Libia y Yemen: comunidad tribal y guerra civil

Jesús Gil, Alejandro Lorca y Ariel José James

ccidente desconoce en gran parte las tribus de Oriente Próximo así como su papel histórico y político. Tiende a ignorar este aspecto en cualquier análisis debido a su mentalidad alejada del concepto Otribu. Por el contrario, la visión occidental del mundo está profundamente arraigada en Westfalia, donde se formula el Estado-nación. En múltiples “naciones” de Oriente Próximo, las configuraciones esta- tales difieren de las occidentales en un punto central: son estructuras sociales en las que la cosmovisión moral y religiosa no se ha separado de la política. A su vez, el Estado debe competir con formas pre-estatales de control político como la comunidad tribal. En síntesis, allí se clasifica la geografía por facciones religiosas; Occidente en cambio lo hace por naciones. Esta diferencia plantea un problema a la hora de tomar deci- siones, pues la mentalidad del mundo occidental antepone el individuo, mientras que en el mundo árabe es determinante la tribu o el clan. Las comunidades tribales pueden formar una especie de conglomerado político dentro del sistema social junto con la organización estatal y sus instituciones políticas y urbanas, pero sin renunciar a su esencia tribal,

Jesús Gil es profesor en el seminario de Estudios Orientales Adolfo de Rivadeneyra de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM). Alejandro Lorca es profesor emérito y cátedra Jean Monnet en la UAM. Ariel José James es profesor en el departamento de Antropología de la UAM.

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La política en Oriente Próximo está vinculada a las comunidades tribales extendidas por el territorio, al margen de las fronteras de los Estados. Las guerras en Libia y Yemen confirman que cualquier estrategia falla si no se tienen en cuenta factores como etnia, clase y tribu.

como señala Jeffrey Szuchman en Nomads, Tribes, and the State in the Ancient Near East. Aunque entre las diversas teorías no hay consenso, para los investigadores queda claro que las arcaicas tribus se asemejan a la tribu tal como la conocemos en el mundo actual. Historiadores y antropólogos se acogen hoy al término definido en 1990 por Khoury-Kostiner: “La tribu puede ser utilizada vagamente sobre un grupo localizado en el cual el paren- tesco es el idioma dominante de organización, y cuyos miembros se consi- deran a sí mismos culturalmente distintos en términos de costumbres, dialecto o idioma y orígenes”. En este estudio se entiende por tribu una organización social étnica de forma pre-estatal (aunque no necesariamente opuesta al Estado, como demuestran los actuales casos libio o yemení) basada en fuertes vínculos de parentesco, bajo la estructura de una filiación ancestral compartida, dentro de un territorio delimitado. En el caso de Libia y Yemen, es preferible hacer refe- rencia al concepto de comunidades tribales, que implica la existencia de comunidades complejas con pautas nómadas y sedentarias, y con ramifica- ciones tanto rurales como urbanas, insertas al mismo tiempo en lógicas cultu- rales premodernas y modernas, y con fuertes relaciones con el aparato estatal. En Libia, la concepción contemporánea de las relaciones tribales fue una adaptación exitosa a los cambios producidos por las diversas intervenciones coloniales y neocoloniales, bastante móvil y flexible en cuanto a las formas

