Las reelecciones presidenciales en : entre el fracaso y la dictadura

JOSÉ FERNANDO OCAMPO T.

Profesor universitario. Ph. D. en Ciencia Política de la Universidad de California. [email protected]

Frente a la reelección presidencial que está en juego en los comicios de mayo de 2006, resulta instructivo repasar cuál ha sido la experiencia histórica acaecida con esta figura ahora reimpuesta por el candidato- presidente Uribe y avalada por la Corte Constitucional, con el honroso voto en contra de dos de sus magistrados. El historiador José Fernando Ocampo analiza los insucesos de la reelección en Colombia. Deslinde

"Hegel dice en alguna parte que todos los grandes

hechos y personajes de la historia universal se producen,

como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar:

una vez como tragedia y otra vez como farsa."

Marx, El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte

Las reelecciones presidenciales en Colombia han tenido un sino maldito. O han fracasado ruidosamente o se han convertido en dictaduras oprobiosas. De la experiencia histórica recogida en fracasos y dictaduras, las reformas constitucionales contemporáneas han sido supremamente temerosas de las reelecciones presidenciales. A la luz de estas experiencias, resulta ineludible especular sobre el futuro de la reelección del actual mandatario Álvaro Uribe Vélez; si repetirá la historia de las reelecciones en Colombia, como fracaso o como dictadura. Rojas Pinilla había sido el último presidente en ejercicio en intentar una reelección, contra la cual una coalición liberal conservadora se levantó y condujo a su derrocamiento el 10 de mayo de 1957 y al pacto bipartidista del Frente Nacional. En tres ocasiones de la historia nacional republicana los mandatarios en ejercicio han sido reelegidos para el período siguiente sobre la base de Constituciones completamente nuevas: Rafael Núñez, y Rojas Pinilla. Tomás Cipriano de Mosquera y Manuel Murillo Toro fueron reelegidos con la Constitución vigente, sin ninguna reforma previa. Pero por primera vez es Álvaro Uribe Vélez quien, siendo presidente en ejercicio, logra en el Congreso una modificación de la Constitución vigente para su propia reelección inmediata.

No ha habido en el país reelección alguna que no se hubiera defendido con el argumento de la tarea inacabada de un solo período. Dos o cuatro o hasta seis años han sido considerados insuficientes por los reeleccionistas en el poder para lograr la oportunidad de concluir su obra suprema. Reyes abandonó el poder por su propia cuenta y Rojas Pinilla fue obligado a dejar la presidencia por el movimiento bipartidista del Frente Nacional, después de que les habían aprobado su reelección. Ambos habían argüido la insuficiencia del tiempo en el poder. Hoy se repite la historia. Uribe Vélez argumentó que su obra pacificadora quedaría inconclusa si el Congreso no aprobaba su reelección. En los tres casos se siente un tufillo mesiánico rondando la historia. No podemos ser profetas. Lo que la historia enseña no hace sino advertir posibilidades futuras. Nadie puede predecir lo que le sucederá a Uribe si es reelegido. Ese ejercicio de análisis sobre acontecimientos similares o totalmente diferentes no coincide sino en que las reelecciones en la historia de Colombia, o han fracasado o se han convertido en dictaduras oprobiosas. Y sobre ninguna de las reelecciones ni hubo ni hay unanimidad de criterio histórico. A Rojas Pinilla lo derrocaron, lo privaron de sus derechos políticos y resucitó para poner en tela de juicio la elección de . No obstante que los gobiernos de Núñez condujeron a tres guerras civiles, los historiadores se dividen entre los que lo veneran como un salvador de la Nación y quienes lo aborrecen como un dictador funesto. Desde ya sobre Uribe se tejen semejantes predicciones, hasta augurar una prolongación dictatorial de su mandato.

