LITERATURA JUDÍA LATINOAMERICANA CONTEMPORÁNEA: UNA ANTOLOGÍA

LITERATURA JUDAICA LATINO-AMERICANA CONTEMPORÂNEA: UMA ANTOLOGIA

CONTEMPORARY JEWISH LATIN AMERICAN

L ITERATURE: AN ANTHOLOGY

Moico Yaker Having Trouble to Pray Moico Yaker Having Trouble to Pray LITERATURA JUDÍA LATINOAMERICANA

CONTEMPORÁNEA: UNA ANTOLOGÍA LITERATURA JUDAICA LATINO-AMERICANA CONTEMPORÂNEA: UMA ANTOLOGIA

CONTEMPORARY JEWISH LATIN AMERICAN

LITERATURE: AN ANTHOLOGY

Moico Yaker Having Trouble to Pray

ÍNDICE DE MATERIAS / TABLE OF CONTENTS / ÍNDICE DAS MATÉRIAS

PREFACIO/ PREFÁCIO/ PREFACE 5

AGRADECIMIENTO / GRATIDÃO / GRATITUDE 7 Stephen A. Sadow

INTRODUCCIÓN / INTRODUCTION / INTRODUÇÃO 9 Stephen A. Sadow

POESÍA / POETRY / POESIA 21 Andrés Berger-Kiss, Julia Galemire, Dina Dolinsky, Raúl Hecht, Saúl Yurkievich, Rosita Kalina, Marcos Silber, Sara Riwka B'raz Erlich, Luisa Futoransky, Ernesto Kahan, Sofía Kaplinsky de Guterman, José Kozer, Corina Rosenfeld, Carlos Levy, José Pivín, Gloria Gervitz, Evelyn Kliman, Alicia Borinsky, Tamara Kamenszain, Becky Rubenstein, Juana García Abás, Susana Grimberg, Tamara Bruder Melnick, Perla Sneh, Carlota Caulfield, Marjorie Agosín, Ruth Behar, Daniel Chirom, Sandra Baraha, Sonia Chocrón, Jenny Asse Chayo, Jacqueline Goldberg, José Luis Fariñas, Mariana Felcman

FICCIÓN / FICTION / OBRAS DE FICÇÃO 133 Adina Darvasi, Isaac Chocrón, Margo Glantz, Samuel Rovinski, José B. Adolph, Alicia Steimberg, Sara Karlik, Angelina Muñiz-Huberman, Elías Scherbacovsky, Marcos Aguinis, Enrique Amster, Miryam E. Gover De Nasatsky, Moacyr Scliar, José Luis Najenson, Mario Goloboff, Ricardo Feierstein, Silvia Plager, Luis León, Nora Glickman, Isaac Goldemberg, Isaías Leo Kremer, Teresa Porzekanski, Alberto Buzali Daniel, Ana María Shua, Noemí Cohen, Alicia Kozameh, Sandro Cohen, José Gordon, Regina Kalach Atri, Memo Ánjel, Susana Gertopan, Jacobo Sefamí, Bernardo Ajzenberg, Paula Margules, Luis Krausz, Ivonne Saed, Ilan Stavans, Paula Varsavsky, Roney Cytrynowicz, Marcelo Birmajer, Sergio Waisman

LISTA DE AUTORES / LIST OF AUTHORS / LISTA DE AUTORES 334

PERMISOS / PERMISSIONS / PERMISSÃOS 337

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PREFACIO/ PREFÁCIO/ PREFACE

LITERATURA JUDÍA LATINOAMERICANA CONTEMPORÁNEA: UNA ANTOLOGÍA es un compendio de poesía y prosa escritas por judíos latinoamericanos. Viendo de comunidades judías dispersas por la inmensidad de las Américas al sur de los Estados Unidos, estos escritores proveen una riqueza de descripciones y modos de entenderá esta frecuentemente ignorada población de unas 450.000 almas. También hay obras de escritores, quienes por razones políticas, económicas o sionistas viven fuera de los países natales. Sin embargo, a pesar de las distancias geográficas entre estos escritores y las distintas culturas que los rodean, todos crean poemas y narrativas que son profundamente judías-- la liturgia, la vida familiar, el misticismo, el exégesis bíblico, el Talmud, los horrores de la Shoa—y que al mismo tiempo son profundamente latinoamericanas—las experiencias de los inmigrantes, la identidad nacional, el fútbol, los temas históricos y políticos, la belleza del campo y la intensidad de la vida de la ciudad. La gran mayoría de la escritura en esta antología apareció originalmente en la Revista Hostosiana/Hostos Review, una publicación de la Universidad de la Ciudad de Nueva York. El cuarto número de la revista (2006) se dedicó a la literatura y cultura judía latinoamericana. El profesor Isaac Goldemberg es el redactor y editor general de la Revista Hostosiana/Hostos Review. Stephen A. Sadow fue el editor huésped de ese número. Para Literatura Judía Latinoamericana Contemporánea, Sadow ha actualizado el contenido, agregando a escritores nuevos.

La mayoría de las obras incluidas en esta antología están escritas en castellano, algunos en portugués y unas pocas en inglés.

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LITERATURA JUDAICA LATINO-AMERICANA CONTEMPORÂ- NEA: UMA ANTOLOGIA é um compêndio de poesia e prosa escrito por latino-americanos judaicos. Vindo da maioria das comunidades judaicas dispersas entre a vastidão do sul dos Estados Unidos, estes escritores fornecem uma riqueza de intuições e formas de compreensão desta população frequentemente ignorada de cerca de 450.000 almas. Também estão incluídas obras de escritores, quem, por motivos políticos, financeiros ou sionistas agora moram fora dos países natais. Entretanto, apesar das distâncias geográficas entre esses escritores e as culturas distintas que os cercam, todos eles criam poesia e narrativa que são profundamente judaicas – a oração, a vida doméstica, o misticismo, a exegese bíblica, Talmud, os horrores do Holocausto – e ao mesmo tempo, é profundamente latino- americano – a experiência do imigrante, a questão da identidade, jogos do futebol, a história e a política, a beleza natural do campo e a intensidade da vida da cidade. A maior parte da escrita incluída nesta antologia foi publicada originalmente na Revista Hostosiana/Revisão Hostos, um jornal da Universidade da Cidade de Nova Iorque. Edição #4 dedicou-se à literatura latino-

5 americana judaica e a cultura. O Professor Isaac Goldemberg é o editor- chefe da Revista Hostosiana/Revisão Hostos. Stephen A. Sadow serviu como editor convidado desta edição. Para Literatura Judáica Latino-Americana Contemporânea, Sadow desde então tem cuidadosamente reeditado o material original e tem incluído mais escritores.

A maioria das obras incluídas nesta antologia estão escritas em espanhol, algumas estão em português e umas em inglês.

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CONTEMPORARY JEWISH LATIN AMERICAN LITERATURE: AN ANTHOLOGY is a compendium of poetry and prose written by Jewish Latin Americans. Hailing from most of the Jewish communities dispersed across the vastness of the Americas south of the United States, these writers provide a wealth of intuitions and ways of understanding of this often ignored population of about 450,000 souls. Also included are works by writers, who for political, financial, or Zionist reasons now live outside of the countries in which they were born. However, despite the geographical distances between these writers and the distinct cultures that surround them, all of them create poetry and narrative that are profoundly Jewish—prayer, home life, mysticism, Biblical exegesis, Talmud, the horrors of the Holocaust—and at the same time profoundly Latin American—the immigrant experience, the question of identity, soccer games, and history and politics, the natural beauty of the countryside and the intensity of city life. Most of the writing included in this anthology was originally published in the Revista Hostosiana/Hostos Review, a journal of the City University of New York. Issue #4 was dedicated to Jewish Latin American Literature and Culture. Professor Isaac Goldemberg is the editor-in-chief of the Revista Hostosiana/Hostos Review. Stephen A. Sadow served as the guest editor of this edition. For Contemporary Jewish Latin American Literature, Sadow has since has thoroughly re-edited the original material and included more writers.

The majority of the works included in this anthology are written inn Spanish; some are in Portuguese and a few in English.

6 AGRADECIMIENTO / GRATIDÃO / GRATITUDE

De todo mi corazón, le agradezco a Isaac Goldemberg; su amplia sabiduría, su gran conocimiento de la literatura judío-latinoamericana y sus buenos consejos posibilitaron esta antología.

De todo mi corazón, le agradezco a Hillary Corbett; su buen juicio, su ilimitada paciencia y sus increíbles habilidades computacionales posibilitaron esta antología.

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Com todo o meu coração, agradeço ao Isaac Goldemberg; sua ampla sabedoria, seu grande conhecimento da literatura judaica latino-americana e seu bom conselho fez esta antologia possível.

Com todo o meu coração, agradeço à Hillary Corbett, seu bom juízo, sua paciência sem limites e suas habilidades computacionais incríveis fizeram esta antologia possível.

* * *

With all my heart, I thank Isaac Goldemberg; his broad wisdom, his great knowledge of Latin American Jewish literature and his good advice made this anthology possible.

With all my heart, I thank Hillary Corbett; her good judgment, her boundless patience and her incredible computing skills made this anthology possible.

—Stephen A. Sadow Enero/Janiero/January 2013

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INTRODUCCIÓN

Esta antología está llena de milagros. Hay alegría y tristeza, realismo y fantasía, emoción y reflexión. Las obras aparecen aquí tal y como fueron escritas, en castellano, inglés y portugués. Esta antología proporciona una vía para conocer una literatura madura y coherente, profunda y única, escrita por judíos de América Latina. Esta colección de literatura es una muestra de la vasta creatividad judía dispersa por el inmenso te­rritorio de Latinoamérica y, además, por los Estados Unidos, Israel, Francia y España. Incluye nuevas versiones de historias bíblicas, poe­mas de amor y de odio, lamentaciones sobre el Holocausto, y versos dedicados a Buenos Aires, La Habana y Jerusalén. Aparecen rabinos y nazis, gauchos judíos y judíos urbanos, judíos observantes y judíos laicos, judíos asquenazíes cuyos antepasados inmigraron de Rusia y el este de Europa y sefardíes cuyos ancestros inmigraron de Turquía, Grecia, Siria y el norte de África. Todas las selecciones fueron escritas después de 1980 y la gran mayoría después de 1990. En conjunto, forman un panorama amplio de la literatura judía latinoamericana contemporánea. La cultura judía latinoamericana es, como diría Ricardo Feierstein, una cultura mestiza, influida por el ambiente hispano o brasileño y, al mismo tiempo, fuertemente inspirada por la mentalidad y las tradiciones judaicas. Por razones políticas o personales, varios de estos escritores han abandonado sus países de nacimiento para vivir en el extranjero, formando así otra diáspora. La literatura judía latinoamericana es una literatura de minorías, pero no es una literatura menor. Tiene una historia de cien años de expresión literaria y artística. Tiene sus fundadores—Alberto Gerchunoff, Enrique Espinosa, Carlos Grünberg; sus escritores clásicos—Bernardo Verbitsky, Alberto Dines, César Tiempo, Elisa Lerner; su época contemporánea—es decir, los autores que aparecen en esta antología. A muchos escritores se les ha otorgado becas de importancia internacional—Guggenheim, MacArthur y Fulbright. Otros han ganado premios de renombre en Latinoamérica— Norma, Planeta, Sor Juana Inés de la Cruz, Fernando Jeno, Javier Villarrutia y muchos más. Han publicado centenares de novelas, libros de cuentos, poemarios, dramas, guiones, memorias, y comentarios literarios, culturales, periodísticos y sociales. Escritores establecidos como Marcos Aguinis, Moacyr Scliar, Marjorie Agosín y Ilan Stavans venden millares de ejemplares de sus libros, mien­tras que los escritores que comienzan reciben subsidios para publicar o se autoeditan en pequeños tirajes. Hay casas editoriales importantes que publican libros de temática judaica —Sudamericana, Planeta, Alfaguara Plaza y Janés—, y otras más pequeñas —como AcervoCultural en Buenos Aires—que se especializan en lo judaico y que

9 participan activamente en ferias del libro judías, tanto locales como nacionales. En los Estados Unidos la Editorial de la Universidad de Nuevo México publicó una serie de veintidós volúmenes de literatura y cultura judía latinoamericanas, la mayoría de ellos traducidos al inglés. Reseñas de libros recién publicados aparecen regularmente en la prensa judía y nacional. Desde México hasta Uruguay, y especialmente en Argentina, escritores, cineastas y artistas judíos examinan y, a menudo, influyen en la vida cultural de sus países. Y en los Estados Unidos, Brasil y Italia, estudiantes de postgrado escriben tesis doctorales sobre temas judío latinoamericanos; cada año, más universidades norteamericanas y brasileñas ofrecen cursos sobre esta cultura. Existen numerosas traducciones de libros judío latino- americanos al inglés, alemán, italiano y otras lenguas.

* * *

Esta antología contiene tres secciones. Comienza con esta introducción para orientar al lector. La primera parte de la colección reúne poesía de unos treinta poetas, algunos de los cuales exploran el interior del alma o meditan sobre los símbolos y prácticas del judaísmo, otros que protestan contra los crímenes antisemitas y los horrores del Holocausto y otros más que le cantan a las ciudades y campos de Latinoamérica. Estos poetas emplean una constelación de estilos poéticos, inspirados por los grandes poetas latinoamericanos—Rubén Darío, César Vallejo, Pablo Neruda y Alejandra Pizarnik—, mientras que otros tratan la realidad incoherente de principios del siglo veintiuno. Luego se encuentra la sección de ficción, la más extensa y la más diversa de la antología. Aquí hay cuentos y minicuentos, fragmentos de novelas y trabajos experimentales sin clasificación. Hay varias historias de familias que se encuentran arrastradas por el fluir de la historia. La fe y la razón, la pérdida de la esperanza y el optimismo parecen competir en estas páginas. Juntas, estas ficciones al mismo tiempo borgianas y sholomoleijemianas, ofrecen una vista amplia y profunda de la prosa judía latinoamericana del último cuarto de siglo.

* * * En esta literatura los temas que predominan son la identidad y la memoria, las familias judías, la religión judía — sus costumbres y particularidades— , la historia judía — en particular, la época de la Biblia, la Inquisición, la inmigración a América Latina y las dictaduras latinoamericanas, especialmente el Proceso, (“La Guerra Sucia”) en Argentina—; el Holocausto y el Estado de Israel. Al ser esta literatura no solamente judía, sino profundamente latinoamericana también, la historia, la geografia y la vida cotidiana en Buenos Aires, México, D.F. y San José sirven como fuentes de inspiración frecuentes. Además, algunos escritores, especialmente los poetas, se concentran en la vida íntima.

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Ninguna antología puede ser completa. Para compilar ésta, me vi en la necesidad de buscar escritores por América del Sur, América del Norte, Europa y Israel. Lamentablemente, no pude conseguir las direcciones electrónicas o postales de algunos autores. A veces mi convocatoria no recibió respuesta. Seguramente algunos nombres se me pasaron por alto. Pero de todos los escritores y críticos con quienes pude comunicarme, casi todos me respondieron positivamente y con entusiasmo. Así, poco a poco, la antología se fue convirtiendo en un proyecto compartido, incluso colectivo, por todos los participantes. Mil gracias a los que me brindaron su ayuda: Isaac Goldemberg, Alberto Buzali Daniel, Julia Galimare, Alberto Molina, Teresa Méndez-Faith, Dennis Cokely, Pamela Rutecki, Louise Meyerson, Diana Oves, Jorge Nowalski, Regina Igel, Perla Bajder, Nancy Rozenchan, Sandra Baraha y Dan y Anna Davis.

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Stephen A. Sadow es profesor de la literatura latinoamericana en Northeastern University, Boston. Se especializa en la literatura y el arte judío- latinoamericanos. Entre sus libros son King David’s Harp: Autobiographical Essays by Jewish Latin American Writers (El arpa del rey David: Ensayos autobiográficos por escritores judío-latinoamericanos) que ganó el Premio Nacional del Libro Judío, y sus traducciones de Mestizo, una novela del escritor argentino Ricardo Feierstein y Unbroken: de Auschwitz a Buenos Aires (Sin quiebra: De Auschwitz a Buenos Aires), la autobiografía de Charles Papiernik, sobreviviente del Holocausto. Sadow ha editado publicaciones online y acceso abierto, que incluyen su enorme sitio web del arte judío- latinoamericano, con Miryam Gover de Nasatsky; una colección de poesía judío-latinoamericana, con traducciones al inglés, con la colaboración del poeta J. Kates; y “Identidad y Diversidad”, libros de artista que contienen poemas judío-latinoamericanos y obras de arte inspirados por esos poemas, con Perla Bajder y Irene Jaievsky.

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INTRODUÇÃO

A presente Antologia está repleta de milagres. Aqui se encontram alegria e tristeza, realismo e fantasia, emoções e reflexões. Os trabalhos recolhidos são apresentados exatamente como estão nos originais em espanhol, inglês e português. A literatura representada neste volume é madura, profunda e inédita. É uma amostra da enorme criatividade que possuem os judeus dispersos pela imensidão da América Latina e também nos Estados Unidos, Israel, França e Espanha. Apesar de que muitos entre eles tenham vivido em condições adversas, tais como governos demagógicos populistas, ditaduras, anti-semitismo, crises políticas e econômicas endêmicas, esses escritores e artistas não pararam de produzir uma literatura e uma arte extraordinárias. Como Ricardo Feierstein diria, a cultura desses escritores é mestiça, influenciada pelas atmosferas hispânica e brasileira circundantes, mas eles também conservaram, ao mesmo tempo, fortes ligações com a tradição e o pensamento judaicos. Alguns deles, por razões políticas ou pessoais, deixaram seu país de origem para viver em outro, formando então uma nova Diáspora. Aqui estão incluídos novas versões de histórias bíblicas e do Talmude, poemas de amor e de ódio, lamentações pelas perdas sofridas no Holocausto, e versos dedicados a Buenos Aires, Havana e Jerusalém. Os personagens incluem rabinos e nazistas, judeus gaúchos e vaqueiros urbanos, judeus que conservam a religião e os não crentes, judeus asquenasitas e sefaraditas. Todos os escritos foram compostos a partir de 1980 e a maior parte deles, desde 1990. A coletânea permite uma visão panoramica da literatura e da cultura judaica latino-americana contemporânea. A literatura latino-americana judaica é uma literatura de minoria, mas não é una literatura minoritária. Ela já tem 100 anos de história. E tem também seus fundadores –Alberto Gerchunoff, Enrique Espinoza, Lázaro Liacho –; seusescritoresclássicos –Bernardo Verbistky, Alberto Dines, César Tiempo, Elisa Lerner –; e seu período moderno, como os escritores representados na presente Antologia. Muitos entre os escritores são reconhecidos em âmbitos nacional e internacional, como organizações Guggenheim, MacArthur e Fulbright. Outros receberam prêmios altamente competitivos, como os Norma, Planeta, Fernando Jeno, Sor Juana Ines de la Cruz e Javier Villaurrutia galardoes que são de alto prestígio na América Latina. Numa soma entre eles, estes escritores já publicaram centenas de romances, livros de contos e de poesia, peças teatrais, scripts para o cinema, memórias, comentários literários, culturais e sociais, e trabalhos jornalísticos. Escritores de renome, como Marcos Aguinis, Moacyr Scliar, Marjorie Agosín e Ilan Stavans vendem milhares de cópias de seus livros enquanto que novos escritores começam sua carreira com publicações subsidiadas ou por conta própria.

12 Há editoras muito importantes na Argentina, no Brasil, no Peru, México e na Espanha como a Sudamericana, Perspectiva, Planeta, Plaza y Janés, Alfaguara que publicam obras com temas judaicos, assim como há editoras menores, como a AcervoCultural em Buenos Aires, especializada em trabalhos com tópicos judaicos e que participa ativamente de feiras nacionais, locais e judaicas. Nos Estados Unidos, a imprensa da Universidade de New Mexico publicou uma série de vinte e dois volumes na área de literatura judaica latino-americana, a maior parte deles em versão ao inglês. Obras publicadas recentemente são resenhadas tanto na imprensa em geral como na judaica. Romancistas, artistas e escritores cinematográficos judeus, do México ao Uruguai, e principalmente na Argentina, examinam e com frequência influenciam a vida cultural de seus respectivos países. Nos Estados Unidos, no Brasil, na Itália, estudantes de pós-graduação escrevem teses de doutoramento versando tópicos judaicos latino-americanos. A cada ano que passa, mais universidades americanas e brasileiras oferecem cursos sobre a literatura e a cultura judaicas na América Latina. Uma imensa lista de romances, livros de contos e poesia foram traduzidos ao inglês, alemão e italiano, entre outros idiomas.

* * * A presente Antologia tem três seções. Inicia se com uma Introdução com o propósito de orientar os leitores. A primeira parte da Antologia inclui trabalhos de uns 30 poetas. Alguns entre eles escrevem sobre assuntos pessoais, outros refletem sobre os símbolos e a prática do judaísmo, enquanto outros protestam o anti-semitismo e o horror do Holocausto; outros ainda tecem referencias elogiosas as cidades e ao campo da América Latina. Eles se utilizam de uma constelação de estilo poéticos, alguns inspirados pelos grandes nomes da poesia latino-americana, como Rubén Darío, César Vallejo, Pablo Neruda e Alejandra Pizarnik. Outros examinam as incoerências do século 21. A parte dedicada a ficção é a mais extensa e variada da Antologia. Esta parte abrange contos, minicontos, textos retirados de romances e trabalhos experimentais que desafiam classificação convencional. Muitas das narrativas referem se a famílias arrastadas pela história. Fé e racionalismo, perda de esperança e otimismo competem nestas páginas. Vistas no seu conjunto, estes trabalhos ficcionais, influenciados por Borges ou refletindo Sholem Aleichem, oferecem uma ampla e profunda exposição da prosa judaica latino-americana.

* * * Nesta Antologia, os temas predominantes são: identidade e sua sequência, que é a memória, a família judaica, a religião judaica como praticada na América Latina – seus costumes e suas particularidades, a história judaica – principalmente o período bíblico, as Inquisições espanholas e portuguesas, as ondas imigratórias, as inúmeras ditaduras – em particular, O Processo (a

13 “Guerra Suja”) na Argentina, o Holocausto e o Estado de Israel. Como esta literatura não é apenas judaica, mas sim latino-americana em sentido mais amplo, a história, a geografia, e a vida cotidiana, seja na cidade do México, em Buenos Aires ou em São José, aparecem com frequência nestas páginas. Outros escritores se preocupam com aspectos intimistas da vida.

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Nenhuma antologia é completa. A fim de reunir estes escritos, tive de procurar por escritores que moram em três continentes: nas Américas (do Sul e do Norte), na Europa, e em Israel na Ásia. Infelizmente, não me foi possível conseguir endereço postal ou internético de outros escritores que planejei incluir aqui. Algumas vezes, não recebia respostas a pedidos. Outras vezes, acontecia de, por uma ou outra razão, não conseguir saber mais de um escritor ou escritora. De maneira geral, todos os poetas, escritores e críticos que consegui contatar, imediatamente concordaram em participar do projeto. Pouco a pouco, a Antologia passou a ser um esforço comunitário e compartilhado. Meus agradecimentos aqueles que me foram particularmente obsequiosos com sua ajuda: Isaac Goldemberg, Alberto Buzali Daniel, Julia Gahmare e Alberto Molina; Teresa Méndez-Faith, Dennis Cokely, Pamela Rutecki, Louise Meyerson, Diana Oves, Jorge Nowalski, Regina Igel, Perla Bajder, Nancy Rozenchan, Sandy Baraha e Dan e Anna Davis.

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Stephen A. Sadow é professor de literatura latino-americana na Northeastern University em Boston. Ele é especialista na literatura e arte latino-americana judaica. Entre seus livros são King David’s Harp: Autobiographical Essays by Jewish Latin American Writers (A harpa do rei David: ensaios autobiográficos por escritores judáicos latino-americanos), vencedor do Prémio Nacional do Livro Judáico, e suas traduções de Mestizo, um romance do escritor argentino Ricardo Feierstein, e Unbroken: De Auschwitz a Buenos Aires (Intato: De Auschwitz a Buenos Aires), a autobiografia do Charles Papiernik, sobrevivente do Holocausto. Sadow tem produzido online e acesso aberto, que incluem seu enorme site da arte latino-americana judaica, com Miryam Gover de Nasatsky; uma coleção da poesia latino-americana judaica, com traduções em Inglês, em colaboração com o poeta J. Kates, livros e “Identidade e Diversidade”, livros do artista que contêm poemas latino-americanos judaicos e obras de arte inspiradas por esses poemas, editados com Perla Bajder e Irene Jaievsky.

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INTRODUCTION

This anthology is filled with miracles. There is joy and mourning, realism and fantasy, emotion and reflection. The works appear here exactly as they were written, in Spanish, English and Portuguese. The literature in this volume is mature, profound and unique. This collection of literature is a demonstration of the enormous creativity possessed by Jews dispersed over the enormity of Latin America and also in the United States, Israel, France and Spain. In spite the fact that many of them have lived through populist governments, dictatorships, anti-Semitism, endemic economic and political crises, these writers and artists have continued to produce extraordinary literature and art. Theirs is a mestizo culture, as Ricardo Feierstein would say, influenced by their Hispanic and Brazilian surrounding, and at the same time, strongly tied to Jewish traditions and ways of thinking. For political or personal reasons, some of the writers have left their home country and live in another, thus forming yet another Diaspora. Included here are new versions of Biblical and Talmudic stories, poems of love and of hate, lamentations for the losses of the Holocaust, and verses dedicated to Buenos Aires, Havana and Jerusalem. The selections contain rabbis and Nazis, Jewish gauchos and Jewish urban cowboys, observant Jews and non-believers, Ashkenazi and Sephardic Jews. All the selections were written since 1980 and the great majority since 1990. Taken together, they form a panorama of contemporary Jewish Latin American literature and culture. Latin American Jewish literature is a minority literature, but it is not a minor literature. It has a hundred year history. It has its founders — Alberto Gerchunoff, Enrique Espinoza, Lázaro Liacho —; its classic writers — Bernardo Verbitsky, Alberto Dines, César Tiempo, Elisa Lerner —; and its modern period, the writers brought together in this anthology. Many writers have been awarded important national and international fellowships — Guggenheim, MacArthur, and Fulbright. Others have won highly contested prizes: Norma, Planeta, Fernando Jeno, Sor Juana Inés de la Cruz and Javier Villaurrutia —awards that are highly prestigious in Latin America. These writers have published hundreds of novels, books of short stories and of poetry, dramas, film scripts, memoirs, literary, cultural and social commentaries, and journalism. Established writers, like Marcos Aguinis, Moacyr Scliar, Marjorie Agosín and Ilan Stavans sell thousands of copies of their books while new writers engage in subsidized or self-publication. There are impor­tant publishing houses in Argentina, Brazil, Peru, Mexico and Spain — Sudamericana, Planeta, Plaza y Janés, Alfaguara—that bring out books with Jewish themes and smaller houses, such as AcervoCultural in Buenos Aires, that specialize in publishing works on Jewish topics and who actively participate in Jewish, local, and national book fairs. In the United

15 States, the University of New Mexico Press published a twenty-two volume series of Jewish Latin American literature, the majority of them in English translation. Recently published books are reviewed in both the Jewish and national presses. From Mexico to Uruguay, and especially in Argentina, Jewish novelists, artists and screen writers examine and often influence the culturallife of their respective countries. And, in the United States, Brazil, and Italy, graduate students write their doctoral theses about Latin American Jewish topics. Every year, more American and Brazilian universities offer courses that deal with Jewish Latin American literature and culture. A long list of novels, books of short stories, and poetry have been translated into English, German and Italian among other languages.

* * * This anthology has three sections. It begins with this Introduction, intended to orient the reader. The first part brings together the work of some thirty poets. Some of them write about very private things, many meditate on the symbols and practices of Judaism; others protest anti-Semitism and the horrors of the Holocaust; and yet others write in praise of the cities and countryside of Latin America. They employ a constellation of poetic styles, some inspired by the greats of Latin American poetry —Rubén Darío, César Vallejo, Pablo Neruda and Alejandra Pizarnik; others look to the intended incoherence of the twenty­first century. The fiction section is the most extensive and varied in the anthology. Included are short stories, mini-stories, fragments taken from novels, and experimental works that defy classification. There are several stories about families who find themselves carried along by history. Faith and rationalism, the loss of hope and optimism, compete on these pages. Taken together, these fictions, those influenced by Borges, along side with those carrying the stamp of Sholem Aleichem, provide a broad and in depth exhibition of Latin American Jewish prose.

* * * In this anthology, the predominant themes are: identity and its corollary, memory, the Jewish family, the Jewish religion as practiced in Latin America – its customs and peculiarities, Jewish history – in particular, the Biblical period, the Spanish and Portuguese Inquisitions, the waves of immigration to Latin America, the many dictatorships – in particular, The Proceso (the “Dirty War”) in Argentina, the Holocaust and the State of Israel. As this literature is not only Jewish but most decidedly Latin American, the history, the geography, and the every day life in Mexico City, Buenos Aires or San José frequently appear on these pages. Yet other writers concentrate on life’s intimate details.

* * *

16 No anthology can be complete. In order to compile this collection, I had to search for writers who live on four continents: South America, North America, Europe and Israel in Asia. Unfortunately, I simply couldn’t obtain the addresses, be they e-mail or postal, of writers I wanted to indude. Sometimes, there was no response to my queries. It happened that, for one reason or another, I simply didn't come across a name. Virtually all of the poets, writers and critics whom I did contact, readily agreed to participate in the project. Little by little, the anthology became a shared, even communal effort. Many thanks to those who were especially helpful: Isaac Goldemberg, Alberto Buzali Daniel, Julia Galimare and Alberto Molina; Teresa Méndez- Faith, Dennis Cokely, Pamela Rutecki, Louise Meyerson, Diana Oves, Jorge Nowalski, Regina Igel, Perla Bajder, Nancy Rozenchan, Sandra Baraha, and Dan and Anna Davis.

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Stephen A. Sadow is professor of Latin American Literature at Northeastern University in Boston. He specializes in Jewish Latin American literature and art. Among his books are King David’s Harp: Autobiographical Essays by Jewish Latin American Writers, winner of the National Jewish Book Award and his translations of Mestizo, a novel by Argentine writer Ricardo Feierstein, and Unbroken: From Auschwitz to Buenos Aires, the autobiography of Holocaust survivor Charles Papiernik. Sadow has produced online and open access publications, which include his huge website of Jewish Latin American art, with Miryam Gover de Nasatsky; a collection of Jewish Latin American poetry, with translations into English, in collaboration with the poet J. Kates; and “Identity and Diversity,” artist’s books that contain Jewish Latin American poems and art inspired by those poems, edited with Perla Bajder and Irene Jaievsky.

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POESÍA POETRY POESIA

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AnJréJBerger-K¿ (HungríalColombialEstados Unidos, 1927- )

VIAJE AL SAHARA

(PodtaL para amigod, dedde Tan Tan, Marruecod)

Para quien sea temerario No hay como un viaj e en dromedario. Nunca entiende uno con certeza Cuál hiede más: ¿Su ano? ¿Su cabeza?

Así es: el final del arduo día Mi vida por la bestia cambiaría. Sabiendo que no valgo ni un cero. Cuál duele más: ¿Mi testa? ¿Mi trasero?

En el desierto del dromedario Descubrí lo extraordinario: En viajes al Sahara en camello: Arriesga uno lo que es más bello.

PRIMOS

Aquí estamos, los cuatro primitos: Hánzi y Pali y Erno y yo agarrrados de la falda de mi madre en un día claro en la playa Scheveningen antes de la guerra. Abuelo Jacobo estuvo feliz tomando la foto . Nos había llevado a la tolda de la gitana Por la alameda cerca de la arena para que nos predijera nuestro destino. Una señora gorda, decorada de pies a cabeza, baratij as y velas colgando de toda ella. Apareció a través de una cortina amarilla y se sentó sobre una almohada verde Antes de verle la palma de la mano de cada uno. La gitana predij o largas vidas cuando Erno y yo

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Le enseñamos nuestras manos renuentes. Pero sus oj os se helaron y sus palabras se trabaron Cuando Hánzi y Pali mostraron las suyas . "Las líneas de la vida van hacia la nada", susurró. Trató luego de forzar un destino mejor y dijo: "Si se cuidan también vivirán largas y felices vidas".

Ya una vez de nuevo de la alameda, el abuelo Jacobo, resuelto a reparar las palabras de la gitana, se puso el gorro de oraciones y rezó. "No necesito verles las palmas de las manos a mis nietos para saber su futuro", dij o después. tratando de deshacer la premonición infernal de la gitana, empeñando en cambiar los destinos de los dos muchachos cuyas líneas de vida estaban truncadas.

"Ningún hechizo moldeará vuestras vidas: Tú, Hánzi, el mayor, serás un gran actor. Tú, Pali -por tener un alma piadosa- Estás destinado a salvarles la vida a enfermos, Quizás descubrirás cómo curar alguna extraña dolencia. Erno, tú serás un famoso abogado que defenderá los derechos de los pobres. Y tú, Bandikám, el más pequeño de mis nietos, llevas por dentro a un escritor-tal vez a un poeta". Jacobo se sonrió, cuando por un momento tranquilizante, la vista panorámica de su propia existencia emergiéndose con las vidas de sus nietos se desplegó frente a él hacia un futuro seguro. "Bueno, dejen que tome esta foto para que quede constancia de este día". Cuál de los dos adivinos en aquella balsámica tarde en Scheveningen conoció mejor el destino de los niños sería algo que permanecería en el misterio. Nadie se preocupó por llevar la cuenta pero en lo que se demora el ojo en espabilar, apenas unos años después del paseo feliz donde los destinos fueron predichos, Hánzi y Pali, preciosas criaturas inocentes - cuidados con orgullo y bendecidos cada nuevo día,

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en el mismo calor del sol que alumbra el firmamento ­ fueron forzados a entrar a una celda cerrada y gris que iba hacia la nada-como las líneas de sus vidas - en un pueblo remoto del sur de Polonia llamado Oswiecim -conocido también con un estremecimiento de pavor por el nombre de Auschwitz - por guardias uniformados en medio del gran mar de gemidos a su alrededor para ser asfixiados con gas y transformados en humo con el producto más reciente del progreso tecnológico, una sustancia letal llamada zyklon B. hasta que la muerte los liberó.

Su único consuelo mientras aspiraron aire desesperados fue morir juntos. El abuelo J acobo murió en paz en su cama antes de la invasión. Mi madre, ya anciana, se murió con los recuerdos. Ern6 es un reconocido abogado en Holanda. y yo pienso en mis primos de vez en cuando.

BLADES OF GRASS

There are those who say that modern science has not caught up with the occult arts of certain Gypsies nor the cabalistic notions handed down from antiquity as revelations to old J ews

- both proclaiming that not a single blade of grass rises from the Earth unblessed by the loving hand of a divine being.

And there are those who believe our fate is as random as the burning of those faded blades of grass on the mountain slope when the jagged edge of lightning strikes haphazardly upon the Earth, before the great storm is unleashed.

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Julia Galemire (Uruguay, 1927­ )

MONÓLOGO

Te recuerdo como si estuvieras recluida para siempre en el marco de la tarde, envuelto en un sol anochecido que cae con sus pétalos sobre un paisaje del verano. Te recuerdo con la voz adolescente, detenida en una ventana de cielos y eclipses, crecidos desde sus primeros años, como si fuera yo misma. O tal vez fuera yo misma regresando desde una nave en llamas. Un alegre rostro, la sensación de sentirse plena, de pensar en el mundo el tuyo y el mío, estaban dominados bajo nuestra imperiosa voluntad de cambiarlo. Pero todo ha transcurrido y sólo acarician nuestras manos las cenizas de los vientos, los ayeres y las brumas lentas, las palabras del amor joven, la amistad y los sentimientos. Pero tú quedaste en un retrato de gastadas aristas, en un territorio cualquiera, mientras yo he permanecido entre los andenes de la vida que pasan a mi lado con corte de rumores y secretas voces.

KOKOSCHKA

(ante uno de dUd cuadrad "niiiod que duenan 'j

Tras la fantasía de la imaginación desnuda el niño descubre

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en alguna parte en la ventana quizás la flordel color rojo del rojo presente. La flor que luce su luz onírica y que VIve entre las fronteras y los enigmas en su jardín de ansiedades fabuladas.

S EURAT

(a nte un cuadro de Seurat con una vúión muy cerca deL circo)

El circo de la infancia regresa en la lágrima los eternos símbolos del caballo blanco y del increíble acróbata trazando arpegios de aire o espejismos de arena.

Un circo imaginario donde todo es imaginario, donde los tonos se esfuman en líneas puntillistas y borracheras de luz. Ahora sabemos, alucinación de la distancia, que la escena fue el último sueño del pintor quien veía desvanecer entre las manos las sombras, el color, las impresiones, el mundo fantasmal de los circos pensados por sus oj os.

EL POETA Y SU AUSENCIA

(LoJ críticOJ LLamaron a Na tán ALterman "EL poeta de la Repú6fica)

Tu silencio es largo, seguro auténtico, como tu palabra.

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Pude haberte encontrado, Natán Alterman, en una calle vestido de tiempos, en el País nuevo, Israel, en una ciudad antigua �la ciudad de la Paloma�, en algún bar trasnochado, o en el sitio donde se pierden los cantos y nacen antes del alba, las arboledas de olivos. Hubiera entonces, Natán Alterman, iniciado un diálogo contigo, sobre el poder eterno de la poética, sobre los desolados mitos del Ser, sobre un poema tuyo que leí en una revista de amarillentas páginas que ha quedado en mi memoria como un cántico detenido en una lluvia, sin fin ni comienzo. También podría haberte hecho algunas preguntas que nunca serían realmente indiscretas ... ¿Por qué te alejaste tan pronto de una vida que en ti era pura música, puro encantamiento a través de todo lo que sucedía a tu alrededor? ¿ Cómo llegaste a este nivel de lo genuino? ¿ Cómo se puede aprender de su intenso andar para alcanzar �no es vanidad ni apresuramiento � las cálidas voces que se deslizan en tus viejas y modernas palabras, en su enjambre de aires de otoños y bélicos sonidos.

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.:;-; Dina DolillJky (Argentina/Cuba, 1929­ )

A LOS SETENTA

Cuando yo andaba por los veinte un tío mío ya mayor -profesor emérito ­ políglota y científico brillante con visible placer leía a Dumas. Viéndolo así absorto me senté curiosa a su lado. A los setenta - me dijo- hay que volver a leer todo de nuevo. Ayer le regalaron a mi nieta unos libros de aventuras. No pude resistir la tentación. Como mi tío confieso que gocé a Julio Verne hasta la madrugada.

LO QUE ERES TÚ

Eres el gesto la palabra que detiene este batir descompensado. El brazo que roza con ternura mi hombro la voz que me trasmite fuerza el pecho en que reclino mi fatiga. Mi paso lento de regreso como una manposa lleva prendida tu sonrisa.

PACHAMAMA

En el altiplano me traspasó el silencio

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el viento me trajo el balido de las ovejas el ruido de las ramas al quebrarse el rodar de los guijarros por el trotar de las cabras. Al cruzar le di mis florecillas azules al indio. Echó un trago al suelo, "pa la Pachamama" -dij o la coca mascada la pondré sobre el cuero a mi yunta. Sonreí para adentro quién sabe él también lo hizo.

SOY PUEBLERINO

A fa manera (Je Nicolád GuiLlén

Tengo una canción que me traje y tengo de mi pueblo. Canción hecha de aljibes de enredaderas y sol de plaza de viejos mascando girasoles. De Sanmartines llenos de polvo que se sacuden sólo para las fiestas patrias. De caballos de sulky amarrados junto a la acequia donde alguna vez corría el agua. Del almacén de Ramos Generales con olor a arenques y aceitunas donde un fantasma recorre el mundo. Del cine frente a la plaza al que se podía entrar discretamente con bolsa de agua caliente perro y mate.

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Tengo una canción hecha de un tiempo sin olvidos una canción de un tiempo sin violencia. Se la guardaré a mis hijos y a mis nietos que seguramente pensarán que desvarío.

RINCONES

Rincones que me recuerdan Buenos Aires cuando mi cuerpo era una caña brava y los sauces llorones caían sobre el Almendares. Bosque de La Habana árboles añosos detrás del hospital. Sentada en el suelo leía apoyada contra un roble mientras mis hijos cazaban mariposas para prenderlas en mi pelo peleaban y corrían desbocados con blancos y negritos del Ve dado. Habana de mi pasión glorieta del 1830 foto en blanco y negro en los sesenta nuestras risas. Habana Puente de Hierro como el de Barracas sobre el Riachuelo. Solares de La Habana Vieja conventillos de San Telmo cayéndose a pedazos. Avenida del puerto olor a mar, a putas y marineros viejos almacenes de la dársena de La Habana y del puerto de Buenos Aires cuando los 10ft no te habían cambiado la cara. Solitaria Quinta de los Molinos donde paseaba mis sueños pies desnudos sobre colchón de hojas de una tarde de otoño.

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Infanta San Lázaro Belazcoaín Reina Zapata Carlos lIl. Habana loca arquitectura ecléctica me sorprendías caminando por Avenida de Mayo, Mi corazón deambula los pasos perdidos en la Ciudad de las Columnas Plaza Vieja Plaza de Armas Plaza de la Catedral San Martín Rivadavia Bolívar Garay Paseo Colón viejo Cabildo. Calles marcadas por mis pasos me gastan y las guardo. Cafetín de Buenos Aires en tu mezcla milagrosa de sabihondos y suicidas yo aprendi fIlosofía. Ronca voz de negro que acaricia un piano en Monseñor. Si me quisieras querer como te estoy queriendo yo. Gardel Discépolo Bola de Nieve me convocan a este amor de Buenos Aires y La Habana,

RaúlHe cbt (Uruguay, 1931­ )

PARA LOS MÍOS

Para DinoraD en lJraeL

Cuando abras tu ventana cada mañana, piensa hija que te abres al sol para recibir el día, el dulce aroma de los frutales,

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la canción de los pinos y el viento;

cuando abras tu ventana cada mañana, y sientas hija que tus oj os se llenan de colinas ancestrales, en la tierra que has elegido para el retorno;

cuando mires el mirar de tu amado, como se mira al cielo antes de la siembra o cuando nace el fruto, sonríe hija mía, alegra tu alma, pues como el Shabat eres la novia de los días.

Cuando abras tu ventana alguna vez, entre tantas, y haya nubes en el cielo y nostalgia en tus hombros, junta hija tus manos y deja un hueco en ; tocarás entonces, palparás un tibio pájaro latiendo, viviendo como un recuerdo acariciado en el tiempo;

tocarás hij a, palparás nuestro corazón latiendo,

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pájaro tibio que ha seguido tu vuelo, cada día en todos los días de tu vida cantando tu sonrisa abriendo sus alas para cubrir el nido, tomando vuelo para dejarte volar, como el sol, como el aire de cada mañana; entonces sonreirás y te alegrarás, pues como el Shabat eres la novia de los días; y bendita serás sIempre, hija mía, en todos los días de tu vida.

MI PUEBLO (Canción)

Mi pueblo de Cuareim nació en primavera como la luz del alba reflejándose en el río. Mi pueblo creció entre carretas y alazanes. El tiempo le fue dado vihuelasy azahares.

Mi pueblo, mi río como dos viejos amores no pueden vivir sin estarse.

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Siempre viene andando mi río enamorado con reflejos y aromas.

Cuántos recuerdos me trae con cada lluvia larga Cuántos dulces amores se ha llevado mi río.

PLEGARIA

Oh Dios dame la vida para vivirla dame la vida para compartir la sangre dame la vida Oh Dios para llevarla hasta la muerte y ya muerta sentirla en mi simiente . . Siempre Vlva

Saúl Yu rkievich (Argentina/Francia, 1931­2005)

RETÉN

espuma bruma que se esfuma como ceniza en polvareda nimbo suspenso vaho

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poluta/ pulula inasible suma sume cúmulo sm espesor esa espesura nebulosa impalpable envolvimiento todo deslíe núblase . . presenCia por ausenCia niebla a rachas engarabata borronea borra esa grisalla empaña nos destiñe veladura que acapara y desdibuja atenuada atenuante apagadura indistinción volteretean vuelan velan pasajeros pasados neblinosos y hay que sondar y sonsacarlos fij ar fijarse en esa instantánea tenuidad que al deshacerse nos desdice volutas vacilan indecisas aparición a gatas en esas trazas trizas en esos incorpóreos que ensombrecen está la marca intermitencias dudosa estela hilacha macilenta en la palabra está la huella apenas resonando

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en el palor hay ecos hueco recinto de desaparición de desaparecidas lejanías distantes confines indistintos apenas sidos idos desflecados el confín unos pocos puntos desasidos desagregan por la merma reculando destello de la mecha que se apaga el mínimo contacto la escapada dispara esa pelusa achícase llevada hacia la noche atrasa regreso rememoro retrocedo a contraviento retrocede la rémora disemina dispersa difumina se va escapa cesa se silencia identidades nómadas mudadizas miríadas cómo reconocer tan desapercibidos los encuentros cómo reconocernos por fu gitivos intermedios entre aislados destellos centella poca chica pavesa parco refucilo esa fosforescencia mortecina mengua reténla detén ese casi apenas nada

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VOLVER sobre la imposibilidad de su de ése de cualquier regreso cavila

...reg reso ... ¿regreso? regredo i regreso ! (regreso) en el hueco de la palma posa su cabeza y cavila cavila ,regreso, -regreso- REGRESO /regreso/ ilusión presumible (mente) como si lo disperso por añadidura convergIese hacia ese punto donde (¿dónde?) de una vez la confluencia devolviera por todas los órdenes al centro a la unidad de antaño (doquiera) como si recobrada (mente) volviese del mar revuelto del mar revuelto al socaire regresara al abrigo entrañable volver sin falta sm cargo sin patraña como si se pudiese como si se pudiese

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ROr:JitaKa lina (Costa Rica, 1934­2005)

CELEBRO MI CEREMONIA

Celebro mi ceremonia. Libertad ilimitada cubre mi albedrío. Testigo soy del drama.

Mi barco se levanta, se hunde, parece avanzar. Prosigue. Aunque arrecie, la pesca es pródiga.

En rendición total, me aquieta la furia del océano. A él me rendiré con paz. Pero con paz violenta.

Amo este puerto, sus oscuras costas, sus verdes mágicos, sus ocres. Su eterno asombro ante el sol que lo calcina.

Profundo, con pasión de amante, me recibe el mar. Al tragarse las lágrimas de Dios, se convierte en su pañuelo.

El mar de mi serena madurez se baña en tempestad que sopla velas.

Celebro ceremonias sin que me hiera el rayo enamorado del mar que lo aprisiona. Mi cauce, el mar. El puerto, mi destino.

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Be cosechado peces de colores que alegrarán mi paz guerrera.

Mi ceremonia oculta me susurra la pasión de Dios sobre las aguas.

A TRASCENDER LA VIDA

A trascender la vida aprendo. N o me asustan águilas rapaces, ni tigres con ojos trasnochados hieren mi señera frente florecida.

Luminosas aperturas plenamente amplias, dulcemente sacras vibran a mi paso. Llegaré con serena plenitud a las montañas. Mis velas soplarán con verdes vientos cuando cruce, de la niebla, el arco iris.

Ansío para todos un brioso despertar de anhelos límpidos, palomas recogiendo de mi palma los granos inocentes.

Somos un poco de Ave Fénix y mucho de fogatas. Espiral perpetua hacia la cima, ondas marineras, levitando del barro hacia la sangre. Aunque a veces demos marcha atrás arriba vamos, caminantes.

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SER

La profundidad del mar me asombra. Observo ir y venir las olas como eterno juego. Entonces me pregunto: ¿Es posible incorporar esta primigenia fuerza al quehacer espiritual? Todo depende del caminante. De aquel que sepa mirar con sensibilidad, sin arrogancia. De aquél que baje a las profundidades y sorprenda los milagros de ese fondo insondable que multiplica su pureza como perlas unidas a las rocas. El mar es dulce y rugiente. Como el hombre. Y como él transmite mensajes al que sepa arrullarlos en la percepción. Así se comprende un poco la inmensidad. Así, la pupila reverdece sus colores más límpidos, más hermosos. Inacabable, energía. Así, la pupilarev erdece sus colores más límpidos, más hermosos. Inacabable, energía.

PUNTA LEONA

AL Lic. 1l1oldédFachLer

La visión del mar se me torna beatífica al unirse con el bosque. Vuelan en formación las gaviotas, leves, desvelando a los pececillos dormidos, coloreados por el vaivén del mar ora azuL ora verde esmeralda. Dulce y misterioso, el bosque. Azuladas, las palmeras se reúnen en enjambre con los cedros

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y los malinches centenarios. En ese borde único se pierden arena y cielo en cópula amorosa de encuentros inmortales. Es reverdecer un génesis siempre vigente, que jamás muere ni se desgasta con los años. No pasa el tiempo. Se detiene. ¡Es revelación! El oj o, ávido de colores, encuentra el cenit de su horizonte, se abrillanta en el contraste de las olas con la tierra. Ahí vive la primigenia creación que el poeta canta: la única belleza inmaculada del universo. La verdad de un ósculo milenario y misterioso que se revela en la pupila. Se acerca el momento de mi verdad. Con júbilo, una sonrisa borda mi mejilla.

SOY DE LA TRIBU DE YEHUDÁ

Soy de la tribu de Ye hudá La de mis abuelos y bisabuelos. La de Salomón, de Jesús y Einstein. Por no citar a Freud, cuyo valioso secreto cabalístico saltó a la silla del terapeuta. No perdono los miles de holocaustos que en nombre de fementidas verdades se urdieron contra mi pueblo, contra otros pueblos antiquísimos, más sabios que la ley del blanco. Me horroriza el hombre integrado a religiosas guerras. Que somos uno en la inmensa nave madre tierra, que nos transporta a ilimitadas dimensiones. Que todos respiramos un mismo destino. Soy universal. Simplemente una mujer que se atreve a soñar con una hermandad de almas y de alas.

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Precisamente por mi origen, comprendo bien la tristeza de otros venidos a menos por color o ángulo de los oj os. i Que venga la era del hombre, maravilloso ser que puebla la existencia! En él veo único, irrepetible, mi orgullo de ser mujer. También amo al animal y a las plantas que vivan mis soledades. Soy judía. Tersa hasta la caricia. Amorosa hasta el éxtasis.

Ma rco.J Silher (Argentina, 1934­ )

TEMPESTADES O EL TAZÓN DE LECHE

1944 -Sol de vida, espera, espera en el centro de la mesa, y nadie acude nadie llega. Es la tempestad en el tazón la tempestad que gira. y gira como el trompo de colores que gira.

Pero qué hace allí en los abismos de la pavura qué hace la boca enloquecida del abuelo? Qué, los ojos incendiados de la abuela? Entre la pura sombra que gira y gira como el trompo de colores que gira. Los pequeños espían desde los balcones de la noche. Los más pequeños, con oj os de leones espían. Nada cede; nada se opone. Desbaratados los juegos, expulsada la siesta gira la noche en el tazón de leche. Gira, como el trompo de colores que gira. La voz apuñalada de Mamá suplica tómafa lodabueLOd mueren de hambre, fa¿ gented mueren de hambre, tómafa, tómafa, mueren de hambre lodpequeñOd. Es la tempestad en el tazón que gira

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es la tarde que gira en la memoria que gira en el tazón que gira.

Como pavura como leche como abuelo Como pequeño como trompo gira y gira el tazón, El tazón de leche en el centro de la mesa.

Las hermanitas juegan a las hermanitas Está Lobo? Está Mamá?

CANDELABROS

EL juego de 1M ¡JeLad La jiedta de La vida Bajo eL cieLo de Lad manOd de Ma má

1945 -Ya no llora Mamá, Se le gastó todo el caldo de la congoja. Mamá ya no llora. Pero una nube de pesar se acostó en su frente para siempre y una campana de silenciopa ra siempre descendió a los fondos de su boca. Ya no llora. O tal vez sí, Cada final de viernes Cuando cubre sus ojos Y junta las manos sobre las velas.

Baruj atá Adonai

Los candelabros se levantan sobre las puras nieves de la mantelería elohenu melej ha aolom

Las llamas celebran celebran, las de fuego, y es un coro de ángeles piadosos el que se deja oír por los salones del aire. asher kidesshanu

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El amor ha sido glorificado glorificado ha sido el trabajo, La creación toda ella se festeja La vida se engalana, digna se ofrece y bella. bemitzvotav vetsivanu

Las imbatibles columnas de los candelabros sostienen todo dolor todo tormento. lehadlik ner shel shabat.

Ya no llora Mamá. O tal vez sí, Cada final de viernes Cuando cubre sus ojos Y junta las manos sobre las velas.

Lobo está? Está Mamá?

Sara Riwka B'raz Erlicb (Brasil, 1935­ )

FILHAS DA DIÁSPORA

A toíJ{I d {Idirm&i íJaDádpora De toíJod Od Lugared e tempod

Filhas da Diáspora, transoceanicas transitando entre mundos línguas, culturas, ritmos singulares, cores, sons, cheiros, afetos, expressoes múltiplas. Aculturadas. Mares, rios, mangues selvagens. Habitantes transculturais, vestindo flores e frutos de corres jamais vistas, saboreados, paradisíacos,

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mais sonhados que reais. Amaryllis...

Gelo e fogo. Diáspora singular e entrela<;ada a outras, irmaes. Raízes violentamente arrancadas apoiando se mutuamente, costurando se. Tessitura viva, solidária.

Sangue, ossos, tend6es, víceras. La<;os cósmicos. Tape<;aria alquímica. Choro. Orgasmo. Agonía e Éxtase. Dor da alma transfiguradaem Alegria. Muito além do limitado poder do Opressor.

LILITH

Eu vi Lilith. nao a Lilith de Borges, e dos textos midrashicos. ,;:

Antes de ve la, intuí a em mim, nos meus sonhos.

Lilith evocada nao como a Lilith satánica, tao pouco a que se assemelha a Eva, sumissa, na sombra.

Evas de qualquer tempo, ongem, cor, ra<;a, religiao.

" M.idrashico: De raiz darush que significa explicado, interpretado.

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Sonhei e vi LilithlEvalMulher, a que quer respll'ar Vida, Paraíso, Inferno, sem subserviencia sem subjugaC;ao. Companheira, Inspirada e inspiradora esperando a ReparaC;ao. A que nao quis repetir a História, repetir Lilith, a que desejou e nao deixaram Ser vivir com Adao.

Evas sumersas, sofocadas, Nao libertadas ainda.

TRANSAZUL

Passageiro Transaz Homem/Muhler/Piedras Vivas. Hipnagógico Roteir transitório, transazul, anunciado.

Encruzilhada Fatal.

Túnica plúmbea... Luz Verde. Sorriso armadilha do destino.

Asas de Scheschinah ,}

Presságio. Olhos de rara cor desértica. Támaras maduras. Transcapiberibianos. Lágrimas atemporais. Lápiz lazúli.

':' Seheschinah: da raiz sehachen (meu vizinho). Presen9a Divina, parte feminina de Deus.

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Túnel de Transi9ao

Grande Passagem. Travessia do Homem. Sereno, belo, puro, encantado. Esplendor. Paissagem Branca. Síntese de todas as Paisagems. Vida e Morte. Transi9ao. Pusal9aos ..

Solidao.

Mulher ressurgida das gotas lápiz lazúli, banhada en fulgor. Pranto vitaL ImemoriaL soro de pétalas de acácÍas douradas envolvem na em bálsamo que adormece. Dor psíquica, dor da alma, enfim, Transmutada en sonho, Devaneio, amago de Cria9ao.

Tresloucada. Agonizante PaÍxao. Energia fragmentada. Amor absorvido pela Naturaleza. Ritmo Vital. Renova9ao. Águia Real Imantada.

Despedida Rubra. Sangrenta, reencontro possíveL impossível.

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Esperan<,;a. Saudade. Aleluia! ! !

Queda e Retorno

Hora de Havdalá! ,:¡ ¡:,

�:H:< Havdalá: de palavra hevdel. Ritual de despedida, sobre o vinho no sábado a noite. A reza tem trechos alusivos a separa9ao entre o Sagrado e o Temporal.

Luúa Futoraruky (Argentina/Francia, 1939­ )

JERUSA DE MI AMOR

en jerusa los días son largos y desde que amanece, la gente, como sea, quiere meterse �y lo consigue � dentro de la película de acción

los cowboys en el medio oriente escupen semillitas de girasol, a cual más lejos en el jardín uno puede toparse con erizos o puercoespines y en la propia cama con escorpiones, así en la tierra ... para más inri, a allen se le ocurrió esfumarse en primavera, durante una tarde jeroso limit ana, allen, que se fu e de aquí sin convencerse ni convencernos de que su madre que lo quiere, naomi, haya sido cierto

mientras todos gritan cuando no aullan, incluidas en sitial privilegiado, las piedras.

las cigueñas apuran por irse y confunden los envíos, vírgenes y monjes célibes, anacoretas y guardianes de los templos pagan el pato; se descuenta que nos, el resto, también, nos, los pagadores de diezmos, platos rotos, los donantes de sangre, huesos y sesos.

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entre bocinas, alarmas verdaderas y no tanto, timbrazos imperativos e teléfonos vacíos prosperan flores silvestres y me debato, a capa y espada, a golpes feroces de rascar mi sarna a lo marat, entre lasl los charlotte corday, zelotes, esenios, alambrados, todos armados, menos de paciencia cuántos ayes 1, jerusa de mi amor hoy hacia la madrugada vi llover de prisa unas gotas avergonzadas que escamotean amapolas brillantes al desierto entre los pendientes de la cola sedienta, lechosa, del cometa hale bopp que pregona, empecinado tonterías milenarias. al anochecer se apersona en el hotel entre espigas descosidas de cenas y brindis literarios, un señor de aspecto saludable y optimista que dice que debo reconocerlo como de mi familiay me cuenta para que lo incluya, a su pedido, en mi próxima novela que uno de mis primos corre desnudo por las calles de rehovot y cuando lo encuentran, dice: -vamos a lo de mamá-, y le repiten que mamá murió hace mucho pero mucho tiempo como décadas y más décadas en remota buenos aires y él se pone a sollozar -no me digas, no me digas -, y se deja conducir, dulce, cansinamente a casa y mañana recomienza de nuevo a querer visitar a papá, y se quedó de modo irreversible en algún barrio, desvestido, mmune a los vientos levantinos, jugando a las visitas con los de la neblina el señor se llama meir e insiste en relatarme sagas de entre casa y de todos los días; la retoña de mi prima, la que llamaban reina esther por bella y caprichosa compró una pizzería con el que era casi su marido y en vísperas de la boda lo dejó plantado pero se quedó con el negocio y nosotros pagando todavía la hipoteca; como visitadora social a estercita le tocaron las prisiones y terminó enamorándose de su preso favorito, un muchacho que andaba de reincidente por el mundo de las drogas, pero muy buen mozo, no hay quien lo niegue y, cuando salió condicional, una tarde ciertos tipos lo vinieron a buscar y nunca más se supo, y se la vio a la reinita ester con foto a dos columnas en los diarios del país, luchando para que los del rabinato la declaren viuda porque el cuerpo

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del buenorro nunca apareció y quería casarse embarazada de ocho meses con un contable para sentar cabeza hasta que los rabinos dij eron que de acuerdo pero que no vuelva a las andadas y es viudalegal y salió, dice meir, para arriba

en los manuscritos del mar muerto combaten entre sí los hijos de la luz con los de las sombras para renovado asombro de los estudiosos y el resto de la gente de a pie, nadie tiene nombre, nadie sabe ni puede diferenciar unos de otros pareciera que ganaron por un pelo los de la luz para convertirse, ya se sabe, en la sombra de lo que fuimos, somos y serás

camino con mi amigo, el poeta rami, mascullando doscientos gramos de etrov abrillantados, desgranamos cierta saludable maledicencia sobre colegas ausentes, intercambiamos avatares de amantes y cada tanto, por ráfagas, nos embriaga de los escribas de quitmit y de qumram, cuyas palabras pueden ser leídas por los niños de primaria de hoy pero la realidad, la respiración, el revés y el derecho, el arriba y el abajo, no

ay ! jerusa de mi corazón, la de jesús y de jesusa, la de anémonas violentas y viejos que divagan doloridos de incoherencia en el asilo tan soleado

mi fascinación reciente, una poeta con nombre de dalia púrpura y oscura, que pierde por vaharadas la razón pero encuentra sus gafas de sol cartier que le gustan tanto dice que hay que revisar el génesis, está segura que abraham nuestro patriarca quería más a ismael que a isaac por eso no lo sacrificó, de las muj eres, ni ella, habla salvo de su madre a quien reverencia como maestra legendaria porque le enseñó que el pueblo judío por ser singular y especial tiene la obligación, mayor, de ser compasivo y yo contemplo con espanto los estragos que tanto ídolo sangriento, tantas espinas, tanta metralla, causan a la tierra, las plantas y la gente

Y qué decir del concepto de 'elegido' fuente donde abrevan las sinrazones todas las injusticias los cuadriculados, los pozos los dameros envenenados, los duelos sin consuelo, dalia te aparto, te compadezco, suavemente y agito mi pañuelo de me voy

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para pertenecer a la secta detallada en los rollos había que tener nueve elementos exteriores evidentes como ser pálido en tierras insoladas, dedos largos, complexión no sanguínea y más, pero mucho más con seis cualidades se ponía al adepto a prueba por dos años y, de ser bien observado, pasaba a novicio, a servidor de quién, de quiénes, ah ! los avispados letrados de qitmit ... soberbias, magnánimas, las plantas carnosas de áloe vera podrían calmar las quemaduras de este zoo y los restantes del sistema solar la savia de los que vendrán espera un mínimo apenas de confianza esto es, la saL el salem, el cardamomo, el rosmarino, la pimienta el sexo de la vida acá los aventureros vienen por marejadas que luego catalogamos, sobriamente, por orden de alfabeto qué/ cómo/ cuál como fueron, por ejemplo, los alfanjes, las cimitarras de saladino y suleimán, los minaretes, armerías, las victorias que se pudren en derrotas, un amasijo sintético, animista y sincrético a ambos lados de la ruta principal de herrumbres del 48, el 67, el día del ayuno y del perdón para plantar en el desierto hay que lavar sin cesar la tierra porque el mar al alcance de la mano se llama muerto o se hace pasar por tal, que para el caso es lo mismo en primavera flornacional es humilde y salvaje, de un rojo fulgurante deja tras de sí un reguero flamígeroy breve que desquicia los puntos cardinales de la jerusalem celeste y salpica, chisporrotea desafuero en la terrrestre en el juzgado de paz asisto, vaya reiteración obsesiva con el término a una audiencia donde mi hermano defiende, de oficio, a un joven que comparece esposado de pies y manos ante el juez por haber extorsionado con cuchillo en yugular aj ena 100 shekels a un ciudadano pío y religioso para proporcionarse su dosis que en hebreo es maná;

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como sabe que ochenta le alcanzan devuelve al individuo veinte, quien más tarde lo reconoce y denuncia, me guardo para siempre en el bolsillo izquierdo del corazón su andarivenir taimado y apaleado, su mano de preguntar nada y también le digo adiós adiós. me miran estos sedimentos de risotadas y matanzas de taciturnidades ejemplares me abro paso entre maullidos díscolos geranios gigantes y retorcidos me impregno de frituras íntimas y callejeras de mosaicos y finjo que me voy entonces recibo de viva voz, una esquela indispensable, enmarañada que me cuelgo al cuello confeccionada con perlas sombrías de antiguas lágrimas: quiero que sepas que mamá te quiere. Sonia.

Tivón, 14 de abriL 1997

(, Erne.1to Ka ban (Argentina/Israel, 1940­ )

A LAS OCHO EL ALTO EL FUEGO. PAISAJE DE CIUDAD

14 de AgodtO, 2006

Van 9 minutos yen el horizonte hay silencio, el árbol que toca mi balcón trina con jilgueros y nuevo color. Los oigo bien, muy bien, son el fondo de la brisa que anuncia la vida y camino despacio para no despertar las fu erzas del mal, pero camino, es mi manera de sentir que no es mentira. Tres pantallas muestran los frentes en la televisión: No hay hongos de humo en Haifa, no hay llamas en Tiro y en la frontera jOh los bordes alambrados! sigue la tensión y ahora el alto el fuego ...

Camino despacio ... Pienso en esas dos ciudades que están sobre el mar

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¡ Oh el mar, que se enamora rítrnicamente de ellas ! y camino para escuchar el silencio que tienen las notas de 'La Pastoral' Pero el hombre es hombre y no se olvida y en el norte cada uno canta lo que cree es su victoria y en el sur un misil nos recuerda que allí todavía hay guerra.

Camino haciendo círculos en regreso y llego a mi taza de café ¡ Oh el café, aroma de mañanas para los que despiertan con planes y programas ! Aroma de pena para los enlutados sin consuelo, los padres que entierran a sus hijos soldados.

Ocho horas y 33 minutos, una cadena de tanques de guerra regresa a casa, una cola sin fin de estrategas golpea las puertas de la prensa, en las oficinas de los partidos políticos se preparan los discursos, los obreros de reconstrucción llevan palas y cemento para la ciudad, nuevas comISIones, nuevos comités de evaluación y la preparación para la próxima guerra.

La ciudad despierta para continuar su evolución humana testigo del ser gregario sin compasión, asfalto, brisa de mar del mediterráneo, soldados que se abrazan a las ocho y cuarenta y yo sigo caminando y David Grossman el escritor por la paz enterrará su hijo esta tarde y no sus escritos, y tomaré otro café ciudadano y cuando esté convencido, y sonriendo y con panes saliendo del horno, daré volumen a las notas de 'La Pastoral'.

Nueve horas y treinta minutos, las bombas siguen en silencio ¡QUÉ BUENO ! Pero están siendo guardas en la ciudad.

Paisaje del hombre gregario ... Siglo XXI, desde que ayer comenzamos a contar.

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ALARMA

Cuando la llama sin aire se ahogue ¡ Despiértala! Sirena y no digas que es agua, que allí no se anda, que la vida no es poesía ...

¡Grita con tu alarma! ¡Rompe la coraza! y anuncia la mañana

Rejuvenece células teñidas de tiempo ¡Ah amor y rebeldía!

VIEJO Y ENAMORADO

Nostalgia, notas en saxofón y pradera de notas bajas. Ya no puedo darte racimos de uvas ni estrellas en danza ... Soy sombra, soy palabras y tú eres hembra ... ¡Despacio, me estoy quemando! Pienso en el viejo viñedo que embrujaba a nuestros cuerpos. No me resigno ... Miro dentro de tus ojos que son distintos y hablan más, trepo tu montaña, sí, con palabras y voy en pensamientos a cada rincón de tu piel

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que mis dientes inventan y roban de la ausencia, sólo para mí en seducción continua.

Sofía KaplilUky {)e Guterman (Argentina, 1940­ )

MATARON A MI HIJA

Es una mañana soleada de julio, el ruido de la gente anima la ciudad. Mi hija sale apresurada de su casa porque esperanzada, trabajo va a buscar. Llega a su destino como muchos otros, esperando ansiosa poderse anotar. Afu era sol brilla, sobra fría brisa, deseos e ilusiones la animaban ya. De pronto. ¡ Dios bandito ! El mundo estalla, destrozos, llantos, gritos, se oyen por doquier, La AMIA ya no existe, sólo quedan escombros, pedazos de personas que soñaban ayer. El sol alumbra sangre. El silencio ahoga gritos. Miedo, tragedia, llanto sacude la ciudad. Mi hija ...¿ Qué pasó con ella? ¡ Guíame, Dios mío, para poderla hallar ! Pasaron siete días de terrible agonía, de esperas, llantos, angustia y ansiedad. De esperanzas perdidas y una horrible verdad: ¡Mi hija estaba muerta! Ella ya no existía, y yo desesperada, quedé por la mitad. Desde aquel entonces, me muero extrañamente. No me mata la muerte, no me mata la vida. Muero de una constante y muda herida clavada en mis entrañas como un feroz diente. En vano, día a día, mis brazos siempre abiertos, tocar quieren su cara con ilusorio afán. ¡ Qué silencio tan hondo! ¡ Qué impotencia tan grande ! Mi hija ya está muerta

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y siento soledad. Quizá me grita ¡Madre 1 Buscando en mí un escudo mi amor tantas veces en la vida la amparó, y advierte con espanto que todo se halla mudo que nadie la protege, ni le respondo yo . ¿Qué pasa en el mundo ? ¿Qué pasa con la gente ? ¿Por qué nos odian tanto y nos guardan rencor? ¿ Son hienas? ¿ Son dementes? ¿ Son estúpidos engendros que creen que el crimen los llevará hacia Dios? Mataron a mi hija, me quedé sin amiga, sin sus risas, sin su voz. En sólo un instante, mutilaron mi alma, mutilaron mi vientre que un día la engendró. El mundo sigue andando, me muero extrañamente, porque una muda herida abraza mis entrañas como un diente feroz. ¡ Qué silencio tan hondo 1 ¡ Qué impotencia tan grande 1 Mi hija ya está muerta y, junta [¿junto?] a ella, yo .

JO dé Ko zer (Cuba/Estados Unidos, 1940­ )

DESOLACIÓN DE REBB LEIZER

Pues fu e su tierra duramente la aldea Chejonov. Rebb Leizer chancleteó por los hornos de carbón con la cabeza rapada. Rebb Leizer almacenó insaciables toneladas de papas en los túneles de una casa. Pequeñito palpaba la sal de la atrición con la punta de los dedos. y con la punta de los dedos alzaba pequeñito la exhalación de los salmos. Su voz ardía entre los cráteres rojos de una cronología. Goteaba la yema del dedo índice un vino espeso. Rebb Leizer distribuía entre sus hijos la tentación del oro. Evadía con su bastón intransigente la redondez agreste de los panes. y acodado a los suplicios de un mostrador desconocía el sobresalto de los peces, la brumosa indecisión de un puerto.

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Sus siete hijos perecieron entre los ancestrales engranaj es de la guerra: y Rebb Leizer afirmando el muñón de los sufrimientos. y Rebb Leizer anotando paradigmas en un libro sagrado.

HOLOCAUSTO

En el cielo no hay ángeles.

El cielo carece de plural.

Caín salió de la casa: Caín no ha vuelto: tampoco volverá.

Tiene rostro, singular, pero también tiene sombra.

Es Abel. Una quijada de burro que según las horas del día, según la alumbre el sol, por su sombra toma la forma de la guadaña, la forma de la hoz, hormas que a Caín y Abel les parecen definitivas.

Dios en los cielos impone, según Caín, los vaticinios.

Dios en los cielos, según Abel, nos sobresalta.

Pero Dios es Dios y sus profetas son el aspecto de su desconocimiento en manos de Abel y Caín.

El cielo, en efecto, carece de ángeles, no tiene noción de plural. y aquel homicida vagando por el mundo hasta el fin de los tiempos con su pelleja de burro protegiéndolo de la inclemencia es la propia inclemencia de los cielos, disfrácese o no con pieles de cordero a la manera de Abel.

Inclemencia contra Esaú contra la mujer de Lot contra Absalón hijo de David.

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JEREM

De Reyes regresaba yo con la cabeza llena de historias.

Ya no era niño, colgaba de mi cintura un talego lleno de arandelas, cobres, un rubí de bisutería; clausurarían las ventanas.

Miraba por vez postrera, olía aquello que miraba, por el aroma de las yerbas silvestres a la hora del calor, por el aroma del yodo que me dejaba una costra de sal en los labios, conocía (reconocía) para mí un destino: de Reyes extraía para mí un camino que empezaba en una larga (estrecha) carretera, a veces se me cruzaba un cangrejo presuroso, ladeándose, aquello desembocaba en una guardarraya, un ruido de motores, alas metálicas (me aferraba a mi maleta a cuadros de cartón) (tocaba la basta tela del talego que colgaba de mi cintura, lo hacía tintinear: escuchaba; escuchaba; podía tranquilizarme) tres veces me pasé las manos por el pelo, una vez me mesé la cabellera, soy David, David soy, por mi enemigo me meso los cabellos.

Ya no eran historias era un camino que me llenaba la cabeza.

Podré echarme en el bolsillo del saco un puñado de uvas pasas, reco rrer el mundo: un vaso de agua cobra color azul olor a posos sabor a la blancura itinerante de azogadas islas: al pie de los acantilados una mesa manchada de restos de mariscos (algas) la rotura del vinoal salir de los lagares y padecer, padecer frente a la luz (luz egipcia) (babilonia luz) de los mares: estar raído pero conversar. Revuelto el pelo desaliñada la ropa pero poder conversar. Satisfacer el hambre con una borona de pan oscuro, el negro contenido de un vaso que nos suelta la lengua, de postre respirar dos veces salitre, canturrear, echarse a la sombra de un árbol a contemplar los golpes del rabo de una perra contra la tierra, debajo de la mesa: su fétido bostezo despierta a unas moscas bajo el árbol: vamos ya de regreso. A pasar la noche abrazados al calor de la perra,

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dormir cada vez más al fondo hasta alcanzar el peso de la gravitación del pan, la medida verdadera del caudal del vino, y la luz excoriada por el salitre en el calor del verano al recorrer debajo de mis harapos nuevos la desnudez más oriunda de mi cuerpo: el mapa, el mapa sin regreso para volver a encontrarme.

¿Qué mundo recorrí? Un mismo libro, Reyes. y desde aquel entonces, desde aquella maleta de padres y de padres de padres, la maleta con unos trajes de gabardina unas corbatas cinco relojes de leontina cinco cajas de tabacos Winston Churchill para la reventa (cincuenta pesos, no hay más, en el bolsillo) dio un vuelco el reloj de consola con el espejo de cuerpo entero de aquella sala de Estrada Palma, su oj o obsesionado me volcó, acabo de golpearme en la noche contra una pared blanca, a tientas busco el calor de la perra, el olor de su fétido aliento bajo la mesa del acantilado, a tientas hurgo entre las telas del pijama para la micción de la madrugada, y a tientas ya pienso en el regreso, regresar a la cónyuge en la inmensa cama de matrimonio (está frío el suelo) (desnudas están las tres higueras del camino ) (destrozados los higos en las molduras del techo de la sala) (colgajos, mis pudendas) taparme, dormir, hedor a tientas el sueño, detrás del sueño ver alzar el brazo hirsuto a Samuel, descargarlo contra Saúl, blandirlo contra David, a mí dividirme en dos de un taj o con aquel brazo, medio cuerpo para la madre oscura, medio cuerpo para la oscura madre que me llena de historias la cabeza.

Corina ROJenfe úJ (Chile, 1941­ )

Alcancé a ver mi reflejo en un ojo de buey.

Desde entonces la mansedumbre habitó mis ojos.

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Pero el destierro quisiera ser más potente y en un trozo de vidrio desea retenerme.

Por eso camino entre mansos sueños mientras el espejo se ríe un poco de los reflejos que alguna vez ha visto.

Hay fantasmas que parecen vivientes. Pueblan el aire que respiro, junto a mí contemplan lunas y el sol cuando cae de tarde.

Han ido dejando sus ropas vacías en mi casa. Ya no sé a quién pertenecieron ni si soy ya uno de ellos y otros ahora contemplan mi vestimenta inútil en un cuarto que ya quedó vacío.

Hoy recuerdo tu voz ida: como lamento marino azota mis oídos danzando por quebradas de aire, cayendo hacia mis aguas como cascadas interrumpidas.

Pero nunca antes recordé voces. Ahora la tuya no me da tregua: es un caudal que me fluye hacia la fu ente en la cual tú ya fuiste a beber tu inicio

* * *

La noche no se detiene en mis párpados ni el viento en mi mano. ¿Dónde quedará su hálito, si traspasan toda fr ontera

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sin dejar huella? De mi infancia no tengo más recuerdos que el de estar ante puertas cerradas. Cada una tenía (me dijeron) su propia llave que las abriría a su debido tiempo.

* * *

Cuando llegó ese momento no supe que entonces emprendería vuelo al viento.

* * *

Ahora deseo no haberlas abierto pero es demasiado tarde: ya no hay ninguna puerta ni tampoco puerto alguno.

* * *

Cuando todo esté cumplido (como estaba predicho) sentiré la tentación de romper el libro.

* * *

Cuando caiga en ella (como también está predicho) sólo entonces me daré cuenta que lo que me alcanza es el imperio de la palabra dicha

* * *

Controlo el girar de la tierra equilibrada en un bastón y si se entromete siquiera un caracol habrá temblor de pena Ahora tengo tantos recuerdos: hipertrofiadamemor ia soy en un mundo despoblado.

* * *

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,

Me pregunto qué sentirán mis huesos cuando les llegue el turno de poblar otros recuerdos.

* * *

No sé qué hacer con las palabras porque despojan en materia de papel y aire la densidad de nuestras cosas. Lo no dicho es un secreto revelado a nadie: cada cosa sigue siendo la de antes.

Carlo.J Levy (Argentina, 1942­ )

EL JUDÍO QUE SOÑABA ESPAÑA

Va siempre a Plaza España. Tal vez porque la ama y acaso, porque la sueña con su otro nombre. Sefarad. Bajo el brazo, el mismo brazo numerado con la cifra de Dachau ese recuerdo del horror, ese estigma imborrable, al parecer tan cerca pero tan lejos, lleva dos libros el viejo judío. Un atlas, viejo de la antigua patria y una casi tan vieja antología de poemas ignotos. Se mueve el hombre cansino, no en el tiempo que le pide la ciudad, voraz en su vorágine, sino en aquel otro y escribe palabras en el dulce ladino, el idioma amado, hasta que se cansa. Del otro libro elige entonces los poemas del día, y mientras mueve la cabeza hacia delante, hacia atrás como religioso en medio de la oración,

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los murmura y su voz leve deja una melancolía en el aire. Cuando la tarde se agranda y le anuncia el crepúsculo va camino al templo, cantando entre los ires y venires de la gente una cancioncilla rescatada del olvido. En una pared una leyenda: mueran IOd jUdWd y una prolija cruz gamada rojinegra. Por un segundo se detiene el viento, y por un segundo enmudece. ¿ Tan to trabadho tomardepara Iceid mura piJir? Acomoda su sombrero sonríe, reentona su memoria y mirando al cielo apura su paso, a la celebración del Sbabat.

