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-EN EL-

. ¡AYER COMO AHORA!

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"ZAPATISTAS J,

1912.

· HISTORIA

-DE- [L BANOAL SMO

-EN EL- E~T~DO DE M~HELO~. ¡Ayer como Ahora!

------•..-+-~--- - ¡ J 860! n9 J 1!

II Plateados!" "z·apatlstas. 1"

1912. - -TIP. GUADALUPAN~. MICIESES 1.- - PUEdLA.

". LOS TEMERARIOS ~ , -0- lOS HEROES DE l~ DEliNCUENCIA!

~3 i'é'i; ¡.;~~ ~ E-: i'¡. . ~ i-:e-:¡.. i-:i-~ íF-:E-:fc ¡';i-i-: ¡.;~e.: t.E'éc é-:E-'¡" i-:e:., i'E,e-: ~"-E-: :-s:-!"!~~ ~ ~ ~ Historia completa y detal Jada de los "Plateados" del Estado de ;. : Morelos, desde su origen en 18úD. Sus hechos beróicos y su DO" ; ~ bleza de bandidos. Vida y hazañas del valiente Jefe de éllos: Sa~ ! ~t lomé Placencia. = ~ ~ ~· ~"33~,,~¡:,e.:¡;"~~~4)~ '-t~ .-3~~;.¡~~~:-t"J:!~;.t~"t':-!~:-j~~"!~'!~~~ .-3~~(¡;1¿ C~U~~S DE ~UE SE EXTERMINAR~N MUTUAMENH

()bra interesante, de actualidad; escritél con datos verídi• ( 'OS de uu testigo oCll1ar de lnuchos de aquellos episodios; superviviente de aquella época, quien conoci6 personalmen­ te á todos los fanl0sos jefes de "los Plateados," y que fné uno de sus perseguidores,

- ~ -_. _ - - ~ -...... ~ . -- --

t)unsMera~iones so~re el vanllalisDlo actnal

.~ ¡CINCUENTA AÑOS DESPUES! ~ ASUNTOS DE ESTA OBRITA.

-- ---JOC---

Prólogo.-¡Ayer ronzo ahora! Capitulo l-El debut de un bandIdo. Capítulo II UlI raj>toporcuellta agrna. Capitulo ¡!I --Los iml"lador. s de I'Lulg) Vampa." Capítulo 1 V --B~l/ld¡dos y Sdlt"ros Capitulo V. ---uLosPlateadJ:/' como AuxiHar,,'s en la gurrra con Fra71úa. Capítulo VI. -- ~'Los Plateados" matan czen soldados impe­ r¡"alúta. ~· . Capitulo VII - Un adulterio qu:: divide á IiLos Plateados" en

H C/Jarros" y o Catrillcs." . Capítulo VIII.-- Entra en call1jaFia Don RaJáel Sánrhez, de M apaxtlán. Capítulo IX. - Mapaxtlá17, pueblo frqueño, que se hace gran­ de)' /urrte, dr:felldú!Jldose de los ba1l11aos. Capítulo X -Mueren los toniblesiifes de "Los Plateados."Su ( xtinúóll. Capítulo XI.-Epora actual de balldalú;mo, Ó cincuenta a170s después, i(( mparaclones! y modo de exterminarlo.

~~/'- OBRA ESCRITA POR LAMBERTO POPO CA y PALACIOS.

-v?./?~ ;; -~ ...".sr '-Ji _ . ~ ®.._ .) "' ''~'' -'' . Consecuencias del licenciamiento de las fuerzas auxiliares liberales, en 1861. ¡Ayer, como ahora! (V~~~c~~ ~1~;r¿Po]to;'~~),Q,i~ ~~""~. il1jN los comienzos del año de IR6r ocnpó ~ ~ : . _ ~ ___ ~ ,1 e! S:ñor Ptesidel~te .D. Benito, J lIárez la ~ ~~~~~~~1 CapItal de la Repubhca, despues de la ba- j( ~~I~J talla de Cal?ulal?an en la que fu~ derro­ (j, ~ . tado el Gral. l\J¡ramon por las fUf'rzas hberales .ffi fronterizas al l1lando del .General Don Jesús (0 González Ortega. D na de las disposiciones del nuevo gobierno fué el li­ cencialniento de las fuerzas auxiliares de los Estados que habían cooperado al triunfo de la Constitución; pero no con los l11ira111ientos y atenciones con que actualnlellte se han li­ cenciado á las fuerzas que ayudaron al triunfo del Sr. ]M a­ dero; nó. Aquellos valientes no recibieron cuarenta pesos cada uno en CalTI bio de una carabina vieja, ni los despidie­ ron ofreciéndoles pr0111eSaS ilusorias. N o había nlillones en las reservas del tesoro nacional para derrocharlas; había ne­ cesidades; y el gobierno, que juzgaba que los soldados au­ xiliares habían cumplido con su deber defendiendo la ley se lilnitó á dar una orden general: dando las gracias á todos aquellos patriotas que voluntarialTIellte se afiliaron en la de- -6·- fensa de los prin: ipios liberales y quienes podían volver á sus hogares y dedicarse á sus trabajos habituale.:;, que tenían antes de la guerra. La recompensa era dura, pero necesaria para las circuns­ tancias ecoról11icas por las q '.l e atravezaba el pa.Ís. Aquellos que habían sido trabajadores de las haciendas del E stado de Morelos,-3er. Distrito de México entonces- 110 se conformaron con vol ver á sus primitivas ocupaciones; se habían acostu111brado á la vida agitada del guerrillero, ha· bían cobr::tdo amor á las buenas annas, al buen caballo y á los latrocinios rev01 ncionarios y en consecuencia. nluchos de ellos quedaron en arIllas con sus respectivos jefes á la ca­ beza, dedicándose al bandidaje. Lo mismo ha pa5ado ahora con los llamados Zapatistas en el 1nismo Estado de lVIorelos, sin e 111 bargo de que el Gobier­ no les dió dinero por que se pusieran en paz, y fué á supli­ cárselos el nüsmo Sr. Madero. Aquellos, habían sido trabajadores honrados antes de ser revolucionarios, t11ientras que la mayor parte de los Zapatis­ tas, son criminales excarcelados, exentos de todo sentimien· to noble, de bandIdos védientes. Aquellos, respetaban alta- 111ente á sus Jefes; habla garantías, relativamente, en Inedio de aquel caos; bastaba un pequeño servicio hecho á cual· qniera de aquellos bandid;ls, para que los jefes diesen un salvo conduc~o al benefactor y ordenara á todos los cabeci­ llas el respeto á su persona é intereses. Aquellos, robaban, plagiaban y mataban cuando lo exijía su defensa personal; los zapatistas ó bandidos de ahora, no respetan á jefe nin­ guno; asesinan sin piedad á gente indefensa; roban y destru .. yen 10 que 110 se pueden llevar~ y 10 que es peor, incendian y vuelan con dinan1ita las habitaciones de pacíficos ciudada­ nos. Si aquellos fueron leones, estos son chacales; si aque- --- 7 ---

110s fueron bandidos estos S011 cafres salvajes, y la vergiien­ za para M éxico en pleno siglo XX. Sin enl bargo de que aquellos tenían llluchos jefes, pues eran 11luchas las gavillas de ellos y se llegaban á reunir hasta mil honlbres, todos respetaban y temían al famoso y temerario Salomé Placencia, quien C01TIO guerrillero, y en la tonla de Cuautla el 8 de Junio de I~60, á las 5 p 111., por las fuerzas l1berales fué el primeri I Cjl e con un grupo de quince de los suyos, asaltó las trincheras de la calle real, so­ bre los disparos lÍ e 1a arti11ería )' entre Ul1a nube de fuego .Y balas que los quería contener. Se tomó la ciudad en esa hora. Las caballerías 10 arrollaron todo. perecieron los je­ fes reaccionarios que la defendían; salvándose solamente el Coronel D. Francisco Léln ll-'" á "uña de caballo," con unos pocos de los suyos y gracias á la confusión y á su valor te­ merario t:lnlbién. Después de Salomé Placencia, que era el más audaz, el más noble y el lnás orrojad"', seguían en segundo orden otros muchos, COll10 José "Nlondragól1; Felipe el Zarco y Severo su hermano, Epifanio Portillo, Silvestre Rojas, Pablo Rodrí• guez, Juan Pliego (a) HJ oyaipa," Pantaleón Cerezo, Epita­ cio Vivas, Juan Perna (a) "El Chintete," etc. Por la Sie­ rra Fría, nlerodeaban Francisco Villa, Ignacio Rodríguez (a) ~¡El ~losco" y otros más; pero todos sin excepción, temían y res!!etaban con10 jefe supremo á Salomé ~lacellcia. 11 u­ cho había de valer este hombre entre tanto desalmado, en­ tre bandidos tan terribles, para tenlerlo y respetarlo! El bandidaje imperó, pues, en el Estado de Morelos, (ex­ tendiendo sus depredaciones á los Estados de Veracruz, de Puebla y de Guerrero), después del 1icenciamiento de las fuerzas auxiliares liberales, en 1861. "eremos en el curso de esta obrita todo aquello de qne -8- eran capaces esos h0111 bres terrib1es. Sus costulnbres, sus hazañas, sus mnores y sus venganzas.

CAPITULO ,. El Debut de un bandido.

CA plaza de Yautepec ha sido siempre de importancia mercantil en el Estado de l\·lore1os. Concurren á ella de to­ dos los contornos y haciendas a verificar sus cOlnpras y ven­ tas, y vienen también, hasta de lllUy lejos, á realizar sus nler­ can cías y proveerse de Cllanto les es necesario. U na tarde de Marzo de 1859 cinco cOll1erciantes ganade­ ros del ~ur, habían realizado á buen precio una gran parti­ da de reses procedentes de Iguala, y se regresaban ('onten­ tos á su nlnlbo, agenos de todo peligro de robo en el ('ami- 110, pues todavía 110 se a1teraban por cOlnpleto laseguridad y garantías de los viajeros. Llevaban nuestros calninantes tres mil pesos, prooucto de la venta de su ganado; l11ontá­ ban regulares caballos, y por precauc:ón, ihan perfectamen­ te bien arnlados siguiendo el ('anlino que conduce á Tlalti­ zapan y que pasa por Xochimall('as, Ticulnan y Barreto. Acababan de pasar una barranquilla, y al llegar á una pe­ queña meseta del terreno, vieron á su derecha á un hOll1bre á caballo, que á distancia de doscientos metros; corría por la falda del cerro poniente, ~ntre los breñales, y paralelamen­ te al calnino que llevaban nuestros conlerciantes, como si tra· tase de ganarles dist&ncia, sobre el misnlo derrotero que se'· guían. N o les llamó la atención aquel ginete, que tenía todo el aspecto de un ranchero ó vaquero de las haciendas cercanas; -9 -- tanto más, cuanto que aquel honlbre llevaba una reata en la lnano, como el que persigue una res en el campo ~on in­ tenciónd~ darle alcance y lazarla. · Llevaba, · sin elnbarg~ úna especie de escopeta colgada á la espalda, cuyo detalle, hizo que uno de los viajeros dijera:- Ese amigo, :vaqu~ro, ha de ser muy afecto á los conejos, pues no larga la escope~ ta ni para lazar á los toros. ~- Quien sabe si sea un mañoso, que va á dar el soplo de que vamos aquí con dinerito,-replicó otro,-Y nl'as lejOs nos salgan, pues toda la gente de este rumbo, son ladro'nes. ¡Qué! == agregó un tercero,-con desprecio, 'neccsitaban juntarse unos diez por 10 menos; ~amos bien montados' y ar­ nlados, y es difícil que tan cerca de y'" autepec, nos salieran. Otro de los comerciantes, añadió:~ Sobre todo, el dinero lo hemos recibido en la noche, y dentro de casa, nadie nos ha visto en la calle con él, para despertarles la codicia. El quinto viajero, terminÓ diciendo:-N ó hay que fiar! too da esta gente, deveras es mala y atrev:,ida, y deb~mos ir pre­ venidos con nuestras armas; de T1ahi~apan para .. adelan.té,

• o " l . . , . • ya nos vaInas seguros. . ' Durante esta corta conversación de aqUellos ganaderos, el hombre que corría p6r la falda del cerro se pel~dfa ertlas si­ nuosidades del terreno, llevándoles ya alguna ventaja. Caminaron tranquilamente durante algún tiempo, cuando vieron de cerca, que venía encontrándolos, y montado en brioso caballo, con la escopeta en las m,anos, el hombre ..aquel á quien creían un vaquero. Los viajeros v'acilaban en creer que un hombre solo iba á atacarlos. . Llega el hombre cer · ca de ellos, y al grito de "¡alto!'1 les apunta, y se oye el iol. pe seco del martillo de su arma, la que no había disparado, es decir, le había "mentido. .1· Arrienda violento su caballo, da media vuelta, y corre en dirección al monte. -10-

Tan íITI pr :vísto y rápido había sido aquel falso ataque, que no tuvieron tiempo aquellos caminantes de sacar sus ar­ nlas, sino hasta el momento que ío vieron hnír rumbo al cerro. Lo siguieron entonces disparándole unos cuantos tiros, y volvieron á emprender su camino luego que se les perdió en el bosque, Parece que aquel atrevido se preocupaba más de conlpo­ ller su arma, que de los balazos que le tiraban, pues corría inclinado sobre la escopeta, tratando de conlponerla,' N o era en efecto una escopeta, sino una "tercerola" de chispa, á la que se le había aflojado el pedernal, y aquel hombre, lleva­ ba tatnbién' en la cintura dos pistolas, de 13S llanladas enton­ ces "americanas," de un solo tiro, Los ganaderos quedaron asombrados de la audacia y atre­ vimiento de aquel hombre. Debe ser un loco-decían-cuando se atreve á salirnos so· 10 y C011 una escopeta vieja nos ataca. Sin embargo, puede reunir á otros, y debemos ir con las armas en la mano, hasta­ que lleguemos á Ticumán. Siguieron, prevenidos en dicha actitud, y viendo atentamente á uno y otro lado del camino. Después de andar un cuarto de hora más, llegaron al ran, cho de San Felipe, en que el camino atravezaba entonces por unos corrales de piedra y palos, con sus trancas respectivas; ó entradas. Estaba en esos días, abandonado, pues en esos parajes, solo en la época de lluvias van ahí á ordeñar unas cuan tas vacas, Apenas acababan de entrar en los corrales de aquel ran­ cho, cuando una terrible detonación les ensordece, y cae mor­ talmente herido uno de aquellos comerciantes, que iba el primero, y ven saltar sobre e1los, salvando la cerca de pie­ dra, al hombre aquel, que hace poco.; minutos les había da­ do el falso ataque y se había escondido en el ll10nte. Aun- -11- que la sorpresa fué grande, todos á la vez le dispararon 'Sus ~rmas, pero la puntería falla con el susto y nadie le hiere. ELhombre aquel, con movimientos rápidos, en su brioso ca­ ballo, se confunde entre e1los, vtlelve á disparar, y cae baña­ do en sangre otro cOlnerciante; arroja por el suelo la "terce­ rola" ó escopeta de chispa, y un tercer d"isparo con la segun­ da pist01a americana, mata á otro viajero; evoluciona en el caballo como un relámpago; saca violento un filoso machete y carga sobre los últinlos dos que ya huyen; pero la tranca de salida está puesta, les da alcance d~scargándoles terribles machetazos en la cabeza y en la espalda, y caen también de sus cahallos, que corren azorados dentro de aquel corral · Aquel bandido, sin cuidarse de que los heridos vivan ó hayan muerto, se baja tranquilamente de su caballo, lo ata en un palo de la cerca, y comienza á cojer los caballos de los comerciantes tUlO por uno, y á desatarles de la grupa los en­ ro1lados zarapes, dentro de los cuales llevaban las bolsas de dinero bien repletas de pesos fuertes. U na vez que las tuvo todas, hizo cuidadosamente dos vul .. tos, pues serían más de tres mil ppsos; echó una ojeada á los caballos. eligió uno, y le cargó sobre la silla el botín aquel de su pillaje, no sin agregarle las armas de aquelloshonl" bres. que yacían inmóviles. Montó en su caballo, cruzó una pierna sobre la silla, y se puso á cargar pacientemente su escopeta y sus pistolas. Se alejó, por fin de aquel lugar, tirando del cubrestante al caba ... 110 en q1.le había cargado su botín, y diciendo al pasar juntp de aquellos heridos ó nluertos: "ÑIe llevo un cabalo, si al­ guno de Uds. vive, rec1ámeselo á Salomé Placen cia. ,- En efecto, aquel había sido el autor de tan sangrienta ha­ zaña. Cuat-o horas más tarde se presentaban las autorida­ des de Yautepec en el lugar de los sucesos. pués no faltó -12- quien diera aviso. Habían muerto cuatro de aquellos gana· deros, .Y el quinto, aunque herido grave~ente, pudo relatar detalladamente 10 sllcedido, tal como 10 referimos, dudan· do creer las autoridades tanta audacia y atrevinliento, de aquel Salomé, cuyas señas precisas dió el herido, repitiendo adeUlás las palabras que aquel dijera al alejarse. Este fué el prímer robo, el primer asalto que, tuvo reso-, nancía en el rtlll1bo, y el prilllero que cometía aquel hom,,: bre, que fué nlás tarde el asolnbro entre sus nlismos compa­ ñeros y el terror del Estado de More los. Salólné Placencia era oriundo de Yantepec, de complexión robusta, alto, fornido, color blanco ó giiero, y lanlpiño conl· pletamellte; vestia sencillamente en cOlnparacióll de sus de· l~ás cOlTIrañeros y subalternos: camisa de bretaña de peche ra b0rdada yaplanchada con muchas tablitas; calzonera de paño azul y botas de campana, dentro de las que siempre cargaba un par de puñales; ' usaba SOlTI brero de lana, sin adornos de los llamados ·'alemanes." N o 10 inclinaba la ll1iseria al robo, pues era hombre de recursos pecuuiarios; era de b,uena familia, y estaba emparentado con ]a mejor so­ ciedad de Yautepec Aunq'.le era sonoro el timbre de su voz, hablaba socarronamente, con. ese ac~nto de los que J1a­ lDamos '~payos." Sin embargo de su estatura, casi gigantes­ ca, te11Ía una agilidad asombrosa, y corría á pié con la velo· cidad de un caballo. Diestro en el lllanejo de las arllIas, era terrible, lnontado en Jos muy briosos caballcs que usaba. Lazaba, picaba, banderilleaba y capoteaba admirablelTIente: los más 'bra\'ós toros, tanto á pié com'o á caballo. Sus delTIás coinpañeros y subalternos hacían 10 mislllo., 3unque con menos arrojo y lllaestría; pero todos eran unos centauros, en ja agilidad asombrosa de ginetes consumados Con excepción de Salo'mé Placellcia, quien ya dijinl0s que -18- vestía sencillamente. de simple camisa y ca1zonera, todos los demcis, se prodigaban un lujo escandaloso en la confección de sus trajes de charro. Usa ba:J pan taloneras de fino paño, con tres, cuatro y cinco vistas de abotonaduras caprichosas de plata, chaquetas borda das con hilo de oro, y cuajados también de grandes botones y colgajos de plata n1aciza y flecos de galón~ los sOlllbreros cubiertos casi de galones de oro y plata; espuelas de plata; nluchos de ellos; las sillas de montar, plateadas también conl­ pletauleote, con vaquerillos bordados de plata. Un derro.he hacían de este metal, pues hasta en los estribos la usaban en grandes , chapetones, 'asi como en las cabezadas. N o faltó quien le mandara poner á su caballo favorito, herraduras de plata. Cada bandido de aquellos, el menos lujoso en su ves­ timenta de charro, y montado á caballo, podía tener en to­ dos sus arreos, un valor de mil pesos. Este uso escandaloso de la plata por aquellos honlbres.. les trajo el nombre de

"Plateados 11 i Que contraste! Los bandidos de aharó se distinguen, porque visten y montan desarrapadamente, como unos por­ dioseros.

