Enver Hoxha. Obras, Ed
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La versión electrónica del libro fue creado por http://www.enverhoxha.ru ENVER HOXHA Las tramas anglo-americanas en Albania Memorias de la Lucha de Liberación Nacional INSTITUTO DE ESTUDIOS MARXISTA-LENINISTAS ADJUNTO AL CC DEL PTA CASA EDITORA «8 NËNTORI» TIRANA, 1982 «LAS TRAMAS ANGLO-AMERICANAS EN ALBANIA» es un nuevo libro de la serie de Memorias del camarada Enver Hoxha correspondiente a la época de la Lucha de Liberación Nacional. Se reflejan en él acontecimientos vividos e impre siones personales, acompañados de conclusiones aleccio nadoras para cualquier época, sobre la actividad hostil, abierta o camuflada, de la burguesía anglo-americana contra nuestro Movimiento de Liberación Nacional, nuestra revolución popular y contra Albania socialista. En ese enfrentamiento aparecen claramente: por un lado, los planes diabólicos, los esfuerzos, las maniobras y las acciones concretas del imperialismo anglo-ameri- cano destinados a poner a Albania bajo su égida y, por otro, la vigilancia y la lucha resuelta del Partido Comu nista de Albania, de su Secretario General, camarada Enver Hoxha, dirigente del Ejército y del Frente de Liberación Nacional de todo el pueblo albanés patriota, para descubrir, desenmascarar, frustrar y desbaratar la táctica y la estrategia imperialista contra Albania. Estas Memorias han sido escritas por el autor en 1975 y ven ahora la luz en albanés y en varias lenguas extranjeras. 3 I UN POCO DE HISTORIA Albania, objeto de regateos del «león britá nico». Disraeli y Bismarck: «No nos interesamos por unas cuantas chozas albanesas». Zogu — la política de «puertas abiertas». Chamberlain y la ocupación fascista de Albania. La coalición anti fascista. Vigilancia del PCA. El Intelligence Service prepara contingentes para Albania. La sección «D» y el SOE. Alarma en Londres. Nue vos planes, viejos objetivos. En el curso de los pasados siglos y hasta nuestros días, el pueblo albanés ha sido constante mente blanco de los ataques de los gobiernos su cesivos de la Gran Bretaña, desde los anteriores gobiernos imperiales hasta los últimos gobiernos reales. Los tories y las diversas corrientes políti cas, que mantenían en pie el imperio, y posterior mente los dos partidos que se han turnado en el gobierno, el conservador y el laborista, en sus in- 5 numerables negociaciones con las otras grandes potencias para preservar la hegemonía mundial del «león británico», han considerado siempre a Albania como un objeto de regateos. Los gobiernos ingleses, que han velado sin excepción por el dominio del capital británico sobre el mundo y sobre los pueblos, no sólo no habían reconocido a Albania, al igual que a mu chos otros países, como un Estado y como una nación que, haciendo innumerables esfuerzos y sacrificios, ha luchado durante siglos contra los diversos ocupantes para ser libre y soberana, sino que incluso consideraban a los habitantes de este «país de las águilas», como un pueblo salvaje, bárbaro, sin cultura, a pesar de que éste, aunque pequeño en número, se mostraba indomable y no menos culto que el pueblo de Escocia o de Cor- nouailles. Debía transcurrir largo tiempo antes de que algunos raros publicistas, algún estudioso dile tante o algún gran poeta de la gran época ro mántica como Byron, arrojaran un poco de luz ante el pueblo inglés sobre Albania y los albane ses, sobre su cultura, su carácter firme y gene roso, sobre su hospitalidad y su benevolencia ha cia los amigos, así como sobre el espíritu de combate, áspero e inflexible, que siempre les ha caracterizado frente a numerosos y feroces ene migos. La política imperialista, esclavizadora y co 6 lonialista de Inglaterra se imponía a numerosos países y pueblos. Esta recurría a miles de subter fugios para apoderarse de las riquezas del mundo, para engordar a lores y barones, para elevar la «gloria» y el poderío del imperio. Como una mala hierba, se extendía por múltiples países. Bajo el disfraz de la ciencia enviaba misiones para des cubrir el Africa, y allá donde iban, los «científi cos» ingleses plantaban la bandera de John Bull 1, tras ellos venían los regimientos de los lores que aplastaban las rebeliones de los cipayos 2 y ocupa ban la India, venían los Kitchener 3, que exter minaban a los bóers a sangre y fuego. Lord Beaconsfield (Disraeli) y Gladstone llegaron in cluso a añadir a los numerosos títulos de la reina Victoria, el de emperatriz de la India. Este colo nialismo saqueaba las fabulosas riquezas de la India, las piedras preciosas de Birmania y de Africa del Sur, expoliaba el oro de estos países, esclavizaba a sus pueblos espiritual, económica 1 Calificativo satírico de Inglaterra y del burgués inglés. Es el nombre del personaje que representa la figura de un burgués testarudo, necio e interesado, en el panfleto político La historia de John Bull del iluminista inglés del siglo XVIII J. Arbuthnot. 