EL BUSCADOR DE DIOS Novela
Total Page:16
File Type:pdf, Size:1020Kb
FERNANDO DIEZ DE MEDINA EL BUSCADOR DE DIOS Novela 1977 * * * * El grabado de la portada es obra del artista belga Víctor Delhez © Rolando Diez de Medina, 2003 La Paz- Bolivia Se diría que muchos tienden a pervertir a los lectores por la literatura demencial y el mal gusto en boga. Se escribe para energúmenos, extravagantes, escandalosos. El mejor relato es hoy el más desaforado. Una misma ola de locura, de cieno, de pestilencia envuelve al que lee y al que juzga. Parecerá extraño, entonces, que alguien se atreva a persistir en la dignidad y coherencia de la forma clásica. Esta historia no puede ser narrada de otro modo. No escrita para deleite de extraviados, sino para quienes creen todavía en la nobleza del ser humano y en el hálito poético de su tránsito terrestre. Vendrán nuevos tiempos. Volverán la cordura a la mente y el fino sentir al alma sensible. Y si pasamos "como sombra fugitiva" —Plotino— la misión del artista consiste en buscar el resplandor que se esconde en el misterio sagrado de esa sombra. Fernando Diez de Medina 1 ¿Invento, verdad, ficción, cosa fidedigna? Unos escriben para intelectuales, otros para desaforados. La literatura, de donosa dama, pasó a varona extravagante. Se le permite todo. O ella se lo adjudica. No existen fronteras entre lo real y lo inverosímil. Hasta el lenguaje desde el padre Joyce se convirtió en juego de acróbatas, en mecanismo de disolución. Y los críticos, o seudo-críticos (que ahora abundan más éstos que aquéllos) hacen la delicia de los lectores descubriendo significaciones estupendas donde el autor sólo atinó a deslizar una ironía o una risa. Un libro grave, de apariencia noble, difícilmente da la vuelta al mundo. Contrariamente, otro mal vestido. Torpe, rudo deliberadamente, sumido en lo escandaloso y horrendo, captura millones de lectores. El relato laberíntico — hermético, a veces disparatado— es válvula de escape para el atormentado hombre de hoy. Frenético, exasperado por la aceleración de sus urgencias vitales, él 1 pide truculencias y exotismo, relatos salvajes, impactos crueles. Si las gentes viven como enloquecidas ¿por qué novela que las expresa no habría de galopar desbocada? El torbellino nos habita: digamos lo que manda el torbellino. Parecería ser la estética contemporánea. Pero hay quienes piensan que también el torbellino tiene su orden interior; y que aun se puede narrar vidas o inventar historias sin hacer del relato nudo de acertijos, sin sumir en perplejidad al lector. También el laberinto guarda su clave secreta. Si se busca con atención su puede dar con ella. El torbellino, el laberinto: eso que llamamos el fuego de la vida en la ronda de las vidas. ¿Y qué representa Dios, o la idea de Dios en la vorágine circunstante? Muchos piensan que no existe o casi no existe ya. La materia, la energía son las deidades del moderno. Pero Dios es el Misterio, y aun quienes duda, los negadores y los blasfemos, ateos y descreídos, lo mismo que creyentes y confiado somos, todos, buscadores de Dios. Lo buscamos sin cesar. Preguntando a la vida y al enigma, en el fondo desenredamos la madeja que nunca termina: ¿qué hay más allá? Detrás de la gran interrogación vibra la insaciada inquietud humana. Y la materia, tan amada y solicitada por los sabios, es la gran ironía de Dios. En la naturaleza inanimada, hermosamente dispuesta, se le puede adivinar mejor. Pero también en la inmensa turbación de gentes y sucesos, se encuentra su huella, invisible para muchos. La extensa marcha de la humanidad, más sufriente y desgarrada que placentera, desde la caverna al rascacielo, no es sino la andadura hacia lo desconocido. Otro nombre de Dios. Y el buscador, con humildad, dirá que no sólo afuera y en sí mismo buscará sueño y verdad, porque es en el quehacer de muchos donde asoma la cara de cien mil caras del arcano humano. Así este relato de relatos, vida de vidas, uno que se pregunta y se contesta en muchos, espejo de experiencias que siguen a experiencias, aparentando el más intrincado acaso sea el camino más accesible para acercarse a ÉL. Y el buen buscador, para encontrar, tendrá primero que padecer y comprender. Eterna ley. 2 Es una fuerza oscura que me impele a decirlo todo: lo placentero y lo doloroso, lo esquivo y lo accesible. Todo. Porque la vida —que novela sucesos— y la novela —que vive lo evocado— para ser fidedignos piden materia de verdad. Luces y sombras. Realidad y fantasía en una sola espiga, aunque aparente imposible. Eso que no me atreví a contar en otros libros; y aquello que imaginado escapaba por líneas en fuga. Porque el narrador objetivo y el soñador solían tropezar con el muro de cristal de las prohibiciones; mas ahora que el muro se adelgaza hasta volverse casi transparente, lo vedado se torna franqueable. Es lícito