De todas las reelecciones en Colombia, tres fracasaron –Mosquera, Reyes y López Pumarejo– dos se convirtieron en dictaduras –Bolívar y Núñez– y una, la de Rojas Pinilla, se frustró antes de iniciarse. Solamente la de Manuel Murillo Toro terminó sin mayores repercusiones o contratiempos.

Las reelecciones convertidas en fracaso: Mosquera, Reyes y López

Fracasó Rafael Reyes cuando tuvo que retirarse del gobierno en 1909, cinco años antes de terminar su mandato. Le sucedió lo mismo a Alfonso López Pumarejo en 1945, un año antes. Y a Tomás Cipriano de Mosquera lo derrocaron en su segunda reelección y lo condenaron a prisión en 1867, aunque le conmutaron la pena por el exilio. Fueron tres fracasos estruendosos. Cada uno en períodos históricos muy diferentes. Mosquera en la segunda mitad del siglo diecinueve, Reyes y López, a principios y en la mitad del siglo veinte. Lo importante de tener en cuenta es que los tres fracasos, a pesar de haberse sucedido en épocas tan distintas, ofrecen una constante, la de que la reelección presidencial en Colombia ha sido peligrosa. López Pumarejo puede considerarse como el más caracterizado representante del liberalismo del siglo pasado en el país, mientras Reyes y Mosquera se constituyeron en disidentes de sus propios partidos políticos, el Conservador el primero y el Liberal el segundo. Y, sin embargo, fracasaron en sus reelecciones.

¿Por qué fracasaron? Hoy puede juzgar la historia que las razones esgrimidas por sus contemporáneos para presionar su salida de la presidencia no constituyen un argumento contundente. A Mosquera lo condenaron sus enemigos, los liberales “radicales”, más por un sectarismo virulento de oposición que por un crimen valedero. A Reyes lo acorralaron sus contrincantes, provenientes del liberalismo y el conservatismo de su época, hasta agotarle su paciencia y su resistencia. A López Pumarejo lo arrinconaron las presiones de toda índole de unos contendientes rayanos en el fanatismo. Pero en los tres casos se generaron movimientos de suficiente poder como para obligarlos a salir o a dimitir y hacer fracasar la reelección. Así es la historia. No es de extrañarse que solamente diez años después de interrumpir su mandato, López Pumarejo hubiera jugado un papel determinante en la creación del Frente Nacional y a Mosquera le hubieran hecho un homenaje impresionante hasta sus más enconados enemigos a raíz de su muerte pocos años después de la condena.

Pero detrás de las razones aparentes de sus fracasos, subyace el papel histórico de cada uno de ellos. Ante todo Mosquera (1845-49; 1860-62; 1863-64; 1866-68). El mundo se encuentra a mediados del siglo XIX en la etapa de pleno ascenso del capitalismo y del liberalismo político. Es el momento del esplendor de la economía de libre competencia y de la democracia política que acaban de enterrar al régimen feudal y al absolutismo monárquico. Aquí Colombia tenía que mirar hacia el desarrollo industrial, hacia la búsqueda de los recursos de capital necesarios para la transformación de una producción artesanal de carácter feudal en una industria moderna de carácter capitalista. Y hacia ese objetivo dirigió Mosquera sus mandatos. Pero sin ser liberada la propiedad de la tierra en manos de la Iglesia y de los grandes terratenientes herederos de la colonia española, resultaba imposible pensar siquiera en una transformación industrial. Mosquera llevó a cabo la más grande reforma agraria de la historia colombiana, la denominada “desamortización de bienes de manos muertas”. En términos modernos lo que ello significó fue la expropiación de las tierras donadas por los terratenientes herederos de la colonia a la Iglesia para salvación de sus almas, cuya propiedad se volvía inalienable, con el objeto de crear propietarios medianos de producción agraria avanzada. Lo que Mosquera afectó fue la esencia del régimen terrateniente en Colombia, el poder omnímodo de la Iglesia y la supervivencia de la ideología medieval.

