EL CUADRO Julio Alberto Rincón Effio

A Jaira, porque es cierto que recién me suceden las cosas JUEGOS FLORALES DE cuando te las cuento

NARRATIVA 2011 “No hay otros paraísos que los paraísos perdidos” Acta del jurado Jorge Luis Borges

El jurado de cuentos de los Juegos El cuadro daba la impresión de haber sido pintado Florales UN VICIO ABSURDO 2011, reu- en un trance febril, con un solo pincel y sin boceto. nido el martes 20 de septiembre del Sus ambivalentes figuras se mezclaban caóticamen- presente año, luego de una detenida evaluación de los sesenta y ocho tra- te, sin diferenciarse entre sí, apareciendo nuevas bajos presentados, decidió otorgar los formas misteriosas, pero a la vez, creando un or- premios a los siguientes cuentos: den en el caos que saltaba a la vista de cualquier acucioso espectador. Los relieves del óleo, que el

n Primer puesto eximio pincel empujó como una avalancha por toda “El cuadro”, de Julio Alberto Rincón la tela, hacían suponer que fue hecho con apremio Effio y de un solo ramalazo, tal vez a oscuras, tal vez a n Segundo puesto tientas, pero con seguridad, sin afán de ser vendido “La vida del ángel”, de Rodolfo ni expuesto en ningún lugar. Alejandro De la Riva Cachay n Tercer puesto Amador Vera Passos llegó a Lima en la madrugada, “Sobre-edificaciones”, de Luis en medio de una garúa fresca y un viento silba- Eduardo Gómez Dizama dor, luego de treinta y seis años viviendo en París. n Menciones honrosas Arribó al aeropuerto del Callao con un enorme lien- “La puta intelectual”, de Betty Soto zo embalado bajo el brazo y una sola maleta a cues- Fernández tas. Subió al primer taxi que encontró. Al Haití de “El olor de la inocencia”, de Olney Miraflores, por favor. El taxista, que adormitaba en Enzo Goin del Río su interior, abrió los ojos asombrado y remolón. Sí “Diles, cadáver, que no es verdad”, caballero, buenos días, póngase cómodo, ¿quisie- de Carlos Albert Medina Monroy ra leer algún diario o prefiere un poco de música? “Dado por muerto”, de Renzo Mario Amador no respondió. No hay problema caballero, Villagoya Arias treinta soles nomás caballero. Qué robo, qué barba- “Invidente”, de Alberto Schroth ridad, pensó, ¿a qué volviste Amador? Prilika “Bisoño sexista”, de Mercedes El camino fue más dilatado de lo normal pero el Castro Ayerbe irreconocible trayecto pasó volando frente al asom- bro y perplejidad de sus ojos. Apenas distinguió el José Güich Jorge Eslava Selenco Vega Callao de San Miguel, Magdalena de San Isidro, y Jurado Organizador Jurado sin darse cuenta había llegado, por fin, a Miraflores. Pensó: Zoilita, qué cambiada está Lima, ¿te gusta?, Monterrico, 20 de septiembre del 2011 ¿o prefieres París, Lyon, Le Havre?; ¿ese es el par- que Kennedy? Mon dieu! Desayunó serenamente aunque muy impresionado por el infinito barullo que en unos cuantos minutos desfiló frente a sus ojos: autos, buses, motos, cafetines andantes, vie- jos borrachos, jóvenes vagabundos, canillitas, mu- jerzuelas, mercachifles y bricheros. Pensó: El café

