Nayra, La Esposa Del Sol
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CARLOS BONGCAM WYSS (Prohibida su reproducción o uso con fin de lucro sin la autorización expresa del autor) Nayra, la Esposa del Sol ISBN 91 970910 22 © Carlos Bongcam Wyss, 2001 Dedicatoria: a Gertie Rudloff De pronto, la habitual quietud de la casa del sacerdote fue rota por los agudos gritos de dolor de una mujer, ruidos de carreras y órdenes a media voz. Aquella conmoción se debía a que Pachi la esposa de Anca Capac, estaba a punto de dar a luz su primer hijo. Pachi era una princesa aymara que su padre, en señal de amistad había entregado al Inca Huayna Capac y éste la había desposado con su hijo Anca, Sacerdote del Culto del Sol. Mientras las mujeres con mayor experiencia atendían a la asustada parturienta, un sirviente salió de la casa y atravesando a todo correr la plaza principal del Cuzco, llegó al Templo de Sol donde se encontraba el padre de la criatura que estaba por llegar al mundo. El sacerdote llegó a su casa en los instantes en que nacía su hija, una lozana criatura que provocó admiración a causa de su belleza. Fascinados por sus grandes y hermosos ojos, sus felices padres la llamaron Nayra. CEME - Centro de Estudios Miguel Enríquez - Archivo Chile Posteriormente, cuando Nayra era una criatura aún amamantada por su madre, ocurrió un hecho que abismó a las personas que lo presenciaron:. En cierta ocasión, las sirvientas se descuidaron dejando sola a la niña. Esta despertó y comenzó a llorar de hambre. Una pareja de pajaritos que había anidado en uno de los árboles del jardín y que a la sazón estaba criando sus polluelos, al escuchar el llanto de Nayra le llevaron unas lombrices recién capturadas para sus retoños y se las pusieron en la boca. En aquel instante llegó Pachi y le quitó los gusanos a su hija la que, feliz, había dejado de llorar. De ahí en adelante, cada vez que Nayra lloraba por algún motivo, los pajaritos del jardín intentaban socorrerla y las criadas se veían en dificultades para mantenerlos fuera de la habitación. Al despuntar el día, las avecillas se ponían a cantar frente a la ventana de Nayra hasta que ésta se despertaba. Al anochecer, la niña se acostumbró a quedarse dormida arrullada por el canto de los pajarillos que se posaban en un árbol frente a la ventana de su dormitorio. Habíamos dado término a la cosecha del maíz y todos los habitantes del Cuzco estábamos preparando la Fiesta del Sol, la festividad más importante del año. Entusiasmados con el ambiente festivo y el tibio y puro aire que se respiraba en la plaza, a nadie sorprendió la belleza de aquella noche con las estrellas del firmamento brillando en la límpida bóveda del cielo, totalmente desprovista de nubes. Cuando la Luna asomó sobre las montañas de los Andes los presentes vimos que la ceñían tres enormes círculos. El primero era de color rojo como sangre. Este círculo estaba a su vez envuelto por otro mayor, negruzco. Completaba aquella visión un tercer círculo, al parecer de humo, en torno a los CEME - Centro de Estudios Miguel Enríquez - Archivo Chile dos anteriores. Llenos de pavor, nos quedamos mirando aquel aterrador fenómeno. Al ver el aspecto que presentaba la Luna, los asustados sacerdotes que estaban con nosotros en la plaza, entraron al Templo del Sol en demanda del Sumo Sacerdote para que éste viera el suceso e interpretara el agüero de la Luna. Dando muestras de gran agitación, un comportamiento muy poco común en su habitual solemnidad, el Sumo Sacerdote salió a la plaza y durante largos minutos estuvo contemplando en silencio aquel extraordinario prodigio celeste. Finalmente se llevó ambas manos a la cabeza, en señal de espanto, y entró de prisa al palacio del Inca Huayna Capac. Dicen que una vez en la sala donde lo recibió el Inca, el Sumo Sacerdote, con el semblante desfigurado por la tristeza, se postró ante el soberano y con palabras ahogadas por el llanto, le dijo: “Has de saber, mi Señor, que la Luna te avisa que Pachacámac amenaza a tu sangre real y a tu Imperio con grandes plagas que ha de enviar sobre los tuyos. Aquel primer cerco que ella tiene, del color de la sangre, significa que después que tú te hayas ido a descansar junto al Sol, tu Padre, habrá guerra cruel entre tus descendientes y mucho derramamiento de tu real sangre, de manera que en pocos años se acabará toda, por lo cual yo quisiera reventar llorando. El segundo cerco, que es negro, te avisa que las guerras y mortandad entre los tuyos causarán la destrucción de nuestra religión y de tu Imperio. El tercer cerco te muestra que todo lo que hoy poseéis se convertirá en humo.” Los augurios de su tío, el Sumo Sacerdote, conmovieron profundamente al Inca. Sin embargo permaneció inmutable, pues su dignidad