperbólico decir –co- Martín o Manuel de Jesús, Galván, que de- mo lo han dicho algunos críticos ecuatoria- bieron alimentarse de leyendas porque no tu- nos– que en primor descriptivo no le ha supe- vieron en sus países, cerca de sus ojos, indios rado ninguna otra obra del país. Pero tiene, sí, zarandeados por la humillación, el hambre, la excelencias evidentes. Una bien sostenida pobreza, la enfermedad y la ignorancia, como emoción artística del paisaje. Que, por des- los vio Juan León Mera. gracia, en ciertos momentos es estorbada por Pero el caso es que el autor ecuatoria- la prolijidad del dato geográfico e histórico, no se hallaba bajo la sugestión de “Atala”. El tan extraños allí como indispensables en un mismo la evoca como punto de referencia de texto pedagógico. E igualmente hay que con- su obra. Los narradores hispanoamericanos fesar que el excesivo afán de decoración del querían escribir a la manera de Chateau- ambiente conspira contra la acción, que en briand. Que era, según Rodó, como la onda ciertos pasajes se desenvuelve perezosamen- balsámica que venía a aliviar a una América te. Y aun se podría aventurar una observación que aún sufría las convulsiones de la sangre y más, que quizás va a desconcertar: no hay la pólvora. El destello que orientaba la estéti- una relación certera y armoniosa entre el len- ca de la narración no estaba en el mundo de guaje y los asuntos de la novela. Ese es uno de los tropiezos cotidianos. Dimanaba de lo exó- los errores sustanciales de “Cumandá”. Juan tico. Había pues que transportarse a regiones León Mera eligió un tipo de expresión que di- de la naturaleza que todavía no habían perdi- suena con la realidad del medio geográfico y do su doncellez y su misterio, y hacer que allí humano. La principal causa de falsificación se animaran figuras cuya rusticidad se tradu- está en el idioma empleado, como después se jera en inocencia y amor: el “buen salvaje” al explicará. que con tanta reiteración aludió la literatura Decíamos que en las breves líneas de francesa. la carta-prólogo asegura el novelista que reu- Mera quiso que una vasta porción de nió las reminiscencias de las tribus salvajes y las selvas del sur de América se revelara a la acudió a las tradiciones de la época colonial. contemplación de afuera, exactamente como Esa es la verdad. El escenario es el de las sel- las tierras del Mississipi, al norte, se habían vas orientales. El tiempo de los episodios que mostrado gracias a Chateaubriand y a Cooper. se cuentan es de fines del siglo XVIII y co- Y entonces tomó como parte central de su mienzos del XIX. Ello significa que Mera qui- obra el afán de pintar el escenario del rincón so dar un doble salto, en el espacio y en el selvático del oriente ecuatoriano. Lo descrip- ámbito temporal. Buscó lo exótico. Chateau- tivo iba pues a ser lo preponderante. Así resul- briand, a quien él cita, le impuso su ley. Lás- tó, en efecto. Desde la iniciación de la nove- tima grande para su poder de narrador. Deso- la se ensaya la facultad de ir trazando el cua- yó el reclamo de la realidad que se alzaba dro de la naturaleza. Pero con el pulso lírico frente a sus ojos. No se atrevió a tomar la su- a que antes hemos aludido. Las imágenes frida arcilla de los indios que convivían con geográficas se suceden a través de los capítu- él, que pasaban por los caminos de su pueblo los, a veces con desmedro del engranaje epi- con los lomos quebrados por la carga o la fa- sódico. Porque el paisaje no es dinámico. Es tiga. Prefirió evocar tribus lejanas, dóciles a tan sólo decorativo. Semeja un cortinaje opu- 136 GALO RENÉ PÉREZ lento. No hay en “Cumandá” la fusión de ferida, estuviera mentalmente escrita. O como hombre y ambiente que se encuentra en na- si cada figura hablara con un papel en la ma- rraciones posteriores sobre la vida de la selva. no. Ya desde la primera muestra de las con- Y esa falta de relación penetrante y activa, versaciones entre los indios se observa hasta que a la vez determina el falseamiento de la qué grado va a llegar el artificio. Y desde el personalidad del salvaje, obedece a las inse- primer intercambio de frases entre Cumandá y guridades de técnica del autor, que desde el Carlos se sabe que, en vez de diálogo, va a comienzo presentaba al mundo exterior como haber confesiones exaltadas del sentimiento, cosa aparte, ajena al protagonista. Exacta- una apoteosis lírica del amor. mente como si fuera una pura decoración: Pero el tema amoroso en una selva tan “Lector, hemos procurado hacerte conocer, bien acicalada, con seres gobernados por el aunque harto imperfectamente, el teatro en novelista con mano cristiana y rígidamente que vamos a introducirte: déjate guiar y sígue- moralizadora, es una pura abstracción. El más nos con paciencia”. ardiente frenesí –si es que lo hay– se resuelve Las necesidades de componer literaria- apenas en un beso en la frente. Se debe recor- mente el paisaje, y de querer darle por otro la- dar que esa era la ética del amor dentro del do ciertas trazas de auténtico, llevan a Mera a romanticismo. Pero, en el caso de “Cuman- mezclar la transparencia de lo lírico con las dá”, hay algo especial: a Mera se le ocurrió escorias de las monografías de historia y de como eje del argumento que Carlos y Cuman- geografía de sabor didáctico. Y entonces, en dá, hermanos carnales que ignoran tal rela- ciertos pasajes, se le subleva el estilo volvién- ción de la sangre, y que se reencuentran al ca- dose declamatorio: “¡Oh felices habitantes de bo de años, ya jóvenes, en medio de la selva, las solitarias selvas en aquellos tiempos, se enamoren entre sí. El novelista no quiso re- cuánto bien pudo haberse esperado de voso- parar en que se estaba creando un enorme tros para nuestra querida Patria, a no haber problema para su alma cristiana. Jamás podía faltado virtuosos y abnegados sacerdotes…” tolerar su imaginación el incesto. Y entonces El novelista de “Cumandá” ha ido bus- se puso a espíar la conducta de sus protago- cando todos los acentos artísticos del idioma, nistas, a vigilarla estrechamente, a no permitir hasta los más arrebatados, para armar atracti- más que un casto amor de hermanos que se vamente la tramoya de su selva, y ahí hacer interrumpe con la muerte de la heroína. Aquel que sus criaturas representen, como algo pos- celo le obligó a falsear aun más el asunto de tizo, que no les pertenece, el destino de salva- su novela. jes. Todo funciona de un modo solemne, si- No es necesario detenerse a ver lo que guiendo un compás establecido y repasado hay de ineficaz engaño en la obra. Cumandá, de antemano, ante los ojos incrédulos del es- la joven blanca criada en medio de los bos- pectador. El lenguaje en que se expresan tales ques orientales del Ecuador, no es sino un criaturas es abrumadoramente literario. Hay sueño amable de Mera. Y Yahuarmaqui, la fi- un desajuste absoluto entre la índole que co- gura india más marcada de la narración, no es rresponde a un hombre de condición primiti- ningún salvaje de “manos sangrientas”, sino va y las palabras que pone Mera en labios de un patriarca venerable, que todo lo resuelve éste. Es como si el autor hiciera sonar su voz pausada, sabia y majestuosamente. Dejando en el pecho de cada personaje. Algo más: co- pues a un lado aquella propensión obsesiva- mo si cada frase del diálogo, antes de ser pro- mente literaria de Mera, y su postura románti- LITERATURA DEL ECUADOR 137 co-chateaubrianesca, conviene más bien mi- cienden los precursores para señalar el cami- rar lo que hay de vivo y auténtico, de trama no a los que vienen después. tejida con nervios sensibles, en “Cumandá”. Y esto es precisamente todo lo contrario de lo Capítulo XVI de Cumandá exótico: es lo que le dictó la cruda realidad que él logró conocer. En efecto, nada hay en SOLA Y FUGITIVA EN LA SELVA la narración de tanta fuerza ni animación co- En nuestra zona, cuando el cielo está mo el capítulo VI, titulado “Años Antes”. Se limpio de nubes, las estrellas despiden tanta presentan allí cuadros humanos de mucha in- luz que reemplaza a la de la luna; merced a tensidad. Se evoca, justificándolo, el levanta- ella Cumandá pudo guiarse fácilmente en su miento de los indios contra los colones espa- fuga. Caminó largo trecho formando ángulos ñoles que habían establecido el hábito de entre las márgenes del río y el fondo del bos- “andar siempre vibrando el látigo sobre los que. Esta manera de caminar alargaba el tra- vencidos”. Se condena la brutalidad de los yecto; pero con ella pretendía la joven deso- obrajes (“el que nombraba una hacienda de rientar a los jíbaros que luego se lanzarían en obraje, nombraba el infierno de los indios”). su persecución, y que tienen el instinto del Se habla de infelices que morían “con la car- galgo para seguir una pista. dadera en la mano”. De obligaciones que no Las monótonas voces de los grillos y terminaban de pagarse jamás. Y tras el episo- ranas turbaban el silencio del desierto; de dio de la rebelión, se ofrecen imágenes tan vi- cuando en cuando cantaba la lechuza, o el gorosas como ésta: “La feroz Huamanay –una viento azotaba gimiendo las copas de las pal- india cabecilla–, supersticiosa cuanto feroz, meras, o se escuchaba el lejano ruido de al- había sacado los ojos a un español y guardan- gún árbol que, vencido por el peso de los si- dolos en el cinto, creyendo tener en ellos un glos y ahogado por las lianas venía a tierra, poderoso talismán; pero viéndose al pie del estremeciendo el bosque y destrozando cuan- patíbulo, se los tiró con despecho a la cara del to hallaba al alcance de su gigantesca mole. alguacil que mandaba la ejecución, diciéndo- Los micos, los saínos, las aves al sentir ese te- le: ¡Tómalos! Pensé con esos ojos librarme de rremoto de sus moradas, huían golpeándose la muerte, y de nada me han servido”. entre las ramas y dando chillidos de espanto. También por el acertado arrimo en la Mas a poco se restituía la calma, y sólo que- realidad es uno de los mejores capítulos el daba la desapacible música de los reptiles y XVI, titulado “Sola y Fugitiva en la Selva”. Allí bichos, hijos del agua y del cieno, que no ce- se siente de veras la transpiración del medio san de zumbar y dar voces en diversos térmi- bárbaro. E igual sentido de autenticidad tie- nos durante el imperio de las nocturnas som- nen las hesitaciones del Padre Domingo bras. Millares de luciérnagas recorrían lentas Orozco enfrentado al conflicto de salvar a el seno tenebroso de la selva, como pequeñas uno de sus dos hijos. estrellas volantes; a veces se prendían en la En fin, cuando Mera quería ensayar su suelta cabellera de la joven fugitiva o se pega- talento de observador perspicaz, poniéndolo ban a su vestido como diamantes con que la por encima de la influencia extranjera, daba misteriosa mano de la noche la engalanaba. con lo que se requería para componer una Otras veces no eran los luminosos insectos los novela rica de emoción y vitalidad. Puede que brillaban, sino los ojos de algún gato afirmarse que él estuvo en el lugar al que as- montés que andaba a caza de las avecillas 138 GALO RENÉ PÉREZ dormidas en las ramas inferiores o en los ni- gre, cuyo lomo ondea con cierto movimiento dos ocultos en la espesura. Cumandá se asus- fascinador. La uva atrae al saíno, al tejón y taba y huía de ellos, apretando contra el pe- otros animales, y éstos atraen a su vez al tigre cho el amuleto o haciendo una cruz. El can- que los acecha, especialmente en las prime- sancio le obligaba en ocasiones a detenerse, y ras horas de la mañana. La joven, que feliz- arrimada al tronco de un árbol dejaba reposar mente no ha sido vista por la fiera, se aleja de algunos minutos los miembros que empeza- puntillas y luego se escapa en rápida carrera. ban a flaquear con el violento ejercicio. No Se le ha aumentado la sed, y no halla sabía, entretanto, dónde estaba ni cuánto se arroyo donde apagarla; en vano busca algu- había alejado del punto de donde partió; sin nas gotas de agua en los cálices de ciertas flo- embargo, iba siempre por la margen del río y res que suelen conservar largas horas el rocío. no podía dudar que había caminado mucho. El sol es abrasador y los pétalos más frescos Quince días antes amaneció junto a van marchitándose como los sedientos labios Carlos, presa por los moronas, después de ha- de la joven; en vano prueba repetidas veces ber andado, prófuga también, gran parte de la las aguas del Palora; este río no es querido de noche. Entonces la animaba la presencia del las aves a causa de lo sulfúreo y acre de sus amado extranjero; ahora, además del temor aguas, y los indios creen que el beberlas em- de dar en manos de los bárbaros, la anima asi- ponzoña y mata. mismo la esperanza de volver a verle, de vol- Es más de medio día y el calor ha subi- ver a juntársele quizás para siempre. Con la do de punto. Parece que la naturaleza, sofo- imagen de Carlos en el corazón salió de la ca- cada por los rayos del sol, ha caído en profun- baña, con ella vagó en la oscuridad de la no- do letargo, ni el más leve soplo del aura, ni el che, con ella le ha sorprendido la luz de la más breve movimiento de las hojas, ni una mañana. Su pensamiento es Carlos, su afecto ave que atraviese el espacio, ni un insecto Carlos, Carlos su esperanza, Carlos su vida. que se arrastre por las yerbas, ni el más imper- Cada paso que da la acerca a él; cada hora ceptible rumor… Es la ausencia de toda señal que transcurre la aleja de la muerte y la apro- de vida, es la misteriosa sublimidad del silen- xima a la salvación. Toda la naturaleza la con- cio en el desierto. Creeríase que se ha dormi- vida a acompañarla en sus magníficas armo- do en su seno alguna divinidad, y que el cie- nías matinales. Hay gratísima frescura en el lo y la tierra han enmudecido de respeto. No ambiente, dulces susurros en las hojas, suave obstante, de cuando en cuando atraviesa por fragancia en las flores; y una infinidad de ma- el bosque un gemido, o una voz sorda y vaga, riposas de alas de raso y oro dan vueltas ince- o un grito agudo de dolor, o un sonido metá- santes, cual si en área danza siguiesen los ca- lico y percuciente. Tras cada una de esas rápi- prichosos compases de aquella maravillosa das y raras voces de la soledad se aumenta el orquesta de la selva. silencio y el misterio; y el espíritu se siente so- Cumandá siente hambre; busca con brecogido de invencible terror. ávidos ojos algún árbol frutal, y no tarda en Cumandá desfallece; sus pasos co- descubrir uno de uva a corta distancia; se di- mienzan a ser vacilantes e inseguros, y los rige a él, y aún alcanza a divisar por el suelo ojos se le anublan. Casi involuntariamente se algunos racimos de la exquisita fruta, mas recuesta sobre el musgo que cobija las raíces cuando va a tomarlos, advierte al pie del tron- de un árbol, y busca en el fondo de su alma la co y medio escondido entre unas ramas un ti- virtud de la resignación al triste fin que juzga LITERATURA DEL ECUADOR 139 inevitable; pero le es difícil hallarla, porque su alba, brilla un nuevo día, y se repiten algunas corazón clama como nunca por la vida. escenas de la víspera; pero Cumandá no pasa Acuérdase al mismo tiempo de haber oído a por tantos peligros, si bien el cansancio la un salvaje como una vez descubrió una fuen- abruma y crece el dolor de los lastimados te para apagar la sed. Cava la tierra, mete la pies. Con todo, conoce que ha adelantado cabeza en el hueco y atiende largo espacio.– mucho, y que se avecina al antiguo hogar de Por ahí… Ahí si no me engaño, murmura. Y sus padres, abandonado a la sazón, desde en el acto se dirige a un punto algo distante donde piensa cruzar la selva por la derecha del amargo río. Repite la observación por dos en busca de Andoas, o a lo menos de alguna veces en cada una de las cuales se detiene de las chacras que sus habitantes poseen en la menos. Al fin llega a un lugar donde se levan- orilla del Pastaza. tan del suelo húmedo unas matas bastante pa- Faltan casi dos horas para la noche, y recidas a la menta. En medio de ellas hay una ha habido en el cielo un cambio súbito, de charca, y en ésta habitan unas ranas, cuyo gri- esos tan frecuentes en la zona tórrida; está cu- to, aunque leve, alcanzó a percibir Cumandá. bierto de negras nubes, y acaso sobrevendrá Bebe de esas aguas hasta saciarse, y siente la tempestad, y al fin llegarán las sombras singular alivio. nocturnas sin ninguna estrella. En efecto, óye- Mas al Palora se dirige otra vez la jo- se a lo lejos un trueno sordo y prolongado; a ven tomando un camino oblicuo de aquellos poco otro y luego un tercero más cercano. anchos y limpios que, con admirable indus- Violentas ráfagas de viento que vienen del es- tria, abren las hormigas por espacio de largas te sacuden las copas de los árboles, que lan- leguas, y logra adelantar bastante en su fuga. zan rumor bronco y desapacible, semejante al Descansa un momento en la orilla, mientras del primer golpe del aluvión que arrebata las mide con la vista la anchura del cauce en que hojas secas de la selva, o al de las olas del se mueven las ondas pausadas y serenas, y mar que ruedan tumultuosas sobre la arena de flexiona sobre el punto más a propósito don- la orilla y se estrellan en las rocas; o bien se de conviene arribar al frente. Echase a nado cruzan en la espesura y dan agudos y prolon- en seguida, y en pocos minutos está en la gados silbos chocando y rasgándose en los margen opuesta, por la cual sigue andando troncos y ramas. más de una hora. Los pies se le han hinchado El estado de la atmósfera y el temor de y lastimado con tan larga y forzada marcha; una noche tenebrosa alarman a la virgen del los envuelve en hojas; cambia las sandalias, desierto; mas por dicha advierte que la parte que se le han despedazado, con otras que im- de la selva por donde camina está bastante provisa de la corteza de sapán, y torna a ca- desembarazada de rastreras malezas y le es minar. algo conocida, y aunque el trayecto que debe Viene la noche acompañada de bri- andar es muy largo todavía, cree que no le se- llantes estrellas, como la anterior, y la virgen rá difícil seguirlo, no obstante la oscuridad, de las selvas, con breves intervalos, en los que hasta las cabañas de su familia. Además, pue- se ve obligada a descansar, no obstante el an- de decirse que la oscuridad es menos oscura helo de adelantar más y más en la fuga, mar- siempre para los ojos de un salvaje. Las nubes cha entre las sombras, cuidando siempre de han bajado hasta tenderse sobre la superficie no llevar vía recta, sino de zetear como lo ha- de la selva como un inmenso manto fúnebre; bía hecho en la otra margen del río. Luce el las sombras se aumentan y comienza la llu- 140 GALO RENÉ PÉREZ via. Hojas, ramas, festones enteros vienen a nas aves piaban llamando al compañero que tierra; luego son árboles los que se desplo- había desaparecido, y que ya no volverían a man, y aún animales y aves que han perecido ver ni con la luz del día; el bramido del tigre aplastados por ellos o despedazados por el ra- sonaba allá distante, como los últimos troni- yo que no cesa de estallar por todas partes. dos de la tormenta. Por todas partes, asimismo, corren torrentes El cielo comenzó a despejarse, y algu- que barren los despojos de las selvas, y los lle- nas estrellas brillaban entre las aberturas que van arrollados y revueltos a botarlos a los ríos dejaban las negras nubes al agruparse al oes- principales. Cumandá se ha guarecido bajo te. Con esta escasa luz que apenas penetraba un tronco, único asilo para estos casos en la espesura, resolvió Cumandá seguir su ca- aquellas desiertas regiones; de pie, pero me- mino. Hizo bastón de una rama y empezó a dio encogida en su estrecho escondite, el es- dar pasos como una ceguezuela. Conocía la panto grabado en el semblante, temblando dirección que debían llevar y fiaba en su ad- como una azucena cuyo tallo bate la onda del mirable vista, que luego acomodada a las arroyo, y puestas ambas pálidas manos sobre sombras le permitiría andar más libremente; la reliquia que pende del cuello, siente crujir pero, con todo, jamás se había visto rodeada la tierra y los árboles a su espalda y a sus cos- de mayores obstáculos ni abrumada de más tados y gemir uno tras otro los rayos que se grave angustia. hunden y mueren en las ondas que pasan En adelante anduvo con mayor desem- azotando la orilla en que descansan sus plan- barazo; a quinientos pasos del arroyo halló la tas. Nunca había visto espectáculo más terri- sementera de yucas, después la hermosa hile- ble e imponente, ni nunca se halló, como ra de plátanos, tras ella las cabañas, cabañas ahora, por completo sola en esas inmensas re- pocos días antes tan animadas, alegres y lle- giones deshabitadas, cercada de sombras nas de dulce paz, ahora abandonadas, tristes, densas y amenazada por las iras del cielo, cu- silenciosas como la muerte, y dominadas por yo favor invocaba con toda el alma. una paz que infundía dolor. Al verse delante Una hora larga duró la tempestad. de ellas Cumandá no pudo contenerse. El más Cuando cesó del todo, la noche había comen- agudo pesar le rasgó las entrañas; se arrimó a zado, y era tan oscura que aún la vista de una una de las puertas, ocultó el rostro con ambas salvaje apenas podía distinguir los objetos en manos y soltó el llanto, exhalando quejas las- medio del bosque. A los relámpagos siguieron timeras que turbaron el silencio de la soledad las exhalaciones que, rápidas y silenciosas, y fueron repetidas por los ecos del río y de la iluminaban los senos de aquellas encantadas selva. Todo estaba allí en armonía con el esta- soledades. Al sublime estruendo de los rayos do de ánimo de la infeliz Cumandá. Las casas y torrentes sucedió el rumor de la selva, que sin sus dueños, la selva maltratada por la tor- sacudía su manto mojado y recibía las cari- menta, las sombras, la soledad, el silencio. cias del céfiro, que venía a consolarla des- Un incidente inesperado viene a dar un toque pués del espanto que acababa de estremecer- más al doloroso cuadro. Ve la joven que se le la. Las plantas, como incitadas por una ocul- acerca un bulto arrastrándose y dando leves ta mano, erguían sus penachos de tiernas ho- quejidos; es el perro de la familia que agoni- jas, y los insectos que habían podido salvarse za de hambre, pero que no ha querido dejar de la catástrofe levantaban la voz saludando su puesto de guardián de la casa de sus amos. la calma que se restituía a la naturaleza. Algu- Sintió que se acercaba Cumandá, y haciendo LITERATURA DEL ECUADOR 141 los últimos esfuerzos viene a sus pies a pere- sonaba el ruido, y vió levantarse por el lado cer en los transportes del cariño que todavía en que muere el sol una espesa columna de puede consagrarla. Este encuentro la conmue- humo salpicada de innumerables centellas ve de nuevo y aviva su llanto; el buen animal que morían en el espacio. Era un incendio a le lame los pies lastimados; ella le devuelve no mucha distancia. No podría ser efecto de caricia por caricia y le habla con ternura, cual ningún rayo, pues la tempestad había pasado si pudiese entenderla, apesarada de no poder- ya completamente, y era verosímil que fuese le dar cosa alguna que coma.– ¡Pobrecito! le una hoguera encendida por los salvajes. dice, ¡pobrecito! ¡a ti también te ha sobreve- ¿Quiénes podía ser éstos? ¡Los paloras, lanza- nido el tiempo de la desgracia, y te estás mu- dos, sin duda, en todas direcciones en perse- riendo de hambre sólo por ser leal y bueno! cución de la fugitiva! Comprende la desdi- ¡Cuánto me duele no poder hacer nada por ti, chada la urgente necesidad de proseguir la no poder darte ni un bocado! marcha y ponerse en salvo. Alzase al punto, y Transcurrió buen rato; Cumandá dejó al hacerlo resbala y cae de sus pies la cabeza de llorar, y meditaba sobre la manera de ter- del perro. Está muerto. Las caricias que hizo a minar su fuga. No estaba aún cerca de An- su ama le habían agotado las últimas fuerzas doas, y tenía que vencer algunas dificultades, vitales. Ella vierte algunas lágrimas por la pér- atravesando el bosque tendido al oeste de la dida del único amigo hallado en su fuga por población por espacio de bastantes leguas. el desierto, y echa a andar apresuradamente. Por agua el camino es corto y fácil, y cuando Sigue como guiada por secreto impulso una el río está crecido, como en la actualidad, la vereda, en tiempos felices por ella transitadí- navegación es, aunque asaz peligrosa, rapidí- sima, y da pronto con otro recuerdo grato y sima; pero ¿dónde hallar una canoa para em- triste a la par. Allí está el arroyo de las palme- prenderla? No obstante, tiene esperanzas de ras. ¡El arroyo! ¡Las palmeras! ¡Ah, carísimos dar con la de algún pescador del Pastaza, o de testigos del más casto y puro de los amores, algún labrador que hubiese subido a la cha- de las más sencillas, tiernas y apasionadas cra. Si cerca ya de la Reducción se ve en pe- confidencias, de los más fervientes y sinceros ligro de caer en manos de sus perseguidores, juramentos! ¡También vosotros os habéis se echará a nado. ¿Qué es para ella sino cosa cambiado! El arroyo es un río, y está turbio y de lo más hacedera fiarse de las olas del Pas- brama y parece que amenaza de muerte a su taza, cuando tantas veces ha pasado y repasa- amiga de ayer; las palmeras están destroza- do el Palora en una misma mañana? Pero Cu- das; la una ha doblado tristemente la cabeza mandá no contaba con que éstas eran prue- y apenas se sostiene en pie. Es la de Carlos; la bas de la robustez y agilidad que a la presen- otra, ¡ah! la otra ¡qué ruina!… ¡Es la de Cu- te no poseía. mandá y está como su corazón!… ¡Dios san- Así dando y cavando, Cumandá, mal- to! ¡qué cuadro! ¡y qué recuerdos!… Allí le tratada de alma y cuerpo, se dejó rendir por el faltan a la joven voces y lágrimas y le sobra sueño. Este grato beneficio de la naturaleza, dolor. El dolor intenso nunca grita ni llora, y que mitiga a veces el dolor y restaura las fuer- como que se resiste a esas manifestaciones zas del ánimo, fue cortísimo para la cuitada externas, por no ser profanado por la indife- joven. Un ruido extraño la recordó sobresalta- rencia del mundo; ese dolor necesita de lo da; advirtió que una luz roja, aunque no viva, más recóndito del santuario del corazón, o de la rodeaba; dirigió las miradas hacia donde las sombras de un sepulcro donde junto con 142 GALO RENÉ PÉREZ el corazón deba ocultarse para siempre. La ondas, da giros violentos, y ora la popa se desolada virgen se llega a la palma medio vi- adelanta levantando montones de espuma en va, le habla en voz trémula y secreta, abraza la anormal carrera, ora va saltando de costa- el tronco ennegrecido por el fuego y apoya un do el frágil leño como caballo brioso que, im- momento la cabeza en él, repitiendo casi de- paciente del freno que le contiene, no toma lirante: –¡Carlos! ¡Amado extranjero mío! en derechura la vía que debe seguir. Cuman- ¿Dónde estás? Al fin se aleja unos pasos, y se dá tiembla de terror. Ya no es la dominadora sorprende de divisar una cano que balancea de las olas, porque la cercan tinieblas y ape- en el río, atada a la raíz donde solían sentar- nas divisa el enfurecido elemento que brama se los dos amantes. Detiénese; no sabe qué y se agita bajo ella. Llevada por la corriente pensar; se acerca a la orilla; vuelve a pararse. en medio de los despojos del bosque, semeja ¿Acaso los pescadores de Andoas han subido uno de ellos. hasta aquí?… ¡O tal vez es la canoa del ex- La joven prófuga ha invocado mil ve- tranjero!… ¡Ah, si así fuese!… Este pensa- ces al buen Dios y a la Santa Madre, ha besa- miento la hace estremecer de gozo. Pero en do la reliquia que lleva al cuello, ha hecho esto oye un breve rumor hacia la parte supe- cruces para ahuyentar al mungía, a quien atri- rior del río, entre la espesura. Se sobresalta, buye la alteración de las aguas, las tinieblas y pues cree que sus perseguidores se aproxi- el viento. Al cabo no le queda más arbitrio man. Atiende de nuevo. ¿Es una voz humana? que abandonar del todo el remo, asirse fuer- Sí, si. Alguien habla por lo bajo.– Son ellos, temente del borde de la canoa y cerrar los piensa, ¡los paloras! y al punto se echa de un ojos, porque el aparente trastorno del cielo y salto a la canoa; hace un esfuerzo violento la tierra va ya desvaneciéndola. ¡Recurso va- con ambas manos y arranca la atadura que la no! La infeliz está helada, siente angustia que sujeta a la raíz. El río, a causa de las avenidas, le oprime el pecho, respira con dificultad, los baja lodoso, negro y rápido, y la barquilla es oídos le zumban y la inanición y el síncope arrebatada como una hoja. van apoderándose de todo su ser. Las manos ¡Espantosa navegación! Negro el cielo, se le abren y caen, inclina la cabeza y todos pues hay todavía nubes tempestuosas que se los sentidos se le apagan… cruzan veloces robando a cada instante la es- La canoa, juguete de la crecida violen- casa luz de las estrellas; negras las aguas; ne- ta y de los iracundos vientos, ya no lleva sino gras las selvas que las coronan, y recio el un cuerpo inanimado, del cual puede desem- viento que las hace gemir y azota la desigual barazarse en una de las rápidas viradas o en superficie de las olas; el cuadro que la natura- la más breve inclinación a que le obliguen las leza presenta por todos lados es funesto y me- ondas. droso. El remo es inútil; la canoa se alza, se hunde, choca contra la orilla y retrocede; o Juan León Mera, “Sola y fugitiva en la selva”. Fuente: Cumandá. Boston. D. C. H. and Co. 1932, pp. 115- encontrada con los troncos que arrebatan las 126.

Notas

1 El mariscal Ney es llamado en Francia le brave des 2 Famoso cantor trágico. braves. Cuarta sección EL SIGLO XX

I.— Influencia de la corriente arielista. Afirmación del nacionalismo y rechazo a la política anglo-sajona. Las nuevas ideas sociales

Hubo una época -comienzos del siglo mulo eficaz de la elaboración de “Ariel”, se- veinte en que el maestro de “Ariel” tuvo su gún testimonios confidenciales de amigos del discipulado. Se lo leyó con deleite. Con fer- autor, fue el de la intervención norteamerica- vor. Con afán imitativo. Aunque no siempre na en favor de la independencia de Cuba, ha- con la claridad que demanda su obra. Y pre- cia 1898. José Enrique Rodó celebró la eman- cisamente por esto se multiplicaron los tergi- cipación cubana, como lo hicieron otras figu- versadores, los falsos exégetas, los fingidos le- ras de nuestras repúblicas, ya libres del yugo gatarios de su pensamiento. Pero de modo peninsular. Pero, también como esas figuras, más acelerado los repetidores de sus formas condenó la acción armada de los Estados expresivas. Aparte Al fonso Reyes, Henríquez Unidos contra España. De manera que hubo Ureña, García Calderón o el ecuatoriano una inspiración, por lo menos inicial, de ca- Gonzalo Zaldumbide, que dieron muestras de rácter político. Ello debió haber alimentado la un estilo en que conviven armoniosamente el curiosidad de muchos espíritus en torno de poder de las ideas y la gracia del vocablo, y “Ariel”. Y explicaría la inmediata prolifera- que por lo mismo se revelaron bajo la docen- ción editorial de aquel libro. Mas el problema cia estética e intelectual del creador de concreto de esa intervención norteamericana “Ariel”, la literatura hispanoamericana se ha no aparece en las páginas arielistas. Lo que poblado de figuras rodosianas de muy magra allí se dice, entre tantas consideraciones lúci- significación. Como sucede generalmente, das, y con el acento de una admonición, es esa masa de conciencia desdibujada, de indi- que Latinoamérica debe preservar su idealis- vidualidades sin relieve, ha pervertido las en- mo, los bienes más alados de su alma. Idea señanzas de José Enrique Rodó trocándolas noble, aunque de efectos muy discutibles si se en especial frívola o en inepta garrulería ver- mira con cuidado. Porque aquella alma lati- bal. Porque es frecuente que la imitación vul- noamericana, tan desatenta con su propio gar lleve al empobrecimiento de los manan- cuerpo, ha originado las calamidades de tiales reflexivos de la obra original, o a ciertos nuestra astenia para el progreso, organiza- alardes idiomáticos cada vez más vacíos e ción, orden, trabajo útil y prosperidad de los inelegantes. grandes grupos sociales. Hemos sido en cier- El ensayista uruguayo se sintió solicita- to modo lo que reclamaba Rodó. Y aun más do por las circunstancias conflictivas de su que eso. Hemos sido la representación viva tiempo. Quiso hacer un libro que se hallase de “Ariel”, “el genio del aire”. Nos hemos ne- saturado de su atmósfera temporánea. El ama- gado en el presente, inventándonos una cán- ba la milicia de las letras. La beligerancia del dida ilusión del futuro. Tristes de nosotros, intelectual. Pero la contienda tenía que ser en omnipotentes con la palabra, indigentes en la el plano imponderable de la mente. Y esgri- acción. Quién sabe si no era conveniente que miendo ideas esenciales. Parece que el estí- cediéramos cautelosamente a las incitaciones 146 GALO RENÉ PÉREZ de esa materialidad de los Estados Unidos que riano. Bajo la luz del positivismo —Spencer, el ensayista uruguayo encarnaba en Calibán, Comte y Mill, citados en “Ariel”, iban siendo desdeñándola tanto. familiares en toda Hispanoamérica—, parece En los años de la influencia de “Ariel” que realiza Quevedo su apreciación de las no se pensó así. Se miró al país del norte co- condiciones sociales del país. Su punto de mo a una realidad antagónica frente a la que vista sobre la composición étnica del Ecuador, no se debía capitular, a ningún título, bajo en que se percibe una marcada decepción del ningún pretexto. Ello hubiera sido conspirar mestizaje, recuerda el criterio pesimista del contra el culto sagrado de lo nacional. Ade- boliviano Alcides Arguedas, también discípu- más, ciertos hechos políticos habían exacer- lo del positivismo. Pero el afán de los autores bado esa posición nacionalista, adversaria de hispanoamericanos no era otro que el de co- la América anglosajona. Al punto de que hay nocimiento de lo propio para buscar las solu- hasta versos del refinado y exótico Darío que ciones que demandaban los problemas nacio- fueron como la enérgica y temprana incita- nales. ción de los violentos dicterios nerudianos del Los últimos decenios han traído consi- “Canto General”. Se combatió la nordomanía go nuevas y nuevas exigencias. Las reformas exaltando los llamados “valores de la raza”: conseguidas por el liberalismo, que se han lo indio y lo hispánico. En el Ecuador tomó ido afianzando paulatinamente, con destreza, varias direcciones el espíritu imperante: una a través de una legislación moderna, y que fue de encarecimiento —a veces extremado y ahora se han incorporado ya a los hábitos de falso— de las raíces españolas; otra fue de la vida social, no han cubierto —no podían apología —también en algunos casos insince- hacerlo todo a un mismo tiempo— los recla- ra y retórica— del ancestro indígena, y una mos colectivos de orden económico. Además, tercera fue de indiscernida pasión antiyanqui, los problemas se han ido multiplicando con el estimulada por ciertos grupos políticos. Esa crecimiento de la población y el enfrenta- triple proyección dura todavía, en el campo miento de capitalistas y asalariados. El libera- literario, en el sociológico y en el de la acción lismo ha tenido que tender hacia la izquierda pública. política, con el afán de hallar también una Una de las expresiones más antiguas culminación material a su revolución ideoló- de la alarma arielista en el Ecuador apareció gica. Uno de los primeros sociólogos liberales en 1916. Tal lo son las páginas de “¿Imperia- que lo advirtieron fue José Peralta. Con mu- lismo o Panamericanismo?”, escritas por cha elocuencia demostró que “el problema Agustín Cueva. En ellas no se habla única- obrero” debía “preocupar a los hombres de mente del peligro nórdico, de la amenaza im- Estado”. El trabajador —decía Peralta— se ha- perialista, sino de yerros de interpretación de lla en la desocupación, y su familia en la in- la doctrina de Monroe y de hechos arbitrarios digencia y la ignorancia. Pero sobre todo re- de los Estados Unidos en los conflictos de or- paraba en el paria de los campos, en el indio den interno del país. En cierta manera dentro infeliz para quien la existencia no es sino una de la misma corriente de pensamiento, pero cadena interminable de obligaciones y sufri- sobre todo dentro de la intención nacionalis- mientos. Y concomitantemente advertía los ta en boga, el historiador y estudioso de la so- males del latifundio, que produce el fatal es- ciología Belisario Quevedo expuso ideas pe- tancamiento de la riqueza pública. No pedía, netrantes sobre la realidad del pueblo ecuato- desde luego, la abolición de la propiedad, si- LITERATURA DEL ECUADOR 147 no “la equitativa repartición de los medios de sobre todo, hacia la gravedad de la situación vida”. Señalaba cuáles eran a su entender “los que soportan el indio y el montuvio en el postulados sociales del liberalismo”. Creía, en Ecuador. Han acudido para ello a la idonei- suma, “en un socialismo científico, humanita- dad de los medios que ofrece la sociología rio y justo”. moderna. José de la Cuadra, Pío Jaramillo Al- Preocupaciones de linaje semejante varado, Luis Monsalve Pozo, Víctor Gabriel reveló también Carlos Manuel Tobar y Borgo- Garcés Rubio Orbe han escrito en esa materia ño. Escribió páginas sobre “la protección le- trabajos de vital interés. gal del obrero en el Ecuador”. E igualmente Pero la verdad es que el fruto de las in- dirigió su enfoque a la situación del campesi- vestigaciones sociológicas ni los vibrantes re- no, que sigue siendo el problema agudo del clamos y enérgicos propósitos de organiza- país “…para nuestro indio —afirma— no hay ción y austeridad han sido atendidos desde el nada; por más pesada que se le haga la carga gobierno. Durante largos períodos ha faltado al gañán, no tiene él dónde escapar, no halla la eficacia de un régimen laborioso y cons- asilo en ningún sitio, de todas partes tiene que tructivo. Al poder se ha llegado bajo el azar de huir como un bandido”. Describe Tobar y las contiendas cuarteleras, o de la traición, o Borgoño las condiciones aflictivas en que se de los convenios de las camarillas políticas, o va desmoronando la existencia del indio. Y de los arrebatos vocingleros del caudillismo. lanza esta admonición: “Eduquemos al pue- Pocas veces la representación popular se ha blo y démosle lo suyo, buenamente, genero- cumplido de veras. Pocas veces la democracia samente, humanamente, y tengamos en cuen- se ha impuesto sin ilicitudes ni mancilla. Un ta que esto que le vamos a conceder será enorme sector de la población —la indígena siempre de él el día de mañana, que le perte- sobre todo, y en general la campesina— ha necerá, pero cuando nos lo haya arrancado a permanecido al margen de la vida pública, puñadas y zarpazos”. sorda, callada, indiferente a todo lo que es el Al estímulo de estos males inherentes a drama de los partidos y a sus codicias y sus la organización económica y a la pluralidad duelos de ideas e intereses. El país ha estado racial del país; bajo la influencia de la co- gobernado sólo en función de los grupos y pa- rriente marxista de nuestro tiempo, y al impul- ra los grupos. El destino nacional ha estado en so también de una literatura militante, conte- sus manos. Siempre entre las sombras de la in- nida en novelas, ensayos y poemas, ha ido to- certidumbre. Siempre bajo la amenaza de al- mando lugar el ideario socialista, con todas gún peligro. Siempre en el vaivén de la impro- las simpatías de lo nuevo, lo promisorio y ple- visación de cada día, en una especie de inte- tórico. Algunas de las figuras destacadas de rinidad que no acaba jamás. La ausencia de estos años han profesado el socialismo, y han soporte popular y de idoneidad de los regíme- insistido en la necesidad de una revolución nes y facciones políticas ha determinado el pacífica, generada desde los organismos del cambio irregular de las instituciones legales y estado, que dé término a los problemas popu- de los agentes del poder público. lares. El caso de Cuba no ha dejado de ame- Ese carácter de la existencia republica- drentar a aquellos que han venido oponién- na ha influído en el ritmo del desarrollo mate- dose tercamente a las reformas sociales y eco- rial, todavía precario. Y para ello ha tenido un nómicas que son necesarias. Y un buen nú- cómplice secular en el estilo de la economía cleo de intelectuales ha atraído la atención, feudal. Las tierras desérticas del latifundio, 148 GALO RENÉ PÉREZ aprovechadas en mínima parte; la relación ral y las vacilaciones del esfuerzo en la obra medieval de señor y siervo en los sistemas de del desarrollo material. trabajo del campo; la situación —más bestial La consecuencia inmediata de esos que humana— de esos campesinos, han agra- males ha saltado en la forma de una pobreza vado la condición letárgica del país. El desier- irremediable. Se muestra en los millares de to en la puna, en las selvas y las sabanas del muchachos sin escuela. En la descalcez, tan litoral deja la impresión de que apenas se ha- común. En la cólera pasmada de los trabaja- bitara un trozo primitivo de planeta. Los ca- dores de la tierra. En la cuchara vehemente minos se despeñan o se fatigan y expiran an- del hambriento. En el rostro vergonzante del tes de cumplir su función comunicante de tugurio. Y eso es, y todavía seguirá siéndolo ciudad a ciudad, de pueblo a pueblo, de villo- por largo tiempo, lo que imanta la pluma de rrio a villorrio. La musculatura geográfica pa- sociólogos, escritores políticos, periodistas y rece que se afana en separar los núcleos hu- creadores de la literatura ecuatoriana. manos. Y eso produce el debilitamiento gene- II.– El Modernismo, movimiento literario de esos mismos años. Unidad del modernismo en Hispanoamérica. Su condición altamente estética. Su trascendencia. Advenimiento tardío del modernismo ecuatoriano. Las corrientes francesas que fecundaron la poesía modernista en el continente y en el Ecuador. La generación de Arturo Borja, Humberto Fierro, Medardo Angel Silva y Ernesto Noboa Caamaño. El maestro de la prosa Gonzalo Zaldumbide

El que habla de Modernismo sabe que La rapidez con la que pasó el Moder- fue una corriente hispanoamericana cuyas nismo por el horizonte completo de Hispa- orillas o límites temporales se extendieron, noamérica no significa, desde luego, que ha- más o menos, de 1880 a 1920, cuatro dece- ya carecido de trascendencia o de gravitación nios apenas de los dos siglos. Eso especial- en el futuro. A pesar del reclamo dariano de mente se explica por la celeridad con que co- que cada uno busque su propia originalidad, bró cuerpo en todo el continente, desde Mé- rehuyendo la tentación simiesca de la imita- xico hasta la Argentina. Halló un entusiasmo ción, y en desacuerdo con el parecer de Una- unánime. Y, evidencia poco frecuente, una muno de que no se debía hablar de Modernis- común aptitud lírica en las generaciones de mo sino de modernistas, la corriente tuvo ca- muchos países. Cada uno de ellos pudo exhi- racteres homogéneos que aseguraron su vasta bir sus propios valores. Difícil es precisar si unidad en el continente. Uno solo fue su cre- hubo un espontánea promoción de virtudes do estético. Y muy semejante el fondo mental de refinamiento en la sensibilidad y el tacto li- y afectivo de los autores. De ese modo la im- terario de aquellos autores, o si la atmósfera portancia del Modernismo como fenómeno del nuevo movimiento comunicó esas carac- global es evidente, y lo es también la durade- terísticas a la mayor parte de ellos, pero resul- ra consecuencia que produjo. Algunas de las ta indiscutible la condición altamente estética conquistas literarias de los últimos tiempos del Modernismo. Se hicieron demostraciones parten de aquella feliz experiencia. de muy depurada calidad tanto en la prosa En el Ecuador hubo también una gene- como en el verso. Poemas impecables. Cuen- ración modernista. Y no desdeñable como pa- tos de extremada finura. Novelas de acabado rece suponerlo el investigador Max Henrí- estilo. Crónicas y ensayos en que la luz inte- quez Ureña. Lo que ocurrió fue que tales poe- lectual cabrillea en la onda verbal rítmica y tas ecuatorianos nacieron en la década del transparente. Innecesario es quizás el citar, si- apogeo del movimiento en el resto de Hispa- quiera como prueba parcial, los nombres de noamérica, y cuando escribieron sus primeros Darío, Gutiérrez Nájera, Larreta, Gómez Ca- versos la hoguera ya se había extinguido. rrillo, Martí y Rodó. 150 GALO RENÉ PÉREZ

Nuevas modalidades reclamaban la atención rior de Darío, que reducía a una admirable de todos. Gustadas las perfecciones estilísti- unidad lo múltiple y desemejante, y mostraba cas, registradas las extrañas predilecciones el camino a su espontáneo discipulado ame- del alma (las esquiveces frente a las deman- ricano. Igual destreza reveló enlazando los re- das ordinarias del ambiente, la abulia, la me- cursos formales más antiguos de la poesía lancolía y la desazón metafísica), a través de castellana con los acentuadamente modernos los principales autores, poca o ninguna suges- y revolucionarios. tión debió despertar ya la suma de alardes for- Los modernistas ecuatorianos cono- males y de doliente exquisitez espiritual de cían lo que con tanta brillantez se había lo- los modernistas del Ecuador, llegados con fa- grado bajo el ademán conductor de Darío, a tal demora. Pero, por su avidez de las fuentes lo largo del continente. Pero conocían tam- francesas, por su devoción a los fundadores bién a los representantes de los movimientos del Modernismo hispanoamericano, por su fi- franceses: simbolistas y parnasistas especial- na conciencia del estilo, por la espontánea in- mente. Además en el Ecuador mismo ya con- clinación morbosa del temperamento, tan co- taban con un predecesor —Francisco Fálquez mún en los años finiseculares, se incorpora- Ampuero—, buen cincelador de la marmórea ron con características uniformes a ese movi- estrofa parnasiana. Y dos miembros de la ge- miento. Y, como en los demás casos naciona- neración anduvieron por Europa con un sutil les, ayudaron a mostrar el camino de las don de percepción: Arturo Borja y Ernesto transformaciones que se han ido logrando en Noboa Caamaño. Asimilaron entonces de la presente centuria. manera directa expresiones poéticas de aque- Bastante conocido es el origen posro- llas tendencias y la actitud inadaptada, enfer- mántico del Modernismo hispanoamericano. miza, de algunos de sus autores. Ello les co- Apareció como una crisis del romanticismo, municó afinidad con los grupos modernistas ni más ni menos que las tendencias europeas que hacía poco habían declinado en las otras de fin de siglo. Pero no fue un fruto de la in- naciones de Hispanoamérica. Baudelaire, transigencia. Conciliatorias eran las señales Verlaine, Mallarmé, Samain, Laforgue fueron de su bandera. No venía a mirar al pasado co- nombres que se invocaron familiarmente en- mo a un campo enemigo. Ni a los frentes que tre los poetas de esa generación ecuatoriana. surgían en su mismo tiempo. Mejor que supri- La elegancia en la frase lírica, el encanto mu- mir a ciegas cuanto se hallaba en pie a su al- sical, el trémolo de los amores infortunados, rededor, era respetar lo bueno y recibir inteli- la ansiedad de partir hacia horizontes desco- gentemente su legado. La cultura era una di- nocidos, un hastío prematuro de todo, les hi- visa modernista. La capacidad de asimilación zo coincidir en sus preferencias de poetas y uno de los mejores bienes. El éxito estaba en aun en sus destinos humanos. Hubo entre saber discernir, en saber valorar y elegir. La fi- ellos una evidente unión generacional. Por gura máxima del Modernismo —Rubén Da- eso el que juzga al Modernismo en el Ecuador río— daba el fecundo ejemplo: fundía en una tiene que apreciar de modo insoslayable a sus nueva realidad los elementos del romanticis- cuatro autores representativos: Arturo Borja, mo, del simbolismo, del parnasismo, del na- Ernesto Noboa Caamaño, Humberto Fierro y turalismo. O sea de todo aquello que ofrecía Medardo Angel Silva. Fueron semejantes has- el laboratorio intelectual de Francia. Para ta en su tragedia personal: los cuatro murie- conseguirlo era menester la condición supe- ron jóvenes, y dos de ellos —Borja y Silva— LITERATURA DEL ECUADOR 151 se suicidaron antes de cumplir sus veintiún diocre, consecuencia de la prisa y la excesiva años. juventud. El más completo de la generación La brevedad de esas vidas, la atmósfe- fue Ernesto Noboa Caamaño. Poseyó como ra de bohemia en que se aniquilaron y el des- ninguno la técnica del verso. Fue el más ho- precio hasta a la notoriedad literaria conspira- mogéneo. El que mejor se acopló al Moder- ron sin duda contra la plenitud y extensión de nismo hispanoamericano. Y sigue siendo uno la obra que los modernistas ecuatorianos ha- de los poetas líricos más notables del Ecuador. brían dejado. Arturo Borja poseyó una legíti- En lo que concierne a la prosa del mis- ma naturaleza de escritor, explícita en tres o mo movimiento, ésta tuvo un alto represen- cuatro de sus mejores poemas, pero no alcan- tante: Gonzalo Zaldumbide. Fue autor de en- zó la madurez que merecía. Humberto Fierro sayos críticos y de la novela “Egloga Trágica”. amó la selección, el verso trabajosamente Desde su juventud se acercó a la obra del uru- pensado, que destella en ciertas expresiones guayo José Enrique Rodó, cuyo estilo contri- afortunadas pero descubre el artificio y la rigi- buyó a desarrollar su singularísima lucidez de dez en otras. Careció de la exaltación lírica de prosador, el más estimado de entre los ecua- sus compañeros. Medardo Angel Silva fue el torianos. Sus largos años en París en compa- que mejor llegó a la sensibilidad popular, el ñía de otros maestros hispanoamericanos, su más ambicioso de todos. Se le reconocían ap- extraordinario tacto estético, su varia cultura, titudes geniales. Hizo poemas admirables, pe- su genio crítico, le dieron un lugar eminente ro a menudo cayó también en la creación me- en las letras castellanas de nuestro tiempo. III.— Autores y Selecciones

Arturo Borja (1892-1912) franceses. Se sentía prematuramente desenga- ñado. En los momentos de sus tempranas re- Nació en la ciudad de Quito, rodeado flexiones confesaba: “Mi juventud se torna de un viejo prestigio familiar. Sobre todo su grave y serena como —un vespertino trozo de padre, el doctor Luis Felipe Borja, fue siempre paisaje en el agua”. En otras ocasiones invo- estimado como jurisconsulto eminente. Aún caba a la locura, la “Madre locura”, como li- ahora se acude a los comentarios que éste es- bertadora del tedio, y a la melancolía— “Me- cribió, en prosa límpida y magistral, sobre el lancolía, Madre mía!”—, que es renuncia- articulado del Código Civil ecuatoriano. Ha- miento y laxitud. Pero en los instantes de ma- bía en el hogar una atmósfera liberal, de puer- yor crispación interior exclamaba, como en tas abiertas al aire de las renovaciones. Buen “Vas Lacrimae”: “La vida tan gris y tan ruin — principio para la corta pero intensa avidez in- ¡La vida, la vida, la vida!”. O se quejaba de terior del poeta. El resto lo hicieron las cir- las amargas vulgaridades del medio nativo, cunstancias: una avería en el ojo, consecuen- como en su “Epístola a Ernesto Noboa Caa- cia de algún descuido en los años de la infan- maño”, prosaica pero sincera muestra de su cia, y un inmediato viaje a París para su trata- inadaptación a la realidad. O, por fin, dejaba miento. Volvió a Quito con un sentido espiri- ver su decisión misma de ir pronto a la muer- tual diferente. Con una nueva visión. Con los te: “Voy a entrar al olvido por la mágica puer- efectos del deslumbramiento que le produjo, ta — que me abrirá ese loco divino: Baudelai- no el portento material de la urbe ni nada de re!”. Y aquella urgencia en verdad se cum- la realidad exterior, sino la extrañísima pers- plió: Borja murió cuando apenas contaba pectiva de la poesía francesa finisecular, cuya veinte años de edad. fama se resistía a declinar. En el propio idio- A ello obedecen la brevedad y las im- ma de ellos pudo leer a Baudelaire, Lautrea- perfecciones de su producción lírica, recogi- mont, Verlaine, Mallarmé y Rimbaud. Hay da de manera póstuma en la “Flauta de que darse cuenta de lo que eso significaba. Onix”. Pero la nota del refinamiento y la vi- Simbolismo y parnasismo le reclamaron lo bración sentimental se deja advertir en buena más escogido de su natural vocación de poe- parte de sus versos. En algunos de ellos es tan ta. Le estimularon sus facultades, afinándolas expresiva la queja, que fácilmente se han in- al mismo tiempo. Y le encaminaron hacia los corporado al cancionero popular. Tal el caso horizontes del modernismo, que desde luego, de los versos de “Para mí tu recuerdo…” En ya para esa fecha, se desdibujaban en Hispa- otros, como en los de “primavera mística y lu- noamérica. Con todo, en el Ecuador la nove- nar”, lo evidente es una seguridad mayor so- dad no había comenzado todavía. bre los inasibles elementos de lo poético: el Arturo Borja apenas tenía quince años tema de mayo florido y devoto se ha tratado cuando escribió sus primeros poemas. Para con un juego deleitoso de imágenes y musica- entonces ya adolecía de las morbosas desazo- lidad. nes que atorbellinaron el alma de los autores LITERATURA DEL ECUADOR 153

PRIMAVERA MISTICA Y LUNAR de lívida blancura en mi doliente noche! A Víctor M. Londoño ¡Llégate hasta mi cruz, pon un poco de albura en mi corazón, llaga divina de locura! El viejo campanario ……………………………………………… toca para el rosario. El viejo campanario que tocaba el rosario Las viejecitas una a una se ha callado. El santuario van desfilando hacia el santuario se queda solitario. y se diría un milenario coro de brujas, a la luna. Arturo Borja, “Primavera mística y lunar” Fuente: Poetas parnasianos y modernistas. Puebla, Méxi- Es el último día co, Editorial J. M. Cajica Jr., S.A., 1960, pp. 259-260 (Bi- del mes de María blioteca Ecuatoriana Mínima; la Colonia y la República. Publicación auspiciada por la Secretaría General de la Un- Mayo en el huerto y en el cielo: décima Conferencia Interamericana, Quito, Ecuador, el cielo, rosas como estrellas; 1960). el huerto, estrellas como rosas… Ernesto Noboa Caamaño (1891-1927) Hay un perfume de consuelo flotando por sobre las cosas. Nació en Guayaquil. De igual manera Virgen María, ¿son tus huellas? que su compañero Arturo Borja, procedía de una familia notable. Cumplida su educación Hay santa paz y santa calma… media, se estableció con sus padres en la ciu- sale a los labios la canción… dad de Quito, en donde su aleteo poético fue El alma cobrando altura a través de periódicos y revis- dice, sin voz, una oración. tas. Pero su fama se extendía también al auxi- lio de las reuniones amicales en las que de- Canción de amor, oración mía, clamaba lo propio y lo ajeno, en noches de pálida flor bohemia en que no faltaba la excitación letal de poesía. de los paraísos artificiales. Había aprendido Noboa un estilo de escribir y de llevar su exis- Hora de luna y de misterio, tencia que provenía del París de los poetas hora de santa bendición, malditos, pero que casaba perfectamente con hora en que deja el cautiverio, lo que él era por naturaleza: un hombre extre- para cantar, el corazón. madamente sensible, desdeñoso de la ordina- Hora de luna, hora de unción, riez de las cosas cotidianas, acongojado por hora de luna y de canción. afecciones íntimas e ideas sombrías. Las inco- modidades del ambiente local, rudo para su La luna ambición de vagas delicadezas, le empujaron es una hacia Europa. El viaje depuró aun más sus llaga blanca y divina gustos y sus percepciones. Le dio oportunidad en el corazón hondo de la noche. de captar imágenes extranjeras saturadas de poesía. Un ejemplo de eso es su composición ¡Oh luna diamantina cúbreme! ¡Haz un derroche “Lobos de mar”, en el paisaje de Bretaña, cuando Noboa pudo contemplar a ese niño 154 GALO RENÉ PÉREZ que desde el regazo de la madre humilde con el truhán y la mujerzuela como en un “torna sus glaucos ojos de futuro marino — y apunte goyesco. se queda escuchando la promesa del mar…!” Ernesto Noboa Caamaño publicó “Ro- Las impresiones de su vagabundeo lejano y manza de las horas’ en 1922. Y preparaba un las que con alma sensible siguió recogiendo segundo volumen de poesía —que jamás apa- tras el regreso al país, pusieron el calor de lo reció– titulado “La sombra de las alas”. humano en sus versos, aunque acentuaron al mismo tiempo su desazón, su pesimismo, su 5 a.m. renunciamiento a la voluntad y el esfuerzo, su Gentes madrugadoras que van a misa de alba predilección por las drogas heroicas, su insal- y gentes trasnochadas, en ronda pintoresca, vable prisa hacia la muerte. Esta, por cierto, por la calle que alumbra la luz rosada y malva no le sedujo de veras, “con su paso humilde de la luna que asoma su cara truhanesca. de reina haraposa”. Pero, en cambio, le po- seía un desmayo invencible frente a las cosas Desfila entremezclada la piedad con el vicio, de la vida: “Del más mínimo esfuerzo mi vo- pañolones polícromos y mantos en desgarre, luntad desiste, — y deja libremente que por la rostros de manicomio, de lupanar y hospicio, vieja herida — del corazón se escape — sin siniestras cataduras de sabbat y aquelarre. que a mi alma contriste — como un perfume Corre una vieja enjuta que ya pierde la misa, vago, la esencia de la vida”. En medio de su y junto a una ramera de pintada sonrisa, abandono amaba más radicalmente las lectu- cruza algún calavera de jarana y tramoya… ras de los autores favoritos: “Heine, Samain, Laforgue, Poe _ y, sobre todo, ¡mi Verlaine!”. Y sueño ante aquel cuadro que estoy en un museo O, de igual manera que el modernista cubano y en caracteres de oro, al pie del marco, leo: Julián del Casal, confesaba su apetencia de Dibujó este “Capricho” don Francisco de Goya. morfina y de cloral para calmar sus “nervios de neurótico”. EMOCION VESPERAL Seguramente Ernesto Noboa Caamaño A Manuel Arteta, como a un hermano fue la figura representativa del Modernismo en el Ecuador. Leyó a los franceses. A Darío. Hay tardes en las que uno desearía A Juan Ramón Jiménez. Y de ese modo asimi- embarcarse y partir sin rumbo cierto ló virtudes de forma que le permitieron hacer y, silenciosamente, de algún puerto, poesía de gracia y delicadezas jamás logradas irse alejando mientras muere el día; antes en el país. Rasgos estilísticos, predilec- Emprender una larga travesía ciones por lo francés y lo exótico, estado sen- y perderse después en un desierto timental, singular aptitud renovadora, todo le y misterioso mar, no descubierto asocia legítimamente a lo más caracterizado por ningún navegante todavía. del movimiento modernista hispanoamerica- no. Pero no desoyó totalmente el reclamo de Aunque uno sepa que hasta los remotos los temas cercanos. Por eso compuso con cer- confines de los piélagos ignotos teza y colorido aquel soneto titulado “5 a.m.”, le seguirá el cortejo de su penas, que es un imagen fiel, viva, visual, de las gen- Y que, al desvanecerse el espejismo, tes quiteñas que madrugan a la misa bajo el desde las glaucas ondas del abismo, clamor de las campanas y que se mezclan la tentarán las últimas sirenas. LITERATURA DEL ECUADOR 155

Ernesto Noboa Caamaño, “5 a.m.”, “Emoción vesperal”. nal y literario, si bien no lograron desalentar- Fuente: Poetas parnasianos y modernistas. Puebla, Méxi- le fácilmente, con seguridad le ocasionaron co, Editorial J. M. Cajica Jr., S.A., 1960, p. 320 (Biblioteca una posición conflictiva, una inadaptación al Ecuatoriana Mínima; la Colonia y la República. Publica- ción auspiciada por la Secretaría General de la Undécima medio que desembocó en su decisión trágica. Conferencia Interamericana, Quito, Ecuador, 1960). Los que conocieron a Silva advirtieron el de- sajuste entre su espíritu y la realidad. Algunos Medardo Angel Silva (1998-1919) han dicho que hasta entre su vestuario y ma- neras aristocráticas y la mulatez de su piel pa- Nació en la ciudad de Guayaquil. Su recía notarse el contraste. En uno de sus ver- caso familiar difiere del de sus compañeros de sos ha confesado el poeta que la vida pasaba generación. Porque Silva tuvo un origen bas- mirándole con desdén, “lo mismo que una tante humilde. La pobreza le obligó a dejar el reina ofendida”. colegio cuando cursaba el tercer año, para vi- Venciendo trabajosamente las adversi- vir por sus manos. De manera semejante a dades del ambiente literario, alcanzó a publi- Whitman —cuyos versos conoció— empezó car sus colaboraciones en Quito y Guayaquil. como trabajador de una imprenta, luego devi- Prosa y verso. Comenzó así su resonancia lo- no colaborador eventual de periódicos y re- cal. Llamaba la atención, sobre todo, la extre- vistas y finalmente consiguió ser redactor lite- mada juventud del autor. Un comentarista rario de un diario: “El Telégrafo” de su puerto alababa las grandes facultades del “poeta-ni- nativo. ño”. Parecía Silva un lector vehemente y sen- Desde la niñez soportó sinsabores y se sible. Una conciencia orientada hacia las ex- sintió rodeado de una atmósfera pesada, de periencias estéticas de su tiempo. Una mente dolor y de muerte. Por la calleja de su casa pobre desfilaban diariamente las lentas carre- cultivada, como lo demandaban las exigen- tas funerales, camino al cementerio popular. cias del Modernismo hispanoamericano. Ha- Ese crujido del vagón siniestro, esos atuendos bía leído a los franceses que también cono- luctuosos, ese oficio cotidiano de la muerte le cieron sus compañeros, y entre aquellos con fueron invadiendo el alma, hasta que la deso- predilección a Moreas. Citaba a Darío, a Ji- ladora impresión rebosó para siempre en ella. ménez, a Nervo. Se sentía cerca de dos miem- Imposible es no pensar en nuestro sino falle- bros del grupo modernista ecuatoriano: Borja cedero cuando se recuerda a Medardo Angel y Noboa Caamaño. Y hasta es perceptible en Silva. Desde la hora de sus balbuceos líricos sus poemas la huella de éstos. Admiraba a Ro- dejó percibir la triste admonición, que persis- dó, el espíritu de cuyo “Ariel” recomendaba tió a lo largo de su obra y halló la elocuente en su patria. Precisamente en las páginas es- rúbrica de su propio suicido, a los veintiún critas con ese sentido se reveló, mejor que en años de edad. ninguna otra ocasión, como uno de los mili- Era Silva un adolescente cuando escri- tantes de aquel vasto movimiento renovador. bió sus primeros versos. Se afanó entonces en Y las afinidades de dicho carácter consiguie- publicarlos. No se le concedió importancia. ron relacionarle con Abraham Valdelomar y Se le negaron los estímulos y consejos que con “Colónida”, entonces famosa publicación modestamente solicitaba. Hubo revista que limeña. Pero su prestigio se fue expandiendo no aceptó sus originales. A eso él definió ex- aun más. Llegó a colaborar Silva en “Noso- presivamente como “la lucha del anónimo tros” de Buenos Aires y en “Cervantes” de por el nombre”. Los reveses de orden perso- Madrid. 156 GALO RENÉ PÉREZ

En su ciudad nativa se había converti- Dios mío esta adorable danzarina do, además, en redactor literario de “El Telé- se va a morir, se va a morir… se muere. grafo”, a través de cuyas páginas publicó la Tan aérea, tan leve, tan divina, breve novela “María de Jesús”. A sus veinte se ignora si danzar o volar quiere; años de edad contaba también con otro libro y se torna su cuerpo una ala fina, publicado: “El árbol del bien y del mal”, haz cual si el soplo de Dios lo sostuviere. de numerosos poemas. Tal era su posición — fruto de un sostenido empeño– cuando se dis- Sollozan perla a perla cristalina paró un tiro en la sien. El hecho no se ha acla- las flautas en ambiguo miserere… rado nunca del todo. Queda la gran interroga- Las arpas lloran y la guzla trina… ción de si fue un verdadero suicidio, o si el jo- Sostened a la leve danzarina, ven poeta sólo quiso hacer un romántico si- porque se va a morir…, porque se muere! mulacro en casa de su amada… Amada Vi- Medardo Angel Silva, “Danse d’Anitra”. llegas. Fuente: Poetas parnasianos y modernistas. Puebla, Méxi- La obra lírica de Silva no tiene una rea- co, Editorial J. M. Cajica Jr., S. A., 1960, p. 433 (Biblioteca lización uniforme. Adolece de notorios altiba- Ecuatoriana Mínima; la Colonia y la República. Publica- ción auspiciada por la Secretaría General de la Undécima jos. Junto a composiciones brillantes, de Conferencia Interamericana, Quito, Ecuador, 1960). maestro indiscutible, hay numerosas de opa- cidad evidente. Quién sabe si el apremio edi- Gonzalo Zaldumbide (1884-1966) torial del diario y las revistas en que colaboró –aparte de una juventud que no conocía aún Nació este escritor en la ciudad de el reposo para castigar adecuadamente la for- Quito. Fue su padre el poeta romántico Julio ma— conspiró contra la homogeneidad de su Zaldumbide. Cursó la enseñanza media y par- producción. Por cierto, lo que es bueno en te de la universitaria. Fue tempranamente re- ella sabe serlo de veras, en grado altamente querido por el servicio diplomático de su sugestivo. Silva poseyó aquellas raras condi- país. Por eso vivió muchos años lejos, en na- ciones que hacen que un autor sea popular y ciones europeas y latinoamericanas. El consi- selecto al mismo tiempo. El trazo de sinceri- deraba tal ocupación como cosa nefasta para dad de sus versos lo puso el tema de la muer- su vocación literaria, pues que las consabidas te, ansiosamente sentido. nimiedades oficinescas y sociales interfirieron A su poesía mejor lograda pertenecen el desarrollo de sus libros. En su ancianidad, los endecasílabos de “Danse d’ Anitra”, escri- singularmente lúcida, buscó el reposo del tos para el álbum de Anna Pawlowa, en los tranquilo medio nativo para recoger y revisar que las imágenes y el ritmo van componien- las páginas dispersas que había venido escri- do la graciosa corporeidad de la danza. biendo a lo largo de su peregrinación extran- jera, y así dirigió la publicación de su novela DANSE D’ANITRA “Egloga Trágica”, aparecida fragmentariamen- te en los años juveniles, y de dos volúmenes A Juan Verdesoto antológicos de sus ensayos y crónicas. (En el album de Anna Pawlowa) A Zaldumbide se lo estima tanto en nuestra América como en España. El estilo de Va ligera, va pálida, va fina, su prosa tiene validez dentro de las amplias cual si una alada esencia poseyere. fronteras del idioma castellano. Y seguirá te- LITERATURA DEL ECUADOR 157 niéndolo porque no es de esas cosas desmo- elogio sobre las condiciones de gran hablista ronadizas que no resisten a la embestida plu- de nuestra lengua que hay en aquel autor. La ral de los cambios. Al contrario, hay en él un dignidad de su estilo es harto notable para equilibrio de lenguaje y de ideas que es su que se pretenda discutirla. Ella procede del fuerza, su soporte duradero. Porque Zaldum- caudal ideativo como de la gracia natural del bide escribió siempre, desde su iniciación vocablo. Es decir de una inspiración de veras hasta su senectud, con una percepción clara profunda e inteligente. Una carta conservaba de lo que debe ser esencialmente la literatura. Zaldumbide. Era de uno de los más ilustres Tal virtud no es frecuente en la incon- ensayistas de nuestro continente, don Alfonso tenible aventura que corren las letras de nues- Reyes. Allí le decía éste que lo admiraba co- tro tiempo. Muy pocos averiguan cuál tiene mo a “una de las cabezas más cabales” de la que ser su responsabilidad de escritores en América española. Y en decir eso no había ni medio de la creciente densidad de las multi- hipérbole ni lisonja interesada y fementida. tudes literarias de nuestro siglo. Fenómeno sin Poseía Zaldumbide una innata virtud duda ingrato, parece que hemos llegado — de esteta frente a las palabras. Por eso esco- parodiando la expresión de Ortega— al escri- gió, aun en sus lecturas tempranas, las obras tor-masa. Los estímulos de la cultura han pre- en las que no se echa de menos el encanto cipitado el nacimiento de millares de páginas del estilo. Su afán de selección fue llevado al impresas. Hay un cínico abuso de la palabra máximo rigor. Era como una aristocracia del escrita. Lo que alguna vez fue apostolado sin- gusto que no admitía contemporizaciones. gular ha degenerado en oficio de muchos, Sentía repulsión por el desaseo de la frase y aun de los parias de la inteligencia. Y los vi- por cualquier plebeyez en los medios de per- cios de las ocupaciones menos nobles han suasión. Había tanto de cosa radical en sus prendido también en esta manía papelera. To- exigencias, que pocos autores le colmaban de do afán repugnante y toda ruin maquinación veras de satisfacción. A pesar de todos los en- han entrado como en campo abierto en los comios de su hermosa crítica sobre Montalvo, dominios de la literatura. Se necesita un buen más de una vez —en el grupo de sus íntimos– sentido de orientación para no errar en la confesaba cierto desdén por el estilo montal- elección de los frutos. Para saber encontrar la vino. Parecía mostrar desestima semejante joya confundida entre los abalorios. Y se ne- por lo de Unamuno y lo de Azorín. Acaso la cesita, por cierto, una dimensión superior, prosa de Valle-Inclán ejercía sobre él una su- una personalidad muy firme y muy rica de gestión más poderosa. méritos para dejarse advertir entre esa multi- Todo eso tiene su explicación. La ma- tud vocinglera. gia verbal dannuziana le había arrebatado La literatura hispanoamericana ha ido desde la juventud. Se acercó a ella con delei- colocando en una posición visible sólo a con- te e interés crítico. Para disfrutarla al mismo tadas figuras, quizás las verdaderas. Ellas des- tiempo que para analizarla. Vio que aquello tacan sobre la parda mediocridad. Y justa- coincidía con su ritmo de pensar y de decir. mente Gonzalo Zaldumbide se muestra en Con la rotación de sus ideas y de sus palabras. ese grupo representativo de la cultura conti- Asimismo se dio cuenta de que en nuestra nental. Podrán ser disparejos los criterios que América estaba sonando la hora del Moder- se expongan en torno de sus libros, pero difí- nismo. Se sintió reclamado. Se incorporó al cilmente se quebrantará la unanimidad del discipulado arielista. Precisamente su primer 158 GALO RENÉ PÉREZ trabajo de algún aliento fue una exégesis de Zaldumbide escribió esta novela entre “Ariel”. El continente vivía la apoteosis de Ro- fines de 1910 y 1911, en la hacienda de Pi- dó y de Darío. Esto es la gloria del estilo. El mán, al norte del Ecuador, tras seis años de triunfo de lo selecto. Los ultrajes a la materia- ausencia vividos en Francia. Fue pues la na- lidad y a las asperezas de lo vulgar. Buen mo- rración de sus impresiones del regreso y de su mento para acordar su voz acompasada con inmersión en la paz eglógica de la provincia. la del grupo. Gonzalo Zaldumbide se hizo Pareció no tener Zaldumbide otro propósito también modernista. Lo fue en muchos aspec- que el de probar para sí mismo la eficacia de tos. Y habrá que considerar siempre su nom- sus condiciones de novelista, porque, a pesar bre dentro de aquel movimiento hispanoame- de su juventud, no sintió el impulso natural de ricano. Esa es su ubicación correcta. Odió, buscar notoriedad con la publicación de ella. con sentimiento rodosiano, las imperfeccio- Su primera edición completa sólo la hizo des- nes de la democracia. Creía en efecto en la pués de casi medio siglo, en 1956. En forma aristocracia del talento. Le seducía, por otra fragmentaria la había hecho aparecer en la parte, nuestra vieja tradición latina, por la que Revista de la de la Sociedad Jurídico-Literaria batallaban Darío, Rodó y sus seguidores. Hi- de Quito, pero bajo el seudónimo de R. de zo entrar en la fluencia de su habla —como lo Arévalo. Algunos críticos no dejaron de ad- hicieron también aquéllos— la gracia de cier- vertir, sin embargo, la identidad del autor, gra- tos giros galicados. Pero siempre respetando y cias a las inconfundibles excelencias de estilo exaltando y ennobleciendo el rico decir cas- que había mostrado Zaldumbide en sus bre- tellano. ves trabajos anteriores. Y fueron justamente Su parentesco más cercano en la prosa esos méritos formales los que le inclinaron a crítica hay que encontrarlo en el maestro uru- publicar hace poco su novela sin ninguna al- guayo. Se parece a José Enrique Rodó en la teración. “Que salga intocada —expresó— y perspicacia del juicio. En el equilibrio de las no en forma alguna retocada. Retocar ese tes- ideas. En la vigilada composición de la forma. timonio, rehacerlo sería desnaturalizarlo”. Ra- Su alma consonaba sin duda con la de Rodó. ra fortuna es la de no tener que cambiar ni co- Allí está la explicación de su magnífica obra rregir un texto ya antiguo, a pesar de las exi- en torno de la producción rodosiana, consi- gencias propias del esteta. Además, Zaldum- derada una de las mejores que se han escrito bide creyó percibir en tales páginas una fres- con aquel tema. Fue pues Gonzalo Zaldumbi- cura que venía a remozarle impresiones abo- de figura destacada de las promociones mo- lidas, una sinceridad que no las había dejado dernistas de este continente. Sus trabajos prin- envejecer. “Esas paginillas mías de juventud y cipales fueron: “En elogio de Henri Barbus- terneza —escribe—, que no eran eco de nos- se”; “La evolución de Gabriel d’Annunzio”; talgia sino voz de presencia viva, brotaron al “Cuatro grandes clásicos americanos: Rodó, contacto de la realidad, y sólo por nacidas de Montalvo, Gaspar de Villarroel, J. B. Aguirre” la entraña perviven al través del tiempo que y “Egloga Trágica”. Esta es novela escrita en todo lo marchita”. prosa poemática, con el tema del retorno a los “Egloga trágica” desarrolla en sus campos queridos de la heredad paterna, en extensos cuatro capítulos titulados “El regre- donde se desenvuelven conflictos de sabor so”, “El soliloquio de Segismundo”, “El dile- romántico. ma” y “El lamento de Marta” –un argumento LITERATURA DEL ECUADOR 159 elaborado según la tradicional estructura ro- tío; y, simultáneamente, se observa a sí mis- mántica. El triángulo del drama amoroso lo mo, hallándose en el fondo solo y con el co- forman Segismundo, su tío Juan José y su pri- razón baldío. Nunca ha amado. Quisiera ha- ma Marta. Los tres sienten encenderse en su cerlo. Descubre en su hacienda los atractivos aislada interioridad una pasión que no se atre- físicos de Mariucha, una indiecita de quince ven a confesar a nadie, ni entre sí, y cuyo años. Le agradaría unirse con ella, en una re- conflicto, que les envuelve secretamente, ha- lación que abrazase también sus caracteres, lla hacia el final de la narración una solución sus pensamientos, sus emociones. Pero se da trágica: el suicidio de Marta. La historia, ex- cuenta de que es inalcanzable toda intimidad puesta aquí de manera sumaria, es como si- espiritual que les iguale en el amor. Advierte gue: el joven Segismundo vuelve de París, que “ni la convivencia doméstica del señor y donde ha conocido el amargo sabor de una vi- el siervo”, ni los principios establecidos en las da de placeres vacíos y de vano refinamiento, leyes, han conseguido fijar la “paridad” entre a su vieja heredad provinciana de Pimán, en el indio y el blanco. Sus almas son como dos el Ecuador. Siente entonces un enternecimien- mundos sellados e incomunicables. Sus hábi- to romántico frente a “la gracia pobre” , a “la tos, totalmente distintos. Ni siquiera es fácil el humildad franciscana’ de los paisajes nativos. elemental acto instintivo. El la persigue para Lo recibe su tío materno Juan José. Los demás, aplacar a lo menos sus reclamos eróticos, pe- “se han muerto, o se han ido, que da lo mis- ro ella le esquiva siempre, impedida “por el mo”. Le duele especialmente la pérdida de su movimiento hereditario, por el recuerdo in- madre y su hermana, cuyas ‘caras sombras” consciente del amo violador y brutal”. Parece comparecen porfiadamente entre las imáge- que “todo ahonda entre la india y el blanco la nes lugareñas. Se queja de la “cruel impacien- desconfianza de los sexos, el abismo de alma cia de partir”, de “la falacia de las tierras no a alma”. Cuando al fin la posee, con un im- conocidas que nos atraen de lejos”, de “los pulso casi animal, comprueba que ese “raza prestigios de mendaz hechizo que nos arran- bronca y sumaria conoce la ciega lujuria” e can a lo más amado”. Y sus tristes sentimien- ignora, en cambio, el “adorno inútil”, el “ro- tos se agravan cuando comprueba que el que deo superfluo” de las caricias. regresa a un sitio no es ya el mismo que era Segismundo no consigue pues satisfa- cuando se alejó de allí. Las cosas —algunas de cer su necesidad de amar. Piensa entonces en ellas ya transformadas por la acción de las Marta, una joven que es como el común de gentes y los tiempos– parece que le repelen, las heroínas románticas (bella, sentimental, diciéndole” “tú también eres aquí como nue- pura y frágil). Ella vive en la pequeña ciudad vo, has cambiado, ya no eres el mismo”. “¡Ay! de Ibarra, no lejos de la hacienda, aislada de en verdad, nunca vuelven los que se fueron”. todos, y cuidando de su madre loca. Aquí el Van sucediéndose, ligadas más bien relato da una vuelta retrospectiva, con la so- por una corriente de sostenida emoción lírica corrida frase de ‘volvamos a años atrás”. Do- y por una atmósfera de reflexiones de buena lores, la madre de Marta, fue una mujer de filosofía, algunas escenas en las que el prota- rasgos seductores. Una viajero alemán logró gonista observa la vida de los indios, el varia- tener acceso a ella, y la convirtió rápidamen- do y pluricolor paisaje campesino, de monta- te en su amante. Cierta noche, informado el ñas, páramos, valles, ríos y lagos, la austera padre de Dolores de esos encuentros que des- conducta de ese gigante infatigable que es su honraban el rancio nombre familiar, pudo sor- 160 GALO RENÉ PÉREZ prenderlos en el coito; mató al extranjero jun- Marta y Juan José. También los diálogos y el to al cuerpo de su hija, y a ella la repudió pa- habla de los campesinos tienden, en ocasio- ra siempre. Fruto de esa pasión clandestina nes, a perder legitimidad. Una parte del valor fue Marta. Las dos mujeres recibieron la pro- de la novela descansa en la maestría de la tección del primo de dolores, Juan José, Pero prosa, y otra, muy esencial, en los cuadros fie- ésta enloqueció, y años más tarde murió. Fue les de la existencia del indio. Se debe aclarar, así como Marta pasó a vivir en la hacienda de sobre este respecto, que no hay en “Egloga Pimán, en donde se produce el conflicto trá- trágica” los arduos problemas sociales que gico a que hemos aludido. Segismundo ama trajo después la novela indigenista (particular- calladamente a Marta. Juan José, estimulado mente la de Jorge Icaza); pero no por eso se por los celos, ve degenerar el afecto puro a su omiten escenas sombrías de los ilotas del sobrina en una pasión sensual. Marta, a su campo, cuyo único bien es la resignación, vez, adivina lo que está pasando en el alma “especie de triste felicidad, felicidad de los in- de Juan José, y ama, sin confesárselo y con felices que ignoran, callan y pasan”. una larga esperanza de ser correspondida, a Segismundo. Si en el drama de Dolores se pu- José Enrique Rodó do apreciar una descripción fuerte y realista En América y en España, con alarman- de los hechos mismos, en éste de su hija Mar- te unanimidad, José Enrique Rodó ha sido ta se alcanza a observar, en cambio, el agita- proclamado el primer prosista de Hispanoa- do mundo de la subjetividad de los tres perso- mérica. Y cuando decimos, en nuestras pe- najes. El problema amoroso que ellos sufren, queñas repúblicas, que tal prosador o poeta no se lo descubren entre sí sino por cartas. es el más grande de los nuestros, no es, por Juan José se alejó de la hacienda escribiendo desgracia todavía, que simplifiquemos en de- a Segismundo una súplica de abandonar tam- masía o ingenuamente nos contentemos con bién a la joven para libertarla de los dos, y a ponerles número ordinal. Donde ingentes su vez libertarse ellos de una pasión funesta. obras dominan el horizonte, por demás pueril Segismundo complace a su tío, y parte inme- e incierto es comparar su altura en la infinita diatamente a Quito para preparar su retorno a perspectiva. Pero, entre nosotros, decir: “Tal Europa. Marta, que ha podido darse cuenta de es el mayor escritor significa, a veces, que es lo que ocurre entre sus dos íntimos, dirige una acaso el único de veras grande. Podríamos carta de amor y de despedida a Segismundo, asegurarlo de José Enrique Rodó en el Uru- y se suicida en el estanque de la hacienda: guay. Y aun dentro de la América hispánica “dulce Ofelia de este perdido rincón del mun- en general, quizá si en su rango excelso es él do, no enloqueció de dolor como la otra, la quien prevalece y reina. amada de Hamlet, pero su alma pura se subli- Aisladas se destacan las grandes obras mó “para amar mejor, de su otro mundo”. entre nosotros. No las respalda, como en las Si bien hay mucha habilidad en la pre- literaturas tradicionales, la mole antigua y es- sentación de los estados interiores y en el tablece que a cada una presta la majestad del mantenimiento de la intensidad del conflicto, conjunto. Emergen a distancias imprevisibles, éste no deja de tener cierto sabor melodramá- en la historia de ritmo aún convulso. Desco- tico, y descubre otras fallas de técnica, como llantes sobre la llana simplicidad del pasado y la similitud estilística del relato (que se cuen- la incipiencia del presente, parecen en verdad ta por boca de Segismundo) con las cartas de LITERATURA DEL ECUADOR 161 mayores. Preciso es recordar aquí esta propor- no rebasaba los límites de la literatura sino ción y relatividad; y, al mirar este breve dise- para extender los de nuestro joven orgullo y ño, tener en cuenta su escala. exaltar la esperanza de otra alba lírica. En tan- Pero hay casos en los cuales poner re- to que, a la inesperada muerte de Rodó, toda paros a la obra buena parece profanación de Iberoamérica sintió que con él desaparecía, algo tutelar. Tal es el caso con Rodó en rela- no sólo el escritor que había superado, en elo- ción a su América. No sólo porque unió Ro- cuencia serena y primor asiduo, a cuantos, dó, a la excelencia de la obra y a la pureza contemporáneamente, escribían prosa caste- ejemplar de la vida, la suprema belleza tácita llana, sino también, la más pura autoridad de un alma tímida para sí, magnánima para moral de un mundo en formación, el vocero los otros, sino porque, en vez de aislarse en el de veinte naciones grávidas, trabajadas todas “recinto interior”, que él mismo aconsejara un por igual urgencia. Poetas y pensadores, polí- día como refugio, o de preservarse en su sole- ticos y letrados, exaltáronle como propio, dad meditativa y alta, mezcló, simple y cor- aclamándole a una, maestro. dial, su espíritu a las más discordes y confusas Quisiéramos, pues, limitarnos simple- fuerzas de pueblos aún en formación. Adap- mente a admirar y creer… Pero, parécenos tando sin quejas, por el amor de lo propio, su ver la figura misma de Rodó, benévola y pen- incontaminada superioridad a las miserias del sativa, inclinarse como a decirnos que almas medio todavía áspero y estrecho, apuró en sí del temple de la suya gustan más de ser com- la conciencia de la raza nueva; y por mejor prendidas en su valor y medida, que no de ser orientarla, en vez de seguir los caprichos de la ensalzadas sin tiento; que sólo el elogio con- mocedad o las tendencias de moda, tempra- creto y dentro de los términos que resguardan namente enderezó el paso hacia las vías pe- los altos fueros del arte, es leal tributo de glo- rennes. Y como, —a medida que ensanchaba ria, y lo demás vano ruido; y que, en cuanto a su horizonte, el corazón se le henchía de cer- él particularmente, más bien le crisparon de tidumbres magníficas en lo tocante a su Amé- pudor o vagamente le humillaron, siempre, rica—, del cuerdo vaticinio que es su obra to- las loas desmesuradas, y le apenó tanto como da, medio continente ha hecho una especie le hostigó el incienso demasiado crédulo. de palladium familiar cierto. De ahí que, a pe- Si tan sólo a la altura de la obra es efi- sar de nuestra prontitud a todos los entusias- caz y durable su exaltación, nuestro exceso la mos, no haya habido en América admiración agobia, la desirve y aun la traiciona. Y Rodó, más concorde que la suscitada por este espí- maestro de mesura al mismo tiempo que de ritu, desde sus comienzos hasta el fin de la as- generosidad intelectual nos está fijando nor- censión magnánima. No hubo en verdad ad- mas. Que si alabar siempre moderadamente hesión más unánime ni más confiada. A que es, con razón, para Vauvenargues, signo de profundidad había llegado su acento en el al- mediocridad, violentar la elasticidad de los ma americana, bastaría a probarlo el clamor epítetos laudatorios y extremar el idolátrico de duelo que se exhaló a la nueva de su diritambo sólo sirve a provocar reacción o muerte. Ya, a la de Darío, un estremecimien- burla. to de liras llevó a todas las almas la vibración Todo esto es obvio y primario. Pero es del treno más sentido y férvido que hasta en- preciso recordarlo… Pues diríase que en tonces se había oído; pero el encantador im- América sólo gustáramos de la que Lemaítre perio del poeta proclamado por Rodó mismo, llamaba de la critique jaculatoire. Sobre todo 162 GALO RENÉ PÉREZ en encomio de Rodó ha subido tanto el tono de “especie profética”. Y en esta fe y recono- jaculatorio, que, de no estar al diapasón, uno cimiento nos confundiremos con la muche- se expone a parecer menos cordial, cuando dumbre, que en este caso, quizá porque le no otra cosa. concierne en lo hondo de su destino, adivina ¿Necesitaremos, pues, protestar de como por instinto y acierta sin saber por qué. nuestra intención, al señalar en la obra del ar- (Prólogo de la 1ª edición, REVUE HIS- tista insigne, si no defectos, lagunas y acaso PANIQUE, 1918) insuficiencias? ¿Parecerá vano alarde crítico, sutileza, El espiritu y la obra de Rodo o algún otro afán deslayado? Poco a nada prueba el éxito entre no- Contristaría el espíritu tener que poner sotros, menos aún la clase de renombre. por delante, casi a modo de excusa, precau- No sólo por lo fácil que es de ganar en ción tan innecesaria, si el reproche o la in- patrias chicas y vanagloriosas, sino por la ha- comprensión que con ello se quiere evitar, no bitual falta de mesura o el incurioso “poco proviniera de sentimiento tan precioso y cán- más o menos” con que se le discierne. Y si ya dido como es el anhelo, justísimo, de impo- no es posible, ni en nuestras selvas, encon- ner viva fe en recientes superioridades, a pue- trarse de repente con algún genio desconoci- blos que se obstinan en desconocerlas… do, de esos que el romanticismo exaltó con Al indicar, dubitativamente, los límites reivindicadora predilección, tampoco es posi- o carencias de tan grande espíritu, harémoslo ble atenerse clásicamente a la fama de los tan sólo a título de mera impresión personal. consagrados. Si algo probase “la gloria”, pro- Además, cuanto tiene de grande, lo es en tal baría cosas desemejantes: tan a menudo au- grado y con firmeza tal, que no le serán mer- reola de igual prestigio a espíritus divergentes, ma semejantes limitaciones, ni su figura apa- a obras contradictorias. De tal suerte, que ni recerá menos hermosa entre sombras realza- siquiera como revelación de los ideales en doras. que de veras cree la época que la concede, es Acicate prendido a su naturaleza de la tal gloria valedera y cierta. De juzgar a ca- escritor y de hombre fue el ahinco por depu- da época por todas sus admiraciones, tomán- rar la fatalidad que entrevera los defectos a las dolas a lo vivo, en su palpitante sinceridad, la cualidades en proporción vital casi indiscerni- hallaríamos más confusa y antitética que al ble. Mientras más humano en sus deficien- considerarla por cualesquiera otros indicios cias, nos parecerá este espíritu más augusto, demostrativos. en su grave y tenaz esfuerzo de perfección; y ¿No llamamos todos un día, a esto de en admirarlo nos complaceremos, aun allí los diez y ocho años, y con fervor casi igual, donde nuestras más íntimas predilecciones maestros, así a Vargas Vila, que hoy nos hace vayan a otros. Reconoceremos además, en és- reír, como a Rodó, a quien admiramos siem- te, por encima de su arte egregio, un dechado pre, aunque vemos ya que nos enseñó poco? de probidad intelectual y desprendimiento en ¿Cómo conciliar ahora la doble sinceridad la cotidiana profesión de las letras, un magná- con que avanzábamos al porvenir, yendo, al- nimo ejemplar de director y maestro, el más ternativo o simultáneamente, a embriagarnos necesario en democracias como las nuestras, de vacua magnificencia y vertiginosa vanidad el mejor de cuantos se han alzado a señores y con “Rosas de la Tarde”, pongo por caso, y a orientadores, tipo quizás augural, mensajero LITERATURA DEL ECUADOR 163 delectarnos en esa diáfana manera de pensar, la pureza interior de que brota. que era casi orar, con que la música patética Pero si le hemos de llamar maestro por de “El que vendrá” nos llenaba de un estreme- las doctrinas y las ideas, habremos de confe- cimiento como de presagio? sar que son pocas las que sin él no habríamos En perplejidades de este género o en adquirido. Fue viviente armonía de ideas, de paradojas sin ironía, a cada paso tropieza esperanzas y de creencias más o menos dis- nuestra titubeante literatura. Sólo que, des- persas o casuales en otros espíritus. Mas no pués, al inventivo, incoercible y desbordante las creó ni inventó. Las coordinó, sin aplica- ilogismo de la vida, sustituyen la historia y la ción dialéctica, por obra de su bella naturale- crítica su dialéctica y sus jerarquías; y única- za, congruente y abundante, generosa y clari- mente gracias al arte de las perspectivas sa- ficadora de contradicciones. bias, esfuman en el fondo del cuadro las con- Vivificó partes muertas o lánguidas, tradicciones que, mientras fueron vivientes y pero todas del credo común más humano; actuantes, pusieron en diaria evidencia inte- despertó voluntades dormidas, pero sin herir- rrogaciones que se han quedado sin resol- las a una luz insólita; en la paz y esperanza ver… El olvido ayuda a la historia más que el del bien señaló de lo alto, sagaz, magnánimo, recuerdo; el tiempo y los analistas trabajan de direcciones espirituales algo olvidadas, pero consumo en borrar la vida. conocidas. Su impulsión hacia el ideal obró Si el mecanismo de las influencias y separadamente, en el seguro de cada uno; ge- reacciones a que obedece la producción inte- neró un movimiento en las almas, volviéndo- lectual se nos escapa casi totalmente en su las sobre sí mismas; pero no de ideales capa- inextricable complejidad —sin que por eso ces de informar distintamente el espíritu de desconozcamos que su ley, informulable, ri- toda una época. ge—, no es menos ilusorio, quizás, el fijar la Además, cuanto tenían, en su manera, acción que a su vez ejerce la obra moviéndo- de virtual, fecundo y sugeridor, el mismo Ro- se por sí misma. El signo exterior que parece dó lo desentrañó y exprimió con tesón aplica- indicarla más a las claras, su éxito o fracaso, do y potente. No cabe, en verdad, insistir, ni sólo induce a problemáticas conjeturas al es posible extender ya más su enseñanza, sin querer deducir de él la parte correspondiente hacer ver que lo dejó exhausta y que en otras en el espíritu de una generación. No nos fie- manos se queda inanimada, inerte. Su misma mos, pues, demasiado del hecho de habérse- claridad es tal que el comentarla no puede ser le llamado en todas partes a Rodó maestro. sino parafrasearla, esto es, echarla quizá a En qué sentido fue Maestro perder, quitándola la insustituible gracia y no- bleza de su ropaje, inseparable de su actitud ¡Maestro! Sí que lo es, y en modo ex- estatuaria. celso. Maestro por el natural ascendiente y la Propiamente, pues, no caben aquí imi- persuasiva unción, por la cadena platónica. tadores ni discípulos parafrastes. Nunca se reunieron en alma tan noble más Al llamarle maestro, todos lo han he- generosa dotes comunicativas, ni las abonó cho sin fijar mayormente el sentido de la ape- sinceridad más diáfana, probidad moral más lación y no tan sólo en el sentido del ascen- delicada, autoridad más incólume. Su acento, diente, de la autoridad moral y del don suaso- sin ser patético ni arrebatado, diríase que con- rio. La viril emoción en la manera, el arte ca- vence sin más que revelar en su transparencia si musical de la exhortación, la virtud comu- 164 GALO RENÉ PÉREZ nicativa del acento, la sincera y amable gra- platicando en medio de sus caros discípulos, vedad, le adecuaron en verdad a la misión de sin ansiedad ni premura, el hacer del inicia- mentor y guía que él se impuso generosamen- dor, compartiendo hasta en el detalle su expe- te. Ajeno al dogmatismo y a la férula, su deli- riencia de almas e ideas. cada comprensión, sensitiva y cauta, le da un Tan sólo una vez hubo de dirigirse a poder ejemplar en la obra de convencer y un adversarios y, por desgracia, inferiores. Y aun infinito tacto en la de formar o levantar almas. entonces fue para vivir su enseñanza, y sin Superfluo, en muchos casos, su razo- violentarla. Quiso imponer lo más claro y hu- nar. Pero hábitos o escrúpulos de maestro le mano de ella, la tolerancia y el respeto inteli- hacen insistir por asegurar la eficacia de su gente, la comprensión del ideal ajeno, la ve- enseñanza, llevándola a su más explícita neración de los refugios íntimos y el sentido comprobación. Pues, aunque propiamente no de la historia. Salió a luchar con la “roja cosa los tuviera ni necesitara, se dirigió siempre a jacobina”, que decía con horror el buen Da- sus discípulos. Más o menos presentes o leja- río. Y ni entonces alteró, para mejor defender- nos, más o menos ficticios o reales, parece te- la, esa su vasta ecuanimidad como de mar y nerlos perennemente congregados en torno cielo. Volvió luego a la faena quieta y a la de su mesa. simpatía límpida. A ellos se dirigen, aun sin hacerlo ex- La belleza espiritual que empapa todas presamente, la página solemne, la plática ín- sus ideas y su forma toda, fluye intacta en la tima, la visión profética. Es Próspero for ever. transparencia de la dicción, nos lleva en linfas Y de coro de discípulos ideales es un audito- diáfanas a remansos ciertos. ¿Por qué enton- rio unánime —cual fue en verdad la multitud ces no nos sentimos satisfechos del todo? Por- que le escuchó diseminada en el continen- que, si bien seguimos hasta el fin su ensueño te—, y como persuadido de antemano, sin o su razonamiento, cual si fueran nuestros, no más que saber que es Próspero quien habla. nos hace, en verdad, penar ni soñar propia- mente. Nos convence, pero de cosas que tal Lo que le sobra y lo que le falta vez ya estaban en nosotros. Y tan suavemente, que, al removerlas, éstas apenas si se despere- Es el maestro, y no cabe, sinceramen- zan. No las sacude en inaudita revelación. te, contradicción a su enseñanza. Se le oye, se A esta falta de sugestión, que provoca- le cree, se le sigue, sin esfuerzo, con fe ente- ra en nosotros indefinidas resonancias o res- ra. Pero esto don, como infuso, de persuasión puestas, se añade la vaguedad de su llama- y este amable y grave dirigirse siempre a dis- miento y su falta de imposición y absolutis- cípulos ideales, quita acaso algo de nervio a mo. No nos impone su creencia ni excita la su discurrir, ya de suyo blando por lo armo- nuestra a la reacción. Si probó la necesidad y nioso e insinuante. Y este continuo enseñar, la poesía de un ideal, ningún ideal impuso co- aun sin quererlo expresamente, apesanta un mo verdadero con exclusión de otros. No nos tanto, con perjuicio de la esbeltez, ciertas par- dijo: esta es mi carne, esta mi sangre, y el que tes de su obra. no está conmigo, está contra mí. Limitada a sugerir, concebida y ejecu- Desde su mirador, abierto a los cuatro tada como para iguales, ¡cuán potente y lige- puntos cardinales, indicaba el principio y tér- ra habría ido su fuerza de “cumbre en cum- mino de las más seguras sendas; pero no des- bre”! Mas su placer predilecto parece el ir cendió a obligarnos a seguirle por una sola, LITERATURA DEL ECUADOR 165 por la vía de su elección, unívoca e irrevoca- impulso de renovación, invención continua, ble; ni dio para la de cada uno el sésamo, o el pasa, por encima de lo que muere en noso- infalible precepto, ni, en su defecto, el bácu- tros, a elaborarnos, a recrearnos incesante- lo con que tantear el terreno incierto, paso mente. Pero limitó —a mi ver demasiado tras paso. Nos habló de la terra lontana con cuerdamente— el drama de nuestro destino al acento que purificó nuestro anhelo, pero problema inmediato de la vocación. amenguó quizá nuestra nostalgia; porque no Predicó el idealismo. Pero su ideal no es de ninguna patética felicidad, sino de de- es fervor del alma lanzada en pos de una ilu- ber común, de cotidiana virtud, de ideal acce- minación ni ímpetu o vuelco del corazón. Es sible, que nos habló el sublime señolero. Qui- convicción razonada, belleza bien compues- zá si por esta falta de arranque lírico o trágico ta, de antemano garantizada contra el error y no se creó en torno a su obra un ardiente pro- la decepción. Ningún relampagueo de pasión selitismo, a pesar de la adhesión tan fácil a su fustiga o subleva el ánimo dócil. Ideal hecho evidencia y de la irrestricta confianza en su y perseguido con aplicación tenaz más que probidad. con ardor súbito y vidente, le alimenta una parca nobleza, no la llama del sentimiento Lo que pervive voraz y fijo. ¡Y qué serenidad descorazo- nante! Todo movimiento hacia arriba puede Apenas si el diapreado velarium del hallar propulsión en su vasto impulso. Puso estilo apacigua la claridad inmutable; no te- un toque de luz en el trabajo más servil y obs- nemos felicidad que resista a su resplandor, ni curo y de caridad en el orgullo del más eleva- podemos poner el alma a diapasón de su luz. do. Hermanó todos los espíritus en la región En su palacio o en su jardín, buscamos un rin- superior del destino humano. Por todas partes cón de sombra, donde el alma, aunque con- pues, en su obra, armonía, conciliación, “de- solada, pudiera sentarse a llorar. venir’. Todo, en su empeño, es llamado, ex- Del “ideal”, antes vaga aspiración del hortación, estímulo. ¿Pero qué vía seguir, en alma, ensueño errante e inapaciguable, in- la ilimitada extensión? No fijó normas ni lími- compatibilidad aristocrática, ornato y decoro tes. Cada cual debía hallar por sí, junto con su de románticas melancolías, caballería irreali- vocación, el ideal que la enalteciera y le die- ra la suprema gracia del desinterés, o el inte- zable o sublimidad de anhelos incomprendi- rés superior de lo universal humano. dos, Rodó hizo cotidiana y mansa disposición Para iluminar este fondo obscuro en del espíritu, dióle raíz y sustento en toda rea- que duermen todas las simpatías y todas las lidad. ¡Habíamos gastado en vano tanta espe- virtualidades, propagó el cuidado de la vida ranza, desde que dejamos el lago lamartinia- interior —no por inútil cultivo y exacerbación no y el sauce llorón de Musset, y el byronia- de las singularidades irreductibles, ni tampo- no bajel, —proa de orgullo y velas de melan- co ascético desprendimiento y anulación, si- colía!— Al ver que evitábamos la charca na- no esencial sentimiento de una fraternidad turalista para caer en la mentida delicuescen- por lo alto. No aceptó pasivamente la fatali- cia de nuestros “decadentes” y casi perdernos dad del ser que somos o creemos ser; antes en la niebla del simbolismo más evanescente exaltó la liberación por obra del bergsoniano y otros vaniloquios que iban quitando toda arranque vital, creador interno, que puede médula al arte americano que él prefería, Ro- más de lo que sabemos y esperamos, y cuyo dó propuso simplemente a nuestra incerti- 166 GALO RENÉ PÉREZ dumbre un idealismo elegante y positivo, y ciocinio, o en algún movimiento desesperado operoso antes que rebelde e inaclimatable. del alma, se habría abandonado en brazos de No fue el de Renán, de dupe volunta- una fe, quia absurdum. Mientras tanto, no re- rio y colaborador irónico del Universo, que conoce otra soberanía que la de la inteligen- guarda en su lúcido quant á soi la reticente cia, ni otro límite que el dictado, humano y quintaesencia del nihilismo, pero da entretan- propio, que la conciencia le impone. to a la vida un sentido humano, a despecho Para otra obra que esta suya de conci- de su contrasentido trascendental. Prefirió Ro- liación por lo alto y de perfecta mise au point; dó, en tiempos de nietzscheísmo sin freno, para una obra, por ejemplo, de demolición volver al buen gusto del honnéte homme y a audaz o de construcción quimérica, habríale la moral clásica, que se convierte toda en acaso faltado, no sólo una constitutiva origi- equilibrio y acción. nalidad, sino también el arranque inicial. Fal- tádole habría, en todo caso, el fanatismo in- Su cristianismo sin dogmas dispensable para obstinarse. Pues nada tuvo de fanático. Tuvo el helénico amor de la acción por Demasiado inteligente y demasiado la acción, por su propia belleza o bondad. consciente era, para no romper y sacudir de sí Moral clásica, vuelta en él más íntima por su mismo la fatalidad de un dogma de vida o compenetración con la irrenunciable sensibi- muerte. Faltóle para imponer un ardiente y lidad cristiana. Dulcificada por esta virtud, preciso evangelio la fe del iluminado, el pri- bastaba a mantener y levantar la conciencia mitivo candor, la fuerza inconsciente e inge- de una dolorida comunidad con los inferiores nua. Su apostolado sereno no arrastra sino a y a cubrir las asperezas que la edad antigua los persuadidos de antemano. Reconoció, sin despojaba del necesario amparo fraternal. embargo, en el revolucionario, en el agitador, Su cristianismo enternecido y sin dog- en el fanático, una estética avasalladora. mas, acaso habría llegado, con los años y los desengaños, a echar de menos la fe, en cuan- La estética del rebelde to favorece la eclosión de la esperanza supra- terrestre. Tal vez no fue extraño del todo a la Admiró, en tipo tan entero y uno, el emoción religiosa; por lo menos llegamos a ímpetu que conquista o lleva a su dueño, que verle admirar en Roma, al contemplar la ma- es su instrumento, al martirio; la potencia jestad del arte y de la historia, vivificados du- que, o arranca de cuajo el obstáculo, o se rante siglos por un solo sentimiento en las di- rompe, terca y magnífica; la simplicidad a un versas tradiciones y cultos, una lección supre- tiempo profunda y exigua; la pasión que con- ma de tolerancia, —paradoja aún viviente en cita y exalta las fuerzas vivas del ser en un so- la ciudad del dogma—. Mas de tolerancia, no lo sentimiento ingente para adorar o para mal- ya tan sólo intelectual, como la que le basta- decir. Revolución, agitación, fanatismo, fuer- rá a justificar su “Liberalismo y Jacobinismo”, zas de la naturaleza, que aniquilan o crean, sino otra más embebida en el sentimiento del casi inconscientes, casi irresponsables; insus- común misterio. tituible prestigio, sello del destino! Deslústran- Acaso habría pascalizado más tarde, y lo, por desgracia, el feo ceño del sectario, la tal vez, tras una orgullosa abdicación del ra- incomprensión invencible, la estrechez, la LITERATURA DEL ECUADOR 167 crueldad a menudo inútil y casi siempre bru- tentar a todos. tal. Defectos que Rodó tenía en natural horror son los del fanático. Antes que aceptarlos, ad- Su medianía es heroica y sólo prueba mira en el escéptico lo más contrario a ellos, el dominio de sí. Firmeza de la mente que so- y en particular la benevolencia, la gracia si no juzga y de la mano que sofrena. Pone en exal- la ironía, la movilidad de la imaginación, el tar la templanza y la armonía el ardor que un gusto parco y la fina cautela, el preciso senti- fanático pondría en extremar los contrarios. do de los límites, la invitación errabunda a ir Disciplina vanidades y rebeldías. Exalta since- de una en otra parte, dejando siempre la puer- ridades probas y discretas. ta abierta al escape; la matizada sensibilidad, Su cordura no es de apocamiento ni de la superior inteligencia. precaución, sino medida e instinto de justicia, Pero viendo la pobreza de la vida a de este anhelo de justicia que sería en él una que condena la esterilidad de la duda, la inu- forma del gusto por la ciencia y por la exacti- tilidad de cordura tan precavida que se vuel- tud de las proporciones, si no fuera ante todo ve inerte, o el influjo corrosivo de la ironía el deber moral por excelencia. En él, la afir- cuando vierte sus agrios zumos sobre los estí- mación del propio ideal no excluye, pues, la mulos esenciales, —no cayó nunca en la ten- comprensión del ajeno, antes le busca en lo tación de disolvente molicie a que le inclina- más hondo, en lo más humano, la recóndita ba el lado más débil de su naturaleza, su dile- hermandad. Ni la innoble perennidad de lo tantismo—Se alzó por fuerza propia y volun- abstracto se sustituye a la fugacidad de la vi- tad vigilante a conciliar los dos tipos opues- da; ni la idea única seca el sentimiento vario. tos, la excelencia de sus dones, compenetra- Sigue la ondulación de una sinceridad bles no obstante su diversidad, cuando una flexible pero irrompible: a la enseñanza de las inteligencia más completa de las cosas y el ar- horas dócil, variable al tenor de la experien- dor de una generosa sensibilidad borran la cia propia y de la ajena sabiduría. “Este es, di- aparente incompatibilidad y unen, como mi- ce Rodó, el más alto grado a que puede lle- tades que se repelían sólo porque se hallaban garse en la hora de emancipación de la pro- vueltas del revés, las que, bien ajustadas, for- pia personalidad”. No es entretanto el tipo man el todo armonioso. On ne montre pas sa que seduce y arrebata. Pero es acaso el más grandeur, decía Pascal, pour étre á une extre- indispensable en nuestras tierras excesivas. mité, mais en touchant les deux a la fois et en remplissant l’ entredeux. El ponderador Demasiado conoce la relatividad de El vulgo toma el dominio de sí por in- todos los dogmas y sobre todo la parte de sensibilidad; el heroísmo de la medida, por bondad y verdad que cabe en el error. La to- pacato apego al término medio; el escrúpulo lerancia es, en él, calor de optimismo, no in- de la exactitud y de la proporción, que es per- diferencia de escéptico. Si la justicia le pare- severante y ubicua necesidad de justicia, por ce estar en uno de los extremos, allá va con insuficiencia pasional. No excita la simpatía ánimo entero. Pero desconfía del sectarismo y de la imaginación popular. Pero es su armonía en general de toda exageración. Alma que superior la que prevalece sobre la algarabía busca en todo transigir, nunca fue la suya. Si de las disputas. reduce a término medio los extremos contra- Su fiel fija al fin el movimiento oscila- dictorios y violentos, no es por transar y con- 168 GALO RENÉ PÉREZ torio de las épocas en trabajo. Son los repo- Nadie podrá, en nuestra América, ha- soirs de la historia. Y puesto que en América blar de americanismo o de movimiento de al- vivimos de resultados ajenos, de asimilacio- mas hacia lo ideal, lo universal y humano, de nes, de exageraciones, gran misión la del acción y culto desinteresados, de idealidad o ponderador, la del depurador. Rodó lo fue en de mesura, sin evocar el recuerdo de su ense- modo egregio. Demasiado consciente de sus ñanza, sin caer bajo el modelo insuperado. límites para aventurarse a creador o inventor, Es el destino de los grandes artistas, in- lo fue a punto para discriminador y juez. ventar un poncif de que se nutren luego una o Si no nueva, fue siempre buena su en- dos generaciones (Un grand homme n’a señanza. Con ella atrajo a todos , indistinta- qu’un souci: devenir le plus humain possible, mente. Su extremada claridad y explicitez no disons mieux, devenir banal, asegura Gide, la defendieron bastante de entusiasmos dema- sin dar el ejemplo…). siado fáciles. Nada escarpado ni riscoso dejó Agótanlo luego, de substancia como que subsistiera en su eminencia. Aplanó has- de virtud, los excesos de celo de los prosélitos ta su altura los caminos más abiertos y segu- antes que los ataques de adversarios quizás ros. Por ahí, desde temprano, se le sube y en- inexistentes. carama toda esa chiquillería vocinglera y uni- Propio es, en verdad, de este género de versitaria que ha ido repitiendo hasta la sacie- escritores apoderarse de un tema, crear una dad sus llamamientos al ideal. inspiración, fijar, en fin, una modalidad de es- ¿Es, pues, cosa accesible al primer píritu, y en forma tal, que, de evidente en su vuelo tan alta y purificada ecuanimidad? ¿Son hermosura o de esperada en su oportunidad, cosas para niños ese ideal, esa elegancia, esa se vuelve a su vez un lugar común. mesura? Rodó creó uno, augusto y elevado, Felizmente, son ideas incapaces de da- amplia manera de tomar las cosas por lo alto, ñar y de dañarse. Ni refractadas por el cerebro y manera de pensar más bien que de decir; — de un imbécil, pueden dejar de ser claras y que si pulió la expresión soberanamente, la buenas y en absoluto inofensivas. No corren trató siempre como medio, nunca como fin; el riesgo de casi toda idea genial. Al querer adaptándola a la amplitud y prolijidad de su comentarlas, como buscando sombras en su discurrir antes que sacrificando éstas a la es- meridiana claridad, sus parafrastes no hacen beltez. sino echarlas a perder, repitámoslo una vez Dijimos por esto, que imitar en él lo más, en lo que toca a su forma, pero no en que en otros se debe a fórmulas y procedi- cuanto a su alcance y significado. mientos, llevaría a reproducir su contenido. Y por ahí se ve que lo que las preserva, Imitarlo sería repetirlo. en Rodó, de la vulgaridad, no es sino la no- Redundancia intolerable, porque él bleza del gran estilo. No, ningún peligro lle- mismo llevó ya su pensamiento a la extrema van de malearse. Lo peor que puede aconte- linde, sin dejar nada al azar de ulteriores in- cerles, y ya Rodó hubo de sufrir por ello, es volverse favoritas de los mediocres de buena terpretaciones. Así no tuvo discípulos en quie- voluntad, aplebeyarse en la expresión y el uso nes se reconocieran su distintivo, o que, co- familiares. Pero corromperse, no. mo todos los discípulos, a fuerza de acentuar su enseñanza, aislando y dando mayor relie- Su idealismo ve a lo que ella tiene de más saliente, exage- raran sus intenciones o las traicionasen. LITERATURA DEL ECUADOR 169