Lo paradójico de esta historia es que no fueron los terratenientes ni la Iglesia quienes acorralaron a Mosquera y su reforma, sino los liberales “radicales” con el argumento de que encarnaba una amenaza dictatorial. Por eso lo derrotaron en la Convención de Rionegro, cometieron la insensatez de consagrar en la Constitución un período presidencial de dos años, la estructuraron para cerrarle el paso, entablaron un federalismo hirsuto y anularon la reforma agraria que se había echado a andar con la desamortización de 1861. Primaron en ellos los intereses terratenientes amenazados. Pero Mosquera vuelve sobre la reforma agraria en 1866 enfrentándose a su predecesor Murillo Toro, por haber permitido que los bienes incautados a la Iglesia se convirtieran en latifundios en manos de los comerciantes con el patrocinio del gobierno. Por eso los liberales “radicales” no le permitieron desarrollar su política arguyendo el fantasma de la dictadura y haciéndole el trabajo a los conservadores fundamentalistas, sus enemigos jurados. Pero, en el fondo, lo que impedían era la profunda reforma económica que Mosquera estaba decidido a llevar a cabo y que, finalmente, terminó en el fracaso de su reelección y de su proyecto histórico.

Sigue Reyes. Cuando Reyes fue elegido presidente en 1904 por la Asamblea de electores con una mayoría de sólo 12 votos sobre un total de 1.800, la historia mundial había dado un vuelco completo y Colombia, después de la Guerra de los Mil Días y la pérdida de Panamá, había entrado en un nuevo período histórico. En el mundo se había impuesto ya el monopolio sobre la libre competencia en la producción industrial, se había iniciado la era del predominio del capital financiero sobre el productivo y las grandes potencias industriales del mundo se habían lanzado al dominio económico sobre el globo terráqueo. Pero Colombia todavía no había entrado siquiera a la era industrial, su rezago económico había sido agudizado por una guerra civil de tres años y acababa de sufrir la pérdida del territorio estratégico del Istmo de Panamá, arrebatado por la maniobra del poder imperial de Estados Unidos. Reyes había sido protagonista de primera línea en la vergonzosa entrega que el gobierno de Marroquín había hecho de Panamá, después de haber dejado abandonadas las tropas colombianas bajo su mando, destinadas a reconquistar el territorio desmembrado. A pesar de su traición, Reyes había sido elegido presidente con el apoyo de los liberales derrotados en la guerra civil, a quienes incorporó en su gabinete ministerial y en las misiones diplomáticas, entre ellos a dos de sus más connotados jefes: Rafael Uribe Uribe y Benjamín Herrera. Con ellos y el apoyo de su partido, conformó la Asamblea Nacional Constituyente de 1905 que le prolongó el período presidencial hasta 1914.

Constituía una reelección sin trámite electoral previo. Pero Panamá seguía siendo la piedra en el zapato de su gobierno. Reyes se había caracterizado por haber sido en toda su trayectoria política un ferviente áulico de Estados Unidos. Ya en el gobierno, trató en todas las formas de sacar adelante el Tratado Herrán-Hay para entregarle Panamá al país del Norte, pero la opinión pública y el Congreso se lo impidieron. En el Congreso Panamericano de 1906, sus delegados Guillermo Valencia y Rafael Uribe Uribe, dejaron declaraciones de sumisión vergonzosa a los ladrones de Panamá. Reyes instauró una dictadura modernizante que soñaba con seguir los pasos de Porfirio Díaz en México. Pero todo lo atropelló para congraciarse con Estados Unidos y sacar adelante sus proyectos de modernización. Con ellos iniciaba lo que más adelante se consolidaría como una modernización imperialista en Colombia con Pedro Nel Ospina (1922-1926), (1930-1934) y López Pumarejo (1934-1938). Él fue su predecesor. Presiones nacionalistas y democráticas fueron ahogando a Reyes hasta obligarlo a renunciar en 1909. El país no le perdonaba su intento de congraciarse con Estados Unidos y no reclamar la devolución de Panamá. Su reelección inducida había terminado en un fracaso estrepitoso.