CA PITU LO 11. . Un Rapto por cuenta ajena,

Uivía en el real de la Hacienda de Oacalco una bellí• sÍtl1'a joven que llevaba el nombre de H omobona Merelo. Con taba, apenas, unos diez y siete años. Era alta, esbelta y flexi­ hle conlO las palmas del desierto; rubia como las vírgenes -14- de Rafael. Sus cabellos parecían de oro, sus ojos grandes y ,rasgados, su nariz perfecta, su rostro ovalado, y sus labios carmíneos, COTIla la fJor del granado . .Todo su CX'njunto era hermoso y atractivo, y los dependientes de las haciendas que la veían los días domingos en la plaza de Yautepec, se desvivían por obtener una mirada ó una sonrisa de aquella linda joven, cuyas formas esculturales podían dar envidia á las Vénus de Murillo. . Entre tantos apuestos jóvenes que la cortejaban, había ob­ tenido la preferencia para recibir sus sonrisas, Eufemio A va­ los, Purgador de la Hacienda de Atlihuayan, quien tanto insistió con apasionadas cartas y obsequios, que consiguió tener relaciones amorOS2S con la bella rubia. Vivía, ésta en compañía de la madre, de los productos de un peql.1eño comercio, que les. había dejado su esposo al fllorir y no sufrían ni11guna clase de necesidades. ~ El afortunado llovio de Homoboria,impaciente por poseer tantos tesoros reunidos en aquella vírgen, le había suplicado muchas veces, y en la forma más apacionada, que se fuera con él, y ofreciéndole toda clase de comodidades, en una casa que le pondría en Yautepec, pero la joven, en cuyo corazón podemos decir, que no había entrado el amor, se negaba ~erminantemente á tales proposiciones, pretextando que no abandonaría nunca á su madre. El novio insistía, diciéndole, que vivirían juntos, trasladándose ambos á Yautepec; pero Flomobona era firme en sus resoluciones, y no t:-ansigía con las pretensiones de su novio. Hay que advertir, que en aquellos tielnpos, y en aquellos rumbos, los verdaderos matrimonios eran pocos, pues en to­ das las clases sociales prevalecían las emancipaciones libres, es decir, sin preocuparse por que los en laces, tuvieran como ahora la sanción civíl ó eclesiástica. -15-

Así pues, no detenían á Homobona los escrúpulos de una. union, con su novio, como generalmente se acostumbraba, sino 10 que ya hemos dicho, no sentía todavía amor por ningún hombre. " ,,' (;" - : Algo comprendí;! de esto, ri~ Euf.e~:ih Avalos, y se deses­ peraba terriblemen¡ t,~ ante las negati~as' de su novia, jurand'ü eh Stl interior hacerla suya, aql1qJle para ello eUlplease la violencia. ' .' Pasaban los días, y D. Etiíémio pensaba en planes par'a robar á su novia, sin deciditse por ninguno. Era hombre honrado, y le repugnapan 10'5 actos violentos, principalmente en amores; y sobre t~do, no quería cargar con la responsahl­ lidad ó crítica de l~ sociedae, por más que los raptos, casi. eran una costumbre. ;' J ~ En Id. efervescell~ia de su pasión, de su amor ó de sus:itfé­ seos de poseer [cuanto antes al ídolo de su corazón, ~s'e~le ocu­ rrió ver á Salomé Placencia para que la robara ó la hiciera robar por los suyos á condición de sil11ular u& '\]intnediato ! rescate en los momentos que huyeran con la'f6bada, y' apa­ recer en la fingida pelea como salvadordé"HomtJbona,el mismísimo novio, ID. Eufemio A valos, quien le l'~tltregar;Í-a anticipadamente cien pesos á Salomé Pldéentia, por dicho juego. Don Eufemio, pensaba, que una v'ez- en su poder la intransigente novia, la llevaría donde él qrHsiese y la gra­ titud de ella, al arrancarla de las nlanos de los' Bandidos; ' ~~ , volverían dócil. y amante para quedarse en su conipaB.fa. ¡ ;l .. Resuelto á poner en práctica este últinlo recursó,uquet le pareció bueno, se dirije un día á Salomé Placencia~ ) le com1u­ niea sus deseos, y su plan, y le suplica haga ell fa'var con tales condiciones. \ i :-. , . ',' -Bueno, ... amigoc 1e contestó Sa10mé-ve~gan los den pesos, y mañana mismo tendrá Ud. á la joven en la misma --16-

Hacienda, pues no acepto ni en chanza, que mis lTIucháchos pierdan con unos catrines .y les quiten á]a muchacha - sería eso una verguenza. Don Eufenlio se conformó; acariciando la idea de que al día siguiente tendría en su pode). á la dueña de sus pensa­ TIlientos. Así es que contestó :-Acepto, D. -Salomé, acepto, ·y aquí tiene (j d. los cien pesos, y le largó cinco monedas de oro de á veinte pesos cada una; -Bueno, amigo,-volvió á decir Saloiné-á las seis de la tarde estaré en la HaCienda con la joven; prevenga un1 ha­ bitación donde duerma. Ya hemos dicho que D. Eufemio A valos era Purgador de la Hacienda de Atlihuayan. En esa Hacienda vivía co­ nlunmente Salomé Placencia; por las crndiciones propicias para el ataque y para la fuga, que él le juzgaba; pues encon­ trándose al pié de los cerros, al sur de Yautepec, sigue una sucesión interminable de mentes sin poblado ninguno, hasta Cuautla, Villa de Ayala, y Tlaltizapan. pudiéndo ser también, dicha hacienda un seguro é ignorado lugar de des­ canso, después de sus correrías por cualquier rUlllbo que fuese. Volvámos al objeto de este capítulo . Después de quese separaron nuestros contratantes, se alejó lTIUy contento Eúfemio; y Salomé se quedó diciéndo para sí: - 110 ha de ser cualquiera cosa la joven esa, donde me dá cien pesos el avaro de D. Eufemio por que 'se la robe, me dió las señas donde vive y que se llama Homobona, ya la conoceré mañana mismo. Largo, internlinable y fastidioso, fué el siguiente día para D. Eufenlio . Renegaba que Salomé le hubiera puesto el plazo hasta las seis de la tarde para tener á su adorada, co- -17- mió poco, y de prisa; figur~ndose que de un nlomento á otro podían llegar. Desde llHly temprano arregló 10 mejor que pudo la hahitación en que alojaría á su paloma, y con freo cuencia volvía á entrar exalninando todo, por si faltase algo. A las cuatro de la tarde ab

Don Eufemio no contestó; no dijo una palabra; salió de aquel cuarto dando saltos, y con el senlblante desencajado por la ira, corrió á la habitación que ocupaba Salomé Placen­ cia Llegó á la puerta, y llalnó á puñetazos, pero nadie le con­ testó" Vol vió á golpear nlás fuertenlen te, con igual reslll tado. Lanzó terrihles inlprecaciones, .Y tenninó diciendo "la vida de los dos! 11 la vida de los dos será lni venganza, infame"sl y \'01 vió á dirijir~e al cuarto de los lnozos . . Ensillen un caballo, voy á Yautepec á un negocio urgen­ te-les dijo con voz terublorosa-y vaya cualquiera á pregun­ tar al portonero, si ha salido ya Don Salomé. Daban las cuatro de la lnañana en el reloj de la "Hacienda y tocaban 4'á faena," y mientras le ensillab~n el caballo ;á D. EufenlÍo, volvió el mozo con la razón del portonero, de que nadie había salido. N o quiso D. Eufemio que lo acolnpañara ninguno. Montó á caballo. y al pasar frente á la puerta de la habitación de Salomé, volvió á apretar los puños con rabia, repitiendo en tre dientes: la vida de los dos, por la burla que me han hecho ! y salió fnerade la Hacienda, con dirección á Yau­ tepec, de donde regresó hasta en la tarde.

\ 1éamos nosotros lo que había pasado entre Salonlé Placen­ cia y la hennosa Homobona Merelo. A las diez de la nlañanadel día que ofreció á D. Eufemio robarla, ya se encontraba en la Hacienda de Uacalco, explo­ rando el terreno, y ' tomando sus infonnes reservadamente. ~a~omé queda conocer á la joven, y hablarle si era posibie antes de 1Je\'ársela á la fuerza, lo cnal le era tan fácil, y se encontró C011 la 110ticia de que la Sra. lnadre de Homobona, pasaba por l\.lédica eula Hacienda, es decir, curandera quien -20- alguna vez se dignaba ir á, \'er á los enfern1us, cuando le paga­ ban un peso por la visita. En el acto se le ocurrió á Salol11é que un amigo ~e fingie­ ra el1fermo y otro fuera á suplicar á la señora pasara á re­ conocer al paciente, dándoles para pagar bien á la curandera por adelantado_

Ya hemos dicho, que tenían 11n pequeño comercio en el Real de la Hacienda y naturalmente, que mientras la señora salía á sus curaciones, se quedaba H ümobona al cuidado acompañada de una sirvienta. Luego que el enviado puso dos duros en manos de la lné­ dica rogán¿ole pasara á curar al enfernlo, se apresluó y sa­ lió de su casa acompañada de aque1. Casi inmediatamente entró Salonle en ]a tiendecita, aCOlU­ pañado de otro individuo y pidieron puros y unas copas de vino, las que apuraron de un sorbo, saliéndose Salonlé un mOlnento. N iña,-le dijo á Hon10bona el individuo aquel-- conozca U d. al famoso Salomé Placellcla. -Oh! este es? pues no parece hombre 111 a 10, como dicen . Oh! no es malo, niña - agregó el individuo, .- al contrar1o, es malo cuando 10 hacen enojar ó se oponen á lo que él quiere. Salomé vol vió á entrar y se calló aqu~l honl hre, quien á su vez, se escurrió fuera de la tienda, dejándolo solo con Homobona. J oven, t i d. se llalna Hornobona? dispense U d. la pregun­ ta. := le dijo Salomé? con una sonrisa particul ar . Esta se puso roja como una amapola, y contestó: Si señor, soy Homobona lVIere10 para ~ervir á e d. Bueno, niña, pues no perdámos el tielnpo; tengo encargo de D. Eufel11io A valos, de Atlihuayan, de robar á Ud. Y entregársela, y me alegro que se haya dirigido á luí, que -21- puedo evitarlo, si usted no 10 quiere. Dígame con franqueza si estará U d. contenta con él, y si Ud. lo ama y le ha dado palabra de casanlÍento y siendo así, irá U d. segura conmigo y la llevaré con D. Eufenlio.

- ¡J esús lne valga! -exclalnó Honlobona-¿yó I inne con D. Eufenlio? ni 10 pienso, ni 10 quiero. Se ha encaprichado en qae n1e vaya cún él, y hace ocho días, que por eso, hemos ternlinado 11 uestras relaciones. Honl0bona hablabacon voz balbuciente, y de roja al prin· cipio, se había puesto intellsanlente pálida. Estaba lnás her­ mosa. Bueno, niña-agregó Salol11é, no se irá U d. con él; pero le di· ré una cosa, ya no está U d. segura en esta casa, ni en ninguna otra, D. Enfemio pagará á otros hOInbres y éstos se la roba­ rán á Ud. sin lniranlientos, y quien sabe si hasta la lnaltra .. ten y atropeyen. Sólo yo puedo poner á lj d. en lugar seguro, si no tiene voluntad de que la lleven con D. Eufemio re" suél vase usted.

-Pues no, señor, no tengo voluntad de irme con D. EU A fetnio . -Piénselo Ud. bien, niña y no olvide que otros vendrán á robarla, si no quiere que yo la salve. Lo sentiré Inucho, pues es usted muy hennosa-volvió á decir Salolllé. Esta, vol ,,:ió á enrojecerle el semblante, y contestó: Mire U d. señor, voy á pensar 10 que debo hacer, y le avisaré á Ud. -Está bien ¡linda! volveré al oscurecer para que IHe diga 10 que haya Ud. pensado. -Venga Ud. mejor COIno á las nueve de la noche, que hayamos cerrado aquí, y que nlÍ mamá ya duenna, para que no sepa estas cosas, y le resuelva yo. Reniegode D. Eufemio ternlÍnó diciendo con un hermoso mohín. Gracias, pni viña! estaré por aquí á la hora que Ud. man­ da. -22-

El individuo que llegó con SalOIné á la tienda, volvió á entrar en esos lnomentos, pidieron nna:3 cajas de sardinas; pan, queso, y una botella de catalán, y Salonlé sacó un pu­ ñado de pesos, como veinte ó treinta, los puso sobre el TII0S ­ traior, saliéndose ambos, sin hablar una pa1abra 111ás. Debemos decir, q lle Salolné estllvo,-dado su carácter,­ galante y tierno en exceso con aquella joven ~ y esta, más que huraña, tal vez hasta amable y dulce en su últi111a respuesta.

Homobona veía atentamente á ~alonlé de arriba á abajo y pensaba, en no se qué, que 110 se dió cuenta del dinero que quedaba sobre el mostrador, hasta que aquellos hombres hubieron salido. Entonces sintió vergiienza de su distrac­ ción, quiso gritarles para devolverles 10 que sobrab~ del Üll• porte de 10 que habían comprado, pero no pudo, y se sintió clavada en su sitio. Se conformó, pensando que en la noche, le devolvería el sobrante al hombre aquel, y tonló el impor­ te de los efectos pedidos; guardándo el resto en un papel. Poco después llegó muy contenta la lnadre, de su vi­ sita al enfermo; y encontró que su hija se sentía un poco in­ dispuesta, y que deseaba retirarse á su pieza. La lnadre le examinó, dijo que era una ligera jaqueca, que se le quitaría acostándose un rato, y ordenó á Homobona se fuera á la cama. La joven se encerró en su cuarto, pues 10 que deseaba, era estar sola, con los muchos y encontrados pensanlientos que la asa1taban. Por una ventanilla alta y enrejadn que tenía su pieza, y TLle daba á un pequeño jardín, se puso á contell1plar ensilnis- 1l1ada el pequeño pedazo de cielo qne podía \'erse, sentada en su calna Qué poca delicadeza tiene ese hOIub re, Don EufenlÍo que -23-- paga por que nle roben y me lleven á la fuerza con él. . j Lo creía más caballero! Si conforme no lo quiero,' lo quisiera, esto que intenta de que lne roben, bastaría para aborrecerlo. ¡Cuánto lue alegro de haber conocido á ese Don Salomé Placencia, de quien he oído tantos actos de valor. ¡Oh! si de­ veras tuviera yo su protección! -siguió diciendo.-Después se quedó pensativa un momento. Se fllé violentalnente á una mesita; sacó (le un cajón un pliego de papel .de cartas y un lápiz y se puso á. escribir. Sí, -dijo en voz alta-debo reprocharle su conducta, decirle lo que se merece y cuál es nli resolución. En efecto, escribía una terrible carta á D. Eufemio y lue­ go que la terminó salió de su cuarto violenta1nente y la entre -' gó á la sirvienta, ordenándole la llevara al correo de la Ha­ cienda. Hay que advertir que la giiera, C01no le decían las gentes de aquella finca, era de un carácter violento, y como todas las Inujeres, tenía en alto grado la ll1ansedumbre del Rato y las ferocidades de una leoncilla. En el cielo hermoso de sus ojos, fulguraban de cuando en cuando relálnpagos de infienL). Regresó á su pieza después de mandar aquella carta que ya tendrernos ocasión de conocer. Vol vió á sentarse en la ca­ lna, como cuando entrara la primera vez y externaba sus pen­ salnientos en voz muy baja, diciendo: Es horrible! si ese D., Salorné, n1e dice que nle han de llevar donde quiera que yo esté, es porque 10 sabe bien. Sé muy bien, que él es el jefe de todos esos honlbres y si acepta 1nÍs condiciones, puedo decirle que me protej a conlO me lo ha ofrecido. ¿Deberé com uni­ carle todo á 11lÍ madre? Sí, que sepa la verdad y que no se aflija y lne dé sus consejos, si nó nle convienen, sobra tiem­ po para desobedecerlos. Hablaré con ella después de que cierre la tienda,-y ya nlás tranquila se recostó en su cama. -24.-

Pocos momentos después, la madre le tocaba la puerta, diciénlole: abre bija, quiero ver como te sientes. Homobona se levantó lentamente y fué á abrir la puerta. ¿Cómo te sientes hija,? ¿ya estás mejor? -le dijo, en· trando. Ya me pasó la jaqueca, madre, pues me siento bien-con­ testó Homobona. Yo creía que seguías mala y ya cerré la tienda para venir á curarte, además, que la venta íué buena hoy y ya sabes hi­ ja, que yo no soy ambiciosa. Encontré dentro del cajón co­ mo diez y siete pesos en un papel ¿ésos de qué fueron que los envolviste? Homobona había olvidado guardar en otro lugar el res­ to del dinero que Salomé había dejado sobre el mostrador, al pagar y que pensaba devolverle. Madre,-dijo ella sin vacilar,-precisamente pensaba en contarle á Ud. todo 10 que ocurrió mientras Ud. fué á ver al enfermo. Ese dinero del papel, es de Salomé Placencia. La señora dió un salto, asustada. ¿Qué dices? ¿Estuvo en la tienda Salomé Placencia? iJ esús nos ampare, hija ..... ! Cálmese U d., madre, le contaré á Ud. todo y no se alar­ me, pues parece un hombre bueno ese señor y no nos hace ningún mal y bien puede hacernos un bien, es decir á mí. Cuenta, dime pronto 10 que ha pasado, ¿á qué vino? ¿lo sabes? Homobona refirió detalladamente todo, repitiendo exacta­ mente cuanto le dijo Salomé J lo que le ofreció Por todo esto, madre, comprenderá Ud. mi situación y que no nos queda otro ren1edio, que aceptéi.r los favores que me ofrece para librarnos de peores cosas de los demás bandidos. ¿Y si es un engaño y un plan lo que te dijo ese hombre? :rvladre,-repuso HOluobona-piense Ud. en una cosa, que -25-- ese honlbre pudo venir con los suyos y llevanne por la fuer­ za, sin preguntarme nada, ni Í111portarle nli voluntad. Esto revela su buena fé y sinceridad en cuanto lne ha dicho . Yo no quería que U d. supiera nada, para no aflijirla,.y le dije que viniera á las nueve de la noche á sab~r 1ni resolución, cuando lT d. durmiera; pero 10 esperarémos las dos á esa hora, 10 conocerá U d., Y nos resol verémos Bueno hija lnía, bueno, - dijo la nladre -- has pensado bien, las dos le h ablarélnos que 110S sal ve; ¡así 10 permita María Santísinla de Guadalllpe! Siguieron censurando la acción de D. Eufemio, único cul­ pable que había originado aquellos p~ligros y zozobras. Ce­ naron tristes y 111editabnndas, especialulente la 1nadre, y se fueron á la tienda á esperar las nueve de la noche para ha· blar con D. Salonlé. 11ientras hicieron un balance á la nle1noria de 10 que contenía aquel tendajón, para saber lo que perderían en un robo de aquellos bandidos. Poco antes de las nueve de la noche llegó un tropel de ca­ ballos á las puertas de la casa. La señora conlenzó á tenl­ blar asustada; pero I-IOll1ob ona con una entereza impropia de su edad, s~ fué á abrir una p~lerta, y prengnntó en la os­ curidad. - ¿Ya está Ud. ah í, D. Salorné? Valiente muchacha! dijo una voz. y Salomé adelantó el ca· ballo respondiendo,-ya estoy aquí á sus ord~nes, linda joven. Bájese U d. del caballo y entre á la casa para que hable­ mos juntos con 1ni nladre. Saloln.é se sorprendió de aquel nuevo arreglo. Recordaba que ella nlisma le había suplicado fuera á las nueve cuando ya estuviera dunniendo la lnadre. Pensó en una traición, pero era hombre arrojado hasta la tenlcridad y así es, que' sin vacilar bajó del caballo con sus pistolas y su nlachete á la cintura, y el mosquete en la lnano y entró á la tienda. IIa- -26- bía dado las riendas de su caballo á uno de los que 10 acom · ñaban .. diciéndole algo en voz baja. Si U d. quiere., señor, que quede la puerta abierta, al fin los c1eulás cuidarán. Aquella especie de reproche tan dulce, quizá en relación COll la desconfianza de Salolllé, picó algo su anl0r propio, pues se volvió un paso y cerró y atrancó la puerta, diciendo: Así estarénlOS ll1ás seguros, bella joven Tenían luz en la tienda; Salorné vió á la señora que tenía una cara espantada y le dijo: -N o se asuste l J d. señora, na· da malo pasará á su linda hija, ni á Ud. Señor, balbutió la lnadre de Ifolllobona-estoy en\erac1a de los peligros que le busca á n11 hija, ese cobarde de D. Eu­ fernio, sál vela U d., confío yo en que será Ud. el defensor de estas dos pobres lllujeres que no le hacen nlal á nadie.­ Homobona sollozaba cubriéndose la cara con las manos. Algo raro para un corazón ele bandido, sintió Salolné en el suyo, se había sentado sobre elnlostrador y puesto ahí sn nIosquete y al oir esto y ver que la joven sollozaba, saltó hacia donde estaba sentada la señora, le dió un abrazo cari­ ñoso y le dijo: señora, le doy á Ud. 1ni palabra de hOInbre ele que nada le pas~rá á su hija; pero quiero salvarla de otros que Yengan aquí sin que yo lo sepa, pues los 11Iíos la respe­ tarán. 1ie ha simpatizado y la anlO, pero á llada la obliga­ ré si ella no puede querenl1e. Haga Ud. 10 que guste, señor, 11évela y sálvel~, confió en su palabra. SÍ, val110DOS, - 8gregó I--Io1110bo!la -- -l1évenle con U d. don­ de esté segura. En mi casa, contestó Salolné, y la llevaré si Ud. queda tranquila señora. Si, qnedo tranquila, pues va C011 U d. ¿y pudré ir Ú \'crla? -27-

