Diario De Un Silvestrista
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DIARIO DE UN SILVESTRISTA MARLYN BECERRA BERDUGO Certificado de Registro de Obra Literaria Inédita 10-495-65 Radicación: 1-2015-13992 De la Dirección Nacional de Derecho de Autor Del Ministerio del Interior de la República de Colombia. Reservados todos los derechos.- 2 “Mientras yo sigo soñando, a Ustedes les pasa lo mismo y eso nos mantiene vivos” Silvestre Dangond.- 3 CON CARIÑO PARA: LA HEROICA SILVESTRISTA MARIMAR ARIZA KATHERIN PORTO CLUB SILVESTRISTA DEL SINÚ CLUB SILVESTRISTA DE SINCELEJO GANADORES DEL CONCURSO MI SEGUIDORA Y YO.- B.B. MAY.- 4 ANA MARLYN BECERRA BERDUGO 5 Dedicatoria Especial Dedico el Diario de Un silvestrista a la memoria de mi padre Luís Humberto Becerra, su recuerdo vive en mi corazón y es él la mayor fuente de inspiración que tengo y tendré en mi vida.- 6 “No hay nada que el Silvestrismo no pueda curar” 7 LA HISTORIA DE ANA Después de tres copas de vino, pagué la cuenta y le pedí al mesero un taxi, cuando subí a aquel automóvil, no sospechaba los cambios que llegarían a mi vida, ni hasta donde me llevaría abordarlo. - ¿Dirección a la que va señorita? Preguntó el joven taxista. - ¡Por favor! Dije ¿Puede dar algunas vueltas por la ciudad? Necesito aire fresco. Sin más, el taxista aceleró el automóvil y nos adentramos en las calles de la ciudad. Durante un largo rato permanecimos en silencio, bajé la ventanilla y respiré acompasadamente el aire gélido de la noche, dejando que el viento se llevara uno a uno, mis temores. Pensé en Rafael; sus celos perturbaban mi vida, él insistía en que la solución era casarnos. - ¿Desea ir a algún lugar señorita? Preguntó el taxista. - Sí, quisiera divertirme un poco, hoy es mi cumpleaños ¿Conoce un lugar bonito, donde la gente sea feliz? - ¡Feliz cumpleaños! Exclamó. Luego de pensar un poco contestó mi pregunta. Hay un bar muy alegre, se llama “Mi Gente”, queda en un barrio sencillo y no sé si Usted desee ir allí. - Lléveme, me gusta el nombre, lo único que le pido es que vuelva por mí en dos horas, me sentiré más segura si Usted regresa. - Sí, no hay problema señorita. Agradecí la recomendación, pagué la carrera y me despedí de mi guía nocturno. El lugar como bien había dicho el chofer del taxi, 8 era sencillo, la música me llegaba cada vez que abrían y cerraban la puerta. Debí esperar unos veinte minutos, ya que examinaban a cada cliente por medidas de seguridad; pensé que Rafael moriría de un infarto, si me hubiese visto, con mi vestido rosa y tacones de aguja, en un Bar como este. Cuando llegó mi momento de entrar, un joven agradable me recibió dándome un folleto del lugar, me brindó una hermosa sonrisa y me dejó pasar. Pensé que por una sonrisa como aquella, valía la pena haber escapado por dos horas, de los formalismos que rodeaban mi vida. Al entrar en el local, una señorita de cabello rubio platinado, me ofreció una bebida blanca, servida en una pequeña copita, la acepté entusiasmada. Me habían dado la bienvenida más calurosa del mundo, el liquidó quemó mi garganta, era alcohol puro. <<Así se celebra un cumpleaños>> Pensé. Quería sentarme en la barra. Dudé por un instante. Rafael decía que era de mal gusto, que los hombres piensan que si una chica se sienta en la barra, anda buscando fiesta. Yo no buscaba nada malo, pero si quería fiesta, así que tomé un segundo trago de la rubia y con determinación, busqué un sitio en la barra. Como bien lo decía el nombre del local, era un lugar de gente, estaba abarrotado esa noche, así que, en la primera silla disponible me senté, con la más mínima intención de pararme de allí, hasta que me rescatara mi taxista, así que pedí al barman, la bebida de la casa. Me fue imposible creer que el chico de la barra era exactamente idéntico al de la puerta; cuando él me vio con la boca abierta, sonrío de la forma más bella que puede hacerlo un hombre, más hermoso que el chico de la recepción del Bar. - ¡Gemelos! Logre leer de sus labios. Sonreí y le pedí a toda voz, la bebida de la casa. La música en aquel lugar era realmente alegre. 