Ni es un método a otras aplicable lo Toda su obra es crítica. Mas si hemos que en su obra les ha dejado, ni ésta es un to- de limitar esta palabra al dominio de la mera tal, sino un todo, en que las ideas y su expre- literatura, aunque es vasta y superior su labor sión más característica parecen congenitales. de crítica propiamente literaria, Rodó no exal- Además, su tema central, —ideal, de- tó su aptitud para ella como el don predesti- sinterés, cuidado de perfección y conoci- nado a dejar rastro perdurable en sus escritos. miento interior, regulados por un delicado No la dedicó con exclusiva predilección al sentido de la realidad y noblemente guiados estudio desinteresado y puramente estético de hacia la acción—, no basta a constituir lo que la emoción de la belleza, de la virtud o del podríamos llamar una doctrina suya. Sus heroísmo. ideas no forman sistema, ni contienen implí- Su espíritu había abarcado la extensión cito alguno que diligentes continuadores pu- de nuestro horizonte, y midió la esperanza y diesen desarrollar y llevar a sus últimas con- los temores de la naciente civilización; y an- secuencias. tes que hacer sobre ella obra de diletante, qui- No es propiamente un pensador, como so preservarla del mayor peligro, y escribió han dado casi todos en llamarle, provocando “Ariel”; quiso guiar y socorrer a los obreros de la falsa imagen de una cabeza meditabunda ese gran destino, y escribió los “motivos de inclinada sobre el misterio o en perenne inte- Proteo”; quiso exaltar el sentimiento y con él rrogación al destino. No tiene ideas de filóso- la conciencia, el poder del futuro de América, fo propiamente y apenas si puede decirse que y empapó toda su obra del más cordial ame- le inspiraron a veces emociones filosóficas. ricanismo, como lo muestra su “Mirador de Carece, además, del don de la senten- Próspero”. cia, de la fórmula apodíctica, de la frase en Hemos visto cómo, al oír su primera escorzo violento. Su inteligencia, si tiene la plática platónica, llamáronle todos maestro, y visión directa, la iluminada intuición, no la lo creyó él mismo. Sintiendo la gravedad del traduce en su brevedad y sucesión relampa- cometido, en la íntima sinceridad de su gran gueantes. modestia, tomó más a lo serio, y la cultivó co- El ritmo de su pensar no pone en las mo su verdadera vocación, la de director de cosas ese fulgor intermitente y súbito del que espíritus y guía de perfección interior encami- entre sombras y luces se encuentra con inopi- nada a la acción, y en vez de enseñar no el nadas profundidades. No es un vidente. Es un múltiple secreto de la belleza en el arte, para razonador, y su manera no es la intuitiva y ful- lo cual era insuperable, propúsose, más gene- mínea, sino la discursiva, bien trabada y lenta. rosa, pero quizá menos felizmente, enseñar- No penetra barrenando en el objeto. nos moral y vida, ideal y acción. Lo circunvala y redondea, y vueltas le da has- Insuperables son sus dones para la crí- ta apurar el último sentido, hurgando por tica. Y ayudados como están por sensibilidad igual en los senos más abiertos como en los tan receptiva y una imaginación tan simpati- recónditos. Y nada de fragmentario o disperso zante, hacen de él, en efecto, el crítico por ex- en su bien trenzado razonar; de ahí la solidez celencia y en grado tal, que ni tiene par en su y contextura de sus obras, conscientes hasta lengua. en sus mínimos toques y repliegues. Crítico artista y creador. Tuvo del artis- Crítica creadora ta no sólo la vida infusa en la expresión, la 170 GALO RENÉ PÉREZ ciencia de la música verbal, todos los presti- de favorecer el trazo de su figura a grandes gios de la belleza formal, sino también la ima- rasgos. ginación que vuelve a crear la obra, tomándo- Sin embargo, no hemos podido asentar la por los adentros, y convive con su último de modo absoluto casi ninguna de sus condi- espíritu. ciones, llevándolas hasta el último límite de La ubicua simpatía de una inteligencia su virtualidad así en las cualidades como en ardiente, pero no inquieta, y desligada de tra- los defectos, que sólo son deficiencias. bas, pero sometida a un orden, le lleva a in- Impone, a toda afirmación algo abso- ternarse con fruto por todos los senderos, aun luta, el correctivo de la proporción y de la por aquellos adonde su inclinación personal mesura; de ahí el séquito de proporciones no habría ido nunca en busca de morada. fuerte o levemente adversativas que acompa- Mas no es el placer de comprender por ña a la aserción de sus principios directivos y comprender; cualquiera que sea el secreto de al juego mismo de sus facultades. la obra de arte o de pensamiento, del acto de De ordinario, más interesan al crítico heroísmo o de virtud; sino el de explicar y de- las personalidades que se prestan a un sutil sentrañar por el mero gusto de ver lo que hay discrimen o a una audaz síntesis. Contradic- dentro, o por vocación de esteta, lo que esti- ciones aparentes por resolver, visiones frag- mula su labor. mentarias por recomponer, teorías por desen- Ni se complace en el espejeo de visio- trañar de la obra que las lleva implícitas, son nes fragmentarias y diseminadas, en que ful- otros tantos fines y estímulos para la obra del gura la beldad del mundo. Su crítica parte de analizador. un sentimiento central, y en el panorama di- Pero Rodó, lo hemos visto, no es artis- verso y vasto de su curiosidad pone su alma el ta contradictorio ni fragmentario, ni sus senti- reflejo de su unidad esencial. mientos e ideas son los dispersos del vidente Es la obra del crítico artista, que no se fulmíneo y desatado. Es el razonador de lógi- limita a mensurar o aplicar reglas, o a ver la ca bien trenzada. Igualdad tranquilizadora: discrepancia entre el libro ajeno y sus gustos pero, al querer retratarlo, su faz vuélvese eva- personales, sino que exprime la esencial ver- siva. dad, desentrañándola de entre la inconscien- Descomponerlo, casi sería mutilarlo, cia de los elementos que la celan. Semeja a la pues si no es complejo, es quizá completo obra del poeta o del novelista; sólo que en dentro de su tipo. Si no abunda en matices vez de animar figuras, de hacer vivir a perso- cambiantes y caprichosos, atrayentes y fugiti- najes, vivifica ideas y realidades subyacentes. vos, tampoco se afirma rutilante en encendi- Ese es su modo de crear. Rodó vivirá dos tonos. Colores francos y sosegados, com- por este arte y por cuanto ha incorporado a la binados sabiamente en una paleta sobria y conciencia en formación de su Ibero América. trasladados a la tela en toques a la vez tenues y firmes, nos darían el retrato de este mago Difícil su retrato por demasiado fácil prudente y cordial. Tal se refleja —confuso aún y mal tra- zado por insuficiencia nuestra en este simple esbozo— este escritor sin contrastes ni con- tradicciones. Su unidad y coherencia debían LITERATURA DEL ECUADOR 171

Su muerte nas. Y habría sabido envejecer con belleza, él, que durante su juventud pensativa y grave La muerte abatió brutalmente a este no quiso ser joven de veras. pensador, que apartó siempre de su sombra el Este hombre sin melancolía ni condes- alma. Murió casi de súbito, cuando se prepa- cendencia para con las voluptuosidades, no raba a venir a Francia. Quería conocer de cer- reconoció sino tarde, quizás demasiado tarde, ca esta dulce Francia que él había amado el sufrimiento de los sueños mutilados, de las siempre y sobre todo ahora. pasiones malgastadas, de las ambiciones ari- La muerte vino a sorprenderle, apenas decidas. dimidiada la meseta de la vida, antes del des- Tuvo por lote en la vida aquella “divi- censo, y en el fervor de una nueva vida. Pues ne raison” que Madame de Sévigné admiraba su viaje fue doble: para los ojos y para el al- en la dulce y grave confidencia del amargo La ma. Este gran cuerdo, que aconsejó alguna Rochefoucauld. ¡Divine raison! Y este amigo vez las necesarias ingratitudes del Hijo Pródi- de la verdad, que pocos tienen, fue como nin- go para preparar los retornos profundos, ha- guno respetuoso de sus fueros en el adversa- bría sabido sacar de esta peregrinación emo- rio y como nadie leal para consigo mismo, cionantes lecciones para su espíritu, que él aun en daño propio. quería renovar errando por el mundo antiguo “padre y maestro”. Toque final La política no aceptó por entero al hombre de realización serena, que en él vivía A la muerte de los que fueron procla- mados en vida maestros sucede generalmente de acuerdo con el soñador sagaz. Apartóse un eclipse. suavemente, quizás con desdén compasivo, Aun cuando el nombre de Rodó se de la lucha contra las fuerzas inferiores que ri- hunda por un tiempo bajo la profusión de elo- gen el mundo de la acción. No tardó en recu- gios, exasperantes de mediocridad y monoto- perar, con la soledad, la limpidez de sus me- nía, que ha recubierto su tumba, mil páginas jores días. de las suyas, escritas para durar, perdurarán Trabajó siempre en calma, largamente, ciertamente. Resurgirá quizá, no ya para pro- por devoción, y más que todo por probidad, seguir en su cura de almas y dirección de es- ignorando la mayor parte de sus conquistas píritus sumisos, sino en su magisterio de arte, espirituales, sin correr nunca tras el éxito, ni en su crítica literaria y su sentido de la reali- coger de él otra cosa que el honor, con puras dad coronada de idealidad. manos consagradas a abolida caballería. Nunca en América se apagará el eco La vida, tan pura, de este solitario ami- de la voz de Próspero despidiéndose de sus go de las muchedumbres, es también una en- amigos. Cada generación le escuchará de señanza. Condenado por su propia alteza, nuevo; suavemente pensativa y seria, avanza- aun en medio de sus discípulos, a una de las rá hacia la vida, sintiéndose mejor después de más vastas soledades de espíritu, no se quejó haberlo oído. jamás. Tal vez no amó ni su gloria; de entre Tal vez el maestro y guía de levanta- sus admiradores más sinceros, sus íntimas miento espiritual sea buscado por uno que predilecciones iban “a los que callan”. otro vacilante que espera hallar su vía. Pero La plenitud de la fuerza, de la gloria, quienes gustan de nutrirse con médula de leo- de la cordura, le esperaba con todas las coro- nes irán únicamente a su “Bolívar’, quizás a 172 GALO RENÉ PÉREZ su “Montalvo”, y llevarán consigo, de prefe- Como si usted dudara del poder evo- rencia, por su conjunto de modelos en ac- cador que espera susciten en el lector las es- ción, no en lección, el libro menos amado por trofas que cita y reproduce de muestra, usted su autor, el vario y rico y fuerte “Mirador de las parafrasea y las desenvuelve en espiral. A Próspero”. menudo sus paráfrasis llegan a sustituir con Admirarán siempre en él la pondera- ventaja las estrofas que usted ensancha, am- ción de esa feliz naturaleza de árbitro. Pero plifica y profundiza, corroborándolas, soste- preferirán, a la actitud con que a veces centra- niéndolas, ayudándolas, cual si ellas no pu- liza un debate para darle la cima, aquella ya dieran de por sí llegar a tanto. Y en efecto, a no inmóvil como de juez, sino dinámica y veces, esas estrofas no convencen por sí solas. arrebatada por un extraordinario don de vida, Pero uno admira la prodigalidad de imágenes con que, discóbolo insigne, lanza su esculpi- con que usted las circunda y hermosea en su do medallón de bronce, por encima de los li- florida didascalia. Sus paráfrasis son la pro- bros, de los pueblos y de las edades. longación de su estremecimiento subjetivo, que riza en círculos concéntricos el agua Gonzalo Zaldumbide, “José Enrique Rodó” Fuente: Páginas de Gonzalo Zaldumbide. Introducción de transparente de su contemplación. Difunde, Miguel Sánchez Astudillo S.J.; selección de Humberto Tos- cada vez más lejos, cada vez más tenue, la cano. Quito, s.f. (1959), t. I, pp. 349-370. imagen que usted vuelve trascendente. Acerca de los cinco rostros de la poesía No que usted pierda su lucidez al ala- bar. Pero ella es más convincente cuando cri- (Carta de crítica a su autor, Galo René Pérez) tica propiamente, al disentir, —en algo, aquí o allá—, de lo que dicen sus poetas, sobre to- Mil gracias, querido amigo, por su li- do cuando lo que dicen de través está, ade- bro y dedicatoria.— Deleitable libro, éste, más, mal dicho.— sí, sus reproches, reparos o que, como una mano cordial nos tiende en censuras son más eficaces que sus alabanzas abanico cinco rostros en paisajes soñados por a un poeta como Neruda, por ejemplo, a usted. Pintor iluminado, usted ilumina de su quien usted admira tanto, que le perdona has- propia luz esos cinco rostros que se parecen ta el estrafalario “Estravagario”. Usted aprecia entre sí, y que, —en espíritu, ideas y tenden- y subraya todo acierto de expresión, y no cias— se conjuntan con su pintor. Son así, por acepta, o mas bien, rechaza la impropiedad añadidura, un autorretrato: y se lo ve , más y en los vocablos, el desgaire, la falta de escrú- mejor al retratista que a sus modelos. Sin que- pulos de la actual anarquía gramatical. Para rerlo, se lo ve a usted reflejado, multiplicado hallar los mas pertinentes y precisos vocablos, en esa galería de espejos. usted los rebusca en las arcas del idioma, en Cinco poemas son, estos cinco líricos los diccionarios, y así sean arcaicos los adop- estudios. Su ditirámbico pero sincero Elogio ta. Su léxico es abundante, superabundante. de esos poetas, hace que parezca “verdad No es menos exigente usted en punto tanta belleza”. Sus comentarios dilatan la a claridad. La claridad, primer deber de todo emoción y los conceptos o metáforas, de escritor que respeta a la lengua y que respeta ellos, en versiones suyas de usted, concordan- su oficio, usted la practica a todo trance al tes pero suyas, que resultan más elocuentes procurar dar sentido aun a contrasentidos sin que el texto que comentan. sentido, de los poetas simuladores de falsa LITERATURA DEL ECUADOR 173 profundidad, que tapan con arbitrarias oscuri- Mándole mientras tanto mis impresio- dades o con vaguedades, su vaniloquio, para nes de primera lectura: ella es ya buena y su- encubrir su vacuidad. ficiente piedra de toque para libros tan atra- Lector amante de toda bella prosa, la yentes como el suyo por su estilo, si bien otra tan poética de usted me ha arrastrado otra vez y otra lectura serían útiles para distinguir, en a tomar contacto con esta especie de particu- medio de su fluente abundancia, y fijarlos en lar poesía. Los cinco poetas que usted estudia su alcance, tantos puntos de vista como ofre- y exalta en su libro, y su mismo libro, presen- cen estas 367 páginas efusivas. Felicítolo, tan, sobre un fondo de tendencias homogé- pues, por lo mucho en que concuerdo con neas, aspectos varios: el apuntarlos solamen- ellas por encima de lo poco en que discrepo. te, y de paso, alargaría demasiado esta carta que me ha ido saliendo extensa y resultará Gonzalo Zaldumbide corta para lo mucho que me quedará por Quito, marzo de 1961 decir. Fuente: Diario “El Comercio”, Quito. IV.— El costumbrismo. Su convivencia con el romanticismo. Montalvo, Mera y Espinosa, románticos y costumbristas. Expresiones posteriores. Los casos de José Rafael Bustamante y José Antonio Campos. Aparición del realismo. Luis A. Martínez. Su novela “A la costa”

No fue el costumbrismo una posición primero, que por sobre todo fue un ensayista, asumida con ánimo desafiante frente al ro- no dejó de complacerse en la composición, a manticismo. Convivió largamente con éste. veces narrativa, de imágenes costumbristas, y Los dos dieron frutos simultáneos, penetrados también en el trazo satírico del ambiente de igual espíritu. Pero gradualmente se fueron ecuatoriano, cuya radical franqueza obliga a separando, y recortando con independencia recordar a Larra, máxima figura del género en sus líneas. Esto ocurrió cuando la fuerza de España. Por su parte Mera, que se consagró en atracción de la realidad obligó a los costum- el país como el primer novelista romántico, bristas a descender cada vez más sobre ésta. fue encaminándose hacia la narración de cos- A edificar su hogar entre los objetos que pue- tumbres. Y allí sin duda está la demostración blan el mundo cotidiano. A ir enseñando a su más eficiente de su talento. Entre sus “Noveli- progenie literaria, ya comprometida con cir- tas ecuatorianas” (Madrid 1909) hay cuadros cunstancias tangibles e hirientes, el repudio a lugareños ricos de movimiento, de fidelidad y las idealizaciones románticas. Más imperiosa de gracia. El tercero, José Modesto Espinosa, era la abigarrada suma de los problemas in- aunque no se elevó al nivel de los dos ante- mediatos, de las diarias necesidades familia- riores, está considerado como el iniciador res y colectivas, que no el inventario senti- ecuatoriano de lo que se suele llamar artículo mental ni las extravagancias imaginativas que de costumbres. Publica sus páginas —mues- antes avasallaron el alma de los escritores. tras de buen humor y afán de la frase casti- Por eso el costumbrista preparó la insurgencia za— en la revista “Iris” del Quito del ocho- del realismo y el naturalismo. Tal proceso se cientos. advierte sin esfuerzo en Hispanoamérica, en Sentado así el ejemplo, los costumbris- donde tanto el fenómeno romántico como el tas posteriores depuraron las características realista entretejieron sus haces con los de la de su tendencia. Esta debió mucho a los hijos historia general de aquellas naciones. mismos de Mera. El mayor de ellos —Traja- La misma lógica es aplicable a la lite- no—, nacido en 1862, fue un entusiasta de- ratura ecuatoriana. En los años en que tendía fensor de la inspiración nativista y del mane- sus alas el romanticismo lo hacía también el jo de los elementos apropiados para que ésta costumbrismo. Por lo menos tres autores, to- resultase legítima. En el prólogo de su crea- dos de la misma generación, nacidos todos ción teatral “Los virtuosos”, explicándose an- después de 1830 —Juan Montalvo, Juan León te una crítica de comprensión tarda, dijo lo si- Mera y José Modesto Espinosa— tuvieron esa guiente: “Si se presenta una obra local, todo doble filiación, romántica y costumbrista. El debe ser local en ella y más que todo el len- LITERATURA DEL ECUADOR 175 guaje que es lo que más y mejor caracteriza a mento y un corte castizo del estilo. Se percibe los personajes, ¿no sería un contrasentido que en más de un aspecto la huella del novelista una criada quiteña hablara como una familia español José María Pereda. de Madrid?… “En uno de sus artículos de te- El otro escritor —José Antonio Cam- ma local describió la condición abyecta, sin pos— publicó artículos costumbristas en pe- parangón posible en su grado de miseria, del riódicos guayaquileños, en los que principal- indio “guasicama”, siervo destinado a todos mente mantuvo las columnas tituladas “Rayos los oficios y a todos los ultrajes. Un hermano Catódicos” y “Fuegos Fatuos”. Las firmaba menor de aquel Mera —Eduardo— insistió en con el seudónimo de Jack the Ripper. Hay en los mismos empeños localistas, pero su pro- ellas tal sentido de vividez, de acción, de pre- ducción narrativa, que está contenido en “Se- sentación del ambiente, de composición de rraniegas”, descubrió un sentido más pene- diálogos populares, que hay quienes se incli- trante del ingenio y el humor. nan a aceptar a Campos como un cuentista. Finalmente se hace indispensable po- La atmósfera de sus sabrosas crónicas es la del ner también en esa corriente costumbrista, ya montuvio ecuatoriano. Su ingrediente más ac- pronta a confundirse con el curso impetuoso tivo, el buen humor. del realismo, a José Rafael Bustamante y a Jo- Como se ve, no faltaban los anteceden- sé Antonio Campos. Diferentes los dos entre tes literarios para la promoción novelística del sí, pero unidos como todos los autores de su nuevo siglo que, con ademán tan resuelto, se género en el propósito de captar caracteres y lanzó hacia la borrasca de los problemas so- episodios de la realidad circundante. El pri- ciales. A aquéllos se sumó el estímulo llegado mero de ellos fue por sobre todo un admira- de la obra de los nuevos maestros hispanoa- ble expositor de Filosofía. Sus páginas alrede- mericanos. Pero, de manera más directa y cer- dor de la “filosofía de la libertad”, que nunca cana, el del indiscutible fundador del realismo quiso Bustamante publicar en la forma acaba- en el Ecuador, Luis A. Martínez. Su gran nove- da del libro porque temía la incomprensión la “A la costa” se publicó a comienzos de la del medio nacional, pero que han aparecido anterior centuria, en 1904. Y tuvieron que co- fragmentariamente en revistas, le muestran rrer cinco lustros más para que la narración como un ensayista que supo iluminar con ecuatoriana asumiera una actitud semejante. profundidad la atractiva limpidez de sus fra- El trabajo de Martínez contrastaba con los re- ses. Pero él fue además un buen narrador, y milgos románticos y la mesura costumbrista prueba de eso es la novela “Para matar el gu- de la época, por su desenfado, por su desnu- sano”. En sus capítulos hay cuadros locales dez, por su reciedumbre. Era trabajo de pre- trazados con mano experta, episodios hogare- cursor en cierto modo solitario. ños y sociales que avivan el interés del argu- V.– Autores y Selecciones

Luis A. Martínez (1868-1909) la de Mera. Su enfoque al tema religioso es el de un liberal que vio en el fanatismo popular En un brevísimo apunte autobiográfi- y en la desaforada influencia del clero los fac- co, este novelista, nacido en Ambato, nos ha- tores disolventes de la sociedad. El fraile, se- bló de cómo le habían envejecido las expe- gún la definición del protagonista de la obra, riencias en la mitad del camino de la vida. Y es “lujuria, orgullo y cobardía”. Precisamente eso ocurrió efectivamente. Privaciones. Dure- la prostitución de Mariana —otro de los per- zas. Trabajos agrícolas, desde peón hasta ge- sonajes principales—, joven histérica, criada rente; y administrativos, desde Teniente Políti- en la clausura de un hogar ultracatólico, se co hasta Ministro. Excursiones por montañas origina en la pasión sexual de un predicador y selvas impracticables. Desafío a las incle- de la Iglesia. Martínez vivió en la época de las mencias tropicales. Enfermedades contraídas luchas feroces de liberales y conservadores en ese laboreo titánico. Todo precipitó su de- que antecedieron a la transformación política rrumbamiento cuando apenas contaba cua- de Alfaro. Y en su obra no deja de condenar renta y un años de edad. Y todo, al mismo lo que hay de espejismo sangriento en las re- tiempo, alimentó el caudal de los hechos que voluciones, aunque siempre mostrando la ac- entraron con enorme fuerza de verosimilitud ción nefasta de la gazmoñería y el mal sacer- en su única novela. Confesó, por eso, no per- docio. tenecer a ninguna escuela literaria. Creía no En lo que concierne a la relación de necesitar el aprendizaje de credos estéticos ambiente y caracteres, ésta es mucho más fi- extranjeros. Su propio medio —brusco e in- dedigna que en “Cumandá”. Ni el medio geo- domeñable— y sus propias impresiones — gráfico ni el elemento humano se han transfi- desventuradas como intensas— le empujaron gurado por discutibles halagos de orden poé- hacia un realismo áspero, trágico, penetrado tico. Al contrario, se muestran como ellos son de amargas esencias sociales. Críticos como y naturalmente vinculados entre sí. El paisaje Anderson Imbert prefieren llamar a Martínez no cumple pues una función puramente deco- narrador naturalista. rativa. Las descripciones de lugares se animan “A la costa” es un obra ambiciosa. Su con la acción concomitante de los personajes autor se propuso dar un enérgico golpe de ti- y a veces se proyectan magistralmente a tra- món a la novela ecuatoriana. A veces uno su- vés de su conciencia, como en el cuadro del pone que Martínez tomó la creación hasta en- terremoto de Imbabura que el doctor Ramírez tonces consagrada como ejemplar, “Cuman- evoca silenciosamente entre las paredes de su dá”, de su conterráneo y pariente Juan León despacho profesional. Por esa certera conso- Mera, para alejarse de ella todo lo posible, y nancia de hombre y ambiente, tanto el serra- así evitar los riesgos de la falsificación e ir en no como el costeño están caracterizados con busca de lo verdadero. Casi todo, en efecto, exactitud y nitidez, acusando cada uno la in- hace de la novela de Martínez la antípoda de fluencia de su propia región. Porque “A la LITERATURA DEL ECUADOR 177 costa”, en que se narra la triste aventura del A la Costa joven Salvador Ramírez, que abandona la ciudad de Quito después de la inutilidad de I sus fervorosos estudios académicos, para ir a jugarse la vida como mayordomo de “El Beju- Aquella mañana de agosto, clara y lle- cal”, hacienda cacaotera algo distante de na de sol, el doctor Jacinto Ramírez habíase Guayaquil, es una novela en cuyo argumento puesto a trabajar en su escritorio antes de la transparecen las dos regiones principales del hora acostumbrada. Sentado en un viejo si- país. Véanse los rasgos de aguda observación llón de vaqueta estampada, teniendo delante con que se presenta una zona intermedia, una varios legajos de papeles amarillentos, y con ciudad que es la síntesis de las regiones serra- su rostro enjuto, pálido y sombrío, y su larga na y costeña: Babahoyo. “Ciudad —dice el barba gris, se asemejaba a los alquimistas de novelista— donde el indio melenudo y silen- la Edad Media. Un rayo de alegre sol que en- cioso de los páramos, se codea con el montu- traba por una ventana abierta, iluminaba vi- vio de aire desafiador y petulante, donde el vamente la figura del doctor, y dejando en chagra sudoroso y de cara congestionada, en- una espesa penumbra lo demás de la habita- vuelto en el grueso e incómodo poncho, hace ción, daba a todo ese pequeño cuadro un as- contraste con el mulato vestido de cotona y pecto casi fantástico. pantalón blanco; donde los sacos de papas Profunda preocupación o tristeza con- manchadas todavía con la tierra negra del pá- traía frecuentemente el rostro impasible del ramo, están arrimados a los sacos de cacao, doctor. Algo como una idea penosa y pertinaz marcados con letras negras y recientes”. atormentaba su cerebro, porque a cada ins- Por otra parte el juego sentimental que tante dejaba la pluma, volvía a tomarla, traza- se ofrece en “A la costa” ya no tiene los recur- ba algunas palabras en el expediente que te- sos triviales ni el lenguaje declamatorio que nía delante, para volver otra vez a suspender se encuentran en aquel romanticismo añejo el trabajo. Al fin abandonó el sillón y púsose del tipo de “Cumandá”. Aunque no siempre a pasear lenta y maquinalmente por la larga y se dan pruebas de sobriedad y de proporción oscura sala, acariciándose con una mano la en la imagen de personalidades y en la nece- larga barba, los ojos distraídos y como sin vis- saria versatilidad del idioma, es encomiable ta clavados en el pavimento, señales todas de la fuerza con que se crea a algunas de las fi- una grave preocupación. Un instante paróse guras —Salvador, Mariana, Fajardo, Roberto en el cuadro de luz que entraba por la venta- Gómez— y también el grado de adaptabili- na y fijó sus ojos en un ennegrecido retrato de dad del habla a los diálogos. cuerpo entero que se difuminaba en el fondo Un buen número de consideraciones de la sala, contuvo un involuntario suspiro, y de naturaleza literaria y sociológica lleva a la algo como un lágrima brilló en la mejilla ilu- conclusión de que la obra de Luis A. Martínez minada vivamente por el sol. Volvió a inclinar ha sido la base sobre la que se ha desarrolla- la cabeza sobre el pecho, metió las manos en do el actual movimiento novelístico del los bolsillos del largo paletó que llevaba, y Ecuador. continuó el interrumpido y monótono paseo. 178 GALO RENÉ PÉREZ

¿Qué era lo que atormentaba al doctor antes había dejado tan risueña y próspera. Jacinto Ramírez, abogado de Quito, en aque- Como un alucinado, sin hacer gran caso de lla mañana clara y soleada del mes de agosto? los pueblos y caseríos arruinados, y sin con- El recuerdo de una catástrofe espantosa, cu- moverse con los alaridos salvajes de los so- yos detalles rememoraba uno a uno como si brevivientes, caminaba, caminaba, dando lar- se complaciera en ellos, era lo que le traía tan gos rodeos, con un especie de instinto mara- preocupado y abatido… villoso para salvar los abismos que a cada pa- El 16 de agosto de 1868, veintidós so cortaban el camino. Al anochecer dio por años antes, Jacinto Ramírez era estudiante de fin vista a la llanura inmensa de Ibarra. ¿Por quinto año de leyes en la Universidad de Qui- qué no enloqueció entonces? Lo que tenía de- to. Para esa fecha había ya rendido con bue- lante de sus ojos era algo peor que las visio- na votación sus exámenes, y prepárabase a nes terribles de la pesadilla. La gran campiña, marchar, para pasar las vacaciones, a Ibarra sembrada antes de ciudades, pueblos y ha- en donde vivía su familia, numerosa y consi- ciendas, estaba allí a su espantada vista, infor- derada en la capital de Imbabura. Aquella no- me, monstruosa, como si en todo el territorio che déjose sentir en Quito un terremoto fortí- hubiera estallado una mina inmensa. Las ca- simo, que agrietó casas y echó al suelo algu- sas eran montones fragmentarios de piedras, nas construcciones viejas y mal equilibradas: tejas pulverizadas y maderas reducidas a asti- lo que fue temblor fuerte en Quito, en la rica llas. Algún arco de iglesia resquebrajado se le- provincia de Imbabura fue cataclismo formi- vantaba todavía como gigante solitario. Los dable. A la tarde del 17 de agosto circuló en árboles mismos, los copudos nogales, las pal- esa ciudad la inverosímil noticia de la des- mas, los sauces verdes, que daban a Ibarra un trucción de los numerosos pueblos de Imba- aspecto oriental, como si hubieran sido asola- bura. Ramírez, intranquilo ya desde la víspe- dos por un ciclón furioso, estaban allí tron- ra por la suerte de los suyos, con la noticia chados o arrancados de cuajo, las raíces al ai- traída por un chagra de Otavalo, púsose vio- re, asemejándose a tentáculos de pulpos gi- lento y resolvió salir esa misma tarde para su gantes. Las llanuras, ayer verdes, unidas, ter- tierra natal. Como concibió la idea, la realizó. sas como alfombras de terciopelo, surcadas Al anochecer del 17 galopaba en un mal caba- estaban por anchas grietas de las que mana- llo de alquiler, camino del Norte Confusamen- ba, como la podredumbre de la tierra, un lo- te recordaba el doctor los detalles de ese via- do viscoso y hediondo, y las tendidas lomas je, tenía idea de casas resquebrajadas o ruino- que por sus redondeces abultadas parecían sas que bordeaban el camino y de grupos de antes los pechos de una naturaleza generosa, gentes azoradas que a cada instante detenían ahora estaban desgarradas por el azote, mos- la marcha de su caballo. ¿Caminó toda la no- trando quebradas y precipicios, rocas y pe- che? No lo recordaba, pero sí tenía aún en sus ñascos, vacíos de la tierra fecunda. oídos el aullido de un perro vagabundo, en Y luego, en medio de ese cuadro digno una loma; y en su retina, el resplandor de una de las visiones del Apocalipsis, como natural hoguera, en alguna choza cercana… cortejo de un mundo lacerado y herido de En la mañana del 18, después de pasar, muerte, alaridos salvajes de los sobrevivientes no sabía cómo, los ríos sin puentes y los ca- que huroneaban los escombros; gritos ahoga- minos convertidos en precipicios, dio vista a dos entre las ruinas, pidiendo socorro; el rui- la provincia de Imbabura, a la que diez meses do sordo de un lienzo de pared mal equilibra- LITERATURA DEL ECUADOR 179 do que se desploma levantando nubes de pol- la escena, el doctor recordaba que al separar vo; algún perro enflaquecido, el pelo erizado, una enorme viga apareció el cadáver del pa- los ojos brillantes, aullando por el perdido dre con la cabeza partida y horriblemente dueño; y en los más remotos confines de ese desfigurada, y con una mano en actitud de se- campo de catástrofe, balidos temblorosos de parar el pesado madero. El mismo, el hijo, reses espantadas… con una indiferencia estúpida, había ayudado Todavía a la memoria del doctor acu- a mover el obstáculo y él mismo levantó tra- den en confuso tropel, detalles vivos y horri- bajosamente el cadáver y lo colocó sobre los pilantes… Brazos y piernas sangrientos aso- escombros. Siguió la faena, y a poco fue en- mando entre las ruinas y sirviendo de pasto a contrado el cadáver de la madre, abrazado al miriadas de moscas; algún rostro exangüe y de una niña de pocos años. Ambas mostraban contraído por la visión última, saliendo entre rostros horriblemente contraídos por la supre- dos fragmentos de muralla; alguna tela de ví- ma angustia de la asfixia. ¿Cuántas horas esas vidos colores, como florescencia de ese cam- dos criaturas agonizaron pidiendo un auxilio po de destrucción. Y en todo el ambiente un imposible? Más lejos, el cadáver de un niño, olor de carne corrompida, olor de cemente- de un hermano del doctor, casi destrozado y rio, de campo de batalla, de cataclismo. La convertido en un montón de huesos triturados desesperación, la locura, el idiotismo, pinta- y de carnes laceradas… y luego, más cadáve- dos en los rostros de los sobrevivientes vesti- res, más horrores; toda la familia, en fin, sor- dos de harapos. Y la naturaleza, en tanto, co- prendida por la muerte en medio del sueño mo burlándose del dolor humano, haciendo tranquilo y dulce. Después, el doctor no re- lujo de nubes coloreadas, de cielo azul, de cordaba ni cómo ni en dónde enterró, en con- calma majestuosa y solemne; y el Cotacachi, fuso montón sin duda alguna, a todos los se- eterno e impasible, resplandeciente con el úl- res más queridos. ¿Cuánto tiempo tardó en timo rayo de sol de la tarde, dominando la in- llenar esa faena horrible?… Luego vino otra mensa llanura cubierta ya de las tintas de la noche, pasada tal vez, porque él no lo recor- noche. daba, al abrigo de una muralla en pie todavía, En la memoria del doctor hay un va- viendo circular por entre las ruinas, las luce- cío. No recuerda cómo encontró el sitio don- cillas que iluminaban la labor de los vampi- de antes se levantaba el hogar de sus padres, ros, de los merodeadores que escudriñaban ni de qué modo pudo orientarse en ese mar las ruinas en busca de infame botín; oyéndo- de ruinas informes que impedían el paso. se algún sordo alarido de los infelices todavía Cuatro indios melenudos, de caras siniestras y vivos bajo los escombros; el mugido de un miradas sombrías, le acompañaban de muy vientecillo helado entre los rotos arcos de un mal voluntad, sin embargo de haberles dado templo cercano; el aullido incesante de un en pago todas las pocas monedas que llevaba. perro extraviado, sintiendo que por el aire va- Tampoco tenía una idea clara de los trabajos gaba algo como el soplo de la muerte y del emprendidos en medio de los escombros pa- estrago… No enloqueció aquella noche horri- ra encontrar los cadáveres de los suyos. ¿To- ble, no murió; pero sí al día siguiente había dos habían parecido? ¿Alguno estaba vivo envejecido medio siglo. El alma fue herida aún después de tres días de estar sepultado? como con un cuchillo agudo, las facultades se ¿O andaba vagando por ese caos? Pronto lo embotaron y la noción del tiempo desapare- supo. Como si la víspera hubiera presenciado ció de su conciencia. Aún después de veinti- 180 GALO RENÉ PÉREZ dós años, un horroroso estremecimiento con- caridad inmensa. ¿Acaso ese hombre era el movía todas sus fibras; el corazón le latía ape- mismo de Jambelí?… nas, y a sus oídos llegaban los ruidos sinies- Años después había vuelto el doctor a tros de aquella noche, y en el aire puro de la su tierra natal. Los edificios se levantaban por mañana que iluminaba la mesa de trabajo todas partes; donde fue la casa de sus padres creía escuchar ese algo desconocido que ano- había otra, habitada por desconocidos; los ár- nadó entonces sus facultades como el soplo boles volvían a dar a Ibarra el aspecto de ciu- de un inmenso ángel de exterminio. dad oriental; el césped de los campos estaba Después, lo recordaba, sin saber có- verde y unido; y las lomas, redondeadas otra mo, fue a parar a un campamento improvisa- vez por las lluvias y los vientos, asemejában- do por los sobrevivientes, con pedazos de se a los pechos de una naturaleza fecunda; y puertas y con harapos arrancados de las rui- allá en el fin de la llanura, el Cotacachi res- nas. Allí comió unos granos de maíz tostado plandeciente con su corona de nieve eterna, en una teja, con avidez salvaje, porque hacía dominaba impasible y mudo la risueña pro- cuatro días que no había comido, o a lo me- vincia de Imbabura. Todo volvía a su antiguo nos no lo recordaba. ¿Cuántos días pasó en estado, sólo el alma del doctor había queda- ese campamento? No lo sabía; pero con luci- do entenebrecida para siempre y tocada por dez rememoraba la venida de los socorros una ponzoña incurable: la hipocondría. traídos por García Moreno, la actividad devo- radora de éste, su energía sobrehumana para Fuente: Luis A. Martínez, “A la Costa”. Capítulo I p. 43-48. Ediciones Cultura Hispánica - Madrid, 1992. vencer los obstáculos de toda naturaleza, su VI.– La narración desde la tercera década del siglo XX hasta nuestros años. El determinismo telúrico y la diversidad regional de las producciones narrativas. Narradores de las dos regiones principales del país: la costa y la sierra. La novela como documento social y sus antecedentes hispanoamericanos. El montuvio y el negro, el mestizo y el indio. Los casos de José de la Cuadra, Jorge Icaza y otros autores

Es evidente que una parte muy extensa festaciones de la novela y el cuento. Debería de la producción narrativa de Hispanoaméri- decirse que hasta en el antecedente —que de ca está ligada, mediante el auxilio de elemen- algún modo lo fue— de las crónicas. El recla- tos regionales concretos, a la base de realidad mo telúrico o propio de la tierra se deja perci- de los diversos lugares del continente. La pre- bir, con diversa intensidad e inspiración, a tra- ponderancia de lo ecológico —de la corpo- vés de épocas y tendencias literarias; en el ro- reidad geográfica y de la atmósfera social— manticismo, en el modernismo, en el costum- sobre la difícil maraña de las experiencias brismo, en el realismo y las derivaciones de subjetivas, ha sido imperiosa. Y bastante dura- éste en nuestro tiempo. Tal persistencia, aun- dera. De ese modo hay una cuantiosa porción que no se ha salvado de ciertas características de novelas y narraciones breves que han co- pobres y constrictoras, ha servido para que al- brado vida gracias al enlace con el medio cer- gunos autores llegaran a ofrecer ejemplos cano. Lo que circula por ellas es el torrente de acabados de literatura regional. De literatura, imágenes de la naturaleza y de los hechos por ende, de sabor hispanoamericano. Con con los que el hombre responde a ésta. Es de- trazos que hasta ayudan a tener una visión cir que la peripecia humana, muchas veces clara y animada del proceso de nuestra reali- dramática en los actos, en el movimiento ex- dad. terno, arranca por lo común de las condicio- En el Ecuador se ve cómo han venido nes de aquel soporte físico o natural. Los per- obrando estos mismos factores. La cultura sonajes están soldados a un rincón geográfico ecuatoriana está ensamblada con las de los de caracteres definidos. Aun más, aparecen demás países del continente. Y sus reacciones mostrándolo como el motor de su destino. literarias han seguido las normas que son co- Proceden según los dictados de la región. munes a todos. Por eso, con excepciones — Que es una señal de autenticidad. De ser en- que también la hay en los otros países— sus tes humanos de verdad. narradores han incorporado elementos regio- Esta actitud de los narradores hispa- nales a las principales de sus creaciones. Aun noamericanos es tan antigua como el género más, como la naturaleza es distinta en sus tres mismo. Se la encuentra en las primeras mani- grandes recintos geográficos de la sierra, la 182 GALO RENÉ PÉREZ selva y el litoral, y su habitante sufre el corres- no saber mirar las cosas con un poco de pers- pondiente determinismo telúrico, las produc- pectiva. De claridad y honradez. En el mismo ciones novelísticas acusan aquella diversidad. decenio, y en el propio país, otros narradores Y tanto énfasis tiene en efecto el ambiente, mostraron una actitud semejante frente a la que los autores costeños están encerrados en realidad. Revelándola. Y rebelándose contra su ámbito, y los de la sierra en el suyo. Hay ella. Dos valores lo atestiguan: José de la Cua- un denominador común de tema, de escena- dra y Jorge Icaza. Pero hubo además antece- rio, de conciencia y de emoción en los nove- dentes, que ya hemos explicado, y que son listas de la costa. Lo hay, en el mismo grado, especialmente los de la novela “A la costa” de en los serranos. Los caracteres ecológicos han Luis A. Martínez, aparecida veintiséis años delineado pues la personalidad literaria de atrás. Aparte de esta observación, conviene cada región. En eso se descubre una induda- aclarar que en el resto de Hispanoamérica ya ble lealtad a los reclamos de la realidad pro- se había cumplido la aludida labor renovado- pia, pero también un cierto sometimiento, ra y revolucionaria, con las novelas excepcio- una conducta reiteradamente pasiva, frente a nales de Rómulo Gallegos, José Eustasio Rive- estímulos simples y concretos. Ello ha origina- ra, Mariano Azuela y otros. El pequeño volu- do un sistema uniforme de creación en que la men de los tres cuentistas ecuatorianos, con fuerza traslaticia es mucho mayor que la ana- una saludable sensibilidad de lo que exigía el lítica, el poder descriptivo de cosas y actos es momento, no hizo sino incorporarse a un mo- superior al de penetración en la compleja sus- vimiento continental ya en completo desarro- tantividad del hombre. llo, aunque sin poder ocultar la precariedad Los compromisos del género narrativo de su intrínseca virtud literaria. ecuatoriano con sus ámbito regional y las as- Aquellos tres nombres —Gilbert, Ga- perezas de una aflictiva realidad social, que le llegos Lara y Aguilera— además del de Alfre- marcan una definida posición militante, em- do Pareja Diezcanseco, igualmente notable, pezaron a hacerse notar bien en los años han sido asociados por la crítica al de José de treinta de este siglo. En la costa apareció pre- la Cuadra bajo la denominación de Grupo de cisamente en 1930 la promoción de “Los que Guayaquil. A De la Cuadra se le ha reconoci- se van” bajo esa doble y terminante responsa- do, por razones indiscutibles, la posición con- bilidad. ductora de inspirador y maestro. Que la tuvo “Los que se van” es el título de un bre- en verdad. Escribió cuentos, novelas y ensa- ve volumen de cuentos cuyos autores —bas- yos. Sus páginas, bastante homogéneas, de- tante jóvenes en la época de su publicación— mandan sitio entre las más brillantes de los son Enrique Gil Gilbert, Joaquín Gallegos La- pueblos de habla hispana. Demostró De la ra y Demetrio Aguilera Malta. Todos éstos de- Cuadra las bondades de su lealtad al medio vinieron novelistas poco más tarde. Los co- costeño. Había recorrido caminos, surcado mentarios de la crítica del Ecuador —fruto ríos, conocido gentes y barajado pueblos del más del entusiasmo que de una disposición litoral. Disponía de un conjunto de episodios inteligente y razonadora— abultaron quizás dignos de evocación, oídos o vistos en ese la importancia de esa enteca y desigual pro- ávido vagabundeo. Y, sobre todo, había ali- ducción. Se habla —y aún hoy se insiste en mentado su comprensión y su solidaridad pa- ello— de su novedad revolucionaria, de sus ra con el montuvio. Este no había sido aún in- virtudes de brote inicial y de sorpresa. Eso es corporado a la literatura social del Ecuador. LITERATURA DEL ECUADOR 183

En el ensayo que escribió —y que lamenta- restal del trópico. En las serranas el marco blemente es poco difundido y apreciado— geográfico del risco y el páramo. Allá apare- De la cuadra recordó que apenas si había las cen el montuvio y el negro. Acá el cholo o imágenes festivas de la gente montuvia en las mestizo y el indio. En las tierras de la costa se páginas de José Antonio Campos. El campesi- dibuja el perfil esquelético, la figura palúdica, no del litoral, con su personalidad entera y de la casa de caña o madera que se yergue so- sus auténticas circunstancias sociales, no en- bre la amarillez del pantano. En las laderas tró en el mundo de la ficción sino gracias al andinas, semejando la imagen triangular del relato de De la Cuadra. Y a las narraciones de indio que se sienta en el suelo mientras se los que, por su mismo tiempo, demostraron arrebuja en su poncho, descansa pesadamen- una similar aptitud de observación y de repre- te el chozón de barro y de paja. En los dos sentación artística, y que por lo mismo no ca- medios se hace sentir por igual la tiranía de la yeron dentro de la irónica pero certera acusa- miseria, de la ignorancia, de la enfermedad, ción de aquel maestro: “Cualquier escritor- del hambre. También la adversidad de los ele- zuelo refugia su ignorancia de la gramática, mentos naturales. Pero, sobre todo, la brutali- haciendo hablar a nuestro campesino en la dad y la explotación cínica que sufren los tra- manera como el propio mojaplumas no sabe bajadores en una sociedad viciosamente or- hablar el castellano. Construye y conjuga co- ganizada. mo lo hacen los niños de cuatro años, sustitu- Y del modo como en la literatura cos- ye eres por eles, o viceversa; mienta las vacas, teña hay también narraciones de inspiración los caballos, la “jembra” y, sobre todo, el ma- urbana —particularmente de la ciudad de tapalo, insigne árbol montuvio; —y ya está”. Guayaquil, según lo demuestra el caso de Ga- Esos novelistas que acompañaron dignamente llegos Lara, y también parte de la producción a su orientador insigne, fueron los del aludido de Alfredo Pareja Diezcanseco y Adalberto Grupo de Guayaquil, a quienes destinamos Ortiz, así en las letras serranas hay cuentos y (como a De la Cuadra) varias páginas críticas novelas cuyo contenido se refiere a la urbe, en la sección correspondiente de la antología especialmente a Quito. Con ese carácter se de la literatura, de esta misma obra. Aunque ofrecen casi todas las creaciones de Humber- es de tanta significación la personalidad crea- to Salvador, uno de los modernos fundadores dora de Demetrio Aguilera Malta —autor de de la novela social en el Ecuador. La amplia “La isla virgen” y “Don Goyo”, novelas am- cultura, la sensibilidad frente a lo más desta- pliamente recomendadas por el juicio inter- cado de las corrientes contemporáneas, el ca- nacional, y de trabajos dramáticos muy cono- lor narrativo, la perspicacia para sorprender cidos, como “Dientes blancos” y “El tigre”—, las amargas sinrazones en que batalla la clase hemos preferido incluir en la parte antológica media de la ciudad, y sobre eso una fecundi- al narrador Adalberto Ortiz, persuadidos de dad sin medida, dan a Salvador un lugar in- que su producción coincide mejor con las ca- disputable como significativo. racterísticas de la del celebrado grupo guaya- Asimismo, si en el Grupo de Guaya- quileño. quil hubo quien ensayara la narración de ín- El relato regional de la sierra, apareci- dole preponderantemente subjetiva —tal el do simultáneamente con el de la costa, ha te- caso de Gilbert en los “Relatos de Emma- nido un desarrollo paralelo al de éste. En las nuel”—, en la promoción de Quito y otros lu- novelas del litoral está presente el paisaje fo- gares de la sierra no han faltado los que han 184 GALO RENÉ PÉREZ intentado aventuras introspectivas y episodios ción surge del credo comunista del autor. acentuadamente anímicos. Dos autores, de Además, hay que recordar a otras figuras en el extraño y trágico destino, se yerguen de ma- género estrictamente narrativo: César Andra- nera destacada en este tipo de producción: de y Cordero, polígrafo, que en el año de César Dávila Andrade y Pablo Palacio, a cu- 1932 inició su feliz trayectoria con “Barro de yas obras nos referimos en la correspondiente siglos”, haz de relatos cuyo asunto capital es sección antológica de estas páginas. la tragedia cotidiana del indio, presentada Pero narradores que han cedido a los con dominio de la realidad y de los elemen- estímulos de carácter social y político, a la tos principales de la narración corta; Gonzalo atracción omnímoda de una realidad áspera e Ramón, que demuestra indiscutible talento hiriente, han sido los más. En ocasiones el para la novela de vigor realista con su obra cuento y la novela se han convertido en do- “Tierra baldía”, aparecida en 1958; Jorge Fer- cumento sociológico y en alegato de justicia nández, narrador y periodista, que escribió en en favor de las mayorías depauperadas. En es- 1937 la novela “Agua”, insegura en aspectos te plano hay que aludir aquí, por lo menos, a de técnica, pero de fuerza arrebatadora en la los siguientes relatistas, realmente muy apre- descripción de las luchas de los indios que su- ciables: Enrique Terán, autor de “El cojo Na- cumben en la búsqueda desesperada de agua, varrete”, que en estilo vivo y expresivo pre- durante la sequía de una provincia serrana, y senta las peripecias de un mestizo y las luchas que en 1951 publicó en Chile “Los que viven políticas entre liberales y conservadores; An- por sus manos”, extensísima narración con el gel Felicísimo Rojas, creador de “Exodo de tema de la clase media ecuatoriana; Nélson Yangana”, bella muestra de gusto idiomático, Estupiñán Bass, que es autor de dos magnífi- de firmeza técnica, de animación narrativa y cas creaciones novelísticas: “Cuando los gua- de revelación del drama de una comunidad yacanes florecían” y “El paraíso”. Ambas des- de campesinos que desahoga su viejo resenti- cubren el pulso firme con el que se ha conse- miento contra el amo explotador, matándole guido la correlación vital del hombre negro y en un momento de exasperación alcohólica, su provincia tropical de Esmeraldas, y toman y que luego tiene que expiar esa culpa colec- como base de su no desfalleciente animación tiva y anónima abandonando sus tierras del hechos guerreros y políticos en donde las in- pueblo serrano de Yangana, y perdiéndose en tenciones sociales y vindicativas del autor se un éxodo angustioso a través de la selva (Ro- ejercitan sin desmedro de una bien equilibra- jas ha escrito, además, la novela “Banca”, con da composición novelística. Por último se de- memorias personales hábilmente ensambla- be poner una subraya de recomendación es- das, el libro de cuentos “Un idilio bobo”, y pecial en el nombre de Gustavo Alfredo Jáco- “Curipamba”, novela social que el crítico An- me, por sus talentos de gramático, con docen- derson Imbert recomienda por sus méritos cia alta y eficaz en el ámbito nacional; de crí- propiamente literarios. Luego, Pedro Jorge Ve- tico que ha buscado desentrañar con métodos ra, por su significativa producción dentro de modernos los valores sustantivos de la gran la novela, el cuento, la poesía, el teatro y el poesía; de narrador breve que atrae y con- periodismo. El denominador común de casi mueve por la dramaticidad de sus asuntos, y toda ella es el de una belicosidad que se alza finalmente de novelista que, con su obra “Por de la suma tormentosa de los problemas so- qué se fueron las garzas” —traducida recien- ciales y políticos de este país, y cuya orienta- temente al francés— reveló dones de maestría LITERATURA DEL ECUADOR 185 en la alianza de la materia narrativa con el li- G. Humberto Mata, buena muestra de su be- rismo bien administrado de su lenguaje. ligerancia radical y de su temperamento lite- Pero, desde luego, estas consideracio- rario indócil a todo tipo de normación formal. nes no estarían completas si no se insistiera en Sin atentar contra el mérito de estos narrado- que la literatura de este género, en la región res, es imposible no reconocer a Icaza como de la sierra, ha tenido una nota definidora en al más representativo de todos. el indigenismo, y en que su expresión más ca- Descontados breves y muy pocos de bal, más legítima y convincente, ha sido la de sus trabajos, las páginas de Icaza toman al in- las creaciones de Jorge Icaza. La crítica ecua- dio ecuatoriano como tema cardinal, o como toriana suele aludir a “La embrujada” y a uno de los puntos de sustentación del argu- “Plata y bronce”, breve producción de Fer- mento. Ese es el centro humano desde el cual nando Chaves, educador serrano, como al an- se despliega la amplia corola de cuadros des- tecedente del tema indígena que adquirió vi- criptivos, caracteres y acciones. Aun en sus goroso desarrollo en los libros de Icaza. Sin obras de ambiente urbano, como “En las ca- duda eso es así. Más es difícil no pensar al lles” y “El Chulla Romero y Flores”, en que ja- mismo tiempo en un antecedente algo más le- dea la figura del cholo atormentado de con- jano, que sirvió de base innegable al propio flictos raciales, sigue pesando poderosamente Chaves: la novela “Raza de bronce” del boli- el ancestro aborigen. Nadie ha entrado mejor viano Alcides Arguedas, en que se presentan que Icaza en el alma hermética y recelosa, su- problemas similares del indio frente a los des- frida y siempre callada, del indio ecuatoriano. manes y la depravación del patrón blanco. Nadie ha revelado con nitidez y fuerza seme- También se acostumbra recordar con justicia jantes las dimensiones de su espantable trage- la novela “Sumag Allpa” (tierra hermosa), de dia, no resuelta todavía. VII.– Autores y Selecciones

José de la Cuadra (1903-1941) inestable dominio del lenguaje literario. Para la fecha en que publicó “Oro de sol” (1925) Nació en la ciudad de Guayaquil. Allí en las prensas del diario guayaquileño El Te- mismo se doctoró en leyes. Su vida estudian- légrafo, y cuyo contenido eran dos narracio- til no pasó inadvertida. Fundó asociaciones nes de alguna extensión tituladas “Nieta de universitarias. Intervino en actos culturales. Libertadores” y “El Extraño paladín”, los indi- Dio a conocer las primicias de su talento lite- cios de su capacidad de cuentista se insinua- rario. El entusiasmo persistió más allá de las ban ya con mayor firmeza y nitidez. Cierto es aulas, con esa misma doble proyección de los que aún persistían los defectos e ingenuida- hechos y las ideas. Fue profesor de colegio y des del que está comenzando una ardua pro- universidad. Hombre público. Ejerció la Se- fesión, pero en el otro lado pesaban las exce- cretaría General de la Administración y misio- lencias de una personalidad ansiosa de orien- nes consulares del Ecuador. Y simultáneamen- tarse y moverse en un mundo propio, apre- te fue enriqueciendo las letras con cuentos hendido de la realidad circundante con todo magistrales. Su muerte, ocurrida a los treinta y su impulso de vida, de autenticidad. siete años de edad, cortó una obra en ascen- En 1930 apareció una antología con sión admirable. seis de sus relatos, que volvió a editarse en Es evidente que su temprana madurez Madrid en 1932. El ojo del crítico puede ad- se hizo notar en los años treinta con una pro- vertir fácilmente en ese volumen —titulado ducción abundante y homogénea, que no ce- “El amor que dormía”— la evolución que se saba de aparecer bajo el rigor de una clarísi- ha cumplido en el inteligente ejercicio narra- ma inteligencia y las demandas de un gusto tivo de José de la Cuadra. Su lenguaje es más bien cultivado. En el corto lapso de menos de sobrio y eficaz. Mucho mejor el ensamble de un decenio consiguió De la Cuadra la crea- los episodios. Más natural la manera de pre- ción de cuentos, novelas, artículos y ensayos sentarlos. Ha aprendido a dominar con segu- que tienen más cualidades de solidez y gracia ridad los secretos del buen narrador, mante- que los trabajos que otros se han esforzado en niendo viva la expectación del lector hasta el realizar en un tiempo tres veces mayor. Y ello punto final. En aquella antología sobresale “El a pesar de que De la Cuadra sentía repugnan- maestro de escuela”, novela corta en la cual cia por la improvisación, vicio de mediocres. los personajes actúan, sienten y hablan como Pero las tentativas reveladoras dataron de la criaturas que realmente existieran frente a época de su adolescencia. Esto es de cuando nuestros ojos. El ambiente realza su corporei- el autor apenas contaba dieciséis años de dad humana. La caracterización de Gaspar edad. Para entonces demostraba ya un talen- Godoy, un inmigrante español convertido en to fecundo, que naturalmente vacilaba —eso maestro de una escuela rural, es buena prue- es lo que conmueve por ser signo de honra- ba de las conquistas que hasta entonces había dez intelectual en el período difícil de la ini- logrado el joven maestro del relato ecuato- ciación— entre inexperiencias de técnica, de- riano. bilidades en el enfrentamiento a los asuntos e LITERATURA DEL ECUADOR 187

Y esas conquistas se fueron definiendo procaces y las alusiones a lo característica- mejor en los libros siguientes. En 1931 apare- mente ecuatoriano, jamás entorpecen ni limi- ció su haz de narraciones titulado “Repisas”. tan la comprensión y el buen gusto de la obra Entre todas ellas destaca la que lleva el nom- total. bre de “Chumbote”, que consiste en la histo- “Horno” permite observar que lo más ria de un pobre muchacho costeño contra el apropiado al genio o personalidad de este na- que los patrones descargan diariamente su rrador es el ambiente del trópico. Nacido él sevicia, hasta convertirlo en un pelele temero- mismo en Guayaquil, ciudad a la que llamó so, cohibido, desolado y enfermizo, pero cu- “capital montuvia”, esto es capital del ardien- ya resignación angélica se subleva al fin en te litoral ecuatoriano; criado en el trato con una inesperada y atroz venganza. Lo admira- ese vasto sector humano de la costa; peregri- ble aquí es la certeza con que se sorprenden no frecuente de los ríos, las selvas, los bohíos; los estados anímicos de los personajes, y so- conocedor de las circunstancias sociales que bre todo la habilidad para extraer las impre- los caracterizan, vino a ser por eso un fiel in- siones del fondo espiritual del desventurado térprete de la realidad tropical de su país. En- Chumbote. tre los cuentos de aquel libro conviene recor- Después de “Repisas”, De la Cuadra dar por lo menos “Olor de cacao”, clásico publicó un libro aun más homogéneo en la ejemplo de fuerza y de gracia en dimensiones calidad de sus narraciones: “Horno”. Ello fue mínimas, pues que todo se reduce a una esce- en 1932 , en Guayaquil. Una segunda edición na lograda con la levedad y la certeza de una se hizo en 1940, en Buenos Aires. Contiene acuarela. No hay casi diálogo, sino la confi- doce relatos. Es varia la dimensión de ellos. dencia en frases cortadas, elípticas, de un po- Los hay de brevísimas páginas, que contrastan bre viandante que se sienta frente a una taza con otros de apreciable volumen, a los que el de chocolate, en una fonda del puerto, y cu- autor llamó expresivamente con el nombre de ya sobria elocuencia penetra en el alma sen- “novelinas”, que hemos adoptado en el curso cilla y pura de la camarera que le ha servido de estos comentarios. Conjuga a todos un en ese instante, levantando en ella su íntima mismo estilo. Algunos de los elementos del ternura. El pasante ha aludido a sus nativas contenido son la violencia, que invade hasta huertas de cacao, que también lo son de la el reino de la vida amorosa; la ternura, que es- sirvienta, y ello ha removido las nostalgias de tablece un inteligente balance con aquella; la muchacha, que, sin más, paga con los cén- las desventuras del pueblo humilde, serrano o timos de su delantal la cuenta de ese oscuro montuvio; la ironía, que hace fisga de la insul- forastero. Y entre las novelinas, hay que nom- sez común o que denuncia el viejísimo dese- brar siquiera a dos, que son estupendas y que quilibrio social y económico. Y si se intentara no deberían faltar en las antologías hispanoa- agregar a los méritos intrínsecos de la narra- mericanas: “Banda de pueblo” y “La Tigra”. ción misma algunos atributos harto evidentes Ellas son de lo mejor del libro. En la primera, en esta obra, habría que pensar inmediata- se relata la forma cómo se fue constituyendo mente en la seguridad con que de la Cuadra una pintoresca banda pueblerina, con siete construye su lenguaje literario: las descripcio- hombres de la costa y dos de la sierra. Pero nes son de una elocuente sobriedad, los diá- las evocaciones del autor son cortadas por la logos se van armando con la naturalidad de la intervención de sus propios personajes, que existencia, y los giros regionales, los términos momentáneamente lo desplazan, toman la 188 GALO RENÉ PÉREZ palabra y completan en su expresiva y gracio- La Tigra, que es sin duda el personaje sa jerigonza aquello que él estaba evocando. creado con más vigor en el campo de las na- Asume así esta novela corta un aire de vida y rraciones de este autor, tiene un alma gemela autenticidad. en la literatura hispanoamericana: la de Doña En “La Tigra” hay méritos aun mayores Bárbara. Como ésta, La Tigra es dueña de lo de animación real. José de la Cuadra no se suyo y de lo circunvecino, sin que le impor- apartó de la verdad cuando dijo: “Bien; ésta es ten los linderos que el derecho establece; ha- la novelina fugaz de esas mujeres. Están ellas ce burla de las autoridades, y cuando es nece- aquí tan vivas como un pez en una redoma; sario se enfrenta a ellas con el fuego de su ar- sólo el agua es mía; el agua tras la cual se las ma sangrienta; es hombruna en el ejercicio de mira…” Esas mujeres eran tres hermanas: Pan- su voluntad incontrastable, pero también cha, Juliana y Sara María, hembras lascivas de siente la demanda imperiosa de su sexo y pro- belleza bastante codiciable, que habitaban en voca el deleite carnal con el compañero en- una pequeña hacienda que poseían en medio contradizo que ha querido elegir: desde lue- de la selva. Contaban, en su orden, treinta, go, como su hermana la llanera que creó Ga- veinticinco y veinte años de edad. Las dos pri- llegos, tras el disfrute instintivo, detesta, hu- meras se entregaban al más ardiente libertina- milla o elimina a su amante. Sin que se perci- je sexual. La última, o sea la menor, sofocaba ban influencias de un autor sobre el otro, es sus ansiedades entre protestas y reclamos, en dable hallar este parentesco entre las dos la soledad de su pieza, donde acostumbraban grandes criaturas de sus ficciones. encerrarla sus hermanas para alejarla del co- Además de otras bien elaboradas na- mercio impuro al que ellas se entregaban fre- rraciones, entre las que no deben olvidarse las néticamente. Lo hacían por consejo del curan- de su libro “Guasinton”, De la Cuadra escri- dero y brujo del lugar, que no por la salvación bió dos novelas: “Los Sangurimas” (Madrid, de la moral y la integridad de Sara. 1934) y “Los monos enloquecidos” (apareci- En esa propiedad, reconocida por da en Quito, 1951, en edición póstuma y frag- quienes la frecuentaban con el nombre de mentaria). “Las Tres Hermanas” o la “Casa de Tejas”, vi- “Los Sangurimas”, o “novela montu- vían las tres bravas mujeres destituidas de to- via” como la llamó el autor, no tiene el sopor- do amparo masculino. Sus padres fueron ase- te de la novela tradicional. Con los mismos sinados, y desde entonces Pancha gobernaba elementos, que corren como una fuerza flu- el hogar. Ella, que había logrado matar a los vial que se echa por distintos cauces, pudo lo- asesinos en la misma noche aciaga del asalto, grar De la Cuadra la unidad que demanda lo dio en seguida muestras de una voluntad tan aguerrida y brutal, que se conquistó el apodo que se suele entender por creación novelísti- de “La Tigra”. La Tigra —dice el autor— “es ca. No procedió así, pues que prefirió una es- una mujer extraordinaria. Tira al fierro mejor tructura más fácil, menos idónea dentro de la que el más hábil jugador de los contornos: en complejidad técnica del género. Presentó, en sus manos, el machete cobra una vida ágil y efecto, tres momentos de la historia de una fa- sinuosa de serpiente voladora. Dispara como milia montuvia, la de los Sangurimas, pero sin un cazador: donde pone el ojo, pone la bala, vencer la disyunción de las imágenes sucesi- conforme al decir campesino. Monta caballos vas del abuelo, los hijos y los nietos. Puso su alzados y amansa potros recientes”. empeño en ir trazando, cual si se contuvieran LITERATURA DEL ECUADOR 189 en sendos marcos, los retratos de los principa- —Gustavo Hernández— va entregándonos un les de aquellos. Evocó los hechos de cada uno rico haz de sus aventuras por el mar, las islas y con cierto sentido autonómico que perturba la jungla. Los treinta y siete capítulos de la no- la unidad del relato, la cual se esfuerza en vela componen una arquitectura en donde no mantenerse mediante la presencia reiterada del se echa de menos ni lo técnico ni lo sustancial- protagonista Don Nicasio y de algunos perso- mente humano. Ello, aparte de las condiciones najes como Ventura, el Coronel y el Padre Te- de nobleza del estilo, que dan aun más encan- rencio. Con un diestro flashback, el autor hace to a toda la producción de José de la Cuadra. que don Nicasio Sangurima ilumine su pasado, Esta obra pudo ser publicada después pleno de dramaticidad y bravura, que por fin le de la muerte de De la Cuadra porque sus origi- ha convertido en la autoridad inapelable, en el nales, incompletos como quedaron, fueron en- recio patriarca del vasto caserío de “La Hondu- contrados al fin entre los papeles de uno de sus ra”. En toda su larga evocación hay una inne- amigos. gable intensidad narrativa, determinada por el OLOR DE CACAO relieve personal de Don Nicasio y de sus hijos, por las expresiones agudas —no exentas de fi- El hombre hizo un gesto de asco. Después arrojó la losofía popular— del viejo Sangurima, por los buchada, sin reparar que añadía nuevas manchas al diálogos y las leyendas que forja la imagina- sucio mantel de la mesilla. ción de los montuvios, por los cuadros de su La muchacha se acercó, solícita, con el limpión en la existencia en los campos tropicales del Ecua- mano. dor. —¿Taba caliente? Se revolvió el hombre fastidiado. La otra novela, “Los monos enloqueci- —El que está caliente soy yo, ¡ajo! —replicó. dos”, quedó sin concluirse. Y eso es una gran De seguida soltó a media voz una colección de pa- lástima. En alguna reunión de amigos, en la labrotas brutales. que el autor les ofrecía la primicia de una lec- Concluyó: tura íntima, todavía en originales, se le perdió —¿Y a esta porquería la llaman cacao? ¿A esta cosa la obra. Nunca la recuperó ni volvió a escribir- intomable? la. Mirábalo la sirvienta, azorada y silenciosa. Desde Fue de ese modo condenada a no tener adentro, de pie tras el mostrador, la patrona especta- el final, seguramente ya meditado por De la ba. Cuadra. Que ello estaba en su plan, es cosa Continuó el hombre: —¡Y pensar que ésta es la tierra del cacao! A tres ho- que no admite dudas, por los sesgos que fue to- ras de aquí ya hay huertas… mando la narración hasta el capítulo que al- Expresó esto en un tono suave, nostálgico, casi dul- canzó a terminar, y en el que se aprestan a in- ce… tervenir los monos, —acaso “enloquecidos”— Y se quedó contemplando a la muchacha. que reúnen dos de los personajes, en una em- Después, bruscamente, se dirigió a ella: presa exploradora vana e insensata. Algún as- —Yo no vivo en Guayaquil, ¿sabe? Yo vivo allá, pecto de esta ficción nos hace recordar el allá… en las huertas cuento “Izur”, de Lugones. Agregó, absurdamente confidencial: A través de una evocación que no se —He venido porque tengo un hijo enfermo, ¿sabe?, debilita ni en la combinación de los hechos ni mordido de culebra… Lo dejé esta tarde en el hospi- tal de niños… Se morirá, sin duda… Es la mala pa- en las experiencias subjetivas, el protagonista ta… 190 GALO RENÉ PÉREZ