18 DE JULIO DE 1998

Al Rabino Alejandro Blocle

"De nuer'o nuevamente como bace tred núL aiiOd... " Antonio Esteban Agüero

Ay Antonio de nuevo nuevamente pero no, Como cuando hace tres mil años Homero, Soltaba pájaros obreros barcos y palabras en las plazas. de nuevo nuevamente como hace apenas ochocientos treinta y nueve días escasos cuando el odio se desataba en Buenos Aires sobre una calle como cualquier calle de cualquier ciudad donde caminan niños, hombres con la simple apetencia del pan duro diario marchando al trabajo.

Mujeres pensando la sopa del mediodía y jóvenes enamorados merodeando el futuro: una calle,

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por donde acaso pasaba una monja paso etéreo casi danza rezando su ecuación de rosarios, un rabino, de andar cansino haciendo memoria en sus guedejas, un florista un clavel una magnolia un gato un perro un pez en su pecera paseando su inocencia en medio del agua.

Sobre esa calle, Antonio, desparramó el odio un es truendo esa mañana llenando el aire de pavura. y no fue esa vez como cuando hace tres mil años, Homero decía la vida y fue otro estruendo el que celebraba la plaza. Antonio, se ha transformado de nuevo nuevamente mi pacífico café en un corrillo de terror, y veo cómo mi nombre, los viejos nombres de la vieja Biblia se arriman para abrasarse en muerte con Hernández, Fernández Abdala Marinetti Buttini Di Taranto Da Souza Van der Heussen y creo que ya olvido Homero con sus hombres pájaros y barcos. porque de nuevo nuevamente ya recuerdo Treblinka Dachau Auschwitz Bosnia Viet Nam Corea, Ruanda, los humillados apartados y víctimas de siempre los parias menesterosos y olvidados los niños de la calle en Río esperando el escuadrón de la muerte mientras flotala pregunta inútil del por qué cada vez que comienza un nuevo día. Pero soy judío, Antonio, y yo ya estaba cuando Homero. Pasado mañana nuevamente, de nuevo nuevamente recordaré que hace tres mil años, él soltaba barcos pájaros obreros y palabras en las plazas.

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LEJAIM

Si digo Lejaim, brindo por la vida por el planeta entero, por el aire que lo contiene, me contiene y contiene todo aquello que vive y que yo amo. digo Leja ún y levanto mi copa por los pájaros, palomas, mirlos, gorriones, cóndores de poderoso vuelo, sapientes búhos y arquitectos horneros. y si digo Lejaim hablo de peces, insectos, cetáceos y réptiles, recuerdo la bíblica ballena de J onás y el mitológico hipocampo el renacuajo sin historia del estanque después de la tormenta, el ciempiés, la abeja, y el léon, el perro, el gato y el lagarto; digo Lejaimy vivo con todo lo que vive. Leja ún por las plantas, por la vida del árbol lujurioso de la selva, y la vida, del menesteroso arbusto heroico que sobrevive al desierto. (Soy un recordador Brindo por la sombra de aquel sauce que lloraba protegiendo mi adolescencia y aquel amor prohibido en la hora de la siesta) Si digo Leja im es bien cierto que hablo de la lluvia, brindo por ella y por el viento que desparrama el polen. y por el polen, por la vida del trigo y por la espiga, por la espiga y por el pan que el padre reparte en la única comida del día; y digo Leja im por el árbol del pan que sueñan los esperantes y por el día cuando los esperantes despiertan. en la tierra de la leche y de la miel.

Leja im, Leja im, Leja im tres veces por el vino que desata en el hombre los abrazos puebla las tabernas de canciones y memorias de corazones abiertos como en una fábula hermosa.

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Beberé el trago más largo y digo Leja im por aquellos que están lejos de su pueblo y derraman una lágrima por ello, porque canten ellos su canción de amor esta noche y no se sientan extranjeros en mi mesa Leja¿m, Lejaimpor el corazón del hombre y los hombres que hablan el idioma de ese corazón. Leja im por los que después serán hombres, los niños, por la ronda de los niños: Leja im por la ronda de la vida, y por nosotros, que aún estamos sobre la tierra.

JOriéPiví n (Argentina/Israel, 1942­)

DE REMOTAS TIERRAS HABLO

Hablo de remotas tierras de praderas verdes y cultivos altos hablo de lejanas pampas de caballos salvajes hablo y cuando hablo de ríos y de puertos no son los mismos ríos ni los mismos puertos que tú te imaginas. Hablo de curtidos jinetes y tú piensas en beduinos montados en camellos.

Digo río y pienso en el Paraná corcoveando enloquecido de norte a sur y cuando digo río tú piensas en el Jordán estrecho y recatado.

Hablo del tiempo y digo friotempestuosolluvia hablo de invierno y en este momento tú disfrutas de solcalorverlano.

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Hablo de remotas tierras de praderas verdes y cultivos altos hablo de lejanas pampas de caballos salvajes hablo.

Ha ifa — üraeL

INFARTODIARIO

Es cuando arremete de golpe como un toro enloquecido o una aplanadora sobre tu pecho.

Es como un ciclón que golpea, una fIlosa daga que secciona, un calambre maldito que presiona con la fuerza de un mortero.

Es un rayo cargado de electricidad que te apuña la garganta por dentro de abajo arriba, el lado izquierdo.

Es un sudor frío que te invade la frente el pecho y la espalda.

Es todo esto y mucho más y creé s que te morís o algo así y sentís que no querés, que aún no te llegó la hora.

A las ocho y media de la noche puntualmente

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el infartodiario te anuncia que ha llegado y vos con tus cuarenta años de linyera poeta laburante te quedas casi paralizado sin saber si morirte o sonreírle.

HOJp itaL RotlJJchiLd, Haifa, 9/82

TO DAS LAS FIESTAS, CUANDO DESPUNTA EL DÍA

Todas las fiestas, cuando despunta el día todos los soles, cuando la noche llega todos los vientos, cuando la guitarra calla. y cuando el vino se derrama sobre la tarde sólo pájaros en vuelo casi vertical, ascendente como flechas disparadas al cielo o misiles cargados de explosivos.

Así te recuerdo, oh muchacha de ojos claros cuando despunta el día y tus cabellos sueltos flotando al viento como si fueran granadas reventando.

Sólo cuando la tarde cae, cuando la tarde muere te recupero en mi memoria adolescente allí en el llano del litoral santafesino cuando todo era más sencillo, más perdurable.

Ha ifa — DraeL

TEMPRANO, PERO NO TANTO

A ÁngeL Piví/l, hermano.

Temprano, pero no tanto, así en verano como en invierno,

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cuando la claridad del día me convoca te recuerdo hermano tan lejos y tan cercano.

Temprano, pero no tanto, así en otoño como en primavera, te convoco hermano, cuando el sol cubre de calor el Mediterráneo o las nubes encapotan el cielo del Monte Carmelo.

Temprano, pero no tanto, cuando el pocillo de café aún tibio es una promesa y la cucharita es una flecha apuntando hacia la luna, te ofrezco hermano estas palabras de bienvenida, cuando aún la mañana es una esperanza en la calurosa y húmeda identidad del asfalto que limita la avenida y la esperanza.

Haifa �— üraeL

Gloria Gervitz (México, 1943­ )

TRENO

te hablaba a ti y tú eras yo y tan oscura el agua como quien entrega el alma y no hay quién y tanto cielo en tu cabeza y el corazón que no quiere hundirse hundido todos mis sentimientos son de ti todas las palabras me conducen hacia ti

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soy tuya de ti tuya en ti ahora eres tú la que llora la que suplica la devoción corta como una hoja de obsidiana agua que se desgaja si pudiera tocar tu profundidad pálida agujeros del agua si pudiera abrir de taj o el miedo agua como una ostra cuando es acariciada si pudiera abrir eso cerrado como tu cuerpo agua hasta el polvo agua hincada en ti agua padeciendo tu sed hincada en ti hasta el polvo agua que pide ser besada puño cerrado que se deshace en lodo habría de decirte y no me oyeras fuera como si nunca hubieras sido para que tú me recojas y me hurtes de mí en esto que no entiendo

como una piedra negra en eterna obediencia llueve el aire está inmóvil la lluvia también se desplaza hacia el sueño era bajo un cielo pálido y de una gran impaciencia ¿recuerdas? no puedo despertar it is spring again the plum trees are blooming you planted them long ago all is so long ago

y la voz decía deja que entre en ti que hurte en ti lo que me pertenece sólo puedo dormir del lado izquierdo -me dices

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with big blue beautiful eyes swollen feet lungs full of water disguised as an old woman soaked to the marrow a harpooned whale sinking y yo quería llegar a ti pero tú eras yo y tan oscura el agua and the river is full of corpses and she is so lonely an orphan in the world of the dead but this is not loneliness it is not sadness this flowis pure joy though joy is always sad at its root it is delivered like death without your knowing it is this not knowing that flows it enters as a body enters love with all its flesh this breathless beauty

Kadosh Kadosh Kadosh words flood like tears loaded words like a fisherman's net flayed words like ash on the skin of a sadhu silt words unspoken estoy en tu silencio en este tu olvido -que es el mío -

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como un sol el cuerpo se arrodilla y se hunde estoy ahí en lo quieto en ese tu fluir quietísimo en esa tu luz summer opens up nothing to do you sit and let life pass by agapanthus clenched to the sun blue you listen to yourself decode old forgotten selves remorse from far away leaps like a leopard words -meaning suddenly gone ­ leap dreams soar then fade slow homecoming night falls o mother if only 1 could forgive you o mother if only you could forgive me el silencio en su semilla la luz quieta yo ahí la luna más frágil que tu sueño y la palabra rompe vuélcase ahí en su tajo celda tú en mi sin mí y ahora ¿qué me vas a decir? ¿qué más me vas a decir?

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Evelyn Kliman (Uruguay, 1945­ )

CONSEJO DE HOMBRE

Hay que rodear al poema (no invadirlo) comer unas migajas de su mano declararse inocente (por las dudas) antes de penetrarlo

DANZA HEROICA

El milagro del pájaro sostiene el cielo como el árbol la luz

El hombre ¿qué sostiene? No hay paz en su ojo peregrino no hay justicia no sabe dirigir su osamenta

Baila la danza heroica a pesar suyo con las manos asidas trémulas palpitantes a su vida

CERTIDUMBRE

Después de todo, no se sabe nada, y antes de la nada lo oscuro abriendo surcos en lo oscuro ni ayer ni hoy ni arriba ni abajo nada caía cae nada se desmorona

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no había sombra no hay ni nombre ni distancia después de todo nada se estremece nada alienta por eso cada cosa es todo y en cada sonido está el primer dolor abriendo el día

MAR

El sublevado mar el subyugante rompe crestas de sol rompe cadenas desde su lecho azul canta profundo su lengua enamorada incomprendida

El sublevado mar nos presta brazos tan prestos a luchar como su espuma gozosos como el cálido horizonte donde se empina el sol y se adormece

Yo sé que el canto al mar es redundante y sé bien que ya todo ha sido dicho y de todos los modos y cadencias ...pe ro siguen rompiéndose las olas ...

PAISAJE

La espuma anima el sueño de la roca su corona de musgo su vientre abierto al vientoy al coral. La gaviota enardece el tumulto de la ola cuando saltan los peces. El mar ronco y rabioso tañe cuerdas de sal y en la playa hay un niño sin infancia echado a la deriva de su sueño

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de cemento inhalado. Sucio andrajoso y falto del encanto que la opulencia da lleno de arena el pelo de legañas los ojos consternados mira sin ver se encoge entre los brazos de una madre letal.

Es domingo y reciente primavera.

1 Fui hacia ti. a esto hemos llegado. Hubo vacilaciones, infinitos demoliendo infinitos al cercarlos ardiendo y sin tocarlos. No hay tiempo es un destiempo mas llegamos. Con valijas de arena con asombro cargado de palabras. .

2 Juro que no he querido lastimarte la pena volcarte hacia la sombra. Desandarte despacio y con cautela sólo eso buscaba. Perdóname las ansias nunca enteras perdóname los verdes campanarios de la desolación.

" Palabra hebrea que significa: retorno, respuesta

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Alicia BoriflcJky (Argentina/Estados Unidos, 1946­ )

MUJERES TÍMIDAS una canción dulcísima la penetra sus zapatos están sabiamente charolados mirada hacia la plaza hacia el árbol hacia lo que as ciende sin temor "quiero darte una mirada con raí ces, lo verdadero, lo oscuro de mi amor, corazoncito de vino, botellita, tesoro" Cuando camina parece un poema de Tablada tan ordenada tan secreta tan petisa Lee cartas en el banco Se arregla el cuello del tapado Fue una maestra ej emplar Fue la noviatierna fue la nuera tía hermana mayor bailarina clásica cOCInera adúltera discreta su timidez me adula me relee me espanta con sus silencios prepara mi asesinato sus caricias me dan espejo un cuchillo un látigo el ritmo de su hambre.

LA MUJER DE MENOS DE CINCUENTA AÑos

Si la parte difícil del negocio les parece clara digamos sólo cuando la mujer de menos de cincuenta años no tiene quien la proteja flota flor de lis sometida a caprichos mercantiles busca afanosamente alguien para su álbum regala cerrojos misivas amorosas propagandas hogar dulce hogar

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inminentes los niños interrumpen su tarea cantan loas a la paternidad crecen en casas ordenadísimas juegan a las escondidas a los rumores risitas diurnas para burlar la siesta manipulan las calificaciones escolares cuando escribamos esta historia ¿quién recibirá las fábulas?

YA LA EXTRAÑO

La vieja se pasea y lustra cada silla con cuidados mo rosos (sabe preservar sus movimientos no hace rui do se diría que complota la limpieza) . te espero con flores apenas enteradas de su e /dad habrá. un piano una cortina un diván querida maría: hasta luego no te olvides de dejar huellas CADA VEZ QUE PARTE QU IERO VIAJAR CON

/ELLA

MI VIDA SOLO EXlSTE EN SUS PALABRAS

NO HAY CALOR POSIBLE SIN SU IMPLACABLE

/AMISTAD.

HOME es la calle Bonifacio encadenándola sucesión de muros floridos caminos negocios recurrencia de hospitales nítidos ahogados masitas de /hojaldre para comer con cuchillo y tenedor buena educación hote !les de citas calor huidizo entre sábanas cerca de la estación de /tren De vuelta en el colegio el día preciso en que dejó de /tenerle

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miedo a la maestra el nacimiento y evolución de las formas más insolentes del olvido camInemos estas son las calles es el barrio aquí la casa que te reproduce hay latidos que deberás devolverle músicas perdidas en una entonación que reconoces este es un baile para ciegos un cuchillo para mentidas valentías ah el triunfo de los débiles de quienes se abren el corazón para mostrar un interior vacío la vaga contracción que entretiene los volúmenes.

LO QUE LE DIJO LA MAMÁ nena:

no tengas miedo el mundo es un lugar decente todo lo que digas quedará entretejido entre profundos deseos que nunca conocerás nada malo te espera ni contamina porque hemos puesto tu nombre del lado de los protegidos contigo es la claridad y no lo olvidaremos. no tengas miedo entonces cuando la constancia del desierto la calentura en un colectivo después de desconocidas caricias la llamada telefónica en el medio de la noche voz entrecortada los partes de guerra atentados muertos en hospitales asilos manicomios borrachos pescados en el centro de su obsesión

Del lado de la claridad está tu nombre así lo hemos prometido Nada de esto te alcanzará Tu inocencia es flor doble Con egoísmo. Con piruetas Calculando Tu felicidad es segura pero en cuotas

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Ta mara Ka mefhJzain (Argentina, 1947­ )

ESCUDO DE DAVID

Debajo de su boina negra hay un techo inflamable turbulencias las nubes roj as de trópico flamean acaloradas media asta sobre la Habana Vieja donde nadie sabe decir dónde reposan los restos lo que resta de mí me deja a merced de mi propio mausoleo jinetera detenida sobre sus pies no espero a nadie e insisto en que alguien tiene que llegar un mesías sobre su boina negra ladeado el ojo de la tormenta el manto celestial que arranque puntas estrelladas de los anteojos de Trotsky esquirlas de un héroe que se estampa entre el pecho y la espalda una camiseta herida vale de escudo,

ANTEPASADOS

¿Adónde van ? Me voy con ellos desciendo de mis hijos hasta donde quieran llegar astros rodantes si a la hora del nacimiento calcularon ascendiente no lo abandonen más, Desde el Mar Negro hasta el Estrecho se naturalizan conmigo de mí vienen

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chicos de apellido descompuesto viajando para ser argentinos inmigrantes por vomitar en cubierta dados vuelta nos vuelven a nosotros como vinilo rayado de beatles de Rusia para acá y de aquí a la URSS que fue dueños de un desierto que avanza bisabuelos de la nada..

BAR MITZVÁ

El año que viene en J erusalem. ¿ y mientras tanto? Esquina de Güemes y Scalabrini Ortiz. Se atrasa intermitente la locación del semáforo y un permiso de luz enciende tu ceremonia. Me pesa el muro que te cargo con la vista puesta en la espalda el horizonte nos señala otra patria. Empujo con todos el templo hasta un salón de fiestas por Güemes y Scalabrini practicamos en ronda tus trece y si me ronda un buen partido lo dejo ir: demasiado familiar para tanta lejanía cuando el muchacho judío se consagra un tránsito pesado entre el país que arranca de su infancia y la tierra prometida me dej a lejos.

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JUDÍOS

Somos los de la combi "Corcovado" portuñoles tirando de las faldas de un guía que a los pies macizos del redentor pone los brazos en cruz como diciendo: hasta aquí llegamos. Algode la altura nos marea es una percusión que se eleva de los otros, ja ntadLM golpeando en redondo ellos avanzan sobre su carnaval de todos una bandera

que diceedco La nos desorienta más porque al tam tam de las voces se suman las nuestras también ya somos disfrazados una fauna dejada de la mano de dios los que bailan y los que ven bailar inauguramos el mismo carnaval 2001 y todo es como siempre al otro lado del Cristo el precipicio y todos sin embargo marchamos esta marcha de ciegos sobre los pasos que le debemos a la música loca fantasía de una escuela de vida donde se aprende golpe a golpe que los de arriba y los de abajo que los de abajo con los de arriba son distintos diferentes a costa de lo mismo son al borde mismo de un idéntico abismo el tamboril que adelanta si detiene su tam tam para el santo y seña: hasta aquí llegamos. todos

II

Pero hay más. Nosotros los de la combi en éxtasis foráneo vamos a dejar nuestros disfraces de hotel vamos a colgar nuestra bermuda en estandarte

de una ventana abierta al morro

82 y que nos reconozcan. Pueblito que baja y se pierde ni raza ni nación ni religión del argentino la parte en camiseta (lo que transpira destina al Che) hay una diáspora subida al Corcovado parte por parte acudimos a esa cruz sin raza sin nacionalidad sin religión ya fuimos clavados pero aún no somos tan portuñoles tan ladinos tan idishistas no somos suicidas aquí no ha pasado nada sólo se trata de lúmpenes peregrinaciones de un día más por Río de Janeiro visa de turista boleto de ida y vuelta no empujen ya quedamos atrás pasó de largo la parada del milenio bájense ahora todos precipiten que hasta aquí llegamos.

Becky Rubinstein (México, 1949- )

DESATAR EL LAGRIMAL

I

Tantos pergaminos por corregir y tanto que llorar por el mal escriba que baila enloquecido pluma en mano. Los escribas de mi pueblo encierran los signos en las macetas entirran sus gustos bajo los pantalones y mueren al parir en parto consonante. Analphabeta

83 me deslizo entre el negro y el blanco me entrometo en las casas del Bet me lejo del Alef —cabeza de buey— del Guimel—jiba descumunal— y cargo mis prisas en el desierto de un tintero.1

V

Letras saltan de mis ojos. La Vav estaca que me azota y no hay lágrimas. Nadie sospecha de la Vav seis dedos de un monstruo mano. Me abofetea y marca mi rostro con la marca de Caín. La Zaín estragula mis ganas de yacer en brazas ajenas. Mis ganas crecen rompen el dique y me desabordo entinto la alfombra los pisos de los cortinajes. Los escribas de mi pueblo entintan sus manos las sepultan en mi lágrima.2

IX

La Tet se tuerce impenetrable. Las metáforas desafían al poeta y la noche lo avasalla.

1 Las primeras letras del Alfabeto Hebrero son Alef, Bet y Guimel. La Alef semeja a una cabeza de buey; la Bet, a una casa, Beit en hebreo; la Guimel se vincula a Gamal, que significa en lengua hebrea, camello, de ahí que se hable de una jiba.

2 La letra Vav, da la idea de una raya vertical; su valor numérico es seis. La Zain se asocia al verbo LeZaien, que significa sostener relaciones sexuales.

84 Todo indica lluvia y no hay lágrimas que limpien los pecados. ¿El infinito? llora por mí primero un ojo luego el otro finalmente los dos. El infinito se esconde. Mis ojos empequeñecen al verlo.3

X

Letra Yod: hora de dar jaque mate al día en fino ajedrez azul azul y blanco como mis ojos. Las escribas juegan en Nuevo fichero. Mi vista pierde todo menos sus lágrimas. Me vence el sueño el cálamo me embiste, y me fuerza. Sueño que lloro. . . Letras de un alfabeto imaginario marcan mi nombre en la espiral del mundo. Caronte conduce mi barca cargada en lágrimas.4

3 La Tet, novena letra del alfabeto hebreo; su valor numérico es siete; su forma es un tanto curva.

4 La Yod, es la décima letra del alfabeto hebreo, número clave en la Cabalá o misticismo judío. Sistema perfecto vinculado al diezmo, a los dedos de los manos, de los pies, a los dígitos del teléfono. Junto con los 22 letras del alfabeto hebreo constituyen los 32 senderos o vías sacrosanctos que conforman el universo.

85

Juana García Abás (Cuba, 1950­ )

TESTIMONIO A José Kozer

Cuando el álef precede la letra del nombre ... Séfer Yeŝirá

Aguardo conjunciones de cambio y permanencia, confiero cábalas a mis hojas de almácigo y grabo letanías en resina roja pidiendo frutos de olmo a los perales con la indiferencia de lo ubicuo. Las letras de mi nombre soy yo misma. Redimo la aporía de esta esfera y deconstruyo quebraduras restallando universos contra foscas. Una ordalía trasiega con la escoria del ángel que vamos extraviando en su fuga de exiliado en lo efímero, y engendra un vilo pendular —raíz pútrida y vástago de fénix— persiguiendo la meta por siempre postergada de esta sed que repite su curso ante la fuente. (El laberinto corrompe sus vórtices —sin arriba ni abajo, nada viene ni va—: la incuria socava tabernáculos, no hay ventura prescrita ni tierra destinada; las cifras de esta lumbre sable niegan las chispas de estos cántaros rotos, ningún brujo descubre que la nada es un mito y en las entrañas del Adam Cadmón obra el milagro de esta paradoja que ni Dios escogió.) Herética o mesiánica, creyéndome ungida con algo más vivo que mis óleos almagres, ya no resguardo los trastos livianos en la antevigilia de la Pascua; ahora fabulo palios para vencer demonios: la faz del teseracto en mis signos versátiles, este pan sin fermento en la miel de tus manos y la rama de Eneas en el guano bendito.

86 CÁBALA

Si omites una letra escribes una de más, destruyes el mundo. Rabí Meir

Lo más profundo y oculto en los recovecos íntimos del alma judía... Gershom Scholem

Todo emana de un punto y a ese lugar retorna pues la otra parte es sólo un sitio entre los signos, donde otros planos desbordan imprevistos ángulos trastornando lo vivo, los mapas y las claves. Sin reposo, tras constantes diluvios, se conservan los nombres, las letras con sus números, los rigores del cosmos que simula finales y el aroma extraviado en las hierbas amargas.

ESPEJO DE SEFIR

Mercurio virgen. Vilo. ¿Sólo tres toques y mis artejos parodian, fuliginosos, el viso anterior a la rotura del primer cántaro?

DE KÉTER A MALUT

Mezcla de lana y lino, aleja tu roce al que asomas ese doble júbilo que violenta límites, enraizado en su origen, como el aire a la llama, cuando la paradoja de extraviarse en epitelial exilia a un espíritu en tránsito por la ruta de los dúos en fuga hacia el aura de la corona.

87 CITY OF GOD

...the human need to walk among strangers. E. L. Doctorow

Recortado en niebla de aguas contaminadas —incuria ante la sed de los extraños—, las torres aún te enmarcan en la cubierta de Random House. Tras extender tanta larga ceniza, reuniendo filacterias por las furnias: oremos como junto a los ríos de Babilonia; y, por misericordia, del septentrión al austro, convivamos en gracia, aguardando al que tarda, con la fe de quien sabe que uno solo es el reino.

ÁZIMOS

a Elisha Porat

De álef a tau, entre permutaciones que alindan o lapidan diaminas y vitelos, esta agonía sofoca la piedad de las cifras y la inercia soslaya los fermentos del trigo. Bajo trances de pérdida o martirio, las pústulas se espesan y la masa inflama este golem que oprime con su jácara un signo que nos borra en el retardo. Los umbrales han sido destinados pero las puertas nunca se terminan y se apagan las voces en los cánticos. Diásporas y masacres con azares de ciervo, desentrañan la redención que anuncian los exilios del cuerpo y los del alma, disgregando maromas y arcaduces con ley que rige sin que se revele, trastocando los cauces de las cábalas. Todo está quebrado y tiene máculas: las percas, los adrales, los decálogos; el eco de los éxodos vara toda sed, pudre lo rancio, olvida los ayunos descabalándonos del nimbo al reino y las piedras angulares se quebrantan

88 sobre arenas por siempre diferidas.

Susana Grimberg (Argentina, 1950­ )

EL ANCLA

En cada partida algo anuda mis piernas. Una soga no, un ancla. Todo el mundo se mueve menos yo, sujeta por el ancla invisible, hundida en las profundidades del mar. Federico encontró las montañas, Julieta el oriente cercano. En mis sueños no hay ancla. Sólo la distancia que se agranda y también se acorta.

PSICOANALISTAS, ARQUEÓLOGOS, aventureros, coleccionistas de olvidos y de objetos perdidos, de historias in sabidas, de palabras sin hilván, de estampillas gastadas, de sueños en negativo, de zurcidos desparejos, descubren aguas tentadoras de infiernos transparentes y no ceden desde el principio hasta el fina.

* * *

LA TRISTEZA salta los dos, juega por debajo de los puentes.

Nada, corre, ríe. Luce su belleza infinita.

Cautiva su debilidad,

89 fascina su fortaleza.

Entre lo tenue y lo bello, el goce.

* * *

LA MIRADA DE ANA FRANK

PRlMERO fue dejar el negocio después , después el colegio después el cine, después el auto, después el tranvía. Después la ropa.

La vida después

LA PRIMAVERA un silbido apagado.

Primavera, 14 de junio.

Cumpleaños vacío.

Después, el verano, después, ahora.

Un calor gélido.

Los nazis ahogaron el verdor.

Un mundo en blanco y negro.

Chimeneas.

90 Humo de muertos. Muertos sin sepultura.

Borrar el nombre. Ana se rebela. Inventa colores. Narra. Escribe.

Por una sola razón.

Ser judíos.

ANA ES un lirio. Baila por el de los sueños. (Vacía de voces, la casa). Espera. Sin comida. Sin agua. Su apetito era vivir.

Ana, un lirio tenue en el campo de concen tración.

Las inquietas aguas del río de los sueños

Tamara Bruder Melnick (Checoslovaquia/Chile/Israel, 1950­ )

SUR DE CHILE

En las hermosas casitas de tejas rojas asomándose a los lagos viven digna y educadamente los que les arrancaron hasta las muelas de oro a mis abuelos mis tíos

91 mis primos y sus vecinos, para poder vivir amnésicos y educados en sus hermosas casitas colgando sobre los lagos y la nieve de los volcanes, de frente

Traducciones El quitamanchas es en español. La mancha es en hebreo. Pero entiende.

La conexión David dejó un mensaje para Ruti y Iosi. Como si hubiese un proyecto común, alguna cercanía. Nunca supo que la única conexión que quedaba entre ellos dos era aquel mensaje en la contestadora automática

JAD GADIA

Un árabe plantó un olivo que le compró su padre por dos camellos.

Un colono israelí derribó el árbol en un campo árabe. El padre había pagado dos camellos.

Vino un miembro

92 de la granja colectiva, un kibutznik y defendió al árabe del colono mientras replantaba su árbol que le había costado dos camellos a su padre.

Vino un policía que golpeó al kibutznik que defendía al dueño del olivo de los colonos que volvía a plantar el árbol que le costó a su padre dos camellos.

Vino un soldado que paró al policía que golpeó al kibutznik mientras protegía al dueño del árbol destruido que había costado dos camellos a su padre.

Vino la madre de ese soldado el que detuvo al policía el que golpeó al kibutznik que ayudaba al árabe a plantar un nuevo olivo que le costó a su padre dos pequeños camellos.

Vino el juez juzgó al colono por destruir los árboles del árabe que el kibutznik ayudaba a replantar el policía amedrentaba al soldado protegido por su madre que lo cuidaba como la luz de sus ojos.

Vino un terrorista

93 que voló al olivo, su dueño y su padre al campesino al colono al policía al soldado a su madre al juez y se mató a sí mismo el shahid.

Vino el dios de los hombres la cordura y hubo paz en Tierra Santa.

ROMPIENDO EL SILENCIO

Nací Crecí en un campo de cicatrices. Tu corazón lleva el silencio lo arrastra y se apaga Podré perturbar el silencio— Quebrarlo cerrará tus heridas Y a la hora de la despedida Como separarnos si desde el comienzo hemos estado atadas por un alambrado. Ven, invitemos a las sombras que viven entre nosotros a la última cena. Después las acostaremos. Las taparemos con una colcha florida por el resto de todas las noches. Así tendremos más aire puro más campo abierto.

94

Perla Sneh (Argentina, 1952­ )

VALENTÍN ALSINA

Sea tu regazo refugio de mi cabeza, nido de mis rezos perdidos Jáim Nájman Bialik

Alzar te alzabas en tu resplandor. Más allá, el convidado de piedra, su color y su miseria. La promesa, la suerte, la llaga. Y la trenza como estrella bajo el cielo y sobre el mar. ¿Cuántas veces planeaste la huida?

No es el abismo ni es el desierto, decías, lo que fatiga. Más bien, es planchar. Pero la mandrágora era flor y el vino era uva chinche. Patio techado de parra, calle de barro, ajo en el pan. Rito de aguas servidas, sándalo, mal olor, los pájaros y la Iglesia. Puente y madera podrida, cantos de los vencidos que suenan en el tranvía, plegaria, santuario precoz.

Pecadora sutil, amor del soldado, silencios de novia y hermana, chácharas de escombros, rumores de loca, de hurí, de comadre. Materia luminosa que vive en tu regazo: cuellitos de encaje, cintas de broderí, un dedal, un cauterio. Y tu noche, perfecto milagro.

Hijos de madre estéril, glorias de padre anciano, perdemos la inocencia de ser esa verdad oscura. Y con vos buscamos la hebra, la tiza, la lumbre, la lana, esa cosa preciosa que no está en ningún lado. Papel celofán, mostacilla, el gesto insabido, el saludo, apenas si mueve los dedos. Esperar no esperas nada, pero

95 todavía buscás el momento. Con vos viven el blanco, el relámpago, la seda. Oficios de lo callado. Tiempo es ya que despierte el rumor, la insistencia, la luz de lo que se esconde. Su lámpara, su remanso.

Algunas de estas cosas quedan escritas en piedra.

MISERERE

Somos tártaros, papá, la gente como nosotros no camina por la calle. Cabalga por los desiertos, frecuenta la batalla, usa dagas de oro y diamantes en la cara. La gente como nosotros no se halla en las memorias; nos faltan celebraciones, ni qué hablar, los modales. El ruido, papá, el ruido, que hacemos al respirar: ruido a papel rasgado, a mano que agarra el puñal a vidrio en los remolinos, a muerto en el fondo del mar. Con menos de eso alcanza para hacernos echar. Mirá, papá, cómo insisten las condenadas rimas. ¿Te acordás cuando quise enterrarlas en la arena? Me saltaron a los ojos y yo me puse a llorar. y vos me dijiste méidele, dejáte de lloriquear, que la cosa es más difícil de lo que vvos te pensssás. Todavía, también dijiste, queda mucho porrr andar, arrastrabas algunas letras: la ere, la ese, la ve, ¿o vos qué te crrrreésss? ¿qué esto es assí no másss? Pero no te contesté porque no hablo lengua eslava, ni siquiera el castellano, apenas, hasta ahí. ¿Te acordás cuando el tiempo era tiempo y la gente nos saludaba? Buenos días, ensayaban y después cerraban el puño. ¿ Qué decís? ¿Qué daga? ¿Qué lumbre? ¿Qué pedernal? Qué sé yo, papá, será que la tarde nos pone bobos. Mejor, caminemos un rato y después nos tomamos el subte, vení, dame la mano, ya es tiempo, guarda el escalón.

96

Carlota Caulfield (Cuba/Estados Unidos/Inglaterra, 1953­ )

Para Sabina, In Memoriam

Más allá del párpado se alimenta el ojo en su inevitable recorrido hacia lo que a mí me interesa porque es lo que no soy.

Si hay espacios por recorrer es aquél que va del cenit al nadir para encontrarse en un núcleo.

Después de la primera mirada no hay quien detenga el rayo de la pupila, y si hay dilatación es porque el vacío lo ha convertido todo, lo ha vuelto mosaico, grano, semilla, y tal vez fruta.

La bondad de la niña del ojo es clara de huevo, suspiro agradecido y toque dulzón entre vanos prismas.

No se trata aquí de ningún sonido, o quizás sí, del sonido mudo de las partículas en la distancia.

Me detengo. El ojo se detiene y contempla sin apuro:

97 la calma del espejo nace de los amores del yo consigo mismo.

BRUSHING OF THE SOUND

La sinagoga parece querer limpiar el murmullo de los canales y la piel reconstruida de Gröningen. Hemos hablado de noches silenciosas, de esplendores diversos, de poesía, de modas, de sombreros ridículos. Nunca tuve ni tendré palabras para decirte lo que significó aquella tarde para mí, querido amigo.

ZIRK O DEL PALADAR

Singular hallarse aquí en Amberes. Me encanta saborear platos exóticos en compañía del hombre más bello del mundo, y lanzarme al mar una vez visitado por un tal Juan de medio barroco y pecador. Y claro, lo que aquí toca la mano no sufre resistencia. Por eso amo las ciudades flamencas, y sobre todo a mi amigo Wiel. Siempre.

Un sabor en la mano.

RAIMUNDUS LULLUS SE PASEA DE LA MANO DE HEATHER DAVIS POR LOS JARDINES DEL ARCHIDUQUE LUIS SALVADOR

Sin lugar a dudas mi querida pelirroja es afortunada. Una mañana en Mallorca ha valido más que cualquier consagración familiar. Y debo agradecerte varias enseñanzas del ojo frente al mar todopoderoso y demasiado intenso del Mediterráneo.

Cuentan los expertos que después de visitar estos jardines junto a los arrecifes, muchos viajeros se dedican a explorar su alma como si jugaran al ajedrez con un contrincante infatigable.

98 DE FORMAS AERODINÁMICAS Y ESPEJOS DE NAVEGANTES

Un buen viajero no tiene ni planes precisos ni la intención de llegar. Lao Tsé

—Soñé que una vez un buitre llegó a mí volando.

No tratas de hacer realidad tus ideas, sólo intentas vencer la resistencia del aire. Te ocupas de imitar el vuelo de los pájaros y vives en una casa que tiene guardavecinos, y una aldaba, y un zaguán.

Como tantas casas de tu ciudad costera, la mía, poco a poco, se sepulta bajo lava y cenizas de una tiranía en erupción.

Leo el Islario general de todas las islas del mundo de Alonso de Santa Cruz, cosmógrafo mayor del rey Carlos I de España, y se me ocurren soluciones para dudas e incógnitas.

—Sí, y me abrió la boca y me pasó varias veces sus plumas por ella.

Dédalo huyó de la isla de Creta para escapar de la pena de muerte. Olor a cuerpos descompuestos. Aire que derrite cualquier cera. Metamorfosis del alfarero que de tanto no tener siente miedo y cae al vacío de su propia nadez.

Combinas tus facultades de gran pintor con las de constructor y mecánico. Tus ciento sesenta hojas de garabatos eligen sitios para edificar helicópteros y paracaídas, para alzar el vuelo, para no tocar.

99 Pura imaginación la del Cosmógrafo de su Majestad, que por ser judío, y además chueta, de esos conversos de las Islas Baleares, teme atraerse las furias de la Iglesia.

—Sí, como queriendo insinuar que durante toda mi vida hablaría de alas.

Abre tu boca de nuevo, y en caso de que emane un ala, intenta el vuelo.

Cualquier fantasía sirve para descubrir una ciudad con palacios de piedra noble, sus iglesias, sus plazas rectangulares llenas de frondosos árboles y flores, y sus calles, callejuelas y avenidas batidas por la brisa del mar.

Evalúas la resistencia del aire, y la forma aerodinámica te convence.

—Mi pequeño Leonardo es astuto y talentoso. Ayer construyó una máquina de volar con plumas de ganso atadas con cordones.

Son visibles los cordones que unen las alas artificiales a los pies que han de impulsarlas. Si suelto a los demonios sobre tu cuerpo, se convierten en migajas de pan. Icaro parece que quisiera advertir al osado niño del peligro de la empresa.

La palabra no pronunciable: escapar La palabra soñada: escapar La palabra maldita: escapar

La leyenda griega cuenta de piedras labradas, de una bola de hilo, de una pasión que lo domina todo, y de un agua propicia a las plumas.

Sin serrucho y sin torno el alfarero se desangra en una página de un manuscrito donde aparecen dibujados varios grifos atados al trono de Alejandro.

Y a la mañana siguiente el niño cuenta que leyó un mensaje escueto que le trajo un ave: “Ignorancia del que se atreve a gravitar”.

100

De todas las leyendas de los tiempos antiguos, la del osado vuelo, que celebra a la persona deseada, y no deja medalla conmemorativa, es la que anuncia que la vida continúa, que se han contado innumerables historias acerca de hombres que se han elevado por los aires, que la facultad de volar es cosa de diablos o de heréticos.

El niño escribe la palabra guardacantón en su cuaderno, después añade la palabra esfera, después escupe sobre la hoja y la tinta se vuelve un murciélago bajo unos dedos que carecen de conocimientos, pero están llenos de insinuaciones.

Las goteras que destruyen nuestra casa han dejado tallado un velero que impulsa la navegación aérea. El aguafuerte atraviesa mares de nubes, y un intento de lograr divertirnos, gracias a las utopías de los inventores.

Marjorie Agosín (Chile/Estados Unidos, 1955­ )

PRIMAS

Mi madre murmuraba al nombrarlas, Julia, Silvia, Sonia, Sonia, Julia, Silvia. Eran nombres de ríos, nombres de mujeres hadas. Eran mis primas, mujeres conocidas, con las que compartíamos una historia. Yo las amaba desde lejos y desde cerca.

No sabíamos nada de ellas. Poco se sabía del tiempo obstinado de la guerra, tan sólo ciertas claves, un murmullo como un suspiro. Nos enviaban direcciones secretas, jamás resueltas,

101 pistas falsas, nombres invisibles. Para las fiestas sagradas había puestos vacíos y mi padre, con su copa sagrada, las nombraba, Julia, Sonia, Silvia.

Yo llegué también a quererlas. Me conformaba con conocer su letra en raídas postales de Viena, luego Praga y luego las ciudades de nombres austeros.

Mi abuela Helena, taciturna sacaba sus fotografías que parecían huesos color de ámbar, brillando entre las ausencias. De pronto, casi cincuenta años después, llama el primo de Suecia, y no puede dejar de recordar.

Nos contó, mudo, delgado entre la distancia, que las había visto, a esas primas: Julia, Sonia, Silvia. Las había encontrado en el libro sagrado de los muertos. Las había buscado por sus apellidos, y sus travesías.

Habían sido trasladadas en aquellos trenes de sombras y calvas mujeres cantando con sus trajes azules a Terezin

102 para luego mandarlas a Auschwitz donde no hay olvidos, donde no hay calendarios, donde no hay memoria, donde no hay voz, donde las mujeres enmudecen, son rapadas, deliran y hacen de sus cabezas los ceremoniales de los pájaros muertos. El primo de Suecia las encontró. Estaban muertas y vivas o habían llegado en una tarde de ámbar heridas y muertas.

Me dice rápidamente que las mataron con el gas azul y que eso es todo lo que se sabe de ellas. Dice que se lo cuente a mi madre y a la madre de mi madre, también a la tía Regina.

Todas ellas en Auschwitz y yo no sé cómo nombrarlas y no sé cómo recordarlas.

La ira se confunde con mi aullido. Las reconozco Sonia, Julia, Silvia. Ya no puedo nombrarlas y las veo sajadas en esos bosques de mariposas muertas y pienso que no merezco esta vida sin ellas.

Le digo a mi madre y a mi abuela, que ha quedado olvidada en el sur, que no debemos buscarlas. Que no estipulemos falsos presagios;

103 que ahí están; que al llegar las hicieron arder; que sus huesitos fueron colocados sin nombre en los hornos diminutos de la muerte.

Me nublo toda al contarte esta historia y sólo la cuento en un poema porque no puedo decírsela a nadie. No quiero oír cosas como “Otra vez los judíos y sus memorias”. “Eso pasó hace años”. “Yo no sé nada del asunto”. Así hablaban cuando se desapareció el vecino, el abuelo, sus nietos pequeños. Esta noche gira y gira en mi cabeza como un atado de amapolas muertas. Ya sé dónde están Julia, Sonia, Silvia. Iré a navegar esos prados. Mi pasión besará esos céspedes esperando encontrar sus labios.

Julia, Sonia, Silvia, no morirán entre los alambres. No serán más los judíos ocultos sin cabellos y sin lenguaje.

Yo regresaré a los campos para regarlos con rezos yagua santa te regalaré un cuaderno, Julia, un abanico, Sonia, un soplo de luz, Silvia. Primas mías, primas hermanas mías, familia que nunca llegó a ser amada más. No quiero engaños para vuestros nombres. No quiero que nadie hable por vuestros nombres.

Pido un segundo, un siglo de paz y memoria para todas

104 las judías muertas, las gitanas, las mujeres de Bosnia. Todas se llaman Julia, Silvia, Sonia y son mías. Se sientan para las fiestas sagradas, y antes de brindar las nombramos.

Ruth Behar (Cuba/United States, 1955­ )

GARDEN

I passed a garden yesterday. It was planted with every kind of flower. It was flourishing, every leaf joyously green, every flower open to the light. I slowed down to look. And I remembered that my own garden had gone dry because I forgot to water it. At the beginning of spring I planted sunflowers and geraniums. When they wilted, I stopped looking at them. That is how I have lived my life: I refuse to see the things I abandoned, the things I let die.

SHADOW

For a long time I thought you created the shadow in my life. I resented your presence. You were a weight upon my shoulders. You stood in the way of all the things I wanted to be and couldn't become. My being with you was the result of a toss of the dice, I told myself, so I should feel free to leave you at any time. How hungry I was for solitude, absolute solitude. But then I tasted solitude — I stood in the full blinding light of the sun by myself, and I was afraid. I was so afraid I called out your name. And that was when I knew the bond between us is stronger than either of us, stronger than our own desires, and for a moment, anyway, I stopped seeing you as a shadow, and saw you as the sweet shade that perpetually cools the burning terror that is my life.

FEARS

I have so many fears: of the night, of growing old, of seeing those I have loved fall ill or die, of my own death. Those are normal fears, of course. But

105 I also have stranger fears: of my heart pounding too quickly; of unexpectedly going blind and not finding my way home; of losing my memory before I find the time to write the stories still dormant in me; of cold winters which will never end. I am also afraid to get wet in the rain, to stand on my head, to run down staircases. And police, soldiers, and immigration officers terrify me. Yes, I am full of fears. If you took them away, I would be weightless and free. You would see me dance like a dry brown leaf and then I’d blow away in the autumn wind.

PRAYER

This happens to me often, too often: I am on my way home, driving down familiar streets, only a few blocks to go, and out of nowhere a merciless hand comes and grips my heart and wrings it dry. I tremble. Fog clouds my eyes. I am no longer sure if I am awake or dreaming. If I die, who will find me? All I can do is pray: Let me return home, I am almost there, please .... I don't know why this happens. What I know is that, so far, my prayers have been answered. Hardly breathing, I reach my house. And when I open the door, I hear many keys clanging, the keys my ancestors stubbornly took with them to their exile.

ORCHID

I bought an orchid last winter. It had a blooming flower that lasted for many months. I loved the orchid but I also loved the hand painted ceramic pot it came in. One day the stem of the flower broke. I mourned the loss of that flower. Every morning I had held it with my eyes as I sat writing at my desk. I missed the flower, but I knew very well that I was happy the pot was intact. That is how I am: I cannot stand to see a beautiful ceramic pot shatter in pieces. I would rather every flower in my house wither than for one of my pots to break. Unfortunately what you say about me is true: I seem to be more in love with things than with life itself.

APPLES

I regret many things, but none so much as the time I refused to buy the five red apples for little Amanda in Cuba. The apples were very expensive, it is true. Terribly expensive, even though they had a few bruises. They were for sale in dollars and only I could buy them for her. I thought: Why does she

106 want apples when it is the mango season and everywhere there are plump, juicy, big, yellow mangos falling from the trees? But she wanted apples, the ordinary fruit of cold northern lands. And I would not buy them for her. Now it is autumn here and apples are everywhere. But I long for mangos. How sour are the apples that would have made little Amanda so happy.

CHICKEN

My grandmother used to say about my grandfather: “We have been married for over fifty years and I still don’t know if he prefers the breast or the leg of a chicken. He always says it’s the same to him, but I want to know which part he really likes better.” He refused to tell her, refused to admit to a preference. I used to think he acted that way out of kindness, so she could eat what she most wanted. But my dear grandfather, please forgive me for disturbing the silence of your grave, lately I wonder: Did your kindness force my grandmother to give away, always, what she wanted for fear it was what you wanted? All those years, did you eat the breast when you wanted the leg, not out of kindness but for the pleasure of taking from her mouth the taste of the flesh she longed for?

Daniel Chirom (Argentina, 1955­ )

MAURICIO

Abuelo, mi abuelo de manos ennegrecidas de progroms y albas de panes y noviazgos. Nunca conocí tu rostro, tampoco escuché tu palabra. Dicen que eras parecido a mí, que también eras poeta y tenías novias como collares y vinos como amaneceres. Te imagino bajo la luz de una vela imitando los versos de Bialik, seduciendo a las chicas judías que enhebraban con sus ojos azules ensueños de príncipes jasídicos. Y tu boca de lumbre, Mauricio, para amar el sueño, para entrar al sueño de los que llevan pesadas cargas,

107 para entrar a la sinagoga y su azote, y plegarias de candelabros y espejos para entrar al sueño, a una música incandescente. Y el sueño y tus labios que ya no empinan la sed. Aún guardo tu bastón de puño nacarado, tu bastón encallecido de viajes, tu bastón de exiliado, fiel compañero por calles solitarias donde escondías tu tristeza y tu rabia en los pechos de las prostitutas polacas que eran capaces de escuchar la misma historia sin hartarse. Por años busqué tu tumba: aquí en Buenos Aires sobre viejos archivos de cementerios, en Nueva York bajo la nieve negra o en los ojos tatuados de miedo que nunca viste de mi madre. Y siempre la ausencia, tu nombre no figura en ninguna parte, sólo te invocan la torá de hojas ajadas, el pánico de la abuela y el bautismo de ese balazo que apuraste en una aldea innombrable. ¡Desgraciados de nosotros si nos abrimos demasiado pronto! las aguas se desbocan, los tesoros del corazón se pierden y sólo queda la razón, esa Dama de las Camelias que bebe nuestra sangre en las noches cuando el paisaje es una mueca ensombrecida. Mauricio: hemos vivido en la esperanza del día y la oscuridad quebró nuestra lengua. La noche calla sus cuchillos. Ahora sólo tropiezo con mi infancia donde unas manos dibujan mapas de países inhallables y unos labios emigran hacia tierra de nadie llevándose consigo lo que olvidaron soñar.

108 18 DE JULIO *

¿Qué sucede esta noche entre todas las noches? Todas las noches comemos en forma abundante y cantamos y reímos con el vino pero esta noche sólo hay pan ázimo y vinagre pues estamos tristes pensando en el destierro. ¿Qué sucede esta noche que no entonamos cánticos? Todas las noches alabamos a Dios con nuestros mejores acentos pero esta noche el silencio reina porque nuestra hambre es débil y extenso el desierto. ¿Qué sucede esta noche que las sombras ganan nuestras casas? Todas las noches las luces brillan para iluminar la mesa pero esta noche sólo hay un candelabro para que recordemos la oscuridad. ¿Qué sucede esta noche que nuestras manos y lenguas tiemblan? Todas las noches rezamos por el día que vendrá y bailamos al pie de nuestros lechos porque la sangre inocente no deja huellas pero esta noche permanecemos quietos mientras las aguas se desbocan y las oraciones son para los muertos que aún nos acompañan. ¿Qué sucede esta noche que apretamos los labios y cerramos los ojos? Todas las noches las palabras nos protegen de la piedra pero esta noche las voces están mudas y reímos en trágico gozo pues un solitario muro delata nuestra intemperie. ¿Qué sucede esta noche que todos ocultan su mirada? Todas las noches distinguimos camaradas y detenemos con la elocuencia la caída de los cuerpos pero esta noche la ausencia hiere nuestras carnes viejas y la soledad del nombre

En esta fecha se produjo el brutal atentado a la A.M.I.A. *

109 hace que escuchemos lo que antes veíamos. ¿Qué sucede esta noche que la alegría plegó sus alas y el silencio distrae nuestros pensamientos? Todas las noches, aunque la muerte nos pise los talones, anunciamos a la luna y adoramos al león pero esta noche nadie llamó a nuestra puerta y ya es demasiado tarde para que alguien venga y nos guíe a través de las estrellas. ¿Qué sucede esta noche entre todas las noches? Todas las noches un espíritu recorre el día de nuestras bodas, imagina el primer beso, el súbito esplendor, la loca belleza pero esta noche un viento helado tañe los rostros y el alma es polvo y cieno bajo las garras de la memoria perdida. Esta noche somos perros que han extraviado a su amo. En esta noche no hay nadie en el sepulcro.

MURO DE LOS LAMENTOS

Un muro de silencio cubre las puertas doradas. Allí, donde reinaba el fervor de la palabra y la esperanza de la anunciación sólo cal de la memoria y sal del desencuentro. Digo tus oraciones sin esperar respuesta, el puente enjoyado se hizo trizas y de nuestro amor queda el recuerdo de un candelabro que arde por siempre en la noche. “Este fue tu templo” me dicen pero mis ojos no ven más que piedras, fieles testigos de un pacto que fracasó en la sangre. ¿Y bajo este cielo amenazador podrán germinar las preguntas que te construyan de nuevo? No hay eco en el espanto mas presiento en tu alfabeto hollado por la luna una plegaria que honrada el tiempo, un ruiseñor cantando desde tus libros sagrados.

110

Sandra Baraba (Ecuador, 1958­ )

EL OLVIDO

Olvidé leer, Olvido de olvidar, Aquel olvido, así como nunca estar, Olvidaré.

EXTRAÑO

Si de uno de dos, Solo es uno el uno de dos?

EL PASADO

¿Qué decir ya del pasado? Lo que es, Parte del tiempo que parte, parte.

LA DISCULPA

La disculpa de la culpa de ser, Se mantiene en culpa por la disculpa.

THE BATTLE

I have fought battles to reach your heart, With mine naked to the storms.

Defeated I am by your thoughts, So strong they are, They buried my heart under the stones That I placed in your yard.

111 There is where I lay, Under the leaves that fell, Under the snow that came.

Si tu amor fuera para siempre Viviría eternamente En el aliento que respiras,

Es allí donde yo siento Respirando tu aliento

Es allí amor Donde te encuentro. Como si sudara a borbotones La insensatez de la exageración,

Una producción al por mayor de ilusiones y desilusión Correteando el cansancio

Me arrastro hacia la luz, Hacia la luz de mis errores.

Dispuesta a vivir a pesar de mí misma, Dispuesta a descansar en los brazos del riesgo de ser imperfecta, Me preparo a dormir en mi propia soledad.

Una vez más desnuda Antela falta de razón Sudando a borbotones Las ganas de comprensión

Nada tengo ya que decir Y quisiera saber si lo que he dicho de algo ha servido.

Será que llegaré al silencio, O que el silencio ha llegado a mí?

A pocos reconozco sin saber quiénes son. Nada tengo ya que decir. ¿en qué pienso?

Recuerdo más que pienso, Por que no sé si recordar Es pensar.

112 Siempre recogerme, Siempre desnudarme

He querido vivir más contigo He querido quererte. He querido

Voy poco a ningún lado Y mucho a más allá

Quisiera saber qué siento. No sé qué siento, Quizás sea porque no siento nada que no sé qué siento.

Me quiero creer lo que me cuento, Y me cuento cosas de no creer. Sigue el cuento sin saber qué siento.

He pasado tanto tiempo conmigo y con mis cuentos, Que ahora qué me cuento?! ! ! !

Los extremos desbordados deformados exagerados huyen los sensatos

113

Sonia Chocrón (Venezuela, 1961­ )

TOLEDANA

(Hay una leyenda que relata los amores de Raquel, judía muy fermosa y toledana con el Rey Alfonso VIII de Castilla. Se dice que fue tan grande pasión, que los vasallos del monarca a Raquel la dieron muerte por razones de Estado.) S. Ch.

Soy Raquel de las cumbres de Toledo la amamantada con leche y miel casa fértil ya bendicha por las madres ancestrales de mi fe He dos mirlos muy despiertos por mirada que aferrada al oriente está esperando de una espera que es laguna adormecida el retorno a la tierra prometida Si de amores requerida fuese sepan que bajo mi cinto trema el hogar que ofrezco y sobre mi cabeza la creación toda cunde Soy Raquel la toledana y cada mujer en mí es Pues yo soy una soy cinco soy diez Soy Eva desterrada y soy Rut la moabita y soy la reina de Saba y Ester y la noche y Heloísa Al fin que soy quien esto escribe tierra de siembra vigorosa y leve

114 PARCA

Vendrás porque te espero te espero a pesar de que sea largo el día anocheciendo y se crucen los cielos confundidos de lo negro y la luz enrarecidos Aguardo por ti, te espero porque todo calendario, oh querida lo sé, tiene su abismo

PURÍSIMA ()

Dore la cebolla avive el sueño prepare la cena de su hombre hambriento supure la sangre y remoje la carne en el agua que limpia la impureza de los cuerpos rancios y sus moscas agregue dos flores y sírvase entera desnuda y sudada esa cama blanca inocua toda es sal La Buena Hora De todos modos iré sola cuando llegue la buena hora de aniquilar la atadura que aprisiona mi cuerpo No soy libre y sé que es irreal la sensación inasible que irradia la apariencia de mi forma ahora que se me cautiva Ciertamente sabré del espejo las canas y arrugas y a pesar de que sean vacuos indicios de carroña en cautiverio señales del ave minutos después de la caza entenderé que la muerte llega de muchas formas irresolutas

UN CUERPO ES UNA CASA ES UNA ISLA

Un cuerpo es una casa es una isla Un cuerpo es una casa casi hermética abandonado a la idea de sí mismo

115 Es también una isla que ha nacido a medianoche sin temblores iracundos abiertamente sola al desamparo exiliada, dividida de este mundo Un cuerpo es una casa es una isla desierta de la tierra que todo lo junta prontamente con el afán de la hechura del polvo Nosotras que te Amábamos Tanto Si yo tuviera la certeza de que has ido al cielo no me mortificaría tanto en soñarte ni en rastrear tu recuerdo en las cosas inocuas en las calas de la jardinera tu perfume el fular que una vez te traje de París la manía de anotarlo todo en papelitos que ahora merodean dondequiera desordenados aquí y allá igual que tus cosas y tus afanes como si te hubiéramos descuartizado al final de todo nosotras que te amábamos tanto

JERICÓ

Es una casa deshabitada mi casa donde siempre hubo gente. Pero ahora todos se han ido. Han descendido al fondo Han navegado al otro lado y están allí Nunca la onda ha regresado al impacto de la piedra en el agua y sé que es imposible retroceder el sueño Pero mi casa siempre fue habitada y bienquerida por las aves y abejas inocentes Quiero ver dónde están. Quiero llegar a tocarlos Pero están tan vivos allá donde reposan infinitos que sería injusto que la muerte los rozara con su sombra vaga una vez más Mi casa se conforma ahora con esta circunstancia y adopta nuevas formas temporales para el derrumbe

116

Jenny Asse Chayo (México, 1963- )

ORIGEN

Se abre la boca, se bifurca, Dios en la palabra: respiro del abismo: texto; vislumbre la llaga el infinito. Robarás la luz que sale del espejo, encontrarás tu rostro detrás de la última sombra. Descubrirás quién eres, quién serás, y quién has sido: en un instante roto encontrarás todos los Tiempos. Y, tú, vasto como una mariposa, escalarás los días y volverás el ojo de tu nacimiento. Ama el soplo, su tinta, la mujer poda su fuego, A la raíz pregunta, su deber de(r)rama.

CAÍDA perdido el paraíso las cien lenguas de la tierra los poetas difamantes alardea: el mundo se ha perdido huecos los edenes pulsamos vida rota en la escritura mil demonios han caído trazan sus infiernos velan los círculos del signo narran las tinieblas soberbios culminan en el canto: hemos caído en el averno lluvia mar de fuego sempiterno amar de espinas roce inmundo los poetas en su sed se desintegran en el hálito de versos imprecisos en su soplo de caínes cercenados de la tierra extirpan sangre huesos de la letra roen la carne sepultada caen caen en sus torres de babel se petrifican en sus piedras intocadas

117 mil lenguas en el rostro y en las piernas los pasos mutilados sin huella los poetas destetados leche negra escurre de sus labios polvo en los senos del mundo se amamantan de calostro apenas hunden en el hambre sus palabras lamen el humus de la tierra ahí están orgullosos los poetas desfilan impacientes de nombrarse en el gesto puntual se multiplican: liras versos sillas aplausos indebidos rostros ajenas a la tierra voces suspensivas signos en las sillas gimen barman aúllan sexo con pudor en la garganta poetas desvirgados por el sueño de la nada crean en un instante la tiniebla engarzan el caos de la noche y sus quimeras tohu va bohu tinta fragmentada el río se detiene al borde de los párpados…

RETORNO

El espectro de la luz es infinito: Ojos ciegos danzan alrededor de la espina En el fuego está el enigma: La repuesta Ojo espiritual alumbra: abrazo nombres, génesis del polvo. Trazo huellas en el abismo. Fulgura en la noche un laberinto: entro en los murmullos del sol, ebria la palabra se me entrega luz gemido impalpable de los mundos. Mística del abismo, en los páramos del alma se eleva el fuego. Un pétalo cae en mi ventana, el monte infinito traza la penumbra. Narro en un punto el universo,

118 génesis de la luz: yace en el aliento un pozo, suspiro de los ciclos: pupila abierta roca puente entro en los ojos de la nada Ein sof Ein sof en el sinfín vuelco las letras corona de lumbre, habla del sendero hay un libro dentro de la carne gemido impalpable de los mundos.

ESCARABAJO #14

El alma entrega su desnudez a Dios. Volcarse en un cuerpo ajeno. Somos otros.

Invoco el silencio del Creador Su fulgor en la palabra, Libro. Leerlo amorosamente

Escribe su deseo, y borra para corregir el alma.

El cuerpo en su inmenso lejanía se eterniza.

Se acurruca bajo un Nombre que no puede pronunciar, despliega su fe en los signos que le dieron el aliento: sefirot del alma.

ESCARABAJO #48

Y esculpí en silencio todas las voces que me marcaron y renací en el gesto de Dios, en Su tiempo inmenso. En Su ira y en Su palabra, en Su risa y Su sentido, en su historia y para ella: en Su costilla, en la arena fértil, grama de Su sueño. Y en el sueño del sueño de Dios fui creciendo, di/h/abla higuera. Fecunda entre sus brazo dolo/rosa de signos.

119 La red de mi destino parió soles y fui el ave de todas las cenizas, renacida

Más allá de los silencios, en el punto de la espina: verse. Tiene llamas el corazón y el mundo es un pálpito a/negada sobre las sombras espejea la muerte.

Jacqueline Goldberg (Venezuela, 1966­ )

NO SOY LO QUE DIGO

No soy lo que digo sin un origen a cuestas.

Sigue irresoluto el olor a negro de mi desarraigo.

Quisiera afirmar que heredé la clavícula de los iluminados, que mi estirpe estuvo alguna vez untada de sal.

Me honraría elogiar el deterioro, arreciar en la humareda de lugares sin nombre.

Pero todo cuanto lamento es mordaza.

No provengo de fulgores antediluvianos, en los retratos familiares no hay mujeres frondosas. Las barbas de los bisabuelos no ocultan magníficas excepciones.

En mi sanguínea coartada sólo hay herrumbre, locos ensimismados, espaldas encorvadas.

No pueden las herencias infundirme más que escozor.

Mis ancestros se plantaron con muecas de insomnio a sabiendas de que los seguiríamos con ojos alambrados.

Aprendieron que no hay errancia sino consuelo. Vivieron del luto, feroces y míseros entre las indecentes tonalidades del estorbo.

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INSOLACIONES EN MIAMI BEACH

La gente de aquí de ba convertÚ)o en La gente que finge de!' Sam Shepard hemos estado sumergidos en el resol sin percatarnos del curtimiento hemos desencajado todas las cosas por superar las patrañas del viaje vamos tenues embarrados hacia la hedionda piscina

* * *

Isaac Bashevis Singer pasaba inviernos en el Surfside Towers lo veíamos asomarse dos pisos más abajo en shorts de cuadros y franelilla una enfermera empujaba su andadera en ciertos tramos de la playa no podía suponer entonces que el Premio Nóbel mascaba chicle y ya no escribía

* * * los viejos en Norteamérica son elefantes viajan en intermitentes aviones de segunda para morir en la playa

121

como rubores secos sin luj os con los morbos en paz

* * * los niños de la Ve nezuela Saudita madrugaban el primer día de agosto para irse en DCIO al norte

allá eran diminutos triunfos en la arena cabezas de fósforo regaladas a los trastos

de regreso lucían ropa nueva chocolates azules

una cierta miseria bronceada con retardo

* * *

Benjamín sopló las siete velas en un chato pay de manzana

negó la urgencia de regalos aceptó con sabiduría la poca fiesta

sin embargo lloró

* * *

supimos que Flipper saltaba los domingos en el Sea Aquarium para ganarse unas míseras sardinas

dónde estaba entonces el guardacostas su rapidísima lancha el fulgor plástico de los corales

* * *

122

mi abuela decía haber estado en el Moulin Rouge y en el Copacabana también en el Teatro Baralt cuando Gardel estrenó EL día que me qUieFad recordaba las playas de Miami como lánguidos espejos a orillas de la orilla sin hoteles crecidos en ventanas sin tanto viejo atrincherado se veía a sí misma zurciendo trajines bebiendo cerveza en celebración por ningún otro nadie creería que el verano permutó su fiereza por las insípidas nalgas de unos adolescentes que posó su crecido desangre en toallas afiladas en la orilla que prefirió huracán David a cinco días más tour por el norte de la península el verano produce aguajes brisas truncas cierto rencor de isla queda el otro encandilamiento el de torcer día más día trenzado en las rodillas cortina azul para despreciar los brebajes frescos

123

de un último verano emprendido como siempre a tropezones

­ l." JOJé LUbJ Farimu (Cuba, 1972 )

LA SIEMPRE FRESCA NADA

AqueL que critica o recDa:m eL juego, ya edtá en eL juego. Maurice Blanchot 1

Hacia mi centro borrado por las lluvias crece el espacio de la arcilla; sobre las ruecas de la escritura caen las bocas de jade, se muda la risa de las estatuas votivas y mi retorno va ululando las voces natales que no me reconocen. Amanezco sin cuerpo y ya no percibo el laberinto; demasiado cerca brilla el molde vacío del nombre más olvidado como jaula.

Por encima de mis cuadrantes: mucha niebla. La paz no existe; sin embargo, aún puedo adivinar ciruelos y espectros danzantes que se pierden con mi rostro a cuestas.

Daría mi próxima luz por rescatarlos, pero ni sus tambores suenan ya ni yo conservo la espiga del llamado; en sus calderillas van las mieses, otra vez aj enas como soles.

II

Cambió de ejes la encina; pastan, en subterráneos circos, los abuelos reyes; allí sustituyen a las fieras que faltan.

124

Hay un pozo donde se alza mi linterna, ¿es una luz que duerme o una hoz sin martillo para restaurar alas y anular ?

Alguien escribe consignas inútiles: negro sobre negro; alguien que colecciona muros derribados y ventiscas de bolsillo.

Ya soy otro mundo, pero no sé cómo levantarme sin error ni con qué pánico es propicio aquí descascararse. Creo haber roto ya varias clepsidras - ¿ otra vez el tiempo y sus espías? -; estar en la estación y en el tren, al unísono, y entonces seguir la ruta de la sed; parecen dos cielos, pero es sólo el océano recién nacido y blanco, todavía sin peces: el desastre se ignora.

III ¿Estará Dios escuchándome, o es un antiguo ruido en la memoria?

No puedo asegurar si vivo o si es de nuevo mi sueño contra el suelo; no hallo mis manos ni la extensión donde mi aliento gira ni mi ungido cadáver en la nieve; pero veo pasar VIeJas manposas: con claridad se suceden y aunque son pocas no puedo contarlas; me mIran sIn verme y continúan y se pierden y regresan, siempre unas pocas, y nunca puedo contarlas.

Este sereno imposible debería hacerme feliz: esa veda es ahora lo que es mío.

Pero la cifra también me ha sido retirada, yeso es todo.

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POST SCRIPTUM

Yo he visto el árbol de los fIlósofos, está seco y lleno de estrellas, semejante a un dios que no despierta; lo he visto desde tu interior, cuando me sueñas .

FUEGO SECRETO

Gire jire to jire, mercuriud to mercurio, and it &i efWl�iJh. M. Maier

Muerte de manos pequeñas, ¿eres tú o yo quien danza? Se nos ahogan los hijos, las plegarias, pero tú inviertes la raíz del mundo para mayor transparencia. Hemos compartido el velo que sana y corta, la fe dispersa en los venenos del tiempo y en las piedras del poco aliento, la entrega que despoja. Muerte, tú y tus abejas que todo lo destronan con la más simple de las preguntas, ¿eres tú o yo quien danza?

RÉQUIEM

Carne de silencio. Apenas la raíz que ya no está; salmos que giran y estallan sobre las paredes enfermas; dolemos hasta deshacernos corno el rezo donde resbalan las libélulas, a golpe de laberintos que reflejan cielos muertos. Aquí estamos, madero de regreso. Salmos que vuelven y crujen y se deshacen como cristales de hielo a las puertas del horno.

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Mariana Felcman (Argentina, 1976­ )

Esgrimo y deseo huérfanas y balcones, que sacuden la delicia del polvo Dorado.

* * *

Hueco de tierra: meto el cuello y me regocijo. Manchada la espalda y salpico.

Tengo recuerdos de la noción de mi ausencia.

Activo el vuelo del pájaro y lloro cuando sé que lo castigo.

Sueño y esgrima aquel volcán calcinado.

Dejando atrás los pasos héroes, un sultán de hierbas, y las luces del Barrio Alto .

* * *

Reía hasta el miedo. Pequeño pianito de un niño que escondía tabaco.

* * *

Ese travestismo de imágenes y lugares que me atraviesa como anguilas en los suburbios (susurros de la periferia)

127

Como cuando la ciudad se va durmiendo de a poco ...

Me come esa transformación lateral casi como carne, casi con los ojos.

* * *

Apenas decido el límite que me convence.

Absorbo con la lengua áspera la leche que queda.

Apenas respiro el aire. Adormece.

* * *

Llego mujer. y esas líneas de gatos pomposos no me quitan la vista de encima.

Recorro. Parpadeo apenas, madejas de árboles que sólo lamen la orilla (lánguidas).

Soltarse de la tierra y nadar.

***

Dejar ese anillo de cuervos y ensanchar esa herida de plumas.

Creer en las cartas de reyes, apostar a esa suerte de olvido.

Caer en las fuentes, estallando estos oj os sin rabia.

128

Me deslizo por las puntas y caigo.

* * *

Envuelta, giro sobre mí misma. y no logro, ni en alguna de las posibilidades, acertar el lugar cuando mi cuerpo está en quietud.

* * *

Hormigas de nieve revuelven mi pelo, cargado (inadmisiblemente) de horas.

* * *

La espera invisible.

Innata, inexplicable, inequívoca.

Solitaria.

Esperas fici-icias.

Espera subterránea.

* * *

Atravieso el tablero conciente de la devoción que surge.

129

Suj et% bj eto emblemático de la infancia.

Arde el tiempo.

* * *

Sueño reflejo. Mármol torcido. Recogiendo, espigando. Sin manos, sin pies, sin cabeza.

* * *

Fui niña muj er mis fotos aunque haya otros aunque no haya nadie contigo sola vulnerable sin saber aún cuánto lo que di lo que me dieron.

Sólo soy eso, que cambia continuamente. Soy continuación.

Una cajita de música espacios y mapas un millón de lunares mi pérdida mi reconstrucción, también.

130 131

, FICCION

FICTION

OBRAS DE -- FIC�AO

Liza Schnaiderman

133

AiJina DarvaJi (Argentina/Rumania/Chile/lsrael, 1927­ )

NAVEGANDO HACIA LA TEMPESTAD (FRAGMENTOS DE NOVELA)

Primera Parte: Embarque agodto 1937

¿Cómo así, de repente, un viaj e en barco? -se admiró Dana mientras probaba el vestido de seda celeste con aplicaciones blancas. Papá acepta ba comprarle lo que quería, pedir no más, i qué bueno 1 Probar y probar. Porque de la casa partieron con un bolso de mano, sin más equipaje. -Le queda lindo -sonrió la vendedora- es el color de sus ojos. ¿ Un abriguito tal vez? Azul con botones dorados. -Sí, claro, cómo no -consintió el padre - la brisa marina en las tardes es fresca y estaremos un mes en el mar. [oo.] El barco inglés le parecía enorme, con sus múltiples cubiertas a distintos niveles: todo flamante, por la pintura recién aplicada. Oropesa, qué nombre raro: Dana imaginó lingotes y más lingotes de oro en sus profundas bodegas, alineados en fIla como los soldaditos de plomo del hermano de la Chepa. -Papá, déjame a mí en la cama de arriba, así estaré justo frente a la ventana redonda mirando al mar. Mira, mira cómo los pájaros están ron- dando al barco. ¿Nos acompañarán durante todo el viaje? ¿Mamá sabe que vamos por un mes? - Todavía no sabe. [oo.]

-Ana ven, ha ocurrido aLgo terrible. Recibíun teLegrama. Edtán en un barco, fuera de Lad agUad territoriaLed. ¡Ana, de robó a La núla! Lo recuerdo tOdO, porque eL tiempo no borra, aCadO mitiga; ni edO. Quiero que tú depad mi verdad; aunque no dé di aLgún día te I7wdtraré edtecuaderno, porque eL dalio edtá hecho y vidadno de rehacen como tOd tejidod a paLiLtodoo. [oo] Traté de expLicarte: -No me atreví a confedárteLo, por cobarde, por temored.oo procura comprenderme, no puedo mentirte mád. -¿,Tratar de comprenderte? ¿,De qué edtád hablandO? Me dedtrOZad con lUZ cuchiLto fiLodo, hundido dÚZ piedaden Lo vú,o. ¿'TalZia , por qué? ¡Cinco aliOd com partida! Yo no abarcaba tOdaiJÍa La magnituddeL dedadtre. Ha bló de dejar ta cada. En ningún momento dOdpeché ta venganza quepre paraba. [oo]

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-Jamádde debe recolZocer úifideLidaded; UIZ amante ed padaje ro por definición. Se habríaacabado en UIZOd añod mM, din cOIMecuelZcUu; Ta lúa, hay COdad, que un marido no tienepara qué daberLad. [ . .} Lo elZgañé Largo tiempo;fu e inevitable, porque hubiededido como querer dete lZer una cadcada: mi padúfn era La vida mi4ma, eL fuego y eL mal: ¿Cómo hubiede podido renunciar? Ta nia, ¡UlZa dúnpLe mortaL! [ . .}

Septiembre 1937

Golda no tenía hijos; hacía pocos meses Fani había muerto. Todo en la enorme casa quinta de Hotín emanaba olor a mortajas; se podía decir, sin errar, que la muerta vivía en cada rincón, mueble y adorno. Se la mencionaba sin cesar, en las comidas, al l�vantarse; de noche, se escu­ chaban gritos de angustia: Fani, Fani ... Dana veía las fotografías de Fani dispersas por todos los cuartos, enmarcadas y colgadas en los muros; sueltas, de diversos tamaños, sobre los muebles. La mirada penetrante de ultratumba la perseguía; trataba de cruzar las manos como la muerta, de sonreír con la comisura de los labios hacia abajo: no lo lograba; el peinado tampoco podía copiarlo. [ ...] Fani, brillante, buena y hermosa era inigualable e inalcanzable. Dana la odiaba, un odio estéril: lo peor que se le puede desear a un ene­ migo -la muerte - no venía al caso ... por el contrario, sólo si resuci­ tara, llegaría la salvación; pero Dana sabía que, aparte de Jesucristo, nadie había resucitado. Nunca, aun tratando mucho, podrá, ni siquiera remotamente, parecerse a la difunta. [ ...] Fue Golda quien propuso a Hanán venir de América a vivir con ellos, el tío opinó distinto: ¿Para qué liquidar todo, abandonar? Que se divorcie allá, y rehaga su vida sin volver a Hotín. El tío estaba demasia­ do dolorido, le molestaba el tímbre de una voz infantiL el correr; no quería encariñarse de nuevo, no podía. [ ...]

Segunda Parte Tempestad jillúO 1940

- i Vienen los rusos! Ocuparán toda la zona, Hotín y Chernovitz tam bién. Se repartieron con los alemanes hasta territorios polacos. exclamó el primo Aquiba, al escuchar el último noticiero radial. [ ...] La inseguridad comenzó a reinar, las dudas, el susurro; que no escuchen: - i Hay delatores en cada esquina y rincón! Hasta las pare­ des escuchan -o [ ...] ¿Estaremos en la ? No, no alcanzarían a deportados; en todo caso, no los rusos. [ ...]

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Junio1941

Hija mía, meed pantan LM noticÚU1 de LOd diariod:La guerra aproximándode a vuedtra zona; tu papá, ¿,Lo LLevarán aL frente? ¡Qué temor! Tt¿ por Lo l7U1lOd, te quedarád a daLvo con úu tíod. [ ..]

El ensordecedor rugido de los motores despertaron a Dana; corrió a la ventana: -Me parece distinguir a los pilotos con sus anteojos y go­ rros negros-o Escuchó estampidos, descarga de bombas. [ ...] La guerra lejana, cosa de diarios y noticieros radiales, había llegado, se escuchaba y se palpaba . .. [ ...] Llegado el día señalado, acorralaron a los judíos de Hotín en la explanada frente al mercado, donde estacionaban los campesinos en días de feria, con sus ovejunos y vacunos. Había miles de deportados, mujeres, niños y hombres envueltos por una nube de misterio: - ¿Por qué nos echan, cuál es nuestro pecado? ¿Esta noche, dónde dormire mos? ¿Saldremos vivos? ¿Se volvieron locos los soldados? -Confun­ dieron delito con locura. [ ... ] Los deportados avanzaban lentamente, acongojados, escoltados por militares rumanos armados, con plenos poderes de abusar, herir y matar.

[ . ..] Los niños no cesaban su llanto desgarrador; el murmullo de los adul­ tos perplejos seguía: ¿a dónde? ¿por qué? Polvo levantado por el vien­ to, pegado a las narices, al pelo, a la ropa, al cuerpo sudoroso. Comenzó a oscurecer; la luna apareció, llena, desconcertada. Primera noche de su vida en la inhóspita intemperie; la fatiga no per­ mitía razonar, sólo imperaban las necesidades primarias, sensoriales: calor, frío, hambre, dolor. [ . . . ] Luego, muy luego, a Dana se le irían aca­ bando las fuerzas. Con el alba los soldados renovaron la marcha forzada, arriando como a un ganado, gritando, a latigazos. -¡Ahora no puedo más ! Tengo ampollas reventadas en el otro pie, me duele tanto. [ ...] Se vio rodeada de extraños, oprimidos, amenazados; sintió escalofrío ante el desamparo y soledad infinita. Sobre el lecho de hojas y ramas secas, inició el juego: imaginar morirse, como liberación de tormento.

[ . ..]

Ahora ed noche aLLá; mlentrM edtád durmiendo dobre tu aLmohada, ¿,te acor darád demi en LoddudíOd ? ¡Cllto Lo quidlera! [ . .]

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La primera víctima, una criatura de meses, murió asfixiada entre bártulos. La madre: - Quizá Dios me la quitó antes de que sufriera más; en vez de llorar debería agradecer. [ ...] -Algo me camina por la cabeza -se admiró Dana- ¿serán hormi­ gas? Oj alá hubiesen sido hormiguitas: ¡eran piojos! Invasión de piojos, grandes amarillentos, asquerosos, con huevos adheridos porfiadamente a los pelos; no había manera de liberarse de ellos. Asco de sí misma; arrancarse, huir, sin tener a dónde ni cómo. [ ...] Divisaron el río Dniester: cerca del embarcadero se distinguía un puente destruido, dinamitado por los rusos al retirarse; faltarían meses, hasta que los alemanes comenzaran a construir uno nuevo con el traba­ jo forzado de los deportados. [ ...] Llegó la hora de seguir hacia el otro lado del río Dniester, ya no pasarían desapercibidos como en el tumulto de antes. La balsa se deslizó lentamente, suavemente, hacia el nuevo desvío caótico de sus vidas. [ ...]

mía, tu odio, LopaL po; trMptUa continented, mared y océanod, penetra en todod milporod. [. ..]