Y ahora López. La leyenda liberal ha convertido a López Pumarejo en un personaje casi intocable, a pesar del fracaso de su reelección en el período presidencial de 1942 a 1946. A su primer gobierno lo bautizaron como la Revolución en Marcha y así ha pasado a los textos de historia. Pero su trayectoria de agente financiero estadounidense, como presidente del Banco Mercantil Americano, y como intermediario de los exportadores cafeteros norteamericanos, además de su admiración por Franklin D. Roosevelt, presidente de Estados Unidos por cuatro períodos consecutivos, le imprimen carácter a su prontuario histórico. No extraña que López le hubiera entregado el petróleo a las compañías norteamericanas en condiciones gravosas para el país ni que hubiera firmado un tratado de comercio con Estados Unidos que puso en peligro de desaparecer la incipiente producción industrial nacional. Se trataba de un momento histórico de lucha entre las grandes potencias imperialistas por el control del país, principalmente Inglaterra, Alemania y Estados Unidos. López terció a favor de la potencia norteamericana en ascenso. Pero su imagen de gran modernizador ha logrado opacar el verdadero carácter imperialista de sus grandes reformas. Y ése se constituyó en un factor decisivo a favor de su reelección.

Si Roosevelt en medio de la Segunda Guerra Mundial entraba en su tercer período presidencial, ¿por qué él, con el apoyo popular de su primer período, de los líderes obreros, de la izquierda comunista, no podía aspirar a una reelección exitosa? La situación mundial había cambiado radicalmente. Colombia se había alineado al lado de los aliados y Estados Unidos en la conflagración mundial contra el fascismo propugnado por Alemania e Italia. Eduardo Santos se había alejado de las posiciones de Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay que habían escogido la neutralidad, táctica propiciada por el fascismo internacional en América a favor de Alemania e Italia, y había decidido darle el apoyo oficial de Colombia a los aliados. El Partido Conservador, bajo la dirección de Laureano Gómez y con el apoyo de Silvio Villegas, Fernando Londoño, Gilberto Alzate Avendaño, denunció el alineamiento con Estados Unidos y defendió una neutralidad sospechosa de apoyo a Franco, Hitler y Mussolini. Para López, el cambio de la situación mundial favorecía su tendencia pro norteamericana y los intereses de una burguesía financiera en ciernes. Sólo que las condiciones de la guerra habían operado una transmutación completa en la situación internacional y determinaban el desarrollo interno del país en una dirección contraria.

Colombia tenía que estar al lado de Estados Unidos en la guerra mundial como lo había decidido Eduardo Santos. Pero todos los esfuerzos económicos y políticos del país del Norte se ocupaban en la confrontación contra el fascismo. Se había visto obligado a aplazar por el tiempo de la duración de la guerra, por lo menos, su poder expansionista con el que ya había comenzado a desplazar a las potencias europeas en América Latina. López tenía que ocuparse de sobreaguar sin el capital extranjero, sin el apoyo directo de sus amigos norteamericanos y arrimado a una burguesía financiera todavía demasiado débil. Se arriesgó a la reelección, la logró y afrontó una de las más difíciles etapas de la historia contemporánea del país. El Partido Conservador, bajo la dirección de Laureano Gómez, le enfiló toda su agresividad para tumbar el gobierno y se vio favorecido en su propósito por una serie de acusaciones contra el hijo del presidente, Alfonso López Michelsen, a propósito de negocios oscuros o abusivos, así como por el asesinato de Mamatoco, un desconocido boxeador que publicaba panfletos en contra del gobierno. También el ejército se alebrestó en su contra y ensayó un golpe de estado fallido. Finalmente, López renunció a mediados de 1945, a un año de finiquitar su período de reelección. Había fracasado como Mosquera o como Reyes. Las reelecciones convertidas en dictadura: Bolívar y Núñez