18 septiembre 2012 se me enfría Zoilita, me asombra todo lo que veo, nas que miraban al monigote con pena, me distraigo con cada cosa que pasa por la vereda, desprecio, enojo o pavor. El monigote me olvido del café. más que dormido parecía muerto y su rostro de perfil no expresaba más que Después de desayunar, Amador tomó un taxi que una iracunda tristeza. lo dejó en la puerta de un enorme edificio a esca- sos metros del malecón de Barranco. No está nada Luego de una siesta donde recobró las mal, pensó, qué felices seríamos. El administrador fuerzas, Amador almorzó al mediodía, lo recibió con una sonrisa amable en el dintel de la como de costumbre. Aunque disfru- entrada. Era un hombre casi enano, cejudo, ama- tó en silencio de cierta paz y sosiego, nerado, de lentes redondos y bigotes ralos. Buenas de pronto la ansiedad lo gobernó. Con tardes señor, por aquí por favor. Señaló con el índi- rapidez pidió la cuenta y echó a andar ce, con movimientos que a Amador le parecieron los hacia la avenida Larco. (Una laguna en de un director de orquesta: este es el hall, esos los forma de pez cuyo centro adornaba una ascensores, esa puerta da a los estacionamientos y pequeña isla de plantas puntiagudas; esa otra a las escaleras de servicio, el ascensor de hermosos vergeles multicolores por la izquierda es para los departamentos impares, el todo su alrededor; el espacio salvaje, derecho para los pares, pensó, el doce es par, por íntimo y acogedor). Debía cerciorarse aquí por favor. La vista desde el balcón del departa- de que ese pequeño recodo sentimen- mento hacia las playas de la Costa Verde le devolvió tal y, tal vez, último resquicio de amor un panorama hermoso y apaciguador. El viento lo a Zoila aún estaba ahí. (Lechos y arbus- despeinó y una fresca neblina primaveral se disipó tos multiformes, salvajes, disparejos y frente a sus ojos y aparecieron unos pequeños pun- frondosos; un camino laberíntico y em- tos de colores a lo lejos como canicas que se entre- pedrado del cual asomaban pequeñas veraban y confundían en el mar. Pensó: de nuevo florecillas indefensas; un pequeño muro acá en el Perú, en Lima, en Barranco. ¿Te acuerdas de ladrillos rojos donde, sentados en el Zoila: “El mar es un alma que tuvimos, que no sa- bordillo, los muchachos fumaban su pri- bemos dónde está, que apenas recordamos nuestra mer cigarrillo, lanzaban piedras al abis- —un alma que siempre es otra en cada uno de los mo o conocían el amor con su primer malecones—”?, ¿te acuerdas de Martín Adán, que beso). Caminó sin detenerse, mirando adorabas? De pronto, el paisaje lo inspiró. Barranco desorientado a su alrededor: edificios es precipicio, pensó, fin del mundo. desiguales, hermosas casas abandona- das convertidas en hostales, tiendas de El departamento vacío se veía enorme y la pequeña muebles, ropa o artefactos, chinganas, ruma de objetos que trajo de París reposaba en una cafés y casinos. (El mar rompiendo a esquina de la habitación. Recordó con claridad la los lejos, en las orillas empedradas de tarde que, horas antes de partir, caminó como un la Costa Verde, como telón de fondo de espectro por el barrio de Montparnasse (a modo de las funciones de títeres que emboba- despedida) donde en una pequeña feria ambulante, ban a los más pequeños mientras reían, chillaban y berreaban por un algodón sin razón aparente, compró una enorme chuchería de dulce, un avión de tecnopor o una que lo impactó e intimidó hasta el punto de llevárse- pelotita de plástico). Casi corrió —con la sin titubear por un impulso íntimo y desconocido. el corazón en la mano— agitándose Pensó: qué cara puso el administrador cuando le más y más hasta que llegó al final de regalé el cuadro. la avenida (El cómplice perfecto para la amistad, el juego, el amor). Pensó: La figura central era un monigote blanco y contra- ¿acá no estaba el parque Salazar? hecho extendido casi al borde inferior de la tela, de cuyo vientre hinchado y entreabierto emanaban fi- Enormes grúas y tractores rodeaban gurillas multicolores y deformes que evolucionaban, los extremos del parque y un lindero de en un segundo plano, a otras más grandes, ovales, esteras impedía el paso hacia el acan- incorpóreas y blanquecinas con expresiones huma-

UN VICIO ABSURDO 19 tilado. Decenas de obreros aparecían desgracia la figura. El contraste con los pequeños consecutivamente, uno tras otro, em- rostros ‘munchianos’ esparcidos en él, los hacía ver pujando carretillas llenas de tierra mez- como estrellas en un firmamento que resultaba in- clada con flores, arbustos, troncos des- timidador. La firma era ilegible y una pequeña pla- hechos y ramas secas que iban a parar ca de bronce rectangular atornillada al filo inferior a un camión destartalado que se abría del marco, despertaba la intriga de todos al leer paso, , sobre el terreno que en ella la incomprensible frase: “LE ORDAUC ED UT albergó tanta paz y armonía. La laguna ETREUM”. seca, llena de envolturas y papeles co- ronaban la tragedia y unos vendedores Amador no tuvo en mente volver al Perú hasta que de comida servían humeantes platos Zoila sufrió ese terrible accidente. Renunció a su desechables a los numerosos obreros trabajo, liquidó casi todos sus ahorros y vendió su que una vez vacíos apilaban en cual- hermoso chalé del ‘Boulevard Saint–Germain’ a un quier extremo del parque. Un enorme precio irrisorio pero urgente. El dinero y la obstina- letrero auspiciaba la construcción de ción de Amador no pudieron contra lo inevitable: un esperpento sin forma aparente, Zoila murió y sus cuarenta años viviendo juntos, sus hecho de vidrios, columnas y fierros sueños de regresar al Perú para revivir sus últimos que tendría un nombre distinto al lu- días como los primeros, también. (Te lo prometo gar profanado obviando vilmente su Zoila, volveremos a la misma banca, miraremos el ­preexistencia. ocaso, el mar, las aves y nos besaremos como aque- lla vez, te lo prometo, y verás que no habrá nada Atónito y desarmado, Amador no dio mejor que tomarnos de la mano como entonces y te un paso más. Sintió un frío en las ma- pediré de nuevo que seas mi chica. De nuevo serás nos y las rodillas le temblaron. No ha- mi Zoila, nos abrazaremos y te prometeré de nuevo bía dudas, el monumento con cabeza todo el amor, todo el amor). Amador volvió en bus- ca de un paisaje ya extinto, a un paraíso terrenal de cóndor —en honor al piloto Salazar que nunca volverá… Southwell— era el mismo de siempre y además lo único que pudo reconocer. Porque cuando vuelves a la vida que viviste Amador, Giró sobre sus talones un poco marea- y no es más que un conjunto de recuerdos sin pies do y volvió sus pasos con un inmenso ni cabeza y hablas del pasado con tu memoria pero dolor de cabeza que lo hizo caminar en todo se entrevera porque estás ebrio fumando círculos por calles desconocidas que en el balcón de tu departamento y te has fuma- notó muy estrechas e inmensamente do hasta los dedos mirando el mar toda la noche atestadas de autos. Pensó: ¿a qué vol- mientras sollozas por esa pena que pensabas en- viste Amador? Aunque llegó al edificio terrada como Zoila, tan elegante, tan tuya, lo único sofocado y tembloroso se detuvo bre- que en verdad tenías Amador, y solo querías volver vemente ante el inmenso cuadro colga- de la mano con ella por el parque Salazar para be- do en la entrada del hall. Sintió lástima sarla, abrazarla y ver esos títeres ridículos que te por el extraño monigote agonizante y encantaban y hoy notas que ya no queda en todo odio por las cabecitas asustadas que el mundo ni siquiera un parque donde cogerse de flotaban por los aires. Pensó que era las manos con alguien, y regresaste al lugar donde horrible el cuadro pero hasta cierto fuiste feliz violando esa máxima fundamental de la punto impresionante. Leyó la incom- vida Amador, por tu terquedad, por una estúpida prensible frase en la placa del cuadro promesa a una moribunda en su lecho de muerte pero no reparó en descifrarla y subió para darte cuenta de que estás solo Amador aún despacio a su departamento. cuando te trajiste tantas fotos hermosas con tan- tas risas, abrazos y cariños que hoy te miran con Su cielo de duro azul marino encapota- piedad parado en el ridículo balconcito de tu llanto do por unas manchas gruesas y negras donde has derramado media botella de coñac, te teñía con un abstracto y etéreo halo de molestas con el coñac, maldito coñac dices, bus-

