L a S a V E N T U R a S D E T E L É M a C O Hijo De Ulises F E N E L
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LAS AVENTURAS DE TELÉMACO HIJO DE ULISES FENELÓN TOMO I Livros Grátis http://www.livrosgratis.com.br Milhares de livros grátis para download. LAS AVENTURAS DE TELÉMACO LIBRO PRIMERO SUMARIO TELÉMACO, después de un naufragio, arriba con Mi- nerva, que le conducía disfrazada bajo la figura de Mentor, a la isla de Calipso, quien todavía estaba sintiendo la partida Ulises. Acógele la diosa benignamente, se apasiona de él, le ofrece la inmortalidad, y le pide que la cuente sus aventuras. Hácelo Telémaco refiriéndola su viaje a Pilos y a Lacedemo- nia, su naufragio en la costa de Sicilia, el riesgo en que estuvo de ser sacrificado a los manes de Anquises, el socorro que en una incursión de bárbaros dieron Mentor y él a Acestes, y la generosidad con que este rey reconoció tan importante servicio, dándoles un navío tirio para que se volviesen a su patria. INCONSOLABLE estaba Calipso desde que la dejó Ulises: tal era su desconsuelo, que se tenía por 3 FENELÓN desgraciada en ser inmortal. Ya no resonaba en su gruta el dulce eco de su voz, ni aun se atrevían a ha- blarla las ninfas que la servían. Acostumbraba pa- searse sola por el florido prado, cuyas inmarchitables verduras perpetuaban en la isla la más agradable primavera; pero, lejos de hallar en la hermosa variedad de aquellos sitios el alivio que a su dolor buscaba, sólo veía un triste y continuo re- cuerdo de aquel Ulises que tantas veces la había acompañado en ellos. Solía quedarse inmóvil en la playa del mar, regándola con sus lágrimas, y fija siempre la vista en el camino por donde el navío de Ulises, surcando las ondas, había desaparecido a sus ojos. Así se hallaba, cuando de repente alcanzó a ver los restos de una nave que acababa de naufragar: por una parte se veían hechos pedazos bancos de remeros; por otra se descubrían remos esparcidos por la arena, y un mástil, un timón y jarcias que fluctuaban a la orilla. Poco después divisó a lo lejos dos hombres, de los cuales el uno le pareció ancia- no, y el otro, si bien joven muy semejante a Ulises en la afabilidad de su semblante, en la bizarría de su aire, en la estatura, y hasta en la gravedad de sus pa- sos. Al instante conoció Calipso que este era Telé- 4 LAS AVENTURAS DE TELÉMACO maco, hijo de aquel héroe; pero no pudo descubrir quien fuese el anciano venerable que le acom- pañaba, porque, aunque la sabiduría de los dioses es infinitamente mayor que la de los hombres todos, sin embargo a las deidades inferiores no les es dado penetrar los arcanos de los dioses supremos, y Mi- nerva, que bajo la figura de Mentor acompañaba a Telémaco, no quería que Calipso la conociese. No obstante, se complacía esta diosa de un nau- fragio que la proporcionaba tener en su isla al hijo de Ulises, tan parecido a su padre y dirigiéndose ha- cia él, le dijo como si no le conociese: ¿Cómo así te atreves, joven temerario, a entrar en mi isla? Sábete, o extranjero, que nadie entra impunemente en ella. Así procuraba Calipso, bajo estas palabras de ame- naza, ocultar la alegría de que rebosaba su corazón, y que a pesar suyo se descubría en su semblante. Telémaco la respondió: Quien quiera que vos seáis, mortal o diosa, aunque al veros es preciso te- neros por divina, podréis ser insensible a la desgra- cia de un hijo que entregado a la discreción de los vientos y de las olas, por hallar a su padre, ha visto estrellarse su navío contra las rocas de vuestra isla? ¿Quién es, pues, tu padre? le preguntó la diosa. Uli- ses, respondió Telémaco: uno de los reyes que des- 5 FENELÓN pués de un sitio de diez años asolaron la famosa Troya. Por su valor en la guerra y aun más por la prudencia de sus consejos, se ha hecho su nombre célebre, en toda la Grecia y en el Asia toda. Mas ahora errante por los anchurosos mares, anda reco- rriendo los más terribles escollos por volver a su patria, que parece huye de su vista; de modo que su esposa Penélope y yo hemos perdido ya la esperan- za de volver a verle. Expuesto a los mismos peligros que él, ando yo por saber de su paradero. ¡Mas ay de mí acaso se hallara a estas horas sepultado en los profundos abismos del mar! Compadeceos, o diosa, de nuestras desgracias; y si sabéis lo que han decre- tado los hados en favor o en contra de Ulises, dig- naos de comunicárselo a su hijo Telémaco. Tan sorprendida y enamorada quedó Calipso de la discreción y cordura del mancebo, que ni sabía qué responderle, no se hartaba de mirarle. Por fin, rompiendo el silencio, le dijo: Yo te instruiré de cuanto a tu padre le ha acontecido; pero es muy lar- ga la historia, y ahora mas es tiempo de que te repa- res de tus trabajos. Ven a mi morada, y en ella te recibiré como a hijo: ven, tú serás mi consuelo en esta soledad, y yo te haré feliz, si sabes apreciar la dicha que te preparo. 