No quedan sino dos reelecciones para ser analizadas: la de Bolívar (1819-1830) y la de Rafael Núñez (1880-82, 1884-1896). Las dos devinieron en dictaduras. Difícil encontrar en la historia colombiana personajes casi intocables como ellos dos. La casi totalidad de los historiadores contemporáneos se pliegan ante sus dictaduras. Ambos gobernaron a Colombia diez años, con interrupciones temporales más o menos cortas. Bolívar no fue reelegido por voto popular, sino por su carácter de Libertador, en Convenciones o Congresos, a diferencia de Núñez quien ganó cuatro elecciones, directas e indirectas. Curiosamente los dos acudieron a sus vicepresidentes o a sus delegatarios para que los reemplazaran en su cargo en varias ocasiones. Núñez no terminó sino su primer período completo, aunque nunca perdió su investidura presidencial y murió antes de culminar su último período, casi sin haber ejercido el cargo. Así era este personaje extraño y todopoderoso, “tiraba la piedra y escondía la mano”. Apenas tomaba las medidas dictatoriales, emprendía viaje a su mansión de El Cabrero, en Cartagena, y desde allí inspiraba a sus mandaderos.

Bolívar y Núñez tienen un sino semejante y una diferencia asombrosa. Su sino es la dictadura a que condujeron el país. Su diferencia asombrosa es que Bolívar libertó a Colombia. Es decir, Bolívar puede haber caído en una dictadura en sus últimos años, pero para la historia es el libertador de cinco repúblicas del yugo colonial español. En cambio, a Núñez lo único positivo que puede atribuírsele de su trayectoria política es el entierro del federalismo hirsuto de la Constitución de Rionegro, pero para conducir al país a una dictadura que costó tres guerras civiles –y, de pronto, hasta la pérdida de Panamá– además de haber restaurado el poder eclesiástico de la época feudal, cuyo dominio tuvo que sufrir el país por un siglo con consecuencias fatales para la educación, que duraría controlada por la Iglesia Católica hasta avanzada la segunda mitad del siglo XX.

Como en el famoso soneto de Ñito Restrepo, Núñez es traidor, judas, déspota, precito, frailuno. [1] O como en la diatriba de José María Vargas Vila: “he aquí al tirano esfinge”. [2] En él se hizo la reelección ley implacable. Para lograrlo persiguió y desterró a sus contradictores. Durante el período de la Regeneración, de 1886 a 1899, con cuyo nombre conoce la historia su época de dictadura, el sistema electoral impuesto y la manipulación de los comicios por el Ejecutivo, no permitió llegar al Congreso sino a un solo liberal antinuñista, Rafael Uribe Uribe. Porque el propósito de Núñez, aliado con , jefe de una fracción del Partido Conservador –feudal, terrateniente y católico fundamentalista– consistió en liquidar el Partido Liberal.

Apenas año y medio corrido después de la promulgación de la Constitución de 1886, el gobierno de Núñez hizo aprobar en un Congreso monolítico, sin oposición alguna, la famosa Ley 61 de 1888, apodada por sus violentas medidas antidemocráticas, ‘ley de los caballos’. Con las facultades omnímodas otorgadas por esta ley, el régimen nuñista arrasó la oposición liberal –la única que existía entonces– mediante proscripciones, deportaciones, multas a la prensa, suspensión de periódicos, clausura de imprentas, violación de domicilios, clausura de institutos docentes, interceptación del correo, prohibición del derecho de reunión, violación de todos los derechos. Todas las medidas antidemocráticas –“medidas de seguridad”, como las denominó Uribe Uribe en el Congreso– iban dirigidas a mantener el Partido Liberal fuera de la ley.