20 septiembre 2012 cas un trapo e intempestivamente giras y resbalas LA VIDA DEL ÁNGEL Amador, te habías olvidado de Lima la húmeda, tus Rodolfo Alejandro pies se elevan, tu cintura golpea la barandilla y tu De la Riva Cachay muerte es inminente como tu soledad aunque notas lo poco que te importa sobrevivir en este mundo Hoy desperté arrecho, con las alas donde amaste y fuiste amado porque ¿a qué vol- pegadas al brazo y un sudor caliente viste Amador? hasta la laguna, las florecillas y el goteando desde la almohada. No re- rumor del mar tampoco han sobrevivido, ahora tus cuerdo bien qué sucedió, pero algo en manos nerviosas de terror intentan coger el aire en la habitación me forzaba a sospechar vano, la gravedad hace lo suyo y Barranco–es–el– que tuvo que ver con Ella. La mirada fin–del–mundo Amador ¿te acuerdas?, danza y silba perdida y oscura que tenía al quitarse el viento, te inmovilizas, te resignas, habías vuelto la túnica o el roce de sus pechos pun- a morir, y el parque con su lagunita llena de barcos tiagudos con mi barbilla, eran solo al- de papel y tus besos con Zoila pegadas a ese álbum gunas de las imágenes que perforaban viejo y la foto en los diarios de mañana por la maña- mi cabeza al despertar. Su aroma esta- na Amador contigo arrojado en la vereda mientras ba impregnada en las costuras de las los vecinos espantados y palidecidos aguaitan por sábanas, olor a sexo placentero, a re- las ventanas del edificio la recreación perfecta del pulsión, a manchas de sangre y semen. cuadro de tu muerte, de la muerte del cuadro, de tu Todo mi plumaje inundaba el pequeño muerte en el cuadro. cuarto del hostal. Yo estaba descalzo, mojado también, con algo de jaqueca, seguramente, por la insoportable sen- sación de abismo en mi garganta.

Tendí apresurado la cama y acumulé todas las plumas debajo de la alfombra. El quebraje de mis alas por el doblez que se hizo al dormir, lo arreglé con una cinta de cortina y un nudo marinero. Para terminar, aspiré el último recuerdo de la noche anterior (o al menos lo que intuía que era un recuerdo).El ambiente volvía más sofocante la resaca. Tuve la leve sensación de que ese lugar carga- do de impureza era el causante de mis lagunas, así que busqué con la mirada mi túnica hasta tantear un bulto arru- gado y sucio junto al cúmulo de plumas debajo de la cama. No pensé en reco- gerla siquiera, no me veía vistiendo ese harapo. Así que salté desnudo por la ventana zigzagueante y sin frío.

Un tenue aguacero empezó a caer mientras me dirigía al amasijo de nu- bes que observaban la ciudad desde lo alto, por unos minutos deja de oler a cebolla, a semen, a repulsión y hasta las manchas de sangre se limpian en mi cuerpo desnudo. Me alejé del hostal

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