50 años de relaciones entre España y Estados Unidos

50 years of Spain-United States relations

Antonio NIÑO

Universidad Complutense de Madrid

La posición pro-estadounidense adoptada por la diplomacia española en la crisis de Irak PALABRAS ha generado una fuerte polémica en la sociedad española. En este artículo se resumen los CLAVE argumentos manejados por atlantistas y europeístas, y se analizan las distintas valora- Política ciones que ambos sectores hacen de las relaciones hispano-estadounidenses, desde la fir- Exterior RESUMEN ma de los pactos del ’53. Finalmente se abordan esas relaciones desde una perspectiva Relaciones histórica y se plantean las cuestiones abiertas a la investigación. hispano-esta- dounidenses Atlantismo Europeísmo Acuerdos de 1953

Pro-United States position, adopted by Spanish diplomacy during the Iraqi crisis genera- KEY ted a strong controversy in Spanish Society. This work tries to summarize the arguments WORDS fistated by pro-atlantic and pro-european people, and to examine their vision about the Foreign Policy relations between Spain and the United States, since the agreement of 1953. Finally, tho- Spain-United

ABSTRACT se relations are analyzed from a historic point of view, and questions to be resolved by States Relations, pro- future researches are set out. atlantic view Europeanism Agreements of 1953

SUMARIO 1. Los términos del debate. 2. Las razones del atlantismo. 3. Las razones del europeísmo. 4. Las imágenes del pasado. 5. La perspectiva histórica. 6. Cuestiones pendientes.

Cuadernos de Historia Contemporánea 9 ISSN: 0214-400X 2003, 25 9-33 Antonio Niño 50 años de relaciones entre España y Estados Unidos

En septiembre de este año se cumplieron cincuenta años desde la firma de los pactos mili- tares por parte de Alberto Martín Artajo, ministro español de Asuntos Exteriores, y James Dunn, embajador de los Estados Unidos en Madrid. Desde entonces las relaciones con los Estados Unidos ocupan un lugar central en la política exterior española, y han sido desde lue- go esenciales en su política de seguridad. Esto era motivo suficiente para emprender la labor de hacer un balance de esas relaciones, y esa era nuestra intención cuando proyectamos el dossier que ahora presentamos1. Sin embargo, y mientras preparábamos los textos que aquí se reúnen, diversas circunstancias contribuyeron a otorgar una actualidad extraordinaria al tema de las relaciones hispano-estadounidenses. Primero fue el alineamiento del Gobierno español jun- to a la administración Bush en la preparación diplomática del conflicto con Irak, luego la posi- ción del representante español en el Consejo de Seguridad en los meses previos al comienzo de las hostilidades, y finalmente la participación de España en la alianza que intervino en la inva- sión que se desarrolló en los meses de marzo y abril, aunque su aportación fuera meramente simbólica. Todo ello provocó un debate público sobre el giro estratégico que se estaba dando a la política exterior como no se conocía desde los tiempos del referéndum para la permanencia o no en la OTAN. Porque el debate sobre la participación en la guerra de Irak, como ya ocurrió en la cuestión de la OTAN, no giró sólo en torno a la actitud a adoptar ante esa crisis, sino que en realidad trataba sobre la forma de conducir las relaciones con los Estados Unidos, lo que los expertos llaman el «atlantismo» de la política exterior española, que es un tema de mucho más calado que el alineamiento coyuntural en este conflicto bélico. La prueba es que en los debates parlamentarios que se produjeron con motivo de la guerra en Irak, los grupos políticos con- centraron sus intervenciones en la cuestión de las relaciones con la potencia hegemónica, y algunos hicieron alusiones al pasado reciente de esas relaciones, recordando las claudicacio- nes consentidas en 1953, el apoyo que los Gobiernos estadounidenses aportaron a la dictadura de Franco y la dependencia a la que estuvo sometida España durante los años de la dictadura2. Que las relaciones con los Estados Unidos se hayan convertido en el tema principal de la política exterior en los últimos tiempos no es algo exclusivo de España. Esa misma circunstan- cia la comparten cada uno de los miembros de la Unión Europea y la Unión en su conjunto. Lo que sí parece exclusivo del caso español es que las relaciones con la potencia hegemónica hayan provocado un fuerte encontronazo entre el Gobierno y la oposición; un encontronazo en el que ha participado, además, la mayoría de la sociedad española, de manera que se ha manifestado como un profundo desencuentro entre el Gobierno y la mayor parte de la opinión pública. Esto,

1 Los autores de estos textos participaron, junto con otros especialistas e invitados, en el curso de verano que organizó la Universidad Complutense sobre este mismo tema, celebrado en El Escorial entre el 1 y el 5 de septiem- bre de 2003. 2 En el debate celebrado en la comisión permanente del Congreso el 31 de enero de 2003, el portavoz para asuntos exteriores del PSOE, Manuel Marín, llegó a citar el precedente del Maine y la abstención de Washington en la jornada del 23-F, para cuestionar sobre todo los méritos de Estados Unidos en la defensa de la democracia y la libertad en Europa: «España a Estados Unidos, de 1939 a 1975, le debe muy poco en este sentido». El País, 1-2-2003, p. 16.