La muchacha estaba ahora más cerca. Calladita, ca- Iba, de prisa, a atender a un cliente recién llegado. lladita. Jugando con los vuelos del delantal. Andaba mecánicamente. Tenía en los ojos, obsesio- Quería decir: nante, la visión de las huertas natales, el paisaje ce- —Yo soy de allá, también; de allá… de las huer- rrado de las arboledas de cacao. Y le acalambraba tas… el corazón un ruego para que Dios no permitiera la Habría sonreído al decir esto. Pero no lo decía. Lo muerte del desconocido hijo de aquel hombre en- pensaba, sí, vagamente. Y atormentaba los flequi- trevisto. llos de randa con los dedos nerviosos. Gritó la patrona: José de la Cuadra, “Olor de cacao” de Horno —¡María! ¡Atienda al señor del reservado! Fuente: José de la Cuadra, Obras completas. Quito, Edito- rial de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1958, pp. 361- Era mentira. Sólo una señal convenida de apresurar- 363. se era. Porque ni había señor, ni había reservado. No había sino estas cuatro mesitas entre estas cua- LA TIGRA tro paredes, bajo la luz angustiosa de la lámpara de querosén. Y, al fondo, el mostrador, debajo del cual Los agentes viajeros y los policías rurales, no me las dos mujeres dormían apelotonadas, abrigándose dejarán mentir —diré como en el aserto montu- la una con el cuerpo de la otra. Nada más. vio—. Ellos recordarán que en sus correrías por el Se levantó el hombre para marcharse. —¿Cuánto es? litoral del Ecuador —¿en Manabí?, ¿en el Guayas?, La sirvienta aproximóse más aún a él. Tal como es- ¿en los Ríos?— se alojaron alguna vez en cierta ca- taba ahora, la patrona únicamente la veía de espal- sa-de-tejas habitada por mujeres bravías y lasci- das; no veía el accionar de sus manos nerviosas, vas… Bien; ésta es la novelina fugaz de esas muje- ilógicas. res. Están ellas aquí tan vivas como un pez en una —Cuánto es? redoma; sólo el agua es mía; el agua tras la cual se —Nada… nada… las mira… Pero, acerca de su real existencia, los —¿Eh? agentes viajeros y los policías rurales no me dejarán —Sí; no es nada…, no cuesta nada… Como no le mentir. gustó… Sonreía la muchacha mansamente, misera- “Señor Intendente General de Policía del Guayas: blemente; lo mismo que, a veces, suelen mirar los Clemente Suárez Caseros, ecuatoriano, oriundo de perros. Repitió, musitando: esta ciudad, donde tengo mi domicilio, agente via- —Nada… jero y propagandista de la firma comercial Suárez Suplicaba casi al hablar. Caseros & Cía., a usted con la debida atención ex- El hombre rezongó, satisfecho: pongo: En la casa de hacienda de la familia Miran- ¿Ah, bueno… da, ubicada en el cantón Balzar, de esta jurisdicción Y salió. provincial, permanece secuestrada en poder de sus Fue al mostrador la muchacha. hermanas, la señorita Sara María Miranda, mayor Preguntó la patrona: de edad, con quien mantengo un compromiso for- —¿Te dio propina? mal de matrimonio que no se lleva a cabo por la ra- —No; sólo los dos reales de la taza… zón expresada. Es de suponer, señor Intendente, Extrajo del bolsillo del delantal unas monedas que que la verdadera causa del secuestro sea el interés colocó sobre el zinc del mostrador. económico; pues la señorita nombrada es condómi- —Ahí están. Se lamentó la mujer: na, con sus hermanas, de la hacienda a que aludo, —No se puede vivir… Nadie da propina… No se así como del ganado, etc., que existe en tal propie- puede vivir… dad rústica. Ultimamente he sido noticiado de que La muchacha no la escuchaba ya. se pretende hacer aparecer como demente a la se- LITERATURA DEL ECUADOR 191 cuestrada. En estas circunstancias, acudo a su inte- La hermosura de las tres hermanas no es únicamen- gridad para que ordene una rápida intervención a te rústica y relativa al ambiente. En justicia y don- los agentes de su mando en Balzar. De usted, respe- dequiera se las podría calificar de hembras sobera- tuosamente.— (Fdo.): C. Suárez Caseros”.— (Sigue nas. Refieren los balzareños que las Miranda tuvie- la fe de entrega): “Guayaquil, a 24 de enero de ron un antecesor extranjero, probablemente napoli- 1935; las tres de la tarde: Telegrafíese al comisario tano. Sin duda a este abuelo europeo le deberán las de Balzar para que, a la brevedad posible, se cons- tres la tez mate y las cabelleras de ébano lustroso tituya, con el piquete de la policía rural destacado amplias como una capa; Francisca y Juliana los ojos en esa población, en la hacienda indicada, e inves- beige; y, Sarita, los suyos maravillosos, color uva de tigue lo que hubiese de verdad en el hecho que se Italia. denuncia; tomando cuantas medidas juzgue nece- A la niña Pancha le dicen “La Tigra”. No la cono- sarias en ejercicio de su autoridad. Transcríbansele cen de otro modo. Ella lo sabe. Algún peón borra- las partes esenciales del pedimento que antece- cho mascullaría a su paso el remoquete, creyendo der.— (Fdo.): Intendente General”.— (Siguen el no ser oído. Ella habría sonreído. proveído y la razón de haberse despachado el tele- —¡La Tigra! grama respectivo). No la molesta el apodo. Por lo contrario, se enorgu- Son tres las Miranda. Tres hermanas: Francisca, Ju- llece de él. liana y Sarita. —Sí; La Tigra… Su predio minúsculo —ellas le dicen “La hacien- A la niña Pancha le envuelve en sus telas doradas la da”— no es más grande que un cementerio de al- leyenda. Pero, su prestigio no requiere de la fábula dea. Pero, eso no importa. Jamás las Miranda han para su solidez. La verdad basta. tenido cerca en los linderos, sencillamente porque La niña Pancha es una mujer extraordinaria. Tira al no los reconocen. Se expanden con sus animales y fierro mejor que el mas hábil jugador de los contor- con sus desmontes como necesitan. Talan las arbo- nos: en sus manos, el machete cobra una vida ágil ledas que requieren. Entablan potreros ahí en la tie- y sinuosa de serpiente voladora. Dispara como un rra más propicia para la yerba de pasto. cazador: donde pone el ojo, pone la bala, confor- El fundo está abierto en plena jungla, sobre las man- me al decir campesino. Monta caballos alzados y chas de maderas preciosas. Se llama, en honor de amansa potros recientes. Suele luchar, por ensayar sus dueñas, “Tres Hermanas”, y desde él cualquier fuerzas, con los toros donceles (Ella nombra así a lugar queda lejos. El poblado más próximo es Bal- los toretes que aún no han cubierto vacas). zar; y, para venir a Balzar, hay que andar, o mejor, arrastrarse por senderos de culebras, un día con su Muy de tarde en tarde, la niña Pancha trasega noche. En invierno, exponiéndose a toda cosa —por aguardiente. Gusta de hacer esto alguna noche de ejemplo, a matarse entre las piedras filudas, bajo la sábado, cuando el peonaje, después de la paga, se correntada—, se puede utilizar el camino del río, mete a beber en la tienda que las mismas Miranda por el cual descienden, ayudadas desde el ribazo sostienen en la planta baja de la casa-de-tejas. por las mulas, las tupidas alfajías. Sólo que esta vía del agua tarda un poco más en ser cumplida: hasta En tales ocasiones, la niña Pancha se convierte pro- Balzar “se gastan” cuatro días y cuatro noches. piamente en una fiera; y a los peones, por muy Entre cada Miranda y la siguiente, media aproxima- ebrios que estén, en viéndola así se les despeja la damente un lustro de diferencia. Así, Francisca —la cabeza. niña Pancha— va por los treinta años; Juliana, por —¡La Tigra está ahumándose! los veinticinco; y Sarita es ya una ciudadana. —¿De veras? Yo me voy. 192 GALO RENÉ PÉREZ

—Es pior. Hay que estarse quedito hasta ver a quién la almendra de una fruta exprimida. Fue gustada. Se agarra. la arroja. —Ahá. Si alvierte que te vas, te seguirá a bala lim- —¡Largo, perro! pia. Le desagrada a la niña Pancha que el domador oca- Es así. Cuando la niña Pancha descubre que, mien- sional recuerde. Satisfácele el amante desmemoria- tras ella bebe, alguno deja furtivamente la cantina, do. lo caza a balazos en la oscuridad. Un día, Venancio Prieto, que a su turno resultó fa- —¡Ah, hijo de perra! ¡Corre! ¡Corre! Esto te ayuda- vorecido, le dijo algo a la niña Pancha. Algo sobre rá a correr. Apoyada en el hombro la dos-cañones aquello. —”la gemela”—, dispara a las piernas del huidizo. ¡La Tigra! También le place “hacer bailar”. La Tigra estaba frente a él, con el machete en la —¡Baila, Everaldo! ¡Baila, Everaldo! diestra. De un revés admirable, que no tocó la na- Y el hombre tiene que bailar hasta que a la “patro- riz, que ni siquiera golpeó los dientes, se le llevó los nita linda” le viene en gana, para caer luego rendi- belfos gruesos, abultados, de negroide. do, acezante, como un perro con aviva, a revolcar- —Tenías mucha bemba, Venancio, y hablabas feo. se en el suelo de la mantina. Ahora te la he recortao pa que puedas hablar boni- —¡Flojo bía sido Everaldo! ¡Veremos con vos, Ca- to. ra’e caballo qué tal eres pa’l baile! Desde los dieciocho años, la niña Pancha fue el ¡La Tigra! Cuando ya está completamente borracha, ama. El jefe inexpugnable de su casa y de sus gen- necesita un domador. tes. El señor feudal de la peonada. Vaga su mirada por el concurso de peones. Al fin, Amaneció señora. se fija en alguno. Una noche… —¡Ven, Tobías! Llovía a cántaros esa noche. parecía que la selva se No cabe resistir a la voz imperiosa. Es la patrona y venía abajo, que no podría resistir el peso de las la hembra que llaman en la voz de la niña Pancha: aguas volcadas desde el cielo. Afuera, todo estaba la patrona implacable y la hembra implacable. oscuro, densamente oscuro, entre relámpago y re- —Ven, Tobías… lámpago. La vacada mujía aterrorizada en el potre- Es una dulce orden; pero, es una orden. ro punzado de rayos que quebrantaban los troncos Lo sube a la casa tras de ella, y lo hace entrar en su añosos. propia alcoba. Desde su ventana, la niña Pancha adivinaba a las Con frecuencia, el escogido tiene que abandonar, vacas apretujándose en redor del toro padre; creía horas después, antes del amanecer, por la ventana, verlo a éste, afirmándose con los cuartos traseros en la alcoba a que ingresara por la puerta. el lodazal, recogiendo las manos como si se arrodi- ¡La Tigra! llara a implorar clemencia del cielo tremendo. Cuando a La Tigra se le esfuman las nubes del alco- —¡Mariquita er “Segundo”, vea! ¡Mujerona! tiene hol, le fastidian los hombres. miedo. —¡Largo, perro! Ella —la niña Pancha— no tenía miedo. ¿Y por qué Casi siempre, al domador ocasional lo despide, con habría de tenerlo? ¿Qué le iba a hacer el agua? todos los honores, un tiro de revólver que le cruza, ¿Qué le iban a hacer los rayos? ¿Se la iban a comer, juguetón, una cuarta arriba de la cabeza. acaso? ¡Já, já, já! ¿Se la iban a comer? No; a ella no Momentos antes, esa misma cabeza ha sido devo- le pasaba nada. Nunca le había pasado nada. Jamás rada a besos profundos. Ahora, nada vale. Es como le pasaría nada. Ella era la hija mayor de papá Bau- LITERATURA DEL ECUADOR 193 dilio, el más hombre entre los hombres, y de mama Respiró. ¡Ahora sí! Jacinta, la mujer más mujer… Y ella misma era ¡la La niña Pancha subió muy despacio hasta el to- niña Pancha! rreoncito que dominaba la casa. Por ventura, las Todavía no la Tigra. Desde esa noche iba a empe- chiquillas no despertaron, y las depositó en el sue- zar a serlo, precisamente. lo, una junto a otra. Baudillo Miranda se mecía en su hamaca de la sa- Conocía la niña Pancha las costumbres de su padre, la. Cerca de la lámpara, junto a la mesa, mama Ja- hombre precavido, habituado a la vida de la selva. cinta cosía. La niña Pancha estaba asomada en la Estaba segura, por eso, de que en el mirador guar- galería, sobre el temporal. Sus hermanitas dormían daba un rifle de ejército, de cañón recortado, listo ahí atrás, en la alcoba. Nadie más había en la casa- siempre, y una reserva de cartuchos. de-tejas esa noche. Tanteó las paredes y dio con el arma. De repente ño Baudilio se levantó de la hamaca. —¡Por fin, Dios mío! Había percibido un ruido de pasos en la escalera, y Estaba serena la niña Pancha. Sólo una idea la ob- se dirigió a la puerta. Pensó que sería gente conoci- sedía: vengar a los viejos. Pero, no se atolondraba. da, pues los perros guardianes no ladraron. No al- No; eso no. Había que aprovechar las ventajas de canzó a pisar el umbral. Cayó de redondo, con el que en este momento gozaba. No la habían oído. pecho atravesado de un balazo. Sonó en seguida ¡Ah, esta lluvia bendita! ¡Esta santa tempestad! otro disparo, y ña Jacinta se abatió sobre sus trapos Se asomó al ventanal con el fusil amartillado. Des- de costura. Todo fue cuestión de segundos. de ahí veía toda la casa. La arquitectura montuvia En la sala penetraron cinco hombres armados. ha dispuesto los miradores en forma que sean como Uno de ellos inquirió: torres de homenaje para la defensa. —¿Y las chicas? ¿Dónde estaban los asaltantes? ¡Ah! ¡Qué bien los —Han de estar acostadas —repuso otro. distinguía! Se alumbraban con velas de sebo y re- —¿No se habrán recordado? buscaban en los dormitorios. Aún no se habían da- —No… ¡qué va! El sueño del muchacho es como el do cuenta de nada. sueño del chancho. La niña Pancha se acodó en el alféizar y enfiló la di- —Ahá… Oye… ¿y la Pancha? ¡Buen cuerazo! ¡No rección. Primero, a ése. Ese había matado a sus pa- hay que olvidarse! dres. —Eso pa dispué. Ahora vamo a ver qué hay de pla- Estuvo afianzando la puntería durante un largo mi- ta. Este desgraciao —y el que hablaba sacudió un nuto y disparó. puntapié al cadáver de Baudilio Miranda—; este la- Tumbó al hombre de contado. garto preñao era rico, dicen… Los otros se alarmaron. ¿Qué ocurría? ¿De dónde La niña Pancha estaba en la penumbra de la gale- aquel disparo? Sacaron a relucir sus armas contra el ría, encogida como un pequeño animalito asustado. enemigo invisible. Pero, no estaba asustada. No se había alterado lo La niña Pancha no les dio tiempo para más. Un ins- más mínimo. Antes se le habían templado los ner- tante significaba la vida. Estaba decidida a extermi- vios. Debía hacer algo… Algo… ¡Ya!… narlos. Disparó a los bultos sin tregua ni descanso. Se resolvió Amparada en las tinieblas, se deslizó Parecía haberse vuelto loca. Un balazo tras otro. por las piezas interiores —¡ella se sabía su casa de Los criminales se desconcertaron y sólo pensaron memoria!— hasta la alcoba de las hermanitas. en huir; pero, en su terror ansioso, portaban en la Las encontró dormidas y las alzó en vilo. Cargada mano las velas encendidas, ofreciendo blanco a con ellas se encaminó a la escalera del mirador y maravilla. trancó la puerta por dentro. 194 GALO RENÉ PÉREZ

Aun cuando la niña Pancha vio caer a los cinco hacerse obedecer, detenidos en su gesto de mando hombres, no paró el fuego. La poseía una alta fiebre por la muerte intempestiva! ¡Cobardes! de muerte. Quería matar. ¡Matar! ¡Destruir! Gol- El resto del tiempo hasta el alba, la niña Pancha se peaba a las hermanas, que, despiertas ahora y tem- lo pasó en el torreoncillo, abrazada de sus herma- blorosas, se le abrazaban a las piernas. nas, temblando, sintiendo miedo de todo, deslum- —¿Quiten! ¡Dejen! ¡Vaina! brada por los relámpagos. Disparaba. Disparaba. Disparaba al azar sobre las Cuando salió el sol, bajó a las habitaciones. había habitaciones. Oía los impactos en el piso de tablas siete cadáveres humanos y el de un perro. gruesas. Oía el zumbido de los proyectiles que par- La niña Pancha besó el rostro de ño Baudilio, besó tían las cañas de las paredes. Oía el chililín de las el rostro de ña Jacinta, y mojó con lágrimas ardoro- lozas quebradas. Oía el campaneo de las ollas de sas, teniéndolo en los brazos, como a su bebé fierro de la cocina tocadas por las balas. Y, en me- muerto la madre desolada, el cuerpecito frío de dio de esta algarabía que la excitaba más todavía, “Fiel amigo”. seguía disparando. Ese día niña Pancha asumió su jefatura omnipoten- A la postre, se calmó. te, cuyo más sólido apoyo lo constituía el temor Escuchó. ¿Qué habría abajo? ¿Estaban todos muer- que inspiraba. tos? No; alguien se quejaba. Cualquier comarcano antiguo diría esto de ella, al —¡Perdón! ¡Perdón! ¡Perdón, por Dios! comentar, con el cigarro de tras la merienda en la ¿Quién sería? boca desdentada, la hazaña irrepetible: cinco hom- La voz herida suplicaba: bres muertos. —¡Agua! Agua, niña Pancha… —Una tigra… La había visto. La había reconocido. A la luz de al- Desde entonces la niña Pancha dejó de ser, para el gún relámpago. De algún fogonazo. Pero, ¿quién vecindario, la niña Pancha, y se convirtió en la Ti- sería? Y, sobre todo, ¿dónde estaría? gra. La niña Pancha se guió por la voz. Y comenzó una —¡La Tigra! horrible cacería. Disparaba sobre el sonido. Una Hacia media mañana los peones atendieron a la vez. Otra vez. hasta que se extinguió la voz herida convocación de la campana angustiada de llamar- y el gran silencio reinó en la casa. los. Uno tras otro, primero los más valientes y arro- Entonces, la niña Pancha sonrió. jados, después los más tímidos y medrosos fueron Sonrió… Pero, ¿qué era eso, ahora? Se estremeció aproximándose a la casa-de-tejas. la muchacha. Prestó atención. Semejaba un vagido —¿Qué ha pasado anoche, patroncita? Me dijeron. de niño. ¡Ah! ¡Su perrito! ¡”Fiel amigo”! ¿Lo habría Yo no estaba. Me fuí temprano onde mi comadre alcanzado alguna bala? ¿Estaría, no más, asustado? Petita, que tiene un hijo enfermo… Mi comadre Pe- La niña Pancha se dispuso a socorrer al bicho. ¡No! tita, ¿ricuerda?, la de Piedra Güeca… ¡No! ¿Y si alguno de los asaltantes estaba vivo aún, —Ahá. escondido, esperándola? Otro más se sinceraba: Se sintió, de pronto, una débil mujer, y soltó a llo- —Yo como usté estará cierta, tengo un sueño que rar casi a gritos. Luego, sacudió la campana que parezco un palo, mala la comparación… Ni oí, si- convocaba a los peones. Desde ahí distinguía las quiera… masas negras de sus casas, destacándose más ne- —Ahá. gras que la noche, en la sombra profunda. ¡Cobar- La niña Pancha se había recobrado por completo. des! ¡No venían! ¡No se atreverían a venir! ¡supon- Sus ojos estaban hinchados y enrojecidos de llorar; drían a los patrones difuntos, incapacitados ya de pero, su voz era firme, y su ademán, seguro. Lo ha- LITERATURA DEL ECUADOR 195 bía previsto todo. A las hermanas las había puesto a —El patica se los jaló al infierno, pues. la máquina, a coser la zaraza negra de los trajes de La niña Pancha había olvidado a su perro. Al otro luto. En cuanto a sus dos muertos queridos, los ha- día tropezó con el cadáver en la azotea. Lo miró un bía vestido ya con lo mejor que encontró, acomo- instante. Hedía horrorosamente. La niña Pancha lo dándolos en el gran lecho conyugal, en la postura empujó al vacío con un palo de escoba. Al caer, yacente definitiva, con las manos cruzadas en acti- “Fiel amigo” reventó como una camareta. tud suplicante sobre el pecho. De los demás cadá- Como al mes de aquellos sucesos se presentó en la veres no se había preocupado. Permanecían donde hacienda el comisario de policía de Balzar. Lo fueron cayendo en sus desesperados gestos de lu- acompañaban el secretario y dos números de la cha contra la oscuridad y contra la muerte, revolca- gendarmería rural. dos en su sangre. —Venimos, pues, a levantar el sumario. La niña Pancha se dirigió a los peones: —Ahá. —A ver: cuatro de ustedes caven una fosa pa los pa- —¿Qué le parece, guapa? trones. —Por mí, levante lo que le dé la gana, no más. ¡Vayan! Era la niña Pancha quien respondía. —¿Y ónde niña Pancha? El comisario formuló una serie de preguntas, que —Allá, en el cerrito, en la mancha de guaránganos. después repetía de otro modo. Me avisan. —Así que usted mató a los cinco, ¿no? Un anciano se atrevió a preguntar, refiriéndose a los —Claro, pues; ya le hey dicho. cuerpos muertos de los atacantes: —¡Ah!… —¿Y a ésos? ¿onde les enterramos? —¿Y eran cinco mismo? La niña Pancha se lo quedó mirando fijamente. Bai- —Sí, hombre; ya me’stá usté cansando. laba en sus ojos la burla. La delegación merendó en la casa-de-tejas. La niña —¿Enterrarlos? ¿Es que eres mismo, o te haces, Ga- Pancha hizo los honores de la mesa. briel? ¿O es que los años…? Conque, enterrarlos, El comisario era un tipo joven. Delatábase dado a ¿no? ¡A éstos! ¡Bah! las faldas. Galanteaba a la niña Pancha. La niña Los haré tirar a medio potrero, pa que se los coman Pancha lo escuchaba, sonriente. El comisario ha- los gallinazos, de día, y los agoreros, de noche. Eso blaba acerca de su importante persona y de su ciu- haré. dad natal. Rió a carcajadas. —Yo soy de Guayaquil, ¿sabe? —¡Enterrarlos! ¡Tas jumo, Gabriel! ¡Tas jumo! —Ahá. Lo hizo como lo dijo. Al atardecer llevó a sepultar —Silvano Moreira, el capitán Silvano Moreira, de los cadáveres de ño Baudilio y ña Jacinta. Los me- Guayaquil. Me llaman capitán, por el cargo; pero, tió en una misma fosa, bajo los nervudos guaránga- soy, no más, teniente. Teniente de infantería de lí- nos, y colocó una rústica cruz para marcar el sitio. nea. Antes, había mandado a arrojar a la sabana los cin- —Ahá. co cadáveres restantes. No amanecieron. En la no- —¿Usted ha estado en Guayaquil, señorita? che, los parientes se los robarían, sin duda. —No; en Balzar, no más. La niña Pancha se puso pensativa. —Guayaquil es muy lindo. Precioso. ¡Qué calles! —¿Se los habrán cargao ellos? —musitó. —En Balzar también hay calles. Luego la dominó una idea: —Pero, no como las de Guayaquil. Son enormes. —No; se los ha llevado el diablo. —Ahá. En breve, esta versión fabulosa, cara a la fantasía montuvia, se generalizó: 196 GALO RENÉ PÉREZ

La charla insulsa del comisario se desenvolvía de El muerto es muerto. esa manera, pero sus ojos, más activos, devoraban Añadió aún: a la muchacha. Notábase en ellos una exacerbada —¡Buen rancho la patrona, ¿no?, la niña Pancha! lujuria. El secretario y los gendarmes le llevaban la Ahora sí comprendió ño Victorino; y, poniendo los cuerda a su superior jerárquico. ojos en blanco y relamiéndose los labios, dijo pica- Alzada la mesa, el comisario tomó del brazo a la ni- rescamente: ña Pancha y la condujo a la galería. —¡Y es coco, jefe! ¡Virgen doncella! —Nosotros dormiremos aquí —dijo—. Nos acomo- Más o menos al año apareció por la hacienda el daremos en cualquier parte. Somos soldados y esta- tuerto Sotero Naranjo. mos acostumbrados a todo. Como en campaña. El tuerto era un hombrachón fornido, bajo de esta- La niña Pancha guardó silencio. El capitán Moreira tura, de regular edad y metido en sus grasas. Tenía entendió el silencio por una tácita aceptación. un aire vacuno, pacífico, que justificaba su apodo —Y pasaremos los dos una noche jay… —murmu- de Ternerote. ró a la oreja de la muchacha. Les explicó a las Miranda. Intentó ahora acariciarle los senos. –Yo soy tío de ustedes, mismamente. La mama de —¡Dame un beso!… ¿Quieres? ustedes, la finadita Jacinta Moreno, era sobrina del La niña Pancha se volvió bruscamente y cruzó la difunto mi padre. cara del comisario con la mano abierta. —Ahá. —¡Busque la manga, hombre! Usté y su gente dor- Las Miranda no discutieron el parentesco. Les con- mirán en la casa del negro Victorino. Ya sabe. venía aceptarlo. Ellas necesitaban un hombre de Dio un salto atrás, en guardia. confianza. Podía ser éste. Justamente ahora que ha- El capitán Moreira pretendió imponerse: bían abierto la tienda, les era indispensable. —Es que yo soy la autoridá, y hago lo que me pa- —Ta bien, Ternerote. ¿Te querés hacer cargo de la rece; tienda? —Vea señor… ¡Déjese de cosas! Aquí…, aquí man- El tuerto Sotero Naranjo se encantó. ¡De perlas! Era do yo… para eso que él servía. En Colines había tenido una La niña Pancha cobró un aspecto resuelto. Rebrilla- tienda de su propiedad. Pero lo arruinaron los chi- ron sus ojos de rabia. Y el bravo capitán Moreira re- nos. Los chinos, claro; ¿quiénes otros? Como ellos cordó con toda oportunidad a los cinco asaltantes no gastan en nada: no comen, no beben, no usan muertos a bala, y optó por retirarse. mujer… Así, venden más barato. ¡Vaya! Los nacio- —Como sea su gusto. Yo soy muy galante con las nales, en cambio, son otra cosa, de otra madera, damas. pues comen, beben, y lo demás… ¡Muy justo! El, —Bueno; lárguese… Sotero Naranjo, era, antes que nada, un nacional. A la madrugada, la delegación policial dejó la ha- Bueno, pues; como iba diciendo, hubo de ceder el cienda. negocio. ¡Cuánto sufrió en esa ocasión! Fue, para El comisario dijo al negro Victorino, al despedirse: él, tanta tristeza, mala la comparación, como si —¿Sabe? Para mí, este caso es legítima defensa. vendiera a su propia mujer. Y es que así quería a su No Victorino no comprendió nada; pero, creyó me- negocio. Así quería a sus mostradores, a sus per- nester asentir: chas, a sus anaqueles. Como a una mujer o como a —Así es, jefe. un caballo. Así. Con decir que quería hasta los artí- El capitán agregó, mientras tomaba el camino de re- culos de expendio. En fin… ¡Qué se le iba a ha- greso: cer!… Pero, él era lo que se dice un entendido en —¿Y para qué instruir el sumario? Total, para nada. materia de abarrotes. LITERATURA DEL ECUADOR 197

—Es pa lo que me preciso. Concluía Sotero por franquearse: Por descontado, él, además, valía para muchos —Mire, amigo, ¡pa qué voy a engañarlo!, yo le den- otros menesteres. Tumbar cacao, arguenear, piso- tro a la entremedia, a Juliana; pero, ¿sabe?, hay que nar; todo eso sabía. Rajar leña, ¡ah! Distinguía y se- cuidarse de Pancha. Pancha es, pues, fregada. paraba los palos como cualquier montañero el alga- Decía verdad Sotero Naranjo. Mantenía estrechas rrobo del aromo; el ébano del compoño; el mata- relaciones amorosas con Juliana Miranda; y si no sarna del porotillo. El algarrobo lo mejor, por su- habían pasado a mayores, según confesaba, no era puesto. ¿Y dónde dejar el guarángano? Arde solo, por alta de ganas. Entre el afán de poseer a la mu- también. El tenía visto, al venir, aquí en la hacien- chacha y la realización del deseo, se interponía da, una mancha enorme de guaránganos que inci- con su sangriento prestigio la figura temerosa de la taba a meterle hacha. ¡Ah!, ¿y lo otro? Hacer que- Tigra. sos, batir mantequilla, ordeñar, chiquerear, herrar, —¡Capaz me mata! señalar, castrar, los mil y un oficios menores de la —¿Y por qué no se acomoda con ella, pues? ganadería: todos los dominaba. Pero, “más menos”. —¿Con quién? —Más menos, claro, que lo de enflautarle a uno, —Con la niña Pancha, pues. por verbigracia, ruán pasado en vez de olán pa cal- —¡Bay, usté está mamao, amigo! zonaria. Pa eso soy una águila. —Puede que se sea así, don Naranjo —concluía, —¡Ah!… transigiendo, el interlocutor—; pero, siga mi conse- A poco de su llegada Sotero Naranjo estaba coloca- jo, no más. ¡Déntrele a la Tigra! Esa fruta está ma- do como dependiente en el despacho de abarrotes. dura; pudriéndose, mismo. Se alojaba en la trastienda, pero comía con las her- De frecuentes diálogos de la laya, Sotero Naranjo manas a la mesa común. Hacía con las Miranda tra- salía envalentonado. Paulatinamente iba cobrando to de familia. ánimos. Hasta que se decidió a echarlo todo por la El tuerto era de trato simpático y agradable. Gusta- borda. ba de contar picantes chascarrillos y aventuras obs- Cierta tarde de domingo cerró temprano la tienda, cenas, en las que se exorbitaba su fantasía, atribu- y se encaminó al picado donde estaba la cancha de yéndolas a su propia persona. Serían escasas dos vi- gallos, en un redondo placer detrás de la casa. das para que en ellas le hubiera sucedido cuanto Apostó sin entusiasmo, al principio; mas, luego fue narraba. excitándose con las incidencias de la lidia y los tra- Los peones, a quienes permitía muchas confianzas gos de chicha fuerte con punta de mallorca. Hasta y lo llamaban ya por su remoquete, solían decirle: que se resolvió. Iría a buscar a Juliana. Le propon- —¿Pero, por qué, ño Ternerote, no se aprovecha de dría. Descontaba de antemano la aquiescencia de las hembritas? la chica. Sotero Naranjo se defendía, escandalizado: —Si sale mal la cosa, me largo, pues, ¡qué vaina! pa —¡Cómo! ¡Si yo soy de la misma carne que ellas! eso es grande el monte. ¡Hay cosas sagradas, amigo! Por mí, ni atocarlas… Encontró a Juliana, en la orilla del río, sola, buscan- —¡Bay, ño Ternerote! Lo que se ha de comer er mo- do pedruscos. Acababa de bañarse y llevaba el pe- ro, que se lo coma er cristiano, como dice er dicho. lo suelto a la espalda. La ropa se le pegaba al cuer- El tuerto meditaba profundamente. po limpio, mal enjugado, delatando las formas os- —¿O es que le tiene miedo a la Tigra? curas. —Yo no me abajo ante naide. —Vamos a andar, ¿quieres? —¿Entonce?… Vea, don Naranjo; cierto que la niña Juliana aceptó. Se metieron por los brusqueros Pancha es brava y macha pa todo; pero, en eso… apretados, entre el abrazo de los hierbajos rastreros ¡quien sabe!… La mujer es frágil. y de las lianas colgantes. 198 GALO RENÉ PÉREZ

—¡Cuidado las culebras, Sotero! En cambio, los hombres de la hacienda, viejos y —No; a mí me huyen. Tengo colgado de una pio- mozos, sin excepción lo envidiaban. la en el pescuezo, el cormillo de una equis rabo’e —¡Hay gente suertuda! ¡Veanlo al tuerto, que pare- hueso. Es la contra, negra. cía pasado por agua tibia, como los güevos!… ¡Bia —¡Ah!… sido macho juerte!… Vive con las dos hermanas; y, Dieron con un pequeño descampado y se sentaron de seguro, cuando madure la otra fruta…, se la co- en unos troncos caídos. me, también… Se habían alejado bastante. El tuerto Naranjo calcu- Algún anciano buscaba oportunidad de interpolar ló que ni aún gritando los oirían de la casa-de-tejas. su historia: Esto lo acabó de envalentonar. —Todo tuerto es así, bragao de las entrepiernas. Mi —¿Quieres ser mi mujer, Juliana? recuerdo que pa’l año de los Chapulos, vide a un Los catorce años bobalicones de Juliana estaban es- mentao Segundino que era falto de un ojo… tremecidos de amor por Ternerote. Otro anciano lo interrumpía: —Ya te hey dicho de que sí… –balbuceó. —¿Y mi general Buen? ¿Onde me lo deja? El catiro La niña Pancha los había seguido. A la distancia. tenia los dos ojos, y vía usté cómo era pa’l monta- Sin que se dieran cuenta. Guiándose sobre la hue- miento… Es que mismo habimos hombres así, ajus- lla de las hierbas pisoteadas. tadores… Nada pudo impedir. Cuando ya llegaba al descam- —¿Usté, ño Serapio? pado, oyó el agudo grito con que su hermana se —Juí; juí, en un tiempo antiguo, como dicen los despedía de su virginidad florecida. samborondeños, hace-olla-e-barro… La niña Pancha se sacudió como en un escalofrío. Las risotadas se sucedían; pero, volvían en seguida El grito ése, punzante, la agitó toda. Sentía que le a los comentarios: hincaba las entrañas. Que le arañaba los nervios. —¿Y cómo se alcanzará Ternerote pa las dos? Que le hacía hervir la sangre en las arterias inten- —¿De veras, no? sas. —¡Y qué ranchazos, baray! ¡Pa quedarse templao ¡Qué grito! Era un alarido más que un grito. Estaba como lagarto en playón! cargado de dolor, grávido de lujuria. Y, al propio —Ahá. tiempo, parecía una carcajada a la que un golpe de Lo envidiaban al infeliz; deseaban sustituirlo; y él, hipo intenso sofocara en suspiro. precisamente, habría dado algo porque lo reempla- La niña Pancha pretendió ponerse en su sitio. ¡La zaran. Tigra! Pero, no lo consiguió. Se le nublaron los ojos —Una mano, pongo por caso. y sintió que la cabeza le daba vueltas, como si fue- —Pero, ¿es que está tan hostigado, don Sote? ra a desmayarse… Y nunca supo luego cómo hizo Cualquiera de los ancianos metería basa: entonces lo que hizo. —El mucho dulce empalaga pues… Irrumpió en la escena terrible. Vio a su hermana Ternerote sonreía tristemente: tumbada sobre el suelo, como dormida, con la res- —¡Hostigao! ¿Usté ha visto un zorro apaeao cómo piración disneica. Y, frenética, se lanzó sobre Na- queda? ranjo. Lo agarró fuertemente de los hombros, y le Pues, igual… dijo, con vehemencia entrecortada: —¡Baray, don Sote; qué esageración! —Ahora…, ¡fórzame a mí, Ternerote!… ¡Fórzame o —Así es. te mato!… El transcurrir del día era una gloria para el tuerto Desde aquella tarde, al tuerto Sotero Naranjo se le Naranjo. Desde la tarde aquella, las dos hermanas hizo insoportable la existencia, hasta el extremo de se desvivían por agasajarlo. Le separaban los platos que pensó seriamente en acabar con ella. más delicados, los bocados más suculentos. LITERATURA DEL ECUADOR 199

—Tienes que alimentarte, Sotero. Estás amarillo co- En sus cruceros sobre Manabí, cuando montaban la mo plátano pintón. raya de Santa Ana y se introducían por las tierras ás- No consentían que trabajara. Alternaban ellas en el peras y sedientas de los pañales, persiguiendo a los despacho de la tienda. ladrones de ganado en sus ocultaderos del río Tigre; —Descansa, Sotero. los jefes de piquete procuraban dejarse coger por Se pasaba el tuerto acostado en la hamaca de la ga- las sombras en la hacienda de las Miranda. lería, comiendo y durmiendo. Fumaba sendos ciga- —¡Nos darían niñas, un güequito pa pasar la no- rros dauleños. Punteaba la guitarra. che? Sí; el día era una gloria. Jugaban con las palabras en un primitivo doble sen- ¡Pero, la noche! tido. Las dos hermanas se disputaban la preferencia de —Un güequito, no más. Vamos lo que se dice atra- sus favores. saos. —Yo soy la mayor —alegaba la niña Pancha. Las Miranda, no entendían, o fingían no entender. —Pero, jué mío más primero —redargüía la niña Ju- Por lo común, la niña Pancha respondía en nombre liana. de todas: Sin embargo, no reñían, y terminaban por entender- —Como sea su voluntá. Aquí no se niega posada al se. El pobre tuerto pasaba de una alcoba a otra, co- andante. mo un mueble. —Gracias, pues. Tanto amor lo iba matando. A pesar de los alimen- Recibían con placer a los hombres armados. Gusta- tos, a pesar del régimen de ocio, enflaquecía cada ban de ellos más que de los civiles. Les brindaban día más. Los ojos se le hundían en las órbitas exca- la merienda sabrosa y el café bienoliente. vadas. Se le brotaban los pómulos. Cobraba una fa- —¿Prefieren con puntita? cies comatosa. Al andar, vacilaba como un muñeco Era el comienzo. Les servían las grandes tazas, me- descuajeringado. didas de negra esencia y de puro de contrabando. Concluyó por rebelarse. No fue la suya una rebe- Después, menudeaban las copitas. lión violenta. Carecía de fuerzas para eso. Fue una —¡Hay que alegrarse, pues! —decía la niña Pan- rebelión sórdida y oscura que apenas llegó a cua- cha—. La noche está joven. jarse en la fuga silenciosa. —Así es, niñas. Aprovechando el sueño de hartura que dormían ni- —Vamos, pues, a dar una vueltita. ña Pancha y niña Juliana, Sotero Naranjo, en la –Vamos. sombra de la alta noche, emprendió la huída. Ponían en marcha el caduco fonógrafo de corneta, Todo lo dejó. Apenas si portó consigo el hato de sus marca Edison, cuyos rayados cilindros emitían soni- mudas. dos destemplados, roncos, cascados, que limitaban Tomó la ruta de los Andes lejanos, y fue a caer, tras perdidas armonías: valses somnolientos, habane- mil peripecias, en la aldea leonesa (*) de Angamar- reas lánguidas o desaforadas machichas brasileras. ca. Por rústico que fuera el oído de los gendarmes, Lo último se supo meses después, cuando y se lo aquellos sones les molestaban, antes que agradar- creía muerto en la selva, víctima de las fieras, comi- los. No se atrevían, empero, a manifestarlo así, cla- do de las aves… ramente. Pero, todo esto es historia antigua, marea pasadá… Alguno insinuaba: Los policías rurales han sentido siempre especial —Son un poco pasados de moda, mismo, estos to- predilección por hospedarse en la casa-de-tejas del ques. fundo “Tres Hermanas”. Probablemente, ahora no —Ahá. les ocurra lo mismo. 200 GALO RENÉ PÉREZ

—Mi mama no era mi mama, y ya se rascaban es- Lo corriente era que la guitarra tomara su propio ca- tas músicas —osaba decir el más atrevido. mino, y que la voz del cantador se trepara adonde La niña Pancha miraba con rabia no disimulada a podía, como mono en árbol. De cualquier manera, los soldados. el baile se hacía, alentado por las repetidas libacio- ¡Imbéciles! Ella adoraba su máquina Edison. Pensa- nes de mallorca. ba que no había nada mejor que eso. ¡A qué, pues! —Era trago, pues, anima. Pero, intuía que era un deber suyo complacer a los —Ahá. visitantes. “Er güespe ej er güespe, le oyó repetir a En breve, Juliana y la Tigra se dejaban convencer a su padre, el finado ño Baudilio; y había hecho de tanto ruego, y tocaban y cantaban. eso artículo de fe. Pero, lo más que hacían era bailar. —Bueno, pues. Paren el fonógrafo. Bailaban… zangoloteábase la casa enorme. Trina- De un rincón de la sala sacaba entonces una guita- ban sus cuerdas y sus vigas. Quejábanse sus tablo- rra española, de honda y sonora barriga, adornada nes de laurel. Sus calces profundos de palo inco- con un lazo de cinta ecuatoriana en el astil, cerca rruptible, esforzábanse por mantener la firmeza del del clavijero. conjunto. —Ya que no les place el Edison, aquí viene la vi- —Este armazón se mueve, ¿no? güela. Si arguien sabe… —De vera. De principio, no confesaba que ella misma glosaba —Será que baila, también, como nosotros. para acompañamiento, y que la niña Juliana, sobre —Así ha de ser pues. pulsar la guitarra, cantaba con la gracia de una co- Las tres hermanas hacían las atenciones en la sala. lemba dorada. Las tres se entregaban al movimiento melodioso y —También hay bandolina… Y un clarinete… pausado del valse o al agitado sacudir del pasillo, o Suspiraba al pronunciar la última palabra. a las ráfagas lúbricas de la jota, en los brazos de los Casi nunca faltaba entre los huéspedes algún grita- gendarmes. Las tres bebían el destilado quemante dor experto que se apoderaba en seguida del instru- que cocinaba las gargantas. Pero, Juliana y la Tigra mento. escamoteaban servidas a Sara, cuidando que no to- La niña Pancha se apresuraba a expresar sus aficio- mara demasiado. Vigilaban sus menores actos. nes: Controlaban sus gestos más mínimos. —Valses, ¿quiere? O amorfinos. O pasillos. Pero, —Vos eres medio enfermiza, Sara. ¡No vaya hacer- pasillos de acá; no de la sierra. te daño! —Ahá. Cuando advertían que, a pesar de todo, Sara se ha- La niña Pancha detestaba a la sierra y a sus cosas. bía embriagado o estaba en trance de embriagarse, Jamás había tenido un amante que fuera de esa re- acudían a ella. A empellones la conducían a su gión. Afirmaba que todos los serranos son piojosos cuarto, la desnudaban y la metían en la cama, y que, además, les apestan los pies. De la música se echando luego candado a la puerta y escondiendo conformaba con decir que era triste. la llave. Lo propio hacían cuando notaban que en —Pa llorar no más sirve… los huéspedes el alcohol comenzaba a causar sus Rompían el silencio de la selva anochecida, las no- efectos, por mucho que Sara estuviera aún en sus tas simples de los pasillos: cabales. Por supuesto, la muchacha, no dejaba gustosa la di- Cuando tú te hayas ido… versión. Negábase a salir de la sala, y sólo a viva O, si no: fuerza conseguían sus hermanas sacarla de ahí. ya Yo te quise, Isabel, con toda mi pasión… en su alcoba, se la oía sollozar. LITERATURA DEL ECUADOR 201

Los huéspedes la defendían según sus aficiones: hermanas conducían a sus alcobas al amante tran- con interés o por elemental cortesía. sitorio, lloraba a gritos. —¿Y por qué, pues, se va la niña Sarita? —¿Y yo? ¿Y yo? La Tigra hablaba, entonces: Era terrible. —Es maliada, ¿sabe? No le conviene esto. Se revolcaba en su lecho de obligada virgen, como —¡Ah!… una envenenada; se tiraba sobre el piso; golpeaba Miraba a los soldados con ojos relampagueantes; se las paredes y pretendía traer abajo la puerta. ponía en jarras, con lo que sus senos robustos emer- —¡Yo también! ¿Por qué no me dejan a mi también? gían soberbiamente, esculpiéndose en la tela de la Luego, insultaba a sus hermanas, endilgándoles los blusa, como un par de boyas en la pleamar; conto- más asquerosos y repugnantes adjetivos, hasta que, neaba las redondas caderas en una actitud promiso- extenuada, agotada, vacía, caía como una muerta, ra y lasciva; y decía, con voz sorda, baja, hueca, de rendida de sueño profundo. hembra placentera: A la niña Juliana la conmovía un tanto la angustia —Aquí estamos nosotras: Juliana y yo… ¿Pa qué de la ñañita. A la Tigra, no. más? ¿No es cierto? Decíales aquélla: Los hombres subrayaban la afirmación con los ojos —Acuérdate de vos, Pancha, con Ternerote… desenfrenados. —Me acuerdo, ¿qué crees? ¡Pero, esa no! Tú sabes —Ahá. por qué; tú ya sabes… Era cuando la orgía llegaba a su máximum. Y si alguno de los visitantes inquiría sobre lo que le Juliana y la Tigra escogían sus compañeros. acontecía a Sara, la Tigra respondía serenamente: —Bailamos ¿ah? —Mi ñaña es medio loca, ¿ve? Loca de la cabeza… Y en la mitad de la danza apretaban a la pareja con- Asentiría el preguntón: —Ahá… Histérica… tra los pechos enhiestos: La Tigra ignoraba la palabreja. Se le alcanzaba un —¿Vamos negro? poco que era algo así como romántica. Desaparecían las dos a un tiempo, o una después Mascullaba el vocablo: de otra, seguidas del elegido; y volvían luego con —Romántica… los rostros empalidecidos, castigados de fatiga amo- Y por asociación de ideas se le venía a la mente el rosa, a continuar la fiesta. recuerdo del hombre del clarinete… Solía ocurrir que no volvieran en toda la noche; y, —Del clarinete que está en la sala, —murmuraba entonces, los desdeñados se consolaban bebiendo para sí, como si ella misma se diera una explica- hasta dormirse. ción. Alguna vez, cuando los gendarmes eran novatos — ”altas”, les decía—, y no conocían las costumbres Un telegrama de la casa, ni la fama de la niña Pancha, provocaba riñas y alborotos por la preferencia. “De Balzar, 26 de enero de 1935. —Intendente. _ Si el jefe del piquete no metía orden, la Tigra se en- Guayaquil. — Este momento, siete noche, salgo di- cargaba de ello. Contábase que más de una ocasión rección hacienda “Tres Hermanas”, con piquete la sangre policía, que ella hizo verter, mojó las ta- diez gendarmes montados, cumplir orden Ud. — blas de la sala. Pero, la verdad es que se referían Ref. suyo ayer. — (fdo) Comisario Nacional”. tantas cosas… Mas, quien realmente daba la nota trágica en estas Intermezzo musicale: solo de clarinete escenas, era la menor de las Miranda. El hombre repentino. el hombre inesperado. Cuando desde su encierro Sara comprendía que sus Era una historia fresca. Fresca como la carne de la 202 GALO RENÉ PÉREZ

badea matrona. Así de fresca. Y sabrosa. Sabrosa estaba tendido en la hamaca de la sala, tan cerca, como la carne del mamey Cartagena. Así de sabro- tan cerca que lo oía respirar; ¡y ella, ahí, propicia! sa. A la luz del brasero de velones que no apagó, la ni- Al evocarla la Tigra sonreía para sí —¡ah, sólo para ña Pancha contemplaba su cuerpo desnudo. sí!—, con una dulzura escondida, como una madre —Si me viera así… que le sonreía al hijo de que está preñada, al hijo ¿Osaría llamarlo? No. A otro se le habría brindado; nonato. a él, no. ¡Jamás!… Pero, si él la deseara… ¡Cómo ¡Y era tan breve esa historia! sería suya! De qué suerte única, como no había si- Cierta tarde llegó a la hacienda un mocetón serra- do de nadie! no. Era rubio y hermoso. Cuando el alba inundó de luz amarillenta su alco- —Era como un gringo, no más; ¿verdá, ñaña Juiana? ba, la niña Pancha abandonó el lecho insomne. El mozo no llevaba otra impedimenta que un clari- Fue al hombre dormido. nete roñoso, ese que ahora guardaba la Tigra. Iba —¡Señor! ¡Señor! para las tierras cordilleranas. Despierto ya, le preparó ella el desayuno. La cria- Se alojó en la casa. Comió con las hermanas. Des- da, no. Ella misma. Ella quería servirlo. pués, acompañado de la Tigra, bajó a la orilla del —¿Se va, siempre? río. —Sí. ¡Y tan agradecido. El sostenía en sus manos el —¿Quiere oir tocar este instrumento, señorita? clarinete. Miraba a la mujer con una vaga tristeza Mostraba su clarinete imprescindible. en los ojos celestes. —Ahá. —Yo le dejaré un encargo, señorita. Un encargo, no A la mujer le pareció una música de hechicería la más. Guárdeme este instrumento. Me descubrirían que brotaba del clarinete. por él, ¿sabe? Pero, no quiero perderlo. Volveré por Palmoteaba como una chicuela: él. —¡Qué lindo! ¡Qué lindo! —¿Volverá? Después se puso melancólica, como no lo había es- —Sí; cuando se acabe este invierno, vendré; y si no tado nunca. El odio a los serranos se fue del cora- vengo en esa época, será que no vendré ya nunca. zón de la Tigra. ¡Ah, este mozo adorable! ¡Cómo lo Entonces, este clarinete será suyo. amaría ella! Hubiera querido besarlo, morderlo; ser Le oprimió la mano, y se fue. suya en ese instante y para siempre, ahí, ahí mismo, sobre las piedras humedecidas; entregársele toda… Y pasó el invierno. Y llegó el verano, dorado a fue- Pero, él nada decía. Estaba remoto. Estaba en su go de sol. Y otra vez empezaron a caer las lluvias música. sobre los campos resecos. Cesó de tocar. Pero, el hombre no regresó. —Estoy cansado. Mañana me iré, de mañanita. De- En el corazón de la Tigra, el odio a los serranos fue searía dormir… de nuevo instalándose. —¿Por qué no se queda? —alcanzó a balbucear la El clarinete se inmovilizó en una mesa de la sala. niña Pancha. Estaba más roñoso. más feo. Cualquiera figuraríase —¡Ah, no; no! Tengo que irme. Tengo que irme… que había envejecido de abandono, muchos años La Tigra no se atrevió a insistir. en cada uno. —Reposaré unas horas, hasta la madrugada. La Tigra lo contemplaba con un sentimiento extra- Esa noche no cerró los ojos la niña Pancha. La pro- ño: como con una burla triste. ximidad de aquel hombre la inquietaba. Sabía que Cada mañana, al hacer la limpieza de los muebles, el pobre instrumento proporcionaba a su guardado- LITERATURA DEL ECUADOR 203 ra un momento de emoción antigua, como un pe- —Ahá. dazo de pan romántico. Sara era por entonces una muchachita traviesa, y Y ésta es la historia del clarinete. nada tenía que consultar. Pero, la Tigra, si. La Tigra La marea ha de estar subiendo en el río, en este ins- le confió sus ardores. Y Masa Blanca se hizo relatar tante, porque —como cuando refluyen las basu- el rojo cronicón de las hermanas Miranda. ras— vienen a la memoria cosas pasadas. Cuando su curiosidad de vejete estuvo satisfecha, “Tú ya sabes por qué, Juliana; tú ya lo sabes”. pensó en el negocio. En verdad, Juliana conocía la causa tremenda en —D’esta casa está apoderao er Compadre. fuerza de la cual Sara tenía que conservarse virgen El Compadre era, también, el demonio. por siempre: fuente sellada; capullo apretado; fruto —Y hay que sacarlo, pué. caído del árbol antes de la madurez, que habría de —¿Cómo, ño Masa? podrirse encerrando sin futuro la semilla malhecha. —Verán… Pero, mi precio es una vaca rejera… con El negro Masa Blanca había andado por la hacien- er chimbote, claro… da años atrás. Las Miranda convinieron en el honorario. —¿No hay argún enjuermo que melecinar? Aquí es- Masa Blanca celebró entonces lo que él llamaba “la tá en mi modesta persona un médico vegetal. misa mala”… En un cuarto vacío de la casa, aco- El negro Masa Blanca era un curandero afamado. modó un altarzuelo con cajas de kerosene que afo- Le rodeaba cierto ambiente misterioso. Se ignoraba rró de zarza negra; puso sobre el ara una calavera, dónde vivía. Según unos habitaba en los terrenos de posiblemente distribuyó sin orden trece velas en la “Pampaló”, el latifundii de los Hernández da Fon- estancia; y a media noche, inició la ceremonia. Da- seca. Según otros carecía de residencia fija. Lo cier- ba manotones en el aire. Barría con los pies descal- to es que se topaba con él en los sitios más distan- zos las esquinas de la pieza; en fin, se movía como tes e inesperados. un verdadero poseído. —Ha de volar de noche en argún palo encantao… A la postre, hizo como si apresara un cuerpo. —Es brujo malo. Tiene trato con er Colorao… —¡Ya lo tengo garrao! —vociferaba. El Colorao era el diablo. Accionó lo mismo que si arrojara por una ventana —Camina en l;agua sin mojarse los pieses… ese cuerpo imaginario al espacio. —Y cambia de cuero como er camalión… —Ya se jué —musitó, cansado. Masa blanca, sabedor de estos rumores de las gen- La Tigra y Juliana habían presenciado la escena ri- tes montuvias, colocaba su frase indispensable: dícula y macabra, que a ellas le pareció terrible- —Yo soy médico de curar. Puedo dañar, claro; pe- mente hermosa. Preguntó la Tigra: ro, no daño. Así es. —¿No s’apoderará otra vez de la casa el Compa- Masa blanca se calificaba también de adivino: dre? —Con más cábulas, veo lo que va pasar, como si ya Masa Blanca vaciló al responder: haiga pasao mesmo. — Puede de que no, si hacen lo que yo digo… Las Miranda consultaron con Masa Blanca sus do- Otro negocio. Cerrado el asunto, el hechicero ha- lencias. bló pausadamente. Era visible que le costaba difi- —Yo, pues, tengo un lobanillo adebajo der pescue- cultad inventar “la contra”; pero, las Miranda no se zo, —dijo Juliana—. ¿Qué hago pa quitármelo? percataron de ello. Masa blanca le aconsejó: —¿Cómo? —Frótese er chibolo o lo que sea con saliva en ayu- —¿Cómo? na; y, al acostarse, con unto sin sar, serenao. ¡La Estaban ansiosas. mano’e Dió!… 204 GALO RENÉ PÉREZ

—Ustede, pué, perdonando la espresión, han pecao Guayaquil.— Regresamos este momento comisión mucho po’abajo; y er Compadre la’sigue como la ordenada su autoridad. Peonada armada hacienda hormiga a la cañafistola… Si se les priende, no las “Tres Hermanas” ataconos balazos desde casa fun- aflojará… do. Señor comisario, herido pulmón izquierdo, si- Vaciló: gue viaje por lancha ‘Bienvenida’. Un gendarme y —¿Ustede tienen una hermana doncella, no? tres caballos resultaron muertos. Ruégole gestionar —Sí. baja dichas acémilas en libro estado respectivo. Es- —Sí pero instrucciones. Atento subalterno. — (Fdo.) Jefe —Ahá… bueno; mientras naiden la toque y ella vi- Piquete Rural”. va en junta de ustede, se sarvarán… De no, s’irán a Del gendarme no se solicitaba baja alguna en nin- los profundo… gún libro. ¿Para que? Antes bien, se le había dado —¡Ah!… de alta en el registro cantonal de defunciones. Fue esa la condenación a perpetua virginidad para La marea estará, ahora, repuntando en el río… Sara Miranda. La falta de imaginación de Masa Blanca, a quien no se le pudo ocurrir otra cosa, ca- José de la Cuadra, “La Tigra” de Horno. Fuente: José de la Cuadra, Obras completas. Quito, Casa yó sobre el destino de la muchacha. Era una senten- de la Cultura Ecuatoriana, 1958, pp. 415-447. cia definitiva a doncellez. Por supuesto, las dos Miranda mayores se guarda- Jorge Icaza (1906-1978) ron el secreto. —Ta enferma la ñaña. Nació en Quito. Vivió su infancia en —Es locona bastante. una enorme propiedad rural, conociendo así, —Si conociera marido se fregaría pa nunca más. por observación directa, la aflictiva realidad —Un doctor lo dijo. de los indios, las características de su condi- —Ahá. ción espiritual, sus costumbres. Aprobó en Por eso cuando Clemente Suárez Caseros, que pa- Quito los estudios escolares y parte de la ins- só en tránsito a Manabí y hubo de hosperdar Al por trucción media bajo la dirección de los frai- ocho días en la casa-de-tejas, esperando cabalga- les. Ingresó en la Facultad de Medicina, pero duras, se enamoró de Sara y la pidió en matrimo- la abandonó poco después. Siguió entonces nio, la Tigra se opuso: cursos de Arte Dramático, en el Conservatorio —No puede ser, don Caseros, vea. Mi ñaña está to- Nacional. La consecuencia inmediata de ello cadita. No puede ser. fue su profesión de actor, que la inició en Y lo invitó a marcharse. 1928, y que estimuló sus primeras creaciones —Pa cualquier lao y en lo que sea, don Caseros… literarias. En efecto, lo que primero escribió Pero, usté se va… No me venga a tolondrar a la lo- estuvo destinado al teatro: “El intruso” (1928); quita… “La comedia sin nombre” (1929); “Por el vie- Después, como Sara se dejó sorprender en prepara- jo” (1929); “Cuál es” (1931); “Como ellos tivos de fuga, sus hermanas la encerraron bajo lla- quieren” (1931); “Sin sentido” (1932). La ve. Compañía Dramática Nacional, a la que Ica- La cuestión era esa. za perteneció, puso en escena todos esos tra- A vida o muerte. bajos, cuyos temas habían sido tomados de conflictos íntimos de familia, o de prejuicios Y otro telegrama sociales. La experiencia personal de su autor, que llegó a conocer las exigencias del arte “De Balzar, enero 28 de 1935.— Intendente.— LITERATURA DEL ECUADOR 205 teatral, le fue de positiva utilidad en el domi- bor de novelista, que es justamente la que le nio de la acción y en la desenvoltura de los ha conquistado celebridad internacional. diálogos. En la enunciada producción narrativa Aunque no dejó de un modo definitivo de Jorge Icaza se muestran muy evidentes sus la creación dramática (pues que escribió “Fla- objetivos de crítica social. Son ellos los que gelo” en 1936), después de adquirir una prác- establecen la unidad de sus ideas combativas, tica muy conveniente en dicho género deci- y los que dictan el estilo de su relato y la per- dió probar su talento en la narración. Había sistencia de ciertos cuadros episódicos. La rei- conseguido ya penetrar en el complicado teración de éstos, disimulada por el cambio mundo interior del hombre; había adquirido de tal o cual matiz, por la variación de cir- destreza en la movilidad de los hechos y en la cunstancias más bien externas, quizás mueva vividez de la conversación y el monólogo de a sospechar que el autor ha limitado defec- los personajes; había aprendido a amar la tuosamente su capacidad de observación. O descarnada estructura del teatro: contaba su vuelo imaginativo. Y que hay un martilleo pues con los elementos con los que fue ar- demasiado mecánico sobre los mismos asun- mando sus cuentos y novelas. Pero el campo tos. Pero no sería justa esa suerte de aprecia- de su inspiración pasó a ser preponderante- ción. El novelista ecuatoriano ha asumido una mente otro: el de los sufrimientos del indio y posición firme. Ha advertido con perspicacia el cholo o mestizo en una sociedad corroída los males del país y la trágica fuente de que por el mal centenario de la discriminación ra- proceden. Sabe cuáles son los adversarios a cial, la desigualdad económica, las quiebras los que ha de enfrentarse en su lucha literaria, de la justicia y el sospechoso efecto de las le- de escritor comprometido. Tales adversarios yes. Sus nuevos libros fueron: “Barro de la sie- no han desaparecido aún de la escena públi- rra” (cuentos, 1933); “Huasipungo” (primer ca. Siguen manejando la vida ecuatoriana premio de la novela de Hispanoamérica en desde los principales apostaderos políticos. un concurso de la “Revista Americana” de Las causas que reclamaron el servicio de sus Buenos Aires, 1934); “En las calles” (premio facultades intelectuales se resisten de ese mo- nacional de la novela del Ecuador, 1936); do a declinar, y mantienen su antigua exigen- “Cholos” (novela, 1938); “Media vida des- cia sobre el novelista. Por eso él ha juzgado lumbrados” (novela, 1942); “Huairapamush- necesario que la realidad propia, y no ningu- cas” (novela, 1948); “Seis relatos” (cuentos, na inquietud adventicia, surta el argumento 1952); “El chulla Romero y Flores” (novela, de sus ficciones. A un cambio en la estructu- 1958). Se publicó finalmente, en Buenos Ai- ra social y económica del Ecuador —que no res, su novela postrera: “Atrapados”. lo ha habido de veras— correspondería una Icaza fue pues un escritor dedicado ca- nueva modalidad de la literatura narrativa, si exclusivamente a su profesión literaria. Ha que obligaría a Jorge Icaza a estudiar la nece- viajado por muchos países. Ha ejercido las sidad de otra actitud. Pero hay males que sí funciones de Agregado Cultural ecuatoriano duran más de cien años, y aquel novelista no en la Argentina. Ha representado a su país en puede sino trabajar bajo el gravamen de ellos. varios congresos intelectuales. Ha sido Direc- Descontadas muy pocas de sus pro- tor de la Biblioteca Nacional. Pero todo ello ducciones, las páginas de Icaza toman al in- no ha tenido para él la significación que su la- dio ecuatoriano como tema cardinal o como 206 GALO RENÉ PÉREZ uno de los puntos de sustentación del argu- de su naturaleza para solidarizarse con el ex- mento. Las novelas y los cuentos en que ha plotador blanco, y para cumplir el papel del escogido el escenario rural, que son los más, verdugo que ejecuta dócilmente sus capri- presentan a la clase indígena como el centro chos sádicos. del que se despliega la amplia corola de los Es además interesante notar el pareci- cuadros descriptivos, caracteres y acciones. do estrecho, de tema, de propósitos sociales, Las demás obras —las del ámbito urbano— de elementos narrativos, que hay entre los anima en cambio al personaje mestizo, al cuentos y las novelas de este autor. Cada uno cholo. Pero en su espíritu, atormentado de de sus cuentos es como una novela en peque- conflictos raciales, sigue pesando poderosa- ño. concentra en sus dimensiones breves casi mente el ancestro aborigen. Clarísimo testi- todas las características que se desenvuelven monio de ello es el “Chulla Romero y Flores”, con ambiciosa amplitud en la creación nove- protagonista de la principal novela de Icaza. lesca. De ese modo el protagonista infortuna- Y aun en este tipo de sus trabajos es corriente do del cuento “Exodo” —el indio Segundo encontrar más de un episodio en que se mue- Antonio Quishpe—, a través de los vejámenes ven los indios rumiando su tragedia. y desengaños que va sufriendo en su desespe- Ahora bien, la intención política del rado itinerario de la sierra a la costa, es como narrador tiene un brío incontenible. Del retra- cualquiera de las criaturas que aparecen en to fidedigno da un salto brusco a la caricatu- las novelas indígenas de Icaza. Así también ra. Del análisis severo pasa resueltamente a la los conflictos anímicos de la mezcla racial del sátira. Avanza así a un punto peligroso: el de mestizo ecuatoriano se descubren por igual la deformación que impone el afán de extre- en los cuentos “Cachorros” y “Mama Pacha” mar los rasgos. Es honesto decir que en el y en las novelas “Cholos” y “El Chulla Rome- contenido de las novelas de Icaza hay más de ro y Flores”. Hay problemas colectivos, como una exageración. Pero tal proclividad parece el de la privación del agua a los campesinos, justificable. Aun más: hábil y necesaria. Por que tienen caracteres semejantes en el cuen- eso se la descubre en muchos autores del mis- to “Sed” y en la novela “En las calles”. Y la mo carácter. Cuando un novelista carga las confabulación de los explotadores contra el tintas sombrías en la figura de un explotador indio exhibe líneas más o menos invariables cualquiera, cuando apela a los trazos carica- en los dos tipos de narración que componen turescos, cuando se empeña en convertirle en la extensa literatura de Icaza. un ser extremadamente repulsivo, sabe que Aceptada la preponderancia de la acti- dicho contorno es el adecuado para simboli- tud batalladora en todas sus obras, y particu- zar más fuertemente a una clase. Icaza lo larmente en “Huasipungo”, que es la novela a prueba cuando presenta en sus obras a la tri- la que más se ha venido refiriendo la crítica, logía siniestra que esclaviza a los indios del conviene observar de cerca, a la luz de la es- campo: el patrón, el “teniente político” (o au- tética, lo que es esta creación, tan difundida toridad administrativa) y el cura del pueblo. por el mundo entero a través de múltiples tra- Esa trilogía ha sido ya advertida por los críti- ducciones. cos. Pero, si se examina bien, hay un enemi- Conocemos que las más de las narra- go más de aquellos infortunados parias: el ciones hispanoamericanas han buscado el mayordomo, ser generalmente híbrido, mesti- alarde artístico, la gracia de lo poético. Casi zo mal cuajado, que ahoga la porción india todas han dado con ello, y en grado admira- LITERATURA DEL ECUADOR 207 ble. Sobre todo, a partir del modernismo. con alguna brusca alusión prosaica, dolorosa- Buen legado de primores de la frase dejó és- mente apoética. Un ejemplo: “El páramo, con te, en su raudo paso de meteoro, a las promo- su flagelo persistente de viento y agua, con su ciones literarias posteriores. Pero esa impre- soledad que acobarda y oprime, impuso si- sión general cae derrotada, y se desvanece lencio. Un silencio de aliento de neblina en casi por completo, cuando se lee la novela los labios, en la nariz. Un silencio que se tri- “Huasipungo”. Y se recuerda entonces a Orte- zaba levemente bajo los cascos de las bestias, ga y Gasset, que hablaba de los estilos sin es- bajo los pies deformes de los indios —talones tilo. El ensayista español juzgaba tras esa con- partidos, plantas callosas, dedos hinchados”. sideración el ropaje idiomático, o sea la reve- Las descripciones no abundan en la lación corpórea y visible de nuestra intimidad obra. Icaza quiere que los personajes de su sentimental o ideativa. Se refería a la falta de narración no se hallen estorbados en su movi- preocupación en el arreglo de lo puramente miento natural. Ni en la expresión de sus diá- formal o externo de algunas creaciones de la logos y monólogos. De manera que más bien literatura. éstos crean el ambiente con un carácter diná- En “Huasipungo” hay algo de aquello. mico, como se demostrará después. Y aque- Falta el soplo de lirismo de las demás novelas llas infrecuentes descripciones buscan con de nuestro continente. Y tal ausencia ha deter- certeza el rasgo primordial, la nota sustantiva- minado opiniones críticas quizás apresuradas mente definidora. Así, la de la pequeñez y e injustas. Como la del brillante escritor ar- chatedad, la del encogimiento, en la imagen gentino Enrique Anderson Imbert, para quien del pueblo serrano de Tomachi: “El invierno, la aludida obra de Jorge Icaza no tiene más los vientos del páramo de las laderas cerca- valor que el de ser un documento de cierta nas, la miseria y la indolencia de las gentes, la realidad social. Un juicio de esa naturaleza sombra de las altas cumbres que acorralan, implica el desconocimiento de virtudes fun- han hecho de aquel lugar un nido de lodo, de damentales de “Huasipungo”, alcanzadas con basura, de tristeza, de actitud acurrucada y una conciencia firme y original de novelista. defensiva. Se acurrucan las chozas a lo largo Icaza ha sentido repulsión hacia el lirismo tra- de la única vía fangosa; se acurrucan los pe- dicional, hacia las formas usuales del arreba- queños a la puerta de las viviendas a jugar to poético en la composición novelesca. Y ha con el barro podrido o a masticar el calofrío ensayado nuevos procedimientos, que no de un viejo paludismo; se acurrucan las mu- amenguan la calidad literaria de su obra. Al jeres junto al fogón, tarde y mañana…; se contrario, la enriquecen de originalidad, de acurrucan los hombres, de seis a seis, sobre el fuerza, de vida. trabajo de la chacra…; se acurruca el murmu- Que no hay la impotencia de dar con llo del agua de la acequia tatuada a lo largo los ingredientes de la estética lograda por los de la calle…”. otros novelistas hispanoamericanos, sino deli- En otras ocasiones la descripción de berado desdén de ella, lo prueban algunas de Icaza encierra la clave de un enjuiciamiento las descripciones de “Huasipungo”. El autor social más profundo y trascendente. Tal se ob- rehuye las sugestiones del estilo. La tentación serva en sus insistentes imágenes del desaseo. graciosa de los vocablos. Cuando el acento lí- Porque la suciedad es el signo de la miseria, rico quiere manifestarse en alguno de sus cua- de la incuria, de la ignorancia y la falta de dros, él lo debela sin vacilaciones. Lo anula educación en que viven las mayorías rurales 208 GALO RENÉ PÉREZ hispanoamericanas. Pero hay algo más entre vibración de lo patético, de lo inenarrable, de los atributos descriptivos de “Huasipungo”: es lo que parece imposible, a pesar de su rotun- la rima fiel entre la realidad ambiente y la ex- da verosimilitud. Buenos ejemplos son los de periencia interior del personaje. En ello se las llagas agusanadas del indio y su bárbara descubre no un simple recurso literario, sino curación; del hundimiento paulatino e inevi- una aguda perspicacia para entrar en la mara- table del peón en medio del pantano; del des- ña subjetiva del hombre y para sentir en su file sigiloso, entre la noche callada, de los tra- verdadera proyección la fuerza telúrica o del bajadores de la hacienda que van a desente- medio natural. El indio, que es el protagonis- rrar los despojos letales de la res despeñada; ta de “Huasipungo”, tiene el alma clausurada de los rudos castigos corporales que aquéllos y sombría. Su choza es otro mundo cerrado y soportan, y de la masacre de que son víctimas oscuro. Lo es también el paisaje, que se apa- entre las detonaciones de la fusilería militar y rece como un cascarón geográfico, amagado la “carcajada sarcástica” de la bandera ecua- frecuentemente de nubes grises y pesadas. To- toriana. Pero entre las características literarias do da la impresión de estar circuyendo, opri- de “Huasipungo”, y dentro de esta misma ór- miendo, agobiando inexorablemente al indio. bita de lo descriptivo, hay una que resulta El cuadro es abrumador, y se exaspera aun nueva y singular en la narración hispanoame- más cuando a la hostilidad del ambiente se ricana: es el empleo de la conversación co- suma la hostilidad del ser humano que vigila lectiva, de las exclamaciones pueblerinas que el trabajo del infeliz paria de los campos: por sí solas, lanzadas como saetas vivas, ale- “¿Qué podía salvarle? Arriba, el cielo pardo, gres, crean todo un cuadro de dinamismo y pesado e indiferente. Abajo, el lodo gredoso, color, como se puede apreciar en la reproduc- sembrándole más y más en la tierra. Agobia- ción de la feria del lugar y de la pelea de ga- dos como bestias los leñadores en su torno. Al llos. Conviene recordar que la segunda es una fondo, el húmedo olor del chaparral traicio- diversión pueblerina que ha sido tema de her- nero. Y encadenándolo todo el ojo del capa- mosas páginas en las novelas más conocidas taz— ¡Oooh!” de este continente. Se la encuentra en “Don Hay una especie de superposición de Segundo Sombra”. Y en “La Vorágine”. Y en sufrimientos y de sombras en el destino del in- “Los de abajo”. Y en “Doña Bárbara”. Cada dio. Esa fatalidad asciende hasta el plano de uno de sus autores ha ejercitado un aprecia- lo metafísico. Porque al indio se le pasman la ble lirismo en la recreación de la riña san- alegría y la esperanza, y finalmente la fe. Su grienta. Al punto que se podrá hacer una inte- más allá se le representa no como un mundo resante antología con sólo esos capítulos. En de promesas y de alivio, sino de renovadas “Huasipungo” se ofrece el episodio con tra- amenazas y castigos. zos propios, que coinciden con la técnica y el La repulsión que siente Jorge Icaza por estilo del resto de la obra. Todo —caracterís- los remilgos del estilo le conduce también a ticas de los gallos contendores, frenesí de las despreciar las vaguedades y los escrúpulos apuestas, alusiones admirativas e irónicas, in- del eufemismo en las descripciones. En sus cidentes de la riña y desenlace de ésta— se cuadros eróticos se descubre así el desenfado muestra vivo y palpitante a través de las ex- propio del naturalismo. Y en sus escenas de presiones de los espectadores, que se cruzan explotación y dolor queda la huella sangrante en el aire espontáneamente, pero llevando la que produce el vigor de la garra; se siente la secreta intención descriptiva del autor. LITERATURA DEL ECUADOR 209

La certeza de las frases de los persona- al rigor crítico si no contuvieran también un jes se deja ver también en los diálogos y los reparo indispensable. En “Huasipungo”, qui- monólogos. No tienen éstos la solemnidad de zás por ser de las primeras producciones de lo literario. Fluyen en la atmósfera de la ruti- aquel narrador, se encuentran vacilaciones en na. Con sencillez. Y casi siempre con propie- el buen dominio del idioma: excesiva simpli- dad. El habla paupérrima, entrecortada y de- cidad de frase, con abuso de las preposicio- formadora de las voces castellanas que usa el nes con y sin, mal uso de ciertos modos del indio, y que el novelista toma como un ele- verbo, exagerada repetición de los paréntesis mento más de ambientación de su obra, se en la enumeración de características con que mantiene a lo largo de los capítulos sin sufrir se describe la realidad. adulteraciones que conspirarían contra la ve- En lo que concierne a la autenticidad rosimilitud. Ese es el lenguaje del héroe cen- del ambiente en que se desarrolla el argumen- tral: el indio Andrés Chiliquinga. Proceder de to de “Huasipungo”, hay un elemento más, otro modo hubiera sido abultar falsamente la que afianza y robustece su fuerza original: es personalidad de éste. el de la tierra. El poderoso factor telúrico. La Y parece que los monólogos son los novela de Jorge Icaza pertenece al páramo, de que de modo principal buscan ser fieles a la modo fiel y radical. Mientras en las narracio- verdad íntima. Como si efectivamente estu- nes de la pampa —”Don Segundo Sombra”, vieran brotando de los adentros de cada per- por ejemplo— tiene un interés destacado el sonaje. Obsérvese, para comprobarlo, el con- caballo, aquí lo tiene la mula, apta para el di- traste entre las ruindades que van rumiando fícil sendero de las breñas. Allá, en el territo- los patrones en su viaje por el páramo, sobre rio pampeano, está el gaucho con su sabidu- los lomos de los indios, y el obsesivo y triste ría de baquiano, con su maravillosa capaci- pensamiento que ocupa la mente de éstos: dad de orientación. Acá en el páramo está el que “todo en el huasipungo permanezca sin indio con su certero instinto en las plantas de lamentar calamidades”. De igual manera con- los pies, que palpan cuidadosamente la su- vendrá que se advierta que el indio en su mo- perficie engañosa del suelo para no hundirse nólogo se trata a sí mismo con rudeza, áspe- en el pantano. Y mientras en las narraciones ramente, siguiendo el tono despótico con que del trópico y de las selvas adquieren dimen- le hablan sus amos. Por eso Andrés Chiliquin- siones de crueldad y personificación trágica ga se dice en una de sus huídas: “Despacito… los ríos o la maraña, las fiebres o los reptiles, despacito, runa bruto”. Finalmente será bue- en esta novela del latifundio de la sierra tiene no que se observe que con aquella técnica el látigo una vida y una expresividad impre- monologada se ha logrado en “Huasipungo” sionantes. La atmósfera doliente de “Huasi- una auténtica elegía india: la de las lamenta- pungo” no hubiera estado completa sin el lá- ciones de Andrés por la muerte de la Cunshi, tigo. Sin el instrumento de sevicia de patrones su mujer. Ahí está el desgarrador lenguaje del y capataces. Sin esa víbora que se anima en propio indio expresando su dolor. Cual lo re- las manos brutales para hacer sangrar el pelle- clamara el ensayista Mariátegui. jo del indio. El látigo levanta al miserable tra- Pero estas consideraciones de orden li- bajador de sus fatigas y enfermedades, o lo terario —necesarias para que se estimen los deja desmadejado para siempre sobre el duro aciertos de la novela de Jorge Icaza— faltarían rostro de la tierra. El látigo aparece en “Hua- 210 GALO RENÉ PÉREZ sipungo” hasta con cierta categoría histórica, ciudad, y que como remate de su incontrola- porque se alude a él como instrumento de do enriquecimiento fundan un partido políti- progreso de la tiranía de García Moreno. co y escalan al poder: tal es el asunto del que Advertidas las características de técni- arrancan los episodios de esta narración. Luis ca y los elementos que entran en la composi- Antonio Urrestas —uno de los personajes— ción novelesca de esta obra de Jorge Icaza, no encarna al oligarca serrano que provoca la será difícil comprender la condición neta- marchitez de un pueblo (sus hambres, sus en- mente humana de sus personajes. La crítica fermedades, sus angustias, sus éxodos desven- debía haberlo mirado así. Las reacciones del turados hacia la montaña o la urbe), pues que alma indígena no se han falseado, ni tampoco ha privado del agua a una multitud de labrie- los trazos de su existencia sombría. El indio es gos y artesanos del campo. Dos de los traba- una pobre bestia acorralada por las exigen- jadores que han pretendido encauzar el des- cias y los intereses de toda clase de gentes. Tal contento pueblerino esquivan la persecución como lo describió Montalvo hace cien años. policial desatada por el influyente propietario, No disfruta de sus días. No conoce la espe- y corren un destino trágico. En efecto, Manuel ranza. No vive. Se desvive al servicio de sus Játiva y Ramón Landeta huyen a la capital y se amos. Icaza ha logrado vencer las esquivez creen por fin libres del poder de Urrestas, pe- de las almas indígenas, penetrar en la enigmá- ro tienen que volver a servirle por la fuerza tica y dolorosa profundidad de ellas. Por eso inexorable de su posición oligárquica, y hasta su Andrés Chiliquinga no es un héroe como el llegan a entregarle sus vidas en una de las de cualquier otra novela, sino un pobre ser conmociones políticas y sociales que aquél humano ultrajado, cohibido, disputado por el produce a través de su codicia y su ambición amor y la venganza, por la superstición y la de mando. fe, por el valor y el miedo, por la fortaleza fí- El relato tiene unidad. Es ágil, dinámi- sica y la postración, por la honradez y el ro- co. Muestra un indiscutible dominio de diálo- bo, por el ímpetu de rebeldía y las hesitacio- gos y expresiones vernáculas. nes angustiosas del que se siente incapaz de La novela más sólida de este autor es conducir a los suyos. El protagonista de “Hua- “El Chulla Romero y Flores” (chulla es el sipungo” encarna bien los conflictos y tor- nombre que se da a la persona que tras su mentos de una raza multitudinaria, desatendi- apariencia y actitudes pretende ocultar la hu- da hasta hoy en ciertos países indios de nues- mildad de su verdadera condición). Esta obra tra América. trae una nueva virtud, la de carácter formal. El Otra novela que ayuda a valorar las in- vocablo comparece con precisión y gracia; la tenciones vindicativas y las virtudes creadoras sintaxis es tan ágil como correcta, y tan co- de este autor es la titulada “En las calles”. Ica- rrecta como armoniosa. Hay apreciable abun- za ha escogido para ella un viejo problema dancia de giros y de imágenes eficaces. En su- ecuatoriano, rebelde como una sarna: el de la ma, un buen dominio sobre el estilo literario. influencia omnilateral e irresistible de dos o Además, la técnica de Icaza parece haber me- tres familias en el desmedrado destino del jorado en este trabajo. Hábilmente elude las país. Familias que poseen inmensas porciones truculencias. Así describe con austeridad he- de tierra y que hacen uso de las vidas de los chos que suelen reclamar la nota patética, co- indios como en los tiempos de la Colonia; mo la fuga, el intento de suicidio y la muerte. que establecen lonjas y centros fabriles en la En los capítulos que forman la novela hay co- LITERATURA DEL ECUADOR 211 herencias de todo orden, desde la episódica patria. Si no sucumbe es solamente por la ma- hasta la de la sostenida inspiración para con- ña con que escapa a la persecución de los tar. Pero sobre todo se las advierte en la com- agentes de seguridad y porque, mientras posición de los caracteres de los personajes, afronta todos los riesgos de una fuga dramáti- que van revelando, o completando, su intimi- ca, ha cambiado la orientación política del dad, sus pasiones y conflictos, paulatinamen- Gobierno, tan tornadiza entre nosotros. Vapu- te, mientras se desenvuelve el ovillo narrativo. leado por su desdichada fortuna, y tras la ex- Y la personalidad de cada uno de ellos periencia de que es imposible levantarse con corresponde bien a la realidad del pueblo alguna decencia en el pantano nacional, ecuatoriano, y más concretamente a la de las vuelve a su hogar misérrimo, despojado ya de gentes de su capital. Luis Alfonso Romero y toda ambición. No ha conseguido ser de Flores y Rosario Santacruz son figuras a quie- aquellos “que conservan el chulla bien pues- nes se les siente su pulsación, su aliento. Am- to e impuesto en su farsa política, en su digni- bas representan el ambiente pobre y baldío dad administrativa, en su virtud cristiana, en del suburbio quiteño. Ambas son víctimas de la arquitectura de su gloria, en la apariencia la crueldad de ese medio. Y en las dos se en- de su nobleza”. ciende una generosa y heroica necesidad de Pero lo medular de la novela está en la ayudarse, de servirse mutuamente en su vano descripción espantable de lo que es el Ecua- anhelo de redención económica y social. dor de las últimas generaciones. Icaza ha des- La acción principal de la obra es sen- velado sin recelo ni eufemismo el rostro de la cilla: el Chulla Romero y Flores, fruto del con- realidad nacional: la administración pública cubinato de un señor venido a menos y una convertida en capellanía de contadas fami- india del servicio doméstico, conjunta en su lias, que ocupan a su antojo embajadas y mi- sangre los conflictos de ese choque racial. nisterios; la corrupción, el asalto al erario, los Desde niño percibe en su ser “el diálogo irre- mil y mil vicios funestos de la función públi- conciliable, paradójico” de sus padres, y eso ca; el juego siniestro de exacciones y escamo- “le hunde en la desesperación y en la soledad teos de la política. Pero, además, ha trazado del proscrito de dos razas inconformes”. Sien- una imagen real de la ciudad, cargada de te, imperiosa, la necesidad de salir un día mendigos, de hambrones, de prostitutas, de vencedor de su pobreza, de su oscuridad fa- ebrios, de niños sin pan ni alfabeto, de gentes miliar, de la esclavitud de su clase. Halla tra- sin amor ni esperanza. bajo en una oficina pública, para ejercer de Páginas finales de Huasipungo fiscalizador; y precisamente le ocurre com- probar un desfalco cuantioso, cometido por De acuerdo con lo ordenado por los don Ramiro Paredes y Nieto, candidato oficial señores gringos, don Alfonso contrató unos a la Presidencia de la República. Un ingenuo cuantos chagras forajidos para desalojar a los afán de cobrar influencia y notoriedad, y aca- indios de los huasipungos de la loma. Grupo so también cierto sentido de justa rebeldía, le que fue capitaneado por el Tuerto Rodríguez llevan a acumular cargos contra aquél, que un y por los policías de Jacinto Quintana. Con to- día aparecen publicados en la prensa. La avi- das las mañas del abuso y de la sorpresa ca- lantez del mozo despierta la encrespada reac- yeron aquellos hombres sobre la primera cho- ción gubernamental, que trata de aplastarlo za —experiencia para las sucesivas—. como a quien ha mancillado el prestigio de la —¡Fuera! ¡Tienen que salir inmediatamente de 212 GALO RENÉ PÉREZ

aquí! —ordenó el Tuerto Rodríguez desde la puerta —Patruncitu. Pur caridad, pur vida suya, pur almas del primer tugurio dirigiéndose a un longa que en santas. Esperen un raticu nu más, pes —suplicó el ese instante molía maíz en una piedra y a dos mu- runa temblando de miedo y de coraje a la vez. chachos que espantaban a las gallinas. —Pur taita Dius. Pur Mama Virgen —dijo la longa. Como era lógico los aludidos, ante lo inusitado de —Uuu… —chillaron los pequeños. la orden, permanecieron alelados, sin saber qué de- —¡Fuera, carajo! cir, qué hacer, qué responder. Sólo el perro —flaco, —Un raticu para sacar lus cuerus de chivu, para sa- pequeño y receloso animal— se atrevió con largo y car lus punchus viejus, para sacar la osha de barru, lastimero ladrido. para sacar todu mismu —solicitó el campesino —¿No obedecen la orden del patrón? aceptando la desgracia como cosa inevitable— él —Taiticu… —murmuraron la india y los rapaces sabía que ante una orden del patrón, ante el látigo clavados en su sitio. del Tuerto Rodríguez y ante las balas del teniente —¿No? político nada se podía hacer. Como nadie respondió entonces, el cholo tuerto, Apresuradamente la mujer sacó lo que pudo de la dirigiéndose a los policías armados que le acompa- choza entre el griterío y el llanto de los pequeños. ñaban, dijo en tono de quien solicita prueba: A la vista de la familia campesina fue desbaratada a —A ustedes les consta. Ustedes son testigos. Se de- machetazos la techumbre de paja y derruidas a ba- claran en rebeldía. rra y pica las paredes de adobón —renegridas por —Asimismo es, pes. adentro, carcomidas por afuera—. —Procedan no más. ¡Sáquenles! No obstante saber todo lo que sabía del “amo, su —¡Vayan breve, carajo! mercé, patrón grande”, el indio, lleno de ingenui- —Aquí vamos a empezar los trabajos que ordenan dad y estúpida esperanza, como un autómata, no los señores gringos. cesaba de advertir: —Taiticuuu. —He de avisar a patrún, caraju… A patrún gran- Del rincón más oscuro de la choza surgió en ese de… Patrún ha de hacer justicia. momento un indio de mediana estatura y ojos in- —Te ha de mandar a patadas, runa bruto. El mismo quietos. Con voz de taimada súplica protestó: nos manda. ¿Nosotros por qué, pes? —afirmaron los —Pur que nus han de sacar, pes? Mi huasipungo es. hombres al retirarse dejando todo en escombros. Desde tiempu de patrún grande mismu. ¡Mi huasi- Entre la basura y el polvo la mujer y los muchachos, pungo! con queja y llanto de velorio, buscaron y rebusca- Diferentes fueron las respuestas que recibió el indio ron cuanto podían llevar con ellos: del grupo de los cholos que se aprestaban a su tra- —Ve, pes, la bayetica, ayayay. bajo devastador, aun cuando todas coincidían: —La cuchara de palu también. —Nosotros no sabemos nada, carajo. —La cazuela de barru. —Salgan… ¡Salgan no más! —Toditicu estaba quedandu comu ashcu sin dueñu. ¡Fuera! —Faja de guagua. —En la montaña hay terreno de sobra. —Cotona de longo. —Esta tierra necesita el patrón. —Rebozu de guarmi. —¡Fuera todos! —Piedra de moler pur pesadu ha de quedar nu más. Como el indio tratara de oponerse al despojo, uno —Adobes para almohada también. de los hombres le dio un empellón que le tiró sobre —Boñigas secas, ayayayay. la piedra donde molía maíz la longa. Entretanto los —Buscarás bien, guagua. otros, armados de picas, de barras y de palas, ini- —Buscarás bien, mama ciaban su trabajo sobre la choza. —Ayayayay. —¡Fuera todos! El indio, enloquecido quizá, sin atreverse a recoger nada, transitaba una y otra vez entre los palos, en- tre las piedras, entre los montones de tierra que aún LITERATURA DEL ECUADOR 213 olían a la miseria de su jergón, de su comida, de sus —Arí, taiticu. sudores, de sus borracheras, de sus piojos. Una an- —Caraju. gustia asfixiante y temblorosa le pulsaba en las en- –Cierticu. trañas: ¿Qué hacer? ¿A dónde ir? ¿Cómo arrancarse —Nu han de robar así nu más a taita Andrés Chili- de ese pedazo de tierra que hasta hace unos mo- quinga —concluyó el indio rascándose la cabeza mentos le creía suyo? lleno de un despertar de oscuras e indefinidas ven- A la tarde, resbalando por una resignación a punto ganzas. Ya le era imposible dudar de la verdad del de estallar en lágrimas o en maldiciones, el indio atropello que invadía el cerro. Llegaban… Llegaban hizo las maletas con todo lo que había recogido la más pronto de lo que él pudo imaginarse. Echarían familia, y seguido por la mujer, por los rapaces y abajo su techo, le quitarían la tierra. Sin encontrar por el perro se metió por el chaquiñán de la loma, una defensa posible, acorralado como siempre, se pensando pedir posada a Tocuso hasta hablar con puso pálido, con la boca semiabierta, con los ojos el patrón. fijos, con la garganta anudada. ¡No! Le parecía ab- Un compadre, al pasar a la carrera por el sendero surdo que a él… Tendrían que tumbarle con hacha que cruza junto a la choza de Andrés Chiliquinga, como a un árbol viejo del monte. Tendrían que fue el primero que le dio la noticia del despojo vio- arrastrarle con yunta de bueyes para arrancarle de lento de los huasipungos de las faldas de la ladera. la choza donde se amañó, donde vio nacer al gua- —Toditicu este ladu van a limpiar, taiticu. gua y morir a su Cunshi. ¡Imposible! ¡Mentira! No —¿Cómu, pes? obstante, a lo largo de todos los chaquiñanes del —Ari. cerro la trágica noticia levantaba un revuelo como —¿Lus de abaju? de protestas taimadas, como de odio reprimido. Ba- —Lus de abajuuu. jo un cielo inclemente y un vagar sin destino, los Aquello era inquietante, muy inquietante, pero el longos despojados se arremangaban el poncho en indio se tranquilizó porque le parecía imposible actitud de pelea como si estuvieran borrachos; algo que lleguen hasta la cima llena de quebradas y de les hervía en la sangre, les ardía en los ojos, se les barrancos donde él y su difunta Cunshi plantaron el crispaba en los dedos y les crujía en los dientes co- tugurio que ahora… Mas, a media mañana, el hijo, mo tostado de carajos. Las indias murmuraban co- quien había ido por agua al río, llegó en una sola sas raras, se sonaban la nariz estrepitosamente y de carrera, y, entre pausas de fatiga y de susto, le anun- cuando en cuando lanzaban un alarido en recuer- ció: do de la realidad que vivían. Los pequeños llora- —Tumbandu están la choza del vecinu Cachitam- ban. Quizá era más angustiosa y sorda la inquietud bu, taiticu. de los que esperaban la trágica visita. Los hombres —¿Qué? entraban y salían de la choza, buscaban algo en los —Aquicitu nu más, pes. Amu patrún policía diju chiqueros, en los gallineros, en los pequeños sem- que han de venir a tumbar ésta también. brados, olfateaban por los rincones, se golpeaban el —¿Comu? pecho con los puños —extraña aberración maso- —Arí, taiticu. quista—, amenazaban a la impavidez del cielo con –¿Mi choza? el coraje de un gruñido inconsciente. Las mujeres, —Arí. Diju… junto al padre o al marido que podían defenderlas, —¿A quitar huasipungo de Chiliquinga? planeaban y exigían cosas de un heroísmo absurdo. —Arí, taiticu. Los muchachos se armaban de palos y piedras que —Guambra mentirosu. al final resultaban inútiles. Y todo en la ladera, con —Arí, taiticu. Oyendo quedé, pes. sus pequeños arroyos, con sus grandes quebradas, —Caraju, mierda. con sus locos chaquiñanes, con sus colores vivos —Donde el patoju Andrés nus falta, estaban dicien- unos y desvaídos otros, parecía jadear como una do. mole enferma en medio del valle. —¿Dónde patoju, nu? 214 GALO RENÉ PÉREZ