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políticas de gobierno –tanto si se trataba de defender una monarquía, como de asegurar las bases de apoyo popular para una dictadura populista neo- socialista–. Asimismo, contaba con sólidos vínculos transnacionales, tanto en su prolongación de parentesco con la gran familia amazigh (bereberes), como en su relación con los vecinos libios de Túnez y Argelia, así como con los nuevos migrantes “ásiaticos”. Por esta razón, al referirse a la comunidad tribal en Libia y Yemen, se deben tener en cuenta cinco aspectos cruciales. En primer lugar, una comunidad tribal es una organi- Desde tiempos zación étnica estable de dife- pretéritos ha existido rentes alianzas familiares, unida por lazos de parentesco y filia- una interacción entre el ción comunes, un pacto de consanguinidad, y unas tradi- Estado y la tribu, aunque ciones compartidas. Segundo, la los límites territoriales comunidad tribal puede ser o bien una sola tribu o un conjunto de ambos no coincidían que comparte un ecosistema y unas estrategias similares de bioadaptación, de producción económica y reproducción socio-cultural. Tercero, una comunidad tribal no se puede delimitar de acuerdo a marcos de referencia fronterizos: en el caso de Libia se reconoce la presencia de comunidades bereberes desde allí hasta Marruecos. Yemen, por su parte, tiene un pequeño componente afro-árabe en alguna tribu. Cuarto, una comunidad tribal tampoco se puede delimitar de acuerdo a parámetros puramente Estado-nacionales: múltiples tribus libias se mueven en circuitos de producción y comercio transnacionales (en el caso de Libia, entre Túnez, Argelia, Níger, Chad, Sudán o Egipto; en el de Yemen, entre Arabia Saudí, Omán y los Estados del Golfo, principalmente). Y quinto, los factores que articulan las diferencias tribales son la tradición moral y reli- giosa, los vínculos afectivos y emocionales, los contenidos simbólicos y axiológicos compartidos. Por esta razón, la mejor manera de explicar la conducta tribal es recurrir a la experiencia de los significados y los valores compartidos por siglos de tradición. Dentro de la gran comunidad tribal, se pueden formalizar relaciones intertribales, en términos de parentesco a través de una serie de matrimo- nios. Un ejemplo en Libia es la mujer de Muammar el Gaddafi, proveniente de la tribu Barasa, y que le sirvió para afirmar su liderazgo. Un caso seme-

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jante es la cimentación de lazos entre Al Qaeda y tribus del sur y el este yemení, debido a matrimonios y nacimientos desde mediados de 2000. Las tribus contribuyeron a cambios importantes en la historia y la política en Oriente Próximo. Pocas realizaciones estatales podían llevarse a cabo sin contar con un determinado consenso tribal. La situación actual no ha variado demasiado. Desde tiempos pretéritos existió una interacción entre el Estado y la tribu, aunque los límites de esta última no se correspondan con los de un Estado. Sin embargo, las tribus pueden llegar a constituir una entidad semejante a un Estado, incluso mostrando caracteres propios de este, pero sin renunciar a su esencia como tribu.

Interacción y estructura de las tribus Existen amplias interacciones entre Egipto y Libia a lo largo de la historia, en el territorio donde están enclavadas las tribus orientales del país del Nilo: estas han incidido en la “frontera” y el oriente de Libia (Cirenaica). Idénticas interacciones se han producido entre Yemen, la histórica “Arabia Felix”, y otros puntos de la península Arábiga. Desde la época de los grandes faraones de Egipto, los sucesos de “la pequeña” Libia influyeron en sus vecinos. Su tradición tribal (se remonta a hace más de 4.000 años) y problemas de tipo territorial, económico y medioambiental llevaron a enfrentamientos contra las superpotencias de cada época, incluso contra el Imperio Romano. De una de esas tribus procedía el intelectual y viajero medieval Ibn Battuta. En la actualidad, hay varias tribus en la franja del desierto occidental egipcio cuya influencia política se extiende desde la zona del delta hasta el este de Libia. Dos de estas tribus son los Bani Rashid y los Aulad-Ali. La primera es una tribu del mundo árabe, con base en Medina, que se extiende por Arabia Saudí, Egipto, Sudán, Jordania, Emiratos Árabes Unidos y parte del Magreb occidental. La segunda es la mayor tribu del desierto occidental egipcio y de la zona costera mediterránea que linda con Libia. Tras el recru- decimiento de las revueltas en este país, a finales de febrero, los Awlad Busayf se opusieron a la presencia de miembros del régimen libio en Egipto para gestionar actividades militares. En Yemen existe una población de casi 19 millones de habitantes, dispersa en diversos ámbitos urbanos y rurales que cubren una veintena de áreas tribales. Con raíces que se remontan a la Edad Media, desde el siglo XIX las principales confederaciones tribales eran cuatro, pero solo se

