Fatih Mehmet II, El Campeón Del Islam
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Fatih Mehmet II, El campeón del Islam Guilhem de Encausse El siglo XV: ¿época de cambios? Hacia mediados del Siglo XV, los serbios ya habían probado la consistencia de la estrella creciente de los otomanos. La flor y nata de su nobleza habían sido aplastadas en la batalla de Cirnomen, a orillas del río Maritza, en 1371, y luego, en el Campo de los Mirlos (1389), una nueva derrota significó la tumba de la independencia serbia. Un poco más hacia el Este, los búlgaros habían rendido sucesivamente sus capitales de Vidín y Tirnovo a los sultanes, tras lo cual, se vieron obligados a integrar los cuadros del ejército osmanlí en su nueva condición de vasallos. Los húngaros, entretanto, no habían tenido mejor suerte, excepción hecha de su ubicación geográfica. El gran río Danubio aún era un escollo psicológico para los turcos, quienes, sin embargo, no habían tenido reparos en vapulear una coalición cristiana en Nicópolis (1396), y en humillar a uno de sus cabecillas, el monarca magiar Segismundo I (1387-1437). Heridos en su orgullo y con graves pérdidas, los húngaros fueron empujados hacia el Norte y solo algunas de sus fortalezas al otro lado del río resistieron a duras penas el embate de la marejada otomana. En 1444 sufrieron un nuevo desastre en Varna, donde perdieron la vida el rey Ladislao y un legado papal, llamado Cesarini. Tampoco la pasaban mejor los estados turcos de Anatolia y los cristianos del Sur de Grecia, lo mismo que el Imperio Bizantino. Como los otomanos, muchos de ellos se habían interesado por la pólvora y hasta el diminuto estado de Trebizonda, el Imperio hermano de Constantinopla, se había hecho de algunas pequeñas piezas de artillería para defender su precaria posición. Además del temor y la aversión hacia los descendientes de Osman, los Balcanes y el Asia Menor tenían en común una inusual dispersión de la autoridad, repartida en decenas de señoríos, principados, emiratos, reinos, imperios y despotados. Tal cual parecía, las tenían todas en contra. Por el lado de Occidente, también existía una noción cabal del peligro que personificaban los turcos otomanos, expandiéndose a expensas de sus vecinos, como una mano abriéndose desde la muñeca de Tracia y el Helesponto. Génova y Venecia, luego de probar fuerzas en diferentes puntos del Egeo, se habían dado cuenta que al final del túnel no había más que oscuridad. Pero de momento, se aferraban con uñas y dientes, a sus terruños orientales de Grecia y Crimea. Los Papas, por su parte, seguían soñando con la posibilidad de una nueva cruzada, a imagen y semejanza de la Primera, en su efectividad y alcance. No pasaba de ser un espejismo. La Cristiandad hacía tiempo que había perdido el entusiasmo por semejantes empresas y tan solo los pueblos directamente amenazados por el avance otomano, se acoplaban perfectamente a los sueños papales. Quizá de todas las naciones occidentales, quien más conocía al enemigo turco y musulmán era Francia. Sus hijos habían participado en la lucha contra el «Infiel» desde los tiempos de Pedro el Ermitaño, paseándose por Asia Menor, Armenia, Siria, Palestina, Egipto e inclusive Túnez y Arabia. Mas hasta los días de Nicópolis, los francos jamás parecieron aprender de sus errores. Los ideales de caballería y la sed de vanagloria traicionaron su última carga, y fueron el epitafio de las tumbas de muchos nobles que perdieron la vida en esa plaza fuerte de Bulgaria, en 1396. La misma Inglaterra estaba al tanto del asunto, gracias a una visita del emperador bizantino Manuel II Paleólogo (1391-1425) que, desesperado, había acudido a Londres a finales de 1400, para solicitar ayuda militar. Entonces, si casi todo el mundo conocido al Oeste de Georgia y Armenia tenía una mínima idea de la erupción que estaba a punto de ocurrir desde el volcán de Tracia, ¿porqué la caída de Constantinopla causó tanta conmoción, al punto de que hasta los libros de historia la tomaron como referencia para señalar el final del Medioevo? ¿Qué cambios tan profundos tuvieron lugar con la desaparición de lo que restaba del Imperio Romano de Oriente? A mi entender, la respuesta no hay que buscarla sino desde la óptica del Islam. Allí está la clave. Para comprenderlo, pensemos en lo que significó para la Cristiandad, la reconquista de Jerusalén en 1099. ¿Cuánto ardor y cuanta pasión encendió este hecho en las crédulas mentes de los habitantes de Occidente? Multipliquémoslo por la sed de venganza y el fanatismo que generaron las Cruzadas entre los musulmanes, y entenderemos la significación que tuvo la conquista de Constantinopla para el mundo islámico. Y no se trata solo de una cuestión de fervor religioso, sino también de una materia que los seguidores de Mahoma tenían pendiente desde días en que los árabes intentaran por primera