En espera de algo providencial la indiada, con los –Mordidus el shungu de esperanza. labios secos, con los ojos escaldados, escudriñaba —Vagandu pur cerru y pur quebrada. en la distancia. De alguna parte debía venir. ¿Dé —¿Pur qué caraju? dónde, carajo? De… De muy lejos al parece. Del —Ahura ca habla pes. corazón mismo de las pencas de cabuya, del cha- —¿Qué dice el cuernu? parro, de las breñas, de lo alto. De un misterioso —¿Quéee? cuerno que alguien soplaba para congregar y exal- —Nus arrancarán así nu más de la tierra? tar la rebeldía ancestral. Sí. Llegó. Era Andrés Chili- —De la choza tan. quinga que, subido a la cerca de su huasipungo — —Del sembraditu tan. por consejo e impulso de un claro coraje en su de- —De todu mismu. sesperación—, llamaba a los suyos con la ronca —Nus arrancarán comu hierba manavali voz del cuerno de guerra que heredó de su padre. —Comu perru sin dueñu. Los huasipungueros del cerro —en alerta de larvas ¡Decí pes! venenosas— despertaron entonces con alarido que —Taiticuuu. estremeció el valle. Por los senderos, por los cha- Chiliquinga sintió tan hondo la actitud urgente — quiñanes, por los caminos corrieron presurosos los era la suya propia— de la muchedumbre que llena- pies desnudos de las longas y de los muchachos, los ba el patio de su huasipungo y se apiñaba detrás de pies calzados con hoshotas y con alpargatas de los la cerca, de la muchedumbre erizada de preguntas, runas. La actitud desconcertada e indefensa de los de picas, de hachas, de machetes, de palos y de pu- campesinos se trocó al embrujo del alarido ances- ños en alto, que creyó caer en un hueco sin fondo, tral que llegaba desde el huasipungo de Chiliquin- morir de vergüenza y de desorientación. ¿Para qué ga en virilidad de asalto y barricada. había llamado a todos los suyos con la urgencia in- De todos los horizontes de la ladera y desde más consciente de la sangre? ¿Qué debía decirles? abajo del cerro llegaron los indios con sus mujeres, ¿quién le aconsejó en realidad aquello? ¿Fue sólo con sus guaguas, con sus perros, al huasipungo de un capricho criminal de su sangre de runa mal Andrés Chiliquinga. Llegaron sudorosos, estremeci- amansado, atrevido? ¡No! Alguien o algo le hizo re- dos por la rebeldía, chorreándoles de la jeta el odio, cordar en ese instante que él obró así guiado por el encendidas en las pupilas interrogaciones y espe- profundo apego al pedazo de tierra y al techo de su ranzadas: huasipungo, impulsado por el buen coraje contra la —¿Qué haremus, caraju? injusticia, instintivamente. Y fue entonces que Chi- —¿Qué? liquinga, trepado aún sobre la tapia, crispó sus ma- —¿Cómu? nos sobre el cuerno lleno de alaridos rebeldes, y, —¡Habla no más, taiticu Andrés! sintiendo con ansia clara e infinita el deseo y la ur- —¡Habla para quemar lu que sea! gencia de todos, inventó la palabra que podía —¡Habla para matar al que sea! orientar la furia reprimida durante siglos, la palabra —¡Carajuuu! que podía servirles de bandera y de ciega emoción. —¡Decí, pes! Gritó hasta enronquecer. —¡Nu vale quedar comu mudu después de tocar el —¡Ñucanchic huasipungooo! cuernu de taitas grandes! —¡Ñucanchic huasipungo! —aulló la indiada le- —¡Taiticuuu! vantando en alto sus puños y sus herramientas con —¡Algu has de decir! fervor que le llegaba de lejos, de lo más profundo —¡Algu has de aconsejar! de la sangre. El alarido rodó por la loma, horadó la —Para qué recogiste entonces a los pobres natura- montaña, se arremolinó en el valle y fue a clavarse les comu a manada de ganadu, pes? en el corazón del caserío de la hacienda: —¿Para qué? —¡Ñucanchic huasipungooo! —¿Pur qué nu dejaste cun la pena nu más comu a La multitud campesina —cada vez más nutrida y nuestrus difuntus mayores? violenta con indios que llegaban de toda la comar- LITERATURA DEL ECUADOR 215 ca—, llevando por delante el grito ensordecedor —¡Ahura ca movete, pes! ¡Maricún! que les dio Chiliquinga, se desangró chaquiñán Cinco cadáveres, entre los cuales se contaba el de abajo. Los runas más audaces e impacientes preci- Jacinto Quintana y el del Tuerto Rodríguez, queda- pitaban la marcha echándose en el suelo y dejándo- ron tendidos por los chaquiñanes del cerro en aquel se rodar por la pendiente. Al paso de aquella cara- primer encuentro, que duró hasta la noche. vana infernal huían todos los silencios de los cha- Al llegar las noticias macabras del pueblo junto con parros, de las zanjas y de las cunetas, se estreme- los alaridos de la indiada que crecían minuto a mi- cían los sembrados y se arrugaba la impavidez del nuto a la hacienda, míster Chapy —huésped ilustre cielo. de Cuchitambo desde dos semanas atrás—, palmo- En mitad de aquella mancha parda que avanzaba, teando en la espalda del terrateniente, murmuró: al parecer lentamente, las mujeres, desgreñadas, su- —¿Ve usted, mi querido amigo, que no se sabe dón- cias, seguidas por muchos críos de nalgas y veinte de se pisa? al aire, lanzaban quejas y declaraban vergonzosos —Sí. Pero el momento no es para bromas. Huya- ultrajes de los blancos para exaltar más y más el co- mos a Quito —sugirió don Alfonso con mal disimu- raje y el odio de los machos. lo terror. —Ñucanchic huasipungo! —Yes… Los muchachos, imitando a los longos mayores, ar- —Debemos mandar fuerzas armadas. Hablaré con mados de ramas, de palos, de leños, sin saber hacia mis parientes, con las autoridades. Esto se liquida dónde les podía llevar su grito, repetían: sólo a bala. —¡Ñucanchic huasipungo! Un automóvil cruzó por el carretero a toda máqui- El primer encuentro de los enfurecidos huasipun- na como perro con el rabo entre las piernas ante el gueros fue con el grupo de hombres que capitanea- alarido del cerro que estremecía la comarca: ba el Tuerto Rodríguez, al cual se había sumado Ja- —¡Ñucanchic huasipungooo! cinto Quintana. Las balas detuvieron a los indios. Al advertir el teniente político el peligro quiso huir por A la mañana siguiente fue atacado el caserío de la un barranco, pero desgraciadamente, del fondo hacienda Los indios, al entrar en la casa, centupli- mismo de la quebrada por donde iba, surgieron al- caron los gritos, cuyo eco retumbó en las viejas gunos runas que seguían a Chiliquinga. Con cojera puertas de labrado aldabón, en los sótanos, en el que parecía apoyarse en los muletos de una furia oratorio abandonado, en los amplios corredores, en enloquecida, Andrés se lanzó sobre el cholo, y, con el cobertizo del horno y de establo mayor. Sin ha- diabólicas fuerza y violencia, firmó la cancelación llar al mayordomo, a quien hubieran aplastado con de toda su venganza sobre la cabeza de la aturdida placer, los huasipungueros dieron libertad a las ser- autoridad con un grueso garrote de eucalipto. Con vicias, a los huasicamas, a los pongos. Aun cuando un carajo cayó el cholo y de inmediato quiso levan- las trojes y las bodegas se hallaban vacías, en la tarse, apoyando las manos en el suelo. despensa hallaron buenas provisiones. Por desgra- —¡Maldituuu! —bufaron en coro los indios con sa- cia, cuando llegó el hartazgo, un recelo supersticio- tisfacción de haber aplastado a un piojo que les ve- so cundió entre ellos y huyeron de nuevo hacia el nía chupando la sangre desde siempre. cerro de sus huasipungos, gritando siempre la frase El teniente político atontado por el garrotazo, an- que les infundía coraje, amor y sacrificio: dando a gatas, esquivó el segundo golpe de uno de —¡Ñucanchic huasipungooo! los indios. Desde la capital, con la presteza con la cual las au- —¡Nu has de poder fugarte, caraju! —afirmó enton- toridades del Gobierno atienden estos casos, fueron ces Chiliquinga persiguiendo al cholo, que se escu- enviados doscientos hombres de infantería a sofo- rría como lagartija entre los matorrales del barran- car la rebelión. En los círculos sociales y guberna- co, y al dar con él y arrastrarle del culo hasta sus mentales la noticia circuló entre alarde de comen- pies, le propinó un golpe certero en la cabeza, un tarios de indignación y órdenes heroicas: golpe que templó a Jacinto Quintana para siempre. 216 GALO RENÉ PÉREZ

—Que se les mate sin piedad a semejantes bandi- sin temor, adiestrando la puntería en las longas, en dos. los guaguas y en los runas que no alcanzaron a re- —Que se acabe con ellos como hicieron otros pue- plegarse para resistir: blos más civilizados. —Ve, cholo. Entre esas matas está unito. El cree… —Que se les elimine para tranquilidad de nuestros —Cierto. Ya le vi. hogares cristianos. —Se esconde de la patrulla que debe ir por el ca- —Hay que defender a las glorias nacionales… A mino. don Alfonso Pereira que hizo un carretero. —Verás mi puntería, carajo. —Hay que defender a las desinteresadas y civiliza- Sonó el disparo. Un indio alto, flaco, surgió como doras empresas extranjeras. borracho del chaparral, crispó las manos en el pe- Los soldados llegaron a Tomachi al mando de un cho, quiso hablar, maldecir quizá, pero un segundo comandante —héroe de cien cuartelazos y de otras disparo tronchó al indio y a todas sus buenas o ma- tantas viradas y reviradas—, el cual, antes de entrar las palabras. en funciones, remojó el gaznate y templó el valor —Carajo. Esto es una pendejada matarles así no con buena dosis de aguardiente en la cantina de más. Juana, a esas horas viuda de Quintana, que se ha- —¿Y qué vamos a hacer, pes? Es orden superior. llaba apuradísima y lloriqueante en los preparativos —Desarmados. del velorio de su marido: —Como sea —dijo el jefe. —Mi señor general… Mi señor coronel… Tómese —Como sea… no más para poner fuerzas… Mate a toditos los in- También en un grupo de tropa que avanzaba por el dios facinerosos… Vea cómo me dejan viuda de la otro lado de la ladera se sucedían escenas y diálo- noche a la mañana. gos parecidos: —Salud… Por usted, buena moza… —El otro me falló, carajo. Pero éste no se escapa. —Favor suyo. Ojalá les agarren a unos cuantos ru- —El otro era un guambra no más, pes. Este parece nas vivos para hacer escarmiento. runa viejo. —Difícil. En el famoso levantamiento de los indios —Difícil está. en Cuenca traté de amenazarles y ordené descargar —¿Qué ha de estar? Verás yo… al aire. Inútil. No conseguí nada. —Dale. —Son unos salvajes. —Aprenderás. Un pepo para centro. —Hubo que matar muchos. Más de cien runas. Cual eco del disparo se oyó un grito angustioso; en- —Aquí… redando entre las ramas del árbol las alas del pon- —Será cuestión de dos horas. cho, cayó al suelo el indio que había sido certera- A media tarde la tropa llegada de la capital empezó mente cazado. el ascenso de la ladera del cerro. Las balas de los fu- —¡Púchica! le di. Conmigo no hay pendejadas. siles y las balas de las ametralladoras silenciaron en —Pero remordido me quedó el alarido del runa en parte los gritos de la indiada rebelde. Patrullas de la sangre. soldados, arrastrándose al amparo de los recodos, —Asimismo es al principio. Después uno se acos- de las zanjas, de los barrancos, dieron caza a los in- tumbra. dios, a las indias y a los muchachos, que con deses- —Se acostumbra… peración de ratas asustadas se ocultaban y arrastra- En efecto: la furia victoriosa enardeció la crueldad ban por todos los refugios: las cuevas, los totorales de los soldados. Cazaron y mataron a los rebeldes de los pantanos, el follaje de los chaparros, las con la misma diligencia, con el mismo gesto de as- abras de las rocas, la profundidad de las quebradas. co y repugnancia, con el mismo impudor y precipi- Fue fácil en el primer momento para los soldados tación con el cual hubieran aplastado bichos vene- —gracias al pánico de los tiros que seleccionó muy nosos. ¡Que mueran todos! Sí. Los pequeños que se pronto un grupo numeroso de valientes— avanzar habían refugiado con algunas mujeres bajo el folla- LITERATURA DEL ECUADOR 217 je que inclinaba sus ramas sobre el agua lodosa de nas que oyeron la invitación del muchacho entra- una charca. Cayeron también bajo el golpe incle- ron también por el mismo escape. A gatas y guiados mente de una ráfaga de ametralladora. por el rapaz dieron muy pronto con la culata de la Muy entrada la tarde, el sol, al hundirse entre los chola de Andrés, entraron en ella. Instintivamente cerros, lo hizo tiñendo las nubes en la sangre de las aseguraron la puerta con todo lo que podía servir charcas. Sólo los runas que lograron replegarse con de tranca —la piedra de moler, los ladrillos del fo- valor hacia el huasipungo de Andrés Chiliquinga — gón, las leñas, los palos—. El silencio que llegaba defendido por chaquiñán en cuesta para llegar y desde afuera, las paredes, el techo, les dio la segu- por despeñaderos en torno— resistían aferrándose a ridad del buen refugio. La pausa que siguió la ocu- lo ventajoso del terreno. paron en limpiarse la cara sucia de sudor y de pol- —Tenemos que atacar pronto para que no huyan vo, en mascar en voz baja viejas maldiciones, en por la noche los longos atrincherados en la cima. La rascarse la cabeza. Era como un despertar de pesa- pendiente es dura, pero… —opinó impaciente el je- dilla. ¿Quién les había metido en eso? ¿Por qué? fe entre sus soldados. Y sin terminar la frase con sal- Miraron solapadamente, con la misma angustia su- to de sapo, se refugió en un hueco ante la embesti- persticiosa y vengativa con la cual se acercaron al da de una enorme piedra que descendía por la pen- teniente político o al Tuerto Rodríguez antes de ma- diente dando brincos como toro bravo. tarles, a Chiliquinga. Al runa que les congregó al —Huuy. embrujo diabólico del cuerno. “El… El, carajuuu”. —Carajo. Pero acontecimientos graves y urgentes se desarro- —Quita. llaron con mayor velocidad que las negras sospe- —Si no me aparto a tiempo me aplastan estos in- chas y las malas intenciones. El silencio expectante dios cabrones —exclamó un oficial saliendo de una se rompió de súbito en el interior de la choza. Una zanja y mirando con ojos de odio y desafío hacia lo ráfaga de ametralladora acribilló la techumbre de alto de la ladera. paja. El hijo de Chiliquinga, que hasta entonces ha- —Es indispensable que no huyan. A lo peor se co- cía puesto coraje en los runas mayores por su des- nectan con los indios del resto de la República y preocupación ladina y servicial, lanzó un grito y se nos envuelven en una gorda… —concluyó el jefe. aferró temblando a las piernas del padre. Metidos en una zanja que se abría a poca distancia —Taiticu. Taiticu, favorecenus, pes —suplicó. de la choza de Chiliquinga un grupo de indios —es- —Longuitu maricún. ¿Por qué, pes, ahura gritandu? tremecidos de coraje— pujaba piedras pendientes Estate nu más cun la boca cerrada —murmuró Chi- abajo. Y uno, el más viejo, disparaba con una esco- liquinga tragando carajos y lágrimas de impotencia peta de cazar tórtolas. mientras cubría al hijo con los brazos y el poncho De pronto los soldados empezaron a trepar abrien- desgarrado. do en abanico sus filas y pisando cuidadosamente Nutridas las balas no tardaron en prender fuego en en los peldaños que ponían —uno tras otro— las rá- la paja. Ardieron los palos. Entre la asfixia del humo fagas de las ametralladoras. Al acercarse el fuego, la que llenaba el tugurio —humo negro de hollín y de imprudencia de las longas que acarreaban piedras miseria—, entre el llanto del pequeño, entre la tos fuera de la zanja les dejó tendidas para siempre. que desgarraba el pecho y la garganta de todos, en- —¡Caraju! ¡Traigan más piedras, pes! —gritaron los tre la lluvia de pavesas, entre los olores picantes runas atrincherados. Por toda respuesta un murmu- que sancochaban los ojos, surgieron como implora- llo de ayes y quejas les llegó arrastrándose por el ción las maldiciones y las quejas: suelo. De pronto, trágico misterio, del labio inferior —Carajuuu. de la zanja surgieron bayonetas como dientes. Va- —Taiticuuu. Hace, pes algo. rios quedaron clavados en la tierra. —Morir asadu comu cuy. —Pur aquí, taiticu —invitó urgente el hijo de Chili- —Como alma de infiernu. quinga tirando del poncho al padre y conduciéndo- —Comu taita diablu. le por el hueco de un pequeño desagüe. Cuatro ru- —Taiticu. 218 GALO RENÉ PÉREZ

—Abrí nu más la puerta. Enrique Gil Gilbert (1912-1973) —Abrí nu más, caraju. Descontrolados por la asfixia, por el pequeño que Nació en Guayaquil en un hogar de in- lloraba, los indios obligaron a Chiliquinga a abrir la fluencias sociales y políticas, de cuya orienta- puerta, que empezaba a incendiarse. Atrás quedaba ción se apartó, en ademán de arrogante y ju- el barranco, encima el fuego, al frente las balas. venil entereza. Hizo estudios en el Colegio —Abrí nu más, caraju. “Vicente Rocafuerte”, de su ciudad nativa. Su —Maldita sea. personalidad toda se vertió, durante un dece- —¡Carajuuu! Andrés retiró precipitadamente las trancas, agarró nio fecundo, en el campo de las letras. Ese al hijo bajo el brazo —como un fardo querido— y ejercicio y el afín de una cátedra de literatura abrió la puerta. absorbieron buena parte de sus singulares ta- —¡Salgan caraju! ¡Maricones! lentos. Pero los reclamos de la deprimente El viento de la tarde refrescó la cara del indio. Sus realidad de su pueblo no tardaron en atraerlo ojos pudieron ver por breves momentos de nuevo la hacia el trágico círculo de las contiendas po- vida, sentirla como algo… “Qué carajuuu”, se dijo. líticas. Tomó la divisa de los humildes, aun a Apretó al muchacho bajo el sobaco, avanzó hacia riesgo de incorporarse a partidos de la extre- afuera, trató de maldecir y gritó con grito que fue a ma izquierda. Llegó así a representar a su pro- clavarse en lo más duro de las balas: vincia en el Congreso Nacional de 1944. —¡Ñucanchic huasipungooo! Luego se lanzó hacia adelante con ansia por ahogar Aquella denodada y en ciertos momentos a la estúpida voz de los fusiles. En coro con los su- aciaga vida pública no malefició el contenido yos, que les sintió tras él, repitió: de su obra literaria, como ha pretendido sos- —¡Ñucanchic huasipungo, caraju! pecharlo una crítica mal informada. Tampoco De pronto, como un rayo, todo enmudeció para él, le sirvió a Gilbert para difundir lo suyo a tra- para ellos. Pronto, también la choza terminó de ar- vés de los canales internacionales de la pro- der. El sol se hundió definitivamente. Sobre el silen- paganda partidaria, como lo han hecho algu- cio, sobre la protesta amordazada, la bandera patria nos intelectuales hispanoamericanos. En cam- del glorioso batallón flameó con ondulaciones de bio —y tal ha sido el precio de su profesión carcajada sarcástica. ¿Y después? Los señores grin- política—, ha sacrificado condiciones admi- gos. rables de escritor, dando un adiós acaso defi- Al amanecer, entre las chozas deshechas, entre los nitivo a cuanto poseía como realización y escombros, entre las cenizas, entre los cadáveres ti- promesa en el campo de las creaciones narra- bios aún, surgieron , como en los sueños, semente- tivas. ras de brazos flacos como espigas de cebada que, El nombre de Enrique Gil Gilbert co- al dejarse acariciar por los vientos helados de los menzó a ser conocido en la literatura gracias páramos de América, murmuraron con voz ululan- a “Los que se van”, libro tripartito con narra- te de taladro: ciones de él, Joaquín Gallegos Lara y Deme- —¡Ñucanchic huasipungo! trio Aguilera Malta. La capacidad de Gil Gil- —¡Ñucanchic huasipungo! bert se descubría con mayor firmeza que la de Fuente: Huasipungo, en Obras escogidas de Jorge Icaza. sus compañeros. Probablemente sus ocho México, D.F., Aguilar, 1961, pp. 229-243. cuentos de esa breve pero augural publica- ción de 1930 eran no sólo la parte destacada, sino la que de veras preservaba el interés de la obra. Buen estilo. Naturalidad para descri- LITERATURA DEL ECUADOR 219 bir y narrar. Acertado sentido en la composi- Intentemos nosotros una apreciación ción de caracteres. Destreza en la combina- de su capacidad novelística exponiendo pri- ción de ambiente y actitudes humanas. La mero nuestra opinión sobre los “Relatos de presencia de un cuentista de vocación parece Emmanuel” (Guayaquil, Editora Noticia, Vera ahí cosa irrefutable. Poco después —en y Compañía, 1939). 1933— el haz de narraciones de “Yunga” vi- En ocho breves capítulos se contiene no a corroborarlo. Enrique Gil Gilbert ascen- el extraño y atractivo ramaje de los episodios, día a la posición cenital de los mejores rela- que se ofrecen de un modo indirecto, a través tistas hispanoamericanos empleando procedi- de evocaciones promovidas en el alma de los mientos similares, de incorporación de lo re- personajes, de vuelcos introspectivos, de con- gional, de cruda revelación de los problemas fidencias que se vierten en cartas y memorias. de la masa rural y de los trabajadores. José de La acción ni el diálogo son lo preponderante, la Cuadra pudo decir entonces que el joven pues que ese plano está ocupado por el movi- autor guayaquileño conocía bien la jungla. miento de la conciencia y las reflexiones indi- “La conoce —afirmó—, en cierto respecto, al viduales, monologadas. Para emplear ese pro- modo bíblico. Ha habitado en ella. Ha convi- cedimiento era indispensable un buen domi- vido con ella”. De ahí que de sus cuentos se nio de los recursos estilísticos. Sacrificada, en sintiera subir un denso vaho de verosimilitud. efecto, la capacidad magnética de los hechos Muestra acabada en el género fue su novela físicos, de bulto, que atrae sin esfuerzo al lec- corta “El Negro Santander”, que figuró entre tor común, el novelista se enfrenta a la nece- las narraciones de “Yunga”. sidad de tornar igualmente sugestivo el mun- La plenitud del talento de Gilbert se do de los estados anímicos, de los aconteci- dejó admirar por fin en el trienio de 1939 a mientos puramente subjetivos e intelectuales. 1942, con la publicación de sus dos novelas: Y eso es imposible si no se cuenta con un len- “Relatos de Emmanuel” y “Nuestro Pan”. Esta guaje dinámico, claro y eficiente. Enrique Gil última alcanzó resonancia internacional, pues Gilbert dejó advertir en los “Relatos de Em- que conquistó el segundo premio en el Con- manuel” hasta qué grado admirable ejercía el curso de Novelas Inéditas Latinoamericanas, dominio estético del idioma. En ninguna de convocado por la Editorial Farrar and Rine- sus obras —ni aun en “Nuestro Pan”— dio hart de Nueva York en 1940, a través de la an- muestras de mayor limpidez, exactitud y ex- tigua División de Cooperación Intelectual de presividad de la frase. Ello podría explicarse la Unión Panamericana. El primer premio lo como ejemplo de la asimilación cuidadosa de obtuvo la celebrada novela “El mundo es an- los maestros de la narración europea. El joven cho y ajeno”, de Ciro Alegría. Abundan las ra- escritor, de veintisiete años de edad, ambien- zones que explican el éxito de las páginas de tó inteligentemente los estilos extranjeros al Gilbert. Sin embargo, la crítica continental no medio costeño de su país. El resultado fue ex- se ha interesado en conocerlas de veras, y só- celente. De la misma calidad que las páginas lo las ha comentado vagamente, repitiendo del excepcional José de la Cuadra. casi siempre juicios confusos y discutibles. Por otra parte, en los “Relatos de Em- Hasta hay un historiador de la novela —Zum manuel” se usaron elementos técnicos que, Felde— que cita al narrador ecuatoriano lla- en lugar de sufrir deterioro a través de los úl- mándolo con otro nombre: Alberto Gil Gil- timos decenios, han ido exhibiendo su reno- bert. vada frescura, su permanente validez. Hay un 220 GALO RENÉ PÉREZ enlace sutil de los episodios, que se alcanza cada uno de los dos personajes. Y en ello hay no por la acomodación externa de ellos, co- quizás cierto desajuste de la técnica. En todo mo en los argumentos tradicionales, sino por lo demás, incluyendo la denuncia del proble- la iluminación sucesiva de los diferentes la- ma de los hijos ilegítimos y de las agonías y dos del poliedro espiritual de los personajes. pobrezas de la clase media, lo que se admira De esa manera vamos conociendo las recon- es el talento de un verdadero novelista. diteces de la vida íntima de Emmanuel, de su Los “Relatos de Emmanuel” fueron in- madre ilegítima, de su padre y de la viuda de mediatamente seguidos por “Nuestro Pan”. éste, de Mara y de Marengo. Los trazos des- Apareció esta obra en la Librería Vera y Com- criptivos de la figura exterior y del ambiente pañía de Guayaquil, en 1942. Después se pu- aparecen con un buen sentido de lo esencial, blicó en Nueva York, en versión inglesa de de la economía del detalle. La expresividad Dudley Poore, en 1943. Y más tarde en che- de las metáforas desempeña una función im- co, 1951, y en alemán, 1954. portante en eso. Tanto que el relato cobra en La expresión “nuestro pan” tiene senti- algunos momentos una fuerza poética irresis- do especial. Se refiere concretamente al arroz, tible. Se podrían reproducir aquí cuadros ri- alimento básico de las mayorías en el país del cos de acierto por la firmeza descriptiva, por autor. Y para que mejor se la comprenda, és- la fidelidad indiscutible, por la graciosa efica- te reproduce como epígrafe de su libro el si- cia del estilo. Asimismo, a trechos, sólo a tre- guiente decir popular ecuatoriano: “En ha- chos, lo dramático de la acción y el ritmo ani- biendo arroz, aunque no haya Dios”. Enrique mado del diálogo establecen un grado equili- Gil Gilbert quiso, efectivamente, tomar aquel brio con el rebuscamiento interior y la gravi- tema de “nuestro pan” para hacer la historia dez de las reflexiones. A ello hay que agregar, del cultivo de la gramínea, de su recolección como recurso también de buena ley, la finu- y de su reparto, con todos los problemas polí- ra de la sátira. En un tono que no se descom- ticos y sociales que se generan. Trató de ser pone por la exasperación o el alarde retórico, prolijo. De no recortar inescrupulosamente el se ensaya una crítica persuasiva de la vida so- rico asunto. Empezó su narración con el viaje cial. Finalmente, para definir mejor algunos de los “desmonteros”, que van a desbrozar el conflictos psicológicos, se usa con perspica- campo en que crecerán los arrozales. O sea cia el arbitrio de barajar las fronteras del sue- que el lector puede asistir al desarrollo de ño y la vigilia, de lo iluso y lo real. “nuestro pan” desde cuando éste comienza a Enrique Gil Gilbert adoptó, en el desa- mover la imaginación y la voluntad de los rrollo de su pequeña novela, un procedimien- sembradores. Luego verá los esfuerzos de la to ya conocido suficientemente: imagina que siembra, los azares del cuidado, las agonías uno de los personajes —Alberto—, que es el de la cosecha, los planes arteros y codiciosos que desenvuelve sus impresiones en todo el del explotador, la decepción de los trabajado- primer capítulo, publica las memorias de su res, la mancilla atroz de la política, el hambre hermano muerto —Emmanuel—, que corren de las clases populares. Todo eso ha deman- desde la segunda parte hasta el final. Se cree- dado al novelista una observación inteligente. ría entonces que hay una división precisa y ta- Una experiencia personal directa. Lo adverti- jante entre los dos momentos del libro. Pero mos en la “dedicatoria”, que nos hace recor- no hay tal. Ninguna diferencia se pulsa en la dar el acento lírico de “Don Segundo Som- forma de mirar y decir las cosas a que acude bra”: “A los arroceros con desigual fortuna, de LITERATURA DEL ECUADOR 221 cuyo plato comí y en cuya casa posé; y que rrosivo, hasta la cosecha, que convierte en me han olvidado luego de contarme sus sue- llagas sangrantes sus manos afanosas. ños, sus buenos días y sus malas cosechas…”. En el libro segundo se presentan las También le ha solicitado aquello una técnica peripecias de la figura mayor de la narración, cuidadosa, en que la lógica asegure con des- el capitán Hermógenes Sandoval. Es uno de treza todos los elementos de la urdimbre. los guerrilleros de Eloy Alfaro, viejo revolu- La organización sencilla y consciente cionario y estadista ecuatoriano; de modo de los episodios, de esta novela telúrica del que se advierte que la acción de la novela se trópico ecuatoriano, que precisamente revela ubica decenios atrás. Hay breves pasajes épi- el dominio de Gil Gilbert sobre el género, cos, pero en ellos se ha eludido inteligente- vuelve fácil cualquier intento de recordar en mente cualquier escena que pudiera parecer forma sumaria el argumento. Este se ha verti- folletinesca. Sandoval, tras la muerte de los do en cuatro libros. El primero de ellos mues- caudillos liberales, encuentra hospitalidad en tra casi completo el desarrollo del asunto car- una hacienda costeña. Y luego consigue po- dinal: aparecen los balseros empujando recia- seerla por la confianza que recibe del ancia- mente la embarcación a golpe de remo, como no propietario y por sus amores con la hija de en las páginas iniciales de Doña Bárbara, pe- éste, Magdalena. Ese dominio material sigue ro aquí el escenario casi incambiable va a ser dilatándose hacia las tierras circunvecinas por el del río y la montaña. Después empiezan a la firmeza de su ambición y nuevas conquis- recortar su figura, de indiscutible dimensión tas amorosas. A Magdalena le une, no obstan- humana, y con ese tejido complejo de lo que te, una relación sentimental indestructible. está realmente vivo, casi todos los personajes Por eso, a pesar de no serlo, la siente como si de la novela. El montuvio que mató a su mu- fuera su mujer legítima. De ella nace su úni- jer aturdido por los celos y el alcohol, y que co descendiente —el doctor Eusebio Sando- anda huyendo de “la rural”; el tísico que se val—, que va a completar la titánica empresa aísla de sus compañeros, pero que no puede arrocera que organizó el padre en esas pro- abandonar su trabajo; los viejos desmonteros piedades, y a permitir así el amplio desarrollo que no cesan de aplazar su desmedrada espe- argumental de la novela. ranza hasta la cosecha siguiente; el seductor Es exactamente en el libro tercero don- que incita a fugarse a la mujer de formas elás- de se desenvuelve la aventura de este nuevo ticas y sensuales; las familias de los arroceros, Sandoval, a quien se le envió de niño a un in- que han llevado el hogar a la rusticidad de las ternado de la ciudad, en el cual sintió los tor- pampas y que ambicionan cosas conmovedo- mentos del desarraigo y echó de menos la ramente humildes como compensación a la fuerte libertad de la naturaleza en que se ha- enormidad de sus sacrificios, y, finalmente, el bía criado: “Las puertas de las casas de cam- explotador, que llega a ajustar las cuentas po son puertas que llevan hacia el viento y los cuando el doloroso laboreo ha terminado. caminos”. Solamente un afán de ascensión Una cadena de hechos, impresionantes por su económica y social —el deseo de unirse a fuerza de verosimilitud, se van ofreciendo en María de Lourdes Santistevan Coronel, supe- un relato dinámico, que tiene muchas páginas rando su condición de cholo— le llevó a doc- impecables, numerosos cuadros certeros. Van torarse. Pero el reclamo de la tierra fue impe- desde la siembra rudimental, que obliga al rioso. Y volvió a ella, a entregarse a la empre- trabajador a hundir su cuerpo en el fango co- sa arrocera de que había sido testigo desde la 222 GALO RENÉ PÉREZ

infancia. Modernizó el cultivo. Y la energía LADERAS, ESPERANZA Y RIO heredada del capitán Sandoval la convirtió en astucia de especulador. A su descontrolada I ambición de enriquecimiento se debió la tra- Humeaba la choza. Estaba envuelta en humo azul. gedia de muchas gentes humildes. Sobre to- El perro bostezaba tendido junto al poyo. La leña de do, de grupos de indios atraídos con el señue- eucalipto crepitaba y perfumaba al quemarse. Y no lo de los salarios, que bajaban ala costa a mo- era solamente el humo, sino la tenue neblina. Y rir lentamente: nuevos mitimaes que soñaron abajo el valle, hondo, parchado de colores. en vano retornar “a la parcela de la vertiente José Aucapiña contemplaba el hogar, levantado so- andina para sembrar su propia cebada, su bre el piso. La olla no era ya de color rojizo. Estaba propio trigo, sus propias papas, su propio negra y mantecosa. Y negro todo el interior de la maíz”. El cuadro trágico de José Aucapiña es choza. Se rascaba cruzando la mano por todo su de una verdad desgarradora. Y las actitudes y pecho para alcanzar el costillaje. Alborotosa, la ga- reacciones de los indios se han captado con llina corría por todos lados. perspicacia y fidelidad. El valle era hondo, infinito hacia abajo. Sin embar- En el último libro la novela tiene una go, era menester bajar más para llegar a la costa le- culminación técnica y estética de primer or- jana. Y allá, entre la selva apretujada, más cerrada den. Es completamente injusta la apreciación aún que las yunguillas, el calor dizque era una co- sa densa que apretaba hasta hacer polvo los pulmo- de ciertos críticos extranjeros que aseguran nes. Habrían culebras, animales sin pies, arrastra- que allí la obra se descompone en un alegato dos, pero cuya mordedura mataba tan rápido como político, propio de la condición partidaria de un rayo. Enrique Gil Gilbert. Con el triángulo amoroso Abandonaría esta tierra. Esta choza cobijada en la de Eusebio Sandoval, su mujer María de Lour- gran alforza de este cerro cuya cabeza solía gene- des y el amante de ésta, Antonio Chiriboga, y ralmente curiosear las entrañas de las nubes. Restre- con la seducción política ejercida arteramen- gaba entre sus manos polvo de esta tierra. Apretá- te sobre estudiantes y obreros, se presenta en balo compenetrándolo en sus poros. Dejaría a la aguda sátira, de modo simultáneo, la infideli- Rosa vieja. Habíale hablado Saquisay. Pálido, re- dad conyugal de las clases altas y sus hábitos cién llegado. Vestido de pantalón y saco. Con cor- corruptores de la vida pública ecuatoriana. bata de tres colores. Enzapatado, con calzado blan- Está perfectamente denunciada la aflictiva co de lona y suela de caucho. condición de un pueblo de parias frente a —Ajujuy! Vieras nomás. Pagan buena plata los mo- esas tropillas de políticos que se suceden en nos. ¡Allá sí que se puede guardar! Y el Guayas grandazo. No hay río como ése. el poder usando toda clase de sofismas. Y más. Las noches ventosas de octubre. Con frío ca- Hay, a lo largo de la novela, un buen si serrano. Cundidas de luz y gente. Las calles an- equilibrio de acción y de revelaciones psicoló- chotas como el río, con agua de gente. Como en la gicas, de gravitación de lo telúrico como de repunta de las mareas, remolinos y corrientes en- los problemas sociales. Además, se produce contradas. Y bulla. Eso era para hacer plata y para sin esfuerzo el enlace de los elementos de la gastar y guardar! ¡Ajujuy! realidad exterior con los del mundo anímico Más, dejar todo esto. Los cerros medio rojos, medio de los personajes. Quizás, a veces, el intento verdes, medio amarillos, limitados de nubes y euca- descriptivo se muestra recargado y moroso, liptos. Estas casas escalonadas. Estos embudos de pero de ello nos compensa un estilo por lo co- paja. Aquí dentro el poncho, la cebada, la beta. La mún fluyente y socorrido de verdadera poesía. vieja que rezongaba. LITERATURA DEL ECUADOR 223

—¿Qué es, pues? Aquí también hay plata. Nunca Seguido de un perro flaco, cansado de beber agua nos hemos ido y no nos hemos muerto de hambre. de acequia, Andrés Quishpe deambulaba por la ca- Junto a la yunta te habís criado… ¿Qué vas a bus- lle. Unos chicos barrigones se hurgaban las narices car allá, pues? ¡A hacerte mono tísico! parados y quietos junto a las puertas grandes de los Incontenible, la voz monótona, alternaba el caste- corrales. Manchados en la cara de mocos y tierra, llano con el quichua. José Aucapiña no movía la tan quietos, no se moverían por nada. Bajaba desde cara. Sus ojos bovinos parecían no mirar, no ver. La la cordillera aire helado, cortante como hoja de cabeza inclinada como la de los bueyes bajo el pe- acero. Transitaba por las calles del pueblo levantan- so del yugo. Las manos caídas entre las piernas. do polvareda de arena, llevándose hojas secas que También un poco cundido de neblina. raspaban sobre las piedras sacadas del río para evi- Gimoteaba la vieja sentada, con una pierna recogi- tar el lodo. Quishpe miraba todo. Ya no olvidaría ja- da, doblada hasta tener la rodilla cerca del seno más la facha del pueblo. Era negro. Calles, casas, guindante y escuálido. Hilaba lana. horizonte de humo. Ponchos rojos ennegrecidos. Y —Como si esta tierra no fuera de cosechar. ¿Qué es, techos de tejas ahumadas. Caminaba por las calles pues, lo que buscáis en la ciudad? Animales malos. con su hato a la espalda. Lentamente. Un yaraví to- Pobre runa. ¿A quién conocéis allá? ¿Dónde vais a cado en pingullo era como su alma. ¿De qué tierra llegar? ¿Con qué plata vais a comer? venía esa música de pena, como un llanto? La lle- El camino polvoso y torcido en ladera, declinante varía consigo para siempre. Y no lo sabía. Pero es- hacia el camino de hierro, pasaba cercano a la ca- taba en él como la sangre. sa. Trajinado de indios embutidos en largos pon- —Oyes Quishpe andan enganchando gente para la chos. Inclinados, rojos, grises, verdes, bajo el peso costa. El Romualdo Acosta ha venido anteayer no- de los fardos, con la cabeza agachada, a su trote rít- más. mico, invariable, incansables, venían de largas dis- Y en la casa de la chola Teresa, parado en la puer- tancias con rutas hacia los pueblos cercanos. ta: Abriéndose humildes del camino para ceder paso a —Tres cincuenta con comida. Cuatro sin comida,. los caballeros, que de poncho, zamarros y espuelas, si tienen amigos, traeráslos. pasaban levantando trombas de polvo. Y el trote de —Pero allá da el paludismo. los indios y el camino y la oferta contada de ganar —No seas pendejo, runa. Buena plata te has de me- dinero, mucho dinero, lo atraían a pesar de las la- ter. Poco tiempo de trabajo y ya tienes hartote… mentaciones de la vieja Rosa y del ambiente de la —Es que aún tengo deuda con el patrón Holguín… choza en que había vivido desde que naciera y del —Yo te embarco en el tren sin que nadie te vea… solo horizonte recorrido por las nubes y por los eu- —Avisarán al político… caliptos que viera en toda su vida. —No hay cómo te cojan… Y se quedó de pronto quieto como un eucalipto sin II viento. Sobre la ladera cercana había aparecido el convoy. Largo, rematado en la cabeza por la máqui- Apretadas como si estuviesen encogidas de frío, las na bufante, empenachada de humo. Pitando. Estri- casitas del pueblo gris hacían ronda a la estación y dente alarido repetido y alargado en los ecos de los a las líneas férreas. Desde mucho antes de la llega- cerros. da estaban algunas vendedoras con los huevos du- Revoloteaban los gritos y las gentes que ofrecían ros acomodados en bateas grandes. habían matado sus ventas. Corrían las vendedoras con sus chillidos el chancho la tarde de la víspera y ahora se apresu- y los ojos despavoridos. Los muchachos metiéndo- raban aliñándolo. La fritada esparcía su olor rumo- se entre los cargadores presurosos. Acosta lo empu- roso por las calles sucias y torcidas. En los poyos de jaba a la escalerilla del vagón de carga para que tre- piedra, grandes y yuros, se molía apresuradamente para al techo. Los pies de otro que iba delante su- el maíz para la masa de las empanadas. yo. Y los cabezazos y manotones del apurado que 224 GALO RENÉ PÉREZ

lo seguía. —¡Más que! No tenemos plata para el viaje. Agrupados, en el techo, ardiéndoles los ojos por el —El da todo. humo de la locomotora, teniéndose con las manos —¿Así nomás? fuertemente de unas varengas para no caer con los —Claro que después descuenta. vaivenes, silenciosos, asombrados ante el paisaje —¿Y la mujer y los guaguas? vertiginoso que huía, ensordecidos por el rugir de la —También podía llevarlos. máquina. Un viento fuerte gritaba y golpeaba sobre La Rosario Zaquizalema había contado que ella fue sus caras abriendo grietas finísimas en los labios. Lo con su marido. La Costa era tan rica que daba tra- ayudaba la arena del camino. bajo para todos. Sabiendo hacer chicha y tortillas, ¿Y el pueblo? las mujeres no eran carga pesada porque ayudaban a los maridos a hacer plata. Ella había ido en una III soga que hicieron para hacienda de cacao. Pedro Yanuncay pasaba horas y horas mirando ese El alarido del chico, hipando inconteniblemente, huasipungo en que trabajaba. rechazando la teta rematada en lila; el traqueteo del —Muerto patrón Gutiérrez, los hijos que viven en carro; el polvo adentrándose por la única puerta se- París quieren vender. mi abierta y deteniéndose a dar vueltas por todo el —¿Más que sea a los aparceros? coche haciendo una nube densa que se acostaba —Aun siendo. muelle y silenciosamente sobre todas las cosas, fas- Bajo la noche clara de luna, sentado a la puerta de tidiaban. La noche que era compacta fuera del ca- la choza, miraba la parcela. La Nati se movía aden- rro, se hacía un bloque inviolable en su interior. tro en sueño intranquilo. Un perro distante ladraba Hacía mucho tiempo que había visto a manera de con el hocico alzado hacia las nubes. Oía los mo- relámpago el último destello rojo cristalino del sol vimientos del guagua despierto. Clocleaban las ga- empinado forzadamente tras las cabeza de los ce- llinas. Y enverdecida de luna, la siembra de cebada rros. Y hacía mucho tiempo que el frío había desa- se movía. Inclinada en la ladera, amarilleaba verdo- parecido. En su lugar entraban vaharadas de calor sa, susurrando, mientras el viento le pasaba la ma- espeso. no sobre el lomo como a perro. Olor de fogón y de Era la Costa mujer dormida salía de la choza. Entraba por la puerta un sopor cáustico. Se imagi- ¿Si pudiera comprar la tierra? naban que el tren horadaba un túnel de gelatina —Yo me fuí nomás con el difunto que Dios tenga caída. A pesar de la velocidad entraba muchedum- en su gracia. Allá la plata corre. Parece río. Aquí, bre de animales pequeños. Los mosquitos atacaban ¿cuándo? Iráse nomás con mujer y todo. Ella ayuda. con su puyas. Dejaban escozor en la piel y sentían Para el sábado hace chicha empanadas, fritanga… las ronchas grandes, levantadas en los brazos, en la El sembrío de cebada ondulaba, meciéndose como cara. los follones de las cholas. Se hundía zalamero co- El chico berreaba inconteniblemente. Venían desde mo lomo de perro guardián saludando al dueño. la tarde metidos. Eran seis de familia y otros más. Por eso venía. Con mujer, hijo y todo. Nada más Los centros de las mujeres aumentaban el calor. que el llanto de la criatura, ya fatigada, y el monó- Abigarrados, llenos de color en sus vestidos, suda- tono resonar de las ruedas turbaba el silencio pesa- ban. Se hinchaban por el calor. Amontonados jun- do que les obligaba a dejar laxas las caras abotaga- tamente con la carga. Temerosos de que los bultos das. El cansancio y el estropeo del viaje les había cayesen el rato menos pensado. adolorido el cuerpo, pero ya ni siquiera buscaban Había un olor insoportable a excremento humano. la manera de acomodarlo para que descanse. Un El mosquerío había invadido el departamento. sueño que hinchaba los párpados los hundía, au- —Hay un rico de Guayaquil que necesita harta sentándolos del viaje y de sí mismos. gente. Está pagando buen diario. LITERATURA DEL ECUADOR 225

En la sabana nivelada el tren corría velozmente. Los —Puuuu… Como seis veces. Casi me he hecho mo- carros se balanceaban a manera de balandras. Y la no… noche se ceñía a los costados del convoy, densa, La tranquilizaba su manera de ser. Sus labios enro- negra, espesa de mosquitos, calurosa. jecidos y gruesos, la risa amplia y el modo delicado y gentil. IV —¿Dónde va a llegar? —Me espera una tía… Al detenerse, desde el vagón de segunda, pudieron Al reemprender su marcha el convoy conversaban ver un pueblo de luz mortecina. Casitas elevadas como antiguos conocidos. Camacho hacía valede- sobre pilares largos y flacos. Hechas de cañas. De ra su experiencia. Al principio no se acostumbraba. carrizos. Tapada con pajas. Desvencijadas. Por los El calor es mortificante, en especial desde las diez intersticios se colaba luz amarillenta y movediza de de la mañana hasta las cuatro de la tarde. Pero lue- kerosene. El carro apestaba a sudor. Venían aglome- go hacía viento. Claro, que también, en ocasiones, rados y con ropa gruesa para cubrirse del frío ma- tibio. Y el agua no quitaba la sed, caliente y espesa. ñanero de la Sierra. Las voces de los montubios re- Se hinchaban los pies y las manos. Y se ríen del co- sultaban curiosas, con su hablar desleído y canta- lor, que se arrebata hasta el rojo intenso, y del mo- do. Parecía que las palabras se quedasen a medio do de hablar. Pero pocos eran los que molestaban decir y que alguna cosa impidiese pronunciar total- con lo de serrano. Si viera, casi toda la gente del mente las letras. Las caras que se juntaban a lo vi- pueblo eran serranos… drios de las ventanillas eran pálidas, de color acei- tunado. Ojos brillantes y de mirar duro. Labios V gruesos, y al reír desdentados; las bocas eran como ventanas de rejas. Aparecían mal encarados con los Abajo, la hondonada profunda. Los arrieros fustiga- mechones zambos o lacios caídos sobre la faz. ¡Los ban las mulas, que, aunque acostumbradas, estaban montubios! ¡Los negros! reciamente temerosas de lanzarse al chaquiñán, María de Jesús Nacipucha, arrebujada en su paño- que atirabuzonado, igual que un serpentín de alam- lón, haciéndole fiero al calor, tapada hasta la mitad bique, se metía sierra abajo, camino de la costa. El de la cara, comenzó a tener miedo. Venía sola. En jefe de los arrieros, maldiciendo a las bestias, se Guayaquil la esperaba una tía. Le tenía conseguido persignó con el rebenque recogido, y rezó. Aquella puesto para que trabajase en una fonda, de moza. escalera peligrosísima hacía esguinces al borde el Los montubios y los negros con las gentes que hi- precipicio. Se arremangaron hasta cerca de las rodi- cieron la guerra de Alfaro. Solían llegar a los pue- llas los pantalones. Y comenzaron la bajada, a pie. blos serranos montados en caballos arrebatados en Tanteaban el piso lodoso. Antes habían asegurado las haciendas comarcanas. A galope tendido entra- bien los hatos sobre las espaldas. Eran diez. Venían ban disparando al aire sus revólveres. Masones y del Sur. Siempre para las cosechas necesitaban gen- sacrílegos. Hambreados de hembras. te en la costa. Los montubios son alzados y estaban —Venga hijita para que sepa lo que es un macho. emigrando a las ciudades. Necesitarían hombres. Y —¿Dormimos en la Iglesia esta noche? ellos venían. Mientras descendían, comenzaban a —¿Dónde esconden al curita para dejarlo de pa- encontrar la Costa. Los cantos de los pájaros. Ha- drastro? bían caminado ya diez días. Informados por los O eran maleros, macheteadores y ladrones de gana- arrieros reacios a conversar. do. Gentes que mataban porque sí. Tan asustada es- —¿Será fácil hallar trabajo? taba que se fue arrimando al que viajaba a su lado. —Umjú! Fregada es la cosa… Y se encontró con la risa ingenua y curiosa de Pe- Mientras bajaban ascendía a ellos olor de otra tierra dro Camacho, que vestía de saco y pantalón. y de otras plantas. —¿Les tiene miedo? Bulliciosos nomás son. —Cuidado, no se acerquen a ese plano porque las —¿Ha venido usted ya antes? hojas destilan una leche que quema. 226 GALO RENÉ PÉREZ

Alguna vez creyeron verse entre la tupida hojarasca los que mataban negros. Los vio también sudoro- rastrero deslizarse de ofidios. El viento se había sos, junto a un fusil. Eran esos ojos quietos, hondos, quedado arriba, en las montañas que ahora se re- como ojos de muerto, como boca de fusil. cortaban sobre el filo blanco de las nubes lechosas. Ráfagas olorosas de mangle asoleado bejuqueaban. —¿Con cuánto diario se puede vivir en la Costa? Y el Rauta, ancho, bajaba callado, broncíneo, ahue- —Eso depende… según la vida que quieran darse… cándose a cada curva en un embudo enorme. Se Y bajaban. El piso era cada vez menos pedregoso. veía el viento, más acá del sol, sobre los árboles, Las mulas se arqueaban en prodigioso equilibrio. temblando como la evaporación. Rodaban con las cuatro patas juntas y el rabo entre Un longo joven vio una culebra. Sintió frío, le tem- las piernas. Los arrieros no caían, pero ellos habían bló la quijada, se recogió contra sí mismo. Pasaba, menester cogerse del piso con pies y manos. larga, resbalosa, indiferente. Cerró los ojos se reme- —¿No será difícil encontrar trabajo enseguida? cía, tan rápido, que no se sacudía. La piel debía ser —Ahora están bajando por el tren gentes por cuen- fría, como mano de muerto. Y dizque mata la mor- ta de los mismos gamonales… dedura en horas, de arrojar sangre por todos los po- Zancudos comenzaban a llegar en la solana resta- ros. llante. Jaramillo los ordenaba: Había arboledas tupidas de grandes hojas pendien- —Allá, ustedes, los sin mujer. tes hasta el suelo. Al comenzar la noche se distraían Pío mascaba tabaco. Ha visto al joven asustarse de con el vuelo de los cucuyos. Inusitado era mirar las una culebra, y ha rajado su boca en desdén. luces volantes tan dispersadas y tan numerosas. Pe- —¡Flojo!, ¡mi muchacho es más valiente! ro el temor de las alimañas. —¡Un permisito! —¿No hay peligro de tigres? La luz del día comienza a cerrarse como un para- —Esos andan en las montañas. Raramente salen a guas, lentamente. los caminos… La voz de Toño salta de una talanquera, con el tor- —¿Y las culebras? cimiento de una guitarra, con borrachera de lejanía, —Nosotros no somos crianderos… tambaleándose de tristeza. El apretujamiento de las gentes en este vapor siem- pre estrecho para el pasaje, los gritos de los carga- Ya va cayendo la tarde dores y de los estibadores, los empujones, el can- juntamente con el sol. sancio, el calor, los atontaba. Quedaron arrincona- Así se me van cayendo dos, entre sus bultos. Al iniciar el balance de la na- las alas del corazón. ve se intranquilizaron. Alcanzaron a ver el mar mo- vedizo y luminoso, como si anduvieran candelillas Han pasado los últimos longos. Fueron mujeres con en él. Y después, el sueño. maridos. Mujeres a las que les temblaba la cadera maciza bajo el follón. Jaramillo las vio, con la mis- IX ma cara con que veía todas las cosas. Y sin embar- go, ahora, que ya se habían ido, se le metía por los Chatos, rojos, abotagados por el calor, subían uno a ojos el recuerdo de un pecho rojizo, fuerte, duro, uno. Las caras mantecosas. Los ojos de fiebre. cimbreante, distinto de la piel elástica de las cholas —¡Los longos son antipáticos! de junto al mar. —No tanto. ¡Pobres longos! —Mucho longo, ¿no don Jaramillo? Jadeaban aplanados. Acesaban. —Es que son más baratos que nosotros. —El calor los mata. —Y el costeño siempre tira a bravo. —A nosotros nos achata el frío. —¡Pero cuando se levantan las indiadas! Pío los miraba. Sus párpados se contraían; ajustaba Pío no cree. Los longos son cobardes y traicioneros. los dientes y las mandíbulas se endurecían. ¡Lon- —No es cierto, Pío. Usted, porque los morenos no gos! Cuando en Esmeraldas peleaban, eran longos los quieren. LITERATURA DEL ECUADOR 227

—Usted es Guayaco… da, removida y lodosa bailando por sus canillas, Y la sonrisa incisiva del negro lo corta bruscamen- pringando su ardentía hasta los muslos. Una cordi- te. llera de hinchazones lo cubría. Los mosquitos ha- El vuelo de puñetazo de los murciélagos rompe el cen fiesta en la carne serrana. Levantan ronchas lila de la noche iniciada. grandes. Su comezón es intensa y continua. Se ras- can los cordilleranos desesperadamente, sacándose X la piel, haciéndosela llaga. Malo para trabajar en los desmontes que viven en aguatales. Al remojarse —El José Aucapiña dizque se vino en canoa. en el líquido sucio absorben los bichos de la podre- —Así, pues, fue. Casi mismo me da vómitos y otras dumbre. Comienzan las llagas a crecer, abriéndose cosas. Viera nomás lo que es estar metido horas y campo entre la carne, en lagunas de carne blanca horas en eso estrechito, donde no se puede estirar siempre capaz de desgajarse, de ahondarse. ¿Para las piernas si al meterse las encogió. Viera nomás. eso vino? Sin embargo, bajo la carne llagada, bajo —Ni que fuera tan fiero. Ele vé los montubios como la piel que inauguraba su nuevo color pálido, en la vienen con familias y trastos. sangre corretea la esperanza. A la hora del sopor José Aucapiña estaba sentado sobre la tierra dura, cerraba los ojos y ensoñaba. A la hora vertical de un sartenejosa. Miraba el río correntoso, cundido de día sábado formaría cola ante la oficina de la Ha- palos. El campo sembrado de janeiro cerca de las cienda. Escucharía la voz monótona y dura del pa- márgenes, haciendo malecón de yerbas. Y su vista gador. alcanzaba a ver los inmensos sembríos de arroz. —Jorge Pincay… Oía cantar las muchachas costeñas tras las paredes —Aquí. de caña, ya sin verdura, color de hueso. Atendía el —Seis días, diecinueve sucres; cuenta de comida grito de los pajareadores. ¿Cómo era que esos mu- en la tienda, doce; abono a la cuenta, tres. Recibe chachos andaban, aún de pies, en canoas tan pe- cinco sucres… Manuel Balladares, mozo. queñitas cuyos bordes rasaban el agua? Era menes- —Aquí. ter confiar en los propios ojos para creerlo. Se ato- Y luego el grito con su nombre, descontando nada sigaba con las vaharadas de la montaña. Se allega- más que lo de la comida en la casa grande. guarda- ban pertinazmente los acres olores. Olor de árbol ría las monedas. Porque cambiaría todo lo que fue- en celo. De tierra fecundada. Hojas rajadas hume- se billetes, que son propensos a hacerse polvo, a ser decían los troncos y el polvo esperjeando su heden- devorados por los animales. Guardaríalas en una tina cáustica. De los barrancos ascendía el picante bolsa de fuerte bayeta tejida por la Rosa vieja. Y co- olor de los mariscos. Almizcle de pescados. ¿Cómo menzarían a amontonarse. ¿Qué importaban las era que la montaña de la otra orilla se movía toda? charras y los mosquitos? Crecerían las monedas, Verde, prensada, se estremecía, ondulaba. Como plateadas, brillantes; como esta agua caliente y pu- una negra que bailara el torbellino. Los negros y la dridora. Salpicadoras, no de ardentía para abrir montaña saben moverse como el mar, saben estre- charras, si de llaves para los caminos. Para los pe- mecerse. Pero todo esto marea. ¡Y el viaje anterior dregosos caminos serranos, polvosos y torcidos, tre- en canoa! Si las hormigas no pasearan tan a menu- padores de laderas, trajinados de indios. Como un do por el suelo que su cuerpo ensombrecía, se hu- camino, el primero que conociera, alejador de su biese acostado a dormir. Pero los insectos… casa y su vieja, acercador de la fortuna. Tres días de Desde el arrozal también se divisaban las casas de trabajo, nueve monedas de a sucre; nueve, relu- la orilla. El José Aucapiña trabajaba metido en el lo- cientes y sonoras. Engarfiado al desmonte, a pesar do. Más que en el lodo era en candela. Si alguien de que el paludismo comenzaba a retenerlo en la soportara el meter los pies en la ceniza recién qui- Costa, carta de naturalización para la sangre, sentía tada del fuego, esto sentiría. Grasa caliente, que- que al correr los días y crecer las monedas, se iba mante; polvo cáustico, envolviendo los miembros y para siempre a su tierra, se acercaba más y más a la adentrándose en la piel. El agua caliente y hedion- parcela de la vertiente andina para sembrar su pro- 228 GALO RENÉ PÉREZ pia cebada, su propio trigo, sus propias papas, su campesino serrano que había tenido que car- propio maíz… gar sobre sus hombros, hacia las alturas, mue- bles, coches, pianos: “todo este lujo macizo Fuente: Enrique Gil Gilbert, Nuestro pan. Editorial Casa de la Cultura Ecuatoriana, Quito. Capítulos I, II, III, IV, V, IX y —dice De la Cuadra— ha venido sobre la es- X, 1976. palda corvada de los indios, por los escarpa- dos senderos”. Alrededor de esa dramática Joaquín Gallegos Lara (1911-1947) realidad, anunció Gallegos su novela “Los guandos”, que desgraciadamente nunca logró Nació en Guayaquil y en la misma ciu- elaborar. Tampoco consiguió entregar al pú- dad murió tras una vida desasosegada y triste. blico otra larga narración —”La bruja”— so- Perteneció a una familia pobre. Su formación bre los problema de los sembradores de ca- intelectual fue sobre todo la de un autodidac- cao, algunas partes de cuyos originales pare- to. Leyó abundantemente. Frecuentó las lite- ce haber conocido José de la Cuadra. E igual- raturas del mundo entero. Amaba a los clási- mente jamás recogió su producción dispersa, cos tanto como a los modernos. Conocía a los que había publicado desde los años moceriles autores franceses en la lengua propia de ellos, en libros y revistas. que había llegado a dominar. Y no era que A Joaquín Gallegos Lara se le había ve- disponía de medios adecuados para consa- nido apreciando a través de esa desordenada grarse a ese linaje de labores. Ni menos. Lo difusión de sus cuentos y de la parte que le que ocurría era que el desventurado joven es- correspondió en el libro titulado Los que se taba condenado a las cuatro paredes de su ha- van. Pero sí se considera con atención, ningu- bitación porque no podía moverse: había na- no de sus relatos breves, incluído “El guara- cido con una deformación que le impedía ca- guao”, que es el más sugestivo, alcanzó los minar. Sin embargo, las necesidades del sus- atributos de su única novela conocida: Las tento y una amorosa ansiedad por las cosas cruces sobre el agua. La iniciación de Galle- que contemplaba desde su miserable bohardi- gos fue, sin duda, precaria y vacilante, como lla le lanzaron un día hacia las calles. A espal- no la había sido la de sus compañeros. Se das de otro hombre, que fue como usualmen- apasionó por los temas del pueblo costeño, te recorrió todos los sucios y descaecidos rin- pero le faltó la maestría de De la Cuadra y de cones de la gente humilde, y como, en mo- Gilbert para no despeñarse en la truculencia mentos de dolor colectivo, se hizo presente ni en las debilidades de la técnica y el estilo. en las barricadas, convertido en un comba- El dominio narrativo le vino con la madurez. tiente más. Su amigo José de la Cuadra ha Se lo admira en su novela, que de veras le da evocado fugaz pero expresivamente algunos derecho a una posición muy destacada en la aspectos de esa zarandeada y generosa exis- literatura hispanoamericana. tencia. Ha aludido a los trabajos fatigosos de Hemos dicho que el caso personal, ín- Gallegos en un camión que acarreaba casca- timo, de Gallegos Lara fue, sin duda, trágico. jo de las canteras cercanas al puerto. Ha he- Su figura física era incompleta. El cuerpo, con cho referencia a los contactos que aquél bus- su impresionante defecto ingénito, mostraba có fervientemente con el pueblo montuvio, una especie de raigones flotantes en vez de “gentes de veras”. Ha recordado su desplaza- las piernas. Pues bien, aquel hombre ator- miento a la ciudad de Cuenca, en donde se mentado por su monstruosidad corporal no se había asombrado de los trágicos esfuerzos del resistió a introducir en su novela Las cruces LITERATURA DEL ECUADOR 229 sobre el agua una figura de fenómeno: la de formarla. Y, no obstante, convertirla en mate- Malpuntazo, zaherida y befada por su propio ria novelable. Ensayó entonces un estilo harto autor, como en desahogo de odio a la imper- apreciable. Fruto de su sensibilidad del medio fección personal que veía en sí mismo. Pero, ambiente y de la aptitud expresiva de su len- algo difícil de entender, la desventurada con- guaje para la traslación de tal experiencia. dición de Gallegos no le privó, a pesar de to- Quizá no se ha escrito una novela que pre- do, de la capacidad de sentir fielmente la rea- sente como Las cruces sobre el agua, con ni- lidad del hombre común: aquí vale decir en- tidez igual ni tan conmovedora poesía, la vi- tero. Múltiples experiencias, y sobre todo las da del pantano, que es la del suburbio del que demandan una naturaleza plena, vigoro- puerto de Guayaquil. Pero en la composición sa, móvil, y aun bella para sus alardes amoro- de los cuadros de Gallegos Lara se pulsa, no sos y heroicos, parece que hubieren sido cap- el desamor ni el desdén a su tierra empobre- tadas por él no sólo a través de una observa- cida, asiento de la enfermedad, el hambre y el ción diligente, sino de la propia vida. Porque fracaso, sino una tierna y ansiosa preocupa- los personajes de Las cruces sobre el agua ción por ella. De ahí que el protagonista Alfre- alientan y trajinan por el libro henchidos de do Baldeón, tras deslumbrarse con el esplen- euforia, de brío, dejando sentir sus actos co- dor de la ciudad extranjera que ha visitado, mo algo verdadero y persuasiva. Más que el busca el reencuentro con su barrio humilde, trasunto de lecturas y de observaciones pers- como un Ulises nostálgico que “no menospre- picaces —que sin duda lo hay—, se adivina ciaba lo suyo: estas cañas y estos lodos!”. en todo ello una intuición penetrante. Hemos dicho que el punto central de La obra, varias veces reeditada, se pu- los episodios de Las cruces sobre el agua es la blicó en Guayaquil, en la Editorial A. G. Sene- represión sangrienta por el ejército de los cen- felder C.A. Ltda., en 1946, con portada de Al- tenares de gentes que salieron a las calles de fredo Palacio y 7 grabados de Eduardo Borja Guayaquil en defensa de sus derechos. Pero I. El novelista quiso tomar como soporte de tal acaecido, que Gallegos Lara describe con ella un hecho de la historia del puerto guaya- firmeza de buen narrador, no disminuye la quileño: el levantamiento popular del 15 de importancia de otros asuntos del argumento, noviembre de 1922. Que tuvo un corolario entretejidos de modo que se tenga una impre- sangriento. Entre los rebeldes sacrificados por sión de la atmósfera social y de las interiori- las balas oficiales estuvieron los panaderos. dades de varios de sus personajes. Con ello se Los angelicales obreros del pan de cada día. Y enriquece el curso narrativo, y se lo extiende sobre todo uno, cuyo nombre preside aún las hacia campos diversos que, cuando menos, tahonas cálidas de la alborada: Alfredo Bal- evitan el riesgo de la monotonía. Así el lector deón. El novelista se propuso evocar ese puede descubrir el drama de los trabajadores acontecimiento y la vida misma de aquel y su hogar miserable, o contemplar de desi- hombre humilde y generoso. Pero advirtió gual fortuna de la clase media, cuya condi- que le era indispensable reproducir también ción es más o menos la misma en muchas ciu- la atmósfera en que exuda su existencia el dades de nuestra tiempo. Comprende, ade- pueblo de Guayaquil: la del barrio pobre. La más, los móviles de la intranquilidad popular. fuerza de su narración debía proceder de los Siente la desesperanza a que conducen los manaderos de la realidad. Tenía que eludir las fracasos, la agitación frustrada de toda esa fáciles imágenes con que se acostumbra de- muchedumbre de desposeídos. Observa, por 230 GALO RENÉ PÉREZ otra parte, a través de la figura cardinal de condición popular. El otro tiene, en cambio, Baldeón, cuadros fugaces de las guerrillas de sobre sus atributos ingénitos, la influencia de los negros de Esmeraldas, promovidas por los la cultura que ha adquirido no sólo en las au- caudillos liberales y cuyo tema ha sido ya in- las del colegio, sino en la atmósfera de la cla- corporado a varias narraciones del litoral se media a la que pertenece. Alfonso Cortés ecuatoriano. viene a ser, de este modo, el hombre de refle- Toda esa pluralidad de hechos ha sido xiones y juicios en que necesitaba desdoblar- ordenada con destreza. Se puede decir que se el novelista para su crítica de la sociedad y hay un haz casi homogéneo, sostenido en su de los antecedentes que generaron el movi- mayor parte con mano firme, de novelista que miento trágico del 15 de noviembre de 1922. acierta a responder a las exigencias de la téc- No obstante esta resquebrajadura de la nica. Los casos en que se percibe la falta de unidad del relato, se aprecia en la generación ensamble entre los asuntos, el rompimiento de los caracteres de Baldeón y Cortés la fuer- de la unidad a veces brusca y desconcertante, za y la habilidad de un buen creador. El inte- no son frecuentes. Se los encuentra quizá en rés de la vida del primero no amengua el de el capítulo IV, de “Los apuros de Mano de Ca- la vida del otro. Caído ya entre las balas del bra”, y en el VIII, de “Los barrios silenciosos”. ejército el héroe-panadero Alfredo Baldeón, Y parece entonces que el autor se da prisa en la novela se extiende un poco más, alimenta- repartir los trazos, en acudir al empleo de da por los hechos posteriores de Alfonso Cor- manchas impresionistas, que se muestran más tés. Pero aparte de las dos figuras mayores, apropiadas a la naturaleza del cuento que de hay un conjunto humano que pasa por los ca- la novela. Tal arbitrio no deja de ser discutible pítulos de la obra marcando bien su huella. Se y revela un aflojamiento del esfuerzo de com- cree palpar a cada personaje como si fuera un posición. ser viviente y cercano. Lo admirable es que en De igual modo, es poco suasorio el la mayoría de tales creaciones no ha habido afán de introducir personajes que incomodan necesidad sino de pocos trazos vigorosos, que en el desarrollo normal del argumento, y cu- llevan en sí el ademán de la existencia verda- ya presencia sólo hallará justificación en epi- dera. El padre de Baldeón, y Victoria, la her- sodios posteriores, ya bastante desconectados mosa joven blanca que el rapaz, con ojos de los primeros. Esa misma inestabilidad, o enamorados, veía pasar no lejos del tremedal vacilación de la unidad, acusan los saltos que de su covacha, y la infantil pandilla del ba- da el relato del tema de Alfredo Baldeón al de rrio, y las Montiel, y el desventurado panade- Alfonso Cortés, que es otra de las figuras cen- ro de Puerto Duarte, y Violeta, y la familia de trales. Hay, en efecto, un enfoque alterno so- Alfonso, todos descubren la capacidad defini- bre la trayectoria de éstos. El novelista dirige dora y el calor vital que animaban la pluma su espejo móvil ya a las acciones y los juegos de Gallegos Lara. Pero en ese campo de la ca- anímicos de Baldeón, ya a los de su compa- racterización de los seres de la novela hay un ñero Cortés. Ello acaso se explica a través de episodio digno de ser recomendado: el del una razón: el primero encarna el coraje, la al- encuentro de Alfonso y Violeta. Los dos van tivez, la bondad, la resistencia temprana para construyéndose a sí mismos, a través de sus los trabajos: en fin, una suma de virtudes que propios recuerdos, cual si se hubieran eman- no demandan el apoyo de una formación in- cipado del control del narrador. Y en su diálo- telectual, y que precisamente acentúan su go, abundante, fluido, rico de observaciones LITERATURA DEL ECUADOR 231 inteligentes, no falta el ejercicio de la sátira llero, dizque de todo Guayaquil. Nadie había vuel- sobre los amargos contrastes de la vida social. to, aunque decían que algunos se mejoraban. De Finalmente, es imposible dejar de se- muchos se supo que murieron. El miedo se exten- ñalar, como algo de lo de veras logrado de la día por las covachas. novela, todo su primer capítulo, titulado “La Con los dientes apretados, Alfredo dijo al padre: —¿Por qué va a ser peste? Tal vez sea terciana. ¿Te Artillería”, nombre burlesco con que se desig- duele la ingle? na al barrio pobre del protagonista. Allí está —De los dos lados… Y veo turbio, estoy mareado. sugestivamente evocada la infancia de Alfre- Tengo una sed que me quemo. Enciende el candil. do Baldeón en medio del arrabal guayaquile- ¡Si Trinidad no se hubiera ido! Alfredo se tragaba las ño, y trazados con vigor impresionante los lágrimas: tenía que cumplir, juró no llorar. Ella po- cuadros de la peste bubónica que asoló al dría cuidarlo. No sería el cuarto este pozo abando- puerto: la fiebre de los apestados, la angustia nado que era, para los dos, sin mujer y sin madre. de las gentes, el paso lento y crujiente de la Al andar, sus pies tropezaban papeles, cáscaras, pu- carreta de bandera amarilla que arrastraba su chos de cigarro: nadie barría o exigía barrer. Como carga humana hacia la muerte, el perfil del la- Manuela al hijo, Trinidad, a escondidas, habría atendido a Juan. zareto con sus “ventanas tapadas con tela —¡Ajo, qué sed! Anda cómprame una pílsener, to- metálica”, que le daban “el aspecto de un cie- ma. go”, las dolorosas emociones de Alfredo vien- Le dio un sucre, de esos de antigua plata blanca, do a sus seres más queridos atrapados por la que ya escaseaban, grandazos, pesados, llamados enfermedad. A través de todos esos detalles, soles, por su parecido con la moneda peruana. Sa- magníficamente concertados, nos sentimos lió rápido: sólo en la avenida Industria alumbraba inclinados a recordar La peste, obra de Alber- el gas. Pero Alfredo ya no temía la oscuridad. Por to Camus. Y ello, aunque no haya en Las cru- Chile, caminó, cruzando los pies, por uno de los ces sobre el agua ninguna influencia del cele- rieles del eléctrico, hacia la otra cuadra, Balao, a la bre autor francés, ni en nosotros la cursi ten- pulpería del gringo Reinberg, desde la cual una lin- terna proyectaba su fajo claro calle afuera. dencia a la hipérbole, que caracteriza a cier- Hileras de tarros de salmón y de frutas al jugo, de ta manera de comentar las producciones del latas de sardinas, de botellas de soda y cerveza, re- país natal. pletaban las perchas. De ganchos en el tumbado, colgaban racimos de bananos y de barraganetes de DEL CAPITULO I asar. Olía a calor y a manteca rancia. Alfredo pasó por entre altos sacos de arroz, fréjoles y lentejas y 6 alzando la cabeza, pidió la pílsener. El gringo pro- bó el sonido del sucre en el mostrador y con su ha- Cruzaba su padre el patio, de vuelta del trabajo. Al- bla regurgigante, comentó: fredo se fijó que apenas no lo veían de fuera, dejó —¡Toda noche, tu padre: cerveza, cerveza! ¡Así son fallar la pierna como aliviándose, y cojeó abierta- los obreros! ¡En mi tierra igual: trabajador no sabe mente. El pensó, como un rayo: tiene un bubón en vivir sino emborracha! la ingle! Alfredo no temía sus bigotazos ni su calva: —¿Qué te pasa, papá? —Mi padre no es borracho, es que está enfermo. —Ya me fregué. Creo que estoy con la peste. —¿Se sana con cerveza? ¿Está bubónico? ¡Mucha En poquísimos días, habían aprendido a conocerla. bubónica es! El carretón y su bandera se habían vuelto cotidia- Cogido de sorpresa, Alfredo calló. Si confesaba, ca- nos. Condujeron decenas de enfermos al lazareto: paz el gringo de denunciar al enfermo. Y para él, de esa calle, de las otras, de todo el barrio del Asti- como para todos, el lazareto era peor que la peste. 232 GALO RENÉ PÉREZ

—Si el panadero está bobúnico —agregó el grin- qué valía? go— dí a tu mamá ella no sea bruta como gente de No era su padre el único con peste, a pesar de la aquí. Con remedios caseros muere el hombre. Mán- vacuna. A todos vacunaron en la Artillería y habían denlo pronto a curar al hospital bubónico… llevado a varios. Uno fue Murillo, que trabajaba en —¿Al lazareto? ¿Para que lo maten? la Florencia y era un serrano joven, empalidecido, —Ve, tú, Baldeón: aunque chico, no estar bruto! de diente de oro y bigotillo lacio. Jugaba fútbol y Piensa con la cabeza, no con el trasero. En casa, el creyó el bubón un pelotazo. Los sábados, traía ga- hombre muere, ya está muerto. En el hospital bubó- lletas de letras y números y las repartía a los chicos, nico también por los médicos pollinos. Pero hay quienes, de juego, le gritaban, confianzudos: medicinas, inyección, fiebrometro… Siempre ha- —¡Murillo pata de grillo, que te cagas el calzonci- cen algo: muere, pero no tan seguro… llo! —Se lo diré a mi mamá —contestó Alfredo— con- Otra fue una viejita negra, menuda y andrajosa, movido por la preocupación que le demostraban. apodada Mamá Jijí y también la Madre de los Pe- Salió con la cerveza, confuso por todo lo que aca- rros. Caminaba apoyada en un palo. Habitaba de- baba de oír. Que aunque chico no fuera bruto… Lo bajo de un piso: rincón de escasa altura donde en contrario de lo que él opinaba, que la gente mayor una estera, dormía, juntamente con sus perros Ca- es estúpida. rajero y Lolila. Hazaña de Alfredo había sido regis- Se asustaba de la resolución que dependía de él. Si trar a hurtadillas su baúl misterioso: halló clavos Juan se moría, siempre se sentiría culpable: por no mohosos, retazos, postales viejas, loza rota, alam- haberlo mandado o por haberlo mandado al lazare- bres y más apaños de basura. A Mamá Jijí no la sa- to. ¿Qué haría? ¡Maldita sea! ¿Cómo lo agarraría la caron viva: extrajeron el cadáver, con los bubones bubónica al viejo? Si estaba vacunado, lo mismo reventados y comidos de hormigas, e igualmente que él y todos! Quería decir que la vacuna no ser- muertos, ambos perros, con los hocicos mojados de vía para nada! Mejor: le daría peste a él también y baba verde. no quedaría solo en el mundo. No se la oiría gritar en el patio: Juan bebió la cerveza. Tenía los ojos sanguinolen- —¡Respétenme, so cholas, que yo soy Ana Rosa tos. Alfredo lo ayudó a acostarse. Apenas posó la viuda de Angulo, de la patria de Esmeraldas! cabeza en la almohada, se hundió a plomo. Para te- Otros pestosos fueron la catira Teodora y su madre, nerlo visible, no cerró el toldo ni apagó el candil. Se Juana. Teodora era una muchacha alta, gruesa, pe- echó en la hamaca tapándose con una cobija. cosa, de nariz achatada y pelo claro. Reía como ca- El seboso fulgor era vencido por las sombras que careando. Era la única persona que sabía el secreto flameaban, tendiéndose a envolverlo. Nunca nece- de Alfredo. Al verlo salir le decía risueña: sitó decidir algo así. Imposible dormir. Al cerrar los —¡Aja, Baldeón, ya vas a aguaitar a la blanca! ojos, se sentía hundir, como cayendo. El silencio de —¿Y a vos qué? ¿O es que te pone celosa? Juan, lo espantaba. ¿Se habría muerto? Ella reía, esponjándose, y era toda una clueca. La peste mataba pronto. Dos días alcanzó Manuela —¡Pero vé el mocoso! Descarado eres ¿no? ¿Te a acudir a la puerta del lazareto, a preguntar por Se- crees que a mí me faltan hombres grandes que me gundo, suplicando que la dejaran verlo. Al tercero carreteen, para fijarme en vos? le anunciaron que había fallecido. Tampoco le per- A Teodora y a su madre, veterana verduzca de pa- mitieron ni mirar el cadáver. La zamba se calentó e ludismo, les nacieron los bubones en el cuello. Se- insultó a las monjas enfermeras: les dijo que eran guras con sus vacunas, supusieron que fuese pape- groseras, perras y sin entrañas, seguramente, por- ra. Delirando de fiebre las metieron en el ya tan co- que no habían parido. Al saberlo, él rió. Calló en nocido carretón. seguida, recordando a Segundo. Siempre harían fal- Alfredo reflotó de un salto del sopor en que resba- ta en la calle su risa y sus zambos rubios. Nadie le lara sin saber qué momento. El candil extinguido disputaría ya ser jefe de los muchachos, pero ¿de apestaba a mecha carbonizada. La angustia regresó LITERATURA DEL ECUADOR 233 repentina en la piedra de la tiniebla que le aplana- el astillero ¿no verdad? ba el pecho. Se restregó los ojos. Al fondo de la calle, blanqueaba el cementerio, en —Viejo, viejo… —llamó a soplos. la ladera. La Legua corría hacia allá, por un des- Respondió con un quejido: campado que llamaban El Potrero. ¿Se curaría su —Dame agua, Alfredo. No hay qué hacer… Doblé padre? Hacía cuatro días que lo hizo llevar. ¡Qué el petate. Por vos me importa: guácharo a la cuen- porfía le costó persuadirlo que era para mejor! Al ta de padre y madre… partir, su voz quemada, anunció que no volvería. Pero, a través del sueño, venida de quién sabe dón- La señora Petita había llevado a Alfredo a su casa a de, en Alfredo se había ya abierto en luz la resolu- comer y dormir y a la compañía de sus nietos. El no ción. sabia con qué palabras agradecerle; la miraba y su- —¡Juan Baldeón, vos te curas! Apenas clareen bus- ponía que ella lo entendía. co el carretón y te hago levar. ¡Vos te curas, te digo! Todos los días había ido a preguntar por Juan. Pri- —¡Jesús! ¿Qué dices, hijo? Allá me matan. mero le informaron que seguía muy grave; luego Pero carecía de fuerza para fulminar la indignación que estaba lo mismo; la víspera le dijeron que pa- que creía que merecía el hijo ingrato. Débil, febril, recía mejorar. No quería ilusionarse: aguardaba lo añadió, con dejadez quebrada: peor. Como para palpar su abandono, se había lan- —¿Por qué quieres salir de mí más pronto? ¿O es zado a vagar. Fue solitario a través de las calles cal- que tienes miedo que se pase la peste? ¡Hijo! cinadas por el verano de fuego, azotadas por ras- —No, viejo: vos te curas. Somos machos, ¡qué vai- pantes polvaredas. Lo asombró cómo el terror de- na! ¡Es mariconada cruzarse de brazos! ¡Aquí estás formaba en gestos de pesadilla las caras de las gen- fregado de todos modos, y por muy porquería que tes. sea ese lazareto, allá hacen algo! Desde el confín del Astillero hasta los recovecos, donde la bubónica hacía su agosto, de la Quinta 7 Pareja, el carretón de la bandera amarilla arrastraba su rechinar lúgubre. Pero no bastaba: al hombro, en Ni bien entraron al aula, donde herían sus narices hamacas, Alfredo vio llevar otros pestosos. carrasposo polvo de tiza y pelusas del paño mu- Sudando, Alfonso y Alfredo dieron vuelta al cerro griento de las sotanas de los legos, les avisaron que, del Carmen. Con las ventanas tapadas con tela me- a causa de la bubónica, las escuelas habían sido tálica, lo que le imprimía el aspecto de un ciego; clausuradas por quince días. pintado de color aceituna, se levantaba, a la vera de —Lo que es yo no me voy a la casa todavía. La ma- la calzada rojiza de cascajo ardido de sol, el temi- ñana está macanuda y allá no saben que han dado do lazareto. En el caballete del techo de zinc, se pa- asueto —declaró Alfonso. raban gallinazos. Un gran silencio inundaba la sa- Alfredo contestó: bana inmediata, con la yerba atabacada de sequía. —Yo también tengo ganas de vagar, pero vámonos Se acercaron y sonaron el llamador. Olía a campo yendo al lazareto, primero, a saber del viejo, y de mustio y a remedios. Apareció una monja de rostro ahí salimos por encima del cerro al malecón. juvenil y sonrisa aperlada con el hábito azul y la —Ya estuvo. corneta tiesa limpísimos. Miraba suavemente ya Al- Apretados bajo el brazo libros y cuadernos, cami- fonso sus ojos le parecieron uvas. naron velozmente. Aunque a Baldeón lo mordía la —Madrecita, a ver si me hace el favor de preguntar inquietud, no podía sustraerse a la alegría de andar. cómo sigue Juan Baldeón, cama Nº 17, ya usted sa- Siguieron la calle Santa Elena hacia el camino de La be cuál… Legua, entre casas viejas, de techos de tejas y de ga- La monja se entró, llevándose el muelle rodar de lerías; en los bajos, se abrían sucuchos de zapateros sus faldas pesadas. En medio de una calma cada o sastres, o chicherías hediondas a agrio ya fritadas rancias. Cholas tetudas y descalzas, miraban con vez más honda, Alfredo y Alfonso, por la reja, dis- ojos muerto, desde los interiores. tinguían en el patio del claustro, unos arriates, cu- —Yo no me enseñara en estos barrios, no hay como yas plantas y céspedes, en contraste con la tostada 234 GALO RENÉ PÉREZ yerba de fuera, resplandecían de húmedo verdor. producción de Ortiz no ha ido abundante, pe- Alfonso respiró el olor a remedio nuevamente y ro tampoco ha declinado: “Camino y puerto precisó que era olor a éter. La monja volvía; sonrió de la angustia”, poemas (1946); “La mala es- más. palda”, cuentos (1952); “El animal herido”, —Juan Baldeón está muy mejor, quizá el domingo compilación de todos sus poemas (1959); “El se le dé el alta. la Providencia te ampara, chiqui- espejo y la ventana”, premio nacional de no- tín… Era jueves: los dos muchachos, silbando, treparon vela en un concurso promovido por los perio- la cuesta, entre los algarrobos, como si ascendieran distas del Ecuador (1964). Algunos de los tra- al sol. bajos de este autor han sido traducidos a otras lenguas: francés, checo, alemán, ukraniano, Fuente: Joaquín Gallegos Lara, Las Cruces sobre el agua. italiano, búlgaro, etc. A más de las actividades Editorial A. G. Senefelder, 1946, Guayaquil, Capítulos 6 y literarias Ortiz ha ejercitado las de pintor, pro- 7. fesor de colegios, diplomático y funcionario Adalberto Ortiz (1914) de la educación pública ecuatoriana. Hay algo muy definido y constante en Nació en la ciudad de Esmeraldas, un su producción de escritor: la revelación de las puerto sobre el Pacífico de población prepon- calidades anímicas de su doble ancestro. Po- derantemente negra. Ortiz es mulato; esto es, demos observarlo a través de sus mejores mestizo de blancos y negros. El prologuista de creaciones poéticas y narrativas. En efecto, en su libro de poemas “Tierra, son y tambor” — “Tierra, son y tambor” se reflejan las emocio- Joaquín Gallegos Lara— le hizo un retrato nes de su origen negro y blanco, pero además muy fiel y expresivo, que permite advertir su el alma de su propio pueblo, que vive en la doble ancestro: “Sus facciones —escribió— planicie selvática de Esmeraldas, a orillas del se contradicen. La piel y el cabello contrastan mar Pacífico. En un lenguaje de admirable con la boca y los ojos: color de canela asolea- plasticidad, y con un dominio hábil de las for- da, cabellos negros que desde siglos con su mas simples y populares del verbo castellano, encrespamiento son una insinuación a la re- deja apreciar, primeramente, las raíces senti- belión, boca de gozador francés y mirada a la mentales de su dual naturaleza de mulato, vez introspectiva y ávida de occidental”. Or- que son tan reconocibles como la pigmenta- tiz estudió en la capital del Ecuador, en donde ción misma que caracteriza a este tipo de se graduó de profesor normalista. Durante mestizaje. Aparte cualquier sofisma racista, es esos años, y más tarde —en 1940, gracias a evidente que hay diferencias sustantivas — las entregas literarias del diario “El Telégrafo”, consecuencia del sedimento espiritual acu- extendió su prestigio de autor de cantares ne- mulado a través de los siglos— entre las reac- gros y mulatos por los círculos intelectuales ciones íntimas del blanco y las del negro. El de todo el país. En 1942 obtuvo con “Juyun- mulato, por eso, siente dentro de sí el reclamo go” el premio nacional de novela, en un con- conflictivo de las razas, y cuando se expresa curso promovido por el Grupo “América” de literariamente con sinceridad —como lo hace Quito. En 1945, sus poemas de “Tierra, son y el autor de “Tierra, son y tambor”— consigue tambor” alcanzaron el segundo puesto entre una demostración muy significativa de esa in- los libros publicados ese año en la ciudad de soluble oposición interior. Hay en dicho libro México, y algunos de ellos aparecieron poste- una composición titulada “Son del monte”, riormente en antologías internacionales. La en la que se dan a sentir con acento vivo y so- LITERATURA DEL ECUADOR 235 noro las dos vertientes raciales: “Me dicen laurel, el sauce y el guachapelí, el dulce pe- que tengo —de negro mi canto— de blanco chiche y el claro tangaré”. Además, en el co- mi llanto. —¡Uyayaay, aúa!— El bijao y la mienzo de cada capítulo y a manera de epí- guadúa”. La condición humana de Ortiz se grafe, pone unas frases que suenan como el equipara bien a la de Nicolás Guillén, de Cu- acompasado golpe del tambor, y cuyo propó- ba, y a la de Palés Matos, de Puerto Rico. sito es el de animar la atmósfera mágica del De otro lado, con adhesión fiel a su pueblo negro. No todas ellas, desgraciada- trópico nativo, y al pueblo preponderante- mente, son eficaces ni muestran el mismo gra- mente negro que lo habita, y cuya conducta do de lirismo. frente al dolor y a la alegría, al amor y a la Otra cosa evidente es que, si bien las muerte ha observado sentimentalmente desde expresiones lugareñas, el tipo de diálogo y las su niñez, ha podido dar con la expresión ati- coplas de los negros ayudan a crear el am- nada de la realidad concreta de su país. Ha biente, su mayor fuerza de vida y autenticidad venido así a convertirse en una suerte de re- surge de los episodios mismos que va trenzan- presentante de la poesía afro-ecuatoriana. do la imaginación del novelista. A través de Es interesante notar esta posición per- éstos se siente que respira la selva esmeralde- sonal y estética de Ortiz porque ella se hace ña. Ella es la que estimula la brutalidad entre aun mas evidente en su novela mejor conoci- los hombres, y la que todo lo sepulta en la im- da, “Juyungo”. Precisamente su difusión inter- punidad. Lo demuestran los crímenes de los nacional obedece, en cierta medida, a las ca- “pelacaras”, acicateados por el ansia de robo; racterísticas de traslación de un ambiente que los celos y los odios sangrientos entre los tra- resulta sugestivo por su singularidad, de reve- bajadores, y, más claramente aun, los abusos lación de los conflictos raciales del mulato, de que los empresarios hacen víctimas a los de preferencia por determinadas formas ex- peones madereros. Uno de estos —Manuel presivas de la gente de color. En suma, por ser Remberto— muere tuberculoso, doblegado una obra con un definido sabor regional. “Ju- por sus rudas labores, sin poder redimir a su yungo” comenzó a llamar la atención tras ha- familia de la pobreza. ber obtenido el primer puesto en un concurso Fiel a esa atmósfera de violencia, va nacional de novelas en el Ecuador, en 1942. desenvolviéndose en un primer plano el des- Pero fue su segunda edición, realizada en tino de Ascensión Lastre, protagonista mulato Buenos Aires en 1943, la que le lanzó a una a quien se le identifica con el apodo de “Ju- rápida notoriedad en el continente hispanoa- yungo”. El narrador lo va presentando desde mericano, y aun a posteriores publicaciones su infancia, de errabundez por los ríos, hasta en otros idiomas, a pesar de lo difícil que re- su muerte en una acción de armas contra los sulta traducir el juego verbal de varios de su peruanos. Es un hombre en quien la fortaleza pasajes, que se sostiene exclusivamente en las física subraya la entereza del carácter, y para acentuadas cadencias del habla de los negros. el cual el hecho violento es la mejor manera Porque, efectivamente, el ancestro del autor de servir a las causas justas. Se podría decir se deja percibir inmediatamente a través del que Lastre está bien creado desde el punto de gusto sensual de las palabras, de la rítmica so- vista novelesco. Es —como lo quería Unamu- noridad de ellas y de su eficacia onomatopé- no— un personaje que vive dentro del autor yica. Por ejemplo, a los árboles de su región mismo, pues que Adalberto Ortiz, con gesto los enumera de este modo: “el amarillo y el de gran sinceridad, ha comunicado a la natu- 236 GALO RENÉ PÉREZ raleza de aquél todas las reacciones comple- toriana: la de Luz María Calderón, mujer jas, contradictorias, de su dual ancestro de blanca y de ojos azules que se ha casado con mulato. Algo semejante ocurre con las demás un negro cuyo complejo de inferioridad racial figuras de ese origen, a través de cuyo tempe- le ha hecho mantenerse impotente frente a los ramento se descubren las consecuencias de la ruinosos despilfarros de ella. La economía de- diferencia racial. En unas ocasiones se quejan bilitada de los Calderón sufre un colapso de- de su mulatez por ser una condición híbrida; finitivo en 1914, año de una sangrienta guerra en otras, dejan oír la confidencia de su admi- civil en la que su pueblo nativo de Esmeraldas ración hacia las gentes de otra piel. Y el mis- es bombardeado y reducido a escombros. Jus- mo Lastre hace notar que se enciende de pa- tamente al filo de ese acontecimiento ocurre sión en el ansia de “humillar sexualmente a el nacimiento de Mauro, figura central de la una mujer blanca”. narración. Es el hijo de una de las tres mula- Casi toda la obra contiene la animada tas que descienden de aquella mujer que, se- descripción del medio rudo en que trabajan, gún él mismo lo dice, quiso dañar la raza (ob- luchan, aman y mueren las gentes negras y servemos nuevamente los conflictos dictados mulatas del trópico ecuatoriano, entre las que por la propia naturaleza mestiza del autor). La sobre todo va desarrollándose con buen sen- familia, en un éxodo colectivo de los pobla- tido de perspicacia novelesca, a través de sus dores esmeraldeños, se refugia primero en el hechos y sus movimientos anímicos, la natu- campo aledaño y luego en la ciudad de Gua- raleza de Juyungo. Pero, por desgracia, aque- yaquil. Las memorias que traza Mauro le son lla seguridad para componer el tejido argu- más claras desde entonces. Vive con su abue- mental y para narrar, que parecía que no iba la, su madre —Elvira— y sus tíos Ruth, Delia, a sufrir desmayo, sufre a la postre un afloja- Roberto y Joaquín. Les acosa la miseria. Habi- miento notorio. Se lo advierte de modo inevi- tan una casa humilde del arrabal. Se afanan table en el desenlace, cuando Ortiz quiere en establecerse en otra posición. Piensan que convertir a Juyungo en un héroe adornado de Elvira, abandonada por el padre de Mauro, galas patrióticas, e incorpora a su relato, arti- debería hacer otro matrimonio. Ruth y Delia, ficiosamente, el episodio histórico de la in- hembras atractivas, también se empeñan, vestigación peruana del año 41. Hay páginas aunque en vano, en la cacería de maridos. La de los últimos capítulos que seguramente re- primera es seducida por un millonario —Ma- claman un breve masaje de técnica. Una revi- nuel Gómez—, que la lleva como maestra de sión atinada. una escuela de su hacienda, y que luego la En su novela reciente, “El espejo y la trae de nuevo a la ciudad como su convivien- ventana”, Ortiz se muestra más conocedor del te. La segunda, que llega a trabajar en una fá- género, más experimentado en el uso de los brica y que experimenta en toda su dramatici- recursos difíciles del buen narrador. La acción dad los hechos trágicos de un levantamiento renovadora de los modernos hispanoamerica- obrero, se desespera por no morir con su vir- nos ha surtido efecto indudable en él. La par- ginidad intacta y al fin se deja poseer por el te central del argumento, que se ramifica há- marido vagabundo de su propia hermana; es bilmente en episodios cargados de tensión vi- decir por el padre de Mauro. Este episodio tal, y que permite la incorporación de varios trae consigo consecuencias exageradamente personajes bien caracterizados, desarrolla la funestas: Roberto lava la deshonra familiar historia de una familia pobre de la costa ecua- matando al seductor, la seducida sufre un ata- LITERATURA DEL ECUADOR 237 que al dar a luz y sus deudos la entierran viva sea. Esos amores no tienen un curso afortuna- suponiendo que ya ha fallecido: a la mañana do. Claribel es frívola. Conoce a un amigo de siguiente encuentran su cabeza y el féretro Mauro —un español imaginativo y locuaz— destrozado y removida la plancha sepulcral. que no tarde en hacerla su esposa. El joven Elvira, la madre de Mauro, que se ha estable- protagonista, que entonces cursa la universi- cido en la sierra, se casa con un emigrante dad, se ha entregado a las luchas políticas, ha alemán y vuelve a Guayaquil, en donde reco- participado en una revuelta contra el Gobier- ge a aquél en su nuevo hogar. Por en medio no, y ha sido encarcelado. Desde su encierro de todos estos avatares de la familia Calderón se entera de las bodas de Claribel y toma la va corriendo la existencia del protagonista. determinación violenta de envenenarse. Su Primero se describen sus impresiones de los tentativa de suicidio se frustra gracias a la di- años iniciales de la infancia, bajo el control ligente atención médica. El lector encuentra enérgico de la abuela. El niño odia la reclu- que aquel desenlace es un tanto artificioso y sión de esa casa miserable y mira con amoro- falto de una motivación mejor desarrollada. sa curiosidad la animación de las calles. “Las Ese es, sumariamente, el soporte me- ventana era la vida”, y le incitaba a mezclar- dular del argumento, que, como lo dijimos, se se en el bullicio de los muchachos de afuera. enriquece de episodios secundarios bastante Al fin se lanza a sus primeras aventuras. Vie- atractivos por su contenido social y humano. nen luego sus experiencias escolares. En una Algo que sostiene la atención a través temporada breve, dentro de esos años, va a la de una fácil y placiente lectura es la naturali- hacienda en que vive su tía Ruth y conoce a dad narrativa. No hay tropiezos de ninguna Claribel, hija del amante de aquélla. Los dos especie, ni por inútiles rebuscamientos ni por niños inician un relación bastante íntima y impericia en el dominio del estilo. Ortiz va tierna que en un segundo encuentro, a la combinando con un buen sentido y experien- vuelta de algunos años, se convierte en una cia de narrador los planos exteriores y aními- aventura amorosa y en contadas pero ansio- cos. El movimiento de sus personajes no deja sas prácticas sexuales. Claribel, para enton- percibir casi ninguna mecánica artificial o ex- ces, había regresado de los Estados Unidos. traña a sus temperamentos y maneras de reac- Era una joven con el mismo atractivo podero- cionar. Los diálogos y monólogos se ajustan so de su madre. Así lo siente el rico terrate- sin esfuerzo y de modo legítimo a su condi- niente. Y, movido precisamente por el recuer- ción personal. Son criaturas que se cuajan por do de sus placeres de alcoba, una noche aca- dentro y por fuera, con una muy natural com- ricia la núbil desnudez de su hija, que entre el plejidad humana: Mauro, Claribel, Delia, terror, el asombro y la excitación, permite que Ruth, Manuel, Roberto, Ovidio, California. se consuma el incesto entre ellos. Pero el in- Refuerza al poder narrativo una enco- tento del padre de seguir frecuentándola pro- miable habilidad para las descripciones: son duce en ella encontradas reacciones; sobre ejemplos de ella la navegación de Mauro por todo, la de una invencible repugnancia. Pien- los ríos de la costa, que se anima con la evo- sa en Mauro, su compañero furtivo de los días cación de sugestivas leyendas del montuvio; de la infancia. Consigue hacerlo llamar. No le la imagen cariñosa de sus campos y de los há- importa su condición social tan diferente. bitos de la gente de color, los cuadros dramá- Tampoco el que aquel joven sea un mulato. ticos de la huelga de los trabajadores, ocurri- Al contrario, es ella quien le pide que la po- da el 15 de noviembre de 1922, la cual se in- 238 GALO RENÉ PÉREZ

