Se Deshojó La Flor : Novela Filipina
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SE DESHOJO LA FLOR J. BALMOHI JESUS DALMOM. 2/ SI BiSHOJÓ LA FLBB NOVELA FILIPINA ~~vy MANUA-I915 ES PROPIEDAD. Quejan Uecìioi los registros <¡ue marca Ai ï.ey* Se deshojó la Fior OFRENDA Dedico este libro á DOLORES, á NATIVIDAD, d NIEVES y á ROS AMO, cuatro Angeles de mi y u arda en la vida. JESéS BALMORÍ. Porque fu* humilde como fos matas de las violetas, ¡Cantad, poetas! Porque fué buena sufriendo engaños y padeceres ¡Orad, mujeres! Porque fué un vuelo de mil palomas Su dulce vida de bandolines. (Alzad por ella vuestros aromas Blancos roca!es de los jardines! Porque en b vida fué como un coro De ruiseñores y golondrinas, ^Verted por ella llantos de oro Santas campanas maravillosas de Filipinas! JESÚS BALMORI. PRIMERA PARTE >E W.SHOJÚ Ì.K H OR I. —Tema, rosas comò tu boca. Y Rafael le golpeó el ramo de las rojas flores sobre el hombro desnudo,* sin el pañuelo de la cami sa, a la dulce. Volvióse ella, sobre el banquillo del piano, brin- dadora de su alma intensamente en sus labios y en sas ojos y en el divino estremecimiento de sus car nes sacudidas ¡or el ramo; y se inclinó, primero para mirar si en la caida alguien les observaba, para des pués suspirar mejor que hablarle al cuñado: —Rosas como mi boca y como ésto. Ije sacaba la lengua, roja, fina, pequeña, como la hoja caída de una rosa de aquel ramo de rosas, apretadamente, entre los labios; y tomó de las ma nos de el con las suyas cargadas de pulseras, una a una las flores, para prendérselas en los cabellos, con una larga horquilla de oro. Rafael se alejaba, huía en tanto j>or no allí mis. mo acercársela al alma y bebería como a un perfume* ella se volvía al piano, gentil, provocadora con un dulce vals al alma apasionada del en pasión dulcísima rendido; y tarareaba la música apagadamente, en los ojos de el clavados los suyos a través de la luna bi- Velada del es¡*jo sobre ti piano lustroso, mientras él íeguía amándola, suspirándola. 12 PCR JESÍS BAfMOR! Adorábala así, extasiada, con ojos de loco, de ebrio, deseneajadamente abiertos, visionarios de todo un poema de amor Inconmensurable, de un afin de toda ella, anhelosa el alma y los labios resecos en la fiebre Incensadora de la espera. Mas, de pronto dejó de nvrarla, do beber en sus pupilas el ensuerto de luz encantado; y se volvió, le volvió las espaldas para inclinarse sobre el balcón, sobre el jardín, al morir despacioso de la tarde olorosa de Mayo, como las a ella abiertas—incensarlos de petalos,—sampa- guitas; tarde alba, como su primera estrella abierta en el viento. De abajo, las altas copas de los flang-ilangs se alzaban cargadas de dorados ramos; más allá del jar dín el mar temblaba arrojando sus olas como cofres de esmeraldas a la playa ancha y limpia. Ermita softaba bajo el véspero aureo por las almas de todas sus mujeres, de todas sus olas, de todas sus flores; de su humilde iglesia en la torre con melancolía so naban las campanas la oración de los ángeles. Y pensaba Rafael. Kl pretérito fijamente des plegado ante su vista: su entrada en la familia Delio, adorado por la de él rendida de amor, esposa suya ahora, Dolores; y de entonces, dos arios, convertido en seftorón el pobre artista de familia pobre y pro vinciana, sin más porvenir que cuatro pinceles y un par de cuadros, por él ¡u*gado* excelsos y para el re>to de los hombres indiferentemente desconocidos ó desaprobados trozos de mar azul y una vela como un jacinto abierta sobre una barca en blancura de nieves, cestos de flores de las flores cogidas en el jardín para modelo; y rostros de mujeres, muchos SS DtSUOJO IAFLOg j i^ rostros, identicamente parecidos, monótonamente iguales, de ojos lánguidos y chinos, de pálidas son risas; la cara tal de la cufiada, Leonarda. Y seguía pensando, sobre la flora, sobre la pompa de las ramas, varias hacia él tendidas como brazos largos y velludos en sus hojas, hasta que la voz de Dolores sonó a sus espaldas, en tanto en ti viento seguían encendiéndose, lentamente, estrellas. —<En qué piensa V., caballero? Se asustó, se volvió: —En nada, en la tarde. Cariñosa ella, junto a él se asomó al balcón, para seguirle hablando casi ceñida a él. —Mira cómo caen las hojas, mira.... Señalaba con los labios las ramas desmayadas, del oro* del cielo novias, y caídas de langor; él indi ferente miraba; del piano, allá dentro, pulsado por l^eonarda, sonaba la clave en armonías. Y