Entonces Núñez tuvo tres reelecciones, una por dos años y dos por cuatro cada una. Su muerte en 1894, le impidió culminar la última de 1892 a 1898. Su régimen dictatorial le imprimiría al país una impronta política conservadora de inspiración religiosa contra la que no prevalecería ninguna reforma ni ninguna guerra civil hasta la reforma constitucional de 1975 y la Constitución de 1991. A pesar de su agnosticismo, Núñez adoptó para su lucha política de la Regeneración el socialismo cristiano de corte medieval de León XIII, que le ganó la concesión vaticana de la Orden Piana. Núñez había vuelto de Europa en 1870 con una obsesión anticapitalista que lo llevó a implantar una política económica opuesta al desarrollo industrial, a favor del régimen terrateniente y para impedir el libre desenvolvimiento de las fuerzas productivas. Se alió con los artesanos, favoreció a los señores de la tierra, le devolvió los privilegios económicos a la Iglesia – los mismos que le había arrebatado Mosquera–, anuló todo rastro de la desamortización, controló el régimen monetario con un Banco Nacional esclerótico, llenó de impuestos a los productores cafeteros, controló el libre comercio hasta casi su inmovilización. Sus medidas obedecieron a una concepción económica feudal y a su temor político de una reacción en su contra por parte del liberalismo. La dictadura de Núñez arrasó las garantías democráticas y defendió los intereses económicos opuestos al desarrolló nacional. Esa fue la conclusión de sus reelecciones: dictadura y retroceso económico.

En el caso de Bolívar no es fácil abordar el tema de la reelección. En los países que fueron escenario de su gesta libertadora, los criterios apasionados hacen elusivos los juicios históricos sobre él. A Bolívar lo reeligió el Congreso Constituyente de Cúcuta en 1821. Y él esperaba que la Convención de Ocaña lo reeligiera de nuevo en 1826. Pero la Convención fracasó, los delegados favorables a Bolívar se retiraron y éste se arrogó el poder sin que se hubiera tomado una decisión para reelegirlo. Dos factores condujeron la Convención a un fracaso y a la dictadura de Bolívar. Uno, la serie de medidas autoritarias tomadas en su última jornada militar desde Bolivia hasta Colombia, las cuales antecedieron a la Convención y que fueron un factor determinante para ponerla en contra suya. Y dos, todo un ambiente creado por él –con proyectos políticos, medidas, mensajes, contactos internacionales, correspondencia de distinta índole–, francamente autoritario o monárquico. Bolívar propuso para Bolivia un régimen de presidencia vitalicia y senado hereditario que fue aprobado en distintas provincias de Perú y Ecuador y acogido por sus más radicales partidarios para ser implantado en Colombia, precisamente, después del fracaso de la Convención de Ocaña. Pero, además, la tentación monárquica que siempre le rondó por la cabeza a Bolívar. Está en la Carta de Jamaica; quedó de sus relaciones con los emisarios franceses; salió a relucir en sus mensajes con los diplomáticos ingleses, y se materializó en la propuesta que su Consejo de Ministros planteó en 1828 de que asumiera la presidencia vitalicia y, a su muerte, se instaurara la monarquía hereditaria de un príncipe inglés.

Bolívar terminó sus reelecciones en una dictadura precedida por golpe de Estado. Pero sus relaciones de gran intimidad con la monarquía inglesa introducen un elemento aún de mayor gravedad histórica. América acababa de lograr su independencia de Europa y él había sido uno de los más grandes protagonistas de esta gesta. Su tendencia monárquica y sus relaciones con ingleses y franceses durante la guerra independentista, lo hacían proclive a las relaciones con la Santa Alianza de los poderes reaccionarios y restauradores de la monarquía en Europa. Estados Unidos lideraba en América el movimiento de defensa de la independencia contra los poderes europeos y había propuesto la Doctrina Monroe como un acuerdo de los americanos en defensa de su independencia contra la Santa Alianza. Pero Bolívar ignora a Estados Unidos en la convocatoria del Congreso de Panamá con el criterio de conformar una federación exclusivamente hispanoamericana, pero, en el fondo, con la idea de convertirla en un protectorado británico. Estados Unidos todavía no era la potencia imperialista que llegaría a ser en el siglo XX, sino la primera nación en haber llevado a cabo una revolución democrática, aún antes que la revolución francesa. Las reelecciones de Bolívar terminaron en una dictadura reaccionaria con el peligro de un alineamiento con la Santa Alianza y el sometimiento al imperio británico o francés.