corporó, magníficamente también, a la nove- hambre. Todos teníamos esa no sé qué trabazón la “Las cruces sobre el agua”, de Joaquín Ga- que une a los humanos en los momentos supremos. llegos Lara. Hechos como éste no dejan de El pueblo de Cazaderos se alzaba en una ladera, alimentar la intención social de Ortiz; pero desde donde se atalayaba un gran playón pedrego- ella no se limita únicamente a los problemas so, que se abría como un gigantesco abanico hacia el suroeste, hendido sólo por un riachuelo de aguas del pueblo humilde frente a la clase gober- puras y frescas, recién llegadas de las serranías, que nante y los explotadores, pues que incorpora mas tarde se colorearan de sangre peruana. consideraciones escépticas del autor sobre te- La noche anterior habíamos acampado en el case- mas religiosos y breves digresiones de carác- río que encontramos deshabitado. El enemigo nos ter metafísico. Ello comunica mayor sustanti- atacó casi sorprendentemente por la mañana, pero vidad intelectual a su obra. nuestra posición era tan buena, y el playón por La forma literaria muestra la ascensión donde se vinieron tan descubierto, que disparába- de Adalberto Ortiz a un apreciable nivel esti- mos sin riesgo, errando pocos tiros. Contados eran lístico. Descontadas algunas frases a cuya fal- los que alcanzaban a vadear el río, para caer luego ta de lógica se suma cierto mal gusto, satisfa- en nuestra ribera; pero los ataques se renovaban porfiadamente, bajo un sol que aumentaba su ful- cen su dominio de la claridad narrativa, del gor con la entrada del mediodía. juego de doble sentido de dos palabras com- Así se prolongó la matanza hasta bien entrada la binadas en una (como usaban los creacionis- tarde, en que ellos se retiraron en espera de refuer- tas) y de significativas aliteraciones. En lo que zos y artillería de montaña, bajo el amparo de la concierne al artificio que usa a través de toda noche, según supusimos. la novela, del espejo como símbolo de la con- Yo reposaba ya tras una pared, y el cansancio me templación introspectiva, y de la ventana co- traía hambre y sueño; el hombro derecho me dolía mo símbolo del contacto con la realidad exte- por la trepidación del fusil. Noté con furiosa ansie- rior, y que le lleva a escribir introducciones a dad, que el parque empezaba a faltarme. Aprove- cada capítulo, es notoria su falta de técnica y chamos esos momentos de tregua para buscar algu- na comida. Registrando mi mochila y mis bolsillos de seguridad artística. Quizás suprimiéndolas, tuve la suerte o la desgracia de hallar unos cuantos esta creación novelesca de Ortiz mejoraría. panecillos. Alguien había encontrado en una casa un racimo de guineos maduros y con gran regocijo MIS PRISIONEROS nos lanzamos hacia él. Nunca en mi vida he comi- do bananos más deliciosos, y por eso reservé mis Por más que doy vueltas al rededor del círculo de panes, que más tarde habían de causarme tantos mis instintos y trato de calar hondo en el mar de mis contratiempos. intimidades, no alcanzo a justificar mi crimen. La Vino la oscuridad cargada de gran expectativa. Era espantosa impresión que en mi ánimo causaron los como un gigantesco murciélago que aleteaba sopo- hechos, hace que recuerde, con claridad, todo lo ríficamente, haciéndome dormir en una cuneta yer- acontecido desde el combate de Cazaderos. Más bosa, con un sueño de medianoche, y no eran más que combate, yo le llamaría carnicería; tal fue la que las siete. mortandad que infligimos a los peruanos, al costo Me desperté sobresaltado, porque uno de mis com- de pocas bajas de nuestra parte. pañeros me había remecido para decirme: “El Capi- Eramos apenas sesenta hombres salidos de diversas tán Estrella quiere darte una comisión. Mal humo- unidades derrotadas en otras escaramuzas, pero in- rado como estaba, íbale a contestar una impertinen- disolublemente ligados por el deseo de venganza, cia, pero recordando la disciplina militar, me pre- el odio y el miedo a la muerte, ¿por qué no confe- senté al jefe que se había instalado en una casita sarlo? Todos vestíamos harapos y agonizábamos de LITERATURA DEL ECUADOR 239 baja y retirada del frente. racterizado por un lejano pero nutrido fuego de fu- —Cabo Góngora —me dijo— mucha falta nos ha- silería, que era desentonado por cañonazos intermi- rán aquí sus servicios, y más ahora que la gente em- tentes. pieza a desertar… Mis prisioneros cuchichearon algo, y mi nerviosi- Yo hice un gesto espontáneo de sorpresa y él, al no- dad aumentó bruscamente. Tuve impulsos de regre- tarlo, continuó: sar para correr el mismo destino de mis compañe- —No se sorprenda, hasta este momento hay como ros. Mis dos peruanos —digo mis, porque estaban cinco desertores y espero alguno más. Esto nos ocu- enteramente a merced de mi voluntad— seguían rre a menudo, y con más frecuencia, en unidades hablando en voz baja y llegaron a exasperarme de heterogéneas. tal modo, que los amonesté seriamente: —¡Silencio! ¡Si no callan tendré que taparles la bo- Se sentó frente a una mesita alumbrada por una dé- ca de otro modo! bil lámpara de kerosene, y mientras dibujaba algo El ruido iba perdiendo intensidad. Los disparos en un papel, agregó: eran ya graneados. ¡Hasta que por fin! paz absolu- —Como confío en usted, le asigno esta comisión: ta. Digo mal, quedaba sólo el rumor nocturnal de tiene que llevar dos prisioneros peruanos que, des- los seres vivientes de la selva. Miré al cielo y una perdigados, esta tarde se acercaron mucho a nues- estrella me hacía guiños, como burlándose de mi tras líneas. desesperación y de mi angustia. Mi pensamiento es- —¿Hacia dónde los llevo, mi Capitán? taba junto a mis compañeros que ahora debían ha- —A Loja… llarse muertos, heridos o prisioneros. —¿Yo solo? Caminamos toda la noche, hasta que los dos hom- —Sí, solo. bres me pidieron un descanso. En la madrugada fría —No conozco el camino, mi Capitán… y nebulosa nos detuvimos junto a un arroyo. Las Por eso le he dibujado este croquis. montañas y los árboles apuntaban indecisos entre Me entregó un papel y salió. Mientras yo examina- la niebla triste. Un bambudal, con sus copas de fi- ba la ruta que me trazó, sentí una corazonada, y no y espeso plumaje verde, se alzaba frente a noso- aquella anunciación me llenaba de tal desasosiego, tros, y noté de pronto que aquellos hombres esta- que hubiera preferido en esos instantes quedarme ban observándome desde el fondo de sus almas, combatiendo al invasor. más turbias que mi conocimiento. Sus miradas me Después de pocos minutos, regresó seguido por dos venían de manera molesta. A veces tenía la sensa- soldados nuestros que traían atados por los codos a ción de que sus ojos querían herirme, querían ma- los dos prisioneros. El uno era un jovencito tímido, tarme. Yo no deseaba entablar conversación algu- como de veinte años, pálido y cejijunto. El otro era na, pero no podía tolerar tampoco que me siguieran un cholo tosco de piel bronceada, que miraba de mirando de ese modo. reojo. Ambos estaban pelados a rape y vestían el —¡Qué tanto me miran! —les grite—, y ellos cam- mismo uniforme, bastante parecido al que nosotros biaron su objetivo visual disimuladamente. usábamos. Me tranquilicé un poco. Saqué de mi mochila un —Bien —díjome el Capitán— buena suerte y lléve- pan y un banano y empecé a comer distraído. Me selos ahora mismo; puede que sus declaraciones había olvidado que aquellos hombres podrían tener sean importantes a los jefes de Loja. hambre también, y sentí que de nuevo me observa- Nos pusimos en marcha. Llevaba yo en una mano ban. Sentí: la mirada se siente. Esta vez sus ojos y ambos extremos de las sogas de mis reos, y ellos sus rostros tenían otra expresión. Era una expresión marchaban adelante, con visible desgano, bajo la pedigüeña. Estaban velando mi alimento. tímida luz de la luna que asomaba ya como aver- Reflexioné un poco y me ví avergonzado de mi gonzada por las tragedias del mundo. conducta. Y fui humano otra vez, después de mu- A poco de habernos internado por un sendero um- chos días. broso, oímos de pronto recrudecer el combate, ca- Saqué dos raciones iguales a la mía y se las pasé. 240 GALO RENÉ PÉREZ

Ellos las devoraron en menos de lo que canta un ga- verdaderamente atroz. Empecé por tantearme espe- llo. Bebieron un poco de agua, ahuecando las pal- ranzadamente los bolsillos, y nada, nada. ¡Suerte o mas de las manos, y el más joven y tímido me dijo: desgracia! En uno de mis bolsillos de atrás del pan- —Dios se lo pague. talón, hallé un pan aplastado como una tortilla. Me —No lo espero —contesté, dubitativamente. senté bruscamente en un tronco caído y comencé a Pero el otro, el cholo arisco, de mirada huidiza, só- devorarlo, furiosamente. Los hombres también se lo me agradeció entre dientes. sentaron desfallecientes y tornaron a mirarme con Caminamos todo el día a través de la extenuante una avidez más angustiosa que la del día anterior. selva tropical. Senderos lodosos y semiescondidos Me sentí como un perro famélico a quien otros pe- entre la maleza, y lomas empinadas como una mal- rros quieren quitar su hueso. Debí haber puesto una dición. Caminamos muy despacio todo el día, pues cara realmente feroz, cuando en la de los prisione- estábamos cansados y débiles. El calor iba disminu- ros hubo de pronto una súbita expresión de espan- yendo a medida que se aproximaba la cordillera to. Más, el cholo se repuso rápidamente y adoptó occidental de los Andes. una actitud que califiqué de soberbia. Mis prisioneros iban adelante, y a cada rato voltea- —¡Vamos! ¡Andando otra vez! —les ordené. Yo sa- ban a verme con muestras de inquietud. Solamente bía que para el caminante es peligroso descansar más tarde me dí cuenta de la causa de aquélla zo- mucho rato, porque con el cuerpo relajado y frío no zobra. Seguramente debían sentirse como cucara- se puede reanudar la marcha. chas en pico de gallina. Al venir la noche, nuestra —Estamos cansados —replicó el cholo. marcha se hizo más penosa, hasta que escogimos —¿No tiene algo para nosotros? —imploró el mu- un sitio donde hacer alto. Mi rabia e impaciencia chacho. reaparecieron, al constatar que casi no tenía qué —No, —contesté a secas— yo también estoy can- comer. Sólo me quedaban dos panes y dos bananos sado. Pero en el fondo me dolía. Tal vez eran mis magullados por el estropeo. Dí un guineo a los enemigos de guerra; pero eran hombres como yo a hombres, y yo preferí un pan, con un poco de agua. quienes no conocía. Hombres como yo y como us- Aseguré con sus propias amarras a mis encomenda- ted, que me matarían en la primera oportunidad. Y dos, y me dispuse a dormir, abrazado de mi fusil. esta aprensión tornábame duro y cruel. Vano intento: no podía, tenía miedo. No era miedo —¡Andando! —les grité, y los amenacé con la cu- de las fieras o de las culebras de la maleza: era mie- lata de mi fusil. Penosamente se pusieron de pie y do a mis prisioneros. Apenas pude lograr un insom- reanudaron la marcha. Al muchacho se le salieron nio cortado constantemente por los sobresaltos que las lágrimas. me producían los ruidos más leves. Nunca lo supe, El camino era ahora una suave y constante pen- pero creo que aquella noche ellos tampoco pudie- diente. Las fuentes corrían entre los bosques de las ron dormir. quebradas profundas, cantando dulcemente, y la Al amanecer, hice el descubrimiento más desagra- mañana fresca, con sus pájaros alegres, sus flores dable que pude haber hecho en toda mi vida: mi úl- extrañas y sus insectos féericos, invitaba a vivir, no timo pan de la mochila había desaparecido junta- a morir. mente con el último banano. Por un momento creí Como para aumentar mi exasperación, los hombres que fueran los dos peruanos, pero los examiné y se- cuchicheaban adelante, y volteaban a verme a ca- guían tan amarrados como los dejé en la noche. da rato, con una expresión temerosa y preocupada, Con todo, los increpé duramente y el cholo me dio como si intuyeran algún peligro inevitable. a entender que de haberse acercado a mí, no habría Parecíame que yo llevaba una especie de fiebre. En sido para robarme comida, únicamente. mi mente convulsa giraban pensamientos contra- Esta franqueza los perdió. Por eso, ahora, yo no soy dictorios, a lo mejor, lógicos: “Ellos no tienen la tan francote como en mis mocedades. culpa, yo tampoco, pero quieren matarme. ¿Por qué Desde aquel momento, la preocupación comenzó a me miran así?… ¿Por qué quieren matarme? exasperarme. A eso del mediodía sentí un apetito “Otra mala noche viene para mí y amaneceré loco, LITERATURA DEL ECUADOR 241 si logro amanecer. Yo, solo y libre puedo encontrar No sé, pero hasta hoy, aún después de tanto tiem- aunque sea raíces en el monte para comer. No po- po, no han podido aliviarme las palabras de aquel dré soportar por más tiempo sus miradas pedigüe- oficial… ñas, sus miradas de odio, sus miradas de angustia, sus miradas de pavor. Sus miradas de todo. Si los Fuente: Adalberto Ortiz. La mala espalda (once relatos). mato diré que intentaron fugarse o matarme. Si no Editorial Casa de la Cultura, Núcleo del Guayas, Guaya- quil, 1952, pp. 7-16. los mato, ellos acabarán esta noche conmigo. Ya no resisto. A lo mejor, mueren de hambre en el cami- Alfredo Pareja Diezcanseco (1908-199…) no: moriremos los tres. No, no quiero morir, ni solo ni acompañado”. Nació en Guayaquil. En la misma ciu- Alcé lentamente mi fusil y apunté. Tuve que bajarlo dad recibió su educación, que no abarcó el bruscamente porque noté el movimiento de cabeza que anuncia cuando van a regresarnos a ver. Ellos ciclo universitario porque imprevistas circuns- se pusieron más inquietos, desesperados. No había tancias familiares de orden económico le duda, sospechaban de mí. Por detrás observaba yo obligaron a buscar sus propios medios de sos- sus cuerpos desgarbados, sus pasos arrastrándose tenimiento. Personalidad activa, Pareja ha si- maquinalmente. Dos veces más intenté disparar, y do grumete de barco, hombre de negocios, otras tantas estuve a punto de ser sorprendido. Va- fundador de un diario, representante diplomá- cilaba, ésa era la verdad. tico en naciones hispanoamericanas. Lo raro “Soy una bestia, —me decía— sí, una bestia”. es que, en medio de unas labores tan ajenas a Al fin me resolví, concentrando toda mi fuerza de la atmósfera de la creación literaria, haya es- voluntad. Escogí al cholo, le apunté y dispare, in- crito abundantemente, y en varios géneros. Lo mediatamente, para no tener tiempo de arrepentir- me de nuevo. El muchacho dio entonces un grito ha hecho, en efecto, en el campo de la nove- que no podré olvidar jamás. Mientras el uno se la, de la historia y la biografía, del ensayo crí- tronchaba como un tallo herido, el otro corrió lade- tico y del periodismo. Sus trabajos han deja- ra abajo, saltando por el borde del camino y arras- do apreciar una firme vocación intelectual: trando su soga como un rabo de serpiente. Me acer- los novelísticos, sobre todo. qué a la quebrada y disparé otra vez. Otro alarido Alfredo Pareja inició su ejercicio en los como un puñal para mí y un cuerpo que rodaba comienzos mismos de su juventud. En 1929 hasta la vertiente. publicó “La casa de los locos”. En 1930 “La Yo tenía fama de buen tirador. señorita Ecuador”. En 1931, “Río arriba”. Es- Después, arrojé el fusil homicida y corrí, corrí. tas tres novelas, a pesar de las inseguridades Corrí perseguido por los fantasmas de aquellas dos víctimas de mi locura o de mi miedo. No sé cuanto de un talento aún falto de maduración, consi- correría, pero caí, y cuando desperté, era otra vez guieron mostrar una promisoria habilidad pa- de madrugada y me dolía la cabeza. Busqué agua, ra trenzar los episodios y una innata certeza y por poco dejo seco el arroyo. para captar los cambiantes juegos espirituales Luego caminé todo el día, con la sensación de ha- de sus gentes. La prueba de sus mejores dones ber recibido una paliza en todo el cuerpo y con el para la novela se ofreció poco después en “El alma llena de terrible amargura. muelle”, que apareció en 1933. Y la siguió, Cuando llegué al primer puesto militar, cerca de Lo- con atributos similares, en 1944, la obra titu- ja, no pude mentir ante el oficial al confesar mi cri- lada “Las tres ratas”. Tuvo ella mucho éxito. men El, palmeándome la espalda, trató de animar- Aun fue llevaba al cine por un grupo de cono- me: —Yo, en tu caso, también habría hecho lo mismo. cidos artistas argentinos. Es, sin duda, la nove- la más amada de Pareja. El despliegue de sus 242 GALO RENÉ PÉREZ episodios es bastante amplio, pero estos no se fuerte contrabando de telas. desconectan del eje que les sostiene, para A más del atinado estudio de los carac- asegurar su estructura novelesca. Todo se de- teres femeninos, hay en esta novela una com- sarrolla en el marco urbano, y con preferencia binación de descripciones, episodios y diálo- en el suburbio de Guayaquil. Hay escenas de gos. Todo eso descubre la idoneidad de Pare- amor, de robo, de policía, de seducción, de ja en el campo de la creación novelística mo- sangre y tragedia, de prostitución, de contra- derna. bando, de chantaje, de política, de soledad y No únicamente con el propósito de miseria. Es un mundo auténtico, con una vida guardar lealtad a su profesión dentro de aquel que se deja sentir animada, sufridora, dramá- género, sino también con el de experimentar tica, doliente y azaroza por todos sus costa- procedimientos más ambiciosos, se entregó dos. El novelista no inventa desproporciona- después a la composición de lo que se ha da- damente, ni se somete con docilidad a la re- do en llamar una “novelario”: esto es un gru- producción esquemática de los hechos. Arma po de novelas cohesionadas entre sí por el y vivifica su argumento con episodios reales, amplio desarrollo del asunto. Tomó entonces, que parecen estar gobernados por la misma de la vertiente histórica nacional, y particular- mano que juega con el destino verdadero de mente de ese pasado reciente que se inició en los hombres, y en los cuales los personajes 1925, “cuando otras formas de convivencia muestran sus figura, sus rasgos, sus maneras, humana encuentran asidero en nuestro país”, sus sensaciones, sus sentimientos, sus impul- acontecimientos en los que participaron co- sos, sus conflictos, sus ideas, sus sueños, sus nocidas figuras de la vida pública ecuatoria- delirios. Es decir, son seres de carne y espíri- na. Sus perfiles se mezclan en el relato con los tu. En primer plano —como para corroborar de varias criaturas puramente novelescas. Por el juicio de que Pareja es sobre todo maestro eso aclara el autor que “en el curso de estas en generar caracteres femeninos— se desta- historias, vendrán y se marcharán personajes, can las figuras de Eugenia, Carmelina y Ana ficticios o reales, atormentados o no, hechiza- Luisa, las “tres ratas”. Ello se puede apreciar dos o de libre razonar”. El lector familiarizado desde el comienzo. Efectivamente, en los pri- con la política del Ecuador comprueba no so- meros capítulos son las tres mujeres y su tía lamente la verdad de los hechos y la perfecta Aurora las que animan fuertemente las esce- identidad de los seres que intervienen en nas, que sólo tienen apariciones fugaces o re- ellos, sino, en muchos casos, hasta la total ferencias de personajes masculinos. Y lo ad- coincidencia de nombres y de circunstancias mirable es que casi toda la trama se sostiene secundarias. Pero eso no es lo importante, sobre el destino de las tres hermanas: traba- pues que lo que admira es la segura interpre- jos, angustias, fracasos, enfermedades, cona- tación sociológica del país desde su transfor- tos de crimen y de suicidio. Acaso la excep- mación de 1925, y la manera en que aquélla ción principal es la del capítulo XIII (que, ade- se acopla al movimiento ágil e intenso de lo más, es uno de los mejores del libro por el há- novelesco. El ciclo en que se narra toda una bil manejo de la acción y del suspenso), y en época de aproximadamente tres décadas está el cual Carlos Alvárez, que prostituyó a Euge- formado por las siguientes obras: “La adver- nia y les endilgó a las tres el apodo de ratas, tencia”, “El aire y los recuerdos” y “Los pode- es sorprendido en su intento de recibir un res omnímodos”, que han sido agavilladas LITERATURA DEL ECUADOR 243 con el título global de “Los nuevos años”. A secuciones, los ocultamientos, la impotencia dicha trilogía vino a sumarse, en 1970, “Las misma de su labor. pequeñas estaturas”, que es la novela más re- La narración es compleja por la pre- ciente de Alfredo Pareja, y desde luego la que ponderancia de los ingredientes subjetivos, más se ajusta a los cambios drásticos de la na- por la finura del tejido episódico, por la suti- rración hispanoamericana contemporánea. leza con que el autor ensaya su filosofía iróni- Su propósito le vincula evidentemente a la ca y escéptica de la vida pública, por la sim- anterior trilogía, pero no su técnica ni su esti- bología de expresiones y hasta de nombres de lo. El mismo autor lo advierte: “Este libro, los personajes. Ello se acentúa por la forma aunque de forma y construcción diversas, es, inusual en que se arman los razonamientos a su manera, complemento o consecuencia individuales y el diálogo. A veces este sirve de tres novelas anteriores, partes indepen- para que se expresen las criaturas de la nove- dientes del ciclo “Los nuevos años”. la y, simultáneamente, dejen ver lo que se “Las pequeñas estaturas” se incorpora oculta en sus mentes; otras veces se diluye en a la nueva corriente novelística. La elabora- una sucesión de frases que se entrecruzan sin ción de esta extraña narración es el fruto de establecer con claridad la necesaria separa- una cultura bien alquitarada, de una asimila- ción de los dialogantes. Los monólogos son ción esforzada de los elementos menos ruti- verdaderas corrientes de conciencia que, al narios de la creación novelesca, de una singu- estilo de Joice, suprimen los elementos de la lar aptitud para las digresiones de tipo filosó- sintaxis común. Redama y Ribaldo, unidos fico, de un impulso de cambio en el juego de por el amor y la fe revolucionaria, son los per- las escenas, en la caracterización de los per- sonajes destacados de esta singular novela. sonajes, en la composición de los diálogos y de las largas y expresivas reflexiones monolo- “LAS PEQUEÑAS ESTATURAS” gadas; pero también es la consecuencia de Mi nombre es sólo Redama. Nadie lleva aquí nom- una posesión sutil del idioma. bres innecesarios, porque no tenemos historia per- El contenido, que en ningún caso es de sonal que nos haya sido transmitida. Vivo donde el fácil aprehensión porque no se halla en los pueblo comienza a ser camino a otros pueblos. moldes de la técnica ortodoxa, gira alrededor Unos pasos más allá de mi ventana, inmediatamen- de los avatares de un pueblo sin nombre (que te después de la quebrada de los desperdicios, que desde luego es el mismo del autor), atrasado, también es llamada de los gallinazos, mueren las incipiente, ridículo en muchos respectos, un- calles, menos la recta, cuya prolongación se ondu- cido a los hierros invisibles que le imponen la a la distancia, para convertirse en hilo de agua o los países altamente desarrollados. Una revo- de luz, sobre las vueltas de una de las montañas que cierran los contornos de esta inmensa soledad lución que se genera para conseguir una de verdes, amarillos y azules. transformación económica y social es festina- Esta es una casa de mujeres. Somos tres. Mi madre, da por los falsos apóstoles de la salvación na- Anáfora, y mi prima Edúrea, son las otras dos. El cional, que todo lo controlan desde el gobier- hombre de Anáfora, que no fue mi padre, pero co- no, la banca, la industria y la explotación de mo si lo hubiera sido, murió de repente en el jardín, los campos. Los revolucionarios forman el cuando yo crecía todos los días un poco más que grupo de “las pequeñas estaturas”, denomina- mi muñeca de trapo. Tenía ojos de agua marina, la ción simbólica que tal vez alude a la condi- piel de bronce, una cabeza abundante de cabellos ción a que les reducen los sacrificios, las per- ligeros, y la boca llena de cuentos. No era viejo; era 244 GALO RENÉ PÉREZ

grande. Y nos pertenecía a las dos, a Anáfora y a mí. al país del desorden, tomó el capital, pero fue ven- Edúrea nunca tuvo hombre. cido por otro salvador, y hubo de huir al extranjero, Desde esa muerte, la casa es como fue ese día, mientras el principal de sus ayudantes, su querido idénticas las habitaciones usables, y la clausurada, padre, como ella lo llama todavía, fue hecho preso donde el hombre de Anáfora leía, escribía o medi- en el descanso de una retirada y colgado del árbol taba, y cuya llave robé, por manera que me siento que le daba su sombra para sestear. Así lo cuenta propietaria de un territorio libre. Anáfora encontró con mil detalles cada vez que se le da ocasión. natural que la llave hubiera desaparecido, puesto Edúrea es una mujer corpulenta, ni joven ni vieja, que había determinado que nadie volviese a entrar que habla inflando las palabras de autoridad. Perte- allí. Hasta cierto punto la he obedecido. En cuanto nece completamente a la petrificación de la casa. al resto ordinariamente habitable, las tres mujeres Sin embargo, no tiene consistencia. Es un saco de estamos obligadas por el espíritu de la casa a decir ropas usadas, con una cabeza de girasol desorien- siempre las mismas palabras, aunque alteremos su tado. orden, salvo cuando algún suceso exterior pasa por Mi gran aventura, fuera de mí misma, ocurrió cuan- nosotros como una efímera conmoción. El espíritu do conocí a Ribaldo. Lo conocí cuando vino al pue- de la casa es inválido, petrificador. Y nosotros, tres blo a hablar con los campesinos. Por oirlo, seguirlo pájaros mecánicos, que andamos en ella los pasos y ver lo que hacía, perdí el canasto de las compras, de la mañana, los pasos de la tarde, los pasos de la pero Anáfora no se enojó, y Edúrea se satisfizo con noche, hasta que, transcurrido un número cabal de darme una mala mirada porque se hallaba excitada idas y venidas, a cierta hora nocturna, cerramos los con la novedad. Como cree haber vivido muchos ojos para que se recarguen nuestros resortes y reco- años más que yo, Edúrea se toma derechos para vi- mencemos a funcionar al amanecer. gilarme. El jardín, en cambio, es fluido. Sus formas varían Ribaldo convocó a los campesinos y les dijo que las con la luz, de día, y de noche sin necesidad de que tierras les pertenecían porque a sus antepasados les crezca la luna. Nada en él se ha detenido, ni los habían sido arrebatadas y porque por ellos eran tra- guijarros, ni los tallos, ni los gusanos, ni siquiera las bajadas. Cuando terminaron de escuchar el discur- espinas. Se encuentra todo tan espontáneo como se so, los campesinos fueron en busca del primero de encontraba cuando el hombre de Anáfora se doble- los propietarios, y le pidieron, en cuanto apareció gó. Puedo, por consiguiente, hablar en su recinto en el balcón: de lo que se me antoje, puedo inventar y ser inven- —¡Patrón, devuélvenos las tierras! tada, mientras ando por las sendas que dejan expe- El patrón se echó a reír. Recobrado su seriedad, les ditas las plantas, dándole agua a las flores y cortán- explicó que debían estarle agradecidos por haber- doles extremidades sobrantes. Hablo hasta de lo les permitido sembrar para ellos sus poquitos en los que la gente cree que no se debe hablar. lotes por él generosamente asignados, única razón Anáfora —prefiero llamarla así, y no por madre— por la cual no habían muerto de hambre todavía y sería feliz si pudiera acercarse con el cuerpo a las que si él no les hiciese préstamos, no tendrían otro estrellas. Espera su muerte para saber lo que se de- calzón que el que una vez al año les regalaba para be de las figuras de luz que salen de la distribución el trabajo, ni podrían emborracharse los sábados, ni de los astros en las noches limpias. Suele afirmar acudir con sus críos a las ferias de los domingos. que ese es el itinerario por el que viaja la mente pa- Como nada respondieran a esa peroración, les acla- ra acostumbrarse poco a poco a las distancias in- ró con mucha pedagogía lo que era el derecho de comprensibles. propiedad, y puso a Dios por testigo, ubicándolo Edúrea vino a establecerse desde la ciudad, hace con el índice entre las nubes. Los campesinos mur- quizá diez, quizá doce años. Vino porque quedó muraron entre sí, e insistieron como si nada hubie- sola, cuando su padre, hermano de Anáfora, perdió sen comprendido. la vida en la guerra que encabezó el general Milvi- no. Dice Edúrea que el general Milvino quiso salvar LITERATURA DEL ECUADOR 245

Ribaldo dice que las tierras son muestras. ¡Devuél- pensar si Anáfora lo aprobaría. Pero Anáfora, ya lo velas, patrón! dije, estuvo amable y Edúrea, con tanta curiosidad, Ante semejante insistencia, el patrón se encolerizó. que supimos que Ribaldo había escrito, años atrás, Los llamó brutos, los llamó ingratos, los llamó revo- manifiestos estudiantiles en favor del general Milvi- lucionarios, los amenazó con castigarlos y, después no, lo cual lo hizo grato a la sonrisa aguda del gira- de castigarlos a conciencia, con llamar a las fuerzas sol, no obstante su mala mirada sobre mí. de policía para hacerlos podrir en la cárcel. Por úl- En la casa fue cuidado, hasta que se sosegaron los timo, descargada su cólera, les dijo que Ribaldo ha- ánimos. Anáfora intervino ante la autoridad, que bía inventado esa mentira para que ellos le diesen accedió por fin a no apresarlo, bajo la condición de huevos y gallinas. que abandonase el pueblo y no volviese jamás. Fir- Esta vez, los campesinos respondieron: mó Ribaldo el compromiso, y se marchó. —Así ha de ser, patrón. En vano esperé por largas noches que mi amigo vi- La mayoría se retiró con sonrisas agridulces y me- niese en sueños para ayudarme cuando el hombrón neos de cabeza, pero unos pocos quisieron otra aquel se presentaba a atormentarme. Lo tomé como prueba y marcharon a la casa del segundo de los una ingratitud. propietarios. Este también se echó a reír, también Cinco años después, sin embargo, Ribaldo volvió. los amenazó, también les dijo que Ribaldo era un Fue a la hora del jardín, casi lo que se llama una mentiroso. hora nocturna, cuando apresuraba mi camino de Quedó entonces un grupo del tamaño de un puño. regreso a la casa, por esa calle delgada, desde la Y estos incrédulos resolvieron ir al despacho de la cual los tres edificios principales de la plaza pare- autoridad, a quien yo atribuía cualidades de ser ca- cen abandonados o recién extraídos de alguna ex- si sobrenatural, pues mandaba en todas las cosas cavación, porque les faltan pedazos, unos hechos del pueblo. Era un hombre gordo, era un hombre por sombras, otros por roturas. Los tres edificios lleno de gorduras, con bigotes atufados, botas altas son: la Iglesia de amarillo oxidado, muy flaca la to- y un vozarrón de gárgaras, que frecuentemente me rre, un gallo despintado en un hombro de la espa- perseguía ensueños, aunque poniéndose caras dis- daña, y en la punta, la cruz; la Sala Municipal, de tintas, lo que no me impedía reconocerlo. Yo le te- paredes enjalbegadas entre arcos pesados, chata y nía miedo, aunque no podía substraerme de ser alongada como un establo construido en el aire; y atraída por su misterioso poder, que en esa oportu- las manchas de la vieja cárcel, transformada en el nidad disfruté al ver la soberbia con que, sin demo- cine Apolo, sus rejas selladas por cartelones de pin- rar en circunloquios, y echando palabrotas, gritó tura aguada. que encarcelaría a Ribaldo por agitador y menti- Venía él a paso lento, caviloso. No me vio, pero yo roso. le detuve. Aquello convenció al pequeño grupo de campesi- —Tú eres Ribaldo —le dije—. Yo soy Redama, ¿no nos, pero también los enfureció. Y corrieron las ca- te acuerdas? lles en demanda de Ribaldo, y yo tras ellos. Lo avis- —¡Redama! Parece imposible. taron cuando se disponía a entrar en la fonda, y em- —Han pasado años pezaron a arrojarle tortas secas de boñiga de vaca y —Sí, todo es distinto ahora. Tú eres otra Redama, las piedras que encontraron junto a la acequia en la prisionera del sueño carnal. Has saltado a mujer. cual se proponían sumergirlo, según lo venían voci- Todo es distinto ahora, te repito. Todo va a ser dis- ferando. Pero Ribaldo, con gran agilidad, escapó a tinto mañana. tiempo. Por un atajo, llegué antes que él a la calle- —¿Cómo? ja por donde habría de pasar, y le enseñé la puerta —Porque ha llegado a la última etapa de discordan- de la casa. cia en las estructuras opresoras. Se derrumbarán. Se No sé si lo hice por compasión o porque admiré en derrumbarán las aduanas, los policías, las ventani- Ribaldo su desafío al inmenso poder del vozarrón. llas de los bancos, las cercas de alambre, los galo- Sería por ambas cosas. Ni siquiera me detuve a nes y las charreteras, las puertas de acero, los mu- 246 GALO RENÉ PÉREZ

ros de cemento, las calorías privilegiadas, los más- cambio, ¡ay!, habría parecido al cumplirse, pareci- tiles, las torres acumuladas. do con mayor ligereza que las ampollas de aire en —No te entiendo. Sólo te pregunto, si no hay poli- los líquidos hirvientes. Bien sabéis, por otra parte, cías, ¿cómo se va a vivir? Vendrán los ladrones a que un prodigio deliberado no alcanza a ser sujeto cogérselo todo. ni objeto de lo fantástico. —De las ruinas, Redama, de las cenizas del gran in- No, no hubo cosa que cambiase de apariencia. Las cendio, surgirá el amor. montañas quedaron como eran, unas verdes o blan- —Yo sentí mi corazón inquieto. Le dije que tenía cas, otras tristes y secas. Sombras amenazantes si- que marcharme. guieron compungiendo al cielo en ciertas horas, pe- —Espera, Redama. ¿Puedo verte mañana? ro en otras la frivolidad del aire venía a devolverle —Ven a la casa. Así me lo explicarás mejor. su translúcida condición de cristal. La duración del —Espera. Te voy a advertir algo, para que confíes día no se alteró de modo distinto al usualmente traí- en mis palabras. ¿Ves esa cruz, ese campanario, ese do en las vueltas del año. Las noches no dejaron de gallo? Mañana no lo verás. No estarán allí. ser arbitrarias, clarividentes, lóbregas, azules, de Me acongojó verlo levantar el brazo como una fle- terciopelo o de papel. Nada anormal fue advertido cha de profeta. Mi malestar de pecho creció. Y me en la atolondrada movilidad de los insectos. Los apresuré en despedirme. ríos continuaron corriendo de las cumbres al mar. Y Cuando la noche y el día dieron una vuelta comple- como antes, todos los desórdenes de l luz crecieron ta, Ribaldo vino, pero no entró a la casa por la puer- en las flores y volaron en los pájaros. ta, sino que salió la tapia del jardín, donde yo pa- Aunque no probado, es valor entendido que el seaba mientras caían las sombras en el bronce lí- hombre no es cosa. Por otra parte, si el fenómeno quido del aire. tuvo ciertos caracteres primarios de mutación hu- Quedé paralizada de horror. mana, su final proporcionalidad hace penar que Pasó lo que pasó en un lugar desconocido. Puede más bien se trató de un reajuste. Una reducción del que no haya existido nunca ese lugar, pero también habitáculo del alma, una eliminación de lo sobran- es posible que existiera en cualquier parte. Por con- te, eso es lo que aconteció. No habría, desde luego, veniencia, llamadlo país, si así lo queréis, pero no sido portento, de haberse realizado en larguísimas le déis nombre propio ni le fijéis espacio, porque lo duración, de innumerables generaciones desapare- convertirías en objeto de estudio, sería entonces de- cidas, reemplazadas, multiplicadas por miles de mi- vorado por el análisis, y quedaría reducido a frag- llones de cadáveres. Pero lo que sucedió sólo en un mentos, cifras y curvas que la memoria no podría día y una noche sucedió. registrar. Ni las potencias del sueño, ni las potencias Me creen cándida porque generalmente soy crédu- del amor bastarían para volverlo a encontrar. Y ten- la. Anáfora piensa que mi inocencia me será perju- dría que ser inventado otro, quizá mejor, pero ya no dicial, pero yo sé muy bien que la inocencia no pa- sería el nuestro. sa de ser un nombre que se acomoda según quien Lo que debe importaros no es, pues, ni nombre, ni lo aplique. Edúrea, para lo que le importa, atribuye raza, ni posición astronómico, sino que en ese país mi supuesta candidez a una irremediable poquedad ocurrió un fenómeno de naturaleza y consecuen- de inteligencia, combinada con algunas tendencias cias que nadie en absoluto imaginara. No es que se para ella reprobables. ¡Cómo se engañan ambas! transformaran las cosas en otras cosas, prodigio que No saben que me gusta divagar para huir de la pe- hubiera podido atribuirse a un proceso de transmu- trificación de la casa. Hay largos silencios que me tación energética, enteramente aceptable en esta protejen, cosa para ellos innatural en muchacha jo- época de tan osada tecnología. Mas, en caso tal, ven y no sin atractivos, que debe ser parlanchina. nada hubiera cambiado. Las cosas hubieran perma- Pero si veo un sapo adherido a la nuca de Edúrea o necido como cosas, con su propia identidad, aun- a Anáfora inmovilizada a un pie del aire, me pongo que nuevas y distintas al ojo, a la mano, al sabor a contemplar paisajes que sólo yo conozco, porque acaso, pero no al corazón. Y lo maravilloso del advierto que en esos momentos la casa ya no exis- LITERATURA DEL ECUADOR 247 te, que la piedra se ha ausentado, que las lágrimas tantánea de lo impenetrable, el nudo que ata lo real no tienen por qué ser tristes ni saladas; entonces, con lo fantástico. ¿de qué asuntos pudiera hablar con las dos mujeres En la guía que preparaba para el turismo universal, mayores de mi compañía? en su mas completo sentido, pues incluía medios Cuando se repiten esas circunstancias, cuando yo singularmente ingeniosos de comunicación ideo- soy la que realmente soy, o la que seré algún día en gráfica-luminosa con posibles visitantes del espa- que mis órganos exteriores dejen de servir como cio, el país constaba en la larga lista de los subde- simples conductos obstruídos por el ángel de la sarrollados. guardia, comprendo la inutilidad de una conversa- Era cierto. Sus habitantes vivían más de la tierra que ción que se transformaría en controversia perjudi- de las latas, más de la unidad que de la serie. No to- cial para todas. Sobre todo, si yo cediera, ya no vol- dos habíanse perfeccionado hasta llegar a verdade- vería nunca más a ser la dueña de mis silencios. ros hombres de negocios, y los negocios se hacían Quizá con Anáfora la relación verbal pudiera al- sin logogríficas demostraciones, sólo a punta de ojo canzar ciertos niveles, parecidos a los que me trae y regateos. Quizá por eso los anuncios comerciales la sigilosa impaciencia de mis meditaciones, pero si no habían alcanzado el poder de transformación a empiezo a rendirme a ella, la otra se aprovecharía niños en delincuentes ni a los adultos en fonógra- de mi debilidad. Además, las pláticas de Anáfora no fos. La velocidad de los automóviles era moderada, cambian, tienen excesiva coherencia, buscan una el fútbol se jugaba con los pies, no era muy blanca finalidad, son dirigidas, es decir, les falta libertad, el azúcar, las papas no tenían sabor de arsénico y de modo que ambas, si yo la atendiera como pare- las naranjas entraban y salían del mercado sin ma- ce habría de ser mi deber, acabaríamos enfadadas, quillaje. Continuaban las vacas recibiendo directa- lo cual sería desaprobado por el hombre que murió mente el amor de los toros, y en cuanto a los seres en el jardín. humanos, aun lo más racionales, lo hacían al azar, No obstante, el haber ejercido con tanto ahinco mi con el peligro del aburrimiento irreparable traído libertad de percibir no me había preparado bastan- por las equivocaciones a primera vista, y sin valer- te para la sorpresa de la reaparición de Ribaldo. Un se de la fidelidad de los computadores. Hacía mu- malestar insidioso me despertó en la mañana antes chísimos años que las fieras no merodeaban por la de la hora acostumbrada. Ciertamente, fue un ma- vecindad de las ciudades, pero tras de unas monta- lestar de anuncio, que gradualmente excitó el mo- ñas bravas, hacia el corazón del mundo, el cami- vimiento de mis manos, por manera que Anáfora nante osado escuchaba todavía la estridente voz de me miró con ojos intranquilos y Edúrea me hizo la bestia de trompa móvil, cuya pezuña pulverizada preguntas de muestra regañona, a las cuales respon- curaba el paludismo de unos hombres que allí ca- dí con evasivas, y luego corrí a la ventana para ver zaban desde antes de que la tierra fuera redonda. Se la punta de la Iglesia, pero el gallo, la cruz, y todo solía rogar a los santos, como en cualquier país ci- lo demás estaban en su sitio. Me puse entonces a vilizado, pero aquí los ponían de cabeza y les que- trabajar con hinco en sacudir el polvo de los mue- maban las pestañas con los cirios, si demosraban en bles, hasta que mi piel se humedeció, y me eché conceder favores. En todas partes, en la selva, en el donde pude para invocar a mis figuras, sin poderlo campo cultivado a buey y palos, en la ciudad o en conseguir. Me asaltaban oleadas sucesivas de pena, la aldea, junto a las orillas del mar o en el aire del- porque no llegaba ni una sola imagen de las que mi gado de las grandes alturas, santos y demonios coe- corazón imploraba. Cuando el día perdió sus res- xistían pacíficamente, o, cuando más, luchaban a plandores y llegó la hora propicia del jardín, entré garrote y un poco de mentirillas. Y una bruja seguía en él para encontrar mis formas y sentir en todos los siendo una bruja, y no un extremista cualquiera. lados de mi cuerpo la alegría de tocarme con ellas. Con tantas desventajas en contra, los hombres ilus- Interrumpida esa reconciliación de mis partes por la tres del país tuvieron que pedir en préstamo las súbita aparición de lo que yo creí otra Ribaldo, el ideas para organizarlo y dar coherencia a lo disper- estupor fue como si hubiera visto, en una rotura ins- so de su despoblada geografía. Pero ocurrió que un 248 GALO RENÉ PÉREZ bando tomó una parte, y la otra la restante, por lo ramento, transido de reacciones contradicto- que, sin el contexto completo, las ideas resultaron rias, que determinaron precipitándole en la contrarias. De ello se produjo una serie de guerras. locura, se mantiene único todavía. Habría ne- Entre una y otra guerra, las ciudades hicieron sus le- cesidad de que comparecieran las mismas cir- yes, y el campo conservó las suyas. Las primeras cunstancias desventuradas, seguramente mór- fueron escritas, muy bien caligrafiadas; las segun- bidas, que obraron en su alma, para que se das no tuvieron esa necesidad. diera un caso parejo al suyo. Finalmente, la fatiga de tanto guerrear hízoles pen- sar en un arreglo. Y la paz se hizo mediante un Su obra de madurez, en la que transpa- compromiso: los patriotas citadinos aceptaron que- recen las cualidades de la experiencia litera- darse solo con lo suyo, que eran bancos, comercio, ria, es “Vida del Ahorcado”. Pablo Palacio la industrias nacientes; y dejar a los patriotas del cam- llamó novela subjetiva. ¿Será eso, en verdad? po con las tierras y los hombres que las cultivaban. Quien quiera hallarle argumento, fracasará se- guramente. El autor habla en primera persona, Fuente: Alfredo Pareja Diezcanseco. “Las pequeñas estatu- ras”. Ediciones de la Revista Occidente. Madrid, 1970, pp. encarnado en la figura que discurre por esas 9-17. páginas, y va despellejando sus ideas, sus ob- sesiones, aquel su mundo azotado por impre- Pablo Palacio (1906-1946) siones antagónicas. Y corta el hilo de su narra- ción a cada instante, no tanto por voluntad ar- Nació en la ciudad de Loja. Pasó fu- tística ni caprichoso afán de originalidad, gazmente por las aulas y la cátedra universi- cuanto porque esas incoherencias, son las que taria y la vida pública ecuatoriana, pues su reclaman a su espíritu ciegamente. Casi no singularísima inteligencia tuvo la trágica de- hay capítulo en donde no se interrumpa de clinación de la locura. Palacio murió en un pronto el curso normal de sus ideas, para to- manicomio a los cuarenta años de edad. mar un sesgo insospechado, para lanzar algu- Tres libros de narración componen to- na expresión aislada y subitánea, a manera de do su patrimonio literario: “Un hombre muer- dardo que se pierde en el vacío. El lector de- to a puntapiés”, “Débora” y “Vida del Ahorca- be cobrar cierta elasticidad para saltar de ra- do”. Pero lo desconcertante constituye el sig- ma en rama, entre zonas de aire. Se da cuen- no de ellos, y solamente la personalidad de ta, desde el comienzo de su aventura, que no Pablo Palacio -partida entre la sombra y la hay la anunciada novela subjetiva. Quiere luz— podía haberlos creado. No tuvieron que apoyarse en el soporte o estructura más o me- correr sino pocos años para que esa sombra, nos sólidos de toda novela, pero encuentra so- invasora, le sustrajera para ella sola, apagan- lamente los elementos disyuntos de esa trama. do todo destello de razón en aquel extraño es- Quiere hallar un personaje de rasgos defini- critor. dos, de rostro que no se esfume, y únicamen- Se podrá pasar y repasar por las pági- te siente el soplo de un fantasma que el autor nas de la literatura ecuatoriana, y no se dará se lo escamotea cuando intenta aprehenderlo. con un nombre que acompañe al suyo por Quiere descubrir una doctrina, una tesis clara motivos de semejanza. Pablo Palacio es un y coherente, un pensamiento central, o siquie- autor solitario, acaso como ningún otro en el ra un sentimiento más o menos constante, y amplio conjunto de nuestras letras. Esto no no da con ellos. Quiere advertir siquiera la quiere decir que él sea el mayor, ni el menos unidad externa, la usual, de la ordenación de imitable. Se yergue señero porque su tempe- los capítulos, o la relación lógica de sus títu- LITERATURA DEL ECUADOR 249 los, y aun este empeño le es vano. El mundo “Ji, ji, ji, ji, Huy, huy, huy. Ji, ji”. creado por Pablo Palacio parece que obligara a las cosas a perder gravidez. La realidad se Los sentimientos, por otra parte, vio- transfigura al tocar en su mente. lentan la órbita de lo normal, y se empeñan Hay lugares de la “novela” en que el en mostrarse con caracteres morbosos. En autor pretende la unidad de hechos dispersos “Un hombre muerto a puntapiés”, dice Pala- a través de recursos de una endeblez eviden- cio: “Lo cierto es que reí de satisfacción. ¡Un te, como es el caso de invocar insistentemen- hombre muerto a puntapiés. Era lo más gra- te, a lo largo de algunos capítulos, el nombre cioso, lo más hilarante de cuanto para mi po- de “Ana”. Pero Ana no es un personaje corpó- día suceder”. Y continúa en otro párrafo: reo, de presencia visible: es apenas un nom- “Epaminondas, así debió llamarse el obrero, bre repetido en varias páginas del libro. Más al ver en tierra a aquel pícaro consideró que justo sería dar a estos capítulos la designación era muy poco castigo un puntapié, le propinó de breves cuentos subjetivos, y aun en mu- dos más, espléndidos y maravillosos en el gé- chos de ellos, considerados independiente- nero, sobre la larga nariz que le provocaba mente, no dejará de observarse aquella falta como una salchicha. ¡Cómo debieron sonar de vertebración. A la postre, eso importa po- esos maravillosos puntapiés! Como el aplas- co. Porque una atmósfera de sugestión, activa tarse de una naranja, arrojada vigorosamente y extraña, se reparte por todo el libro, gracias sobre un muro; como el caer de un paraguas a las originalidades de Palacio. cuyas varillas chocan estremeciéndose; como En efecto, su manera de ver el mundo el romperse de una nuez entre los dedos; o es bastante personal, y en muchas partes agu- mejor como el encuentro de otra recia suela dísima. Defiende su propia soledad, casi de de zapato contra otra nariz! modo obsesivo. “No me toques —dice en un Así: párrafo de su libro— ¿Qué derecho tienes pa- ¡Chaj! ra tocarme? Mi piel es mía. Somos extraños el con un gran espacio sabroso uno al otro y de repente estás tú aquí, atisbán- ¡Chaj!” dome, violando mi intimidad, turbándome. Tus ojos los tengo en todas partes. Sobre mis (Por cierto, el ya célebre cuento “Un espaldas, sobre mis manos, sobre mis cabe- hombre muerto a puntapiés”, que aquí se re- llos, en mi pensamiento”. produce, constituye una de las narraciones La inquietud hacia la demencia apare- maestras de la literatura ecuatoriana, y revela ce y torna a aparecer en mas de una página. la excepcional capacidad de Pablo Palacio ¿Presentimiento quizás? Repárese en lo que le para ese género). dice a uno de los fantasmas de su “Vida del Y si tan impiadoso es el espíritu con Ahorcado”: “justamente como el parásito que que este autor entra en sus temas, explicable ha tenido el acierto de localizarse en tu cere- es que use la ironía, la apreciación dura, el es- bro y que te congestionará uno de estos días, tilo descarnado e hiriente, como sus recursos sin anuncio ni remordimiento”. Las interjec- literarios habituales. De “dolorosas clarida- ciones que de pronto escribe también pare- des” califica él mismo a sus expresiones, y lo cen las de un hombre de mentalidad raramen- son por manifestarse, precisamente, tan des- te excitada: carnadas. Ante su desprecio cruel por las co- 250 GALO RENÉ PÉREZ

sas humanas, el edificio de una gloria cual- Esperé hasta el otro día en que hojeé anhelosamen- quiera —sea “la de Napoleón o San Bartolo- te el “Diario”, pero acerca de mi hombre no había mé”— se viene abajo con sólo pensar que una línea. Al siguiente tampoco. Creo que después también los hombres superiores están someti- de diez días nadie se acordaba de lo ocurrido entre dos a la humillación de los más rastreros ac- Escobedo y García. Pero a mí llegó a obsesionarme. Me perseguía por tos cotidianos. todas partes la frase hilarante. ¡Un hombre muerto En el breve conjunto de su producción a puntapiés! Y todas las letras danzaban ante mis admira, en fin, su agudeza para penetrar en ojos tan alegremente que resolví al fin reconstruir la las más íntimas reconditeces del alma, y des- escena callejera o penetrar, por lo menos, en el mis- de luego la fuerza impar con que expone sus terio de por qué se mataba a un ciudadano de ma- impresiones. nera tan ridícula. Caramba, yo hubiera querido ha- cer un estudio experimental; pero he visto en los li- UN HOMBRE MUERTO A PUNTAPIES bros que tales estudios tratan sólo de investigar el cómo de las cosas; y entre mi primera idea, que era “Anoche, a las doce y media próximamente, el Ce- ésta, de reconstrucción, y la que averigua las razo- lador de Policía Nº 451, que hacía el servicio de esa nes que movieron a unos individuos a atacar a otro zona, encontró, entre las calles Escobedo y García, a puntapiés, más original y beneficiosa para la es- a un individuo de apellido Ramírez casi en comple- pecie humana me pareció la segunda. Bueno, el to estado de postración. El desgraciado sangraba por qué de las cosas dicen que es algo incumbente abundantemente por la nariz, e interrogado que fue a la filosofía, y en verdad nunca supe qué de filosó- por el señor Celador dijo haber sido víctima de una fico iban a tener mis investigaciones, además de agresión de parte de unos individuos a quienes no que todo lo que lleva humos de aquella palabra me conocía, sólo por haberles pedido un cigarrillo. El anonada. Con todo, entre miedoso y desalentado, Celador invitó al agredido a que le acompañara a la encendí mi pipa.— Esto es esencial, muy esencial Comisaría de turno con el objeto de que prestara las La primera cuestión que surge ante los que se enlo- declaraciones necesarias para el esclarecimiento dan en estos trabajitos es la del método. Esto lo sa- del hecho, a lo que Ramírez se negó rotundamente. ben al dedillo los estudiantes de la Universidad, de Entonces, el primero, en cumplimiento de su deber, los Normales, los de los Colegios y en general todos solicitó ayuda a uno de los chaufferes de la esta- los que van para personas de provecho. Hay dos ción más cercana de autos y condujo al herido a la métodos: la deducción y la inducción (Véase Aris- policía, donde, a pesar de las atenciones del médi- co, doctor Ciro Benavides, falleció después de po- tóteles y Bacon). cas horas. El primero, la deducción me pareció que no me in- “Esta mañana el señor Comisario de la 6ª ha practi- teresaría. Me han dicho que la deducción es un mo- cado las diligencias convenientes; pero no ha logra- do de investigar que, parte de lo más conocido a lo do descubrir nada acerca de los asesinos ni de la menos conocido. Buen método, lo confieso. Pero procedencia de Ramírez. Lo único que pudo saber- yo sabía muy poco del asunto y había que pasar la se, por un dato accidental, es que el difunto era vi- hoja. cioso. Procuramos tener a nuestros lectores al co- La inducción es algo maravilloso. Parte de lo menos rriente de cuanto se sepa a propósito de este miste- conocido a lo más conocido… (¿Cómo es? No re- rioso hecho”. cuerdo bien… ¿En fin, quién es el que sabe de estas No decía más la crónica roja del “Diario de la Tar- cosas?). Si he dicho bien, éste es el método por ex- de”. celencia. Cuando se sabe poco, hay que inducir. In- Yo no sé en qué estado de ánimo me encontraba duzca, joven. entonces. Lo cierto es que reí a satisfacción. ¡Un Ya resuelto, encendida la pipa, y con la formidable hombre muerto a puntapiés! Era lo más gracioso, lo arma de la inducción en la mano, me quedé irreso- más hilarante de cuanto para mí podía suceder. luto, sin saber qué hacer. LITERATURA DEL ECUADOR 251

—¿Bueno, y cómo aplico este método maravilloso?, conocido. Soy un hombre que se interesa por la jus- me pregunté. ticia y nada más… ¡Lo que tiene no haber estudiado a fondo la lógica! Y me sonreí por lo bajo. ¡Qué frase tan intenciona- Me iba a quedar ignorante en el famoso asunto de da! ¿Ah? “Soy un hombre que se interesa por la jus- las calles Escobedo y García sólo por la maldita ticia”. ¡Cómo se atormentaría el señor Comisario! ociosidad de los primeros años. Para no cohibirle más, apresureme: Desalentado, tomé el “Diario de la Tarde” de fecha —Ha dicho usted que tenía dos fotografías. Si pu- 13 de Enero —no había apartado nunca de mi me- diera verlas… sa el aciago diario —y dando vigorosos chupetones El digno funcionario tiró de un cajón de su escrito- a mi encendida y bien culotada pipa, volví a leer la rio y revolvió algunos papeles. Luego abrió otro y crónica roja arriba copiada. Hube de fruncir el ce- revolvió otros papeles. En un tercero, ya muy aca- ño como todo hombre de estudio ¡—una honda lí- lorado, encontró al fin. nea en el entrecejo es señal inequívoca de aten- Y se portó muy culto: ción!— —Usted se interesa por el asunto. Llévelas, no más, Leyendo, leyendo, hubo un momento en que me caballero… Eso sí, con cargo de devolución —me quedé casi deslumbrado. dijo, moviendo de arriba abajo la cabeza al pro- Especialmente el penúltimo párrafo, aquello de “Es- nunciar las últimas palabras y enseñándome gozo- ta mañana, el señor Comisario de la 6ª…” fue lo samente sus dientes amarillos—. que más me maravilló. La frase última hizo brillar Agradecí, infinitamente, guardándome las fotogra- mis ojos: “lo único que pudo saberse, por un dato fías. accidental, es que el difunto era vicioso”. Y yo, por —¿Y dígame usted, señor Comisario, no podría re- una fuerza secreta de intuición que Ud. no puede cordar alguna seña particular del difunto, algún da- comprender, leí así: ERA VICIOSO, con letras pro- to que pudiera revelar algo? digiosamente grandes. —Una seña particular… un dato… No, no, pues era Creo que fue una revelación de Astartea. El único un hombre completamente vulgar. Así, más o me- punto que me importó desde entonces fue compro- nos de mi estatura —el Comisario era un poco al- bar qué clase de vicio tenía el difunto Ramírez. In- to—; grueso y de carnes flojas. Pero una seña parti- tuitivamente había descubierto que era… No, no lo cular… no… al menos que yo recuerde… digo para no enemistar su memoria con las seño- Como el señor Comisario no sabía decirme más, sa- ras… lí, agradeciéndole de nuevo. Y lo que sabía intuitivamente era preciso lo verifica- Me dirigí presuroso a mi casa; me encerré en el es- ra con razonamientos, y si era posible con pruebas. tudio; encendí mi pipa y saqué las fotografías, que Para esto, me dirigí donde el señor Comisario de la con aquel dato del periódico, eran preciosos docu- 6ª, quien podía darme los datos reveladores. La au- mentos. toridad policial no había logrado aclarar nada. Ca- Estaba seguro de no poder conseguir otros y mi re- si no acierta a comprender lo que ya quería. Des- solución fue trabajar con lo que la fortuna había pués de largas explicaciones me dijo, rascándose la puesto a mi alcance. frente. Lo primero es estudiar al hombre me dije. Y pues —Ah sí… El asunto ese de un tal Ramírez… Mire manos a la obra. que ya nos habíamos desalentado… ¡Estaba tan os- Miré y remiré las fotografías, una por una, hacien- cura la cosa!… Pero tome asiento; por qué no se do de ellas un estudio completo. Las acercaba a mis sienta, señor… Como Ud.. tal vez sepa ya, lo traje- ojos; las separaba, alargando la mano; procuraba ron a eso de la una y después de unas dos horas fa- descubrir sus misterios. lleció… el pobre. Se le hizo tomar dos fotografías, Hasta que al fin, tanto tenerlas ante mí, llegué a por un caso… algún deudo; ¿Es Ud. pariente del se- aprenderme de memoria el más escondido rasgo. ñor Ramírez? Le doy el pésame… mi más sincero… ¡Esa protuberancia fiera de la frente; esa larga y ex- —No, señor —dije indignado— Ni siquiera le he traña nariz que se parece tanto a un tapón de cris- 252 GALO RENÉ PÉREZ

tal que cubre la poma de agua de mi fonda; esos bi- rer declarar las razones de la agresión. Cualquier gotes largos y caídos; esa barbilla en punta; ese ca- otra causal podía ser expuesta sin sonrojo. ¿Por bello lacio y alborotado! ejemplo, qué de vergonzoso tendrían estas confe- Cogí un papel, tracé las líneas que componen la ca- siones?: ra del difunto Ramírez. Luego, cuando el dibujo es- “Un individuo engañó a mi hija; lo encontré esta tuvo concluído, noté que faltaba algo; que lo que noche en la calle; me cegué de ira; le traté de caña- tenía ante mis ojos no era él; que se me había ido lla; me lancé al cuello, y él, ayudado por sus ami- un detalle complementario e indispensable… gos, me ha puesto en este estado”; o ¡Ya! Tomé de nuevo la pluma y completé el busto, “Mi mujer me traicionó con un hombre a quien tra- un magnífico busto que al ser de yeso figuraría sin té de matar; pero él, más fuerte que yo, la empren- desentono en alguna Academia. Busto cuyo pecho dió a furiosos puntapiés contra mí”; o tiene algo de mujer. “Tuve unos líos con una comadre y su marido, por Después… después me ensañé contra él. ¡Le puse vengarse, me atacó cobardemente con sus amigos”. una aureola! Aureola que se pega al cráneo con un Si algo de esto hubiera dicho a nadie extrañaría el clavito, así como en las iglesias se les pega a las efi- suceso. gies de los santos. También era muy fácil declarar: ¡Magnífica figura hacia el difunto Ramírez! “Tuvimos una reyerta”. ¿Más, a qué viene esto? Yo trataba… trataba de sa- Pero estoy perdiendo el tiempo, que estas hipótesis ber por qué lo mataron… las tengo por insostenibles: en los dos primeros ca- Entonces confeccioné las siguientes lógicas conclu- sos, hubieran dicho algo ya los deudos del desgra- siones: ciado; en el tercero, su confesión habría sido inevi- El difunto Ramírez se llamaba Octavio Ramírez (Un table, porque aquello resultaba demasiado honro- individuo con la nariz del difunto no pudo llamar- so; en el cuarto, también lo habríamos sabido ya, se de otra manera); Octavio Ramírez iba mal vesti- pues animado por la venganza habría delatado has- do; y, por último, nuestro difunto era extranjero. ta los nombres de los agresores. Con estos preciosos datos, quedaba reconstruida to- Nada, que lo que a mí se me había metido por la talmente su personalidad. honda línea del entrecejo era lo evidente. Ya no ca- Sólo faltaba, pues, aquello del motivo que para mí ben más razonamientos. En consecuencia, reunien- iba teniendo cada vez más caracteres de evidencia. do todas las conclusiones hechas, he reconstruido, La intuición me lo revelaba todo. Lo único que te- en resumen, la aventura trágica ocurrida entre Esco- nía que hacer era, por un puntillo de honradez, des- bedo y García, en estos términos: cartar todas las demás posibilidades. Lo primero, lo Octavio Ramírez, un individuo de nacionalidad declaro por él, la cuestión del cigarrillo, no se de- desconocida, de cuarenta y dos años de edad y bía siquiera meditar. Es absolutamente absurdo que apariencia mediocre, habitaba en un modesto hotel se victime de manera tan infame a un individuo por de arrabal hasta el día doce de enero de este año. una futileza tal. Había mentido, había disfrazado la Parece que el tal Ramírez vivía de sus rentas, muy verdad; más aún, asesinado la verdad, y lo había di- escasas por cierto, no permitiéndose gastos excesi- cho porque lo otro no quería, no podía decirlo. vos, ni aun extraordinarios, especialmente con mu- ¿Estaría beodo el difunto Ramírez? No, esto no pue- jeres. Había tenido desde pequeño una desviación de ser, porque lo habrían advertido en seguida en la de sus instintos que lo depravaron en lo sucesivo, Policía y el dato del periódico habría sido terminan- hasta que, por un impulso fatal, hubo de terminar te, como para no tener dudas, o, si no constó por con el trágico fin que lamentamos. descuido del repórter, el señor Comisario me lo ha- Para mayor claridad se hace constar que este indi- bría revelado, sin vacilación alguna. viduo había llegado sólo unos días antes a la ciudad ¿Qué otro vicio podía tener el infeliz victimado? teatro del suceso. Porque de ser vicioso, lo fue; esto nadie podrá ne- La noche del doce de enero, mientras comía en una gármelo. Lo prueba su empecinamiento en no que- oscura fonducha, sintió una ya conocida desazón LITERATURA DEL ECUADOR 253 que fue molestándole más y más. A las ocho, cuan- —Nada, nada… Pero no te vayas tan pronto, her- do salía, le agitaban todos los tormentos del deseo. moso… En una ciudad extraña para él, la dificultad de satis- Y lo cogió del brazo. facerlo, por el desconocimiento, durante dos horas, El muchacho hizo un esfuerzo para separarse. por las calles céntricas, fijando anhelosamente sus —¡Déjeme! Ya le digo que me voy a mi casa. ojos brillantes sobre las espaldas de los hombres Y quiso correr. Pero Ramírez dio un salto y lo abra- que encontraba; los seguía de cerca, procurando zó. Entonces el galopín, asustado, llamó gritando: aprovechar cualquier oportunidad, aunque recelo- —¡Papá! ¡Papá! so de sufrir un desaire. Casi en el mismo instante, y a pocos metros de dis- Hacia las once sintió una inmensa tortura. Le tem- tancia, se abrió bruscamente una claridad sobre la blaba el cuerpo y sentía en los ojos un vacío dolo- calle. Apareció un hombre de alta estatura. Era el roso. obrero que había pasado antes por Escobedo. Considerando inútil el trotar por las calles concurri- das, se desvió lentamente hacia los arrabales, siem- Al ver a Ramírez se arrojó sobre él. Nuestro pobre pre regresando a ver a los transeúntes, saludando hombre se quedó mirándolo, con ojos tan grandes con voz temblorosa, deteniéndose a trechos sin sa- y fijos como platos, tembloroso y mudo. ber qué hacer, como los mendigos. —¡Qué quiere usted, so sucio? Al llegar a la calle Escobedo ya no podía más. Le Y le asestó un furioso puntapié en el estómago. Oc- daban deseos de arrojarse sobre el primer hombre tavio Ramírez se desplomó, con un largo hipo do- que pasara. Lloriquear, quejarse lastimeramente, loroso. hablarle de sus torturas… Epaminondas, así debió llamarse el obrero, al ver Oyó, a lo lejos, pasos acompasados; el corazón le en tierra a aquel pícaro, consideró que era muy po- palpitó con violencia; arrimose al muro de una ca- co castigo un puntapié, y le propinó dos más, es- sa y esperó. A los pocos instantes el recio cuerpo de pléndidos y maravillosos en el género, sobre la lar- un obrero llenaba casi la acera. Ramírez se había ga nariz que le provocaba como un salchicha. puesto pálido; con todo, cuando aquel estuvo cer- ¡Cómo debieron sonar esos maravillosos puntapiés! ca, extendió el brazo y le tocó el codo. El obrero se ¡Como el aplastarse de una naranja, arrojada vigo- regresó bruscamente y lo miró. Ramírez intentó una rosamente sobre un muro; como el caer de un pa- sonrisa, de proxeneta hambrienta abandonada en el raguas cuyas varillas chocan estremeciéndose; co- arroyo. El otro soltó una carcajada y una palabra su- mo el romperse de una nuez entre los dedos; o me- cia; después siguió andando lentamente, haciendo jor como el encuentro de otra recia suela de zapa- sonar fuerte sobre las piedras los tacos anchos de to contra otra nariz! sus zapatos. Después de una media hora apareció Así: otro hombre. El desgraciado, todo tembloroso, se ¡Chaj! atrevió a dirigirle una galantería que contestó el con un gran espacio sabroso. transeúnte con vigoroso empellón. Ramírez tuvo ¡Chaj! miedo y se alejó rápidamente. Y después: ¡cómo se encarnizaría Epaminondas, Entonces, después de andar dos cuadras, se encon- agitado por el instinto de perversidad que hace que tró en la calle García. Desfalleciente, con la boca los asesinos acribillen sus víctimas a puñaladas! Ese seca, miró a uno y otro lado. A poca distancia y con instinto que presiona algunos dedos inocentes cada paso apresurado iba un muchacho de catorce años. vez más, por puro juego, sobre los cuellos de los Lo siguió. amigos hasta que queden amoratados y con los ojos —¡Pst! ¡Pst! encendidos! El muchacho se detuvo. ¡Cómo batiría la suela del zapato de Epaminondas Hola, rico… ¿Qué haces por aquí a estas horas? sobre la nariz de Octavio Ramírez! —Me voy a mi casa… ¿Qué quiere? ¡Chaj! ¡Chaj! vertiginosamente 254 GALO RENÉ PÉREZ

¡Chaj! sus trazos. Fundó la revista Caricatura con es- en tanto que mil lucesitas, como agujas, cosían las critores y artistas de hace más de cuatro dece- tinieblas. nios, cuyos nombres no han podido ser arre- batados por el vendaval de tantas publicacio- Fuente: Pablo Palacio, “Un hombre muerto a puntapiés”, de Biblioteca Ecuatoriana Mínima, Volumen Novelistas y nes ecuatorianas periódicas de todo carácter Narradores, Puebla-México, 1960, pps. 623-633. y ralea: Jorge Carrera Andrade, Nicolás Del- gado, Carlos Andrade (Kanela), Guillermo La- Enrique Terán(1887-1941) torre. Sobresalió Enrique Terán no única- Nació en Quito. Se educó en esta ciu- mente en esos trabajos, sino también —y más dad y en Londres. Disfrutó de una atmósfera que en ninguno— en los de escritor. Fue pe- familiar propicia a la cultura, a las manifesta- riodista político del diario La Tierra, de orien- ciones artísticas, a la austeridad de los hábi- tación socialista. Publicó páginas de variada tos, al desembarazo de la conciencia y la li- índole en la revista Mensaje, animada en co- bre expresión del pensamiento. Su padre, el mún esfuerzo con el poeta y crítico Ignacio General Emilio María Terán, fue un militar de Lasso, mientras los dos ejercían de Director y excepción, pues que profesó con rasgos de Secretario de la Biblioteca Nacional de Quito. ejemplaridad las armas y las letras: combatió Ambos murieron de la misma enfermedad heroicamente en las contiendas liberales de violenta casi en forma simultánea. No alcan- Eloy Alfaro, pero con igual denuedo sirvió al zó Terán a editar su novela Huacayñán, ni su país como juez, legislador, diplomático en la breve producción dramática. Gran Bretaña, Rector de la Universidad Cen- Por el año cuarenta ya lo conocía yo tral. La consecuencia de todo eso fue que ca- personalmente. Desempeñaba él sus funcio- yera asesinado en las calles de Quito (más de nes en la Biblioteca Nacional, y era yo uno de una trágica paradoja encierra la historia ecua- los alumnos del colegio Mejía que más asi- toriana). duamente se encontraban en aquella sala de La familia íntima del General tuvo de- lectura, pobre pero presidida, en la parte alta voción por la música. Sus hijos, acompaña- y frontera del interior, por un enorme lienzo dos por Gustavo Bueno, formaron un cuarte- en que se había pintado con caracteres oscu- to de cuerdas que actuó provechosamente en ros esta advertencia solemne: ¡SILENCIO! Me el adormilado ambiente quiteño. De aquellos llamaba la atención —como a todos— la figu- tres descendientes el de veras destacado fue ra menuda del director. Era éste un hombreci- Enrique Terán. llo de algo más de un metro de estatura. Ves- Realizó éste, como parte de una am- tía invariablemente de negro: zapatos negros, plia vocación artística, estudios de violín en traje negro, sombrero negro; y negro era, por Quito y en Londres. Y la docencia de esa mis- añadidura, el cerco de sus lentes desmesura- ma especialidad la ejerció en nuestro Conser- dos. La chaqueta, a manera de sobretodo, le vatorio Nacional de música. Otras expresio- llegaba holgadamente hasta las rodillas. Tenía nes de su condición de artista fueron las del el rostro redondo, barbilampiño y casi tan dibujo y la caricatura. Dominó como pocos la cristalino como sus lentes; era lacia y abun- pureza de la línea, y sobre todo la perspicacia dante su melena; blancas y regordetas sus ma- para la interpretación irónica de las interiori- nos, que las llevaba casi siempre caídas en el dades anímicas de las figuras estampadas en fondo de los bolsillos de su extraño gabán. Su LITERATURA DEL ECUADOR 255 voz, notoriamente atiplada, contribuía a darle clinación al apunte burlesco, sus actitudes es- un aire aun más infantil o femenino. Pero sus cépticas: en fin, algunos de sus desahogos de habituales arranques de violencia producían, inconformidad y oposición crítica, provenían de pronto, una impresión totalmente distinta, no solamente de su formación mental, sino y dejaban apreciar un alma agigantada, ague- también, como algo más impulsivo o espontá- rrida, cargada de voluntad varonil. neo, de los desajustes propios de su triste rea- Yo nada sabía para entonces de su lidad individual. condición de escritor, de músico, de dibujan- La creación literaria más importante te, de investigador, y menos de sus refriegas de Enrique Terán fue la novela EL COJO NA- de luchador político. Pero sin duda sentía el VARRETE. La publicó en ‘Quito, en 1940, con influjo indeliberado de su personalidad, y por prólogo de Ignacio Lasso. Fue fruto de su ma- eso, siempre que aparecía por los corredores durez. Frisaba él entonces en los cincuentitrés superiores de la sala de lectura, levantaba yo de edad. Despertó la obra juicios laudatorios mis ojos del libro abierto, y los fijaba en él en este país, aunque buena parte de ellos se con curiosidad tan ávida y callada que su quedó confinada en la superficial y pasajera imagen se me ha quedado prendida en la me- expresión oral. Esa, acaso, ha sido la razón moria. Hubo al fin una hora en que Terán y su del olvido o del general desconocimiento en secretario —Ignacio Lasso— repararon en mi, que ha permanecido hasta ahora. Más allá de en mi presencia de adolescente solitario, en las lindes nacionales ni siquiera ha circulado, mi asiduidad de lector. Y comenzaron a tratar- a pesar de ser tan claros y legítimos sus atrac- me con simpatía de amigos. Por desventura, tivos. muy poco después la muerte los arrancó del Los episodios se van vertebrando con único mundo en que yo los ví, cuyo límite fue animada llaneza y siguiendo una dirección un invariable horizonte de libros. central. No se perciben muestras de esfuerzo La figura de Enrique Terán se me fue o de artificio. Hay riqueza del detalle en la ar- completando paulatinamente, a través del co- mazón de numerosas escenas, pero el autor mentario oído en las aulas del colegio y del no se desorienta ni se fatiga, y —lo que es progresivo contacto con las páginas que él es- desde luego importante— tampoco el lector cribió. Fui entonces sospechando que aquella corre ese riesgo. Los antecedentes se estable- vida sufrió de algún modo la tragedia de sa- cen con despejada visualidad, y por eso los berse encerrada en una anormal como minús- hechos, cuando van tomando lugar, dejan cula envoltura corpórea. Y hasta llegué a no- apreciar su concatenación lógica, su progresi- tar el contraste doloroso que se había produ- va maduración, sus características de remate cido entre su fervor para toda suerte de activi- fiel, que ni se ha improvisado inhábil y desa- dades colectivas —entre ellas las docentes y prensivamente ni ha permitido que desfallez- políticas— y su imperativa necesidad de ais- ca el elemento novelesco de la expectación. lamiento. Fue Terán un solitario radical. En Lo encomiable, por cierto, es que aquellas sus habitaciones se recluía a satisfacer su hu- premisas no están constituidas exclusivamen- rañía íntima, rodeado tan sólo de sus viejos te por circunstancias externas, sino por el perros. Ellos eran sus compañeros a la hora de paulatino descubrimiento de motivaciones la mesa. Quizás se debería creer que el ag- psicológicas, por el desarrollo neto de los es- nosticismo que le embargaba, su porfiada ac- tados espirituales de los personajes. titud blasfematoria, su odio a la Iglesia, su in- 256 GALO RENÉ PÉREZ

Hay en el dilatado ámbito de la narra- los indios: todos tienen una auténtica gravita- ción, con un ensamble también atinado, y co- ción humana. Responden a los hechos y a las mo natural ramificación del tronco episódies cosas bajo la determinación de su propia in- principal, un buen número de escenas cuyo dividualidad, de lo que son ellos mismos, colorido y expresividad las va convirtiendo en cual si la mano del novelista hubiera obrado imágenes pueblerinas de sello costumbrista sólo como instrumento vivificador. A manera fuertemente sugestivos, y que quizás son de de ejemplo es suficiente recordar la confron- las más logradas en la literatura ecuatoriana: tación entre la libido del chalán Navarrete y los domingos lugareños —”espejo de sol y de los confusos deseos y temores sexuales de la campanas”— con su misa, sus charlas en la patrona ña Rosita Mercedes, que va gestando pulpería, sus juegos en la plaza y la taberna, progresivamente, a lo largo de la narración, el su lidia de gallos (el capítulo de ésta es sin du- hecho brutal pero apasionado de la violación. da antológico). Y luego la doma del potro, la Las partes preponderantes de EL COJO fiesta melancólica del cholerío —en el curso NAVARRETE están ligadas a la época del go- de cuya descripción se han recogido viejas bierno de Alfaro. Si bien algunos de los perso- canciones de la sierra—, los pintorescos y ru- najes principales sirven a “la gran causa” de morosos conciliábulos de peones y domésti- las luchas liberales contra los grupos de sedi- cas de hacienda, las riñas de borrachos, las ción conservadora, el autor no deja de hacer condiciones sociales y anímicas de la gente correr sus juicios escépticos, y aun sarcásti- negra en los valles del Chota. cos, contra el Caudillo, que ha tenido la “de- La evidencia de cómo domina Enrique bilidad” de contemporizar con la reacción, Terán, con destreza tan inusual, la técnica que ha sido “ingrato” con los suyos, y que no propia de la novela, desconocida por muchos ha traído ningún beneficio a la masa lastime- de los usurpadores del género y promotores ra y acorralada de los indios. Terán no renun- de un fácil trastorno de sus normas, no se ha- cia a ejercitar, en muchos de los capítulos, su lla únicamente en la buena articulación de los agudo temperamento de crítico. hechos, donde rara vez nos deja notar dislo- Justo será que se diga, por fin, que EL camiento o debilidad de la tensión narrativa. COJO NAVARRETE es de lo más hermoso y Esa evidencia es perceptible también en el es- representativo de la novela hispanoamericana tilo de las descripciones, socorrido por un dentro de su tradición social y realista. lenguaje de comparaciones y metáforas efica- ces; en la propiedad de los diálogos, ajustada “EL COJO NAVARRETE” CAPÍTULO IV: totalmente a los ambientes y condición de las RIÑA DE GALLOS (FRAGMENTO) personas; en la espontánea soltura del movi- —Ahí estaba el “gallo asesino”; qué bien lo mordie- miento de éstas, como dueñas de sus gestos, ran en una cazuela con papas enteras. de sus frases, de sus actos y actitudes. Los per- El “político” dirigía la contienda galluna, como un sonajes que se animan en esta sólida creación pretor romano. de Terán no se nos aparecen, por eso, como Se ensanchaba, hacíase más sitio entre la gente. simples entelequias literarias. La niña Rosa Quería atmósfera para su inmensa grandeza de au- Mercedes, el cholo Juan Navarrete, el Gene- toridad; sentir los codos de la cholada. Era una de- ral Galarza, la voluptuosa y otoñal María Lui- mocracia conculcadora de sus irrestrictos derechos. sa, el grupo de los latifundistas, la autoridad Habría querido ser más gordo, más inconmensura- del pueblo, el afanoso gremio de los políticos, ble, para captar un poco más de autoridad. ¡Cuán- LITERATURA DEL ECUADOR 257 to envidiaba a los Panchi, por su crecida barba! acaso corrieron los gallos por haber visto su cara re- Desgraciadamente era un cholito flaco, raquítico y molida, sanguinolenta, y la interrogación profunda lampiño; hijo de una panadera, a quien conocieron de sus ojos, más curiosos, porque debían cerrarse de centro y hasta de poncho. mas pronto. Y ya comenzaba a imponer silencio. No le hacían Un chagra alto, observador, uno de los Panchi, que caso; pues tenía una voz aflautada, tan débil y cur- estaba abstraído mirando la cara trágica del enfer- si, que era como la voz del “pícolo” escamoteada mo, se acercó a Navarrete. por el ronquido de los “contrabajos” de los Panchi. —Dame una copa, cholito; se me salen las entrañas Nadie, nadie le miraba ni le oía. Para los chagras viendo… había dejado de ser el “político”, desde que la pe- —Toma la copa. ¿Qué viste? lea de gallos no era una contravención, ni tal auto- —Nada; salud —y en voz alta, como para distraer- ridad estaba en su tienda de la plaza, con su mesa se, siguió—: ¡Psh! esto ya es demás. Traer estos dis- de Chillo y los dos rifles de los chapas —léase ca- parates de gallos, acá, buenos para un cariucho con rabineros— Para todos era el “palomo”, en aquel papas y harto ají. instante, como “paloma” la llamaban a la madre. Navarrete se despreocupó. Isidro Guabecindo, el Hablaba a gritos, porque se levantaba un murmullo borracho popular, que vivía y bebía a costa de su sordo desde la olla del redondel, junto con el calen- ingenio y de su chiste, reparó: turiento vaho de los cuerpos sucios. Los que tenían —No se comerá solo, don Elías Panchi. un gallo en sus manos, se pegaban a quienes carga- Manuel Silva Zono metió cuchara en el “cariucho”: ban una botella. —¡Claro, pes, con semejante cuerpazo, ¿qué es, El bullicio decayó cuando dio comienzo. Algunos pes, un triste gallo? Sólo en alimentar la barba ha de encuentros preliminares —no tan salvajes como los irse medio gallo. de “Madison Square Garden” —robaron la frenéti- —¡Ojalá se le enreden las espuelas del gallo en la ca atención del auditorio. barbota! Un gallo rojo y otro verde se encaraban tembloro- Explotó una carcajada sonora. Los Panchi enrosca- sos. Algunos gritos de apuesta, y pocos de aliento, ron la barba y juntaron las cejas. rezongaron entre la concurrencia. —¡¡¡Haber, vamos con la otra pelea!!! —gritó el —Ya mismo sale corriendo —gruñó Castañeda, “palomo”. chupando un tabaco de guango. Le tocó el turno a Navarrete. Aquélla fue la pelea de Rosario Yangüez, uno de esos contrabandistas de fondo. “San Antonio” y la “Calera”, recibió como una —¿De quién es el gallo que va a ser víctima? ofensa. Sólo uno de los apóstoles lo sabía. —¿Quién sale pes, corriendo, carcoso? —Del señor don Leonidas Gangotena… —¡Ambos! —intervino con voz ronca el Manuel Sil- Un frío respeto circuló por la gallera. El señor de los va Zono, conocido en la región por sus agudezas. “obrajes” y de las “mitas”; el señor feudal, de horca Una carcajada estalló en el redondel. Los gallos se y cuchillo; el amo, aliado de la religión y de la au- asustaron y cacareando, salieron en carrera. El juez toridad política, reaparecía por un conjuro retros- dio por terminada la pelea, declarando enfática- pectivo de la historia. Los campesinos, instintiva- mente: mente, plegaron las alas de su expansión entusiasta —¡Empate, empate! y mostraron la humildosa careta del esclavo o del Los dueños de los gallos corridos, tomaron sus ave- concierto. chuchos y desaparecieron más velozmente que los —No está aquí —alegó respetuosamente el juez. gallos. Todos reían. —Dijo que le llamen no más; que ha de estar onde En diversos grupos se devolvían las apuestas. la maistra de escuela. Desde una ventana que espiaba al patio o redondel, Por lo bajo se guiñaron muchos ojillos picarescos. un viejo enfermo de lepra miraba con ojos de vidrio En diferentes grupos cuchicheaban algo acerca de el dinero que relucía en manos de los apostadores; la segura derrota del gallo del chalán. Lo veían un 258 GALO RENÉ PÉREZ

poco nervioso, sus ojos saltaban de rostro en rostro, dente de la República… y había inquietud en su mirada: ¡ni que fuera a pe- Y Navarrete quedó pensativo, presintiendo la suer- gar el amo Gangotena en persona! te que esperaba a su adorado “Tolima”. ¿Reservaría El chalán púsose a hacer fricciones de aguardiente su plata para lanzarla después de la primera cruza- en las canillas de “Tolima”. Los Panchi se apersona- da o “careo de gallos”? ban en interés del chalán. Naturalmente, las apuestas favorecieron al pupilo La mirada fija y la sonrisa abotagada, tonta, del en- del “distinguido” latifundista. Los Panchi, conoce- fermo que cubría mal su cara sangrienta con los tra- dores de gallos y de cabalgaduras, apostaron al del pos sucios, estorbaron a Navarrete. —Este hombre chalán. Navarrete metió sus primeros veinte sucres. debe ser de mal agüero, —se dijo—; encargó su ga- La vocinglería de las disputas y de las apuestas al llo a uno de los Panchi, y fue al interior de la casa. menudeo, se enardeció como un oleaje de tormen- Encontró a una de las hijas de la dueña de la casa, ta. Los que más gritaban eran aquellos “luminarias”, la que remendaba una colcha vieja. que no intervienen en asuntos de dinero. Los “Lim- —Ve, Ignacia, cerrale la ventana a tu taita. Me pa- pios”, adjetivo consagrado. rece que me va a hacer perder el gallo. El señor Gangotena sacó una cartera repleta de bi- —Calle, fiero, abusionero; déjele que siquiera se lletes. La gente se estropeaba por echar la vista en- distraiga, así no nos estará insultado. cima. Pagó a todos los que iban en su contra. —Si no le cierras la ventana, no pelea mi gallo, ca- —¡Ya!, largar los gallos… —gritó el “palomo”. rajo! Se apelotonaron unos sobre otros. Se escuchaba el —Bueno, ya voy… dará, pes, las ganancias… aliento zozobrante, nervioso. Los ojos pelados, con —Te ofrezco, eso si gano la pelea. Siquiera ponele una luz de interés, se prendieron en el redondel. una vela a tu peshte San Antonio, elé! ¿Querís? Los gallos se miraron largamente, con la gorguera —Con vela mesmo está, pes. aplanchada de las iras. Regresó Navarrete. Algunos gritos reclamaban Reinó un silencio profundo. Se hicieron más claras apostadores al gallo de Gangotena. Nadie quería las respiraciones; palpitaban anhelantes. Los ojos apostar sin conocer el gallo, porque al señor Leon- desorbitados recorrían las patas escamosa de los ga- cio ya le conocían. Llegó en este instante el señor llos. Se habría dicho que miraban otras pantorrillas, feudal, acompañado de sus esbirros. Un paje con por la vehemencia de su gesto… zamarras traía al gallo. Por la ventana baja, los ojos verduscos del enfermo —¡Ah! acechaban la pelea, en el hueco de un cristal roto. —¡Uh! Era el leproso, que parecía desgarrarse el cuello con —¡Oh! las cuchillas del vidrio roto. Navarrete regresó a ver —¡Ih! aquella ventana, y frunció el ceño. En ese instante, —¡Qué feroz, el pico e lora! el viejo desvió la mirada hacia el interior del cuarto, —¡Se lo comió al asesino! y unas manos de mujer cerraron las puertas de ma- —¡Onde sabría, pes, tener este elefante! dera. La cara que puso el enfermo hizo gemir de do- —¡Ah, carajo, eso, ca, ya no es coteja! ¡Qué gracia! lor a Navarrete. ¡Toda la semana había esperado la Espontánea expresión de asombro surgió del redon- pelea de gallos en el mismo sitio, el pobre enfermo! del. Era un gallazo enorme, de pata negra con za- ¡Ahora le cerraban, porque no podía defenderse! marras, como el paje, la más temible entre técnicos Oprimido el corazón, dio un salto el chalán y, olvi- agrarios; de cresta cachuda y gran espuela roncado- dando su pelea, gritó desde la puerta del cuarto: ra. Es decir, un señor respetable, cuya sola presen- —¡Ignacia, abrile no más la ventana! ¡Pobrecito, cia hizo enmudecer a la afición. La presencia, en que siquiera goce un rato: infeliz! esta tierra de fetiches, vale intrínsecamente, aunque Fuente: Enrique Terán, El cojo Navarrete. Colección Bási- excluya toda cualidad. Por eso, los Panchi eran las ca de Escritores Ecuatorianos, Tomo I, pp 105-113. Casa de figuras representativas de la región. El gallo tenía la Cultura Ecuatoriana, Quito, 1979. presencia, condición esencial hasta para ser Presi- LITERATURA DEL ECUADOR 259