se hacia la noche; los perlados bombones, bajo las tulipas como encajes, de las lámparas eléc tricas, iban fulgurando, barriendo sombras por la casa; un criado anunciaba la cena, y al comedor se fueron los esposos. Se encontraron a Leonarda, de paso. ¡Cuántas Mores! —¿Te gustan* ¿no? me las ha dado Rafael. Le habló al marido, Dolores: —¿Tú? —Si, eran para ti, pero se las llevó Leonarda para darle celos al futuro... Silencio. Leonarda se volvió; —¿Qué? —Para darle celos a Cristóbal, mujer, ¿no lo has oido? Hablaba seca, tremula, umiliti* amonte colean. lío del brazo del esposo ti suyo moreno y mórbido bajo la trasparencia a'ul de la camisa; retane!j con b»js bellos ojo>\ ^rand^s, divinos de tagala pura, los oblicuamente rascados do la hermana, que sostuvie ron el mirar en triunfo provocativo, hasta ya una vez sentados a la mc*a, sin importarles la presencia de D.a Carmen y 1). Simplicio, sus jadres, preocupados el uno en los negocias del día y la otra en las nove nas de la tarde, hablar.J > de números y santos, mien tras ante Rafael sentada !>eonarda, le ponía s- bre cl pié bu pie arrancado a la zapatilla, desnudo, cosqui- Ufándole con sus «ledos más leves que las hojas de un jatmm, hablando en tanto con la l>oca llena de pollo. — l'apa, mañana esci Lîota Flores. Alzó la cabeza D. Simplicio: —Dueño ¿qué? —Que vendrán por mi las de Silva, para la pro cesión. —Pues vete con las de Sil\a, Al fin se alzó, caprichosa y rara, como siempre y por costumbre, de la mesa, a encerrarse en su cuarto y dorm.r o nonar sin cerrados los nárretdos teñese en la cama, n„ sin antes mirar, .cnd.da, al cufiaco y lue«o, aima, a la h, rmana tund.Ja Cn do brasas dudas, be alzó como una culebra ¿c rosas ¿E rrMiojó iA.ri.cx 15 Bver.o. Dcbres y Rafael también'se fueron, Jtjando a los viejos, al uno haciendo restas con d forno del tenedor sobre el mantel y la otra *urtando en San Apapucio, patrón de les paneleros, tri>tes r.o saUan los dos por qué, sus corazones. C)cron a Levitai da en ¡a sala tocar el piano un va!s más loco que ella, estruendosamente; y en el cuarto, Dolores cayó tronchada, corrò una flor de luz herida sobre la nieve de las sábanas, haciendo garrir el lecho al gcîpe de su cuerpo, a las palpita ciones de su corazón, —¿Por qué lleras? Xo contestó, llevándose las manos abiertas a los ojos farà enjugarse las lágrimas, que a la voz de el, brotaron con fuerza más ardi» ntr, él insano: —d'or qué Horas? Alta noche. La luna rodaba como un jazmín por las nubes; su luz, por las ventanas del cuarto abiertas, llegaba excelsa al lecho; de abajo subía, como de un incensario al ara, el olor de las, a dulces golpes de luna y viento, abiertas Mores; el vals de Leonarda seguía sonando lejos triunfal, perverso. •Porqué lloraba! <1o quería saber de una vez? —Pues l!co porque le quieres a Leonarda, ¿El? ¿que él le quería a Leonarda... Pero ¡qué reteestú^da era Dolores! iOh! Se ahogaba de Harto* de martirio, de celo?, cía misma no sab'a qué tiempo, y asi, hasta el día agüente por la tarde sin hallarle siquiera a Ra ía*!, dolida. Y al día siguiente, un alboroto en el jardín. Las de Silva que no querían pasar, impacientes por la hora, ansiosas p>r llegar pronto a la procesión, Ha. mando a Lconarda que tardaba vistiéndose entre ñores, jara el Bota Flores. *~* • I rorido. —iPronto! Se alzalxm sus voces, sus risas, flotando claras y miedosas al azul de la tai de, mientras Leonarda, a prisa, nerviosa, se llenaba de las últimas sampagui- tas la frente, ante el espeio del armario toda e¡!<i re flejada. —¡Pronto!... Ahora le apremiaban en la misma puerta en treabierta del cuarto. Se volvió a ver quién, y sonrió. Era Rafael, aguardándola. —¿Vienes, acaso? —Si. Volvió a sonreír, a mirarse al espejo; él la llamó despacio: —¿Guapísima! Aguardaba, recreándose en vtrla arreglarse ante el espejo, tan preciosa esta tarde, que esta tarde a ser posible se le acercara él a los labios y como a una de aquellas sus sampaguitas la deshojara a besos. Se lo suspiró: '- —<Si yo te diera un'beso? -—Te llevarías un palo. —¡Cá! me lo devuelves. —¡Sí' ¿eh? Prueba... Pero no tuvo el tiempo de hacer la prueba; Do« r:>!íi>;ó I.A ii.ca *7 lores se le había acercado, despacio, como una som bra —¿A dónde vas? —A la fiesta. —¿Tú? no, señor. —¿Por qué?- —Porque no. Rió tremulo, nervioso: —Vamos, mujer, cestas loca? Pasó Leonarda, casi corriendo, dejando a su pasar uri olor a templo, a flor; él quiso seguirla; se lo impidió Dolores.