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mantenían tres en la primavera de 2011: Hashid, Bakil (norteñas y con un común origen tribal en los Hamdan medievales) y Madhhay (ofuscada por el régimen en las últimas decádas). Las dos principales dominan el entorno del norte y este de Yemen, con un total de medio millón de miembros. Al igual que en Libia, destacados sheijs de varias tribus, Dhu Mohammed y Dhu Hussein, o confederaciones, como la Hashid, formaban parte del aparato estatal del presidente Alí Abdulá Saleh. Ciertas familias de alto estatus, las llamadas Sayyid y Qadi, legalmente no tribales, pero que actuán de modo político-social similar, apoyaban el régimen del general: la familia Abu Luhum ha estado cerca del poder desde la llamada “revolución de 1962”. A diferencia de Libia, con el equilibrio continuo de Gaddafi sobre la totalidad de las tribus, el régimen de Saleh solo se cimentaba sobre las dos tribus del norte. Pero al igual que en el país magrebí, cualquier movimiento político sea o no “reformista” (su intento de cambiar la Constitución, uno de los epicentros del inicio de la revuelta yemení) desde el “invierno árabe” incre- mentó progresivamente el descontento popular y tribal en diversas regiones (con independencia de que parte de los manifestantes fuesen miembros de las modestas familias Muzayyin y Ajdam). Al contrario que Libia, antes de las revueltas era patente el rechazo y la rivalidad del sistema tribal yemení respecto al Estado. Dentro de los Hashid hay tribus con influencia en Arabia Saudí. Pero el influjo saudí no siempre fue beneficioso para las tribus suníes de Yemen, pues los trabajadores migrantes que han regresado del país wahabí en los últimos años no apoyaban ya a los sheijs propios. Riad ejerce una influencia creciente en Yemen, que de algún modo puede acabar siendo un satélite económico y político; empresas saudíes optan cada vez más por la construcción de infraestructuras, quizá la más notoria sea “el puente sobre el cuerno” que uniría África con Asia, a manos de la constructora de la familia Bin Laden, contemplado por Occidente como una futura amenaza. Por otra parte, el chiísmo de los Bakil, que ocupan en su mayoría enclaves de montaña, les ha llevado a tener un nexo más que cultural con Persia a lo largo de su historia. Así, en 2007, hubo disturbios entre tribus de esta confe- deración y Saleh acusaba a Irán de estar entre bastidores. En sectores tribales suníes del sur ya se percibían elementos salafistas desde finales de los años noventa, y los secuestros de occidentales eran moneda común antes del 11-S (recuérdese el asesinato de un grupo de turistas españoles en 2007). Tanto en Libia como en Yemen, los pactos no escritos entre el Estado y los líderes tribales son complejos y cambiantes. La superestructura del Estado-

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nación impuesta por la colonización está presente en numerosos conflictos producidos tras la Segunda Guerra mundial. Dentro del Estado, las minorías están constituidas por diferentes tribus y etnias, que se rebelan con frecuencia contra la autoridad estatal, sustentada por tribus distintas. Oriente Próximo y África están llenos de estos casos. Cuando esta distribu- ción tribal coincide con territorios con recursos naturales importantes como agua, petróleo y minerales, el enfrentamiento por las rentas de dichos recursos recrudece la confrontación. La estructura organizativa de la tribu se basa en la familia y el Entre las atribuciones clan. Una familia extensa, el jams, es la base de la pirámide tribal, y de una tribu están las la familia está integrada por los propias de un Estado, varones con el mismo antepasado (habitualmente un tatarabuelo). como la distribución Existe otro tipo de familia extensa, de tierras y agua, el beit, la “casa”, y ambas están supeditadas al clan. Un conjunto seguridad o protección de clanes forman la tribu, la ashira. En algunos casos, las tribus tienen tendencia a formar confederaciones, la qabila, que puede actuar al estilo de un Estado. La estructura social se basa en el parentesco por vía patrilineal, y los miembros están unidos por un sistema de códigos y obligaciones. Existe un fuerte sentido de grupo y lealtad a la misma, con el “concepto de honor” como base. De hecho el cuadro organizativo de la tribu responde a una ética de responsabilidad colectiva y de ahí proviene un sistema tan tradicional de administración de justicia, que choca con la mentalidad individualista occi- dental. Entre las atribuciones jurídico-administrativas de una tribu figuran las que un Estado o autoridad centralista debería cubrir, como la distribu- ción de tierras y agua, seguridad o protección, y cuestiones matrimoniales. Es preciso diferenciar los términos tribu y nómada. Nómada se refiere a una entidad, individuo o grupo itinerante que en muchos casos tiene una economía pastoril. Sin embargo, muchos nómadas comparten parámetros con la tribu. Uno de los puntales del régimen de Gaddafi ha sido precisa- mente la comunicación del mundo nómada con el sedentario, a partir de categorías que engloban la comunidad tribal en todas sus facetas. Sucede incluso que poblaciones sedentarias dedicadas a la agricultura tienen en

