Veranos Mortales
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Veranos niorta.les ilolores Campos-Herrero Dolores Campos-Herrero es periodista y escritora. O a la inversa, que sería difícil saber a cuál de las dos profesiones de fe se entrega con más pasión. Nació en Los Cristianos, Tenerife, pero comenzó a crecer en Lanzarote, entre largas jorna das escolares y veranos, casi inmortales, de sol y viento en la playa del Reducto. Sus años de forma ción transcurrieron en Madrid, pero Gran Cana ria la acogió en la década de los ochenta, y desde esa isla contempla la vida y el mundo, desde en tonces. Profesó fidelidad eterna a la literatpia cuando cay.) en la posada de un tal Stevenson « dejó de estrujarse las manos de preocupación! la pequeña Dorrit, el también desventuffl Copperfield y el inigualable Oliver. Por aqu época, a temprana edad, descubrió que queríí autora de libros y observar muy de cerc naturaleza humana. Un día tuvo que rendirse evidencias y como Virginia Woolf se percató c mucho que un escritor depende de los elo ajenos. Desde entonces persigue un cu( perfecto.. Ha publicado libros como de poesía C( Cbanel número cinco. Siete lunas y C domingos. De relatos como Daiquiri y é cuentos, Alejandra me mira. Fieras y ánge¡ Basara, que fue reeditado por la emisora cult Radio Ecca para ser utilizado como librd lectura en sus clases. Cuentos suyos aparecen eri siguientes antologías: Retablo y geografía de cuentos canarios. Kntologia de la literatura ca naria del siglo veinte, Racconti dalle Cañarle, Siete cuentos y Reincidencias, entre otros. Ejércela crítica literaria en medios como Canarias 7 y Disenso y trabaja desde 1987 en Televisión Espa ñola en Canarias en donde, en estos momentos, es Directora de Informativos y Programas. VERANOS MORTALES S5^-i^ 3 jv«\ '*>'<?€& t'^'' Dolores Campos-Herrero Ediciones Baile del Sol VERANOS MORTALES Colección li$.m»m Wá/13 © Dolores Campos-Herrero © Baile del Sol (para esta edición) © Rafa Hierro (de la ilustración de la cubierta) Diseño cubierta: Conchy Franchy D.L.: SE-407-2005 en España I.S.B.N: 84-96225-48-8 Impresión: Publidisa AEdiciones de Baile del Sol, 2005. Apdo. Correos, 133. 38280 Tegueste Tenerife. ISLAS CANARIAS http://www.bailedelsol.org E-Mail: bailesol9iclecnet.com Sumario Historias y mapas 9 Angeles en la carretera 11 El verano de la excavadora 17 El niño se acercó al acuario 23 El dragón que se enamoró de San Jorge 27 Venecia sin ti 33 Helga, un cuento infantil 37 Espantanubes aterriza en la Red 43 A las doce de la noche 53 Turquesa 59 Quasar 63 La expedición del 81 67 Otros casos extraordinarios 73 Noticias del fantasma . 75 Remedios de amor 85 Los tambores de las islas salvajes 91 La luna 99 Arañas 115 Espejos 119 Escamas de sirena 123 Hotel Bristol 129 ¿Para qué necesita la tinta el Architeutis? 137 Veranos mortales 143 El atropello 145 El tacto de unos dedos de pez 149 La papelera 153 Ojos de gata Christie 159 Ginebra 179 ' G de Gioconda 183 La sociedad de los viernes 187 Limpieza General 191 Estadísticas 197 El domador de pulgas 203 El camino secreto 209 El niño que no sabía respirar 213 El estilo de las rubias 217 Historias y mapas «.Las historias soa mapas. Mapas de viajes que se han hecho, de los que podrían haberse hecho. Una ruta de Marco Polo a través de un territodo reale imaginaríof) Jeanette Winterson Ángeles en la carretera El ángel lo había mirado con ojos desorbitados. Era una maniobra que siempre hacía mal. Llevaba años con duciendo pero se notaba que le habían suspendido cinco veces en el examen práctico. Y eso que el profesor (con aquella nariz como una gran ele de principiante) nunca tuvo ocasión de verlo como ahora tomando, peligrosamente, aquellas curvas cerradas. Las alas del ángel, como plumones amarillentos, se habían agitado y habían dejado en el aire una vibración molesta. Un ruido como el de los helicópteros lejanos. Ese sonsonete que se va acercando hasta obligarnos a ta parnos los oídos con los pulgares de las dos manos. Los peores helicópteros, los más ruidosos, eran los que per seguían a contrabandistas o a las barcazas que transportaban clan destinamente a personas pobres. El éxito de las operaciones, por más que la propaganda in sistiera, era bastante lastimoso. Un balance lamentable, si tene mos en cuenta que, a cambio, la sordera era uno de los principales males de los habitantes que residían en la costa. En las zonas rurales, las grandes avionetas fumigadoras eran también un peligro. Cometían continuamente errores. Y el gobier- '11' no, cada dos por tres, silenciaba incidentes como aquel del que se hablaba tanto en pequeños corros. Para erradicar no sé qué plaga de mosca blanca se utilizaron productos que ocasionaron