¿Y la reelección de Uribe Vélez? ¿Qué pasará con la reelección de Álvaro Uribe Vélez? Es el único presidente de Colombia que ha hecho modificar la Constitución vigente para su propia reelección. Núñez no lo hizo exactamente así; es decir, no tramitó una modificación de la Carta para hacerse reelegir de inmediato, sino que convocó un Consejo Nacional de Delegatarios para que elaborara y aprobara una Constitución completamente nueva, la Constitución de 1886, distinta por completo a la de Rionegro. Tampoco Rojas Pinilla tramitó una modificación de la Constitución vigente, sino que convocó una Asamblea Nacional Constituyente para una nueva Carta, en la que se incluía la reelección inmediata. Lo propio hizo Reyes. En cambio Uribe se la jugó en el Congreso siendo presidente en ejercicio, no para una nueva Carta, sino para reformar la existente en beneficio propio en lo pertinente exclusivamente al punto de la reelección inmediata. Pero, además, es el único caso en que el presidente en ejercicio somete su reelección inmediata al veredicto de las urnas. Ningún otro de los presidentes reelectos lo hizo. En mayo de este año, el pueblo decidirá si lo reelige o no. Es un hecho que no tiene antecedentes históricos en el país.

La etapa histórica en que se encuadra la reelección de Uribe difiere por completo de la de todas las demás en que se desarrollaron las reelecciones anteriores. En la segunda mitad del siglo veinte Colombia se convirtió en una neocolonia estadounidense. A Reyes no le tocó sino un comienzo de este proceso aplazado gracias a la feroz reacción nacional contra el robo de Panamá, lo que no permitió el afianzamiento del embate imperialista. En cambio a López le tocaron dos períodos contradictorios, el primero en el que favorecía el proceso de entrega de la economía a Estados Unidos y, el segundo, en el que el poderoso del Norte tuvo que dedicarse a la tarea mundial de derrotar el fascismo y dejó en remojo su zarpazo sobre la Nación. Podría pensarse que la reelección de Rojas sería la opción más conveniente para la política de dominación estadounidense, pero los imperialistas prefirieron la estrategia frentenacionalista que les daría todas las garantías de control sobre la economía durante la década del sesenta.

Uribe llega al gobierno bajo tres condiciones históricas sin precedentes. Una, la implantación en Colombia de la ‘apertura económica’ iniciada en los gobiernos de Barco y , estrategia bajo la cual se aplica en el país la globalización imperialista, con la cual Estados Unidos pretende contrarrestar los embates de Europa y Asia contra su dominación global, principalmente, en América Latina. Dos, la adopción por el gobierno de Bush de la lucha mundial contra el terrorismo después del atentado del 11 de septiembre en las Torres Gemelas de Nueva York. El imperialismo norteamericano se va convirtiendo en una máquina militar de invasiones como la de Afganistán e Irán, sólo semejantes al más ignominioso colonialismo de épocas que parecían superadas. Tres, el surgimiento de una ola antinorteamericana y antineoliberal en América Latina, de distintos matices: desde Chávez en hasta Kirchner en Argentina. El pago argentino de toda la deuda al Fondo Monetario Internacional en un contado indica el comienzo de una tendencia que conduce a prescindir del FMI en el control de las economías latinoamericanas.