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ocasiones lazos de parentesco con grupos nómadas. Por otra parte está el beduino, que es una etnia tribal de origen árabe que habita en un tipo espe- cífico de desierto; el bâdiyah o desierto semiárido. En Libia, los beduinos suponen menos de una sexta parte de la población. Para la comprensión de la organización tribal es fundamental entender la configuración de sus marcos de referencia valorativos, éticos y morales. En este sentido, el concepto de individuo “a la occidental” es muy débil, si no inexistente en la comunidad tribal. De ahí que sea impensable que miem- bros de una tribu disientan de los líderes; el voto individual no existe, es parte de un todo colectivo. Aunque el desarrollo de las ciudades ha debili- tado el vínculo tribal, la tribu, con sus condicionamientos, persiste en deci- siones sobre los matrimonios o las votaciones (y apoyan a candidatos determinados). El líder tribal es la cabeza de una tribu, el único que desempeña el papel determinante dentro de su organización y estructura, y detenta un gran poder de carácter económico, político y militar. Sin embargo, a lo largo de la historia el líder tribal no siempre ha tenido el poder absoluto, ya que existen diversas estructuras de contrapeso y una serie de tradiciones que limitan el ejercicio de la autoridad. Así, existen órganos colectivos, de tipo consultivo, dedicados a la toma de decisiones importantes junto al líder tribal, o jeque propiamente dicho.

Tribus y petróleo en Libia En Libia el factor coercitivo del “nosotros” se contrarresta con diversas estrategias de dominación política. Desde 1997 existe el llamado “código de honor”, a imitación del qabaliyah árabe (código ético tribal), por el cual se aplica el castigo colectivo para la tribu si uno de sus miembros actúa contra el régimen o le traiciona. Gaddafi instituyó en 1994 el comité nacional de los líderes tribales, que garantiza la participación de las tribus en las deci- siones importantes del país. A pesar de estos antecedentes, y los ejemplos de ejecuciones sumarias tras los intentos golpistas de mediados de los años noventa, muchas tribus se han rebelado. Hoy existen en Libia un total de 140 tribus, pero muchas solo cuentan con unos millares de miembros y tienen un escaso papel político. Los “motores tribales” son apenas un par de decenas. Las principales tribus en el Este son los Awagir, Awayila (bereberes del desierto), Faryan, Kargala, Masamir, Misurata, Obeidat, Ramla, Tawayir y . En el occidente, se encuentran