Simultáneamente les dio tifus exantemático; padre e hija yacían en el cuarto grande, Katia atendiéndolos. Fiebre altísima, Dana sentía pal­ pitaciones en la cabeza, pérdida de los sentidos por el delirio. Compresas de agua fría, era lo único disponible. [ ...] Comenzó una larga convalecencia. Hanán se recuperó pronto; a Dana, de ojos hundidos y piel trasparente, le costó volver a caminar. - Conseguí miel, pan negro con miel te dará vigor. Hay que raparte la cabeza, todos lo hacen después del tifus; así crece el pelo más sano y tupido. - ¡No, no quiero! Papá, no, por favor, ¡no! -se defendió Dana. El tacto espinoso del cráneo rapado, le quedaría eternamente pega­ do a las yemas de los dedos; el pelo demoró siglos en crecer. El hecho de que muchos anduviesen rapados en el ghetto de Moguilev, no aliviaba en absoluto la angustia ni la humillación. Era como estar marcada, fuera de la estrella amarilla obligatoria, los rapados, los salvados del tifus. El minúsculo espejo de la dentista muerta, mostraba una imagen fea; irremediablemente fea. [ . .. }

Me glutaría tanto daba Lo que pada en tu peque/io cerebro. Qué de pendamien tOd, qué de reproched, qué de juzgar tan devero. S4 tu ered mi tribunaL implacable y mád dedpiadaoo. Mi beLfa hija, para eL deleite de otrod ojod ...[. .. ]

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Escapar, que termine; vislumbrar un fin era tan utópico como desprenderse de la propia sombra. No, no había indicios, apoyos, sig­ nos, la nada absoluta invadía el horizonte. Muros insalvables de incer­ tidumbre acorralando y oprimiendo, aumentando la angustia. En el impecable cielo azuL en cuyo espesor Dios se había desintegrado, que­ daban estrellas y sueños bordados con hilos de polvo dorado. [ ...]

- Ha llegado a Moguilevel delegado de la Cruz Roja InternacionaL el señor Charles Kolb -informó Hanán, entrando de la calle- pre­ tende prestar ayuda a los deportados. Ofreció a quienes tienen parientes en las Américas, transmitir misivas muy cortas: cuatro, cinco palabras, no más. NOUS MOURONS DE FAIM. DANA. La dirección (de su madre), la recordaba muy bien: Plaza Ñuñoa 19. Santiago de Chile. [ ...]

Hacia fines de 1943, los sobrevivientes de esta deplorable migración eran 78.000 de los 200.000 deportados a Ucrania en 194 1. ConferenciaXVI deL Comité In ternacionaLde La Cruz Roja. StoclchoLm, agodto de 1948.

Tercera Parte RETORNO octubre 1943

Había llegado una orden al comandante de la guarnición: Preparar las formalidades para el traslado de Dana 1., ciudadana argentina, hacia Bucarest. El permiso de salida del gueto Moguilev, firmado por el mismo General Antonescu, había llegado anoche.[... ] Como un terremoto en día claro, Dana no pensó, invadida de emo­ ción, todo se desplazó, se volcó, sí, alegría, futuro ... Peligros, sí, salir, correr, arrancar y obliterar el pasado; pronto, ahora, al instante. El hori­ zonte por fin se vislumbró, desconocido, confuso, pero existente. [ ...] De madrugada, en la calle desierta, quedó recortada y grabada la silueta del padre, cuyos ojos brillosos rehusaban admitir la separación; acaso el último adiós, mientras el vehículo militar avanzaba pesada mente hacia el reconstruido puente sobre el río Dniester. [ . ..] Vértigos, superarlos y controlarlos; idiomas en desuso, rescatarlos, aplicarlos; códigos nuevos, adaptarlos, asumirlos ... Dana terminaba el día agobiada, con migrena persistente.[... ] El Nuncio hizo las gestiones pertinentes: las monjas francesas de Notre Dame de Sion, (en Bucarest) se harán cargo de su educación. Es

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un colegio particular de niñas, con un muy buen internado. Allí per­ manecerá hasta nuevas instrucciones. [ ...]

¡La euforia me invade! ¡ Vi ved! [ ..]

No viembre 1947

Al bajar las escalinatas del avión, no apresuró el paso; ganar otros minutos, la eternidad ... no verla todavía, la primera palabra, acaso el abrazo. La divisó desde la aduana, detrás del paramento vidriado: alta, canosa, anteojos ahumados, agitando un brazo entre el público. Luego vendrían las lágrimas, los besos furtivos. Una maraña de emociones, mudas, táctiles; las dos, tal vez, entrelazadas, disipando rencores acumu­

lados. [ . ..] Didtingo La diLueta, ahi edtád, Lejod, con tu maLeta en eL dueLo. Si, ered ttÍ, bUdcándome con La mirada, atÍn no me ved, a pedal' de mid de/lad, porque todOd hacen deñad. Vin ieron en bUdca de aLguien, con rOdtrod donriented. Yo, aquí para­ da, once a/iod,con mej¡[fa.:¡ htÍmedad, aunque prometí /10 LLorar; mi mente turbada. Se diluyen LOd recuerdod: edtád tú y tu rOdtro, tu cuerpo deL mío, hUi Lágrúnad, de fu nden en fa.:¡ miad, empai'ianLa vidta, dlento LOd Latidod, eL pedtañear y LOd doLLozOd ahogadod ... EL ayer deLLado junto aL hoy cambiante, mirándonod; bUdcaremod jun­ tad, redpuedtad que no dlempre haLLaremod.

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I.1aac Chocrón (Venezuela, 1930-2011)

PRONOMBRES PERSONALES (FRAGMENTOS DE NOVELA)

USTEDES exitosas muj eres judías profesionales que me acaban de otorgar entusiastas aplausos, después de habérseme impuesto esta medalla de excelencia que cuelga en mi pecho, seguramente chillarían como gallinas encerradas en un corral si llegasen a saber que vivo en adulterio y que mi ca protagonista en este melodrama de nunca acabar, un goy para mayor pecado, está allá al fondo, de pie, como si hubiese entrado por curiosear, esperándome. No se me acerca ahora cuando paso a su lado. Nos miramos, nos damos una mínima sonrisa y sabemos que media hora después él tocará la puerta de mi habitación, y al yo abrirle, me estrechará en sus brazos. Ni le pedí que viniera a Nueva York a compartir conmigo esta dis­ tinción, ni nunca le he pedido nada. Nuestra adúltera relación, por partes iguales ya que ambos estamos casados, se ha mantenido bajo el claro entendimiento de que no tiene solución. Esa es la razón de que él se las arregle para darme sorpresas como la de ahora, en Nueva York. Llegué ayer de Caracas a este Hilton de dos mil habitaciones, invitada por la Federation of Jewish Professional Women, para recibir junto con otras cinco de diversos países, la medalla en mi pecho y el diploma que cargo en mI mano. A las dos de la tarde ya estaba en mi habitación y mientras colgaba en el baño, cerca de la ducha hirviendo, el traje que me pondría anoche para la cena de la Federación, tocaron a la puerta y era él. Se las había arreglado para inventar no sé qué negocio en Miamiy extremadamente cauteloso, hasta le mostró a su esposa el pasaje Caracas Miami Caracas, con sus confirmaciones de ida y vuelta. Se irá pasado mañana de regre­ so a Miami, y luego a Caracas, y el "crimen" será perfecto. Tan perfec­ to y tan cuidadoso es el "criminal" que había averiguado dónde me quedaría aquí y está en este mismo hotel, pero en diferente piso. Todo esto no es historia reciente, queridas amigas, y ya que me sería imposible contarles personalmente cómo comenzó y siguió y sigue mi doble vida, ahora quiere hacerla como si fuese una de esas llamadas anónimas que anoche, durante la cena, me contaba mi compañera de mesa, Chana Henkin. Ella coordina desde Jerusalén, junto con otras siete mujeres ortodoxas, una línea de ayuda para aquellas mujeres que no quieren confesarle a un rabino sus problemas maritales o sexuales y

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prefierenhacerlo, vía telefónica, con una mujer que les aconseje. El pro­ grama se llama "Pureza Familiar" y quienes contestan las llamadas no solamente han cumplido mil horas de entrenamiento sobre la legislación judía desde hace dos mil años, sino que han pasado un examen oral de cuatro horas ante eminentes rabinos ortodoxos para lograr el título de Consultora de la Ley Judía, "Halachá". Cinco días a la semana reciben alrededor de ciento veinticinco llamadas, todas anónimas, tanto de Israel como de los Estados Unidos, Suráfrica y Chile. Pues bien, amigas mías, he aquí mi supuesta llamada. A lo mejor me consuela desahogar­ me. De todas formas, guardé el número que me dio la muy simpática Chana, pidiéndome que diera a conocer este servicio en mi comunidad. Quién quita que sea yo la primera en llamar desde Caracas. ¿Por dónde comienzo? Por el final que se acerca mas y más, cada vez que nos vemos. Creo que nos estamos cansando de hacer tantos ma­ labarismos para ocultar lo que posiblemente ya lo sospechan, o incluso lo saben, la gente más próxima a nosotros, incluidos nuestros respec­ tivos cónyuges. Creo también que lo único que nos guarda de la locura inicial cuando nos enamoramos siendo él mi profesor en la universidad, es un cariño verdadero, casi como una hermandad. "Te necesito más que tú a mí, me dij o hace poco, eres mi fantasía, la causa de mis arrobamien­ tos". "¿De dónde sacaste esa palabrota y qué quiere decir?", le pregun­ té. "De Teresa de Ávila". Ella se arrobaba con el amor divino, y yo me arrobo con tenerte cerca. Deberías leerla para conocerme mejor. Sí, ya sé que los judíos no creen en santos, pero a lo mejor te gustaría. ¿Sabes que su abuelo fue judío y por miedo a los tribunales de la Inquisición, se convirtió a cristiano nuevo?". "¡Marranos !", fue lo que yo le respondí, agregando, "Bien hecho que los llamaban así por ser tan cobardes, tan faltos de convicción". Riéndose, me abrazó y me besó una mejilla. Cuento esta escena reciente para que ustedes verifiquen que si me comporto de manera tan antipática, debe ser porque quiero acabar con nuestra relación. Seguramente una amiga muy ocurrente, a quien quiero mucho, hubiese exclamado: "¡ Pero, mi amor, si tú eres la que canta el bingo !" Ella sí ha sabido cantar el bingo y aprovechar su vida. No tiene marido ni pareja, ni problemas económicos, ni nada, y por eso lo tiene todo. Está aquí al frente, en el Warwick, invitada por un amigo mutuo para que lo acompañe a distraerse, debido al despecho que le causó su pareja cuando una buena noche, el tipo lo dejó. Ella, divina y optimista como siempre, aceptó y allí la tienen: feliz de que el infeliz le pague todo y la lleve a ver sus adorados musicales de Broadway.

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No quiero malentendidos. Agustín nada tiene en contra de los judíos. Incluso, a veces he llegado a pensar que no le disgustaría ser como uno de nosotros. A cada rato me está preguntando por qué hacemos tal cosa y por qué no hacemos tal otra. Yo le respondo que es una manera de vivir, un comportamiento claro y definido. Eso me digo y me repito. No niego que, a veces, me asaltan dudas pero es por ellas que quiero estu­ diar un tiempo en una yeshivá. Quiero precisar de qué se trata mi religión, por qué ese libro llamado la Torá, más que un libro de ora­ ciones, es un manual de conducta. O como escribió Maimónides en su "Guía de Perplejos", que papá comenzó a leer cuando lo de Vargas: "la razón y la fe revelan todas las cosas". En esos días cuando Hebraica se convirtió en un centro de acopio de comida y otras cosas para distribuir entre los damnificados, un amigo le regaló un papel donde había anota­ do las ocho maneras de hacer caridad que enumera el sabio. A papá le gustó tanto lo que leyó, que compró el libro, precisamente en la librería de San Bernardino que lleva su nombre. No sé si lo terminó de leer, pero yo se lo pedí prestado, y me lo leí completo. Sin embargo, jamás se me ha ocurrido llegar a ser rabino. Ese es un invento de los demás, produc­ to de oírme expresar curiosidad por mi religión, y esa curiosidad la tengo porque, a veces, me pregunto: ¿Seré uno de los últimos judíos? Ya somos tan pocos. En lITuel'o }JI/undo úraeLita, el semanario de nuestra comunidad, aparecieron hace poco las cifras de la demografía judía lati­ noamericana en dieciocho países, con un total de menos de medio millón de personas. Aquí en Venezuela solamente somos veintidós mil, y en El Salvador quedan apenas ciento veinte judíos. ¿Será que desaparecere­ mos de la tierra, que más adelante se hablará de nosotros como una más de esas civilizaciones extinguidas ? ¿Nos recordarán igual que a los monos, o a los egipcios, a Grecia o Roma?

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Ma rgo Glantz (México, 1930­ )

JARABE DE PICO

Babeo, salivo, como un bebé, pero ya no lo soy, ¡claro que no ! ¡Vaya ocurrencia! Tampoco babeo como vieja, babeo, simplemente se me sale la saliva por las comisuras de la boca. Pero es raro, hace tiempo, apenas hace unas semanas, salivo, babeo. Mucho, demasiado. Me preocupa. No sé qué me pasa. Hay quienes me dicen que es un problema de los dientes, cosa que a lo mejor puede ser, porque hace mucho que tengo que ver al dentista, hace mucho que mi puente superior está flojo, y me hace pasar vergüenzas, aun cuando coma sólo un poco de pan y ni siquiera un chicloso; con lo que más se me cae es comiendo plátano, sí, como un plátano y el puente se me sale y se queda incrustado en esa carne blanda, sí, ya sé que hay que comer plátano, tiene mucho potasio y eso es muy importante para la salud, para la salud mental, sobre todo, pero a pesar de todo, no como plátano, ¿no ven que tengo un puente flojo? Sí, ya sé que tengo que ir al dentista, tendría que, debería ir al dentista, para poder comer plátano y para no salivar tanto, aunque pudiera muy bien ser que este problema no tenga nada que ver con el dentista sino con una gran tensión nerviosa que me hace salivar, porque dicen, siempre dicen, todos opinan, que cuando uno está bajo estrés, las hormonas secretan cosas secretas, no es un mal chiste, no se enojen, sigo contando, aunque ya sé que no les interesa, entonces, les decía, uno o una empieza a salivar como perro de Pavlov, pero sin incitación ningu­ na que la produzca, una salivación casi, diría yo, gratuita, ¿no les parece? ¿no es así? ¿no creen?, aunque realmente no está mal, porque es siempre bueno que algo, aunque sea la saliva, sea gratuito, ¿no creen?, está bien, no se enojen, me callo. Bueno, lo importante no es eso, lo importante es que si salivo tanto no puedo hablar bien, me empiezan a aparecer esas espumitas blancas en las comisuras de los labios que tan mal se ven, me dan asco, a mí, Nora García, se los juro, casi tanto asco como el que me produce ese actor muy famoso y muy bueno que tiene una voz magnífica, pero cuan­ do lo ves todo se estropea porque tiene siempre la boca salpicada de espuma, le cubre de manera ominosa las comisuras de los labios. Yeso de la saliva constante, imposible de detener, me produce a la vez una humedad perpetua y una violenta resequedad como si estuviera yo a caballo entre el Diluvio universal y el Desierto del Sahara. No puedo comer como debo en las reuniones donde comer bien es un must, de ver­

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dad, un must ... Quizá tengan razón, no me queda que hacer que no aceptar invitaciones. Lo grave no es sólo eso, lo grave es que el otro dia, hace un mes, esta ba yo en Londres, yo, Nora García, la que les cuenta esta historia, visi tando a unos amigos, de esos que ocupan por naturaleza, porque para eso están hechos, un cargo mediano de funcionarios públicos medianos, incapaces de pasar más alto, y cuyos hijos, como ellos mismos antes, nunca estudiarán ni en Cambridge ni en Oxford, y naturalmente, tam­ poco pasaron antes por Eton o por esos otros lugares tan importantes, esos lugares por donde sí pasaron Lord Byron, Winston Churchill, Somerset Maugham, Evelyn Waugh o muchos otros, pues sí, esos ami­ gos, que siempre que estoy en Londres me invitan a buenos restoranes (medianos), ese tipo de restoranes donde se come buena comida ingle­ sa, i of all things! y a donde yo siempre los invitaba cuando tenía más dinero, porque eso sí a los ingleses les gusta que los invites a comer bien y que les des de beber bien, ginebra o whisky y buen vino francés, aunque comas una sopa de pepino y unas chuletas de cordero a la menta, que, eso sí, las saben hacer bien. Pero yo voy a buenos restoranes, aunque como mal, estoy mal educada, mastico fu erte, dejo escapar pedacitos de pan, sin seguir metódicamente las reglas del buen comer, tan perfectas como las de los buenos ebanistas que saben las reglas del juego para pulir a la perfección un buen mueble inglés, así hay que comer en Inglaterra, no puedes permitir que ni un solo sonido salga de tu boca, que ni un solo bocado asome por las comisuras de tus labios, y nunca, esto sería lo peor, debes mostrar, como ahora lo hago yo, Nora García, ese poco de espuma salivosa que me cubre con grosería las comisuras: es más, cuando comes en Inglaterra no debes transgredir ni un milímetro el pequeño cuadrado individual color verde oscuro enmar­ cado por una línea dorada que cubre el lugar donde estarán colocados tu plato y los cubiertos, la servilleta, la copa de vino y la de agua, el plati­ to del pan y la mantequilla, les aseguro que no se debe dejar caer ni una sola migaja de pan sobre la mesa, y yo como si fuera un perico, no sé cómo meterme con gracia y cortesanía los bocados en la boca; tienes que tomar en cuenta que uno debe comer con cuidado y depositar el bocado que se ha cortado con parsimonia y finura con el tenedor y el cuchillo cuidadosamente colocados en las manos, con gracia, sin levantar nunca los codos, esos codos que deben permanecer al iado del cuerpo como los de los buenos pianistas cuando tocan Mozart en la Royal Academy Hall, y entonces te metes el bocado en la boca, con cuidado, con mucho cuida­ do, pero con naturalidad, como si no estuvieras teniendo cuidado, como si fuera congénito, como si no te lo hubieran enseñado, y luego deposi­

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tas el bocado hasta allá atrás, cerca del paladar, con tino, cuidando que llegue casi a la campanilla, pero no tan lejos, casi hasta la campanilla, pero un milímetro antes, para que no te ahogues y para que el bocado no se vea cuando platiques amablemente, con la boca llena, sin que se asome ni un solo pedacito de bocado, sin que tus dientes muestren que están sirviendo de barrera, que tienes el bocado dentro, sin que una sola gotita de saliva asome vergonzosa, desgraciadamente, en las comisuras de tus labios. Además, si una es mujer y lleva los labios pintados, con un lápiz de labios color de púrpura encendida, ya sé que es un color atroz, pero me gusta, parecido al que usaban las muj eres de tiempos de Guty Cárdenas, y entonces, como les iba diciendo, el lápiz no se debe despin­ tar, así comas la sopa de pepino caliente o un clam chowder, la boca de una gente decente, sobre todo la de una mujer decente y bien educada debe conservar, indeleble, la marca perfecta de la pintura de labios que se ha puesto, ya sea Shiseido o Biba que empieza, esta última, a desa­ parecer del mercado: ya se acabaron los roaring sixties, la beatlemania, y estamos en la era post thatcheriana, post modern, en pleno reinado descompuesto de su majestad Isabel 11 y de sus hijos mal avenidos con sus cenicientas rubias y vestidas a la última moda inglesa, outrageous, dear, con amantes que les chupan el dedo gordo del pie, algo muy diver­ tido y muy sexy, pero cuando comen, eso sí, cuando comen, pintadas impecablemente con un lápiz de labios Chanel No. 5, nunca cometerán este acto de mala educación y, sobre todo, si se toma en cuenta que soy del Te rcer Mundo, y aunque no tengo el color de la piel tostado, té con leche, sino más bien tirando a blanco, soy del Tercer Mundo all right y debo aprender a mezclarme con gente de un país educado, sobre todo, si la gente pertenece a la clase media, porque en ningún país del mundo se toman tan a pecho las cosas como en Inglaterra, donde la clase media aunque sea intelectual y scruffy debe comportarse bien, mucho mejor que la aristocracia, ¿no ven?, ¿no ven que las princesas reales? ..., eso les pasa en realidad por no casarse con princesas verdaderamente reales y permitir que la pequeña nobleza se mezcle con la gran nobleza; pero como les decía, esas princesas, aunque libertinas, aunque de la pequeña nobleza, aunque luego se mueran en sospechosos accidentes, esas princesas, repito, saben comer bien, comen como debe de ser sus chule­ tas de cordero, su sopa de pepino, su yorkshire pie, y beben su cerveza espumosa y caliente, sin permitir que la espuma deje residuos en sus labios pintados, muy pintados. Sí, se debe comer una comida abundante, con entrada, sopa, plato principal, ensalada, beber vino y champagne, un postre, un café, y luego terminar con un pousse café o digestivo, y al final de la comida uno debe de tener la pintura de labios impecable. Y

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eso, queridos, se lo juro, yo, Nora García, no lo sé hacer. Creo que por eso fracasé en Inglaterra, también quizá porque mi acento no es muy inglés, sino patrióticamente mexicano, y si a eso se añade que te sale espuma por la comisura de los labios ¡my dear! Bueno, aunque debo decirles que los ingleses no saben hablar ningún idioma bien, eso sería signo de pertenecer al Tercer Mundo porque, como todos lo sabemos, la gente inteligente tiene la boca adaptada a la pronunciación inglesa, aunque sea a la cockney o a la americana, Kansas City Style, y yo no tengo la boca adaptada ni para el inglés ni para comer sopa de pepino caliente, yorkshire pie o chuletas de cordero a la menta, sin que mi pin­ tura de labios se despinte, signo defmitivo, como les digo, de subdesa­ rrollo. Por eso prefiero París. Me encanta. Me encanta recorrer los bule­ vares, entrar a una brasserie y tomarme un sándwich de queso camem­ bert, asÍ, directamente sobre el pan, a veces, quizá con mantequilla, y entonces nada importa, no importa que deje caer las migajas de la baguette, en el suelo, esa baguette, partida en dos, y en medio el camem­ bert o el gruyere, o jamón, sin nada más, sin aguacate, sin jitomate, sin chile chipotle, sin rajas de cebolla, así nomás, con un poco de mantequi­ lla untada y un poco de queso camembert y luego beberse un demi, una cerveza fría, al estilo de la cerveza Bohemia, y dejar caer las migajas en el suelo sin que me miren mal, o tomarme un expréss durante horas, mirando pasar a la gente, muy tranquila en un café de la plaza Saint­ Sulpice con mi baguette haciendo ruido con la boca, dejando caer las migajas al suelo, salivando, o mejor dicho, dejando que la espuma de la cerveza fría se mezcle con la espuma que sale de las comisuras de mis labios. ¿Qué asco, verdad? Aunque puedo también tomarme un kir royal, como turista, frente al Pompidou, y luego irme al antiguo merca­ do de París, Les Halles, y sentarme en un buen restarán y pedir un cas­ soulet hecho con alubias, tocino, aj o, grasa de pato, salchichas o un coq au vin, cocinado lenta, generosamente, en una salsa de cognac, aj o, vino tinto de Bordeaux, y carne de res, o de perdida, una sopa de cebolla y, si estoy muy antojadiza, comer crabes a la nage, pero bien hechos, para lo cual debe preguntarse si el caldo en el que nadan no está demasiado aguado y rogar que los preparen en una mezcla deliciosa de vino blan­ co, no muy seco, con cebollas, poros, jitomate, hinojo, zanahoria y hier­ bas finas. Y entonces sí, lo aseguro, empiezo a babear ... y la pintura de labios, esa púrpura encendida de la canción romántica, brilla desafora­ da, en espera de los suculentos manjares, y del buen vino, cualquiera, así sea el de la casa, para acompañar el cassoulet o el coq au vino

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SamuelROVifl

LAS NARANJAS DE LA PASCUA

"Con medio vaso de jugo es más que suficiente, Janche. Siyo fuera cafe­ � talero, te digo que no importa llenar el vaso. Pero como no soy cafe­ � talero ni me ha caído una herencia, te digo que hay que ahorrar. Las for­ � tunas sanas se hacen mediante el ahorro. Todo lo que sobrepasa media vaso de jugo es un desperdicio". "¿Recuerdas cuánto costaba una naranja en Polonia? No, Janche, era media zloti; como decir, dos y medio colones. Por ese precio, aquí te dan un saco de cien naranjas. Ahora me vas a decir que, como son tan baratas, no importa llenar cien vasos de jugo. Pues no, Janche; es un cálculo desacertado. Toda cosa tiene su valor y el desperdicio es el des­ � perdicio. Si se desperdician las cosas, ¿cómo se puede ahorrar?" "Somos cinco en esta casa. Sí, Janche, cinco; porque la sirvienta también es una persona. ¿Me vas a decir que ella no se toma su jugui­ � to? Pues bien, si con dos naranjas se llena un vaso, con una naranja se tiene medio. Entonces, Janche, diariamente podemos ahorrar cinco naranjas que en veinte días se convierten en un saco completo; o sea, un ahorro de dos y medio colones en menos de un mes. Bueno, no voy a negar que parece una insignificancia. Pero en zlotis, ¿cuánto nos da?: una pequeña fortuna en un año. Además, si te fijas: dos y medio colones en las naranjas, otro poco por ahí, en la mantequilla y el pan, un diez menos en el tranvía, un die cito aquí, un colón ahí, Janche: ¡verás que es un buen ahorro!" "No hay que aparentar lo que no se tiene, Janche. Comportarse como ricos, debiéndole a todo el mundo, es un pecado. Y si se tiene un dinerito, ¿qué?, ¿tiene uno que sacarle los oj os a la gente? El dinero es para guardarlo; para cuando uno llega a viejo o cuando lo persiguen. ¿ Cómo se salva la vida? Con dinero, Janche ...Pero no nos pongamos tristes. ¿Quién nos persigue?, ¿quién es viejo? Todavía somos jóvenes, Janche, y estamos en una bendita tierra de gente buena". " ¿Y los bananos? ¿ Qué me dices de los bananos, J anche? En Polonia, solamente los aristócratas comen bananos. Los pobres, como nosotros, los veíamos pintados en las paredes. En esta bendita tierra te puedes empachar comiendo bananos frescos, de la propia rama. Pero no te vayas a hacer malas ideas; los bananos también tienen su precio". "Hay gente que no sabe apreciar lo que tiene. Yo he visto con mis propios ojos, mi linda Janche, como los campesinos dejan podrirse las

frutas en el suelo: naranjas, papayas, duraznos, guayabas y tantas otras;

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mátame, Janche, si me acuerdo de todos los nombres. Y, en la Navidad, se gastan todo el dinero en manzanas, peras, uvas y frutas secas de Estados Unidos. Esta gente no ahorra, Janche, no ahorra. Sólo los ricos serán ricos en este país. A ellos no les hace falta ahorrar. Nacieron ricos, Janche. Pero nosotros, ¿qué haríamos si fuéramos pobres?" "Cuando era pequeño, yo también quería comer bananos y naranjas. ¿Sabes lo que me decía mi abuelo, que Dios lo guarde a su diestra? Los judíos no deben comer bananos, Meier; así está escrito en la Torá. Y yo tenía que creérselo porque aún no había aprendido a leer la Torá". "A los hijos hay que enseñarles el valor del trabajo. Y del dinero, también. La persona que no trabaja es vaga, inútil, se llena de malos pensamientos, y el dinero ahorrado por los que sí trabajan. Nuestros hijos deben aprender que un cinco es un cinco y que el dinero no nace en los árboles; así es, J anche. Tú y yo no nos vamos a matar tra­ bajando para que nuestros hijos después tiren el dinero a la calle. Cuando terminan sus tareas escolares deben ayudarte en la casa. y, cuando pongamos una tienda, tendrán que ayudarnos a vender. No protestes, Janche; ¿crees que soy un mal padre? Trabajarán solamente en las vacaciones yen los ratos libres, como te dije. Yo estoy de acuer­ do con que deben educarse. ¿Qué es una persona sin educación? Rubén será doctor, Janche; el mejor doctor del mundo. Pero, ahora, él y Reizele tendrán que aprender la importancia del trabajo y del ahorro, y la inconveniencia del desperdicio". "Pensemos en Reizele, mi dulce Janche. Dentro de diez años será una señorita de dieciocho, lista para casarse. Si no hemos ahorrado, como Dios manda, ¿de dónde sacaremos para darle una dote decente? ¿Quieres que pasemos vergüenzas, Janche, y que la pobre Reizele se quede sin marido?" "¿Te he dicho alguna vez que estoy cansado de trabajar? A mí me gusta el trabajo y me gusta el ahorro, también. Sabes bien que los demás se contentan con vender en San José. Yo no. Yo cojo mi valija y me voy directamente donde los campesinos, allá por Aserrí y Vuelta de Jorco y Dota, donde pagan las cobijas al contado. Y me invitan a comer con­ ellos, Janche. ¿A dónde viste eso? ¿En Polonia, donde los campesinos son ignorantes y antisemitas? Entonces, ¿por qué me voy a quejar? Ahí en el campo, Janche, con ese lindo sol durante todo el año, y las mon­ tañas siempre a la vista y el aire puro, ahí, ves crecer de todo; porque, Janche, en esta bendita tierra todo lo que se siembra da su fruto. Es como un paraíso, Janche; puedes creerme. No es como Polonia. Allá teníamos que cambiar nuestra ropa de verano por la de invierno, ¿no es cierto? Dos tipos de ropa. En cambio, aquí, puedes ir con el mismo pan­

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talón y la misma camisa todos los días del año. Aquí no necesitamos abrigos de pieles ni el fogón encendido todo el día para protegernos del tremendo invierno, como en Polonia. Aquí no tenemos que cortar leña ni palear la nieve para llegar a la casa. En este país tenemos sol durante todo el año. Y lluvia, claro está. Lluvia durante ocho meses. Pero, ¿a quién ha matado la lluvia, J anche? Un poco de reumatismo por aquí, un resfriado o una bronquitis. Pero de eso nadie muere, Janche". "Claro que era muy bonito nuestro pueblo en Polonia. ¿Puedo yo negarlo? El bosque, el río, los trigales. Todo muy lindo, si no fuera por los patanes antisemitas. Y no hay peor antisemita que el polaco, Janche; puedes creerlo. Ahora que los alemanes están allí, me imagino con qué gusto están colaborando los polacos para matar judíos. ¡No te pongas a llorar, Janche! Todos tenemos familia en Polonia. Pero la guerra no va a durar toda la vida y ya verás que se salvarán, J anche. Muchos se sal­ varán, Janche; puedes creerme. Pero yo ya sabes que yo tengo razón. El judío está obligado a guardar dinero. Los goim lo quieren así. Uno nunca sabe lo que puede pasar por la cabeza de la mejor persona del mundo. Siempre cree que el judío es rico, que tiene todo el oro de la tie­ rra, y se tira sobre él para quitarle los ahorros, cuando le da la gana. Pero se contenta con lo robado y lo deja a uno vivir. Así fue en España. Así fue en Rusia. Así fue en Polonia y así es en Alemania". ¡ Que aquí, en esta bendita tierra, nunca sucederá un pogrom, dices, Janche? Yo también lo creo. Pero mejor no confiarse y ahorrar seriamente. Los judíos somos los chivos expiatorios de todos los sinvergüenzas de la tierra". "También hay que mantener un buen nombre. Si se pierde el crédi­ to, se pierde el nombre. Lo primero que hay que hacer con las ganancias es abonar a la cuenta del almacén. ¿Hay alguien más puntual que yo para pagarle a don Salomón? ¿Soy yo como el shvitzer Shmuel R. que se atrasa en los pagos para irse con curves y presumir de rico con su Ford sin techo y sus vacaciones en Puntarenas? No, señor. Yo prefiero un nombre limpio, aunque me digan lo que me digan, a pasar por rico y no dormir en las noches pensando en la ruina. Así es, Janche. Por eso, don Salomón me da crédito a ojos cerrados. ¿Por qué? Porque soy un hombre de palabra, Janche". "Yo no daré nunca un mal ejemplo a mis hijos, Janche. ¿Acaso me has visto jugar al póker o al romy?" Con todo lo que me gustaría jugarme un par de manos, yo me aguanto. No pensarás que me vay a jugar en los naipes lo que tanto me cuesta ganar. Pero no puedo negar que el juego es fascinante. Toma el póker, por ejemplo. Tienes un trío de ases en la mano y apuestas todo a él, y ya estás disfrutando de sólo pen­ sar en las ganancias. Entonces, el contrario te saca cuatro dieces y te

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arrebata la pila de dinero. Emocionante, ¿no es cierto, Janche? Ya sé que no entiendes el póker, pero puedes imaginártelo. Bueno, pues yo me siento detrás de los jugadores con mi tacita de té con buen limón, y un pedazo de kuguel -como solamente doña Gucha lo sabe hacer -, y los miro jugar. Nada más los miro; pero me emociono igualmente, como si estuviera jugando. Yo sé quién tiene una buena mano y quién hace bluf, quién es un buen jugador y quién un shvitzer. Si uno pierde, y sé que es un buen jugador, yo le presto dinero sin intereses; fíjate bien, Janche, sin intereses. Así puede seguir jugando y yo disfrutando. Y nunca dejan de pagarme. ¿Cuándo has visto un judío que no pague sus deudas?" "Este país es el paraíso, Janche. Nuestros hijos deben tenerlo siem pre presente. Así no nos van a exigir cosas que en Polonia nosotros nunca tuvimos. Y sabrán apreciar lo que Dios les ha dado: la suerte de nacer en un país donde nadie cierra las puertas de su casa, porque no existen los ladrones. Y todos se saludan en la calle con uno y no lo tiran a un lado, como si fuera un perro; así como lo hacen los alemanes y los polacos. Esta gente te escucha con paciencia porque sabe que estás aprendiendo su idioma; y el Presidente de la República, ¡óyeme bien, querida J anche!, si se cruza en la calle con un hombre modesto como yo, contesta a su saludo quitándose el sombrero. ¿En dónde, J anche, en dónde has visto cosa semejante?" "Hay que dar gracias a Dios todos los días, Janche, y pedirle que no cambien para mal las cosas en Costa Rica: y que nuestros hijos no pidan manzanas y uvas cuando tienen a mano las naranjas y los bananos, que sólo los aristócratas europeos pueden comer". "Pero sí te prometo, mi dulce Janche, que, para Pésaj, en nuestra mesa habrá manzanas, peras, uvas, avellanas, ciruelas, lpasas, un buen vino y toda las frutas del trópico. ¿Y sabes por qué, Janche? Porque en este Pésaj vamos a cumplir diez años de haber lle­ gado a Costa Rica".

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JOJé B. AiJolph (Alemania/Perú, 1933­ )

ENCUENTRO CON MI MADRE

Según lo que me comunicaron en 1956, mi madre, nacida en 1902, había muerto a consecuencia de un cáncer de mama generalizado a la edad de 54 años en Nueva York. Yo, en Lima, tuve una extraña reacción: la de un dolor soterrado que no se expresó en lágrimas sino por medio de una hosquedad abrupta y cortante. Al recibir la llamada de mi padre, que la acompañaba, yo me dedicaba al periodismo frívolo alternándolo con el cultivo más bien secreto de una literatura hermética que no me conducía a nada, y menos a una lectoría. -Mamá nos dejó hace dos horas - tembló su voz. Mantuve un silencio que no esperaba fuera comprensible para mi padre, un hombre poco sutil. - Bueno - agregó fmalmente -, tenía que decírtelo. Me disculparás que corte. Las relaciones con mi padre fueron frías hasta su muerte, dos años después, y no lo culpo. De un hijo, además único, se espera una fuerte exteriorización del dolor. Él siguió trabajando en lo suyo -la importación de pieles para abrigos, en Lima innecesarios, para señoras igualmente innecesarias y subsidiándome hasta que una rápida suce­ sión de "accidentes cardiovasculares" (adoro esas definiciones médicas) mató al pobre hombre que ya no era el mismo desde su viudez. Yo me casé más o menos rápidamente con una mujer bondadosa y agradable que, según me dictó mi inconsciente, podía muy bien reem­ plazar a mi madre. - ¿Reemplazo de qué? Curioso o quizás no tanto - me dije muchos años después -. Nunca les di bola a mi madre o a mi padre mientras vivían. Comencé a quererlos y a necesitarlos cuando murieron. Alguna mujer a quien confié tales reflexiones, siendo norteameri­ cana comentó que yo era un "cold fish". No veo la necesidad ni la gra­ cia de traducirlo. No viene mucho al caso contar la historia de mi vida, una sucesión de semiéxitos profesionales (en el periodismo) y de fracasos emo­ cionales. No sé si -como me aseguró un psicoanalista amigo - yo era un autoagresivo pacífico que se bloqueaba a sí mismo o, menos espec­ tacularmente, una suerte de talento cero en lo interpersonal. y, admito sin modestia, en literatura.

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-La modestia es una forma de la coquetería - me dijo, riendo, el mencionado reducidor de cabezas. -Ser brillante como tú - le respondí, riendo también - no es una forma de ser simpático. -Touché - tuvo la honestidad de exclamar. Bueno, avancemos hacia lo importante. Lloré en solitario cuando, hace un par de meses, descubrí en una página interior del diario más aburrido del Perú exactamente catorce líneas encabezadas de la siguiente manera: PERUANA CUMPLE CIEN AÑos EN ASILO AUSTRIACO. La notita, lógicamente en la sección Curiosidades Internacionales, ponía el nombre de mi madre. Naturalmente no creí que fuera verdad. Tendría, más bien, que investigar el origen del error y quizás rectificarlo. Si lloré fue por motivos más ocultos, menos entendibles para quienes pensarían en primer término que lloraba de alegría. No, la cosa no era tan simple. Lloraba por un medio siglo absurdo en mi biografía. Conocía bien, como es natural en mi profesión, al corresponsal local de la respectiva agencia de noticias. Lo llamé, le expuse el asunto y le pedí me averiguara más. Se mostró sorprendido (" ¡qué extraño!", exclamó, previsiblemente) y, cuarenta y ocho horas después, me comu­ nicó los resultados. -Oye, te caerás de culo - comenzó - pero resulta que no hay error. La señora del Hogar Heilige Jungfrau de Salzburgo se llama como tu madre. Su salud, como cabe esperar a esa edad, no es perfecta pero todavía está bastante lúcida. -¿Se sabe cómo es físicamente? Me describió una versión muy envejecida de mi madre. Le agradecí el favor y colgué. Le conté la historia a mi amante de turno (cambian a una tasa de 2.3 mujeres por año), reuní dinero y convencí al jefe de edición, con mi ci­ nismo habitual, que me subsidiarana medias el viaje a cambio de cubrir otra de esas conferencias sobre desarme de Viena. Yo tenía experiencia en sintetizar noticieros de TV -en este caso de Antena 3, CNN en español y TVE Y redactar "informes" muy personales en base a ellos. Para algo sirven mis escarceos con la literatura y los años de periodis­ mo. Durante todo el viaje, sin leer ni dormir, sin interés por la película, me asaltaron sucesivos, pequeños recuerdos que al fin pude admitir como horrores. Porque, ¿cómo definir mis reiterados rechazos al cariño, mi fría crueldad, mi desapego vestido (¿disfrazado?) de superioridad

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intelectual? Ninguno de mis días participó del kitsch llamado día de la madre o del padre: ninguno de los 365. 364 no tenían disculpa. Pero nadie, salvo los psicópatas, es realmente indiferente, aunque los habemos afectivamente lentos o inexpresivos; ahora lo sé. Es sin duda una enfermedad. ¿ Curable? Pronto lo sabría. Llegué al asilo, en las afueras de Salzburgo -una de las ciudades más hermosas del mundo, dicho sea de paso - a eso de las once de una fresca mañana de primavera. Me recibieron con cordialidad austríaca. Los europeos en generaL como los norteamericanos y japoneses, son muy amables con los extran­ jeros no inmigrantes. Nuestras personas acaban por irse y nuestro (poco o mucho) dinero por quedarse. Nos entendimos chapurreando un extraño inglés, entre limeño y alpino. Debidamente adecentado, el diálogo fue como sigue. - Tengo la fundada sospecha de que se trata de mi madre. - En los documentos que tenemos de la señora figura que tuvo un hijo, sí, pero que este murió en 1956. - Lo mismo me dij eron a mí de mi madre. Que había muerto en 1956. Que estaba enterrada en Brooklyn. - Extraña historia. - Efectivamente. Muy extraña. - Incomprensible. Nuestra fuente fue una declaración firmadade su esposo. -y la mía de mi padre, que es la misma persona, por supuesto. Me imagino que la funcionaria del asilo pensaría algo así como " ¿por qué ese caballero le dij o a la madre que su hijo había muerto, y al hijo le dijo lo mismo de su madre?". Tiene que haberse preguntado eso porque lo mismo me pregunté yo. La explicación es bastante siniestra. El buen hombre debe de haber pensado que su mujer no merecía, tanto si estuviera a punto de morir como si sobreviviese muchos años a su terrible enfermedad, un hijo tan cold fish, que sólo le traería más dis­ gustos de los que ya le había causado y que este hijo a su vez, no merecía a su madre como no había merecido a su padre. Y funcionó porque ni fui a Nueva York para el supuesto entierro ni pedí (¿cómo iba a dudar?) documentos probatorios. En cuanto a ella, tampoco debe de haber pedi­ do pruebas y, me cuesta escribirlo, se habrá limitado a y habría tenido la suerte de llorar, a diferencia de su hijo. - ¿Y qué vamos a hacer ahora? - preguntó la doctora, que entre­ tanto ya se había integrado a la conversación, con esa facilidad que

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tienen médicos y enfermeras para inmiscuirse en las y esta­ dos de ánimo y pluralizarlos. - Recuerde que la señora muestra cierta inestabilidad y falta de memoria. "Para inestabilidades la mía", pensé. -Me imagino - respondí- que iré tanteando el terreno y avanzan­ do poco a poco. - Sí. Quizás convenga que yo le hable primero. -Con todo respeto ... - Puede ser un gran shock si usted se aparece ante ella sin previo aVlSO. No me gustaba la idea pero reconocí su validez. De manera que mientras la doctora se dirigía al jardín donde mI madre tomaba el soL tuve tiempo de intentar no pensar demasiado. Claro que no lo logré. Quisiera poder describir mis reflexiones y emociones de esos largos minutos. Pero para ello tendría que dejar de ser quien soy. Puedo sentir cosas (ese no es mi problema) pero no puedo exteriorizarlas cuando son auténticas y sobre todo cuando son positivas. Pero ¿cuán positivas eran? - Nunca dejaré de sorprenderme - comentó la doctora cuando volvió a mi lado -. Su madre no mostró una desmedida sorpresa, a diferencia de lo que debe de haberle ocurrido a usted en su momento. "¿Mi hijo?", preguntó. "Está muerto." Le dije que había venido a verla y sonrió. Hasta emitió una breve risita y dijo: "Si fu era éL no habría venido a verme." Me quedé literalmente paralizado. Pero tenía que hacer un esfuerzo, levantarme, ir al jardín y enfrentarla. No soy estúpido: sé que iba a enfrentarme a mí mismo, a toda mi vida, que es un modo de decir a todas mis culpas. Mi madre estaba, efectivamente, reclinada al sol en una especie de tumbona y sonrió tímidamente al verme avanzar hacia ella. -Hola, mamá - saludé. - ¿ y usted quién es? - se extrañó. -Me dijeron que había venido mi hijo. Más se parece a mi difunto marido. Vi una taza de té a medio tomar en la mesita a su lado. -Ese té debe de estar frío - dije. - ¿Quieres otra taza? -No, gracias. - ¿ Cómo así estás en Austria? -Bueno, ésa es una larga historia. Pero, dígame, ¿usted quién es? ¿Es de la beneficencia, del seguro o qué? ¿Lo envían los Adler?

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Resumen de un largo y confuso diálogo, que en realidad fu e más con la doctora, después, que con ella: Los Adler eran una familia austríaca, socia de mi padre en lo de las pieles. A pedido testamentario y financiación de él habían asumido tramitar la permanencia de mamá en el asilo (odian esa palabra) y visi­ tarla de vez en cuando. Evidentemente se trataba de que el hij o nunca más se cruzara con su madre. Me marea la magnitud del sufrimiento involucrado en esa decisión. Pero basta de eso. Traj e una silla de mimbre, me senté y tuve esta primera y última charla con mi madre. -Tu hijo ha envejecido. Perdona que no haya venido antes. -Como le dij e a la doctora, eso no me hubiera sorprendido si fu era usted mi hijo. La mujer de aspecto dulce parecía ahora una viejita igualmente dulce, arrugada pero de mirada límpida. Su sonrisa, la misma de medio siglo atrás pero con comisuras más débiles y pliegues más pronunciados, tenía una lejanía soñadora. Pero su respuesta era algo que me parecía nuevo en ella: ironía, quizás un ligero, amoroso desprecio comprensivo, una condescendencia resignada. - ¿Hablas alemán? -No muy bien pero al menos es en austríaco. También eso era imprevisto. No la recordaba con ese matiz de ¿qué? ¿humor? - ¿En qué momento lo aprendiste? Me miró un rato largo. Pensé que no iba a responder. Pero luego dijo suavemente: -Si usted fu era mi hijo, recordaría que lo aprendí para llevarle la correspondencia a mi marido. Recordé - ¿ cómo lo había olvidado? - sus cursos en el Instituto Goethe. - Pero ¿por qué insiste en tutearme y en esa historia de que es mi hijo? No me parece correcto. Mi hij o murió y no se me ocurre a quién puede habérsele ocurrido una broma tan macabra. -No, no es broma. No estoy muerto y han pasado muchos años .... De pronto callé y me pregunté: "¿Qué estoy haciendo?" Por cierto ¿qué estaba haciendo? Incomodando a una buena señora de nada menos que cien años de edad, que probablemente convivía en paz con la idea de que no tenía marido ni hijo y que estaba sola en el mundo salvo por los Adler, viejos socios y amigos. Y rodeada por un personal atento,

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en un ambiente resguardado -era un hogar privado, religioso -, donde su lucidez, que se iría reduciendo, la haría vivir dotada de una memoria que pronto comenzaría a desaparecer. -Bueno, dejemos esa historia absurda en la que mi hij o ha resucita­ do y viene hasta aquí no sé para qué. Herencia no le puedo dejar. Amor tampoco podría ser, porque no sería el hijo que me tocó, como bien llegó a explicarme su padre, algo que yo al principio no podía creer. Ahora dígame, señor, quién es usted y qué lo trae por aquí. -Me envía Adler, respetada señora, simplemente para constatar que usted se encuentra bien. Y le pido mil disculpas por tratar de pasar por hijo suyo. - De muy mal gusto - comentó ella, que había dejado de sonreír. - Dígales que me encuentro perfectamente. Y ahora le agradeceré me deje sola. Servus. Ni ahora, dos meses más tarde, soy capaz de sonreír ante esa despe dida tan austríaca, ante ese "servus" que, por lo demás, tampoco me pudo hacer llorar.

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Alicia Steimherg (Argentina, 1933-2012)

SU ESPÍRITU INOCENTE (FRAGMENTO DE NOVELA)

Alguien se casa y estamos invitados a la fiesta. Es un casamiento judío, pero no importa; basta con no contarlo en el colegio. Después de la cere­ monia nupcial nos hallamos sentados ante largas mesas esperando la comida. A mí me han ubicado junto a grupo de señoritas muy vestidas y maquilladas. Tengo mis ilusiones de que más tarde alguien me invite a bailar, cosa que no sucede. Como es una noche de primavera he venido sin medias (sin los infamantes zoquetes). Mis vecinas de mesa, hablan de muchachos, de si los muchachos las han llamado por teléfono o no. -Che -le dice una boca pintada de rojo coral a una oreja con aro de fantasía -Che, ¿sabes?, me llamó. -¿Quién? -Moishe. Me quedo estupefacta. No comprendo que una chica se entusiasme por alguien que se llama Moishe. Pero ellas no prestan atención. Parece que Moishe se hace el interesante y no ha llamado a esa chica en los últi­ mos ocho días. Ella tampoco lo llama para que él no se crea importante, y la táctica da buen resultado: finalmente Moishe llama y la invita a salir. Siguen hablando de acontecimientos parecidos entre otras chicas y otros muchachos. Parece que es gente que pasa la mitad del tiempo durmien­ do y la otra mitad llamándose o no llamándose por teléfono. Al principio escucho disimuladamente, con la mirada fija en mi plato o en alguna botella, pero sin darme cuenta me voy acercando, y a medi­ da que me intereso directamente a lo que hablan, me inclino cada vez más hacia ellas y miro directamente a la que habla, volviendo los ojos de aquí para allá como en un partido de tenis. -¿Y entonces? -preguntan los labios color coral. Un par de ojos grises se clavan en los míos, los correspondientes a la boca color bermellón que debía contestar. Pero en cambio dirigiéndose a mí, la boca dice en tono desagradable: -Acercáte más, nena, así oís mejor. Me toma tan de sorpresa que estoy a punto de decir: -Bueno, gracias. -Un segundo después su intención burlona llega a mi conciencia. Me arden las mejillas, me saltan las lágrimas. Quiero desaparecer, O estallar como una bomba debajo de la mesa y que todas las horribles señoritas salgan volando por el aire.

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Después de un rato las espío de reojo. Siguen hablando animada­ mente; se han olvidado de una mosca que ha espantado unos segundos antes. Cuando termina la cena me levanto de la mesa y no me acerco a nadie más, ni me siento en las sillas que rodean el espacio para bailar. Me quedo parada mirando algún objeto como si me interesara mucho, y al rato me traslado a otro lugar y me pongo a pensar en otro objeto, por ejemplo la torta de bodas, que es de cartón, o la gran estrella de David formada por lamparitas eléctricas que cuelgan del techo. El lunes siguiente cuento en el Colegio que he ido a un casamiento, y me preguntan en qué iglesia fue la ceremonia religiosa. -No se casaron por la iglesia -contesto -. Son agnósticos.

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Sara Ka rlik (Paraguay/Chile, 1935­ )

NOCTURNO PARA ERRANTES ETERNOS (FRAGMENTOS DE NOVELA)

Se me hace difícil tocar esa otra parte de la familia, no sé si por blanda o susceptible, o por razones situadas debajo o encima de otras razones que fu eron presionadas para que permaneciesen así, sin causar moles­ tias, sin necesidad de remecerlas y vuelensus pedazos, levantando cejas o, peor aún, voces condenatorias. Quisiera recobrar ese tiempo, no precisamente perdido. Porque no lo encuentre a mano no debo considerarlo de ese modo, mirar a través de algún vidrio empañado que me obligue a inclinar los ojos o la mirada y regresar para hacerme cargo de historias o hechos que me fueron na­ rrados, situaciones diversas que ya no pueden ser endilgadas a la leyen­ da, porque la memoria heredada sufre mermas con el tiempo y las histo­ rias corren el riesgo de desaparecer. Me encuentro desorientada, como si recién pretendiese empezar a caminar, tanteando terrenos movedizos mientras imagino que se levan­ ta una gran pira donde el olvido pretendo quemar nombres. Y yo, mo­ derna Juana de Arco, lucho por rescatarlos y no se pierda de ese modo tan vulgar, no el tiempo, sino la historia, aunque después el tiempo pre­ sente excusas y dé la impresión de que sus oscuridades tienen forma de solucionarse, que sus pasillos no son tan angostos como para impedir pasos de cuerpos agrandados por los años. Las ciudades cuadradas de pronto desatan temores cuadrados. Son ciudades que se cortan, que no dejan que la mirada las ausculte, que se guardan como doncellas púberes. Son esas las irrecuperables. Pero no recuerdo haber vivido en una ciudad comparable. Las actitudes eran cuadradas o tal vez encuadradas en principios que fu eron desgastándose con el tiempo. La falta de principios, inconce­ bible en aquélla época, una forma de proteger y protegerse para conser­ var era el espíritu limpio, abierto, sin recovecos donde pudieran ocul­ tarse segundas intenciones. Se lloraba con lágrimas verdaderas por las cosas más simples y con la vergüenza a florde lágrimas, como debía ser. Quizás remitirse al pasado sea un mal de familia, una forma de vida. Además, está el temor de que el presente no tome represalias por el hecho de ser constantemente nuevo y de que volver al pasado sea un precio para adquirir derechos presentes. El fu turo mejor no men­ cionarlo, pues era un asunto que concernía sólo a los dioses, y todos

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estaban de acuerdo en que no era aconsejable meterse con los dioses. No en balde los grandes libros atestiguan las supuestas prepotencias de las que habían hecho gala los hombres del pasado y de las consiguientes penas que tuvieron que padecer. Estar "en familia" también era un modo de vida, y quien carecía de ella debía ampararse en otra. Entonces surgían las familias voluntarias, generalmente las que disponían de suficiente espacio en sus casas, estableciéndose de inmediato una relación que, con el curso de los años, desarrollaba un parentesco a veces más profundo que la misma consan­ guinidad. Era mucho lo que había que comprender y aceptar en ese estado de observador pasivo con cargo al futuro que conformaban los años inde­ cisos, esos que se equilibraban entre la edad de no ser y querer ser a la vez, una situación sordamente aceptada por quienes ya habían pasado los años cortos y pretendían haberse convertido en depositarios absolu­ tos de la verdad, un mundo dividido entre niños y adultos sin posibili­ dad de acercamiento, uno donde la palabra cautiva debía permanecer en ese estado, esperando la liberación del cautiverio que sólo vendría con la edad.

* * *

Tío Jako sabía muy bien a cuál Ester se refería la abuela. Aun así, sin poder desprenderse de su humor congénito, «¿cuál? preguntó, alta o la aunque también había una coja en la La abuela, dándose vuelta, tomó el hábito y lo guardó en un cajón del ropero. No quería que su hijo la sorprendiera dando rienda suelta a la risa. Con él nunca se estaba seguro de querer firmar el libro de la existencia o de lo contrario. Posiblemente daba más para lo segundo y, por lo mismo, con­ servaba en uno la sensación de trance en suspenso que hacía de los días, fuesen nublados o lluviosos, vehículos de constante aventura.

* * *

El tío Berni se preocupaba, a veces sin motivo, de que su madre, por carencias propias de quien no ha sido parte desde un comienzo de la idiosincrasia del nuevo continente, pudiese ser objeto de engaños o maquinaciones. Nada más alejado de la realidad, pues la abuela Bea jamás perdió su atractivo de conquistadora nata. Cualquiera que intentare tomar provecho de su candidez era tan atrapado por la profun­ didad inacabable de sus ojos que llegaba a desbaratar el intento más sim­ ple o más complejo. Es muy posible que uno de sus atractivos residiese

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en la mezcla de idiomas de su vocabulario, lo que provocaba admiración en quienes, alejados de la posibilidad de conocer otras tierras, podían sentir su embrujo con la aproximación que ella hacía a través del lengua­ je. Nunca tuvo vocación de soledad. Su calidad de sacerdotisa del silen­ cio contrastaba con la búsqueda continua y diaria de dar conversación a cuanta vendedora de productos de chacra llamaba a la puerta de su casa en una época en la que aún no se habían inventado los supermer­ cados. Se enteraba así de los problemas familiares de esa gente de campo y no pocas veces se convertía en consejera circunstanciaL Sus palabras eran escuchadas con atención, a menudo compensándola con el obsequio de alguna fruta.

* * *

Aún puedo verlo presidiendo la mesa pascual, la misma de todos los años, siempre en la cabecera. Además, era el lugar más cercano al primer dormitorio a través del cual se llegaba al baño, pues las siones de la le obligaban a vaciamientos frecuentes. Es el abuelo Mauri. Con su imponente anatomía, no dejó de inspirar respeto -o tal vez temor - a lo largo de su vida, el mismo abuelo que después de catorce años de separación decidió, presionado por un miembro de la familia, acercar a la suya, rezagada hasta entonces en otro continente. Después de todo, la hacían los hombres y por la atracción de esa América muchos olvidaron hijos y también esposas, a quienes no era difícil suplantar, partiendo con relaciones nuevas que desarrollaban sentimientos nuevos hasta que los otros quedaban remitidos a un pasa­ do inevitable e irremediable. Era el momento de hacer un balance familiar, donde cada uno informaba al abuelo sobre el estado de sus negocios y sometía a su juicio cualquier empresa que se estuviese considerando. Era el momento de recreo para los niños, de libertad plena para revolotear por toda la casa, sin impedimentos. En la euforia del desatino, abríamos el antiguo arcón de la abuela -traído de Jashevato, por supuesto - para hurgar en sus pasadas elegancias que, sin tiempo ni preocupación de modas, épocas o estado de conservación, continuaban en uso la tela la traje de allá», decía. Y era razón suficiente para no desprenderse de la prenda, sin importar si estaba fuera de moda o no. El día de la cena pascual no íbamos a la escuela, lo que marcaba el inicio de la celebración para nosotros. Al día siguiente venían las explicaciones a los profesores del porqué de nuestra ausencia, con cierta timidez, ya que no se trataba de una celebración generalizada. La diferencia, marcada solapadamente

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por los compañeros de clase, quedaba al descubierto aún más y el gusto de la alegría del día anterior era consumido, de cierta medida, por nues­ tro deseo de no ser diferentes, de no resaltar entre los compañeros. No obstante, la noche anterior nos quedaba adherida a la memoria, al sen­ timiento, a las ganas de que pudieran sucederse muchas más como ésa y no tuviésemos que esperar todo un año para volverla a gozar. Se cenaba temprano, apenas el sol desaparecía de los techos y con­ tinuaba bajando hasta caer con todo el peso del anochecer. Ni bien se insinuaban las sombras, la abuela buscaba presurosamente su mantilla, también traída de allá, para cubrirse la cabeza y los hombros durante el rezo. Al verla así, cualquier otra cosa perdía importancia para nosotros. y envidiábamos su capacidad de entrega pudorosa, ocultando la cara en sus manos y manteniendo en un susurro el diálogo íntimo con el Hacedor. De pronto, uno de nuestros nombres escapaba del idioma materno y al reconocerlo nos llenaba de orgullo. Se sentía más impor­ tante quien había sido nombrado primero, un asunto difícil de cambiar porque estaba basado en las declinaciones de la edad.

* * *

Me pregunto si la palabra tiene una connotación aplicable sólo a determinados momentos, tiempos, personas. Cada vez que la pronun­

cio, moviendo los labios en distintas direcciones y llevando la lengua más arriba o más abajo, su significado adquiere una dimensión que me toca en lo profundo al darme cuenta de que se refiere a una de las tan­ tas herencias no buscadas, una invisible e impuesta por la voluntad de quienes están convencidos de detentar poderes celestiales, obligando a vagabundos eternos. ¿A quién enjuiciar o apelar cuando la sensación de eterno se interrumpe con cada generación, aunque permanezca la otra, la de exilio por cuenta aj ena? La sensación de desarraigo desarrolla a veces una fu erza por domi­

narla, y otras una decisión por lo contrario. Lo primero es un asunto de supervivencia, aunque el cuestionamiento constante sobrepasa todos los porqués, hasta que en acuerdo silencioso lo anteriormente vivido se incorpora al recuerdo como fuente de defensa para estados de duda. Se adquiere una dimensión aj ena a la de quienes no han pasado por el exilio, una especie de dualidad difícil de explicar porque divide el cuer­ po y la mente entre el aquí y el allá, pero sin disociarlos. ¿Dónde comienza el exilio? ¿Termina alguna vez? ¿Es sólo para los elegidos?

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Angelina Muñiz-Huberman (Francia/México, 1936- )

EL SEFARDÍ ROMÁNTICO (FRAGMENTO DE NOVELA)

¡OH, MÉXICO!

La llegada de los refugiados españoles republicanos a México tuvo sus bemoles. No fue tan alegre como se ha pretendido. Ni tan fácil ni tan aceptada por la población. Ni tan agradable ni tan benevolente. Se fue desarrollando poco a poco, por pasos. Primero llegaron los que habrían de llamarse “niños de Morelia”. Luego, los intelectuales, que se integra- ron en la Casa de España, y por último el grueso de la inmigración. Hasta tal punto se dividió la opinión pública que dos periódicos encarnaron posiciones extremas. Quienes rechazaban la llegada estaban encabezados por el Excélsior y los que la ensalzaban por El Nacional. Mateo leía uno y otro periódico para enterarse de noticias que se negaban entre sí. Lo cual le divertía y así podía formarse una opinión más acertada de los hechos. Empezó a coleccionar titulares que no sabía si eran trágicos o cómicos: “Lo mata porque lo mira feo”: “Mató a su mamacita con filoso cuchillo sin causa justificada”: “Balacera en la cantina Los recuerdos del porvenir porque no le invitó una copa”; “Autoviuda escapó libre”; “Encueratriz no fue condenada tras de darle una mordida al juez”. Como nuestro Mateo era listo pronto descubrió que, aunque se hablaba el mismo idioma en el nuevo país, las palabras no significaban lo mismo, los gestos tampoco y la intención mucho menos. Si lo invitaban a cenar (y con el hambre que tenía) a las ocho de la noche, quería decir, por lo menos, dos horas después. Si le decían que ésa era su casa y él venía dispuesto a quedarse a vivir, lo echaban con cajas destempladas. Si le decían: “Nos vemos mañana”, equivalía a no verse nunca más. Si le mencionaban el próximo puente, era un fin de semana de cinco días. Aprendió que “licenciado”, así, a secas, era un nombre propio, más importante que señor Pérez o señor González. Que a los amigos queridos hay que decirles: güey, cerdo, pinche, pendejo. Que el plomero, el carpintero o el electricista son “maistros”. Que un chino no es un asiático, sino una persona de pelo rizado (como los chinos lo tienen tan lacio). Que el mesero es un “joven”, así sea nonagenario, pero que “viejo” es hasta un niño. Entonces, recordó algo que le había contado Fred cuando el emba- jador De Negri presentó cartas credenciales ante el gobierno republi- cano de Manuel Azaña. Se apareció vestido de chamarra, con cananas

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cruzadas al pecho y pistolas al cinto. Lo que, en este momento que vive en México, asocia con la canción que oye continuamente por radio:

En mi cabaLloretinto he iJeniJo de muy Lejod y tra�qo pidtoLaaL cinto y con eLLa doy cOluejod.

Tal vez los consejos que le dio a Azaña no fueron muy buenos. Otras palabras que Mateo ha descubierto son las de origen náhuatl. Por ejemplo, una ferretería será una tlapalería. Palabra imposible de pronunciar para un español y que deja por la paz. Pero, en cambio, la llegada de los refugiados ha modificado el significado de algunas pala­ bras. Gachupín, que era sinónimo de españoL ahora se ha quedado para quienes residían en México antes del arribo de los republicanos y éstos no son gachupines sino refugiados. Ha tomado también un cariz políti­ co y el gachupín suele ser franquista. El caso es que Mateo Alemán II, en sus recorridos por la ciudad en busca de trabajo, aprovecha para tomar fotos de todo lo que le parece más pintoresco. Los tranvías de color amarillo en el Zócalo; los peni­ tentes caminando de rodillas hacia la catedral; las vendedoras indias y sus rebozos de colores; los puestos de fritangas y bebidas de jamaica y tamarindo; el barullo de las calles y la mercancía expuesta en el suelo. Las estatuas es algo que define la ciudad. Una de ellas se ha conver­ tido en alusiva a la llegada de los refugiados. Se encuentra al principio de la calle de Juárez. Representa a un idealizado trabajador, fornido, de cuerpo atlético, con un gran mazo en una mano y con la otra secándose el sudor de la frente. Un tanto cuanto estaliniana. Alrededor de ella se dice que, en realidad, la mano en la frente le sirve de visera para otear el horizonte y proclamar: "¿Qué, todavía más refugachos?". Otra estatua típica del centro de la ciudad es la que se llama El Caballito, situada entre Bucareli y Juárez. Que no es ningún caballito, sino más bien caballote. Muestra de la mexicana incongruencia por los diminutivos. O del aún asombro por los caballos, pues, en realidad, es una representación ecuestre del rey Carlos IV de España, obra del escultor Manuel Tolsá. De esta estatua Mateo había oído la leyenda de que luego de darle varias vueltas, ante la imposibilidad de cruzar la calle, fue como a André Breton, en pleno mareo ontológico, se le ocurrió afirmar con toda seriedad que México era un país surrealista. Mateo Alemán II ha oído diversas opiniones sobre México. Los europeos creyentes en la teoría del buen salvaje localizan al hombre na­ tural en estas tierras. Vienen de vacaciones y se compran telas bordadas

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de brillantes colores, copias de objetos arqueológicos, grandes som­ breros de paja. Van a las playas y a la selva. Prueban el chile, el mole y la carne de iguana y de venado. Beben tequila y mezcal con gusano. Les da diarrea y paludismo. Pero todo les parece maravilloso. Después, regresan a sus casas y cuentan muy felices sus aventuras. Han realizado la gran hazaña conquistadora. Mas no se quedan a vivir. Mateo, que sí vive, ve las cosas de manera diferente. Aunque claro, no se atreve a expresarlas en voz alta, pues sería amenazado con la expulsión a su tierra de origen. Esto ya lo ha aprendido gracias al artícu­ lo 33 de la Constitución, que es la espada de Damocles contra los extranjeros. Lo único que puede decirse de México es sus bondades y bellezas. Pero, ojo, candado en boca si se quiere hacer la más leve críti­ ca o señalar el mínimo defecto. Como México no hay dos, reza la expre­ sión popular. Y Mateo está de acuerdo. Incluso, es imposible hacer chistes sobre la mexicanidad, algo a lo que es tan inclinado nuestro Mateo, experto como buen sefardí, en burlarse de sí mismo. Algo que lecuesta enorme trabajo es mantener la solemnidad las veinticuatro horas del día. Así que, a veces, llega a su habitación, cierra bien la puerta y se cuenta chistes en voz alta para reírse un buen rato. Mateo se siente atrapado. Piensa que si va a vivir en México debe crearse su propio México, a la medida. La ventaja de vivir en Méxicoes que México no existe. México es lo que cada persona inventa. México es Méxicos. Todos los Méxicos que se quieran. El presente. El pasado. El futuro. Aquel que será perfecto el día que se inaugure. Un país imagi­ nano.

Mateo sigue en busca de trabajo. Acepta todo y hace de todo. Desde buhonero hasta vendedor de enciclopedias. Desde mesero hasta maes­ tro de idiomas. Pero donde dura más es como representante de un labo­ ratorio de productos medicinales que dirige un paisano. Paisano, ¿de cuál de todas sus nacionalidades? Aprende a barajar nacionalidades: judío, español republicano, jienense, sefardí, mexicano en prospecto, europeo, americano, universaL Da lo mismo. Que lo mismo da, como diría su querida y lejana madre. Si la situación es antisemítica, se pre­ senta como español, que aunque también grave lo es menos que la de ser judío ante un pueblo católico. El día de la Independencia, cuando el grito nacional es el de "¡A matar gachupines! ", se presenta como italiano o alemán y empieza a chapurrear en estos idiomas. El gerente del labo­ ratorio es judío como éL pero no sefardí sino asquenazí. Representa a una fl Ima europea que, por la guerra, se ha trasladado a América. Tie­

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nen en común el culillo de mal asiento, o dhpi/ked in del' tUjÚ y pronto hacen buenas migas. Isaac Man decide adoptar a Mateo y regresar a su nombre traducido de Mordejai Deutsch o Morris Deutsch que suena bastante elegante. Los cambios de nombre no son para Mateo sino una reminiscencia de las traducciones y adaptaciones que vienen desde la Edad Media. Así que tan contento. Se acerca la Pascua judía y Mateo es invitado a celebrarla en casa de Isaac Man. La esposa y la hija se dedican a agasajarlo. Lo consideran un héroe par haber participado en la guerra civil. Pero la gran sorpresa que recibe es cuando ve entrar por la puerta a Máximo José Kahn, de quien no había vuelto a saber nada. Isaac Man les tenía reservada esa sorpre­ sa, pues estaba seguro de que se conocían. Los abrazos y las preguntas, el recuento de la salida y la reunión fue el asunto de toda la noche entre las canciones de Pésaj y las preguntas esta vez en torno a la Hagadá.

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ElíaJ Scberhacov.Jky (Argentina/Israel, 1936­ )

LA MONALISA DE JERUSALÉN (FRAGMENTOS DE NOVELA)

AMOR EN TEL AV IV

El "sobrino de Teodoro Herzl" también había llegado a Palestina y había vuelto a casarse en segundas nupcias con una maestra de hebreo de Tel Aviv que le había cogido simpatía por su cómica pronunciación. Esto es, su torpeza le despertó sentimientos maternales; ya te he dicho algo acer­ ca de cómo aman estas mujeres domésticas. "D ím eLo con La dinceridad que diempre te caracterizó", la ablandaba tomán­ dola de la perilla con las manos en el reservado de los bares cada vez que lo recriminaba por la infidelidad. Se reunían a escondidas porque Tel Aviv era pequeña, luego de terminar la Monalisa la tarea de limpiarles las carnes flácidas y las secreciones a los ancianos del hospital. Se hacían encima con la vista desorbitada, como si lo hubiesen perdido todo. ¿Alguien le creía que merecía otro puesto por haber sido la asistente de dos neurocirujanos en Sarajevo? Hórowitz entraba el primero a los bares, haciéndose pantalla con una mano a la altura de los oj os, y mira­ ba como un lince en todas las direcciones; temía encontrarse con parien­ tes de su mujer. Convencido de que tarde o temprano lo descubrirían y le armarían un escándalo, cada semana cambiaban de bar y de pensión. "Nido", le decía. "¿Podía daba yo en Va ma que un día LLegarÚld a Te L A"i,,?", se excusaba mientras tomaban café y se rozaban las rodillas entre los apretujados comensales que ávidamente leían el diario jJlari". Para fo LLar se oculta­ ban en pensiones de mala muerte de la calle Hayarkón. La Monalisa, todavía con una lógica, le exigía "n ormaLizar La dituacwn ". Al salir del "nido", Hórowitz se cubría el rostro con un periódico porque - decía ­ "edtt1l11Od eI1 el digLo "einte, Lo edtán fo tografiando" , y se marchaba solo, mien­ tras ella se quedaba vestida aunque desnuda, entiéndelo, delante del tranquilo Mediterráneo. Estos falsarios que puedes ver allí por mi calle en camino de la sina goga son niños de pecho comparados con lo que fu e mi marido porque, que lo sepas, el "sobrino de Teodoro Herzl" era un marido. "No te enddió tu abueLo en Ju ch Bunal; que depa pedirle a Diod por 11Odotrod - que un Ju dío no debe edtar doLo para 110 ducllmbir a faJ bajad padWned _ '; la consolaba después

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de hacerle el amor en las pensiones para alentarle la ilusión antes de huir. Estos que ahora van a decir las deLijot temen al menos de que Dios los pase de largo al sellar los folios del Libro de la Vidapa ra el nuevo año. Esto también lo hace el criador en pie, sobre una mesa alta y de patas finas, como este Agnón;:' que sufre de almorranas. Pero el "sobrino de Teodoro Herzl", miedoso hasta de lo que pudieran decir los parientes de su mujer, pasaba del Dio igual que los pájaros. ¿A los pájaros les impor­ ta si él los creó? Cuando se mueren, los pájaros lo hacen de verdad, sin entierros. Quizá porque no hablan. Para Hórowitz, por ej emplo, quien no le comprara papel carbón no existía. Las mujeres sí porque eran lo único que lo hacía sentirse vivo. Dinero y mujeres; lo demás era simu­ lación, basura y desperdicio. Al concluir la guerra se envolvió el alma con unos trapos metafísicos, te lo digo y cuando se reía - estés seguro ­ lloraba por dentro. Así como tenía de frío el corazón tenía de calientes las piernas cuan­ do la abrazaba con ellas como si fuesen tenazas. Eran unas piernas torneadas, de bailarín, como las del pobre Krozik. ¿Pero crees que Hórowitz habría aguantado como él tres años para echarse con una mujer? Podía hacerlo cinco veces por noche, ''.fin dacar" como se jacta­ ban los centinelas de Alexander Belev en el campo de Plovdiv. Acosado por la intuición de que lo seguían, siempre llegaba solo a la pensión y así se iba mientras ella terminaba de vestirse y maquillarse. Era un acuerdo de caballeros que tenían. Debajo de la chaqueta ocultaba un pequeño cartucho con almendras y pasas que conseguía entre sus compinches del mercado negro contra el cual combatía el decente Dov Yosef, de quien Hórowitz se había copiado un fino bigote, y sólo el bigote. "¡Róyinked mit mand!enpara eL amorr, exclamaba en ididh al extraer las almendras saladas y las pasas amarillentas mientras cerraba con cautela la puerta del cuarto en el que lo esperaba la Monalisa. Sin terminar de descalzarse la echaba sobre la cama para poseerla enseguida. "Leát, !eát", le reclamaba la Monalisa entre halagada por el apetito que le desperta ba su presencia y porque ella no estaba preparada aún para el polvo. El trabajo y los olores en el hospital le secaban la vagina, puedes creérme­ lo. "¡BuLgariapara LM búLgarod/'; se exaltaba al tirarle de las faldas y bajar­ le las bragas sin siquiera darle tiempo a mirar los cuadros colgados en el cuarto. Al borde de la erupción, en silencio para no perder la energía, le desprendía rápidamente el corpiño y le apretaba los pezones con los dedos, con el índice y el pulgar, hasta echarle el semen.

(") El escritor israelí Shai Agnón, que por ese motivo escribía en pie.

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La maestra de Tel Aviv, una idealista que se agotaba enseñando hebreo a los refugiados de la guerra europea, hacinada con ellos en sus tiendas de campaña encima de los barriales, se le dormía debajo de las piernas, se quejaba Hórowitz. Su mujer le explicaba que no era fácil enseñarles a prisa para que pudiesen hablar con Ben Gurión cuando fuera a visitarlos con el pelo blanco al viento y la cámara del noticiero NO DO. El "sobrino de Teodoro Herzl" era robusto, alto, pura naturaleza, y la Monalisa enamorada lo llevaba los sábados, cuando el podía huír de su hogar, a ver los balcones art 110llIJeau que construía un arquitecto recién llegado de París. Su marido postizo �pónle que era "u na prótedú de marido " � decía que se había casado con una mujer anémica y con tz i­ porim ba 'rodb, con pajaritos en la cabeza. Pero "de tide �e que bad comido en eL IcLbutd, guapa, ¡y no me cuented nada !", le decía para evitar la conversación al acariciarle impaciente, siempre en el mismo lugar, las pantorrillas que se le habían bronceado en los naranjales antes de volver a la casa de sus padres en Tel Aviv para trabajar en el hospital y abrirse camino en la nueva patria. Al "sobrino de Herzl" se le hacía agua en la boca cuando hablaba de la nueva vida en Iz raeL. Lo único que odiaba era pagar los impuestos. A los cobradores de la Haganá, que tenían que defender a la población, los citaba en el mercado Y les decía que él se sentía obligado a pagárselos a los del lrgún, los terroristas patrióticos de Menajem Beguin, que ataca­ ban a los ingleses. Cuando volvían los emisarios de Ben Gurión con sus camisas desprendidas como Moszico Koen, los despachaba prometién­ doles que contribuiría a la organización Mizrahi pues estaba con los obreros religiosos, y a los ortodoxos, que pedían en los zaguanes, los espantaba diciéndoles que era búlgaro y comunista. ¿Entiendes? Era nada. Un trompo, un dreier. Envueltos en el vaho que despedían sus cuerpos, por la ventana del minúsculo cuarto contemplaban el mar azul y oían su oleaje. El "sobri­ no de Teodoro Herzl" esperaba agarrado de sus senos la próxima erec­ ción, y le prometía los viaj es de negocios que hicieron por España con un falso vendaje en la cabeza para ablandar a los españoles.

INMIGRANTES EN EL KIBUTS

�Leát, Leát � la calmaba Eitán Oren desde el volante cuando la Monalisa, atropellada como los judíos diaspóricos por cumplir ensegui­ da con sus deberes y quedar bien, se montaba al tractor.

