Confesiones De Una Accionista (Casi) De Clóset
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Confesiones de una accionista (casi) de clóset Dulce María de Alvarado Chaparro Un happening es un conjunto de acontecimientos llevados a cabo o percibidos en más de un tiempo y espacio. Su ámbito material puede estar construido, tomado directamente de lo que está disponible, o levemente alterado; sus actividades pueden ser inventadas o lugares comunes. Un happening, a diferencia de una obra de escenario, puede ocurrir en un supermercado, conduciendo por una autopista, bajo una pila de trapos, en la cocina de un amigo, ya sea a la vez o en secuencia. Si es en secuencia, el tiempo puede extenderse hasta más de un año. El happening es llevado a cabo de acuerdo con un plan pero sin ensayo, público o repetición. Es arte pero parece más cercano a la vida. Allan Kaprow1 A MÍ, DULCE MARÍA, DULCE MARÍA, dulcemaría, moro, moronita, la Reina del Hap- pening, Dulce tardía, dulcerts, caramelito, según sea el caso, me gustó hacer acciones desde mi infancia, yo ni sabía lo que hacía... Eran acciones, pero no eran arte acción. 1 Allan Kaprow, Some recent happenings. Nueva York, A Great Bear Pamphlet, 1966. Cfr. http://performancelogia.blogspot.mx confesiones de una accionista (casi) de clóset 20 Durante las vacaciones iba a la casa de mis bisabuelos en el pueblo de Temascalcingo, en el Estado de México. Ahí jugaba con mis primos y sus amigos… En aquel momento yo era la única niña de la palomilla, por eso, cuando hicimos la parodia de los funerales de Kennedy, me tocó ser Jacque- line Kennedy. Recuerdo que desfilábamos en aquellos largos corredores de la casa. Yo tenía ocho años… Mi sombrero era una caja de zapatos, pero mi caja de zapatos jamás pasó a formar parte de la historia del arte… Esos jue- gos eran acciones, pero eran juegos infantiles; hicimos montajes, cosas de la plástica, piñatas, nacimientos, vestuarios, incluso teatro, escenografías y fiestas de disfraces. Dicen que en la primaria gané un concurso de pintura infantil de la Ford. Mi parte lúdica y mi timidez me llevaron pronto a experimentar con el maquillaje. A los once años comencé a practicar la transformación por ese medio. Con el tiempo fui agregando vestuarios, pelucas. Un día debuté como payaso en el metro, viajé a la Villa para participar en una procesión de pa- yasos… Después hice varios clowns. También fui geisha y anciana; un día me fabriqué un enorme vestuario para ser un árbol pero debajo era un hombre negro, con traje y toda la cosa, pero era un hombre mudo porque no me sale la voz masculina… Lo que yo hacía era una acción o un happening, aunque yo no lo sabía. Yo quería experimentar y aplicar mi creatividad, jugaba con vestuarios y personajes para fiestas en la década de los ochenta. Todo esto fue antes de enterarme que todo esto podía ser obra de arte, siempre y cuan- do yo la propusiera como tal. Hice personajes para prender el botón del hap- pening (de ocasión) desde los ochenta. Inventé transformaciones conmigo y con otras personas, para mí eso era y es muy divertido. Más adelante integré a mi obra plástica las caracte- rizaciones, el vestuario, las pelucas, los objetos y lo que había aprendido al experimentar con el maquillaje para la ópera, el teatro, el cine y los disfra- ces. En 1988 en la pieza Dualidad Diego-Frida me partí en dos: fui mitad Diego y mitad Frida, de cara y cuerpo, vestuario y peinado… me integré al mural transportable que pinté donde mostraba una composición de obras de cada uno en ambos lados de la pieza. Esta acción-mural-Diego-Frida tuvo su “estreno mundial” en el Museo Universitario de Ciencias y Artes, MUCA, que forma parte de la UNAM. Me dieron una mención honorífica y no supie- ron en qué cajón ponerlo porque era un concurso de disfraces en homenaje confesiones de una accionista (casi) de clóset al Hotentote y yo me disfracé de mural transportable… Después me invita- 21 ron a presentar esta pieza en el Museo Estudio Diego Rivera como parte de la exposición Pasión por Frida. Posteriormente presenté en el mismo museo el personaje solito junto con las acciones de Alfin, genial titiritero y artista, con quien participé por invitación suya en varias acciones con otras vesti- mentas y personajes. Precisamente en su casa de San Ángel conocí un día a Marcos Kurtycz. Aquel encuentro fue impactante para mí. Me regañó por hacerle a la Frida Kahlo. Me tocó integrarme a la comunidad artística a finales de los ochenta y principios de los noventa, un poco tarde; por eso me han llamado con mu- cho tino “Dulce tardía”. Hice muchas cosas antes de decidirme a estudiar artes plásticas. Fue en 1987 cuando cayó en mis manos el libro de Olivier Debroise, Diego