Si Ud. nl'll1c1a señora; el c10111illgo se reunirán en Yautepce', y se pasará lT d. á vivir allá con ella ó en Atlihuayan. \ Tálll0nos bija, llévate lo preciso y que Dios te bendiga. lJ omobona entró al interior un nl0111ento y salió con una peq ueña lualeta en la nlano y puesto su rebozo. Antes de ll1archar, trataron de entregar á Salomé el so­ hrante de su dinero, pero insistió en que se le quedara á la señora, agregando.-N ada le faltará á su hija, ni dinero ni ropa. l\1adre é hija se dieron 1..1n abrazo, despidiéndose hasta el dc-nlingo. Montó Salol11é á la joven en un caballo que llevaba pre­ parado y enl prendieron todos rápida lnarcha. Ya sabenlos que á las once de la noche llegaron á Atli hauyan. Los cOlnpañeros se quedaron en las casas del "Real" y Salomé c'on su preciosa carga, entró á la Hacienda, diri­ jiéndose á su cuarto. Entregó los caballos á su nIOZO particular y se metió con HOlnobona á S11 cuarto. Encendió luz; le dispuso su cama para eUa; le rogó que se acostara para descansar, que ella aceptó, pues venía lnagulla­ da por el caLallo y él se retiro al rincón opuesto, echándose de espaldas en un petate y con sus arnlas al alcance de su mano. Esta fué la priulera noche que pasó junto á la lnujer que, lo aconl pañaría toda su vida, que alguna vez le curaría sus heridas, que aprendería talnbién el nlanejo de las arnlas pa­ ra defenderlo y que le sobreviviría lnuchos años. El an10r se desarrolló rápidamente entre ambos. N opa· recía, sino que habían nacido el uno para el otro. Pero al siguiente día que all1aneció, cuando D. Enfeluio se condenaba aceptando los pensamientos criminales de la vulgaridad, su ex-novia se encontraba casta y pura COlno las vírgenes \ l estales, y sin zozobra en S11 conciencia sin lllan· cha, pues le había escrito los duros reproches que lnerecía su conducta violenta y cril11inal. Salolné aluó á la joven 1uego que la conoció, y COll10 ha­ bía cOll1prelldido la burla illícLla que de ella quería hacer D. Eufemio, inclinó los acontecimientos en otro sentido, pero no faltó á su hOlnbrÍa de bien. A las seis de la n1añana salió de su cuarto sin hacer rui­ do para 110 desp2rtar á la joven y s~ encalllinó en busca de D. Eufemio, pero 110 quiso que se asustase su huésped y pen­ só esperar la ocasión, al siguiente día, para darle cuent:J. de su enca rgo. Si heInos dicho que Saloillé tenía habitacióll dentro dd casco de la IIacienda; tall1bién direIno:::> , que fllera de ella y en el Real, tenía su casa donde habitllalll1ellte vi vía; asi e.s, que no apareciendo D Eufelll io, regresó al cnarto ellcontrálL dose ya despiert:l á la joven HOlllobona á quien invitó al desayuno. Salieron para la casa que Sa10mé t :- nÍa en el Real con toda clase de servidl1l11bre, poniendo todo esto á las (jrdenes de la joven, y diciendo que se le sirviera en todo y la respetaran y atendieran conlO á él lnislno. C01110 á las cuatro de la tarde reg resó D Ellfelnio de 'Yall· tepec, coa un humor negro. Había recibido la carta de Ho ITIobona y los duros reproches y verdad :s que cOl1tolÍa ,lo ha­ bían exasperado n1ás [ba á tOIn ar iufonnes de Salolné, cuando vió á éste que llegaba dirigiéndose á él Lo he Ll1s cado á r d todo el día. D. Euft n110, venga con­ rnigo para que se despida de quien Ud sabe; por de pronto tenga sus cien pesos; y no ll1e vuel va á hacer encargos de ro­ bar mujeres, pues también soy hOInbre y no me agradan - ' 29 ' ~ mucho esas comisiones. -Esto se lo decía Salotné con tono anlistoso. Don Ellfenlio no con test ó; S111 enl bargo de su enojo, 110 se atrevía á pelear con aqnel hOlnbre terrible. Recibió 10s cien pesos en las nlÍsluas lnonedas que él diera, y le volvió la espalda tnudo de cólera, alejándose de Salolné. Este le dijo. - N o es luía la culpa D. ELlfelnio, sino de quien no ha­ ce sus negocios persollalmente. Salolné salió de la Hacienda con dirección á su casa, en el Real. Don Eufenlio volvió á 1110ntar á caballo y se fué para Yautepec, sedient0 de venganza. Buscó al COlllandante l\1i ­ litar de la plaza que estaba todabía en poder del Gobierno reaccionario y le dijo: -Señor, vengo á comunicarle que el bandido Salomé Placencia, se encuentra en estos 1110mentos en una de las casas de la Hacienda de Atlihuayall y esta no­ che puede U d., si gusta, apoderarse de él.

Tengo órdenes de acabar con ese hombre y COll todos los suyos, pero e :~ preciso no r.lanuarlos sin conseguir el ob· jeto. Si U d. quiere prestar un servicio á la sociedad y al (lohierllo, espíe U d. sus movünientos y en segura ocasión, déme aviso, y recibirá quinientos pesos de gratificación. - N o, señor, no 10 hago por interés de dinero. Convinieron aquellos dos hombres en el pronto extenniniú de Salomé. El U110 obedecía al deber, sin rencores ni pa­ siones. El otro era impulsado por los sentitniel1tos nlás vi­ les de 10s cobardes. Aunque Saloll1é pasaba d día fuera de la Hacienda de Atlihuaya:J. en sus correrías, cuando donl1Ía ahí siempre 10 hacía en su cuarto, dentro del cas,"'o de la Hacienda, pues el dueño de la finca había ordenado se le diera habitación y -30 - cuanto pidiese, con el fin de tener sus intereses seguros de todo peligro, como reahnente lo estaban. N o habían pasado ocho días, desde el ofrecimiento que hi­ zo D. Eufeluio al COlllandante 1,1ilitar en Yautepec, cuando una noche en que dormía t:-anquilo Salomé, en compañía de Homobona, en su cuarto de la Hacienda, ésta fué cir­ cunvalada por infantería y caballería del Gobierno reaccio­ nario. Se habrieron los portones y penetraron dos com pa­ ñías, que se distribuyeron por todas partes, dirijiéndose diez soldados y el jefe á la puerta del cuarto donde dormía Sa­ lomé, golpeando fuertemente y ordenando ilnperiosalnente que abrieran la puerta "á la autoridad"'. Despertóse Salemé, vistiéndcse de prisa, pero sin sobre­ saltarse. IIolnobona se levantó tanlbién, y se vistió asu~tada. El primero le dijo: Son soldados del Gobierno., y esto es la venganza del cobarde de D. Eufemio. Tal vez me maten, pues es difícil que me escape. Mira-le dijo señalándole una cajita-llévatela., que no te la roben, tiene quinientos pesos en oro y no tengo aquí otra cosa que dejarte, si me escapo te veré allá fuera en la casa que conoces. Ahora párate, aquí junto á la puerta para que no te toque un balazo,---y la colocó en el rincón del cuarto del lado de la puerta. Se puso las pistolas en la cintura, cogió su nl0squete en una ll1allO y en otrá su machete y se dispuso á abrir la puerta. Durante estos rápidos preparativos de Salonlé, abían se­ guido los golpes á la puerta ftlriosatnente~ y COlno la noche estaba conlpletal11ente oscura) tenían varias Enternas dise­ minadas por el patio. El cuarto estaba más oscuro aún, que afuera, pues á la indecisa claridad de las estrellas, sieIllpre se veía un poco. Allá voy! les gritó SaloIllé y á este grito, los soldados que -31 -

(l puntaban con balloneta calada, se hicieron á lit;! lado, co- 1110 si esperasen la salida de una fiera. Abrió la puerta y les dijo con entereza: ¡Entren! N adie se nlovió y el jefe ordenó qne saliera pronto. Pujo Salonlé desde el fondo oscuro del cuarto, distin­ guir en la penulnbra del exterior, los bultos de varios hom­ bres, á tres ó cuatro pasos de la puerta. Hizo fuego con su l110squete sobre une, de ellos, quien rodó por el suelo, é ins­ talltánealnente hicieron fuego sobre la puerta todos los de­ más; pero en el nlomel1to que disparó, se h1 bía arrastrado por el suelo COlno una serpiente, y había hecho girar su ma­ chete por los pies de los soldados, hiriendo á varios. Corre velozmente por un lado; le disparan por otro y se 3rnla una gran confusión entre los soldados, que corren de acá por allá, siguiéndole la pista y disparándole sus armas sin precisar la puntería, pues apenas vagamente se distin­ guen los bultos á diez pasos de distancia. Trata de salir por un caño, pero distingue la caballería en el exterior y se regre­ sa, encontrándose que corren soldados hacia ese 1ugar, se arro­ ja sobre el que va más cerca de él y 10 deja tendido de un ma· chatazo en la cabeza. Gana la huerta que está por el lado del cerro; sus tapias no son lnny altas, las escala con el ma­ chete en los dientes y sus pistolas en la cintura que no ha disparado por no indicar su pista y por fin, se arroja al cam­ po, perdiéndose luego en el monte del cerro, cuyos breñales llegan hasta las tapias de la hacienda. ¡Salomé se había sai­ vado milagrosamente! Los solda Jos siguieron sus pesquizas dentro de la Hacien­ da, hasta ya muy claro el día. Todo 10 registraron inútilmen­ te, pues al perderse Salomé en la huerta, no supieron más de él. Se llevaron presa á Homobona, quien no olvidó su dine -32 - ro y á quien puso en libertad el Con1andante 1iilitar, des· pués de informarse de su vida y n10tivos por los que vivía con Salomé. Don Eufenlio huyó del rUlubo de Yautepec, yéndose á Cuernavaca y colocándose otr2. vez de dependiente en la Ha­ cienda de Trej n tao Un nles después de los acontecinlielltos que acabamos de referir, se verificaba el rapto de una joven en dicha Hacien­ da por cuatro plateados. Los vecinos y de?endientes de la mencionada Hacienda, unidos y armados en núnlero de cuarenta, salieron persi­ guiendo á los raptores, con intención de darles alcance y ma · tar á los cuatro atrevidos bandidos que en tan corto núme­ ro, se habían arrojado en p:eno día y en finca tan poblada á conleter dicho ra!1to. Entre los perseguidores, iha D. Eufemio Avalos, sediento de lnatar plateados. Los raptores 110 se daban mucha prisa por huír y los llevaban sien1pre á la vista y no muy lejos. Intempestivan1ente se vieron rodeados y atacados por un gran núnlero de bandidos, (cerca de cien)~ quienes les habían puesto una enlboscada á los de rrreinta. Estos, se devuel ven en precipitada fuga, mueren como quince de ellos y varios heridos y D. Eufelnio queda tanlbién 111uerto á lnachetazos por el misnlo Salomé Placencia, promotor de aquel plan de venganza. Tras de los fugitivos vienen de nuevo los cuatro plateados con la joven raptada. Llegan con ella hasta las prinleras ca · sas de la hacienda, la bajan del caballo, le dan "las gracias" y uno de e110s le arroja un cartucho con diuero, diciéndole:

"vaya, chata, tenga para que se le quite el susto, ji y regresan á galope á unirse con sus cOlnpañeros. Este fué el sangriento epílogo con que terminaron las -33- consecuencias de los arranques pasionales de D. Eufemio Avalas por la hernIosa virgen de Oacalco. Lo llevaron sus violencias á un fin desastroso y más que sus violencias sus traiciones y vilezas.

CAPITU LO 111. Los Imitadores de Luigi Vampa en México, y sus Maestros.

HL terminar el prilner tercio del siglo pasado, radicaban en el Estado de Morelos dos terribles bandidos que come­ tieron un sin nÚlnero de depredaciones, Fidemio üEl Zarco" y B1as (j-uadarralua, é3te último avecinado en el pueblo de J antetelco del hoy Distrito de ] onacatepec. Con halagadoras promesas, reclutaban gente en dicho Es­ tado, principalmente jóvenes y con el pretexto de comercian­ tes contrabandistas, hacían grandes correrías por los Estados de Puebla y de \T eracruz, cometiendo asaltos y asesinatos en el camino N acional de México al Puerto. Robaban cuanto encontraban á su paso; dinero, mercan­ cías, mulada y caballada. etc. y aun compraban con valiosos obsequios á los jefes de los resguardos del contrabando del tabaco, engañándolos como comerciantes honrados. Vendían, distribuyendo sus cuantiosos robos por todas las poblaciones de alguna importancia, en los que boy son Es­ tados de Morelos y Guerrero. En los viajes en que el tabaco y los robos en despoblado no dabau las utilidades que se proponían sacar, se obaban á los hombres ricos, con el pretexto de que eran sus denun- -34-

riantes; y sin atender á sus protestas. de que los cárgos que les hacían eran falsos, les exijían cantidades de dinero lepor vía de znde1n71izac¡{Jn de los per;"uzáos que habían sU:frtdo con el denunClo," bajo pena de perder la vida.

¡ Los discípulos de aquellos dos viejos lllaestros del bandida­ )je se quitaron la llláscara veinte años después y sin preáulbu­

los, se limitaban á decir lacónicamente: le la bolsa ó la vzda." Era elltollce~ una disyuntiva que indicaba á las víctimas las condiciones para seguir viviendo en este pícaro mundo, en la lucha por la existencia. Cincuenta años más tarde, es decir, en nuestra época, de progreso, sal tan de las matas los degenerados, ¿qué digo? .... refinados engendros de aquellos primeros discípulos y gri. tan al mismo tiempo que disparan: "¡la bolsa y la vzda!" ¡Va sobra la disyuntiva posible! Los primeros maestros obraban con el 'iUSl'l de chúja," los discípulos de aquellos maestros, con el mosquete y los descen­ dientes actuales de estos, con el winchester. Cada día más . violento, lllás rápido, lnás lacónico el despojo de la vida y de la propiedad. A la vida que se deslizaba suavemente sobre la carabela, ó se arrastraba trabajosamente sobre un carromato, substitu­ . 'yó la vida sin freno del vapor y la vida desenfrenada actual de la electricidad. ¡Oh! los eléctricos ...... ! Los hombres de antaño eran inocentes á los veinte años; los de ogaño están carcomidos á los veinticinco por el as­ queroso microbio de la muerte, que viaja en los eléctricos. ¡En todo el divino Progreso! ¡Bendito sea el Progreso y el Adelanto! Pero basta la pe ]ueña digresión y sigamos con los discÍ· pulos de Fidetnio y de Guadarrama. Fidemio el Zarco fué el padre yel maestro de GOS de aque- -35-

110s terribles plateados de 1860, Felipe "El Zarco" y Severo

", El Zarco; 11 siendo este último, fusilado en la Ala lne =la de / / Cuerna vaca, después de tantos asaltos, raptos y asesinatos que cOllletió. Felipe "El Zarco ll era el Dandy de los Plateados, un "Chucho' el Roto." Vestía decentemente, tenía un trato ca­ balleroso, se sabía captar las simpatías de personas acomo dadas de las capitales, se relacionaba con personajes de al­ tas alcurnias, y cuando no los llevaba á caer en luanos de sus compañeros para plagiarlos, los explotaba con sus caba- . lltrosas z'nduslrias de hombre rico "empresario de Minas," '~corte de maderas," etc. Casi todos aquellos bandidos practicaban la compra· venta del hombre adinerado y de la mujer bonita, pues para estos, favorecidos de la suerte ó de la naturaleza, tenían precio contribucional, la vida y la hon­ ra. Los nombres de Pablo Alnado, en primer término y otros como Juan Perna, (a) "El Chintete," Manuel Michaca, José Cortés, "El Coyote," Zacacoaxtle y '''Cara de Pana" ó To­ lnás Valladares, han llegado á nosotr03 como de hombres que compraban á sus compañeros á los plagiados ó á las raptadas, para ofrecerlos á los delnás por mayor precio y te­ ner utilidades. A los plagiados les aumentaban de precio su sal vación al pasar de unas manos á otras entre los bandidos. Con las lllujeres raptadas, sucedía lo contrario, iban dismi­ nuyendo de valor, de uno á otro, hasta qüe el último la po· nía en completa libertad.

Pero había entre aquellos desaltnados, UllOS pocos, y co· mo principal, Salolné Placencia que en medio de su vida de bandolerismo, conservaban cierta dignidad caballerosa, cier ­ tos escrúpulos de carácter "de hombres'l -- decían ellos - y nunca llegaban á las bajezas ni á las vilezas de sus subal- --36- ternos. Ya veremos en el curso de esta obrita, como Salomé Placencia llegó á castigar con la muerte á varios de los su­ yos, que cometieron vilezas é infatnias N arrélTIOS dos hechos propios de Sa10mé. respecto á la ma­ nera de cometer sus plagios y la astucia y valor que desple­ gaba en ellos. Don Cipriano dd Moral, Adlninistrador General de las haciendas de San Vicente y Chiconcuac, en el Distrito de Cuernavaca, era hombre que, dados los peligrosos tietnpos que corrían, se rodeaba de todas las seguridades posibles; tomaba toda clase de precauciones cuando salía á revisar los ca~npos de caña; haciéndose aC'olnpañar de veinte mozos bien armados, para el caso de un ataque imprevisto. Hay que advertir, que cuando visitaba los calnpos, prinlero exp10. raba con un anteojo de larga vista, todos los sembrados y lu­ gares que tenía que recorrer, y era por esto, que se habían estrellado varias tentativas de plagió de su persona, por muo chos de los cabecillas de los plateados. Constantemente tenía vigilantes en las azoteas más altas de la Hacienda de San Vicente, donde él habitaba, y de no­ che, entre nlOZOS, dependientes y a1gunos peones, reunía cin­ cuenta hombres armados y se fortificaba en la finca. U na mañana se le presentó el Mayordomo, diciéndole, que en determinado campo y muy cerca de la Hacienda, habían despuntado la caña en un gran pedazo de terreno, llevándo­ se el zacate. N o se había oído decir que anduvieran cerca los plateados y el Mayordomo culpaba á los vecinos del Real que tenían bestias. La caña de dicho campo estaba muy crecida, casi á punto "de cortell y no sufría mucho la planta con el "desmoche." Don Cipriano quiso desengañarse, y ver el perjuicio y se -37-- dispuso á salir con sus veinte mozos y el Mayordomo. Esta­ ba tan cerca de la Hacienba el calnpo aquel, que no qUISO detenerse en explorar con su anteojo. Estaba dicho cam po en el centro de otros y se llegaba á él, por largos y angostos \'carrilesll que fonnaban escuadras ligadas, hasta terminar en un ancho "apantle" transversal que dividía las suertes de caña y limitaba por ese lado, el cam po perj udicado. Don Cipriano exaIninaba el perjuicio causado, cuando apa­ recen pur la retaguardia y por los flancos, un gran número de bandidos lanzando ünprecaciones y gritos horrorosos, con las armas en las manos, pero sin disparar un tiro. Saltan de los cañaverales, abriendo carriles ó veredas al empuje de sus caballos. Se establece la confusión entre los mozos y se atropellan para huir por la única salida que tie­ nen libre y que es, saltando el ancho apantle que tienen de frente y sobre el cual se precipitan, sin acordarse de sus armas. Aquellos bandidos de caras feroces y de aspecto espanta­ ble, imponían desde luego verdadero terror, y tanto más en sus asaltos por sorpresa. Así pues, D. Cipriano y sus mo­ zos se lanzaron sobre el "apantle" para saltarlo y escaparse· Se apelotonan, muchos caen en el agua de aquella ancha y profunda zanja, y otros son despedidos de los caballos al dar estos el gran salto. Se hace la fuga cómico trágica; los bandidos llegan sobre ellos, pero ahora los atacan á cintara­ zos y á sil vidos. D. Cipriano, el AdInor. General, ha sido de los primeros caídos; ha recibido ~'sendos" pisotones de los caballos de sus nlOZOS, que corrían detrás y maltrecho y enlodado, yace á orillas de la zanja sin poderse poner en pié. Había previsto este lance cómi~o, Salome Placencia, or- -38- ganizador de aquel plan para plagiar á D. Cipriano del Mo­

A ral, pues se llegó á este sonriend ; y tendiéndole la mano desde á caballo para levantarlo, le dijo: "Levántese D. Ci · priano ya le curémos alguna torcedura. N o tema. Somos gente buena. ¡Muchachos! -dijo á los suyos - móntelo en Ull caballo manso, y en marcha cuÍdenmelo. Entre dos hombres 10 montaron en un caballo y lo ataron fuertemente á la silla diciédole: Ud. es mal ginete, señor, así va bien para que no se caiga." -- E l dueño del caballo montó á la grupa del de otro compañero y un tercero esti­ rando el de D. Cipriano en que estaba atado. emprendieron al trote rumbo á los cerros cercanos Faldearon éstos, rum­ bo al sur y llegaron al pueblo de Tetecalita, donde quitaron las ligaduras á D. Cipriano, para que comiera algo. Los bandidos se proveyeron de muchos comestibles, de aguardien­ te y de tabaco y volvieron á emprender la marcha por la ve­ reda que sube alcerro llevando á D. Clpriano atado y ven · dado. Al caer la tarde llegaron á un rancho llamado "El Cerra­ do;" escondido en la cima de aquellas escabrosidad es; pobla­ do por algunas familias de indígenas y uno de los puntos en mejores condiciones estratégic.ls para la defensa, que más tarde sería el Cuartel General de Salomé Placencia. Como la madera y la palma abundan en aquellos cerros. había ahí construidas extensas galeras abiertas á los cuatro vientos, ámplias y bajas quizá para dormitorios libres de aquellos honlbres. En las cumbres de aquellos cerros que vienen á formar la cordillera de ,i Las Tetillas;" la vista domina por todos los rumbos la mayor parte del Estado. Al Poniente y Sur to­ do 10 que llaman cañada de Cuerna vaca desde los . lllontes de IIuitzilác hasta Puente de Ixtla con todos sus poblados. -39--