9 En instantes me sirvió una enorme copa con un líquido rojo, al cual el joven de la barra prendió fuego y me pidió con señas que apagara las llamas. Soplé tan fuerte, como si se tratara de mi pastel de cumpleaños y aplaudí, como si nadie me estuviera viendo, me acerqué a la copa y di un pequeño sorbo a mi bebida. Fue increíble, no era dulce, tan poco amarga, me hizo cosquillas en la garganta; y debo confesar que me sentí feliz. El joven sonrió y me guiñó un ojo. Con señas, cual si fuéramos mudos y sordos, le pregunté que cómo se llamaba el trago, y en vez de gritar o dibujar palabras en el aire, tomo un bolígrafo y en una servilleta escribió: “Silvestrista”. No entendí por qué recibía aquel nombre, pero igual pedí uno tras otro, y creo que tomé muchos silvestristas. Mientras tomaba mis bebidas calientes y alegres, se me acercaron varios jóvenes, pero con mucha educación les insistí que esperaba a alguien. A la hora de mi ingreso en aquel alegre lugar, el muchacho de la barra, desapareció y lo sustituyó un chico moreno, debo decir que aquello me incomodó un poco. Me encantaba esa sonrisa, estuve a punto de pagar la cuenta e irme, pero recordé que mi taxi de confianza aún demoraba. - ¿Te puedo acompañar? Dijo una voz en mi oído. El chico de los tragos rojos, estaba a mi lado. - ¡Claro!- Respondí. Me sentía totalmente fascinada, en sus ojos brillaba un fuego, jamás en toda mi vida, había visto una mirada tan resplandeciente. - Creo bonita que te han gustado “los silvestristas”. Llevas unos cuantos y no aparentas estar ebria. - ¿Tienen mucho alcohol? Le miré hipnotizada. - La mezcla es fuerte, no te digo los ingredientes porque me robas la receta bonita. La punta de sus dedos tocó mi nariz. Aquel gesto me hirvió la sangre, debí verme más roja que mi bebida, 10 pues me sentí muy sonrojada. Traté de comportarme como siempre lo había hecho en mi vida, de forma fría y respetuosa, así que le pregunté lo primero que se me vino a la cabeza. - ¿Por qué mi bebida se llama Silvestrista? No tiene mucho sentido, algo silvestre debería ser verde, no rojo. El joven soltó una carcajada y todo su rostro se iluminó, pude detallar sus hermosos ojos, su cabello era claro, no como la chica del trago de alcohol, era un rubio mucho más oscuro. - Se llama así por mi cantante favorito. ¿Nunca has escuchado a Silvestre? - ¡No! Conteste. En realidad ese nombre solo me hizo pensar en los pajaritos de la selva. Mi hermoso acompañante le hizo señas al otro barman, quién se retiró a buscar algo, de pronto, la música del bar cambió por lo que reconocí como vallenato, algo muy rápido, y en la enorme pantalla del Bar, vi por primera vez a Silvestre, el cantante aunque tenía sobrepeso, tenía movimientos muy rápidos y diferentes a cualquier baile que hubiera visto en videos; la gente del bar, lo conocía bien, todos aplaudían y bailaban como locos. Mi acompañante de mirada radiante, me tomó de la mano y me llevó a la pista de baile, no tuve tiempo de negarme, además los tragos rojos “silvestristas” comenzaban a hacerme efecto; y mi alegría se unió al gentilicio del local. Sin saber cómo bailar, no hice más que moverme un poco y aplaudir, sentí lo que era ser libre, me sentí feliz de estar allí con el hombre más lindo del universo. La melodía cambió y el vallenato del cantante se volvió romántico, todos comenzaron a bailar tiernamente con sus parejas, por lo que me dirigí a mi respectivo asiento, el joven a mi lado, era hermoso, pero también era un desconocido. Recordé que pronto me casaría; y que no debía mirar de esa forma a otro 11 hombre, lo que estaba haciendo era impropio y debía irme de inmediato. - ¿Te has molestado bonita? Preguntó el muchacho. - ¡No! Solo estoy cansada. Dije enfadada conmigo misma. - ¿Quieres otro trago? Lo invita la casa. Dijo sonriendo. - ¡No! Eres muy amable, pero ya vienen a buscarme y estoy algo mareada. Tomé mí cartera, lo miré por última vez y me fui de aquel alegre lugar a mi mundo real. Cuando llegue a casa, cerré la puerta suavemente y me senté a llorar, sin saber por qué, me dolía el pecho, me quité los tacones y los arrojé al pasillo. Recordé todas las enseñanzas de Rafael, cosas que siempre me parecieron entupidas, como: <<Una mujer decente no sale sola>> <<Debes usar tacones, son zapatos de mujer, no los que usas>> <<Jamás debes aceptar un trago de otro hombre, eso hablará muy mal de ti>>. ¡ESTOY CANSADA DE QUE GOBIERNES MI VIDA! Grité al pasillo oscuro de mi casa. Las lágrimas me golpearon de una forma extraña, me levanté, estaba mareada. Conseguí la puerta que buscaba, encendí la luz. El espejo me devolvió el espectro de una mujer que no quería reconocer, los trastornos alimenticios que padecía, por no querer engordar, se me notaban cada vez más, estaba pálida y famélica. Dos gruesas gotas negras me marcaban las mejillas ¡DETESTO EL MAQUILLAJE! Me grité a mí misma, y frente al espejo me quité el vestido rosado, abrí la llave de la regadera y me acosté en la bañera. Pensé en ese instante que había bebido demasiado, mientras el agua fría me calmaba el mareo.