de Montparnasse; quedé especialmente impactada por el pasaje que describe la escena de Diego Rivera una madrugada cargando sus pinturas en una carretilla para llevarlas al Salón Independiente en París. Eso me inspiró, porque era una amalgama de pintura, y la acción de llevarlas, como fuera, para exponerlas, podía verse como una especie de voluntad; de niños usábamos la carretilla para jugar y algo me hizo conexión, no sé exac- tamente qué. Tampoco supe cómo hacerlo pero me acerqué poco a poco, a tientas… Primero busqué a mi tío Pancho, el pintor Francisco Garduño Cane- do, que en ese entonces tenía 92 años, longevo artista que me permitió ir a dibujar a su estudio y pintar; lo visitaba cada semana, él iba diario a traba- jar. Así empecé hasta llegar a la Escuela Nacional de Artes Plásticas (ENAP). No tenía claro quiénes hacían acciones, poco a poco fui descubriendo a cada uno. Creo que el primero con quien tuve contacto fue Miguel Ángel Corona cuando él estaba en el Palacio de Bellas Artes y yo hacía el maquilla- je de los esclavos en la ópera Aída. Eso era en 1988. Ese mismo año conocí a Armando Sarignana en el Centro Cultural Santo Domingo. De ahí comencé a conocer más el medio y me encontré con Adolfo Patiño y con Gustavo Prado… que se presentaba como sí mismo y como Aurora Boreal, su alter ego. Fue hasta que entré a la carrera de Artes Visuales cuando supe que esto de las acciones era una forma de hacer arte, de expresar. Y que era igual de propositiva que las otras formas o soportes como la pintura, la escultura, el grabado y todas las demás que ya conocemos. Esto lo descubrí con mi maes- tro Melquiades Herrera. Tuve la fortuna de ser su alumna, aunque un poco confesiones de una accionista (casi) de clóset 22 piedra, pero algo se me pegó… Un día llegué a la clase sin la tarea, así que para que no me reprobara y a manera de disculpa me puse una corbata de cáscara de naranja y una nariz roja. En cuanto me vio entrar al salón, Mel- quiades soltó la carcajada. Luego me dijo: “ya te caché, eres excéntrica”, fue un honor. A partir de ahí comenzó a obsequiarme objetos de esos que sólo él encontraba, chácharas, como él las llamaba, que conservo como un tesoro. Poco a poco fui conociendo más acerca de esta expresión artística y me di cuenta de la importancia que ha tenido para muchos artistas y para la his- toria del arte en general. Para hacer arte he mezclado lo mismo el maquillaje y la pintura que otras cosas, como por ejemplo la gastronomía. En algún momento hice las Galletas moro, una pieza que llevo muchos años ofreciendo cada fin de año, un happening para degustar y que a todos gusta, que lo esperan, ahora tam- bién cobro por hacerlo... Otro que recuerdo fue en 1993, cuando llegué ele- gante y ridículamente vestida como una crítica de arte de los años cuarenta a la apertura de la galería Zona. Ahí me hizo segunda el maestro Jorge Alber- to Manrique, fabuloso. Algunos se me quedaban viendo y soltaban la carca- jada, otros sí me contestaban. Cuauhtémoc Medina no quiso participar en este happening, quizá porque no fui muy convincente, pero me divertí mucho. Esto me recordó una anécdota que no es precisamente un happening, pero la traigo a cuento porque me pareció sensacional. Juan Soriano me platicó que, cierto día, él y Lupe Marín bailaban en una cantina, y puntuali- zó: “Lupe, que era muy grandota, y yo bailábamos juntos; era una escena muy rara y había un tipo por ahí, llegó y se le quedó viendo y de plano le preguntó viéndola para arriba, ‘¿oiga, usted es hombre o mujer?’ Y Lupe vol- teó viéndolo para abajo y le contestó con las manos en la cintura: ‘mire, soy más hombre que usted y más mujer que su chingada madre’.” Fue un happe- ning por partida doble, la anécdota y la narración de la anécdota, yo me imaginé esa escena y al mismo tiempo me deleitaba con la expresión de Soriano que era extraordinaria. En 1992 la Academia de San Carlos revivió la tradición de su famoso Baile de Disfraces. Recuerdo que participé con un traje que nombré Reina Mariana-Velázquez-Gironella-moro. Al entrar a San Carlos alguien gritó “¡Gironella!” Mi traje llevaba los elementos clásicos de la obra de Gironella: chorizo, salami, jamón, corcholatas, era una glosa de la glosa de Gironella de confesiones de una accionista (casi) de clóset Velázquez. Por fortuna llegué sana y salva al baile porque en pleno Zócalo 23 varios perros querían comer mi vestido… Recibí el primer lugar de manos del rector José Sarukhán. He presentado esa indumentaria con variacio- nes, por ejemplo, la de Carnaval, invitada por Ricardo Salazar, para desfilar por las avenidas Juárez y Madero; en 2009, con todo y happening en la inauguración de la exposición Exquisite Doll Kit.