Al N orte y Oriente, la mayor parte del Distrito de Yaute­ pec basta el Mal País y N epantla, y toda la estrecha cuen­ ca del JÍo de Yautepec hasta Tlaltizapan y J ojutla. N o sin razón eligieron los plateados aque!l3s altas cimas para formar su guarida. Cuando llegaron con D. Cipriano del Moral al menciona­ do Rancho, lo metieron en la mejor casucha de paredes de piedra y lodo, y en las cuales había abiertas por los cuatro costados unas pequeñas ventanillas y á lTIanera de troneras por las que apenas cabía el brazo de un hombre. Le quitaron la venda y le dijeron: serñor, está U el. en su casa ya vendrá á visitar á Ud nuestro jefe, "descanse." D. Cipriano respiró sin que el nliedo le saliera fuera del cuerpo. Dos hombres se sentaron en la puerta por la parte de afuera, sobre unas anchas piedras y con el mosquete sobre las piernas. No cabía duda,--pensaba D. Cipriano-aquel1a casucha era sn prisión. Dió una ojeada por el interior y la encon­ tró vacía; una mesita, una silla y un petate eran todos sus muebles. Llegó la noche, los dos individuos que vigilaban la puer­ ta encendieron una fogata frente á ellos, que alumbraba ple­ namente la casucha hasta en su 11lterior. Esta luz hacía más eficáz la vigilancia. Como á las ocho se presentó Salomé en la puerta, entró en la casucha y dijo á D. Cipriano:-Buenas noches D. Ci· priano, ¿quiere U d. cenar ó toma chocolate? Creyó D . Cipriano que aquel hombre se burlaba de él Sin contestar á su pregunta interrogó á su vez: ¿U d. es el Jefe? -40 -

Sí, señor, Salomé Placencia, por la gracia de Dios y para servirlo. Pues antes de todo, agregó D. Cipriano, deseo saber ¿qué cosa quiere U d. de luí al traerme aquí? Allá vamos D. Cipriano. pero cene U d. antes y habla­ remos con calma, no corre prisa contestó Salomé. Si Ud. me hace favor, deseo cuanto antes saber á que ate nerme,-agregó D. Cipriano. Pues mire G d.D. Cipriano, no querenlOS nada de Ud. Creo que todavía no es U d. dueño de las haciendas que ad­ ministra, y de los señores dueños es de quienes queremos un auxilio que U d. nos conseguirá como principal dependien' te de ellos.-Dijo Salomé. -¿Y que caso me van á hacer los dueños?-refirió D. Ci~ priano-poco les importará que U ds. me maten, vendrá otro Administrador. Pídanme á luí lo que pueda yo darles y es­ toy pronto. -- Don Cipriano, si á U d. no le hacen caso los dueños de e~as haciendas, á nosotros sí; escríbales una carta y dígales que si dentro de ocho días no tenemos aquí diez mil pesos, quemarenl0S todos los campos de cañas que van á cortar pa ra la próxima molienda. -¿Diez mil pesos?-dijo asombrado D. Cipriano.-¡Diez lnil pesos! repitió-es nlucho! A ún es poco nuestro pedido. Bien sabe Ud. que la mo­ lienda de las dos haciendas, puede producirles unos cincuenta mil pesos ó más de utilidades, y pedirles diez mil, no es am­ bición. Con la garantía de que durante un año no volve­ mos á molestarlos. Si nos niegan ese dinero, ya le repitó á U d. les declara· lnos la guerra, quemándoles los campos y destruyéndoles to­ do, y del ganado y mulada de las dos haciendas sacamos los -41 - diez nli 1 pesos. Escríbales Ud. todo eso, D. Oi priano y he~ lnos concluido, - ternllnó diciendo Salo111é. ¿Ah, cena Ud.? Dénle U d. lo q ne guste D. Salomé, pero ólgalue dos pa­ labras más sobre el asunto. ¿Cuándo y dónde escribo esas cartas? y en caso de que los dueños den el dinero, ¿dónde 10 recibe Ud.? Eso es muy cencillo D. Oipriano, aquí le traerán á Ud. papel y tinta para que escriba después de cenar. El dinero aquí también se lne traerá por los veinte n10ZOS que tiene Ud. Le advierto á Ud. y á los dueños una cosa: que si en Mé­ xico hacen escándalo y nos echan encilna fuerzas del Go· bierno, será peor para todos. Las traiciones cuestan la vi· da, D . Cipriano. Este comprendió todo 10 razonable de los argumentos y condiciones del bandido y terminó.-Aceptado por lnÍ y es­ cribiré D· Salolné. Le trajeron una buena cena, que le llalnó la atención, y después se puso á escribir varias cartas .. pues le trajeron to­ dos los útiles de escritorio y ademas dos zara pes nuevos y una almohada. Ya veo que este hOlnbre, para ser bandido es bueno-decía D. Cipriano al acostarse á dormir en su petate, - otro nle ha­ ce dornlir anlarrado al aire libre y sobre las piedras. Ya he oido decir que así 10 hacen. Casi durnlió contento D. Oipriano del Moral, en su peta­ te nuevo. Al día siguiente, como á las seis de la mañana le trajeron una buena taza de chocolate y una jícara de leche, como de­ sayuno. Poco después se presentó Salolné, preguntándole ¿ya estan las cartas D. Oí priano? SÍ, señor,-respondió éste-aquí están: véalas Ud. y dí• game si están conlO se necesitan. U na es para el Adminis- --42- trador de San Vicente para que mande luego las otras á l\1éxico. Que las lleve alguno á San Vicente. -Usted lnismo las llevará D. Ciprianc, tiene U d. trazas de ser hombre formal y á mí lue gusta tratar con h0111hres serios. Sé que hará U d. todo lo que helTIOS convenido y hoy mismo lo irán á d~j ar á Ud. die/, hOlnbres hasta donde U d les diga. Dentro de ocho días ó antes, que traigan el dinero á 'retecalita y lo entreguen al J uez;-he pensado no darle tantas molestias. Don Cipriano quedó asonlbrado de aquel proceder, se desprendió la cadena y un relox de oro que port:1ba, y le di­ jo: Gracias D. Salomé, es Ud. un buen honlbre, le regalo este relox como pruebas de estinlación. Vaya, D. Cipriano, gracias tanlbién, será un bonito jugue­ te para mi mujer.

Lo sacaron vend~do los diez honl bres hasta llegar al pié del cerro, y D. Cipriano los llevó hasta Chiconcuac, donde les regaló cinco pesos á cada uno y le nlandó á Salomé va­ rios paquetes del mejor chocolate, sardinas, un gran queso, puros y algunas botellas de villa Jerez y de Catalán. Ocho días después, todos aquellos plateados estaban de fiesta en sus guaridas de "El e errado." Salomé les había pasado revista á más de sesenta, entregándoles á cada uno cien pesos del dinero que les había mandado la Hacienda de San Vicente; y los mandaba libres por tres días á fin de que fueran á ver á sus familias. Esa noche debían de dis· persarse. Así obraba Salomé Placencia con sus plagiados y con sus hombres. J anlás m(11trataba, ni befaba á los primeros, y se· vera con los segundos, les daba gusto y los consideraba. -43- Otro pla.giado que se hace rico.

Viví

E~ta creencia hacía que los p' ateados hubieran puesto ya los ojos en él, y más de una vez el astuto D J osé les ha­ bía burlado los planes que le ponían para apoderarse de t'>l, pues siempre cambiaba de caminos en sus viajes, y pagaba bien á guías para que 10 llevaran por veredas extraviadas. SalOlné 10 hacía vigilar por los suyos, pero Atolaguirre los burlaba y les hacía comunicar noticias falsas"; haciendo con ellas que 10 esperaran en sus ~mboscadas cuando ya él había pasado ó que fueran á buscarlo por runlbo distinto del que llevctba. Esto, ponía á Sa101né de ml1~ ' lnal hunl0r y exit3 ba en él los deseos de apoderarse del comerciante resolviéndolo á un acto inaudito. Don J osé tenía sus tiendas en la plaza, una frente á otra y un día de ('tianguis" se suscitó un escándalo en la tienda en que no estaba él, promovido por dos encan1isados con uno de los dependientes. Atolaguirre salió de la otra tienda para ir á informarse del escándalo aquél, atravesando la pequeña plaza. Iba á la mitad de dicha plaza cuando un hOlllbre le dice al oído al mismo tienlpo que lo cojía fuertemente por un brazo: (¡Si se resiste á ir conlnigo lo mato" y le deja ver una agudísima daga que ocultaba en la otra mano, bajo la an­ cha manga de la camisa. -44 ---

Don José sintió escalofrío pero contestó con hUInor. "Va­ mos donde quiera, hombre. N o faltaba lnás.' Llegaron cojidos del brazo á un cercano l\1esón Le obli garon á que se pusiera en calzoncillos, y dándole un S0111- brero ancho áe palma, lo hicieron montar en un caballo ya lis­ to, montaron otros cinco, saliendo uno por delante y dicién­ dole: "lne szgue Ud." y ezn prendieron ligero galope rodeado de los otro cuatro que le azotaban su caballo. COIuprendió luego D. José Atolaguirre quienes podían ser aquellos hombres que lo llevaban y ante 10 irremediable procuró no perder su habitual buen hUlllor, así es que dijo: "N o hay que correr, conlpañeros diran que llevamos 1uiedo,"

"nadie nos si bO"ue " Salonlé Placencia,-era pues éste el que se había atrevido á sacarlo de la plaza principal - se sintió "picado" en la obser ~ vación de D. José, detuvo bruscamente su caballo y gritó: "¡alto!" Todos se detuvieron siguiendo al paso y dijo á D . . J osé -¿qué U d. no lleva miedo, D. José? i Qué miedo voy á llevar yo hombre! N o sean ustedes tan tontos para hacer conmigo conlO con la gallina de los hue­ vos de oro ¡hombre! ¿Cómo hicieron con esa gallina D José? le preguntó el bandido. ¡Oh! pues, érase que se era una gallina que ponía un huevo de oro cada día y quiso el dueño cojer de una vez toda la mina; mata á la gallina para sacársela y va viendo que no tiene dentro ni huevera." Aquellos hOlubres nunca habían oído el VIeJO cuento y rieron de buena gana: conlprendiéndolo lnejor cuando D. J osé agregó: Por eso digo que ~lstedes no harán conmigo una tonterí~ -45- igual. Yo estando con vida, les puedo dar y serVIr; SI me mataran, perderían U ds más que yo ¿Y si es cierto que 110S puede lJ d. dar algo y servirnos. por qué entonces se ha burlado U d. tantas veces denosotros, escapándose? -le reprochó Salonlé. -Hombre-dijo D José - á l' d. 110 debe molestar ese jueguito de "v/vos" ¿cuándo ha visto U d á un cordero que se vaya á meter en la boca del lobo? 1J oy ya Ud. me sacó del redil y dígaule lo que quiere y en cuanto pueda yo ser­ virles. Pues queremos,-volvió á decir Salomé-que nos pague U d. las escapadas que se ha dado de nosotros á mil pesos cada una. Han sido seis ó siete. -Que sean siete-interrulnpió el español-siete lnil pe­ sos, José! nlurmuraba entre dientes. -Miren Uds. añadló• si aceptan mis condiciones les dan~ doble cantidad, sin lnás trabajo que de ir á traerlos y dejarme mi parte como hne ·

110S com ~aneros. Este ofrecimiento tan espontáneo y tan singular. le llamó la atención á Salolné Placencia, y quiso una explicación á so­ las con aquel gachupín hablador, - decía-y procuró abre­ viar la jornada. Bueno, ya vaInos á l1egar para que me di­ ga Ud. sus condiclones _. le contestó. -- Pues echaremos un galope, porque con el solecillo que hace se siente bonito fresco, correr vestidos en calzoncillos y caInisa como van10S -i Buen gusto! tienen Uds. decía D. José. ¿Y si dicen que llevalnos miedo? repuso Saloll1é

¡Oh! ya por aqui, sólo las lagartijas nos ven, hombre COil­ testó D. José Le iba gustando á Salo111é el carácter de aquel español y no pensaba en la proposición hecha de ir á traer catorce 111il pesos, de/arle su parte. Así es, que, por todos moti vos y para llegar á cualquier rancho comen, zara n á galopar, Habían salido de Cuautla como á las once del día y apeo nas eran las doce. A la una de la tarde llegaron á un ran­ cho situado en una cañada, y que contaba con seis ú ocho casitas, cerca de unc,s lnanantiales. Allí estaban en espera como otros diez hOlnbres, compañeros de los que llegaban, á quienes sal udaron con grandes risotadas por el ligero traje que portaban. Ridículo para un plateado. Deslnontaron de sus caballos los que conducían á D. J o­ sé; le arrojaron á éste sus prendas de vestir, que le quitaron en el mesón, en Cuautla, diciéndole: ((unifónnese," y ellos tanlbién entraron en distintas casit?s pal'a ponerse sus habi­ tuales trajes de "Plateados." N adie se ocn pó de cuidar á D. José Atolaguirre, pues es- taba entre ellos. Este comenzó á ponerse su pantalón de campana, su cha­ leco y su chaqueta, diciendo: - Por la madre de Dios ¡qué nunca he estado más boni~o! si me ?onen unas polainas y una ancha banda roja á ]a cintura, nle hubiera parecido y mi tocayo, Pepe, ('el rey de Andalucía." Salió á poco rato Salomé Placencia de una casita cercana: dirijiéndose á donde estaba D. José, y éste le 'dijo al verlo, Ahora si es Ud, D , Salomé y yo soy D , José, podenlos tra­ tar serianlente el asunto Véngase Vd. por aquí, hablaremos Jebajo de ese árbol frondoso nlientras arreglan algo de conler, pues ya es la hora. Efectivamente, á unos pocos pasos estaba un frondo· so "amate," en cuyas salientes y nudosas raíces se sentaron aquellos dos hombres. Vamos á ver, D. José, explíqueme Ud. 10 que nos ofrece - le dijo Salomé. -47-

11uy sencillo, hombre! Que si Ud. en vez de eX1Jlrme siete mil pesos, que ro los tengo en dinero, hace conmigo pacto de amigos, nlañana en la noche puede U d. tener ca· torce mil pesos y en mis viajes á M éxico puedo traerles to­ do lo que quieran: pól vora fina, cápsules. armas de todas cla­ ses, y cuántos l11ás encargos que lne hagan. ¿Catorce mil pesos porque hagámos pacto de an1igos. D. J osé? acepto como los hOln bres, desde 1uego, pues me gusta su lnodo y lo delnás que nos ofrece de México. Bueno, se apresuró á decir D. José, la condición es que vayan U ds. por el diuero, está un poquito lejos. Explíquese U d., pues, y diga todo 10 que se ha de hacer, -repuso Salomé. Oígame bien, D. S _domé, le explicaré, agrego D. José. Como ya lJ d. ha "1~to, que también sé poner 111i5 planes y debido á ellos, ni Ud. ni nadie de los suyos habían po­ dido sorprenderme en los can1inos. me suplicaron los Ad­ ministradores de Santa Inés, Coahuixtla, Buena Vista y Ca­ sasano, que les conduzca la introducción de dinero para rayas, desde esta selnana, desde México, pagándome algo. \--. a mandé decir en la forma que vendrán esas rayas, que salieron ayer de 1tléxico. Vienen veinte mil pesos, cinco mil para cada Hacienda y dentro de unos barriles, aparen* tando que e:.; Vino Jerez. Hoy debía yo haber salido en la noche, pues nlañana llegan á Tepetlixpa donde debía encon­ trarlos y de allí conducirlos á Cuautla. Así pues, ustedes irán á encontrar ese dinero, y traérselo. Yo lne quedaré aquí ó donde ustedes me dejen, pues sabien­ do que estoy plagiado, no me cul parán en nada las hacien­ das. Seguiré después con la confianza de ellos, y entonces con la protección de ustedes, par.l que no me perjudiquen otros, principaln1ente Antonio Ramír~z, el terror del rurn- bo de Ozumba. continuaré trayéndoles sus rayas de México, cobrálldoles cien pesos por cada nlil, y partiendo COll Ud. las utilidades. Esto es lo que hay que hacer, yo le describiré en un papel el punto exacto donde llegará el dinero 11lañana en la noche, y vamos ¡D . SalOlné de los veinte TI1il . ya 110 quiero los siete, pues lne confonno con cinco n1i1 Si á U d. le parecen todos mis planes hay que apresurarse, por la 111adre de Dios! ¡Yo también soy D. J o s é~ Salonlé había oído atentamente sin perder detalles, y son­ reía de la astucia de aquél gachupín, quien tanto le estaba sinlpatizando. Al concluir aquel de hablar. éste por toda respuesta le tendió la lilano, se la estrechó. y le dijo: Acep­ to todo, D. José, van10S á comer. y esta noche la emprende. remos: si hay base cuente con su parte.

Se nletierbn en una casita, tonlaron un bu~n caldo de gallina, huevos fritos, queso. picante, frijoles y tortillas calientes, y al ternlinar, dijo D. José alegremente - todo nluy bueno, ­ y á Uds. que les gusta el atole, les voy á luan dar regalar nos huacales de panda! Todos se rieron del ofrecinJiento, y desde esa vez, se hi. zo popular en aquel rumbo, cuando se trataba de tOlllar par· te en algún negocio ventajoso, decia: '{Yo talnbjéll soy D. José. " En la tarde se pusieron en caluillo para A tlihuayan, don­ de se quedó D. José escondido. Allí se reunieron como cien plateados, y salieron en la noche rumbo á N epantla y Tepe­ tlixpa al mando de Salon1é Placencia, y siguiendo el itinera­ rio marcado por D. José. Este llegó á su casa en la noche del tercero día, quejándose amargamente del plagio con todo el mundo, pero con sus cinco mil pesos guardados. ti ··· ...... 49-·

Las 1-1aciendas lamentaron el gran robo que habían stl­ frido de veinte úül pesos en los lÍInites de l\·léxico C011 1\I10relos, sintieron la coincidencia desgraciada dd robo con el plagio que sufrió D. José. Pudo notarse, 110 obstante, un lnes después, que Atolagni­ rre recibía de los plateados extrañas consideraciones; hasta llegó á saberse que los proveía de arnlas, parque, etc., pero esta circunstancia la volvieron á aprovechar en sus rel11esas y canlbio de Letras, las haciendas del rLllnbo y sin darse otro caso de robo d~ rayas, le élbonaban un buen tanto por cien­ to á D. José, por los canlbios que él iba á cobrar á l\IIéxico, y que con esto y su conlércio, llegó á fOrIllar una fortuua en­ vidiable. D. José bendecía el paseo á caballo en calzoncillo blanco, con SaloIué Placencia, pues de ese paseo vino su fortuna.

CAPITULO IV. Bandidos y Sátiros. Su comercio.

ENTRE aquella plaga de bandidos, que antes COllIO aho­ ra, se levantara asoladora y terrible en el Estado de l\lore­ los, descuellan 110m bres excecrables, COIno Juan l\Ieneses, de 1'epeojtl111a q ne TIlataba por gusto, y otros conlO Juan Ferna (a) "El Chintete," Pablo Alilado, t)il vestre Rojas, l\Ianuel Michaca, Vicente Zacacuaxtle, Tomás Valladnres (a) "Cara de Panall y otros uUlchos que adenlás de plagiarios, ladro­ nes y asesinos, vendían indignaulente al lllejor postor, á las pobres jóvenes raptadas. -50 - Diremos á nuestros lectores algunos de aquellos sucesos reprochables por la h unlanidad y por la civilización, ya que sería preciso escribir una obra vol un1Ínosa para consignar todos aquellos crímenes, de tan feroces sátiros y bandidos.