imperial no le permitía mostrar sus sentimientos, ni mucho menos flaqueza, ante sus súbditos, aunque éstos fuesen sus parientes directos. Por eso, al postrado sacerdote, le dijo: “Tú debes haber soñado esas historias que dices son revelaciones de la Luna.” CEME - Centro de Estudios Miguel Enríquez - Archivo Chile Ante aquella respuesta del Inca, el Sumo Sacerdote insistió: “Para que me creáis, amado Señor, salid a ver con vuestros propios ojos las señales de la Luna. Y si lo queréis, mandad que vengan los adivinos e indagad de ellos qué dicen de estos agüeros.” Pero Huayna Capac se negó a salir al exterior de su palacio y tampoco mandó llamar a los adivinos. Ordenó en cambio que lo dejasen solo en su habitación porque sentía necesidad de meditar para tranquilizar su espíritu, que los terribles presagios del Sumo Sacerdote habían perturbado. El Inca estaba preocupado porque las palabras de su pariente le habían traído a la memoria la profecía de uno de sus antecesores, el Inca Viracocha, vaticinando que luego de haber reinado once Incas de su dinastía, al Perú llegarían gentes extrañas, nunca antes vistas, las que destruirían su Imperio, les quitarían las tierras y exterminarían su religión. Su inquietud partía del hecho cierto de que él era, precisamente, el undécimo Inca que gobernaba en el Perú. Antes de cumplir un año de edad, Nayra gateaba por el piso de la casa y aprovechaba aquellos desplazamientos para explorar todos los rincones de las habitaciones. Si encontraba algo interesante se sentaba a jugar con sus hallazgos. Las sirvientes que la cuidaban pronto se acostumbraron a esos momentos de esparcimiento en silencio y la dejaban tranquila. En cierta ocasión la niña llegó a un rincón donde había un hueco en la base de la muralla. El orificio era pequeño y si se le miraba desde la perspectiva de un adulto, pasaba casi desapercibido. Por ese motivo los mayores no habían reparado en él. Una vez descubierta aquella perforación, Nayra se dedicó a examinarla. Cuidadosamente introdujo sus dedos en el hoyito y al retirar su mano vió que por el hueco se asomaba la cabecita de un ratoncito. Al verlo, Nayra rió divertida. Entonces la CEME - Centro de Estudios Miguel Enríquez - Archivo Chile laucha, que era un macho, desapareció en su cueva. A la niña le pareció que el animalito estaba jugando con ella y volvió a reir. El ratón se volvió a asomar sin demostrar temor mientras Nayra reía hasta que entendió que el ratoncito, mentalmente, le decía: “Sé que no me harás daño” “Eres simpático, le respondió también sin palabras la niña, yo me llamo Nayra y tú, ¿cómo te llamas?” “No tengo nombre, le respondió el ratoncito, ¿debo tener uno?” “Por cierto. Te pondré uno. ¿Está bien que te llame Chirri?” “¿Para qué necesito ese nombre?” “Para que sepas cuándo te estoy llamando.” “¿Y mi compañera?” “¿Tienes una compañera?” “Sí, ella es bonita y buena, pero muy tímida.” “Si es tímida, le llamaré Huala.” “¿Por qué Huala?” “Bueno, porque se me acaba de ocurrir.” Entonces Chirri entró al hoyito de la pared y salió empujando una linda lauchita. “Esta es Huala, mi compañera”, dijo y se puso a reir como ríen los ratoncitos cuando se sienten seguros y están contentos. Con sus victorias militares sobre las tribus de los Chachapoyas, los Cañaris y los Caras, el Inca Huayna Capac extendió las fronteras septentrionales del Imperio hasta el río Ancasmayo. Después de la última gran victoria le llevaron la noticia de que por las costas del Perú navegaba un barco en el cual viajaban unos hombres barbudos, de una raza nunca antes vista. Entonces Huayna Capac, recordando la profecía del Inca Viracocha y los presagios de la Luna, determinó cesar las conquistas y quedarse a la espera de los acontecimientos que estaban por venir. Al poco tiempo, víctima de una extraña epidemia, repentinamente falleció Huayna Capac, sin haber nombrado a su heredero. Era la costumbre que cada Inca, antes de morir, designara a su sucesor de entre uno de sus hijos, generalmente el primogénito de los habidos en su hermana. Con la inesperada muerte de Huayna Capac se puso CEME - Centro de Estudios Miguel Enríquez - Archivo Chile de manifiesto un conflicto que se incubaba desde la creación, cien años atrás, del Ejército Imperial, el que había acrecentado su poder con las guerras de conquista. La extensión territorial del Imperio fue iniciada por Pachacuti Inca Yupanqui, continuada por Topa Inca Yupanqui, su hijo, y proseguida exitosamente por su nieto, el Inca Huayna Capac. Una consecuencia de estas guerras y del consiguiente aumento del poderío del ejército, fue el nacimiento de una casta de generales que, afianzándose en sus éxitos militares, comenzó a aspirar al poder, hasta entonces ejercido únicamente por la nobleza incaica.