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los Darabisa, Yarsha, Kawafi, (una de las más importantes del suro- este), Mahyub, Maraariha, Masrata (la predominante en el área metropolitana de Trípoli), Muyarba, , Zamura y Zintan. Los Gaddadfa (tribu del coronel Gaddafi) están en la costa central de . De origen bereber pero arabizada, es una tribu pequeña que tenía un peso político nimio en el momento anterior al golpe de Estado de 1969. En el desierto meridional se concentran los Awayilah, Kawar y Tuareg. En definitiva, las dos principales tribus Libia son los Warfalla y los Magarha, ambas descendientes de dos grandes tribus originarias de la Gaddafi ha destinado península Arábiga, respectiva- grandes sumas de los mente los Beni Salim y los Beni Hilal, lo que les da gran poder e ingresos del petróleo influencia político-social. Desde el golpe de 1969, las posiciones clave a elementos de la élite, de los órganos de seguridad (ejer- de la cúspide de las tribus cito, policía y servicio de inteli- gencia) del régimen provienen de miembros de estas tribus. Entre las tribus fieles e incondicionales al régimen destacan los Magariha, la segunda tribu mayor en número en todo el país, con base en la ciudad de , de donde procede Al Senussi, cuñado del coronel. Entre las tribus que abandonaron a Gaddafi desde el comienzo del conflicto en febrero figuran los Awagir, Tuareg, Hasawna, Masamir, Misurata, Obeidat, Kawar y Zintan. Algunas son más relevantes que otras. Así, el prestigio histó- rico de los Awagir procede de su lucha de parte del gobernador otomano a principios del siglo XIX, durante la primera guerra civil libia, y su posterior lucha contra la colonización italiana. Gaddafi siempre ha incluido a sus miem- bros como ministros del régimen. Sin embargo, desde que estallaron las revueltas este invierno, una parte de los Awagir le traicionó. Quienes abandonaron en bloque al coronel desde el principio fueron las tribus de la Cirenaica. Se trata de una zona urbana tradicionalmente influida por Egipto, con quien mantiene históricas y estrechas relaciones culturales y comerciales, especialmente con el delta occidental y sus oasis. Los Obeidat provienen de la zona de Tobruk, de donde también procede el antiguo número dos del coronel, Abdul Fatah Yunis al Obeidi. Hay que tener en cuenta que la tribu Zintan, originaria de la misma zona que los Zuwayya, estuvo detrás del fallido golpe del 1993. Muchas tribus acusan viejas rencillas más que un problema reciente con el dictador. Misurata tiene una gran influencia en un

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sector del centro-este del país, con un distrito al cual nombra, y con miembros en las ciudades clave de Derna y Bengasi. Existe además una tercera categoría, con algunas tribus dentro de las cuales se producen problemas y divisiones internas. Entre ellas están los Warfalla, los Muyarba y los Zuwayya. El caso de Warfalla, de la zona de Tripolí y con un millón de miembros, la división es notoria ya que muchos de sus miembros nutrían el aparato de seguridad militar del régimen. Su líder tribal abandonó a Gaddafi a comienzos de la revuelta, tal vez porque sheijs y miembros de la élite de la tribu fueron purgados por el coronel tras el fallido golpe de 1996. Cabe destacar que a finales de abril el régimen aban- donó el asedio de Misrata, dejándola en manos de los Warfalla. En está ciudad se encuentra un importante puerto franco y su mantenimiento en manos rebeldes podría condicionar el futuro económico del oeste, además de dividir la costa tripolitana.

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A la tribu Muyarba pertenece el general Abu Bakar al Yunis, importante personaje del ejército leal que hace funciones de ministro de Defensa. Los Zuwayya se encuentra en el desierto suroeste del país, zona estratégica por los pozos de petróleo. Más novedoso que la pretendida irrupción futura de la “democracia libia” es que varias de las tribus decisivas muestren disen- siones internas, ya que implica ir en contra del pensamiento colectivo tribal, del sheij y del consejo. Entre las principales tribus que han abandonado a Gaddafi estaba la ecua- ción militar-petróleo-religión-monarquía, que muestra quienes están detrás del supuesto principio del fin del régimen. Gaddafi ha destinado grandes sumas de los ingresos del petróleo a elementos de la élite, de la cúspide de las tribus. Estos recursos se han utilizado además como elemento de compe- tencia entre ellas. Las tribus orientales sobre todo se han sentido menospre- ciadas en el pasado, como señalan Muriel Asseburg e Isabelle Werenfels en un estudio publicado el pasado febrero. Además la población joven, una buena parte bien formada en cuanto a estudios, se encontraba fuera del sistema de reparto.