Pedro Jorge Vera (1914-1999) gularmente con alguna profusión: “La calle”, acompañando al escritor Alejandro Carrión, y Nació en la ciudad de Guayaquil. Allí “La mañana”. Esta fue clausurada en 1970, mismo realizó sus estudios. Siguió la carrera por orden gubernamental, y su director reci- universitaria de leyes, pero no la terminó. Se bió pena de prisión. dejó arrebatar, en los tempranos días de insu- Pedro Jorge Vera, aparte de su abun- misión y escepticismo de su juventud, por las dante producción periodística, ha escrito va- fuerzas atorbellinadas de la política. Desde rios libros, y en géneros diferentes. En la poe- entonces ha entregado conciencia, sensibili- sía: “Carteles para las paredes hambrientas”, dad e imaginación a la atmósfera de azar y “Nuevo itinerario”, “Romances madrugado- duelos, de confusión y contrastes, que ha ca- res” y “El túnel iluminado”. En la novela: “Los racterizado a la vida pública ecuatoriana. Por animales puros”, “La guamoteña”, “La semilla eso su obra literaria —más aun la de naturale- estéril”, “Tiempo de muñecos” y “El pueblo za periodística— se ha mostrado frecuente- soy yo”. En el cuento: “Luto eterno y otros re- mente como un especie de cordaje tenso, dis- latos” y “Un ataúd abandonado”. En el teatro: puesto a vibrar bajo el pulso de una voluntad “El dios de la selva” y “Los ardientes cami- desapacible, que ama las desazones de la lu- nos”. Ha obtenido premios nacionales en el cha. Y por eso, desde luego, la órbita de sus Ecuador. actitudes individuales y de sus trabajos de es- Lo primero que agavilló en su profe- critor ha despertado más de una vez enconos sión literaria fueron sus poemas. Apuntaron y querellas, y, por lo común, juicios contra- en ellos su brío de mocedad y una impulsión puestos. Pero en todo caso, y por sobre las de insofocable rebeldía. Hallábase en apogeo inevitables divergencias de credos, pasiones, cierta condición épica del verso, que buscaba ideas y opiniones, es honrado que se reco- ser mas evidente y conmovedor mientras más miende la fijeza de su orientación política. herido en las zarzas de la problemática social. Vera ha permanecido a lo largo de varios de- Pero infortunadamente, junto con el aprove- cenios en una posición partidaria inmutable. chamiento legítimo de sus atributos, hubo Las contradicciones que quisieran advertírse- pronto el abuso, punible en el recto juicio del le en sus pugnas y refriegas no han conspira- crítico, y la impostura, a que conducen los do a debilitarla o cambiarla. Su participación desafueros de una imitación simiesca. No tar- en el flujo de los acontecimientos nacionales dó en consagrarse la designación peyorativa no le ha movido del ángulo de la extrema iz- de poesía de cartel para definir a tanto amago quierda en que decidió ubicase. Y esa partici- de creación socializante. Ocurrió lo de siem- pación ha sido casi exclusivamente la del sa- pre: la multiplicación de lo desmañado y lo gitario. No ha ejercido más funciones públi- fácil —que parece durar todavía— sobre las cas que las de Secretario General de una ruinas de los rigores estéticos. Vera, inmune a Asamblea Nacional Constituyente. Su tiempo los estragos de esa viciosa propensión, defen- cotidiano ha sido compartido por las labores dido por su propia conciencia del ejercicio lí- de creación literaria, su ejercicio de colum- rico, escribió composiciones en que se ve la nista de varios diarios del país, la edición de natural aleación de la vehemencia política y revistas de carácter polémico y, durante algu- el celo inteligente de la expresión. El esfuerzo nos años, su docencia universitaria. Fue fun- por mantener en una línea estable las calida- dador de dos publicaciones que circularon re- des de su verso, si bien no siempre feliz, es 260 GALO RENÉ PÉREZ digno de ser reconocido y recomendado. Al- ha opinado, de modo consecuente, que “es la go más: su caso de creador de poesía se reve- síntesis de la tragedia del pueblo ecuatoriano la un tanto único entre los narradores de este en los últimos cuarenta años hecha novela”. país. Y si es cierto que aquella estación de su La obra se muestra, en efecto, como una sim- lirismo se ha ido quedando lejos, también lo biosis de ficción y de reminiscencia. Una rea- es que sus destellos han porfiado en mostrar- lidad todavía fresca, que ha estado a ojos vis- se en algunas de sus piezas dramáticas y en la tas de varias generaciones, que la han experi- rotundidad de algunos efectos de lenguaje de mentado de algún modo, y que precisamente sus cuentos y novelas. Con sus trabajos de pe- por la ausencia de una perspectiva mayor ha riodista ha acontecido algo similar, porque tenido juicios e interpretaciones contradicto- han conseguido reflejarse en el estilo de su rios, se ofrece imbricada con los elementos prosa narrativa. imaginativos propios de la novela. Proceder Pedro Jorge Vera se fue estableciendo de otro modo hubiera sido dejarse avasallar ya en un campo que parece el mas apropiado por la esquematización simple, huérfana de a su vocación: el de narrador. Tanto sus rela- vigor creativo, de las crónicas. Después del tos breves como sus trabajos novelísticos en- primer capítulo, caracterizado por una evi- cierran méritos innegables. Entre aquéllos es dente lentitud, empieza a notarse el brío con representativo su “Luto eterno”: sobrio en su que va a correr toda la narración, fruto de una estilo, seductor en su animación interna, ágil personalidad ya familiarizada con el género. y eficaz en la caracterización femenina, bien Hay entonces la presencia sucedánea de imá- enhebrado en sus contingencias episódicas, genes vivas, en que se articula con animación fiel en el reflejo de los hábitos falaces de los natural su movimiento. La historia asume una grupos familiares y sociales, irónico en el jue- rápida corporeidad en el marco del acontecer go de sus rápidos matices descriptivos. Tam- político interno, y en el de la aciaga peripecia bién alcanzan contornos sobresalientes sus limítrofe con el país del sur, y en el de algu- cuentos de “Los mandamientos de la ley de nos de los problemas que han puesto su agrie- Dios”. En ellos se ha hecho uso de la motiva- dad en el gesto del mundo contemporáneo. El ción política sin eludir las exigencias de la novelista no intenta deponer, en la composi- técnica misma con que se arma una narra- ción de varios cuadros, su propia pasión per- ción. Los ingredientes poéticos del lenguaje y sonal. El testigo se trueca en fiscal, sometido los influjos emotivos alternos, de la desespe- ya al capricho de sus reacciones íntimas. No ración y la ternura, van comunicando fuerza se cuida entonces, en ese plano, de resbalar persuasiva a la evocación veraz de los he- hacia los excesos de la caricaturización desa- chos. Un buen ejemplo de eso es la elimina- prensiva, o de la burla enojosa y el desdoro ción sangrienta del Che Guevara, en el “déci- de las figuras que pasan por su relato. A ello mo mandamiento”. han obedecido la insatisfacción y el rechazo Y pues que hemos vuelto a tocar el que éste ha encontrado en mas de un sector punto de la inclinación política premiosa de de sus lectores. Pero el caudillo mismo —o muchas de sus creaciones, conviene tornar sea el protagonista de “El pueblo soy yo”— es brevemente la dirección de estos juicios a su tratado con un comedimiento analítico que más reciente novela: “El pueblo soy yo”. Vera no han conocido sus semejantes en las demás ha dicho que ella “no es historia, pero está novelas hispanoamericanas, blanco de ata- inspirada en la historia y envuelta en ella”. Se ques verdaderamente corrosivos. Ex-alumno LITERATURA DEL ECUADOR 261 de la Sorbona, exasperado periodista que monólogo de éstos, cierto exagerado celo refle- anatematiza el vicio y la ignorancia, legisla- xivo. dor cuyo despliegue oratorio desordena lo es- El cuadro de tiempo que se despliega tablecido, intérprete usurario de los reveces y para el curso de las acciones es apreciable- desconciertos colectivos, depositario de la mente amplio: comienza en los años tempes- confianza del clero, dialogante espiritual dis- tuosos de las campañas guerrilleras de Alfaro puesto a las admoniciones del déspota a —postrimerías del siglo decimonónico— y quien liquidó la pluma de Montalvo hace más llega hasta momentos muy próximos a nues- de cien años, arrebatado en sus decisiones tro presente. Dos o tres referencias, de conte- dictatoriales y en sus reprimendas y represa- nido económico, político o doctrinario, sirven lias, mítico, omnipresente aun a través de las para crear la imagen de cada período. Y los ausencias, ligado al destino del país como si eventos de la trama narrativa se enlazan de fuera su “encarnación misma”: así está defini- padres a hijos. Con un orden cronológico más do por Vera el carácter del mayor caudillo bien lineal. Los antecedentes de los actos y las ecuatoriano de las últimas décadas, aunque actitudes de las figuras principales quedan ex- trate de verlo bajo el nombre supuesto de Ma- plicados en la experiencia vivida por sus pro- nuel María González Tejada. genitores. Los afanes de dominación en los En lo que ataña a “La semilla estéril”, grupos sociales y de influencia determinante otra de sus novelas bien se puede soslayar el en la atmósfera impura de banqueros y comer- recuento de sus escenas —numerosas, nítida- ciantes, explícitos en el destino de Agustín To- mente perfiladas, atractivas por su rica movi- ral, no son sino el efecto de la historia y el lidad, de fácil captación por su atinado en- temple de su padre. La inextirpable pasión re- samble— para indicar únicamente lo que en volucionaria de Elena no es sino consecuencia aquélla se muestra como prominente. del despojo de tierras y el crimen cometido Ante todo es evidente que el autor ha contra sus íntimos. Los conflictos y la inestabi- rehusado ser un discípulo dócil de las corrien- lidad de las condiciones éticas, intelectivas y tes subvertoras de la técnica novelesca con- emocionales de la nueva generación de los temporánea. No ha cedido a las tentaciones en Arancibia proceden, a su vez, de la codicia y que tantos otros han caído, muchas veces sin el inescrúpulo familiares. Ahora bien, la figu- escrúpulos de conciencia y destituidos de ca- ración de algunas de esas personalidades des- pacidad para ello. En “La semilla estéril” se ad- cubre el dominio del novelista en la genera- vierte que el estambre de los episodios es el tra- ción de caracteres. Hay un aire de autentici- dicional. No se producen deliberados que- dad circulando por el rumbo de sus hechos, de brantamientos de la unidad argumental. Tam- sus movimientos espirituales, de sus determi- poco transposiciones bruscas de hechos ni de naciones. Ello a pesar del amargo deleite con esquemas temporales. Las descripciones no el que Vera abusa de los rasgos de lo cínico en han admitido los alardes de audacia de la más la descripción de algunos de sus personajes. reciente modernidad. El relato se hace en ter- También adquiere una nota persuasiva la dia- cera persona, con la inevitable proyección de léctica que ellos desenvuelven alrededor de las reacciones mentales del autor en el movi- ciertos temas, como los de la libertad, la fe y miento anímico y la conducta de los persona- el comunismo, porque se afana por no despe- jes. Quizás por eso se deja notar, en partes del ñarse en la intransigencia ni en el sofisma. 262 GALO RENÉ PÉREZ

“LA SEMILLA ESTERIL” —Pero… ¿por qué? Fragmento del capítulo VI —Muy largo de explicar. Soy un humilde médico. Nada más. La madre le acariciaba lentamente el rostro. El la Ella lo contemplaba con los labios entreabiertos. dejaba hacer, contemplando con atención su piel “Humilde médico… es decir un medicucho… Y pa- arrugada, sus ojos húmedos. Cuando al fin ella con- ra esto hice cuanto hice. El molusco asexuado el cluyó, él fue a abrir sus maletas y extrajo los modes- ministro baboso el Negro Toral…” Todas esas entre- tos regalos. gas sin amor resultaban inútiles operaciones cam- —¡Oh Jaime, qué cosas tan lindas! —dijo Carmen biarias. Rosa, besándolo. —¿Humilde…? ¿Un médico graduado en París? — El, con esa extraña mirada que le habían notado Sonrió irónicamente—. ¿Dejaste allá el talento? desde el primer momento, continuó ordenando en El sonrió tristemente. silencio su ropa, sus libros, sus papeles. —Creo que no… —Apúrate, Jaime —prosiguió Carmen Rosa—. Cris- —Me parece que tengo derecho a saber las razones tóbal no tardará en llegar. Te va a gustar, es un gran de tu actitud —dijo ella fríamente, levantándose. tipo. Y va a resolver tu problema. Jaime encendió lentamente un cigarrillo. —¿Ah, sí? —Había una lejana ironía en las palabras —Razones… —dijo; se recostó en el lecho y prosi- de Jaime. guió—: hay una sola razón: la vida. Me fui a Euro- –Ni sabes: el padre es ahora el dueño del Banco pa a estudiar, a estudiar para hacer dinero. Pero me Nacional. tomó la vida, la vida con su ciencia brutal y deso- El demoró la respuesta: lada. Lo que la Universidad me enseñaba, me lo ne- —¿Y? ¿Qué hago yo con el Banco? gaba la vida. Y he terminado perdiendo la fe. No —Es que… Allí te prestarán la plata para la clínica. creo en nada, Carmen Rosa. Ya se lo dije a Cristóbal. —¿En nada? —El negó con la cabeza; hubo un si- Jaime sonrió ásperamente y se incorporó. lencio, tras el cual, ella insistió, sardónica—: ¿En el —Antes de hablarle a tu novio, debiste preguntarme dinero tampoco? por mis planes. —Era en lo que más creía. Nuestra juventud, llena Ella lo contempló absorta. de privaciones, me obligó a mirarlo como el ancla —Pero es que… salvadora. Pero… –Es que yo no te he dicho que vaya a instalar una –¿Pero qué? clínica. —”En plena vida ya estamos rodeados por la muer- —¡Jaime…! te”: ése era nuestro lema en París. El volvió a sonreir, dulcemente ahora, tomó a su Desconcertada, ella lo contempló unos segundos, hermana por el brazo y la sentó en el lecho, junto esforzándose por serenarse. así, —Pero hasta que llegue la muerte, Jaime, tenemos —Mira, Carmen Rosa. Tú siempre has dirigido las que vivir. Y vivir lo mejor posible… cosas. Gracias a ello, he podido estudiar. Pero… —Cada cual tiene su vida, hermana. Es lo único Por fortuna, como eres tan linda e inteligente, te vas que tenemos. Yo te dejo la tuya, déjame tú la mía. a casar con un hombre rico. Ya no tenemos, pues, Ella se encogió de hombros. problema económico. No te preocupes de la clíni- —Muy filosófico estás —dijo—. Tal vez… habría si- ca. do mejor que siguieras estudiando aquí. Carmen Rosa seguía sin entender. —Lamento defraudarte, Carmen Rosa. –No se trata de mí —dijo—: se trata de ti. —No sé a dónde vas, Jaime. Lo único que veo cla- —No te preocupes, hermanita. ro es que deseas seguir en la indigencia. —Pero… dime claramente. ¿Es que no quieres tener —Pero, al menos, tú ya vas a salir de ella. una gran clínica? Carmen Rosa seguía contemplándolo absorta. Este —Tal vez no… era el hermano de quien tanto había esperado. Y LITERATURA DEL ECUADOR 263 llegaba transformado en una especie de predicador, preferido que no se conocieran jamás, porque el imbuido de teorías incomprensibles casi como Cris- uno podía arrastrar más lejos al otro. tóbal. “Pero Cristóbal puede pensar y hacer lo que En la puerta apareció la madre. le plazca: para eso es rico”. Ella, que había soñado —Aquí están Cristóbal y sus hermanos —anunció. en el encuentro de estos dos hombres, ahora habría Fuente: “La semilla estéril”. Colección Básica de Escritores Ecuatorianos, páginas 77-80. VIII.– La poesía de nuestro tiempo. Conducta esteticista del verso a través de la historia literaria ecuatoriana. Las renovaciones ultraístas. Carrera Andrade, Gonzalo Escudero y otros autores. El género teatral y su producción intermitente. Consideración general sobre los autores mas recientes del país, a partir del año 1944

La poesía ecuatoriana comenzó bajo el Una de tales fue quizás el “creacionis- signo de lo selecto, amando lo más conven- mo” del chileno Vicente Huidobro, que entre cional y rebuscado en las maneras de expre- opiniones desconfiadas y antagónicas, que sarse. Tuvo que ser así porque nació bajo la duran hasta ahora, se proyectó sobre América advocación de Góngora, el de las subversio- y España. Hay sobre todo un autor en el Ecua- nes de la lógica y la sintaxis. Eso acaeció en dor a quien se le ha asignado una posición los siglos XVII y XVIII, o período colonial. Más creacionista: Miguel Angel León, que escribió tarde aparecieron otros estilos y otras modas, el libro “Labios sonámbulos”. La audacia me- pero algo persistió como una ley casi inviola- tafórica y el arrebato de la frase poética que ble: la conducta esteticista del verso, la aspi- levanta ante nuestro deslumbramiento la pre- ración a las formas nobles del lenguaje. Así se sencia visual de las cosas que va enunciando, lo advierte, en efecto, en el neoclasicismo de y que son virtudes que se aprecian en las me- Olmedo, en la depuración que buscaron los jores de sus composiciones, parecen mostrar- románticos más representativos y en los alar- lo efectivamente dentro de la aludida corrien- des de refinamiento del modernismo. Los que te. León fue llamado creacionista por el joven vinieron después, también heredaron ese há- poeta y crítico Ignacio Lasso, que murió tem- bito. Recuérdese que los prestigios de la for- prano dejando trunca una obra admirable- ma cobraron indeclinable importancia en to- mente comenzada. Lasso poseyó una envidia- do el continente al impulso de los modernis- ble cultura literaria y estaba haciendo rumbo tas. Y que los fenómenos renovadores más re- en la poesía y el ensayo con una claridad y cientes, que se han apellidado usando la de- una firmeza singulares. Gran conocedor de las sinencia de tantos “ismos”, y que bien caben corrientes contemporáneas, él mismo, con sus en la palabra abarcadora y complaciente de versos del libro “Escafandra”, penetró en el “ultraísmo”, inventada por Guillermo de To- fondo más inasequible de aquéllas. rre, no han sido otra cosa que búsquedas de Y ese alto destino no ha sufrido men- expresiones nada simples ni comunes. En el gua en los años que vivimos. Al coro hispa- Ecuador, en buena correspondencia con ello, noamericano de los amantes de lo selecto se no han dejado de mantenerse los poetas bajo han incorporado Jorge Carrera Andrade, Gon- su ya antigua fascinación verbal, complicada zalo Escudero, Augusto Arias, Alfredo Gango- en ciertos casos con las influencias ultraístas. tena y César Andrade y Cordero. LITERATURA DEL ECUADOR 265

Jorge Carrera Andrade ha mantenido aire”, “Materia del ángel”, “Autorretrato”, “In- una fidelidad sin quiebra a su ejercicio de la troducción a la muerte”—, encierra muestras lírica, que lo inició en los bancos del colegio. de su imponderable sentido estético. Cierta- Requerido algunas veces por la investigación mente la poesía ecuatoriana ha recibido un de nuestro pasado, o por el afán de comuni- valioso aporte de este autor, cuya obra singu- car su pensamiento en torno de los autores lar no ha encontrado discípulos ni imitadores. que ha preferido, o por sus emociones de pe- Y el género ha seguido vigorizándose regrino que aletean entre ciudades y rostros con las producciones de otro de los poetas ci- distantes, ha transpuesto la frontera que corre tados: César Andrade y Cordero. Su caso es —sin dividir de veras— entre la prosa y la semejante al de los anteriores, por la pureza poesía. Pero ha vuelto a su amor primero con linfática de sus versos; pero en él cautiva, renovado fervor, decantando el verso deleito- además, la facilidad con que conduce su ins- samente. Aun sus ensayos e imágenes viajeras piración por los más varios temas de la natu- descubren por sobre todo la presencia del raleza y el hombre. En “Cúspides doradas” re- poeta. cogió sus composiciones de libros anteriores No hay en nuestro país —no lo ha ha- y de estos años, y demostró así que ni su fuer- bido sin duda— un ingenio mayor que el su- za creadora ni su aptitud técnica se habían yo para transfigurar el objeto contemplado debilitado frente a las actuales exigencias. Al con el mágico socorro de la metáfora. Acaso contrario, se ve que cada vez ha ido cavando ha oído la admonición de Proust, de que ella con mayor profundidad su filosofía, para dar confiere una suerte de eternidad al estilo. Ca- de ese modo mayor plenitud a su fluencia lí- rrera Andrade no ha renunciado jamás a sus rica. Andrade y Cordero ha alcanzado serena hábitos de la imagen alquitarada y de las exi- e inteligentemente, sin ansiedades ni quiebra gencias de la forma. Por eso su obra es tan ar- de su personalidad de hombre de lecturas y moniosa, tan homogénea. Y, al mismo tiem- de meditación y talento poético, una posición po, tan tristemente amagada por el exorno de verdadero maestro en la literatura del inesencial, por el frecuente espejismo verbal. Ecuador. Pocos han conseguido un grado se- Gonzalo Escudero es otro poeta que mejante en la expresividad de su lenguaje. pone su más ahincada voluntad en la selec- Augusto Arias, a su vez, sin abandonar ción de los vocablos y el juego metafórico. las características inconfundibles de su propio Ha bebido en las fuentes de los clásicos espa- espíritu ni caer en falsas extravagancias, se ha ñoles y con fino tacto ha hecho del arcaísmo dado al gozo proteico de ir tomando para sí una voz que se incorpora ágilmente a la mar- las formas diversas de las corrientes líricas, cha audaz de sus expresiones. Es consciente desde un cauteloso postmodernismo hasta las de lo que debe decir y cómo lo debe decir. novedades más recientes. No es abundante su Gobierna sabiamente los ritmos, el peso y la producción en el verso, pero tiene un acen- cadencia de las palabras. Gobierna el desa- tuado interés dentro del desarrollo de la poe- rrollo de las ideas y la acompasada rotación sía en el Ecuador. de sus emociones. La gracia más alada se Juicio semejante se debe hacer sobre combina con las ondas más profundas de lo Alfredo Gangotena, poeta que escribió en filosófico en muchas de las composiciones de francés y en español. Perteneció al grupo que sus libros. Cada uno de ellos— “Hélices de en Francia animaba Jules Supervielle. Amó la huracán y de sol”, “Altanoche”, “Estatua de expresión enigmática, inaprehensible para las 266 GALO RENÉ PÉREZ redes del razonamiento común, pero sin duda cas formales y de contenido vario, pero coin- palpitante de una doble potencia, lírica y filo- cidentes en su muy recomendable calidad. sófica. Intelectualmente desolada, y extraña Si la poesía, el ensayo, la narración del como pocas, casi como ninguna en las letras Ecuador han sido celebrados por la crítica in- ecuatorianas, la poesía de Gangotena necesi- ternacional, ello desventuradamente no ha ta la paciente explicación de la buena crítica. ocurrido con el drama. Pero ese parece un in- A fuerza de escribir en esta sección fortunio generalizado de casi toda Hispanoa- únicamente los nombres que se levantan a un mérica. El éxito del teatro está determinado plano superior, digno del estudio serio, pues no solamente por el valor intrínseco de la que, en caso contrario, la descontrolada fe- obra, sino por elementos que le son conexos cundidad de la poesía ecuatoriana obligaría a (interés del público, promoción de compañías citas sin término posible, hay que agregar es- dramáticas), que quizás fallan en estos países. trictamente los siguientes: Augusto Sacoto En la literatura ecuatoriana ha habido conatos Arias, poeta de sensibilidad afín a la de los fa- de producción teatral, pero pocas piezas lo- mosos españoles de la generación de 1927, gradas de veras. Y el género es muy antiguo, particularmente a la de García Lorca, como lo porque ya se lo conoció en el período preco- demuestra su tragedia lírica “La furiosa man- lombino, durante el gobierno de los incas. zanera” (premio nacional de literatura, 1943); Garcilaso lo explica en sus “Comentarios Rea- Jorge Reyes, autor de “Treinta poemas de mi les”, refiriéndose a la división de tragedias y tierra” y “Quito, arrabal del cielo”; no por comedias y a la dignidad que las caracteriza. esos versos —que son pictóricos y de gracio- En la Colonia se estimuló también la actividad so culto de la metáfora—, sino sobre todo por teatral, aunque ningún otro país hispanoame- sus más recientes, aparecidos esporádicamen- ricano contó con figuras de la dimensión de te en la prensa, llama la atención su talento de los dos grandes autores de México, Juan Ruiz poeta, exigente en la expresión como en la de Alarcón y Sor Juana Inés de la Cruz. Los es- idea; Remigio Romero y Cordero, a quien la pañoles aun hicieron del teatro un medio de facilidad le ha despeñado muchas veces en lo adoctrinamiento de los indios conquistados, superficial y vulgar, pero cuya vocación legí- usando para ello ciertos antecedentes escéni- tima se ha demostrado en delicados poemas cos de los pueblos aborígenes. El viejo prosa- de estilo modernista (su obra más conocida es dor ecuatoriano Gaspar de Villarroel escribió “La romería de las carabelas”); Aurora Estrada sobre las comedias, pero aludiendo a lo que y Ayala, que expresa en deleitable forma reac- personalmente experimentó en Santiago de ciones íntimas del alma femenina, acaso simi- Chile. lares a las de las más conocidas poetisas his- Y bien, Ricardo Descalzi, quien ha he- panoamericanas; José María Egas, Wenceslao cho un vasto trabajo de investigación del gé- Pareja, Hugo Alemán, Abel Romeo Castillo, nero en el Ecuador, cree haber encontrado Carlos Suárez Veintimilla, Rodrigo Pachano, aquí la pieza más antigua de la América india Pablo Balarezo Moncayo, Jorge Robayo, Hu- —”El Diun-Diun”, o, como él la llama, “Los go Mayo, Miguel Angel Zambrano, Nélson Es- Quillacos”—, y ha logrado recoger más de tupiñán Bass, Adalberto Ortiz, Horacio Hidro- quinientas obras, pertenecientes a ciento se- vo, José Alfredo Llerena, que han enriquecido senta autores. Entre ellas figuran “La leprosa”, la lírica con trabajos de diversas característi- “Jara”, “Granja”, “El descomulgado” y “El dic- LITERATURA DEL ECUADOR 267 tador”, de Juan Montalvo, valiosas sin duda, ción general de los autores nuevos, que han aunque no como el resto de su producción; cultivado, a su turno, diferentes géneros. Ante “Un drama en las catacumbas” (de ingenuo todo hay algo evidente: en los últimos dece- saber romántico), de Julio Matovelle; medio nios no ha disminuido el entusiasmo creador centenar de piezas de Nicolás Augusto Gon- en las letras nacionales. Los que hablan de zález; “Receta para viajar”, interesante mues- crisis no comprenden propiamente lo audaz y tra de teatro costumbrista, de Francisco Agui- aventurado de sus palabras. Ha habido varias rre; “Sevilla del Oro” y “La leyenda del caci- promociones de escritores que han ido ha- que Dorado”, sólidas expresiones dramáticas ciendo su propio prestigio sin medios fraudu- en que se alían lirismo y evocación histórica, lentos, como los de la autoapoteosis y el cíni- de José Rumazo González; “La visita del poe- co trueque de elogios desmesurados, que han ta” y “Los virtuosos”, felices creaciones de ti- sido el hábito perverso de los que les han pre- po costumbrista, de Trajano Mera; “Amor pro- cedido. El punto de partida de ese movimien- hibido”, “Bajo la zarpa”, “El miedo de amar”, to generacional de los últimos tiempos es el “Un preludio de Chopin”, de Humberto Sal- año 1944, en que Galo René Pérez —autor de vador, dramas esbozados en los años de su ju- esta obra—, que entonces iniciaba su profe- ventud, pero con mano más experta que la sión en el ensayo, fundó la revista “Madruga- que puede advertirse en algunas de sus nove- da”, con un compañero de aulas, Galo Recal- las, que las escribió más tarde; “Cómo los ár- de. Alrededor de esa publicación se organizó boles”, de Enrique Avellán Ferrés; “Boca trági- el grupo homónimo, con representantes de al- ca” y “Alondra”, de Enrique Garcés, y “Subur- gunas provincias del país: César Dávila An- bio”, de Raúl Andrade, todas armadas con drade, de Cuenca; Enrique Noboa Arízaga, de tacto de bien enterados autores teatrales; fi- Cañar; Eduardo Ledesma, de Loja; Miguel Au- nalmente, los numerosos trabajos de Jorge gusto Egas, Cristóbal Garcés Larrea, Rafael Icaza y del propio Ricardo Descalzi, que les Díaz Icaza, Alejandro Velasco, Tomás Panta- sirvieron como antecedente fecundo para la león y Maruja Echeverría López, de Guaya- elaboración de novelas y cuentos de indiscu- quil; Jorge Enrique Adoum, de Ambato. A tible valor. Y, dominando el conjunto, las ellos se agregaron casi inmediatamente: Efraín obras de Demetrio Aguilera Malta, magnífico Jara Idrovo, Eugenio Moreno Heredia, Teodo- relatista del Grupo de Guayaquil que publicó ro Vanegas Andrade, Jacinto Cordero Espino- en “Los que se van” sus narraciones “del cho- sa y Hugo Salazar Tamaríz, de Cuenca, y Ed- lo y el montuvio”, y que más tarde llamó la gar Ramírez Estrada, de Guayaquil. atención de la critica continental con sus her- Dirigió y animó el Grupo Madrugada mosas novelas “La isla virgen”, “Don Goyo” y su fundador, Galo René Pérez, mientras publi- “Canal Zone”, y que al fin devino el más des- có su revista, que tuvo existencia muy breve tacado autor teatral de su generación. Sus por las consabidas dificultades editoriales de obras “El tigre”, “Dientes blancos”, y “No bas- este país. Después el nombre de “Madruga- tan los átomos”, las cuales descubren un ca- da”, tan nuevo y tan augural en la historia li- bal sentido de la escena, han sido representa- teraria ecuatoriana, fue adoptado por la Casa das con éxito singular. de la Cultura para una colección de cuader- Para cerrar estas consideraciones críti- nos de poesía en que aparecieron selecciones cas sobre el desarrollo de la literatura ecuato- de algunos miembros del Grupo y también de riana es ahora necesario intentar una aprecia- autores de generaciones anteriores, lo que ha 268 GALO RENÉ PÉREZ venido a confundir un tanto el juicio de cier- Pablo Neruda, que le señaló de un modo irre- tos comentaristas. Lo importante es que, tras nunciable el camino de la expresión poética. esa iniciación en las páginas de la revista, los Similar relieve ha ido cobrando la personali- escritores de 1944 han ido creando indepen- dad de Efraín Jara Idrovo, que ya en su primer dientemente obras de aliento. El primero en poemario —”Tránsito en la ceniza”— dejó conseguirlo fue César Dávila Andrade, cinco testimonio de pureza, ternura y generosidad años mayor que sus compañeros, que apenas metafóricas emparentadas con las de Dávila habían pasado los veinte de edad. Dávila An- Andrade. Su lealtad al ejercicio del verso le drade publicó “Espacio, me has vencido”. El ha conducido al dominio de una mayor esen- célebre poeta español León Felipe juzgó so- cialidad y de un original, sutil y atractivo uso bresalientes, dentro de la producción conti- de los vocablos. Nombres que ayudan a forta- nental de ese momento, tanto aquellos versos lecer la significación de esta promoción de como la prosa que les sirvió de introducción, escritores son los de Jacinto Cordero Espinosa confiada al fundador de “Madrugada”. Poste- y Teodoro Vanegas Andrade. La mayoría de riormente Dávila escribió poemas (“Catedral ellos se ha establecido en la creación lírica. Salvaje”, “Boletín y elegía de las mitas”) con Pero Jorge Adoum produjo también una nove- un sentido telúrico, humano y lírico de cali- la: “Entre Marx y una mujer desnuda”. Hay en dad impar, y cuentos de sabia estructura y ad- ella certeros alardes de buen narrador, aun- mirable animación introspectiva (“Abandona- que bajo una influencia, demasiado sojuzga- dos en la tierra” y “Trece relatos”). El guaya- dora, del argentino Julio Cortázar. El autor de quileño Rafael Díaz Icaza, poseedor de un ta- este texto abandonó el breve culto de la poe- lento vario y fecundo, ha escrito poesía abun- sía para entregarse, en cambio, al ensayo lite- dante, casi toda ella con una fina percepción rario: ha publicado más de doce obras, con del estilo, como la contenida en “Botella al temas de crítica de las letras españolas, hispa- mar”, y además muchos cuentos, y hasta una noamericanas y ecuatorianas; con impresio- novela, que dejan apreciar la firmeza con que nes de viajes por muchos países, y, además, maneja los asuntos y el difícil aparejo técnico con temas biográficos. Sus dos biografías más de la narración. A su vez Enrique Noboa Arí- recientes han sido “Un escritor entre la gloria zaga, que mantiene una pura y noble tradi- y las borrascas”, “Vida de Juan Montalvo”, y ción del soneto castellano, cuyos versos “Sin temores ni llantos. Vida de Manuelita muestran la expresividad y la gracia moderna Saenz”. Ha escrito en diarios nacionales y del de los de Eduardo Carranza, o de los de Dora exterior. Isella Russell, ha reunido su vasta labor poéti- Después de “Madrugada” han ido sur- ca en una antología personal: Biografía Atlán- giendo otros grupos. Entre ellos se destacan tida”. En el mismo plano está su compañero “Umbrales”, “Presencia”, “Caminos” y Jorge Enrique Adoum. Este ha revelado una “Tzántzicos”. En “Umbrales” ha cobrado fuerza de inquietudes sustantivas y un cons- prestigio Alfonso Barrera Valverde, como poe- tante apego a los temas que se hallan enzar- ta, autor de ensayos críticos y novelas. En zados en la vida doliente del hombre común. “Presencia”, Carlos de la Torre Reyes, por la “Los cuadernos de la Tierra” y Dios trajo la fecundidad de su talento múltiple de periodis- sombra figuran entre sus libros más destaca- ta, narrador, biógrafo y estudioso de la histo- dos. Varias influencias se han conjugado en ria. Su obra “La revolución de Quito del 10 de su labor pero la determinante ha sido la de agosto de 1809” obtuvo un premio interna- LITERATURA DEL ECUADOR 269 cional. Y su biografía sobre el General Julio venes. Eso ocurrió con el advenimiento de los Andrade, “La espada sin mancha”, es de lo “Tzánzicos”, nombre que quiere significar útil y recomendable con que cuenta el géne- “reducidores de cabezas”, en una de las len- ro dentro del país. En la misma promoción se guas precolombinas. Les poseyó una tenaz alza con innegable relieve la figura de Renán actitud de iconoclastas, cuyo pensamiento Flores Jaramillo, creador de ensayos de crítica crítico no desdeñó el ejercicio de la sátira y la sobre escritores ecuatorianos y españoles, burla, apuntado naturalmente hacia la imagen cronista y autor de dos novelas editadas en Es- general de sus predecesores literarios. Entre paña, durante su larga permanencia en Ma- sus miembros hay que recordar de manera es- drid. Junto a él se halla Filoteo Samaniego, pecial al poeta Ulises Estrella, sutilmente fa- personalidad entregada a la poesía con una miliarizado con las exigencias de lo estético, vocación pura y legítima, y con un lúcido y entregado, a la vez, a labores que concier- afán de esencialidad filosófica y austeridad nen a la producción fílmica de nuestro país. verbal. También ha escrito numerosos traba- Y, como es fácil suponer, la literatura jos de crítica sobre arte quiteño. Y, por fin, co- ecuatoriana ha seguido poblándose hasta mo otros miembro de “Presencia”, reclaman ahora de nuevos nombres de grupos y auto- una apreciación encomiástica los historiado- res. De modo que la serenidad en la ilumina- res, prosistas de temas literarios y periodistas ción de aquellos valores individuales que den Jorge Salvador Lara y Claudio Mena Villamar. la impresión de ser los más representativos, Pertenecen sus labores principales a la línea dentro de las últimas décadas, obliga a traer a de los más respetables investigadores ecuato- nuestra memoria únicamente a pocos, pese a rianos, por su honestidad singular y la clari- lo que haya de subjetividad y doloroso sacri- dad de sus juicios. ficio en ello. Sometidos entonces a la gravita- Y tras esta promoción de escritores de ción de esa necesidad, en la mención insosla- variada inclinación, casi dentro de su mismo yable que nos falta, deberán entrar Eliézer tiempo, vinieron a levantar sus propias ban- Cárdenas, Jorge Dávila Vásquez, Alicia Yánez deras los del grupo “Caminos”. Se organizó Cossío, Iván Egüez, Abdón Ubidia, Raúl Pérez este hacia el año sesenta. Su milicia fue nu- Torres, Luis Aguilar Monsalve, todos con una merosa y se repartió en los espacios, tan fre- fuerza de creación y unos atributos de origi- cuentados, del verso y la narración breve. Tu- nalidad tan netos, que les han elevado al pla- vo como su animador al poeta Atahualpa no de una consagración amplia, legítima, in- Martínez Rosero, cuya inspiración partió de contestable. Sus dominios han sido, prepon- las añoranzas de su horizonte nativo, cuando derantemente, los de la narración y el ensayo. no de su descontento y rebeldía ante la con- En el periodismo, por su parte, han dición lastimera y corroída de los humildes. conquistado igual trascendencia Francisco Los creadores de esta agrupación fueron, en- Febres Cordero y Diego Oquendo. Y en la tre otros, Carlos Manuel Arizaga, Marco Anto- poesía y el ensayo de investigación, Fernando nio Rodríguez, Félix Yépez Pazos, Humberto Cazón Vera, Francisco Araujo Sánchez, Ana Vinueza, Guillermo Ríos Andrade, Manuel María Iza, Violeta Luna, Antonio Preciado, Zavala Ruiz. Eduardo Muñoz Salazar, Eduardo Jaramillo, Pero asimismo llegó la hora en que de- Ileana Espinel, Manuel Federico Ponce, Julio clinó la actividad literaria colectiva de “Cami- Pazos, Simón Zavala Guzmán, Antonio Lloret nos”, y aparecieron otras asociaciones de jó- Bastidas, Juan Valdano. IX. Autores y selecciones

Jorge Carrera Andrade (1903-…) bién ha ejercido esporádicamente el periodis- mo, en su ciudad de Quito. Nació en la ciudad de Quito. Cursó la Lo de veras preponderante en la vida enseñanza media, y parte de la universitaria de este infatigable viajero ha sido su ejercicio en la Facultad de Jurisprudencia. Desde estu- de escritor, mantenido con lealtad incompara- diante descubrió su excepcional aptitud para ble durante más de media centuria. Por eso es el verso. Formó entonces con otros dos ado- tan abundante su producción: “Estanque ine- lescentes, igualmente dotados —Gonzalo Es- fable”, verso, 1922; “La guirnalda del silen- cudero y Augusto Arias—, el grupo literario cio”, verso, 1926; “Boletines de mar y tierra”, que se llamo “La idea”. Poco después viajó a verso, con prólogo de Gabriela Mistral, 1930; Europa, al impulso de una juvenil aventura. “Latitudes”, prosa, 1934; “El tiempo manual”, Conoció a Gabriela Mistral, que supo apre- verso, 1935; “Biografía para uso de los pája- ciar sus atributos de poeta y le ofreció su apo- ros”, verso, 1937; “Microgramas”, verso, yo material en Marsella. Divagó por muchas 1940; “Mirador terrestre; la República del ciudades europeas. Demoró sobre todo en Ecuador, encrucijada cultural de América”, Francia y España, pero también estuvo en In- prosa, 1943; “Lugar de origen”, verso, 1945; glaterra y Alemania. Asistió a cursos libres en “El visitante de niebla y otros poemas”, verso, algunas universidades de allá. Cuando regre- 1947; “Rostros y climas”, prosa, 1948; “Fami- só al Ecuador, ya con sólidos prestigios de es- lia de la noche”, verso, 1953; “La tierra siem- critor, participó en la vida pública. Ocupó pre verde (el Ecuador visto por los Cronistas brevemente una senaduría. Y volvió al servi- de Indias, los corsarios y los viajeros ilustres)”, cio diplomático, al que se había incorporado prosa, 1955; “Viaje por países y libros”, pro- hacía pocos años. Carrera Andrade ha sido sa, 1964. Ha publicado además varias antolo- uno de los intelectuales ecuatorianos que han gías personales, de las que son las más com- preferido desterrarse del medio propio, para pletas “Registro del mundo”, verso, 1939; enriquecerse de experiencias, airear el espíri- “Edades poéticas”, verso, 1958. De sus tra- tu, afirmar y robustecer la vocación, expandir ducciones del francés destacan “Antología la resonancia de su obra literaria. Ha contado poética de Pierre Reverdy”, 1940, “Cemente- para ello, en largos períodos, con representa- rio marino y otros poemas de Paul Valéry”, ciones oficiales de su país. Ha sido Cónsul, 1945, y “Poesía francesa contemporánea”, Embajador y Ministro de Relaciones Exterio- 1951. res. Tanto en Hispanoamérica como en Euro- La de Jorge Carrera Andrade es una vo- pa, y aun en Asia, ha estimulado la fundación cación literaria consciente e indeclinable. Sus de revistas o de colecciones de poesía en las primeros versos, de los años de la adolescen- que ha difundido sus propios trabajos. Su an- cia, mostraron ya una acertada combinación tiguo dominio del francés y su cabal conoci- de pureza emotiva y deleitosas virtudes for- miento de los principales poetas de Francia le males. En ellos se descubrieron entonces los han permitido convertirse en uno de sus me- elementos que se han ido depurando y tor- jores traductores, en lengua castellana. Tam- nando más y más finos y expresivos, hasta ha- LITERATURA DEL ECUADOR 271 cer de la obra poética de este autor algo tan son predilectos. El busca entregarnos más homogéneo y armonioso que, sin duda, en la bien una “metafísica de las cosas físicas”. Y lírica hispanoamericana no hay otra del mis- para eso acude a su rico lenguaje de metáfo- mo límpido linaje estético. El contacto con ras. De modo que el rostro del mundo exte- Francia le fue muy significativo desde el pun- rior, sin perder pureza ni exactitud, se nos re- to de vista de su preferencia estilística. Sus vela líricamente transfigurado. Precisión, in- gustos parecía que consonaban con el sentido genio, audacia, esencialidad son las caracte- de gracia y de proporción de las letras france- rísticas de sus juegos metafóricos. Pocos le sas. Su primera devoción fue por Francis Jam- podrán igualar en su maestría de las pincela- mes. Luego se entusiasmó con Pierre Reverdy das breves y certeras, que ennoblecen la for- y Paul Valéry, y con otros autores modernos ma de las cosas, captan el aura de su encan- de la misma nacionalidad, a quienes tradujo y to, el gesto del paisaje, la levedad del ala y de comentó con lucidez. Y si lo francés, y el me- la espuma, el color de los cielos y las frutas. jor lirismo de todas partes del mundo —como La perspicacia del observador y la sutileza del lo ha confesado el propio Carrera Andrade— poeta sensible e imaginativo presiden la ela- fueron penetrando conscientemente en su boración de sus tropos. Según Pedro Salinas personalidad, ello no ha desmedrado nunca —gran figura de España—, Carrera Andrade el vigor de su originalidad ni ha conspirado es acaso el mayor inventor de ellos en nues- contra su radical amor hacia lo nativo. Lo ex- tro tiempo. Sin la luz de las metáforas su poe- tranjero, pues, no ha conseguido avasallar a sía tal vez semejaría un planeta informe y sin lo propio en su ejercicio de la poesía. Cuanto vida. hay de europeo en su técnica o en su lengua- Otro aspecto es evidente en este lujo je establece una ejemplar alianza con su sin- de las expresiones alegóricas de su extensa cera disposición hacia lo regional americano. producción, y es el de que la obsesiva preo- El mismo se ha definido como un poeta que cupación del brillo exterior, de las imponde- desdeña lo abstracto y busca el soporte de lo rables galas formales, atenta contra la profun- telúrico. “Mi anhelo mayor —ha declarado en didad de sus creaciones. Carrera Andrade es, una entrevista— ha sido ofrecer el sabor y el a pesar de su capacidad definidora y reflexi- color de nuestro continente”. Los críticos, por su lado, le han llamado poeta andino, o poe- va, un poeta de las superficies. De los contor- ta del trópico, o poeta maravillado de la des- nos. Anima líricamente la imagen de los obje- lumbradora tierra ecuatorial. Mucho más que tos, pero no se enzarza en ningún desafío con toda ardua “exploración mental” le ha atraído ellos. No les abre el pellejo para especular so- la corporeidad de las cosas físicas que com- bre los tristes secretos del mundo. La suya es ponen su mundo: “yo vengo del Ecuador, país poesía de sensaciones más que de ideas. Pero en donde la luz exacta ninguna forma olvi- no se tome esta observación de manera indis- da”, ha expresado con el ánimo de subrayar criminada y absoluta, pues que el tema de la la aptitud eminentemente sensorial y figurati- muerte —como en “Segunda vida de mi ma- va de sus versos. dre” y “Familia de la noche”— y el del desen- Será bueno aclarar, desde luego, que la canto y escepticismo, y sobre todo el de la so- posición de Carrera Andrade frente a la reali- ledad radical del hombre contemporáneo han dad no es simplemente la de un contemplati- extendido por una parte de su obra un con- vo, ni la excepcional transparencia de su agua movedor acento de pesadumbre sentimental e verbal se limita a reflejar los objetos que le intelectual. Mas, por lo común, las expresio- 272 GALO RENÉ PÉREZ nes de este autor hacen percibir dicho acento esta dualidad, para que las referencias a las en forma leve, apenas insinuada entre el gozo páginas ajenas no fueran ni incipientes ni re- colorista de su estilo. cargadas. Su aspiración ha sido la de hallar, A más de haber sido un poeta leal a su como él lo dice, “una combinación sugerente ejercicio durante como medio siglo, Carrera y amena de la descripción del paisaje con la Andrade se ha revelado también como un alusión a lecturas útiles o deleitosas”. magnífico prosista, pues que en tal campo ha Empeño difícil el de este escritor, y que escrito una media docena de libros. Ellos no tiene muestras muy numerosas en la abun- comparten su interés entre las investigaciones dante literatura de viajes de nuestros países. históricas y las impresiones del viajero que ha Porque, en efecto, es frecuente encontrar en frecuentado almas y lugares. La historia que ese tipo de crónicas la reiteración intolerable ha preferido este lector diligente y perspicaz de datos de segunda mano, la alusión cons- ha sido la de su propio país, tan mal conoci- tante a textos de otros autores. Carrera Andra- do e interpretado hasta ahora. Sus estudios de de ha puesto mucho cuidado en que su “pa- esa naturaleza los ha compuesto con remem- seo literario”, o su “viaje por países y libros’, branzas de cronistas de Indias y de peregrinos sea “el breve ensayo que tiene algo de apun- y aventureros remotos. Las imágenes viajeras te de viaje y de nota bibliográfica”. las ha captado, en cambio, de su errante con- tacto con los más varios lugares del mundo DICTADO POR EL AGUA entero. En “Latitudes”, en “Rostros y Climas”, I en “Viajes por países y libros”, se han agavi- llado esas imágenes. Aire de soledad, dios transparente Ha habido, sobre todo, en el tempera- que en secreto edificas tu morada mento de Carrera Andrade, una inclinación ¿en pilares de vidrio de qué flores? deleitable al llamado género de los viajes. Las ¿sobre la galería iluminada huellas de su inteligente vagabundeo se ofre- ¿de qué río, qué fuente? cen no solamente en sus prosas, sino en la Tu santuario es la gruta de colores. rauda pincelada de sus poemas, muchos de Lengua de resplandores los cuales descubren un certero tacto descrip- hablas, dios escondido, al ojo y al oído. tivo. El mismo lo confiesa: “como la naturale- Sólo en la planta, el agua, el polvo asomas za y los libros han sido la gran pasión de mi con tu vestido de alas de palomas vida, me he inclinado lógicamente a ese gé- despertando el frescor y el movimiento. nero”. Y aclara que no ha cesado de leer en En tu caballo azul van los aromas, “esa enciclopedia en relieve que es el mun- soledad convertida en elemento. do”, ni de emprender “un recorrido por esas regiones de misterio que son las páginas im- II presas”; es decir que a su potestad de obser- Fortuna de cristal, cielo en monedas, vador y peregrino se adhiere su gusto crítico agua, con tu memoria de la altura, de las lecturas. Ha querido que casasen armo- por los bosques y prados niosa e íntimamente, sin acusar ningún afano- viajas con tus alforjas de frescura so forcejeo, las imágenes exteriores y las im- que guardan por igual las arboledas presiones que dejan los libros. Ha pretendido y las hierbas, las nubes y ganados. balancear conscientemente los recursos de Con tus pasos mojados LITERATURA DEL ECUADOR 273 y tu piel de inocencia El rostro de la dalia tras su reja, señalas tu presencia los nardos que arden en su albura, altivos, hecha toda de lágrimas iguales, los jacintos cautivos agua de soledades celestiales. en su torre delgada Tus peces son tus ángeles menores de aromas fabricada, que custodian tesoros eternales girasoles, del oro buscadores: en tus frías bodegas interiores. lenguas de soledad, todas las flores niegan o asienten según habla el viento III y en la alquimia fugaz de los olores preparan su fragante acabamiento. Doncel de soledad, oh lirio armado por azules espadas defendido, VI gran señor con tu vara de fragancia, a los cuentos del aire das oído. ¡De murallas que viste el agua pura A tu fiesta de nieve convidado y de cúpula de aves coronado el insecto aturdido de distancia mundo de alas prisión de transparencia licor de cielo escancia, donde vivo encerrado! maestro de embriagueces Quiere entrar la verdura solitarias a veces. por la ventana a pasos de paciencia, Mayúscula inicial de la blancura: y anuncias tu presencia de retazos de nube y agua pura con tu cesta de frutas, lejanía. está urdido tu cándido atavío Mas, cumplo cada día, donde esplenden, nacidos de la altura, Capitán del color, antiguo amigo huevecillos celestes del rocío. de la tierra, mi límpido castigo. Soy a la vez cautivo y carcelero IV de esta celda de cal que anda conmigo de la que, oh muerte, guardas el llavero. Sueñas, magnolia casta, en ser paloma o nubecilla enana, suspendida (De Edades poéticas, Edit. Casa de la Cultura Ecua- sobre las hojas, luna fragmentada. toriana, Quito, 1958). Solitaria inocencia recogida en un nimbo de aroma. Santa de la blancura inmaculada. SEGUNDA VIDA DE MI MADRE Soledad congelada hasta ser alabastro Oigo en torno de mí tu conocido paso, tumbal, lámpara o astro. tu andar de nube o lento río Tu oronda frente que la luz ampara tu presencia imponiendo, tu humilde majestad es del calor del mundo la alquitara visitándome, súbdito de tu eterno dominio. donde esencia secreta extrae el cielo. En nido de hojas que el verdor prepara Sobre un pálido tiempo inolvidable, esperas resignada el don del vuelo. sobre verdes familias, de bruces en la tierra, sobre trajes vacíos y baúles de llanto, V sobre un país de lluvia, calladamente reinas.

Flor de amor, flor de ángel, flor de abeja, Caminas en insectos y en hongos, y tus leyes cuerpecillos medrosos, virginales por mi mano se cumplen cada día con pies de sombra, amortajados vivos, y tu voz, por mi boca, furtiva se resbala ángeles en pañales. ablandando mi voz de metal y ceniza. 274 GALO RENÉ PÉREZ

Brújula de mi larga travesía terrestre. dios en la misma ciudad, y obtuvo el título de Origen de mi sangre, fuente de mi destino. abogado. Las disciplinas jurídicas no le han Cuando el polvo sin faz te escondió en su guarida, servido para ejercer aquella profesión, pero sí me desperté asombrado de encontrarme aún vivo. para los vigorosos alegatos que ha escrito du- Y quise echar abajo las invisibles puertas rante su larga carrera diplomática, y cuyo ob- y dí vueltas en vano, prisionero. jetivo ha sido la defensa de los derechos terri- Con cuerda de sollozos me ahorqué sin ventura toriales del Ecuador, y desde luego la de los y atravesé, llamándote, los pantanos del sueño. principios de paz y solidaridad entre los pue- blos del mundo. Desde muy joven se incorpo- Mas te encuentras viviendo en torno mío. ró a la docencia. Enseñó estética y lógica, en Te siento mansamente respirando el Colegio Nacional Mejía y en la Universi- en esas dulces cosas que me miran dad Central, que fueron los centros en los que en un orden celeste dispuestas por tu mano. se educó. Dejó en sus alumnos la impresión Ocupas en su anchura el sol de la mañana de una inteligencia excepcionalmente clara y y con tu acostumbrada solicitud me arropas razonadora, que es la que usualmente se ha- en su manta sin peso, de alta lumbre, cía admirar también en el coloquio íntimo y aún fría de gallos y de sombras. la intervención pública, generalmente de or- den académico. En sus años de universitario Mides el silbo líquido de insectos y de pájaros fue un entusiasta político, de ideas izquierdi- la dulzura entregándome del mundo zantes. Fue uno de los fundadores del partido y tus tiernas señales van guiándome, mi soledad llenando con tu lenguaje oculto. socialista ecuatoriano. Ya entonces tuvo acce- so a funciones importantes, en el Gobierno Te encuentras en mis actos, habitas mis silencios. como en el Parlamento. Pero su destino le Por encima de mi hombro tu mandato me dictas empujó siempre hacia horizontes lejanos. En- cuando la noche sorbe los colores tró en el servicio exterior de su país, con una y llena el hueco espacio tu presencia infinita. vocación bien definida y una ejemplar hones- tidad. Su caso es singularmente recomenda- Oigo dentro de mí tus palabras proféticas y la vigilia entera me acompañas ble en medio de esa superficialidad y rumbo- sucesos avisándome, claves incomprensibles, sa gitanería en que frecuentemente han dege- nacimientos de estrellas, edades de las plantas. nerado las representaciones diplomáticas del mundo entero. Ha sido Embajador en varios Moradora del cielo, vive, vive sin años. países, y mientras cumplía su misión en Bru- Mi sangre original, mi luz primera. selas le ha sorprendido a muerte. Que tu vida inmortal alentando en las cosas También dentro de la literatura el caso en vasto coro simple me rodee y sostenga. de Gonzalo Escudero es bastante único. Ape- nas contaba quince años de edad —es decir (De Registro del Mundo, Edit. Universitaria. Quito, 1940). era alumno de los primeros cursos de cole- gio— cuando publicó su primer libro de ver- Gonzalo Escudero (1903-1972) sos: “Los poemas del arte” (1919). El título pa- rece expresar por sí solo el carácter parnasis- Nació en Quito. Perteneció a una fa- ta de éstos. Y, en efecto, son un grupo de so- milia a quien ha rodeado una atmósfera de netos que atraen por su admirable ajuste for- preocupaciones intelectuales. Hizo sus estu- mal. Para entonces tenía poco que comunicar LITERATURA DEL ECUADOR 275 el novel autor, desprovisto aún del sedimento En todos los libros que posteriormente que gozos, esperanzas, ternuras, incertidum- escribió, que no son muchos por sus propósi- bres, pesares e inquietudes metafísicas van tos de perfección, se fue remansando su tem- dejando en los cuencos del alma. Había leído peramento en la búsqueda de la más alada y asimilado precozmente a los poetas posmo- pureza formal, y, simultáneamente, en una dernistas, que llevaban por cauces insospe- morosa disposición hacia la esencialidad de chados las corrientes originadas en las des- lo humano. Ello se advierte ya en “Altanoche” concertantes crisis del romanticismo europeo. (1947). Hay una filosofía un tanto acongojada Se había enamorado de las formas puras, mar- por ideas de muerte, de vanidad e inconsis- móreas, como trabajadas a cincel, del parna- tencia de nuestras vidas. El clamor de las de- sismo, y ese amor le poseyó toda la vida. En soladas interrogaciones de las “Coplas” de su nuevo libro —”Las parábolas olímpicas”, Jorge Manrique resuena en algunos versos, publicado en 1922— se dejó notar más clara- como los del poema “Altanoche”, que presta mente aquel vigor estético, y un eco aun más su título a aquel libro: “Este durar en el aire, metálico, que parecía desprenderse de la so- —este finar en la tierra, —la pubertad de los noridad del vocablo. Escudero había encon- ángeles, —la vejez de las estrellas, —la fábu- trado el camino que le convirtió en el poeta a la de las nubes, —la rondalla de la arena, — quien leyeron con el mayor arrebato, durante iguales y desiguales, —¿qué son si no son largo tiempo, las nuevas promociones de au- apenas —presagios de eternidades— y me- tores ecuatorianos. Los versos con los que re- morias de presencias?”. Alusiones al gozo clamó esa entusiasta adhesión pertenecieron sensual del amor, al orgullo de la paternidad a su libro “Hélices de huracán y de sol” que renueva y prolonga su sangre en las arte- (1933). El título, como en casi todas sus pro- rias del hijo, y lamentaciones y ternezas cons- ducciones, resulta definidor. Su contenido es tituyen la médula de estas expresiones líricas de poesía cósmica. Las primeras impresiones en que se ensayan con firmeza de maestro el que han herido su intimidad son las de las soneto y el romance castellano. fuerzas naturales, que ponen una rúbrica de Los poemarios que vinieron años des- grandeza y color en los recintos de América. pués: “Estatua de aire” (1951), “Materia del Los poemas de Escudero levantan una voz hu- ángel” (1953), “Autorretrato” (1957) e “Intro- racanada. Resuenan, se crispan, restallan. Su ducción a la muerte” (1960), elevaron a este acento es el de una nueva épica, perfecta- autor al nivel de la estética más depurada e mente adecuado al tema. Los alardes prosódi- inefable. Algunas de sus composiciones nos cos, los auxilios de bien escogidas hipérboles, hacen recordar la magnética gracia intelec- la violencia de las metáforas, el golpe acerta- tual, la profundidad y transparencia de otros do de sus esdrújulas se conciertan hábilmen- maestros del verso hispanoamericano con- te para crear la atmósfera que Gonzalo Escu- temporáneo, como Octavio Paz, por ejemplo. dero busca para esos cantos. Su ciencia de la Y nos obligan a pensar que solamente en el forma no ha desaparecido, pues que más bien vocablo transfigurado por la gloria de la pre- se ha adaptado al carácter cósmico de estas cisión artística puede revelarse la intimidad otras composiciones. Los nombres de Walt del ser sin debilitamiento ni torceduras. Este Whitman y de Carlos Sabat Ercasty parecería tipo de creación poética demanda no sólo el que estuvieran asociados a las nuevas predi- concurso de la emoción, sino también el go- lecciones del autor ecuatoriano. bierno de las facultades de la inteligencia: pa- 276 GALO RENÉ PÉREZ

rece, a la postre, el resultado de esos silencio- Tú, la envoltura tibia de olor de mi fracaso, sos y abnegados combates con el ángel a que la albahaca rendida de los muslos tersos. se refería Alfonso Reyes. ¡Tú, el absyntio mortal en el ónix de un vaso, Gonzalo Escudero es, a todo lo largo si mordiendo tus senos tengo dos universos! de la historia de las letras ecuatorianas, uno Tú, el salto de agua clara que no se oye y la chispa vigilante que apenas es una estalactita de los poetas más conscientes de su ejercicio de estupor en mi cuerpo bárbaro que se crispa, lírico. Su estirpe es la de Góngora y Quevedo. ¡como la arquitectura de una tromba infinita! En estructuras clásicas, y a través de una sin- Tú, el hemistiquio de una galera que me envuelve gularísima combinación de lo más moderno y con sus remos que son dos tobillos de nardo. lo más añejo, en que el arcaísmo se incorpo- ¡Y tu alma de gacela tímida se disuelve ra con gusto remozado al dinamismo de ex- dentro de mis radiantes vértebras de leopardo! presiones nuevas y originales, se han conce- ¡Tu carne de pantera flexible que me acecha! bido los principales poemas de madurez de ¡Tu carne acre de amante núbil y de serpiente! Escudero. La vida, encendida por la lumbre ¡Más eléctrica que una mordedura de flecha! del amor y del gozo, y que se enlaza con la ¡Más diáfana que un día de sol en un torrente! ¡Más perfumada que el ámbar de un pebetero! “ceniza enjuta”, con los “pétalos de yeso” de ¡Mas prohibida que un libro que no se ha escrito su fin inexorable, son el tema casi invariable nunca! de aquéllos. Una simbólica definición de su ¡Más trémula que el grito musical de un pandero! poesía la ha conseguido el propio autor en los ¡Más borracha de amor que una columna trunca! siguientes versos: “¿En dónde estás pisando ¡Tú, el suspiro que apenas es un aro que rueda! mi aire, espada? —¿En qué liviano litoral, buí- ¡Y Tú, el mordisco que es un cohete que salta! da? — ¿En qué fragua de pájaros, forjada? — ¡Tú, la crucifixión de un mirto en la reseda! ¿En qué lagar de llanto orinecida? — ¿Quién ¡Tú, la campana lírica de la torre más alta! te doblega, luz indoblegada? — Cáeme en Tú, el álamo que tiende su índice a la burbuja polvo de centella huída — que yo te guardo del cielo, como un niño que quisiera llorar. Tú, el narcótico blando para la muerte bruja. en niebla de lamentos, — espada ilesa de los ¡Tú, el pleamar de oro para mi último mar! altos vientos”. Fuente: “Antología de poetas ecuatorianos”. Ediciones del TU Grupo América. Quito, 1944; pp. 248.

Tú, sólo tú, apenas Tú en los desvaneceres Augusto Arias (1903-…) últimos de la llama de este candil de barro. Río de miel dorada para ahogarme. Tú eres Nació en Quito. En la misma ciudad hecha para morderte de amor como un cigarro… cursó las enseñanzas elemental y media. Muy Tú, la pluma ligera y la brizna volátil temprano se dio a conocer en el ejercicio de y el copo de sol ebrio en un pinar de asombro, las letras. Era apenas un adolescente cuando mientras una caricia húmeda, como un dátil, alcanzaba premios en los concursos estudian- se resbala en la piel de uva dulce de tu hombro. tiles, de prosa y poesía. Animaba grupos lite- Tú, la alondra azorada sin alas y sin nombre que enciendes dos luciérnagas en tus pezones ru- rarios. Colaboraba en publicaciones del cole- bios. gio. Con Jorge Carrera Andrade y Gonzalo Es- Tú, la guirnalda trémula para mis brazos de hom- cudero formó la asociación de La Idea, que bre. desde las aulas trajo un impulso de renova- ¡Tú, el arcoiris tenue después de mis diluvios! ción a la lírica ecuatoriana. Tenía apenas die- LITERATURA DEL ECUADOR 277 cisiete años de edad cuando editó su primer ese sentido es proteica la creación lírica de volumen de versos, “Del sentir”. Ello demues- Arias. Hay a lo largo de sus versos una rica ga- tra que ha sido una de las figuras que más ma de veleidades. Quien los lee con alguna pronto han conquistado un prestigio intelec- perspicacia crítica, siguiendo el orden crono- tual en este país. Además, difícil es encontrar, lógico en que se publicaron, siente que se a través de su historia, un espíritu como el de desplaza por el cambiante mundo de la mo- Arias, exclusivamente entregado a la vida de derna poesía ecuatoriana, pues que su autor los libros, y por lo mismo absolutamente aje- ha ido abdicando sus propios gustos indivi- no a toda actividad que no le sea conexa. Ha duales para someterse a la influencia ambien- escrito abundantemente. Ha profesado la cá- te de todo nuevo movimiento. En sus prime- tedra de colegio y universidad ininterrumpi- ros trabajos la voz de Arias consuena con las damente, por decenios. Y, de un modo para- del modernismo: es decir con las de Noboa lelo, el periodismo. Todos los otros campos le Caamaño y su grupo. Se advierte que todos han sido extraños, por razones de vocación y ellos se expresan en un parecido lenguaje me- de temperamento. Varios organismos de escri- tafórico. Su clima espiritual es el mismo. La tores le han contado entre sus miembros: el atmósfera romántica, que no declinó del todo Instituto Ecuatoriano de Cultura, la Academia en los años del costoso esteticismo modernis- de la Lengua, la Casa de la Cultura Ecuatoria- ta, consigue idealizar ante sus ojos las cosas na, el Grupo América, la Sociedad Jurídica y del áspero y desdeñado mundo cotidiano. Ni Literaria, y otros. para Arias ni para aquel grupo, que en verdad Augusto Arias ha enriquecido la litera- le antecedió, hay paisajes sin lunas de enero, tura nacional durante más de medio siglo. Ha sin tardes violetas, sin rosales que se mustian cobrado una jerarquía elevada, que nadie se o florecen, sin bosques misteriosos ni vientos la discute. La atmósfera literaria le ha sido tan primaverales. La melancolía, “el sabor de las indispensable como el aire que respiramos. penas”, “los rubios abriles”, “la rueca de los Se reveló al aprecio general en 1920, con su años sedeños”, “el corazón de tiernas flores poemario “Del sentir”, y por mucho tiempo se sentimentales”, el recuerdo de la novia perdi- hizo estimar especialmente como autor de da que adquiere los perfiles de una “hermana versos. Su larga producción lírica, aparecida buena”, son expresiones que denuncian a las después con los títulos de “El corazón de claras aquella filiación sentimental y estética Eva”, “Viaje”, “Canto a Beatriz” y “Paisajes”, de Arias, en la etapa de su juventud. y recogida por el propio autor en una severa En uno de sus libros posteriores —el ti- selección —la de “Poesía”— en 1957, hace tulado “Viaje”—, se observa que los temas y evidente la condición proteica de sus versos. el estilo han cambiado perceptiblemente. Las A nadie se le escapa que Proteo, el numen huellas de su anterior romanticismo apenas si tornadizo, el ser de las imágenes sucesivas, de se notan. El lenguaje metafórico es también la volubilidad que no cesa, es quien preside distinto, porque acusa más libertad y audacia. en los reinos del hombre. Ni las olas cam- La rima ha sido casi totalmente abandonada. biantes pueden copiar las formas de Proteo, Las características de la lírica de Arias son en- que nunca se muestran iguales. Su carácter tonces similares a las de los poemas de Jorge peculiar es la de ser siempre mutable: tomar Carrera Andrade y Miguel Angel León. La fi- todas las apariencias, estar sometido al impul- nura descriptiva y la certeza para definir los so del movimiento constante. Pues bien, en objetos le acercan al primero; en tanto que al 278 GALO RENÉ PÉREZ segundo el gusto por las imágenes de tipo que se alían, magistralmente, dones de obser- creacionista, como las de estos versos: “para vación, originalidades de sosegada reflexión e el frío del páramo trae la veta de su grito —y interpretaciones subjetivas de imponderable lo enlaza al final, como a una res salvaje — alcance lírico. Sabat Ercasty ha encontrado que lanza su cornada al infinito — y sopla en que en esta obra “la eficacia de la expresión la bocina su yaraví de viaje”. se concentra a veces y mana la profundidad Finalmente, el poeta de la madurez — como de un tajo”. Vano sería el empeño de que alardea de clásico y renueva con encan- aludir aquí a algunos de sus amplios trabajos tadora personalidad los antiguos metros— se de crítica. Es en cambio imposible no reco- deja apreciar en “Paisajes” y “Cantos sin tiem- mendar la utilidad de su “Panorama de la lite- po”. El mismo Arias lo dice: “bien podemos ratura ecuatoriana”, en el que, en rápidos jui- ahora por la riba salada, — guiar con remos cios, hace una estimación total de las letras de jóvenes la barca de Lope”. Estos nuevos ver- este país. Pero, desgraciadamente, su libro sos retratan con sobria expresividad a las ciu- adolece del defecto de abundar en nombres y dades extranjeras por las que ha pasado su en apreciaciones generosas, por falta de rigor autor. Es de innegable precisión lírica su ima- crítico. gen de Toledo, “ciudad de agudos ángulos, de Huroneador sagaz de la mejor literatu- vértices y quiebras y de un aristotélico silen- ra castellana, espíritu de avidez ejemplar, y cio”. Y lo es también la de Sevilla, con “su li- dueño por lo mismo de una cultura que nada monero en flor, su dulcamara, — su gracia cu- tiene de petulante o engañosa, Augusto Arias yo nombre es todavía”. suele conducir, por lo común, con celo y pro- Por fortuna, este poeta siempre sensi- fundidad los caudales de sus conocimientos y ble y vigilante, cuya aspiración es marchar de sus ideas. con el ritmo de los tiempos en busca de la pe- rennidad de su arte, ha cultivado también la CAPITULO Nº 5 prosa. Y en ella se ha mostrado también apre- DE “EL CRISTAL INDIGENA” (fragmento) ciable. Ha escrito estudios críticos, biografías, El de El Nuevo Luciano es el Espejo de textos de literatura, recuerdos de viajes, innu- los 30 años. En el doctor indígena estalla la merables artículos con impresiones de sus treintena con afán complejo de ascender y lecturas. Merecen ser mencionados especial- comprender. No se dá, como el ingenio des- mente los siguientes trabajos: “Mariana de Je- parramado en otras evoluciones, al trazo de la sús”, 1929, que es una biografía de la santa geometría galante o a la percuciente o vaga quiteña trazada con levedad de estilo y emo- resonancia de los versos que suelen alentar al ción poética; “El cristal indígena”, 1954, títu- amador viril en sus aventuras templadas por lo metafórico que designa al indio Eugenio Es- el calor de la cima. Inclinado sobre la mesa pejo y en cuyas páginas se hace una valora- centenaria en la ordenación de sus cuartillas, ción de la obra de esta gran figura a través de dispónese a verter sabiduría infusa, como los los hechos principales de su vida atormenta- hombres del siglo XVIII, en paseo de referen- da y generosa: algo del típico estilo de Arias cias y de lecturas, pero alumbradas con esa su se descubre precisamente en este libro; “Bio- sonrisa de curiosidad y de análisis, no propia- grafía de Pedro Fermín Cevallos”, 1948, pre- mente la del filósofo cínico, pero sí la de parada con buen sentido docente; “España quien, doblegado por la esperanza, no vacila eterna”, 1952, de remembranzas viajeras en LITERATURA DEL ECUADOR 279 en declararse viajero por trechos de sombra, ción de su pensamiento. Vestido de puridad aún cuando todavía resista al soplo del hálito llégase al modo exterior de las cosas y en vernal la candileja de la colonia. ellas, a poco, tiempo, su linterna penetrativa ¡Los treinta años! La edad de trepar por ilumina el análisis, cuando no brota de su ge- las fuerzas adormiladas la onda vitanda y la nial prejuicio el irónico tactear de la forma edad de disponerse, en el cerebro, como en imperfecta. arquitectura de resistencia, los más graves No conocemos al Espejo galante y en pensamientos. Mas, de la voluntad del senti- sus libros, pesados como misales y de apoyar miento, y de la forma, ya clara y distinta de la ahora en el facistol, no hay ni la memoria ni- idea, reclama ese precoz mediodía un ritmo mia de una mujer que hubiese dejado huella equilibrado. Unense los valores íntimos de en su destino. igual manera como en la evolución biológica Le veríamos, en retrospectiva imagen, se cierran las epífisis y se completa y se endu- girando pensativo por las plazas del Quito rece la figura ósea y, asimismo, correspon- “siempre verde”, erguido a veces contra el diendo a la fortaleza de los tejidos en la vida fondo de los grandes paredones de San Fran- física, el hombre interior —¡mensura de sen- cisco, La Merced y Santo Domingo, o buscan- saciones, elaboración continua de los centros do el aire abierto, para refrescar en su frente nerviosos, plenitud tiroidea, riqueza endócri- la fatiga de la lectura, en caminata a lo largo na!— muéstrase como defendido e inmune. de la Alameda, entonces amplio potrero cuya Por lo mismo ya no es turbador latido el de nota uniforme rompía el monótono tono de una llegada nueva, ni las vehemencias se pa- esmeralda opaca con el ojo de la lagunilla, tinan de cruento anhelo, como en la virtud ru- abrevadero o alberca. borosa de los adolescentes. Se torna de ácido Iría retorciendo en las construcciones sabor el fruto logrado y en el gobierno de la mentales de su prosa densa y circular, motivos palabra, ya sin el balbuceo de la primicia, epigramáticos o largos periodos de oratoria triunfa el dominio. Entonces el afán de la ex- sobre los descubrimientos científicos de la ploración se vuelve más intenso y el certero época, sobre las artes y las letras. Con una goce del descubrimiento alcanza las más re- sonrisa dudosa correspondería a la venia del motas latitudes. criollo y en equidistante contrapeso, su ate- En el doctor Espejo las expansiones de diado divagar sin pleno amor de complacen- la hora meridiana no se confían ni a la llama- cias y su esperanza esencial, estrujada de to- da de las seducciones femeniles, ni al libro de dos los desencantos, elevaríanse en ocasiones amor en el cual deben volcarse el ánimo de la como con fuerza de ariete, afilándose en otras ventura conseguida o la inquietud del empe- como aguijón para hincar en la indolencia del ño que se pierde. No quiso decir nada de la tiempo y buscando, en las demás, la gesta- curva de los amores, ni dio tampoco a su con- ción del fermento, que ha de romper el vaso tención la válvula de las páginas que, liberán- para derramarse en burbujas de gracia y de donos de la confidencia, abren nuevo camino madura alegría. al paso rejuvenecido. Resolvíase en él, otra Desprenderíase de una ventanilla in- vez, aun cuando no con la justeza de la pri- clinada casi como un oído al camino, el acor- mera edad, la casi limitación del sabio frustra- de contagioso de un fandango y pese al recla- do para los amores de la tierra, que acaba por mo de la gloria efímera pero picante y dicha- resolverlo todo en la lenta y diaria elabora- rachera de una noche, pasaría el indio quite- 280 GALO RENÉ PÉREZ

ño, orgulloso de su terca soledad, apagando las visiones mas sublimadas. en la entraña el naciente deseo y mordiendo Entre dos aprecios polarizados de la en el labio la vocal de la burla. estética, su devenir autóctono no marcaría la Habráse rozado, alguna vez, con el suerte del predestinado para pagarse de una Canónigo de Iuciente indumentaria el cual sola y absoluta de las dichas del mundo. An- marchaba de visita hacia la casa de pro… Y helo hiperbólico el uno y descubrimiento el habrále sonreído el negro esclavillo portador otro de lo disforme o desintegrado, del dese- del quitasol de su Señoría, enseñando en el quilibrio entre el propósito y la realización, rostro de noche cerrada, la llama picaresca de que se tradujo en la voluntad satírica de sus la boca y el blanco igual de las córneas en los páginas. ojos vivaces. Hubiera querido adornar su terco alcá- Ni llegaría tampoco al saloncillo dis- zar haciéndolo jubiloso y magnífico para el puesto en ingenua elegancia y apretado de advenimiento de la belleza corporizada. Pero virtud, en donde la cristalería del clave, heri- de su pudor o de su timidez se levanta enton- da por los dedos de una criollo, hallaba los gi- ces el designio de vencer para los otros, de ros de la contradanza para el paso airoso del utilizarse en el concierto, de ofrecerse. Tam- chapetón y de su novia. Aquel, figura de blan- poco dejaría de sospechar que las experien- co mate, sudaría una gota de sangre de lapis- cias íntimas resuenan al cabo en ecos difundi- lázuli. El, de oscuro barro, podría solamente dos y comunes, cuando se ha podido dar con ofrendar, bajo el estoque del rival, el rubí di- el acento en el cual se reconozcan a sí mis- luído de su sangre… Y aun cuando se hiciese mas las voces que lleguen con igual sentido o llamar de Apéstegui y Perochena, sería dela- con idéntica queja. Mas sin ser suya la fortu- tado en el fulgor zahorí del ojo inquieto y na de trazar la historia de un alma, lejano del alarmaría con el milagro de su anuncio, de- afinamiento de la lírica, pertenecíale la pluma jando temblor desconocido en el alero de la de puntuoso acero para el ensayo sistemático casa señoril… o desparramado entre la infinitud de teorías y Y no es que se negara a buscar las cua- de hipótesis, y llamábale, con terco ademán, lidades de la belleza. Su misma grande aspi- la musa rectilínea de la verdad, detrás de la ración fue la de volverse, en el tiempo y en la cual ensayaban su sonrisa de conocimiento y obra, un espíritu bello. Pero el inencontrable desdén el alfa griega del comienzo, tono exa- contorno del dechado estuvo como alejándo- gerado de Menandro y de Aristófanes y la le de la fácil hermosura a la que llegan o con omega de las postrimerías, letra muerta pero la cual se satisfacen los espíritus conformes. removida por el golpe del caduceo. Cantaba en su dominio interior, con fuertes voces, un anhelo incontrastable de libertad y, Fuente: Augusto Arias, Obras selectas. Editorial Casa de la Cultura Ecuatoriana. Quito, 1962; pp. 114-118 (“Cristal in- desprendiéndose de los asideros singulares dígena”). quería consagrarse como holocausto de plu- ralidad. Así el individualista amor de la belle- César Andrade y Cordero (1904-…) za no hubiera podido encontrarse en plenitud como para la absorción elegíaca de un Mus- Nació en la ciudad de Cuenca. Allí set o para la deliciosa cantilena, en vida y mismo hizo sus estudios, hasta doctorarse en muerte intercambiadas y perpetuas de una Derecho. Desde joven ha profesado la docen- dulce Laura que fuera resumen y esencia de cia en los centros donde se educó: el Colegio LITERATURA DEL ECUADOR 281

Nacional Benigno Malo y la Universidad de dor. La inspiración regional, los objetivos so- Cuenca. Simultáneamente ha ejercido con ciales, la animación dramática de las criaturas brillantez el periodismo, colaborando en “El del campo y sus tempranos atributos de esti- Mercurio”, de su ciudad natal, y en “El Uni- lista le dieron lugar entre aquéllos, aunque su verso” y “El Telégrafo”, de Guayaquil. Ade- vocación misma ni su dominio de la técnica más, no ha abandonado la abogacía. Dentro se desarrollaron con plenitud en ese género. de la cultura ecuatoriana ha adquirido su figu- Lo que Andrade y Cordero ha sido preponde- ra un relieve singularmente notable. Porque rantemente, pero sin desmedro de sus otros Andrade y Cordero es un hombre de sólida talentos, es un brillante poeta lírico. Descon- formación intelectual: ha frecuentado a escri- tados pues sus relatos y sus prosas de “Amba- tores y filósofos de todos los tiempos. Está per- to, caricia honda” (1945), “Ruta de la poesía fectamente enterado de lo que dice y escribe. ecuatoriana contemporánea” (1951), “Estirpe De allí la alta idoneidad de sus juicios en las de la danza” (1951), “Hombre, destino y pai- críticas que ha publicado y en las numerosas saje” (1954), y de muchos otros trabajos pu- conferencias con las que ha sabido cultivar la blicados en diarios del país, su abundante atención de los más importantes lugares del producción de versos es la que mejor lo ca- país. A esa solidez de su inteligencia se une, racteriza. El propio autor, que los había veni- por fortuna, el caudal de una sensibilidad im- do editando a través de varias décadas, los re- par, de artista extraordinario, que domina en cogió en una severa antología titulada “Las igual grado la poesía y la música. Los grupos cúspides doradas” (1959). de sus íntimos conocen la destreza con que Más de ciento cincuenta poemas ha- compone sus obras y las ejecuta en el piano. cen de esta selección algo como una fontana Finalmente han contribuido a realzar su per- límpida en la que se refleja, con toda pureza, sonalidad sus atributos de político indepen- la imagen interior de Andrade y Cordero; esto diente y honesto, explícitos a través de sus va- es de un alma a quien jamás han faltado el es- lientes campañas de prensa. tímulo emocional ni la inteligencia para las Andrade y Cordero es autor de una mas varias formas del arte lírico. Casi no hay producción literaria muy extensa, que se ha sentimiento que no se descubra a través de la vertido en el poema, en el ensayo crítico, en fluencia manantía de sus versos. Y ese plural la crónica descriptiva de lugares nacionales, contenido halla con justeza el acento y la ex- en el cuento y en el vario artículo de periódi- presión que debe corresponderle en cada ca- co. Sus apreciaciones sobre escritores del so. El viejo Gonzalo de Berceo y el incesante Ecuador y de afuera han revelado perspicacia, y mudable Pablo Neruda unen sus banderas exactitud de conceptos y una lúcida, viril, su- en el vasto campo de la técnica de este poe- perior libertad para exponerlos. Sus descrip- ta. Lo importante es que la asimilación ha si- ciones e interpretaciones de ciudades que ha do realizada con una conciencia harto vigi- conocido y amado son no únicamente fide- lante, sin sacrificar el impulso de una eviden- dignas, sino ricas de emoción y de poesía en te originalidad. Múltiple y único, Andrade y el estilo. Sus cuentos, “del ande y de la tierra” Cordero ha podido ofrecer en las “Cúspides como él los llamó, y que aparecieron en 1932 doradas”, sólo como pocos autores ecuatoria- bajo el título de “Barro de la sierra”, le incor- nos lo han hecho, un balance armonioso y poraron por derecho propio al grupo de los parejo de sus largos años de ejercicio de la iniciadores de la narración moderna del Ecua- poesía. 282 GALO RENÉ PÉREZ