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- ¡ Puedes seguir! - respondía la Monalisa como quien está más allá del bien y del mal a la vez que se tapaba los senos entre las solapas de la blusa que Orit Oren le había proporcionado para el campo. El alcanfor contra la parálisis seguía oliéndole suavemente en la bol­

sita que llevaba sobre el pecho cuando llegó desde Sofía al kibutd. Al des­ pedirla en Tel Aviv, donde la recogió un camión, todos le besaron el oyo Mu, el protector que le había legado la abuelita en Sofía contra las enfer­ medades y en general contra el mundo desencadenado. - ¡Ya estoy sentada, te lo digo Eitán ! -insistía sin convencerlo. - ¿No es paLavricad. .. ? -preguntaba sin creerle Eitán, habituado a trabajar con inmigrantes entusiastas y atolondrados. Con los de Bulgaria había aprendido a distinguir entre las palabras y los hechos. Eraprecwzo este hombre de color cobrizo. Parecía engendrado por el sol y llevaba el cabello corto de los niños disciplinados. Era incapaz de ofuscarse. Cuando iban de poda a los naranjales tampoco le permitía apresurarse con las tij eras de las que la Monalisa, fu erte aún, extraía chispas. '1éd D zmán, dDum davar Lo boer", la serenaba Eitán con su voz firme, y era cierto, había tiempo, y no había nada que estuviese ardien­ do. En el kibutd se vivía así, al paso, a palabra por acto, sin agregados. ¿Sabes lo que esto ahorra, vivir sin agregados? Antes de quitarles las ramas, Eitán se abrazaba a los árboles, que podían tener su edad, y las cortaba después del desayuno de las diez de la mañana debajo de su sombra. Con ramas secas y un hacha fabricaba horquetas para sostener las ramas vivas que, cargadas de frutos, se arqueaban hacia el suelo. "PodamOd U/ladpara fo rtaLecer a Lad otrad ", le explicaba pacientemente. Esta atención de Eitán le exaltaba el ánimo. La Monalisa, sin que nadie se lo exigiera, podaba los árboles sin des cansar, uno detrás del otro. Sólo veía las ramas al avanzar entre las hileras con su escalerilla. Eitán Oren, en cambio, lo veía todo, lo cercano y lo lejano, como un piel roja. Levantaba la vista y podía divisar a los campesinos que, invisibles para la Monalisa, segaban la avena en la coli­ na más distante, o anunciaba la llegada de las aves que todavía se halla­ ban volando por el cielo de Líbano. Olía cualquier cosa y al instante sabía de qué se trataba. Jugaba a las mujeres con la mayor discreción y no aplastó jamás una de esas adqueroZad moscas que se revuelcan fas­ tidiosas en el naranjaL emborrachadas por el perfume y muertas de calor. Su mujer, Orit Oren, no era muy distinta. Cuidaba a los niños de la granja como si todos fuesen suyos. Vivía sin fingir, a cara limpia, sin quitarse los bombachos azules ni sus calcetines blancos volcados sobre los zapatos cerrados y con el tacón gastado. En sus horas libres de la

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noche seguía trabajando. Luego de acostar a los niños, con su libro de notas asistía a dos comisiones de voluntarios, la encargada de aclimatar a los inmigrantes que habían sobrevivido de la guerra, y a la que orga­ nizaba actos muy culturales. En su prolija libreta de teléfonos anotaba los números para llamar a los cantantes y conferencistas que invitaban para amenizar la noche del dhabat en el comedor colectivo antes de irse a hacer el amor. Los que podían. Menos los ingleses, que mandaban en el país, todos sabían en qué lugar estaban las armas, y a qué hora vendrían los barcos con más refu­ giados a la playa de Haifa. "Jun tod ed ta mOd cond tru yen oo lUZ pa Íd", repetía Orit Oren separando cada una de las palabras hebreas en sílabas para que las comprendiese hasta Móishe Grobn Finger, alias Clark Gable. Que no te rías, majo. Fue así, te lo digo. Orit estaba tan ocupa­ da que no reparaba en los que la aplaud{an como si fuese una diosa ni en los que, quejosos, soñaban despiertos con Bulgaria y suspiraban al echar el humo de los cigarrillos por las narices. Ella no tenia tiempo para mirarlos a los ojos cuando les distribuía la ropa lavada en la comuna o las raciones de café, azúcar y obleas para el dhabat. Podías elegir café o té, y el tabaco, malo, también te lo daban gratis. Cargados de ironía por la guerra, los inmigrantes -que sepas que se llaman oLim en hebreo - se hadan comentarios entre sí mientras Orit, inmutable, les hablaba de "la construcción del país" delante de la secre­ taría o antes de subir a los tractores. Como observaba en general, y a nadie en particular, fue apodada "la m{stica". Era eficaz e inasible. ¿Has visto que no se puede coger el mercurio? i Quién fuera una gota de mer­ curio, majo! Lolik Perez, que había traído la noticia de la muerte de Hans Hantke y Hans Ferraris colgados de dos nogales en el valle de Sarajevo, no podía imaginar a Orit y a Eitán Oren haciendo el amor en " una cama. i No puedo! ", exclamaba. Durante las inacabables jornadas del descanso sabático, tendidos en sus cuartos de paredes y techos premoldeados, los suspicaces se espantaban las moscas pegajozad de las piernas sobre el césped, y para pasar el tiempo se preguntaban: "¿ Será jiloía edta Orit Oren?". Era lo que la Monalisa, admirada de su sosiego y precisión, se preguntaba acerca de Eitán Oren. i Es que no pareda un judío, te lo digo! Un judío corre, piensa con angustia hasta cuando come sentado en el filo de la silla. Va a los saltos y te porfía que está caminando. ¿No están as{ los de Argentina? "¿ Qué muchacha júoía conocéiJ en Sofía, en PLOI>oir, y aun en La de­ rrana PLe¡'eI1 que de parezca a Orit Oren?", insistían aburridos debajo de los pinos después de recorrer a los parientes muertos o vivos, de imaginar las maravillas de la geografía búlgara, las Icabapchetad y los manjares que

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se comían en Europa, Algunos, divagando, sostenían que Orit vendría a ser "como ulla edpiga oe trigo ", con lo cual querían decir " ¿y a mí qué COIledo ? ¿a quiéll le importa ulla edplga oe trigor, No podían renunciar a las comparaciones, Unos, más filosóficos, decían que hay "j uOÚJd oelder ", como los que se atrevían a abofetear a un policía del rey Boris, y los que son "oe cOlloicwn¡ÚOla " , O tal vez a la inversa, intervenía la Monalisa para confundirlos mientras descansaba de las podas en el naranjal con la cabeza sobre la almohada y mirando al inasible Hórowitz en el bombillo del cielo raso. Durante el dhabat Orit y Eitán Oren se dedicaban a sus niños, no a los promíscuos inmigrantes de Bulgaria. "Hay Mí y hay M[", terciaba David Assa, oriundo de Varna. Había pasado los años de la guerra oculto en un subsuelo tapiado, a ciento doce metros del Mar Negro. En su opinión, gruñía y se ganaba el aplau­ so, "lod juOíOd don y edtán, led gUdte o no a 10d que no daben qué don ni oónoe edtán '�

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Ma rco.JAg uini.J (Argentina, 1936­ )

PRÓLOGO DE LA GESTA DEL MARRANO (FRAGMENTO DE NOVELA)

Mugre, piel Y huesos, con los tobillos y las muñecas ulcerados por los grilletes, Francisco es una brasa que arde bajo los escombros. Los jue­ ces mIran con fastidio a ese esperpento: un incordio decididamente intolerable. Hace doce años que lo han enterrado en las cárceles secretas. Lo sometieron a interrogatorios y privaciones. Lo enfrentaron con eruditos en sonoras controversias. Lo humillaron y amenazaron. Pero Francisco Maldonado da Silva no cedió. Ni a los dolores físicos ni a las presiones espirituales. Los tenaces inquisidores sudan rabia porque no quieren enviarlo a la hoguera sin arrepentimiento ni temor. Cuando seis años atrás el reo efectuó un ayuno rebelde que casi lo disolvió en cadáver, los inquisidores ordenaron hacerle comer a la fuerza, darle vino y pasteles; no toleraban que ese gusano les arrebatase la decisión de su fin. Francisco Maldonado da Silva tardó en recuperar­ se, pero logró demostrar a sus verdugos que podía sufrir no menos que un santo. En su maloliente mazmorra el estragado prisionero suele evocar su odisea. Nació en 1592, exactamente un siglo después de que los judíos fueran expulsados de España y Colón descubriera la Indias Occiden­ tales. Viola luz en el remoto oasis de Ibatín, en usa casa donde predomi­ naba el color pastel con manchones de azul. Luego su familia se trasladó a Córdoba, precipitadamente. Huían de una persecución que pronto les daría alcance. Navegó entonces por tierras amenazadas: indios, pumas, ladrones, alucinantes salinas. Cuando cumplió nueve años, arrestaron a su padre en un desgarrador operativo. Un año después arrancaron del hogar a su hermano mayor. Llegó a los once, y ya no quedaban en su vivienda bienes que no hubieran sido investigados y malvendidos por las implacables autoridades. Su madre, vencida, casi loca, se entregó a la muerte. El llagado adolescente completó su educación en un convento: leía la Biblia y soñaba con una reparación aún inconfesable. Salvó a un apopléjico, cabalgó por las portentosas serranías de Córdoba y conoció las flagelaciones más absurdas. Antes de cumplir dieciocho años decidió partir hacia Lima para gra­ duarse de médico en la Universidad de San Marcos. Allí anhelaba re en­

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contrarse con su padre, todavía vivo pero baldado por las torturas de la Inquisición. Su viaje de miles de kilómetros en carreta yen mula lo llevó desde las infinitas pampas del Sur a la helada puna del Norte. Alternó con inesperados acompañantes e hizo descubrimientos que le cambiaron la visión de su identidad. Descendió a la deslumbrante Lima, llamada Ciudad de los Reyes, para recibir la revelación final. Allí, además del encuentro dramático con su padre, conoció y ayudó al primer santo negro de América, participó en las defensas del Callao contra el pirata holandés Spilpergen y se graduó en una brillante ceremonia. La persecución, que había empezado en Ibatín y siguió en Córdoba, volvió a enardecerse en Lima. Decidió, entonces, embarcar hacia Chile: era un eterno fugitivo. Allí logró ser contratado como cirujano mayor del hospital de Santiago, porque era el primer profesional con títulos legítimos que llegaba al país. Su biblioteca personal superaba todas las colecciones de libros existentes en conventos o reparticiones públicas. Visitó salones y palacios, alternó con autoridades civiles y religiosas, recibió halagos por su cultura. Y se casó con una hermosa mujer. Llegó a ser exitoso y apreciado; su bienestar reparaba la cadena de padeci­ mientos anteriores. Un hombre común no habría alterado esta situación. Pero en su espíritu llameaba un tizón inextinguible, una rebelión que ascendía desde los abismos. Sabía que otra gente, como él, deambulaba por el mundo sosteniendo sus creencias en secreto. Era difícil, conflictivo, indigno. Contra la lógica de la conveniencia, optó por quitarse la más­ cara y defender sus derechos de manera frontal. Hasta entonces había sido un hipócrita, un marrano.

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EnriqueA nuter (Argentina, 1937­ )

MARCELA y JUDITH (FRAGMENTOS DE NOVELA)

¿José Luis? No negaré que muchas veces tuve la tentación de llamarlo, buscar­ lo, saber algo de él, escribirle, pero nunca lo hice; nunca pude. En el diario le destinaba, cada tanto, páginas enteras. Reconocía todo lo que había influido en mí provocando los cambios que vendrían después; le adjudicaba haber desencadenado un severo autocuestionamiento de la identidad, lo cual me permitió descubrir en mí un sentido de pertenen­ cia a la cultura argentina que ignoraba poseer. y por encima de todo eso, ha sido José Luis quien me ayudó a co­ rrer los velos de una sensualidad oculta detrás de mandatos y preceptos programados, organizados desde mi nacimiento o, quizá, antes. Pensaba en José Luis e imaginaba que ya se había desvinculado afectivamente de mí. Que todo había pasado. Que ese "episodio" que vivimos fu e en definitiva y como yo lo sentí por aquel entonces, eso mismo, un episo­ dio, una pasión fu gaz, producto de la excitación por mi partida. Se habrá mudado -pensaba- y vivirá con una pareja ya no en el desven­ cijado estudio de la calle Montevideo sino en algún otro sitio de la ciu­ dad: San Telmo o el Abasto o Balvanera. Ya hacía tiempo que, en la Argentina, Cavallo había asumido como ministro de Economía y, en el puesto de canciller, Menem había nom­ brado a Di Tella. A estos cambios correspondía una serie de medidas enmarcadas todas dentro de un ordenamiento que se conoció bajo la denominación de: plan de convertibilidad. Fui enterándome de los cam­ bios que se producían, a través de los diarios especializados que volví a consultar en forma periódica: estabilización y creciente inversión en las actividades económicas aunque con aumento de la desocupación, conse­ cuencia del aj uste fiscal, las privatizaciones y, en general, el achicamien­ to del estado. Más allá de mi desconfianza y escepticismo hacia el peronismo y en especial hacia Menem, las medidas me parecieron auspiciosas; no deja­ ba de asombrarme que se pudieran implementar en democracia. Hubie­ ra corrido, de ser posible, a comentar, debatir todos estos cambios con J osé Luis; le exigiría que me explicara cómo justificaba que un gobier­ no justicialista llevara adelante una transformación tan profunda, y ade­ más mediante instrumentos de inequívoco corte liberal.

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El distanciamiento físico de Marcos fue dándose en forma natural. Sin embargo, no tenía (Marcos tampoco) el coraje suficiente de dormir en camas separadas. Por otra parte, los viajes de Marcos eran bastante continuados. De una u otra forma, todo contribuía a que el deseo fuera apagándose por completo. En algún momento supuse que Marcos podía llegar a tener relaciones con otra mujer y esto -que en otros tiempos no era capaz de imaginar siquiera- me pareció razonable, comprensible. y otra vez, como ya había sucedido dos años atrás, me fui disponiendo a una nueva despedida. Era como si debiera inexorablemente y, por mi condición de judía, experimentar el padecimiento de exilio y la errancia. y para colmo, en mi caso, llevando a cuestas la culpa y además la duda provocada por el interrogante que había crecido en forma obsesiva den­ tro de mí: ¿ cuál será en realidad y por fin, mi tierra prometida? Me despedí de Massada y de Safed. Saludé a Tiberíades, y recorrí, una vez más la ruta perimetral al Mar de Galilea. Lloré largamente junto al Muro Sagrado en Jerusalén y me dejé llevar por mis pasos hacia la ciudadela de David y Mea Sharim y los museos. Vagué días enteros por las serpenteantes callejuelas de Yaffo, de Haifa, de Akko ... Fuimos aj ustando los detalles del viaj e en función del reingreso de Laura a sus clases en su colegio secundario. Mi padre, Elías y Rosa - la hermana de Marcos - habrían de ocuparse de todo lo necesario para nuestra reinserción en Buenos Aires. A todo esto, y en tanto yo me sumergía en mi nuevo proyecto de retorno, Marcos se afirmabacada vez más en sus actividades. Fue nom­ brado delegado político del kibutz ante la central con sede en Tel Aviv. Claudia, asimismo, militaba en grupos juveniles y le asignaban tareas de responsabilidad cada vez mayores. Proyectaba, también, ingresar a la universidad para estudiar alguna de las carreras de ciencias sociales.

E1 21 de diciembre de 1991 sería la fecha en que Laura y yo partiríamos desde el aeropuerto Ben Gurión hacia Buenos Aires. Habíamos dis­ puesto una fecha anterior al fin de año, de común acuerdo con Marcos, para evitar una celebración forzada e inevitablemente dolorosa. Por motivos parecidos rechacé toda propuesta de despedida por parte de los amigos del kibutz. No todos, por cierto, aprobaban mi determinación; algunos pocos ensayaban actitudes comprensivas. Las charlas que tuve en esos días me retrotraían a las que solíamos tener en los grupos de estudio de Hebraica. Allí se enfatizaba la idea de que el sionismo merece una entre­

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ga total y nos coloca por encima de intereses individuales. Y yo estaba actuando a la inversa; claudicaba, desertaba, "descendía"". Lo único que tenía para oponer era el duro por el que atravesaba y que había enfermado a Laurita y me ponía a las puertas de que me sucediera lo mismo. ¿Servía eso, acaso, a la causa sionista? ¿Había que pagar un precio tan elevado? Por supuesto que no iba a encontrar respuestas a esos interrogantes. Además sabía -por aquella voltereta jasídica - que "las respuestas certeras clausuran la posibilidad de seguir formulando preguntas". Era consciente que estaba desechando la idea nuclear del sionismo pero, de ninguna manera, desertaba de mi condición de judía. -Aquí, y por más que haya conflictos con nuestros vecinos, nunca te van a gritar: ¡Judía de mierda! - argumentaban algunos. y también eso era cierto. Pero tampoco esa sola razón, a modo de respuesta o justificación, clausuraba nuevas preguntas: ¿Deben los judíos, en un mundo que marcha velozmente hacia la globalización, per­ sistir en el modelo tradicional del ghetto? ¿Deben encerrarse en sus recintos por temor a perder la identidad? Yo había participado en mil debates sobre estos temas. La ecuación: sionismo y/o judaísmo fue, desde mi niñez, un problema siempre a resolver en el futuro. Mi formación estuvo orientada hacia el rechazo de las ideas aperturistas quizá como lógica prolongación de las ideas cimen­ tadas en los duros tiempos previos al establecimiento del estado judío. Mi diario, en cierto aspecto, no es otra cosa que un itinerario de transgresiones y rebeldías. Al releerlo suelo preguntarme: ¿cuál de las Marcelas escribió ese diario? Pero, sin embargo, en medio de dudas e interrogantes, algo se estaba gestando e iba teniendo carácter de perma­ nente. Y se trataba de ciertos aspectos de mi identidad cuyo perfil ya no podría prescindir -estaba comprobado - de las nutrientes argentinas. Todos mis antepasados familiares se vieron obligados -no pudieron elegir - a cortar abruptamente sus raíces. Ya habían cruzado y descruzado el Atlántico, abandonando culturas, lenguajes, llenándose de nostalgias con cada partida. Fueron dejando paisajes, idiomas y can­ ciones de Europa o el Oriente, para interrumpir en el campo entrerria­ no o en el conventillo urbano del Once o de Barracas, y después hacer, otra vez, sus valijas y volver a cruzar el mar resignando nuevas culturas, nuevos afectos, en procura de esa, tan supuesta, tan deseada, tierra prometida. Porque desde el nacimiento mismo de ese pueblo se viene anunciando la consigna, "El año que viene en Jerusalén.,," y cada mudanza implicaba una penosa amputación como un cuerpo que va dejando jirones a su paso.

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Miryam E. Go ver de N� aúky (Argentina, 1937­ )

LA PASIÓN DE UN VISIONARIO: THEODOR HERZL (FRAGMENTO DE NOVELA)

ParÍJ.

El barón de Hirsch había conocido de cerca la miseria que los judíos padecían en el este de Europa. En los prolongados viajes a Turquía lo habían conmovido la pobreza y la ignorancia de los que vivían en el Imperio. De todos los negocios que emprendió, el más próspero fue la construcción de la red ferroviaria entre Viena y EstambuL favoreciendo así el desarrollo económico de Europa. Un frente solidario importante fue la creación, en 1891, de la Jewish Colonization Association que patrocinaba el traslado a la Argentina de un número elevado de perseguidos de Rusia, Polonia, Rumania y Alemania. También facilitó el establecimiento de colonias agrícolas en América del Norte y otras regiones. Su valiosa obra tenía puntos en co­ mún con el ambicioso propósito de Theodor, uno de ellos era la emigra­ ción masiva a otro país. La diferencia estaba en el lugar que cada uno consideraba adecuado y la forma de hacerlo. Después de redactar varios borradores, le envió las siguientes líneas:

París, 1895 Distinguido Señor Maurice de Hirsch: Me imagino que esta carta se mezclará sobre su escritorio con muchas otras; aún así, abrigo la esperanza de que despierte su interés. No se trata de un asunto económico; sólo quisiera que intercambiemos opiniones acerca de la problemática judía y que conozca algunas soluciones diferentes. Al respecto, su trabajo es generoso pero equivocado, no deja de ser beneficencia, perdone mi atrevimiento. Deseo ser escuchado con serenidad, en vez de manifestarle mi pensamiento por escrito. Por supuesto, no me molestan las objeciones. Ojala podamos reunirnos algún domingo, con tiempo para dialogar. Atentamente, Dr. Herzl

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Sorprendido, recibió a los pocos días la respuesta citándolo al Hotel de París, donde Hirsch, experimentado financista de 64 años, pararía el domingo 2 de junio, en la 2 rue de l'Elysée. Se preparó para la entrevista con sumo cuidado, fijándose en todos los detalles posibles, ya sea el traje, los guantes o los zapatos. Se dedicó a pasar en limpio las veintidós páginas que reunió para tal ocasión. Temía mostrarse confundido o titubeante. Al llegar, lo impresionó el palacio en el que se hospedaba el barón, con imponentes escaleras, salas con grandes cuadros de pintores famo­ sos y pisos de mármol cubiertos con alfombras de suaves colores. Con una rara sensación, se dejó llevar por los asistentes que lo guiaron hasta el salón donde se jugaba al billar. Hirsch le dio la mano con una expre­ sión ausente, le pidió que se sentara y se fue. De la habitación próxima se escuchaban voces y, a Theodor, le pareció reconocer una en especial. No le agradaba que lo vieran allí. De todas maneras, voy a sonreírles, me vaya bien o mal en la con­ versación. Quizás quiera transformarme en uno de sus dependientes para continuar con la colonización. Sería el colmo. El barón volvió con los dos funcionarios que lo acompañaban. Después de las presenta­ ciones y cansado de esperar, lo abordó directamente. - ¿Puede brindarme una hora de su tiempo? Si no es así, no voy a empezar a hablar. Es mucho lo que tengo que decirle. - Bueno, comience - lo alentó, sonriente, su interlocutor. -He preparado estos apuntes para poder darle una visión más com­ pleta del tema - le explicó, mientras extraía sus papeles de una carpeta. Apenas pasaron cinco minutos, sonó el teléfono; el barón indicó a su se­ cretario que dijera que no estaba. Este hecho lo animó a avanzar en su exposición más seguro de sí mismo. Quería darse a conocer y compartir sus preocupaciones pero le falta­ ba el aplomo apropiado para dirigirse a un hombre sutil e irónico. Con vehemente autosuficiencia, expresó: -Sé que estoy en presencia de un banquero acostumbrado a los grandes negocios y que llegó a ocuparse de la causa judía después de varios años en dicha actividad. En mis orígenes, como escritor y perio­ dista, tampoco he pensado en tal problema; fue el creciente anti judaís­ mo el que me llevó a tomar cartas en el asunto. Mipropuesta es al mismo tiempo muy sencilla y fantástica; espero que no me tome por loco. - Para mí, hay que hallar nuevos países para quienes son echados de los hogares, lugares donde desarrollen libremente su capacidad y su fe. Me refiero a diversos Estados que puedan ser colonizados; repartir a los inmigrantes evitará desavenencias sociales. Ya compré terrenos en Argentina con este fin -le contó Hirsch con cierto orgullo.

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-Así, lo único que se conseguirá será mantener la dispersión en la que vivimos desde hace dos mil años, sin unidad política. Esta es nues­ tra mayor desgracia, más aún que las persecuciones. Nos obligaron a los peores oficios hasta recluirnos en guetos -le replicó Theodor en un tono bastante exasperado. - ¿ Cuál es, entonces, su plan? Es muy fácil criticar lo que hacen los demás. - Le dije que era simple; hay dos caminos: permanencia o emi­ gración. En ambos casos es imprescindible educar a las nuevas genera­ ciones para que sepan vivir en libertad, acorde con los adelantos del siglo. - Por ahora, lo que ha dicho son reflexiones generales, nada nove­ dosas. - Falta la parte fantástica de mi teoría, no todo depende de la razón. Debemos recuperar la Tierra de Promisión aunque nos demore cua­ renta años como a Moisés. No es imposible, tal vez lo logremos en veinte o treinta. Con esta esperanza hay que formar a los jóvenes, capacitarlos con una dirección política central-o Theodor, exhausto, percibía una sonrisa descreída detrás del rostro ensimismado del barón. - ¿Ha terminado, señor periodista? -No, si me deja .. .la beneficen­ cia es un grave error porque favorece la mendicidad y desmoraliza el sentido de pertenencia a un pueblo. Hirsch, acostumbrado a que alabaran su obra solidaria, no sabía qué hacer; comprendía la postura del joven aunque lo calificaba de soñador disparatado. -No puedo negarle la razón- le dij o, haciendo una concesión. Y aclaró -Mi decisión de fundar colonias en Argentina que sirvan de ámparo a los perseguidos no es simple caridad. Estoy convencido de que el trabajo del campo les va a permitir recobrar la dignidad. Recuerde que en algunos países, por ejemplo, en Rusia, se les prohíbe hasta el ofi cio rural. - Sí, es una gran injusticia. -Además, debido a la muerte de mi hijo Lucien, en 1887, he deci­ dido que el pueblo hebreo sea mi heredero. - Está bien pero .. . ¿a cuántas personas puede trasplantar? ¿Y qué hará el resto? Lo mejor será buscar una solución general - opinó HerzL más tranquilo. -Me guío por mi intuición. Es suficiente que se conviertan en buenos agricultores y artesanos. Confío en que la experiencia de las colonias argentinas se pueda repetir. No sea tan ambicioso. Este es el defecto que nos ha hundido, por el que se nos ha despreciado.

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- En cambio, usted ignora el valor de lo quimérico, del sueño a realizar. Sólo desde la altura se pueden observar los pasos trascenden­ tales de la humanidad. Además, escuché que la colonización tuvo resul­ tados pobres en Argentina. -Lo invitaré, junto con cien corresponsales más, a visitar las colo­ nias argentinas para que se forme otra idea. Acaso está mal informado sobre lo ocurrido allá. Sí, al principio hubo dificultades; ahora hay gente decente. Verá lo que se puede hacer. - Es inútil seguir comunicándole mis propósitos. -La emigración es el mejor remedio -insistía el barón. - En esto estamos de acuerdo, pero a nuestro propio Estado. -Puedo comprar muchas tierras. -Yo iré a hablar con el Kaiser para que nos autorice a salir, evitaremos los trastornos económicos que esto puede representarle. - ¿De dónde obtendrá el dinero para semejante acción? A lo mejor Rothschild aporte algo. -No me preocupa demasiado. Negociaré un empréstito nacional de millones de marcos. -No se olvide de que muchos ricos son tacaños. - Habla como un socialista. - Por supuesto que lo soy. Me desprendería de todo si los demás también lo hicieran. Esta no será la última conversación. Le avisaré la próxima vez que viaje a París. Se despidieron con cierta frialdad. A pesar de la gran obstinación del barón, a Theodor le pareció confiable. Mientras volvía al hoteL situado en la 37 rue Cambon, trató de darse ánimo, al repasar su encuentro con Maurice de Hirsch. Hay que del' paciente; !aJ innovacwned don difícilu de impone,: Por duerte, mi pLan no depende deL jUlcW deL barón. EJ normaL que a un financidta Le cuute remontar vuelo. EL diáLogo me dúviópara redondear midcon Vlccwned y probarme frente a Lod demád. Edcribiré ap unted de cuanto de me ocurra. Lo que le había dicho al barón era su verdad descarnada frente a un mundo que se desmoronaba, en el que tanta discriminación constituía una amenaza contra los suyos. La visión desde lo alto permitía abarcar los orígenes remotos hasta un futuro indeterminado, más allá de la zona cargada de conflictos que estaban viviendo. Por momentos, no distin­ guía entre realidad y sueño, como si ambos se confundieran. Locura y lucidez convivían en su espíritu en forma armónica. La razón existencial de su pueblo, muchas veces suspendida, debía ser continuada.

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Moacyr Scliar (Brasil, 1937-2011)

AS PRAGAS

AS ÁGUAS SE TRANSFORMAM EM SANGUE

Nossa vida era regulada por um ciclo aparentemente eterno e imutável. Periodicamente subiam as águas do grande rio, inundando os campos e chegando quase até nossa casa; depois baL'{avam, deixando sobre aterra o fértil limo. Era a época do plantío. Arávamos aterra, lan<;:ávamos a semente, e meses depois as espigas douradas balan<;:avam ao sol. E entao vinha a colheita, e a festa da colheita, e de novo a cheia. Ano após ano. Éramos felizes. Eventualmente tinhamos problemas; doen<;:a na familia, urna desaven<;:a qualquer, mas de maneira geral éramos felizes, se feliz é o adjetivo que qualifica urna existencia sem maiores preocu pa<;:oes ou sobressaltos. Claro, éramos pobres; faltava nos muita coisa. Mas aquilo que faltava nao nos parecia importante. Éramos seis na pequena casa: meus pais, meus tres irmaos e eu. Todos dedicados a faina agriícola. Mais tarde aprendi o oficio de escre­ ver; foi desejo do meu pai, acho que ele queria que eu contasse esta história; aqui está a história. Urna tarde passeávamos, como era nosso costume, as margens do rio, quando minha irma notou algo estranho. Repara, disse ela, na cor dessa água. Olhei e de imediato nao vi nada de estranho. Era urna água barrenta, porque nosso rio nao era nenhum desses riachos de água cristalina que corre trefego entre as pedras, na montanha; era um volu­ moso curso d'água, que vinha de longe, fluindo lento e arrastando con­ sigo a terra das margens (que nos importava? Nao era nossa terra) ; grande animal, quieta, mas poderoso, que adquirira ao longo dos sécu­ los o direito ao seu leito largo. Nao era um rio bonito, isto nao era; mas nao queríamos que adornasse a paisagem, queríamos que se integras se ao ciclo de nossa vida e de nosso trabalho, e ele o fazia. Nao precisáva­ mos contemplá Io em extase. Secreta gratidao bastava. Mas realmente havia algo estranho. A cor das águas tendia mais para a vermelho do que para a o ocre habitual. Vermelho? Nao fazia parte da nossa vida. Nao havia nada vermelho ao nosso redor; flores vermelhas, par exemplo. Aliás, flor era coisa que nao plantávamos. Nao podíamos nos permitir tais indulgencias. Por outro lado, é verdade que, as vez es,

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ao crepúsculo, o céu se tingia de cores diversas, e, entre elas, o escarlate. Mas a essa hora já estávamos em casa. Dormíamos cedo. Minha irma (em algum tempo ela poderia ser reconhecida como expoente do novo espírito científico) deteve se. Paramos também, sur­ presos. Deixando nos para trás, deixando para trás o grupo familiar, a própria familia, a carne de sua carne, a sangue de seu sangue (aten<;ao, aqui: a sangue de seu sangue), ela adiantou se, vivaz como sempre, e entrou no rio. Abaixou se, apanhou alguma coisa que examinou atenta­ mente e depois nos trouxe. - Que e isso? -perguntou meu pai, e notei entao a ruga em sua testa; a ruga que raramente aparecia, mas que era um sinal ominoso, como o eram certos pássaros negros que, por vezes, esvoa<;avam na regiao e que sempre anunciavam a morte de um dos raros vizinhos. -Nao sabem o que é? -minha irma, com aquele sorriso superior que tanto irritava mamae: esta menina pensa que sabe tudo, mas ainda nao descobriu um jeito de nos livrar da pobreza. - É um coalho. Um coalho de sangue. Estranho: um coalho de sangue flutuando nas águas de nosso no. Nosso pai, que para tudo sempre se sentia na obriga<;ao de prover expli­ ca<;oes (se possível lógicas), aventou a possibilidade de se tratar do sangue de um animaL talvez sacrificado no rio; há supersticiosos, garan­ tiu, que pretende m com tais práticas controlar a natureza, ritmando cheias e vazantes de acordo com o período de semeadura. Tolice, explicável pela eterna crendice humana. Sim mas e a colora<;ao das águas do rio? Quanto a isto nada disse, e nem ninguém perguntou. Vo ltamos para casa. Minha irma caminhava a meu lado, silenciosa. De repente: nosso pai está errado, ela disse, e aquilo me encheu de temor. Filha falando assim de pai? Mo<;a que, a rigor, deveria ficar em casa aj udando a mae, e que só vinha ao campo por especial concessao do chefe da familia? Mas já prosseguia, sem notar minha perturba<;ao: com um destes dispositivos capazes de aumentar extraordinariamente o tamanho das coisas, disse, ve riamos corpúsculos, de tamanhos variados. Uns avermelhados, que dao cor ao liquido; outros esbranqui<;ados. -Em outras palavras - concluiu, olhando me fIX o - o rio transfor­ mou se em sangue. Sangue! Sim, era sangue e eu o sabia desde o inicio. Apenas nao me atrevera a mencionara a palavra, e muito menos com a seguran<;a e a facilidade com que ela o fazia. Sangue ! Nosso pai nao ouviu, ou fingiu que nao ouviu. Mas nos dias que se segmram, até ele teve de admitir a transforma<;ao. O rio que corria diante de nós era um rio de sangue. E nao havia para isso nenhuma

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explica<;:aopos sível. Nem das veias de todos os animais do mundo, abati dos ao mesmo tempo, sairia tamanho caudal. Estávamos diante de un fenómeno insólito e aterrador. Minha mae chorava dia e noite, conven­ cida de que o fim dos tempos estava próximo.

Meu irmao mais velho, rapaz prático (e talvez por isso o preferido de nosso pai) pensava em tirar proveito da situa<;:ao vendendo o sangue para exércÍtos estrangeiros, já que, como se sabe, a hemorragia em sol­ dados malferidos era comum causa de óbito. Mas isto nao seria possível: mesmo nas águas do rio, e a menor manipula<;:ao ou turbulencia, for­ mavam se de imediato coaguloso De tamanho descomunal: volta e meia avistávamos macacos neles encarapitados. Nosso pai nao se deixou abater. Procurou de imediato urnaso lu<;:ao para o problema. Ao cabo de algum tempo, descobriu que, cavando po<;:os ao longo do rio conseguia água pura; ao que parece, a areia da margem fu trava o sangue (todo o sangue? Mesmo as elementares partículas de que falava a minha irma? Isto nao ousei perguntar. Nem falou ela a respeito. As tais partículas integraram se ao rol das coisas embara<;:osas, nao verbalizadas, que existem em todas as familias, numas mais, noutras menos. Palavras nao pronunciadas pairam nos lares como espectros; sobretudo nas noites opressivas em que nao se consegue dormir e em que todos, olhos abertos, fitam urn mesmo ponto do forro da casa. O lugar exato em que, no sótao, está o esqueleto insepulto). Construimos urna cisterna. Dia e noite, sem cessar, nós a enchíamos com cántaros. E assimtinhamos água para beber, para cozinhar, para irri­ gar a planta<;:ao. Até que um dia as águas do rio come<;:aram a clarear; os coágulos desapareceram. Aparentemente, tudoestava voltando ao normal. Ve ncemos, bradava nosso pai, enquanto nossa mae chorava de alegria.

RAS

Jubilo precoce, o do nosso pai, como haveriamos de constatar. Um dia, apareceu urna ra na cozinha. Ras nao eram raras na regiao, e aquela era urna ra absolutamente comum, com o tamanho e a aparencia habituais em tais batráquios. Surpreendia que se tivesse aventurado tao longe; mas o fato mereceu apenas um comentário qualquer, bem humorado, de nosso pai. No mesmo dia encontramos várias ras na planta<;:ao; e a beira do rio havia dezenas delas, coaxando sem cessar. Aquilo já era intrigante mas, segundo afirmou nosso pai, ainda dentro dos limites do normal, já que amplas varia<;:6es nao sao raras nos fenomenos naturais. Mas era muita ra... E nos dias que se seguiram se multiplicaram ainda mais. Estava ficando desagradável a situa<;:ao. Caminhávamos

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esmagando ras; para comer, tinhamos de remove Ias da mesa; e a noite as encontrávamos em nos sos catres. Mas mesmo assim nao perdíamos o bom humor. Meu irmao ca<;ula até adotou um dos batráquios como bicho de estimacao. Durante alguns dias andou com a razinha para cima e para baixo; alimentava a com mo­ scas e embalava a para dormir. Urnanoite ela fugiu; foi impossível iden­ tificá Ia entre milhares, milh6es de outras ras que agora saltavam por ali. Nosso pai ria da perturba<;áo do menino, mas nossa mae nao achava gra<;a: remover de casa tantas ras estava ficando urnata refa difícil. Já meu irmao mais velho pensava em tirar proveito da situa<;ao. Há quem coma ras, garantia. Trata se de urna carne delicada, semelhante a do frango. -Naturalmente, só poderemos aproveitar as coxas, mas se as lavar­ mos rapidamente em água fria; sé as deixarmos de molho em vinho, com noz moscada e pimenta; se as embebermos depois em creme de leite; se as passarmos em farinha de trigo; se as fritarmos na manteiga; se arru­ marmos, enfun, as coxas numa travessa, teremos, estou seguro, um prato delicioso. Tudo consiste, pois, em divulgar bem as receitas e co­ mercializar adequadamente o produto, vencendo a naturaL mas inex­ plicáveL repugnancia. O projeto parecia bom, mas nao pede ser levado adiante. A invasao de ras ocorria em toda a regiao; ninguém queria ouvir falar dos batráquios, muito menos come los. Meu pai acabou por se irritar. Isto é coisa de nossos governantes, disse, esta gente nao se preocupa conosco, só lembram dos agricultores na hora de recolher os impostos. Como que em resposta as suas queixas apareceu, no dia seguinte, um enviado do governo. Nós o conhecíamos: era um antigo vizinho, apeli­ dado de Manco, porque tinha um defeito numa perna. Nao podendo tra­ balhar, esse homem se dedicava a magia. Verdade que sem muito su­ ces so, mas, como tinha bons contatos, conseguira um alto cargo na administra<;ao central. E agora enviavam no para verificar a situa<;ao. Nós o acompanhamos, enquanto ele, penosamente, caminhava ao longo do rio, trope<;ando de vez em quando nos batráquios amontoados na areia. Quanta ra, exclamava, admirado, quanta ra. - E entao? - perguntou nosso pai, impaciente, ao término da inspe<;ao - É possível fazer alguma coisa? -Certamente - sorriu. -Assim como elas apareceram, podem sumIr. - E como é que apareceram? - inslstlU nosso pai. - Nao sabem? - ele, surpreso. - É urnapraga. Daqueles que tra­ balham na constru<;ao dos monumentos. Estou revoltados; e dizem que

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o deus deles está nos castigando. A nós, os poderosos! Vej am que atre vimento. Nosso pai estava perplexo. Nunca apelava a divindades; nao lhe parecia justo. Achava que o ser humano tinha de sobreviver por suas próprias fon;�as, sem auxílio de entidades misteriosas. De outra parte: poderosos, nós? Nós que trabalhávamos arduamente, que nao explorá­ vamos ninguém? Perplexo e revoltado, meu pai. O mago prometeu para breve a erradica<;,ao das ras, e aquilo o acalmou um pouco, mas deixou desconsolado meu irmao menor, que se pos a chorar, pedindo ao homem que poupasse sua ra de estima<;,ao, onde quer que ela estivesse. O homem prometeu que levaria em conta o pedido. Nao o fez.

MOSQUITOS, MOSCAS

As ras sumiram, mas dias depois de seu desaparecimento, nuvens de mosquitos invadiram a regiao, atacando nos ferozmente. Nao podíamos trabalhar, nao podíamos dormir; os mosquitos nao nos davam trégua. Minha ¡rma aventou a hipótese de um desequilibrio ambiental (as ras, dizia ela, devoravam os mosquitos; depois da morte dos batráquios, os insetos proliferaram), e meu irmao maior pensava em comercializar um repelente a base de esterco de vaca mas o nosso pai nao queria saber de expli<;,aos e nem de projetos audaciosos. Matava os mosquitos com suas grandes maos: � Eu mostro a esse deus! Eu mostro ! Tudo inútil. Quando os mosquitos finalme pareceram, surgiram as moscas enormes moscas viajeiras que zumbiam ao nosso redor. Sem nos picar, mas atormentando nos tanto quanto os mosquitos. �Por que nao os deixam sair? � perguntava minha mae angustia­ da. Referia se aos que construiam os monumentos. Nós, os rJ hos, con­ siderávamos lógica a caloca<;,ao, mas meu pai estava cada vez mais indig­ nado. Nao, ele nao queria que os tais saissem; nem os conhecia queria que ficassem; agora queria que ficassem. � Para ver até onde esse deus deles vai. Só para ver até onde vai. Sangue, ras, mosquitos, moscas, só quero ver aver até onde vai � dizia, ordenhando fu riosamente as vacas (tinhamos duas), que agitavam as caudas na inútil tentativa de se proteger contra as pertinaz es varejeiras.

PESTE

Certa manha, urnadas vacas amanheceu morta. Desta vez minha mae perdeu a paciencia; pos se a gritar, acusando o marido de ter provocado

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a morte do animal com seus maus tratos. Nosso pai nao disse nada. Mirava fij o a próprio bra<;o, ali onde aparecia o primeiro dos

TUMORES

Haveria urna vincula<;ao entre o olhar e o tumor? Poderia a intensa emo<;ao daquela mirada, na qual misturavam se (em propor6es variáveis segundo o momento) o ódio e desafio, a amargura e mesmo a ironia, poderia aquele olhar ter induzido no tegumento do homem um processo patológico, traduzido primeiro por urna dolorosa saliencia e logo por urna fétida ulcera<;ao? Minha irma nao tinha resposta para a questao: nem ela nem ninguém. Quanto a meu pai, calava. Nem quando as les6es se espalharam por seu corpo: nem quando elas manifestaram se na mu­ lher e nos filhos - nada disse. Cerrava os maxilares e atirava se ao tra­ balho, lavrando, semeando, arrancando com fúria as ervas daninhas. Apesar de tudo, o trigo haveria de crescer vi<;oso, apesar de tudo, teria­ mos farta colheita. Ao menos, era o que esperávamos, quando caiu o

GRANIZO

Urnacoisa súbita: urnata rde, pesadas nuvens toldaram o sol, o vento come<;oua soprar -e de repente foi aquela saraivada de pedras de gelo, algumas do tamanho de um punho cerrado. Parte do trigal foi destrosa­ da. Nosso pai, imóvel, sombrio, parecia aturdido diante do desastre. Até quando, minha irma ouviu o perguntar, até quando. E para esta questao, fomos obrigados a admitir, nem os mais espertos em prever o tempo teriam urnarespo sta satisfatória. Mesmo porque a próxima praga nada teria a ver com meteorologia. Breve estaríamos enfrentando os

GAFANHOTOS!

Passam se os dias e, urna tarde, estamos todos sentados a frente da casa, quando um vizinho vem correndo. Ofegante, dá nos a notÍcia: gafanhotos se aproximam. Urnanuvem imensa, trazida pelo vento forte que sopra do sul. Mais urna praga! Nosso pai póe se de pé. Expressao de determina<;ao no rosto: -Chega! Agora chega! Lutaremos, decide. Lutaremos com todas as nossas for<;as contra os designios deste deus que nao conhecemos, que nao adoramos, e que se vale de nós para obscuros propósitos. Quem é es se deus, afinal? - grita meu pai, e sua voz ecoa longe. Sem resposta. Tr a<;a planos. De deuses, nada sabe: de gafanhotos, slm. Insetos vorazes, podem acabar com o que sobra do trigal em poucos instantes.

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É necessário impedir que poussem. Como? Barulho, diz meu pai. Ternos de fazer, sem cessar, muito barulho. Barulho assusta os gafanhotos. Barulho livrar nos a do mal. Na madrugada seguinte nos colocamos junto a planta<;:ao. Em fu eira, imóveis, voltados para o su!. Nossa mae, o primogenito, eu, minha irma, o ca<;:ula. Cada um de nós segurando urna vasilha de metal (cinco: sao todas as que ternos) e urnaped ra. Estamos imóveis; apenas o vento agita nos sos cabelos. Como sei que o vento agita nossos cabelos? Bem, é ver­ dade que agita os cabelos deles: de meus irmaos, da minha mae, do meu pai; mas nao posso ver o vento agitar meus cabelos, isto nao posso. Algo sinto, no couro cabeludo; pode ser o vento agitando os meus cabelos; pode ser também um equívoco, dado que meus cabelos sao curtos, mais curtos que os dos outros (corto os, porque assim me agrada, mais rente) e além disso duros: a falta de banho, claro, nos últimos tempos. Pode ser um equívoco, resultante da vontade que tehno de que o vento me agite os cabelos, como o faz com os cabelos de todos. Pode ser ansiedade ... Em suma, a dúvida se apossou de mim, e creio (tanto quanto pode crer alguém que dúvida) que nao mais me abandonará. Deus conseguiu os seus designios. Nosso pai, testa franzida, passa em revista o seu pequeno exército. Conta conosco; ou imagina que conta conosco, que estamos com ele. Estamos? Posso falar por mim: estou. Mas estou mesmo? Inteiramente? Completamente? E o que dizer de inexplicáveis sentimentos? E o que dizer das dilacerantes dúvidas? Deus agora habita em mimo Dentro de mim crescerá, e prosperará, e triunfará. Estou perdido. Estamos perdi­ dos. Olhamos para o sul. Para o sul e para o alto. Nosso pai está a meu lado. Só posso ve lo de soslaio; nao posso mirá lo nos olhos, mas posso adivinhar os múltiplos componentes de seu olhar. O ódio. A amargura. A incredulidade. A zombaria. O desamparo. -Por que? - é a indaga<;:ao contida, entre outras, neste olhar. Muda, angustiada indaga<;:ao. De repente, um surdo rumor. Meus cabelos, sinto o (ou penso que o sinto), arrepiam se. Perscruto ansioso o horizonte; lá surge, a principio tenue e pequena, logo maior e mais densa, a nuvem escura. Sao eles, os gafanhotos. Éo vento quente que os trazo Em poucos minutos chegam até onde estamos. É um pesadelo, os bi­ lhües de grandes insetos zunindo ao nosso redor. - Barulho! - grita meu pai, mas sua voz é abafada pelo espantoso zunir dos gafanhotos. - Barulho !

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Barulho é o que fazemos, golpeando como possessos as vasilhas. Mas é inútil: a nuvem de gafanhotos já pousou, o chao está coberto de urna massa movedi<;a. - O trigal! - grita meu pai. Corremos para lá, tentamos remover os bichos com as maos e os pés. Logo, porém, desistimos; o trigal, o que restou dele após o granizo, é inteiramente devorado, espigas, folhas, caules, tudo. O ca<;ula ri, bate palmas, divertido; na sua inocencia que aquilo tudo e urna brincadeira. Fica quieto, berra meu irmao mais velho, sai daqui. Deixa que se divirta, grita minha mae, em meio ao infernal barulho dos gafanhotos. É urna crian<;a, é inocente. E pelo menos um de nós nao sofre. Meu irmao, desconfiado (tal é o efeito da desgracia: filho e mais velho, passa a suspeitar da própria mae) . Nada responde. Continua a bater em sua vasilha, já toda amasada. Minha irma apanha um dos insetos e p6e se a examiná lo, alheia ao que se passa a seu redor. -Sim - murmura ela - sao gafanhotos. Mas ... -Mas o qué? - grito, impaciente. - O foi que descobriste? É importante? Minha irma sacode a cabe<;a. -Nao sei. Me parecem estranhos, esses bichos. Nosso pai aproxima se. Olha nos. Está lívido; treme como se tivesse febre, seus dentes matraqueiam. Indaga algo a minha irma; ela nao entende. Ele entao repite a pergunta: quer saber se os gafanhotos sao comestiveis. Olhamo nos surpresos, assustados - terá a tragédia ile tirado o juizo? Mas nao será minha irma que perderá o sangue frio numa situa<;ao dessas: sim, responde cautelosa, no sul há gente que come gafanhotos. Meu pai entao apanha mancheias dos insetos poe se a devorá los. E exorta nos a imitá lo: comam, comam encuanto eles ainda tem o nosso trigo dentro deles. Desviamos os olhos para nao ver a cena. Meu pai comen<;aa vomitar: Vamos levá lo para casa, diz meu irmao mais velho, numa voz imperiosa. Voz de quem assumiu o comando: pai que fraque­ ja diante de gafanhotos, pai que vomita (mesmo depois de ter comido insetos) nao merece confian<;a. Nao pode chefiar urna familia. Atrás de meu irma6, marchamos para casa. O ca<;ula vai quieto, estranhamente quieto. É deduzirei depois, portador de urna oculta premoni<;ao, dessas que a vezes ocorrem as crian<;as, e que ihe permite prever, con vários dias de antecedencia a

MORTE DO PRIMOGÉNITO

Durante as dias que meu pai permaneceu no leito, delirando com febre alta, meu irmao mais velho tomou conta da família. Ordenhava a única

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vaca que nos restava, distribuía o leite entre nós, enquanto expunha seus planos: enterraria os gafanhotos mortos, e assim adubaria a insta­ laria um moinho fluctuante para moer o grao; exportaria a farinha para regioes longinquas. E contava conosco para este intenso programa de trabalho, Nesse meio tempo nos so pai se recuperou. De novo sentou se a cabeceira da mesa (ainda que nada houvesse para comer) ; de novo dava nos orden s com seu vozeirao autoritário. O que meu irmo mais velho nao podia aceitar. Simplesmente nao podia aceitar. Teimosamente recusava se a obedecer; um dia, diante de todos nós, nosso pai amaldi<;:oou o. Meu irmao, ultrajado, exigiu que ele se retrasse. E como nosso pai se recusasse a fazé lo, foi se, batendo a porta. No dia seguinte, chegou o mensageiro trazendo a noticia: os primogenítos estavam con­ denados. O Anj o da Morte passaria em breve para feri los com sua espada. Estávamos todos a mesa neste momento; a rea<;:ao meu irmao mais velho foi espantosa. Pos se de pé, trémulo, os olhos esbugalhados: -Eu? Por que eu? Eu que sempre aj udei em casa, eu que sempre cuidei de meus irmaos? Eu devo morrer? É justo isso? Respondam me: é justo isso? O ca<;:ularia, pensando que era urna brincadeira (e, na verdade, com ele meu irmao sempre fora muito brincalhao); nosso pai permanecia quieto, imóvel; quanta a minha irma e eu, desviamos os olhos. Ele correu para os bra<;:os de minha mae, rompeu num pranto convulso que se pro­ longou por... Quanto tempo? Nao sei. Nao estava atento ao tempo, entao, aos dias que deslizavam lentos e pesados como os troncos que desciam o rio. Mas creio que chorou muito tempo. De repente levantou a cabe<;:a, mirou nos desafiador. Nao vou me entregar, disse. Nao vou morrer sem lutar. Abriu a porta e saiu. Tinha dezoito anos. Nao voltou naquele dia, nem no dia seguinte. Teria fu gido? Teria sido abatido pelo Anj o da Morte, como um cervo varado pela lan<;:a em pleno salto? Nossos temores no se confirmaram: regressou ao cair da noite, exausto mas excitadíssimo. Tinha, disse, algo muito importante a nos comunicar: descobrira um meio de escapar a morte certa. -O Anj o da Morte ferirá, sim, os primogenitos. Mas passará por sobre as casas em cujos portais haja urnamarca feita com o sangue de um animal sacrificado ! Nós o olhavámos. O ca<;:ula, muito espantado, Minha irma e eu, bas­ tante espantados. Pai e mae - bem, náo sei; se estavam espantados, nao sei, nao o demonstraram. Mas, independente do grau individual de espanto, ficamosimóveis, a mirá lo. Ele:

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-Mas será que vocés nao entenderam? - gritou - Eu estou salvo ! Praticamente salvo ! Praticammte: foi o que ele disse. Mais tarde até interroguei minha irma a respeito e ela confrrmou: sim, foi praticamente que ele falou: prati­ camente JaLvo. E fico me perguntando se nao foi essa palavra - para mim, na ocasiao, pouco usual e até mesmo estranha, até mesmo suspei­ ta, com um qué de malignidade (os fatos posterior só vieram confirmar esta má impressao; apenas recentemente, mais familiarizado com as palavras e com certos fatos da vida é que pude aceitar, mas ainda com algum nervosismo, o advérbio. Praticamente ! Estreme90) fico me per­ guntando, eu dizia, se nao foi essa palavra, curiosa para dizer o mínimo, ou sinistra como já mencionei, se nao foi essa palavra, esse praticamente que precipitou tudo: porque, de repente, ele correu para o meu pai, agarrou o, pelos ombros, sacudiu o (era forte, o rapaz, só que tal for9a de nada lhe adiantou) : - Eu estou salvo, pai ! Basta que sacrifiques um animal. Mata a vaca. Colhe o sangue numa vasilha, derram o sobre nossa porta. Usa muito sangue, todo o sangue. Que nao fique em dúvida o Anj o da Morte; que passe por cima de nossa casa; que se vá; que me poupe! OIharam se, naquele momento. Que classe de olhar era (o de um; o de outro; o de ambos), nao posso dizer. Estavam de perfil. Via narizes, via lábios apertados; mas olhos nao vi. Poderia, se dotado de especial imagina9ao, ter tornado (sob forma de raios luminosos, por exemplo, de variada cor e intensidade) visiveis os olhares, mas ainda assim -como interpretá los? Mais que isso, como separar, na completa superposi9ao das radia90es luminosas, o que era o olhar de um e o de outro modo: como enquadrá los na complexa classifica9ao de sentimentos e em090es usada pelos seres humanos e com a qual eu a época distava muito de estar familiarizado? Nem mirando os de frente poderia descrever ade­ quadamente a express9ao de seus olhares. Nem mesmo sei se se olhavam. Estavam de rente um para o outro; mas um deles, o mais velho ou o mais novo, paderia estar mirando o su!, mirando o norte, mirando o ponto de onde supostamente deveria vir o Anjo da Morte. E quem é capaz de identificar os componentes de um tal tipo de olhar? Ou, dito de outro modo: como é que urna pessoa espera a morte (em geral) ? Como espera a morte, quando é da sua morte que se trata? Como espera a morte quando é da morte de seu primogénito se trata? Pai olhando fJ ho que vai morrer logo, fJ ho olhando pai que depois morrerá quem é capaz de descrever tais olhares? Tais sao os dilemas que surgem em tempos de pragas.

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As maos do primogenito afrouxaram, seus bra¡;ostombaram, impo­ tentes. Voces nao matarao a vaca murmurou. Sim, mais que urna suposi¡;ao era urnaaf rrma¡;ao, mais que diabos queria ele dizer? Que nao queriamos salvar sua vida? Que nao deveriamos matar a vaca, agora nossa única fonte de alimento? Que ele amava a vaca cujo leite bebera desde crian¡;a? Enfun, que conversa era aquela? Nao chegamos a saber. Sem um suspiro, tambou pasadamente. Meu pai ainda tentou ampará lo. Mas simplesmente nao conseguiu segurá lo: estava muito frac o, o pai. De gafanhotos, jamais alguém se nutriu ade­ quadamente. Enterramos nosso irmao na manha seguinte. Nao foi o único pri­ mogenito enterrado naquele dia, pelo que sabemos. Mas aquela foi a última das pragas. Desde entao deus algum tem nos incomodado; nao apreciavelmente, ao menos; urna que outra colheita arruinada, um pequeno desastre, mas nada sério. Nada sério. Pode se dizer o seguinte (e frase até que nao é das mais empoladas; para quem termina urna na­ rrativa) : a vida prossegue seu curso, num ciclo aparentemente eterno.

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JOdé LuÍJ NajefUon (Argentina/Israel, 1938­ )

ENCUENTRO EN JERUSALÉN

INTROITO

El mago Merlín atesoraba en su prodigiosa memoria una gran parte de la sabiduría secreta de Occidente que había heredado de su abuelo, un sacerdote druida. Pero le faltaba la otra parte del saber oculto, la Cábala, que el Eterno había otorgado a Abraham y sus sucesores en Oriente. Ambas provenían del Paraíso: la primera de Lilit, Reina de los demonios y mujer de Adán antes que Eva; la segunda del propio Adán, quien la transmitió a Seth y éste a Noé, pasando luego a Sem y fm al­ mente al patriarca de los hebreos. La tradición de Oriente era más laberíntica, porque había sido con­ cedida por el Todopoderoso al primer hombre, réplica edénica del Adam ha Ka dmón u "Hombre Primordial". La tradición de Occidente, en cam­ bio, había sido robada por Lilit con el objeto de conquistar a Adán, y por eso era más simple y directa. El mago Merlín, que sabía todo esto, decidió viaj ar a Jerusalén para beber de las dos fu entes edénicas. Pero, como los hados le eran adver­ sos con respecto a ese viaje en su propio siglo (VI, EC), usó la facultad de viajar por el tiempo que también poseía, hasta el año 634 E.C., justo un siglo después. Allá conoció a uno de los sabios judíos de Babilonia, el rabí Isaac, de la Academia de Pumbedita, quien estaba de incógnito en la Ciudad Santa buscando antiguos manuscritos perdidos. Este relato, probablemente apócrifo, hallado en la Ciudad Santa en una excavación clandestina muchos siglos más tarde, narra el encuentro de ambos antes de volver a sus respectivos lares, y está firmado por un tal Narsés, comensal de la taberna del eunuco Theodorakis.

* * *

Todo fue como signado por la Providencia. En una taberna cercana al Monte del Templo, entonces cubierto de ruinas, los dos hombres tuvieron que compartir una mesa, debido a la estrechez del estableci­ miento. El dueño, un eunuco bizantino calculador que respondía al nombre de Theodorakis, los puso juntos, para ceder la única otra mesa libre a un grupo de viajeros árabes, que ya señoreaban toda la región. Pero esa ubicación, al fondo del local atestado, favoreció la intimidad necesaria para el diálogo, si bien las paredes de piedra, ennegrecidas por

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el humo, le daban más el aspecto de una cueva que otra cosa. El rumor de la algarabía en el mesón vecino los aislaba del resto de los comensales y, en cierto modo, del mundo. Pero siempre hay un oído atento de alguien como yo, espía sin mucho trabaj o del Emperador en Constantinopla, que puede captar las conversaciones más curiosas. La cercanía del fuego, siniestra y acogedora a la vez, desdibujaba las cosas a su alrededor, retrotrayéndolos al centro de la tierra, al ombligo del misterio.

-¿Cómo lUZjudío piadOdO l'Iene a edte ditio donde nada edtá hecho degún LOd ritod de La pureza? -inquirió eL mago Jl1e rLín con una extraviada donrÍda. -Rltoy de incógnito, pero dupongo que ed obl'iode tOdM manerad ... - SóLo para el ojo al'IzO/: Pero no temáÍd, no Od deLataré.

-No temo dÍ/lO a Diod. ¿Y qué hace lUZ mago bretón en edta ciudad fa ntM- ma4 víctima de La ira deLOd hombred y deL di/encío divino?

- Ve o que también doÍd lUZ buen 'JÍdonomÍdta '� como de dice engriego. Quizá bUdco Lo mÍdmo que VO d blldcáÍd ... -Quizá ...aunque Lo LLamemod con dÍdtintod nombred. EL l11edOnerO trajo vino, uno edpedO y duLzón de Judea que alegraba rápida­ mente eL edpíritu, y a dU con/uro LOd dOd dabiodde atrevieron a abrir dUd aLmM uno

aL otro, aunque fuede UlZ dedCOllocidOj o taL IJeZ por edO, Me rLín habló deL Rey Arturo, de CameLo/, deL juramento decreto de LOd CabaLLerod de La Meda Redonda: eL rabí !JaacdeL Libro de La Creación y eL de La Pureza, jOyM de La CábaLa, de LOd decre­ tOd que encierran LOd númerod y LM Letrad. En La CábaLa de fu nde e! daber de Oriente, tra/ldmitido por LOd Granded Indiciadod: Mo Ídéd, JOdué, Salldón, DaI,id, SaLomón ...incLuido rlledtro JedLÍd, eL nazareno. No Od col1jundáÍd, mÍd podered no vienende La Ig Ledia, di bienalgún día me con­ vertiré, dÍ/lO de La naturaLeza, que ed eL TempLo deL Creadol: La magia ed eL modo en que eL hombre dubyuga a La naturaLeza, hMta donde éd ta puede der dominada. To da reLigión conderlW dUd redabiod, incLudo La vuedtra. -¿Qué magiapuede tener eL pueblo de! Libro, dÍ/lO unade LetrMy paLabrM?

Razón LLel,áld -Merlín de medó La enmaratIada barba - pero cojeáÍd de lUZ pie, como nOdotrod, cada cuaL deL piedif erente aL deL otro. -No obdtante -eL rabino, a dU vez, tironeó de dUd aLadared, OCULtOd trad LM orejM -, todo proviene de La mÍdma raíz: eL poder deL ALtúÍ/no, Bendito dea Su Nombre.

-¡Sea! Pero no oLvidéÍd que no dOy dacerdote de CrÍdtodÍ/lO hi¡o de lUZ mago druida, también iniciado en LOd arcanod deL COdl1lOd. -¡Ah, druida! Pued comparfúnod no pOCM COdMj entre eLLM La admiración por ede árboL de madera dempiterna, La acacia, con La cuaL fue hecha eL Arca de La ALianza y otrod obje tod dagradod de! TempLo deL Rey SaLomón.

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-LOd PaLaoúud oeL Rey Arturo aceptan La Leyenoa de que el origm de dU tradicwn cabaLLeredca de remonta a ede Te mpLoj aJ[ como también Lo admite La Oroen oe LOd Condtructored de CatedraLed. - Su rawn tendrá dentLOo, eL Mo nte del TempLo ha diíJO cuna y tedtigo de por­ tentod y maraviLLaJ. Fue La CaJa oeL Se/iory Lo ed alÍn, aunque edté dedtruiíJa t011­ porariamente. - Yo he dubido aL Mo nte del TempLo y aLL[de concentran extrallaJfu erzaJ, indudo laJ de La ma.1Jia. -No me extrañaj allnque mi pueblo, como dicen laJ EJcrituraJ, edtápor dobre magiad y agüerod, aL menOd parciaLmente. -Núz.tJúnpueblo , ning ún del'humano , edtá Libredel i¡zflujo de laJ edtrelLad - Merl[n dejó de medarde La barba y la emprenow con dU larga cabellera. -No quiere decir edO, dÚlO la pOdibiLiíJao oe recurrir directamente al Creador para dOdlayar la "malaedtreLla '; mediante pLegariady buenaJ accioned. El proble­ ma 110edtá en reconocer ede influJo, aun parcia¿ dÚlO en dar Lugar a La iíJolatríaj adorar al ({Jolo ed un pecaoo mayor que no adorar a Dlod... -¡Pecado! EJapalabra no exute entre 10d magod. VO dotrod y LOd crutianod Od lLenáuLa boca con ella,y muchaJ de ¡J{LCdtraJ contricioned van en contra de La natll­ raleza o deL placerde �i�ú: -Nadie edtá exento de pecado. Sin una Ley moraL la humaniíJad edtaría toda�íaataoa a La ley de la deL�a. -¿ y no ed aJí como ha edtado diempre? LaJ leyed humanaJ don mejored cuan­ do de amoldan a laJ oe La naturaleza, no cuando �an contra eLla. -¿Sou �odotrod paganod?, digo, Lod magod ... -Somod libred. No edtamod por la únpodú;wn de ningún credo, y cada llIlO profeda la religión que dedea o ninguna de eLLaJ. Con la mera magiatm emOd baJ­ tante ... -¿Pero �Od creéu en un Ser Supremo que gUla el oed tLn o humano? -No exactamente, aún ...EJ lo que edtoy bUdcando, porque la magia no redponde a todaJ ladpre guntaJ. Od he dicho ya que algún día me cO/wertiré, pero no dé toda�íaa qué,· también he condiíJerado �ILCdtracreencia en tre LaJ pOdibLed ...Si ed que edtod malhadadod griegod no logran con�encerme con dUd perenned dudaJ. ELLod dOdpechan haJta de Lo que �en, includo de una aCelón mágica reaLizaoa delante de dUd nariccdj aJí como nunca han creiooen dUd propiod dioded. Pero tienen moti�od para eLlo:el olooque ha creaoo edte munoo no pueoe del'dÚlO llIl oiodún per­ fe cto ... -¡Ah, ya ¡Jeo que tenéu también algunaJ influenciad gnódtLcaJj Cdtáu al borde oe la herejía! -bromeó el rabino. - Ta mbién lo eotán ¡Juedtrod cabalutaJ por fao I1Udmad razoned -rw el mago. -Edo no ed deguro, la influenciapudo der mutua ...

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-Siempre ed mutua, nada ed abdoLutamente originaL bajo eL doL y La Luna. -Se parece a una cita deL EcLedUutéd, atribuiOo aL Rey SaLomón. Pero no te/nad, tampoco /IOdotrod nOd creemOd todo a pie juntiLLad; LOd de PllInbedita, ademCÍ:J, tenemOdfa ma de inquúitivod. No en vano me habéú haLlado aqueo .. En ede momento, una donceLLa crútiana de alguna de Lad dectad monofúitad, cubierta de pied a cabeza, trajo La fr ugaL merienda: quedo de cabra, pan, higod y dátiLed; el mago piOiómCÍ:J vino. El una arriana -oi¡o por Lo bajO - veo que tooavía La ortOdoxia oe CO/utantinopLano ha pOdio eLiminarLod a tOOOd, afortunaoamente. Eltá en agonía, Cadi redtringida a dUd inexpugnabLed muraLLad, pero alÍn dobrevive, -Rabí ldaactomó de !adfrutad y no tocó eL quedo - aunque eL pooer ya rediOeen el ldlam, no menOd intolerante que tOdad !ad igledUuy herejCad de Oriente y Occidente. Pronto no led badtará con lo que tienen, dÚIO que inJaoirán Adia y hadta la múma Europa, quién dabe di tambiénmú lejanad úLad ... y Merlen PadÓ al lenguaje oeL diLenciopara preguntar tooo lo que queríadabe/; danoo por dentaoo que el rabe Idaac, un cabalúta, le entenoería. (Eso lo sé, no sólo porque yo también soy un iniciado, sino porque ambos callaban, sin dejar de comunicarse entre sí. - Primera N. del A. en el original) . EL rabino, a dU vez, le hizotOOad !adpre guntad que ni diquiera de había atrel,i­ do a fo rmularde a de múmo, y ambod de enfradcaron en un oúilo.qo din paLabrad que duró hadta que la noche cayó dobre JerudaLén y dU Mo nte oedierto. (De lo que departieron no puedo referir gran cosa, porque sus poderes son mucho más potentes que los míos, y ellos se encerraron en una especie de aura impenetrable que no pude traspasar. Entendí sólo frases sueltas, vocablos sin sentido para mí, limosnas para el mendigo, como: "La palabra perdida"; "Metatrón, jefe de los ángeles"; "Bendición de la luna"; "Fuego de las manos"; "La espada sagrada" ... (Segunda N. del A. en el original) . -Por lo tanto, Excali6ur... -l7ulditó eL mago, voLviendO al habla. -EdeL dúnbof terreno de la Edpada Flamígera que ClldtoOia eL Paraúo concluyó eL rabíley endO eL pouamiento comlÍn de ambod. Entonced, probablemente advertiOodpor Theooorakú, entraron LOd doldaood oeL Califa, que ya eradueño oe toda la cOdta dureiia de! jlfarIn terior, deL Eg ip to hadta lad cercanCad oeL Ponto. BUdcan uinfieLe/'para convertirLod a Lafu erza -aovirtló eL rabino - oecid que dOÚ crútiano; aL menOd Od peroonarán la viOa di Od negáú a La convelvión. - ¿' yVOd, qué diréú ? No de darán cuenta de que dOÚ jÚdf.

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-Led haMaré en hebreo. Aunque para eLLod, tanto jÚOWd como criAianod, dOl11Od gente oedpreciab!e; nOd permiten mantener nuedtrad creenclad por der Lod PueMod oe La Elcritura. - Te ngo una iOea mejor -MerLín de regoci¡if oe antemano ­ ¡El1frentémodLod, no poorán contra ambod/ - YaL rabí lJaacLe briLLaron Lod ojod cuanoo entenow Lo que eL mago quería hace¡: Me rLín abrw dU túnica, y Oe eLLa daLió un vientoque hizo IIoLar LOdturbant ed y aLbornoced Oe LOd doLoaood. Luego faJ empuiiaOurad Oe LOd a/fanJú de IIoLvieron Oe hierro canoente y tuvieron que doLtarLod. EL rabí LOd inmovilizóen dU ditio recu­ rrienooa La repeticwn oe uno oe LO

(Luego los dos hombres se bendijeron mutuamente y desa parecieron. Esa bendición, me consta, los acompañó toda la vida. Cuarta N. del A. y fin del manuscrito) .

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Mario Golohoff(Argentina, 1939­ )

EL SOÑADOR DE SMITH (FRAGMENTOS DE NOVELA)

Más que de hombres, parecían peleas de fantasmas. Ni las caras, ni los cuerpos, ni los caballos se diferenciaban. Cruzábanse las patas y los bra­ zos en un remolino de polvo nocturno, y a veces sólo la claridad lunar actuaba como guía. No eran batallas entre hombres; todos tenían el mismo enemigo: la noche. Contra ella levantaban sables y gritos, gritos y lanzas, fúsiles y boleadoras y gritos. Pero no gritaban para vencer al otro sino al miedo; lo hacían en busca de coraje. La noche era el lugar vacío, el de la ausen­ cia, el sitio donde nadie estaba en sitio, y había que encontrarse, tener al otro aunque fuera en la punta de una lanza, saber que allí, en el extremo de la herida, un ser humano todavía respiraba, y que era alguien, vivo aún, para hacer frente, juntos, al miedo de esa noche. Es cierto que mataban, pero era parte del conjuro, cómo decirte, de la ceremonia. La cuota del ritual que exigía el dios nocturno para satis­ facerse y desaparecer. Alguno, algunos, tenían que morir, y era lógico que el sacrificado fu era el otro, pero sin odio, como ofrenda, como pre­ cio para que al menos esa batalla terminara y al fin amaneciera. N o, no se odiaban, eran tan sólo víctimas iguales tratando de salvarse, CIegas, de ese castigo de la oscuridad.

* * *

Tu tío tenía sangre india, y ésa fu e su cruz. El árbol es más o menos com­ plicado, pero allí empezó. Esta zona, sabés, la disputaron palmo a palmo, no sólo con el blan­ co sino entre ellos mismos: puelches, ranculches, vorogas, y el traidorci­ to de Pincén. Los puelches oficiaban de aliados de los blancos. Habían sido la meta principal de las campañas, hasta que el Gobierno pactó. Con quienes pudo... Porque también, como te digo, estaban los rancul­ ches, locos de valor; y los varo gas, medio chilenos ellos, que andaban soliviantados por Carhué. Pero la verdadera tromba fu e Callvucurá, el máximo caudillo de toda la región. Hubo además los de la otra rama, la de los rusos que cayeron por aquí. Porque el Negro, claro, tenía de las dos. Vo s te acordás que por aspecto era más bien oscuro; de ahí el nombre, mejor dicho el apodo. Y

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sí, no nos faltaba nada; sobre llovido, mojado. Corno para ir amasando esa pasta con la que hoy nos comemos entre nosotros: el crisol de razas, que dijeron. Italianos, españoles, turcos y los judíos, para más; cada cual con su nostalgia a cuestas, y nuestros ávidos de siempre, dispuestos a hacerlos trabajar y rendir. En menos de cien años, fíj ate, logramos armar un batifondo que a los libaneses, tanto más refinados, les llevó unos cuantos siglos. También en eso somos los campeones ... Estaba hablando en medio de la creciente oscuridad. El Pibe se hamacaba en el banquito de paja al que había apoyado contra un poste de los que sostenían el alero, y el Soñador, tratando de verlo casi por primera vez, rió. Te vas a caer, dijo. O a lo mejor te quedás dormido con mi verba. Pero yo soy cornome han hecho, que querés. Tengo el método de darle vueltas a la respuesta hasta que vos te olvidés de cuál era la pregunta que te trajo, y así cuento mi cuento. No nos faltaba visita. Antes, te digo. Un día se llevaban doscientos caballos; otro, mil o dos mil cabezas de ganado. Alguna vuelta, quema­ ban y robaban; alguna otra, sólo elegían a las mujeres. Los ávidos man­ daban desde la capital a sus generalitos de opereta, porque necesitaban cada vez más tierra en paz. Estaban construyendo la nación, y la india­ da les movía el pedestal. También las cuentas en los Bancos, los intere­ ses en Londres, los acuerdos, los pingües negocios. En definitiva: había que �vanzar. Fue cuando juntaron la fr ontera sur de Santa Fe con la del norte bonaerense. Encadenando la de una serie de lagunas, cañadones y baña­ dos, formaron una barrera casi natural unida a la paciente sucesión de médanos: ésa es la histórica. Línea del Oeste gracias a la cual estamos charlando hoy. Bueno, charlando es un decir, porque hasta ahora el único que habla soy yo, y vos escuchás. Pero no está tan mal. Acá todo el mundo grita y nadie oye, así que por ahí es un buen aprendizaje para vos. Y, además, no vayas a creer que yo sigo el curso de la labia como si estuviera recitando. Al contrario, lo que busco es poner un poco de sentido en tanta sucesión para que quiera decir algo. No el tiempo flojo de las cronologías, ni los registros cadavéricos, sino el espej o, la educación, la suma. Aquí siempre vivieron el momento, en bruto, sin darse cuenta de que podía llegar a ser otra cara de lo eterno.

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Ricardo Feier.Jtein (Argentina, 1942­ )

LA LOGIA DEL UMBRAL (FRAGMENTO DE NOVELA)

MANUEL

Soy un sentimental. Esa es la cuestión. Más allá de racionalizaciones al estilo de Salomón, que todo lo hace con la cabeza, yo funciono con el cuerpo: vibraciones, impulsos, corrientes espontáneas de afecto o repul­ sión. Aprendí a respetar esas parcelas. Vos le hablás de la "banda de los primos" a Salomón y te contesta con un discurso: mucho blablá y hom­ bre nuevo y pionerismo, pero lo cierto es que aterrizó en Bersheva escapando de los militares, no por cumplimiento voluntario de una ide­ ología. Bueno, no lo critico. Hay que pasar lo que él pasó. Pero es así: los intelectuales son analfabetos sentimentales. Pueden escribir un ensayo sobre la poesía amorosa del siglo, pero jamás le compran flores a su mujer. Son expertos en el Talmud, pero no les vibra el corazón cuando se encienden las velas sabáticas. Hablás de "banda de los primos" y me invade una oleada de ternu­ ra. Somos todos niños otra vez, estamos en casa del tío Mario, es un fin de semana que se festeja algo y corremos por las escaleras, entramos y salimos de las habitaciones, nos sabemos integrantes de una tribu indes­ tructible, sólida, certera. Cuando llega la hora de comer, la mesa está repleta de exquisiteces europeo orientales: pletzales con pastrón y pepino, guefiLte¡U D, vareniked, arenque marinado ... y hasta sándwiches de miga y gaseosas para los más chiquitos. Después de comer, la función de cine: el tío Abraham reúne a todos los chicos en el salón - mientras los grandes juegan a las cartas en la cocina- y proyecta sobre la pared blanca fIlmaciones que hizo con su cámara de 8 mm. en las vacaciones. Todo un adelantado de la técnica (Nélida, la hermana menor, igual que el tío Mario, nos daría palabras sublimes con los trebejos, en ese tablero de mármol que decora el come­ dor ¿Por qué todos los judíos jugamos al aj edrez?). El ruido de los ca­ rretes, el celuloide mudo que va pasando y las imágenes que aparecen: Bernardo y Marcelo, Analía y Judith, los primitos menores corriendo por la arena con sus mallas pudorosas, trepando una roca en la escollera, internándose audaces en el mar. j Ah, esas proyecciones de cine casero! Y el tío Mario habla, para complementar las imágenes mudas.

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-A ver, J udith, dónde vas ... ¡ Cuidado con esa ola! ¡ Uy, qué miedo ! A ver, Bernardito, mostrá el castillo de arena ... Nos maravillaba. No imaginábamos que él había visto antes el Elm y conocía los pormenores que parecía adivinar, dialogando con las escenas en blanco y negro que brotaban de la pared. ¡ Esas funciones de cine con los primos ! Y sentirnos duros, invencibles, un montón, frente a cualquiera que osara desaEarnos. Por eso, acepto sin pensar. Me anoto de vuelta en esa pandilla, con ustedes. Voy adónde sea. Y si es a Plaza de Mayo, mejor aún. Tengo algo para vos, aquí. Son fotocopias de periódicos de 1950. Argentinos, claro. Después de tu llamado, estuve en la hemeroteca de la Biblioteca Nacional, porque algo había oído de esta historia. Y resultó cierta. Aquí está: observá, observá. El año 2000 se había incorporado al imaginario popular, ya en ese entonces. Yo tenía sólo ocho años en 1950 pero, cuando mamá nos preguntaba por quién votar, esos domingos de Eesta en los que había elecciones, los hermanos no dudábamos: pen­ sábamos en la pelota que nos regaló Evita al escribirle una carta, en el equipo de básquet que me dieron en la escuela primaria, en los discur­ sos aquéllos de que los únicos privilegiados éramos nosotros, en los jue­ gos de la placita de Helguera -recién renovados - y en la casa nueva que papá estaba construyendo con un crédito del Banco Hipotecario. Y decíamos a coro, sin dudar: " ¡votá a Perón, mamí! ¡ Es el mejor!" Y era de Perón aquello de que "el año 2000 nos encontrará unidos o domina­ dos". ¿Te acordás? Todo vienea cuento por esta noticia: mirá. Precisamente en 1950, "e L predldente Juan Perón mandó eJZterrar en LaPLaza de Mayo una cdPduLadeL tiem­ po, conteniendo un mUidaje para del' [e((Joen eL 2000 '� Ese año utópico que todos tratamos de imaginar alguna vez. ¡No es un invento, acá están los diarios de la época! Entonces, me digo: ese Moti no estaba tan loco como parece, allá en su negocito de Moisesville. Alrededor de la Pirámide de Mayo, bajo esa tierra del centro de Buenos Aires, el año 2000 nos reunirá para leer nues­ tro destino. Un acto simbólico, un ritual, algo fuerte. Estará la cápsula de Perón, pero también la tierra que proviene de los lugares donde los inmigrantes construyeron, en este siglo, la Argentina. Nosotros, los judíos, seremos los primeros, como lo hemos sido a lo largo de la historia. Minoría que fue vanguardia y catalizador, trátese del culto a la memoria o de las ideas de renovación social y científIca. Freud y Marx y Einstein. ¿No ha sido ese nuestro papel? Luego, cuan­ do se corra la voz, italianos y españoles y franceses y todos los otros

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harán lo mismo. Y tendremos, allí en esa Plaza del centro de Buenos Aires, la ceremonia simbólica del crisol de razas o del mosaico de iden­ tidades, como quieras verlo. El asunto es cómo utilizar la energía que se posee: concentrarla y expandirla. ¿Me seguís? Está todo ahí, en la analogía can los astros. Hay una relación entre el arriba y el abajo, el cosmos y el hombre. No esa pavada de los horóscopos -que vendría a ser una "astrología trucha" - sino, realmente, las líneas de fu erza de tu vida, a partir de la conjunción astral en el momento de tu nacimiento. Son como los meri­ dianos de fuerza en la tierra: esta habitación, por ejemplo, es distinta de la del otro extremo de la casa. Eso está ya medido y estudiado, así como el tema de la pirámide, la potencia central de esa forma perfecta, que puede cocinarte un huevo, sin fuego, si lo ubicás en el cruce de sus líneas de energía. Desde ahí, cada cual buscará su camino. Algunos se ríen del Sai Baba, pero un amigo que me merece total confianza estuvo en la India con él y lo vio, frente a sus ojos, materializar de la nada un anillo, que le regaló ... ¡y lo lleva puesto, no es una ilusión hipnótica! Después están los charlatanes y los que aprovechan para hacer negocio con eso. Pero la sabiduría central está allí, en el impulso y lo instintivo, no en la racionalidad y los libros. En la ceremonia y el ritual, para hacértelo fácil: eso va directo al corazón, y su impacto perdura para siempre. Las teorías se discuten y olvidan. Lo que sobrevive al tiempo, lo que queda, es el mito. El símbolo que entra como hierro candente en la conciencia social de los integrantes del grupo. Es así, no discutás. Soy experto en estas cuestiones. Sociedades secretas, sí. Es eso. ¿ Qué son esas agrupaciones sino el intento -emplazado sobre bases rituales- de permanecer en la histo­ ria, superar el destino de polvo y espanto de todo humano? U no morirá, pero continuará presente en las ceremonias de iniciación, en los brindis, en los altares. Es una forma de la inmortalidad y un acercarse, de refilón, al misterio de la existencia. Por eso ha habido siempre, a lo largo de los siglos, esa necesidad imperiosa de juntarse con los iguales, escon­ dido de las mirada aj enas. Lo de la logia, así, me parece genial. Saber que, frente al embate del afuera, contamos con la tribu que nos contiene y resucita. Como aquella banda de los primos de la infancia: uno sabía matemáticas, otro era el forzudo que peleaba, el de más allá, el campeón de natación o el adinera­ do que pagaba las entradas del cine. Entre todos, teníamos todo. Ahora bien: hace falta un rito de iniciación. No te rías, Marcelo. Hace un tiempo que estoy estudiando este asunto. Por ejemplo: hay ce­

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remonias muy fuertes, como las tibetanas, creadas por Marpa para su discípulo Ngog Tcheudor y su esposa. Los encierran en un oratorio pri­ vado. Ngog y su mujer se hallan en tierra, enlazados, a los pies de Marpa. Este recibe su esperma en una copa o recipiente hecho con un cráneo humano, lo mezcla con otros elementos, todos los cuales se supone tienen propiedades mágicas. Después, esa bebida es ingerida por el discípulo y su esposa. ¿No resuena argentino? Para las logias masónicas la cuestión es más, digamos, escenográfi­ ca: en el rito escocés antiguo y aceptado - al que yo pertenezco - el recinto donde se produce la iniciación está tapizado de verde y adorna­ do con nueve columnas, alternativamente blancas y rojas: en este rito, el simbolismo de los "colores" y los "números" es muy importante. Hay un dosel con colgaduras verdes, blancas, y rojas al Oriente. Bajo él un altarcillo de la Ve rdad, cubierto con un velo de gasa, con los tres colores citados. Sobre cada una de las nueve columnillas un candelabro de nueve brazos, y en cada brazo un cirio: totaL 81 puntos de luz. ¿Qué te parece la escenografía? Se trata del grado 26 del adepto. Se efectúa una marcha en círculo hacia la derecha, en el sentido de las manecillas del reloj . Siguiendo el desplazamiento del sol por el cielo, el rito se pone en armonía con la marcha natural del cosmos. El sentido del giro a la izquierda, en cambio, se opone al movimiento rotativo del uni­ verso y se considera maléfico en muchos casos. La marcha hacia la izquierda es el lado de la "Madre del Cosmos", que puede tomar forma maternal en algunos casos, pero aspecto demoníaco casi siempre. ¿Para qué arriesgar? Ahora, vos imagináte la fu erza con la que este rito influye en el corazón de los adeptos. No lo olvidarán jamás. Otra que un librito sobre la doctrina secreta de la masonería. Es como en nuestra última visita a Palacios y Moisesville. Algunos sacaban fotos, hablaban con los chicos actuales, miraban el paisaje. ¿ Qué hice yo? Traté de conectarme con las vibraciones del pasado, porque la verdad esta allí, en las huellas invisibles, no en lo que quedó ahora. Me saqué los zapatos en la estación del tren de Palacios, cerré los ojos y abracé fuertemente un viejísimo árbol que daba su sombra sobre el andén. ¿Entendés? La energía de la tierra subió por mis piernas. Ese árbol fue testigo directo, estaba allí hace un siglo y me transmitió, en su veterana corteza, el rumor de aquellos tiempos. Así me puse en contacto con esa fu erza telúrica que emana del pueblito. No vi­ sitando su Museo actual.