Cuadernos de Historia Contemporánea 10 2003, 25 9-33 Antonio Niño 50 años de relaciones entre España y Estados Unidos como es sabido, no es conveniente para la necesaria continuidad que debe caracterizar la polí- tica exterior de un país, e indica una preocupante falta de consenso sobre cuáles son los inte- reses básicos del Estado.

1. Los términos del debate La oposición acusa al Gobierno de haber cambiado el rumbo, sin dar razón alguna ni haber consultado con nadie, de la política exterior característica de la España democrática. Al poner a Washington por delante de Bruselas, el Gobierno habría roto el consenso sobre política exte- rior laboriosamente conseguido durante la transición. Se trata, para los críticos, de un camino de vuelta al tipo de relación con los Estados Unidos, relación exclusiva y dependiente, que caracterizó la política exterior del franquismo. El Gobierno, por su parte, censura a la oposición haber utilizado el tema del apoyo a la inva- sión de Irak con fines electoralistas, quebrantando así el principio fundamental de no debi- litar la política exterior del Estado con críticas partidistas e interesadas. La utilización del tema de Irak en la política interna, sostiene, viene a recordar precisamente el uso que se hizo en su momento del tema del ingreso en la OTAN. Efectivamente, esta contestación al giro estratégico impuesto por el Gobierno, protagonizada no sólo por la oposición sino también, y de forma activa, por gran parte de la sociedad, no deja de tener consecuencias en la misma efi- cacia de la política exterior elegida, porque debilita su posición ante su aliado norteamerica- no, y porque acerca las posturas de la opinión pública española a las de los Gobiernos euro- peos «disidentes». Realmente algo nuevo ha ocurrido en estos últimos meses. Las relaciones bilaterales hispa- no-estadounidenses no habían planteado nunca resistencias tan fuertes en el periodo demo- crático. Desde el comienzo de la transición hubo un reconocimiento por parte de todos los par- tidos –incluido el PCE de entonces- del carácter ineludible del vínculo con los Estados Unidos. Esa condición no problemática de las relaciones bilaterales, a pesar de algunos desencuentros en América Latina, Próximo Oriente y otros escenarios, se debía fundamentalmente a que la línea atlantista y la línea europeísta de la política exterior española, sus dos grandes ejes de actuación, eran perfectamente compatibles. Y eso era así porque había un acuerdo sustancial entre Estados Unidos y la Unión Europea en las grandes cuestiones internacionales, que faci- litaba a la diplomacia española su alineamiento a la vez con sus socios europeos y con su aliado estadounidense. Así se demostró en la primera Guerra del Golfo, o en las intervenciones mili- tares en los Balcanes, cuando Estados Unidos contó con el apoyo de Europa a pesar de que entonces las operaciones militares tampoco fueron sancionadas por la ONU. Pero los Estados Unidos han cambiado profundamente en los últimos años, primero con la llegada de los actuales gobernantes republicanos, pero sobre todo desde los trágicos aconteci- mientos del 11 de septiembre, y eso se traduce en una nueva forma de ejercer su liderazgo mun- dial. Mientras duró la Guerra Fría, Europa Occidental contó siempre con el firme apoyo de Estados Unidos al proceso de integración europea. Pero al desaparecer el enemigo común que