Más allá del audaz vuelo metafórico y Al lomo de la plaza van trepando de la fresca y graciosa volubilidad de estruc- frailes, viejas, soldados, senadores, tura de estos versos, el lector adivina el amor zorros plateados, mantas y visones. de la tradición que los sostiene. Este poeta es- Trepa la cincuentona pelirrubia tá más cerca de la gloria reposada de los clá- y el cadete de franjas amarillas. Trepa el ebrio cantor. Y la modista. sicos que de la actitud de desafío —muchas Un golilla. Un cochero. Un cholo. Un niño. veces engañosa expresión de ineptitud— de Pasan guardias. Ciclistas. Coca-cola. tantos nuevos. Pero su condición no es la de Algún chistera de clavel al pecho. un dócil pasadista: el mármol de la belleza Sus planetas de lana van girando antigua adquiere con él animación de sangre los enormes sombreros de los indios. que circula, y voz que habla para el alma de Trepan gentes de pro. Chagras barbudos. ahora, en su mismo lenguaje, y sobre sus pa- Mulas de carretón. Niñas de náilon. siones, sus dudas, sus tristezas esenciales. Te- Huarichas de peineta y de costumbre. ner apego a lo que es de valor inmutable, pe- La quipa de los zámbizas. Obreros ro sin dejarse doblegar por la onda de polvo con sus monos raídos. La visera de un bus que deja leer: “La Tola-Puembo”. del pretérito; ajustarse al movimiento del pre- Un zaguán: dentro de él, bisutería. sente, pero sin enajenar la conciencia al arre- Dentro también guitarras y pasillos. bato perentorio de las modas, es una manera Galeras ribeteadas. Más galeras. de ser eterno, de preservarse para las deman- Huele a tabú de pronto: damiselas. das del futuro. Así parece haber entendido su Callejuela y farol. Sobre ella el arco. profesión este representante de la mejor poe- Debajo, iluminada, la hornacina”. sía ecuatoriana. De los muchos acentos que se des- Fuente: César Andrade y Cordero. “Las cúspides doradas’ Cuenca, 1959. Ediciones “Alba”; pp. 123-124. prenden de los versos de Andrade y Cordero, todos sugestivos, quizás el que más conmue- César Dávila Andrade (1918-1967) ve por su vibración íntima y eficaz es el del dolor y de la certidumbre de que todo es fa- Nació en la ciudad de Cuenca. Allí llecedero. Esta es una muestra: “¡Qué amar- mismo cursó sus estudios, que solamente co- gura, que niebla, qué desvelo, — qué licor de rrespondieron a los de enseñanza media. Fue ansiedad y desconsuelo — se bebe en este va- en cierto modo un autodidacto. Leyó abun- so de ceniza”. “Si tocas mi dolor caerá ceni- dantemente, aunque sin disciplina. Conoció a za. — Nada muevas por lo hondo, te lo rue- filósofos y a escritores. Entre éstos a los clási- go. — ¡No quiebres la burbuja de colores — cos y a los modernos. Estaba informado de los que hago girar en el país del viento!” más varios asuntos de la cultura universal. Y, de mejor manera, de las letras y las ideas reli- BOCACALLE QUITEÑA giosas de la India. A ello y a sus extrañas prác- ticas debió su apodo de “fakir”, que evidente- A Galo René Pérez mente le placía. Tenía los párpados de loto, y, Callejuela y farol. Sobre ella el arco. a veces, decía a sus íntimos que se llamaba Debajo, iluminada, la hornacina. “Davikananda”. Era un hombre generoso, Empinado el andén. Junto a él, la reja. inalterable en su bondad, capaz de convivir y Resbala el adoquín. Resbala el mundo. trabajar hasta con sus enemigos, que ni él, a Las cúpulas, el cerro, el sol, la nube. pesar de todo, pudo evitarlos. Pero era, asi- LITERATURA DEL ECUADOR 283 mismo, intransigente en el campo de las crea- circunstancias contrajo matrimonio con una ciones artísticas, porque éstas se le represen- mujer algo mayor que él, gracias a cuyo apo- taban como un ejercicio sagrado. No contem- yo y al de un hijo de ésta, ya profesional, pu- porizaba con la falacia ni con la frágil vani- do ir a radicar en Caracas. Allí trabajó, por dad de los mediocres. El escritor debía exigir- poco tiempo, en la Biblioteca Nacional, y se, reclamar lo mejor de sus propias faculta- posteriormente en radiodifusoras y periódicos des. De ahí que su generosidad humana ja- y revistas, como colaborador literario. Sus há- más degeneró en condescendencias de juicio bitos de bohemia, transitoriamente sofocados, sobre los demás, o permitió influencias que reaparecieron pronto con más crudeza. A pe- cambiaran lo que él radicalmente era en lite- sar de que hizo contactos fraternales con es- ratura. Con callada energía defendió sus con- critores de la capital venezolana, su desajuste cepciones y objetivos, y ellos afirmaron con social fue paulatinamente agravándose. Su trazos singulares el contorno de su personali- sensibilidad, tan fina, tan frágil, porfiaba en dad. Escribió desde la adolescencia, en su aislarle del mundo de todos. En un sagaz artí- propia ciudad. Y también desde entonces, y culo que publicó en un revista de Caracas allí mismo, aprendió el gusto de una bohemia condenó amargamente las formas de la vida estimulada por las bebidas alcohólicas. Unos contemporánea, reguladas por los mercaderes versos suyos, de “Boletín y elegía de las mi- que atrapan el alma colectiva y la someten a tas”, podrían ser citados aquí para expresar su un fácil convencimiento, a través de sus enga- caso: “enseñáronme el triste cielo del alcohol ñosos aparatos de propaganda. Esas páginas — y la desesperanza”. Nacido en un hogar muestran el grado de su desolación personal, pobre y criado en un medio provinciano que y parece que anuncian el final de una existen- gravitaba duramente sobre sus desaforadas cia que había perdido ya, irremediablemente, potencias interiores, no halló vía más expedi- su sabor, el sentido de su disfrute, sus propó- ta que aquélla. Vino poco después a Quito. El sitos y sus esperanzas. En efecto, en un día de Instituto Ecuatoriano de Cultura acababa de mayo de 1967 (mayo, según le oí decir más ser transformado, por un decreto del Presi- de una vez, era un mes que él temía, un mes dente Velasco Ibarra, en la Casa de la Cultura aciago), se suicidó cortándose la aorta. Fue en Ecuatoriana. Era a comienzos de la década un hotel del poeta Juan Liscano, en la capital del cuarenta. Dávila Andrade encontró ahí el de Venezuela. trabajo modestísimo de empaquetador de pu- César Dávila Andrade, por tempera- blicaciones. Uno de sus enemigos velados, mento y por las condiciones singulares de su que alguna vez confesó inadvertidamente que lírica y de sus cuentos, no fue un escritor ad- odiaba hasta el traje arrugado que llevaba el herido a una generación o movimiento con- pobre poeta, lo canceló bajo pretexto de que cretamente determinados. Más bien por razo- no ajustaba su labor a los horarios estableci- nes de amistad con el autor de esta obra, que dos, que casi nadie, ni el mismo drástico fun- fundó en 1944, a través de una revista litera- cionario, respetaba. Esto determinó su conato ria, la Generación “Madrugada”, se incorporó de suicidio, y una existencia aun más incier- a ésta llevando hacia los nuevos sus propias ta, más desordenada, vagabunda y dolorosa, normas estéticas y la vertiente de sus emocio- en medio de la cual siguió escribiendo una nes tiernamente humanas. Es imposible no poesía inmaculada, milagrosamente libre de percibir la resonancia de su voz, la prolonga- toda sucia y abominable salpicadura. En esas ción de sus personales estremecimientos, en 284 GALO RENÉ PÉREZ los trabajos poéticos de los miembros de “Ma- Goethe, parece que nos huyeran, que cada drugada”, y aun de varios autores de promo- vez estuvieran más y más distantes. A base de ciones posteriores. Pero conviene hacer notar paradojas certeras él ha conseguido darnos que Dávila Andrade, aunque algunos años una imagen de ese espacio: “y mientras se mayor que aquellos, les resultaba de todos desfloran tus capas ilusorias — conozco que modos afín por la común posesión de un ins- estás hecho de futuro sin fin. — Amo tu infi- trumento expresivo que es eficaz por la so- nita soledad simultánea, — tu presencia invi- briedad de su encanto y por el dolorido sentir sible que huye su propio límite, — tu memo- de los problemas del hombre. ria en esfera de gaseosa constancia, — tu va- Su producción se reparte entre el ver- cío colmado por la ausencia de Dios”. so, la narración y el ensayo. En 1946, con Hay otros temas cuya sencillez se pro- prólogo de Galo René Pérez (el autor de esta yecta de modo más directo sobre la compren- obra) publicó “Espacio, me has vencido”, ver- sión del lector común: la evocación de la al- so. En el mismo año, dos poemas: “Oda al ar- dea con todos sus humildes encantos: el cielo quitecto” y “Canción a Teresita”. En 1951, azul de junio, las aguas claras del río, los “Catedral salvaje”, verso. En 1952, “Abando- puentes de rosas, las torres de la iglesia, el nados en la tierra”, cuentos . En 1955, “Trece lento paso de las carretas campesinas, las pra- relatos”, cuentos. En 1959, “Arco de instan- deras luminosas, el ruido de las cañas, el tem- tes”, verso. En 1967, “Boletín y elegía de las blor de las hojas del árbol abatido, y también mitas”, verso. En edición póstuma, sin fecha, la silueta delicada de la colegiala que ama- “Poemas de amor”. Sus ensayos, preponde- mos tiernamente en los años de la adolescen- rantemente de crítica literaria, han aparecido cia. En cierto modo es éste un fondo románti- en folletos, revistas y periódicos, pero no son co, pero expresado a través de un lenguaje numerosos. cuyas metáforas todo lo renuevan y lo acer- “Espacio, me has vencido” es uno de can a la sensibilidad de nuestro tiempo. En al- los más hermosos libros de poemas que se gunos casos, como en “Canción del tiempo han escrito en el país. Transparece en él una esplendoroso”, las imágenes se conciertan pa- conciencia estética que cautiva por su tem- ra ofrecernos un canto dionisíaco de la natu- prana firmeza. El autor sabe dar con las expre- raleza y la vida. En otros, en cambio, el poeta siones en que un depurado lirismo no aban- —que ya aparece penetrado de las creencias dona la corriente cálida de la emoción. Reve- religiosas de Oriente— se muestra convenci- lan ellas las exigencias de un gusto selecto, de do del incesante proceso de las reencarnacio- una gracia alada y sutil, y al mismo tiempo las nes, de las existencias sucesivas a través del cualidades de un estremecimiento íntimo fá- desenlace pasajero de la muerte: “Y, si pasa- cilmente comunicable a los demás. Ese equi- ran siglos, muchos siglos, — y nosotros no librio es de lo mejor del libro. El título proce- fuéramos los mismos — después de tanto sue- de de su aprehensión del espacio, explícito en ño en otras vidas”. Aunque puestas en plano dos de sus poemas, o mejor, de la sensación secundario, para que no conspiren contra su de que su alma asciende a resolverse en la in- fuerza de innegable originalidad, no dejan de materialidad espacial, de límites inabarcables advertirse algunas influencias: la de César Va- porque siempre, de acuerdo con la idea de llejo (en el poema “Después de nosotros”), la LITERATURA DEL ECUADOR 285 de García Lorca (en “Canción espiritual al ár- Pero, esencialmente, el que alienta en toda la bol derribado”), la de Carrera Andrade, muy vasta y fuerte composición es el mismo Dávi- leve, (en “Esquela al gorrión doméstico”). la Andrade. “Catedral salvaje” — que estimu- “Catedral salvaje” es un libro total- ló la imitación en otros autores ecuatoria- mente diferente. Dávila Andrade ha evolucio- nos— fue también el antecedente de otra de nado hacia un estilo mucho más abstracto. Su las mejores creaciones de aquél: “Boletín y elaboración metafórica es más intelectual que elegía de las mitas”. emotiva. El tema mismo, de ambiciosa ampli- “(Así avisa al mundo, Amigo de mi an- tud, y el cual descubre un inquebrantable gustia. — Así, avisa. Di. Da diciendo. Dios te sentido de unidad a través de sus tres largas pague)”. Es el indio, con su característica ma- partes, le ha demandado otra técnica, de ver- nera de expresarse, con su hablar simple, sos de arte mayor que se ajustan a las descrip- elíptico, con sus metáforas espontáneas y elo- ciones geográficas y a los episodios de nues- cuentes, con el retorcido acento de sus ago- tra historia, la primitiva y la colonial. En un nías y dolores, el que traza su historia en es- lenguaje extraño, en que la significación de tos versos. Sus recuerdos, sus denuncias, sus los tropos reclama el esfuerzo mental del lec- lamentaciones, sus gritos en medio de una fe tor, canta el paisaje impresionante de la tierra que vacila, se vierten en formas sencillas, que ecuatoriana: la de Tomebamba, Sibambe, el suenan con el mismo metal de su incipiente Carihuairazo y el Cotopaxi; la de los breñales, idioma cotidiano. Pero la maestría del poeta las piedras y las cataratas; la de las tempesta- está en usar la desnudez de ese tipo de frases, des, el sol y las germinaciones; la de los ani- su extremada sobriedad, sin caer en la reitera- males y los maizales; la del indio, noble y au- ción de las voces deformadas, tan frecuentes gusto otrora, envilecido y ultrajado después. en los autores de temas indios, ni permitir que El propósito del autor es contrastar el periodo desfallezca el impulso lírico, que eleva a un precolombino con el de la conquista y la co- plano de estética lo que en manos de otro se- lonia españolas, que significó el sacrificio de ría plebeyez y prosaísmo. “Boletín y elegía de la raza nativa. Lanza sus expresivos anatemas las mitas” enfoca —como “Catedral salva- contra el blanco ambicioso que esclavizó a je”— el pasado de la raza indígena de Améri- los indios con la complicidad de la iglesia. En ca, que se desangraba en las minas y en los la segunda parte del libro —titulada “El habi- obrajes, como lo mostró hace cuatrocientos tante”—, dice: “Cierta vez — el maíz infinito años el Padre Las Casas. Los frailes fueron los había sido suyo! — Pero le desnudaron en la aliados del explotador brutal, y tuvieron el ci- plaza — y le vistieron con profundos láti- nismo de tomar el nombre de Cristo: “Y a su gos!”. Luego puntualiza: “Y en tanto que la nombre, hiciéronme agradecer el hambre, — iglesia se ponía clueca hasta el fondo de la la sed, los azotes diarios — los servicios de huerta, — el labriego echaba trigo a los leo- Iglesia, — la muerte y la desraza de mi raza”. nes del Obispo!”. Se puede observar que los No es, a pesar de esa proyección histórica, un asuntos del poema, y alguna características poema elegíaco limitado a los siglos de la co- de su estilo, le han sido comunicados por el lonia. El mal se deja percibir con rasgos de ac- “Canto General” de Pablo Neruda, y de mo- tualidad también. Surge así la silueta del san- do más concreto por los versos relativos a las guinario dominador de tierras y de indios de “Alturas de Machu-Picchu”. Vuelve también a nuestro tiempo. Cierto que el infeliz paria del aparecer el soplo estremecedor de Vallejo. campo, hacia el final del libro, exclama: “Y 286 GALO RENÉ PÉREZ ahora toda esta Tierra es mía”… ¿Pero cómo? de los seres que el mundo físico ha consumi- “Y es mía para adentro — como mujer en la do y desintegrado. No nos parecía imposible noche. — Y es mía para arriba, hasta más allá una aproximación espiritual a ellos, para per- del gavilán”. Es decir, no es propiamente su- cibir —como un estímulo– algo de su inma- ya, porque no la posee en su superficie. No nente y recóndita energía. De manera que obstante, los últimos versos del poema son atribuímos a la misteriosa influencia del extin- una exaltación de la resurrección de la raza, to poeta peruano el comienzo de nuestra que torna a vivir para siempre y segura de sí amistad. Ello ocurrió en la agencia de libros misma: “Vuelvo, Alzome! — Levántome des- del celebrado novelista Jorge Icaza. Nuestras pués del Tercer Siglo, de entre los Muertos! — manos se habían dirigido, con el mismo afán Con los muertos, vengo! — La Tumba India se y en el mismo instante, hacia un ejemplar úni- retuerce con todas sus caderas — sus mamas co de la antología de César Vallejo. Compra- y sus vientres — La Gran Tumba se enarca y mos la obra para compartirla. La emoción de se levanta — después del Tercer Siglo, de en- nuestras lecturas se vio sostenida especial- tre las lomas y los páramos — las cumbres, las mente por el caudal de nostalgias del pueblo yungas, los abismos, — las minas, los azufres, andino de Vallejo y de su familia que se había las cangaguas” … “Somos! Seremos! Soy!”. ido acabando sobre el mundo (la madre, cu- Con un valor parejo al de su magnífica yos “puros huesos estarán harina”, el padre, poesía, Dávila Andrade fue publicando sus que ya sólo “es una víspera”, el hermano Mi- cuentos. Y aun novelas cortas, entre ellos. Sus guel, que se escondió para siempre “una no- temas son variadísimos. Por lo común, sus che de agosto, al alborear”). El grado de esa personajes son seres extraños, pero ricos de ternura fue para nosotros como una conmo- humanidad. Su técnica no sufre sino vacila- vedora llamada a la sustantividad humana, ciones ocasionales. Su estilo es el del poeta base incorruptible del arte. Todo el clamor que crea los ambientes y las situaciones con que se levanta de aquellos versos, golpeados una certeza casi gráfica. dolorosamente por las sinrazones de la vida Para que se tenga un impresión algo cotidiana, tuvo sobre nosotros un poder mag- más viva y fraternal de este autor, léase esta nético. Una parte de la producción lírica de nota de tono confidencial publicada con oca- César Dávila Andrade muestra el efecto de ta- sión de su muerte: les lecturas. Una parte de mi admiración de entonces halló un medio de expresarse en el César Dávila Andrade, compañero estudio crítico que dediqué a Vallejo en “Cin- co Rostros de la Poesía”. César Vallejo nos hizo amigos. El pro- Pero el eventual encuentro que, desde dujo nuestro fraternal acercamiento en una li- su presencia inmaterial, presidió el poeta pe- brería de Quito. Tenía yo aproximadamente ruano, se convirtió en una de las alianzas más veintiún años. Dávila Andrade andaba por los puras, en una de esas amistades que no sufren veintiséis. Vallejo, el inconfundible, que pro- marchitez con los vaivenes de viajes o de au- vocaba nuestro casual encuentro, era ya un sencias, y ni aun con los irremediables atro- “muerto inmortal”. Yacía bajo el París con pellos de la muerte. Por eso nuestros aleja- aguacero que soportó tantas veces en su por- mientos de las montañas en donde nacimos y fiada desdicha de “gran impar”. Tanto Dávila nos criamos no consiguieron desconectarnos. como yo creíamos en la presencia intangible Hace pocos meses recibí, aquí en los Estados LITERATURA DEL ECUADOR 287

Unidos, poemas y artículos que César Dávila cil, sin duda. Pero podía intentarlo, según Andrade acababa de publicar en Caracas, aquél, yéndose por los caminos del mundo donde él estaba residiendo. Y ahora mismo, como un buhonero. Con una camisa sufrida y cuando, con esa manera tan suya, ha renun- una caja de baratijas ambularía por ciudades ciado calladamente, sin vanas teatralidades, a y poblados extraños. su derecho a la vida, lo siento cercano y co- El viaje lo realizó en efecto César Dá- mo atento a estas confidencias. Hay momen- vila Andrade, varios años después. Y no en la tos en que uno, para quejarse del mundo, condición juglaresca que insinuaba el amable vuelve el rostro a los seres queridos que pasa- vagabundo whitmaniano. Se fue para Cara- ron haciendo un ademán orientador, de bon- cas, donde se había establecido su mujer. dad e inteligencia. Ello nos recordó a su hora Desde allí me escribió algunas cartas aireadas don Alfonso Reyes, evocando la compañía de de saludable optimismo. Creía que había su- su amigo Pedro Henríquez Ureña. perado por fin su vida tormentosa de Quito. En el difícil e incierto tiempo de nues- Su pertinaz bohemia. “Todo ha terminado — tra juventud, César Dávila Andrade había de- me decía— al filo esplendoroso del Pacífico”. jado a su madre y sus hermanos en la ciudad “Mis personajes (los de sus cuentos) beben de Cuenca. Vivía en Quito sin un refugio ho- ahora por mí”. Suponía que de la experiencia gareño. Trabajaba en un empleo modesto, del pasada le quedaban ya “ni las cicatrices”. Me que fue despedido. Fui testigo del estrago que envió sus cuentos —los de “Abandonados en esa cancelación hizo en su ánimo. Me habló la tierra”—, que edité buscando el apoyo de repetidas veces de ello como de una ofensa amigos. Los problemas que precedieron a la que agravaba su persuasión de fracaso. Y, al publicación fueron comentados por César fin, una noche le sorprendí desvelado, lloran- Dávila Andrade en cartas que yo conservo en do sobre una carta que había cerrado y en la Quito: la reproducción de algunos de sus pá- que se despedía de su madre. Había pretendi- rrafos, llenos de burla inteligente, servirían do eliminarse ingiriendo veneno, que por para situar bien a algunas figuras ecuatoria- obra del puro azar logré arrebatárselo a tiem- nas. Habría tantas y tantas cosas que referir po. “Tú me desamortajaste”, solía repetirme aquí. Pero la superior bondad de mi amigo cuando volvía sus ojos a aquellos días… muerto —que supo perdonar— frena desde Data de esa misma época su primer li- lejos mi mano impaciente, acostumbrada a bro: “Espacio, me has vencido”. Las páginas las contiendas de lo justo. de introducción que me solicitó, contrariando En Venezuela nos volvimos a ver. Al- con su inembargable autonomía a los prolo- guien informó a César Dávila Andrade de mi guistas de las generaciones anteriores, sella- viaje marítimo a Europa, en 1952. Los dos ron aun más esa fraternidad que, conmovido, quisimos darnos una sorpresa: él buscándome estoy evocando ahora. Aquel libro lo obse- en el puerto de La Guaira. Yo, visitándole en quiamos a León Felipe, que fue nuestro afec- su casa de Caracas, de la Urbanización de “El tuoso amigo en sus días de Quito. El viejo Silencio”. El espontáneo afán de cada uno de- poeta, figura de patriarca, español del “éxodo terminó que nos desencontráramos durante y el llanto”, aseguró entonces que Dávila An- largas horas. Cuando regresé al barco, Dávila drade era el valor mas alto de la nueva gene- estaba allí, aguardándome. Lo advertí sensible ración sudamericana. Recuerdo claramente e imaginativo, como siempre. Recuerdo que que le aconsejó salir de nuestro país. Era difí- me hizo notar el vuelo de las gaviotas que se 288 GALO RENÉ PÉREZ sostenían en el aire de la tarde levemente, ría, estuvo con nosotros el Jefe de Estación. El “apenas como una pincelada”. Comisario había bebido con nosotros la vís- Cumplí yo mi itinerario europeo. Hice pera, en esa casa de las afueras. Qué más? En de nuevo rumbo a La Guaira. Y en el muelle dónde había dejado yo mi pulóver gris? Ya me esperó otra vez Dávila Andrade. Pero en- empezaba a sonreír de todo, y sólo con la me- tonces sí pudimos disfrutar de una extensa di- jilla derecha: la buena! La izquierda se me ha- vagación por la capital venezolana. Durante bía puesto dura y cruel. Me sucedía siempre ella evocamos la tierra ausente, cuyos encan- lo mismo. Pero es que era ya el quinto día de tos, aun los mas humildes, jamás habíamos alcohol! Por eso, cuando me ví solo, en aque- desamado: la aldea en donde el alumbrado lla esquina barrida por el viento de la madru- público se esforzaba por mostrar siquiera “la gada, me introduje en esa pequeña camione- digital de la luz”, los caminos polvorientos, ta, dispuesto a descender solo frente a mi ca- orillados de eucaliptos y de cañas, el puente sa, tan lejana. rústico y la frágil pasarela: todo aquello que —Gracias!, —exclamé cayendo en el solía transfigurarse con el avance azul de los asiento. Cerré los ojos y me pasé la mano por cielos de junio, o con la invasión de gracia de sobre el pelo duro, árido con aquel polvillo su poesía. que sopla desde los arenales vecinos. La de los últimos años fue la segunda Por las calles abandonadas y frías, la permanencia de César Dávila Andrade en Ca- camioneta buscó sus últimos pasajeros. Se de- racas. Ahí ha elegido, con esa tremenda deci- tuvo dos veces ante una puerta cerrada y a los sión que reclama el salto a la sombra, un tipo requerimientos de la bocina, vinieron dos de muerte del que, más de una vez, conversó mujeres, aún enajenadas de sueño. conmigo. ¿Dónde y cuándo volverá a alentar Se detuvo después ante un hotelucho el alma del llorado compañero, que creía en azul; pitó largamente y salió un eclesiástico el milagro de las vidas sucesivas? envuelto en una bufanda morada, como en Galo René Pérez una angina de otro mundo. Pittsburgh, U.S.A., agosto, 1967. Casi al abandonar la ciudad, subió un negociante de mulas, con un cascabel en el LA CUOTA sombrero de pico. Está llena de camioneta! Las últimas gallinas suburbanas salta- Uno de los parques se llamaba “Quija- ron al paso del vehículo, y la cuesta —inter- no”. Otro, tenía grandes árboles casi negros minable— comenzó. de polvo. Polvo pétreo de los arenales ro- Sólo entonces noté —alarmado— que deantes. el hipo del motor me interrogaba! Sí, a mí! Lo Recordaba haber visto una laguna arti- oía claramente. Sólo a mí! No podría ser al ficial; sí, me hallé a punto de caer en ella. Es- clérigo turbio de ropas, duro y lustroso de in- tábamos humedeciéndonos el cabello, entre comunicabilidad. No, al comerciante. A esas risas. Recordaba la salvaje alegría de Paredes, mujeres, tampoco. Ni a esas figuras amargas, el pintor. Se quitó la corbata; la hizo un cucu- de ojos oblicuos, que venían bajo cuatro som- rucho y la tiró agua adentro, gritando “Ana- breros idénticos. Ni a ese pequeño hombre conda, anaconda!”. Un policía se le aproxi- rechoncho, sobre cuyo vientre se pudría len- mó, y él, le amenazó con tirarlo también al tamente una leontina de oro. agua municipal. Buena gente! En la Comisa- LITERATURA DEL ECUADOR 289

El hipo se dirigía a mí. Me interrogaba. rium. De rato en rato, un guijarro, cayendo, Y, sintiéndome sacudido, contestaba yo, entre despertaba insólitas resonancias, hasta picar sueños: —”Vinimos hace cinco días. el mudo terciopelo del agua. —Tres amigos y el pintor Paredes. — En una de las vueltas, bajo la luz es- Había un matrimonio en el pueblo; y estába- pectral, aparecía la sombra de aquel descono- mos invitados desde… —No se casaron por- cido. Estaba en mitad del camino. Con un que élla amaneció grave. —El novio se volvió gran sombrero de paja en la mano, volteaba a sus haciendas, con los padres. —Nosotros, el aire y se señalaba a sí mismo. El carro se fuimos atendidos por el viejo Defaz. —Los detuvo, naturalmente; y sentimos que se apa- pollos sacrificados para la boda yacían desnu- gaba el motor. dos y amarillos en grandes poncheras de ba- Habíamos supuesto que se trata de un rro vidriado. —Los perros pasaban por deba- ebrio. Pero, no. jo de la mesa y sus hocicos olían a intestinos Se aproximó a las ventanillas con ges- de aves. —”Tenemos comida para cinco días; to humilde, resignado. Había un aire de pie- nos aseguró el viejo. —Y aguardiente para un dad en todo él. año”. —Entonces en la casa contigua, empe- —Caballeros, señoras, señor Cura, zó la bebezona, la parranda. —Un día, y otro, buenos días! y otro, y otro! Y todos los días unidos entre sí, Se detuvo un momento a tragar saliva como inmensos pasteles repletos de sorpresas y se llevó la mano al pecho hundido. La bar- y seres medio ahogados en miel, en harinas ba amarilla debía tener ya un mes sobre sus oscuras, en especias ardientes, en azúcares mejillas ardorosas y secas, mugrientas. Nos profundos. Los pasteles chocaban. Los peda- recorrió con los ojos: dos ojos grandes, azules zos danzaban una especie de cataclismo, sin y puros. Pero, no dijo nada. muerte. Las personas estaban manchadas de —Qué es lo que quieres?, —inquirió el mieles; veteadas de jarabes; salpicadas de chofer, con una cara feroz. bombones y harinas centelleantes. Se desves- El hombrecillo bajó las grandes pesta- tían; arrodillábanse; rodaban por el suelo, ñas sedosas y tembló. cantando; sin muerte, sin prisa, sin dolor…” Metió la cabeza por la segunda venta- El frío de la altura, me despertó. Y du- nilla y se dirigió a nosotros: rante el descenso, el humo voló de mi cabe- —Señores, soy una persona desgracia- za. Así, entramos en el desfiladero. El río, aga- da. Estoy enfermo del pecho: aquí tengo los zapado en lo hondo, era un presentimiento. certificados (se palpó una solapa). Llévenme a La camioneta corría, zumbando como una la ciudad; cerca de la ciudad. No tengo un moscarda. centavo para el pasaje. A la izquierda, el talud se perdía en lo El chofer se volvió hacia nosotros, in- alto. A sus pies, la carretera parecía labrada a vocando su justicia y exclamó: cincel en la roca. A la diestra, derrumbábase —Ya han visto señores! Este zoque- la rampa sonámbula del abismo, hacia el río. te…! Al entrar en el desfiladero, todos los Y descendió a revisar el motor que se choferes parpadeaban como la primera vez. Y había detenido. En tanto que el terrible con- marchaban despacio. La luz del cielo encajo- ductor metía su tronco bajo la tapa del motor nada entre las rocas, tomaba color de acua- y forcejeaba sobre el mecanismo, el Cura se 290 GALO RENÉ PÉREZ volvió hacia nosotros: gente experimentara contra el pedigüeño de- —Señores, una cuota para el pasaje de sapareció en seguida. Y una brisa de felicidad este… hermano. empezó a soplar sobre los rostros. El pensa- Nadie permaneció indiferente. Hubo miento del beneficio realizado en el descono- búsquedas; sonidos de moneditas de níquel. cido, alegraba por igual a todos. Alguien escudriñó en una vieja faltriquera de Esta beata sensación hubiera durado piel marchita. seguramente todo el trayecto, si aquel enorme El hombrecillo, súbitamente ruboriza- pedruzco no se hubiera desprendido del ta- do, parpadeaba mirando reunirse las cuotas lud. en la mano gorda del sacerdote. Este, cerró su El chofer alcanzó a ver el reflejo preci- puño y lo extendió hacia el desconocido de la pitándose sobre el vehículo y oprimió el ace- carretera. lerador, para esquivarlo. El carro saltó” hubo El chofer volvió furioso, sin conseguir un estruendo a nuestras espaldas y ótro, ade- reanimar el negro vientre de la máquina, y en- lante, en tanto que dábamos de cabeza con- caró al vagabundo: tra el techo y éramos lanzados en confusión. —Me plantaste aquí y no tienes un El carro se detuvo con un gran golpe centavo!… en el motor. Estábamos apelotonados sobre la Pero el hombrecillo se apresuró a ex- dirección. tenderle el puño de monedas. Nos levantamos en el más grande si- —Ahá, siéntate como puedas; —dijo el lencio y vimos un pedazo de playa; el río — chofer, manifestando ligero desagravio. negro— sonreía más allá. Una mujer lloraba y El hombrecillo de la carretera pasó por reía. Yo, sentía ensangrentada mi saliva. entre nosotros y fue a sentarse en el piso del Ahora, una ráfaga de terror y de agra- carro, entre unas cajas de clavos, que consti- decimiento nos transfiguraba los rostros. El tuían la carga. fraile se ahogaba de emoción; quería bende- Estaba descalzo, pero sus pies eran de- cirnos, pero no conseguía más que tartajear. licados. Los últimos zapatos debían estar por El chofer logró abrir una portezuela ahí no más, recién tirados. La miseria había que daba hacia la rampa, y nos fuimos escu- comenzado hacía poco. rriendo por élla con exquisitos miramientos. Pasaron diez minutos y el motor no Ya afuera, de pie sobre una gran roca, respondía. Una sorda irritación empezó a cir- sonreímos como diez aparecidos, en una cita cular, entonces, en el ánimo de los pasajeros, extraordinaria. contra el desconocido por cuya causa el carro De pronto, el Cura se puso grave, trá- se había descompuesto. gico. Buscaba a alguien. Se inclinó. Nos incli- Volvíamos la cabeza y le mirábamos, namos también a mirar la camioneta. Nuestra acres. El advenedizo parecía aniquilado. Se alegría de salvados desapareció. tapaba el rostro con el gran sombrero y casi Alguien no había salido del vehículo. no respiraba. Alguien estaba allí, con la cabeza bajo una De pronto, el carro volvió a estreme- gran caja de clavos. Un pedazo del ala de su cerse. La alegría retornó a los rostros y el sombrero se mecía en el viento del río y nos hombrecillo se puso derecho el sombrerazo. decía que nó, que nó! La camioneta tornó a correr, zumbado- ra como una moscarda. El malestar que la Fuente: César Dávila Andrade. “Abandonados en la tierra”. Imprenta “Minerva”, Quito, 1952; pp. 119-124. LITERATURA DEL ECUADOR 291

CANCION DEL TIEMPO ESPLENDOROSO coronadas por peines de madera y gavilanes. Tus mil alondras muertas de cansancio Para Galo René Pérez como un manojo de hojas en la brasa. Esplendor! Qué anhelo respiran nuestras manos, Agosto, llévame en tu ardorosa velocidad de topa- y sus ciegos riachuelos, y sus pequeños huesos cla- cio, ros. con tus manzanas agrietadas por el fuego. Esta rama que sufre, agobiada de rubíes, cerca del Con las puertas que arrancas a los valles de rosas. corazón, Llévame entre tus altas jirafas de ladrillo, y tiene venas de ardiente oscuridad turquí… salpicadas de mariposas muertas y huellas digitales. Entre tus panteras de inextinguible piel de hembra. Y allá tus árboles por los que puede cabecear la tie- Volando entre tus ámbitos de zafiro y de prismas. rra, Entre los bosques y su miel humeante. y su seno que absorbe la tiniebla y la sangre. Entre el coro granate de la madera libre Las llanuras distantes con veloces tambores y relin- y el carmín inguinal de la resina. chos, el plumaje de hierro de los caballos moros Dame un prado con potras y muchachas. y el cadáver de un ave en el brocal de un cántaro. Enciéndeme los dedos con diez discos de oro, La pubertad que llama a las puertas de un baño con girasoles y esmeriles ígneos; en donde suena, húmeda, la soledad rosada. y el paladar, con un cáliz de avispas. Los trigales abriéndose en continua fragancia, Desata ésta mi lengua de su raíz de rosa submarina. sobre los nidos, sobre las olas del futuro pan, Quiero gritarte cuando pasas ciego, sobre la doble lágrima de oro de las perdices. mascando tus cadenas sonoras, en el viento. Sobre los collados de amaranto y de uva, Resplandor de los días. Sed, tortura y anhelo. sobre las cárdenas rocas calcinadas La sequía del ancla a orillas del agua, que suenan hacia adentro como astros. su paloma enredada en lenta hondura verde. Rasga las cuerdas blancas que sujetan mis ojos Todo agita en nuestra alma su laurel de locura. a su ligera sangre de hilillos y de lágrimas, Y en el fresco rezago de las jóvenes novias, a su bulbo de yema y nieve amarga. remueve y estrangula una pequeña gota. Que te vea desnudo como un lago en el agua. Oh! resplandor del fuego en las entrañas. Como una piedra en su ilesa resonancia. Que vea tus llanuras de maíz y oro quebrado, Fuente: César Dávila Andrade. “Espacio, me has vencido”. Editorial Casa de la Cultura Ecuatoriana, Quito, 1947; pp. bajo una llama errante, espiral y demente. 37-39. Tus fragantes basílicas de mieses X.– El ensayo literario. Su ya largo prestigio. Proyecciones del ensayo montalvino. La crítica de las letras ecuatorianas: sus virtudes y deméritos. Los estudios panorámicos de la literatura nacional, base del juicio extranjero. Los casos de Isaac J. Barrera, Augusto Arias, Benjamín Carrión y Angel F. Rojas. Otros ensayistas

Uno de los géneros literarios más anti- autores, se debe señalar aquí a las figuras que guos y fecundos en Hispanoamérica es el del de veras se han dejado notar por su emi- ensayo. Apareció éste en las primeras centu- nencia. rias de la época colonial. Su destino ilustre si- El ensayo crítico y biográfico se vio ro- guió un compás de ascensión y desarrollo se- bustecido con la producción de Remigio mejante al de la poesía. Ha habido poetas no- Crespo Toral (1860-1939). Poseyó éste una ín- tables, pero igualmente ensayistas de real im- dole cierta y firme de escritor. No dio tregua a portancia, a través de los diferentes períodos su pluma, a pesar de los menesteres de su ac- históricos y culturales. Ello es evidente en el tividad pública. Se expresó en verso y en pro- Ecuador. En lo que concierne a la producción sa. El estilo de ésta atrae por la plenitud de la ensayística, nos hemos referido a Gaspar de frase y el ritmo de la emoción. A veces apare- Villarroel, a Eugenio Espejo, a Juan Montalvo, ce en sus páginas algún rasgo de grandilo- a Gonzalo Zaldumbide, de los siglos XVII, cuencia, algún alarde expresivo inútil, pero lo XVIII, XIX y XX, respectivamente. Pero no son común es el atinado gobierno de lo que dice. los únicos, si bien parecen los más destaca- Es un prosador consciente de sus responsabi- dos. Acaso, sin pretenderlo, el gran suscitador lidades literarias. Su posición es romántica y en tal campo fue Montalvo. No escribió pro- conservadora. Es fácil advertirlo por sus senti- piamente para conseguir discípulos literarios. mientos, sus gustos y sus ideas. En un ensayo El suyo es un estilo —ya lo dijo Valera— tan biográfico hizo la apoteosis del teócrata Gar- enrevesado como original. No obstante, cía Moreno. Pero no fue un dogmático. Mos- aquella su gracia de gestos personales y su ri- tró una encomiable penetración de crítico. A queza idiomática insuperable, aparte de los ello debió, más que a su enorme producción fuertes efectos políticos de algunas de sus pá- de poeta de gusto romántico, laureado en ginas, atrajeron a varios imitadores. Y hubo 1917, en que figuran sus composiciones de un caudal inagotable en que se alimentaron largo aliento (“Mi poema”, “Leyendas de Ar- tanto los polemistas como los devotos de las te”, “Genios”, “Leyenda de Hernán”, “Plega- maneras academizantes de la expresión: dis- rias”, “La canción del agua”), la docencia in- cípulos del insulto, por un lado, y discípulos telectual que ejerció durante muchos años. Lo del casticismo por otro. Rehuyendo la fácil y destacado en él fue pues su personalidad de viciosa propensión a amontonar nombres de ensayista. Son dignos de mención sus trabajos LITERATURA DEL ECUADOR 293 sobre Simón Bolívar y sobre la nacionaliza- do. Los juicios de Espinosa Pólit son por lo co- ción de la literatura. mún bastante ponderados (aunque a veces el Otra prosa igualmente noble, cuidado- entusiasmo le lleva a adjetivaciones genero- sa de la claridad de los conceptos, fue la del sas). Su prosa es limpia y persuasiva. Demues- Arzobispo de Quito Federico González Suá- tra cierta aproximación a las maneras expresi- rez (1944-1917). La suya fue también una na- vas de Gonzalo Zaldumbide. Escribió tam- turaleza de romántico y conservador. Pero bién versos de estructura clásica e inspiración asimismo sintió repugnancia por las actitudes religiosa. dogmáticas, por las ideas de cuño intransi- En la misma línea hay que situar a otro gente. Su vocación le inclinó tempranamente jesuita ilustre fallecido tempranamente en a la historia. Pocos habían trajinado antes por 1968: Miguel Sánchez Astudillo. Buen cono- ese campo, que sobre todo recibió en el Ecua- cedor de los clásicos también. Inclinado, ade- dor la atención de Juan de Velasco y Pedro más, a los estudios filosóficos y a las lenguas Fermín Cevallos. A él le estaba reservada la modernas. Ese necesario connubio de literatu- gloria mayor en el género. Contaba para ello ra y filosofía y esa variedad de lecturas logra- con una evidente voluntad de investigador. ron delinear singularmente la personalidad de Advertía la utilidad de las ciencias auxiliares Sánchez Astudillo. Esta, por otra parte, mostró del conocimiento histórico, como la arqueo- los atributos de la finura lírica y el vigor selec- logía. Profesaba un amor a la verdad que no tivo. De modo que en sus trabajos se puede admitía mengua ni contemporizaciones. Y, notar una conciencia más ávida de las nuevas por encima de todo aquello, tenía un estilo revelaciones estéticas que en las produccio- hermoso a la vez. Había en González Suárez nes de su antecesor el Padre Espinosa Pólit. la naturaleza de un magnífico prosador. Por Entre sus estudios críticos hay varios alenta- eso se sintió reclamado también por la crítica dores, optimistas, sobre autores noveles, y los y la divagación de orden literario. Aun logró hay también sobre figuras ya reconocidas, co- establecer una deliciosa atmósfera lírica en mo la de Gonzalo Zaldumbide, cuyo estilo páginas como las de su ensayo “Hermosura consideró el más brillante de la prosa castella- de la naturaleza y sentimiento de ella”. na de nuestros días. También religioso y hombre de mucho Nicolás Jiménez, César E. Arroyo, saber fue Aurelio Espinosa Pólit (1894-1961). Isaac J. Barrera, Augusto Arias han elegido Fue un jesuita entregado a las lecturas clási- particularmente los dominios de la crítica pa- cas y a la profesión docente. Dominó como ra su labor de ensayistas. Han trabajado en pocos el griego y el latín. Al extremo de reali- ella con talento y fecunda insistencia. A los zar traducciones de escritores de la dos últimos se deben estudios panorámicos antigüedad que se han estimado como sobre- de la literatura ecuatoriana que han venido a salientes en tono el ámbito de la lengua cas- dar amplitud y culminación a los empeños tellana. Sófocles y Virgilio fueron, principal- que inició Juan León Mera en su “Ojeada”. mente, los autores sobre los que probó su ca- Tales páginas de información bien organiza- pacidad de traductor, de estudioso, de exége- da, concebidas con intención docente, han ta y de crítico. Pero también dirigió su lúcido servido de base común a los historiadores de interés a las letras ecuatorianas, en cuyo cam- la literatura hispanoamericana para sus refe- po destaca su ensayo sobre la vida, la obra li- rencias sobre los autores del Ecuador. De mo- teraria y el epistolario de José Joaquín Olme- do que muchas veces se han repetido los jui- 294 GALO RENÉ PÉREZ cios de Barrera y de Arias con inescrúpulo, desorientación en el que contempla desde para suplir las deficiencias de conocimiento afuera el horizonte literario del Ecuador. Pero de la obra aludida. Manera demasiado fácil y Arias, que es además un excelente poeta y errónea de proceder, pero desgraciadamente que posee un espíritu más ágil y proteico que muy generalizada. el de Barrera, ha saturado de lirismo sus pági- Isaac J. Barrera (1884-1970) ha acumu- nas y nos las ha entregado con maestría de lado su producción a través del ensayo y el ar- verdadero estilista. Gracias a algunas de sus tículo periodístico. La crítica literaria, la bio- obras (“El cristal indígena”, sobre Eugenio Es- grafía y la historia han imantado su interés. pejo, “Mariana de Jesús”, “Luis A. Martínez”, Sobre todo la historia, porque aun en sus es- “Jorge Isaacs y su María”, “Tres ensayos”), se tudios sobre las letras abundan las digresiones halla en la primera línea de la prosa ecuato- de aquella índole. Efectivamente, su trabajo riana. más respetable —”Historia de la literatura del César Andrade y Cordero y Jorge Ca- Ecuador”— debe especialmente su extensión rrera Andrade —poetas altamente representa- a la presentación de épocas y de hechos so- tivos los dos— son también autores de ensa- bresalientes de la vida del país, en cuya esce- yos críticos y de interpretación de la cultura na va ubicando a los escritores que estudia. del país cuya contribución al desarrollo del Barrera expone con orden y claridad, aunque género no puede ser olvidada. Como tampo- quizás le faltan sentido de penetración y una co ha de serlo el tan inteligente estudio de An- visión más amplia para señalar corrientes y gel F. Rojas —narrador y ensayista— sobre la establecer comparaciones. Tiene una doble novela ecuatoriana. Hombre de consistencia virtud, muy rara en América y que nadie se intelectual y viva sensibilidad, Rojas ha ex- atrevería a disputársela: su pacientísima in- puesto allí apreciaciones acertadas, en las vestigación de la cultura nacional y la noble- que prevalecen la sobriedad del juicio y de la za de ánimo con que juzga y admira, nunca frase, la claridad de la mente y de la palabra, enturbiada por el egoísmo, la intransigencia o la lógica del razonamiento y de la composi- el rencor. Ha conseguido levantarse así a la ción externa de su ensayo. Explica la produc- imponderable jerarquía del maestro. ción de los narradores en el marco de las mu- El caso de Augusto Arias (1903) tiene danzas políticas y económicas del país. parecido con el de Isaac J. Barrera. Cuando se Ensayistas de igual linaje son Raúl An- cita a uno de ellos hay que también citar al drade, Benjamin Carrión, Leopoldo Benítez, otro. Sus ensayos se han enderezado hacia la Alejandro Carrión. El primero de ellos recogió crítica y la biografía. Ha escrito muchos artí- en “Gobelinos de niebla” ensayos en que se- culos de periódico. Ha publicado un “Panora- duce la brillantez de su prosa, ágil, precisa, ma de la literatura ecuatoriana” para uso de penetrante, renovadora. En esas páginas reali- las aulas. Jamás ha sido la suya una pluma zó una crítica original sobre la generación convicta de pasiones. Ha preferido encarecer modernista ecuatoriana. Pero el relieve de y estimular. Por eso su juicio adolece de limi- Andrade es mayor dentro de su profesión pe- taciones semejantes a las de Barrera. En los riodística. Quizá en dicho género es la figura trabajos de ambos, por exceso de contempo- más representativa de las letras ecuatorianas. rización y ausencia de severidad crítica, hay Uno de sus instrumentos es el de la ironía, decenas de nombres que sin merecerlo han aguda y valiente, para juzgar la vida pública y sido recogidos con alabanza, produciendo el ejercicio cínico y usurario de la política na- LITERATURA DEL ECUADOR 295 cional. Condiciones parecidas, de ensayista y seedores de un talento legítimo y muy propio de articulista satírico, aparte de sus excelen- para la creación del ensayo. Baste citar a Ig- cias de poeta y narrador, se encuentran en nacio Lasso, Gabriel Cevallos García, Francis- Alejandro Carrión. En Leopoldo Benítez hay co Guarderas, Agustín Cueva, Miguel Albor- que recomendar, en cambio, la profundidad noz, Fernando Tinajero, Rodrigo Pachano La- de análisis de la realidad social del Ecuador lama, Hernán Rodríguez Castelo, Gustavo Al- de su tiempo y de lúcida valoración del pasa- fredo Jácome, Jorge Diez, Jorge Reyes, Pío Ja- do. A estos nombres se incorporan otros, po- ramillo Alvarado, Antonio Sacoto Salamea. XI Autores y Selecciones

RAUL ANDRADE (1905) meses en “El Día”, con el seudónimo de Juan de la Luna. En Quito, también, fundó, con Nació en Quito. Aprobó sus primeros Abelardo Moncayo Andrade y Francisco estudios en la escuela católica San Luis Gon- Guarderas, el diario liberal de combate “La zaga, de esta misma ciudad. Pasó después a la Mañana”. Mantuvo en éste la columna Escuela Municipal Espejo, en donde obtuvo “Cocktails”, bajo el seudónimo de Frank Bar- las más altas calificaciones. La enseñanza me- man. Tras cerrarse “La Mañana”, editó el se- dia la inició en el Colegio Nacional Mejía. Pe- manario satírico “Zumbambico”, que dirigió ro reveses económicos familiares, consecuen- hasta la caída del primer velasquismo. cia de persecuciones políticas sufridas por su El 26 de mayo de 1944 fue designado, padre (liberal ilustre), le obligaron a abando- a petición de Gonzalo Zaldumbide, cónsul nar los estudios, para dedicar su tiempo a del Ecuador en Seattle. El 2 de junio, apenas otras actividades. Algunas discrepancias in- constituido el segundo velasquismo en el Go- salvables con algunos de sus profesores con- bierno, presentó su excusa irrevocable para tribuyeron a ello. “Historia, Cívica y Moral — desempeñar esas funciones, y semanas más dijo más tarde— las aprendí directamente de tarde emigró voluntariamente a México. En mis antepasados. Literatura y Gramática, le- 1945 viajó por Cuba y Centro América, con yendo y escribiendo. En cuanto a la Geogra- Bogotá como destino final. Al término del año fía la aprendí caminando y navegando… “En ingresó en la redacción de “El Tiempo”, de la octubre de 1922 hizo su primera salida del capital colombiana, hasta fines de 1948. Su hogar. Fue a Guayaquil, en donde asistió al ausencia del país duró un cuatrienio. El padre estallido del trágico movimiento obrero del había muerto en el intervalo. En 1949 fue 15 de Noviembre. En 1923 ingresó en la re- nombrado Adjunto Cultural a la legación en dacción del diario “El Telégrafo”. Comenzó Madrid, hasta 1951. Luego de corto viaje por así su vocación literaria —sobre todo perio- Africa del Norte, volvió al Ecuador, y enton- dística— con dos o tres colaboraciones, apa- ces se incorporó a la redacción de “El Comer- recidas bajo el seudónimo de Carlos Riga, cio”. Ha desempeñado, además, representa- protagonista de la novela “El mal metafísico”, ciones diplomáticas y consulares en varios de Gálvez. Colaboró en seguida en diarios y países de Europa. revistas guayaquileños. En 1927 regresó a Su personalidad de escritor se la des- Quito y fundó, con el pintor Camilo Egas y cubre uniforme, la misma siempre, desde su otros, la revista de arte y literatura “Hélice”, punto de arranque hasta su total madurez. en que también escribieron Gonzalo Escude- Hacerlo notar es fácil, con sólo observar algu- ro, Jorge Reyes, Pablo Palacio. Para entonces, nos de sus trazos definidores. enviaba también sus trabajos a la Revista de la Uno de ellos es el de la disposición de Universidad de la Plata, “Valoraciones”, y a Andrade hacia la ironía, explícita en las pági- otras publicaciones del norte y el sur del con- nas de su primera obra —”Cocktails”— como tinente. En nuestra capital colaboró por pocos en sus más recientes artículos del diario “El LITERATURA DEL ECUADOR 297

Comercio”. Si se tratara de señalar el origen lencias que en cada uno de aquéllos ha en- de ese pertinaz ejercicio de burla inteligente, contrado. Pero, como no ha pretendido jamás de reparos que punzan, de juicios saturados deponer su actitud batalladora y sarcástica, ha de escepticismo, habría que aludir primera- disparado sin tregua, en todos sus ensayos so- mente, en un orden más o menos lógico de bre autores, personalidades contemporáneas antelaciones, a la atmósfera familiar. Sabido y viajes, los dardos de una crítica certera, di- es que su progenie ha sido de luchadores po- rigiéndolos, desde luego, contra el medio en líticos, de hombres que pronunciaron su fallo que tales figuras actuaron y sufrieron, o su- inapelable de inconformidad con el cucañis- cumbieron. mo, las granjerías, la ilicitud y el atropello, Así, en las páginas de “García Lorca: males endémicos de la vida pública ecuato- alegoría de España yacente”, se encuentran riana. La pena de proscripción de su padre y las muestras de una sorna incisiva, cortante, el asesinato de su tío debieron de haberle de- despiadada, que va levantando dolorosamen- jado una mella afectiva profunda, y, según él te los pellejos de la realidad hispánica, en el mismo lo ha confesado, le indujeron en los marco del régimen falangista, totalmente fe- días de su niñez a conjugar en un solo con- necido, del Generalísimo Franco. Cierto es cepto los términos de “lejanía, destierro y que no ha habido casi escritor sobresaliente, muerte”. peninsular o hispanoamericano, de las pro- Habría luego que percibir, en el con- mociones a las que pertenece Raúl Andrade, junto de lo que ha escrito, el sentido de sus que no haya ejercitado su condenación y su preferencias no sólo en lo que concierne a los sarcasmo bajo igual inspiración. Pero las pá- autores leídos, sino sobre todo en lo que ata- ginas de éste, en que se esbozan, con alarde ñe a los temas y a la inclinación crítica o es- magistral, imágenes esperpénticas o determi- céptica que ha tratado de ir puntualizando en nada suerte de “caprichos” goyescos, invitan las páginas de ellos. Bien se ve que su con- a recordar especialmente los enardecidos dic- ciencia demandaba, desde la etapa primera, terios de Pablo Neruda. el flujo fortalecedor de una literatura enemiga También en su “Retablo de una gene- de la inocuidad o la complicidad cobarde. ración decapitada” tiene que servirse de los Debe aclararse que sus atributos de fis- grados más sutiles de la ironía, y de los mati- calía o de condenación de los errores no los ces más violentos de la mordacidad, para des- ha puesto al servicio del análisis de las obras cribir la zozobra personal de los poetas de literarias que ha juzgado. No ha querido pues nuestro modernismo en un medio antagónico ser un crítico riguroso en ese campo. Y menos a los refinamientos que les fueron propios, y un bedel de malas tripas en la observación que caracterizaron al meteórico movimiento impotente de lo que otros producen. Su posi- dariano en todo el continente. Aquel propósi- ción ha sido más bien la del sagitario en un to burlón y acusatorio está balanceado, por mundo político y social a quien ninguna fuer- cierto, con la presencia de atributos sentimen- za ha podido redimir de su podre ni de su tales de un orden muy diferente. descalabro. Los comentarios y exégesis de los En el ensayo “Charlot, parábola y ha- libros ajenos que ha venido publicando —in- zaña de la desventura” del mismo “Perfil de la cluídos los de su “Perfil de la quimera”— han quimera”, el juicio sardónico de la realidad se tendido a convertirse, por eso, en una exalta- expande en un ámbito mayor: el de nuestro ción lírica, viva y comunicativa, de las exce- tiempo, que nos zarandea a todos en una con- 298 GALO RENÉ PÉREZ moción de iniquidades, imposturas y atrope- “Premita Dios, castellanos llos; de congojas, incertidumbres, riesgos y castellanos que aborrezo agonías. El rostro del planeta, bañado de san- qu’ antes os galegos morran gre, deja observar sobre sí al ser que mejor re- qu’ ir a pediros sustento”. presenta el siglo huracanado en que nos des- vivimos: el mutilado de la guerra, o “fantasma Otro de los rasgos caracterizadores de espantable que ha creado una civilización de- la personalidad literaria de Raúl Andrade es sarticulada que en vano procura encontrar el su entrega radical a la expresión propia del equilibrio sobre falsos pilares”. Tras hacer re- periodismo. Eso ha hecho de él un pensador ferencias sarcásticas a los empresarios de las fragmentario. Nada hay de peyorativo en de- hecatombes armadas, Andrade señala el ruin cirlo. Grandes ensayistas españoles e hispa- y desvergonzado engaño que se encierra, co- noamericanos lo han sido: de la Península mo en el vano desahogo de un complejo de valgan los ejemplos de Larra, Azorín, Unamu- culpa, en la cosagración del Soldado Desco- no; de estas repúblicas nuestras, los de Mon- nocido. “El espectro de SOLDADO DESCO- talvo, Sarmiento, Martí, Arciniegas. Su filoso- NOCIDO —dice— presente en las ceremo- fía, que la tienen sugestiva y abundante, há- nias y abrumado de dicha y gratitud, no pudo llase dispersa en incontables ensayos y artícu- menos de murmurar, mientras se llevaba el los. Respecto a Raúl Andrade hay algo más: la pañuelo a las cuencas vacías por donde se le ausencia de cierta disciplina ortodoxa le ha escurrían las lágrimas: “¡Yo no aspiraba a tan- impedido elaborar estudios de análisis y de to! Me habría contentado con que me dejasen crítica sobre los autores a quienes ha escogi- vivir!”. do para el rico despliegue de sus comentarios. Entre el recuento de sus experiencias En consonancia con sus gustos y con el pulso íntimas, que es la hebra central de su “Teoría acentuadamente artístico de su prosa, lo natu- del desterrado”, se extiende con eficacia co- ral para él no ha sido el sondeo conceptual, ni rrosiva una fuerza de ironía en que alternan, los razonamientos demostrativos, ni las reve- igualmente poderosos, la incriminación y el laciones de carácter técnico, sino la interpre- desprecio. Difícilmente se encontrará una tación lúcida y emotiva, sorprendente por su acritud mayor en el testimonio sobre el am- opulencia lírica, de la obra de sus poetas pre- biente nativo y la civilización presente, “nau- feridos. Pero, con la misma impulsión de gra- seabunda, decadente, corroída”. cia y con igual trémolo sentimental, sabe ani- Quizás no es necesario seguir sentan- mar persuasivamente los ambientes en que do la prueba de esta vocación sarcástica, en ellos se movieron y crearon. Llega así, me- cierto modo volteriana, con alusiones particu- diante una evocación íntima y fiel, y socorri- lares a los otros tres ensayos del libro: “El per- do por sus propias excelencias imaginativas, y fil de la quimera”, que ha dado origen al títu- de talento estético y sensibilidad, a una muy lo de aquél, “Viaje alrededor de la muerte”, y especial identificación con la personalidad y “Rosalía de Castro”. Baste advertir que aun en los trabajos sometidos a la luz de sus aprecia- la dulzorada evocación de las ternezas y de ciones. las lamentaciones saturadas de ausencias y Muestra admirable de una recreación nostalgias de la autora gallega no se resiste a de ambiente es la de su “lienzo mural de Qui- glosar estos versos, que condenan la actitud to de 1900”, en que sitúa el drama de nues- de Madrid frente a sus azorados conterráneos: tros poetas modernistas, congregados por él LITERATURA DEL ECUADOR 299 bajo el expresivo nombre de “generación de- prendente y original en el juego de metáforas capitada”. La suma o simbiosis perfecta de lo y conceptos. objetivo y lo espiritual hace que aquella ima- gen de Quito sea equiparable a la que de Cór- doba esbozó Sarmiento, o a la que Uslar Pie- Fragmento tri compuso de la Caracas colonial, o a la que “Retablo de un generación decapitada” animó Azorín sobre Yecla y sus gentes. Paralelo al drama político, eco y reflejo de este, to- También otras ciudades y otros paisa- ma forma el drama de una generación. Ante la si- jes han cobrado vida entre los puntos de su niestra conjuración de hombres rapaces que apelan pluma. La amplia cultura de Andrade, sus pe- a clásicos métodos centroamericanos, el grupo lite- regrinaciones frecuentes, su observación mi- rario, desvitalizado y endeble, se acoge a la evasión nuciosa, su destreza para aprisionar la nota como principio y fin de su breve residencia en la definidora y sustantiva, el color y precisión de tierra. Arturo Borja escribe, por única vez, su pro- sus veloces pinceladas descriptivas: todo eso testa de generación, en un panfleto lírico dirigido Al le ha conquistado un lugar apreciable en el señor don Ernesto de Noboa y Caamaño, límpido caballero de la más limpia hazaña que en género de las crónicas de viaje, dentro del di- la época de oro, latado ámbito de las letras castellanas. fuera grande de España. Ni el ensayo literario, ni el apunte via- Lo hace en tono confidencial y derrotista y va a co- jero, ni el artículo periodístico, ni las páginas nocerse años después, ya muerto su autor. Allí está polémicas de que es autor: nada, en fin, hu- la presencia cálida e indignada de su generación biera ejercido tan poderoso magnetismo si ante el taconeo de los matasietes; aunque se la in- desde el principio, y sin desfallecimiento a lo terprete, cuando no se la silencia, como vaga pro- largo de toda su obra, no hubiese habido en testa de un espíritu fino y sensitivo a quien el ruido su prosa las condiciones de un fino estilista. de los disparos callejeros sobresalta, al ahuyentar su emoción interior. Después, su mensaje se hace Andrade asimiló el preciosismo que caracteri- monólogo; girón de paisaje lejano; esquema de im- zó a toda una generación hispanoamericana, presión urbana; desolada constatación de un mun- la del modernismo. Esta iluminó de responsa- do que comienza a pudrirse por los cuatro costados bilidad estética la conciencia de los mejores y del que intenta cortar todas las ligaduras. Lo aho- escritores de todo el continente. Prosa y verso ga una melancolía finisecular y sin remedio. Por fraternizaron en un colmado empeño de se- aquel tiempo —unidos en la solidaridad de una co- lección y gracia. Andrade no perteneció a mún angustia, Noboa Caamaño y Borja— aparece aquella generación, pero leyó con fervor a los un perverso medallón dannunziano, burilado en mismos autores que la inspiraron y orienta- marfil y obsidiana. Mujer-sirena pura sangre, que ha importado la esencia de las flores del mal en dimi- ron, y sus atributos innatos se fortalecieron nutos frascos. Ante una decoración “muy fin de si- luego con las corrientes posmodernistas, lega- glo”, sobre almohadones muelles, rinden culto a la tarias del movimiento de Rodó y Darío. Difí- muerte cada tarde, desahumanizan sus siluetas y se cil es hallar en las letras de este país un estilo tornan figuras fantasmales. Han encontrado su ver- como el suyo: exacto en las expresiones, leve dad en la fuga lenta y sonámbula, pero segura, en pero inmune a la superficialidad, apto para una especie de viaje de turismo por las densas y os- las sutilezas de la ironía como para la violen- curas aguas estigias. De allí saldrá el cartel —que cia del dicterio y el anatema, seguro en el do- no su manifiesto— de poetas malditos, en aquella minio descriptivo de personas y lugares, sor- escalofriante pieza de Noboa Caamaño que co- mienza: 300 GALO RENÉ PÉREZ

Amo todo lo extraño, amo todo lo exótico, en boga. Los pelucones, desde el brocal de piedra lo equívoco, morboso, lo falso, lo anormal; de la plaza, discuten a Samain, a Mallarmé, a Rim- tan sólo calmar pueden mis nervios de neurótico, baud; comentan el último traje de Guillén, la silue- la ampolla de morfina o el frasco de cloral. ta impecable de Rosa Blanca Destruge, el aire lán- Asumen, inconscientemente, una actitud de doloro- guido y perverso de Carmen Rosa Sánchez, el sone- sa execración, frente al medio triturador e incom- to reciente de Noboa. Los cantos de Maldoror, del prensivo, y se la arrojan a las buenas gentes cobar- desgarrado Lautreamont, es su breviario de horas. des, cómplices y encorvadas. “Mirad —parecen ex- Pronto surge el comentarista literario y animador clamar— lo que somos de espirituales, exquisitos y del latente movimiento en la persona de un provin- audaces, frente vosotros, míseras larvas humanas:. ciano de apariencia borrosa y descuidada; se llama Han crecido ante sí mismos. En adelante sólo po- Isaac Barrera y sostiene correspondencia regular drán mirar por encima del hombro, sin ocultar su con Valdelomar y Eguren, más tarde pilotos de Co- mueca desdeñosa, a esa sociedad sometida con ra- lónida en el Perú. Nace el propósito de editar una pidez y aquejada de complejo de inferioridad. Allí revista que recoja la naciente inquietud artística y la comienza el drama “Vivir de lo pasado por despre- encauce. Barrea y un librero Paredes dan forma a cio al presente”, dirá Noboa Caamaño. Han con- ese proyecto, y es así como aparece el primer nú- vertido la poesía en asilo impermeable al ofensivo mero de Letras, nido legítimo de estos pichones de ruido urbano. Se lanzan a la calle, en altas horas de Verlaine. Todavía se hace arte sin finalidades obli- luna —espectrales bebedores de niebla—, luego de cuas ni intenciones enmascaradas. Por el solo pla- sesiones extenuadoras y perversas, envueltos en ve- cer —muchas veces— de recibir el espaldarazo de nosa bruma, a peregrinar en torno a viejos campa- vate con derecho a llevar largas melenas y sombre- narios; a mirar cómo danza las lechuzas junto a los ros de ala arriscadas. Para que su presencia cause torreones. Viajan —imaginativos sin remedio— por un sensacional revuelo en los balcones y provoque la ruta tortuosa de los poetas malditos. La tragedia el cólera de los tenorios de esquina. En tanto, por la política de esos años— y a pesar de ellos mismos— ciudad, desfilan diariamente los pantalones peque- los ha lacerado y marginado. Se sienten inseguros, ños cuadritos blanco y negro, el gabán verde-mus- bloqueados, fuera de toda aspiración consciente y go con crisantemo en la solapa y las polainas color destruídos. Hacen apariciones furtivas en el alegre patito del “cuco” Madrid. César Arroyo exhibe por reservado número ocho del Café Central, explosivo las calles su enorme risa de tiburón y su alma de de risas despreocupadas y desaprensivas, animado cordero pascual. Jarbas Loreti da Silva Lima, con por la simpatía cordial de Carlos de Veintimilla, el impecable levita gris y clavel rojo, compone rondós acento ardiente de Emilio Alzuro, la glosa calmada para la cabritinha. Amanecen las calles empapela- y fina de Francisco Guarderas, el chascarrillo sor- das de carteles vivando al anarquista Ferrer, que presivo de Alfonso Aguirre, las corbatas brummelia- han pegado furtivamente Alejandro Mancheno y su nas y los chalecos floridos de Pancho Guillén, la cuadrilla de salteadores de campanario. Bonifacio presencia callada y marginal de tantos más. Tam- Muñoz se dedica a la tarea de arruinarse, en la más bién, alguna noche, llegan a la capilla laica, la in- olvidada y heroica tentativa de difundir cultura… quietud traviesa y terrible de Bibí Cárdenas, el in- En una ciudad de bodegones y garitos repletos… cruento desplante de Ernesto Fierro. Los iniciados ríen, mienten, recitan versos o murmuran de los au- Fuente: El perfil de la quimera. Colección Básica de Escri- sentes. “Las deudas —dice el filósofo del grupo— tores Ecuatorianos. Quito, páginas 101-105. son el perfume de la juventud”. El tabernero, son- riente y paciente, acumula en su caja vales autogra- Benjamín Carrión (1897-199 ) fiados. El sabe, con su seguro instinto de hombre Nació en la ciudad de Loja. La atmós- práctico, que un día ha de cobrarlos. Comienzan a aparecer, en un diario local, eruditos artículos sobre fera hogareña le fue propicia para el destino modernismo, como se denomina a la moda literaria cultural en que se han resuelto los mejores LITERATURA DEL ECUADOR 301 años de su existencia. Al padre y los herma- conciencia se vio pronto imantada por las nos les animaba un denuedo común: el litera- tendencias estéticas de aquella hora, y natu- rio. Era como si entre ellos hubiera habido no ralmente por los prestigios de algunas figuras sólo el concierto de voluntades, sino un alian- que ocupaban la escena literaria de Europa. za tácita de vocaciones y de talentos de igual Pero más que a españoles e hispanoamerica- naturaleza. Podría asegurarse que, de ese mo- no debió la orientación de sus juicios y de sus do, el ejercicio intelectual vino a serle en do- gustos a los franceses, que adoctrinaban con- ble sentido “familiar” ceptual y artísticamente a muchos espíritus de Los estudios los hizo en Loja. Y des- entonces. Por ello, si en verdad empezaba a pués en Quito. Aquí se doctoró en leyes, en la tratar ya los temas de la cultura de nuestro Universidad Central. Sus primeros afanes de continente, sus razonamientos críticos y sus escritor no pasaron entonces desapercibidos. referencias no dejaban de iluminarse con la Se expresaba en verso, como otros de sus entusiasta asimilación de las letras de Francia. compañeros de generación que luego devi- Hay rastros de eso no sólo en sus primeras nieron estudiosos de la ciencia, o contumaces obras. Puede decirse que el galicismo mental y prosaicos representantes de alguna profe- que fue advertido en la generación modernis- sión. Temprano —hacia 1924, a los 27 años ta persistió todavía en Carrión. Uno de los de edad— la diplomacia le abrió un horizon- elementos caracterizadores de su personali- te generoso, de veras significativo para su for- dad fue el de su placiente disposición hacia mación, para sus contactos, para la absorción los atributos culturales franceses. del plural espíritu extranjero. Se le nombró Otra hebra fuerte en el haz de su con- cónsul en el Havre. Sus amigos, mal resigna- ciencia ha sido, desde luego, la de lo hispa- dos con el ambiente de su pequeña ciudad, noamericano. Relaciones, estudios, lecturas adormilada en el fondo del cascarón melan- de autores de este amplio sector de la lengua cólico de las montañas, sintieron como pro- castellana le han mantenido en actitud de cu- pios los versos con los que Jorge Carrera dio riosidad frente a los movimientos intelectua- la despedida al feliz viajero: les de todo el continente. En igual proporción “Rebosa ya el humano vaso de su deseo: lo ha desvelado, y ha ido requiriéndole muta- va a salir de esta tierra. La luz de otras ciuda- ciones cada vez mas radicales, la embestida des de los problemas sociales y de los violentos le va a limpiar, por fin, la niebla de los ojos. trastornos políticos de los últimos años. El aire de su pecho se va a llenar de otro aire. Considerando el período histórico en En un barco cargado de cajas y toneles que se fue entretejiendo el estambre de su ca- con patojos letreros, hará su primer viaje. rácter de escritor, es explicable su fervor hacia Verá el beodo mar, los puertos tumultuosos lo prominente de la literatura francesa: Proust, y las mil chimeneas de Marsella y El Havre”. Gide, Duhamel, a quienes nombra con alguna La permanencia europea fue de algu- asiduidad. Y lo es también su intento de son- nos años. Benjamín Carrión había superado dear las reconditeces de la realidad hispanoa- ya, seguramente, el período de los deslumbra- mericana y nacional mediante los arbitrios del mientos pasajeros. Tenía dentro de sí un sedi- ensayo crítico, biográfico, histórico, o los de mento de muchas lecturas. No se olvide que eventuales aunque enardecidas páginas, polí- algo que ha caracterizado su larga existencia ticas. Igual lo hicieron, por los mismos años, ha sido su avidez de lector. De modo que su José Carlos Mariátegui. Luis Alberto Sánchez, 302 GALO RENÉ PÉREZ

Mariano Picón-Salas, Daniel Cosío Villegas, Otro de los géneros abordados por Jorge Mañach, ensayistas del Perú, Venezuela, Benjamín Carrión es el de la biografía. En México y Cuba. 1932 publicó, en México, “Atahuallpa”. En Para juzgar su producción de escritor 1954, en la Casa de la Cultura Ecuatoriana, es indispensable que se recuerde que la per- Quito, “San Miguel de Unamuno”. En 1956, sonalidad de Carrión ha vivido permanente- en la misma editorial, “Santa Gabriela Mis- mente entregada a los desvelos a que aquélla tral”. En 1959, en México, “García Moreno, el obliga, y que le han llevado por los caminos santo del patíbulo”. de los más varios géneros. Comenzó pulsan- Algunos consideran a “Atahuallpa” su do el verso, allá por los distantes años veinte. obra fundamental. Parece que Carrión la esti- De ese amor pasajero no quedó sino el rastro, ma también en grado mayor que a sus otras casi perdido, de cierto trémolo lírico en algu- producciones. La ha visto editarse varias ve- nas de sus abundantes páginas. Su primer li- ces. Para escribirla conjuntó las informacio- bro, en cambio, plantó la bandera que habría nes de la “Historia General de la República de ser la de su predilección, con los colores del Ecuador”, de Federico González Suárez; de un estilo ya propio, en los campos del en- de los “Comentarios reales”, de Garcilaso de sayo. El título con que fue editado, de “Los la Vega el Inca, y de algunas de las principa- creadores de la nueva América”, se refería a les “Crónicas de Indias”. Con todo ese mate- escritores a quienes este continente ha debido rial se propuso no solo dar animación a la fi- mucho, por sus atisbaduras sociológicas, por gura de “Atahuallpa”, sino especialmente vin- el despellejamiento de problemas que en dicar nuestra grandeza histórica, mostrándola buena parte nos son comunes, por la arrogan- erguida sobre un asiento sólido como antiguo, cia literaria para acomodar los primores de su el del imperio precolombino. lengua a un idealismo y una realidad caracte- Pone el autor en su libro una introduc- rísticamente hispanoamericanos: José Vascon- ción sociológica que deja admirar su juicio celos, Manuel Ugarte, Francisco García Cal- sobre la historia del hombre. Explica la asimi- derón, Alcides Arguedas. El ojo discernidor lación española del cristianismo, que las re- del ensayista puede asegurarse que fue certe- cias milicias de la conquista del Nuevo Mun- ro. Sus figuras no han desaparecido aún del do convirtieron en el instrumento de su domi- horizonte cultural de estas naciones. nación total. Eso es verdad. Tanto en el norte, Un año después reclamó el autor la frente a los aztecas, la conciencia cultivada y atención desde otro ángulo: el de la novela. renacentista de Hernán Cortés, como en el Editó “El desencanto de Miguel García”. Y, sur, frente a los incas, la grosera mentalidad muy posteriormente, arrostraría los azares de de Francisco Pizarro, convergieron hacia un la misma imprevisible aventura, lanzando su mismo punto: el hace expíar a los indios su voluminosa narración de “Por qué Jesús no inocente falta de fe en un dios que éstos no vuelve”. Fue ello en 1963. Injusto sería desco- conocieron. Había el trágico precedente de nocer la soltura con la que se sabe relatar. Pe- las guerras de religión y de las contiendas del ro en su caso ha ocurrido lo que en muchos más crudo fanatismo. Civilizar y cristianar otros: el ensayista ha asumido una presencia fueron dos categorías conceptuales que los omnímoda, ensombreciendo o desplazando conquistadores transfundieron en una sola, al pretenso narrador. como estímulo de lo que socavaron y destru- LITERATURA DEL ECUADOR 303 yeron, pero también de lo que afirmaron y Y entre esa obra y “El cuento de la pa- construyeron. tria”, que apareció en 1967, hay una acentua- En un rápido despliegue de razona- da semejanza de familia. Los mismos atribu- miento, sirviéndose de las mismas páginas in- tos de veloces miradas sobre la historia nacio- troductorias, Carrión muestra la política de nal, y también las mismas características de aglutinación de los incas, con el corolario del brevedad, de tendencia alusiva y elusiva, vastísimo imperio de Tahuantin-suyo. Y, de conjugan a los dos libros, en forma evidente. modo perspicaz, llega a advertir que también En “El cuento de la patria” hay una confesada sus propias fuerzas teocráticas determinaron a inclinación al mito y a la leyenda, vertederos la postre la disgregación nacional, producien- para la interpretación de la vida de los pue- do la “bicefalia política” de Atahuallpa y blos. Carrión vuelve hacia ellos su curiosidad Huáscar. Muy poco después vino el colapso y su fe. Y, en medio de tales afanes, pone una definitivo, en Cajamarca. subraya de admiración en las páginas históri- Siguen inmediatamente los pocos ca- co-novelescas del Padre Juan de Velasco. pítulos de la obra. Son ellos un recuento ani- Util será aclarar, en estas referencias a mado de los episodios más conocidos de las páginas retrospectivas y biográficas de Ca- Huayna-Cápac y Atahuallpa. Una onda de re- rrión, que ni “Santa Gabriela Mistral” ni “San flexiones sociológicas circula por entre el cur- Miguel de Unamuno” pertenecen al género so de su narración. Pero el lector quisiera, tal de las “vidas”. Son ellos estudios de otro ca- vez, un poco más de intensidad dramática. O rácter, en que no deja de haber observaciones de morosidad en el detalle de algunas escenas y testimonios personales de interés. Cada uno importantes, como la de la prisión, caída y preside un volumen de ensayos de temas va- ajusticiamiento del monarca quiteño. Es claro riados y de diferente extensión. El autor los que resultaba difícil conseguir que Atahuallpa concibió como una exaltación de los “santos tuviera una forma algo más palpable; que se del espíritu”. Iguales ideas se pudieron ya ad- moviera con mayor vitalidad; que hablara vertir en el escritor español Antonio Macha- desde una proximidad más auténticamente do, de la célebre Generación del 98, cuando humana. Esto último tampoco lo consiguieron recomendaba su propio santoral laico. otros autores en casos parecidos: Zorrilla de “El santo del patíbulo” está, ése sí, San Martín, con su Tabaré, héroe indio de un aparte. Es la biografía del autócrata ecuatoria- brillante poema novelesco; Manuel de Jesús no Gabriel García Moreno. Para hacer que es- Galván, con su Enriquillo, cacique de una no- te se animara en la escena pública de su tiem- vela histórica relacionada con la conquista. po, con el espontáneo desembarazo de lo que Ambos protagonistas no pudieron expresarse está vivo, el autor lo rescata no de la papele- sino a través de cierta artificiosa condición de ría procelosa o beligerante del antigarcianis- mestizos: el primero, por razones del cruce de mo, sino del epistolario del dictador y de los sangres; el segundo por influencias de la edu- documentos –según el mismo lo aclara— de cación y la cultura hispánicas. historiadores imparciales o de simpatizantes Con respecto al “Atahuallpa” de Ca- confesos de su obra de gobierno. Pero el afán rrión, por las consideraciones que aquí se han explícito de Carrión es verter en tales páginas puntualizado, no sería injusto afirmar que su propia pasión antigarciana. Cumplir un participa más de la historia que de la bio- compromiso con la intelectualidad de este grafía. continente, “creando frentes de lucha me- 304 GALO RENÉ PÉREZ diante libros biográficos de los tiranos, curan- simplemente funcionara aquello que Ortega do por el ejemplo al revés”. Nada hay más llamaba la máquina individual de preferir. La concreto que su propia definición. No es — caprichosa conjunción de estas páginas viene dice— “un libro de investigación. Es de sínte- pues a atestiguar que “la preferencia, más bien sis, de historia interpretativa. Libro de opinión intuitiva, es del orden de la sensibilidad, del y de pasión”. orden del gusto”. Pero la disimilitud de los es- Es de suponer que la urgencia de la critores que ha elegido establece también una edición no le permitió revisarla con el celo in- diferente jerarquía de valor y de interés entre dispensable. Otro hubiera sido el resultado sus estudios. El destinado al Vizconde Lasca- con una decantación más cuidadosa del ma- no Tegui es el menos recomendable de ellos: terial informativo, y del estilo mismo. Hay fa- ese Lascano es autor argentino a quien, ahora, llas notorias, y negligencias de forma que pa- no se le conoce ni en su patria. Carrión se sin- recen inexplicables por proceder de un escri- tió atraído, más bien, por ciertas originalida- tor experimentado, y por hacer contraste con des de carácter de tal personalidad, a la que capítulos bien realizados, como el del “Epílo- trató en sus años de París. Tampoco es un en- go trágico”: del martirio de los conjurados en sayo de verdadera penetración crítica el rela- el asesinato de García Moreno. cionado con la obra —ella sí admirable— de Por fin, la producción de este autor José Carlos Mariátegui. Prefirió el autor con- abarca un buen número de escritos panfleta- centrar lo mejor de sus atributos de exposición rios —ejemplo de ello, sus “Cartas al Ecua- en la apología de la fe, del ardor, de la elo- dor”— y de ensayos de críticas y exégesis de cuencia franca y viril, del gran sociólogo y crí- antologías del país. Recuérdense el “Indice de tico peruano, mediante una referencia general la poesía ecuatoriana contemporánea”, de a sus páginas. 1937, y “El nuevo relato ecuatoriano”, de Lo de veras esencial del “Mapa de 1950-51. América” hay que encontrarlo, para una dis- Todo esto significa que Benjamín Ca- frute del juicio de las amplitudes de enfoques, rrión ha ido buscando en el discurso de medio en los ensayos sobre Jaime Torres Bodet, Car- siglo, la figura del prosista. Y, en el conjunto los Sabat Ercasty, Teresa de la Parra y Pablo de ella, el relieve más visible y más constante Palacio. ha sido el del escritor de ensayos. Precisamen- te a ese género pertenece uno de sus libros José Carlos Mariategui (fragmento) mejores en el orden formal: “Mapa de Améri- Nutrido de occidentalidad, dueño de ca”. Está constituido por seis estudios: Teresa una cultura ritmando con todos los toques de de la Parra, Pablo Palacio, Jaime Torres Bodet, avanzada del pensamiento europeo, José Car- Vizconde de Lascano Tegui, Sabat Ercasty y Jo- los Mariátegui representa una fuerza de críti- sé Carlos Mariátegui. La congregación de es- ca y construcción, de acción y sugerencia, de tos nombres resulta bastante heteróclita. Casi apostolado y de batalla que hacen de él, in- no hay un denominador común que los asocie contestablemente, uno de los jefes espiritua- entre sí. Ni siquiera el del campo de creación les de la América moderna en la lucha por de- que han cultivado. El mismo Benjamín Ca- sentrañar la auténtica realidad de nuestros rrión, no sin “bendecir la voluntad del gusto”, pueblos y construir su personalidad, estructu- aclara que no se ha dejado esclavizar por nin- rarlos para la vida política, económica y so- gún sistema de selección. Ha querido que LITERATURA DEL ECUADOR 305 cial, de acuerdo con su ideal y su verdad. todos los hombres, simplemente: el don de No hacen falta especiales dones de apasionarse. Y convencido de la suma gran- previsión para afirmar que su ideología, vigo- deza de ese don, no trata de envolverlo en fe- rosa, nerviosa, apasionada, ha de cavar surco meninos circunloquios de serenidad, de im- profundo en el devenir político y social de parcialidad, de mesure. El lo advierte crítica- Hispanoamérica —a la que yo me resistiré mente en sí mismo, y lo proclama. siempre a llamar Indoamérica, como el mis- Preciso es no confundir la pasión con mo Mariátegui la llama, y menos aún esa bar- la violencia. Detesto esta última como un re- baridad moral, histórica y gramatical de indo- sabio felino, como una supervivencia del bru- latinia, que por snobismo inexcusable, propio to que veinte siglos de Cristo, de domestica- de malas revistillas de vanguardia, fue llevado ción por las artes y por la cultural, han trata- a la nueva Constitución del Ecuador. do de exterminar en el hombre. Detesto la El secreto de Mariátegui: no es el cate- violencia. Pero amo en cambio la pasión, que drático dogmatizante —en cátedra de pedan- es el resumen de las superioridades humanas: tería puede ser convertido el periódico, el fo- Fe, Esperanza, Amor. lleto, el libro— que, armado de citas de pri- La imparcialidad, la calma, la mesure, mera o segunda mano, como antes se arma- son virtudes admirables y útiles en pueblos fa- ban los dómines de una jerga, nos ataca con tigados de historia, que han llegado ya, con su teorías trasplantadas, expuestas sin claridad ni carga de gloria y de experiencia; como Fran- belleza, a pesar de los consejos de Rodó, que cia, por ejemplo, cuyo sistema orgánico se es uno de los que más vandálicamente se sa- basa en las clases medias, en la pequeña bur- quea y se cita; no es el moralista baboso, que guesía ahorradora, hacendosa y limitada. Un para decir vulgaridades adopta aires de evan- príncipe hindú, que había aprendido a amar gelizador; no es el expositor frío de sistemas y en los libros y en la Historia esta igualdad dis- tesis, que esconde bajo la capa barata de la creta de Francia, visitó encantando, de un ex- serenidad, su espíritu infecundo; no es el ro- tremo a otro, toda las suaves y dulces comar- mántico luchador elocuente ni el lírico glosa- cas de la nación-jardín. Y al sentir la delicia dor de utopías: fauna toda esta que puebla los apacible y sedante de este paisaje peinado y países hispanoamericanos, enfermos de lea- matizado, sin la accidentación catastrófica y derismo y de politiquería, enamorados del brutal de los Andes y de los Himalayas, decla- mitin y de la plaza pública. José Carlos Mariá- ró comprenderlo y explicárselo todo: los tegui —aun cuando él mismo parece sostener hombres, ni grandes ni pequeños, ni morenos lo contrario— estructura en forma orgánica ni rubios; la libertad andando por las calles; la sus campañas ideológicas, sin llegar al uso claridad; la sagesse. La música de Debussy, la del papel de embalaje de la sistematización pintura de Wateau, la lírica de Mallarmé. lógica, que las momificaría; es natural: Mariá- Nuestra América necesita, digo mal, tegui, antes de lanzarse a la acción, se ha nuestra América, como fruto de su clima, de- constituido reciamente a sí mismo en la vigi- be producir hombres de pasión, porque se en- lia porfiada con el libro y el dato, y en la di- cuentra en un período de choque, de desen- recta observación de la tierra, de los hombres trañamiento, de desbroce. Quienes sueñan de los pueblos. José Carlos Mariátegui, a su para este instante de los pueblos hispanoame- potencia excepcional de ver claro y hondo ricanos con los Coolidge o los Hoover de en- une la gran virtud de los hombres de lucha, de cargo —como se encarga un Ford o un W. 306 GALO RENÉ PÉREZ

C.— están en el más grande error. Esos hom- sado, Alejandro Carrión ha animado la atmós- bres vendrán, si es que en ninguna época son fera de los juegos y los temores, de las admo- siquiera deseables, cuando nos hayamos hun- niciones severas y el golpe de las chascas dis- dido en el embrutecimiento de la materia y la ciplinarias, del rumor colectivo de las sota- máquina, cuando el valor hombre se haya nas, las prácticas devotas y las lecciones de igualado al valor hierro o petróleo en la mis- esos sus años escolares con los Hermanos ma utilidad como materia prima. Cuando, se- Cristianos. gún la dura expresión de Duhamel, los yan- Entre los colegios Bernardo Valdivieso, quis hayan inventado el buey de trabajo, la de Loja, y Mejía, de Quito, corrieron sus años vaca lechera, la gallina que pone todo el año de enseñanza media. Allí se hicieron ya notar, y el puerco especializado en dar manteca… en esa fraternidad de las aulas que tantas dis- Necesitamos hombres apasionados, no crepancias advenedizas han ido destruyendo violentos. Entre nosotros, la pasión es Bolívar, después, la agudeza de su talento y los impul- es Sarmiento, es García Moreno, es González sos del que tiene que convertirse en un escri- Prada, es Montalvo, es Vasconcelos. La vio- tor constante, en un escritor vocacional. En el lencia es Rosas, es Guzmán Blanco, son todos ambiente universitario de Quito, en que cum- los panfletarios y todos los tiranos que, en el plió su carrera del derecho, fue cobrando di- balance gubernamental y literario de los paí- mensiones mayores su aptitud literaria. Y, así, ses de América, se encuentran en incontesta- pronto se irguió, ya entera, su personalidad de ble mayoría. poeta, narrador y periodista. Varios son sus libros dentro de la lírica: Fuente “Mapa de América”. Colección Básica de Escrito- “Luz del nuevo paisaje” (1937), “Poesía de la res Ecuatorianos. Páginas 133-136 soledad y el deseo” (1934-1939), “Agonía del árbol y la sangre” (1948). E igualmente, sus Alejandro Carrión (1915-199…) poemarios breves: “¡Aquí, España nuestra!”, Nació en la ciudad de Loja. La escue- “Tiniebla”, “La noche oscura”, “Cuaderno de la, cursada bajo la dirección de los Hermanos canciones”. Algunos de ellos han sido edita- Cristianos, le dejó impresiones afectivas como dos lejos del país. Además, parte de su pro- de conciencia que llegaron a generar los epi- ducción en verso ha sido traducida al inglés, sodios y caracteres humanos de uno de sus por Dudley Fitts y Francis St. John, para apa- primeros pero más atractivos libros de narra- recer en la antología de “Five young Ameri- ción: “La manzana dañada”. En la plenitud can poets”, publicada en 1944 en Norfolk, episódica de esos cuentos, en los que ya se Connecticut. descubre un atributo muy suyo, el de una Más de un crítico, de los que han tor- fluencia expresiva llena de frío por lo cauda- nado la mirada especialmente hacia la poesía losa, transparece la figura imperecedera del de este autor, ha aludido a condiciones enig- niño, que se defiende de los cambios y las máticas, a escamoteos verbales de linaje sim- mellas del tiempo en la personalidad de todo bolista, a sesgos difíciles de un lenguaje des- hombre. Con esa limpidez característica de conceptual e inconexo, como características las revelaciones infantiles, pero, además con de aquélla. Pero nada es menos cierto que un cabrilleo de ironía que se proyecta de la eso. Porque la lírica de Carrión es precisa- pluma del escritor maduro sin perjudicar la mente lo contrario. Tan lógica y coherente se autenticidad vital de la transposición del pa- nos ofrece, en efecto; tan articulada de ideas, LITERATURA DEL ECUADOR 307 tan airosa en su desenvoltura expresiva, que Aires, pero ha sido también, por otro lado, el parece venir de lejanos manaderos clásicos, o blanco de reparos de la crítica (Anderson Im- de una conciencia que tiene la pestaña levan- bert, por ejemplo, encuentra que en ella “el tada, en actitud vigilante, sobre el fresco im- tema de la soledad está tratado con un negro pulso de lo puramente lírico. Ni audaces desorden”). amagos contra la estructura del verso, ni re- Algo es evidente, y no sólo en la prosa buscadas complejidades metafóricas, ni son- de sus cuentos y de su novela, sino también deos subconscientes o metafísicos, y peor la en la de sus crónicas: la soltura narrativa. Ca- insuficiencia o el desaliño formal de los inca- rrión anda un camino sin tropiezos, sabiendo paces, pueden sentarse, en verdad, en ningu- claramente a dónde se dirige. Y lo hace con na cuenta que cualquier juicio ponderado es- tanto desenfado y agilidad —y con tanto pla- tablezca alrededor de la obra poética de Ca- cer en los sutiles sesgos de la ironía—, que no rrión. deja percibir en su trayecto ni el esfuerzo ni el Emociones e ideas convergen, en rica desfallecimiento. Por eso, quizás, ha mostra- simultaneidad, como dos caudales transpa- do buenos atributos para el periodismo. Libre rentes que al encontrarse dilatan el cauce de de adiposidades verbales, y dinámico, apare- las expresiones, ya por sí mismo ancho y ex- ce este género en los centenares de artículos pedito. Casi todos sus poemas, por eso, le han que ha escrito. Su gusto narrativo se enlaza reclamado el verso amplio, multisilábico, de hábilmente con el eje mismo de algunos de sosegados ritmos. El autor no afloja ni corta ellos, mediante la relación de anécdotas, con- en ningún momento esa hebra emotiva y con- vocadas oportunamente por el despliegue de ceptual, sea cualquiera su tema: el amor, o la los asuntos. Ello, precisamente, es el denomi- soledad, o los movimientos interiores y secre- nador común —y acaso la nota eminente— tos de la existencia del hombre, o la grave de sus páginas tituladas con expresiva malicia persuasión de la muerte segura, o la descrip- “La otra historia”. ción de los entes naturales, o las desilusiones El periodismo de Alejandro Carrión ha infinitamente eslabonadas del trabajador y el sido extenso. Porque lo ha ejercido desde los campesino. años de su adolescencia. Y a través de diarios En lo que concierne a las narraciones y revistas: “La Tierra”, “El Comercio”, “Ulti- de Alejandro Carrión, aparte de la prueba de mas Noticias” y “El Sol”, de Quito; “El Uni- talento que ha sido señalada en las anteriores verso”, de Guayaquil; “El tiempo”, de Bogotá, referencias a “La manzana dañada”, es justo y la revista “La Calle”, fundada por él mismo reconocer el inteligente esfuerzo que aquél ha en 1956. Entre las procelas de esa constante concentrado en “La espina” (1959), novela en pero agitada producción se difundió especial- la que el desarrollo temático y el análisis psi- mente, explayando hacia los límites de una cológico del protagonista —hombre desgarra- evidente popularidad su seudónimo de Juan do por desazones y conflictos, pero sobre to- sin Cielo, la larga serie de crónicas de “Esta do por sentimientos de culpa y de soledad— vida de Quito”, publicadas en el diario “El permiten ver la orientación del autor dentro Universo”. Todo lo ha huroneado su pluma de del nuevo movimiento novelístico hispanoa- periodista: vidas históricas, actividad pública, mericano, marcado por preferencias intros- anecdotario de otros tiempos, o de grupos in- pectivas. Esta obra fue recomendada en un telectuales del presente, problemas sociales concurso de la Editorial Losada, de Buenos del país. Y los puntos de esa pluma han sido 308 GALO RENÉ PÉREZ tan agudos y penetrantes que a veces han co- y así hasta nuestro venerable multitatarabuelo rrido como sobre la sangre misma de los te- Adán, cuya sabiduría venía de Dios. La mía, mas, produciendo heridas y dolor en unos en este asunto, procede de la del doctor Pío cuantos personajes. En buena parte su perio- Jaramillo Alvarado en forma directa, y la de él dismo ha sido de contienda, con toda esa re- viene, directamente también, de la del doctor ciedumbre que por momentos enceguece, y Horacio Urteaga, historiador limeño, quien torna descontrolado e injusto el impulso de la trató el problema hasta agotarlo en su mono- mano del sagitario. Los que hemos profesado grafía titulada “¿Atahuallpa?”. Dicho esto en aquel tipo de literatura, tratando de que la descargo de mi conciencia, vamos adelante pluma no caiga en los desfallecimientos de con las interpretaciones que se han dado, las una transigencia cobarde, ni se descubra con- peregrinas y las no tanto, hasta llegar a la bie- victa de envidias, rencores o cualquiera pa- naventurada certidumbre definitiva. sión mezquina, sabemos cuánto hay de heroi- Pedro Cieza de León, en su “Señorío co y fecundo en una beligerancia periodística de los Incas” capítulo LXVI, después de regar consciente. Quizás una similar vocación del la infundada especie de que Ataguallpa había combate enzarzó a Alejandro Carrión y al au- nacido en el Cusco (infundio que fue hecho tor de estas líneas en un duelo, felizmente pa- añicos por Garcilaso Inca de la Vega, sobrino sajero. del último gran Inca, como nieto que era de El periodismo propiamente político de Guáscar), afirma que su nombre venía de ga- Carrión ha sido el de un escritor enfrentado a llina, porque “comía tal ave en el plato de los la demagogia, a la negación de las libertades guerreros, con quienes anduvo desde su ni- y a las tendencias y conducta pública de cier- ñez”. A base de este despropósito, los Muy tas facciones conservadoras y fascistas. La Reverendos Padres Redentoristas, de cuyas al- desfiguración tremenda de ciertos apellidos, mas se apiade el Señor en el momento en que el uso cáustico del anagrama y algunos de los lo juzgue oportuno, confeccionaron en su giros de su lenguaje polémico dejan ver a las “Diccionario Quichua” una etimología que claras su fuente montalvina. indica en forma maestra el extremo grado de Varias de las crónicas de “La otra his- confusión al que es susceptible de llegar una toria”, de las que se ha tomado esta selección, mente: “Hualpa: gallina; Ataguallpa, gallina; se publicaron en la prensa ecuatoriana. Tie- Urco-atahuallpa: gallo” y luego, como signifi- nen ellas mucho poder de sugestión. Están es- cado subsidiario: “Hualpa-huayna: joven es- critas en un estilo móvil, que lleva al alma del forzado”. lector, como afinándola y urgiéndola, por so- Es probable que toda esta confusión ri- bre los coloridos campos de su temática. Se dícula infernal venga de una anécdota conta- siente que se hace un vuelo rápido, con la pu- da por Joan de la Santa Cruz Pachacútec, el pila ansiosa de deslumbramiento y revelacio- cronista indio, que en sus “Tres relaciones de nes, sobre los horizontes del pasado y los epi- las antigüedades peruanas”, dice: “Al fin, el sodios de muchas vidas que han afirmado los Ataoguallpa preso en la cárcel, y oye cantar el trazos de la fisonomía nacional. gallo y el Ataoguallpa dice: “Hasta las aves sa- “Ataguallpa y las gallinas” (Fragmento) ben mi nombre de Ataoguallpa”. Pero si de ahí venía, si eran tan ingenuos como para creer Mi sabiduría, como la de todos los sa- que el Inca, al decir que hasta las aves sabían bios, procede de la sabiduría de otros sabios, su nombre, había dicho que el significado del LITERATURA DEL ECUADOR 309 suyo era el nombre del ave que cantaba, de- que de aquí a Macara. Los Incas llamaban a bió decirse que significaba “gallo” y no “galli- sus príncipes con nombres solemnes y gran- na”. Esta confusión llegó a conocimiento de diosos, como era lógico, como debían de ser don Fermín Cevallos, quien, de una vez por los nombres de los todopoderosos hijos del todas, la llevó a su extremo límite escribiendo: sol. Jamás podían llamar gallina a un hijo su- “Huayna Cápac tuvo en Pacha, su cuarta mu- yo, menos antes de que las gallinas descubrie- jer, reina de Quito, un hijo llamado Atahual- ran América. pa, que significa “gran pava” o “pavón”. (His- El nombre, según el acertado análisis toria del Ecuador, Tomo I, Cap. II). del doctor Horacio Urteaga, procede de las El haber cambiado el doctor Cevallos partículas “Atau” y “Allpaman” que, confor- la “gallina” de Cieza de León en “gran pava o me a la índole del idioma, que es aglutinante, pavón”, se basa en que nuestro historiador es- fundiéndose en el habla cotidiana, dan “Ata- taba enterado de que los indios no conocían guallpa”: fusión que está autorizada por las ni al gallo ni a su estimable consorte la galli- leyes del quichua, según se puede ver en la na, ya que estos exquisitos alimentos del primera y aún no superada gramática del ha- hombre fueron importados por los españoles, bla de los “runas”, que debemos al sabio lin- razón por la cual jamás pudieron los Incas lla- güista colonial Fray Domingo de Santo To- mar con su nombre al príncipe, ni tener en su más. Ahora bien, ¿qué significan esas partícu- idioma una palabra para designarlos; y por las, “Atau” y “Allpaman”? eso imaginó que lo correcto sería darle el Son un sustantivo y un verbo, acompa- nombre de una gallinácea que existía silvestre ñados de una desinencia de conjugación. en América antes de que vengan los españo- “Atau” significa “dicha y ventura en la gue- les, que es la que actualmente los campesinos rra”. “Allpaman” es el verbo luchar, con la de- dicen “sacha pava”, o sea falsa pava o pava sinencia “man” correspondiente al tiempo salvaje, como diríamos nosotros. Pero como conjugado. Así está en el Diccionario Qui- le repugnaba el que a un príncipe, destinado chua del P. Honorio Mossi. Además, el Dr. Ur- a ser un guerrero, se lo haya nombrado como teaga encuentra una autoridad de gran cali- a la hembra de una tímida especie gallinácea, bre: Anello Oliva, el autor de la “Historia del queriendo mejorar la cosa en lo posible, in- Perú”, quien traduce “Atau”, nombre del pa- trodujo lo de “gran pava” y, mejor aún, “pa- dre de Manco Cápac, por “feliz, dichoso”. vón”. Mas todo esto es un solemne disparate, El P. Mossi es una autoridad superior a que viene de no haber entendido Cieza de Cieza de León, quien nunca consiguió apren- León la anécdota contada por Santa Cruz Pa- der el quichua. El P. Mossi, en cambio, lo do- chacútec, si es que lo leyó, o de la tonta des- minó totalmente y, como don Juan León Me- figuración y tergiversación de la anécdota, pa- ra, se enamoró de él. Tanto, que en 1860 pu- sada de labio a labio hasta llegar a sus oídos. blicó en Cochabamba un libro titulado “Ensa- Y esa anécdota dice, simple y llana- yo sobe las excelencias del idioma quichua”, mente, que al oír Ataguallpa cantar un gallo que compite con el “Elogio de la lengua qui- en Cajamarca, imaginó que su canto, que no- chua” con el que comienza don Juan León su sotros entendemos decir “quiquiriquí” o “co- “Ojeada histórico-crítica de la poesía ecuato- coricó”, decía “Ataguallpa”. De allí a salir co- riana”, base angular de la historia de nuestra torreando, como Cieza de León, que Ataguall- literatura. Creámosle, pues, al P. Mossi y pa quiere decir gallina hay la misma distancia aceptemos la interpretación del Dr. Urteaga, 310 GALO RENÉ PÉREZ que está acorde con la sana razón y con la ron los hombres blancos y barbudos, que ve- pompa y gala de los solemnes y poéticos nían sobre las olas desde el otro lado del mar, nombres imperiales. los “güiracochas” (los que flotan como grasa Ataguallpa significa, pues, “el vence- sobre el agua), que procedían de una civiliza- dor dichoso”. Su nombre, lleno de vitalidad y ción militarmente más avanzada y que lo ven- poderío, fue verdadero espejo de su egregio cieron con las armas nuevas, el arcabuz y el destino: en las luchas internas del Imperio caballo, como los aliados vencieron a Alema- venció siempre, dichosamente, y fue Inca a nia en la primera guerra mundial con el tan- pesar de no ser hijo de Coya ni haber nacido que y como los americanos vencieron al Ja- en la Ciudad Sagrada. Y no sólo fue Inca, sino pón en la segunda con la bomba atómica. El que, derrotando a su hermano Inti Cusi Guall- “vencedor dichoso” no tuvo entonces otra ta- pa, llamado Guáscar (de guasca=collar) por rea que la muy dura de morir, después de que su afición a los adornos, rectificó el error de sus vencedores, bajo la cristianísima direc- su padre al dividir el Imperio entre sus dos hi- ción del Padre Valverde, se repartieran su jos y, al unificarlo bajo su cetro, devolvió al manto sagrado. Taguantinsuyo su tradicional grandeza. Des- dichadamente para él, no fue posible que to- Fuente: Alejandro Carrión, “La otra historia” Editorial Casa de la Cultura Ecuatoriana. Colección Básica de Escritores da la vida fuese “el vencedor dichoso”: llega- Nº 9. quito, 1976, pp. 13-21. X.– Antología de las últimas décadas

