Vocabulario Sonorense
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HORACIO SOBARZO VOCABULARIO SONORENSE Vocabulario sonorense Horacio Sobarzo Segunda edición: 2008 Edición digital 2016 Gobierno del Estado de Sonora Lic. Claudia Pavlovich Arellano Gobernadora Constitucional Prof. José Víctor Guerrero González Secretario de Educación y Cultura Instituto Sonorense de Cultura Lic. Mario Welfo Álvarez Beltrán Director del Instituto Sonorense de Cultura Lic. Marianna González Gastélum Coordinadora de artes Lic. Fernanda Ballesteros Fernández Jefa de Departamento de Literatura y Bibliotecas D.R. Instituto Sonorense de Cultura Ave. Obregón No. 58 Col. Centro C.P. 83000 Hermosillo, Sonora, México [email protected] Esta obra tiene el propósito de ser material de consulta libre y sin fines de lucro para todo público en general. Índice Prólogo A B C CH D E F G H I J L LL M N O P Q R S T U V Y Z Bibliografía Notas PRÓLOGO En unas notas, parcialmente tachadas, que dejó manuscritas, Don Horacio Sobarzo comenzó a hacer un esbozo de algunas ideas medulares que, a su juicio, debían incluirse en el prólogo de este libro. Fueron unas ideas incompletas, a vuelo de pluma, como para tenerse presentes cuando llegara el momento, entonces para el aún distante, de escribir una nota introductoria. Y digo aún distante, porque la primera edición de este libro, aunque bien pudo aparecer en vida del autor, un afán perfeccionista lo llevó a seguir hurgando en los recovecos del habla regional, a seguir haciendo comparaciones con voces de otras lenguas y a seguir ampliando el texto, hasta que lo sorprendió la muerte en abril de 1963. Ese prurito resulta explicable en este tipo de investigación, ya que el autor no sólo se enfrascaba a veces durante semanas, en el análisis de un vocablo, sino, más que nada, porque el número mismo de palabras susceptible de incorporarse resulta sumamente amplio. Basta pensar que entre los sonorismos hay localismos, o sea voces privativas de una población y sus alrededores, o regionalismos, que son las propias de una región. De ahí, pues, que la tarea puede hacerse casi interminable, al menos cuando se pretende hacer un examen detenido de cada vocablo. Sin embargo, cuando sobrevino el deceso del autor, ya había reunido y estudiado las voces más empleadas del vocabulario sonorense, lo que permitió la publicación del manuscrito sin requerir de adición alguna al texto original. Sólo años de paciente labor hicieron posible esta obra. En sus desplazamientos por el Estado, el autor siempre gustaba de platicar con los lugareños teniendo siempre a la mano una pequeña libreta de apuntes, donde anotaba voces que juzgaba propias para el análisis. Especialmente, disfrutaba del contacto con el pueblo “el gran conservador de antiguallas”, como diría el filólogo colombiano Rufino José Cuervo. Durante mucho tiempo, estuvieron en su mesa de trabajo obras de consulta permanente como las del citado Cuervo, Juan de Córdova, Juan Corominas, José Ignacio Dávila Garibi, Ángel María Garibay K., Natal Lombardo, Augusto Malaret, Francisco Pimentel, Félix Ramos y Duarte, Cecilio A. Robelo, Francisco Santamaría, Juan B. de Velasco y otros lingüistas relevantes del país y del extranjero. Claro que no podían faltar sus clases del dialecto yaqui por la importancia de éste en el hablar popular sonorense. Y ya que citamos el habla de los yaquis, alguna vez se preguntó el autor al respecto: “¿Idioma o dialecto?”. Ello fue a propósito de la publicación por parte del Instituto Nacional de Antropología e Historia, del Estudio Lingüístico de Jean B. Johnson, intitulado “El idioma yaqui”. Al respecto, comentó el Lic. Sobarzo: “Claro que en términos latos, idioma es la lengua de una nación o de una comarca y aún el modo particular (según el diccionario de la Academia, que no se produce con mucha claridad en este caso) de algunos o en algunas ocasiones: pero, en obra lingüística habrá que tener presente la distinción entre idioma o lengua y dialecto. Y ha sido, tradicionalmente, repetido que el idioma o lengua cahita se divide en tres dialectos principales: yaqui, mayo y tehueco”. Este último, dicho sea de paso, lo hablaban tribus del norte de Sinaloa, ya desaparecidas. Gustaba, pues, el autor ser preciso en el lenguaje y, fácilmente, detectaba cualquier descuido que atentara contra la propiedad en la expresión. Una prueba adicional, que al respecto puede citarse, son las diversas anotaciones que hizo al margen de un diccionario de la Real Academia Española, ya por juzgar incompleto o impreciso el significado de una palabra o por faltar alguna voz cuya omisión era, a su juicio, injustificada. Aunque las notas para un proemio a que hicimos referencia al inicio de este prólogo son, como ya quedó dicho, breves e incompletas, cumplimos con los deseos del autor al transcribir su texto: “Se expresará en el proemio que se estima que el náhuatl fue el tronco común”. “Que al definir algunos vocablos de procedencia indígena, como huico, macana, aún a riesgo de hacer