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No soy tan original: en las danzas africanas se golpea el suelo con unas piezas especiales, los "debles", para comunicarse con los antepasa dos y fe cundar la tierra. ¿Me seguís? El arquetipo de nuestra comunidad en este país es el gaucho judío. Quizás no fu era cierto del todo: Borges se mofaba de esta imagen porque era dudoso reunir, en un mismo tipo humano, al criollo sedentario y al hebreo nómade. Pero fue así: esa imagen es la que sobre vivió, ese símbolo el que resume nuestra historia. Como "el umbral" - nombre de nuestra logia, etérea y que sólo existe en la ensoñación­ define nuestra trayectoria social argentina.

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Silvia Plager (Argentina, 1942­ )

LA RABINA (FRAGMENTO DE NOVELA)

Asomada a la ventana ve caer la primera nieve del invierno, y ya no es una puerta hostil que se cierra a los placeres del verano sino una vieja conocida que le trae aquel otro invierno en que su padre le dijo: - Esther, sólo lograrás hacer daño a tu comunidad, a tu familia, a tu matrimonio. y, lo que es peor, arruinarás tu vida. Ninguno de los tuyos tuvo que ser rabino para saber quién era. Les bastaban sus muertos, sus costumbres, sus comidas ... Ella entonces había salido a la calle sin tomar los guantes, el gorro y la bufanda, que quedaron en el sofádel recibidor, como colorido testimo­ nio de su amarga visita. La herida del frío en las manos, el cuello, la cabeza, se correspondía con la reacción de su familia. Frotó las palmas ateridas y sopló sobre ellas el tibio consuelo de su aliento. Bajó las escaleras para protegerse del viento helado. En el tren que avanzaba, luminoso, en la oscuridad del túnel, creyó ver una señal. También en los pasajeros, algunos de aspecto temible. Y se dij o que el desierto también era un túnel y que Moisés, a pesar de todos los obstáculos, había logrado su propósito, aunque no le hubiese sido otorgada la Tierra Prometida. ¿Y a Esther Fainberg, desde hacía dos años, Misses Stern, le sería concedida? Por ahora debía conformarse con haber llegado a Canal Street, sitio bullicioso y pintoresco al que su madre solía llevarlas para comprar pañuelos de seda, batas, chinelas ... Y enseñarles, a su manera, que en los Estados Unidos la diversidad convivía sin grandes sobresaltos. Aviv, la primogénita, que había heredado sus pómulos altos, su pelo castaño y su tez aceitunada, la aleccionaba en lo exótico, que haría resaltar su tipo. A la menor, pecosa, rubia, y de facciones pequeñas, le convendría mimeti­ zarse, aseguraba, con los chicos norteamericanos. Esther caminaba por el Barrio Chino y creía estar viendo en su tra­ jín oloroso y étnico, el Once, su barrio de infancia. Lo identificable causa menos prevención que aquello que puede llegar a confundirse con lo propio, se dijo. Porque los judíos, desprovistos de la vestimenta orto­ doxa, se ven iguales a los que no lo son. ¿Será esa turbia relación que nos asemeja con ellos lo que quisieron destruir los nazis? Harta de sus con­

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jeturas miró la vidriera en la que unos patos laqueados ofrecían su inci­ tante oro y entró. Sentada a una gran mesa circular junto a otros comensales, comió, agradecida, su quemante ración de cDOiJ mien de verdura. Contempló los cuencos con cerdo, carne vacuna, pollo,y se le hizo agua la boca. Antes, el kashrut significaba sólo un anacronismo sin sentido, pero ahora comenzaría a obedecer ese precepto, pensó con nostálgica convicción. Miró a sus compañeros de mesa: todos orientales, menos una pareja sentada en el extremo opuesto. La muj er, de estrafalario peinado alto y grandes aretes, le indicaba, con amorosa dedicación, al hombre que tenía al Iado -también de oscuro pelo entrecano, y ojos vivaces - cómo combinar los platos. Esther notó que los demás los observaban y hacían comentarios en chino. Seguramente uno de ellos creyó necesario expli carle a la pareja, en un inglés con fu erte acento, que les agradaba ver cómo la señora se preocupaba porque su hombre comiera bien. Esther, complacida en esa especie de amigable Babel y, al notar por las expre­ siones de los destinatarios del cumplido, que ellos no habían entendido ni una palabra, tradujo lo dicho, al castellano. Los mexicanos, a pesar de la mayor proximidad geográfica con los Estados Unidos, al enterarse de que su traductora era argentina, rea­ ccionaron como si se tratase de una compatriota. Del inglés, idioma imposible, se lamentaron, sabían la docena de palabras que les permitía comprar algunas cosas, y nada más. Ya es bastante, les dijo Esther, mis padres llegaron aquí hace diecisiete años y todavía tienen la lengua enredada en el tono porteño. Enseguida debió explicarles qué significa­ ba porteño. Y tuvo que escuchar los consabidos elogios al tango, al fút­ bol y a Libertad Lamarque. La compañía, los aromas gratos, el murmullo ininteligible, la sobria belleza de la loza y los acrobáticos palillos, le devolvieron una realidad desdramatizada: su marido, al enterarse de que iba a abandonar Leyes para dedicarse a estudios religiosos, le había preguntado, mordaz: " ¿ Otra de tus estúpidas extravagancias, Esther? ", y su madre, como respuesta, había sepultado sus enlutados oj os en el tapiz que estaba bor dando. Pero esas eran solamente obvias e intrascendentes reacciones - como los dichos de su padre - ante un hecho inesperado. Cuando ese hecho se volviese rutina, probablemente su marido, el infalible doctor Robert Stern, en su exitoso buffet de abogado se rascaría la barbilla, cavilando: "Mej or que Esther esté metida en sus papeles y no en los míos". Y su padre la invitaría a discutir pasajes de la Torá y su madre le diría que seguramente su vocación le venía de su bisabuela, una rebet­ zin que todo Lemberg respetaba.

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Pensó su mundo como una representación de esa mesa: a los chinos les había sorprendido que una mujer no asiática estuviese atenta a lo que comía su marido porque partían de un prejuicio. Si hubiesen sabido más acerca de los occidentales, en especial de los latinos, su reacción no habría existido. Lo mismo sucedía con su familia que, acomodada en una rutina comunitaria de festividades, clubes y ferias benéficas, con­ fundían espacio judío con lo intrínsecamente judío. Escogió guantes, bufanda y sombrero como si los que olvidara en su enojo fu esen irrecuperables. Le había dado la manía de encontrar signos en las mínimas cosas. "Lej lejá" le ordenó Dios a Abraham. Y él se alejó de la casa paterna. Ella, al casarse, también se fu e, pero en cierto modo seguía estando en casa de sus padres. Le ofrecieron un espejo con servicial inclinación de cabeza y ella devolvió la reverencia. Contempló el ala tejida que le caía en la frente: verde contra verde, se dij o en una vanidosa apreciación de sus oj os grandes y expresivos. "Muy bonito pelo, pero mejor poner adentro", dijo la vendedora, con un ademán que levantó parte de su melena. Ahorano nevaba. Pero el sol tenía una mezquina placidez de muer­ to. La nieve amontonada ya era hielo y la gente hacía cómicas piruetas para no resbalar. Alguien que pasó dij o que habría tormenta. Y Esther pensó: la peor la tengo de puertas adentro. Se envolvió hasta la nariz en la larga suavidad del echarpe que había sido ofrecido como una imitación perfecta de los de cachemir: olía a incienso, a fritura, a antipolillas. Después golpeó palma con palma para disfrutar del abrigado rebote de sus guantes nuevos. Cruzó la calzada con pasos decididos. El cielo no ofrecía ningún estí­ mulo, mejor miraba dónde ponía sus botas embarradas. La boca del subte exhalaba podridos misterios tropicales y la aleja­ ba del temido invierno. Su hermana mayor, como su madre, contaban episodios terribles y decían que, por nada del mundo, entrarían en ese infierno. Se le apareció Sartre, con su infierno está en nosotros, y su abuelo Mendel, que afirmaba que el infierno era un invento para man­ tener a raya a los que, sin esa amenaza, no sabrían cómo comportarse. La puerta del vagón se cerró con ruido de aspiradora, de cloaca, y se sintió tragada por ese enorme intestino en el que se bamboleaban: una vieja que dormía en su asiento, volcada hacia adelante; dos negros gigantescos, apoyados contra el acceso al vagón siguiente; un grupo con vestimentas hippies que canturreaba un tema de moda; una joven madre con ojos rasgados que acunaba a un bebé ... A Esther la avergonzaba no poder distinguir entre un coreano, un chino y un japonés. Nunca olvi­ daría su malestar cuando se dirigió a una compañera de escuela como si

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fuera japonesa y ella, indignada, le replicó que los japoneses habían sido crueles con los coreanos y que si todos los de ojos redondos no eran de un mismo país por qué los de ojos oblicuos tendrían que haber nacido en un mismo sitio. Al día siguiente le trajo un mapa y le señaló, ya con su típica cordialidad: Corea del Sur y Corea del Norte. Después, dijo: Aquí China, aquí Japón. Y seria, con el dedo índice en el extremo sur de América, preguntó: ¿Argentina, tu patria, verdad? Que Esther le aclarara que toda su familia tenía la ciudadanía norteamericana, no alteró su razonamiento. "Tú eres argentina, Esther. Yo , hija de Choi Jao Kyu y Park Ok Ja, soy coreana. Tenemos documentos y vivimos aquí. Pero si te encuentras con norteamericanos verdaderos, aunque les digas que tú también lo eres, te responderán: Tú, latina, tú, argentina, tú judía. Y a mí, Sunmi, me juzgarán siempre por mis rasgos." Si Sunmi le sumara a todo aquello, que Esther Fainberg de Stern todavía se está preguntando, a los veintiocho años, qué significa ser judía, seguramente encendería su enigmática sonrisa y le señalaría lo que no se puede ubicar en el globo terráqueo. Hay algo que la fastidia en la vieja que duerme, y descubre que es su sombrero, idéntico al que acaba de comprar: verde, de lana, con un ala importante cuyo ancho disminuye en la parte trasera. Razonó que en las motas blancas lucía poco atractivo, pero que no era feo. ¿Acaso de pequeña con su hermana no se disfrazaban de princesas con objetos que fuera del juego carecían de encanto? No. No era ese sombrero ni la vieja lo que la había puesto de mal humor, sino que había visto, como super­ puesta a la imagen de la durmiente, a su vecina, la señora Perlman que, cuando no usaba peluca, iba con un gorro tejido encasquetado hasta las orejas. ¿Si ella entrara en la religión debería ser otra señora Perlman, de gran bolso, falda larga, y expresión adusta? Decidió cambiar de plataforma y hacer la combinación de trenes. Era demasiado temprano para volver a casa y encontrarse con los mue­ bles elegidos por la abultada chequera de los Stern. Mejor iba al Museo Metropolitano, ahí reflexionaríatranquila; los toros asirios, los sarcófa­ gos egipcios, las máscaras mortuorias ..., le brindarían, tal vez, una aproximación menos banal a su día de hoy. Después de deambular por las salas, con los pies tan lerdos como su estado de ánimo, se dij o que merecía un café bien cargado y un dulce. Dio una inútil vuelta para encontrar una mesa próxima a los músicos, y oyó que alguien la nombraba.

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LuÍdLeón (Argentina, 1943­ )

EL SUEÑO DE DYUSEPO

Los primeros rayos del sol de primavera creaban un cuadro sobre esa pared de Malabia, donde las largas sombras se recortaban profundas en las hendiduras de puertas y ventanas. Dyusepo disfrutaba esa hora en la calle, tirando sin esfuerzo de su carro. Por la esquina del banco hacia la avenida, hizo más lento el andar para dejar paso al tranvía cargado de obreros que llegaban a la curtiembre. Era un hombre simple, al que el largo tramo de Triunvirato hasta la Chacarita con el cruce sobre el Maldonado, lo llenaba de encanto cada día. Escuchaba su propio pregón, buscando mujeres deseosas de entre­ gar su ropa vieja por unos pesos. Él les conversaba en el antiguo y extraño idioma de los judíos sefaradíes, desplegando todas sus dotes para el oficio, que al fin del día le recompensarían con alguna prenda más. Dyusepo reconocía su dicha al llegar al Río de la Plata. Dios había sido hartamente piadoso con él, aquel día en que Nissim Janná esperó largas horas en el puerto hasta que el inmenso cuerpo de metal llegó a la dársena y con su mujer y sus dos pequeñas hijas, subieron al carro que los llevaría a esa pieza de 25 de Mayo y Viamonte. Más piadoso aún, cuando días después, escuchó los tres golpes en la puerta y su primo les anunció que regresaba para llevarlos a una enorme habitación de la calle Camargo donde estarían mucho más cómodos. La calle Camargo pertenecía a Vi lla Crespo, barrio sorprendente mente judío, verdaderamente 'djidió'. Tan lejos de Izmir, jamás hubiera imaginado a tantos paisanos suyos caminando por esas aj enas veredas hablando en d; údedl7Io, su lengua y la de sus padres, saludándolo como años atrás lo hacían en el barrio de Karatash al borde del mar. Era un verdadero milagro sentirse lejos de 'FMlceirLilc ', ese terrible servicio mili­ tar turco del cual sólo algunos afortunados regresaban .. Las ruedas del carro sobre el empedrado producían ritmo. Un ritmo que Dyusepo trataba de mantener con la cadencia del tiro, sin dejar de mirar a izquierda y derecha a la búsqueda de una candidata a despren­ derse de ropa vieja. Hacía ya varios años que estaba en la ciudad, y sus hijas crecieron y estudiaron en el colegio de la Quintana, al lado de la Comisaría 27 y con algún esfuerzo extra se convirtieron en maestras. Su mujer se despertaba con él, para llevarlas temprano en el 12 hasta Almagro, y luego las esperaba bajo el pequeño cartel amarillo de la para­

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da, para verlas regresar a mediodía. Eran dos hermosas chicas, y Raquel una gran compañera. A Dyusepo le agradaba su trabajo, sobre todo en los días de prima vera donde el calor no aprieta como en verano, tirando del carro tantas horas. Pero el esfuerzo no lo perturbaba y quizá por eso le dio sus fru­ tos. Después de unos años, abandonaron la habitación de inquilinato y alquilaron una casa sólo para ellos. Había cuatro grandes salas a las que se llegaba a través de un largo pasillo, generosamente ancho, que le hubiera permitido entrar desde la calle con su carro cargado. Tenía un inmenso fondo de piso de baldosas coloridas, sombreadas por una enorme parra y un horno de panadero. Un antiguo horno de ladrillos, lleno de pequeñas puertas de hierro ya oxidadas, donde un gallego muerto al llegar el siglo, hacía pan para vender. De las decenas de razones para encantarse con esa casa, fue el extraño aparato el motivo que atrajo a Dyusepo. A Raquel en cambio, la entusiasmó la luminosi­ dad y amplitud de la cocina yalas chicas la inmensa mampara de vidrios azul y caramelo que por la tarde proyectaba dibujos bicolores sobre el piso de mosaicos. Pero solamente tuvo oj os para ese horno de metaL escondido detrás de montañas de leña y latas descartadas, y veneró desde aquel momento al desconocido constructor. Esa nueva morada fue desde el principio, el centro de alegría para toda la familia. Le dedicaron sus horas libres pintando paredes y despe­ jando de objetos el fondo. Dyusepo, por su parte, agradecía a Dios en la sinagoga mientras entonaba los centenarios cánticos junto a sus her­ manos. Pero sin embargo, una preocupación le robaba su descanso algu­ nas noches. Un sueño recurrente lo asaltaba cada tanto, haciéndolo le­ vantarse con seria preocupación. Por eso un día, allí dentro de la sina­ goga, decidió hablar con el 'Jbanuná,/ cuando se retirara. El 'JbammáJ' no es un sacerdote, es simplemente el cuidador del tem­ plo. Es quien abre y cierra la sinagoga, y Yaco, que cumplía esa función, aceptó caminar unas cuadras para charlar con Dyusepo. Coincidieron en no sentarse en el lzmir. En ese bar los dj idúfJ se reunían a tomar 'ra/ct' , y donde se toma anís, falta la privacidad que el momento de confesión requiere. Por eso decidieron caminar por Triunvirato hacia el centro, hora en que a pesar del buen tiempo, reunía poca gente. Pudo contarle todo. Al fin y al cabo no era un sueño prohibido, sino la preocupación de un hombre de trabajo. Yaco el 'Jbammá./, lo escuchó atentamente, sin interrumpir, aun cuando su audición disminuida le hacía perder alguna palabra. Con paso lento, recorrieron un largo tre­ cho, hasta que la historia llegó a su fin. Un sueño muchas noches repeti­ do, preocupante, que el humilde cuidador de la '/cebilá' entendió y

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devolvió en una reflexión: - Tenés iyas grandes y ermozas, Dyusepo, y debes lcazar!M, topar mozos buenos, y prolcumLed IcMaIcumi da y parád para los primeros gastos ... Era razonable la preocupación de su sueño, la hija de un 'd;idú}' debe tener una dote, y sus dos chicas estaban en edad de casarse. La caminata de la noche anterior con Yaco, lo había serenado. Al día siguiente, Dyusepo tiraba feliz nuevamente de su carro, por una solea­ da calle con olor a jazmín, recordando las reflexiones de! 'dhammá/, sin dejar de hacer su tarea. Debía comprar toda la ropa posible, porque e! verano era insoportable, y reducía su tiempo de marcha. lzmir no oculta­ ba su rostro al mar como lo hacía esta ciudad con su río, por eso Buenos Aires en e! verano se tomaba revancha con sus habitantes, por darle la espalda al Plata. Pero antes que transcurriera un mes, el sueño, como una antigua dolencia que regresa, lo sorprendió en la mitad de una noche. Por la mañana no pudo disfrutar del ritmo de las ruedas sobre el empedrado, ni de las calles de paraísos frondosos que lo protegían del sol. No supo simular sonrisas para las vecinas que le ofrecían sus atados de ropa vieja, esperando su cortesía y un poco de charla. Sólo pensaba en un nuevo encuentro con Yaco para volver a oír sus palabras serenas y reflexivas. Por la noche, lo comprometió a otra caminata al salir de la 'lcehiLá'. Volvió a narrarle el sueño, la repetida historia en donde Dyusepo toma­ ba un tranvía que lo llevaba hasta el colorido barrio de la Boca, se baja­ ba en la última parada, y caminaba hasta llegar al pie de uno de los enormes puentes de hierro donde tomaba un bote que cruza e! Riachuelo. A pocos metros, se hallaba una casa incendiada, con una columna de hierro a cada lado. Allí excavaba un pozo hasta encontrar una lata que contenía cincuenta monedas de oro. El viejo 'd/Jammád' que lo escuchaba atentamente, sólo supo decirle con ternura: -Dho mÚJ, licuaLo te puedo dizir? LOd duenywd edtán adClZtro de uno, y pueden entenderLod Ice/led LOdduenyian. Esta vez, Dyusepo el compraventero retornó a su casa en silencio, apenas pudo, en su mutismo, agradecer a Yac o la compañía brindada. Esa noche no consiguió dormir. Esta vez en lugar de sorprenderlo, el sueño revoloteó durante horas sobre sus pensamientos. Se mantuvo ron­ dando por su cabeza, desmenuzado y reconstruido mil veces hasta que las primeras luces del nuevo día, lo impulsaron a dejar la alcoba. Extrañamente estaba de buen ánimo y no sentía cansancio. Se mojó la cara sin secársela, y evitando prepararse su habitual desayuno, salió al patio. Guardó la pala dentro de una bolsa de harina y la puso al hom­

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bro como a un pesado fusil. Recorrió el largo patio de la casa, observan­ do el cielo color acero, y al salir, en lugar de enfilarhacia el depósito del carbonero donde guardaba su carro, apuró sus pasos hasta la esquina para tomar el doce que asomaba a lo lejos. Tuvo un viaje especial, pues el tranvía le recordó al carro que tomó con su familia al llegar a Buenos Aires, cuando se adentraron en la pla­ centera de una nueva vida. Al tiempo, casi sin darse cuenta, un fuerte olor a curtiembre le anticipó los puentes de hierro sobre el Riachuelo. Entonces sobrevino una breve imagen de la bahía de lzmir extendida como un gran lago, nada parecido a este enjambre de barcazas con un único y complejo murmullo, el grito de cientos de inmi­ grantes trabajando. Esperó un rato hasta que regresara el botero que por veinte centavos lo cruzaría a la otra orilla. Sentado en la pequeña barcaza, con la pala entre sus piernas, com­ pletó la corta travesía. Unos pasos más allá del muelle, divisó la casa de lata ennegrecida por el fuego, y antes de comenzar a excavar se detuvo a verificar, alegremente sorprendido, la existencia de dos perfiles oxida­ dos que hacían de columnas de la derruida construcción, y que eran idénticos a los del sueño. Aspiró profundamente llenándose del olor a herrumbre y tanino, como si fuera la sal del mar que frecuentaba de niño. Se quitó la camisa que colgó de una saliente de ladrillos y dio el primer golpe de pala en el piso de escombros. Al rato de darse a la tarea, una mano suave tocó su espalda. Un policía de grandes bigotes negros con la gorra bajo su axila y la frente transpirada, le preguntó qué hacía en ese sitio. Dyusepo, como lo hizo con el 'dhanuná./, le contó su sueño en detalle. No reparando que era un desconocido, y sin restar términos en su judea español, le describió todas esas imágenes repetidas en la noche. Y el uniformado, advirtién­ dole que no lo detendría por excavar en propiedad aj ena, le aconsejó olvidar el emprendimiento, diciéndole sabiamente que "los sueños, sólo sueños son". - Sin ir más lejos -agregó -, yo también tengo uno que se repite como el suyo cada tanto, donde tomo un tranvía hacia donde termina el centro, en un barrio donde van y vienen los judíos; casi sin mirarlos, me meto dentro de una de sus casas y al fondo en un horno viejo encuentro un tesoro. Pero es sólo un sueño, y nadie debe perder su valioso tiempo persiguiendo ilusiones de una noche. Tome su ropa, amigo, regrese con su familia -le agregó amigablemente. Y alcanzándole la prenda, le dio una palmada antes de proseguir su ronda. Dyusepo introduj o el borde de su camisa dentro del pantalón y comenzó a caminar, dejando junto a una de las columnas la pala. El

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regreso transcurrió en silencio. Un profundo silencio del afuera, donde el cruce del río no devolvía la algarabía de los hombres sobre las bar­ cazas. El tranvía lo trajo deslizándose sobre vías de algodón, y el guar­ da le preguntó hasta dónde iba, con un movimiento de labios que no producía palabras. Caminó las dos cuadras hasta su casa, bajo un cielo aún nublado, y recorrió el pasillo hacia el fondo. Esta vez, el corredor de entrada, tantas veces andado y desandado, le pareció mucho más largo, porque sus pasos eran pequeños y controlados. La cabeza de Dyusepo estaba invadida por la frustración de esa pala abandonada sin hacer el pozo, de las sentenciosas palabras de un desconocido que hizo trizas en pocos segundos su sueño sobre los escombros, por todas las veces que volvería a soportar en las noches esas deseadas y dolorosas imágenes. La puerta estaba abierta, su mujer barría la entrada. Saludó a Raquel sin acercarse y se dirigió al fondo. Permaneció parado sin moverse por largos minutos, observando el cielo con unas extrañas nubes que lo recorrían veloces. Estuvo allí hasta que asomó un finorayo de sol, filtrando extraños haces azulados. Entonces corrió hacia el horno, aquel aparato admirado. Con cierta dificultad abrió todas las puertas manchadas de herrumbre. En el interior de aquella construc­ ción, permanecían aún escombros que tantas limpiezas no recordaron tirar. Dyusepo acostumbraba contemplar ese horno, como quien tiene frente a sí una valiosa estatua de mármol. y decidió que ése era el momento. Cayó sobre él la noción imper­ donable del abandono, que lo impulsó a limpiar a fondo su adorado objeto. Procuraría -y así se lo prometió en ese momento - hacerlo relucir como con su primer dueño, el panadero gallego muerto al comen­ zar el 1900. Se arrodilló sin cuidar sus pantalones y comenzó a extraer del interior la basura con las manos. Retiró uno a uno los pedazos de ladrillo con revoque de cal, formando pequeñas pilas a su lado. Continuó sin temor a dañarse la piel, hasta que al rato, se detuvo ante una destartalada lata de forma ovalada que estaba en el fondo. Estiró su brazo para tomarla apenas con la punta de los dedos. Extrañamente, sin ninguna ansiedad ni apuro visible, quitó la tapa algo adherida, y en su interior envueltas, con varias vueltas de un paño verdoso lleno de tierra, cincuenta relucientes monedas de oro lo observaron llorar. Detrás de él llegó Raquel, justamente cuando terminaba de contarlas. Llevaba la pequeña bandeja de madera en que todos los días servía el café, sin olvi­ dar el plato de dulces 'izmirlíe,/ que, según afirmaba, daba fuerzas a Dyusepo para tirar de su carro cada día de trabajo.

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Nora Glickman (Agentina, 1944­ )

ASÍ VERSA EL TALMUD ...

Joma, la esposa de Abaia, se presentó ante Rabah para hacer una demanda a la corte, luego de la muerte de su marido. "Requiero ser remunerada por mi comida, por ser heredera de Abaia." Entonces, Rabah se la otorgó. Y Joma dijo, "También quiero una compensación por el vino que durante toda su vida mi marido solía darme." Rabah le dijo: "Yo sé que Nachmani que era el nombre verdadero, el nombre de Abaia nunca bebía, de modo que es improbable que él te lo diera. " Joma le dijo: "Juro por mi vida que sí lo daba y en un vaso así de grande." Al querer mostrar el tamaño del vaso Joma expuso su brazo. Un rayo de luz tan intenso cayó sobre la corte que Rabah regresó a su casa y demandó que de inmediato su esposa, la hija de Rab Hasta, hiciera el amor con él. Esta le preguntó: "¿Quién acaba de comparecer recién en la corte?" Y él le dijo: .. Joma, la esposa de Abaia." La hija de Rab Hasta fue tras Choma, y la apaleó hasta expulsarla de Machuza, diciéndole: "¡Ya has matado a tres hombres (pues Abaia era el tercer marido de Joma) "y ahora pretendes matar a otro más!" (Ketubot, del Talmud)

* * *

Ocurrió hace unos mil novecientos años. Joma recién acababa de en­ viudar. Acostumbrada a una vida cómoda y segura, ahora iba determi­ nada a la corte a reclamar sus derechos. Era una tarde de hamsín, de brisa caliente y seca. Joma vestía, como siempre, de negro. Su falda de algodón, demasiado ancha y larga, le impedía caminar rápido. Apuró el paso. No podía llegar tarde a la cita. En la corte presidía Rabah, el juez más conocido en la ciudad por su severidad, pero también por su senti­ do de justicia. Al llegar le ofrecieron una silla al centro de una sala enorme y vacía. Joma se expresó confiada, en voz alta y clara: "Vengo a reclamar de mi esposo", les dijo. Los jueces se pusieron de acuerdo y se la concedieron. Pero Joma no se movió de su asiento. "¿Qué más quieres, mujer? ¿No estás conforme? ¿Acaso no tienes lo suficiente para poder comer?" "¿Y qué hay con mi vino?" "¿Tu vino?"

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"SÍ, El que me daba mi marido, Siempre tomábamos vino." "Ahora estás yendo demasiado lejos. Nosotros conocíamos bien a Abaia. Sabemos que él no bebía vino. Y si él no bebía, seguramente tam­ poco te lo ofrecería a ti". "Por mi vida", insistió Joma. "Abaia bebía". Era comprensible que los jueces se sintieran irritados. Conocían bien a Abaia. Lo conocían de toda su vida; de noches enteras envueltos en discusiones intensas en torno al Talmud en las salas congestionadas y ruidosas del Beit Ha med,.úb, No existe lazo más estrecho que el estudio en grupo para discutir e interpretar la palabra de Dios. Allí no había lugar para una mujer. Joma nunca hubiera podido comprender todo esto, Entonces, ¿cómo podía esta pobre mujer pretender que conocía mejor que ellos al verdadero Abaia? Sabían por cierto que Abaia no bebía, Pero Joma seguía en sus cabales: "Juro que bebía. Y yo tengo derecho de seguir bebiendo vino, tal como mi esposo me tenía acostumbrada a hacerlo." Pero ahora a los sabios se les presentó otro problema. En la misma página del Talmud repasaron los conceptos de los rabinos en asuntos de mujeres y vino: "Si una muj er, " dice el Talmud, "bebe un solo vaso de vino, es tolerable; pero si bebe dos vasos, su acción debe considerarse como obscena. y si llega a tres vasos, las consecuencias son de tal peso que la mujer se verá impelida al sexo con urgencia; y si no encuentra a su alcance un hombre que pueda satisfacerla, buscará aún los servicios de un asno." Así se dieron las cosas. Entonces Joma miró de frente a Rabah y procedió a defender su causa, "Abaia no sólo me daba vino, sino que me servía en un vaso así de grande". y aquí Joma levantó su brazo para demostrar el tamaño, y lo extendió de tal modo que las mangas de su blusa se corrieron hacia atrás, dejando expuesto el suave vello de su brazo y el frondoso y oscuro bosque de sus axilas. En ese instante, relata el Talmud, el proceso fu e interrumpido por un evento sobrenatural: un rayo cegador invadió el recinto y lo inundó de luz. Rabah se quedó paralizado en su asiento. Pero de pronto saltó de su silla. Sin decir una palabra, salió frenético, disparado, de la corte. Irrumpió en su casa y abrió la puerta de golpe. Su muj er se encontraba hilando pacientemente en su telar, Rabah la levantó de los hombros y le ordenó:

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"¡Vamos a la cama!" Pero su mujer no se inmutó, "Antes dime algo, Rabah, ¿A quién se dio audiencia esta tarde en la corte?" "A Joma", respondió Rabah, impaciente; "la viuda de Abaia." La esposa de Rabah se agarró la cabeza. "Esa mujer ya mató a tres maridos ¿Es que ahora pretende matar a un cuarto?" Sin más preguntas, dejó a Rabah frente a su telar y salió en busca de Joma. Cuando las dos mujeres se enfrentaron, Joma se sorprendió de verse amenazada por una desconocida que la amenazaba con un garrote: " ¿ Qué quieres de mí? ¿ Qué te he hecho para que muestres tal furia? Ni siquiera te conozco." "Pero yo te conozco muy bien a ti, Joma. Todas las mujeres del pueblo te conocemos. Traicionera como Eva, esquiva como Lili." Y sin decir más, empezó a darle de palos en la espalda, en las piernas, en las nalgas; gritándole: "¡Maldita adúltera! ¡ Perra infame!" Joma, sin comprender, corría para salvarse de su atacante. "¡Estás loca! Yo no soy culpable de nada. ¿De qué me acusas?" "De tentar a mi hombre; de seducirlo con tus artimañas de hechicera. Deberías morir a pedradas. Yo me apiado de ti y te perdono la vida, Joma, pero vete del pueblo ya mismo con lo que llevas puesto y no te atrevas a volver nunca más. Porque si no soy yo, otras serán las que te persigan." "Una familia de locos", se dijo Joma en sus adentros. "Primero él y ahora ella. Todo el pueblo ha enloquecido." El Talmud no nos dice qué se hizo de Joma luego de verse forzada a abandonar su pueblo. Pero yo tengo la idea que una muj er con algu­ na propiedad y sin marido, puede ir muy lejos. Ya la veo a Joma fuera de ese pueblo vil, en una parcela que compra con su herencia, donde planta viñedos para hacer su propio vino. Dueña y señora de sus tone­ les y de su tiempo libre, comienza a reflexionar sobre su propia expe­ riencia inquietante. Entonces se formula algunas ideas siguiendo la tradición de los libros de sabiduría de la Biblia, de los Proverbios y del Eclesiastés, de los que cree haber aprendido algo sobre las consecuen­ cias de los excesos del amor, la pasión, la ira y la fe. En su finca, Joma se recuesta en una silla para repasar sus notas. Quizás su breve manuscrito aparezca todavía en algún archivo, o alguien lo encuentre escondido en una vasija de arcilla en una cueva del desierto, o en una traducción al griego. En estas cuestiones siempre queda lugar para diversos puntos de vista.

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Joma echa otro vistazo a sus notas. Parece estar conforme de las líneas que escribe: "El vino es rojo como la sangre ...Amb os palidecen de cara al sol." "Suena bien," se dice. Joma se sirve un vaso de vino. No extraña a nadie. Eleva su brazo para examinar el color del vino contra la luz del sol. ..su propia cosecha ... de buen rinde este año.

DOOR AJAR

When she began to sleep by herself in her own room, her door and mine had to remain open the whole night, as a remnant of the umbilical chord, so she could get off her bed, run to mine, hide under my sheets, and press herself against my chest, on top of my belly if possible, because the thunder was too noisy, or because a mouse was scratching the ground, or because she had dreamt that a lion was biting her pinky. lid cuddle her a while, then lid carry her in my arms to her room; lid remind her that the radiator was banging because it was old and moody, and she'd understand because sleep was already weighing heavily on her lids. Other times, the door was open all the way, and there was no need for her to come to my room: -Mami, are you there? -Ye s, my precious. -Mami, do you love me? - 1 adore you ! By then, it didn't matter if1 was awake or asleep, in the middle of a telephone conversation or in the shower. 1 had to leave everything and run to give her another kiss before she asked her last question: -And if 1 asked you for a kiss? 1 had learnt that game from my mother, and was now passing it on to my daughter. Time went by and the door, when she turned twelve, started to close. The more she grew, the more it closed. When shebe came sixteen years old and she discovered 1 had read a letter of hers before 1 closed it again and put it back on her desk (I wonder how she had not noticed that before), she bought a padlock, a very heavy padlock, and she put it on the door all by herself (the key to her room had been lost long ago); it was almost comical to see such a big padlock for someone so small. - Stay out of my room. Don 't ask me any questions; it's my life !

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Hers, and of a bunch of silly girlfriends who couldn't stop gossiping on the phone, laughing at any nonsense. That's what adolescence is, so 1 had to respect the closed door ...as long as she was in the house. Then she left. She went as far away as she could. She was going to try other languages, other worlds. Her door remained wide open, leav­ ing a great void where her music had been, her clothes scattered on the floor, her bed unmade, her posters of rock stars and her dozens of little rings, pebbles, cards and stamps. The door now creaked from so much silence. Her visits became fewer. She'd come for a week end, fJ ling the room with clothes to be washed, with washed clothes, with folders that she'd never look at again. The bathroom was now more important than her bedroom. She seemed to spend more time there than on her bed, than on her phone. -At my place 1 never findthe time to take a long bath, like here. 1 love the rush of the shower; it takes me back to the bubble baths 1 used to take as a child, when my shower curtain had cubes with teddy bears. She, like me, also remembered the other girl... And now she's back. After her courses, she has come back for a while until she decides what to do with her life. Now that she has bro­ ken up with her boyfriend and dismantled her apartment. She comes loaded with pans, plant pots, glasses, plates, summer and winter clothes, knitted sweaters and embroidered vests, books magazine s and carpets. -For a while ...until 1 make up my mind ... - This is your home. This is still your room, and this your bed, for as long as you wish. The door has no padlock any more. It's not open; nor is it complete­ Iy closed, except when she goes to sleep. During the day she leaves it half open, her room half tidy, her life half made.

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Isaac Goldemberg (Perú, 1945- )

DEL BIEN

Mientras el bien vivió sepultado en una cueva, no supo nada acerca de los humanos, pero al salir al mundo empezó a conocerlos y se alarmó por lo que escuchó de ellos. Se contaba que el humano era bueno pero que estaba dominado por el instinto y que hubiese preferido una muerte tranquila en lugar de tener la responsabilidad de vivir. Una vez unos humanos fueron coronados ante un gran público y se cayeron unas tribunas de madera y unos muros de piedra donde el bien se encontraba y murieron veinte mil presentes. Otra vez otros humanos fueron criticados por la guerra que se desencadenó con el planeta vecino y en la cual los ejércitos humanos fueron vencidos. El bien vio que los humanos estaban siempre rodeados de predicadores del futuro, curande- ros, hipnotizadores, gente que aseguraba haber visto al Ser Supremo, etc. El bien había visto a los humanos y si ellos le pidieran ayuda, él podía hacerlo. El lado fuerte del bien era las luchas de las almas, pues el alma gobernaba al cuerpo y el que curaba el alma, curaba también el cuerpo. Un día los humanos se encontraron en medio de una terrible tormen- ta: huelgas en los cuatro rincones del planeta, desórdenes en el parlamen- to planetario, y todo esto disgustaba al humano. El bien no era un políti- co, pero al ver el pesar de los humanos, no pudo quedar indiferente. A comienzos de año, tuvo la oportunidad de encontrarse varias veces con los humanos, quienes lo recibieron en su palacio y para el bien esto significó haber llegado a la cumbre. Uno de los humanos gobernantes era alto, hermoso, de pelo negro, de ojos pardos y delicados, pero cada vez que se emocionaba su cara se llenaba de ronchas. Él criticaba a la socie- dad de los humanos y decía que ésta era inmoral. Parecía un buen padre de familia, ¿pero sabía gobernar el planeta? La hija del humano se enfer- mó y tuvo un derrame de sangre interno. El humano decidió llamar al bien. Al llegar, éste puso de lado todas las medicinas que habían recetado los médicos, se sentó a la cabecera de la cama de la enferma y ni una sola vez tocó a la niña con sus manos y sólo la miraba con una mirada pen- trante y profunda. Al día siguiente la niña sonrió y todos estuvieron de acuerdo de que éste era un milagro. El bien se basaba en el amor que sentía por el hu- mano y le traspasaba la fe en sí mismo. Desde ese día la reputación del bien fue ya de otra escala, llegaba al palacio frecuentemente y jugaba con la niña. El bien hablaba con los hu- manos con honestidad y sencillez. Así, el bien se convirtió en una fuerza muy solicitada por los humanos más célebres del planeta. Él nunca exigió dinero por sus servicios, pero el

220 humano se lo daba sin preguntarle y sus bolsillos empezaron a llenarse. El bien aconsejaba salir los domingos a paseos, ver la naturaleza y levan- tar los ojos al cielo y sentir que había un solo Ser Supremo. Sin él hacer nada, poco a poco se fue creando alrededor del bien un mito. Decían: —Él no sólo atenúa el alma, puede también atenuar el deseo de la carne al amor. Contaban que tenía un enorme miembro viril, pero que su corazón era de santo. Con el tiempo se recibieron quejas con respecto al compor- tamiento del bien. Los humanos investigaron sus actos y llegaron a la conclusión de que el bien era un pícaro y un impostor, que usaba su po- der de convencimiento para atrapar a los humanos y que tenía unos im- pulsos sexuales desenfrenados, que había seducido a varios humanos y que era un pecador del peor grado. Pero en su fuero interno el bien sabía que era un santo verdadero, un santo especial. En lugar de elevarse limpio de pecados, él lo hacía después de pecar él mismo. A pesar de ser santo él continuaba con todas sus debi- lidades y sus defectos, siendo por ello más cercano al humano y no hería al Ser Supremo, sino que lo servía en la oscuridad y en la luz. Para él, el deseo carnal no era un pecado, sino un excelente medio para llegar a un éxtasis religioso superior. Un día, en vista de la gran oposición del humano contra él, el bien decidió sepultarse nuevamente en la cueva de donde salió. Desde la en- trada exclamó: —Al Ser Supremo le gusta que el humano se arrepienta de sus peca- dos, pero para que haya de qué arrepentirse, primero hay que pecar. Si no existiera el mal, tampoco podría existir yo.

DEL LIBRO

Ante la multitud agolpada al pie del cerro, el libro abrió la boca y dijo que era un regalo de los dioses. Nadie pudo imaginarse en ese instante su progresiva evolución. Primero su voz resonó en los templos: transmitió al humano el origen, las acciones y las cualidades de sus Creadores, pro- nunciando ritos, conjuros y plegarias. Su voz —libresca desde un co- mienzo— reemplazó a la memoria del humano, perfeccionada durante milenios para recordar. Hablaron a través del libro y para la posteridad, políticos y gobernantes, sacerdotes y soldados: Fue un gesto de vanidad, cultivada y favorecida por sus páginas. Luego el libro transcribió cantos y poemas para la lectura individual, poniendo sólo al alcance de unos pocos y en privado lo que en su forma oral fue disfrutado por todos y en grupo.

221 DE LA NADA

Se dijeron muchas verdades acerca de la incomprensión del humano para la figura y doctrina del Ser Supremo‚ pero sería erróneo creer que llegó a odiarlo. Ocurrió que no estaba en relación con Él. Ocurrió que se sintió turbado‚ desagradablemente irritado ante algo que estaba más allá de su entendimiento. ¿Qué necesidad interna impulsó al humano a fundar la religión del Ser Supremo? ¿El deseo de extinguir el primitivo ser? ¿Libró la batalla decisiva solo y en pie, y sin moverse de su lugar? El humano nació y no encontró resuelto ningún problema. En él todo estaba amenazado y en peligro‚ y todo debió de conquistarlo por su pro- pio esfuerzo. Tembló ante la posibilidad del pecado, materialmente diver- so para cada uno. Ocurrió que fundó la religión del Ser Supremo porque en él alberga- ron las pasiones terrenas‚ y hubo de permanecer cuarenta días en el de- sierto‚ luchando con el enemigo interior. Ocurrió que humanizó al Ser Supremo, pero no pudo vencerlo. Entonces, aquí uno‚ allá otro‚ el humano eligió lo que carecía de sen- tido, prefirió el instinto y la nada en la propia persona: ser pensante cons- tituyó un enigma. Todo el universo le fue problemático‚ pero también aprendió el modo de dar respuesta al enigma y colocó firmemente su pie sobre el abismo.

DEL MUSEO

Casi diez millones de objetos fueron seleccionados para ilustrar un recorrido por la vida humana. De todos estos, documentos, obras de arte, escritos y testimonios de todo tipo, dos millones eran de propiedad del museo y cinco millones préstamos. Uno de los más significativos era el decreto de un líder en el que disponía que los humanos que habitaban las cuevas de la región sur podían ser llamados a filas para integrar el ejército del grupo. Se trataba del primer testimonio escrito que acreditaba la presencia de humanos en dicha región. En el museo tenía cabida también la Galería de las Cosas Desaparecidas. Quería recordar la idea y el ser de lo ausente como testimonio de los huma- nos asesinados y los bienes culturales vendidos al mejor postor. El museo disponía de cien guías especialmente formados para realizar una serie de visitas temáticas ya establecidas que se extendían por todas las etapas de la historia. Estuvieron presentes en la inauguración autoridades de todos los plane- tas, así como los máximos representantes de la humanidad en el mundo entero. El presidente del planeta Quandu, fue invitado especialmente en agradecimiento por haber acogido a millones de humanos refugiados de la última guerra.

222 DEL MURO

Solo, el muro que separaba al humano del humano no sabía cómo der- rumbarse. No sabía cómo. No sabía. No.

DEL HUMANO

El humano nunca llegó a compenetrarse con sus alegrías‚ ni tampoco con sus desventuras. Jamás logró considerarse a sí mismo en serio‚ y tampoco tomó en serio al otro. Interiormente, era cómodo ser humano. El humano no creyó que hubiese nada verdadero e inmutable‚ santo e invulnerable. Fue frívolo y se burló de todo; no creyó ni siquiera en la ciencia y‚ sin embargo‚ no fue un escéptico‚ pues tampoco estuvo con- vencido de su escepticismo. El humano jamás fue un exaltado‚ pero tampoco fue completamente sobrio; no fue entusiasta pero tampoco fue frío; le faltó no sólo la em- briaguez material sino también la espiritual‚ y fue incapaz de caer en el éxtasis. En consecuencia‚ no fue tan sereno que supiera encontrar las argumentaciones razonadas. Su parquedad lindó con la flaqueza‚ su abundancia con la hinchazón. Cuando intentó elevarse presa de los más sublimes sentimientos jamás fue más allá de lo patético‚ y cuando pugnó por moverse dentro de las más estrechas trabas del pensamiento hizo sonar ruidosamente sus cadenas. Y a pesar de no sentir la atracción de abrazar al mundo entero, jamás dejó de ser ambicioso frente a sí mismo.

DE LA FE

Convencida de que la creencia lo era todo, la fe se despojó de toda duda y denunció el distanciamiento que de un tiempo a esta parte había notado en el humano. Coqueta y zalamera, se le acercó en puntepiés y denunció su falta de afirmación de lo eterno y lo tildó de incrédulo. Poco le im- portó que el humano creyese o no en el Ser Supremo. Si no creía en El, que creyese‚ al menos‚ en el ateísmo. Pero‚ el humano dudó. No logró compenetrarse con sus alegrías‚ ni tampoco con sus desventuras. Ya no pudo considerarse a sí mismo en serio y tampoco tomó en serio a los restantes seres de la galaxia. Así la fe llegó finalmente a la diferencia esencial entre el humano y los otros seres de la galaxia. Vio que éstos creían en sí mismos y en los demás. Tenían un centro de gravedad‚ si bien éste se encontraba fuera de ellos. El humano no creía ni en sí mismo‚ ni en los otros. No encontraba apoyo en los extraños‚ ni siquiera extendía sus raíces hacia éstos‚ como hacían los otros. La inestabilidad de su morada‚ su profunda incompren- sión para los bienes inmuebles y su preferencia por el capital mueble parecían ser simbólicas de su ser interior.

223 Sin embargo, sabedora de que toda creencia debía descansar sobre sus cimientos, la fe se vistió de piedad y le mostró al humano los rostros del apasionamiento y la objetividad. Entonces volvió a descubrir que el hu- mano jamás podría ser otra vez un exaltado, le faltaría la embriaguez ma- terial y la espiritual: sería incapaz de caer en el vicio como en el éxtasis. Eso lo advirtió la fe y lo archivó en su cartapacio como uno de los enigmas psicológicos más profundos.

DE LA MESA

Podría sentarse a esta mesa como un extraño y preguntarse qué estoy haciendo aquí, pero ésa no es su intención, para nada. En parte, porque en otros tiempos fue más joven, y en parte, porque ha dejado de pregun- tarse las cosas. Desde ese punto de vista, lo que le llama la atención son inquietudes que evidentemente ahora no vienen al caso, por ejemplo, la gran rueda de la historia y su girar interminable, por un lado, y la mortalidad del huma- no, por el otro. A partir de esa situación que no eligió, el humano se encuentra sen- tado a esta mesa entre varias diferencias importantes que todavía existen en nuestro siglo. Los humanos no viven todos de igual manera su perte- nencia al tiempo. Entonces permanecer o no permanecer en esta mesa es una opción como cualquier otra, una situación inusitada en el plano del deber estar con el prójimo. Fue lo primero que pensó el humano cuando se sentó a la mesa pero ésa no fue su intención, para nada.

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I.1 aúuLeo Kr emer (Argentina, 1945­ )

DON WESSER

Quiso al azar que unos cuantos años atrás me encomendaran un traba­ jo en el monte chaqueño. No tenía mucha idea de lo que debería hacer, pero con la soberbia que me daba un título recién estrenado, no vacilé en aceptar la oferta y de ese modo aparecí en medio del "Mandiyú", un establecimiento agroforestal en el que supuestamente debería evaluar costos y posibilidades de desarrollo. El clima caluroso y polvoriento, los mosquitos y jejenes, las víboras y alimañas, me mostraron que el emprendimiento no era para cual­ quiera. Sin embargo, me enamoré de la majestuosidad de sus bosques (los que quedaban) y la paz de sus abras, donde todos los ruidos de alrededor se apagaban dejando sólo el susurro de la naturaleza en plen­ itud. No me detendré en las tareas que de por sí merecerían varios libros (no los que yo hiciera), sino en el episodio marginal que se dio a raíz de mi aburrimiento de un fin de semana, cuando estaba saturado de contar rollizos o evaluar algodón. Así fue que con la secreta esperanza de ha­ llar una niña buen dispuesta hacia mi persona, empecé a recorrer las chacras y obrajes vecinos; la suerte me era esquiva hasta que di con el portal de una gran finca, en uno de cuyos laterales resaltaba un cartel en el que se leía "Don Wesser" y en el otro colgaba una escupidera blanca, enlozada, clavada firmemente al poste de quebracho, como si alguien pudiese pretender sustraerla. Picado por la curiosidad entré al establecimiento, total, a lo sumo me diría que me marchara, aunque eso no fu era común en gente tan amable como la que conociera hasta entonces. Salió a recibirme un hombre alto, robusto y de avanzada edad, el rostro curtido por mil soles no tenía sitio sin pliegues y éstos a su vez arrugas, pero la sonrisa que afloraba detrás de un mostacho blanco y tupido era cordial y antes de decirme nada, después del apretón de manos me ofreció que tomáramos mate; pese a que no vislumbré a ninguna niña en edad de merecer, acepté el convite de don Wesser pues de él se trataba y me senté bajo un ñandubay copo so para charlar con el dueño de la finca, ahíemp ezaron mis sorpresas motivadas por mi ignorancia. Primero me tanteó en el aspecto agronómico (¿se habrá dado cuen­ ta de cuán poco sabía?) y cuando prestamente le extendí mi reluciente tarjeta (gesto vano y estúpido pues los chacareros no portan tarj etero

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para retribuir), leyó mi nombre de inequívoco origen judaico y me indagó sobre el mismo; no sin cierto recelo respondí a su pregunta yala vez quise saber sobre el suyo que suponía alemán o austriaco. ¿Cómo, no lo sabe? me dij o con asombro y ante mi negativa, ensilló un nuevo mate (de los de calabaza grande) y me relató su historia que trataré de recordar ahora. Era hij o de padres judíos que provenientes de Podolia Kamenetz, habían llegado a la República Argentina en 1889 a bordo de un vapor llamado We.1dery como él naciera en e! Hotel de los Inmigrantes el 15 de agosto de ese año, los padres decidieron ponerle el nombre del viejo barco como homenaje; de los primeros años Wesser no recordaba, sino que se los contaron y así me los refirió. Cuando el grupo de Podolia­ Kamenetz llegó al norte de Santa Fe, las condiciones no podían ser peo­ res. Fueron albergados en viejos vagones sin condiciones sanitarias ni de habitabilidad. El terrateniente Palacios no cumplió con ninguna de las cláusulas convenidas con los colonos y no pasó mucho tiempo antes de que éstos, desesperados, comenzaran a desertar. Algunos salieron a la buena de D"s para tratar de sobrevivir en cualquier lugar, muchas de las mujeres cayeron en manos de los tmeim (impuros), que presurosos las buscaban con falsas promesas de bienestar; la mayoría se quedó para intentar ser pioneros y colonos en su propia tierra, éstos fu eron los que en un principio más sufrieron. Las paupérrimas condiciones de vida hicieron que sobrevinieran pestes y epidemias por lo que muchos niños fallecieron y según don Wesser, los padres los ponían en latas vacías de querosene como único ataúd y así los enterraban; al igual que en otros tiempos y latitudes, e! llanto de las mujeres judías pobló la atmósfera triste y agobiante del lugar. To dos estos soñadores impenitentes lloraron su dolor en la selva norteña. La falta de alimentos los llevaron a merodear las vías de! tren que llegaba a Tu cumán y tanto los obreros del ferrocarril como los pasajeros, contemplaban impávidos como los niños se peleaban por alguna galletita tirada desde el coche comedor; los hombres y muj eres, vestidos con harapos, escarbaban la tierra sacando raíces para comer, buscaban ratones y víboras para paliar el hambre que dolía en sus vien tres y martillaba en sus cerebros. Según el relato de Wesser, una casualidad hizo que un pasajero de un tren, e! Sr. Lowenthal, se percatara de que los mendigantes hablaban en rumano e idish y al conocer el estado de las cosas, se puso en contac­ to con el Barón Hirsch a fin de paliar la situación de los pioneros judíos. En no sé cuánto tiempo llegó ayuda y según supo We sser, se compraron

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los terrenos de Palacios. Mi relator no conocía los detalles porque pese a que aún era un niño quiso escapar del lugar, por lo tanto se despidió de su afligida madre y saltó al vagón de cola de un tren, ignorando cuál sería su destino. Siendo aún muy pequeño, recorrió mil caminos del norte argentino, ya muy lejos de los vagones de hambre de Palacios, y así fue como llegó al Chaco, donde siempre se necesitaban brazos para la cosecha de algo­ dón o para hachar quebracho en el monte. Su primer trabajo estable lo tuvo en un obraje maderero. Lo llevaron a un establecimiento en el que había un gran almacén, Le proveyeron un hacha, un pico, hierba, azúcar, carne, galleta yagua; con ese equipo se instaló en medio del monte, para lo cual primero tuvo que hacerse un reparo con postes de dos metros terminados en horqueta; clavó los postes, colocó otros transversales en las horquetas y cubrió todo con hojas de "simbol" (pasto alto típico del lugar) y ésa fue la primera noche que la que el aún niño, tuvo su comida asegurada. De a poco fue dominando el duro oficio del hachero, sus brazos se hicieron fuertes y firmes sus músculos, pero cuando llevaba su carga al administrador, el valor de los rollizos no alcanzaba para pagar los insumas de alimentos y cada quincena, con cada liquidación, volvía a quedar endeudado y demás está decir que no permitían retirarse a quien tuviese deudas con el obrador. Fueron muchos años de esclavitud forzada en el monte chaqueño, ¿para eso había abandonado a su madre? ¿Para volver a ser esclavo como los de Egipto que le relataran? Wesser tomó una decisión: saldría de allí como fuera, decidió no retirar ninguna mercadería del almacén, comió frutos del mistoL mulitas, víboras, liebres, lo que fu era, se justifi­ caba aún el volver a pasar hambre y así fue como el muchacho saldó su "deuda" con el obrador y con su "mono" al hombro, salió a la huella sin destino cierto ni rumbo a elegir. Caminando entre las chacras, le llamó la atención el mar blanco de los algodonales, que se extendía donde otrora se irguieran majestuosos los quebrachos que sus manos grandes y callosas talaran en cantidad. Ya estaba atrapado por esa tierra agobiante para los forasteros pero que para los lugareños era cálida y acogedora; así fue que detuvo a un camión que pasaba por la huella y preguntó al chofer por esos campos blancos; el conductor del vehículo tampoco era criollo sino ruso, notó que estaba en presencia de otro "gringo" parecido a él y de alguna mane­ ra, le hizo entender que el algodonal era de su propiedad y que si bus­ caba conchabo podría dárselo y así Wesser fue a parar a "Ukrania", tal era el nombre de la finca del "paisano gringo".

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Era dura la tarea de salir a la mañana con la bolsa de arpillera colga­ da a la cintura, arrancar capullos hasta que las yemas de los dedos perdían toda sensibilidad, quemarse la cabeza con el sol inclemente que caía a pico sobre el cosechero, dolía la cintura que se quebraba por el peso de la bolsa y al final del día, ¿cuánto era? 50 kilos, luego 80, hasta pasar los 100 kilos de vellón, a costa de un trajinar duro e incesante, pero por la noche sus doloridos músculos reposaban y su mente se per­ mitía imaginar un futuro posible, lejos del hambre y la miseria que conociera junto a los suyos en las tierras de Palacios, allá en el lejano norte santafecino. Al igual que Jacob frente a Labán, debió soportar muchos años de sacrificio para ver algún fruto y mientras tanto, añoraba con el sabor de los recuerdos los días junto a los suyos cuando pese a la desesperación, se cantaba y se rezaba, se bailaba y se lloraba, pero estaba decidido a no aflojar y no pensaba volver con la cabeza gacha a la colonia donde pasara tanta hambre y humillación. Sabía por referencias de viajeros que habían cambiado mucho las condiciones en Santa Fe, pero él esta ba atrapado por esos campos polvorientos que ya eran definitivamente su hogar. Acostumbrado a las privaciones guardaba el total de sus ganancias, a lo sumo algún par de alpargatas o un cuchillo eran los "lujos" que se permitió durante largos períodos, así fu e que en una oportunidad, invir­ tió sus ganancias en comprar aperos de labranza y tomó tierra para plantar algodón en su propio beneficioy no de otros. Puso más ahínco aún en las tareas, carpiendo con la azada, desyu­ yando con las manos lastimadas. De año y en año sus cosechas se incre­ mentaron y acumularon, no tenía mayores necesidades, no vendió en los años de bajo precio sino compró la producción de otros y cuando los va­ lores subieron, negoció la venta en mejores condiciones por tener canti­ dades importantes y así fu e que de a poco consolidó una posición estable. Recién después de muchos años, un día tomó su flamante vehículo y enfiló hacia la Colonia Palacios, vio desarrollo y riqueza, pero sus afec­ tos directos ya no estaban allí y pese a disfrutar del contacto con sus ex paisanos, las tórridas tardes del Chaco lo atraían como un imán invisi­ ble y regresó a su finca, esta vez en forma definitiva. Este fue el relato abreviado de Don We sser, quien me dio una lec­ ción de historia judea argentina que yo ignoraba; años después, corro­ boré que sus historias eran absolutamente veraces y que la verdadera odisea de los viajeros del We dder fu e mucho más dramática de lo que él me refiriera, vaya para ellos mi sentido homenaje.

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Volví a lo de Don Wesser en repetidas ocasiones, tenía una esposa eslava que era la imagen de una "mal7uldblca" rusa; desconozco su origen aunque supongo que sería la hija de algún fm quero ucraniano del lugar. También había hijos e hijas de distintas edades, unos con rostros "europeos" y otros con caracteres que denunciaban su noble origen indí­ gena, pero que también lo llamaban "papá", de lo cual deduzco que serían hijos suyos con algunas de las mujeres criollas que deambulaban por el lugar. Obviamente no pregunté nada al respecto y me concentra­ ba en las numerosas charlas que tuve con él. A punto de terminar mi labor y pronto a regresar del Chaco, fui a despedirme del finquero; como siempre "ensilló" la calabaza grande y me invitó a tomar mate bajo el ñandubay, me señaló los árboles que había plantado con sus manos y me dij o: lamento baberme aleja do de mu bermanoJ, pero el deJÚno me trajo aquíy no me arrepiento, pueJ logré lo que ambi­ cúmaba y de becbo JOy fe liz. Le respondí que me parecía correcto y que yo no era juez de nadie, aproveché para preguntarle por qué tenía colgada una bacinilla blanca en el portal de la finca. Se tomó tiempo para contestarme cual si su mente volviera a escenas vividas hacía ya muchos años y esbozando una sonrisa por el recuerdo me contestó: ÉJe eJ Ll/l "tep t" (e Jcupidera), cuando mi madre recibúfenJereJ de cocina, lOJ críolloJ Je reían y ella penJaba que eran ig noranteJ pueJ nunca babrían l'utOuna olla, la llamaba algo aJí como "la petua blanca JI y me la dio cuando me eJcapé en tren a nlcLl/nán, eJ el único recuerdo materialque tengo de mi madre y la coloqué a la entrada, en el porta4 para recordarla y recordar de dónde prOIlC/1go cada lIez que ingreJo al campo. Sus manos callosas y secas apretaron las mías sabiendo que no volverían a estrecharse, sus oj os claros me miraron cual si se despidieran a un hij o querido, aún permanece en mi retina con su brazo alzado saludándome, con un mar blanco de algodón como fondo. Cada tanto evoco a Don Wesser el chaqueño, otra hoja de nuestro pueblo empujada por los vientos de la vida, que nos llevan adonde no sabemos y nos depositan donde el Altísimo dispone.

P.D.:La epopeya de los viajeros del Wiwer , si bien es conocida no está muy difundida, aun entre aquellos que llevan en sus venas la sangre de aquellos sufridos pioneros argentinos.

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Te re.1a POrZecan.1/ci (Uruguay, 1945­ )

ELLAS, LAS MUTANTES

Uno las reconoce enseguida por su aire cansino, sus gestos automáticos, y su mirada abstraída. Deambulan entre las góndolas del supermercado, entre las ocho y las diez de la mañana. Empujan su carro lentamente, como si pesara una enormidad, y en él van colocando las lechugas, los varios quilos de tomates y manzanas, los atados de zanahorias y remo­ lachas. Después, con la misma mirada absorta y los párpados semicerra­ dos, esperan disciplinadas su turno en la carnicería. El dependiente les pregunta qué van a llevar y no responden -como si aún no hubieran salido de algún trance - y él les pregunta una segunda vez, y entonces ellas se sorprenden y regresan al mundo, y dicen cosas tales como "per­ done, dos kilos de bifes, por favor". Algunas llevan pequeños niños de dos o tres años en el estante superior del carro, niños que indican insis­ tentemente con la mano objetos que desearían comer o tener. Y ellas pacientemente les explican que aquello no es necesario o que esto no es adecuado, y siguen su camino entre los detergentes, los cepillos, los fras­ cos de mermelada, las golosinas, con sus pálidas caras, el pelo que no han tenido tiempo de arreglar, las manos enrojecidas por el agua fría, y sus niños. Se trata de las amas de casa, las que por la mañana no hacen de se­ cretarias ni de oficinistas, ni de enfermeras o maestras, tampoco de tele­ fonistas o profesoras (es por la tarde cuando se transforman en "eso "), y por lo tanto, quedan siendo sólo ellas, amas de casa. Algunos dicen que sus mentes están puestas en cosas prosaicas, tales como el almuerzo del día o la merienda, en meros detalles tales como los precios rebajados, las sábanas que esperan el planchado, el baño del niño, o el vencimiento de la factura de electricidad, en cosas nimias, tales como pegar un botón a la chaqueta del marido. En el supermercado, los vigilantes pierden rápidamente interés en ellas, aburridos porque no transgreden jamás ninguna norma. Y para los dependientes, ellas son apenas voces automáticas que repiten una y otra vez los mismos pedidos. Las cajeras las ven llegar, con su andar cansino, y sus varios kilos de arroz, frutas y verduras y saben que se trata de ellas, las amas de casa, que se apuran con sus víveres antes que la mañana se escape al mediodía y la tarde las transforme nuevamente y las disfrace de secretarias, enfermeras o maestras, volviéndolas aj enas.

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Porque es sólo en ese lapso, entre las ocho y las diez de la mañana, que las amas de casa se revelan como lo que son: mutantes que por la mañana se hacen cargo minuto a minuto de los detalles más precisos de otras vidas, para después convertirse en seres burocráticos que trabajan de catorce a veinte y esperan puntualmente el autobús que las retornará puntualmente a su casa para recomenzar al día siguiente el mismo ciclo. Hay quienes sospechan que son figuras irreales que transitan por las ferias y los mercados en busca de alimentos y utensilios caseros para luego meterse en un cuerpo aj eno y misterioso que contesta la corres­ pondencia de la oficinay atiende el teléfono. Esos son los que dicen que las amas de casa en realidad no existen y que lo que se aprecia hacien­ do compras en los supermercados son fantasmas escapados de la imagi­ nación de un delirante. Pero otros aseguran que existen, y que afloran solamente entre las ocho y las diez de la mañana, con su andar cansino, y su mirada abstraída, y sus niños, a sostener el mundo. Y que son de carne y hueso, de verdad, como usted o como yo.

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Alberto Buzali Daniel (México, 1949­ )

"y OFRECERÁN SU SANGRE... "

': .. Entonced degoLlará eL becerro en Lapreóencla de Je hová; y Loó óacerdoteó, de Aarón, ofrecerán óa óangre. "

Levítico 1. 5

El Año del Señor 1587.

La noticia de la aparición del cuerpo mutilado del niño Oviedo en la recién fundada Nueva Vlla de Almadén sorprendió desagradablemente a su fundador, Don Luis de Carvajal y de la Cueva. Éste guardó nervioso la misiva entre sus ropas y preparó su traslado inmediato desde La Vila de San Luis, donde se encontraba resolviendo asuntos al frente del gobierno de la Encomienda del Nuevo Reino de León, hacia el lugar del incidente, con rumbo al Noreste, cerca de las minas de Coahuila. Suplicó total discreción a su amigo Gaspar de Castañeda y le ordenó que la noticia no fuese conocida por nadie más. Le encargó las labores de gobierno y se hizo al camino dejando atrás el Nuevo Reino de León. "Almadén, ¿por qué en Almadén? Mi ciudad chiquita, ¿cuántos días, cuántas noches construyéndote?, ¿por qué ahora la manchan con sangre inocente?" Los caballos aceleraban el trote mientras, dentro de la carroza, Car vaj al leía y releía el correo. Él deseaba esquivar la realidad de tan terri bles historias; suponer quizá que indios salvajes de otras regiones lle garon hasta las villas mineras para robar yen su demencia habían dado muerte al niño Oviedo. " ¿ Cuál es el motivo para derramar sangre inocente?" - pensaba en voz alta Don Luis. Es que así tuvo que haber sido -se repetía una y otra vez como queriéndose convencer: un grupo de salvajes, en un intento de asalto a la villa, es sorprendido por los lugareños quienes, durante la defensa, matan a uno o más asaltantes. Éstos, en su retirada, se encuentran con la criatura, la toman con ellos y la sacrifican a mane­ ra de venganza y acercan el cadáver del niño a los alrededores de la Vi lla. Por supuesto, por supuesto ... de hecho el cuerpo del pequeño fue encontrado en una de las cuevas de exploración. No habría podido ser de otra manera."

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Pero Carvajal en el fondo sabía que la verdad era otra. Todo el tiem­ po que duró el viaje le ocupaba el mismo asunto: simplemente no podía dejar de pensar. Ansiaba estar frente al cuerpo del niño. Cuando por fin, en Almadén, Carvajal se dirigió a casa de los Oviedo. Interrumpió los respetos de los paisanos de la aldea e inmediatamente dispuso que colocaran el cuerpo de la criatura sobre una mesa de madera. Les suplicó que lo dejaran solo. Los padres del niño, respetuo­ sos del amigo, ahora Gobernador, quien además había favorecido su inmigración a la Nueva España, no protestaron.

En eL aíío de 1579, FeLipe L� rey de Eipaíía, autoriZóaL aLcaLde de Ta mpico, Luid de Carvaja � portuguéJ deJcendiente de judíoJ converJOJ, a deJCUDrÚ; pacificar y poMar una extenJúfn de tierra 200de Leguad de Largo por otraJmidmad de ancho, en una zona de La Nueva Eipaíía, hacia eL No reJte de La deJemDocadura deL río Pánuco. Ta mDién adquirió eL derecho de conducir 100 poMadOreJ, JÚZ requidito de prueDa LegaL de que ju eJen cridtianoJ l,iejOJ, o que no jueJen jud[OJ o moroJ recién converJOJ. EL Nllel'O Reino de León proJperó con eL aJentamiento de coLonoJ de Eipaiía, muchoJ de LOJ cua!eJ eran, tamDién, deJcendienteJ de JlldíoJ co/we/(fOJ.

Recogió Carvajal el sudario que cubría al niño Oviedo y descubrió un cuerpo monstruosamente herido, aparentemente crucificado, al que ya habían limpiado cuidadosamente los sangrados. Se estremeció fuerte, sintió una tremenda sacudida y un escalofrío lo recorrió todo. N o supo por cuánto tiempo pero se quedó inmóvil, paralizado. Hubiera querido desmayarse pero se contuvo. Respiró profundo, no hacía sino observar: Cuatro clavos traspasando las palmas de sus manos hasta alcanzar un leño cruzado bajo la espalda; uno más clavado en cada uno de los diez dedos del infante. Pasaban de quince los del brazo; veintitrés los que destruyeron el tórax rompiendo las costillas hasta quedar firmemente clavados en el tronco de esa cruz profana que no podía ser sino obra de hijos del demonio. Tuvo que detenerse: no podía más, el sollozar casi le impedía respi­ rar. Sus brazos habían perdido fuerza y su alma estaba postrada; quiso pensar y no pudo, ya había sido suficiente. Ordenaría que lo sepultaran de inmediato y que se rezara por el alma del niño sacrificado. Tocaba cada clavo con una dulzura indescriptible, hacerlo así era como acariciar su alma, intentar aliviar el dolor. Cada vez que la punta de su dedo recorría una de las heridas, volvía a llorar... "Ay de mí, Dios nos ha dado la espalda. Ahora Nuestro Señor tiene la obligación de redi­ mir a este cordero inocente." Miraba al pequeño cuerpo así lastimado mientras obsesivo recorría minuciosamente la consumación de este abominable sacrificio: clavos, muchísimos clavos, clavos por todas

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partes: en las piernas, tobillos, brazos, manos. Hileras de clavos ascen­ diendo por el cuello hasta el rostro; cientos de clavos. ¡Todos los clavos del mundo ! Carvajal abrazó el cuerpo, temblaba y seguía llorando ... murmuraba: "Dios, Rey del Universo, perdónanos por esta sangre que mancha nuestras manos ... " Volvió su mirada y acarició con ternura el rostro del pequeño. Un gesto de terror allí dibujado por su mandíbula desprendida en una cara que ahogaba un terrible grito de angustia: El reclamo al Padre Eterno que no tuvo conmiseración. Cubrió los oj os del niño Oviedo - "Shemá IsraeL .." - recitó en hebreo en voz muy baja. Repitió: "Shemá Israel", enunciando palabras de consuelo a las almas de los cuerpos muertos. "Shemá Israel", dos palabras que emergieron del rincón de su memoria judía, dos palabras hacía mucho sepultadas que resurgieron de entre los lamentos de los judíos torturados, y de los que se esconden en identidades como la de Luis de Carvajal sin poder vencer, por temor, el conflicto entre el quién se es y el quién simulan ser. Sin pedir ayuda, de acuerdo a la tradición judía, bajó cuidadosamente este cuerpo crucifica­ do al suelo, donde lo volvió a cubrir con el sudario. Permaneció de pie a su lado balanceándose, pronunciando en forma respetuosa en temeroso silencio, lo que alcanzó a recordar de aquella oración mortuoria de la liturgia judía, el Ka didh: "YithgadáL, Beyith/cadáJh,

Sheméh Ra6á.. . JJ No tuvo más lágrimas que llorar y abandonó la habitación, no sin antes asegurarse que los familiares no dejaran solo al niño; así era la cos­ tumbre judía: acompañarlo hasta el momento mismo de depositarlo en la fosa. Al salir abrazó a los padres de la criatura y les recomendó sepultar­ lo tal y como fue encontrado, con todo y cruz, para no lastimar más el cuerpo del muchacho. Tres días con sus noches permaneció Don Luis de Carvajal alerta, vigilando Nueva Almadén, en espera de una figura, una sombra, cual­ quier cosa que le diera alguna pista para descubrir al culpable de la muerte del pequeño; al responsable del crimen. Agotado, Don Luis, se quedó dormido a cielo abierto mucho antes del alba. Un anciano vigilaba el sueño de Carvajal. A la hora en la que no hay sombra para los cuerpos, el anciano, Cóat! Hu ila (serpiente alada), nahuaLLi, reptil al fin y al cabo, se desliza arras­ trándose sobre su tórax que se expande y contrae con espasmos alterna­ dos. Las costillas se abren por encima y por delante estirando la pieL formando una concha.

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Carvaj al duerme, Su cuerpo es peregrinado por miles de hormigas estériles que entran por el oído y salen por los orificios de la nariz, lo penetran, lo recorren, lo invaden... El anciano se tiende junto a Don Luis y con su lengua bífida y pegajosa le ensaliva todo el cuerpo. Re corre especial y lentamente ese rostro de fr ente amplia, oj eras acu­ sadas, casi negras, que delinean la profundidad de unos hermosos oj os árabes. Continúa el anciano Cóa tl Hu ila, cuando ensaliva la barba creci­ da y dibuj a con su dedo índice los labios carnosos de Don Luis antes de besarlos. Abraza su cuello, columna salomónica, con venas dibujadas como arbustos de olivo y vid de Andalucía. Desciende sobre su pecho artesonado de sinagoga de Toledo, pasa discretamente por el sexo cir­ cuncidado donde respeta el nombre de Dios allí esculpido hasta llegar a sus piernas robustas como cedros del Líbano, para encontrarse final­ mente con un par de pies alineados como si fu eran las dos tablas de la Ley Mosaica. El anciano observa el cuerpo en reposo de Don Luis, sonríe y, ayudándose con sus alas que utiliza como espolones, Cóatl Hu ifa abre su hocico y engulle el cuerpo desde los pies hasta la cabeza. La sangre viaj a del uno al otro y de regreso.

Entre 10d duelZOd SuelZOd de entre 10d huedod una l1uÍdicapada la arena que dudia que pada al mar donido de flauta dueíia el chamán con don ido de atabal. Altod cerrOd de muertod dobre 1O,j muertod de derretirán. Hu mo negro ed todo lo que queda.

Después la serpiente alada expele, al concluir el trance el cuerpo de un chamán con toda la sabiduría que transmigró durante el sueño. Don Luis de Carvaj al ha pasado por un rito iniciático. Ahora puede controlar sus potencialidades anímicas y obtiene poderes sobrehuma­ nos; ya pertenece a la especie de hombres portentosos, habilitados en prácticas de externamiento del espíritu. -"Demasiadas visiones durante mi sueño ¿dij e sueño?" Don Luis, angustiado, se siente como si hubiera resucitado, vuelto de la muerte, de la matriz materna; sacude la cabeza como queriendo expulsar no sabe qué. Se asea y busca oídos en su amigo y lugarte­ niente, Diego de Montemayor. Siempre dispuesto, Diego, parece estar­ lo esperando: -" ¿Recuerdas, menciona Carvaj al, aquel infortunado incidente cuando acabaron en la hoguera del Santo Oficio casi todos aquellos luteranos que tomamos presos en Tampico? En aquella ocasión uno de

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los sentenciados me agredió desesperadamente profiriendo maldiciones en quien sabe qué lengua secreta que nunca quise ni me interesó com­ prender; no fue sólo su credo infiel el motivo, sino el haber injuriado a la Doctrina Católica al traficar e ingerir recetas de hechicería y magia negra. Anoche, entre tantos otros sueños - ¡visiones! - más claro que nunca he vuelto a ver al hereje gritando insultos. La muerte del niño Oviedo me preocupa porque sé, aJí [o vi, se per­ petró para ser utilizada como recurso para difamar y culpar a mi gente inocente. Por ello te urjo, Diego, a encontrar a los culpables." En tanto en la Ciudad de México el Vi rrey Don Lorenzo Suárez de Mendoza, Conde de la Coruña, se reunía en privado con extraños per­ sonaJes: De orejas pequeñas y puntiagudas, ojos inquietos, de pecho ancho, largas y ágiles piernas listas para la carrera, y con gran cantidad de vello claro que contrastaba con su profusa cabellera gris, el Doctor en Leyes Lobo Guerrero, fiscal en los procesos del Santo Oficio, escuchaba indi­ caciones del Conde de la Coruña, quien reía sin recato y no se cansaba en repetir que el marrano,Luis de Carvajal, judío críptico y hereje, "efi­ cientísimo" gobernador del Nuevo Reino de León, finalmente sería denunciado a la Inquisición, entre otras razones, como culpable del ase­ sinato ritual de niños como ofrenda al sanguinario dios de los hebreos. Un sacerdote que vestía penitente sambenito, de acento extranjero y rabiosa mirada, increpaba tanto al Virrey como al Doctor Lobo, quienes escuchaban satisfechos: el primero insistía en que un solo asesinato ri­ tual era nada: que deberían realizarse muchos más para desacreditar definitivamente la casta de los Carvajal. Por lo pronto, la noticia de la muerte del niño Oviedo, así como los rumores malintencionados propagados desde la casa de gobierno en la Ciudad de México, difamaban ya la reputación de Don Luis de Carvajal, en contra de quien ya se preparaban tanto citatorios como arrestos para llevarlo a juicio como "perro judío", asesino y verdugo de niños católicos. Testigo en silencio, aprobaría la escena don Álvaro Manrique de Zúñiga, Marqués de Villa Manrique, quien se encontraba allí cau­ salmente y, sin saberlo aún, sería sucesor en el poder y continuador de la persecución de estos infieles, después del interinato de Pedro Moya de Contreras, Arzobispo de México. En los alrededores de las minas de La Nueva Almadén, Carvajal, reunido de nueva cuenta con Diego de Montemayor, le explicaba el porqué de la difamación así como del gran enojo del Virrey:

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"He sido objeto de persecución incansable, por medio de artificioso ardid que prepara en mi contra el Conde de la Coruña por haberle dis­ putado los pueblos que él poseía indebidamente y que se encuentran inscritos dentro del territorio que Su Majestad Felipe II autorizome a pacificar, con garantía de erigir dentro de ellos los poblados que esti­ mare yo conveniente con el derecho a gobernarlos de por vida; y más aún, nombrar sucesor para después de mi muerte." "Todo ello contraviene por supuesto los intereses del Virrey quien, actuando bajo la máscara del bien público y del celo por la religión de Cristo, disfraza su odio y su mala voluntad con tortuoso proceder con el único fin de perjudicarme." "La actitud del Conde no me intimida: me siento con la fuerza sufi­ ciente para enfrentar sus acusaciones; sé que éste no será el único inten­ to por desprestigiar inocentes. Es comisión nuestra detener la demencia de mentes diabólicas que seguramente planean otros asesinatos de niños para hacerlos aparecer nuevamente como crímenes rituales de una supuesta conducta judaizante que quieren endilgar en mi familia y en mí: así lo he visto. "Precisamente, te digo, Diego, por tratarse de una infamia, nuestro Señor me ha permitido soñar despierto y ver el acuerdo que tuvieron estos asesinos: sé que existe un testigo de cargo, un tal Felipe Núñez, capitán quien has de saber, se ostentó siempre como fielcaballero a mis servicios, pero fu e convencido para declarar en nuestra contra por su confesor, que no es otro sino uno de los ingleses que escaparon de la muerte y que consignaron su maldición en contra mía. Este luterano los engañó cínicamente y, aprovechándose de la buena fe tanto de las autoridades eclesiásticas como de las del Tribunal de la Inquisición, logró reconvertirse al catolicismo y que le fueran aceptados sus votos para el ejercicio del sacerdocio con el solo penitenciado de vestir el sam­ benito hasta su muerte." "Escucha atento, amigo; en sueños he visto que el niño Oviedo fu e asesinado en forma inmisericorde por este sacerdote impío: este lutera­ no disculpado de la hoguera. Tal y como me ha sido revelado por volun­ tad divina, ese nuevo cristiano no es otro sino el mismo hereje, discípu­ lo del mismísimo demonio." Al poco tiempo se conoce de la desaparición de otro pequeño y se desatan nuevas acusaciones encarnizadas en contra de la familia de Don Luis. Con maledicencia ya se culpaba de otro asesinato ritual a estos marrano" de la estirpe de los portugueses Carvajal, familia de judíos con­ versos.