11 Cuadernos de Historia Contemporánea 2003, 25 9-33 Antonio Niño 50 años de relaciones entre España y Estados Unidos unía a Europa y Estados Unidos, las diferencias de opinión han ido aumentando. Con la llega- da de la actual administración norteamericana, las discrepancias se han agudizado y distintos síntomas lo ponen de manifiesto: posturas divergentes en el conflicto palestino-israelí, la con- solidación internacional del euro sentida en Estados Unidos como una amenaza a la hegemo- nía del dólar, y especialmente las distintas reacciones estratégicas a los atentados del 11 de sep- tiembre. Por otro lado, desde el principio la administración del actual presidente Bush se mostró suspicaz respecto a las organizaciones internacionales y las estructuras multilaterales, cuyo ejemplo más avanzado en el mundo es precisamente la Unión Europea. Finalmente, estas divergencias han alcanzado su punto crítico en la crisis de Irak, que tuvo el efecto añadido de provocar un enfrentamiento grave entre los propios países europeos por la forma de afrontar esa crisis. Esta circunstancia alimenta precisamente la sospecha de que Estados Unidos ha aprovechado la Guerra de Irak para dividir la Unión Europea con el propósito de reconducir su proceso de integración. Algunos analistas acusan a los dirigentes estadounidenses de haber alentado y explotado el hecho de que la Unión Europea se rompiera en una parte fielmente atlántica, que desde un principio estaba encabezada por el Reino Unido, y otra que giraba en torno al eje Francia-Alemania, el que ha sacado adelante el proyecto de moneda única, bus- cando precisamente una mayor autonomía ante la potencia hegemónica3. La política estadou- nidense no sería sino la aplicación de la clásica estrategia imperial romana del divide et impera4. Esta acusación se basa en la hipótesis de que el Gobierno de los Estados Unidos está interesa- do en que la Unión Europea se mantenga como una mera unión económica y no llegue a con- vertirse en una unión política, algo que amenazaría sus intereses estratégicos de alcance mun- dial. Algunos dirigentes norteamericanos han expresado públicamente su temor de que los europeos se disocien de la política estadounidense fuera del área de la OTAN, y que la integra- ción de la Unión Europea llegue a convertirse en un contrapeso a la influencia de los Estados Unidos, o incluso que una Europa con personalidad internacional desarrolle una política diri- gida a mediar entre Estados Unidos y otras naciones del mundo, lo que equivaldría a rivalizar con Washington5. La consecuencia de este análisis es que, desde la perspectiva norteamericana, el apoyo del Gobierno español a la guerra de Irak era útil, no por su aportación militar, ni tampoco diplo- mática, pues no sirvió siquiera para atraer a los dos países latinoamericanos con voto en el

3 Los estadounidenses desempeñaron un papel fundamental, aunque oculto, en la elaboración de las dos car- tas públicas que simbolizaron la división de Europa: la «carta de los ocho», firmada entre otros por los jefes de Gobierno de Gran Bretaña, España, Italia y Polonia; y la carta «V10» de los de los diez países que aspiran en la actualidad a entrar en la OTAN. Desde el principio el actual Gobierno estadounidense se había inclinado por tra- bajar con unas cuantas naciones favorecidas dentro de Europa: Gran Bretaña, Polonia, España e inicialmente tam- bién Alemania. 4 Ver Garton Ash, Timothy: La hora del tango entre Europa y Estados Unidos», El País, 31-5-2003, p. 14. 5 Uno de los que más claramente lo ha expresado ha sido el exsecretario de seguridad Z. Brzezinshi en su obra El gran tablero mundial. La supremacía estadounidense y sus imperativos geoestratégicos, Barcelona, Paidós, 1998.

