9 Temas Y 62 Respuestas
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9 temas y 62 respuestas Nuevo Texto Crítico, Volume 21, Numbers 41-42, 2008, p. 59 (Article) Published by Nuevo Texto Crítico DOI: https://doi.org/10.1353/ntc.0.0005 For additional information about this article https://muse.jhu.edu/article/251150 [ This content has been declared free to read by the pubisher during the COVID-19 pandemic. ] 9 TEMAS Y 62 RESPUESTAS 1. ¿Qué te gustaría leer en las dos próximas décadas? Y a la inversa, ¿qué tipo de literatura te resulta hoy tan desdeñable que podría desearse que desapareciera del horizonte de lecturas? 2. ¿Cómo describirías tu literatura? ¿Por qué escribes? 3. ¿Qué escritores de tu país te parecen más interesantes? ¿Y de otros países? ¿Por qué? 4. ¿Ha tenido el cine especial influencia en la escritura literaria, ajena o propia? ¿Podrías citar alguna secuencia memorable de una o varias películas? ¿O un procedimiento narrativo interesante en cine que haya servido o pudiera servirle a la escritura? 5. ¿Cuán difícil o gratificante ha sido el proceso de “reconocimiento” a tu obra publicada? ¿Cómo es, en ese sentido, el medio cultural en tu país? ¿Sientes que tus cuentos o novelas han sido bien leídas? 6. ¿Consideras que el público de tu país y de tu época es el “lector natural” de lo que escribes? ¿Qué piensas de los libros leídos fuera de contexto, en cualquier otro país o cultura? ¿O la literatura no tiene contextos para ser entendida y apreciada? 7. ¿Son importantes, o no, los concursos, los premios, las becas, para escribir y difundir lo escrito? 8. ¿Escribes a mano, a máquina, en computadora? ¿Crees que las nuevas tecnologías han modificado la escritura literaria? 9. ¿Crees necesario mantener siempre una actitud renovadora, en busca de lo original, o bien la escritura puede ser un diálogo sin crisis con la tradición? © 2008 NUEVO TEXTO CRITICO Vol. XXI No. 41-42 60 LA NARRATIVA JUVENAL ACOSTA (México, 1961) Paper of live flesh, 1990; Contextos, 1994; Tango de la cicatriz: epigrama de fin de siglo, 1996; El cazador de tatuajes, 1998; The Tattoo Hunter, 2002; Terciopelo violento, 2003 1. En primer lugar tengo una terrible curiosidad por leer las cosas que voy a escribir en las próximas dos décadas. También tengo gran curiosidad por leer lo que producirán los escritores de mi generación y aquellos otros que comenzarán a publicar sus novelas en esta década. Leeré lo que escriban mis amigos: David Toscana, Ruy Sánchez, Mauricio Montiel, Eduardo Antonio Parra, Barry Gifford, Thomas Sánchez, Andrei Codrescu, J. J. Armas Marcelo, Carlos María Domínguez, Guillermo Fadanelli. Por otra parte siento la obligación placentera de leer aquellas cosas que aún no he tenido la energía o la disponibilidad de leer. Shakespeare y Poe en inglés, La Comedia de Dante en italiano, aprender francés para leer a Flaubert en su idioma. Demasiados libros, poco tiempo. Leeré mis autores contemporáneos favoritos que escriben en inglés, que son de quienes he recibido las lecciones más valiosas en los últimos años: Don DeLillo, Cormac McCarthy, Denis Johnson, William Boyd, James Ellroy, Margaret Atwood, Russell Banks. Todos estos escritores trabajan en la creación de una obra diseñada de manera consistente, nunca casual ni caprichosa. El resto no me parece desdeñable, simplemente no me interesa de la misma manera. La idea de una literatura desdeñable me hace pensar no únicamente en un canon arbitrario impuesto por la crítica y las reglas del mercado, sino me recuerda el celo y la envidia que producen en los escritores norteamericanos el éxito de Stephen King (a quien ocasionalmente leo), o en los escritores de América Latina el de Laura Esquivel o Isabel Allende (a quienes no leo). Desdeñamos aquello que no podemos alcanzar, las uvas verdes de la fama. 2. Escribo los libros que me gustaría leer, y aunque éste tal vez ahora sea un lugar común, no lo fue hace cinco años que me vino la epifanía. Quiero escribir en los márgenes de la literatura, y con esto quiero decir que no me interesa pertenecer a un canon literario —me interesa muchísimo más tener lectores. Me interesa la escritura, no la literatura, como una expresión casi física de lo que el cuerpo, los sentidos, experimentan en la vida real. Me interesa el mundo de lo erótico y por eso me interesa el Marqués de Sade. Me interesa el mundo de los signos y por eso me interesan Barthes y los tatuajes. Me atrae la mujer como posibilidad de exploración física e intelectual y por eso me interesan los personajes femeninos en mis libros y las mujeres en la vida real. En mi primera novela escribí la historia de un hombre común que se enfrenta de pronto a una identidad desconocida pero que vive en él de manera latente. El catalizador que permite que ese otro hombre surja, la Condesa, le revela al cazador de tatuajes la posibilidad