Corridas las alnonestaciones matrÍlnoniales en la Parro­ quia del pueblo de J alltetelco, de los jóvenes Juan Reyes y María Cerezo, y cumplidos los demás requisitos del rito ca­ tólico, se dispusieron á unir sus destinos con los indisolubles lazos del Himeneo. 1\0 pertenecían estos jóvenes á la clase acolllodada de la sociedad; tampoco eran de las última:;, y arreglaron sus pre ­ parativos con el entusiasmo y bullicio propio de los pueblos y acostumbrados en aquel runlbo. Degüello de cerdos y de gUí~olotes, desde la víspera, para el clásico 11101e, in vitación de una lnúsica de viento y el iustrumento favorito de David para los alegres zapateados. Amaneció por fin el hern10so día para la realización de los sueños de felicidad de aquella pareja. La novia, boni~a lllU­ chacha, gallarda y gentil C011 su traje de fiesta y el endolnin­ gado novio, se encan1Íuaroll á la iglesia á la hora cOllVellie!l­ te, en u:úón de sus padrinos y segllidos de llllllleroso aCOIll­ pañalniento de curiosos, para recibir la bendición nupcial Faltaba ya corta distancia para llegar al teln plo, cuando es alcanzado aquel grupo en que van los novios por gentes que corren, gritando: ¡'los ?lateados; , yal mislno tiempo des­ embocan en aquella cal1e lnnchos hombres á ,aballo, tam­ bién corriendo. Es Manuel !vlichaca con una partid3 de aque­ llos fascinerosos El numeroso grupo en que van los noviús se dispersa en todos sentidos, atropeyándC'se por el susto. N oviús y padri- -5 1 - nos tratan de ganar la Iglesia, y los bandidos que se han dado cuenta de que se trata de un casamiento, cargan sobre aquella gente, y UllO de ellos, i\'lanuel Michaca, arrebata á la novia, la atraviesa sobre su caballo, diciendo: "buena prenda" y si­ guen á galope por toda la calle, saliendo del pueblo. El novio ha recibido un cabal1azo y ha quedado tirado en medio de la calle, sin sentido, manándole la sangre de un golpe en la cabeza. Aquella iniciada fiesta de un casamiento, terminó en sus principios con el fatal acontecinliento antes dicho; y aunque la indignacIón de 2.quellas gentes fué grande, nadie se atre· vióá perseguir á tan feroces bandoleros. Durante tres ó cuatro días suplió al novio de María Cere­ zo, el raptor Manuel lVllchaca; otro bandido le ofreció cin­ cuenta pesos por ella y tuvo que deshacerse de "la prenda. 1I El nuevo poseedor la volvió á vender en cuarenta, después de quince días, y el tercer dueño la remató en veinticinco, á los ocho días. La habían llevado por Yecapixtla, Ocuituco y Totolapa. donde la dejaron libre, pero enferma. J anlás volvió á saber de su llovio, ni quiso regresar á su pueblo ¡Los bandidos habían impedido que se formara un hogar honrado!

Josefa Casarrubias, de la IIacienda de Casasallo, era una preciosa morena, que tenía toda la sal y garbo de las nlajas andaluzas Ojos grandes, negros, con pestañas tanlbién gran­ des y rizadas; frescos y carnosos labios, fino talle, pié peque· ño y andar menudo y cim breador. Tuvo la desgracia de que la conociera uno de aquellos ';Plateados" y desde luego pensó en sacar provecho de su ha· llazgo. -52 -

Como se ayudaban unos á otrC's para CO;11 ~ter sus Críl11~ nes, convidó á diez de los suyos para rob:lr J la joven Casa. rrubias, allnisll10 tietnpo que citaba á otros diez l11ás para una 110che deternlinada, á fi t1 de pre3entarle.5 á todo:; á la be­ lla 111uchacha, para adjudicá:~:;el~ al 11l~jor pc)stor. Vicente Zacacuaxtle, pues era e :)te el b::tudido q ne había propuesto á sus c0I11pañero".,enl ~j ante indignid3.d, se enea­ luinaron una noche con sus diez c >npañeros á la nl~l1':¡Oll'l cLl I-Iacienda. Llegan á esa hora en q ~ le las luces cl~ las casitas de los pueblos cortos y haciendas se van extinguiendo p~eo á poco para entregarse al descanso, despué:::; de U11 rudo tra­ bajo en el calnp8. .A esa hora en que el silencio eOlllieuza á reinar en aquellos 'lugares, interrunlpido solamente de cuando en cuando, por los perros vigilantes de esos hoga­ res desamparados. Los bandidos procuran hacer el lnenos raído posible En­ traulnuy despacio, sigilosa:llente, COI110 una luanada de fe· roces lobos que llega acec:lando cante1os,lluente á su presa, alargando el pescuezo y con las terribles tUlce;; abierta.., pa­ ra caer sobre ella.

Aquellos hOlubres se ace rcan á la casa de la silupática J 0- sefa, se bajan dos de ello:) ele sus cah,dlo., y saltando la cer­ ca baja ele "tecorral," de un corral cOlltigno á la casa donde vive la jovell, prenden fuego á Ull gran lllolltón de zacate se­ co de l11aiz, hacinado cuidadosalllente en 11n ángulo del co­ rral. Los dos incend i~rios corren á U11 irse eOIl sus COl1l palIe, ros, 1110ntan nuevamente en sus caballos y se retiran todus de aquel lugar, escondiéndose, pero sin perder de \'ista la ca­ sa que acechan. Cunde rápidall1ellte el incendio del zaeate con gra\'c pe- 1igro de las casas pl"ü :{i mas. A 19l1llos v~ei nos, q lle 110 se ha­ bían acostado toda\'í : ~ ;Í donuir, (ltlC oyell el chisporroko de la ltullbre y ven la rojiza claridad del incendio, alannall con sus gritos de "quema.-;cfn" y sale espantada la gente de las cercanas casas. Los h0111 bres corren á tratar de extinguir el fuego, ó contenerlo, y las nlujeres lloran y gritan l1anlando á todos los santos del cielo en auxilio de su desgracia, Cl,mo tienen costUll1 breo La joven Josefa Casarrubias es de las tÍlllidas cxpcctaclo­ ras de la "qufllla::;ón" .Y C01l10 en su casa no donllÍan aÚll, han sido de los prinleros que saEeron á los gritos de alanlla. Su paire y sus henllanos se unen á los delná., vecinos para pro­ curar apagar el incendio, y ella, la l1laclre y otras llltljeres, contenlp1al1 á distancia el zacate que se consume por el fuego. Intempestivamente se siente sujeta por un hombre que la levanta con la ligereza de una plu1l1a; sus gritos son sofoca· dos por los denlás gritos de las gentes con el susto del in­ cendio; pero la luadre .Y las demás lllujeres, que se han daelo cuenta de que se roban á dicha jovel1, procuran en vallO ad­ vertirlo á los vecinos COll la prolltitud qne quisieran, y los bandidos tienen tienlpo ele huir á galopc) llcvál1dose á la desdichada Josefa.

** * En una atnplia y ruinosa casa del pueblo de Oaxtepee, se hallaban reunldos en la noche de los sucesos anteriores, diez ó quince hom bres de aspecto patibulario por su desaseo. Sus rostros denegridos por la tierra y el poI vo, luás que por el sol la barba crecida é hirsuto el lacio cahello, cuyos lucehones salen bajo los anchos y galoneados SOlll brecos que tieuen puestos. Tienen cerrada la p'lerta que comLlnic~ con la calle, sus caballos ensillados estátl en el gran patio ó corral de dicha casa, y se oell pan unos e11 j llgar "barafa" y otros en pasarse --54- de mano en mano una botella de catalán, de la que beben con avidez, gesticulando después horriblemente. Sobre la lnesa en q'le juegan á la bara;a, hay varias botellas llenas de licores, un gran trozo de queso, sardinas y pan. Parece que esperan á alguien, pues uno de ellos dijo: Si nos engaña ese y no trae "la prenda," -palabra entre ellos, para designar á las mujeres-debemos aplicarle un buen cas­ tigo. Lo nlerece, - añadió un segundo -pues no estanlOS pa­ ra perder el tiempo de balde. Yo tenía "un bolado" de im­ portancia. Sí .... sí ... . dijeron todos, le aplicaremos un buen casti- go si no trae á la buena nl0za, y le calnbiaren10s el nombre de Zacacuaxtle por Saca ...... -y con1 pletaron la frase con aquella palabra de Calll brone en \Vaterloo. Oyen COlno á las diez de la noche Ull violento tropel de cabailos que se acerca y todos prorrtllnpel1 en gritos: ¡Es él! ...... ¡es Zacacuaxtle~ si viene sin la prenda, cintarazo con él! --Y otro agregó - Y si no nos gusta cintarazo con él. y si quiere ll1Uy caro, ¡cintarazo con él! - concluyó otro; quizá el más avaro de aquellos hOlnbres . . Llegó el tropel de caballos á la puerta de la casa, se de­ tuvieron, y unos fuertes manazos llalnaron diciendo: ¡Abran! que aquí está la niña! Todos los bandidos que esperaban, enlhorrachándose, en el interior de la casa aqllella, se precipitan á la puerta y abren violentalnente. Buscan en la sOlubra con ojos felinos á la joven, al lnisnlo tiempo que gritan: ¿dónde está esa ni· ña, Zacacuaxtle? Este ha desmontado ya de su caballo; ha baj ado:á la j oven, á quien sostiene en sus brazos, y les con. testa: Aquí ~ está, vanlOS pronto para dentro. Entran todos en la casa, pasan los caballos de los recien llegados hacia al patio y forman un círculo al rededor . de . -55--

Zacacuaxtle y la joven, quienes han quedado en el centro. ¡Viva J osefita! ¡viva! gritan todos aquellos bandidos, que la devoran cón sus miradas lujuriosas. Esta recorre con mirada rápida el círculo defascinerosos que la rodea. Está pálida, asonlbrada, llorosa, no revela aba· timiento y hace un gesto de asco y de desdén hacia aquellos hOlnbres. Le acercan una silla, en la que se deja caer, cu­ briéndose el rostro con las manos. HernIosa, linda, preciosa es la 1110renita, - dijeron varios. Al negocio! -interrumpíó otro -- yo doy cincuel1ta pesos por ella! -Yo doy sesenta, y dos pesos á cada uno de los que fue­ ron á traerla.-dijo otro. -Yo doy cincuenta pesos y Ini caballo que vale cien.­ repuso otro. -Haber, Zacacuaxtle!-gritó un tercero - ¿cuánto quie •. res por ella? ¡dHo pronto! -Doscientos pesos, ahora 11lismo-contestó el interpela­ do -nlañana, se las daré por ciento cincuenta. jN ó! ¡N eS! j N ó! - gritaron todos-jAhora que se arregle! Propongo una cosa, - gritó uno de ellos-estalnos aquí vei 11 te, saq ne cada UllO diez pesos y j untal1l0S los doscientos entre todos; la rifanlos en al bnres, y el que les gane á todos, . ese le da los doscientos pesos á Zacacllaxtle y se queda con la niña. Bueno! Bueno! aceptado! - dijeroll todos. Yo tanlbién entro en la rifa --se apresuró á decir Zaca· cuaxtle; si les gano á todos, lne quedo con los doscientos pe­ sos y la joven, y si gana otro, lne da el dinero, y le doy á la J osefita. Sí .... sÍ, dijeron los bandidos, pero solo recibirás los dos­ cientos. Todos se dirijen al rededor de la 111 esa, incluso Saca­ cuaxtle, sacando sus diez pesos cada UllO de e110s Josefa se descubre la cara, lanzándoles nliradas de coraje y de odio. Los bandidos se aperciben del pan, el queso y las sardi­ nas, y alguien dice: ('/JUfJltras que se alt"mente la IÚ¡la/' y le llevan de todo esto, que le ponen enfrente sobre otra silla, diciéndole: d mn1a chulda,)' }LO esl¿ In~r.;It',· con lIosotros st l/a de dar murhos guslos/' y c01nienzall su juego crin1inal, vaciando á sorbos botellas de catalán. COlnienzan las disputas sobre las apuestas. N o quedan conformes los que pierden, y todos quieren barajar. ¡Va estan borrachos! Continúa el juego, y cada vez se acaloran nlás las dispu­ tas; ya lanzan gritos y palabras descompuestas. Suenan por fin las bofetadas; se produce una confusión espanto::;a; sacan sus aTmas, y ruedan las botellas por el suelo á los e1npello- 11es y golpes qne se dan unos con otros. Poco les impor­ ta perder el dinero, pues lo tienen cuando quieren; pero na­ die Se conforma con perder á la bella Josefina. Se tnultiplican los golpes, y algunos ya heridos van á ha­ cer uso de sus mosquetes, cuando uno grita "¡traición! se han llevado á la muchacha! Todos suspenden azorados su rabiosa pelea, y buscan á la joven por el cuarto con los ojos desmensuradamente abiertos. Efectivanlel1te, la joven Josefa había desaparecido del cuarto, antes de que se decidiese la partida . Contémonos--dijo Sacacuaxtle-éranlos veinte y debe fal­ tar el traidor. --S1," ¡cuentenos.-agregof ' otro. Se -Contaron aquellos honlbres, y resultaron veinticinco, -57- en vez de veinte. N o puede ser esto !-repuso otro --Ha­ ber, yo los conozco á todos, fórmense. Se formaron aquellos bandidos, (á quienes hasta la borra­ chera se les había quitado,) y el que los contaba agregó: Quedamos aquí en espera catorce, haber! tú, y tú, y tú, y contó hasta catorce, con él. Yo llevé diez á traer á la muchacha-dijo Sacacuaxtle.­ Ha ber tú, y tú, y tú. y contó diez, y él once. Sonlos vein­ ticinco, y nadie falta! ¡Imposible que haya huído sola!-decíal1-aquí está el pan y el q uesu, no c0111ió nada, y alguno nos la vino á sacar por el patio, pues dejanlos abierta esa puerta. Todos se lanzaron al patio, con las annas en la mano, lanzando terribles imprecaciones y alnenazas; pero la noche estaba oscura y no pudieron descubrir nada. Sacaron y en ­ cendieron ceras enrolladas, que siempre cargaban., y lo re­ gistraron todo, sin enc0ntrar ni las huellas de la joven. El patio se litnitaba por un lado. por grandes platanares, que se sucedían interminables y en ligero descenso hasta el río. N Ó, era in1posible que aquella muchacha se hubiera atrevi­ do á fugarse sola, por entre las sOlnbras pavorosas de aquel boscaje. La cerca del patio era baja por ese lado, saltaron algunos hombres al platanar, y con la luz de las ceras, hi­ cieron sus pesquizas por todos lados, en 11n gran trecho de aquella huerta, sin resultado favorable. Vol vieron al cuarto. Llenos de furiosa indignación, re­ solvieron dividirse y apostarse en la misma noche en todas las salidas del pueblo, y matar sin piedad á la muchacha y á sus aconlpañantes si pasaban antes de amanecer, pues de 10 contrario, la buscarían á la luz del día por todas partes; ju­ rando que no se les escapctría. La hermosa 1110rena de Casasano, la garbosa 111aja anda· -58-

]uza, de talle cimbreador, había retado á muerte á la cuadri­ lla de feroces sátiros., que se la disputaban cínicamente en un albur. Un corazoncito bien puesto, palpitaba en su pecho; no tu­ vo miedo de aquellos bandidos que le parecieron repugnall­ tes, y al ver que comenzaron á jugar su desgracia, todo el fuego de su sangre morena subióle á la cabeza decidiendo lllorir antes que ser el escarnio de aquellos hombres. Formada esta enérgica resolución, todos los demás peli­ gros le parecieron insignifican.tes; y pensó en la fuga, luego que se vió sola en el rincón del cuarto, y que los bandidos tenían, todos, fija su atención en la baraja. 8e deslizó alargándose fuera de la puerta del patio,-si me ven, pensó-diré que salgo á una necesidad-siguió de frente hasta encontrar la cerca baja que limitaba al patio con la huerta, subió ágilmente y se lanzó al otro lado sin pensar en el peligro. U na vez en la huerta, avanza en un sentido pegada á la cerca; llega á la esquina ó ángulo saliente del pa­ tio que acaba de abandonar, y sigue en toda su dirección por el lado exterior; toca otra esqljna y continúa alejándose ahora de la casa en i:lue están los bandidos. Tropieza, cae algunas veces; pero camina resuelta rozán­ dose siempre á las cercas y paredes que toca, y que son para ella el camino que se ha propuesto seguir. Encuentra por fin una abertura en una cerca, después de haber andado co­ mo una hora. Es una entrada estrecha que dá á un patio. Entra en él la joven, sigue la dirección interior, y llega jun­ to á una casita donde oye una voz de anciana que reza. Si le grito á esta señora-pensó-se asustará y puede descu· brirme; esperaré aquí hasta mañana. Se envolvió la cabeza con su rebozo, y se acurrucó en el suelo en donde al fin se quedó dormida. Se encontraba á gran di~tancia de la casa -59- en que dejó á los bandidos, pues por ese lado del río, se unen las huertas, sin más calle que la pedregosa salida para Yautepec, única que divide al pueblo de Oaxtepec por ese lado. Tuvo tenlores de que la viera á otro día la señora de aque­ lla casa, y luego que amaneció se dirijió de nuevo á las huertas; encontró un ancho pozo, especie de zanja, y se me­ tió y se tendió dentro cubriéndose con las anchas hojas secas de los plátanos que había por el suelo. Sentía más miedo que en la noche. Como á las doce del día, oyó rumores de voces que pasaron cerca y se alejaron: pero ella permaneció inmóvil. En la tarde sintió hambre y sed, mas no hizo ca· ~o de ello. Volvió á oscurecerse, vino la noche, y salió de su escondite procurando deshacer su camino de en la maña­ na. Con mucha dificultad, pudo por fin hallar la entrada del patio de la casita donde durmió en la noche anterior. Se acostó en el mismo lugar. Sola despertó al siguiente día, cuando la sacudían y le gritaban. ¿Quién es U d. señora? ¿qué está haciendo aquí? Abrió los ojos espantada, se descubrió la cara, y vió el rostro de una anciana, que era tal vez la que habitaba aquella ca· sita. Señora,-balbutió J osefa.-déme Ud. agua, me mue­ ro de sed y de hambre. La buena mujer procura levantarla, diciéndole: Oh! ¡ni­ ña! ¿pero de dónde viene Ud. aquí,? levántese, vamos den­ tro y le daré todo. Con gran trabajo se puso en pié la joven, la llevó la ano ciana para el interior de la casita, y le dió un poco de café y pan. Después le contó que habían estado los plateados en el pueblo todo el día; que quién sabe á quien buscaron en todas las casas y en las huertas, y que se habían ido, diciendo que volverían á quemar al pueblo. ¿Y vinieron -60- aquÍ? preguntó la joven estremeciéndose. -¿Cómo nó? niña: vinieron, pero 1uego se fueron. Tal vez buscaron á Ud. Y lVIarÍa Santísima la hizo invisible. Josefa le refirió los sucesos á aquella buena anciana, quien la auin1ó á tener fé en Dios, y que nada le sucedería. Ocho días la tuvo en su casa; los bandidos no volvieron, y la jo­ ven se fué al curato recomendada por la anciana. Los bandidos no volvieron á saber de ella. Alguien inven­ tó que aquella joven tenía pacto con el diablo, y que él se las había quitado. Su familia la iba á ver á Oaxtepec con infinitas precau­ CIones.

Hacía más de un año 1ue estaban casados Anselmo Oroz· co y Agustina Rodríguez, contando ésta, apenas diez y ocho años de edad. Se habían radicado en Yautepec y vivían felices, sin te­ ner todavía familia. Anselmo se dedicaba á la panadería, que trabajaba por cuenta propia en algunas tiendas y se po­ nía en la plaza con una mesa á expender el sobrante. COlno el pan que elaboraban, era grande y bueno, vendían mucho, y corría la voz de que tenían guardado algún dinero. Sea la codicia del dinero, sea la codicia de la mujer, pues .Agustina era una muchacha muy bien parecida, llegó una noche en que el bandido Juan Perna (a) el "Chintete," se presentó en la casa de Anselmo, y con amenazas y prome= sas, logró que éste le abriera la puerta. Juan Perna iba con otros cuatro, á pié, Y le dijo á Anselmo que llevaba re· cado de Salomé Placencia, de que le mandara el dinero que tenía guardado. Yo no tengo nada guardado de D. Salomé, contestó An· selmo, pero ni mío tampoco. -- 6r --

Pues entonces me llevo á Ud. JI á su mUJer., esa es la orden. N o creo-volvió á decir Anselnlo.-Que D. Salomé, que es un hombre bueno, quiera perjudicar á un pobre, cuan- l do él sólo se entiende con los ricos.

-U d. me dá el dinero, y es cuanto J no vengo á sufrir ne­ gativas. -Pues búsquelo Ud- -haber si 10 haya, no lo tenemos, -repitió Anselmo. El "Chintete,n por toda respuesta le dispara un balazo en la frente al infeliz panadero, quien cayó muerto y bañado en sangre. Agustina dió un grito de espanto; pero el bandido se arro­ jó sobre ella, diciéndole: cállese porque la mato también, vén­ gase conmigo; y ustedes busquen el dinero, y al mismo tiem­ po arrastraba para la calle á la pobre mujer. Aquel asesino tuvo á la joven Agustina Rodríguez, unos cuantos días, y la vendió por diez pesos á otro desalmado. Salomé Placencia., que supo lo sucedido, y que "El Chin­ tete" había dicho, que él ordenaba aquel miserable robo, 10 condenó á muerte por asesino y cobarde., yel feroz Juan Per­ na, (a) "El Chintete,n tuvo que alejarse, y hacer sus corre­ rías como cabecilla de unos pocos bandidos, tan viles conlO él. Este asesino sobrevivió sin embargo á casi todos aque­ llos bandidos. Diez años más tarde cayó en poder de la justicia. y como gritara como un cobarde cuando lo iban á fusilar, se le amordazó y se le lnetió en un saco, llegando ya muerto al lugar de la ejecución. -62- SEGUNDA PARTE.

CAPITULO V.

Los Plateados como auxiliares en la guerra con Francia.