En esta coyuntura histórica, Uribe se erige como la punta de lanza del imperialismo norteamericano en América Latina. Hoy no hay un gobierno en el continente tan fiel a las políticas de Estados Unidos como el de Uribe. Su política neoliberal practicada con todo detalle, la sumisión de los negociadores colombianos a las exigencias gringas en la negociación del Tratado de Libre Comercio, el ataque sistemático a la producción nacional, la aplicación rigurosa de las condiciones fondomentaristas contra el trabajo de los colombianos, la rendición de la política económica a los condicionamientos del capital financiero, la aplicación incondicional de la estrategia de Bush contra el terrorismo a las circunstancias particulares del país. Uribe ha desvertebrado la Constitución para su beneficio, ha violado todas las reglas de juego mínimo para acomodarlas a sus intereses reeleccionistas, mientras las condiciones democráticas se van restringiendo progresivamente hacia un régimen cada vez más absolutista. Su “seguridad democrática” se revela aceleradamente como un régimen de extrema derecha.

¿Será que Uribe repetirá la historia? Puede ser que pierda la elección. Puede que su reelección quede para la historia como fracaso o como dictadura. Puede que se convierta en tragedia o en farsa. Para la historia quedará toda una trayectoria de presiones indebidas, de manipulaciones arteras, de fallos incomprensibles, de comedias ridículas, de dádivas subrepticias, todas ellas dirigidas a obtener las votaciones favorables en el Congreso y la aprobación de la Corte Constitucional. Ahí están las posibilidades históricas: el fracaso de Bolívar, la cárcel o el destierro de Mosquera, la dictadura de Núñez, la huida de Reyes, la renuncia de López o el derrocamiento de Rojas Pinilla. Si Uribe no obtiene la mayoría absoluta en la primera vuelta, tendrá que ir a la segunda vuelta. Y si obtiene la reelección, le quedan tres opciones: la muy improbable de Murillo Toro, de pasar el período sin una mayor impronta histórica; la de los fracasos de Mosquera, Reyes o López Pumarejo; o la de las dictaduras como en el caso de Núñez o Bolívar. Si gana la elección, dados el vencimiento de los períodos y las facultades de que gozaría para definir su composición, puede llegar a quedar con el control hegemónico de la Corte Constitucional, la Corte Suprema de Justicia, el Consejo de la Judicatura, el Banco de la República, la Fiscalía, la Procuraduría, la Defensoría del Pueblo, el Consejo Nacional Electoral y –posiblemente– el Congreso. Entonces, ¿sobrevendrá la dictadura?

Bibliografía

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- ARCINIEGAS, Germán. Bolívar y Santander, vidas paralelas . Editorial Planeta, 1995.

[1] A Núñez Dictador

Por Antonio José Restrepo (Ñito)

Sube, traidor... Contempla el infinito

De la grandeza relativa humana; Pero apresura el paso, es la mañana

Y dora el sol tu pabellón maldito.

No aguardes que los ayes del proscrito,

Ni el fúnebre clamor de la campana

Que plañe la hecatombe colombiana

Turben tu negro corazón, precito[1]...

Sube más, sube más, que no te vea

Con sus ávidos ojos la balumba

De frailes y lacayos que te arrea.

Sube más... A tus plantas se derrumba

El parthenón sublime de la idea,

¡cava, vil judas, tu nefaria tumba

[2] “Los rasgos distintivos de este político, fueron el orgullo y la venganza; ellos lo condujeron al cisma liberal, de éste a la traición y de la traición al despotismo; … náufrago de los mares de la libertad, se replegó en las regiones de la autocracia, y llegó a ellas hambriento y feroz, como uno de esos osos polares a quienes sorprende la descongelación de los mares, y llevados sobre un témpano de hielo, sombríos viajeros, viajan semanas y semanas hasta que son arrojados por la fatalidad sobre un rebaño indefenso; así cayó él sobre la república; … el poeta se hizo déspota; … la religión y el servilismo formaron un solo himno al despotismo y al vicio”. José María Vargas Vila, Los divinos y los humanos, Editorial Oveja Negra , 1985.