Yemen y el proyecto democrático fallido Yemen tiene una concentración de habitantes tribales en el noroeste y sur- oeste. Las altas tierras al norte de la capital, Saná, están ocupadas por árabes chiíes, principalmente de la confederación tribal Hashid; de esta proviene una parte importante del levantamiento tribal del norte contra el presidente Saleh. En la zona norte predomina además la confederación de tribus Bakil, rival histórica de los Hashid, pero que se sumó al enfrenta- miento contra el gobierno desde el primer momento. Entre las tribus princi- pales del sur de Yemen están los Elayah (zona de Yafáa). La provincia de Abiyán ocupa dos áreas tribales contiguas, la Fadhii y la Aulaq. Los Banu Yam y los Al Murra, procedentes de la antigua Hamdan, se extienden en el desértico este y cruzan hasta Arabia Saudí. Tras la desaparición de Saleh del escenario político yemení, se ha disuelto el Parlamento y se ha instaurado una nueva Constitución “vigilada” por el ejército. Sin embargo, no se han aprobado reformas democráticas ni se ha producido un masivo activismo por parte de los jóvenes yemeníes (con su movimiento de la Coalición Civil de la Juventud Revolucionaria, con unos cuantos miles de miembros y cuyas demandas no fueron escuchadas). En estos momentos, fuera de Saná y sus alrededores, una parte del norte está

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en manos de los Hashid, en pugna armada no solo con un sector de los Bakil –tribu Huthi liderada por Al Shabab al-muminim, con supuestas conexiones con Hezbolá y que propugna un régimen al estilo del iraní– sino también con el ejército del anterior régimen. En julio había rumores sobre la presencia en esta zona de elementos salafistas suníes ligados a Al Qaeda, y sobre supuestas escaramuzas fronterizas con Arabia Saudí (donde permanece “en tratamiento médico” Saleh). La lucha con las facciones desestabilizadoras es continua. En el sur, grupos salafistas ligados a Al Qaeda que aplican la sharia controlan progresivamente provincias costeras cercanas al golfo de Adén y se extienden en provincias poco pobladas hacia el este y oeste. Se desco- noce el grado real de sus contactos con los piratas somalíes, pero se prevé una amenaza a todo el tráfico maritímo procedente del sureste ásiatico hacia el canal de Suez. En Yemen, la “oposición” no esta unida y ha creado una especie de Parlamento, consejo alternativo al gobierno, pero también está en lucha con los sectores que querían reformas democráticas desde el inicio de las revueltas hasta la huida de Saleh. En Yemen no puede hablarse de una prima-

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vera democrátrica tras el derrocamiento de Saleh; lo que se está produciendo es la creación de una de las zonas de mayor riesgo para la seguridad del planeta. El único elemento a favor de la estabilidad tras la salida de Saleh es el continuismo de su ejército en manos de generales de su confianza. La falta de apoyo occidental puede significar su caída en pocos meses de producirse un incremento simultáneo en los diversos frentes en guerra civil. Curiosamente en medios árabes, la República de Yemen tenía la reputación de ser el único país de la península Arábiga con un gobierno electo, además de la existencia de un (caro) programa occidental de democracia en el que estaban envueltos los sheijs de las confederaciones descritas. Hoy, sin embargo, el gobierno es una dictadura militar encubierta, con el anterior vice- presidente, Abd al Rab Mansur al Hadi, actuando como presidente en funciones y jefe de las fuerzas armadas. El general Ali Mohsen al Ahmar (llamado Mohsen Saleh por sus acólitos) se perfilaba desde la primavera como uno de los hombres fuertes, sobre todo si se alía con otras facciones tribales y recibe ayuda externa. Personajes como el opositor reformista Mohammed al Sabry, el clérigo radical Abdul Mayid al Zindani –salafista y considerado terro- rista por Occidente o diversas facciones tribales o políticas (Islah, un partido que controlaba a parte de los rebeldes y del Parlamento, y en el que hay miem- bros de la familia Al Ahmar), también están en las apuestas, pero no cuentan de momento con suficientes apoyos. El país está muy balcanizado en tribus con intereses y apoyos (casi) incompatibles entre ellas. El desolador panorama post-Saleh abre varias posibilidades, todas pesi- mistas: un país fraccionado en norte y sur, como lo fue hasta 1990; un país con divisiones regionales religiosas extremistas y sin control gubernamental a toda la provincia (es decir, un agravamiento de la situación actual); perpe- tuación de la guerra civil con inestabilidad de alcance global; y en el mejor de los casos, según la lógica actual de los acontecimientos, una dictadura militar laica en manos del ejército que devuelva el país a la débil situacion anterior a enero de 2011.