digresiones inoportunas, hemos divagado haciendo comentarios sobre ciertas relaciones que se encuentran en las diversas lenguas indígenas del Continente Americano”. “Hemos tratado de clasificar el vocabulario en diversos capítulos. Sin duda, muchas de las voces catalogadas no han sido debidamente situadas”. Las ideas anteriores requieren de unos breves comentarios explicativos. La referencia al náhuatl como tronco común de las lenguas indígenas de Sonora, se comprueba por los múltiples vocablos de éstas que tienen afinidad con aquél. Sin embargo, debe señalarse una excepción, el seri, que no guarda afinidad lingüística con ninguno de los otros idiomas sonorenses y, como es lógico, no tiene la misma comunidad de origen de las demás, lo que el mismo autor señala en diversos pasajes de esta obra. Por lo que respecta a las disgresiones, nada inoportunas diríamos nosotros, sobre algunos vocablos de procedencia indígena, resulta fascinante comprobar la relación que existe entre infinidad de voces de diversas lenguas americanas, lo que induce al autor a pensar que derivan de lengua remota que influyó en múltiples idiomas del continente. Por otra parte, estos comentarios que rebasan el aspecto meramente filológico y trascienden a otros campos, no sólo amenizan el texto, sino ponen de relieve la vastedad de la materia y la profundidad del estudio que se echó a cuestas Don Horacio. Finalmente, debe señalarse que el autor pensó clasificar el vocabulario en diversos capítulos (por ejemplo, pochismos; arcaísmos; indigenismos sonorenses relacionados con la etnografía, usos y costumbres de las tribus; formas gramaticales con sentido convencional; etc.) y agregar un índice general de voces al final de la obra que remitiera a la página correspondiente. Sin embargo, debo confesar que, para facilitar la consulta del lector, me tomé la libertad de reordenar todos los vocablos por orden alfabético independientemente de su origen, que al fin y al cabo, en cada uno de ellos se hace una explicación del mismo. En el cambio, pues, privó sobre lo que hubiera sido quizás una mejor sistematización, una consideración de orden práctico. El conocimiento de la Historia de México que tenía el Licenciado Sobarzo y su lectura constante de la materia, fueron instrumentos invaluables para la elaboración de esta obra, dado que muchos de nuestros modismos ahí encontraron fuente de vida. Habla popular e historia van, pues, de la mano. Bien lo expresa el autor en el siguiente pasaje: “Frecuentemente, nos encontramos expresiones que en apariencia son inventos de un árbitro caprichoso; pero no ocurre tal cosa. Muchos de nuestros modismos tienen raigambre en la historia de nuestra Patria. Son reto superviviente de una época olvidada; parece que pugnan por alentar a través de los años, con tenacidad generosa, para evocar hechos dignos de recordación”. Estoy convencido que ninguna de las obras de Don Horacio lo apasionó tanto como la presente. Nada resultaba más satisfactorio para él que dilucidar el origen de un vocablo después de largas horas de estudio y de meditación. Fueron numerosas las ocasiones en que, con entusiasmo contagioso, leía sus allegados pasajes diversos de la obra en preparación y abundaba en detalles sobre el habla regional. Bien lo describe Don Armando Chávez Camacho, amigo entrañable del autor, cuando dice: “Del tesón y del entusiasmo de Horacio Sobarzo hacia esta obra hay muchos testigos, entre ellos yo. En su gran biblioteca, donde tantas veces hurgué, le oí leer y comentar textos, hacerse objeciones a sí mismo, refutarlas o aceptarlas, planear nuevos estudios, etc.” El hecho de que este libro llegue ahora a su tercera edición, revela el interés que el presente trabajo ha suscitado entre el público lector y revela, también, el empeño del Gobierno del Estado de Sonora, que encabeza el Ingeniero Rodolfo Félix Valdés, por divulgar las obras que fortalecen nuestra identidad y rescatan del olvido capítulos históricos y preciadas tradiciones del pueblo sonorense. Dr. Alejandro Sobarzo Loaiza A ABASTO. s.m. Tráfico, negocio, ocupación consistentes en la venta de carne. Pedro trabaja ahora en el abasto o se dedica al abasto. En disposición del cabildo de México, de 25 de marzo de 1526, se usa la expresión dar abasto. “Pesarán los obligados un buey o novillo cada semana en la que darán carnero a basto.” Historia de la Dominación Española. Orozco y Berra, T. I, pág. 213. ABUSÓN, NA. s. y adj. Aplícase al individuo inclinado a cometer actos injustos; al que abusa en alguna forma; al que aprovecha su autoridad o condición para cometer arbitrariedades. Este vocablo siempre ha sido usado por nuestro pueblo. La Academia hasta la edición decimoséptima del diccionario sólo registraba abusante, participio activo de abusar, que significa el que o lo que abusa, y abusivo, adjetivo, lo que se introduce o practica por abuso. La desinencia ante connota ocupación, cargo, sectarismo, ejercicio, actuación, con sentido de temporalidad. Su nombre lo indica, participio de presente.