6 LAS AVENTURAS DE TELÉMACO Seguía Telémaco a la diosa, cuya hermosa cabeza sobresalía entre la multitud de jóvenes ninfas que la acompañaban, así como en las selvas descuella la frondosa copa de una alta encina sobre los arbustos, que la rodean. Admirábale a Telémaco su singular hermosura, la rica púrpura de su undoso manto, el rubio cabello prendido con gracioso descuido, el fuego que despedían sus ojos, y la amabilidad con que templaba tanta viveza. Mentor le seguía con los ojos bajos, y guardando un modesto silencio. Llegaron a la entrada de la gruta de Calipso, donde Telémaco quedó sorprendido al ver bajo la apariencia de una rústica simplicidad todo lo que puede servir de encanto a los ojos, allí no había oro ni plata, mármoles ni columnas, cuadros ni estatuas: en la roca misma estaba labrada la gruta, y sus bó- vedas guarnecidas de conchas y rocalla, y entapiza- das de una vid tierna, cuyos flexibles vástagos se extendían con igualdad por todas partes. Los dulces céfiros, más poderosos que los ardientes rayos del sol, conservaban en ella una rara frescura: aquí va- riedad de fuentes llevaban sus aguas con sonoro murmullo por aquellos prados cubiertos de ama- rantos y violetas, haciendo de trecho en trecho va- rios remansos tan puros y claros como un cristal: 7 FENELÓN allí florecillas desenrollando sus hojas matizaban la verde alfombra de que estaba rodeada la gruta: allá se detenía la vista en un espeso bosque de aquellos frondosos árboles que dan por fruto dorados po- mos, y cuya flor, que se renueva en todas las esta- ciones, arroja la más suave fragancia. Este bosque, en cuya espesura se escondía una perenne noche, impenetrable aun a los rayos del sol, coronaba aquellos hermosos prados. Jamás se oía en él mas que el canto de los pájaros, o el ruido de un arroyo, que, precipitándose de lo alto de una roca en espu- mosos borbotones, se huía después al través de la pradera. Estaba la gruta en la falda de una colina, desde donde se descubría la mar, unos días clara, y tersa como un espejo, y otros que locamente irritada con las rocas se estrellaba en ellas con horrísonos gemi- dos, levantando olas como montañas. Al otro lado se veía un río que formaba varias islas coronadas de floridos tilos, y de altos álamos que escondían en las nubes sus soberbias copas. Los diversos canales que estas islas formaban, andaban como retozando por la campiña: unos rodaban con rapidez sus cristali- nas aguas, otros las adormían en su lecho, y otros después de largos rodeos retrocedían en su curso 8 LAS AVENTURAS DE TELÉMACO como para volverse a su origen, y como no acertan- do a dejar el encanto de aquellas riberas. Veíanse a lo lejos varias colinas y montañas, cuyas cimas se ocultaban en las nubes, y cuya extraña vista formaba el horizonte más a propósito para recreo de la vista. Los montes inmediatos estaban cubiertos de pám- panos verdes, cuyas hojas no bastaban a cubrir el sazonado fruto que agobiaba las vides con su peso: la higuera, la oliva, el granado, y todos los demás árboles amenizaban la campiña, y hacían de ella un espacioso jardín. Luego que Calipso hubo enseñado a Telémaco todos estos prodigios de la naturaleza, le dijo: Ven, Telémaco, ven a descansar, que tu ropa esta mojada, y es ya tiempo de que te pongas otra: después nos volveremos a ver, y te contaré cosas que enternez- can tu corazón. Al mismo tiempo que así le hablaba, iba conduciendo sus huéspedes a lo más recóndito de una gruta contigua a la suya, en la cual habían cuidado las ninfas de encender una gran lumbre de leña de cedro, cuyo suave olor se esparcía por todas partes; y no se olvidaron de dejar vestidos para los nuevos huéspedes. Viendo, pues, Telémaco que se le había destina- do una túnica de lana fina, cuya blancura excedía a 9 FENELÓN la de la nieve misma, y un rico manto de púrpura bordado; al contemplar tanta magnificencia, sintió todo el placer que es natural a un joven. Pero Mentor, a quien no se escondía lo que en su corazón pasaba, le dijo en tono grave: ¿Son esos pensamientos, o Telémaco, dignos del hijo de Uli- ses? Mejor te fuera pensar en hacerte digno de la reputación de tu padre, y resistir a la fortuna que te persigue.