una altí sima mortalidad entre la población. Una auténtica escabechina que se cebó especialmente en mujeres, niños y ancianos. Por informes secretos se supo que, después, repoblaron la zona'con los integrantes de una de las barcazas clandestinas. Una expedición en la que, por suerte, llegaron hombres ro bustos; mujeres en edad de procrear y algunos niños ruidosos. En el pueblo, ahora, el censo municipal era una lista muy sucinta, pero sólo era cuestión de tiempo y de saber esperar. Durante varios veranos, las estadísticas hablaron también de nueve fallecimientos diarios en accidentes de tráfico Los muy cínicos argumentaban que, total, de algo había que morir. Pero en el gobierno, la agitación no cesó hasta que algún asesor de algún cargo próximo a un ministro pensó en una solu ción razonable. En los periódicos, en las tertulias televisivas y en las emiso ras de radios de lo que más se hablaba, últimamente, era de los logros de la sociedad del bienestar. De los pasos de gigante que se habían dado en la presente década. De entre todas las modernas invenciones la que más odiaba él era la del auxilio en carretera. El ruido que hacían las unidades de salvamento era muy molesto. Por ejemplo, en ese instante, él escuchaba música de Bach. Y aquella fuga preciosa había sufrido un estertor por culpa del enviado del cielo que le tocó con su flamígera espada. Vete más despacio —dijo el antipático serafín de ojos amarillos. Por suerte, sólo lo amonestó y no hizo amago de hacerle parar y bajar la ventanilla. Como otras veces. '12' Los ángeles le daban grima y no le consolaba nada ni le ser vía la idea de que, algún día, él mismo podría llegar a ser un custo dio de la autopista. Una vez arriba ¿se podría elegir? ¿O ese era tu destino en el supuesto de que perdieras la vida en un accidente de tráfico? Se sentía un poco confuso. Las cuestiones teológicas nunca habían sido su fuerte. Los neumáticos chirriaron un poco y por el espejo retrovisor pudo ver todavía los pies, como de centauro, del ángel que asoma ban por debajo de sus hábitos blancos. Otro detalle irritante. ¿Por qué los ángeles no podían vestirse como todo el mun do? Al menos de cintura para abajo. Porque podía entender que lo de las alas exigiera una guardarropía especial. Aminoró la marcha. Lo último que deseaba ese día era que lo siguiera un querube con sus ruidos y parafernalias. Que le echara al cogote su mal aliento cuando le pidiera que le dejase examinar su tabla de velocidad. Se preguntaba si aquel olor era el resultado del azufre que llegaba del infierno. Quedaba descartada la dieta, porque los serafines no co mían. Tampoco intercambiaban fluidos ni practicaban el sexo con otros ángeles o con las pecadoras del purgatorio. A su manera eran incorpóreos y, además, como no sabían lo que eran las malas pala bras, era difícil que se les ensuciara la boca. Era un enigma aquella halitosis. Eso, sin detenernos en el acre tufo de sus cabellos rizados como viruta de carpintero. ¿Qué clase de fijador usaban? Definitivamente, no le gustaba cómo olían los ángeles. '13' A lo mejor venían en barca, atravesando aguas pestilentes, y era verdad todo aquello de las puertas del Hades y el paseíllo con el compadre Caronte. O tal vez, los concretos ángeles de la carretera que él se encontraba habían estado, anteriormente, destinados en Venecia. Ahora se decía que la ciudad se hundía y su antiguo aroma, en esos momentos, era hediondo. Al pasar por una rotonda, adivinó un accidente mortal y se le puso carne de gallina. Para bastante poco había servido, en aquella ocasión, el ru bio de las alas, destinado en aquel cruce. De hecho, aunque no quiso mirar, lo vio apesadumbrado, con la cara oculta, llorando sobre una de sus mangas de grecas doradas. Éste, se dijo, va a tener que ir a tocar la lira adonde yo me sé. Después, una vez hubo dejado atrás el nervioso rebullir de ambulancias y curiosos, se encontró con una larga pista, recta, delante de sus ojos. Entró en un túnel y uno de aquellos vigilantes movió la ca beza, molesto, porque había tardado dos segundos en encender las luces de situación. El error lo remedió lo mejor que pudo y siguió escuchando a Bach. Una hora más tarde, vio el letrero de una estación de servi cio, a un kilómetro de distancia y se prometió parar. Se sentía cansado y, si no quería quedarse dormido encima del volante, tendría que tomar rápidamente un café. Un café o dos. ¿Quince minutos? ¿Veinte? Calculó que tardaría más por culpa de aquel caracol de auto pista, aquel padre responsable, en coche utilitario, que lo obligaba a ir a una velocidad muy por debajo de la permitida. • 14' Pensó que los tipos así acaban siendo ángeles y eso les estaba muy bien empleado.