Ama De ^T^Obíe LIBROS DE AGACIR
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o p ama de ^T^obíe LIBROS DE AGACIR MIES AL VIENTO. - En este libro se recogen en bella forma literaria algunos temas de palpitante interés agrario. El autor ha logrado dar amenidad y fácil lectu• ra a la exposición de problemas inquietantes que merecen estudio y solución. En el fondo, este libro es una llamada a la atención de las gentes a quienes preocupan las cosas del campo castellano; una invitación a cooperar. SALAMANCA DE AYER. - Semblanza espiritual de la ciudad del Tormes, tomada en un vuelo apacible sobre su historia. Visión perspicaz de la fisonomía monumental de los barrios antiguos, cuyos rasgos y singularidades descubre e interpreta. Remem• branzas del ayer cercano, tiempos, piedras, vidas, evocadas con suave voz de lejanía. Este libro chiquito no es una Guía al uso. Es más propio para ordenar las impresiones de quien ya viera la ciudad, que para guiar sus pasos por rúas y efemérides. Pedidos: A LAS PRINCIPALES LIBRERÍAS Domicilio del autor, c/ Rafael Calvo, 4 - MADRID Fot. Portada: ERMITA DE SEPÚLVEDA DE YELTES Es propiedad. Queda hecho el depósito que marca la Ley. TALLERES GRAFICOS DE RAFAEL GÓMEZ - MENOR.—TOLEDO AGACIR. — RAMA DE ROBLE En memoria de los que yacen cristianamente en la campesina Ermita solitaria de Sepúlveda de YeItes- A G A C I R RÁMÁ DE ROBLE PAISAjES RAMILLO DE AFANES BESTEZUELAS, BICH1TOS RINCÓN SERRANO MCMLV1I s otoño: casi invierno. Las hojas caídas de los robles reposan en el césped pajizo. Y en un pronto se alzan agitadas, impe• lidas por el viento: revuelan, se buscan, se amparan, se apiñan formando un en• jambre dorado afanoso de quietud y de paz. Por fin, al socaire del cierzo recogen el vuelo y acomodan en un cobijo su viejo cansancio. También las palabras que siguen tuvieron verdor novalío y bullicioso. Ya en su otoño, sólo ansian algún sosiego. Sosiego que no llegue a olvido: en un remanso quietismo —este libro— donde esperar su último instante sobre la tierra. SÍ %rnando S&llué y Worer. poeta da amias QastUlas PAISAJE PAISA)E EN SUCESION 6L paisaje de esta tierra raía, de este escondido rincón de la tierra leonesa, comarca ganadera sala• manquina ribereña del TÍO Yeltes, posee en Diciembre una belleza insuperable, ignorada por muchos. Ganas me dan de ponerme a gritar con gesto de loco: ¡Aquí, pintores; aquí, poetas! Imaginad que estamos sobre el alero de un grueso altozano mon• taraz tendido hacia naciente. Ancha llanura des• cansa a sus pies, poblada de encinares y de robledas. Bajo nuestros ojos, casi a la mano, acampan los pri• meros manchones sobre una sucesión de términos y perspectivas suavemente ondulados. Por Mayo, al• fombraba este cercano suelo que miramos un rizado tapiz compuesto por el verde profundo de la hoja de la encina y el verde risueño de los brotes del roble. Ahora la savia retiró sus jugosas tintas, y en poco tiempo perdió la apretada fronda su frescor y sus vigores. Se anunciaban el despojo otoñal y el tem• poral desfallecimiento con que el invierno cobra su tributo a la arboleda. Pero en esta aparente agonía, el rostro del paisaje, el ramaje vestido que entoldaba - n - el suelo, iba tomando pausadamente una coloración acorde con la dulce melancolía de su declinación. Y en un esfuerzo vital de sus últimos días, transformó la palidez robliza iniciada en un cálido tono de oro que engarzaba como a esmeraldas el perenne verdor de las copas redondas de las encinas. Aquí, pintores amigos. No vieron nuestros ojos cuadro más bello que éste, armonía de color más lograda, voz más elocuente para nuestra sensibilidad. Aquí, amigos poetas. Tirad a un lado ese prejuicio de que Castilla es tan sólo un copioso manantial de aguas ascéticas y heroicas. Es esto, caudalosamente, pero también, en esta hora del otoño vencido, la aparición inespe• rada de una insuperable hermosura de la Naturaleza. Tal es, en su fingida agonía, mi monte castellano, y os arrancaría contemplarlo un sollozo de admira• ción. Pero también, allá, tras Enero, cuando toda la hoja se haya desprendido del ramaje y el robledal ofrezca a la mirada su estática desnudez, una her• mosura distinta adquiere ol paisaje. Quedan muy lejos la fresca verdura juvenil y la rizada felpa aca• ramelada de la fronda postrera. Admiramos ahora una belleza serena, puros perfiles y quietudes, belleza de expresión y de alusión, cargada de valores espiri• tuales que nos conmueven y nos penetran; algo que se enlaza en el pensamiento con la de los semblantes y las actitudes de las imágenes de los santos patriar• cas: rostros quietos, inalterables, que nos inspiran tanta devoción. Dejando suelta la imaginación, diríamos que los _ 12 ~ PAISAJE EN SUCESIÓN sagrados troncos del robledal, aún regados por invi• sible savia dormida, guardan en su seno, para cuando la muerte les llegue, la escultura de