de no ser él y eso es una bendición para cualquiera que se sienta insatisfecho consigo mismo. Escribo por DEL MILENIO 61 lo tanto para no ser yo. Gracias a la narrativa de ficción el escritor se convierte en mujer, en asesino, en superhombre, en traidor, en sabio, en santo. La narrativa es una posibilidad de escapar de uno mismo, de salir al camino como Don Quijote, de soñar como Madame Bovary, o de caer en un pozo sin fondo como Julián Cáceres, el protagonista de mi trilogía del Cazador de Tatuajes. Escribo también para poder articular mi experiencia de autoexilio voluntario y de inmigrante. Escribo para contar historias y no tener que dar explicaciones. El proceso de escribir en español en los Estados Unidos se ha visto enriquecido en mi caso con el de escribir en inglés. En este momento estoy finalizando mi primera novela en inglés, The Reader of Borges. ¿Puede un escritor de América Latina escribir en inglés? ¿Deja por esto de ser mexicano? Me remito a los comentarios de Octavio Paz en la introducción a la Poesía en Movimiento de 1966 donde el poeta se pregunta qué sería una literatura mexicana. ¿Poesía escrita por mexicanos o poesía que es mexicana porque trata de lo mexicano? La respuesta de Paz es perspicaz: López Velarde, el más mexicano de nuestros poetas se parece a Lugones más que a ningún otro mexicano, quien a su vez se parece al francés Laforgue. ¿Qué hace mexicano lo que escribo? Who knows… 3. Amo las novelas de Manuel Payno y Martín Luis Guzmán, las de Federico Gamboa y Juan Rulfo. Me gustan Rosario Castellanos y Agustín Yañez. La lectura de Sergio Galindo y Sergio Pitol, Jorge Ibargüengoitia, Luis Spota, y (sobre todo) Juan García Ponce me ha enseñado lecciones terriblemente valiosas. Nunca entendí a escritores como Salvador Elizondo ni el entusiasmo que despierta entre ciertos intelectuales. Me gustan Daniel Sada y Enrique Serna porque me gusta una literatura mexicana honesta, sin pretensiones de cosmopolitismo. Se puede ser universal sin la actitud tristemente provinciana y snob de quienes únicamente encuentran placer en la lectura de autores con apellidos llenos de consonantes y la escritura de malas imitaciones de sus obras. Mis autores favoritos fuera de México son los rioplatenses: Arlt, Onetti, Cortázar, Borges, Sabato y Saer. De los autores del Boom, me quedo con lo que publicaron en los años sesenta. 4. El cine ha sido tan importante en mi formación de escritor como lo han sido los libros. Ni más ni menos. Crecí viendo películas mexicanas en la televisión y en cuanto tuve posibilidad de moverme con independencia y un poco de plata en el bolsillo comencé a ir a los cineclubes y a los cines comerciales a ver cuanta película pude. En aquellos años (los setenta) llegaban a México obras de cineastas de todos lados del mundo. En una conversación con mi amigo el director alemán Werner Herzog recordaba que la primera vez que vi Aguirre la Ira de Dios fue en una de esas gloriosas y excesivas escapadas que me costaron que no terminara la preparatoria hasta dos años más tarde y la universidad hasta quince años después de haberla comenzado. Películas importantes en mi vida: Fitzcarraldo, de Herzog; The Godfather I y II; algunas películas del “Indio” Fernández; Padre Padrone, de los hermanos Taviani; Good Fellas, de Scorsese. Secuencia memorable: de 62 LA NARRATIVA Enamorada, del Indio, cuando la niña rica del pueblo (María Félix) fulmina con sus ojos al pobre general revolucionario (Pedro Armendariz) y luego lo derrumba de un par de bofetadas. Posiblemente he venido tratando de reescribir esta misma escena en secuencias que tratan de reproducir el poder de aquella mirada y el golpe de gracia que produce la epifanía de la belleza inesperada. Las técnicas narrativas que los escritores contemporáneos hemos heredado del cine son demasiadas para citar alguna en concreto. Se me ocurre que muchas de las historias que escribimos en la actualidad tienen la estructura de un guión cinematográfico y que esto sucede casi sin que el escritor se lo proponga. El discurso narrativo del cine o los muchos discursos narrativos que explora la cinematografía han sido asimilados por los escritores de mi generación (y de las dos o tres generaciones anteriores) de manera casi automática e imperceptible. Escribimos también de esta manera con la esperanza de que nuestros libros en algún momento sean llevados a la pantalla. Algunos lo confesamos sin pudores, otros no, pero ¿quien no quisiera ver adaptados sus libros para el cine? Mi amigo, el novelista Guillermo Arriaga, que escribió una de las mejores películas mexicanas de los últimos veinte años, Amores Perros, estaba (y está) convencido de que mi novela El Cazador de Tatuajes era perfecta para ser adaptada al cine e incluso estuvo pasándole ejemplares del libro a amigos suyos de la industria del cine mexicano.