vez conquistar la Segunda Roma, la ciudad de Constantino, allá por el año 673. Al cambiar de manos Constantinopla, el Islam experimentó una sensación similar a la que había sentido la Cristiandad tras la Primera Cruzada. Y el artífice de ello fue un joven sultán, quien, el 29 de mayo de 1453, el día que tomaba Constantinopla y ponía término al Imperio Bizantino, cumplía 21 años y 2 meses: Fatih Mehmet II, más conocido para Occidente como Mahomet II el Conquistador. El siglo XIV, es cierto, fue una época de calamidades indescriptibles (peste bubónica, inundaciones y lluvias incesantes, cisma de Aviñón, usura, sublevación burguesa y jacquerie proceso contra los templarios, guerras civiles, por citar algunas). Nacido del dolor, el siglo XV trajo vientos de cambio en todos los campos de la ciencia y de la política. Pero es innegable que la toma de Constantinopla fue el detonante de todas las transformaciones, Humanismo, Renacimiento y una nueva onda expansiva del Islam incluidos. Fatih Mehmet II: El perfil de un conquistador Consideraciones iniciales ¿Un Alejandro Magno con derrotero inverso? ¿O tal vez un nuevo Constantino, aprovechando una Bizancio huérfana de Imperio, para proclamarla su nueva capital? ¿Quién fue Fatih Mehmet II en realidad? Comparar personajes de páginas distantes de la Historia es como tratar de adivinar cuál estrella del cielo es mayor en tamaño, sin un apropiado telescopio. Vayamos entonces a los hechos. Pero hagámoslo con sumo cuidado: la Historia muchas veces es el trofeo de los vencedores. Fatih Mehmet II o Mahomet II, el Conquistador. Lo primero que nos viene a la mente al escuchar este nombre son, como máximo, dos líneas borrosas de un viejo manual de Historia o de la raída enciclopedia de nuestra biblioteca: «Mahomet II, sultán turco desde 1451 a 1481. Conquistó Constantinopla en 1453». ¿Y qué más? Tal vez tengamos un conocimiento más acabado de Lorenzo de Médici que del inefable verdugo del Imperio Romano de Oriente. En la piel del conquistador Mehmet II nació el 29 de marzo de 1432 en Adrinópolis, la actual Edirne turca, otrora capital del Imperio Otomano (1365-1453). Entonces, su padre, Murat II, regía los destinos del país paseando a los destacamentos otomanos casi a voluntad por las tierras que una vez habían sido provincias del Imperio Bizantino. Pero pese a su sangre real y a la reconfortante sombra que sobre él proyectaba un personaje de la talla de Murat II, Mehmet no las tenía todas consigo. Todo lo contrario. Su madre, Huma Hatun, había sido una «gediklis» (que en turco significa «en el ojo del sultán»), hasta que Murat II la llevó a su harén, convirtiéndola en una «ikbal». Luego, cuando en 1432 dio a luz a Mehmet, la muchacha se convirtió en una «kadin» o esposa (1). Pero desdichadamente no fue la primera en dar un hijo varón al sultán, porque en dicho caso habría sido una «bas-kadin», es decir, la madre del futuro sultán. ¿Qué significaba todo esto? Ni más ni menos que Mehmet, teniendo medios hermanos mayores, entraba en una lista de espera donde la prioridad de la herencia la tenían otros (2). Así, pues, en 1432 Mehmet vino al mundo como el tercer hijo varón de Murat, después de Ahmed, de trece años de edad, primogénito y heredero del trono, y Alaeddin o Ali. Su infancia no fue de las mejores, dado que su padre sentía cierta predilección por Ahmed y Ali, quizá por tratarse de niños de sangre noble cien por cien (la madre de Mehmet, en cambio, había sido esclava antes de convertirse en «ikbal») o porque estaban más cerca de sucederle al trono en la lista de los herederos. Lo cierto es que Mehmet creció bajo la aureola de sus dos hermanos mayores, padeciendo en carne propia las discriminaciones de sus linajudas madrastras y la indiferencia de su enérgico padre. No obstante, en 1439 las tornas empezaron a cambiar en el palacio otomano de Adrinópolis. Ahmed murió repentinamente cuando Mehmet apenas tenía 7 años de edad y solamente cinco años después, Ali fue encontrado estrangulado en su habitación. Murad II no tuvo más alternativa que volver su mirada y enfocarla sobre Mehmet. No tardó mucho en darse cuenta que su tercer hijo, el de segunda clase, era un muchacho tan inteligente como encantador. Sin perder tiempo, el sultán despachó a su hijo hacia Manisa (Magnesia), donde le aguardaban dos de los tutores más renombrados de su corte, Zaganos y Sihabeddin. En esa ciudad del Asia Menor, Mehmet recibió la educación que la tradición exigía para un sultán. Cuando en agosto de 1444 su padre le mandó a llamar para reemplazarle en el trono, su joven hijo hablaba fluidamente nada menos que cinco lenguas además del turco nativo: griego, persa, hebreo, árabe y latín. Esto, sin mencionar sus conocimientos sobre historia, filosofía, retórica, literatura y matemáticas. Tal cual parecía, el fruto había madurado y estaba listo para ser cosechado.