recordar lo soñado y lo vivido, aunque mariposas negras pretendan velar el relato. Y esa línea inmensa, arqueada, montuosa que se tiende hacia el confín es mi alma que huye hacia una infancia olvidada porque teme conocer la grandeza, la miseria, los horrores y los éxtasis del hombre. Pero aquí estamos. Comenzaré. Soy Martín Lucero para mis amigos. Un solitario para los más. Habito un hermoso país. Después de larga ausencia, el paisaje reaparece deslumbrante, acogedor. Indecible emoción del invierno andino. Cielo azul que baja el cielo a la tierra. Un sol veinticuatro quilates. Claridad, claridad… Todo nítido, cercano, aprehensible. Los seres y los accidentes del paisaje se perfilan veraces; no es necesario hablarles: se entregan dócilmente. La ciudad todavía no creció hasta las torturas de la urbe. Y aquí, en el parquecito que se empina en un círculo de gracia y de sosiego, es posible paladear lentamente, como un vino cálido, las excelencias de la contemplación desinteresada. 2 Bello es vivir. Pensar mejor. Evocar lo realizado y soñar con lo que falta por hacer, más todavía. La casa espera allí, abajo dulce y tranquila, con sus amados moradores. En el promontorio- mirador árboles, pájaros, la serena constancia del paisaje. Las nubes se enredan en la cresta de los altos eucaliptos. Y ese coro de montañas. Y el vacío que aterra y engrandece a la vez. Silencio, soledad, apenas rasgados por un niño u otro paseante solitario. Caminas y meditas. Bermellón y negro: una mariposa posada en el suelo. Ese azul intenso, intenso que hace rabiar al mar y a los zafiros. Y las dos blancuras inefables: el Gran Nevado recortándose en lejanía y la torrecilla de la iglesia capitaneando las tejas rojas. Un feo reloj de hierro desgrana lentas campanadas. El soñador circunda muchas veces el parquecito. Se pierde por senderos y veredas. Camina. Se detiene. Afuera todo quieto, adentro tumulto y tempestad. Un niño travieso y peleador. El adolescente que jugaba fútbol y componía versos. Un joven impetuoso que encontró a la Amada Imposible y logró ganarla para sí. El luchador, el organizado, el trabajador infatigable. Ese idealista que se rompió la cabeza tantas veces por un ideal de patria mejor. El escritor que lanza libro tras libro. Y el ambicioso. El estudioso. El tenaz indagador. Uno quería ser filósofo, sereno meditador. Otro polemista arrebatado. Un tercero se perdía en los deliquios de la música y de los libros. ¡El arte, el arte, en las orillas del tiempo! Y el hijo, el esposo, el padre, el ciudadano, cada cual distinto en su tesitura profunda. ¿El humanista o el guerrero? Tiene tantísimos registros el órgano grandioso de la vida, que cada cual abre horizonte a nuevas posibilidades de acción. Razón tuvo el pensador: cada ser es muchos hombres en un. Nunca estás solo. Te siguen, influyen y rodean parientes, amigos, lo que dijeron los libros, los maestros que entregó la vida. Y la Amada Inmortal. Y los tiernos hijos. Los muchos que fuiste sucesivamente. O simultáneamente. ¡Muchos! Y aprendías a manejar negocios, a concertar hombre, a organizar empresas. Hacer cosas, cosas y hacerlas bien: noble tarea. Se afirmaba la persona, se pulía el alma, idealismo patriótico son dos cosas diferentes: ambos pudieron destrozarte. Servías por el honor de servir. Nunca pediste situación, nunca rehuiste lo necesario. Y fue lógico: muchos, muchos amigos en las letras y en la política, pero también muchos, muchos envidiosos y resentidos por donde quedaba la huella de tus pasos. El pensador y el hombre de acción parecen antitéticos: fueron sin embargo. Los hijos amados de la sangre. Y los otros nacidos del laberinto, de los sueños, hijos de la imaginación que dieron nombre a varios libros. ¿Y si forjaras uno más, síntesis de los anteriores, símbolos del tiempo nuevo? No hallabas el apellido todavía. De pronto recuerdos, proyectos, seres y sucesos se desvanecían en el ardor del mediodía. El soñador, solo y dichoso, se sumergía en los encantamientos del paisaje. Así una vez, cien veces, o mil, quien sabe cuantas… Porque en la frecuentación de hombre y paisaje, cuando la mente absorbe y el corazón desborda de ansiedad se rozan las lindes del Paraíso. Y el Parque del Montículo es una de la Siete Puertas del Misterio. 3 —Si publicas esos artículos te expulsarán del Partido. —Los he anunciado ya; no puedo dar pie atrás. —¿Vanidad, entonces…? —No. Firmeza conciencial. —¡Tonterías! Escrúpulos de escritor. Si entraste en política, debiste aprender que en ella hay que adaptarse a las circunstancias. Puedes escalar altas situaciones en el Partido, si te dejas de críticas y moralismos fuera de lugar. Una pausa de silencio. Luego el amonestado responde: —No puedo ser, Presidente. Tú cumples un destino, el de político. Yo cumpliré el mío, el de escritor. 3 —Política es el arte de mantenerse en el poder.