La Constitución de 1857, y las sabias leyes de Reforma expedidas por el Gran J uárez, habían por fin obtenido el triunfo sobre el Gobierno Conservador, de añejas preocupa· ciones; fresca estaba todávía la sangre derramada en los campos de batalla por los patriotas liberales que ayudaron á las victorias del Derecho, y las cenizas del vivac del sol· dado que se iba á descansar, calientes estaban aún, cuando unos cuantos malos mexicanos traen de nuevo sobre la Patria la injusta guerra de la Intervención francesa, que plúgo1e concederle~ el alnbicioso déspota de Las Tul1erías. El Gobierno de D. Benito J uárez tuvo necesidad de ir re­ concentrando las fuerzas federales para oponerse á la in· vasión extranjera, y esto dió lugar á que varias poblaciones del Estado de Morelos quedaran guarnecidas solamente por soldados de guardia nacional. J Los plateados ocuparon entonces la plaza de Yautepec, y se nombró Prefecto Político, al jefe respetado de todos el10s

...) / Salomé Placencia . Este. ya hemos dicho que tenía actos de nobleza; su ca­ rácter era generoso; era valiente hasta la temeridad; á veces obraba con justicia; pero era un bandido, y no podía ajustar­ se á la ley, ni ser una garantía del derecho, de la vida y de -63-- la propiedad, entre tantos fascine rosos y asesinos, que vivían de la rapiña. Salomé Placencia, en otro ambiente de vida, y rodeado de otros hombres, hubiera descollado entre los grandes Gene­ rales que se batieron contra el Imperio de Maximiliano. Su vestir, su aspecto, su arrojo y valentía eran iguales á los del inmortal Galeana. Así, pues, la sociedad de Yautepec, no podía vivir con· forme con Salomé Placencia como Prefecto, y siempre en constante alarnla por los áesmanes de los suyos. Elevó sus ruegos al Gobierno para ver si era posible remediar aquella situación, y éste nombró Prefecto á D. J osé María Lara, per­ sona honorable del pueblo de Tepoxtlán, y el cual estaba en armas para defenderse del bandidaje, que merodeaba por doquiera. Para darle posesión á dicho Prefecto, nombrado por el Gobierno, ocupó la plaza de Yautepec el General D. Euti· mio Pinzón, con una columna de setecientos hombres, el día 17 de Mayo de 1862, á las nueve de la mañana. En este mismo día llegó á las tres de la tarde, procedente de Tepoxtlán, el Sr. D. José María Lara, acompañado de se­ senta hombres de infantería y cuarenta de caballería, quie. nes formaron en la plaza .' frente á la Prefectura Política. Desde que llegó el General Pinzón en la mañana, con sus setecientos hombres del Sur, comunicaron á Salomé Placen­ cia los suyos, que llegaría en la tarde el Prefecto nombrado, señor Lara, y que era preciso salir á encontrarlo y batirlo. -¿Para qué hemos de salir?-contestó Salomé-aquí nos veremos yo y él. N o puede haber dos Prefectos, y alguno de los dos se ha de morir. En efecto, y en los momentos que formaron frente á la Prefectura los soldados de Lara, se presentó en la plaza Sa- lomé Placencia, á caballo, con cinco de los suyos, y pregun­ tó por él. Se le acercó un hombre talTI bién á caballo, y le con testó: - "Yo soy José 11aría Lara, ¿qué se le ofrece á U d.?" -Yo soy Salomé Placellcia, y vengo á que nos matenIos, pues no puede haber dos PreÍectos-añadió Salomé. ¿Qué nos matelnos? ¡Bah!. .. ¡preso este hOlnbre -dijo Lara á sus soldados. Rápidalnente le dispara Salomé un balazo en el pecho, á quenla-ropa, que lo hace caer del caballo mortalmente he­ rjdo, y lo ren1ata atravesándolo con su nIachete. Los cinco que acompañan á Salolné, talnbién han dispa­ rado sobre los soldados. AlgulloS contestan el fuego, otros se dispersan, y la mayor parte se posesiona de la Prefectu­ ra sobre los que cargan los cinco tenlerarios. Cuéntase entre ellos, Eugenio Placencia, hernIano de Sa­ lonlé, quien entra al patio de la Jefatura, atacando á los soldados de Lara. Allí dentro le matan el caballo y recibe varias heridas, y no hubiera salido ya, si no entra á sacarlo Salomé entre ~l fuego nutrido de la fusilería, montándolo á la grupa de su caballo. Las fuerzas del General Pinzón, que estaban acuartela­ das, se acercan á toda prisa en auxilio de Lara á quien encuentran nIuerto, y persiguen á Salomé y á los suyos por las calles de Yautepec. Los soldados de D. José !VIaría Lara, que se unen á los de Pinzón ven al herido Eugenio Placencia en una Botica, donde lo ha dejado su hermano Salonlé para que le curen la gran hemorragia de sus neridas, y lo arrastran á la calle acribillándole el cuerpo con lnás de cincuenta balazos. Dos horas después de estos sucesos, ocupan el cerro de -65-

San Juan-que está casi dentro de y"'alltepec-n1ás de trescientos plateados, a!uenazando de nuevo la plaza. El cadá ver del infortunado Lara,-- quien ni siquiera to­ lnó posesión de su cargo de Prefecto -fué sepultado en la 11lislna noche p ~)1- orden del G ~ lleral Pinzón, y éste salió con sus fuerzas á l~ llladrugada del siguiente día, para el runlbo de Cuerna vaca, Al evacuarse la plaza ele Y"alltepec por dichas fuerzas, vol· vió á ser ocupada por Sal0111é Placcllcia y los suyos, quien dispuso unas solenl nes honras fÚlle bres al cadáver de su henllallo Eugenio, h~ciéllclole los honores á caballo COlilO cnatrocientos p1ateado.3 que se rcuuieron, llevando 1110ños ne­

CAPITULO VI. Los Plateados matan cien soldados en dos emboscadas.

SON por fin tOluadas las principales plazas del E sL1.do de I\Iorelos por las fuerzas i111peri alistas, y los Plateados quc dOl1liuaban en Yantepec, recorren en todos sentidos aq nellas comarcas) cOD1etiendo con ll1ás ahinco sus plagios) raptos y toda clase de depredaciones, burlando á sus perseguidores y derrotándolos dj stintas veces en encuentros inesperados para éstos . Estab1ecen sus cnar~eles en las cumbres de los cerros lllás inexpugnables) C01110 cn dEl Cerrado)~) del que ya h'211105 hecho 11l enci6n, :y cn otro.::;. Son guaridas de tigres, á las que 110 se atreven i segnirlos; que s610 ocupan algunas horas del día y que abJ.lldonall por la noche para ir en pos de sus ra-

. ~ pl11US. L3 guerra contra los ilnperialistas, los hechos lnás feroces y l ná ~ i S:11 1gU}!l;:Lr Íos qGe antes. Se han vuelto enen1igos de 1os Cl:r J ~~) (Fle predican q ne el Lll perio es la sal vación de rvféxlco, porque es el Gobierno de Dios; y roban, plagiJll y ~ls e s jll ~1il :11l11 frai le 10 n~i : : : ~I10 Cj(l e ~ UD c01l1crcia1lte. ¡Dc-s- • 1 ' 1 . . " / I gL1ClJ. CLO Oc lnlpcnallsta qnc e lla en :,us ll1 a ll OS. Sal0111 é PI accllciJ. lllej:oc1ca y dO lni.u J. e 11 el Ce 11 tro .Y Su r del 1:~stado, Epifanio Portillo, Pal1ta1eóu Cerezo y Epit::1cio Ri vas por el Norte, Sil vestre Roj as, 'I'oluá3 Valladares y Juan l\1eneses por el Oriente, y todos ellos cabecillas priucípales, al Inando de sesenta ó 11l~ís bandidos, se unen y pelean jun­ tos Ci.1;tllJo las circunstancias 10 requiere1l, contra fuerzas rc:s_ pctablcs y se separ ~1.:1 e1l seguida para continuar por sus rll111- bos asaltando cornerciantes ricos y á hOlllbres de fortnna. Los de ll1edialla posición l~s son indiferentes. Los pobres, los infelices, los desheredados, S011 111 nchas veces sus protegidos .. ¡Cuántos de estos fOrInaron una fortuna con la protección de aquellos bandidos! Fortuna que aún existe y que clis­ frutan hoy los herederos.

:1< ** Se sabe U11 día en Yautepec que han cOllletido un cuantioso robo en el canlÍno de Tlaltizapan, asaltando á veinte cOlnerciantes, que, procedentes de Acapn1co, llegaban con un cargamel:to d~ l11ercancías; y se cL~cía tlt1l0ién, qne ese cargamento había sido oculto cerca de Atlihnayan riodo el Inundo pe115ó q He el autor del robo había sido Saloll1é Ph,cencia y los suyos. El Jefe militar de dicha población dispone que se persiga á los bandidos y se rescate el carganlel1to robado; ordenando que, ciento cincuenta hOlnhres del Resguardo, nlarchen des­ de luego contra los asaltantes, donde quiera que se encuen­ tren. Es de tarde, y pronto va á ser de noche. El COluan-- dallte de dicho resguardo ha fOrInado ya sus ciento cincuenta soldados y se dispone á 111archar, cuaudo llega -68-

1111 A y 11 d a 11 te d el J efe !vI i 1i t él r e011 d 11 ei e 11 c1 o á U11 11 0111 h r e 11- gerall1ente herido y con las ropas desgarrac18s. Es 11110 ele los veinte cOll1Crcialltes asaltados, oue lnal atqdo de ll1anos .L á U11 árbol, C01110 quedaron sus den1~S cOIllpañeros en el

1110nte, y á la orí 11 a del cal11i aO J pudo sol tarse~ y segll ir de lejos, si n ser visto, 1a pista de los han c1 ido.3 hasta el 1ugar en que han descargado el carga111ento, huyendo entonces á ebr parte. Este cOlnercia 11 te hace 1111 a relación de los sucesos, y precisa e11ngar cercano ele At11huayan donde est~lll los bandidos, ofreciéndose á ser guía de aquella tropa Mientras ha estado hablando este hom bre, pernlancce aen· rrncado ll1Uy cerca, un infeliz lnendigo, con la lnano exten­ dida y los ojos fijos en el suelo _ N adie se da cuenta de él. Entonces,-dijo el C0!118,ndante-y para q'.1e el golpe á esos bandidos sea l11ás s2gnro, hay que dejarlos que dner­ lnan, y á las dos de la nlañana ernprendell10s la 111archa, al fin está cerca el lugar. Quédese aquÍ agregó dirigiéndose al cOll1ercíal1te-todo se le p:-oporcionará, y 111 aTlana scrJ 1)W..'S­ tro guía. Ordenó que desellsillara la Ít1crza, y pudo cnton­ ces notar al pobre lllendigo_ ¿Y este pobre diablo, por qué entra hasta aquí? Señor,--le contestaron-es un infeliz sordo-llludo á quien se le pernlite la entrada para recib:r sus li1110S11aS Vaya honlbre! toma . ... y le largó una l11oncc1a de plata, haciéndoJ e seÍÍas que saliera. Ellnendigo se dirigió á otros; sielnpre con la ll1allO ex­ tendida; recibió otras 1110nedas de cobre, y salió á la calle cOll1enzando á can1Íll2.r de prisa.

Salolné Pl ac(nci3. .Y sus C0111 pañercs~ después de q ne es­ cOl}dlerOn cl cargamento robaio, pues efectivanlcnte, él era el asa1tante de los cOl11erciantes del Sur, se dirigió tÍ donnir ú su casa ele Altihuayall, distribuyendo antes éi sus hombres para la vigilancia que sielupre hacían por turno, donde quiera que pernoctaban ó descansaban, fuese de día ó de noche. Serían las once de la noche, cuando por el camino de Vautepec, viene 1111 hombre á caballo, y á todo galope. aproxin1ándo3e ya á las primeras casas del Real de la Ha­ cienda. })os hOln bres, talubién á caballo saltan ellmedio del canli­ no para dete1ler el paso al que llega, gritándole: Alto! Aquel se detiene, y por toda respuesta, lanza un sil bido agudo y penetrante con modulaciones características. Ah! - dijeron aquellos h0111bres que le interceptaban el paso-¿ Ud. es tío Juan? lualas nuevas tenelnos, siga adelante. Sin contestar palabra, en1prendió de nuevo la carrera el hOln bre que venía de Yantepec. A doscientos pasos se re­ pite el caso anterior, y aquel hOlnbre sigue hasta llega:- cer­ ca de la casa en que c1u=nlle Salon1é P1acencia, donde lo reciben los últin10s centinelas que lo llevan á la puerta d~ dicha casa

Llaluan apresnradan1ente, y el hOlnbre aquel~ repite el l silbido agudo y pe1letrante. Oyelo Salolné, y se levanta apresuradamente, coje sus arn1as, y abre la puerta, diciendo al 1nisl110 tielnpo: pase, tío ]llan, algo grave ocurre, donde viene U d. á estas horas. Entra aquel 110111b1'e, quien no es otro, que el n1elldigo q ne "i1110S acurrucado C011 la lnano extendida y los ojos ba­ jos, ante el C01l1andante del Resguardo en Yal1tepec, y que se hace pasar por sordo-lnudo; pero que es HU espía muy listo de SalOlllé, que donde quiera entra: en las oficinas, en l('s cnarte1cs, en las casas y en los lneSOlles, dando ó en viall' -70 -- do aV1SO. a, ~ajome. ~" para sus panes1 y sus 1'0b. os. 1"" lene ()tr()~; dos cOll1pañeros, espías con10 él, 1111 0 Silllll1 a ser arriero " el otro cOlllerciante.

Nuestro sordo-nludo, que 110 10 es, refiere á Sal01né deta. lladaInente cuanto se dijo en el Cuartel, y el plan del Co­ mandante para atacarlo. Recibe un puñado de pesos, vuel­ ve á nlontar á caballo y se regresa á escape á Yalltepec.

SaloIné da sus órdenes; Inanda reunir á todos Sl1S hom­ bres, aún los que quedaron al cuidado del carg:llTI ento, á lIl1a legua de distancia, y á la una de la ll1añana, se dirigen al camino de Yautepec, tomando sus posiciones para una e111- boscada, y quedando Salomé con veinte hombres para ata car de frente á los del Resguardo, quienes no tárdarán en llegar. Hacía nledia hora que estaban los bandidos silenciosalnen­ te ocultos, cnando se percibe á 10 lejos el sordo tropel de caballos. Son los del Resguardo de Yautepec que ya vienen en percecusión de los plateados; la luañana es casi clara, y se ven perfectanlente los bultos de los hombres. Llegan por fin al centro de la ell1boscada. Suena un tiro por la re· taguardia que es la señal del ataque, y suena al nlismo tiem­ po un estruendo silnultáneo de lnosql1etería que hace caer por tierra á muchos soldados. Repuestos de la sorpresa, 10s denlás, disparan también sus annas sobre los ocultos ene­ migos, quienes repiten una segunda descarga que causa más víctimas. Salomé, con los veinte hombres que se reservó, y que no han disparado un solo tiro, carga11 sobre la fuerza del Gobierno con una tercera descarga, la que huye en completa c1en·ota, siendo alcanzados llluchos, y 111uertos á machetazos. --7 I -

Sesenta hO~l1bres del .Resguardo quedaron ll1uertos en aquella enlboscada, y ni uno solo de los bandidos. La sorpresa fné grande; los soldados iban confiados, pues cra Ílnposible que supieran que á esa hora se les persiguiera. ¡El 111elldigo, sorc1o--nludo había hecho el nlÍlagro~

Silvestre Rojas, hace 10 ll1ismo en el Rancho de 8a11 José en lo~J sllburbio~J de Cuantla. Llega con sus hombres á dicho Rancho, y destaca diez ó doce sobre Cuaut1a, quienes entran hasta el centro de la ciudad á disparar sus armas sobre la Guardia Nacional, que pJ.ra la defensa de la población ha fonnado de artesanos el (-;'211 e-al D. Ignacio de la Pei1a. Salen sobre ellos á perseguirlos, como sesenta individuos ele dicha Guardia; los 1levan IHUy cerca, y al 1legar al 111el1- cl unado Rancho de San José, reciben los soldados una te­ rrible y nutrida descarga de los bandidos, que están elnbos­ cJ.c1os, y i la vez 103 aCOl11~t~l1 á machetazos; quedando lllucrtos 1118.s de cuarenta vecinos de Cuantla que formaban la exprfsada Guardia Nacional, y escJpando el jefe Arca­ dio Enciso::í todo escape, con pocos de los soldados aquellos. Estos hechos causaban asombro en la sociedad, ten1crosa de tan lIla uditos atrevitnientos, y todos los h0111 bres de regular fortuna, se propusieron gastar una parte de ella, y uuidos, pagar fuerzas respetables y buscar U11 hOlnbre ca­ paz que pudiera cOlllpetir con astucia y arrojo á tan terri­ bles bandidos, y se dedicara á perseguirlos hast~ su ex­ tenninio. Los jefes q ne hasta entonces los habían perseguido~ D. ~vIartín Sán ~ h~z ; (a) "Ch:lgollán" D. Al1~c~to L5p~z y D . .l \rcadio Enciso, poco ó ningún éxito tenían en dicha perse­ cución; eran derrotados Cvll frecuencia, y estas derrotas á los jefes, (1 ue eran los únicos que podían dar garantías á la -72 - sociedad, traían el desaliento) á los tell10res de la inseguridad, con la impotencia de los lnencionados jefes. Así pues, todos los capitalistas de Cuautla de l\iIorelos, los hacendados del ru:nbo y la s02iedad entera, se fijaron en el Coronel D. Rafael Sánchez, COlno su salvador, y el único que podía competir en arrojo y astucia con el telnible y te­ merario jefe principal de todos ellos, Salolllé Placencia. f Solicitaron á dicho Coronel Sánchez para que se pusiera al frente de todas las fuerzas para la persecución de los pla­ teados, y dirijiera la canlpaña contra selnejantes bandidos, hasta su exterminio; peru se negó á ello contestando: (l¡U) puedo jerse..g'lúr á hOl11brts, que) tU los JI/afores p eligros, lile hall acompal,ado á la defensa dc la I~(pú bh{a J' de los princiPios li­ bo ales; procuraré c071lcllcJ sus dt'jredaClóll cs, f elo jalllds c!rs­ Irzúrlos.' ·' Don Rafael Sánchez, era un Coronel de rellolubre en el Estado de l\10relos, quien había cOlubatido por los princi­ pios liberales en toda la guerra de "tres años;" era 111 uy querido de sus jefes principales, y vivía retirado en su pue­ blo de Mapaxtláll, hoy "Villa Ayala" ocupado en las labo­ res del calnpo, pues aunque había lnchado contra la inter­ vención francesa, en sus cOlnienzos, 110 pudo seguir á las fuerzas de la República, rUillbo al norte del país. Era alto) color blanco, usaba piocha y bigote, y vestía de charro) con pantalonera sencilla de dos 'ivistas ;" hábil gine­ te, valiente y astuto, lnontaba sielllpre 111Uy buenos ('aba1los, y nlanejaba las arn1as con mucha destreza, á la vez que la reata. El y Salomé P1acencia, se estimaban l1ltltucunentc con sinceridad, y eran bu ellOS anligos. Veremos en otro capítulo los 11l0tivos que inclinaron á D· Rafael Sánchez á perseguir á Salolllé Placellcia, y cual fné la verdadera causa de la destrucción de los faulosos "Plateados." -73-

CAPITULO VII. Un adulterio origina la destrucción de los Plateados.