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... de entre Loó hueJoJ ...cerrOJ de muertOJ Jobre LoJ muertOJ Je derretirán. SóLo humo quedará de mi eJtirpe.

Lobo Guerrero despedía esa noche en la puerta de su casa al sacer­ dote del sambenito. Había traído hasta su domicilio un costal grande y pesado. El fiscal cargó el bulto y lo arrastró hasta su lobera. Cruzó un hermoso patio de loseta de barro con una fu ente al centro. En su espejo flotan decenas de flores de buganvilla que se alborotan por el agua que resbala desde el surtidor de la fuente; murmullo que se confunde con el ruido que se hace al arrastrar un costal de algodón crudo con el cadáver de un niño dentro. Colocó Lobo el cuerpo inerte del niño sobre una mesa en la cocina. Lo desvistió. Acomodó cada una de las prendas con cuidado. La vesti­ menta sería enviada a los padres del pequeño con la siguiente nota: y así está escrito en Levítico

"DegoLlaráLa ofrenda delante de Ya hl'é, y of recerán JU Jangre, derramándoLa Jobre el alta!; y deJpuéJ Jerá oeJoüada y cortaoa en trOWJ, y la quemarán tooa Jobre eL alta!; Jacrificio oe oLor grato a Ya hl'é"

Ahora acomoda el cadáver boca abajo y lo limpia de pies a cabeza con su larga lengua. Inclina la superficie de madera sobre la que había colocado el cuerpo en dirección a un vertedor para que escurra la san­ gre. Comienza a destazar el pequeño cuerpo: desprende piernas y bra­ zos con un cuchillo largo, asesta golpe preciso para hacerlo en un solo intento. Acomoda brazos y piernas a un lado para maniobrar con más libertad el tronco de! niño y cortarle la cabecita. Con un cuchillo más corto hace una profunda incisión en el cuello. Acto seguido, cogiendo hábilmente por los cabellos la cabeza, la tuerce brusca, fuertemente. Se escucha un sonido idéntico al de cascar una nuez: entonces se ha desprendido la cabeza del cuerpo: La coloca en el rincón. Continúa desmenuzando: Acomoda las vísceras y separa la carne blanca de la oscura a lo largo de la mesa. A la vista, en crudo, se regoci­ ja con lo que será el suculento banquete al que asistirán prominentes miembros del Tribunal de La Santa Inquisición, representantes de la Casa de Gobierno, el Vrrey Suárez de Mendozay otros invitados espe­ ciales. En La Nueva Almadén e! juez Ávila, por encomienda del Marqués de Vi lla Manrique, arresta a Don Luis de Carvajal. Éste no opone resistencia porque ya había visto la escena en sueños. Cargado de cade­ nas y tristeza extrema, lo trasladan a México para ser encerrado, con­

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trario a todo derecho, en la cárcel de la Corte, donde queda rigurosa­ mente incomunicado. Los adedúmtod rLtuaLed prosiguieron: suman ya más de doce y en igual número los miembros de la familia Carvajal que eran acusados, encar­ celados y asesinados a garrote o quemados en la hoguera: uno tras otro, uno tras cada asesinato o desaparición denunciada, hasta dejar satis­ fecha tanto la ambición desmedida de aquel Virrey como el rencor acu­ mulado del sacerdote impío de voraz apetito de lobo. En la Ciudad de México en la plaza pública en la esquina de la calle de San Francisco en un sitial y juzgado que allí están puestos, se pro­ nuncian sentencias: luego in contúzenti, en el mismo día llevan a hombres o muj eres o niños cargados de cadenas al tianguis de San Hipólito, y en el quemadero que allí está señalado se ej ecuta la sentencia en su persona por mano de un verdugo mulato. El impenitente: judíos montados en ca­ rreta para animales, visten sambenito de sentencia de muerte y dolor contenido sin llanto. Inmóviles, los Inquisidores, vestidos de negro y crucifijo pendiente del cuello, miran aterrados un cielo poblado de serpientes voladoras con gigantescas alas de libélula que emiten bramidos tan terribles, que ahogan los lamentos de cada judío que arde en las llamas. La sentencia: ChriJti No mini In iJocato . Fallamos, atentos los autos y méritos del dicho proceso, que debemos declarar y declaramos al dicho Luis Carvajal, de haber incurrido en sentencia de excomunión mayor, por la culpa de fautor y encubridor ... Don Luis de Carvaj al murió enfermo en la cárcel, al final del año 1590.

Cóa t!Huila continúa en LLanto. "... y humo negro ed todo Lo que queda. "

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AnaMa ria Sbua (Argentina, 1951­ )

EL LIBRO DE LOS RECUERDOS (FRAGMENTO DE NOVELA)

SOBRE LA PERSONALIDAD DEL ABUELO GEDALIA

El abuelo Gedalia era un hombre de costumbres regulares. Todos los días a las cinco de la tarde iba a tomar el té inglés a la confitería Richmond de la calle Florida y se sentaba a charlar con sus amigos y a ver pasar a las chicas. En su vida pisó el abuelo Gedalia la Richmond de Florida: él iba siempre al bar León. Es posible que el abuelo Gedalia nunca haya pisado la Richmondde Florida (pisar, lo que se dice pisar) porque se sentaba en una mesa de la vereda. A lo mejor alguna vez la pisó para ir al baño. Se podría pensar que se sentaba adentro cuando llovía, pero no es así. Cuando llovía no iba porque no pasaban chicas. El abuelo Gedalia iba a la Richmond y al bar León, porque era prestamista y tenía clientes en los dos lados. Con los clientes de la colec­ tividad se encontraba en el bar León y con los otros en la confitería Richmond. El abuelo Gedalia nunca le prestó a nadie de la colectividad cobran­ do intereses porque eso estaba muy mal visto. Tampoco le prestó nunca nada a nadie sin cobrar intereses. A los prestamistas no los dejaban entrar al bar León. Mentira. El abuelo Gedalia, cuando se hizo viejo, citaba a sus clientes en el Pumpernik, que era un snack bar donde vendían hamburguesas. Al abuelo Gedalia las hamburguesas no le gustaban, pero el Pumpernik le gustaba mucho porque, como no había mozo, podía estar sentado el tiempo que quisiera sin pagar consumición. Pumpernik rima con Icllentenilc. Kllentenilc es algo medio parecido a prestamista. Kllentenilc no tiene nada que ver con prestamista. Kllentenilc es una especie de vendedor. Además de prestamista, el abuelo Gedalia también fue Icllentenilc. Como prestamista ganó más plata. Como Icllentenilc tenía que andar mucho en bicicleta hasta que se compró el primer auto.

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Digamos que el abuelo Gedalia se encontraba con otros hombres en un bar o en una confitería. Es probable que fueran clientes porque el abuelo Gedalia nunca tuvo amigos. Es completamente seguro que mira­ ban a las chicas. ¿Hasta aquí vamos bien? ¿Están de acuerdo? No. El abuelo Gedalia era muy sociable. Tenía muchos amigos. Casi todos sus amigos eran inmigrantes como éL pero también tenía amigos criollos. Estaba especialmente orgulloso de sus amigos criollos. N o todos los inmigrantes tenían amigos criollos. Muchos años después, cuando el abuelo Gedalia conocía a alguien que era hijo de inmigrantes enseguida le preguntaba el apellido y después le decía que había viajado en el barco con alguien que se llama­ ba así. Al que lo escuchaba por primera vez, le caía muy simpático, y empezaba a hacerle muchas preguntas acerca de esa persona para tratar de averiguar si era alguien de su familia. El abuelo Gedalia fue siempre un terrible amarrete. El abuelo Gedalia no fu e siempre un terrible amarrete. Cuando el abuelo Gedalia era joven le gustaba ostentar. Recién después de la Debacle se volvió Codito de Oro. El abuelo Gedalia se volvió Codito de Oro cuando los hijos ya eran grandes. En la época en que compró la Casa Vieja el abuelo Gedalia era ama­ rrete para algunas cosas, pero en otras le gustaba ostentar. El abuelo Gedalia tuvo un automóvil Hispano Suiza y nos sacaba a pasear a todos y a mí me hizo hacer un tapadito de piel de castor y nos íbamos todos a veranear al Uruguay. A Pocitos. Y si no me creés, ahí tenés las fotos para ver. No era un Hispano Suiza, era una cupé Packard y le decíamos "la Packard". Veraneábamos siempre en Mar del Plata. Y si no me creés, ahí tenés las fotos para ver. Si no se ven los lobos marinos, no se puede saber si es Mar del Plata. Tampoco se puede saber si es Pocitos. El abuelo Gedalia era admirador del Káiser y por eso a tío Pinche le puso de nombre Isaac Guillermo. También admiraba a los alemanes en generaL hasta la época de la segunda guerra. Después de la segunda guerra, a los alemanes les tenía odio y miedo pero igual seguía admirándolos. El abuelo Gedalia estaba con Irigoyen y por eso le puso al tío Silvestre, de segundo nombre, Hipólito. De primer nombre le puso Shloime pero el del Registro Civil no entendió o se hizo el que no entendía.

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Al abuelo Gedalia no le importaba nada de la política. El abuelo Gedalia, en Polonia, era comunista. Después Vlno a la Argentinay se hizo pancista.

Cómo iba a ser comunista con la pelota que le daba a la religión. Cuando uno es comunista, después la religión no la agarra nunca más. El abuelo Gedalia a la religión no la agarró nunca más. Lo que hacía era seguir la tradición y nada más. Por el qué dirán. ¿Y entonces por qué la echó a la tía J udith? La tía Judith siempre fue una pesada, insoportable, varonera y deslenguada y el abuelo Gedalia se la sacó de encima con la excusa de la religión. Mentira. ¿Mentira qué parte? Si no le importaba nada de la religión ni de la política, ¿por qué le puso Hipólito al tío Pinche? Porque no le importaba nada de la política pero igual estaba con Irigoyen. Cuando la babuela decía algo, el abuelo Gedalia comentaba: ella tiene boca y habla. Otras veces decía: hay una cita en el Talmud que dice que cuando una persona nace estúpida va a seguir estúpida toda la vida y cuanto más hable más se le va a notar lo estúpida que es. Después repetía la frase en hebreo. Los nietos de tía Clara fueron a una escuela donde se enseñaba hebreo. Desde entonces, cuando citaba al Talmud, el abuelo Gedalia no repetía más la frase en hebreo. El abuelo Gedalia y la babuela se querían mucho. El abuelo Gedalia y la babuela se querían mucho a su manera. Cuando el abuelo Gedalia estaba escondido en la casa de los padres de la babuela, para salvarse del ejército polaco, no decía nunca "ella tiene boca y habla". Cuando al abuelo Gedalia no le gustaba la comida, la tiraba al suelo. Por ej emplo, cuando no tenía bastante sal o no estaba lo bastante caliente. Cuando el abuelo Gedalia estaba hablando y la babuela lo interrum­ pía, al abuelo se le llenaban los ojos de lágrimas y la miraba como dicien­ do total estoy ya tan viej o que a nadie le importa faltarme el respeto. Cuando la babuela estaba hablando el abuelo Gedalia la interrumpía todo el tiempo. El abuelo Gedalia vendía cosas a plazos. ¿Qué cosas ? Cualquier cosa: lo importante no eran las cosas sino los plazos.

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¿Así era ser Icllentenilc? Sí. Primero vendía a pie y después vendía en bicicleta, pero cuando tuvo el primer auto nunca lo usó para vender sino para pasear. El abuelo Gedalia decía que después de haber estado toda la mañana pedaleando, un hombre que trabaja tiene derecho a que su mujer le ponga sal en la comida. Con eso quería decir que si la comida no tiene bastante sal, un hombre que trabaja tiene derecho a tirarla al suelo. Cuando el abuelo Gedalia se hizo muy viejito no podía comer con sal porque le subía la presión. Pero sí podía seguir comiendo muy caliente. Ve nder las cosas a plazos era ser Icllentenilc. Los IcllentenilcJ se junta­ ban en una cooperativa de IcllentenilcJ. Las esposas de los IcllentenilcJ se llevaban cosas de la cooperativa a descontar y a precio de costo. Pero nunca jamás en la vida se les ocurría comprar nada a plazos. Cuando el abuelo Gedalia decía se daba palmadas en la rodilla izquierda. El abuelo Gedalia tenía artrosis en la rodilla izquierda, la tenía como hinchada y deformada y se la palmeaba todo el día. El abuelo Gedalia tuvo un negocio de telas en el barrio de la Boca. Los negocios de telas se llamaban sederías aunque no vendieran sola­ mente seda. Cuando había sudestada y se inundaba la Boca, el abuelo Gedalia hacía una Gran Ve nta al Costo por Inundación. Para que las telas no se mojen, las ponían siempre en lugares bien altos. Para la Gran Ve nta al Costo por Inundación, el abuelo Gedalia tenía que mojar las telas en un tacho del fondo. El negocio de la Boca, ¿fue antes o después? Fue después de que el abuelo Gedalia dejara de ser Icllentenilc pero antes de que fu era prestamista. El abuelo Gedalia siempre era prestamista, hasta en Polonia tam­ bién. El abuelo Gedalia no pudo ser prestamista en Polonia porque cuan­ do vino era muy jovencito. Hay gente que cobra intereses desde que están en la panza de la madre. Hay gente que cuando nace le presta a la partera con garantía hipotecaria. Prestamista es una forma elegante de decir usurero. Prestamista no es nada elegante. El abuelo Gedalia era usurero y también prestamista. Y desde que dejó de cortar y coser su propia ropa, ya no era elegante.

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El preferido del abuelo Gedalia era el tío Silvestre porque se levanta­ ba muy temprano y jugaba con él al dominó. El tío Silvestre era el único de los hij os con quien el abuelo Gedalia tenía interés en conversar. Por ej emplo, entraba al dormitorio de Silvestre, miraba la biblioteca y preguntaba por el valor de reventa de los libros. También se dice que un domingo a la tarde lo llevó a pasear en tran­ vía y le compró un sándwich de jamón. El abuelo Gedalia no comía chancho porque está prohibido por la religión. El abuelo Gedalia no comía chancho en público. El abuelo Gedalia era un chancho.

EL IDIOMA

Cuando el mayor de los hijos del abuelo Gedalia y la babuela, el que lle­ garía a ser, con el tiempo el tío Silvestre, empezó a ir a la escuela, todavía (como suele suceder con los hijos mayores en las familias de inmigrantes pobres) no dominaba el idioma del país. Esa desventaja con respecto a sus compañeros le produj o grandes sufrimientos morales. Tardó pocos meses en poseer un vocabulario tan amplio como cualquiera de los demás chicos, modificó con gran rapidez sus errores sintácticos y gramaticales en castellano, pero le llevó años enteros llegar a pronunciar la terrible erre de la lengua española, la frica­ tiva alveolar sonora: la punta de su lengua se resistía a vibrar con ese sonido de motor que escuchaba y envidiaba en niños mucho más pequeños que él, vibración que era capaz de imitar con el labio superior, pero no con la maldita punta de la lengua. (Pinche, que aprendió a hablar imitándolo a Silvestre, como lo imitaba en todo lo demás, nunca pudo llegar a pronunciar la doble erre, que a Silvestre sólo se le entregó mucho después, ya en plena adolescencia) . Decí regalo, le decían los otros chicos. Decí erre con erre guitarra, le decían. Decí que rápido ruedan las ruedas, las ruedas del ferrocarril. Y cuando escribía, Silvestre confundía territorw con teritorrw y la maestra se sorprendía de esa dificultad en un alumno tan bueno, tan brillante, tan reiteradamente abanderado. Entonces, un día, llegó Silvestre enojado y decidido a la Casa Vieja y declaró que en esa casa no se iba a hablar nunca más el Otro Idioma, el que sus padres habían traído con ellos del otro lado del mar. Ese Idioma agonizante que tampoco en el país donde el abuelo Gedalia y la babuela habían vivido era la lengua de todos, la lengua de la mayoría, que ni siquiera era la lengua que los habían obligado a usar en la escuela

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pública, pero que sí había sido, en cambio, para ellos, el Idioma de sus padres y el de sus amigos y el de sus juegos infantiles y las canciones de cuna y las primeras palabras de amor y los insultos y, para siempre, el Idioma de los números: el único Idioma en el que era posible hacer las cuentas. El Otro Idioma, el íntimo, el propio, el verdadero, el único, el Idioma que no era de ningún país, el Idioma del que tantos se burlaban, al que muchos llamaban jerga, el Idioma que nadie, salvo ellos y los que eran como ellos, respetaban y querían. El Idioma que estaba condenado a morir con su generación. y sin embargo cuando llegó Silvestre, llegó ese día de la escuela y sin sacarse el delantal declaró que la señorita había dado orden de que en su casa tenían que hablar solamente castellano, nadie se sorprendió. Al abuelo Gedalia le gustó mucho la idea por dos razones: porque necesitaba, para su trabajo de Icllenten¿lc, es decir, de vendedor, mejorar todo lo posible su habilidad con la lengua del país en qué vivía, y también porque se le presentaba una oportunidad más de humillar a su mujer delante de sus hijos, (esa actividad era una de sus diversiones preferidas). A la babuela, que nunca había hablado de corrido la lengua de la mayoría, ni siquiera en su país de origen, el castellano le parecía un idioma brutaL inexpresivo, y sobre todo inaccesible, y hasta ese momen­ to se las había rebuscado con gestos y sonrisas y algunas palabras para hacer las compras. Era la época en la que el carnicero regalaba el híga­ do para el gato de la casa. La babuela señalaba el trozo de hígado san­ grante y sonreía muy avergonzada y el carnicero se lo envolvía en un pedazo grande de papel de diario. Pero si así lo había dicho la señorita, así debía ser. La babuela le tenía un poco de miedo a la maestra, que era para ella casi un funcionario de control fronterizo, alguien destacado por las autoridades de inmigración para vigilardesd e adentro a las familias inmigrantes y asegurarse de que se fundieran correctamente en el crisol de razas. y así fu e como el idioma de las canciones de cuna y las palabras de amor y los insultos de los que con el tiempo llegaron a ser los abuelos, desapareció, al menos en la superficie, de la casa de la familia Rimetka, quedó para siempre encerrado en el dormitorio grande y los hermanos menores apenas lo entendían. Fuera del dormitorio, el abuelo Gedalia se complacía en no enten­

derse con su mujer en castellano de manera más completa y al mismo tiempo más sutil que la que usaban para no entenderse en la que era para ambos su Lengua natal. Es por eso que en el Libro de los Recuerdos son muy pocas o ninguna las palabras que no aparecen en castellano.

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­ Noemí Coben (Argentina, 1952 )

MIENTRAS LA LUZ SE VA (FRAGMENTO DE NOVELA)

LA PARTIDA

La tarde en que Sara le dijo a Elena que al día siguiente irían juntas a una tienda en el otro extremo de la Ciudad Vieja a comprar telas para bordar, supo que su madre había aceptado el pedido del primo Jaime; su vida cambiaría y nada podría decir. Desde pequeña, escuchó histo­ rias y pareceres sobre el primo que vivía solo desde hacía quince años en la Argentina, un lugar lejano cuyo nombre no podía pronunciar yen donde, se decía en la familia, nadie era pobre. También se decía que el primo era buen mozo, rubio y trabajador; pero era imposible que ella recordara algo, tenía apenas unos meses de haber nacido cuando él, que ya tenía veinte años, dejó la casa familiar y se fue primero a Francia y luego a Sudamérica. Sara era viuda y tenía cinco hijos, tres de ellos mujeres, todos naci­ dos en Alepo. Ella era de Alejandría, había podido ir a la escuela, donde aprendió a leer ya escribir y hasta algo de francés. En cambio, sus hijas, un poco por la costumbre del lugar y otro poco por la miseria, no sabían leer y sólo los varones fu eron al colegio y hablaban francés. Las niñas se dedicaron a ayudarla en la casa y Elena además aprendió a tallar bronce; hacía armoniosos diseños en piezas que luego eran vendidas por el primo Fuad en su bazar, al iado de la Sinagoga del Jhulc. Cuando Elena comenzó a trabajar, cincelaba en bronce dibujos con símbolos judíos; tenía un gran sentido de la proporción de las formas, pero era analfabeta, y aún no se le había ocurrido que podía dejar de serlo. Años después, ese deseo se transformaría en una obsesión, pero eso es otra historia. En cambio, conoció muy pronto los símbolos de los otros porque los dueños de bazares vecinos al de Fuad pidieron piezas decoradas con diseños islámicos o representaciones cristianas para ven­ der a cualquiera que pasara por las calles del Jhulcy no sólo a los judíos que salían de la sinagoga. Al decorar las piezas de bronce con tan diferentes signos aprendió el sentido de la armonía, supo del arte de combinar las formas, aprendiza­ je que le permitiría transitar la vida con la placidez de quien sabe que todo es mutable, excepto algunas virtudes que hacen bueno a quien las tiene. Aunque también aprendió, viendo a su tío Fuad negociar con los otros comerciantes, que no siempre eran virtuosas las relaciones con los extraños y menos aún en cuestiones de comercio.

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Sara había criado a sus hijos en la tradición y ética sefardíes; les enseñó a ser solidarios y honestos, a distinguir lo puro de lo impuro, lo limpio de lo no limpio y, por sobre todas las cosas, les habló de la recta razón que guía las acciones de una buena persona. Principios sencillos de aplicar, ayudaban a distinguir el bien del mal en las cosas concretas de la vida diaria y hacían previsibles las conductas. Transmitió esa herencia de verdades absolutas como si fueran parte de la naturaleza, como los hábitos de comida o higiene: no comer cerdo o no mezclar la carne y la leche, descansar e! sábado, lavarse las manos antes de comer y, para las mujeres, ir todos los viernes al bamman; era el orden de su mundo y no se le ocurría que sus hijos lo pensaran distinto. Al día siguiente del anuncio de la aceptación del pedido de mano, madre e hija comenzaron las caminatas por los barrios de la Ciudad Vieja donde vivían los judíos; en sus callecitas transitadas por camellos y mulas, pobladas por los gritos de los vendedores de habas, de aceitu­ nas o de menta fresca, los sonidos eran eclipsados por los cinco llama­ dos diarios de! almuecín que salían de los minaretes, únicas construc­ ciones sobresalientes en esa laberíntica ciudadela. Subían y bajaban por esos pasajes angostos y polvorientos, debían conseguir todo lo necesario para preparar el aj uar y organizar la partida de Alepo. Elena no sabía que habría de viajar a un mundo tan distinto del suyo. "Alep, la Blanche", le decían los franceses a la ciudad, tal vez por sus casas blan­ cas con balcones de piedra tallados en estilo andaluz, o tal vez por ves­ tigios de la memoria de un nombre que significaba leche en arameo, herencia de una leyenda que señala a ese sitio como el lugar donde se detuvo Abraham para alimentar a su rebaño o tal vez por la otra, que cuenta sobre los antiguos baños de la ciudad donde la reina de Saba se sumergía en leche y miel. La primera salida fue para ir a la casa de Marcos, el hermano mayor de Jaime, a buscar e! giro postal enviado desde la Argentina. Les convi­ daron un té con hojas de menta, muy azucarado, propiciatorio de las dulzuras que le vendrían a la pequeña, según dij eron los parientes, quienes, a pesar de su pobreza, también habían preparado una bandeja de trufas, un manjar de lujo guardado en el sótano para una ocasión que mereciera celebrarse con tal exquisitez. Entre bendiciones y vaticinios de una prole numerosa de hijos varones, aconsejaron a su madre dónde comprar mejor las telas y objetos diversos que serían parte del aj uar. Una mañana salieron temprano para ir hasta la avenida principal; en la tienda de un primo segundo compraron seda blanca para hacer tres camisones y una bata, seda color crudo para otro, una pieza de lino blan­ co para confeccionar seis juegos de sábanas y cuatro manteles, lino muy

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fino color salmón para dos camisones y una bata de verano, muchos metros de puntillablanca, cruda y salmón, y una pieza color natural de encaje de Bruselas. Otro día fueron hasta el dDUIc, para ir al negocio de otro primo, donde compraron tres alfombras. A Elena, la que más le gustó fue una que además del tradicional borde de diseños geométricos multicolores sobre un fondo marrón, tenía un centro de rombos recor­ tados en azul y rojo oscuro. Era la más cara y también la que le parecía más linda; pensó en ponerla arriba de un diván en la sala de su futura casa. Con las otras dos cubriría los colchones en los dormitorios; aún no sabía que en el otro lado del mundo las alfombras eran sólo usadas sobre los pisos. Esa alfombra que tanto le gustó tendría el extraño destino trashumante de algunos objetos y sería llevada de ciudad en ciudad, con la impronta de algo portador de buena suerte. La salida más importante fue ir a la joyería. Deslumbrada, encargó dos anillos de oro, uno con un rubí y el otro con una y los aros haciendo juego. Eligió también una pulsera de oro con un ancho broche central en el que se unían cadenas muy finitas y donde se podían agregar otras más que quedaban sostenidas por ese centro. Esa pulsera sería su adorno permanente y fascinaría años después a sus nietas. La verían condimentar las comidas mientras ese oro en movimiento pare­ cería anunciar un llamado a la gloria de los sabores inminentes. Como a toda muj er oriental, a Elena le gustaban los brillos y si eran joyas más aún, pero, dada la pobreza en que vivía, sólo le era posible mirarlas en las vitrinas de los negocios, donde quedaba petrificada como un niño hambriento ante una vidriera de dulces. Con el transcurrir de la vida, su deseo se realizó con frecuencia, pero las vitrinas de las joyerías le siguie­ ron produciendo siempre ese mismo efecto de encantamiento. Ese día fue distinto, eligió a su gusto mientras sonreía pensando en el ruidito de sus pendientes y en el efecto del brillo en medio de su pelo rojo. Mientras, recordaba los dichos de las mujeres de su familia: si un hom­ bre quiere a su mujer debe regalarle joyas, sobre todo oros, muchos oros, porque es el protector contra los males. Les gustaba repetir para llamar a la buena suerte: "Tocando oro y mirando la luna". En cuatro semanas, debía tomar el vapor hacia Marsella, desde donde se embarcaría hacia la Argentina. Ese nombre era un sonido sin significado; en cambio, la intrigaba Jaime. Pensaba en él todo el tiempo mientras bordaba las prendas del ajuar disfrutando del rumor de la cos­ tura y del contacto con el encaje y la seda en sus manos jóvenes estro­ peadas por el cincel, aún torpes para los trabajos más delicados. Por la tarde, las mujeres de la familia y las vecinas sacaban sus sillas bajas al patio de la casa grande; repitiendo gestos y dichos que habían

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visto en sus madres y en sus abuelas, se reunían alrededor de la novia para ayudarla en la costura del ajuar. Ella cosía, acompañando en silen­ cio las risas y cuchicheos mientras trataba de encontrarle un rostro a su futuro marido de quien no tenía siquiera una foto. Sentía una mezcla de nostalgia anticipada y alivio; ya no iba a tener tardes de algarabía como ésas, pero se iba a casar con un hombre rico que la esperaba para cuidarla y darle todo lo necesario. El amor llegaba después, repetían desde siempre los dichos familiars, sentencia inapelable para consolar a las niñas ante las bodas arregladas con desconocidos y el miedo a la soledad prematura. No sabía nada de hombres pero desde pequeña aprendió que el deber de la mujer era cuidar a su marido, cocinarle y darle hij os varones, también alguna mujer. Aunque hacía largo tiempo que Jaime vivía entre los otros, ella pensaba que seguramente era un buen hombre, como los de su familia, a pesar de algunos muy festejadores de muj eres u otros entusiastas jugadores de cartas. Ay udaría a ese hombre si se había desvi­ ado: le habían enseñado que sólo a través de la mujer las bendiciones de Dios son concedidas a una casa y el hogar es bendito cuando la mujer atiende los destinos de su familia y que el hombre también será bendito y vivirá el doble de años cuando ame y honre a su esposa. A su madre y a sus tías les gustaba repetir que los hombres no po­ dían estar solos. ¿Cómo lavar, planchar o cocinar? Sólo aprendieron a ir al negocio, donde hablaban y, gracias a las palabras, cobraban dinero. Era necesario que tuvieran una muj er aliado para ser buenos, limpios y felices. Si ellas les decían lo que a ellos les gustaba, les hacían ricas comi­ das y algunas otras cosas, ellos después cumplían con la voluntad de sus muj eres. Había aprendido a hacer algunas comidas; conocía el placer del sabor al morder la masa crocante de una quipe, la textura aterciopelada del o la dulzura húmeda y crujiente de una baclawa, pero no sabía cuáles serían esas cosas que provocaban risas y murmullos en las tías y en la mamá mientras se juntaban en el patio de la casa grande, cuchicheando con complicidad mientras cocinaban para las fiestas, como luego también lo hicieron para preparar el ajuar. Se iba sola y muy lej os a casarse con un desconocido. Nadie le pre­ guntó si estaba de acuerdo; sólo tuvo permiso para elegir alguna joya, un adorno para su fu tura casa o una alfombra. Elena creyó que debía hacer algunas preguntas antes de partir, porque cuando estuviera lejos ninguna de las mujeres de su familia podría responderle y, entonces, se atrevió a susurrar que necesitaba saber cómo era eso de cumplir con el marido para conseguir después todo lo deseado.

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Alicia Kozameb (Argentina/Estados Unidos, 1952­ )

PASOS BAJO EL AGUA

CARTA A AUBERVILLIERS

A Ju Liana, que ed EJteLa.

Santa Bárbara, 20 de enero de 1984

¿ Qué efecto te causará ese tipo de sismos, o como quieras llamarles, tardíos? (¡Nunca es tan tarde, querida!); porque son como alfIleres ubi­ cados en puntos estratégicos del cerebro. Quiero decir, las catarsis nunca vienen solas: el Paraná baja desde el Matto Grosso y arrastra muy variados especímenes. Los camalotes, Juliana, y las pirañas. De los camalotes estoy segura. Y me pregunto por qué las pirañas no llegan hasta Rosario. Estamos avanzando, raudas, sobre los primeros días del año 1984. Y también veloces. Otros son capaces de desligarse de la acumulación y de los años. A mí se me dio por incursionar en hechos siempre dispuestos a permanecer. No es casual. No creas en las casualidades. Estoy tratan­ do de ubicarme en el punto de fu ga de todas las visiones posibles, para arrancar con un cuento en el que el ej e sea el traslado del sótano de Rosario a Vula Devoto. Así me dé vuelta como un guante en el trance de vencerme a mí misma. Entonces, vos entendés. Una vez te pedí que contestaras por carta mis preguntas sobre tu tortura. Las dos conocíamos hasta las inflexiones que le ponés a la voz en esos casos. Pero yo me impulsé, por mi pedido y por tus respuestas, y seguí adelante con la novela que estaba escri­ biendo. Ahora, mismo recurso. Anoche no pude dormir bien: eso de que el chico nazca con alguna falla. Y esta mañana, al irme al trabajo, cuando ya habíamos salido de casa, me di cuenta de que todavía estaba adentro, buscando la puerta de calle. Santa Bárbara es salvaj e y lo disfruta. Abre las piernas y se sacude de sol y abundancia. Aquí la gente no se muere nunca. En cambio el Paraná, vos viste: nos crispa los nervios. Las víboras, todo lo que nos deposita al fInal de su travesía. ¿Te suena lo que viene?: EL Paraná nace en BradiL de La confLuencia de LOd ríod Parana{bay Grande. Esta memoria que me gasto tiene que ser producto de una endovenosa aplicada por la vieja de Geografía. De otro modo no se explica.

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Del sótano a Villa Devoto. Imposible recordar la totalidad. Sí cier­ tas angustias: Blanca siempre tuvo una sombra de bigotes más pronun­ ciada de lo recomendable. Ese día se le había ennegrecido, le cortaba la cara en dos. Iba esposada a Tania, Tania tan alta y ella tan petisa, con sus bigotes y su muda en un bolso azuL hecho de un pantalón vaquero por un par de esas manos casi mágicas que ya empezábamos a tener. Contáme un poco de París, ¿no?, ¿o no vivís allí?, ¿o estás encerrada en el baño de tu departamento?, ¿o en la cocina? Ojalá se trate del dormi­ torio. Tu calle debe ser como una de Posadas. Empedrada, entre piedra y piedra alguna planta asomándose, sobre alguna hoja una hormiga en plena cabalgata pro víveres. Así se me ocurre una calle de Posadas; además de estar salpicada con los golpes que el Paraná da cuando se enloquece. A las otras calles de París deben salpicarlas llantos de pájaros, cervezas rotas, lluvias incestuosas y enredadas. Y también un poco del Paraná, estoy segura. Colaborá conmigo y confrrmámelo. Gracias. ¿Vos a quién ibas esposada? No recuerdo haber visto a nadie cerca tuyo en ese momento. Pero lo que no me olvido es que, llegadas a Devoto, Mercedes entró al pabellón que nos asignaron y vomitó hasta el corazón. Con eso mandó por las tuberías de las letrinas todo lo que se pareciera a un traslado de presas políticas y sus posibles implicancias. Admirable. ¡Pabellón 31! En serio. Admirable. Dónde andará Flora; la que lavaba la ropa cuando le tocaba a cualquiera menos a ella y ocupaba la única soga del baño como si nada. Qué será de esa cara apretada que tenía. Estará eligiendo apropiados jabones en polvo o en barra en El Senegal y alrededores. Es posible que con tantos años de exilio ya haya adquirido un lavarropas automático. Depende: no sé qué grado de especialización haya logrado. Tu madre me escribió para mi cumpleaños. Se la siente como una f or a las nueve de una mañana de verano porteño. No quiero ponerme redundante, pero te envidio. ¡ Una madre como Adelina! Uno vive disculpándose. Temor de ser reiterativo. Y preguntarles a los milicos si les importó repetir métodos, plagiarlos, gastarlos. Es decir, no te molestes. No les preguntes nada. Me siento como si estuviese muy concentrada en meter un dedo en algún agujero. Aquella bandera, la que les dejamos colgada en el baño del sótano antes de que nos llevaran. No sé, nunca terminé de completar en mi cabeza un cuadro con las manos de las celadoras interrumpidas en algu­

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na forma del asombro, suspendidas entre la bandera y sus panzas, sus tetas, sin poder decidirse a arrancarla. To carla: abrazar al demonio. No celeste, blanca y celeste, querida: sólo celeste y blanca. ¿Te las imagi­ nás? Tan puras, ellas. Abrazar al demonio. Las yemas de los dedos acercándose. Debe estar siempre caliente, por donde lo toques. Los ojos afiebrados, y esa barba en punta que debe dar muchas, pero muchas ganas de apoyarse, ¿no? Sin dudas: si se me aparece Mandinga, yo pruebo. i Gran siestita! y nada de vade retros. Ahí debe haber mucho que aprender. Meterme entre las sábanas. Las frazadas pesándome sobre el lado derecho. Sí. Me doy una ducha y sigo desde la cama. Estaba pensando -el agua es un sacramento - que tomar una reso­ lución, optar, es como perder un dedo de una mano en un acto volun­ tario y adquirir tres en la otra, así', de golpe. No te desesperes mucho. Ya sabés: precalentamiento. Acordáte del futuro cuento. Estoy abriendo el primer aguj ero. Aunque también podría estar trabajándome algo referido a dar un salto. No es nada novedoso, ya lo sé. Mis saltos te provocan ataques hepáticos, pero son previsibles. Es magnífico optar, elegir. ¿No es como cantar Yedterday modulando despacio, con tus pro­ pios labios, cada palabra, ir dándoles forma una a una, ocupando cada músculo, los dientes, la lengua, la boca entera, recostada en una hamaca tejida desde la que la única visión sea una fuente transparente repleta de cerezas casi violetas y un avión blanco despegando? Antes de que la celadora me asegurara con las esposas creo que a Sonia, y nos sentara de un bruto empujón en el suelo, en la plataforma sin asientos del avión, dij o, como otro golpe, un 110pueden mirar. Levanté apenas la cabeza. Ya casi todas las compañeras estaban colocadas en hileras, sentadas a lo Buda en el suelo, engrilladas al acero del piso, las cabezas bajas y el brazo libre pesando sobre la nuca. Te juro que le saqué una foto eterna, para la posteridad a ese espectáculo. Una formación, una escuadra paralizada en trance de retraer sus miembros en un paso íntimo de baile, en un círculo completo, para después abrirse y alargarse para siempre. No me digas que la realidad del avión estaba muy lejos de parecerse a ninguna danza. Ya lo sé. Se trata más bien de un gran mareo histórico, de una náusea universaL que de todos modos dejó sentir la dirección por la que se decidía este gran aparato digestivo que habitamos. Los grillos y las esposas eran la galladura del huevo; eran un absolu­ to, una ficción. Una fiesta de potencias se movilizaba alrededor de cada ojo, de cada labio frenando el impulso de gestar sonidos.

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Algunos pares de borceguíes también provocaban su propiO aCCi­ dente contra hombros, cabezas; entre las caras que intentaban reajustar su perspectiva captando un ángulo de la totalidad y la solidez sonora de los tacos. Yo ya estaba en el avión militar, amordazada de pies y tué­ tanos. Bonavena despenado: imagínate. El día fue largo. Estuve tratando de tomarme el trabaj o con un poco de nuestro fIlosófIco "qué va a hacer", pero ya no caben más delirios por estas latitudes. Encima de pronto fui a descubrir, y nada menos que por el zumbido, a una mosca pedante como pocas que se pasó quince minutos de su vida -de la mía - arremetiendo de cabeza contra el vidrio de la ventana. Y no me vengas con tu lógica: sí era pedante. Y no le di antes la vía libre porque me quedé ahí siguiéndole el proceso de ablandamiento, o de con­ sagración a la causa. La hubieras visto retroceder y tomar impulso, y largarse contra la luz hasta rajar el vidrio de extremo a extremo. La Cada de rede/"Va eL derecho de admúwn. No de me mueve un pelo d{ me cuedtwnM la verodúnifitud. ¿Suena parecido? No salió sola, porque se ve que se mareó y no pudo completar la operación. Se apoyó en la orilla de la ventana, temblorosa, con cara de víctima: así que le abrí. Juliana, decíme: ¿te acordás de un vestido blanco, de algodón, con flores negras, que nos quedaba tan bien a las dos, y que mi vieja me cosió poco después de salir en libertad? Anoche, caminando por State, vi uno muy parecido en una vidriera. Me produj o un solo efecto: ganas de azotar el aire con un par de gritos más o menos siniestros. y es tan sucio por épocas en la zona de Rosario, digo el río - o tan limpio: la próxima tarea será establecer los límites -, que tienta a sumer­ girse, a bucear, porque ya sabemos todo lo que puede haber enredado entre el plantario y el barro. ¿Vos qué te imaginás? Algunos son tesoros incanjeables: yo apuesto por un humilde simple de Jimmy Hendrix, el Antidhuring y un buen diccionario de sinónimos. Buen, porque más bueno, más inútil. Más rápido te lo sacás de encima. Teníamos que estar listas en veinte minutos con una muda de ropa. De dónde íbamos a sacar mesura para demorarnos esa eternidad. En la mitad del tiempo ya esperábamos, unidas por una corriente eléctrica muy física que nos mantenía activos garganta y estómago. Pero lo que me angustia, ¿sabés qué es?: la posibilidad de que ninguna entendiera en ese momento la esencia del problema. Pero no, tampoco estoy en lo cierto; porque entonces, si no captábamos la cosa medular, decíme qué fue lo que nos hizo despedirnos como si fu ésemos a morir. Nos clavábamos unas miradas blancas, tiza compacta, firme contra las frentes, nos estudiábamos la lividez, las arrugas, las canas recientes, nos

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corregíamos los defectos de peinado o nos arrancábamos unas a otras hilachas, pelusas. Algunos recuerdos están amputados. Pero no me cuesta nada provo­ carme un efecto de neuronas. Reponer imágenes, y las sensaciones vuel­ ven intactas. Recibí carta de Virginia. Todo el asunto se mueve alrededor de una moto que se compró su nuevo compañero; es increíble, pero no resulta tediosa. Por ahí se las ingenia para ponerlo en ridículo al tal Gustavo. Se ve que hay algo de él con casco que se hace incompatible con ciertas ansiedades de ella. No hubo forma de desviarla del tema. Es notorio que a la vez le subyugay le repugna: la moto, el casco, el marido, no sé. Estuve haciendo serios esfuerzos por recordar algunos No hubo caso. Es como si se me instalara una sábana entre los ojos y el cere­ bro. La razón de la desmemoria está ahí: en los colores, las fo rmas, la mayor o menor nitidez, los ritmos. La capacidad letal de los aconteci­ mientos. Por ej emplo la bajada del avión. Sé que aterrizamos en Aeroparque porque alguien lo dij o después, no sé cuándo. Pero no puedo, no puedo conseguir esa parte de la película. Salto del pleno vuelo a los camiones celulares que nos transportaron a Villa Devoto. Se me borró el aterriza­ je, se me borró lo que siguió hasta empezar a circular por el incon­ fundible vapor de Buenos Aires. Siento la asfIxia todavía, los chorros que me brotaban de la espalda, siento la deshidratación como si ahora me estuvieran obligandoa tragar una sandía entera. Con esa intensidad. Veo gris y veo verde, tengo pegados el verde y el gris. Pero hay fu ertes huecos irrecuperables. Che, es tarde. Voy a ver si me duermo. Me arden los ojos: se me rompió una patilla de los lentes. Causa, le regalé a David en México el único y buen estuche que tenía. Annie me regaló uno mejor, pero el pe­ ríodo intermedio fu e fatal. Así que corto. Contestá enseguida. El tiempo pasa raudo. Y también veloz. (¿Ya te lo dije?) El ser humano que gana espacio en mis interiores da gruesos saltos en su esfuerzo por ser amistoso. Paciencia: la lucha contra el cáncer, el desplazamiento de la historia respecto de la línea de los deseos, los des­ fIles militares, la sombra que proyecta el edilicio de enfrente sobre tu casa, moderan el espíritu. Chau. Besos a los conocidos o queridos en común. A vos mi amor, como Siempre. Sara.

P.D. Esa foto que me mandaste de tu hija con una gallina en brazos es tan estúpida que me resultó ineludible su inclusión entre las demás, tan lindas todas. Besos. 1-

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Sandro Coben (Estados Unidos/México, 1953­ )

EL MESÍAS DE BROOKLYN

Era e! hombre más sabio. Era el hombre más santo, y nadie lo quiso más que yo, que fui su escriba, su mano derecha. Cuando murió no pude, no quise creerlo. i To dos sabíamos que era el Mesías ! i Todos ! i El Mashíaj ! ¿ Cómo pudo morir - se preguntaban muchos, consternados -, sin lle­ varnos a Jerusalén entre las alas de un ángel? Yo estaba desolado, casi inconsciente, junto a la cama donde el gran maestro había dejado de respirar unos minutos antes. Mis lágrimas se perdían entre las barbas rojas que me llegaban hasta el pecho, y magnifi­ caban las primeras canas que le salían. i Estaba tan orgulloso de ellas ! Vanidad de vanidades ... La barba del rebbe, larguísima -le llegaba casi hasta la cintura-, era de una blancura inmaculada, como las nubes del cielo de nuestro Padre Avinu Malkeinu. Fue un momento de lucidez entre tanto dolor cuando alcancé la tij era que estaba encima del buró junto a la cama -sobre e! cual descansaba su sidur, el libro de rezos que siempre traía consigo aunque se lo sabía de memoria-, y le corté varios dedos de barba. Daba los últimos retoques, cuando escuché ruido, gritos, un gran alboroto fu era de la casa. Los otros discípulos, quienes a mí me habían encargado permanecer solo junto al rebbe porque era su predilecto, habían corrido a avisar a la kehilá. Ya todo el mundo se encontraba reunido en la calle. Con nervios guardé las barbas del rebbe en el bolsi­ llo de mi camisa encima de! talit katán1, e! que apenas ay er había lavado con mis propias manos. Sabía ya entonces que entre sus hilos tejería las barbas del rabino, del maestro, del que nos llevaría al Olam habá, el mundo por venir. Me alisaba la camisa cuando volvieron los demás. Habíamos sido inseparables, y no lo abandonábamos ni de día ni de noche. Ellos seguían sin creerlo. Estaban convencidos de que mediante el fervor de sus rezos el rebbe volvería a la vida para llevarnos a todos a Eretz Yisrael.

Pequeña prenda rectangular de tela delgada con tzitzit en cada esquina. Los tzitzit � flecos hechos de múltiples cordoncitos anudados ritualmente� representan los 613 mandamientos. En medio de la tela hayun agujero por donde pasa la cabeza del hom­ bre que se lo pone (las mujeres no usan ni talit katán ni talit gado\' que es la versión grande empleada para rezar en casa yen la sinagoga por las mañanas). El talit katán se usa debajo de la ropa de calle.

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Entre los cantos de Yejí adonenu morenu verabenu mélej hamashíaj leolam vaed2 que se repetían una y otra vez con desenfreno ascendente, me retiré en silencio sin que nadie advirtiera mi ausencia. En la calle reinaba la locura. La mitad de los jasidim lloraban y gritaban su descon­ suelo, mientras que la otra reía, cantaba y bailaba. El vodka circulaba libremente. Éstos ya sabían que ahora sí volvería el rebbe, resucitado, para alzarnos en vilo sobre una gran nube -como la que protegía a los b'nei yisrael en el desierto durante los 4 O años - , y los otros no se resig­ naban aún a soltar el sueño. Pero lo harían dentro de poco, y con ello habría empezado el cisma. El rebbe no dejó instrucciones sobre qué debíamos hacer cuando muriera. Era como si hubiera tenido la certeza de que fuera a vivir para siempre. ¿ O quería que esto sucediera ...? Es lo que aún me corroe, mi única duda. .. Durante los pocos años transcurridos desde que el Maestro ya no está con nosotros, miles han aceptado trabajos seculares. Algunos, incluso, no guardan Shabat. Todavía otros - ¡ cómo puede permitirlo el Todopoderoso, no lo sé! - han abandonado la fe, decep­ cionados. Ahoraviven en los suburbios, no se cubren la cabeza y comen carne de puerco ... Pero los demás, los hombres de fe, se volvieron aun más fervientes: se estaban preparando espiritualmente para Su llegada. Ya no mandaban a sus hijos a las yeshivot, a las universidades. ¿Para qué estudiar cuando estaba tan cerca el Mesías? ¡ Regocijaos!, cantaban a voz en cuello, ¡Yejí adonenu morenu verabenu ... ! Se abrazaban y lloraban de felicidad. Cuando empezaban así, los escuchaba de lejos, pues solía moverme entre las sombras. Rezaba aquí. Rezaba allá. Me sentaba atrás, justo antes del muro de fibra de vidrio que separaba a los hombres de las mujeres. No hablaba con nadie; no importaba de qué bando fu era. Muchas veces había visto cómo se agredían. ¡Hombres de poca fe !, les increpaban en idish los mesiánicos a los antimesiánicos. ¡Arderéis para siempre en el Guehinom! Y los otros: ¡Locos, meshúguine, parecéis cristianos! ¿ Qué dirán de nosotros las naciones? ¿ Qué diferencia hay entre vosotros y aquellos que le rezan a la Cruz ? ¡ Dejad de blasfemar y volved a la cordura y la fe verdadera! Pero yo sabía que los meshúguine tenían razón. Que era cuestión de tiempo. Locos aquellos que han dejado de creer. Maimónides lo planteó claramente en su Credo, los Trece Principios de la Fe: Vendrá el Ma­ shíaj . Yen seguida escribió: Los muertos resucitarán. ¿Qué duda cabía? Yo estaba preparado. No podía revelar lo que sabía, lo que sentía en mi

2 Que nuestro maestro y rabino, el Rey Mashíaj [Mesías], viva para siempre.

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corazón, sobre mi corazón. Debía callar y ser paciente. Tenía plena con­ ciencia de que sería yo, su preferido, el que le daría la bienvenida y que lo presentaría ante los fieles, y que todos juntos emprenderíamos el vuelo ... Era viernes. Anochecía muy tarde porque era verano. Ese Shabat, caminaba rumbo a la sinagoga de los mesiánicos, la cual no quedaba lejos de la casa donde alquilaba una habitación a una familia que no me molestaba. A veces me invitaban a compartir con ellos su mesa de Shabat. En algunas ocasiones aceptaba, pero ellos no creían que el maestro hubiera sido el Mesías. Decían que él, como otros que vinieron antes, había sido meramente humano; eso sí, muy bueno, un tzadik, un hombre justo, un santo. Cuando decían esto, llevaba yo la mano discre­ tamente hacia el pecho y palpaba el collar que había tejido mezclando fibras de aquel talit katán con las cuatro o cinco pulgadas de barba que le había recortado al maestro la noche que murió. Me había quedado tan bien que esa noche nadie reparó en que la barba del maestro sólo le lle­ gaba a la mitad del pecho. Era mi collar -que me daba tres vueltas al cuello, una por cada columna de las sefirot3, la única reliquia que de él existía en el mundo. El sol desaparecía por entre los rascacielos de Manhattan; es en Brooklyn donde se ofrecen las mejores vistas de la isla. Me detuve un momento para apreciar el espectáculo. El disco solar se veía enorme, rojo, sangrante, justo en medio de las Torres Gemelas y el edificio del Empire State. Espontáneamente recité la berajá que decimos cuando la Naturaleza nos obsequia con uno de sus momentos grandiosos, irrepetiblemente bellos. Estaba conmovido. Fue entonces cuando lo vi. Estaba solo. Vestía harapos y caminaba encorvado. Me pareció que se dirigía a la sinagoga. Me acerqué. Todavía dudaba, pues empezaba a caer la noche. Estuve a unos metros y sentía cómo irradiaba su santidad. Quedé pasmado. Se volvió hacia mí, levantó la cara y me vioa los oj os. Los suyos tenían el mismo azul de siempre, como diamantes. Me di cuenta de que su barba estaba igual que el día en que se la corté, y en ese momento sentí un ardor tan fu erte en el pecho, que pensé que me iba a morir. Todo sucedió rápidamente. Dios sabe que así fu e. Era un muchacho. Quería divertirse. Buscaba dinero. Primero me vio a mí, pero yo tenía las manos y los bolsillos vacíos. Nunca me llevo nada a ningún shul en Shabat porque tendría que dejarlo ahí, pues está prohibido cargar obje­

3 Las Jefirot (plural de de/irá) son canales de energía divina. Según la tradición cabalís­ tica, Dios interactúa con su creación mediante las sefrrot.

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tos en la calle tras la puesta del sol. En la atmósfera de hostilidad que reinaba entre las facciones, nadie confiaba en mí y yo no pedía favores a nadie, Apenas me toleraban porque no me declaraba mesiánico ni antimesiánico, El muchacho me empujó, Todavía no había visto al rebbe, pero instintivamente -aún en el suelo - me volví para decirle que escapara, pero ¡ cómo iba a correr un hombre de 92 años que había sufrido una apoplejía y que, además, acababa de resucitar ! Todavía no me creen, Dicen que yo fui, ¡ Mentira! El rebbe, con una sola mirada lo paralizó ahí mismo donde estaba, donde dej ó de respirar­ Ni siquiera levantó la mano en que cargaba su sidur, ¡A Él qué le importaba qué sucedería después de Shabat ! ¡Ya sería Shabat eterna­ mente para los tzadikim! Lo vi entrar en el shuL Me levanté y, lo mejor que pude, corrí tras él. Nadie lo reconoció, Todo el mundo entonaba fer­ vorosamente Yejí adonenu morenu verabenu mélej hamashíaj leolam vaed, Él, en silencio, escuchaba y veía hacia el Aarón HaKódesh, donde se guarda la Torá, pero nadie lo vio. - ¡Aquí está! ¡Abrid los oj os tal como lo hizo Hagar cuando vio el pozo que siempre había estado ahí! ¡ Ha llegado el Mashíaj , resucitado de entre los muertos ! -de repente todos callaron y me vieron escandali­ zados, como si hubiera pronunciado las palabras más insensatas y no una verdad del tamaño de una catedral -o ¡Abrid los oj os ! ¿No lo veis ? ¡Ha resucitado el rebbe y nos llevará a Jerusalén! ¡El Mashíaj ! Para entonces ya habían llegado varias patrullas a la puerta de la si­ nagoga donde yacía, sin vida, el joven. Dizque estrangulado. Los policías pidieron hablar con el nuevo rebbe. Uno de ellos oficiales traía guantes de hule y en la mano izquierda tenía mi collar, mi reliquia. En qué momento me lo quitaron, ¡no lo sé! Dicen que lo usé para matarlo, pero me canso de explicarles que fue el rebbe, la ira de Dios, que llegó el Mashíaj y que pronto estaremos en el Olam Habá, que los justos por fm han triunfado ... Cuando me metieron a la patrulla que me llevó a la prefectura, aún podía ver al Maestro. Estaba parado entre todos, ahora erguido, más alto que nadie, joven, con una túnica blanca, impecable, largos cabellos rubios, y emitía un esplendor todavía más hermoso que la puesta de sol.

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JO.:lé Gor{)on (México, 1953­ )

DIOS CONTRA DIOS

(FRAGMENTO DE NOVELA)

El día en que me di cuenta de que las palabras se podían ver y tocar como si se tratara de granos de arroz fue en el entierro de mi padre. En el panteón se congregaron parientes y amigos que ofrecían el consuelo de un abrazo y de una mirada esquiva. Que no sepas más de penas. Mi hermano menor y yo entramos a un pequeño cuarto para observar por última vez el cuerpo que desde ese momento se transformaba, en forma definitiva, en una colección de memorias e imágenes. Eso pensaba entonces. Mira qué sereno se ve, me comentó mi hermano. El rostro tenía una textura de papel frágil descolorido donde se asomaba una tenue sonrisa, una leve ironía que conjugaba con su ceja izquierda. Muera se oían so­ llozos apagados. Nunca vimos cómo se cerró el féretro. Pasamos al cuar­ to central, una estructura gris, desnuda, con una cúpula que multiplica­ ba las resonancias dellca{)úh, de la plegaria por los muertos, por los que se van al olám aDá, al mundo del más allá. Las voces de los rabinos se repetían exactas, con la entonación monótona de un milenario ritual de despedida. Los más jóvenes tomaron los extremos de las maderas que sostenían el ataúd, los rostros graves, el peso retumbando en las manos y salieron al jardín por las delgadas avenidas del panteón. El contraste de luz y sombras del sol de las tres de la tarde trazaba tonos azules en los ocres y verdes oscuros de los pinos y en las pequeñas bancas de concreto, des­ canso de los dolientes. En medio del murmullo un gran silencio. Viento leve. Las dos inmensas cuadras del cementerio judío enclavadas en la colonia Observatorio se iban cubriendo cada vez más pronto de lápidas, de inscripciones en letras hebreas y frases en español, trozos de memo­ ria eterna, de fechas, de fotografías incrustadas en las piedras. La parte más viej a tenía tumbas más elaboradas: pequeños templos de roca gris y negra con techos de dos aguas, entre rejas metálicas, estrellas de David y leones de Judea. Espacios de mármol en extensiones matrimoniales y en extensiones infantiles. Breve la vida, el padre entierra al hijo. Nom­ bres de pueblos rusos, polacos, lituanos, checos, alemanes. Casi no hay avenidas para pasar por estas tumbas, una aliado de la otra, una Praga entre árboles oscuros y tiempos que marcan la muerte en México en 1920, 1939, 1947, según donde se fije la mirada.

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En la parte nueva se observa una pequeña franja de espacios verdes que cada día se acorta más. Los mausoleos son menos barrocos. Las huellas de los visitantes son piedrecillas que se dejan al pie de las tum­ bas, frágil memoria que toma cuerpo de roca. El pensamiento se puede tocar. Es una palabra dura, concreta, tiene peso y forma de piedra. La hilera de la procesión desemboca en un semicírculo que se crea en torno a la fo sa. Los afanadores hunden sus palas, se escucha el sonido del metal en el montículo de tierra recién abierta. Ve o las ropas negras, los vestidos sencillos que no quieren llamar la atención del ángel de la muerte, los rostros de familiares y amigos que se congregan como en un cuadro que tendríamos que formar algún día. Entonces vi a Shushani. El mismo abrigo sucio de siempre, el pequeño sombrero sobre la enorme cabeza redonda, un golem de piel amarillenta, los lentes gruesos que nublan la mirada. Shushani nuevamente. La última vez que lo había visto fue años atrás cuando murió mi her­ mano mayor. Tuve que volver de Israel sin asimilar la noticia imposible. Cómo fue si mi hermano recién se había casado. Fui a su boda en México. Estuve sólo un par de días. No quería discutir con mis padres sobre los cambios que había tenido. ¿Para qué explicarles? ¿Cómo me iban a entender? Todavía percibo el sudor en el rostro de mi hermano, veo su camisa empapada, la corbata desajustada mientras giramos con violenta felicidad, en el abrazo de una danza judía con aires rusos y eslavos. La boda. Estampas de Chagall en la memoria. Estoy de regreso en Israel. Soy el hombre de Lot. No pienso mirar atrás. Bien sé lo que pasa. No volveré jamás, pero no fue así. Mi amigo Moisés llegó a buscarme al viejo departamento de Haifa que compartía con dos estudiantes compañeros de la universidad, del Tejnión. Trataron de comunicarse desde México, me informó con una voz que parecía que hablaba a un sordo. Estoy aquí desde hace dos horas. Nadie contestaba el teléfono. Estoy aquí, volvió a repetir. Su cuerpo no sabía cómo decírmelo. Ariel, me dijo con gravedad, tienes que regresar. En verdad lo siento. Tu hermano Saúl murió. Yo estaba sin dormir desde el avión. La densidad de la escena se me confundió con la de un sueño, a pesar de que estaba acostumbrado a descansar tan sólo unas cuantas horas. Me esforzaba por mantener la vigilia, por no perder un segundo de vida, de libros, de experiencias, desde los tiempos de las pláticas con Shushani, desde aquellas veces en que me habló del Gaón de Vilna, el rabino del siglo XVIII que luchaba contra las tinieblas del sueño para seguir estudiando. Para vencer la batalla por el conocimiento a medianoche, cuando las letras hebreas se

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volvían difusas a la luz de una vela y del cansancio, sumergía sus pies desnudos en una tinaja de agua helada. Yo no llegué a esos extremos, pero progresivamente fui durmiendo menos horas. Cada semana trataba de ganarle una hora al sueño. Me concentraba en la lectura, aprendía de memoria las estrategias de aj e­ drez de Capablanca, estudiaba las interpretaciones de las interpreta­ ciones de la Biblia, rezaba por no desviarme del conocimiento pero no podía evitar la irrupción de las imágenes del Cantar de Loó cantare" en medio del silencio nocturno del cuarto de mi adolescencia en las calles de la colonia Escandón. Por la ventana se filtraba la luz de un poste y el sonido de camiones que parecían barcos que cruzaban solitarios la bahía del desvelo. No me quitaba por un segundo la Icipá, el recordatorio de mis deberes con Dios, de la ortodoxia que seguía orgulloso con todos sus rituales, pero la Shulamit de los cantares se asomaba con atuendos antiguos que delineaban el cuerpo sensual de Sofía Loren, la imagen de una película en blanco y negro entremezclada con la Biblia en clasifi­ cación B. Yo velaba mientras mi amor dormía. Entre la lectura de los profetas, buscaba los pasajes eróticos de novelas que leía en inglés y en francés y sentía que la kipá se me ensuciaba. Estudiaba a Freud y a Sartre, aprendía las letras griegas, el alfabeto cirílico, declinaciones lati­ nas. Experimentaba cómo se enrarecía mi percepción. Llevaba mis sen­ tidos a sus límites. De repente escuchaba el murmullo de pensamientos extraños, de voces sordas que vibraban en mi cabeza. Quería ir más allá de mi cuerpo, ver cómo reaccionaba sometido a tensiones extremas. Los ojos se me volvían piel, la garganta era una mirada ronca, las imágenes eran granulares y porosas. En medio del tacto de la madera de la silla, de la sensación dura y fría de la pared, de la luz desnuda del foco, fluye mi conciencia adelgazada, un tejido tenue de identidad, en el borde del sueño y del insomnio. Estoy en Haifa con ese mismo desvelo y escucho a mi amigo Moisés que me dice que mi hermano ha muerto. Entre el amasijo de impresiones un profundo dolor se me hace cuerpo. ¿Qué le pasó a mi hermano? ¿Será un castigo porque dejé de ser religioso? Qué absurdo pensamiento, pero está ahí ¿ Qué me podría decir Shushani? Pierdo de vista a Shushani en el entierro de mi padre. ¿Era Shushani?

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ReginaKalach Atri (México, 1953­ )

V1TROLEROS

Hace muchos años, pero no tantos que no�se puedan recordar los hechos con claridad, vivía en un pequeño pueblo llamado Jalbún, cerca de Damasco, un comerciante en especias: granos, hierbas puestas a dorar al sol, semillas y toda clase de frutas secas y en conserva. El hombre, ya viejo, era un ser metódico y tranquilo que guardaba celosamente su mercancía. Él mismo preparaba lo que debía ser preparado, con la mayor delicadeza. Cada delicia estaba dentro de unos vitraleros transparentes apostados a lo largo de unos estantes como si fueran los guardianes del pequeño establecimiento que se encontraba en la planta baja de la casa del comerciante. Arriba vivía él con su esposa, una mujer entrada en años que sufría de toda clase de achaques y que nunca bajaba a la tienda. El comerciante vigilaba constantemente sus hermosas posesiones. Los vitroleros reflejaban la luz de mil maneras distintas, según la hora del día, la época del año y lo que contenían. Los olores inundaban la pequeña habitación. Los había punzantes como la pimienta, el comino, la alcaravea; frescos como la menta, la albahaca, la hierbabuena; dulces como las nueces, las almendras, los dátiles y las cáscaras de naranja bañadas en miel. La mezcla invitaba a la ensoñación. Con sólo cerrar los ojos y aspirar, uno se encontraba de pronto en parajes encantados oyendo una música extraña e incitante que despertaba los sentidos. Farouk, un joven alegre y deslenguado, trabajaba para el comer­ ciante. Lo ayudaba a atender a los clientes ya mantener el lugar impeca­ ble. El viejo comerciante, sabedor de las debilidades humanas, y por ello desconfiado, nunca le quitaba los oj os de encima. Farouk, por su parte, miraba los vitroleros con una codicia lasciva. Buscaba el momento en que el viejo se distrajera para poder sustraer algunas maravillas que el recinto albergaba. Todo parecía invitarle: los colores, los aromas, el sol de la tarde. Sin embargo, bajo la mirada del comerciante, esto era imposible. El joven regresaba a su casa por la noche con el secreto deseo -que crecía cada vez más - impregnado en la piel, con el recuerdo embria­ gador de lo que durante el día había visto, olido y tocado: la suavidad de los dátiles, el fluir de las mieles donde descansaban las cáscaras de

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naranja, lo arenoso de la pimienta molida. Esto le causaba un pequeño dolor dulce que incidía en el abdomen. Farouk, en sus noches de insomnio, planeaba la manera en que cometería su robo. Se acercaría cuando el comerciante dormitara, justo después de la comida. Sin embargo, el muchacho bien sabía que esto era imposible pues el viejo dormía con un ojo cerrado y uno abierto. y así, un día como cualquiera, quizás un poco más caluroso que otros, el comerciante tuvo que subir a su casa. Su mujer estaba enferma y él temía que con tanto calor, la fiebre subiera. Pidió a Farouk que se hiciera cargo mientras él la atendía. El joven desbordaba de felicidad. Hizo un esfuerzo y se contuvo. Había que disimular, obrar con cautela. En cuanto el comerciante ter minó de subir el último escalón, Farouk dirigió su mirada hacia los vi troleros, objeto de su deseo constante. ¿Qué escoger? Las dulces naran jas con miel, ¡qué delicia! pero la miel deja huellas. Los albaricoques apenas puestos a secar eran muy delicados; los granos ya molidos, ¿dónde los escondería? Tendría que elegir algo que no dejara rastro alguno y que se guardara fácilmente en las bolsas del jelabíe. Nueces; sí. Secas nueces, muchas. Crujientes nueces. Se dispuso a meter la mano dentro del vitrolero y tomó un gran puño. Al querer sacarla, no pudo. Trató varias veces; todo era inútil. El tiempo corría rápidamente, el sudor le bañaba las sienes. ¡ Pobre Farouk! ¿Qué haría ahora? El comerciante no tardaría en bajar y él sería pillado con las manos en la masa. ¡ Qué horror, qué vergüenza! Por más esfuerzos que hacía, el joven no lograba sacar la mano. Gruesas lágrimas resbalaron por sus mejillas. Lloró en silencio. Lloró y se resignó, casi se resignó. El viejo finalmente bajó al establecimiento. Al ver a Farouk se enfureció y lo llenó de maldiciones y amenazas. Ninguno de los dos podía hacer nada. La mano permanecía dentro del vitrolero. Los vecinos acudieron al lugar de los hechos. Todo mundo opinaba. Farouk no lograba sacar su mano y el viejo estaba cada vez más enoja­ do. El asunto llegó a oídos del alcalde, un hombre que se distinguía por su sabiduría y sentido común. Al arribar al lugar de los hechos, Mdber Jalbún, el alcalde de Jalbún, y observar a Farouk lo único que hizo fue pedirle que soltara el puño de nueces y sacara, ya libre, su mano. El joven lo hizo con cierta reticencia ¿cómo soltar aquello que tanto había anhelado? Sabía, sin embargo, que sólo así, el suplicio terminaría. La gente del pueblo lanzó exclamaciones de admiración ante tanta sabiduría. Se hizo un gran silencio. El alcalde, con buen humor, pidió al viejo comerciante que fu ese misericordioso con Farouk. El pobre

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muchacho ya había sufrido bastante. La justicia estaba hecha. Y así fu e. El viej o asintió de mala gana. Por muchos años siguió atendiendo él, personalmente y sin ayuda alguna, a sus clientes. Farouk jamás volvió a acercarse a la tienda. En las tardes calurosas recordardaba - apostados a lo largo de estantes larguísimos - los vi­ troleros completamente vacíos; guardianes celosos de la luz desgaj án­ dose con parsimonia sobre la superficie en miles de reflejos de colores.

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MemoÁn jel (Colombia, 1954­ )

CERCA AL CANAL

A Erich Ha cle! que, mOdtrándome otra Vicna, me hizo comprender eL dentiíJo de La redidlcncla.

-A los judíos primero los encerraban en escuelas como ésta, donde antes habían estudiado sus hijos, y luego, tras un juego de selecciones al azar, los enviaban en grupos a la estación de trenes y de ahí a la muerte en algún campo de concentración -, dij o el hombre delgado mostrando una placa que había en una pared y en la que se decía que ahí, en ese sitio de paredes amarillentas, habían almacenado judíos vieneses. El hombre gordo que lo acompañaba, leyó la placa con atención y antes que miedo o asco o tristeza sintió calor. El día estaba muy bello y el sol picaba con fuerza. Además había caminado un trecho largo. - Pero -, prosiguió el hombre delgado y de pelo largo, -ahí adentro los judíos se morían de hambre. No tenían dinero, eran obreros, pequeños artesanos, empleados. Algunos eran actores y libreros. Claro que alguna gente se arriesgó a traerles comida pero no fu e suficiente. Buba demasiados guardias en las calles y en las puertas - . El centro de Viena es neo barroco y huele a corte, a príncipes aus­ tro húngaros, generales y señoras listas a ser retratadas. Pero lejos de ahí, la ciudad cobra un aspecto diferente, con más historias trágicas y cómicas. Esto lo percibía el hombre gordo, que a medida que escucha­ ba a su compañero de ruta imaginaba a los judíos que entraban en las escuelas con una maleta en la mano, llevando sus abrigos y sombreros, alguna ropa de cama, quizás un par de porcelanas y a los hijos de la mano. Supuso que algunos de esos hijos se resistían a regresar de nuevo a la escuela y, por lo tanto, en el camino los niños escucharon mentiras de sus padres. Y si bien ahora la calle estaba vacía e iluminada por un sol de primavera, la imaginó en esos días de persecución con muchas filas de judíos provenientes de distintos barrios. "Si mi madre hubiera estado por esos días en Viena, habría estado en alguna filay pudo haber llevado la maleta negra que fu e de su padre", pensó el hombre gordo. Y la vio con el pelo negro cogido en cola y bajo un abrigo largo. Pero ni aun así el hombre gordo sintió tristeza ni asco ni miedo. Estaba acalo­ rado y lleno de asombro, como asistiendo a una película en la que él no era más que un espectador con un paquete de palomitas de maíz en la mano.

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- Cerca de aquí se conservan todavía las baterías antiaéreas de los nazis. Son demasiado fuertes para demolerlas y muy fe as para darles otro uso -. El hombre delgado y de pelo largo caminaba rápido, apre­ tando en la mano la agarradera de su maletín fino, con muchos papeles adentro. - Pero quiero mostrarte el Augarten, donde los obreros venían con sus familias. Todavía lo hacen-, dij o el hombre flaco. El pelo le caía sobre la frente y casi sonreía al hablar, como un muchacho que cuenta una aventura. Eso le gustó al hombre gordo que, aunque sentía calor, seguía imaginando qué hubiera sido de su madre si hubiera estado en Viena cuando los judíos salieron de sus casas y fueron almacenados en las escuelas. Las palabras del hombre flacopasa ban frente a sus ojos y se convertían en personas de los años 40 y una de ellas pudo haber sido Marta Malaji, que por los días de la guerra (¿cómo saber cuáles son si todavía estamos en ella?) tenía una cara bonita y el pelo largo y que bien pudo haber estado en alguna de estas calles siguiendo la espalda de otro judío que luego ingresó en la escuela en la que lo registraron en un libro y le asignaron un trozo de salón de clase o un lugar en el patio. Marta, su madre, pudo haber sido catalogada como mercancía con destino a la estación de trenes. La vio señalada, con una estrella amarilla sobre el corazón, un poco asustada, mirando las puertas y ventanas en las que había algún conocido o por donde ella había entrado o se había asoma­ do porque su madre era una mujer de vecinos. También la vio sonrien­ do y jugando con los niños. Y si su madre hubiera estado ahí, el hombre gordo quizás no hubiera nacido y esa historia que imaginaba con base en las palabras que oía del hombre faco no habría sucedido nunca. El hombre gordo miró la calle que iba hasta el fondo. Ya habían atravesa­ do el canal del Danubio y más allá seguro estaba el río. Se imaginó las aguas frías sobre su cuerpo caliente. El hombre flaco y de pelo largo, que seguía aferrado al maletín que llevaba en la mano, hablaba de la resistencia, de archivos de difícil acce­ so, de gente de izquierda, de torturadores, de obreritas sencillas, de gente que antes habitó los edificios de las calles por donde pasaban, pero que ahora ya no estaban allí ni volverían nunca porque los habían desa­ parecido. Y el hombre gordo, sin sentir tristeza ni asco ni miedo, lo seguía jadeando porque el calor le tenía la sangre hirviendoy además lo afectaba el peso y que el hombre flaco caminara rápido y sin parar de hablar. Y esto de que hablara seguido era encantador porque entonces el hombre gordo se asombraba que él estuviera caminando por esas calles sin tener que seguir una fila ni estar marcado, sin hacerse pregun­ tas ni buscar desesperadamente una esperanza. Y quizás por eso, porque estaba al otro lado de lo que había sucedido, el hombre gordo se

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sentía tranquilo, Esto pasó hasta que entraron en el Augarten y allí él se encontró con su madre joven, que estaba sentada en una banca, Llevaba un abrigo largo y sobre el pecho una estrella amarilla mal cortada. "No tuvo para comprar una impresa", se dij o el hombre gordo que, para su sorpresa, también llevaba otro abrigo y otra estrella sobre el corazón. Y que comenzó a pensar qué haría para seguir vivo ahora que no podía ejercer de profesor. A su lado el hombre flaco tomaba notas en un cuaderno de contabilidad. "Unos quedarán, otros se perderán; de algunos quedará memoria, de otros apenas un nombre que no dirá nada", decía. Y anotaba nombres y hechos a una velocidad sorpren­ dente. Cuando agotó el primer cuaderno, sacó otro del maletín, también de contabilidad. Al hombre gordo, que ya no era gordo ni sentía calor, le causó curiosidad que la letra del hombre flaco, a pesar de la velocidad con la que escribía, fu era casi un bordado. Luego el hombre gordo, que ya no era gordo ni sentía calor sino frío, se detuvo y encendió un cigarrillo, Mientras fumaba miró a todos los que estaban en el Augarten. Se veían solos, sin caras, las cabezas cubier­ tas por sombreros grandes y el cuerpo dentro de abrigos enormes. Y en esa noche de abrigos y sombreros oscuros, las estrellas amarillas. Y la madre detrás de él con la maleta negra. -Pero tú no recibes órdenes de nadie -, le dijo el hombre gordo que ya no era gordo. La madre sonrió. - Pero tú no entrarás en esa escuela-, afirmó el hombre. La madre sonrió. -Pero no caerás en la trampa de ir a la estación -. La voz del hombre gordo se agotaba. La madre sonrió. -Nos podremos esconder-o La voz del hombre gordo que ya no era gordo se hizo diminuta, casi una respiración de alguien que sufre de los bronquios. Delante de ellos el hombre flaco de pelo largo seguía anotando en el libro de contabilidad. Lo hacía minuciosa­ mente. Tenía cara de niño. Al finalizar el día, el hombre gordo volvió a ser gordo y el hombre flaco se agarró de nuevo a su maletín. Entraron en el metro subterráneo y allí subieron en la línea l. -Esta es la que usan los pobres de la ciudad-, dij o el hombre flaco, sonriendo. -Gracias -, dijo el hombre gordo. Y no sintió miedo ni asco ni tris­ teza en sus entrañas sino un intenso amor de hermano por el hombre flaco. Y vio de nuevo la imagen de la madre sentada en el banco del Augarten, mirando hacia las defensas antiaéreas. Se había quitado la estrella y allí envejecía viendo correr a los hijos de los obreros de Viena, cerca al canal del Danubio.

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MESA DE JUDÍOS (FRAGMENTOS DE NOVELA)

L

EJe año tampoco plldúnod ir a Je ruda[én , no hubo con qué. Sin embargo, mi padre, un hombre dedicado a la mecánica, se hizo a la idea de que para el año próximo tendríamos el dinero suficiente para salir, pues había tenido un sueño con Eliahu ha navil y el profeta le había guiñado un oj o. y presidiendo la mesa del comedor, acto que lo emocionaba porque le evidenciaba su papel de hombre con familia, comenzó a explicarnos cómo haría para obtener las monedas y los billetes, hablándonos de una máquina maravillosa que estaba inventando con base en la segunda ley de Newton. Una máquina para hacer pan. To dos lo miramos con ojos brillantes y nos vimos atravesando el Mar Roj o al lado del invento, menos mi madre que, en lugar de aportar palabras al sueño, se levantó de la mesa y comenzó a recoger los platos. Le colaboró a la idea de mi padre con una sonrisa y, encogida de hombros, le dij o a mi hermana Marta que la ayudara con los vasos y los pocillos. Ese día, cuando mi padre nos explicaba con detalles cómo fu ncionaría la máquina que nos haría famosos, la noche fue tibia. Por los días de Pésaj,' a mi padre le entraba una especie de fiebrede primavera y por su cabeza pasaban todo tipo de invenciones que él lle­ vaba cuidadosamente al papel y luego nos mostraba dibujadas con lápices de colores. Creo que el mismo Ellas3 (para quien siempre hubo un puesto en nuestra mesa) se asomó para ver los proyectos dibujados, esas máquinas inmensas que nos harían ricos en 360 días y que nos per­ mitirían cumplir con la ilusión que habíamos ido conformando año tras año, con palabras y con objetos. Porque pasaba que si no podíamos ir a Jerusalén, como nos habíamos prometido y planeado, Jerusalén llega­ ba hasta nosotros en forma de vasijas y postales, trocitos de piedras antiguas y manos de metal con un ojo abierto en la palma. Ojos que miraban todo, como D­s (claro que D­s no mira sino que siente), eso decían los libros. Objetos que nos enviaban los amigos, algún familiar o que mi madre, escurriendo sus ahorros, compraba en los almacenes de

1 En hebreo, el profeta Elías. 2 Pascua hebrea que, debido a la cuenta que se hace con base en el calendario lunar, cae por marzo o abriL 3 Dice la tradición que el profeta Elías llegará en Pésaj. Por esto siempre hay un lugar para él en cada casa judía.