ún santo veni• dero. Talla que la gubia de un iluminado artista arrancará algún día con destino a un retablo que ya la espera. — 13 — TILOS (LIENE el aire manso de esta mañana una frescura grata. La niebla ha ido descendiendo sobre los cam• pos desde los misterios de la noche. Es una niebla perlina, sutil, transparente. Las lejanías han que• dado disueltas en las múltiples cortinas de polvo de agua. Nuestra vista no alcanza más allá que el sonido de nuestra voz. El paisaje ha desaparecido; no exis• ten perspectivas, no existen lontananzas. Estamos como inmersos en una gran copa colmada de tenuí• simo aire gris, cuyas paredillas de cristal tuviesen grabados algunos arbolillos. Un can, unos pájaros, esfumados, cruzan entre ellos. Todo cuanto dentro de esta esfera que la niebla limita podemos ver, parece haber perdido la pesantez propia de la materia y el afán de movimiento apetecido por los seres. Advertimos que, entre la niebla, las cosas repo• san, meditan, caen en arrobo. La niebla pone espí• ritu, suscita anhelos a las cosas, y les da un aire que evoca el estilo gótico, las arquitecturas norteñas. Y entonces —nos decimos—, la helada de las noches rasas de alto cielo, ¿qué sentido, qué composición - 15 - R les da a las cosas? La helada teme al sol y le abre paso a ese sol viajero presuroso del invierno; creemos que bajo la helada se incuba lo románico, fría geome• tría alumbrada por clarísima luz. ¿Y bajo el ardien• te sol del estío?; este sol es pasión y cansancio, las aduerme fatigadas, las hace soñar con paraísos y con amores, con palacios de plata y mezquitas de topacio. Como nuestro sol nace en Oriente, toma san• gre árabe, fiebre mediterránea, palpitación bizantina; traza su luz henchidas curvas, temblorosos perfiles de odaliscas... Tal semilla florece en lo mudéjar. Cabe decir que en la niebla echa tallos la imagi• nación anhelante, raíces bajo la helada el pensa• miento despejado; con los días solares se desbordan los impulsos sensuales que llevan disueltos sueños maravillosos. - 16 - EL ROBLE SECO 6 •STAS anchas planicies castellanas, tendidas entre las altas serranías centrales, tienen aún algo de mar: manso oleaje de surcos o mieses, quietos valles verdes entre ellos, onduladas lontananzas solitarias, circular y lejano horizonte. Pues este mar de tierra desnuda, toma calma y tersura en algunas regiones. Desde tiempos remotos, sajó el arado su seno, fué extir• pando la hierba, la mata, la arboleda; la propia arcilla se deslizó incansable vado abajo, abatiendo mesetas, rellenando valles. Aquel paisaje antiguo, comparable al mar, hoy más bien parece un estan• que...; es el barbecho, la copia de desnudos labran• tíos. No quedan más robles que éste que miramos en toda la anchura del barbecho. Hace años se secó. Nadie lo arranca. Aquí sigue, solitario, como una flecha clavada en la tierra, batido por el cierzo, dando extraño vigor al paisaje. Murió, ciertamente. La savia dejó de correr bajo su piel, perdieron las ramas el riego que les daba vida, no le vistieron más hojas ni le aromaron más - 17 - f R frutos; pero sigue erguido su esqueleto, que dibuja en el raso del cielo un signo de tradición: abierta fuente de espiritualidad. En este roble seco que perdura hincado en el áspero labrantío, parecen condensarse las esencias castellanas, la sobriedad, el silencio, la fortaleza. Y la tradición, el brote de lo que fué, vida que les nace a las cosas cuando las cosas mueren. Y al decir tradición, sin querer saltamos a pensar en la juventud del planeta, en la callada historia de este humilde rincón del planeta; sólo alcanzaremos a ver esta llanura, hoy desolada, si logramos per• cibir el botín que las horas se llevaron en su grupa. Cuanto fué sangre y piel de la llanura: las fuentes que manaban aguas de plata, los bosques frescos y numerosos, las muchedumbres múltiples nativas, las levas que arrancaban a sus buenas gentes para reñir batallas en su propio ámbito, las empresas surgidas, las cruzadas religiosas desplegadas... Este roble del labrantío, aunque muerto, alumbra el pasado; es un faro de historia. - 18 - VELO NUPCIAL J2A.A noche pasada nevó copiosamente. La morena tierra se ha cubierto con una limpia sábana de albor. En la ciudad, apenas entrado el día-, los hombres han profanado con sus pisadas la tersura de la nieve. En el campo, el paisaje es suma blancura; los llanos pró• ximos, los lejanos relieves, los altos cielos, enlazados en un solo tono, han borrado la perspectiva y la línea del horizonte. En este día blanco los cielos y la tierra parecen hermanos. Salimos de la ciudad y enderezamos nuestros pasos a la campiña. ¿Por qué este afán que nos hacía caminar de prisa hacia los castos campos solitarios? Acaso iba en nosotros la intuición de las virginidades que habían de ofrecérsenos: atisbos de exclusivismos y prioridades tan gustosos como el gozo de la pose• sión.