Se dividen en dos bandos: Charros y Catrines. YA hemos dicho que merodeaban por rumbos distintos los jefes principales de los Plateados, acompañados por ca­ becillas se~undarios, llevando cada uno su correspondiente cuadrilla de bandidos. Panta1eón Cerezo, aunque jefe prin­ cipal, se unía con frecuencia á Silvestre Rojas, temporalmen­ te, y hacía sus correrías, abandonándolo después. Conoció en una de esta~ veces á la esposa de Silvestre Ro­ jas. Bonita lTIujer del rumbo de OzulTIba, blanca, bajita de cuerpo y de color encendido; de la que se ananl0ró perdida­ mente Panta1eón ('erezo, declarándole su pasión en la pri. nIera oportunidad que tuvo de hablarle. La esposa de Silvestre Rojas se espantó de semejante de­ claración, y 10 rechazó desde 1uego. Conocía la ferocidad de aquellos hOl1l bre. ..; en quienes bastaba la sospecha de una ofensa, en aSlIlltos de alTIOreS, para castigar con terrible muer­ te á la infiel y a~esinar al seductor. Hemos visto <:01110 vendían á las mujeres, comerciaban con ellas, las canl biaban COlilO lo hicieran con un caballo, pero nlientras 1a:-- te11Ían en su poder, y no iniciaban venta ó cambio de ellas, eran sagradas y respetadas de los demás bandidos. Los que tenían mancebas, además de sus esposas legítimas, C01110 S11vestre Rojas, comerciaban con las pri­ meras y eran para las segundas, apasionados y feroces como el amor de u II Turco. -74 -

Eran espantosos los castigos qne daban á las n1ujeres in· fieles, aquellos bandidos; castigos que adoptaron los hombres del pueblo y que aún después de la extinción de los Platea­ dos, persistieron por varios años, sin enl bargo del rigor de la ley para reprimir ese salvajismo. N os ahstenemos en describir la manera en que consistía ese castigo que daban á las mujeres; esa muerte horrible, quizá invención de algún infernal inquisidor, porque hay crí111eneS cuyos detalles deben suprimirse en bien de las in­ teligencias perversas. La esposa de Silvestre Rojas pensó en aquellos castigos y tembló ante las declaraciones anlorosa~ de Pantaleón Cereo zo . ¡Jasó el tiempo, y este seductor asiduo, tantas promesas le hizo, tantos obsequios y tantos ofrecimientos, que, como todo desliz en las nlujeres, la ocación triunfó del deber. Pan taleón Cerezo logró sus deseos con aquel1a mujer y ambos rodaron por la pendiente del vicio, ofuscados con su amor criminal que no pudieron ver que se hacía pública la infi· delidad de una esposa. Silvestre Rojas tuvo por fin conocimiento de la grave ofen­ sa que le infiriera su mujer con ?antaleón Cerezo, buscó á este, ciego de cólera, le encontró, y sin decirle una sola pa­ labra, le dispara de balazos dejándolo muerto en el acto. Varios de los jefes y Plateados juzgaron este hecho como U11 asesinato cOluetido vilnlente. ¡Exigían la hidalguía para n1atarse entre ellos! Se encolerizaren 111uchos en contra de Sil vestre, repro- 4'háronle su conducta, por más que le concedían el derecho de venganza, y Salomé Placencia, quien más lamentó el ase· sinato, le nlandó decir que odiaba á los cobardes y que se cuidara, porque lo lDataría "'ronzo los hOlJZ bres/' en la prime­ ra oportunidad. --- 75-

Este aviso preparó á Silvestre Rojas para el ataque, y con­ vocó á sus más adictos partidarios para que lo acom pañaran, poniéndose en guardia, pero rehuyendo un encuentro con Salomé Placencia, Epitacio Vivas, jefe también y amigo de Silvestre, contes­ tó á Salolné en defensa de su amigo, desafiándolo para un encuentro en el pueblo de Ocuituco Salomé se dirigió á di­ cho pueblo con solo diez y seis de los suyos, teniendo allí Epitacio Vivas sesenta hombres; pero este era un valiente y tuvo la osadía de retar á Salomé á un combate singular, á caballo y en presencia de todos aquellos bandidos) quienes les fornlaron una gran valla. Ya hemos dicho que Salomé tenía un valor temerario, como lo conlp~ueban todos sus hechos; era un gran ginete y hábil tirador, así es que, el resultado de aquel combate fué la muerte de Epitacio Vivas. Placencia les arengó á los hOlnbres de Epitacio ¡Iq ue los que quisieran continuaran con el cobarde Sil vestre, pero que en lo sucesivo se llalnarían alos catrz"1les" y no '~los charros plat¿ados" como los suyos. 'rodos se ofrecieron pasarse á sus filas desde luego, pues nunca aceptarían el título de "catrines." Solo J oaquín ~án­ chez, amigo de Epitacio, se dirijió á Salomé con las armas en la mano resuelto á vengarlo, y tuvo en el acto el misnlo fin que su amigo, rlluriendo también á mallOS de Salomé. Era J oaquin 8ánchez oriundo de Ma paxtlán y sobrino del Coronel D. I{afael Sánchez, á quien dimos á conocer en el Capítulo anterior. La nluerte de su sobrino por 8alonlé, á quien consideraba como su amigo, lo desidieron á pelear contra de este, y perseguirlo, reprochándole la muerte de J oa- , qtun. Desde los acontecinlÍentos que tuvieron lugar en Ocui­ tuleo, los H charros plateados" y los "catrz'nes" se hicieron una -76- guerra sangrienta y sin cuartel. Los vencedores daban muer te inmediata á los prisiúneros. Los asaltos, las sorpresas y las emboscadas de unos y otros, eran frecuentes y se diez­ maban mutuamente todos aquello: bandidos, con una zaña y fiereza "de moros y cnsÜanos." Debilitados entre sÍ, divididos y destruyéndose reciproca­ mente, pudieron entonces los Jefes perseguidores del Go­ bierno' ir teniendo éxito y ventajas sobre los bandidos, "Pla­ teados" y "Catrz1us," que caminando unidos, habían sido la poderosa avalancha destructora que ninguna fuerza osaba contener. ¡Un adulterio fué el principio de la salvación de un Es­ tado!

CAPITULO VIII.

Entra en campaña el Coronel D. Rafael Sánchez

Despues de la tonla de la Capital de la República por las huestes invasoras, y tropas reaccionarias~ y establecido el pro­ vician al Gobierno Militar que esperaba la llegada del Ar­ chiduque, los hacendados del Estado de lYlorelos pidieron ayuda en México para perseguir al bandidaje y contener sus depredaciones. Mandó dicho Gobierno establecer de pronto resguardos en las principales ciudades del Estado, y ya hemos visto que eran destrozados esos resguardos, y no se atrevían á em­ prender una formal persecución contra los plateados. -77 --

Volvieron á insistir los capitalistas de ~1 orelos ante el Gobierno Militar, y entonces mandó tropas regulares de ca­ ballería y de infantería que recorrieran el Estado, y persi­ . guieran con tenacidad á todos aquellos bandidos que asola­ ban la C0marca. Entre los jefes de aquellas tropas, vienen algunos contra quienes había cOlnbatido D Rafael Sánchez, á quienes no hacía dos años les habían causado seríasderrotas,cnando con el auxilio de todos los plateados, hasta en número de mil, babía con1batido por la Constitución y la Reforma . Temiendo Sánchez, en aquellos tiempos de venganzas y represalias, que pudiera ser perjudicado en su persona, reu­ ne á unos cuantos de sus anúgos y partidarios del pueblo de Mapaxtlan, y con un grupo de sesenta hombres se lanza á los cerros, preparado á los acontecimientos, y en espera de que Salomé Plácencia, á quien había retado á 1a pelea por la muerte de su sobrino, fuera el primero en atacarlo. Lo acompañan hombres resueltos y valientes como segun· dos jefes! Atanasia Sánchez, Guillermo Gutiérrez, Rfren Ortiz, Mateo Cázares, Cristina Zapata-tia del actual Emia­ lIno Zapata, -- yotros varios. N o pasaron mucho tiempo en ser atacados por Salomé Placencia, con esa astucia y fiereza que acostumbraba en sus asaltos, pues luego que supo que D. Rafael Sánchez se ha­ bía alzado en armas con sesenta de su pueblo, determinó caer sobre él y exterminarlo; pensando que Sánchez era el . único enemigo peligroso -iue podía tener. Fracasó Salomé en su prinler ataque, siendo rechazado con pérdidas de hom­ bres, sin embargo de la sorpresa con que lo hizo. Otro sangriento encuentro se registro en J uatelco; después en el cerro del "Ahuacate -, donde se le desbanda la cabal1ada á D. Rafael, y él Y todos los suyos están á punto de perecer. Reunen á los caballos~ cuando ya se han retirado los bandidos, y creyendo estos, haberlos dejado destrozados, se alejan á descansar al Rancho de San \licen­ te, próximo á 1'loyotepec. Allí los ataca Sánchez de una manera súbita, quedan muertos nUlllerosos bandidos, entre ellos un hermano de Silvestre Rojas, y huyen los denlás en com p1eta errota. Las fuerzas expedicionarias del Gobierno atacan á los plateados, á la vez que á D. Rafael Sánchez, .Y éste con sus pocos hombres, y sin ningunos elenlentos: se defiende de todos, y lucha desesperadamente contra todos. Ora se bao te con los valientes' charos" de Salomé Placencia, ora con los famosos "catrines" de Silvestre Roj as, y tiene nlañana un encuentro con las fuerzas del usurpador Gobierno. Su situación es crítica, y no se da tregua ni reposo para atacar también y defenderse de todos,-bandidos y solda' dos,-que lo persiguen por todas partes como rabiosas jaurías. U n día se presenta en Cuaut]a al Jefe Militar de las fuer· zas expedicionarias del Distrito. Se pide explicaciones de la persecución que le hacen las fuerzas del Gobierno, cuan­ do él se ha armado solamente para perseguir á los bandidos; ofreciéndo continuar contra ellos, siempre que no 10 moles­ ten las fuerzas regu] ares, y para 10 cual, no pide ayuda. ni elementos ningunos. .El Jefe Nlilitar le ofrece que no vol­ verá á ser nlolestado por ninguna fuerza del Gobierno y que puede organizar la persecución de los bandidos, de la manera que lo crea conveniente. Don Rafael Sánchez después de esta atrevida entrevista con el Jefe 1'Iilitar de Cuautla, se une á los suyos, quienes 10 espe­ raban llenos de zozobra en un cerro próximo; se dirijen á Mapaxtlán, donde son recibidos con júbilo por todos los -79-- del pueblo, y se procede á preparar lo necesario para la de­ fensa, y ataque de los bandidos. 1VEentras pasaba esto, se decía que Salomé Placencia ha­ bía perecido en un asalto qne le dió la " ComlSzon~' de Tlal­ tizapan, al mando de D. Manuel Tagle. Otros contaban que las fuerzas del Gobierno 10 habían encontrado solo, en su milpa, y que allí había sido muerto. Efectivamente, el asalto y el encuentro habían sido cier­ tos; pero siempre con la ten1eridad y arrojo que 10 caracteri­ zaban' se había escapado ileso de las n1anos de sus perse­ guidores. El asalto había tenido lugar en la Hacienda de Atlihua­ yan) donde había una fiestecita en ese día. Dejó á los su· yos en el cerro, y se bajó solo á la Hacienda; llegó á su ca­ sa) n10ntó en la cabeza de la silla á un pequeño hijito que tenía, y se encalninó á la plaza á darle nieve. Allí se en· contró con su cornpadre D. Tomás Peralta, quien se alarmó al verlo, rogandole que se fuera. N o hizo· caso Salomé, pi­ dió la nieve y comenzaron á tomarla, y á darle al pequeño, á quien se había sentado sobre la pierna cruzada, sobre la silla, para tenerla más cómodamente. N o habían terminado de beberla, cuando desembocan en la plaza los rurales de la '4Comisión" de Tlaltizapan, lan­ zándose sobre Salomé. Este, arroja á su hijito en los bra ­ zos de su compadre, diciéndole: "tenga compadre y. pague la nieve" y desprende su caballo al encuentro de los Rura­ les, disparando sobre ellos, por ser ese lado el rumbo de su salida. Le disparan también; pero ha matado ya á un sol· dado del primer balazo, han caido otros dos, heridos grave­ rnente á machetazos, y sin dejar de dispararle, le abren pa­ so como á una fiera que se escapa velozmente, internando­ se en el monte del cerro. -80-

Tres días después, estaba en su milpa, también solo, dan­ do instrucciones á su "gañann-pues hay que decir, que po­ seía terrenos, y los mandaba sembrar-cuando se avista muy cerca un Escuadrón de Caballería del Gobierno, Salomé co­ mienza á alejarse poco á poco hacía el cerro más próxinlo. Los · soldados emprenden la carrera en su seguimiento, mientras él faldea el cerro, y sigue por la vereda angosta) de una ca· ñada boscosa, por la que solo pueden caminar á caballo, uno tras de otro. Cargan sobre él á todo galope. y comienzan á disj)ararle una lluvia de balas; llegan los soldados á la ve­ reda angosta, y se arremolinan y se detienen los caballos en­ redados entre los espinos y los bejucales; pero siguen á es­ cape de uno en uno al alcance de Salomé. Este se detiene, dispara sobre el primero quien cae del ca­ ballo, interceptando la vereda. Saltan sobre él los que vie­ nen detrás, y repite el disparo Salo111é, callendo muerto otro soldado. Más adelante 1. aen otros dos más, y llegan por fin los perseguidores á un amplio cruzamiento de veredas que se internan en el bosque, sin saber por cual deben se­ guir á Salomé. Se regresan de allí, recogiendo á sus muer· tos ó heridos, pues ha fracasado otra vez el centésimo inten­ to de acabar con el fallloso J efe de los plateados. Estos dos casos, que acabaulos de relatar, fueron aquellos en que se dijo que Salomé había muerto cuando D. Rafael Sánchez entrevsisitaba al Jefe 11ilitar de Cuautla, y prepa­ raba en su pueblo la organización respectiva para la persecu­ ción de los bandidos, y defensa de la población. -81-

CAPITULO IX.

Un pueblo pequeño, que es grande v fuerte defendiéndose.

El pueblo de Mapaxtlán, hoy Villa de Ayala, era entono ces un pequeño poblado, en el que apenas podían contarse unos trescientos hombres útiles para el servicio de las annas. Al día siguiente de la llegada de D. Rafael Sánchez y los pocos que 10 acompañaban al pueblo convocó á una junta general á todos los vecinos sin excepción, para que reunidos todos, en la plaza, deliberaran y acordaran la manera como debían organizar y hacer la defensa de sus vidas y propie­ dades, anlagadas constantemente por los plateados. Todos concurrieron con gusto al llamado de su querido paisano y antiguo Jefe. Les arengó exponiéndoles la peli· grosa situación en que vivían todos los del pueblo con las rapiñas y ferocidades de los bandidos, y convenciéndolos, sobre lo fuerte que es un pueblo unido, cuando defiende sus derechos más santos: la propiedad y la familia. Les habló también Efrén Ortiz, y con aquel carácter fogoso de su tem­ peramento les dijo: '1M uchachos, hemos retado á muerte á todos los plateados, principalmente á Salomé; si somos cobar­ des, vendrán á degollarnos, y á llevarse á nuestras mucha­ chas. Probemos á esos hombres que los de Mapaxtlán so­ mos tan valientes como ellos, y si vienen aquí recibámoslos á balazos, y luchemos, mientras quede vivo uno de nosotros:' Sí . .. .sí .... .los batiremos. contestaron todos aquellos hombres reunidos. Se procedió entonces á dividir la población en cinco man zanas ó cuarteles, correspondiendo cuatro á los puntos cardi- - 82 -- na1es y una al centro. Los vecinos cubrirían respectivamen­ te el rumbo en que vivieran levantando las trincheras que fueran necesarias en las entradas del pueblo, y los domici­ liados en el centro formarían en la plaza la reserva que de­ bía auxiliar á los puntos más seriamente comprometidos en los momentos que fuera atacado el pueblo. La vigilancia de día se haría por turnos en los cerros de la población y en la torre, y al toque de "arrebato" todos los vecinos ocurrirían ar­ Inados á sus respecti vos puestos. De noche se establecerían "rondas" y solo los del centro formarían la Caballería. Convenidos y c0nformes con este medio de defensa es­ tablecido por D. Rafael, levantaron las trincheras necesa­ rias, y desde luego quedó en vigor el servicio de todos 10~ vecinos, altamente entusiasmados é impacientes por batirse con los Plateados. N o se limita D. Rafael Sánchez á esperar tranquilo que vayan al pueblo los bandidos. IIa ofrecido al Jefe Militar de Cuautla, perseguirlos, y se lanza con sus sesenta antiguos compañeros á excursiones diarias por los lugares que mero­ dean, según noticias de los correos ó espías que manda por todas partes. Se pone de acuerdo con los anteriores Jefes perseguido­ res: Martín Sánchez (a) "Chagollán," Aniceto López y Arca­ dio Enciso, para combinar asaltos y batidas á los bandidos, en un radio que se señalan; pero sin abandonar á su pue­ blo, regresa siempre por la noche. Silvestre Rojas se atreve á atacar á Mapaxtlán con cerca de trescientos bandidos, pero es rechazado con grandes pér­ didas de hom bres y huyen dispersos y acosados por los ve­ cinos del pueblo que salen á perseguirlos hasta muy lejos del poblado. En las excursiones que hace D. Rafael Sánchez, ha teni­ do tres encuentros con Salomé Placencia y los suyos, y en las tres veces los ha derrotado, haciéndoles nUlllerosos muertos, E'ntre ellos José María Rojas, hermano de Salomé, Antonio l\1ichaca, y otros varios cabecillas. Comprendió Placencia, que era preciso para seguridad de tudas ellos, acabar con Rafael Sánchez, único hombre, que, por su astucia y arrojo, era una constante amenaza de sus VIGas. Todos los demás perseguidores, sin ese Jefe, --decía Salomé -que sólo servían para divertirlo. Así pues, dispuso Salolné dar un asalto decisivo al pue blo de Mapaxtlán, comenzando por asesinar á Sánchez en su misma casa. La desconfianza yel temor que á éste tenía, le hizo olvidar aquella hidalguía que le era habitual en sus luchas personales, y se resolvió llevar á efecto un cobarde asesinato. Reunió más de quinientos hombres, y se acercaron al pue­ blo "al paso de lobo,~' en una noche oscura y lluviosa, po­ niéndole sitio. El Y cuarenta de los suyos dejaron sus ca­ ballos por el lado de Anenecuilco, al cuidado de otros, y á pié, descalzos, y con solo sus mosquetes, se metieron en el río que atraviesa al pueblo, 'siguieron corriente abajo, y así llegaron á las huertas, á espaldas de la casa de D. Ra· fael Sánchez Se detuvieron un instante á escuchar, y co· mo no observaran ruido alguno, que infundiese alarma se dirije aquel numeroso grupo á la puerta de la casa de D. Ra­ fael y llaman violentamente con fuertes golpes. Serían apenas las ocho de la noche; D. Rafael acababa de cenar, y se disponía á salir á recorrer la vigilancia de las trincheras del pueblo, para 10 cual tiene su caballo ensilla· do en un oscuro rincón j e la caballeriza. Llámale la atención el modo con que han llamado á su puerta, pues au n para estos casos ha establecido entre los suyos un modo especial, y contraseña. Luego se supone que son los plateados, que han podido entrar por el río, á pié . Y que viene con ellos Solomé P1acencia, único quien puede atreverse á tanto. Apaga la luz, que ilumina la casa interiormente, para acostumbrar á sus ojos á ver en la sombra, y con sus pisto- 1as al cinto y el machete en la mano, se dispone á saltar por una pequeña ventana de la casa, que da á la huerta, por el lado opuesto de la puerta. En ese momento llaman más bruscamente, y se oye ese ruido seco que producen al pre­ pararse las armas de gran calibre. Vacila un instante, pero salta por fin, fuera de la ventana, y quedan dentro arrodi­ llados, rezando, y asustados, sus pequeños hij os, su esposa y la madre. Aquel hombre pudo haber huÍdo entre la densa oscuri. dad de los árboles de la huerta; pero la mayor parte de los hOlllbres de aquellos tiempos, y con especialidad los de Ma­ paxtlán, no conocían el miedo, y se complacían con jugar con el peligro. Don Rafael Sánchez dió vuelta á la casa, buscándolos, y ~u grito de "aqzá estoy bandz"dosl" los hizo estremecer de es· panto, pues era creencia general entre los plateados, que D Rafael Sánchez tenía ''jacto con el dlablo" y su aparición re­ pentina fuera de la casa, que ninguno de aquellos conocía, ]os hizo temblar. Don Rafael dispara una de sus pistolas, ~. rueda un hombre por el suelo. Todos le disparan simul­ táneamente sus mosquetes sin tocarle una bala, y él acome· te sobre ellos con la velocidad del relámpago, repartiendo machetazos á diestra y á siniestra á finde no dej arIos cargar nuevamente sus mosquetes. Son ya varios los heri?os, y vacilan en la pelea los asaltantes, en vista de no haberlo too -85-- cado ninguno de los cuarenta balazos que le han disparado, Salomé grita: "¿dónde. está ese ?" y con aquel nombre cariñoso, que D. Rafael le daba cuando eran amigos, le con­ testa: "Aquí estoy, Chonelle!" Se arroja Salomé sobre él, pero recibe luego un puntazo en la mano en que sostiene el lnachete, y otro más en el pecho. La población se ha alarmado con la descarga hecha sobre D. Rafael; el vigilante nocturno de la torre toca á arrebato~ y huyen aquellos fascinerosos dejando un hombre muerto y yendo heridos varios de ellos, incluso Salomé Placencia. Don Rafael, q nien ha salido ileso, monta á caballo, y se lanza á la calle donde ya se encuentra con varios amigos, que se dirijían á su casa. Se oye entonces el fuego nutrido en las trincheras, causado por el asalto que dan los sitiado· res con sus cabal1 erías. Se encarniza el combate por todas partes, y en todos los puntos son rechazados los bandidos, quedando muertos mu­ chos de ellos sobre l.1S trincheras, La lucha se prolonga~ y lnanda D. Rafael saltar los }Jarapetos, abrir las trincheras, y cargar rudalnente sobre ellos á machetazos. Los plateados huyen dispersos, dejando de sus compañeros más de veinte muertos en las trincheras, y :l1uriendo también diez ó doce vecinos del pueblo. Pocos días después se cantaban unos versos en Maxpa­ tlán, cuyo pié decía di Qué 11zzlagro tan patente/" - --"Htio nzi Padre Jesús"-'( Que para matar á S_.:nchez"-'( Trajeron balas con cruz." Efectivamente, algunos sacaron al siguiente día del asal­ to á la casa de D. Rafael~ varias balas que se habían incrus­ tado en la pared, y en los árboles, y se les encontró á todas una cruz, vaciada en el plomo. -86-

CAPITULO X.