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importados para regalárselos a papá. Incluso llegó a bordar varias telas con detalles de la tierra prometida, que mi padre miró y lloró. Era un emocional mi padre y sabíamos que él, en soledad, se traía todos esos objetos a su taller y allí hablaba con ellos en un hebreo macarrónico que acreditaba hasta palabras en catalán, imaginando caminos en el desier­ to, oasis verdes y azules, piedras que cubrían tumbas de líderes y profe­ tas, casas inmensas y blancas con jardines de flores rojas. Mirando cada detalle de los objetos que había puesto a su alrededor, llegó a beber té con los samaritanos y café con los árabes de Cisjordania. y a conversar con Iosef Caro sobre las leyes del Shuljan Aruj4, alaj ot que apenas si se cumplían en casa. Para muchos vecinos éramos unos herejes.

EL 14 de junio de 1954, aparecióel tío Ja ún, al que la familia hacía en el país de Israel o en cualquier aldea turca o siria o en alguna cueva del desier­ to. Incluso se llegó a decir que mi tío se había vuelto beduino por seguir a una de esas mujeres de piel oscura y ojos verdes, seguro imantado por ella al haberle bebido el té y oído el ruido de las pulseras y las aj orcas que llevan en las piernas, eso se dij o escupiendo contra las palmas de las manos. Era un apasionado, Jaim, desmesurado y envuelto siempre en una tormenta. Iba y venía, perdían las pistas de él yen casa de mi madre, mi abuela y las hermanas le inventaban los espacios y caminos por donde podría estar caminando o volando. Pero lo cierto es que nunca se supo por dónde había ido y la única evidencia de los países visitados por él eran sus palabras, lo que contaba y ambientaba con sonidos y dibuja­ ba en el aire con las manos. Nunca vimos su pasaporte, así que tuvimos que ceñirnos a sus historias, a sus gestos, a sus cantos y a sus risas. Porque nos cantaba y esos cantos nos hablaban de elefantes más grandes que la casa y de murciélagos del tamaño de un avión de dos motores, de hombres con la cara sembrada de oj os y árabes que tenían barbas que iban de un oasis a otro. Mi madre, oyéndolo hablar, parecía volar por un cielo de colores y bajo una sombrilla de papel. Nosotros, incluidos mi padre y la mujer del servicio, también quedábamos atrapa­ dos en las palabras cantadas de mi tío. Era un encantador de serpientes y de piratas. Jaim llegó a casa en la tarde del 14, llevando consigo una maleta de pana y tres paquetes con botones de hueso. Y una sonrisa grande deba­ jo del bigote turco que tenía ya las puntas amarillas de tanto hundirlo en

4 Tosef caro, judío sefardí, escribió el Shulján Aruj (la mesa servida), serie de leyes sobre la vida judía.

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sopas calientes. Pero mi madre no le creyó a esa cara de mi tío y le adi vinó la enfermedad que le pudría las venas y los pulmones. Después, debido a que nos separaron de él y nos prohibieron que lo visitáramos, supimos que tenía tisis y se estaba muriendo. Y que había llegado hasta mi madre, su hermana preferida y cómplice, para que le asistiera la muerte y las fiebres de la agonía. Y para que le heredara dos platos de cobre, una camisa francesa y un reloj de oro de leontina que traía en la maleta. La ropa, después de que él muriera, debía quemarse. Desde la ventana que daba a la habitación donde estaba mi tío, un cuarto pequeño que lindaba con el lavadero y el patio de atrás de la casa, todos nosotros amontonados alcomo para una foto de familia, lo veíamos morir de lejos. Mi padre había hecho pintar esa habitación con cal blanca y mi madre compró ropa de cama para su hermano, que ardía en fiebre debajo de una cobija iraní que había traído y que fue lo único que no regaló del equipaje que trajo. El doctor Schmulson dij o que le dieran al enfermo té caliente y pastas. No más, que todo tratamiento sería en vano porque el mal que tenía ya estaba bien metido en la sangre y le engorda­ ba como un río de invierno. Y que iba a morir en cosa de dos semanas. Pero mi tío no murió y, en lugar de quedar flaco y amarillo (como quedan los que se salvan de la tisis), quedó como había sido siempre, un tipo medio flaco y de sombrero ladeado. Mi hermana Victoria, que leía nove­ las orientales, nos dijo que mi tío era un gato de Samarcanda, que tienen vidas imposibles de contar. Y se frotó la nariz con un aj o para que no le entrara el mal de oj o. Ella habitaba el Talmud sin haberlo leído, decía el señor Súdit, un hombre que hablaba varias lenguas al mismo tiempo y al que se debía poner mucha atención para lograr entenderlo, que del caste­ llano pasaba al ruso y de ahí al idisch5 y luego resaltaba algo en inglés o en arameo o en hebreo, moviendo un dedo seco y puntudo. Como decía, mi tío Jaim no se dejó besar por el ángel de la muerte. Y su cara tomó los colores de uno que acaba de ganar a las cartas.

PMÓ en eL Ko L NúJréde ede aFio, rito aL que mi padre no fa ltaba. Era lo único que respetaba íntegro, el resto de las fiestas las cumplía a medias (excepto Pésaj, donde hacíamos los votos de ir a Jerusalén) o se olvidaba de ellas

5 ldish, lengua de los judíos centroeuropeos que se escribe con caracteres hebreos. Como es una transcripción fonética, algunos recurren a la forma Yiddish, como sucede en alemán, fr ancés e inglés. En castellano sería idisch, que es el sonido más aproxima­ do. Con esta palabra, nuestros diccionarios cometen un error. 6 Kol Nidré, todos los votos, oración y ritual de la víspera de Yom Kipur (día del Perdón).

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por estar metido en sus diseños mecánicos. Mi madre era escéptica y asistía a la sinagoga si mi padre iba. Lo mismo nosotros, que dependíamos de ellos o del señor Súdit, que como creyente se preocu­

paba de que supiéramos qué sucedía en cada fiesta, llevándonos muchas veces con él. Había que ver ese desfile, los seis niños mayores siguién­

dolo detrás y él dándonos órdenes en esa lengua múltiple que apenas si entendíamos. Ya en la sinagoga, Súdit nos alineaba frente a él, se ponía el talit y comenzaba a rezar moviéndose de atrás hacia delante, dán­

donos un coscorrón en la cabeza si hablábamos más fu erte de lo permi­

tido o si nos daba por pelear o movernos como locos. Y el rabino mirán­

donos por encima de los anteojos, las cejas enormes (como dos salchichas quemadas) que les daban un aire de cuervo a sus ojos negros y profundos. Nos miraba con dureza, callándonos con la mirada. Y los viejos judíos que estaban cerca, haciendo lo mismo y preguntándonos en susurros dónde estaban nuestros padres. Súdit y los hijos del hereje, así nos conocían en la sinagoga. En el Kol Nidré de ese año, donde mi padre entraba en contacto con la divinidad para que lo inscribiera en el libro de la vida, Barcas se arrimó a él y le mostró unas cartas. Sonreía el hombre. - Vienen de Francia y se interesan en la máquina, debemos enviarle los planos -. Ese "debemos" le pareció simpático a mi padre y le sonó como si Barcas ya se hubiera hecho socio suyo . Pero levantó una mano y le indicó que luego vería las cartas, que en ese momento estaba sellando el pacto con D­s y nada era más importante, ni siquiera los franceses o los ingleses.

Barcas se encogió como un pepino en almíbar. Mi padre infundía respeto cuando estaba en Kol Nidré, oración que leía lento y colocando en ese silencio muy bien cada palabra, labrándola en el corazón: era un rey en esa oración y ni siquiera el rabino, al verlo, se atrevía a pensar que era un herej e o un arrepentido. No, era un judío pactando con el Señor del universo para que le diera vida durante ese año para su fami­

lia y sus inventos. Y, como resultante, ya vendría la partida a Jerusalén, que tenía prevista para los días iniciales de la primavera, después de las primeras lluvias. Siempre creyó mi padre que D­s daba las herramien­

tas y uno hacía el milagro, por eso se burló de los que intentaban sobornar a la divinidad con velas encendidas o rezos largos. D­s estaba

en nosotros y sabía qué estaba pasando. Además Él sólo daba vida, el resto corría por nuestra cuenta. Eso lo decía y el señor Súdit levantaba una ceja pero no soltaba palabra. ¿ Qué palabra podía soltarle a un hom bre que fu ncionaba con base en mecanismos, que miraba al cielo y lo veía fu ncionando como un enorme engranaje por donde se podía cami nar si se contaba con las tuercas y tornillos precisos, con la herramienta

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adecuada y con una idea clara? Mi padre se enriquecía en O­s en el Kol Nidré, por esto fulminó con los oj os a Barcas y a sus cartas, por eso los franceses y los ingleses se volvieron puré, que en ese momento lo impor­ tante era la vida y lo que en ella se daría. Cuando mi padre rezaba en Kol Nidré, iba por el error a la verdad y entonces flotaba en sus fallas y las lavaba para ver qué había pasado y dónde había estado la ceguera. y las letras del libro de rezos se le convertían en números y palabras dis tintas, en un juego de inteligencia que lo hacía sentir en paz con ese mecanismo inmenso que era el universo y que se podía leer si había paciencia para que llegara el entendimiento. Un hij o de Maimónides y de Spinoza mi padre, eso lo entendía el rabino y dejaba de mirarlo. También Súdit, que se metía en lo suyo y pedía por él. Al día siguiente, ya en pleno Yom Kipur, mi padre no se vería por ninguna parte. Sabíamos que caminaba por la ciudad, que miraba el vuelo de los pájaros y las hojas de los árboles mientras rediseñaba calles y edificios, puentes y caras y que al finalse sentaba en un parque y leía un libro de matemáticas o alguna novela corta. Y lejos de todos, para evitar el escándalo.

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SIMana Gertopan (Paraguay, 1955­ )

BARRIO PALESTINA (FRAGMENTO DE NOVELA)

-Sí, Móishele -aceptó contento -, me parece muy bien que elijas salir conmigo, yo soy el que más conoce estas calles, en todo barrio Palestina. -Entonces -insistí-o ¿Cuándo podernos salir? -Mira, Móishele -respondió -, dentro de una hora, Guitte me va a mandar al mercado. ¿No quieres acompañarme? - Sí, Schloime, gracias, voy, aviso a mi madre, me cambio y salgo a buscarlo. Quedé entusiasmado con la invitación que acababa de recibir. Pedí permiso a mi madre y también insistí para que Féiguele fu era de paseo conmigo, pero ella rechazó inmediatamente el ofrecimiento poniendo de excusa la palidez de mi hermano y su reciente ataque de tos. Féiguele tampoco manifestaba su deseo de salir de la pieza, ni de jugar con otros niños, él simplemente se conformaba con las decisiones que tomaba mi madre sobre éL nunca discutía y aceptaba las enfermedades inventando sus síntomas. Entonces invité a Rójele y los tres salirnos a la calle. Me sentía emo­ cionado, por primera vez caminaría por las calles de la ciudad y vería a otras personas. Era corno si me dieran de pronto la libertad después de estar largo tiempo preso. Caminaba al iado de Schloime, no me separa­ ba de él un solo paso, temía perderme, parecía un niño indefenso detrás de su padre. Fue divertido, sobre todo porque Schloime saludaba a todos los veci­ nos, y se detenía a intercambiar unas palabras o un comentario con todos ellos. Era sorprendente la cantidad de personas que lo conocían, y lo más sorprendente fu e que con todos hablaba yiddish. - Dígame , Schloime - dij e -. ¿Estas personas son también judías ? - ¡ Claro, Móishele! Tú qué crees. Entonces, si no lo son, ¿cómo van a hablar yiddish ? -Yo pensé que sólo los que vivíamos en la casa éramos judíos ... - ¡No! Y sabes algo más, Móishele, algunas de estas personas lle­ garon mucho antes que nosotros, años atrás, y se ubicaron en este ba­ rrio, por eso se llama barrio Palestina, porque la mayoría de los vecinos somos judíos.

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Schloime me presentó a muchos de los vecinos. Nos alejamos unas cuadras más y finalmente llegamos al mercado. Las calles estaban pobladas de árboles cargados de frutas, decenas de ellas caídas alfom­ braban el suelo. Me era difícil creer que podíamos caminar tranquilos y libres, sin miedo. - ¡Schloime! -dije-o ¿No siente miedo de caminar por las calles? ¿Nos puede suceder algo malo? - ¡No tengas miedo, Móishele! -contestó sonriente -, acá nadie te va a hacer daño, confía en mí, camina tranquilo. Me era muy difícil creer que acá un judío podía caminar sin ser perseguido, ni que no existieran calles prohibidas, donde no podíamos circular, tampoco niños con piedras en las manos para arrojarnos, ni sol­ dados custodiando las calles. Acá un judío era libre. Observaba a mi alrededor, sorprendido por todo lo que veía y era capaz de sentir, me llamaban la atención las personas, los pájaros. Acá las murallas de las casas eran bajas y de ellas brotaban plantas y flores de diversos colores. En un momento me detuve a mirar el cielo, estaba azul, limpio, como los ojos del abuelo. Mi abuelo. ¡ Cuánto lo extrañaba! Me dolía estar lej os de él, sufría por no verlo, siempre lo recordaba y recordaba principalmente aquella tarde en la estación, cuando partíamos para América, y él estaba parado, triste, despidiéndonos. Seguimos caminando algunas cuadras más y llegamos al mercado. Unas cuantas vendedoras se encontraban sentadas frente a sus canastos repletos de verduras y frutas. Schloime se acercó a una de ellas, se salu­ daron con mucha familiaridad, como si fu eran amigos. Así era Schloime, amigo de todos. - Vengan, Móishele y Rójele -nos llamó-, vamos a elegir las ver­ duras más frescas. Rójele y yo nos acercamos para ayudar a Schloime. La vendedora también nos saludó con una sonrisa, poniendo al descubierto unos dientes blancos, que contrastaban con la piel tostada de su rostro. Además, tenía la sonrisa clara y amistosa, y el cabello recogido en una larga trenza. Terminamos de elegir las verduras y de pesarlas. Schloime las puso en una bolsa. - ¡Vamos ! -dijo-, ahora nos espera el puerto, a ver si hay noticias de Europa. - ¿Por qué en el puerto tienen que haber noticias, Schloime? -pre gunté. -Sabes, Móishele -decía, mientras íbamos los tres caminando-, en los barcos llegan las cartas.

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Fueron muchos los lugares que conocí esa mañana, pero lo mejor era que podía caminar libre y sin temores, caminar por barrio Palestina, lle­ gar hasta el mercado, y también hasta el puerto, ya conocía el camino, y estaba seguro que no me perdería. El puerto al que llegamos en busca de cartas, no era el mismo donde nosotros habíamos desembarcado; en aquel otro que estaba muy lejos, Schloime me explicó que atracaban sólo algunos barcos que cargaban mercaderías de la zona, y pocas veces otros, con pasajeros, como en el que nosotros llegamos. Nos dirigimos directo a la oficina. Schloime se acercó a una ventanilla, y preguntó a un hombre si había llegado corres­ pondencia. El hombre también conocía a Schloime y lo llamaba por el nombre, le entregó varios sobres y un par de periódicos. Schloime tomó los papeles, agradeció y nos marchamos. Curioso por saber más detalles sobre la correspondencia, pregunté: - ¿Siempre llegan cartas de Polonia? - Sí - respondió -, pero desde que la situación allá empeoró, no tan seguido. - ¿Puedo enviar cartas yo también? -Sí, pero no es seguro que lleguen -dijo. Sentí ganas de regresar a casa para sentarme y escribir al abuelo, a los tíos, a mis amigos. Le pedí a Schloime que volviéramos, poniendo de excusa que me encontraba cansado. Ni bien llegamos, fui corriendo hasta la pieza en busca de papel y lápiz, no podía perder un minuto más de tiempo, nece­ sitaba sentarme y escribir. Sólo sentía deseos de escribir, nada me motivaba más en ese momen­ to, que correr hacia el patio y sentarme a escribir. Al tío Iósel le conta­ ba detalladamente sobre el lugar, cómo transcurrían mis días acá, las personas que convivían con nosotros, y sobre todo el interés que perdí por la lectura, todo lo que anteriormente me apasionaba ahora se volvió intrascendente. La carta para el abuelo era más corta, pero ni a él ni al tío Iósel les conté sobre mis miedos, ni sobre lo mal que me sentía vien­ do a mi madre tan angustiada. De mi padre escribí sobre su trabajo, pero tampoco conté sobre sus ausencias, ni de nuestros constantes enfrentamientos, supuse que ellos, estando lejos, no lo entenderían. Y preferí callar. Además, en poco tiempo más volveríamos a Varsovia y todos los problemas se disiparían. El deseo del retorno también estaba siempre vivo en mí. Seguí escribiendo. De pronto el cielo se obscureció, dejé los papeles y observé a mi alrededor, la casa parecía desolada, un extraño silencio la envolvía. El tío Jaim estaba sentado frente a su pieza, cosiendo. La tía

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Mindú y las niñas habían salido. Schloime, adormecido, se mecía y mecía en su sillón. Avrom, como de costumbre, agachado sobre su mesa de trabaj o reparaba un reloj . Mi padre se encontraba en la calle, traba­ jando al igual que Itche y Bérele. Me sentía solo, como si no formara parte de todo este extraño entorno. Diferente, especialmente de mis padres. Nada en común me unía a ellos. Cerré los oj os, y soñé que estaba en un teatro donde todos los que habitaban esta casa eran los actores, y yo, un simple espectador, que sentado en una butaca frente al escenario, los observaba actuar. Terminada la obra, me levantaba y me iba. Ellos quedaban allí, parados, estáticos, como figuras sin vida. Un ruido me despertó, retomé la escritura, ya sólo me faltaba des­ pedirme y fIrmar la carta para el abuelo. Escribirle me hacía sentir cer­ cano a él y se borraba momentáneamente el sentido de pérdida del que sufría, pero a pesar de haber terminado la carta, me resistí a fIrmarla, de nuevo era despedirme, poner fIn a algo. Igual, firmé. Recorrí nuevamente la casa, seguía sumida en el mismo silencio. Avrom trabajaba en el reloj, Jaim en la costura, Schloime se mecía, mi madre encerrada, y los demás ausentes. ¿Qué hacía yo allí? ¿Quién era yo lejos de mi país ? Los que habitaban esta casa pretendían vivir como una gran familia, quizás por ello no sufrían como yo, para mí todas estas personas no eran mi familia, esta no era mi casa. La mía quedó allá, abandonada. Doblé las hoj as de carta y las guardé dentro del sobre. Las nubes se habían marchado y el día recobró su esplendor.

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Jacobo Sefamí (México/Estados Unidos, 1957­ )

LOS DOLIENTES (FRAGMENTOS DE NOVELA)

DISQUISICIONES LUCTUOSAS

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Isaac Helfón había comenzado a rezar en voz alta. Dos yernos de la tía Jasibe entraron con sigilo, sin decir palabra. Se pusieron talet y tefJín, diciendo la berajá en voz baja. No recordábamos haberlos visto ayer durante la keriá, pero igual con tanta gente, y calladitos como eran, tal vez habían estado allí. Con ellos dos, el Rabí Mizrahi, Isaac Helfón y nosotros siete, ya había minián. Pero eso no era cosa que nos preocu­ para; por gente no parábamos; empezaron a entrar familiares, amigos y hasta personas desconocidas. De pronto, la casa se había convertido en el midrash de un knis y, por un instante, nosotros nos percibíamos como si fu ésemos visitas. Fule era el único que sabía qué hacer durante los rezos, dónde replicar, en qué momento había que levantarse y en cuál sentarse. Cuando éramos chicos, un día le dij o a mamá que estaba cansado del Colegio del Río y que quería ir a la yeshivá. Mamá no supo cómo reaccionar. Por un lado, le encantaba que uno de sus hij os aprendiera bien la religión, pero por otro lado las maestras de Del Río nos adoraban y nos trataban como reyes. lY dide hacejajamito ? Luego fJa a querer Cada Icodher y edO dl que ed una friega . Fule fue a la yeshivá por dos años y, como era de esperarse, nos comenzó a presionar a todos acerca de la religión. Mamá combatía los ataques diciendo que el sábado era el mejor día para vender en La Lagunilla; además, poner un segundo lavabo en la cocina iba a ser muy costoso. La cocina de por sí era bas­ tante pequeña y aunque tuviésemos dinero para comprar otra vajilla, no había lugar donde guardarla. Yeso sin contar las dos vajillas extras para Pésaj. A pesar de que Fule tendría unos doce años, se entercaba y pelea­ ba con mamá, diciéndole que era hora de cambiar y seguir por el camino de Hashem. Mamá le daba de vueltas y le decía ya pronto, FllLe, eL díade La Eja. Todos nos reíamos con esa frase porque traducíamos el día de la Ej a como el día de la Chingada. Abram se burlaba de Fule y le repetía cada noche, cuando estábamos en las camas a punto de dormir, nOd vamOd a hacerjaja mitod eL día de LaEj a, ya pronto, eL día de La Ej a. Fule quería agarrar a golpes a Abram, pero todavía era muy chico para enfrentarlo, así es que se tenía que aguantar. Otras veces, mamá sustituía el día de la Ej a por el día del caldo. Lo decía casi gritando cuando Fule la sacaba de

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quicio. Muchos años después nos enteramos que Ej a de verdad existía. Estábamos en la casa de la tía Raquel cuando alguien mencionó eL marted ed E¡a, hay que ayunar, ir aL Icnú y no pue(Jen Da/iarde ni radUrarde. Nos quedamos perplejos. ¿Y qué ed lo que de conmemora en Ej a?, preguntó uno de nosotros. Il1uchad calamwa(Jed, y dODre to(Jo la (Jedtruccwn (JeL Templo y eL comienzo (Je la (Jiádpora. Ed como di to(Jad edtuviéral7wd (Je luto; lagent e de dlenta en eL púo en eL Icnú y de apagan lad luced; ed un (Jía muy dolemne y aciago. EL Luto comienza eL 17 (Je Ta muz y termina el (Jía (Je E¡a, el9 (Je Av. En ede perio(Jo no de (JeDe cortar eL pelo, radUraNe, ir a jl edtad, comprar ropa /Ut.eva u otrod oDje tod (Je valor o (Je Lujo; tampoco pue(Je haDer DO(Jad. ¡El (Jía (Je la Ej á exúte!, le decíamos a mamá reclamando. ¡Claro !, (JecíaeL/ a, yo nunca led (Jije qlt.eno, dlempre edtuve tenta(Ja a hacerle CadO a Pule y ca(Ja E¡a me remor(J[a la conciencia. Aunque nunca habíamos estado en el knis el día de Ej a, nos dimos cuenta que ese día al fin había llegado para nosotros. La amargura de los siglos subía de golpe y nos hacía pensar que el Templo acababa de ser destrui­ do. Estábamos todos rezando como jajamitos, haciendo teshuvá, repi­ tiendo a cada rato el kadish y reafirmando la gloria de Dios. Todos, excepto Abram y Saqui, habíamos decidido ay unar, aunque ese ay uno no era uno de los más importantes del año. Va mod a deguir el luto aL pie(Je la letra. ¡Que eL alma (Je papá de eleve a lOd ClelOd, que de dlenta orgullodo (Je /Wdotrod y que Diod le permita entrar al paraÍ:Jo!, nos decía Fule convencido que ése era nuestro deber. Jaime estaba picado por el orgullo y estaba empecinado en demostrar que nosotros sabíamos muy bien cómo llevar las costumbres. Ya para el segundo o tercer kadish de la mañana, íbamos parejitos, sin perder ni una palabra y con unas voces tan altas que nadie nos hacía sombra. Los primos Hanono estaban impresionados que de la noche a la mañana domináramos las oraciones a la perfección. Por in­ fluencia de Fule, habíamos abandonado los libritos azules; leíamos directamente del hebreo porque estaba muy claro que la transliteración estaba plagada de erratas. &0 nunca pada con un LiDI'O en heDreo porqlte lo,} raDinod lo revúan mi/ed (Je vece,} anted (Je que de imprima; di dale un error lo tienen que voLver a hacer to(Jo, nos decía Fule. Nuestro hebreo volvía con nitidez; nos dábamos cuenta que las lecciones del jajam Saal habían valido la pena. Ningún jalebi se podía burlar de nosotros; cada vez que nos toca­ ba decir el kadish, abríamos las bocas y lanzábamos las palabras llenas de amargura. Algunos de los primos se volteaban y nos miraban de reojo porque seguramente el mal aliento de muchos de nosotros salía fulmi­ nante hacia sus narices.

2

En el bet hajaím parecía día de fiesta, pese a que los gestos señalaban el dolor que sentían las personas al recordar a sus seres queridos. En el

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espacio inmediato de la entrada habían dispuesto unas mesas largas con comida, como si se tratara de una seudá del knis, aunque había pocas si­

llas para sentarse y la gente picaba de los platos, parada. Helfón circu­

laba entre la gente y decía, La comida ed para que digan LM cuatro berajot, por fa vO/: Nosotros velamos e imitábamos a los demás. Mientras hablábamos comenzaron a llegar tres camiones; entre el nuevo tumulto de gente que entró al panteón estaba Salomón Behar y su amigo, Elías Cababie. Salomón nos dio un abrazo muy efusivo a todos. Primod, LOd acompaHo a La tumba de mi tío Simón. Y Luego Led voy a pedir eL gran fa llorde que me acom­ paHen a La tumba de mi papá y de mi hermano mayor para decir Icadúh. Beni le preguntó si su hermano Jaime iba a venir. No Lo dé, de repente Ille/U, de repente no; ed impredecible. Mi mamá ya no vieneporque edtá delicada de daLud. Cababie nos pidió, por su parte, que lo acompañáramos a decir kadish a la tumba de su mamá. El pasillo central del bet hajaím estaba tan concurrido que teníamos que caminar muy despacio e interrumpir nuestra marcha a cada momento. Se oía el kadish a diestra y siniestra. Todos los jajamim de la comunidad iban de un pequeño grupo familiar a otro, recibiendo luego un donativo por decir algunos salmos. Jaime nos comentó, ahora dí hacen dU agodto; ed como Ilenderjug ueted eL día de LOd Reyed Magod. To dod quieren que Led recen a dUd muertod y, de pilón, Led tienen que dar dU Lana. Cuando llegamos adonde el panteón se expandía hacia los costados, notamos que había dos sitios llenos de piedras blancas. Fule nos explicó, agarren piedrad, LM vamOd a neceditar para poner en Lad tumbad. Nos quedamos esperando a que el jajam Rayek se desocupara. Jaime no tuvo ni que explicarle nada. El jajam se unió a nuestro grupo, aunque lo interrumpían a cada paso para que fu era a rezar a otras de las tumbas; él les contestaba con parsimo­

nia, ahorita que termine con La fa milia GaLante, con mucho gUdto LOd acompat'io, denme cinco minutod. La tumba de papá estaba en la última fIla. Notamos que no quedaba mucho espacio en el resto del terreno baldío del panteón. David calculó con preocupación, yo creo que en 1lI1Od dietea/ZOd eL bet hajaím va a edtar LLeno. ¿Y Luego, qué vamOd a hacer? Para nuestra sorpresa, Jaime tenía una respuesta preparada, /10 te preocuped; ya compraron eL terreno de atrád y parece que eL de dOd Loted aL Lado . Salomón Behar comentó, ¿udteded daMan que Lafun­

dación "oficiaL"de La comunidad judía de Méx ico de debe a La muerte? Mamá lo miró con curiosidad. Sí, Ha, La comunidad era muy pequeHa y ya rezaban en Cadad, cuiíJaban lcodhe/;con dhojet y rabinod, y todo Lo demáJ, pero no haMa ningu­ na adociacwnque LOd reuniera a tOdOd. Entonced, de murió una de/lora y de ¡'¡erOn en La dificuLtadde que no tenían un cementerio donde hacer eL entierro, de acuerdo

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a Lad cOdtllmbm:l. Fue adí como Mo nte Sinai en 1912: para júntarjondod que dirvieran para comprar un terreno (éd te que edtamod puando, tía) . La tumba de papá era la tercera desde la esquina. Nos llamó la aten­ ción que hubiera otra aún más reciente. Esa filaera la única de todo el bet hajaírn de no contar con las piedras de mármoL de un metro de alto, inscritas a bajo relieve, con la estrella de David, el nombre del difunto, las fe chas de nacimiento y muerte (según los calendarios laico y judío), y un pensamiento en español y en hebreo. Sobre la tierra donde estaba enterrado papá, había una placa. Con tan sólo ver las letras de su nom­ bre, se nos vino de nuevo la tristeza de golpe, y empezamos a llorar, otra vez, a los gritos. El jajam guardó silencio esperando a que nos calmáramos. Mamá ya no gesticulaba como al principio, sino que mira­ ba la tierra y masticaba algunas palabras para adentro, mientras dejaba que corrieran las lágrimas en sus mejillas, sin secárselas. Cuando se hizo un poco de silencio, el jajam sacó de una pequeña maleta cuatro libros de salmos y nos los repartió para que los compartiéramos. Antes de comenzar a leer, confirmó el nombre de papá con nosotros: Shimón ben Raje l ¿verdad? Al escucharlo, todos levantamos los talones para indicar que su alma se elevaba al cielo. Saqui dijo que quería ir a la tumba de Raquel. Mamá asintió de inmediato, eLla edtá en La dección de LOd núIOd, en eL otro extremo oeL panteón. Mientras caminábamos, notamos que cuatro señores que estaban senta­ dos en una de las bancas de los pasillos traían una botella de tequila. Uno de ellos conocía a Jaime, ¿quépadó? , ven, ¿glúftad ?, aquí traemOd un poco de tequiLita para aLigerar Lapena ... Nos quedamos extrañados que se les apeteciera tomar tan temprano. A uno de ellos se le notaba que estaba borracho. Jaime rechazó la invitación extendiendo la mano para agradecerles el gesto. Abram intervino, yo no LOd r'oy a dedairar. Le sirvieron en un vasito de plástico y se lo tomó todo de un jalón. David pensó que seguramente eso era jaram, pero los rabinos pasaban sin decirles nada ni regañarlos. La tumba de Raquel era pequeñita; tenía una piedra de mármol que mamá mandó poner hacía unos cuatro años. Saqui se puso a abrazar la piedra como si se tratara de nuestra hermana en carne y hueso. Luego, pidió que dij éramos el kadish, pero Fule se opuso, no, no de puede; LOd niñod no neceditan que lUlO Lu ayude a eLer'arde a cieLo; eLLod de van directo aL cieLo. ¿ Tú creed que eLla, con toda dU inocencia, haya dúJO capaz de pecar? Fue un angeLito, nada mád. Saqui no quiso insistir. To dos dejamos una piedra sobre la tumba. El primo Salomón Behar estaba ansioso por ir a la tumba de su papá. S4 ahorita Val7lOd, Salo,le respondió Jaime. ¿Adónde edtá? Nos señaló que estaba hacia la mitad, donde el panteón se hacía más ancho. Dado que

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la sección de niños estaba ubicada detrás de la de las mujeres, al fondo del extremo izquierdo del bet hajaím, tuvimos que caminar en dirección contraria a la mayoría de la gente. David se encontró con un antiguo compañero de la Monte Sinai que se veía muy afligido. Porjavol; David, lúfteíJed don un montón y compLetamod eL múúánj no dean maLitod, acompálienme a íJecirLe kaíJidh a mi mamáj edtá aquí, en edta jiLa. Musa no lo dudó y se dis­

puso a caminar hacia el interior; los demás los seguimos. y, así, nos era muy difícil avanzar porque a cada rato nos hacían peticiones semejantes. Abram iba identificando a los que traían bebidas e iba de un grupo a otro a tomar tequila, whisky o coñac. También, pasaban muchos de las colectas y nos pedían donativos. Jaime había sabido conservar sufi­

cientes billetes para seguir repartiendo, pero a la mayoría de nosotros se nos había acabado el dinero desde el knis. Terminamos por ir a las tum­

bas de las muj eres primero, pasando por la de la mamá de Elías Cababie, la de mamá de mamá e, incluso, la de su abuelita. Musa también pidió ir a ver la tumba de nuestra abuela paterna. Estábamos perplejos porque por primera vez reconocíamos los sitios donde descansaban los restos de nuestros antepasados. Cuando tocó ir a la tumba del papá del primo, vimos a lo lejos al tío León acompañado de sus hijos. Nos dolía la cabeza de haber dicho tantas veces el kadish, y teníamos que parar a cada rato porque mamá ya no aguantaba y se sentaba en las bancas a descansar. También vimos a los Palombo. De niños, la noticia de que su papá se había tirado desde el tercer piso había conmocionado a toda la comu­

nidad. Siempre que los veíamos, pensábamos que cargaban con la muerte en su expresión trágica, con el pelo en el entrecejo y la propen­

sión a pelear por cualquier futilidad. Nunca supimos qué habría provo­

cado tal suicidio.

3

Papá nos había enseñado que Kipur era lo más sagrado. Seré muy jaramero íJurante eL atIo, pero Kipllr diempre Lo he LLevaíJo aL pie íJe La Letra. Tú daDed que yo no plleíJo vivti· din jllma/�' pued éd e ed eL único íJía que no jumo. AíJemád, di daLgoíJeL knid en aLgún momento, ed dÓfopara tomar un poco íJeaire jredco. El knis de Querétaro nos traía muy gratos recuerdos. Inaugurado en 1953, seguramente fue el más esplendoroso de todos en su época. Mamá nos compraba ropa nueva -calzones, calcetines, camisas, corbatas (que se iban a un cajón del ropero que todos compartíamos) y trajes manda­

dos a hacer en una tienda de La Lagunilla que nos daba descuento espe­

cial por mayoreo -. Nos acordábamos, también, de las ampollas que nos

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infligían los zapatos duros y brillosos. La comunidad había crecido y, aunque el knis era muy grande, para las fiestas tenían un servicio adi­ cional en el Salón Dorado, el lugar donde normalmente se llevaban a cabo las seudás y los banquetes. Como papá había perdido la tienda de La Lagunilla, nosotros pasábamos Rosh Hashaná y Kipur abajo, con los que no podían pagar las tarifas de los asientos de arriba. El ambiente en el Salón Dorado era más tranquilo; había, sí, una veintena de religiosos serios, pero la mayoría de la gente platicaba durante los rezos y aprovechaba para reencontrarse con viejas amistades. Con el paso de los años la gente de la comunidad se fue mudando y se inauguraron nuevas sinagogas en Polanco y, luego, en Tecamachalco. El knis de Querétaro, con toda su majestuosidad, quedó como una hue­ lla del pasado, sólo revivida en las semanas de las fiestas. Fule se había convertido en un arduo defensor de ese knis, exigiéndole a los directivos que remodelaran el inmueble, retapizando las sillas, colocando nuevas alfombras y pintando las paredes, además de limpiar el enorme cande­ labro que colgaba de los altos techos. Después de negociar y negociar, los directivos terminaban por hacer enmiendas menores, con la prome­ sa de dar más dinero en el futuro para preservar el knis en la medida de lo posible. Fule saludaba a medio mundo como si fuera el anfitrión de su casa. El rew oe la noche oe Kipur, oeda papá, ed el mCÍ:J largo oel aiio. E1 la única /loche en que hay que ponerde el taLet. Y a nosotros nos maravillaba ver la transformación de papá; ver que de pronto estaba inmerso en otro mundo, rezando en una lengua que apenas conocía, con fervor y certeza de su identidad. Estábamos, ahora, sentados, repitiendo el Aoonal;

Adona� el rajún beja nún . . . , y la voz de papá hacía eco en nuestros oídos. Volteábamos para tratar de ver si se trataba de alguien que tuviera la voz muy parecida, pero al rato nos convencíamos que sólo era una ilusión acústica. En un momento dado, Saqui concluyó que el sonido venía de los labios de Musa; riéndose, les dijo a los demás, ¡ed MUda ¿ ¡ed MUda !, ig ualito a papá, ¡qué bárbaro ! Pero nosotros pensábamos que Saqui estaba alucinando. Jaime le comentó a Abram, FuLe ed el que de vera

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do cómo fruncía los labios, se tapaba la cara con el talet al decir el shemá o miraba la tevá. Volteó hacia Saqui, mira, ede deñor tiene LOd gedtod idénticod de papá; ¿tú creed que dea generacwnaL? Saqui había estado tan ab sorto que no escuchaba a Musa y tuvo que pedirle que le repitiera la pregunta. Pero, entonces, el señor había volteado y cualquier semejanza con papá se había disipado. El knis estaba lleno y apenas se podía caminar en los pasillos. Cuando tocó la hora de cantar antes de que sacaran el sefer, todas las pláticas cesaron y la repetición hacía que las voces resonaran en los altos techos del knis, como si trataran de salir y brotar en el cielo. Absortos en el cántico, sentíamos que vibrábamos en compañía del resto de la comunidad; luego, el jazán respondía entonando sus partes, prolongan­ do las vocales en diferentes tonos, al estilo de la melodía árabe del sefaradí medieval. De niños nunca habíamos apreciado ese cántico, pero ahora papá vibraba en cada nota, en cada sílaba desprendida de los labios del jazán. Descubríamos que nacía en nosotros la nostalgia por una música que todos, excepto Abram, habíamos ignorado. Cuando colocaron los sefarim en la tevá y nos sentamos, Jaime nos avisó que había comprado la sexta aliá, que es la que se usa para decir el kadish delante del sefer. El shamosh vino a preguntarnos quién iba a subir: Jaime hizo una seña indicando a Saqui, éL vive en EJtadOd Un idad y ya de va mañana, ALfa/; ma 'ale. Saqui quiso que se le diera el honor a alguien más, pero el shamosh ya le estaba pidiendo su nombre en hebreo. Más tarde, mientras ascendía a la tevá, se sintió ángel. Nunca había tenido la opor­ tunidad de subir al sefer en Kipur y pensó que el alma de papá estaría allí delante de él. Si tuvieraJ La oportunidadde voLver a haMar con papá, ¿qué Le diríM?, pero no lograba materializar una respuesta. Agarró los nudos del talet para besar las letras de la Torá que iniciaban la aliá, y después de recitar la beraj á se concentró en cada una de las palabras de la sección que tocaba. Mientras avanzaba en la lectura, se arremolinaban los recuerdos en la mente de Saqui; allí, frente al libro sagrado, pensó en la ocasión que el coche de papá se paró en plena subida de montaña en la carretera vieja de regreso de Acapulco; oyó la voz de mamá diciendo el shemá, y vio la cara angustiada de papá que nos decía, cáLmende, cáLmende; luego, vino el momento en que un ortopedista en una clínica de Houston salía para avisarnos que la intervención en la espalda de mamá había sido exitosa y papá apuraba a Saqui para que le traduj era, diLeque DWd Lo bendiga, que DWd Le dé toda La fe Licidad, en compañía de todod dlld dereJ queri­ dOd, y Saqui notaba el desconcierto del doctor que contestaba de espal­ das, yed, thanle you; luego, venía el recuerdo de papá con una chamarra de Saqui que le quedaba corta, en pleno invierno neoyorkino, temblan­

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do de frío y cojeando por los juanetes en los pies, como J1;Iéxlcono hay dOd; y en ese mismo viaje, papá sentado en una mesa de roble de los años veinte, sosteniendo a Simoncito entre sus piernas y ver emocionado cómo el mohel de Brooklyn era más ortodoxo que el de México y le chu­ paba el miembro al bebé después de la circuncisión; y, al mismo tiempo, Saqui volvía a ser niño y aspiraba la fragancia de áloe de papá que se acababa de afeitar y le agarraba la mano y hacía que le acariciara una tersura que duraba apenas un par de horas; entonces, ver el barro que había crecido en la nuca de papá y recordar que le apodaban eL camay, por tener la piel "tan suavecita"; recordar a papá a las cinco de la madru­ gada de un primero de enero, en Adonis, escuchando música árabe, extasiado, olvidándose del mundo; al finaL revivió la escena en el bet hajaím, mirando con horror el rostro inanimado que acababan de preparar para la tumba. Saqui tenía que volver a Kipur y reaccionar ante el gesto del rabino que apuntaba a la beraj á que tenía que decir para concluir su aliá. Y leía pensando que se había distraído y no había puesto atención en las palabras de la Torá, y ni siquiera había pedido perdón en acto tan solemne. Mientras saludaba a todos los que se ade­ lantaban para darle la mano, volteó hacia arriba, vio a mamá y pudo leer sus labios que le decían, je Licidaded, hi/o, que virad, abaL mie udhrún.

GLOSARIO

AbaL mie Lldhrim. Ar. Que cumplas ciento veinte (años de edad) . ALlá. Heb. Subida. Parte del ritual religioso que consiste en "subir" a leer la Torá. Bera¡a [Plural: Berajot) : Heb. Bendición. Bet Haja ún. Heb. Cementerio. Literalmente, qmere decir "casa de la vida". Hadhem. Heb. Literalmente, "el nombre". Modo de referirse a Dios, sin pronunciar esta palabra.

Jaja m. Hebreo y Ar. Literalmente, sabio; se usa para referirse a alguien que sabe rezar, a veces como sinónimo de rabino.

Jaja m¿to. Neologismo combinando hebreo/ árabe y españoL para indicar que alguien se ha hecho religioso o que se adhiere estrictamente a los mandamientos de la religión.

Ja Leb¿. Ar.Persona originaria o descendiente de Alepo (Jalab, en árabe), Siria.

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Ja ramero. Neologismo combinando árabe (jaram) y español. Pecador.

Jazán. Heb. Cantor que conduce el rezo.

Ka didh.. Heb. Santificación. Oración para santificar y glorificar a Dios. Las personas que están de luto la recitan en los servicios matutino, vespertino y nocturno, durante un año después de la muerte de padre, madre, hij o o hij a.

Ke riá. Heb. Ritual en el que se corta una prenda de ropa, como señal de dolor de los enlutados.

Kipllr. Heb. Día del perdón. El día más sagrado en la liturgia judía.

Kn id.Ar. Sinagoga.

Kosher. Heb. Dieta alimenticia aprobada por los rabinos, según las leyes de la Torá.

MidrMh. Heb. Lugar pequeño de rezo. lJ1inián. Heb. Mínimo requerido de diez hombres para poder llevar a cabo los rezos de forma colectiva.

Mo heL. Heb. Persona encargada de hacer la circuncisión.

Pé,¡aj . Heb. Fiesta en que se conmemora la salida de los judíos de Egipto y la liberación de la esclavitud.

Sefer [Toráj. [Plural: Sefarim] . Heb. El Pentateuco (los primeros cinco libros del Antiguo Testamento) .

SeL'jot. Heb. Rezos antes del amanecer.

Seudá. Heb. Comida que se ofrece después de un servicio religioso.

Shamo,¡h. Heb. Asistente en la sinagoga.

Shemá. Heb. Rezo principal de la liturgia judía. Comienza con Shemá J,¡ raeL Adonai ELoheinll Adonai Eja d: Oye IsraeL el Señor es nuestro Dios, el Señor es uno.

Shojet. Heb. Persona encargada de degollar a los animales según las reglas rabínicas.

Ta Let. Heb. Prenda que se pone sobre los hombros para rezar.

Tefi L!n . Heb. Filacterias que se ponen en la cabeza y antebrazo durante los rezos de la mañana. También modo de referirse al bar mitzvá, ri­ tual que se realiza cuando un joven cumple trece años.

Te ,¡hllJiá. Heb. Arrepentimiento. Término que se usa para indicar el arrepentimiento de los pecados cometidos y la vuelta a la religión.

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Te vá. Beb. Lugar desde donde se conduce el rezo y donde se coloca el Sefer Torá para ser leído. Yedhivá. Beb. Lugar donde se estudia la Torá. Escuela religiosa.

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Bernardo Ajz enberg (Brasil, 1959­ )

FEITlyO DE COPACABANA

Ela disse que Manfred queria a todo custo que se mudasse para a Europa, ele pagaria a passagem de aviao e outros transportes, nao ne­

cessariamente para a Alemanha (aliás, devia evitar a Alemanha), mas para algum país ou regiao bem próxima dali, de modo que ele pudesse visitá la com fr eqüencia, desfrutá la clandestinamente, é claro, pois nao tinha como se separar da mulher, apesar de ter dito a ela, no início, que estava para deixar a esposa, que iria mesmo faze lo, tao apaixonado que se derramava inteiro, tendo usado isso como arma -a mentira deslava­

da - para conquistá la. Disse me que Manfred era de origem judaica (nao sei porque achou relevante me dar essa informat;:ao ali na cama, logo de cara, pois certa­ mente nao sabia das minhas origens; ou intuía?), um homem "muito" afetuoso; sentia se, por isso, cativada, nele presa pelas unhas, mas nao pensava em fazer, agora, o que ele sugerira, ou seja, mudar para a Europa. Seria um passo grande demais, "muito além das minhas per­

nas", dizia ela fu mando um cigarro a meia luz, "muito maior do que aquilo que minhas pernas podem sustentar, acredite". E eu, ali, acredi­

tava; via que as pernas dela eram, na realidade, pernas longas, mais lon­

gas do que as minhas . Manfred, ela contou me, mandara lhe de Munique um lap top, um presente repentino, mesmo incompleto, para ela escrever pensamentos e reflexoes - o que ela adorava fazer, segundo me contava ali na cama, gastando nisso horas e horas a cada dia apesar da fJ ha pequena para cuidar - e talvez para lhe mandar e mails excitantes, insinuantes, inspi­ radamente deliciosos, compensando eletronicamente, ainda que de modo parcial, a ausencia física. Urnahistória estranha, sem dúvida, em especial por vir de urnapros ­

tituta. Mas eu já sabia, em poucos minutos, que Helena nao era urna prostituta qualquer. Estávamos num hotel de quinta categoria em Copacabana, com piso de ceramica encardida, cortinas de plástico e lent;:óis cheios de bolinhas de tanto uso sem lavanderia. Fumava sem parar, ela realmente fumava demais, enquanto eu, suado, bebia sem parar. Mas os gestos e movimentos que essas atividades exigiam de cada um de nós nao obstruíam o contato corporal, muito menos o sexo, ali já tantas vezes repetido -outro fe nomeno estranho a urna prostituta, ao menos no relacionamento com clientes normais, fenomeno que parecia

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indicar que eu nao era, naquela hora, um cliente qualquer, ou entao que Helena possuía um dom teatral extraordinário, muito útil ao exercício de sua profissao -, a ponto de a certa altura faltar nos preservativos (nisso ela se mostrava inflexíveL por isso pedira mais urna caixa a recep9ao pelo interfone) . O mais estranho, além da história em si, era o fato de que Helena, obviamente, ignorava que eu, como o seu germanico Manfred, também tinha origem judaica. Falava sem parar, mas com muita articula9ao; fala­ va bem, exibia conhecimentos invulgares para urna puta, como eram invulgares os seus cabelos ondulados, muito loiros, e seus olhos de um azul quase translúcido, que me tranqüilizara apesar do ambiente inóspi­ to daquele hotel vagabundo. O que Manfred despertara nela? "Voce quer ser amado de verdade?", perguntou me. "Quem nao quer?", indaguei gratuitamente. "Pois vou te mostrar algumas coisi­ nhas", disse, e passou a me ensinar, entao, um "feiti90" -nao urna "sim­ patia", explicou me, que é "coisa de ignorante" -, um feiti90 mesmo, atividade de quem conhece as coisas, dizia Helena na cama, nua, em tom professoraL como se lesse algo de um grimório. Eu olhava em dire9ao aos seios jovens, ao pesc090 delicado, o rosto de urnabeleza exemplar. Queria abra9á la mais urnavez, encostar meus lábios nos lábios dela, queria morde la, estava novamente excitado, quando Helena recitou: "Coloque num pote duas colheres de chá de meL duas gotas de essencia de rosas e um quartzo rosa; fa9a depois um ramalhete de flores da esta9ao e na noite do Equinócio da Primavera, ofere9a o ramalhete a urna bela árvore; ela o recompensará, dizia, com lindas oportunidades romanticas ao longo de toda a primavera". "Conheceu o Manfred numa primavera?", perguntei, jocoso. Helena nao respondeu. Sentou se de pernas cruzadas, expondo sem pudor aquela ilha macia e delicada de pelos úmidos e loiros. Aj oelhei me, avan9ando em sua dire9ao o meu sexo intumescido, convidando a, assim, a repetir aquilo que já tínhamos feito naquele quarto tantas vezes nas últimas duas horas. Ela segurou meu membro com firmeza, ali mesmo, apertando me com a mao direita, os olhos fLX OS nos meus, e disse: "calma, calma, querido, calma ... quero lhe contar mais urna coisa, quero dar mais urna idéia para voce, porque achei voce muito bonito, gostei de voce e quero o teu bem". Soltou me, no que senti um leve desamparo. Passou, entao, a recitar um outro "feiti90", como dizia, este a ser aplicado num 31 de Dezembro ou em urna noite qualquer de Lua Cheia. "Para dar urnavirada no des­ tino, na sorte", explicava. Tinha de sair de casa em jejum e com roupa branca (pelo menos urna das pe9as); comprar imediatamente um anel

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qualquer que me tivesse chamado a atenc;:ao, mesmo barato, simples bijuteria, pouco importa. Voltando para casa, dizia ela, voce p6e o anel numa tac;:a de champanhe, barata ou falsificada, pouco importa também. Em seguida, acende urna vela branca e a deixa acesa o dia inteiro; a meia noite em ponto desse mesmo dia, voce retira o anel da tac;:a e colo­ ca em qualquer dedo da mao direita, bebendo, depois, o champanhe. A partir daí, dizia a receita, mantém esse anel no mesmo dedo, e aí vai ter a sorte do seu lado durante todo o ano. "Prometa que vai fazer isso", disse Helena. "Claro que vou fazer", menti. Manfred, dizia Helena, tinha a mesma abundancia de pelos no corpo, com destaque para a regiao frontaL e o sorriso franco, como o meu. Devia estar na faixa dos meus quarenta anos igualmente, embora os óculos -que eu nao usava - lhe dessem aparencia de mais velho. Tínhamos em comum, também, os cabelos loiros e de fios grossos, com a diferenc;:a, apenas, segundo ela, de que minhas entradas, assim como minha barriga, eram ligeiramente mais pronunciadas. Na virilidade, porém, garantia Helena, eu o superava, e muito, sem nenhuma dúvida (estará falando a verdade?, eu me perguntava) . E assim ela me manteve excitado, rij o, respirando profundamente, apenas com as palavras e com o olhar, envolvido na penumbra pela calma paralisante de urna bruxa sábia. Depois de fazer essas comparac;:6es esdrúxulas entre minhas quali­ dades e a de seu Manfred, Helena me ensinou, ainda, tres "feitic;:os": para ganhar dinheiro, para obter mais protec;:ao, para ter a mesa sempre farta. E até mesmo, ao finaL aquilo que chamou de um "quebra feitic;:o": sugest6es para evitar o mal almejado por aqueles que um dia pudessem ter alimentado ou vierem a alimentar invej a de mim ou o simples desejo de me ver ferido. Soou o interfone. Era o rapaz de camiseta da recepc;:ao, alertando­ nos, com voz sinistra, que as tres horas pelas quais eu tinha pago o quar­ to, com meu velho e providencial cartao de crédito, já se esgotavam. "Precisamos ir embora", disse Helena. "Voce precisa ir embora", enfati­ zou, beijando me a testa e erguendo se, com rapidez, rumo ao banheiro iluminado -dali vinha, na verdad e, a pouca luz que nos dava materia­ lidade. Enquanto me vestia ao lado da cama, ouvindo o som da água do chu­ veiro onde ela se banhava, lembrei de histórias de meu ayo, crianc;:aque, no bairro do Bom Retiro, aprendera a se deliciar com as prostitutas judias vindas da Polonia, um grupo numeroso delas, sempre agredidas e discriminadas, contava meu ayo, dentro da própria comunidade judaica. As "polacas", como ele dizia, deviam ter aquel a mesma feic;:ao de Helena,

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aqueles olhos e aqueles mesmos trejeitos, semelhan�as várias, como as que eu tinha, segundo ela, com o seu Manfred. Mas eu nao fazia idéia -nem me achava no direito de perguntar - se Helena tinha alguma coisa a ver com aquilo (urna avó fugida de Sao Paulo para viver no Rio?). Na manha seguinte, cheguei ao aeroporto esbaforido, molhado de suor, atrasado, cheio de papéis nos bolsos da cal�a. Custei a encontrar o número do e ticket. Se o voo nao estivesse atrasado, certamente teria de ficar no Rio mais algumas horas - o que nao queria, nem podia: urna reuniao de trabalho me aguardava as 11 horas no escritório. Depois de passar pelo raio X, tomar café expresso e folhear distraidamente um jor­ nal deixado na poltrona ao lado, ouvi no alto falante da sala de embar­ que a voz suave de urna mo�a que chamava: "senhor Moisés Appelbaum, sr. Moisés Appelbaum, favor comparecer ao guiche da Varig nesta sala de espera". Demorei a me dar conta de que o nome pronunciado era o meu. Apalpei os bolsos novamente para ver se tudo estava ah, se por acaso nao esquecera a carteira no balcao do café. Rememorei os gestos e a co­ rreria dos últimos minutos buscando algum motivo para aquele chama­ do. Nada de anormal acontecera. Quando já me encaminhava ao guiche, a testa franzida e ainda mais molhada, raciocinei que talvez aquela voz estivesse a servi�o de outra coisa -talvez Helena tivesse preparado alguma surpresa-, hipótese que logo me pareceu absurda. No guiche, urna mo�a decabel os presos, muito bem maquiada, com o uniforme da companhia aérea, entregou me, sorrindo, um documento. "O senhor deixou no baldo do check in, senhor Moisés. Aqui está. Boa viagem". Era minha carteira de identidade. Dormi durante toda a viagem, o que significa um total de quase quarenta minutos -fato relevante, pois, na verdade, eu simplesmente, mesmo estando esgotado, nunca conseguira dormir no aviao . Fato tam­ bém providencial, pois, com isso, pude acompanhar a reuniao no escritório sem dar vexame. No caderno de anota�6es, durante esse encontro, passava os dedos sobre o endere�o eletronico de Helena - sirn, ela era urnapro stituta com direito a e mail - e seu número de celu­ lar, anotados assim que deixamos aquela espelunca de Copacabana para nos separarmos ap ós um demorado beijo na boca. Durante vários dias, hesitei em retomar o contato com ela. Ansiava por urnanova viagem a trabalho para o Rio. Creio que cheguei a discar o número de seu telefone e que ele, aparentemente, estava desligado ou desativado -e nao me recordo de ter deixado nenhuma mensagem. Tampouco tinha certeza de que ela ficara com meu nome completo.

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Aliás, nao me lembrava de te lo revelado -ao contrário, o mais prová­ vel é que, apesar de todo o envolvimento físico e do álcooL tenha evita­ do "abrir demais o jogo". Por isso, esfreguei as maos no rosto inúmeras vezes -cheguei até mesmo a enxaguá lo com água na pia do banheiro­ quando, duas semanas depois, recebi de Helena um e mail no qual ela respondia a uma mensagem minha que, confesso, nao lembrava de haver enviado nem registrado em minha caixa postal. "Querido Moisés", dizia o texto, "fico muito feliz por voce ter me convidado para viver aí em Sao Paulo (quer dizer, em Osasco, como voce disse, pois eu deveria evitar Sao Paulo, nao é?), para termos uma rela<;:ao mais próxima, para voce poder me visitar clandestinamente com freqüencia, como prop6e. Seria muito gostoso, pode acreditar, querido meu, mas isso é impossível para mimo Ou pelo menos é muito, muito difícil, meu querido Moisés. Nao sei, mas, se voce quiser, podemos nos encontrar mais uma vez aqui em Copacabana. Eu adoraria. Quando voce vem ao Rio? Um beijo no lugar mais profundo do seu belo cora<;:ao. Sua Helena".

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PaulaMa rgulu (Argentina, 1959­ )

EL AÑo NUEVO DE LOS ÁRBOLES

Pedro SLodec!c, candidato a La Pre,:!idcla de La Argentina, primer judío que accede a eda pOdtuLación. SLodec!c tienegranded probabifidaded de gana!: Pedro SLodec!c haDLa únpuLdado La Ley de Libre PrOdtitución, oLey de Putad, como Le dedan en La caLLe. Mucha gente quedó dúconforme. De¡nadlada. AL Candidato no Le fa ltaban enemigod. Un med anteJ de Lad eLeccúmed Lo decuedtran y Lo matan. SLodec!c LLega aL cieLo; Lo recibe eL nuevo Director de La Ofic ina de Entradad: Groucho Ma rx. Pedro Lo CO/1fJence de baja r para edcLareeer dU crimen. Sebadtián López GarcLa, compal'íero de fómuda, hombre con mádapetitod per­ donaLeJ que vocación poLítica; Fígaro, Secretario deL Partido, una extra/ia afadla Lo oMiga a expredarde dóLo cantando; Ze Lda, beLLeza inquietante de mar en caLma, amiga de Pedro SLodec!c, duel'ía deL mád predtigwdo prodtíbuLo de La ciudad, y OLiverio Mo reno, Comúario en Jefe de La PoLida Fe dera!, viejo amigo de SLodec!c, nuevo predidente deL CLub de Admiradored de Groucho, don aLgllllOd de LOd perdO­ najed que de combinan en edta trama de l1udterw, padwned y buen humol: Mo reno encabeza La invedtigación; dabe muy bien que no de encuentra Lo que

120 de bUdca. O Lo que no de quiere indaga,: Con dU amigo, eL Padre Brown, ex cura devenido detective, ta mbién vincuLado a SLodec!c, tra!ultan LOd camúlOd necedariod para acLarar LOd hechod, diempre acompal'íadod de Pedro y Gro ucho, magmad ine­ LudiMed. OLiverio}/I/oreno dabe que Lo mád increíbLede LOd miLa,qrod eJ que acontecen.

Groucho protesta al ritmo acelerado del Viento que lo desparrama. Y él, obstinado, se vuelve a juntar. Y el Viento, muerto de risa, vivo de jolgo­ rio, otra vez lo dispersa. Sin embargo esa mañana resultó diferente. La fecha quedará en el calendario de la gloria sempiterna como el día que el arrebato, la pasión y el deseo le ganaron la partida al Viento; el día que la paz dejó de ser eterna porque un estampido hizo temblar los mares y los cielos. La urna sonó como si un trueno hubiese estallado dentro de ella. Y voló en mil pedazos que se hicieron espejos y fu eron chispas que reflejaron luces de colores. El Cielo detuvo su actividad por un instante. Nadie entró, nadie salió. Harpa acalló su arpa; Chico silenció el piano. Los ángeles se detuvieron detrás de las nubes, con cierto disimulo se cubrieron la cara con un ala y observaron por encima de las plumas. El Cielo es silencio. El Viento espera, ansioso, la jugarreta; sabe que al final, gana, siempre. Unas pocas cenizas excéntricas no le harán perder

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el sueño. Las estrellas siguen escondidas. Los ángeles, ocultos detrás de los plumones, son los primeros en descubrir el cambio. Los serafines mayores van presurosos de uno a otro lado del Cielo; intuyen que algo pasó, aunque todavía nadie sabe bien de qué se trata. Poco a poco, el arpa comienza, dulce; el piano acompaña. Entonces, sin más espera ni dilaciones, aparece él: impecable smoking negro, con dos dedos sacude las últimas cenizas que le quedan sobre el hombro, cejas gruesas como bigotes, bigotes de espuma, mirada de fu ego. Se aco­ moda su corbata de moño, se sube los lentes redondos con un dedo, lus­ tra cada zapato en la pantorrilla contraria, se da el último toque con la túnica del ángel que se esconde, expectante, detrás de un enorme macetero de azaleas lilas; aspira una larga pitada de su habano y, prece­ dido por el cortejo bendito, por el sonido de liras y de cítaras, y por toques de trompetas, camina raudo hacia su nuevo puesto: Director de la Oficina de Entradas al Cielo, Groucho Marx. Su primer acto fu e modificar el horario de atención. ¿Qué es eso de venir a molestar tan temprano? ¿Acaso hay alguien muy apurado por subir? ¿Qué se creen? ¿Que la eternidad está dispuesta eternamente? Qu edó establecido el nuevo tiempo eterno: se atenderá de 11 a 13 y de 17 a 20. Sábados, abstenerse. Domingos, veremos. Groucho hizo otros pequeños cambios: exigió en su contrato a Marlenne como exclusiva compañía; puso en el escritorio de recepción una campana para que hicieran sonar los recién llegados. -Marlenne, querida, si yo no estoy aquí cuando llegue la gente, es muy probable que vos tampoco. Tocarán esta campanilla. Ponerlo a Harpo con el arpa sería una vulgaridad. Por eso el bronce, que tanto usan allá abajo para ciertas majestades. Que suene la campana, cálido mensaje de bienvenida a esta Dirección. Y si pueden, que se consigan a alguien que los atienda cuando nosotros ... estemos ocupados. -le regaló su mejor guiñada. Groucho, además, hizo poner un timbre y un cartelito de madera, letras doradas exhibían su famoso "disculpe si no me levanto", viejo epitafio que se le adjudica. También se le atribuye "Hello, 1 must be going", frase que ordenó traducir a siete idiomas, en otro cartel de neón azul que colgó en la puerta, del lado de adentro. Poco a poco, la Oficina de Recepción se fu e amoldando a su carácter. Él tenía la eternidad para adaptarse. Una mañana Groucho andaba por el Cielo con un humor de mil dia­ blos. Soplaba el Viento Norte, eso seguía enloqueciéndolo, viejo trauma de sus tiempos de cenizas.

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-Buenos días -dij o un hombre de estatura pequeña; traía visibles señales de cansancio, por el viaje; se apostó en el mostrador y, sin que­ rer, presionó el timbre. Groucho dio una larga pitada al habano y, con los pies sobre su escritorio, gruñó: - Está cerrado. -¡Pero señor! -protestó el recién llegado-, este cartel dice que se atiende de once a trece ¡y recién son las doce y media! - ¿A quién le va a creer? ¿A sus propios oj os o a mí? El hombre, resignado, bajó la vista, y arrastrando los pies, caminó de regreso hacia su silla en la Sala de Espera. Una mujer muy viejita, hastiada de tanta dilación, preguntó: -Señor, ¿me va a atender? - ¿Señor? ¡ Lo hubiera dicho antes! Oficina Siete. Último Piso. Una joven pelirroja, bajita, redonda, llena de rulos, se acercó al mostrador y, muy enoj ada, protestó: -¡Yo no debería estar acá! ¡Tengo catorce hijos ! Algunos todavía son muy chiquitos. Groucho se puso de pie por primera vez en aquella mañana, se acer­ có al mostrador; apoyó el codo, descansó la cabeza en la palma de su mano izquierda, miró a la joven de abajo arriba como si fuera una ardi­ lla gigante, y consideró la queja con deliberado aire teatral. Pasaron unos instantes hasta que preguntó: - ¿ Cómo llegó a tener tantos chicos? -Amo profundamente a mi marido -dijo la mujer, con sonrisa sa­ tisfecha. -¡A mí también me gusta mucho mi puro, pero de vez en cuando me lo saco de la boca! Oficina cinco, al fo ndo. Un hombre esperaba ansioso su turno. Había escuchado las conver­ saciones de quienes lo precedieron y no estaba dispuesto a tolerar nin­ guna clase de sarcasmo. Bastante había soportado la espera. Necesitaba la ironía a su favor, no en contra. Antes de que Groucho pudiera pro­ nunciar una sílaba, el recién llegado dijo: - Soy Pedro Slodeck, candidato a Presidente de la República Argentina. -¡Vo s sí que sos un genio! Le encajaste los problemas a los vivos, y por morirte a tiempo te van a tratar como héroe. Agradecimientos: Oficina Tres. ¡El que sigue ! - ¡ Un momento ! -protestó Slodeck -, acabo de llegar; alguien me asesinó y abandonó mi cuerpo en algún lado. Necesito saber adónde me dejaron. Y por qué me mataron.

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Pedro Slodeck creyó vislumbrar cierta chispa de curiosidad en la mirada de Groucho. Sin darle tiempo a decir nada, insistió: - Tengo que descubrir quién fu e. Y usted me va a ayudar. -Miamigo, Candidato a Presidente -dijo Groucho, mientras se acodó en el mostrador, y cruzó los pies con un saltito -, no es la políti­ ca la que crea extraños compañeros de cama, sino el matrimonio. -No se burle -por primera vez Pedro dejó ver cierta tristeza-, algo muy sucio está pasando allá abajo; le pido, como especial favor, que me ayude a desenmascarar a los asesinos. Estoy seguro de que se trata de más de uno. En un mes, en mi país habrá elecciones presidenciales, no digo que sin mí no haya quién gobierne con decencia, pero créame, es buena idea fr egar un poco los vientos. - ¿Fregar los Vientos ? ¿Vientos, dijo? ¿ Usted quiere que yo lo ayude a hacer algo en contra del Viento? - Groucho saltó por encima del mostrador, y volvió a acodarse del otro lado, muy cerca de Slodeck. -Allá abajo hay algunos, entre ellos un fanático de usted, a quienes las ideas les están llegando con viento en contra. Un favor del Cielo caería más que bien. -Viento en contra, en contra del Viento -musitó Groucho, codo apoyado en el mostrador, cara en la mano, dedos tamborileando sobre la agenda. Slodeck insistió: - ¿ Viene? ¿ O se queda jugando a la veleta? Groucho dio la vuelta hasta su escritorio; sacó del caJon algunos habanos, los guardó en el bolsillo interno del saco, "para el viaje", dij o mirando a Pedro por encima de los anteojos redondos. Tomó el teléfono y marcó el interno de Marlenne: -Ángel querido, yo cierro; quedáte cerca por si cae, sube -se co rrigió de inmediato, aún no estaba familiarizado con la jerga de su nuevo puesto -, algo importante, cualquier cosa me llamás: te dejo un par de nubes en el primer cajón del archivo y un frasquito con polvo de niebla azul; las espolvoreás y golpeás tres veces como si fu eran platillos, al ter­ cer chorro azul que caiga sabré que sos vos y subo enseguida. Y de paso entretenemos a los de abajo, vas a hacer una buena bulla con la lluvia azul, a lo mejor hasta te nombran virgen. Ángel, ya sos. Te pido, pre­ ciosa, que no me hagas venir por pequeñeces. Hace rato que estoy esperando algo como esto. Me voy con Pedro Slodeck. Cuando vuelvo, te cuento. El Candidato observaba, atento, cada movimiento. Groucho le hizo un gesto de calma; tomó un papel de membrete dorado y escribió algo con su letra despatarrada. Los dos hombres salieron de la oficina;

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Groucho cerró la puerta de vidrio; colgó la nota del picaporte y tomó a Pedro del hombro. Los dos, espíritus aliados, se alejaron por los pasillos del Cielo. Al poco rato, un ángel guía llegó con el nuevo contingente ante la puerta de la Oficina de Entradas. Se sorprendió al leer:

Damad y cabaLlerod �oi.JcuLpen que LOd LLame adíj tooaría no LOd conozco muy

bien � dean lldteoed Biell renúJod. LOd recibiré con pLaco; en aLgún momento oe edte pOdtrero permanente porrenú: SaLuoOd, EL Director

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Luú KraLUZ (Brasil, 1961­ )

PURGAT ÓRIO

Um tio do lado materno de Weiss tinha sido membro da polícia judaica no gueto de Lvov e, mais tarde, Kapo no campo de extermínio de Chelmno. Desta maneira, tinha escapado com vida do genocídio. Pou­ cos meses depois da sua chegada ao Brasil, ao término da guerra, por muito pouco nao foi linchado no p!et:w.Le, no Bom Retiro, quando um grupo de sobreviventes de Lvov o reconheceu. Salvou o urna rádio­ patrulha que passava. Os agressores foram levados a delegacia; o tio de Weiss despachou se, no mesmo dia, para Franca, onde tinha primos, e lá se estabeleceu como comerciante de tecidos, longe dos olhos dos sobreviventes, longe do Bom Retiro. Foi esquecido. Chamava se Nahum Weiss. Vítima e carrasco. Tinha prestado servi90s aos alemaes e poloneses, responsáveis pelo funcionamento do campo de extermínio. Terminada a guerra, os russos o alimentaram e medicaram quando o campo foi libertado. Era o único sobrevivente de seu BLocle, e conseguiu emigrar para o Brasil depois de passar um ano e meio em campos de transito para pessoas deslocadas. Os primos em Franca o aj udaram. Ele nada contava sobre os tempos da guerra; eles nada lhe perguntavam. A tatuagem no bra90 e a expressao no rosto do tio, suas sobrancelhas sempre retesadas e a testa franzida, assustavam quem o encarasse de frente, como se o ódio que o levara a prender, espancar e massacrar tantos dos seus irmaos estivesse, sempre, a ponto de extravasar novamente para atingir, indiscriminadamente, o que apare­ cesse a sua frente. Ao longo da guerra, a paixao assassina se entranhara nele, tornara se urna espécie de segunda natureza. Bater, insultar, humilhar eram paix6es que se permitira por tantos anos que as vezes, nas tardes de calor e de modorra do interior paulista, quando a luz do sol inundava a parte da frente de sua loja e só o zumbido das moscas que perseguiam as feridas nas orelhas dos vira latas estirados a sombra, nas cal9adas, rompia o silencio, ele se levantava do té dio atrás do balcao, aproximava se por trás de um daqueles caes sonolentos e abandonados, chutava lhe o traseiro e fazia o animal voar pelos ares. Um fogo ilumi­ nava os seus olhos, seu rosto tingia se de vermelho enquanto os ganidos cortavam a tarde, espantando os pássaros que repousavam nos galhos. O ex Kapo transportava se, outra vez, para a Polonia de sua juventude. Seus membros envelhecidos se enchiam de calor e de for9a: ele tremia de excita9aO. Era outra vez o Kapo, temido por todo o BLocle, que domi­

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nava e chutava os prisioneiros como fazia agora com os caes. E o que diziam os moradores de Franca, os comerciantes nas lojas vizinhas, os passantes que, com os anos, se habituaram a sua perversidade? Nao diziam nada e o toleravam com o mesmo pouco caso com que toleravam todo o resto. Diziam que era um judeu louco e nao se importavam com os caes. Nao fosse a guerra, porém, Nahum Weiss seria diferente? Já antes da invasao da Polonia ele chutava os cachorros nas cal<;:adas de sua aldeia nataL perto de Lvov? To rnara se membro da polícia judaica do gueto e, mais tarde, Kapo em Chelmno, porque essas ocupa<;:6es lhe diziam respeito, porque nelas podia exercer, com liberdade, o que era parte de sua própria natureza? As tarefas a que era levado a desempe­ nhar lhe proporcionavam, além da sobrevivencia, uma peculiar satis­ fa<;:ao. O Kapo. O carrasco que se aliara aos matadores e com eles parti­ lhava da fúria assassina. Nahum Weiss, que vivia do seu comércio em Franca e era temido pelas prostitutas da cidade pela selvageria com que gostava de tratá las, mas que também terminava rapidamente o seu servi<;:o.O comerciante de tecidos que quase foi linchado no P!et:m!e ', no Bom Retiro. Um homem que se recusava a mudar de hábitos, e cuj o cora<;:ao endurecido, assim, imaginava se imune a passagem do tempo. Suas taras, repetindo se sempre da mesma forma, davam lhe a ilusao de que era possível voltar atrás, de que era possível evitar a velhice, o sofri­ mento, a morte. E ao contrário do que pregam todas as doutrinas sobre a justi<;:a, todas as cren<;:as sobre a retribui<;:ao divina de atos e gestos humanos, ao contrário do que sugerem as religi6es, os negócios de Weiss prospe­ ravam esplendidamente. Os outros comerciantes de Franca o inve­ javam. Dava se o direito de viver além do bem e do maL como os que praticam as religi6es animistas, que nao imp6em as suas a<;:6es nenhum limite senao os próprios desejos e a própria vontade. Nao esperava por retribui<;:ao aos seus atos, mas agarrava com unhas, dentes e o que mais pudesse, tudo o que lhe parecesse necessário. Vivia num sobrado aj ardi­ nado. Aos sábados arrancava folhas e galhos das plantas que, em vao, ali tentavam crescer. Atirava punhados de sal nas les mas que surpreendia e as observava, com concentra<;:ao científica, a retorcer se, a dissolver se. Torrava formigas e outros insetos com uma lente, que concentrava os raios de sol num ponto, quebra va ovos de lagartixas e de passarinhos, em seus ninhos, e praticava outras abomina<;:6es. Nahum Weiss. Vítima e carrasco.

Em ídiche, pracinha

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Naquele ano, pela prime ira vez desde sua fuga para o interior, ele foi a Sao Paulo para passar o ano novo judaico junto de seu sobrinho. Pela honra de ostentar, na sinagoga, ao lado dele, um dos rolos da To rá durante a liturgia, pagou urna quantia elevada. Aquela altura, os sobre­ viventes que o tinham reconhecido pouco depois de sua chegada ao Brasil já estavam todos mortos. No tempo do genocídio, nos seus tem­ pos de membro da polícia judaica, em Lvov, em Chelmno, ele era um jovenzinho e eles eram pais de familia maduros, e agora ele era um velho e eles apodreciam nas sepulturas. Já nao havia mais ninguém na cidade que conhecesse sua história, nem vivia na cidade algum dos comer­ ciantes de Franca que, por décadas a fio, o tinham observado a chutar os caes nas cal<;:ada modorrentas, a torturar os animais em seu jardim. Rico, bem vestido, Weiss ostentava, no centro da sinagoga, um dos rolos com as escrituras sagradas. Metros e metros de pergaminhos enrolados, meticulosamente anotados por escribas que trabalhavam meses a fio, exatamente da mesma forma que os seus ancestrais na ldade Média, mergulhando suas penas de ganso nos tinteiros para desenhar, sobre os pergaminhos, aquelas letras, urna a urna, para formar aquelas mes mas palavras que atravessaram os milenios incólumes aos crimes e aos mor­ ticínios, aos erros que se acumulam sobre as gera<;:oes e as levam a des­ gra<;:a. Quatro anos antes da chegada dos alemaes a Polonia, Weiss cele­ brou sua Bar-J1Ifitzvá, numa fria sinagoga de madeira. E agora via de novo aquele templo, aquele palácio de sentimentos perdidos, habitado por corpos velhos, por corpos envelhecidos no frio, por faces cinzentas e temerosas e barbas grisalhas e dentes amarelados de chá. E o que viam ali? A face de Deus? Do Todo Poderoso que em silencio observara enquanto eles eram presos, espancados, torturados, sufocados pelo gás, torrados nos crematórios?