Variables en dos escenarios en guerra Ante esta situación, si Occidente quiere hacer un cambio de régimen en Libia lo tendrá mucho más difícil que en Irak, puesto que en el país magrebí existen más tribus. Sin embargo, el peor escenario lo presenta Yemen, debido a las disensiones religiosas entre suníes y chiíes. En Libia, el problema étnico se circunscribe a bereberes y árabes.

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La rebelión libia ha significado de entrada la pérdida de la imagen de Gaddafi como “gran líder tribal”. Así parece demostrarlo el hecho de que los jóvenes libios hayan comenzado a perder su mentalidad tribal, a lo que han contribuido los medios de comunicación. Tal vez sean esos jóvenes, tribales o no, quienes de forma inconsciente propugnan un cambio de estructura social contrario a una tradición de siglos. Pero los jóvenes no controlan a las tribus, y no parece que quienes lo hacen vayan a dejar que así sea. Tal como afirma Asseburg- Werenfels, del alemán Stiffung Wissenchaft und Politik, “la juventud informa- tizada”es un factor entre tantos de las guerras civiles libia y yemení; no Las alianzas, redes es más que una herramienta tecno- lógica que sustituye a otros medios y pactos entre las controlados o cerrados desde un comunidades tribales principio por esos regímenes totali- tarios. definen la configuración Por otra parte, los bombardeos pasada, presente y de la zona de exclusión aérea están causando muertes en las futura de Yemen y Libia ciudades libias donde viven miem- bros de diferentes tribus, y los aliados corren el riesgo de enemistarse con todas las tribus que sufran muertes. La Liga Árabe ha pedido “que no se bombardee”, aunque el exse- cretario general, el egipcio Amr Mussa, declaró en una entrevista en USA Today el 25 de marzo, que “no tenemos conflicto con la resolución, especial- mente tras confirmarse que no existe ocupación o invasión del territorio de Libia”. Es preciso tener en cuenta que se trata de las palabras de un político que aspira a la presidencia de Egipto y que pactó en primavera con tribus egipcias, con las que no quiere entrar en conflicto, sobre todo con las de los oasis occidentales del país del Nilo, con intereses entre los rebeldes libios. No parece que la zona de exclusión aérea vaya a ser suficiente para que Gaddafi se marche. La confrontación en Libia se ha transformado en una lucha de tribus y algunas de ellas (Gaddadfa y Magarha) defienden acérrima- mente el régimen. Desde el principio parece que las principales tribus –al menos los sheijs– de la zona urbana tripolitana costera, desde Sirte a Occidente, están del lado del coronel, que logró pactos con algunas de las que incluso se rebelaron parcialmente al inicio de la contienda. Analistas como Peter Dale Scott, exdiplomático canadiense y profesor en la Universidad de California-Berkeley, ve en el conflicto libio un extremismo