Enrique Noboa Arízaga (1921-…) ca y de su oportunidad. “Orbita de la pupila iluminada”, “Ambito del amor eterno”, “Imá- Nació en Cañar. Allí, y en Cuenca, genes cautivas” y “Biografía Atlántida”, libros Guayaquil y Quito ha cursado sus estudios. publicados en los años siguientes, demostra- En esta última ciudad obtuvo su grado de ron la evolución de Noboa Arizaga hacia un Doctor en Jurisprudencia y Ciencias Sociales, lirismo quintaesencial, inconfundiblemente cuya profesión ha ejercido intermitentemente. suyo, que se extendió a los más diversos asun- No ha radicado definitivamente en ningún lu- tos: la evocación tierna de los años de la in- gar, pero la huella de su labor cultural, y pre- fancia; las experiencias amorosas de la juven- ponderantemente de su fecunda vocación de tud; la conciencia dolorosa de un mundo za- poeta, ha ido quedando de manera profunda randeado por el azar y la confusión, que se e imborrable en los principales sitios de su an- niega a las solicitaciones del hombre radical- sioso itinerario. Ha dirigido, o, en otros casos, mente justo y puro; la descripción cálida, en ha estimulado la edición de importantes obras pinceladas metafóricas tan exactas como co- y antologías de las letras ecuatorianas. Ha co- loridas, de la geografía ecuatoriana y de su laborado en revistas y diarios del país. Perte- habitante; los problemas de desazón y aban- nece a varios organismos de escritores. Llegó dono del hombre europeo, víctima de los crí- a presidir la Sección de Literatura de la Casa menes de la guerra. Todo ello deja el testimo- de la Cultura Ecuatoriana, en Quito. Ha inter- nio de su abundante caudal emotivo y de un venido, más de una vez, en la vida pública. estilo inmaculado. Noboa Arízaga ha hecho Su actividad primordial, que es la de poeta, la de su expresión lírica un instrumento musical inició en los años de sus estudios universita- cuya melodía no es superficial ni causa fatiga. rios. Para entonces se incorporó, como uno Dentro de las nuevas generaciones es el de sus representantes más brillante, a la gene- maestro indiscutible del soneto. ración del Grupo “Madrugada”, fundado en 1944, y sobre cuya significación ha escrito ODISEA POR LA PIEDRA Y EL MAR uno de los estudios más lúcidos y cabales. Su (Fragmento) producción se ha vertido especialmente en el verso: “Cantos a Lídice” (Epopeya del pueblo V.- LA ICONOGRAFIA mártir), conmovedora relación lírica de la Al sur del cinturón ecuatorial, mi pueblo yace destrucción de aquella aldea checoeslovaca sobre una verde aldea de cereales y espigas. durante la guerra nazi-fascista que nos hace Trepa la roca andina con la planta descalza pensar, por su trágica expresividad, en el fa- y enciende, por la noche, el farol de los astros. moso mural de Guernica, de Picasso: su difu- Mi pequeña ciudad es de niebla y de frío sión por el mundo entero, a través de traduc- y sopla un viento enérgico por los lados de agosto. ciones inmediatas al inglés, al ruso, al ale- Este es mi pueblo de corceles y arados, mán, al polaco, al portugués y al checo, fue de valiente trigal condecorado! una consecuencia natural de su fuerza poéti- 312 GALO RENÉ PÉREZ

VI.- EL RETORNO IX.- LA ESPERANZA

Vengo, entonces, a ti, sustancia del aire y los retor- Tú, mi pequeña ciudad de niebla, donde anida nos, el recuerdo como pájaro, guarda menudo pedazo de arcilla, a devolverme a tu geo- tu eternidad de piedra, el berilo logía, de las sementeras, tu hostia de soledad, porque tú, a tus dioses errantes y su panal de estrellas, intrépido mármol duradero, en cada campo, a tu morena estirpe de castigados y vencido, en cada mayo, cuidarás tu rebaño, a tu tola que guarda el perfil de mis muertos. como cuido yo y nosotros cuidamos A ti, oh, liquen! Oh, encabritado río de la infancia! al hombre resurrecto que, de pronto, nos nace Oh, barro inmemorial de labradores sumergidos! Mira, entonces, tu repentina mano, rompiendo las murallas del alba, levantando VII.- EL PRETERITO tu laurel combatiente, mas allá de los astros, más allá… donde el tiempo doblega Ayer, en los menudos días del abecedario, su cabeza de yedra en las manos de Dios! en el ábaco que enfila sus manzanas de colores, en el lápiz despuntado con los dientes, Fuente: Enrique Noboa Arízaga. “Biografía Atlántida”. Edi- en la tiza y el polen de su mínima nieve, torial Casa de la cultura Ecuatoriana. Quito, 1967; pp. 88- estabas tú, dándome tu rostro, pequeño como un 90. grano de trigo. Quise poner la mano en tu piel, Rafael Díaz Icaza (1925-…) como después, la diestra varonil, en el vientre de las muchachas y medir tu estatura Nació en Guayaquil. Allí mismo cursó y lactar en tus pechos de piedra, empinando sus estudios. Es egresado de la Escuela de Pe- tu dulce pezón de capulí serrano. Hermosa riodismo de la Universidad. Desde las aulas madre austral de solitaria arcilla, compañera reveló su espontánea y rica disposición a la li- a través de la noche: por ti la tempestad teratura, y simultáneamente su preocupación amaina sus relámpagos y el duro cielo suelta por las condiciones aflictivas del pueblo su escuadrilla de golondrinas. ecuatoriano, que determinaron su actividad política y dieron una atmósfera social a casi VIII.- EL PRESENTE todas sus creaciones. Su iniciación, plena de Ahora, en tu remota luz, los límites del hombre atributos como pocas, le llevó al disfrute de han crecido y ya son nuestras la aureola de la deso- éxitos significativos en los comienzos mismos lación de su juventud: alcanzó premios nacionales e y el pañuelo de las despedidas. internacionales en varios concursos de poe- Nos vamos, cada vez. Yo, sobre todo, sía. Jamás ha abandonado su profesión de es- que escogí el mundo alucinado de la poesía critor, que quizás ha sido muy destacada y llené mis bolsillos con las estrellas dentro de su generación, la del Grupo “Ma- de tu noche. Yo que tengo en el pecho tu corazón drugada”. Ella ha encontrado un ambiente de tierra y salí por los valles afín, y es cierto modo propicio, en las labores a cantar y gemir. Que conocí el amor y emigré a prender tu estrella en la frente de la cátedra. Díaz Icaza ha sido Profesor de de mis hermanos. Ellos están vigilando la muerte Literatura en el Colegio Municipal “César y, sus sombras, al amanecer, rescatan el cadáver Borja Lavayen”, de su ciudad nativa, durante de la rosa, el trigo, la geografía casi veinte años. Además, ha ejercido la Vice- el geranio y la espiga. rrectoría de aquél. Es miembro de algunos LITERATURA DEL ECUADOR 313 centros intelectuales. Ha ocupado la presi- CARTAS DEL TIEMPO AJENO dencia de la Casa de la Cultura, en Guaya- quil. Presidió también, por varios lustros, el I Comité de Escritores Ecuatorianos Partidarios Ahora te escribo, madre, desde hoy. de la Paz, en cuya representación asistió al Te cuento desde París y desde Nueva York, Congreso del Desarme y la Cooperación In- desde una choza en Africa ternacional que se celebró en Estocolmo, en y desde un rascacielos, 1958. Sus viajes por Hispanoamérica y Euro- unas noticias sobre estas deshora. pa han conseguido expandir apreciablemente el campo de su sensibilidad, que se ha visto Cuando quedó mi padre prisionero, estimulada por un amplio y vario conjunto de ciudadano del sueño para siempre, motivos, explícitos en sus poemas y sus cuen- yo conté mi familia y salí a completarla por el mundo. tos. Sus principales obras son las siguientes: Recibo, desde entonces, todas las puñaladas, “Estatuas en el mar”, verso (1946); “Cuaderno me duele que mi hermano de bitácora”, verso (1949); “Las fieras”, cuen- de más allá del mar tos (1952); “Las llaves de aquel país”, verso —meridiano de llanto japonés, (1954); “Los ángeles errantes”, cuentos paralelo argelino— (1958); “El regreso y los sueños”, verso halle estroncio en el vaso de su leche. (1959); “Los rostros del miedo”, novela (1962); “Botella al mar”, verso (1965); “Los Cuando regreso, desde ayer, a ti, prisioneros de la noche”, novela (1967). Co- te contemplo dormida sobre un tiempo de hierro, crucificada de luchas y de adioses, mo puede advertirse, su producción ha abar- extraviada, porque quieres sí, de esta pelea cado los géneros de la poesía, la narración para la que tu mano tiene la azucena. breve y la novela. Es uno de los muy contados autores de los últimos veinte años que han da- II do su aportación al ya importante movimien- to novelesco de este país. Y él lo ha hecho Me llamo Jim Nevada o Vadim Poliacovski. con una capacidad sobresaliente. Un buen Tú eres mi madre, y tienes tacto en el uso de la técnica moderna, un len- un pequeño pomar en California o una finca en Ucrania. guaje de fluencia abundante y dinámica, una Pienso que me recuerdas vestido de labriego, onda constante de lirismo, un conocimiento de militar, de obrero y corredor de bolsa. seguro de las clases populares del puerto gua- Hoy visto un traje de explorador del cielo: yaquileño, un despliegue coherente de cua- trabajo en una rampa lanzadora de cohetes. dros y episodios, un hábil sondeo en los esta- dos anímicos (aun en los mas confusos y mor- ¿Cómo está nuestro hogar en San Francisco? bosos), levantan sus novelas a una jerarquía ¿Te sigue haciendo bien de veras encomiable. Como poeta es también la alegría de Kharkov? No sabes cuánto quema este cielo de alambre, harto conocido. Posee un estilo que muestra si nado en gin secreto rasgos propios, por la vertiente inagotable de y sé que te hallas sola, sus temas y emociones, por la fuerza y desen- que en este mismo instante puede dolerte el pecho fado de sus versos, entre los que las metáforas corren con llaneza y eficaz luminosidad. ¿Qué puedo responder, si me pregunta Luisa cuál es mi profesión? 314 GALO RENÉ PÉREZ

¿Cómo puedo contarle todo el miedo, escribiendo y profesando la enseñanza. Y lo toda la incertidumbre de estos días? ha hecho con prestigio tan consistente —fru- to de la amplitud de su saber, de la concien- Pienso que estás haciendo mi plato preferido cia de sus obligaciones, de la integridad de su y un pan albo y crujiente nace desde tus manos y el tío Roger habla de la guerra vocación literaria—, que ha llegado a ocupar y pregunta por mí. el Decanato de la Facultad de Filosofía y Le- tras de la Universidad de Cuenca y la Presi- Fuente: Rafael Díaz Icaza. “Botella al mar”. Editorial Uni- dencia de la Casa de la Cultura, Núcleo del versidad de Guayaquil, 1964; pp. 41-42. Azuay. En sus primeros poemas, aparecidos Efrain Jara Idrovo(1925-…) en 1947, en un breve volumen titulado “Trán- sito en la ceniza”, se dejan ya advertir los tra- Nació en Cuenca. Allí mismo cursó sus zos de sus predilecciones estilísticas e intelec- estudios, hasta graduarse de abogado. Tuvo tivas, que se han ido asentando sobre el so- una iniciación literaria temprana, por su ve- porte de la sobriedad, conquistada paulatina- hemente consagración a la lectura y un tem- mente con la madurez. Congojas de índole peramento fácilmente excitado por la belleza metafísica, penetración nerudiana en el tuéta- escondida de las nimias cosas cotidianas. Le- no de las cosas materiales, auras nostálgicas yó sin duda numerosos versículos de la Biblia, de la atmósfera familiar, imágenes bíblicas de ricos de imágenes líricas y grávidos de refle- gracia bucólica, vibraciones eróticas y senti- xiones sustancialmente tristes. Leyó lo mejor mentales, leves e iluminadas descripciones de de la poesía moderna. Acrecentó tenazmente la golondrina, de la espuma, de la nube, del su patrimonio de cultura, quizás insatisfecho vino, de la sal o del grillo, conforman el su- de los sumarios conocimientos que ofrecen gestivo mundo poético de Jara Idrovo. En la las aulas. Probó, como algunos de sus compa- etapa de su iniciación, todavía bajo el hechi- ñeros de promoción, el engañoso deleite de zo de las metáforas, las usa a manos llenas. una juventud de bohemia. Pero no renunció, Sus versos se cargan de ellas hasta con exce- en ningún caso, al gobierno de una inteligen- so, sacrificando en cierto modo la onda inte- cia que no cesaba de dar robustez a su perso- lectual que corre, casi imperceptible, por lo nalidad, fecunda para las letras y la actividad bajo. Pero en algunos momentos halla el jus- docente. Porque Jara Idrovo muestra aquella to equilibrio, y nos entrega cuadros líricos dualidad que es tan corriente en los intelec- muy hermosos, como los de “Breve semblan- tuales del mundo entero, la de escritor y cate- za de la golondrina”, “Integración de la nu- drático. En él han sido simultáneas la poesía y be”, “Tentativa de ingreso en la espuma”, to- la enseñanza, desde la estación juvenil. Y, por dos de su primer libro. En los posteriores, que vocación de veras, no ha desdeñado ni el ma- han sido pocos, ha ido conquistando una je- gisterio primario ni el de colegios. Hace algu- rarquía de gran poeta, por el ejemplar domi- nos años fue hasta las desamparadas Islas de nio del idioma y la técnica de la composición. Galápagos para ejercer una cátedra. Volvió más cargado de solidaridad humana y de ter- BREVE SEMBLANZA DE LA GOLONDRINA nura, más enterado de la difícil realidad del Remera de los cielos, incansable turista, país, y con el corazón deslumbrado por el tu nombre está en la guía frutal de las manzanas paisaje pluricolor de aquella antigua y enig- y en la rosada lista de emigrantes de estío. mática porción insular de su patria. Continuó LITERATURA DEL ECUADOR 315

Llegas en el balandro azul de primavera, ción trimestral de poesía. Representa a su país trayendo un cascabel de vidrio en la garganta. en la redacción de la revista “Jornada Poéti- En la ventana esperan tu cita los geranios. ca”, de Arequipa, Perú, y de la revista “Reac- tions”, de Viena. Aparte de sus obras, que han Nervioso y exaltado parpadeo del alba, llegas cuando la savia asciende con más ímpetu recibido una entusiasta adhesión de la crítica, por la escala de harina de los viejos olivos. cuenta con muchos versos que han integrado antologías nacionales y extranjeras. Entre és- De la gente aldeana, tú eres el barómetro: tas hay que mencionar la de Seis Poetas Ecua- sensible a la imprevista presencia de la lluvia torianos, publicada en inglés y español por la o al cortejo de grillos que acompaña al invierno. Unión Panamericana de Washington, en 1964. Ha obtenido, año tras año, premios y Cortan tus diminutas tijeras de ceniza aéreos heliotropos y la hélice del viento. menciones de honor en concursos de poesía Tu dardo abre en el aire un túnel de diamante. que se han organizado en las principales ciu- dades del país. Ello demuestra el éxito con Edificas el tibio hoyuelo de tu nido que este destacado autor ha ido haciendo su en las rojas tortugas que fingen los tejados. fecunda carrera literaria, iniciada en la ado- Por las tardes practicas el vuelo en escuadrilla. lescencia. Su producción —toda ella en ver- so— está contenida en “Sobresalto”, “Las Minúscula inquilina de torres y campanas, al caer el crepúsculo se orea en los alambres ocupaciones salomónicas”, “Valija del deste- tu frac cosmopolita, castigado de climas. rrado” y “El espejo negro”. La aparición de “Sobresalto” señaló, Pequeña golondrina, desmayado lucero tempranamente, algunas de las características que perdió su semáforo de azúcar argentada, permanentes de la poesía de Carlos Manuel tu cascabel de vidrio ha de guiarme al cielo… Arizaga. Y ello parece probar la sinceridad tan Fuente: Efraín Jara Idrovo. “Tránsito en la ceniza”. Editorial diáfana con que siente sus temas y la rara fir- Universal de Cuenca, 1947; pp. 19-20. meza de una personalidad que no acepta la ajena incitación a los cambios. El poeta es Carlos Manuel Arízaga (1938-…) siempre el mismo —generalmente melancóli- co, muchas veces escéptico y amargo, tierno Nació en Cañar. Ha realizado sus estu- y conmovido por los recuerdos de la madre, dios superiores en la Universidad Central de erótico a instantes, atormentado de manera Quito, en donde obtuvo el título de Licencia- constante por el hambre y el dolor de las mul- do en Ciencias Públicas y Sociales. Posterior- titudes—: el poeta es pues el mismo desde mente cursó la Escuela de Derecho. Estudió aquel su libro augural hasta su mas reciente, también Literatura y Arte Italiano Contempo- “El espejo negro”, de 1970. La alegría que su ráneo en la Universidad para Estudiantes Ex- frustra, la esperanza derrotada, la injusticia tranjeros de Perugia (Italia). Su vida dentro de social, la sinrazón de las guerras, el atropello la cultura ecuatoriana ha sido tan activa como armado, la escudilla hambrienta del trabaja- brillante. Es miembro del Grupo “Caminos”, dor, los amagos cotidianos de la muerte, col- del Grupo “Galaxia”, de la Sociedad Jurídica man sus versos de un triste licor. El estilo de y Literaria, y representante titular de la Casa ellos es por lo común sencillo, pero desapaci- de la Cultura Ecuatoriana por la Sección de ble, casi hosco al tacto del que anda buscan- Literatura. Es coeditor de “Alcancía”, publica- do falsos remilgos formales. 316 GALO RENÉ PÉREZ

“Lienzo para un Museo de Hiroshima” De hoy en adelante, (Fragmento) vendrás conmigo al mar y me llamarás pescador porque he cambiado mis cuadernos Entregaste a mi cuerpo por una sarta de delfines tu inocencia de extranjera campesina torturada. VII Al pie de tu espanto colocó la guerra Vuelves comarcas de niños mutilados; y nunca te has ido tan lejos, necesitaba esta tristeza vuelves larga de ternura, para ser tu hermano de hospital, vuelves estas ganas de llorarte, mientras disparo necesitaba cometas de azúcar sobre el mundo. para ser tus alaridos, tus heridas, tu pobre Hiroshima asesinada. Asomas breve, por demás sencilla, Y pensar que estás viviendo asustada, triste, enamorada. más allá de las cruces y pensar que estás vigilada CSobras en la demanda por la violencia del tiempo de mis brazos. y pensar que estás incomunicada por orden del silencio. No sé de qué lado acostarme para que amanezca Ay, mía y dolorosa más temprano. vuelve a mí tus ojos para que sepas de cuanta soledad Ya sin remedio mía, eres culpable. mi aliada en el deseo, derrúmbame en tus brazos VI y gástame hasta topar el alba Te escribo desde el mar, con nuestros cuerpos juntos. medio pliego de tristeza y tu carta fechada con barcas Fuente: Carlos Manuel Arízaga. “Valija del desterrado”. que saludan pitando Editorial Casa de la Cultura Ecuatoriana, Quito, 1968; pp. y con una gaviota en cada punto aparte. 45-52.

Dueño de una amargura Carlos Eduardo Jaramillo (1932- …) que no se endulza con toda la miel del mundo, Nació en Loja. Allí cursó una parte de te escribo sus estudios. Obtuvo su título de abogado en hija del pasto y la bonanza, la Universidad de Guayaquil. Su ascensión en mi pastora dolorosa, las letras ha sido rápida e indiscutiblemente mi techo en la tempestad de todos los dolores recontados. justa, pues posee un gran talento para la ela- boración de una poesía del más claro linaje. A renglón seguido de tu nombre Ha triunfado en varios concursos nacionales, mis manos provocan el vuelo de un gorrión convocados por la prensa y la universidad para que regreses. guayaquileña. Pero ése no es el mejor testi- LITERATURA DEL ECUADOR 317 monio de la calidad impar que ha ido con- La huella es propiedad de quien la guarda quistando su obra, desde la aparición de “Es- de a quien ajusta y la recorre critos sobre la arena”, en 1955, hasta “El exactamente como huella propia hombre que quemó sus brújulas”, de (1970), anticipada de su pie que pasa, porque más bien lo es su evidente empeño de mientras los viejos pies se descascaran como cosa sagrada una perfección constante. Si en efecto son y olvidada. muestras hermosas las de sus “150 poemas” y las de “Las divagaciones de Jacob”, lo de ve- Fuente: Carlos Eduardo Jaramillo. “El hombre que quemó ras logrado son sus poemas últimos. En ellos sus brújulas”. Editorial Casa de la Cultura, Guayaquil, 1970; pp. 15. está la prueba mejor de su temperamento líri- co, que destaca no sólo dentro de las lindes Teodoro Vanegas Andrade (1926- …) de su generación. Carlos Eduardo Jaramillo ha tenido el raro acierto de combinar la emoción Nació en Cuenca. Hizo sus estudios en y el concepto en diáfano equilibrio, y de ahí la misma ciudad, en cuya Universidad obtuvo surge la forma de sus versos, desenvuelta y el título de abogado. Aunque se ha revelado comunicativa. Su estética no se apoya en el contrario a agremiarse en ningún grupo de es- artificio ni en los primores de una técnica ver- critores, se acostumbra a ubicarlo dentro de la bal engañosamente atractiva, y es más que generación de “Madrugada”. Actualmente es muchas, sustancialmente, eso: una verdadera miembro de la Sección de Literatura de la Ca- estética. Su brío, la línea pura de su contorno, sa de la Cultura Ecuatoriana. Ha viajado mu- surgen de una transparente inquietud intelec- cho, por América y Europa. tual. Por eso nada de lo radicalmente huma- Vanegas Andrade es un poeta que ha no le es extraño: la sensualidad del amor, la seguido su camino sin desmayo, sin desalien- brutalidad militarista de nuestro tiempo, la va- tos, altamente convencido de que el ejercicio nidad de los goces y de los afanes, el dédalo lírico es un aprendizaje de cada día, alimen- de absurdos de cuanto existe, las hesitaciones tado por la suma contradictoria de las expe- frente a Dios, la soledad, la cursilería amarga riencias personales y por la entrega paulatina, que viene aparejada a los días, la muerte. difícil, de las huideras formas del arte verda- dero. Eso es fácil advertirlo siguiendo la hue- EL PIE Y LA HUELLA lla de su propio itinerario. En “Estación del Las huellas de ese pie se dicen más abismo”, su libro de 1949, y en “Ubicación Alguien camina por esas viejas huellas del hombre” que apareció en 1951, se dejan Y acomoda su pie y el pie se ajusta ya notar sus atributos de poeta: el caudal de mejor que el de quien fue su propietario. su emoción, que mana de sus reconditeces sentimentales, y el saludable impulso por ha- La huella de ese ser, de esa instantánea llar un cauce expresivo simple y seguro. Pero del ser, digo la huella que perdura, el empeño, por ser tan legítimo y honrado, ¿es nuestra propiedad porque un yo sucesivo descubre todavía el tacto del que vacila por- habitemos, que no es su antecedente? ¿Hay propiedad de huella? ¿Es alguien propietario que no renuncia a servirse de sus propios me- de sus yos emanados, porque dura la cáscara dios, aun en esa etapa de la iniciación. En la cubriendo nuevos yos, quizá contrarios? antología que se publicó en Cuenca, en 1965, bajo el título de “Tres poetas ecuatorianos”, 318 GALO RENÉ PÉREZ los versos de Vanegas —casi todos de su pri- AMARGO mera producción— ocupan quizás un lugar subalterno con respecto a los de sus compa- Amargo el sol ñeros Jacinto Cordero Espinosa y Eugenio Mo- en llaga de salitre. Amargo el viento reno Heredia. En ese pequeño libro tripartito en flechas de salitre. se levanta sobre todo la figura de este último, Amargo el mar aun a pesar del vigoroso talento y la exquisita en la resaca turbia del salitre. ciencia poética de Cordero. Moreno Heredia Amarga la mañana, (autor hasta entonces de seis libros en verso) la tarde probó la cautivadora diafanidad de un estilo y hasta la luna amarga. en el que la plenitud de la corriente verbal es- tá sostenida por un poderoso juego de imáge- Amargo el suelo, la nube, nes, ideas y emociones. Poemas como “Ecua- y la lluvia dor padre nuestro”, “Baltra”, o “Un niño duer- amargas sin remedio. me en un cementerio lejano” (elegía de valor equiparable a la que escribió para su “hijo de Amargo el pan la luz y la sombra” el genial poeta español del hombre Miguel Hernández) no pueden ser olvidados que le tocó vivir en la literatura del Ecuador. De manera que de este País su amarga cabecera. fue difícil que Vanegas Andrade se colocara Pan amargo y pequeño, en la posición singularísima de sus dos con- que no pesa el sudor de un día en las arenas. rráneos, compañeros de su Grupo “Madruga- da”. Pero, algo más tarde, con “Señales de la Amargas las pupilas erranza”, que se editó en 1969, ascendió a un del que llega a esta llama de salitre. primer plano, indisputable. Es decir que la crí- Amarga la partida tica consigue ver con rasgos evidentes, a tra- del que se quema en esta llama de salitre. vés de los pasos llenos de fe y de inteligencia Y amargos los gusanos de este autor, una evolución sin pausas ni y hasta los huesos quebrantos. En “Señales de la erranza” está el carcomidos y rojos por esta llama de salitre. testimonio de sus impresiones viajeras a lo Amargo corazón; largo de muchas ciudades: Arica, Santiago, amargo el paso Valparaíso, la Paz, Asunción, Río de Janeiro, del que deja una estatua de salitre. Mar del Plata, París, Moscú, Praga, entre otras. Pero en sus imágenes no hay casi la Amargo el túnel consabida nota colorista de este tipo de des- de la voz, cripciones, sino el trémolo de una humanísi- de la sangre, ma preocupación social y la cálida confiden- con que escribo doliéndome esta página. cia de las soledades íntimas, las ternuras, los Puerto de Iquique, 1957. desahogos eróticos, los encuentros sentimen- tales que ha experimentado el autor en su tan Fuente: Teodoro Vanegas Andrade. “Señales de la erranza”. Editorial Casa de la Cultura Ecuatoriana, Quito, 1939; pp. sugestivo itinerario. Y todo ello ha encontrado 15-16. un estilo de límpida fluidez, en que las metá- foras se usan con sencillez y propiedad. LITERATURA DEL ECUADOR 319

Manuel Zabala Ruiz (1929 …) BIOGRAFIA HUMILDE

Nació en la ciudad de Riobamba. Hi- Asno: príncipe bíblico, transportador de dioses… zo estudios superiores en la Universidad Cen- Cargada está de aureolas tu antiquísima raza; tral de Quito. Obtuvo el título de Licenciado hueles a nacimiento, a pesebre, a establo, en ciencias de la Educación. Su vida universi- a palmas de victoria y a bienaventuranzas… taria le mostró con su doble vocación, mante- Tenor en decadencia, tu voz se ha vuelto escánda- nida siempre con fidelidad: la de poeta y la de lo… docente. Sus trabajos líricos han seguido apa- Pobre judío errante, sin usuras ni lujos, reciendo, bien que limitados por la severa vi- hace miles de años que no cambias de terno gilancia crítica del propio autor. y tu elegante frac lo ha desteñido el uso… Su ejercicio de la cátedra lo ha cumpli- do en las aulas de colegios y de la misma Fa- Ermitaño salvaje, meditas el breviario que l rondador del indio dice con triste dejo; cultad en que él se graduó. Ha participado y, como si asumieras el dolor de su raza, con éxito en concursos de poesía de Guaya- tienes el pesimista caminar de los reos… quil y de Riobamba. Ha recogido su produc- ción en verso en dos volúmenes: “La risa en- Tus ojos son dos negras recetas de dulzura; cadeda, de 1963, y “Teoría de lo imposible”, cultivas el silencio como una hierba buena. de 1970. Su nombre ha sido celebrado con Oh ¡discípulo amado de Platón o Aristóteles! justicia por sus compañeros de generación, eres el proletario reloj de las aldeas… que son los del Grupo Caminos. Ademas, fue Gozas como un buen sabio, en espantar las mos- escogido para formar parte de la antología cas, que la Unión Panamericana, de Washigton dar coces a los perros, a los diablos patadas, editó en 1946 bajo el título de “Young poetry arrancar con los dientes la hierba del camino of the Americas”. Zabala Ruiz estuvo entre los y escribir jeroglíficos de cristal en el agua… seis poetas jóvenes seleccionados por el autor de estas líneas, junto con Carlos Manuel Arí- Tú insultante a Balaam en hebreo legítimo; zaga y Ana María Iza, entre otros. y, por sabio que tiene rebeldías audaces, Manuel Zabala Ruiz es poseedor de un te castigó el Eterno, como a los niños malos con dos arejas grises, lanudas y gigantes… fino instrumento expresivo. Sus imágenes tie- nen la levedad, la gracia y la exactitud de una Yo sé que irás al cielo con sayal franciscano acuarela. Comunica al lector en un lenguaje a ponerte al servicio del divino portero; casi gráfico, envuelto en una tenue onda mu- pero, óyeme: allá arriba, no entonces los matices sical, el gozo de sus descripciones. Su poesía ni espantes con tu rabo las estrellas del cielo… dibuja el contorno de las cosas, y en ese res- Fuente: Manuel Zabala Ruiz. “La risa encadenada”. Im- pecto es del mismo linaje que la de Carrera prenta Municipal, Quito, 1962; pp. 13. Andrade. Su “Biografía humilde”, que es uno de sus mejores poemas, tiene parentesco con Fernando Cazon Vera (1935- …) “La vida perfecta” de aquel autor, pero sin sa- crificar su propia originalidad. A veces, como Nació en Quito, pero desde sus prime- en los versos de “Monstruos”, revela una ros años ha vivido en Guayaquil. Allí cursó apreciable destreza en el rápido esbozo de los sus estudios, hasta terminar la carrera univer- caracteres humanos. sitaria de Leyes. Su ejercicio literario ha sido 320 GALO RENÉ PÉREZ

primordialmente el de la lírica, pero también Cómo el tiempo, sin embargo, nos vuelve distintos, ha servido y sigue sirviendo en el periodismo. cómo nos hace ver imágenes que siempre hemos Perteneció a “La Nación”, “La Hora” y “La tenido por delante y conocer verdades que estuvie- Razón”. Todo ellos diarios guayaquileños. Co- ron escritas o fueron por muchos pregonadas. mo poeta ha conseguido prestigiar su nombre Cómo nos hace meditar más hondo en un amor que nunca dejó de seducirnos, a través de varios libros, en los que atraen su creer en un esfuerzo que mirábamos de los otros voluntad de estilo y su preferencia por lo más y considerarnos un eslabón más de la larga cadena sustantivo de los temas. Ha publicado: “Las a la que no pudieron separarnos ni cortándonos el canciones salvadas”, 1957; “El enviado”, cordón umbilical. 1958; “La misa”, 1967; “El extraño” y “La gui- tarra rota”. Al igual que sus compañeros de Cómo el tiempo preside y llena los infinitos círcu- promoción, ha participado con éxito en va- los, rios concursos nacionales de poesía. cómo se bebe las aguas y luego las repone, como muerde los panes para después multiplicarlos Si bien en uno de aquellos volúmenes y multiplica los frutos —”La guitarra rota”— ha plasmado con gusto y multiplica los peces y flexibilidad la forma noble del soneto, lo co- aunque esté igualmente en las pacientes manos mún ha sido su fuerte disposición al verso li- del hombre que teje las redes y las arroja una tarde bérrimo, en el cual se queda sonando, hasta al mar. su última vibración, el metal de sus desazones intelectivas. En “La misa” hay sobre todo un El tiempo de nosotros, motivo de sus hesitaciones y de negación fi- al que sometimos con números nal: Dios. Y hay, también, un juvenil repudio para sentirlo crecer, para sentir que nos destruye; al que le pusimos de corazón un péndulo, a la muerte, explícito en el poema del mismo al que llamamos instantes en los funerales noctur- nombre. nos de una rosa y calificamos de siglo a cada edad de las pirámides. EL TIEMPO Algún día, El tiempo sigue intacto más allá de la paciencia, y nos limita más allá de los cielos, y nos destruye mas allá de las edades y las resurrecciones, y nos transforma desbordada la sed, abarrotada el hambre, sin tomar nada de nosotros, simplificados los idiomas al más elemental de los sin importarle las innumerables cortezas cuando sonidos, nos descascaran ni las migajas que de nosotros que- agotaremos nuestras manos da en cada sitio que posamos ni lo que no quisimos y seremos la última vejez de una especie que ha vi- dar y nos quitaron vido bastante. —en las heridas y en las mutilaciones Entonces, no podremos hacer girar las cuerdas ni las ideas absurdas que vomitamos del pensa- ni hacer caer la arena exacta miento ni habrá un cuerpo que, siguiendo la dirección de ni los odios inútiles que rozamos como a hierba la plomada, mala haga de su sombra una manecilla frente al sol. ni las palabras que nos recuerdan lo más tremendo Y el tiempo saldrá huyendo de todos sus registros y que dejamos escritas en los muros, y ya no oirá que lo dividen con las uñas o con lo que nos sobró de la sangre. ni el golpe de la campana llamando a misa LITERATURA DEL ECUADOR 321 ni el sonido de las sirenas clausurando los horarios Rubén Astudillo deja correr una aura ni el canto de los gallos inaugurando el día. de desolación por buena parte de su obra, Saldrá libre, que toma por eso los acentos de la elegía. El sin guarismos de segundo, clamor de las injusticias y de las mezquinda- sin tener que recorrer los 360 grados de la esfera, des y el odio, el testimonio de la soledad, de y se encontrará frente a los dioses —si es que exis- los abandonos radicales, de la muerte, y tam- ten— y a los ángeles hechos a imagen y semejanza bién, a trechos, una cálida y violenta onda y agotado de libertad sensual, integran el electuario de sus poemas. se pondrá a llorar con ellos, En su forma es dable advertir la proyección inútiles todo, cabalmente inútiles, del estilo nerudiano. porque ya no serán nada sin lo hombres, nada sin los hechos culpables o victoriosos de los CRONICA FINAL hombres. Pero acordamos sobrevivir Fuente: Fernando Cazón Vera. “La misa”. Guayaquil, 1967; pp. 25-27. De hueso a hueso, de latido a golpe; de arena a piel, volver a construir un templo universal como Ruben Astudillo (1938- …) antes del despojo. Otro Nació en El Valle, Azuay. Estudió en campo de amor. Otra colina clara. Otra Cuenca, hasta completar su carrera universi- costumbre taria de abogado. Durante cierto tiempo per- de gozo solidario. Yerbas y encantamientos sin maneció en las Islas de Galápagos. Pronto re- herrumbre. veló las singulares condiciones de su talento Sin embargo, cuando quisimos comenzar de nuevo de escritor, que le abrieron camino hacia po- algo se convirtió como de mano en garra siciones destacadas dentro de la vida cultural dentro de cada uno, al fondo. Todos del país: fue redactor del hebdomadario “El querían todo para sí, y el resto Tiempo” y Jefe de Redacción de “El Mercu- que vaya a buscar tierra donde caerse muerto. Y rio”, diario que, igual que el anterior, se edita fuimos. en la capital azuaya. Dirige, además, la revis- ta literaria “Syrma”, que apareció hace ya va- En eso estamos desde entonces. rios años. Ejerció la dirección del Departa- Encerrados a dentellada pura y a exorcismos; tra- mento de Educación y Cultura Popular de la tando de no vernos y seguir. Vistiéndonos de pozos Municipalidad de Cuenca. Presidió así mismo y metrallas; cercándonos con dagas y venenos; pas- la Sección de Literatura de la Casa de la Cul- tando la ilusión de estar tura, Núcleo del Azuay. Ha publicado los si- seguros; inviolables con cada costra; dueños de ca- guientes libros de versos: “Teoría de la ausen- da cia”; 1958; “Desterrados”, 1961; “Canción podredumbre. Así. para lobos”, 1963; “Selección poética”, 1969; Desde “El pozo y los paraísos”, 1969. Ha interveni- esa do en varios concursos de poesía, y hay que fecha recordar aquí el Segundo Premio “Ismael Pé- en vez del paraíso común y sus rez Pazmiño”, que obtuvo en 1970. bengalas, todos 322 GALO RENÉ PÉREZ hemos tentado construir el nuestro Ana María Iza posee el secreto de la propio, entre las ruinas. Y hemos sembrado y cose- verdadera poesía. Se expresa en frases de apa- chado rente simplicidad, tersas en su fácil fluencia únicamente muros, más altos cada vez, más asfi- verbal pero iluminadas desde sus adentros xiantes. por el fuego de la emoción y el vivo destello Desde entonces acá y entre fermentos, voces y de la inteligencia. aromas ácidos y quiebras, estos son nuestros paraíses cuotidianos, nuestros pozos FORMULA del hiel, nuestros narcisos negros; nuestra lenta Para soñar: mortaja invulnerable: las trincheras, las hojas mi- no hay que pedir permiso, gratorias del ni clamar, hospital y las cloacas, la rueda del ni humillarse, mercado, el túnel del terror, las pestilentes ni pintarse la boca; cavernas de oración; los becerros del miedo, los basta entornar los ojos hongos y sentirse distante. sin raíz. Tal vez sueñe la noche y, en medio de que deja de ser noche; ellos, los peces en ser barcos Nosotros los barcos en ser peces como flores y en ser cristal el agua. de lepra Soñar… deshaciéndonos. es cosa simple; no cobran un centavo, Fuente: Rubén Astudillo y A. “Diez al revés del tiempo”. basta dar las espaldas Editorial Casa de la Cultura, Guayaquil, 1969; pp. 25. a las horas que pasan y taparse el dolor, Ana María Iza (1941- …) los oídos, los ojos Nació en Quito. Hizo sus estudios uni- y así estar, versitarios en la misma ciudad, pero los aban- estar… donó para ingresar al Conservatorio Nacional hasta que nos despierten de Música. Se incorporó luego como soprano con un golpe en el alma. en el Coro de la Casa de la Cultura Ecuatoria- na. Ha viajado en misiones artísticas. Es Fuente: Ana María Iza. “Pedazo de nada”. Editorial Casa de miembro del Grupo Caminos. Lo más eviden- la Cultura Ecuatoriana, Quito, 1961; pp. 8. te en ella es la finura de su temperamento, ap- Antonio Preciado(1940- …) to para la música como para el verso. Ha pu- blicado dos poemarios: “Pedazo de nada” y Nació en Esmeraldas. Allí cursó sus es- “Las puertas inútiles”. Formó parte de la se- tudios elementales y secundarios. Los supe- lección de seis poetas ecuatorianos que apa- riores los hizo en la Universidad Católica de recieron en “Young poetry of the American”, Quito. Ha viajado por Cuba y Centroamérica. edición de la Unión Panamericana, de Was- En 1966 obtuvo el Primer Premio en el con- higton. También se han difundido sus trabajos curso de poesía “Ismael Pérez Pazmiño”, de en los cuadernos de “Lírica Hispánica”, de Guayaquil. En 1960 publicó su único libro: Caracas. LITERATURA DEL ECUADOR 323

“Jolgorio”. Varias de sus composiciones, tam- José Martínez Queirolo (1931-…) bién triunfadoras en certámenes estudiantiles, se han venido publicando en el diario “El Nació en Guayaquil. Allí mismo cursó Universo”, de aquella ciudad. sus estudio universitarios. Se inició en las le- Es sugestiva la poesía de Antonio Pre- tras a los dieciséis años de edad, descubrien- ciado. Tiene ritmo ágil y deleitoso, movimien- do una capacidad singular para el teatro y el to sensual y el colorido que es propio del can- género narrativo. Desde su aparición en la es- to afro-americano. Por su ancestro negro y las cena literaria atrajo la atención por su origina- características de su creación poética está en lidad. La técnica, la trama argumental, el ins- la línea de Nicolás Guillen y de Palés Matos, trumento expresivo se han amoldado dócil- brillantemente respaldada en nuestro país por mente a esa condición personal autonómica Adalberto Ortiz y Nélson Estupiñán Bass. Su frente a los yugos de la rutina en este tipo de obra es de las más firmes y legítimas de la lí- creaciones. Sus éxito en el campo del drama, rica ecuatoriana. tan abrumado en este país por la improvisa- ción y la mediocridad, están plenamente jus- LAVANDERA tificados. Martínez Queirolo ha conseguido crear sus personajes con brío y naturalidad. Arrodillada sobre la arena, La conducta de éstos, en que transparecen las golpea, enjuaga, tuerce la zamba, motivaciones subjetivas con elocuente clari- sin concha e piangua, Flora Matamba: dad, y la rica espontaneidad de sus diálogos, agua, jabón y manos morenas. revelan bien la maestría de este autor. Tanto Cachimba en boca, canta que canta: en sus cuentos como en sus piezas teatrales “No, no, no, mi señó, mis señó, ha ejercitado desde la adolescencia un don no, no, no a la mina no voy”; satírico de eficaz agudeza, siempre destinado cabeza atada con tela blanca. a mostrar el fondo de cursilería y de iniquidad de la vida social, o la hipócrita condición ín- Hierve que hierve, que hierve el agua, tima de nuestras gentes. Es autor fecundo. Ha sobre las tulpas la lata está; batas, camisas, faldas, enaguas, puesto en escena varias de sus obras: “Gote- a ese infierno van a pará. ras”, “La casa del que dirán”, “Las faltas justi- ficadas”, “El baratillo de la sinceridad”, “Ré- Dale que dale, ¡cho!, no desmaya, quiem por la lluvia” (Brillante demostración las manos negras de acá pa allá. del uso del monólogo), “Montesco y su seño- La ropa seca sobre la playa, ra”, “La balada de la Cárcel de Reading”. Ca- ya más lueguito la irá a planchá. si todas ellas se publicaron bajo el título de Lava que lava Flora Matamba, “Teatro”. Es, sin lugar a discusión, el principal lava que lava sobre la arena, autor dramático del Ecuador de estos años. lava que lava, lava la zamba, Martínez Queirolo ha sido incluído en una lavan que lavan sus manos negras. antología teatral de Hispanoamérica. Su ta- lento y experiencia le han llevado a dirigir un Fuente: Antonio Preciado. “Jolgorio”. Editorial Casa de Cul- grupo de actores en Guayaquil. tura Ecuatoriana, Quito, 1961; pp. 31. 324 GALO RENÉ PÉREZ

ULTIMA ESCENA ba limpio a limpio! ¡Nada de jabones que lavan so- DE “REQUIEM POR LA LLUVIA” los mientras las lavanderas se acuestan a fumarse un cigarrillo! ¡Una buena lavandera —y la Jesusa lo Y ahora dicen que fui yo el que la maté, yo solo. Las era— no cree en semejantes sandeces! Se pasaba la vecinas correrán las noticias por el barrio. Desde vida fregando, restregando, raspando… ¡No había mañana seré para todos: “el borrachín ese que ma- mancha por innoble que fuera que se le resistiera! tó a la Jesusa’. ¡Manchas de tinta, de pus, de sangre! ¡Manchas sin Porque en el barrio no saben, no se dan cuenta. Y nombre que no pudimos nunca descifrar! ¡Lavaba, es tan fácil echarle a uno la culpa. hervía, almidonaba, planchaba, zurcía! ¡A tres su- Es cierto que me propasé con esto (mostrando la cres los pantalones y a uno cincuenta las camisas! botella), que como no tenía dinero para conseguir- Con lo caros que están el jabón, la leña, el almidón la me puse yo también junto al montón a registrar y hasta el sol… vuestros bolsillos, a disputar con mis chicos los pe- —¡Sol! ¿Por qué no sales a tus horas, sol? queños hallazgos… y, que cuando por casuali- (Llora, saca del bolsillo un pañuelo con el propósi- dad… —por casualidad— algún billete aparecía se to de llevárselo a los ojos, pero…) los arrebataba y salía a la calle a la cantina. ¡Este pañuelo tampoco es mío! ¡Lo he tomado sin Es cierto que empecé a pegarle a la Jesusa…, que duda del montón!… Lleva las iniciales K.J.C. ¿Ese muchas veces le arranqué los cordeles y le hice señor K.J.C. está presente? (Llamando) K.J.C.… caer la ropa recién lavada sobre el lodo. ¡K.J.C! ¡Que se acerque el señor K.J.C. a reclamar Pero todo esto lo hacía porque la quería, porque me su pañuelo) daba rabia verla así, lavando todo el día vuestra ro- ¡Trapo sucio! ¡Trapo inmundo que he estado a pun- pa… Después, me arrojaba llorando sobre el mon- to de lavar con mis lágrimas…! ¡Que sepa tu dueño tón y allí me dormía…, me sentía tan sucio…, con que seguirás sucio porque ya se le fue la lavande- la esperanza de que al día siguiente ella me reco- ra!… (Arroja el pañuelo al suelo y lo pisotea) Sí, sa- giera a mí también como a uno de vuestros trapos y bedlo todos… me echara a la tina y me lavara… ¡La Jesusa se ha ido!… ¡Ya se nos fue la lavandera! Y esta mañana la mate, la matamos… ¡Cayó junto a ¡Inútil será que saquéis avisos en los periódicos pa- la tina como un soldado frente a su trinchera! Esta- ra buscarle reemplazo!… ¡”Se necesita lavande- ba tan enferma: últimamente ya no cantaba… ¡La- ra”!… ¡Ahora va a tener que lavar cada cual sus tra- vaba y tosía! ¡Lavaba y tosía! ¡Le dolían los ovarios, pos sucios!… los huesos, la cintura!… ¡Sus manos ya no eran ma- (Abre el atado y empieza a arrojar enloquecido las nos!… ¡pero qué dejaba vuestra ropa, qué limpia! prendas que contiene). Ahora dizque hay esas máquinas automáticas que ¡Trapos sucios! ¡Trapos manchados por vuestros lo lavan todo. ¡Mete usted una pastilla de jabón, cuerpos! ¡Lacras que ocultáis a la vista de todos! aprieta un botón y listo! (Con voz de propagandis- ¡Huellas de pecados sin nombre que no os atrevéis ta) ¡Lavan y secan! ¡Lavan y secan!… Las madres de a confesar! ¡Pieles de víboras! ¡Pieles de víboras! familia meten a sus hijos con ropa y todo dentro de (Con una prenda sucia entre las manos) las máquinas y los mocosos salen limpios, rozagan- ¡Vamos a darle duro con el jabón! ¡A raspara! ¡A tes… ¡Lavan y secan! ¡Lavan y secan! fregar! A lavar, a cantar… (Cayendo lentamente de ¡Pero no se van a comparar con la Jesusa! La prue- rodillas) ¡Porque la Jesusa —mi Jesusa— se ha ido! ba es que la señora Smith, esa gringa que está sen- Ya se nos fue la lavandera… ¡Ella está allá arriba, la- tada allá, en el fondo… ¡Señora Smith, no se escon- vando en gran escala! ¡Ella está controlando la sali- da! ¡Usted tiene una máquina de esas y sin embar- da del sol!… Por eso, desde ahora, el cielo estará go, ha sido ahora una de nuestras mejores clien- más limpio, las nubes como recién lavadas… ¡sólo tes!… ¡Porque la Jesusa era incomparable! ¿Qué aquí, abajo, estará sucio, sucio, sucio, sucio!… Por- mancha podía resistir a sus manos? ¡Sin usar lejía ni que el verano es largo… y nosotros… como las ví- otras substancias que destruyen la ropa! ¡Ella lava- boras…, ¡tenemos que mudar de piel!… LITERATURA DEL ECUADOR 325

(Llamando) en sus trabajos ensayísticos, se percibe el Lluvia, Jesusáaa. Lluviaaa… aliento de un amor indeclinable por lo ecua- (Cae sollozando sobre el suelo y que da tendido co- toriano y lo hispanoamericano. Aunque, da- mo un trapo más entre el montón, cuatro o cinco das la estructura novelesca y la forma de ex- criaturas, con retazos de luto en las solapas, se le presión que el autor ha elegido para esta obra, acercan y después de recoger los trapos, lo obligan que no se muestran nada simples, aquel sen- a levantarse y se lo van llevando calle abajo). timiento parece no haber asumido una evi- Fuente: José Martínez Queirolo. “Réquiem por la lluvia”. dencia explícita y directa. Porque, efectiva- (Historia crítica del teatro ecuatoriano, Vol 2 por R. Descal- mente, debe aclararse que lo primero que se zi). Editorial Casa de la Cultura Ecuatoriana, Quito, 1968; pp. 1.683-1.686. advierte en sus páginas es un impulso volun- tarioso por derogar los esquemas tradiciona- Renán Flores Jaramillo (1928) les de composición, propios de la novela li- neal. La usual coherencia episódica, el orden Nació en Quito. Sus estudios los reali- temporal, la figura de la realidad, y hasta el zó en la misma ciudad, hasta dar remate a su oficio de las palabras en su esperado enlace profesión universitario en el campo de las sintáctico y lógico, han sufrido las revueltas Ciencias Jurídicas y Económicas, obteniendo consecuencias de una insofocable impacien- el título de Doctor en Derecho por la Univer- cia creadora. Lo que el narrador he ensayado sidad Complutense de Madrid. Es licenciado es una difícil tentativa de ordenación interna en Ciencias de la Educación y está en pose- —de los propósitos de interpretación subjeti- sión del título de periodista. Pero su vocación va y de fijación subyacente del pensamien- primordial, aquella con que ha conseguido to— en medio de la indocilidad a las normas que su nombre se fuera tornando familiar en- clásicas del relato y el deliberado descoyunta- tre las “inmensas minorías” a que aludía Juan miento de los ingredientes temáticos. Una Ramón Jiménez, y que es la que le preservará conjunción de leyenda, de vestigios históri- un lugar en el juicio del futuro, no ha sido cos, de anécdotas actuales y de alusiones bí- otra que la del escritor. Los medios válidos de blicas va comunicando iluminaciones súbitas, ejercerla los ha hallado, sucesivamente, en el de tipo intelectivo, a la imagen épica del pa- periodismo, el ensayo y la novela. Mantuvo sado americano. Con transposiciones violen- por años una columna en el diario liberal “El tas de tiempos y lugares, y al auxilio de una Día”, de Quito, y ha colaborado regularmen- invención que se complace en su propia fuer- te en la prensa española. Sus libros de ensayo za, pero son desdeñar el uso libre y noveles- —que le han revelado como un prosista cul- co de los documentos, Renán Flores Jaramillo to, de expresiones lúcidas, cargadas de un se ha afanado en revelarnos los caracteres de certero sentido del buen estilo— son los si- una cultura crucial —la de Hispanoamérica— guientes: “Ortega y la nueva interpretación de en que se han trenzado elementos aborígenes la Historia Universal”, “Carlos V y la Gober- con otros de oriundez europea, y cuyo desti- nación de Quito”, “El otro rostro de América”, no trae todavía un nombre definitorio: el de la “Vientos contrarios”, “Los Huracanes”, “Vien- esperanza. tos de premonición”. Flores Jaramillo obtuvo en España el Las casas impresoras de España han Premio Nacional de Periodismo Miguel Cer- publicado algo de esa producción. Reciente- vantes, en 1974, y el Carabela de Plata en mente, en la Editorial Planeta, ha aparecido 1975. su novela “El sol vencido”. En ella, igual que 326 GALO RENÉ PÉREZ

MILITARIA que sólo habrá de encontrar una tierra defini- Capítulo prinero tiva después de morir. Alguien dijo que ésa es la única tierra-patria definitiva, porque de ella Donde se cuenta cómo, en los recuer- tomamos posesión “con la viva posesión de la dos del protagonista, se rehace la escena del muerte”; pero es ella, la tierra, la que enton- golpe de Estado que derribó al Gobierno ces nos posee, y a la que servimos como abo- constitucional, convirtió en presidente a un no par las plantas y flores que crecerán enci- general del Ejército y en “Militaria” al bello y ma, en torno a las cuales revolotearán los pá- pacífico país de la flor de maracuyá. jaros y a veces inspirará a los poetas y quién Me estoy sintiendo viejo, cansado, sabe si servirá de lecho y almohada a los acabado. Me pasa como a todos los viejos, amantes. que recuerdo con más nitidez y precisión su- Desde Militaria me han llegado noti- cesos de mi vida ocurridos hace muchos cias, no se si ayer o hace cien años, que el años, incluso en mi infancia, que los de ayer presidente de la República, el general-presi- mismo. Tengo que apresurarme a escribir esos dente, ha dispuesto ser relevado por otro ge- recuerdos, a encerrarlos en cuartillas. El papel neral. Quiere descansar, tomarse unas vaca- es como una cárcel blanca en la que voy de- ciones, que el poder gasta y envejece; coloca- positándolos. Me corre prisa dejar escrito por rán ahí otro compañero de la misma camada, qué me llaman todos “el exiliado de Milita- con estrellas relucientes en la gorra y en las ria”. Debo hacerlo antes de que yo mismo lo bocamangas, el mismo aire erguido y solem- olvide; esto es, antes de que yo desaparezca o ne, entre marcial y soberbio. Apenas se nota- se esfume el recuerdo dentro de mi cerebro, rá el relevo más que en las fotografías en que que será como una manera de morirme. se le vea la cara. Ni siquiera en los banquetes Puede que no sea cosa de viejos des- y las grandes ceremonias podrá notarse el memoriados, esto que me sucede. Puede que cambio, visto con los ojos de la muchedum- yo viva como uno de esos locos-cuerdos, que bre, a la que no dejan acercarse al grupo que caminan por la vida llevando su locura a preside el general-presidente. No estoy muy cuestas como una carga inofensiva. Son cuer- seguro de si el relevo lo ha decidido él mis- dos a quienes llega intermitentemente un pe- mo, porque se encuentra cansado, o ha sido ríodo de locura pacífica, en el que se sumer- una Junta de Militares, con los jefes del Esta- gen como quien hace un paréntesis. Salen do Mayor, el Consejo de Asesores Militares, la luego del paréntesis igual que si éste no for- Gran Asamblea Militar, toda la constelación mara parte de su existencia. O son locos per- de seres uniformados y condecorados, que se manentes, que de golpe salen de la locura y reúnen cada sábado para salvar a la patria en tienen un período, una pausa de lucidez y de el casino de Militares de la capital. Puede que consciencia, de la que regresan luego a las sean ellos los que se hayan cansado del gene- brumas de la idiotez. ral-presidente y quieren poner a otro que les También debo escribir antes de que otorgue otro ascenso, otra cruz o medalla. Es Militaria desaparezca o cambie de nombre y noticia reciente, quizá de ayer y no logro re- yo deje de ser exiliado de ningún sitio; y me tener los detalles. O es que viene del pozo de transforme en uno de esos seres fantásticos, mi lucidez y estoy entrando en la bruma de la apátridas, sin memoria, sin pasado al que asir- locura o de la senectud. me, sin pasaporte, como un errante maldito, LITERATURA DEL ECUADOR 327

En cambio, veo clara en mi memoria la a caballo y el sable desenvainado, y unos bi- toma del mando del general-presidente, a pe- gotes imponentes. sar de que no la vi nunca con los ojos de mi El presidente de la República, cuando cara; pero me la contaron tal como fue, y yo el coronel acordonó el palacio sigilosamente, mismo escribí el relato en mi periódico, como se hallaba sentado encabezando la mesa alre- quien escribe una novela, pero más realista dedor de la cual estaban reunidos los minis- que una obra de ficción. Estoy viendo ahora tros del Gobierno. Los ministros se encontra- mismo el momento en que el general-presi- ban acomodados en sillones de cuero y ter- dente se colocó a sí mismo la banda presiden- ciopelo. En las finas maderas de caoba de los cial, cruzándole el pecho desde el hombro a sillones, de los árboles de la caoba que tanto la cintura, cuidando de que el escudo borda- abundan en el país, carpinteros-escultores ha- do le quedara justo en el pecho, a la altura del bían tallado finamente el escudo de la Repú- esternón. No quiso que la banda se la pusie- blica, enmarcado por una aspa de banderas, ran otros, para no deberla a nadie. Decidió la de la patria y el estandarte del Libertador; desde el primer momento que lo haría él mis- alrededor, como aún quedaba espacio, colo- mo, por su mano recogiéndola del respaldo caron dos ramas de laurel. El sillón del presi- del sillón presidencial vacío, y recordando dente se destacaba de los demás no sólo por quizá al emperador corso que se ciñó la coro- estar situado a la cabecera de la mesa, en el na sobre las sienes, porque no quiso dejar ni lugar de preeminencia, sino por tener el res- un ápice de gloria y de protagonismo a sus su- paldo más alto y de talla más espectacular. bordinados o pares. Sobre el respaldo, los días de Consejo de Mi- Antes de esas ceremonias, apenas unas nistros, un edecán colocaba la banda presi- horas antes, el coronel de la propia escolta dencial, de raso y oro; la bordaron en un ta- presidencial, amigo y compañero cadete en ller donde hacían estandartes, mantos de vír- sus años mozos, del que todavía es hoy gene- genes y vestidos de torero. ral-presidente, había ordenado acordonar el El coronel ordenó acordonar el edificio viejo palacio. Recuerdo ese viejo palacio co- y dijo a los oficiales que no dejasen entrar a mo una de las imágenes unidas a todas las nadie, ni siquiera al arzobispo o al nuncio, a etapas de mi existencia. Le vi de niño, jugan- los embajadores de Inglaterra o de Francia o do yo en los alrededores, y deteniendo los de los Estados Unidos, que eran autoridades juegos para presenciar el cambio de guardia, bien conocidas. Previamente dispuso el coro- entre toques de corneta, y asombrándome de nel que la tropa dejase en las perchas de la sa- la uniformidad de los movimientos, esperan- la de guardia los típicos uniformes de la escol- do el golpe dado al unísono por los lanceros ta presidencial, que tanto llamaban la aten- sobre las baldosas, con sus largas varas em- ción a los niños ya los turistas. Eran uniformes banderadas. Mi padre me llevó una vez, al heredados de los históricos cuerpos que lo- palacio presidencial; fue la primera que entré graron la independencia del país combatien- allí. Le conocían muchos de los que estaban, do contra los españoles; y tenían calzón blan- le palmeaban en la espalda. Yo estaba cohibi- co, con una tira encarnada en los costados; y do, pisando en los parques y sobre las alfom- botas altas de charol negro. Parecían soldados bras con temor, como si estuviera en la igle- de Napoleón. sia; pero no había imágenes de santos sino Los soldados vistieron uniformes de cuadros grandes en las paredes, con generales campaña, dril verde con correajes y cascos y 328 GALO RENÉ PÉREZ dejaron apoyadas en la pared las decorativas flor de maracuyá, la flor nacional del país, la lanzas engalanadas con banderines bordados que fue distintivo de los indios aborígenes, los también en la casa de los estandartes y de los famosos indios ziriquipayas, que están en to- toreros. Se cruzaron en banderola las metra- das las historias de América y cuya bravura y lletas, esas que a una ligera presión del dedo organización nada desmerecen de la que tu- producen una ráfaga de sesenta disparos en vieron los aztecas o los incas. Con la flor de diez segundos y cuyas balas son capaces de maracuyá se adornaban los ziriquipayas el pasaportar a la eternidad a cien hombres en busto y la frente y así iban a la batalla. Los menos tiempo que se reza un credo. conquistadores españoles quedaron prenda- El coronel jefe de la escolta presiden- dos de la flor y de las bellas indias y ahí em- cial abrió la puerta de golpe y se colocó tras pezó el trasvase de la sangre, del idioma, de la el sillón del señor presidente constitucional religión. La flor de maracuyá es flor de un día; de la República, elegido por los ciudadanos empieza a marchitarse y a perder colorido y en los comicios últimos, aceptado por todas vigor apenas la separan del tallo hundido en las fuerzas políticas. “Esto es un golpe de Es- la tierra aborigen. Lo mismo les ocurrió a los tado. Que no se mueva nadie”. Todos obede- pocos indios ziriquipayas que fueron embar- cieron y pusieron además las manos sobre la cados para España en los grandes galeones. mesa, para mostrar que no ofrecían resisten- No pudieron resistir la travesía, la nostalgia. cia y que no intentarían buscar armas en sus Cuando se vieron desprendidos del extraño, bolsillos, armas que, por cierto, tampoco hu- invisible, entrañable cordón umbilical por el bieran encontrado. El señor ministro de Ha- que estaban unidos a la tierra virgen, murieron cienda estaba leyendo un proyecto de decre- sin enfermedad, a pesar de las sangrías que les to sobre impuestos, tributos y gabelas, que hizo el cirujano de a bordo y de las medicinas gravaría en adelante las telas de importación; y emplastos que les aplicaron. Los indios ziri- y se quedó en el artículo 47, parágrafo sexto, quipayas son invocados siempre como arque- división b), algodones y fibras sintéticas. tipos del patriotismo porque morir por a pa- El señor presidente se puso pálido co- tria, o sea, de amor a la patria, sin heridas ni mo la cera y seguramente se contempló a sí derrotas, es una excelsa manera de morir. Yo mismo desnucado por el tiro fatal de los gol- recuerdo muchas veces a estos mis anteceso- pistas o revolucionarios. Entrecerró los ojos y res lejanos y me siento dentro de su piel y quizá empezó a rezar algo. Entrevió a los mi- pienso si esta vejez o locura mías, lejos de mi nistros alrededor, también convertidos en fi- tierra, no serán una nueva manera de morir. guras inmóviles de cera, como extraños caba- Pero habrán de ser figuraciones o locuras. lleros de la “Tabla Redonda”, a los que encon- El coronel jefe de la escolta del presi- traría en el Paraíso o en el Limbo. No movió dente debería tener la confianza total de éste, un músculo, ni siquiera los dedos, entre los pero no la merecía, sin duda. Aspiraba en se- cuales sostenía una estilográfica de oro, con creto a sentarse en uno de aquellos sillones la que acostumbraba a escribir notas en su ministeriales de cuero, terciopelo y madera block de hojas encabezado por el escudo de noble, que se alineaban en torno a la mesa la República. del Consejo de Ministros. Una noche, cuando Sobre la mesa; bien cerca del block, entró en el salón solitario, se instaló sobre uno sumergido el tallo en el agua de un pequeño de ellos, bien pegadas las asentaderas al ter- búcaro de cristal, asomaba sus pétalos una ciopelo, y se sintió inválido por una extraña y LITERATURA DEL ECUADOR 329 como mágica felicidad. Fue entonces cuando —Y a ti ya te estoy viendo ministro, comprendió los inmensos sacrificios que tan- que bien merecido lo tienes. Has hecho un tos hombres hacen por disfrutar de esa droga. carrerón, desde aquellos tiempos de la Acade- El general en jefe de las Fuerzas Arma- mia… Te guardaré estimación y gratitud toda das, que era quien le había designado para el mi vida. mando de la escolta presidencial, llegado el La flor de maracuyá sobre la mesa del momento le prometió el ascenso y darle, ade- Consejo, escuchó impasible las exclamacio- más, el codiciado puesto de ministro del Ejér- nes del coronel, cuando se enfrentó al presi- cito. Para ello había de cooperar en el golpe dente y a los ministros. “Ahora vayan salien- de Estado, pues era necesario derrocar al pre- do. De uno en uno. El último, el señor presi- sidente constitucional como vía para salvar a dente. Bueno, el señor ex-presidente. No te- la patria. Se trataba de que los constituciona- man. Es solamente un golpe de Estado. El nue- listas se habían propuesto convertir a la patria vo gobierno pondrá a su disposición aviones en un feudo moscovita, situarla en la órbita de para trasladarlos al extranjero. Tienen ustedes una conspiración judeo-masónica-liberal. suerte; en otras épocas hubiesen terminado Había que cortar de raíz ese intento. El golpe colgados en los faroles de la plaza. Marchen, era conocido y aprobado por los generales y marchen…” las guarniciones, que se levantarían como un Desde la centralista de teléfonos el co- solo hombre. Para presentar mejor cara a la ronel marcó un número y dio la señal conve- opinión internacional, convenía operar sigilo- nida. Habría triunfado el golpe y acababa de samente. El golpe consistiría en aislar el pala- nacer “Militaria”, una nueva república insta- cio presidencial, apoderarse de los teléfonos y lada donde antes estuvo la antigua, en un re- demás comunicaciones y entrar por sorpresa tazo del más florido de los virreinatos españo- en la sala donde el presidente y los ministros les, allí donde antes de la conquista, no exis- estarían reunidos. Todos quedarían inmovili- tía más que la tribu de los ziriquipayas, ena- zados en sus sillones. morados de la flor maracuyá. Era mi país, el —¿Y si ofrecen resistencia, mi gene- país en el que yo mismo y otros ciudadanos ral?… habíamos nacido. En las escuelas nos habían —Hay que darle al dedo, entonces. mostrado, cuando niños, un mapa muy colo- hay que cumplir el deber aunque duela. Or- reado y, sobre el, nos explicaron que nuestro denarás a los oficiales que te acompañen que país tenía abundancia de insectos y de arácni- hagan uso de las armas. No puede haber du- dos, de lagartos y de iguanas; y que también das ni contemplaciones, porque hemos llega- surcaban los cielos los cóndores, los curiquin- do al límite y el Ejército ha de hacerse cargo gues y las gaviotas. del poder. Pero hay que evitar derramamiento En aquel mi país, decían los libros, pe- de sangre. De ti depende. Debes dar el golpe- ro también lo tengo vivo en mis recuerdos o sorpresa y tomar el control de la situación — lagunas lúcidas de mi mente, había frutas de- agregó casi paternalmente el general, que ya liciosas: papayas, aguacates, tamarindos, chi- se veía presidente. rimoyas. Mi padre me llevó a veces de paseo —Si, mi general. Salvaremos a la pa- por los campos y me enseñó a distinguir las tria. Ya estoy impaciente por verte con la ban- naranjas de las naranjillas; pero luego las da presidencial. Todo cambiará a partir de ese identifiqué en el mercado, al final de la calle momento. del Virrey, donde se instalaban los campesi- 330 GALO RENÉ PÉREZ nos con tenderetes llenos de frutas frescas y El coronel ordenó que limpiaran la olorosas, recién traídas de los campos. En és- mesa. Uno de los ujieres seguramente nervio- tos aprendí a conocer la higuerilla, el maguey, so derribó con el codo el búcaro de cristal, el el algarrobo, la caña de azúcar y el árbol de de la flor de maracuyá. Cayó el vaso al suelo café. Ahora mismo me gustaría ahondar más y se rompió en pedazos. Búcaro de Venecia, en mis memorias y encerrar en la cárcel blan- finísimo. “Recoja eso aprisa, pendejo”. El ca de las cuartillas, escenas de mi adolescen- hombre, más nervioso aún, recogió los crista- cia, cuando me escondía con las muchachas les con su propia mano, barriendo la alfombra entre los cafetales y los cañaverales, en busca con la palma. Los cristales le hicieron unos le- de otras flores. ves rasguños, de los que enseguida empezó a A mi padre le gustaba pescar, pero yo brotar una línea de sangre. Los plumíferos del jamás pude acostumbrarme, aunque él me nuevo régimen del general-presidente dirían hacía que le acompañase en sus excursiones. más tarde que el golpe de Estado militar había Subíamos río arriba en una barquichuela de sido incruento y que la única sangre que de- motor, o bordeábamos la costa. Me explicaba rramó fue debida a un búcaro de cristal vene- mi padre que el paiche es un pez que sólo se ciano… Así fue, efectivamente. Pero después encuentra en las aguas dulces de nuestro país, llegó la brutal represión, el horror de los ase- que alcanza hasta cuatro metros de largo y sinatos, los desaparecidos, los torturados, los pesa hasta doscientos kilos. En realidad, yo no exiliados… aprendí nunca a reconocer más que el bagre, Fuente: Renán Flores Jaramillo, Militaria, pp. 13-22. Edito- el bocachico y el barbudo. Pero ahora com- rial Planeta, Barcelona-España, 1982. prendo que todo aquello, para hombres como mi padre, patriotas y enamorados de su país, Raúl Pérez Torres (1941) constituía una especie de orgullo, porque di- ferenciaba a aquella tierra de cualesquiera Nació en Quito. Cursó estudios de pe- otras. riodismo en la Universidad Central de la mis- Los ministros y el presidente constitu- ma ciudad. Simultáneamente prestó servicios cional fueron conducidos directamente al ae- en ella. Después pasó a trabajar en la Casa de ropuerto y embarcados para el exilio. Al pre- la Cultura Ecuatoriana, en donde se halla sidente le dijeron que podía retirar del banco cumpliendo ahora las funciones de Presidente el dinero de su cuenta corriente; pero aquél, de la institución. Por manera que se debería muy digno, manifestó que siendo tan poco su suponer que el despliegue de su inteligencia, caudal, prefería salir con lo puesto y que Dios y sobre todo el destino de su disposición na- proveería. Todo ocurrió tan de prisa que tural, clara e inalienable, para la profesión de cuando el coronel jefe de la escolta presiden- las letras, no han dejado de contar con una at- cial regresó a la sala de Consejos, para echar mósfera quizás coincidente con los gustos y un vistazo antes de salir a la escalinata y cua- exigencias de su vocación. Además, resulta drarse ante el general —en el vistazo iba tam- fácil advertir que su actual posición en la Ca- bién una codiciosa mirada de gozo hacia el sa de la Cultura le ha impuesto participacio- sillón del ministro del Ejército, en el que por nes académicas en las que ha revelado un fin iba a sentarse—, aún humeaba un cigarri- límpido y franco talento para la crítica litera- llo sobre el cenicero. ria. LITERATURA DEL ECUADOR 331

Pero Raúl Pérez Torres ha sido, y sigue ella y yo regresé donde mamá, limpiándome siendo con aleccionadora fidelidad, un escri- las manos en el pantalón. tor de narraciones cortas. Probablemente en Mi vieja, enfadada y marchita, llena de ese género ha conseguido una maestría difícil grandes surcos sus mejillas, me habló de la de ser eclipsada por otros autores, y cuyas vir- misma manera que hablan todas las madres tudes han tenido el plural manadero de sus pobres, me recriminó mi suciedad, mi vagan- lecturas escogidas y conscientes, de sus agu- cia y ese juego maldito que destruía mis zapa- das, perspicaces, sensitivas e incesantes apre- tos y dejaba la ropa “hecho sendales”. hensiones de las volubilidades de la vida del Luego llevándome al comedor me di- hombre, en sus circunstancias íntimas como jo: “desclava ese cuadro de la pared y límpia- exteriores, y, por fin, de los antecedentes de él lo porque debes ir a empeñarlo”. mismo en la producción de cuentos, en que Me dediqué por entero a esta labor y lleva ya casi tres decenios y cuyo tiempo le ha Oswaldo me ayudaba, tratando de sacarle el permitido experiencias y maduraciones evi- mejor brillo con el trapo que utilizaba mamá dentes. Entre los libros que ha publicado figu- para limpiar los cubiertos (que casi siempre ran “Da llevando”, “Manual para mover fi- estaban limpios). Era un cuadro plateado de chas”, “Micaela y otros cuentos”, “Ana la pe- La Divina Cena tallado a mano. Despreciaba lota humana”, “Musiquero joven, musiquero ese cuadro, siempre lo había mirado desde mi viejo”. silla con esa muerta benevolencia que no ser- En la narración titulada “Micaela” se vía para nada, con el tipo de barbas largas dejan apreciar un lenguaje de gran soltura, sentado en la mitad de una mesa enorme y los que corre incontaminado y potente a impul- doce más mirando nuestro almuerzo de caras sos de las motivaciones interiores; la tensión macilentas y sopa de fideo. Oswaldo me dijo: de la hebra argumental a lo largo de una evo- “hay que jalarle las barbas a este” y yo me reí cación de escenas rápidas y tornadizas; la ur- buscando en su actitud esa sombra protectora dimbre de impresiones y sentimientos en que de la amistad, pero luego me puse triste y con alternan la dramaticidad y la ternura, el can- ganas de decir puta madre, porque me daba dor y la impureza, el furor y la mansedumbre, pena ver cómo poco a poco nos íbamos que- la brutalidad y el callado sufrimiento. Pero es- dando sin nada, primero el radio, luego la va- pecialmente se permite admirar la destreza, jilla que le regalaron a Micaela cuando se ca- tan moderna y tan compleja, en el uso del só, el despertador de Julia, el abrigo que Ma- monólogo. nolo heredó de papá, el prendedor que le re- “Cuando me gustaba el fútbol” galó el tío Alfonso a mamá cuando regresó de Yo bajaba con Oswaldo por la Avenida España, los libros de Medicina de cuando el América, rodando la pelota con pases largos ñaño estudiaba y así todo, y también estaba de vereda a vereda, cuando mamá salió a la eso de que podía verme Gabriela en el mo- ventana de la casa y me llamó a gritos. Me pa- mento de entrar a la casa de empeño de don ré en seco mirando cómo la pelota se iba so- Carlos, como ya me había visto otras veces. lita, sin nadie que la detuviera, que la acari- Por eso y por mucho más estaba triste. Pero ciara, como lo hacía yo con mis zapatos de Oswaldo me dijo que me acompañaría y ade- caucho ennegrecidos y rotos. Oswaldo estu- más recordé que el cuadro no me gustaba y pefacto por un momento, corrió luego tras que ahora podría comer en paz, mirando las 332 GALO RENÉ PÉREZ paredes vacías y las telas de araña que siem- las cejas y agitando las manos, indicándome pre me produjeron una extraña fascinación. que insista, entonces yo mientras bailoteaba Guardamos la pelota en la red que Mi- desesperadamente en mi puesto, frotándome caela tejió cuando estaba encinta y bajamos a las piernas, le dije: “es nuevo, el tío nos lo tra- lo de don Carlos. jo de Roma”. Quedaba en el primer piso de la casa Don Carlos pasaba el dedo por los de Gabriela, había que atravesar un zaguán apóstoles y mascullaba algo entre dientes, largo y embaldosado. Yo procuraba no topar luego prendió un foco y se iluminó el cuarto las baldosas negras y caminaba en puntillas. con miles de reflejos dorados que por simple Siempre que no tocaba las baldosas negras coincidencia venían a estrellarse contra mis don Carlos me recibía afectuosamente y de- ojos; al rato dijo: “cuánto” yo respondí: “cien, cía: “veamos, veamos, qué me traes ahora mamá lo sacará a fin de mes”. Don Carlos condenado”. Al final había dos puerta cerra- lanzó una risotada y gritó: “ni comprado, ni das y despintadas, con mucha mugre y mano- que estuvieran vivos”. Tragué saliva y respon- seo, con el timbre a un lado (todas las veces dí: “cuánto ofrece” y me sentí como esas mu- que tocaba ese timbre me daban ganas de ori- jeres que vendían verduras en el mercado del nar), se abría sigilosamente una puerta peque- barrio. Don Carlos fue a su escritorio y sacó ña corrediza y unos ojos chiquitos sin luz, es- dos billetes de a veinte, diciéndome: “toma cudriñaban a los lados de mi rostro, sin fijar- esto condenado para que no te vayas con las se en mí, hasta que finalmente me miraba y manos vacíos, firma aquí” y me señaló el libro decía con voz gangosa: “veamos, veamos, azul con la pasta rota. Firmé y recogí los dos que me traes ahora condenado”. papeles y sentí un profundo resentimiento Estiré el paquete y don Carlos pregun- con mamá, con Oswaldo, con don Carlos y tó: “qué es esto”, a la vez que abría el envol- con esos viejos plateados de la divina cena. torio con sus manos amarillas y temblorosas. Cuando me retiraba don Carlos me gritó: “es- Me desentendí del asunto y me puse a mirar pera la contraseña” y me lanzó un recibo que tras suyo todo lo que mis ojos podían ver, me- lo doblé y guardé en el bolsillo de la camisa dallones empolvados, chalinas de diferentes junto con los billete, pensando en que ya te- colores, relojes, radios, libros, máquinas de níamos para otro día de comida. coser y de escribir, dos o tres biblias de enor- Antes de salir pedí a Oswaldo que sa- me tamaño, un cofre de hueso, cobijas, un es- liera primero y me avisara si Gabriela estaba tuche de cuero, una espada, un título de abo- en la ventana. Oswaldo salió alegre, patean- gado con marco tallado de madera, ternos de do la pelota y luego me hizo unas señas que hombre, abrigos, todo ordenado y pegado yo no entendí bien. Cuando salí, la voz incon- con un papelito blanco. Pero el cuarto lleno fundible de Gabriela me gritó: “Chino”, pero de humo no me dejaba ver más allá, donde yo acalambrado hasta los talones me lancé una bruma espesa se extendía como borrán- contra Oswaldo, le quité la pelota y corrí con dolo, como debe ser la entrada al infierno, todas mis fuerzas. En la esquina de la Panamá hasta que su voz ronca sonó en mi oído como cambié un billete y compré un helado y dos cuerno y dijo: “esto no sirve, es pura lata”. delicados. Allí le esperé a Oswaldo, pero no Volví mi cabeza desamparada hacia Oswaldo apareció; entonces empecé a subir a la casa que estaba escondido inclinado tras la puerta pateando las piedras y aplastando las pepitas y él me hizo una seña impaciente frunciendo de capulí que encontraba en la calle, ese so- LITERATURA DEL ECUADOR 333 nido me producía una dulce satisfacción en más. Yo me entendía bien con Perico pero las plantas de los pies y en el oído. más con Oswaldo, lástima que Oswaldo no Cerca de la casa me encontré con la haya estado porque sino era goleada. De to- jorga del flaco Darío, todos estaban en rueda, das maneras ganamos un partido y suspendi- tecniqueando con una cáscara de naranja. mos el otro porque casi ya no se veía y deci- Me quedé viéndoles hasta que se acercó el dimos pararlo para continuar al otro día. chivolo Sáenz y me dijo: “chino, juguemos un Cuando fui a ponerme la camisa, ésta partidito”. Yo me iba a negar pensando en que había desaparecido. Comencé a buscarla pri- mamá me estaría esperando para tomar café y mero con una risa nerviosa, luego angustiado comprar la leche de la mamadera del hijo de y luego con lágrimas en los ojos, pero la ca- Micaela, pero el flaco vino por atrás y me hi- misa nada. Todos empezaron a abandonarme. zo soltar la pelota, así que decidí irme con Se me abrió un abismo oscuro, largo, de don- ellos diciéndome: qué carajo, que esperen. de salía mamá, Micaela, su hijo, Oswaldo, Había una canchita frente a la Escuela papá, el profesor, los zapatos de caucho, don Espejo. Allí jugaba yo siempre al salir de la Es- Carlos, Gabriela, los apóstoles. cuela, en el tiempo en que asistía, pero desde Seguí buscando por horas, debajo de que murió papá ya no volví porque mamá me las piedras con las que señalábamos el gol, dijo que era precioso que la acompañara, que tras de los árboles, debajo de las yerbas, fui a se sentía muy sola y triste y que yo era su úni- la tienda y rogué que me prestaran un esper- co halago, pero ahora sé que no fue por eso, ma y seguí buscando, con el dorso desnudo, sino que necesitaba alguien a quién insultar, a empapado en lágrimas, tras de las matas de quién insultar, a quién mandar a los empeños, chilca, en el tapial, al otro lado de la cancha. a quién enviar a la tienda a fiar el pan de la Ya muy entrada la noche, desolado y tarde. Pero en la cancha me olvidaba de todo vencido, lleno de frío y miedo me dije: “bue- y le daba a la pelota más que ninguno, tal vez no, chino, qué mierda” y me llené de tristeza. sólo por eso gozaba de un pequeñísimo res- De la misma tristeza que tenía mamá cuando peto como ahora en que el flaco me decía: perdió a papá. “Chino, has vos el partido” y yo meditaba, me Ahora estoy en la estación esperando daba aires, miraba a todos uno por uno y de- que pase Oswaldo y el negro Bejarano a ver cía serio: “vos Chivolo acá, vos Patitas allá”. si nos vamos a Guayaquil para embarcarnos. Ellos metieron el primer gol. Nos saca- Fuente: Raúl Pérez Torres, “Micaela y otros cuentos”. Edi- mos las camisetas y entonces sí se distinguía torial Universitaria, Quito, 1976, pp. 79-86. Otros libros del autor:

Poemas de Octubre (verso), 1946 Desvelo y Vaivén del Navegante (ensayos), 1949 Tornaviaje (ensayos cortos de viaje por América y Europa), 1958 Cinco Rostros de la Poesía (extensos ensayos sobre Federico García Lorca, Miguel Hernández, César Vallejo, Pablo Neruda y Barba-Jacob), 1960 Novelistas y Narradores. Biblioteca Ecuatoriana Mínima. Editorial José M. Cajica Jr. Puebla, México), 1960 Rumbo a la Argentina (ensayos sobre Argentina), 1963 La Vivienda Poesía de Whitman (crítica y biografía), 1966 Prosa Escogida (con introducciones críticas escritas por autores extranjeros), 1978 Historia y Crítica de la Novela Hispanoamericana, editada por el Círculo de Lectores, empre- sa internacional europeo-americana, en 1979; por Editorial Oriens, de España, en 1982, y por la Casa de la Cultura Ecuatoriana, en 1983. Traducida al inglés por Mary Ellen Stephenson, Fre- dericksburg, Estados Unidos de N.A. Escritos de Montalvo (antología e introducción crítica), 1985. En prensas del Banco Central, segunda edición. Confesión Insobornable (ensayos en dos volúmenes), 1987 Un Escritor entre la Gloria y las Borrascas. Vida de Juan Montalvo, 1990 Reeditada en Madrid, por Ediciones Siruela S.A., 1991 Sin Temores ni Llantos. Vida de Manuelita Sáenz, 1997 Centenares de colaboraciones en Diarios El Comercio y El Tiempo, de Quito; en “Hablemos”, de Nueva York, “La Mañana”, de Montevideo, “El Tiempo”, de Bogotá; en las revistas “Cuader- nos” y “Humboldt”, de París y Hamburgo, entre otras publicaciones. INDICE CRíTICO DE AUTORES Y SELECCIONES

Pedro de Mercado De los matrimonios entre estas naciones De algunos árboles y animales ...... 19 a 22 Jacinto B. Morán de Butrón Santa Mariana de Jesús ...... 19, 23 a 27 Juan Bautista Aguirre Disquisición sobre el agua ...... 20, 27 a 30 Juan Bautista Aguirre Carta a Lisardo (liras) ...... 54 a 57 Pedro Vicente Maldonado Descripción de la Provincia de Esmeraldas . . . . . 30 a 39 Pedro Franco Dávila Instrucción. Nota de algunos animales domésticos ...... 32, 39 a 44 Antonio Bastidas Glosa al Príncipe Baltazar Carlos ...... 50 , 51 Jacinto de Evia A una rosa (romance) ...... 51 a 54 Eugenio Espejo Reflexiones acerca de las viruelas ...... 64 a 79 José Mejía Lequerica Sobre la igualdad ante la ley ...... 79 a 84 José Joaquín Olmedo La Victoria de Junín ...... 87 a 96 Vicente Rocafuerte Ensayo sobre la tolerancia religiosa ...... 105 a 113 Juan Montalvo El Luxemburgo. Bosquejos de Francia ...... 102, 103, 118, 119 124 a 133 Juan León Mera Cumandá (capítulo XVI) ...... 117, 118 133 a 142 Arturo Borja Primavera mística y lunar ...... 152, 153 Ernesto Noboa Caamaño 5 a.m. y Emoción vesperal ...... 153, 154 Medardo Angel Silva Danse D’Anitra ...... 155, 156 Gonzalo Zaldumbide José Enrique Rodó y Cinco rostros de la poesía . . 156 a 173 Luis A. Martínez A la costa (capítulo I) ...... 176 a 180 José de la Cuadra Olor de cacao y La tigra ...... 186 a 204 Jorge Icaza Huasipungo (páginas finales) ...... 204 a 218 Enrique Gil Gilbert Nuestro pan (varios capítulos) ...... 218 a 228 Joaquín Gallegos Lara Las cruces sobre el agua (capítulo I) ...... 228 a 234 Adalberto Ortíz Mis prisioneros (cuento) ...... 234 a 241 Alfredo Pareja Las pequeñas estaturas (fragmento) ...... 241 a 248 Pablo Palacio Un hombre muerto a puntapiés (cuento) ...... 248 a 254 Enrique Terán El cojo Navarrete (capítulo IV) ...... 254 a 258 Pedro Jorge Vera La semilla estéril (capítulo IV) ...... 259 a 263 Jorge Carrera Andrade Dictado por el agua y Segundo vida de mi madre 270 a 274 Gonzalo Escudero Tú ...... 274 a 276 Augusto Arias El cristal indígena (capítulo V) ...... 276 a 280 César Andrade y Cordero Bocacalle quiteña ...... 280 a 282 César Dávila Andrade La cuota (cuento) y Canción del tiempo espledoroso (poema) ...... 282 a 291 Raúl Andrade Retablo de una generación decapitada ...... 296 a 300 Benjamín Carrión José Carlos Mariátegui (ensayo) ...... 300 a 306 Alejandro Carrión Ataguallpa y las gallinas ...... 306 a 310 Enrique Noboa Arízaga Odisea por la piedra y el mar ...... 311, 312 Rafael Díaz Icaza Cartas del tiempo ajeno ...... 312 a 314 Efraín Jara Idrovo Breve semblanza de la golondrina ...... 314, 315 Carlos Manuel Arízaga Lienzo para Hiroshima ...... 315, 316 Carlos Eduardo Jaramillo El pie y la huella ...... 316, 317 Teodoro Vanegas Andrade Amargo ...... 317, 318 Manuel Zabala Ruiz Biografía humilde ...... 319 Fernando Cazón Vera El tiempo ...... 319 a 321 Rubén Astudillo Crónica final ...... 321, 322 Ana María Iza Fórmula ...... 322 Antonio Preciado La lavandera ...... 322, 323 José Martínez Queirolo Réquiem por la lluvia (teatro) ...... 323 a 325 Renán Flores Jaramillo Militaria (capítulo I) ...... 325 a 330 Raúl Pérez Torres Cuando me gustaba el fútbol ...... 330 a 333