* * *

Dona Raquel olhava a com desdém, porque sua história lhe chegara aos ouvidos. Dizia se de Dona Esther que tinha feito a vida como cafetina, em Santos, num bordel de polacas. A cozinha de Dona Raquel cheirava mal. Ela era gorda e pregui<;:osa, e nos armários de sua cozinha e na geladeira ora faltava comida, ora a comida apodrecia, atraindo insetos, e todo dia ela vagava pelo apartamento enorme, cujos armários estavam atulhados de roupas empoeiradas, a procura de seus remédios, e o dia todo ela gritava, chamando a empregada pálida, deprimida, que a seguia pelos quartos frios, escuros, como urna sombra, e a ajudava a procurar isto e aquilo, e dizia "sim senhora, sim." Dona Raquel queixava se de

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dores, de cansa<;o, de flatulencia, e entupia se de remédios, que a tor­ navam importante a seus próprios olhos, mas lhe davam mau hálito, a deixavam fr aca, faziam seu corpo exalar um cheiro doentio. Dona Raquel invejava suas amigas porque faziam tratamentos de saúde, ma­ ssagens e fisioterapias mais caras do que as dela, porque padeciam de doen<;as ainda mais intrigantes que as suas, porque freqüentavam con­ sultórios de especialistas ainda mais caros do que os dela e viviam em apartamentos ainda maiores e diziam ter ainda mais do que as 47 bolsas de Dona Raquel, que jaziam pelos cantos dos seus armários, e es con­ diam batons e caixas de pó compacto, dinheiro, jóias, óculos, vidros de perfume esquecidos anos antes. Invejava as porque freqüentavam festas as quais ela nao fo ra convidada e porque as festas as quais era convida­ da lhe pareciam simples demais, pobres demais, apagadas demais com paradas as festas cuja descri<;ao ela ouvia, com o cora<;aoace lerado e os olhos arregalados, em conversas telefónicas que se estendiam tarde adentro e a deixavam tristonha, a faziam sentir se pobre, feia, imprestável, e a levavam a servir se de grandes quantidades de sorvete de chocolate com amendoas, que a deixavam repleta, tonta, cheia de gases esta Dona Raquel, que no almo<;o do segundo dia de ROdh HM haná mandara a sua empregada esquentar "os restos do jantar de ontem", olhava com um al' de desprezo e de superioridade para Dona Esther. Olhava a com desprezo por causa do que dela se falava e, com sorrisos furtivos, nos seus longos telefonemas, nas longas tardes que passava em companhia daquelas mulheres, que ela invejava, Dona Raquel repetia o que se dizia de Dona Esther.E Dona Esther, quando sentia que os olhares se voltavam sobre ela, lembrava se das palavras do salmista: "E ainda que eu caminhe pelo vale das sombras da morte, eis que Deus está comigo e de nada tenho temor. " Pouco antes de ROdh Hadhal1á, Dona Esther dirigiu se ao cemitério de Cubatao, como fazia todos os anos. Depois que terminara de acender as velas atrás dos túmulos, uma garoa fina come<;ou a cair, como uma cortina vaporosa. Todos os anos, enquanto ela dizia as suas preces, olhando para o fogo gigantesco no alto da chaminé da refinaria de petróleo, a mesma garoa acompanhava as suas palavras. Era como o arco Íris que o Criador do Universo colocara no céu ao término do dilúvio uma promessa de que nao mais haveria destinos como aqueles entre as fJ has de Israel? Ou era um sinal de que as suas preces eram ouvidas no Além? Na viagem de volta a Sao Paulo, ela sentia se acom­ panhada de bons espíritos, como se o mesmo maLach' que elevara sua

2 Em hebraico, anjo

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deV09aO até a morada celeste daquelas almas a acompanhasse no traje­ to de volta a sua casa. la observando pela janela do carro aquelas árvores gordas, aquelas plantas lascivas que se agarravam umas as ou­ tras e disputavam os fragmentos de luz que penetravam na floresta espessa. Seu corpo velho e flácido lembrava se das prime iras sensa90es ao aportar no Brasil coisas que nao se pareciam com nada que ela já tivesse imaginado: aquele calor úmido, brutal, que penetrava por todos os poros e amolecia as carnes como um veneno, aqueles cheiros de fru­ tas que, mal tiradas das árvores, apodreciam sob o sol abrasador, o sol que cegava olhos habituados a luz cinza da Europa e os cheiros de fru­ tas maduras que explodiam, tanta a pressao das seivas que fermentavam em seu interior. Chegara exausta a sua casa, em Sao Paulo, como depois de urna viagem muito longa. E como depois de urna viagem muito longa, a casa lhe pareceu estranha. J á nao era mais a mesma casa cuja lembran9a ela levara consigo na viagem. Os comodos e a mobília pareciam diferentes. Mesmo o rosto de Sasha, o marido de sua velhice, parecia mudado. Era como se fosse um outro homem tentando fazer se passar por quem nao era urna réplica quase perfeita, que a perturbava porque nao con­ seguia identificar o que estava errado. Urnapeq uena tor9ao dos lábios? Um peda90 da carne de seu nariz que ela nunca tinha percebido antes? Urnaaltera9ao quase imperceptível no seu timbre de voz? E que cheiro era aquele na sala? A sensa9ao de estranhamento estendeu se sobre os dias que se seguiram a visita. Dona Esther nao encontrava as coisas de que precisa­ va onde tinha certeza que as deixara. Acordava com o ronco do marido a noite. Incomodava se com o cheiro do travesseiro. Era como se a sua alma tivesse ficado ali, em meio as lápides decrépitas e as fotografias em porcelana de suas amigas mortas, cuja memória era devastada pelas toneladas de dejetos químicos que pairavam no ar e pelo esquecimento de todos os que se envergonhavam de por os pés naquele cemitério. Quantas daquelas mulheres tinham criado fJ hos e fJ has, gente que conseguiu estabelecer se fora da profissao? Mas nao voltavam para vi­ sitar as tumbas. Com os corpos de suas maes tinham sepultado ah um passado vergonhoso, do qual desejavam se livrar como de uma doen9a. Médicos, advogados, dentistas, que construíram longe dos bordéis as suas vidas e desejavam cortar os la90s que ainda os atavam aquela infamia, gente que aprendera a olhar com desdém e repugnancia para a origem das próprias vidas. Dona Esther sentia se possuída, como se fosse o último vínculo de todas aquelas mortas com a vida na terra. E depois, havia aquele gosto estranho na garganta, que parecia nao desa­

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parecer nunca - um gosto de coisas gastas, de velhice, de morte. Era o maLach há tnaíJet, o anj o da morte que a rondava com suas asas de seda e seu hálito frio? Na sinagoga, na véspera de ROdh Ha dhaná, rodeada de mulheres de rostos lisos e orgulhosos, que voltavam os olhos para ela como para um dio na rua, Dona Esther sentia nojo. Aquelas faces de mulheres habitua­ das a receberem mimos de todos os tipos, cujas maos nunca tinham sen­ tido a pobreza nem o trabalho, cujas vozes finas, delicadas, anasaladas, faziam tremer empregadas, babás, filhos, davam lhe vontade de cuspir. Viviam rodeadas de escravos maridos que se imaginavam na obrigac,;ao de gastar fortunas para satisfazerem aos seus caprichos, a cidade inteira parecia curvar se a passagem daquelas damas lustrosas, daquelas vagabundas cobertas de ouro a quem todos queriam prestar reverencia. A mistura enjoativa dos seus perfumes e o clamor das suas vozes erguiam se para o céu com forc,;a infinitamente maior do que a do cha­ zan' - Dona Esther tinha vontade de vomitar. Em seu gigantesco apartamento, Dona Raquel vivia urna espécie de vertigem. As compras, a roupa do marido, a comida, a arrumac,;ao dos armários que nunca acontecia - tudo ficava por conta da JchiclcJe, a empregada en curvada, cuj os lábios pronunciavam, do amanhecer ao anoitecer, um só mantra - "sim senhora, sim" - e cujos pés seguiam os passos vacilantes de Dona Raquel, vagando pelo apartamento em seu pegnoir, em busca disto e daquilo, enquanto a sua mente vagava pelo mundo e dirigia se, em seu ócio interminável, para cá e para lá, sem parada. Abraham Diamant, cuja aposentadoria magra sequer bastava para as des pesas da casa, via suas economias minguarem mes a mes. Vira se, sempre, empurrado a viver acima de suas reais possibilidades, movido pela voracidade de Dona Raquel. E assim ele também se tornava, a cada tanto, mais cinzento, mais pálido, mais encurvado, e menos apto a resi­ stir as intermináveis exigencias de sua mulher, cujas pelancas adiposas queriam expandir se sempre, cuj as entranhas nao conheciam a saciedade, cuja boca queria devorar tudo o que agradasse a seus olhos. Ela sonhava com o fausto asiático das damas orientais -das mulheres dos banqueiros sefarditas que rodavam pela cidade em automóveis blindados, seguidas por guarda costas armados -, sonhava com as fes­ tas para milhares de pessoas as quais jamais era convidada, e cujas fotografias apareciam nas páginas sociais das revistas e jornais da comu­ nidade. E enquanto andava pelo apartamento, olhava para a empregada

3 Em hebraico, cantor litúrgico

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feia e pobre, e a odiava. A JchiclcJe. Dona Raquel. Eram como urna criatura de quatro patas e quatro bra<;os, um grande animal pré históri­ co confinado as paredes frias do apartamento em Higienópolis, um mon­ stro que ora se desfazia em duas partes, ora voltava a se fu ndir em sua forma original, su as duas vozes, urna ecoando a outra, esta aguda, volu­ mosa, penetrante, aquela tímida, subjugada. Iam como a bordo de urna carruagem sem cocheiro, em ciclos enfadonhos que as conduzia direta­ mente a fadiga e a exaustao. Mas alguém poderia acusá Ia de algum crime? Dona Raquel sentia se na obriga<;ao de olhar com desdém para Dona Esther, para sempre maculada pelo passado vergonhoso e pela abomina<;ao. E contar para quem pudesse a história daquela mulher fazia a sentir se pertencente a urna casta melhor, a urna categoria supe­ rior do ser. O passado vergonhoso da ex prostituta e cafetina era como um grande monumento, um mausoléu gigantesco e tenebroso que a acompanhava por onde ela fo sse, cujas dimensües criavam, a sua volta, urna penumbra onde se apagavam todos os erros e todas as falhas dos que a Vam. Sob sua sombra, Dona Raquel parecia reencontrar a luz original, a centelha divina que com ela nascera, mas há muito tinha sido esquecida, submersa sob o loda<;al dos seus desej os fe rmentados, dos seus senti­ mentos embaralhados, do seu atordoamento. Dona Raquel trabalhava como voluntária, urna vez por semana, para a organiza<;ao sionista feminina "As Pioneiras". Sua fu n<;ao era arrecadar dinheiro para financiar obras caridosas em IsraeL e com este pretexto telefonou, urna tarde, para a casa de Dona Esther, perguntan­ do se podia visitá Ia. Saiu de lá com 100 dólares na bolsa, mas sua lem­ bran<;ado interior da casa da polaca rendeu lhe muito mais, na forma de assunto para intermináveis conversas e rememora<;ües. Dona Raquel entregava se ao fascínio que exerciam sobre seu espírito aqueles móveis fo rrados de veludo escuro, a saia curta de Dona Esther, que deixava seus joelhos a mostra, os candelabros amassados que contavam histórias de brigas tremendas, nas quais os rufiües os tinham atirado a parede, em meio a santidade do Sha6at, e depois os pisoteado. Enquanto as duas conversavam, naquela tarde que nao lhe saía da lembran<;a, e tomavam 6avarlce4, Dona Raquel descobriu que a velha e sua mae tinham sido praticamente vizinhas na Rua Mila, em Varsóvia. No segundo andar do sobrado em que vivia, num nicho da parede que algum dia tinha sido um armário para roupas de cama, Dona Esther fizera urna espécie de san­ tuário judaico. Ali estavam, nas paredes, fotografias de seu avo materno

4 Em palones, chá com leite

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- "Na casa dele, na sexta feira, as 3 da tarde, as velas do shabat já estavam acesas, de tanto que ele era religioso. Veio para a Argentina em 1932, mas nao gostou. A treifLa nd5 , ele disse, e voltou para a Polonia." E o que mais Dona Esther guardava em seu gabinete de recordasoes? Urna menorá de latao, comprada no Brooklin, Nova York. O livro de salmos que carregava consigo urna vez por ano para o cemitério em Cubatao. E urnabo lsinha com as chaves do portao do cemitério. A porta de seu sobrado, ela despediu se de Dona Raquel com muitos beijos na bochecha, chamando a de querida. Assim como, quando sobre urna nasao paira um julgamento severo, as nuvens desaparecem do céu e a seca engole os frutos da terra e sede e fome se abatem sobre os vivos, assim soprava, sobre o coraS;ao de Dona RaqueL um vento quente, cuja passagem o ressecava, tornando o alheio as palavras que saíam de sua boca. Tornava se como um cacto coberto de espinhos, que guarda em seu interior a abundancia e a dos;ura, e nao as partilha com nenhuma das criaturas a sua volta. E que vento era aquele que soprava? Aquele vento quente que soprava como se viesse do deserto, e fazia encerrar se o coraS;ao de Dona RaqueL era mesmo o vento da ira divina, que os seus ancestrais haviam conhecido, o vento que endurecera os coras;oes dos israelitas e os levara do caminho reto, de Jerusalém, a Babilonia, a todos os tipos de enganos e abominas;oes. Dona Raquel passava seus fins de semana no Guarujá. Esturricava­ se ao sol na praia de Pitangueiras, indiferente a algazarra de milhares de pessoas que se espremiam na estreita faixa de areia entre o mar e a avenida, e as pombas que, aos milhares, ciscavam os restos de bolachas, amendoins, milho, sorvetes e salgadinhos espalhados entre os carpos. Em esquecimento, Dona Raquel expunha ao calor dos raios suas carnes gordas, e o torpor que dominava seu corpo se espalhava até sua alma. Vivia na estranha naS;ao que se estendia das ruas mais pobres do gueto de Varsóvia até os hotéis de luxo e clínicas de emagrecimento e dpad, em cidades e países cuj os nomes esquecia. Eram as fr onteiras do seu univer­ so, entre as quais hesitava, voando ora para um lado, ora para o outro, sem que nada a contivesse.

5 Em ídiche, "um país impuro"

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Iv onne Saeu (México, 1961­ )

TRIPLE CRÓNICA DE UN NOMBRE (FRAGMENTO DE NOVELA)

REBECA

Rebeca despertó justo en el momento en que la camilla cruzaba el umbral. Sintió sobre sus párpados la verde y fría luz de la habitación, a la vez que el resto de sus sentidos se despertaba en agudo dolor. Abrió los oj os por una milésima de segundo. En ese breve parpadeo veía primero dos nubes circulares, idénticas y paralelas como la vista desenfocada de un par de binoculares que no ven nada. Después, a través de la turbia semi elipse veía apenas un poco de paredes blancas verdosas y lejanas a los lados, un techo igualmente blanco y escarapela­ do, como con humedad, rodeando a un par de gruesas líneas lumínicas de donde manaba el verde musgo que daba el aspecto frío y quitaba pureza al blanco total. De ahí también surgía el zumbido. Los gruesos tubos se alineaban exactamente sobre su cuerpo en un paralelismo que ya repetía a la vez que la anulaba del espacio mediante un fulgor que emparejaba todos los matices de blanco en uno solo. Las baldosas per­ cudidas del piso, el yeso de los cuarteados muros y el algodón casi gris de las sábanas blancas se confundían todos entre sí y con la palidez de su propia cara. De nuevo se desvaneció. Bajo el efecto residual de la anestesia esta­

ba instalada en el umbral que separa la vigilia de la pesadilla, donde la realidad y los sueños se confunden, donde unos minutos pueden parecer una semana. Sin saber cuánto tiempo había transcurrido volvió a abrir los oj os. El panorama seguía siendo el mismo. Nada había cambiado. Trataba de enfocar todo a la vez pero no podía. Su mirada seleccionaba la informa­

ción anulando el resto. Al intentar moverse sintió un tirón en una de sus muñecas y reconoció la botella de suero llena de un turbio líquido. Reconoció también los fo cos de luz fluorescente y zumbante. Recordó su estado que ya no era el mismo. Recordó dónde estaba. Otra vez intentó moverse y el almidón de las sábanas le raspó los codas y la espal­

da. No podía incorporarse. El cuarto era frío y ruidoso. Del corredor del hospital llegaba el sonido de un televisor cercano; un cronista parloteaba mientras se escuchaba de fondo el himno nacional. Al grito de ¡Viva México! trató

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de dormir de nuevo pero el temblor no la dejaba relajarse. Sentía el peso de las gruesas cobijas sobre su cuerpo y sin embargo, el frío persistía. Tampoco los sonidos ayudaban. Se escuchaban gemidos a cada lado de la cama, ocasionalmente un grito ... siempre acompañados del incesante zumbido, del televisor y de los murmullos. Sintió sed. Tenía la lengua pegada al paladar y la densidad de su escasa saliva la enmudecía. Al sabor amargo de su boca se sumaban los olores, mezcla de amoniaco, sangre, humedad, antisépticos y excreciones de todo tipo que provenían de ella misma y de su derredor. Pasaba de una terrible percepción a otra peor sin ningún control. Los olores cambiaban constantemente, girando en espirales nebulosas que le producían vértigo y nauseas . Sin embargo, la atmósfera era estática y pesada, tanto, que sudaba a pesar del frío . De nuevo percibió los murmullos. No podía reconocer las palabras, sólo sentía la carga de angustia que dejaban caer sobre todo su ser. Percibía su significado, aunque no diferenciaba las letras que las formaban. De un instante al siguiente se sintió un poco más despierta y escuchó su nombre: Rebeca. Volteó a la derecha. La pareja de nubes redondas recorrió el espacio hasta quedar de lado, a la deriva. Tuvo que hacer un renovado esfuerzo para enfocar su visión sobre las únicas figuras oscuras que rompían la monotonía acromática de la habitación. Rafael estaba a su lado, acariciando su cabello. Más allá, en el fondo de su visión estaban parados otros dos, inmóviles, no sonreían. El frío aumen­ tó en ese lado de la cama. Todos sus sentidos se agudizaron. El blanco absoluto se tornó fu lminante. Tuvo que hacer un arco de su adolorido cuerpo para contener la náusea. Sentía que de los dos pares de oj os que la observaban fijamente desde la pared se despedía un mudo rencor nacido de la frustración, un mal presagio, una tenebrosa oscuridad sur­ cada par cuatro rayos que la perforaban como agujas. Sólo alcanzó a escuchar dos palabras de boca de su esposo, Rafael, antes de volver a cerrar los oj os. "Fue niña". Las palabras cayeron pesadamente sobre su cabeza. La tercera muj er. En el fondo a Rebeca le causaba un inmenso placer oír esas palabras, pero el placer se mezclaba con la angustia del enfrentamiento con su suegra. Desde su primer embarazo las discu­ siones de si tenía que ser hombre o muj er había sido una constante recurrente, como si la decisión del sexo de los hijos fu era un acto con­ trolable por los padres. Sí, la historia se repetía irremediablemente, pero con algunas variantes: a Rebeca le daba igual tener una niña o un niño, para ella no tenía importancia y el simple hecho del nacimiento de un bebé la colmaba de felicidad. Para Rafael también era razón de alegría, aunque en el fondo también deseaba un heredero. Un varón, el símbolo

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de la fu erza de la continuidad. Por su parte, para Regina el asunto era casi una cuestión imperdonable. Repetía lo que sus padres y abuelos habían hecho con ella y que tanto había detestado. Su tiempo entero lo dedicaba a reprochar y manifestar su disgusto con las más crudas ma­ neras. La única forma en que ella estaría contenta o al menos parcial­ mente conforme ante la nueva decepción sería imponiendo su nuevo capricho, una deuda que ella tenía con su propia madre: la niña se lla­ maría Ferdose, como su bisabuela. Era su turno. Era la tercera y le toca­ ba. Cuando Rebeca escuchó a su suegra pronunciar el impronunciable nombre tuvo exactamente la misma sensación de náusea que Regina había sentido treinta y tantos años antes al dar a luz a su segunda hija. La bilis se revolvía en su estómago perforando sus paredes y el dolor era tan intenso y la ansiedad tan grande que hasta la leche se le cortó. La pequeña desde el tercer día de vida tuvo que ser alimentada con leche de vaca porque su madre, del enojo, se había secado por completo. En su angustia Rebeca tenía en claro una sola idea: por ningún motivo per­ mitiría que a su hija la nombraran así. Regina, en su capricho, trataba por todos los medios -desde la seducción hasta los gritos, pasando por el - de convencer a Rebeca de hacer su voluntad. Argumentó que era el nombre más bello, que significaba la gloria, que era cuestión de honor, que le traería buena suerte. Rebeca se mostraba implacable por lo que Regina comenzó a recurrir a sus conocidas técnicas de per­ suasión impositiva: "La niña se va a llamar Ferdose porque así se lla­ maba mi mamá y yo no pude poner ese nombre a ninguna de mis hijas. Alguien debe perpetuarlo". Pero no logró nada. Rebeca seguía terca con sus nombres moíJernod. La quería llamar Lorena. Y si no, Sofía, en su memOria. "Lorena ... Lorena... ¿qué clase de nombre es ése? Ni siquiera se parece un poco al de mi madre; no es un nombre judío. Y Sofía, de ninguna manera. Con una muerta ya tuvimosmás que suficiente", pen­ saba Regina con frustración, "no se saldrá con la suya". "Ferdose podría significar la gloria y mucho más, pero en este país nadie lo sabe y el nombre es horrendo; si le pongo así, la gloria para ella va a ser el infierno", pensaba Rebeca a su vez, mientras luchaba consi­ go misma para contener la ira que se desataba dentro de ella cada vez que su suegra entraba al cuarto. Tenía que concentrarse tan sólo en no ceder a la imposición del nombre. Este acontecimiento marcó la primera ocasión en que Rebeca decidió, por una vez, jugar todas sus cartas y rebelarse ante la familia de su marido. Antes de que Rafael pudiera opinar o ser convencido por el temor a su madre y apenas habiendo

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Rebeca despertado de la anestesia, al escuchar el horrible nombre, le dij o a su esposo: "sobre mi cadáver". Independientemente de su nombre, la tercera hija tuvo en cierta medida un destino de final. Después de ella no hubo más mujeres. Tampoco hombres. No pudieron tener más hijos. A pesar de que trataron por todos los medios científicos, paganos y herbolarios, el resul­ tado fue no. Parece que la fu ria y la frustración acumuladas por el nacimiento de otra muj er habían sido tan grandes que secaron todas las posibilidades de concepción. Ni hombre ni muj er, ni uno más. Por for­ tuna, la esterilidad no trascendió a otras generaciones. Rebeca, a dife­ rencia de Regina, comprendió que el sufrimiento no era un destino obligatorio para las mujeres. Tampoco tomó la actitud de venganza con­ tra su propio género que su suegra había tomado como tantas otras muj eres de su época. Con el paso del tiempo y a pesar de toda la inter­ ferencia, fue inyectando nuevas ideas en su familiay dio una nueva edu­ cación a sus tres hijas. También ella, en su edad madura, regresó un poco a cuestionarse si la forma en que las crió fue la adecuada y si quizá hubiera podido ahorrarles algunos sufrimientos dejándolas vivir en la ignorancia. Sin embargo, la huella que ya les había impreso no tenía marcha atrás: ellas eran como eran y así querían ser.

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Ilan Stavaru (Mexico/United States, 1961­ )

SHEIGETZ

Yo u're nervous ... How couldn't you be? Tomorrow is the day. For long months you've been memorizing the portions of the To rah and Haftorah. Ay, the pronunciation isn't easy. Would it have been bet ter had you attended the finalyears of religious Sunday school? Yo ur parents couldn't make up their minds, though. "Simón doesn't need cat echism," Mamá says. "Por fa po/', it isn't catechism!" Papá replies, and adds: "It's made to be fun. Discussions, movies, picnics. The kind of instruction that ought to last a lifetime." But Mamá isn't persuaded. "Who needd Fiddfe/' 011 the Roof?"she asserts. It goes on back and forth: yes, no, yes, no ... Does every13 year old go through the same? Is it only the children of divorced couples? You have no idea what the Hebrew means, yet must get it right. The entire Backal clan wil be around. They're so finicky. "Simón, don't let the fight between your parents deter you, " one of your relatives argues. ''Their liaison wasn't made in heaven !" another believes. "However, you're a bright medtizo kid. Come on, show us the zest you carry inside ..." Rabbi Sapotnik has been gentle. He has invitedyou to his officese v eral times. "Shimele Mendieta, you're a lucky fellow. You know that, don't you?" he asks. He doesn't call you by your Mexican name: Simón. Instead, he uses the Yiddish equivalent, which everyone in school also adheres to: Shimele. You don't like it but what are you supposed to do -contradict the rabbi? He's a nice guy, fr esh out of the seminary. Why give him a hard time? He has to deal with a rowdy congregation. Plus, there must be other Bar Mitzvah kids in need of attention, maybe even a couple of other "halfies" like you. "Your To rah passage couldn't have been more suitable," Rabbi Sapotnik continues. "In the Boolc of Exodud, the Jews wander through the deserto How long? Fortyyears, that's how long ... You're almost thirteen, Shimele. Imagine living your whole life amid sand. No TV, no fast fo od, no soccer. " "Fortyyears is a long time, rabbi," you reply. But Rabbi Sapotnik looks incredulous. "Of course, forty isn't an actual number. It should simply be understood as a long time. It's hard to know with the Bible. We measure time in hours, min utes, seconds. Moses and the Israelites had other methods. Maybe they spent a hundred years in the deserto Can you imagine? Moses wanted his people to ready themselves for a new beginning before they entered

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, the Promised Land, You should write about it in your D'var To raD: a new beginning. That's what a Bar Miztvah is al! about!" Do you have to, you wonder? Will it really be a new beginning, without any more bickering between the Backals and the Mendietas ? Nah, impossible ... "A Bar Mitzvah is a test, " Rabbi Sapotnik comments. So can you actually fail? Can you get a bad grade? "Oon't worry, Shimele! Yo u'll pass with f1ying colors, I'm sure." Yo u're annoyed. Oid anyone ever ask you if you wanted a Bar Mitzvah? N ot in the least, not that you remember. Papá says every J ew, especially every male J ew, has gone through the same for centuries, no matter where he lives. "You should find it in the Internet " he says. "The Jews of Mesopotamia ... In the olden days the ritual was far more complexo Since the Bar Mitzvah boy was offi­ cially accepted into the community, he needed to prove he mastered the ritual. No excuses !" "So he conducted the entire service?" you ask. "Prom beginning to end, " Papá replies. "In Mesopotamian?" Yo ur father is annoyed. It drives you crazy to hear the old man repeat the same stuff over and overo He has no sense of humor. Poor guy, he is doing everything possible to convince you that things aren't that bad. Perhaps you'd be less anxious if he and Mamá were kinder to each other. His family is in the construction business. His parents don't seem to fight too mucho Papá spends his days with his other family. Not until a couple of years ago did you final!y meet them. Yo ur other siblings, Mauricio and RaqueL and their mother, Papa's actual wife, la legítima, Sarita. They didn't even know you existed until your mother sent Sarita an angry letter complaining that Papá was far behind in his monthly checks. The school tuition wasn't paid by him. The bank deposits were promised but never materialized. Mamá was fu rious. She comes fr om Central Mexico and speaks Otomí, but she typed it in f1awless Spanish. In the letter she explained to Sarita, in detail, how you're almost exact­ ly the same age as her daughter Raquel. Ye s, just as Sarita was pregnant with her, Papá dated his secretary, Elena Mendieta, your mother, and she got pregnant too. In any case, after a period of silence, Sarita called Mamá on the phone. They met at a restaurant and talked things through. The bank deposits arrived soon. And Sarita convinced Mamá to transfer you to a private J ewish school. Kids in class make fun of you. "Ay, Simón, 1 need my homework typed. Isyour mother available? How much does she charge per page?" Yo u don't answer back. Who needs a fight? Let them get in trouble, not you.

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It's hard to be a halfie part Jewish, part Otomí. In order to comply with Sarita, who has made life astonishingly bet ter, Mamá agreed to the Bar Mitzvah. You're somewhat angryat her yet it isn't her fault. She says Mexican girls have their fancy quincea/iera partywhile boys are left empty nded.ha "At least this way you get some­ thing, m'hi¡'o." Mamá picks you up at Rabbi Sapotnik's office, in the back of the synagogue, at 5:30 pm on Tu esdays and Thursdays. Even though she understands even less than you do, after dinner she opens the Torah befare you on the table, and stands by while you memorize. Not long ago, she sent a httle note for the rabbi. "What part is she supposed to play in the ritual? Does she have to open the presents in public? Should she say something about herself and her family? "Simón, this is my first Bar Mitzvah, too." (She pronounces it Ba'miswa.) The Mendietas are coming all the way from Tulancingo, in the Mexican state of Hidalgo. N one of them has ever met a J ew in their life. They wouldn't be able to tell the difference between a church and a syn­ agogue either. Upon receiving the invitation, one of your Ulieles asked Mamá: "Wil there be tacos and Ce/wza ?" The Backals have overcome their initial reluctance to attend and are likely to arrive in hordes. Papá mentioned that more than six1;yrela tives have been invited. Yo u find it funny: first he appeared unwilling to rec­ ognize you and Mamá; after Sarita made sure the bank deposits were made and you were sent to a J ewish school, the family seems eager to integrate you. "What is a Bar Mitzvah without a crowd?" Papá asked. Honestly, though, the Backals are unwilling to embrace Mamá as an equal. You, for one, have noticed that whenever anyone is talking, if she happens to be nearby, they lower their voices. Or they move away. In fact, your grandmother, Alice Backal, once called Mamá a shiksa. You needed to findout what the word meant. You overheard her say it while eating at her fancy house in Tecamachalco on a Friday night along with Papá, Sarita, Mauricio, and Raquel. It was your firstand only time there. You liked it ! The food was good, too. Then, while eating dessert, Abuela Backal mentioned Mamá and said the word. Soon after she uttered it, there was discomfort. People suddenly stared at their pIates. You weren't sure what had just happened, so you looked around. Sarita smiled. "It isn't abad word, " she said. "A woman who isn't Jewish is a dhilcda." Then Raquel, who's aIways angry, added: "It means servant !" "No, it doesn't, " replied Mauricio. "Yes, it does," Raquel affirmed. Sarita asked them to stop immediately. By the time they did, you had a bad feeling inside.

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Mterdinner , you asked Raquel: "what's the male equivalent for shik­ sa?o " "Sheigetz ! " In spite of the unease, the Backals have made it clear they want you to become a proper Jew, Ul1jÚd!ohecho y derecho. They haven't invitedyou to their house again because they're probably afraid your other half­ cousins might ridicule you. In class kids constantly take notice of your skin color, which is a shade darker than theirs. Por a halfY like you, does the word dheigetz ring true? No, only half true.

* * *

You wake up at 5:45 amo ¡Ay, caramba ! You've never been this nervous. Have you forgotten it all? Will you suffer stage fright? "Remember, Shimele. Moses led the Jews in their exile journey ..." Rabbi Sapotnik preaches to you on Thursday at the end of your last class. "In his chosen day, the Bar Mitzvah boy is the communityle ader." Ay, the burden is big enough. Can you carry it through? There are a couple of tricky parts in the To rah portion and several more in the Haftorah. How many times have you stumbled in them? You've figured out a way to overcome the obstacles. At one point, you've chosen to abbreviate a word. But now you have second thoughts. Hadyou forgot­ ten that several of the Backal relatives are devout Jews? A single mis­ step will be cause for shame. And did Papá edit the D'¡Jar To rah too heavily? In the end, you chose not to devote your speech to "the new beginning, " as the rabbi wanted you to do. Instead, you decided -after much thought- to talk about finding out you're Jewish at a rather recent time. You drafted the para­ graphs and showed them to Mamá. She liked them a loto Papá was les s enthusiastic. He asked you to tune down several sections. Do you still like what you're scheduled to read? As long as others do, it doesn't real­ ly matter. Still, you woke up with an idea: what if you add, as a last minute comment, something about the word sheigetz? Mamá offers you a tamaL and chocolate caLiente. As you savor them, you wonder: has anyone felt the urge to pee in the middle of his Bar Mitzvah? Maybe you shouldn't be having anything for breakfast. You cannot afford to turn your stomach into an enemy. As soon as you're done, you want to be on your way. "Ten paciencia," Mamá says.

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Finally, the fateful hour arrives. Yo u're already seated in a luxurious chair on the Bimah, inspecting the entire sanctum sanctorum. Rabbi Sapotnik asks the congregants to open the Sidu,. while guests trickle in. Everyone is in elegant attire. Mauricio is wearing a flashy tie. Sarita has a silvery dress and a hat with a white flower on the side. Isaac and Alice Backal parade as the dignifiedsen iors they are. He walks with the help of a cane. She has a typically elaborate hairdo. Her glasses have diamonds encrusted in the frame. Next to them are sorne relatives unknown to you, followed by Papá. You look askance. On the opposite side are the Mendietas. They seat quietly, not knowing exactly what is expected of them. Mamá is gor­ geous ! Even though the Backals keep her ashore, she seems to be full of satisfaction. She reclines and whispers something to a family member. Is she speaking in Otomí? Yo ur eyes return to Papá again. Why did you force me to do this? There is no reason to ask anymore, though. No matter how long the prayers last, by noon it should be overo Finito, kaput, óa/ueacaDó ... Suddenly, you feel hungry. What is the catering company Abuela Backal hired preparing for lunch? Yo ur mother wanted something Mexican: a spicy entremés, bean soup, pollo en mole, and multi­color gelatin with grapes inside. The menu, however, was selected by the other side. You were told it needed to be Jewish fo od: , matzoh ball soup, grilled chicken with salad, and ice cream. In any case, you're salivating ... Is it a sin to think of food during the service? Yo ur mind is turning around. Do you feel dizzy? You shouldn't. In less than a minute Rabbi Sapotnik will ask the congregation to stand up for the Ark to be opened. Calm down, Simón ! Or should it be Shimele? Which name do you prefer? Either way, it is time to relax. In no time, as you carry the Torah down the aisles, a cadre of people you've never seen in your life will pay tribute to you. The rabbi will guide you at every step. You breathe deeply. Ye s, thankfully you feel less dizzy now! It is good to walk a little. Back on the Bimah, the scroll is laid open on atable. Yo ur moment of truth has come. Ay, ay, ay ... Are your feet trembling? You stand up and take your place. There it is; in front of you lies the Holy Scripture. A silence takes overo Yo u're about to start ! Again you breathe deeply ... Come on, Shimele ! Read the first lineo You smile and wait another second. Or is it a minute? Papá walks up to take his place next to you. He pats you on the back. "The test, " he says . You start the recitation.

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The sounds harmoniously emerge fr om your mouth. Are you supposed to feel excited? The tricky part is about to come along. An assured note and yeah, you've sorted it out rather nicely. What an accomplishment, Shimele ! But concentrate, for the last sections are still to come. A few minutes more and you're finished. The To rah portion is done. Papá is jovial. Next comes the Haftorah. It should be easier, shouldn't it? Yo u've gained in confidencewhat you've lost in anxiety. Before you start, you're dizzy again. Are your running a fever, Shimele? The book is laid wide open before you. Another prolonged silence. Mamá is concerned, for sure. She has that expression on her face when she is alarmed. She gestures with her hands for you to take it easy. Again you study the page attentively. Al of a sudden, you spot something moving on it. Is it an ant? Ay, is an ant walking on the Haftorah section you're supposed to recite? Ants come out in rainy weather. But it isn't that humid ... Shortly after, you notice that the Hebrew letters are ... well, agitating. They seem imbibed with energy, standing up, dancing, reconfiguring the space. They shouldn't do it ! How are you going to read if the letters are jumping from one place to another? Well, didn't you memorize the material? Who cares where the letters are ? In truth, you can't read Hebrew. The words appear to you to be no longer in Hebrew, but in OtomÍ. Yo u recall that the original name for Otomí is Hiidh,zü. Those who speak it -sorne 300,000 people - use different dialects. You hear Rabbi Sapotnik: "Shimele, you've done a wonderful job!" Funny, you thought you were stuck in the middle, unable to repeat the memorized lines. The rabbi continues: "You're our Moses today, my friend, leading us through the deserto It is time for your D'var To rah." Alright, you'll read the speech Papá reworked. What if you impro­ vise instead? Ay, people wouldn't believe it. And before you know it, aJí oe repente, you announce: "What is a dheigetz?" The guests laugh. Good for you, Shimele ! Yo u look around: Papá is the only unhappy person in the temple. He's making faces at you, telling you to stop. But stop what? Haven't he and Rabbi Sapotnik been telling you this is a test? Well, here you are, ready to perform as best as possible. Yo u let your mind wander, recalling how the word dhi!cda was used by your paternal grandmother to describe Mamá. It isn't Otomí but

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Yiddish. There, you've said it ... What a relieE! Is Alice Backal Eeeling uncomEortable? You ask iE there is a word in Otomí Eor Bar Mitzvah. You should've asked the Tulancingo relatives beEorehand. In any case, in what remains oE your speech you want to talk about a sentence in Otomí Mamá often repeats: Jsem tak mal", It sounds like Yiddish, doesn't it? Perhaps it is Mesopotamian. The Truth is, you know nothing oE these two languages. Should you? Again, laughter. So what does Jd em talemaL" mea n ? It is part oE a song Mamá remem bers Erom her childhood. You wanted her to sing the complete lyrics. She can't because she has Eorgotten them. The only line she recalls is Jd em tale maL". 1t means "1 am so small." You're dizzy once more. Ants are crawling inside your stomach. You bring back the image oE the tamaL Mamá put this morning on the tableo Why did you want to talk about things such as sheigetz and Oto mí? Answer: because Rabbi Sapotnik said a D'var To rah should be a person­ al statement. These are the thoughts that invade your mind day after day. Ah, yes, there's one more thing you'd like to talk about: your adven­ tures as a halfY. "Halfies often Eeel disoriented, " you declare. "No, it isn't true. People make halfies Eeel disoriented." You then describe how a haBy has a degree oE toleran ce others don't have. And shamelessness also. You conclude by talking about the menu Abuela Backal ordered Eor your Bar Mitzvah. ''!'m sure it will be yummy, " you recognize. "1 would have preEerred bean soup, poLLo en moLe, and gelatin." By now the whole place is laughing inconsolably. Did you know oE your talents as a stand up comedian? The ceremony is oEficially overo Ye s, it really is. 1t Eelt like Eorty long years in the deserto Rabbi Sapotnik walks up to the Bimah to embrace you. "Simón Shimele Backal Mendieta, " he announces proudly, "a dheigetz no more !"

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Pauta Va rcJalMky (Argentina, 1963­ )

CÚPULA DORADA

No bien vi la cúpula dorada que se asomaba por encima de la Ciudad Vieja, lo supe: mi abuela nos había regalado un juego con piezas de madera para armar la Ciudad Vieja de Jerusalén. Lo armamos decenas de veces en un cuarto de la casa de mis abue­ los en la Avenida Libertador. El departamento al que yo me hubiese querido mudar, sin mi abuela EIsa, claro. Muchas veces le preguntaba qué tal si nos cambiaba la casa, nosotros íbamos a vivir allí y ella a la nuestra. El cuarto donde armábamos la Ciudad Vieja era el que había sido de mi tía. Teníamos las piezas guardadas en una caja y había tam­ bién una lámina que poníamos debajo. Debía indicar dónde iba cada parte. También traía las murallas. Yo no sabía nada sobre Israel y muy poco sobre el judaísmo. Mi her­ mano y yo lo armábamos. Siempre jaqueada por la mirada inquisidora de mi hermano que me decía que pronunciaba mal las palabras o me preguntaba datos que yo jamás sabía contestar. Me llevaba cinco años. y digo me llevaba porque ahora no me lleva años ni yo tampoco a él. A partir de que se fu e a vivir a China, no supe más de su vida y de esto ya va diez años. Que se fue a la China, sí, suena a un chiste pero es verdad. Allí parece que se casó con una china inclusive. Nada extraño, ya que hay tantas. Aquí también había chinitas, no sé para qué se fu e a buscar­ la tan lejos, dijo una amiga de mi mamá. "Israel es como este pedacito", me dijo una vez mi abuela. Señalaba una franja del tapizado del auto de ellos. Le decían el automóviL. Yo pen­ saba en el batimóvil. "Y los árabes tienen todo esto", pasó la mano por el resto del tapizado del auto. La debo haber mirado con cara de qué me importa. Para mí, eso no tenía ningún significado. Mis padres nunca me habían hablado de Israel. Mi abuela siempre intentaba inculcarme algo que yo evitaba todo lo que podía. Insistía tanto que ya no sabía de qué hablaba, lo único que rogaba internamente era que no insistiera más. Mi abuela comentaba que mi tía había ido a Israel pero no había entendido nada. Se lo había pasado planchando camisas en un /cibbu[z. Una vez también me dij o que nos había hecho socios del Club Hebraica. No recuerdo haber ido, creo que alguna vez vi un carnet de ese club mientras revolvía los cajones del escritorio de mi hermano. Los papeles bajaban y subían mezclados con lapice ras, revistas pornográficas y

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cables. Después mi abuela me aclaró que, seguramente, mamá no había seguido pagando las cuotas. Algunos años festejamos Año Nuevo Judío, comíamos guefiLte fÚ D, un budín hecho con tres pescados, rodeado de gelatina de pescado con zanahorias y pedacitos de perejil adentro. Después venía la sopa con bolas de matzeD; por último, pollo al horno con papas y batatas. Cenábamos en el comedor de la casa de mis abuelos. Tenía que ir bien vestida. Cuando llegaba, mi abuelo, con sus bigotes y sus anteojos, me decía "Cada vez estás más linda". Las cenas eran tensas, por lo general. terminaban en irremediables ofensas entre mamá y mi abuela. Eisa relataba en detalle su periplo por las pescaderías en busca de los pescados adecuados para la preparación de la comida. Se refería a la consistencia de cada uno, a cómo se com­ binaban, a cómo reemplazaban en Buenos Aires los que habían usado en Ucrania. También contaba sobre la búsqueda del ji'eLn, compañero infaltable delguefiLtefúD. Siempre nos avisaba que era picante. A mi her­ mano y a mí nos ponían grandes vasos de agua que miraban con despre­ cio. Según mis abuelos, hacía mal tomar tanta agua durante las comidas. Eran situaciones a las que nadie entendía cómo se llegaba y, menos aún, cómo se salía de allí. A veces se interrumpían por la mitad, a veces en el segundo plato. No sé que había de postre, no creo que llegáramos. El comedor era grande, con puertas corredizas. En una de las pare­ des tenía un empapelado de fondo gris donde aparecía dibujada, en forma muy sutil. una gran cena. Mi abuela Eisa lo explicaba para quienes no entendían o no veían. Había una amplia mesa color caoba y sillas estilo inglés. Las cortinas eran de una seda gruesa color azul claro. Todo relucía. Primero nos sentábamos un rato en el living a conversar. En algún momento, EIsa anunciaba que teníamos que pasar al comedor. Había otros invitados, parientes o amigos de mis abuelos. Mi abuela tenía muchos hermanos, era la menor de once, había nacido cuando su madre tenía cuarenta y siete años. Desde Rusia habían ido a la provin­ cia de San Juan. Algunos todavía vivían allí: Abrasha, Menasha, Liuba, Sasha y otros más. Para mí, el ruso era un idioma judío, lo mismo que los barenilced de guindas o de papas. Mi abuela amaba el ruso, nos lo enseñaba a mi her­ mano y a mí. Del yld{)ÚD no había oído hablar hasta que mi abuela me dijo que entendía algo de holandés porque tenía cierta semejanza con el alemán, que ella había aprendido durante su estadía en Alemania antes de embarcar en Hamburgo hacia la Argentina, y además, se parecía al yld{)ÚD.

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Mi abuela paterna también era judía, pero con ella nunca fe stejamos fiestas judías. Papá era anti religioso por definición: todo lo que oliera a religión le disgustaba. Lo único que me contó fue que, de chico, había leído una versión de la biblia judía adaptada para niños. Mamá desliza­ ba, de vez en cuando, algún comentario sobre algo judío. Parecía dete­ nerse solamente en el miedo a los nazis, en su infancia teñida del temor a que llegaran a la Argentina. Todo lo alemán le disgustaba y no iba más allá de eso. Cierta vez, mientras almorzaba con mi abuela en el comedor diario de su casa, le dij e que yo no entendía qué era ser judío. Además, me parecía que serlo o no era intrascendente. Me contestó que algún día me dirían "judía de mierda" o algo por el estilo, entonces, mi opinión cam­ biaría. Me contó que ella había asistido a una escuela primaria alemana en San Juan. "Me mandaron allí porque cuando llegamos a la Argentina hablaba ruso y alemán, no sabía castellano. Muchas veces me dij eron que hablo muy bien castellano, tan bien que se nota que es aprendido". Luego relató la historia de su compañera de banco: un día le anunció que no se sentaría más a su lado, "el papá le prohibió sentarse con una judía". Mi abuela había conocido la forma en que se trataba a los judíos en Rusia. Otra palabra que me enseñó fue pogrom. Alguna de sus hermanas o tías había sido violada en un pogrom, un levantamiento espontáneo en contra de judíos. "Salir a matarlos así porque sí", me explicaba. "Y vio­ lar a las mujeres". Una vez acompañé a mi abuela durante la tarde en el Día del Perdón. Preparó una comida que, me dij o, empezaríamos a comerla cuando saliera la primera estrella. Ella a veces ayunaba y otras no, dependía de cómo se sintiese. Para ese entonces, las celebraciones de Año Nuevo Judío "en familia" ya se habían terminado. Finalizaron luego de la muerte de mi abuelo, cuando yo tenía trece años. Mi interés por conocer Israel vino muchos años más tarde, por una amiga israelí. Nada de lo que me habían dicho en mi familia había des­ pertado interés: era un lugar remoto a donde iba gente que había asisti­ do a actividades de las que apenas había oído hablar, a clubes cuyos nombres escasamente me sonaban conocidos como Acoaj o Macabi. Y aún más, a un idioma del que jamás, salvo en algún casamiento de un pariente lejano o en un Bat Mitzvah, había oído alguna palabra. Lugares a los que no había pertenecido. Ni la religión ni la cultura judía me fueron inculcadas; salvo, por cierto, la cúpula dorada.

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Roney Cytrynowicz (Brasil, 1964­ )

MANEQUINS

Há dois dias falei com meu tio avo por telefoneo Eu nao o conhe90; ele tem oitenta e quatro anos e faz vinte e cinco anos que nao tem qualquer contato com a família. Combinamos urna No Teatro de Camara de Tel Aviv. Alguém me diz que meu tio é urna personagem conhecida. No seu 800 aniversário fizeram lhe urna grande homenagem. Saiu até no jornal. Na portaria, digo o nome. A m09a identifica o pelo sobrenome. Ele me cumprimenta com algum afeto. Um neto do Brasil, curioso. "Voce é o único da família conhecido pelo sobrenome. É urnaresponsa bilidade", brinco. Ele apenas sorri. Pergunto algo sobre o teatro. Leva me para conhecer palco, camarins, platéia. Voltamos a sua sala, onde ele se senta e retoma o trabalho. Fico observando, sem saber o que fazer. Oferece me um café. Aceito. Mesmo urnaxicrinha de café pode ocu­ par me por um tempo longo. Pode se curtir cada gole, goles curtos, depositar a xícara no pratinho, mexer a colher, espalhar novamente o a9úcar, assoprar o líquido para esfriá lo, cheirar o café, apenas segurar a xícara como a esquentar um pouco a mao. Por fl Il, deixá la na mao, mesmo vazia, por mais alguns segundos, como a saborear o último goleo Quando o último gol e se for, acho que irei junto. O que vem, no entanto, nao é urnaxícara, mas um longo copo de café bem quente. Os pequenos ardis do tempo multiplicam se. Calculo: pelo menos vinte minutos. Esb090 várias estratégias e me sinto mais con­ fiante para investigar a sala. Em cima da sua mesa, urnamáquina de cos­ tura de pedal. Sala pequena, meio desarrumada. Num canto, manequins experimentando a roupa da nova montagem. Gorki. Ele mostra as roupas e fala dos personagens. Manequins. Bonecos. Que dignidade tem eles ali na oficina do teatro. Bonecos de plástico. Urna imagem forte amea9a emergir. Imagem de crian9a: bonecas, urna fábrica de brinquedos, urna linha de mon­ tagem comprida, dezenas de mulheres enfueiradas, duas filas, esquerda e direita, nenhum diálogo, movimentos mecanicos, colocar pés, bra90s, cabe9a, sapatos, vestido, pentear os cabelos, cílios, pintar os olhos. Urna esteira comanda o ritmo: no come90 e no fim da esteira enormes caixas, a primeira com os peda90s de boneca, partes do carpo, maos, bra90s, pés, pernas, cabe9as, troncos, óculos, cílios, fivelas, cintos, roupas; na última caixa, as bonecas inteiras. Figuren. Nos campos, era proibido falar

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, cadáveres, mortos, pessoas. Apenas figuren. Figuras. Como bonecos despeda<;:ados. Nao homens. Jamais homens. Apenas bonecos. Será que aquelas mulheres da fábrica ainda conseguem brincar de boneca? Imagem de crian<;:a. Sentado em sua escrivaninha, o dono observa o trabalho das operárias. Enquanto olha os peda<;:os de boneca sendo montados, ele lembra do campo. Son()er!coman()o. A palavra que definia tudo. Ele trabalhara num don()er!coman()o. Retirava os mortos pelo gás. Já nem se lembrava quantas vezes escapara da morte, quantas dezenas de milhares de cadáveres vira. As lembran<;:as dessa fase nao estao elabo­ radas. Nao foram pensadas. Sao apenas registros. Imagens brutas, cenas, sensa<;:6es, pequenos terrores e angústias com que a memória bombardeia nossas ansiedades. Lembrava se sempre das duas filas: esquerda e direita, peda<;:os de pessoas, pernas, bra<;:os, morte e hnha de montagem. Agora, cada boneca montada era como um ser humano que renascia. Figllren que se tornavam novamente humanas. Linha de mon­ tagem invertida. Come<;:ava com as partes do corpo e montava urnafigu ­ ra viva. Homens e fig uren jamais se confundiam. Cada vez que soava a do almo<;:o ele se lembrava do dia da li­ berta<;:ao. Sirenes de ambulancias, soldados com comida, alguns com flo­ res; ele olhava com apatia e indiferen<;:a. Nao tinha for<;:as para sentir felicidade, para se pensar fora daquele mundo. Difícil entender: apenas um muro de tij olos, um dia come<;:ou, um dia acabou, e era apenas um muro de tijolos. Son()er!coman()o, esse nome parecia dar o limite máximo de vida possível. De fantasia e de fu turo. Enquanto pudesse estar ah, talvez pudesse vivero Agora o muro nao existia mais. E ele nao conseguia enxergar vida. As operárias estranhavam aquele patrao que passava horas observando sem nunca dirigir Ihes urna palavra. Elas nao enten­ diam por que ele acompanhava cada rolar de esteira, cada pe<;:a encai­ xada. Cadafi guren recriada. Poucas horas depois da liberta<;:ao, no acampamento militar, veio urna crian<;:a. Nao se lembra que língua ela falava, talvez alemao, talvez nenhuma. A crian<;:a trazia urna boneca, o viu prostrado, chegou perto, fez urnas piruetas e a colocou em seu colo. Presente. Afastou se. Ele sabia que sua vida recome<;:ara ah. Aquela boneca foi o primeiro ser humano que o tocou com ternura. Após anos de violencia. Tempos depois, já no Brasil. inaugurou a fábrica de brinquedos. Deu a boneca a urnamenina de rua. Era hora de passá la adiante. De salvar outras vidas. Encherei o mundo de bonecas novas, decidiu. E lan<;:ou se com toda energia a fabrica<;:ao de milhares delas. Cada boneca que saía de sua fábrica, nao importa que fo ssem iguaizinhas, tinha urna missao para a humanidade.

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� Vo ce olha os manequins como se conversasse com eles, diz meu tio avo. �Gosta deles? pergunta urna costureira na sala, cheia de curiosi­ dad e sobre que m eu era. Ela se volta para meu tio e indaga: "é seu amigo ?". Ele diz apenas: "um parente do Brasil". Lembro de Singer, "Urna noite no Brasil". � Um dia talvez os manequins mere<;am que se escreva urnahistória sobre eles, comento. � Todas as histórias sao para eles. �Mas sao como os homens que manipulam as marionetes. Nunca aparecem. � Pense de outra forma. Eles guardam a vida das personagens do teatro enquanto os atores nao entram em cena, diz ele. Preparando me para esse encontro tive o impulso de levar um gravador. Registrar para sempre histórias de família; nao sei se encon­ trarei de novo meu tio avo. Mas desisti. Acho que preferia falar de amenidades. Apenas rir um pouco. Talvez pedir urna história. Contar algo do Brasil. Do teatro. A guerra de meias de Romeu e Julieta. Tenho que voltar, foi a primeira coisa que pensei. Um primeiro encontro, vinte e cinco anos, aquele número nao me saía da cabe<;a. Observo o trabalhar. Enquanto ele cerze seus pontos, vou costuran­ do minhas histórias. Ele é meu tio avo por parte de pai e mae, irmao da minha avó materna e primo do meu avó paterno. Esteve toda a guerra com meu avo na Uniao Soviética. Ele costurava e meu avo fazia marce­ naria para cenários de teatro. Os dois trabalhavam no K{ev,J!ciIe vrie&!ci Teatr. A máquina de costura nunca parou. Mesmo durante a guerra. Imagino os sons, a costura e o serrote recortando madeiras. Sons da Rússia. Sons da guerra. Minha avó materna também costurava. Eu ten­ tei urna vez quando era crian<;a. Lembro de urnas férias em que urna babá me ensinou. Ela era funcionária de urna empresa textil. Eu gostei logo. Fiz urna boneca de retalhos de tecidos. Guardei a durante muitos anos. Os remen dos foram abrindo. Mesmo assim teimava em mante Ia. Há certas coisas da infancia que já nao cabem na adolescencia e come<;am a estourar. Acho que algum cachorro acabou por destruir a boneca. Nunca mais eu quis costurar. Eu sabia o que representavam aqueles poucos minutos em que estivemos juntos. Vinte e cinco anos. Quase a minha idade. Na despedi­ da, poucas palavras. A curiosidade inicial era agora afeto. Andamos pelo corredor rumo a porta. Ele nao tem pressa. Olha me como a sondar quando será o próximo encontro. Pede que eu escreva. Mesmo que ape­

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nas algumas linhas. Pe<;o o endere<;o. Vou escrever. Prometo. Algumas linhas. Corn apenas urnas poucas linhas, ele sobreviveu ao exilio e a guerra e continua a criar mundos, roupas, épocas, personagens, histórias, encontros. Os manequins deixam de serfig uren. Viram coadju­ vantes da cria<;ao. Preciso conectar estas linhas. Vinte e cinco. Talvez oitenta e quatro. Ainda nao escrevi para ele. Gostaria de assistir a estréia da pe<;a do Gorki. Ver as roupas ern cena. Antes que os rnanequins guar­ dern a vida dos personagens por outros vinte e cinco anos. Ou talvez para sempre.

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Ma rcelo Birmajer (Argentina, 1966­ )

LABLINSKY

Cierta tarde - esto me lo contó una amiga de mi abuela, algunos meses después de que mi abuela falleciera- cayó por el café Pinatí un hombre que había muerto. ¿ Cómo que había muerto? - le pregunté a Rosa, la amiga de mi abuela. Sí, un muerto. Un resucitado. No había muerto, entonces. Había muerto - insistió Rosa. ¿ Cómo murió? Se le cayó encima una mampostería. ¿ Qué mampostería? Era actor. Actuaba en el teatro El Ombú. ¿ Qué teatro El Ombú? Un teatro judío. ¿No eran el Excélsior, el Soleil, el 1ft? El Ombú también. ¿Dónde quedaba? En la calle Ombú. No se lo dije, pero pensé que me estaba diciendo cualquier cosa. Mi abuela había desvariado antes de morir, y pensé que quizá Rosa tam­ bién. Se habían criado juntas en un orfanato. Les prohibían beber agua por la tarde. La directora les pegaba por anticipado, para cuando se por­ taran mal. Rosa pareció leer mis pensamientos: Pasteur, la calle Pasteur, antes, se llamaba Ombú. La miré como si tratara de venderme una rifa. Yo jamás compro rifas. Pero Rosa decía la verdad. Pasteur, en las primeras décadas del siglo XX, se había llamado Ombú. Me lo confirmó Itzik Lablinsky, un viejo actor del teatro idish, siempre pálido, al que le calculaba entre 80 y 120 años y, hasta donde sabía, nadie más que yo conocía. Hablé por primera vez con él en el asilo de ancianos de Burzaco, durante una nota para el programa "El otro lado". Años más tarde, comencé a verlo en el bar Belén. Mi presunción era que había escapado del geriátrico. A veces cruzábamos miradas, y otras nos dejábamos en paz. Lo veía leyendo textos en idish, o conversando con amigos, siempre de su edad indeterminada. Sospecho que dormía en la calle. Sus trazas eran las de un mendigo.

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Podíamos mirarnos sin dirigirnos la palabra, o apenas saludarnos, pero había una combinación que invariablemente nos juntaba: si yo cruzaba mirada con él y después me pedía un café con leche, se venía a mi mesa. Si no cruzábamos mirada, no venía por más que pidiera un café con leche. Si cruzábamos mirada y me pedía una tónica o un té, tampoco. Pero si nos veíamos y me pedía un café con leche, era como si lo convo cara. Se levantaba, dejaba su texto cerrado en su propia mesa, o se despedía de sus amigos, y tomaba asiento frente a mí. Por supuesto, yo pedía otro café con leche para él. Así fue desgranando su historia. Según sus palabras, era el creador de un género que no puedo asegurar: el teatro idish de terror. Es cierto que existían los demonios y los aparecidos en la literatura idish, pero en esas historias había más mística y superstición que terror. Lablinsky se jactaba de ser el "Drácula" semita, y de haber interpreta­ do obras de su autoría, unipersonales, donde las casas se comían a sus dueños, el agua de los pozos de los shtetls se envenenaban a sí mismas y el viento confundía los pensamientos de los hombres hasta convertir­ los en asesinos. De entre sus personajes, rescataba los monólogos recitados interpretan­ do a "Lublia, el vampiro judío", un vampiro que sentía culpa pero, no obstante, había llegado a morder el cuello de su propio hermano biológi­ co. Se lamentaba de que como durante siglos los antisemitas habían usado la figura difamatoria del "chupasangre judío", su personaje no había caído bien en los medios comunitarios. En su momento Lablinsky había recurrido, para defenderse de la reprobación generalizada, a la Asociación de Actores Israelitas, "Iaacov Ben Amí". Esta institución, fu ndada en los años 30, con el teatro idish en su apogeo, había cobij ado un fuerte sindicato dramático, capaz de parar una sala si las condiciones acordadas no se cumplían. Pero Lablinsky no se extendía acerca de si sus pedidos habían recibido respuesta. En medio de sus quejas, de pronto se jactaba: "Allí, en medio de la sede de la laacov Ben Ami, en Jean Jaures al 700, entre Lavalle y Tucumán, también velábamos a los colegas. Y era tanto el respeto que me tenían, que si de casualidad yo aparecía, el muerto se levantaba para saludarme y luego volvía al cajón". Se reía con un solo "Ja", y de inmediato retorn­ aba a su expresión grisácea y resentida: "Me desaprovecharon", bufaba. No inclinaba sus improbables argumentos hacia el humor, sino al terror. Lablinsky había sobrevivido a los stalinistas primero y a los nazis después - a diferencia de la mayoría de los judíos, que escapaban de Europa, se embarcó en un viaje relámpago a Polonia en el 39, y logró

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regresar a la Argentina escapando por un pelo -, pero sus historias de terror no tenían como protagonistas a ninguno de estos malvados reales, sino a las entidades paranormales y seres inhumanos de su imaginación. Nunca leí, ni mucho menos vi representadas, sus supuestas obras. De hacerle caso, sumaban unas trescientas páginas. Pero una vez se sacó la dentadura postiza y con dos pedazos de sobrecitos de azúcar improvisó un par de colmillos: entre la palidez y su sonrisa de las tinieblas, realmente me asustó. Lablinsky había llegado a la Argentina en 1922, recordaba que de niño, pero no exactamente la edad, solo. Su primera parada había sido el Hotel Estatal de Inmigrantes, ubicado en lo que hoy conocemos como Puerto Madero. En ese hotel no había chinches - me dij o Lablinsky en un castellano que parecía idish - Porque las chinches buscaban hoteles mejores. Creo que en la calle hacía menos frío que adentro. Pero siempre procuré mantener la compostura: prefiero dormir en el frío de un hoteL antes que al reparo de la calle. Lo había creado el gobierno argentino en 1898, y era gratis. Pero yo pensé que debían pagarnos algo por quedarnos allí. Apenas si era un niño, y los paisanos me pedían que me calle. De todos modos, ¿cuánto me podían haber pagado? Había cuchetas de tres camas y yo tenía terror de que el de arriba desfondara la suya y se me cayera encima. Te tenían allí hasta que encontraras por donde salir, pero ya bastante difícil era quedarse. A la semana todo el mundo había aban­ donado el hotel. Yo también. ¿ y adónde se fu e? - pregunté. Lablinsky, como habitualmente, contestó para otro lado: Para comer me llevaban a los Comedores Populares Israelitas. ¿O no? ¿ Ya se habían fundado? Se fu ndaron en 1922 - dij e - Sí, ya se habían fundado. Yo lo sabía porque allí, sobre Valentín Gómez, entre Ecuador y Bolougne Sur Mer, ahora funcionaba también radio Jay, la primera radio judía de Latinoamérica, abierta en 1992. Me habían invitado un par de veces, y tuve ocasión de ver a ancianos, adultos y niños haciendo una filapa ra recibir almuerzos y cenas gratuitas. El director de la radio, Miki Steuerman, me mostró el cartel de cobre que recordaba la fun­ dación de los Comedores Populares Israelitas en 1922. Los Comedores continuaban trabajando como cuando recibieron a los primeros inmi­ grantes: primero para recibir a los que llegaban de Europa; ahora para recibir a los que se habían caído de la clase media, o a los chicos de la calle.

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La gente iba porque había comida kosher- rememoraba Lablinsky­ Yo iba porque había comida. Para mí toda la comida es sagrada, excep­ to el budín de pan. ¿Por qué no el budín de pan? - me sorprendí. No me gusta. ¿Cómo decía Golda Meir? "También como kosher". Pero yo recuerdo hombres grandes que no probaron bocado hasta que no los llevaron a los "Comedores Populares ..." y les garantizaron que a las vacas las habían matado con los cuchillos rituales, y que no mezcla­ ban la leche con la carne. ¿Pero ya había shochets1 en 1922? - pregunté con cierta incredulidad. Lablinsky se encogió de hombros. Las vacas muertas no hablan - dij o - Pero no mezclaban la leche con la carne. Y podías estar seguro de que no te darían cerdo ni peces pro­ hibidos. Tampoco peces permitidos, que yo recuerde, salvo en días de fiesta. El día que las vacas hablen se terminará el kashrut. Ellas dirán: UN o nos importa que nos maten con sus métodos incruentos o indoloros. La verdad es que no queremos que nos maten. Ninguna carne muerta es kosher". Eso no es lo que dice la Torá- advertí. Pero los Comedores Populares Israelitas fu eron una buena cosa. Son una buena cosa. Les dan de comer a chicos como yo, hoy. Fue su única reflexión no cínica; de pronto, sus ojos parecieron los de un niño. Tal vez los niños que llegan solos a países lejanos nunca crecen. Como si le diera vergüenza o miedo, volvió rápidamente a recordar anécdotas de su vida en el asilo de ancianos. Lablinsky decía haber conocido en el asilo de Burzaco a una muj er de ochenta años embarazada. Embarazada sin cópula. "Cada tanto ocurre", me dijo. "Puede haber ocurrido hace dos mil años, como sugieren los cristianos. Y puede volver a ocurrir. Tal vez ocurra cada cierta cantidad de millares de años. ¿Por qué no?". Porfiaba que aquel suceso lo había decidido a abandonar el asilo de Burzaco, pero nunca terminó de explicarme la relación entre los dos hechos: la anciana embarazada y su partida. La tarde en que me contó la historia de la anciana embarazada, lo refrendaba permanentemente un paisano sentado a su lado. El paisano le pasaba datos, fechas, nombres, todo en idish. El hombre parecía incluso más viejo que Lablinsky, pero llevaba mej or los años. Como yo nunca supe el idish, y mis abuelos lo hablaban, me sentía espe­ cialmente honrado por poder escuchar aquel idioma, traducido in situ por Lablinsky.

Matarife ritual 'udío

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El desconocido, que sabía al dedillo la historia de la anciana embaraza­ da, apuntaba cada palabra con un dato indudable y cada silencio con un aforismo en idish: "Si vas a hacer algo malo, disfrútalo". "Un pequeño corazón puede contener al mundo entero". "El amor es dulce, pero sabe mejor con pan". "Media verdad es una mentira entera". "No hay nada más pesado que un bolsillo vacío". Un actor de alrededor de sesenta años, normal, con unos bigotes mosta­ cho entrecanos determinantes, cuyo interés esencial al acercarse a mi mesa era que le escribiera unas líneas en las que pudiera interpretar a Albert Einstein y, una escena más tarde, a David Ben Gurión, me reveló que en realidad el paisano de Lablinsky era un orate, que no hablaba idish sino un idioma impostado e inexistente, y que todos los datos y fechas, nombres y aforismos, no eran sino invención o recopilación de Lablinsky, que no me había traducido nada ni sabía traducir del idish al castellano. Puede hablar perfecto idish, y más o menos el castellano � me dij o el actor de los mostachos � Pero no puede traducir del idish al castellano ni viceversa. Es como si viviera en dos mundos que no se tocan . ¿Podés creerlo? Ya ves, yo puedo creer cualquier cosa� reconocÍ.

Ahora, mientras escuchaba a Rosa en e! café Belén, Lablinsky se mate­ rializó en mi mesa como una aparición. Ni habíamos cruzado mirada, ni me había pedido el café con leche: de modo que intuí que esta vez era un enviado de la Providencia para confirmar que los dichos de Rosa eran verdad, que Pasteur se había llamado Ombú, y que en la década del treinta, en lo que hoy es el edificio de la Amia, había un teatro lla­ mado El Ombú. (Lo de enviado de la Providencia me recordaba el asunto entre An Ski, el dramaturgo idish, y Stalisnavsky: e! creador de! Método le había dicho a Ski que en su obra, El Dybuk, faltaba una presencia supra te­ rrenal. Gracias al pedido, Ski había creado uno de los caracteres más recordables de su drama: El Emisario. Pero en cuanto regresó a Stalisnavsky con la obra terminada, éste se hallaba bastante enfermo y derivó la dirección a su alumno predilecto, Eugeni Vagtangov. Lablinsky podía ser perfe ctamente un personaje que hubiera quedado, luego de creado, sin director) . Es cierto � dij o Lablinsky, en su salsa� El actor muerto se apareció por el Pinatí. ¿ Y qué mampostería se le había caído encima? � pregunté. Un decorado: el mural de la escenografía de una obra.

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¿Pero era mampostería o era un decorado? - insistí- No es lo mismo: una cosa es tela, y otra ... Lablinsky me interrumpió, haciéndome saber que mis intentos de pre­ cisar no tenían la menor importancia. No sé si era una obra de Sholem Aleijem, de Sholem Asch, o de Gershon Sholem- abundó Lablinsky, Rosa lo miraba asintiendo - Pero sí me acuerdo muy bien que era la pintura de una estepa rusa. Se le cayó una estepa rusa encima, y lo mató. Le quedó la cara destrozada- dij o Rosa. Pero cuando volvió, volvió con la cara perfecta- recordó Lablinsky. Rosa asintió nuevamente y pedí el café con leche para Lablinsky, pero Lablinsky hizo que no con la mano. Porque los muertos, cuando vuelven - siguió Lablinsky - vuelven mejorados. El mozo no había hecho caso de la negativa de Lablinsky, y cuando regresó con el café con leche, se lo tomó Rosa. ¿Por qué lo dejaron volver? - pregunté. Los dos ancianos me miraron demudados. Yo no quería aclarar mi pre­ gunta, "quién" lo había dejado volver: quería ver qué me decían. Lo dejaron volver por amor- dijo Rosa- Era una de las caras más exquisitas del teatro, muerto en la flor de la edad. Había dejado una esposa embarazada. Se había pasado la década del 20 visitando prostíbulos y amantes. Cuando por fin sentó cabeza, por el treinta, cuando clausuraron la Zwi Migdal, y se transformó en un marido de verdad, paf, se le cayó la mampara en la cabeza y lo mató. Entonces, lo dejaron volver. Por amor. ¿Y volvió al Pinati? -. Pinatí, con acento - me apostrofó Rosa. Lablinsky miró con envidia el café con leche de Rosa, e hizo que sí con la cabeza. ¿Por qué no se había pedido el suyo? Ese fue el problema- dij o Lablinsky. ¿Cuál? Que volvió al Pinatí. Más de veinte años después, volvió al Pinatí: en el Once - contestó Rosa. La esposa- dijo Lablinsky - vivía en Vila Crespo. ¿ O en Floresta? - preguntó Rosa. Lablinsky se encogió de hombros. En Once, no - cerró. No entiendo - dije. Rosa dejó explicar a Lablinsky. Lo que me iba a contar no era para ser dicho por una mujer.

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No volvió a ver a la esposa. Volvió a ver a una amante. Ni siquiera se acercó a la esposa, ni al hij o ya hecho un hombre. Volvió directo al Once a ver a una cualquiera. Algunos dicen que a una puta. A esa amaba. ¿Y entonces? - pregunté. El escándalo no fue que hubiese vuelto un muerto . ¿Por qué no? ­ remedó Rosa a Lablinsky- Lo que se murmuraba, lo que realmente sacó de sus casillas a todos, fue que hubiera vuelto de la muerte y en vez de ir corriendo a ver a la esposa, se hubiera venido para el Once a ver a la amante. Le quitaron el permiso. " ¿ Quién, cómo? ", quería preguntar. Pero los ancianos habían sabido hacer un silencio respetuoso cuando quise entreverarlos con explica­ ciones acerca de las altas esferas, y ahora era mi tiempo de aceptar y callar. Lablinsky retomó: "No podía volver al Más Allá, ni tampoco gozar de una nueva vida." Lo dejaron como un aparecido, como un fantasma: sin edad, sin dientes, con una cara siempre pálida, vagando por los bares del Once. Sin hogar, sin muj er, sin presencia. Como un personaje sin director. Rosa se levan­ tó para irse. Lablinsky para volver a su mesa. Alzó una mano y llamó al mozo. Yo pensé que iba a ocurrir lo imposible: pagaría la cuenta. Pero simplemente pidió que le llevaran un café con leche a su mesa.

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Sergio Wai.! man (United States/ArgentinalUnited States, 1967- )

LEAVING (AN EXCERPT FROM A NOVEL)

Everyone in the family has a theory, but no one really knows why my maternal grandparents moved to Florida, to a retirement complex between Miami and Ft. Lauderdale, after having worked and saved in New York for years to be able to move back to Buenos Aires. Although it has none of the silver or glitz of the California version, their Hollywood, as 1 saw it; when 1 visited them fr om Providence shortly after their arrival there, does share with the other the anonymity of movie sets, a sense that a battle is being fought against nature and his­ � � � toryas man attempts to create instantaneous communities where there was nothing before but drychaparral out west, or humid swamplands in the southeast. And then the projection of reality, a simulacrum of life in which people place themselves and write a desired ending. (The dtate with the prettname, / the dtate that fLoatd in brackiJh wate!; / heLd together by mangrOl'eroot d / that bear whiLe Living oydterd in CLllJterd. !) The only person that they knew in Hollywood, Florida was their friend Sarah fr om the Bronx.They had not seen her in 6fteen years, but she always said she loved it there, the sun, the tranquility, so we've decided to move there, is what they said before transplanting themselves yet again. Their reasoning was much the same as it had been thirtyyears before, when they 6rst moved to the U.S. from Argentina: that Buenos Aires was too expensive, that they could not get enough work there, that it was time for them to start anew. A bi gezunt, as my Bube likes to sayo They never said the word retirement; retirement is not in their vocabu­ � � � lary, even though Pedro is eighty seven and Cata seventy six. They just told us that it was cheaper, that the complex offered great services for seniors, that they would be able to work as they wanted to, and then they moved, We 're starting over, they said, we're going there to improve our situation, they told us on the telephone, with no room for questions. The next thing we knew they had bought a condominium and moved to Hollywood. (. .. and when dead dtrew white dwampd with dkeLetOlu, / dotted ad ifbombard ­ � � � ed, with green hwnmockd/ Like anClentcann on baLú dprouting graJd.) My Bube wrapped the Spanish toreador, the two Buckingham guards, and the Dutch girl with the pointed wooden shoes -along with the collection of mates and bombillas and the Toledo with the

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gold Iaced Star of David - individually in tissue paper, then in newspa­ per, then layered them in a large trunk where they spent several weeks before arriving in their new living room, where she unwrapped each carefully one by one, arranging them in the same location where they were before on the same mahogany cabinet shelves on which 1 have always admired, in front of the rectangular mirrors. My father maintains that my grandmother took my Zei{)e to Florida so that he would die there alone. He believes she wants him to die out of the way, far from anyone in the family, so no one wil see him contin­ ue to deteriorate mentally and physically until he enters old age. As if sickness and death were something to hide from, my father says, sorne kind of unspeakable secreto Agey ga zinta bate, one might sayo To keep a gross indecent act private, as ifFlorida were the out house to which one goes to deposit the excrement and the other bodily wastes of old age and death. She doesn't want anyone to see him die, it's how they deal with shame. A small but proud Napoleon, a full French carriage, a Turk with tur­ ban and scimitar and a row of Egyptian tigers in front of a mounted set of silver spoons from Sheffield. But 1 disagree. Although the process of dying, the breaking down of the human body and its fu nctions, may verywell be something that we would rather not think about, something that we might want to keep away from us -far away from us, at least physically ifnot emotionally; although old age is messy and empty, the reality of it, the failures of the body and the diminishing capacities of the mind devoid of meaning and us unable to stop it; although there is nothing noble about it; although its physical details are exactly the kind of abj ect material that we try to push deep underground, to have been taken care of behind closed doors by someone else, in someone else's house, or better yet, in another town, out of state; and although the popularity of retirement complexes is a sure indication of wealth and modernity (because we are modern, because we can afford to do as much, send dying off somewhere where we do not have to think or worry about it -at least where we do not have to see or smell it - where it becomes somebody else's everyday work and preoccupation) -although all of this may be true, 1 do not believe that this is why my grandmother moved herself and my grand­ father to Florida. N o, 1 believe - as they believe - that they went there exactly for the reasons they claim, in search of something better, looking for a place to work and start over again. It is no secret that my grandfather is dying. My grandmother takes care of him -a nurse in love with her patient

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fallen into the Atlantic within sight of Ellis Island, a J ewish tailor fr om Lublin who will never learn English, a mother tending to her JI child, so heavy she can barely lift him anymore. Everyone knows the illness is terminaL only, it could go on for a long time as it is now, needing help with everything, walking, getting to the bathroom, even dressing and eating sometimes. The illness is old age and it has lefthis life complete­ ly empty, he has nothing left, he cannot do any of the things that have always made him who he is: he cannot walk for over an hour before breakfast through the citystreets as he once did nearly every morning of his life, he cannot work on his Singer, he cannot study the Yiddish newspaper (Di Predde in Buenos Aires, Y/ Jdidhu TageMat in New York) that he kept in the kitchen and used to line the cages of the birds he once kept hanging in the apartment balcony. Al he has is his repetitive exer­ cises in the pool and the Univisión channel turned all the way up in their living room and his nurse, won at the roulette table at the Casino in Mar del Plata on a summer evening the year he quit the Argentine Socialist Party. Gelt won from the goyim gunnif, he says afterthe afternoon glass of whiskey. (The dtate fu L!of Long S dhaped 6irdd, Mue and white, / and wueen hYdtericaL 6irdd who rtúlh up the dcaLe / eiJa:; time in a tantrum ...) But my grandmother is a different story. Something totally unex­ pected has happened to her; she has undergone a complete and thor­ ough rejuvenation since their arrival in Hollywood, although her found fountain is certainly other than what Ponce de León, or anyone after him, ever imagined. F or the first time in her life she applied for and received a driver's license and has bought herself a large American car to sail down the avenues (though thankfully not the highways) of her new state. This alone has revolutionized her life. Although my Zeide can barely get in and out of the large navy blue Chevrolet by himself, although my Zeide sinks deep into the front seat of the car and needs help both putting on and removing his seat belt, this move has allowed my Bube to go far and beyond the one shopping mall where the shuttle from the complex takes its senior residents early in the morning and picks them up right after lunch. She is also working, as they had said they would (even ifit is only her now), taking in alterations and repairs. This supplements their Social Security checks with a healthy under­the­ table business which has elevated their standard of living considerably (new TV, cable, vacation to Israel and Egypt, trip to Poland, the Chevrolet). Furthermore, her ease with Spanish, Yiddish and, to a large extent, English, mixed with her fluid sociability, has quickly made her one of the most popular residents in the complex, the active

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"modiste"who fl Xes and designs at affordable prices and takes good care of her visitors, lending her skillful hands with as much efficacy to the clothes she sews and seamstresses as to the mate andfacturM, which she has found at a Cuban market and which she serves to everyone who enters their condominium. (E normolld turded, heLpLedd anO milo, ! oie anO Leave their barnacLeodheLú on the beached,! ano their Large white dlcuLú with rouno eye doclcetd / tWlce the dlze of a man d ...) In addition, she takes my grandfather with her to all the fu nctions in the complex, including Tu esday dinners at 5 PM, Thursday night bingo -their penchant for gambling now practiced in a game with smaller stakes and better odds - and Saturday evening shows. And she has mapped for herself a complete exercise routine, going to aerobics for seniors four times a week and doing twentyive f sit ups when she gets up in the morning and before she goes to bed at night. Her thriving mental state and social life, combined with her new healthy physique, plus a nice Florida suntan - as opposed to her usual ghostly Eastern European complexion - has her looking at least ten to fifteen years younger than she is. Biz hunoert un td vantdilc seems to have come true. Indeed, we should all live to 120! My grandfather paces back and forth in the pool in the middle of the retirement complex, just like the doctors tell him to do. Then, when the heat is too much even for him, he sits in their apartment, drawn back in by the AC. He droops into their sofa in front of their new television, watches whatever is on Univisión and, with the voices of the Venezuelan soap operas aboye the buzz of the AC, dozes in and out of sleep for hours on end. Occasionally he brings up the idea of getting another eye operation, though the last time that they operated on his cataracts it did not improve his eyesight at al!. Meanwhile, my grand­ mother runs around, energized, working, independent even as she takes care of everything he needs, younger and more active than at any other time in her life, even smiling occasionally, knowing the move to Florida was a good idea from the verybeg inning.

333 LISTA DE AUTORES / LIST OF AUTHORS / LISTA DE AUTORES

POESÍA / POETRY / POESIA

Andrés Berger-Kiss 23 Julia Galemire 26 Dina Dolinsky 29 Raúl Hecht 32 Saúl Yurkievich 35 Rosita Kalina 39 Marcos Silber 43 Sara Riwka B'raz Erlich 45 Luisa Futoransky 49 Ernesto Kahan 53 Sofía Kaplinsky de Guterman 56 José Kozer 57 Corina Rosenfeld 60 Carlos Levy 63 José Pivín 67 Gloria Gervitz 70 Evelyn Kliman 74 Alicia Borinsky 77 Tamara Kamenszain 80 Becky Rubenstein 83 Juana García Abás 86 Susana Grimberg 89 Tamara Bruder Melnick 91 Perla Sneh 95 Carlota Caulfield 97 Marjorie Agosín 101 Ruth Behar 105 Daniel Chirom 107 Sandra Baraha 111 Sonia Chocrón 114 Jenny Asse Chayo 117 Jacqueline Goldberg 120 José Luis Fariñas 124 Mariana Felcman 127

334 FICCIÓN / FICTION / OBRAS DE FICÇÃO

Adina Darvasi 135 Isaac Chocrón 141 Margo Glantz 144 Samuel Rovinski 148 José B. Adolph 152 Alicia Steimberg 158 Sara Karlik 160 Angelina Muñiz-Huberman 164 Elías Scherbacovsky 168 Marcos Aguinis 174 Enrique Amster 176 Miryam E. Gover De Nasatsky 179 Moacyr Scliar 183 José Luis Najenson 194 Mario Goloboff 199 Ricardo Feierstein 201 Silvia Plager 206 Luis León 210 Nora Glickman 215 Isaac Goldemberg 220 Isaías Leo Kremer 225 Teresa Porzekanski 230 Alberto Buzali Daniel 232 Ana María Shua 240 Noemí Cohen 246 Alicia Kozameh 250 Sandro Cohen 255 José Gordon 259 Regina Kalach Atri 262 Memo Ánjel 265 Susana Gertopan 273 Jacobo Sefamí 277 Bernardo Ajzenberg 287 Paula Margules 292 Luis Krausz 297 Ivonne Saed 305 Ilan Stavans 309 Paula Varsavsky 316 Roney Cytrynowicz 319 Marcelo Birmajer 323 Sergio Waisman 330

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PERMISOS / PERMISSIONS / PERMISsAos

Margo Glantz. Hidtoria de una mujer que caminó por fa vida con zapato¿} de dideHador. Barcelona: Anagrama, 2004. Reprinted with permission of the Publisher.

Silvia Plager. La rabina. Buenos Aires: Planeta, 2006. Reprinted by per­ mission of the Publisher.

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