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islámico parcial y una menor identidad tribal. Lo cierto es que los Masamir, una de las principales tribus rebeldes, son conocidos por su celo religioso. Los islamistas pueden ser elementos instigadores en toda la revuelta y/o beneficiarse de la misma, como hicieron con diversos grados y matices los movimientos islamistas en Túnez y Egipto, o en el caso de Yemen, donde los salafistas ya controlan algunas zonas del país (Abiyán). A esto se une el incremento del extremismo chií del noreste, fronterizo con el wahabismo de Arabia Saudí, su rival natural. El mismo Gaddafi, caracterizado por los occidentales como un maestro en mantener equilibrios de poder, se equivocó en su trato a las tribus y habi- tantes del este del país. Fue quizá un error de cálculo, matizado por el menosprecio personal a una zona que nunca lo estimó, pero donde se concentra una parte importante de las refinerías de crudo. Se dan pues las condiciones para una posible secesión de Libia, entre una Tripolitana y una Cirenaica. Una de las tribus libias en mejores condiciones de hacerse con el poder en Tripolí es Magarha, que debe gratitud al coronel por muchos favores, incluso en mo mentos difíciles para los miembros de su tribu, ya que a esta pertenece un implicado en el “caso Lockerbie”, Abdelbaset Ali al-Megrahi, quien estuvo preso en una cárcel británica después de su condena por el atentado, pero fue liberado por “oscuras razones humanitarias”. La élite de los Magariha ocupa una posición clave en el gobierno y en el servicio de inteligencia, por lo que está en mejor situación para atacar al coronel en un momento decisivo. Al mismo tiempo que se libra la guerra en Libia, se producen secesiones de facto en otros territorios del Mashreq, como es el caso de parte del sur de Yemen, en la zona costera, actualmente en manos salafistas, lo que podría condicionar el tráfico marítimo entre Suez y el cuerno de África. A grandes rasgos, para la opinión pública de los países árabes, la respuesta occidental a la revuelta libia no parece responder a una estrategia militar clara. Las tribus locales reconocen además que sus intereses se han debilitado. Por otra parte, la prolongación de la zona de exclusión aérea parece demostrar a los musulmanes (Gaddafi incluido) que Occidente no es muy poderoso, tal vez hubiese ganado más apoyo actuando como un mediador de mayor contun- dencia desde que estallaron las revueltas árabes (Yemen, incluido). Democracia no es un concepto adaptable o asimilable al de comunidad tribal. Si Occidente realmente quiere lograr “efectos democratizadores” dentro de las tribus, estos deberían ser negociados por verdaderos conoce- dores del sistema tribal en el mundo musulmán. Los elementos a negociar

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deben ser interpretados como mejoras para la tribu, no como amenazas a su sistema, –como percibe hoy parte de la población musulmana, sea tribal o no, árabe o no–. Varios factores determinan el nacimiento de las revueltas y posterior guerra civil tanto en Libia como Yemen: corrupción hasta límites extremos, fuerte descontento entre los jóvenes, contagio de las revueltas (triunfantes) en el mundo árabe, transmisión de la información global a través de las redes sociales y la televisión por satélite, desigualdades socioeconómicas y la unión de varias tribus contra el régimen. La resolución de los conflictos libio y yemení depende en gran medida de variables que no están siendo conside- radas por los principales actores políticos y militares, como son las de etnia, clase, identidad grupal, identidad tribal y autorrepresentación colectiva. La actual crisis libia tiene tres niveles: la dimensión social (lucha entre segmentos sociales diferenciados étnica y regionalmente); la dimensión política (fractura y crisis quizá definitiva de un modelo de gobierno autori- tario y sangriento); y la dimensión económica (ausencia de una redistribu- ción de la riqueza generada por los recursos energéticos). Probablemente el hilo que deshace toda la madeja sea el complejo social de alianzas, redes y pactos entre las comunidades tribales, que a su vez define la configuración pasada, presente y futura de una nación en plena transformación histórica, política y social. En Libia se confirma de nuevo que la mejor proyección geoestratégica falla allí donde no se han tenido en cuenta detalles sobre la complejidad social y cultural de los pueblos. En el caso de Yemen este fallo podría tener peores consecuencias, pues ante el actual vacío de poder, en la “Arabia Felix” la amenaza global es mayor y a más corto plazo.

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