Mueren los temibles jefes de los Plateados.

Marcos Reza, hOInbre acomodado del pueblo de J onaca· tepec, era el jefe intelectual de todos los bandidos de ese rum­ bo, llalnados "los catrines," encabezados por el famoso ~il­ vestre Roj as. Ej ercÍa el cOlnercio, y esta circ1J.nstancia lo ponía en condiciones de estar al corriente de los asuntos mercantiles de los demás; de sus viajes á México; de sus COlnpras y ventas, y de la carga que les venía, que casi siem­ pre era robada en el camino por los bandidos, para com­ prársela á estos, 11arcos Reza, á menos de la mitad de su preCIO. Por las influencias que le daban su aparente posición de hombre honrado, llegó á conseguir que se le nOlllbrara Pre­ fecto Político de J onacatepec, con cuyo cargo, pudo dar á los "bandidos" "Catrines," nlás consideraciones y garantías, que á los hombres honrados, en cambio de recibir constante­ mente toda clase de mercancías, que aquellos ladrones roba­ ban por distintos rumbos. Como hemos visto que hacía D. José María Atolaguirre, de Cuautla, con Salomé Placencia, así también lo hacía 11arcos Reza con los de Silvestre Rojas; con la circunstan­ cia, de que siendo Reza. Prefecto del Distrito, y quien diri­ jía muchas veces la manera de hacer los asaltos, era todavía más nocivo y peligroso para los comerciantes, que el C:,pclÚ ,1 Atolaguirre. Se fué descubriendo poco á poco su conducta, lll

La muerte de este hombre, u Pfeszdente H01Zorar¡{/' - COll10 se diría ahora. del ", Círculos a1nigos de lo ageno," capitanea: dos por Silvestre Roj as, asombró á éstos, y se desconcerta­ ron por completo. La situación de todos ellos vino á agravarse con la nluerte de Salomé Flacencia, á consecuencias de una herida que re­ cibió en el pecho en la última persecución que le hizo D. Rafael Sánchez. Desde el asalto que dieron á Mapaxtlán, é intentaron ase­ sinar á D. Rafael, en su casa, dejaron pasar cerca de un mes sin que se presentaran por ninguna parte, Salolné y los suyos. Quizá cuidaban á sus heridos, en dicho asalto, lamenta­ ban á sus muertos, y descansaban un po~o de sus fatigas. Volvieron, por fin un día, al pueblo de Anenecuilco: muy próximo á Mapaxtlán, á robarse caballos. Avisáronle á D. Rafael Sánchez, y ocurrió desde luego -88 -- con sus sesenta veteranos á darles el ataque. Eran lTIUy pocos los hombres que robabandichos caballos. y no venía entre ellos Salomé Placencia. Huyeron al ver la tropa de D. Rafael; pero ésta los persigue tenazmente, siguiéndolos por la empinada vereda que atraviesa el cerro de Anenecuilco. l'Iuchos de los hombres de D. Rafael se van quedando atrás poco á poco, en la pedregosa subida de dicho cerro, y sólo unos cuantos, que montan lnejores caballos, forulan la van· guardia que persigue de cerca á los ladrones. Llegan al rancho de H uajoyuca donde los que huyen se incorporan con Salomé, quien está allí con unos diez ó quince de los suyos, y como ven que los perseguidores son ya un reduci· do número de siete, precisalnente los princi pales de D. Ra­ fael, resuelve Salomé acabar con todos ellos; les dispara unos cuantos balazos, y haciendo una falsa huída, los va lla­ mando bruscamente con ese grito agudo y prolongado que tienen los vaqueros del rumbo, para llamar al ganado á co­ mer sal: "chito .... chito . ... chito" á fin de herirles su amor propio y los siguieran más de prisa. Así fué, en efecto, aquellos siete valientes de D. Rafael Sánchez cargan furiosamente tras ellos hasta llegar al ran­ cho de San Felipe donde los bandidos ganan una "tranca" y se hacen fuertes, disparando una lluvia de balas. Se em­ peña el combate y los de Sánchez que comprenden el gra­ ve peligro que tienen si aquellos hombres les cargan un ataque "al machete" procuran hacer blanco en el temible Salomé. Logran herirlo en un brazo y ordena el ataque á machetazos sobre aquellos pocos atrevidos que tanto se ha­ bían adelantado á batirlos, pero en ese momento recibe un segundo balazo en el pecho-pues 10 cazan --á la vez que vienen ya acercándose los demás hombres de D. Rafael, á toda carrera. Salomé al sentir el segundo balazo, se dobla sobre el caballo abrazándose al cuello, y emprende veloz fu· ga seguido de sus compañeros. Aquellos siete arrojados campeones, quedaron allí inmó.. viles, admirados de haber escapado de una muerte segura­ Cuando llegó D. Refael Sánchez, con todos los demás, feli­ citó calurosamente á sus amigos, diciéndoles: "muy bien mu­ chachos, muy bien, el león va herido y quizá no escape! ¡Se sal varon Uds.! Todos se regresaron de aquel rancho llevándose el cadá­ ver de Mateo Cáceres, que había sucumbido de los siete, en aquella lucha desigual y -lue no eran otros que Atanacio Sánchez, Efrén Ortiz, Guillermo Gutiérrez, Cristinü Zapata y la persona superviviente que nos ha proporcionado los da­ tos de los sucesos de que trata este libro. Tres semanas después murió Salomé Placencia á conse­ cuencia de la herida en el pecho; en su Cuartel General en el cerro de "El Cerrado:' Se dijo que ya estaba de alivio, cuando la bella Homobona quiso ir á prodigarle sus cuida· dos causándole la muerte con sus ternuras, pues se decía tam bién que comenzaba á serIe infiel. Con la muerte de este terrible y temerario jefe principal de todos los plateados se fué acabando rápidamente aquella plaga de hombres famosos que asoló al Estado de Morelos, y cuyos hechos heróicos, en su misnlo bandalismo, hemos ~onsignado en estas páginas. Silvestre Rojas fué entregado por su amasia en un ran­ cho situado en el cerro de "La Vaquería" y fusilado por Aniceto López. Los que no murieron, se dispersaron en pequeñas parti­ das; saliendo algunas fuera del Estado, hasta ser extinguidas p0r completo. -90 -

Estos fueron "Los Plateados." ¿Cómo son los llamados "Zapatistas''? ¿Qué diferencia existe entre los bandidos de hace cincuenta años, y los bandidos actuales? ¿Porqué esa diferencia? ¿Porqué uu Gobierno fuerte no puede acabar con tal situación? Estas preguntas nos sugieren algunas consideraciones, que, para ternlinar esta obrita, consignamos en nuestro úl­ timo Capítulo, como el epílogo del vandalismo en el Esta­ do de Morelos.

DICIEMBRE 31 DE 1911. · CAPITULO XI.

¡Cincuenta años después!

Han pasado cincuenta años desde los acontecimientos que dejamos narrados en los capítulos precedentes. Se ha extin­ guido, casi la generación que viera los hechos sangrientos de aquella época nefasta para México, en que bajo el nomo brede "17zochos,"y alz"berales," "únperzalútas" y '~repubHca7Zos" ti. ñeron nuestros campos de púrpura, al encontrado choque de la confusión de ''.principIos.'' Tantos años de guerras fratricidas! en que los niños se dor­ mían á.l estruendo de los cañones y al choque de los sables, con que se despedazahan "azules" y ~'rojos," que debieron amamantarse hombres sin miedo, sin más educación que la . guerra, y sin otra manera de vivir, que los latrocinios revo­ lucionarios. ¡Era lógica la profesión de aquellos hijos de las campañas y de las revue1t:1s! Y cuando el Gobierno del Gran J uárez ha creído definifivo su triunfo en 1861, Y nlan­ da á los escuadrones de voluntarios que vayan á vivir del rudo trabajo de los hombres honrados, se revelan en el E~­ tado de Morelos los hijos de las calnpañas y de las revueltas," y hacen la guerra á los hombres ricos para saciar SU'3 ambi cinnes, y halagar sus vanidades de charros cubiertos Je plata. -92-

Los plateados tuvieron un pretexto: ¡la costumbre! Cos­ tunlbre de la guerra; costumbre de charros bien 111ontados, y costumbre de no trabajar, como todo soldado sin cultura. Hemos visto ya sus principales hechos de bandidos. IJ an pasado cincuenta años, repetimos, y gérmenes mor­ bosos de aquellos honlbres; idiosincracia pervertida de aque­ llos bandidos; revuelto fango de las enterradas cloacas de aquellos facinerosos, han surgido rabiosos con los semblan­ tes descompuestos de caínes, y la ferocidad salvaje de cha­ cales! En el lnismo infortunado Estado de Morelos. N o parece, sino que la presión ejercida sobre el vandalis­ mo durante treinta años por la lnano de hierro de un hom­ bre de acero, solo consiguió contener la explosión de esos fernlentos del crimen, que maduraban en las negras con­ ciencias de esas almas negras ¿ Por qué nlotivo los defensores de una idea política se han cambiado en bandidos? ¿Qué causas han tenido los que se llamaron salvadores de pueblos oprimidos para que sean ahora los destructores de esos mismos pueblos? ¿Tienen como los ('Plateados" de antaño la costumbre de la guerra, ó la costumbre de ser charros bien montados? ¿Y son verdaderamente bandidos, que solo le hacen la guerra á los ricos para saciar alubiciones de dinero? Des­ graciadamente son peores que los bandidos, pues son salvajes! Todo mundo sabe los acontecimientos terribles de Cuau­ tIa Morelos por esas hordas de cafres. Robaron, asesinaron hasta á los soldados heridos que se curaban en el hospital, y destruyeron é incendiaron cincuenta y dos casas de comer­ ciantes y vecinos de mediana posición . ¿Así se salva á los pueblos oprimidos? Incendiar y des truir las habitaciones donde se albergan familias inocentes, tiernos niños, ó decrépitos ancianos, son ¿hechos de Hbandi·· -93- dos"? N 01 sería esa palabra un calificativo galante para quienes cometen tales actos! Ahí está taln bién J oj utla de J uárez, hablando elocuente­ mente de los instintos de esos hombres, y que la prensa pu­ blicó con detalles que espeluzan, al referirse á la casa de co­ mercio de D. Pedro A. Lamadrid. ¡Cuántos hombres de trabajo víctimas de la ferocidad de esos chacales! ¡Cuántos años de duras economías, de trabajo ímprobo y rudo, para formar esos comerciantes una posición mediana para sus hijos, y viene el saqueo, el asesinato y el incendio, por demonios con figuras de hombres, para no dejarles en pié ni el trist~ albergue donde lloren á sus desdichados padres! La dinamita arrojada por infernales manos, ha completa­ do los cuadros sangrientos, destruyendo tranquilos hogares, que en vano han clamado misericordia las lágrimas de ino· centes víctimas.

Ahí está Covadonga en el Estado de Puebla~ Oh ¡CO­ vadonga! donde se se viola á la esposa, y se les asesina y se 'les roba después. ¿Qué clase de enemigos terribles de esos facinerosos monstruos, son esas pobres víctimas, que dentro de sus hoga­ res solo se ocupan del descanso de sus rudas faenas de tra· bajadores? Si la guerra se hace en el campo, en las plazas ó en las calles, donde se encuentran y chocan los hombres armados que se buscan para destruirse, ¿por qué se asesina á los in. defensos q ne se ocupan del trabajo honrado, .Y por qué es des- truyen las habitaciones de los pueblos, que labran por el bienestar y progreso del país? Los bandidos de antaño, los famosos plateados del Estado de Morelos, juól, ¡jamás! nunca llegaron á cometer hecho -94- tan salvajes, y sin embargo, se les persiguió con tenacidad hasta destruirlos, y se les trató con todo el rigor de la ley, es decir, se les fusilaba previa indentificación, ó desde lue­ go, al ser aprehendidos en delito infragal1ti. Se ha dicho de su-;pensión de garantías, ¿para qué? Para dar lugar al abuso. El salteador de canúnos, el incendia­ rio, el que mata con a1evosia, ventaja y premeditación los mismos Códigos les señalan pena de muerte, y están fuera de la ley, desde el nlOll1ento en que delinquen. Quiere el actual Gobierno teiler misericordias de Dios-Pa· dre con los réprobos, que no conocen un sentimiento de pie­ dad para sus indefensas víctimas. La sociedad honrada del Estado de l\10relos, necesita bus­ car, DO un perseguidor de bandidos como el valiente D. Ra· fael Sánchez, sino un D. Rafael Ortega Arenas, (a) "El Charro Arenas," que hn.ce nluchos años acabó también con los bandidos de H uamantla, quienes muchos de ellos porta­ ban salvo-conducto. El Charro Arenas no dejaba escapar al bandido que caía en sus manos, á pesar del salvo-conduc­ to. dHí71cate)' después representas"-les decía-los pasaba por las armas, y los colgaba poniéndoles el salvo-conducto en los piés. ¿Y por qué esos feroces asesinos del Estado de 110relos se han hecho llanlar zapatistas? Es, sin duda, porque cuando entran á un pueblo, cometen sus iniquidades al grito de j( l/ t"va Zapata," y á ese grjto, cOlnienzan el saqueo, y el in­ cendio de las fincas, y los cobardes asesinatos de gente indefensa. ¿Y por qué) Emiliano Zapata, si al principio de la pasada revol ución se lanzó á la lucha por defender el estab1eci· miento de UD Gobierno denl0crático, pora qué permite, por­ qué acepta,que hordas desenfrenadas de salvajes, tomen su -95- nombre para lTIaucharlo con las más víles infamias de cá­ fres? Si necesita gente que le ayude en sus proyectos de revuelta, ¿por qué uo exije con el rigor de las armas, que sus compañeros respeten las leyes de la humanidad, ya que no las de la guerra? Si el presidente:vIadero, no le ha cUlnplido ofrecinlien., tos que le hiciera, y el Plan de San Luis ha sido un enga­ ño para q nienes lo ~yudaron, ¿qué culpa tienen tantas pobres víctÍlna:-i, que dedicados al trabajo honrado, 110 pue­ den ser respollsablE:s de las rnentiras de la política, ni de las falsedades de sus hOlIl bres? Nó! debe D. En1iliano Zapata, volver sobre sus pasos, y reparar en 10 posible, tanta injusticia, tanto nlal, tanta iniqui­ dad cometida por los suyos, ó por los que han tomado su nombre para las iufanlÍas. Debe D . Emiliano Zapata recordar á los valientes de lvIa­ paxtlán del año de I8óo, (iuienes tuvieron como digno jefe á D. Rafael Sánchez. Debe recordar que su tío D. Cristino Zapata, fué lUlO de aquellos hombres, en quienes la cobar· día de matar indefensos no fué conocida. Debe saber que en aquel10s tiempos, y aquellos hombres, sólo se batían personalnlellte cuando el enemigo tenía igua­ les armas; "cara á cara," )' (l/rente á/rente," y como revolu­ cionarios, sólo mataban á los enemigos en el combate, y se perseguían y se extennillabal1, los que formaban en las tro­ pas de unos y otros; pero janlás nunca asesinaron indefensos, ni pacíficos ciudadanos, ni los incendios de las casas y pro· piedades, fueron las represalias contra de los pueblos, ó COll~ tra de los individuos, ni por los mismos bandidos. Guillermo Prieto no había dicho aún sus inmortales pa­ labras: (·los valientes 110 asesinan," y aquellos hombres de gran corazón, aquellos valientes tenían asco á la cobardía y á la vileza; exceptuando aquellos pocos como Silvestre Ro­ jas, Juan Perna (a) lo El Chintete," y J nan Meneses, quienes tuvieron hechos de cobardes asesinos y fueron la vergiienza de los suyos. Era fama en aquella época, que no nacían hombres co­ bardes en Mapaxtlán, hoy "Villa Ayala;" pero como la natu­ raleza tiene sus caprichos, y de un sabio nace un tonto, y viceversa, y de un hombre honrado un ladrón es muy posi­ ble, que, después de cincuenta años, degeneren las razas por el medio 3mbiente, y la falta de ejenlplos dignos, que imitar. De todos modos, no puede ser buena la cnusa que se de· fiende, cuando para ganarse prosélitos se ofrecen cosas im· posibles, y se permite como recompensa ó estímulo; el sa­ queo, el incendio y el asesinato. U na causa defendid~ así, será digna de bandidos, porque sólo tendrá por correligio· narios á los criminales. Ahí está como ejemplo la causa del Anarquismo y del So­ cialísmo, con sus impracticables principios; ideas que solo acarician y defienden los locos .. ¡y los locos son cerebros degenerados! y los degenera~os son los criminale~! .... Por eso son sus armas las bombas de dinamita., con las que co­ meten los asesinatos más cobardes, y las destrucciones más infames. Los hombres honrados, loscereb:os bien puestos, luchan y perecen haoicamente defendiendo la justicia, el progreso, y el bienestar de los pueblos. Los hombres criminales, los cerebros degenerados, luchan desesperadamente en pro de sus anlbiciones personales; teniendo por ideal la rapiña del bo­ tín en cualquiera de sus formas. ¿A cuál de estas dos clases de luchadores perteneen los llamados zapatistas? Indudablemente que á la segunda cla A -97- se, pues los hechos que ejecutan, elocuentemente 10 com­ prueban. ¿Y quién sabe hasta donde se haya comprometido D. Emiliano Zapata con sus hordas, por 10 pródigo en sus ofrecimientos, hechos á tantos excarcelados. La vida costó á "Ché Gómezll de J uchitán no poder cum plir á los suyos, promesas que no estaban en su mano, y quien 8abe si el pobre de Emiliano Zapata tenga pronto el mismo fin~ por serIe imposible repa'rtir á sus·hombres los te­ trenos de propiedad agena en el Estado de Morelos. Mien­ tras tanto, allá va arrastrado por una avalancha de foragi,. dos que quieren la destrucción del mundo~ y que se entre­ tienen con el saql1eo, con el asesinato y el incendio, en es­ pera de la realización de aquello que les tiene ofrecido.

¿Y el Gobierno; qué .~ hace para exterminar ó contener la si­ tuación aflictiva de esos pueblos, que claman justicia y pi. den garantías? Ha hecho mucho; ha mandado miles y mi· les de hombres de todas las armas habidas, y por haber; pe­ ro sin ningún resultado práctico y estable en favor de esas desoladas comarcas~ que no pueden ver aún el de· seado momento de estar á salvo de las depredaciones. ¿Y qué diremos de los incendios de las Oficinas Públicas y destrucción de sus archivos~ cometidos primero por anal­ fabetas maderistas, ó más bien, por presidiarios maderistas, y después del triunfo, por criminales zapatistas?

En esos empolvados libros de las Oficinas Públicas~ en esos voluminosos e~pedientes, en esos legajos que llenan los .estantes como testigos sin tacha de las gestiones del derecho y del cumplimiento de las leyes, ¡cuántas honras se han in­ maculado ahí de los atentados de los perversos! ¡cuántas foro tunas; grandes ó pequeñas, viven aseguradas del pillaje, y cuántos niños tienen legalizado su derecho al pan del por- venir! ...... y también ...... ¡cuántas historias negras de . eso~ vampiros de la vida y de la propiedad,para ser siempre co~ nacidos de la sociedad honrada! ¿Y destruir esas constancias púb11cas, quemar esos expedientes donde el bienestar social, de acuerdo con la ley, tiene garantizados los derechos del individuo y de los pueblos, ¿nó son hechos, dignos solamen­ te de los salvajes más salvajes? Donde se han cometido esos actos tan punibles, han sido inmensos é irreparables los perjuicios causados á todo el mundo; creando grandes dificultades á la justicia y adminis tración públicas. Por honra del Gobierno del señor Madero, debía éste or­ denar se hiciesen averiguaciones para descubrir á esos in­ cendiarios de las Oficinas Públicas, y aplicarles el severo eastigo que merecierell ...

El ejército libertador, que siguió al señor Madero en sus luchas pur la democracia, y que en menos de cuatro meses de canlpañas (?) por toda la República, libertó al país de una dictadura de treinta años, no puede en seis meses libertar al pequeñísimo Estado de Morelos, de un puñado de rebeldes, horda de foragidos, asesinos é incendiarios, que tan inmensos perjuicios han causado á tantos pacíficos ciudadanos. N o debe prolongarse más una situación tan desastrosa para la industria, para el c0mercio, y para la tranquilidad general de dicho Estado. Si el Gobierno es impotente pa­ ra remediar tantos males y dar garantaís en esa Entidad, ármense todos los vecinos del Estado, con acuerdo del Go­ bierno; ayuden los hacendados con todos los elementos que puedan, y buscando jefes, como D. Rafael Sánchez, Anice­ to López, "Uhagollán" y el "Charro Arenas," (de aquellos 99 tiempos;) emprendan tenaz persecución contra los bandidos hasta exterminarlos, é imiten los pueblos en su defensa, al pueblo de Mapaxtlán, de 1860, grande y fuerte, defendiendo sus vidas é intereses de aquellos terribles y valientes ¡(Pla­ teados" encabezados por el noble bandido, Salomé P1a- cenCla .

~am'bsrto 19opoca !T ]YaZacios.

FIN.