2 Insurrección nacional en la India (1857-1859) contra los dominantes ingleses, en la que participaron campesinos, artesa nos, y sobre todo soldados (cipayos) hindúes, etc. 3 De H. Kitchener (1850-1916) — lord y mariscal de campo inglés, ministro de la guerra (1914-1916), brutal colonizador de Africa 7 y físicamente. E Inglaterra utilizaba a los ha bitantes de los países que sometía a su yugo como carne de cañón para sus propios designios. En sus guerras coloniales contra el resto de las potencias imperialistas, Inglaterra colocaba en primera línea, para que fueran las primeras en caer, a las formaciones hindúes, a los lanceros de Bengala, a los afganos y a otros pueblos opri midos, cuya sangre no tenía para ellos más valor que la de un perro. Y esas guerras coloniales eran desarrolladas para que las llanuras de Inglaterra pudieran convertirse en campos de golf para los lores, para que el pan y todas las materias pri mas para su industria pudieran llegarle de sus colonias, de todo su imperio, donde según canta Kipling, el ardiente defensor de la expansión y del colonialismo británico, chantre* del imperio en El libro de la jungla, «el sol no se pone ja más». De hecho en este imperio se aplicaba la ley de la selva. Todo estaba y debía ponerse a su servicio. La burguesía inglesa utilizó hasta la teoría de Darwin para legitimar sus monstruosos crímenes. Desnaturalizándola, inventó el «darvi nismo social» para «justificar» la supresión o la asimilación de un pequeño pueblo por un pueblo más grande y más poderoso, sosteniendo así la concepción reaccionaria según la cual «el pez grande se come al chico». * Francés en el original — cantor. 8 En tales condiciones y aplicando estos méto dos, Inglaterra, a través de su Intelligence Ser vice (SIS 1), penetraba en todas partes, descubría yacimientos de petróleo, ocupaba Persia y otros países, se oponía a los objetivos de la Rusia za rista, defendía el imperio otomano incluso cuando éste se convirtió efectivamente en el «enfermo del Bosforo»; se asociaba a la Alemania de Bis- marck en el Congreso de Berlín en 1878, atacaba, en su propio interés, el Tratado de Paz de San Stefano, vigilaba con gran celo el Mediterráneo, sus posiciones estratégicas en los Dardanelos, en Suez, en Gibraltar, guardaba el Golfo Pérsico, y, entronizada «reina de los mares», se convertía en promotora de la política de las cañoneras. Ella provocó el «incidente de Fachoda» 2 y muchos otros hechos del mismo género. En esta Inglaterra, convertida en una de las principales potencias colonizadoras, donde los du ques nadaban en oro y las duquesas se cubrían de joyas, se puede imaginar la poca importancia 1 Secret Intelligence Service — Servicio Secreto de Informa ción (británico). 2 En septiembre de 1898, el ejército inglés, que pretendía ocupar todo el valle del Nilo, intimó al ejército francés en Fachoda, Sudán, a abandonar inmediatamente este centro habi tado. En marzo de 1899 los gobiernos inglés y francés acordaron que Inglaterra se quedaría con el valle del Nilo, y Francia con las regiones occidentales del Sudán. 9 que se concedería a Albania, a su heroica lucha por la libertad y la independencia. En cada momento clave de nuestra historia, y particularmente cuando el pueblo albanés se batía heroicamente con las armas en la mano contra el imperio otomano, Inglaterra siempre tomaba partido por Turquía. En el Congreso de Berlín, el Primer Ministro inglés, favorito de la emperatriz Victoria, Lord Beaconsfield, quien, de regreso a Londres, declararía pomposamente que había logrado una «paz honrosa», no se dignó, al igual que el canciller alemán, el príncipe Bis- marck, fundador del II Reich, ni siquiera a escu char a la delegación que la Liga Albanesa de Prizren1 había enviado a Berlín para reivindicar y defender los derechos de nuestro pueblo. En estos difíciles momentos, cuando este sufrido pue blo se había levantado en armas contra los turcos y los perros chovinistas servios al servicio de los imperialistas, para luchar contra el desmembra miento de su patria entre servios, montenegri- nos, turcos y otros, para conquistar la autono- 1 En vísperas del Congreso de Berlín, que revisaría las deci siones del Tratado de San Stefano, el 10 de junio de 1878, en la ciudad de Prizren se reunieron delegados procedentes de todas las comarcas albanesas y resolvieron crear una unión política y militar, que recibió el nombre de «Liga Albanesa de Prizren» y que luchó por el autogobierno, la unidad nacional y la defensa de la integridad territorial de Albania, amenazada por los desig nios chovinistas de los Estados vecinos. 10 mía, Bismarck y Disraeli respondían desdeñosa mente a nuestros gloriosos abuelos: «No nos in teresamos por unas cuantas chozas albanesas». Más tarde, los delegados de nuestro pueblo, Ismail Qemali e Isa Boletini, viajaron a Londres y demandaron a Edward Grey, Ministro de Asun tos Exteriores, que Albania fuera defendida.