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Consejo de Seguridad, sino como instrumento para resquebrajar a la Unión Europea. Si esto fuera así, y no es seguro que ese haya sido realmente el propósito de los responsables nortea- mericanos, ni siquiera que favorezca a largo plazo sus propios intereses nacionales, se habría creado una situación totalmente novedosa, en la que la política exterior española tendría que elegir entre alinearse con los Estados Unidos, o con aquellos estados de la Unión Europea que han mantenido una actitud más independiente. Dicho de otra forma, el dilema que se le plan- tea a la política exterior española, por primera vez en muchos años, es el de declararse más atlantista que europeísta, o más europeísta que atlantista, sabiendo que cualquiera de las dos opciones implican una ruptura de graves consecuencias6. En un caso se puede poner en peli- gro el proceso hacia una política exterior y de seguridad común en la Unión Europea, en el otro se asumirían los riesgos de una divergencia importante respecto a la primera e indiscutible potencia mundial. Este dilema difícilmente se resolverá mientras perduren las dificultades en la relación entre Europa y los Estados Unidos. De hecho, se asemeja mucho a aquel otro que, en el siglo XIX y principios del XX, preocupaba tanto a los dirigentes españoles: o con Francia o con Gran Bretaña, dos vecinos igualmente poderosos, capaces de infringir un considerable daño a los intereses españoles, y que estuvieron enfrentados entre sí durante todo el siglo XIX. La clase dirigente española se dividió entonces entre anglófilos, como Moret, y fran- cófilos, como Silvela. Ya sabemos cuál fue la solución de Cánovas a aquella disyuntiva: en caso de que las dos potencias coincidan, sumarse; en caso de divergencia, abstenerse. Pero la abstención también tenía sus costes como se demostró en 1898, cuando la diplomacia española se encontró sola, sin amigos ni aliados, y tuvo que afrontar el ultimátum de gue- rra lanzado precisamente por los Estados Unidos en medio de la indiferencia general. El dilema de las alianzas en aquella época se resolvió finalmente por sí solo cuando Francia e Inglaterra firmaron la Entente Cordial de 1904. El Gobierno español no tardó entonces mas que unos meses en sumarse a un pacto que le unía y al mismo tiempo le protegía de sus dos más poderosos vecinos. Mientras no se den esas circunstancias, es decir, mientras no se vuelva a una línea de actuación internacional compartida entre los Estados Unidos y la Unión Europea –o al menos los países que componen el llamado núcleo duro de la Unión–, el dilema de la posi- ción española tendrá difícil solución. En el debate que se ha producido en la sociedad española en estos últimos meses se han manejado argumentos igualmente poderosos a favor de una u otra opción, es decir, a favor de una estrategia más «atlantista» o, por el contrario, de otra más «europeísta». Merece la pena que repasemos brevemente los principales argumentos aportados por una y otra parte, porque así entenderemos mejor las distintas percepciones que existen sobre el significado de los pactos de 1953 y sus con- secuencias.

6 Este es el análisis que hacía Sotelo, Ignacio: «¿Ruptura en la política exterior?», El País, 29-4-2003, p. 13.

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2. Las razones del atlantismo Aunque no ha habido una explicación oficial completa y articulada de los motivos que han impulsado al Gobierno a trazar el giro estratégico de los dos últimos años –aparte, claro está, de declaraciones sobre valores compartidos e ideales comunes, realizadas de cara a la galería- se pueden deducir sus razones a partir de algunas declaraciones de los miembros del Gobierno y de algunos artículos de opinión que han aparecido en los medios de comunicación. La estrate- gia «atlantista», simbolizada en la Cumbre de las Azores del 16 de marzo de 2003, considera que la alianza con la potencia hegemónica debe ser la dimensión principal de la política exte- rior porque matiza todas las demás, sin sustituirlas ni perjudicarlas; al contrario, contribuye a fortalecer la posición internacional española en todos los terrenos. Eso significa que la priori- dad estratégica de la relación con Europa debe compaginarse siempre con una buena relación con Washington, de manera que en caso de divergencia, la diplomacia española debe trabajar para aproximar a sus socios europeos con su socio atlántico, y no contribuir a aumentar el dis- tanciamiento. Según los atlantistas, todas las prioridades de la política exterior española: la seguridad en Europa, el antiterrorismo, el control de riesgos en el Mediterráneo o los intere- ses en América Latina, pasan por una buena relación con Washington. Empezando por las cuestiones de seguridad y defensa, parece claro que el atlantismo de la posición española se relaciona directamente con su pertenencia a la OTAN. Hay que tener en cuenta que la OTAN es el principal foro de concertación entre Europa y Norteamérica, no sola- mente en el nivel estratégico sino también en el político. Ahora bien, se trata de un organismo que ha debido replantearse su futuro varias veces, primero tras la desaparición de la amenaza que suponía el comunismo soviético, luego tras los acontecimientos del 11 de septiembre, y que ha atravesado recientemente una grave crisis con motivo de la Guerra de Irak. La posición del Gobierno español es la de fortalecer esa organización para adaptarla a las nuevas circunstan- cias internacionales, lo que supone llegar a un acuerdo con Estados Unidos sobre cuáles son las amenazas a las que debe hacer frente7. Se trata de una actitud posibilista, que se basa en la con- vicción de que el intento de construir Europa en oposición a los Estados Unidos es una teme- ridad8 que está condenada al fracaso y que un país como España no se puede permitir. Es sabi- do además que, si Europa ya tiene dificultades para articular una política exterior común, está mucho más lejos aún de articularse como espacio de seguridad autónomo9.

7 La propia ministra de Asuntos Exteriores, Ana Palacio, ha hablado de la necesidad de «reinventar la OTAN» para atender a las que considera las amenazas más inmediatas: la lacra del terrorismo y la proliferación de armas de destrucción masiva. Ello supone superar los límites geográficos de actuación de la Alianza. Ver El País, 4-6-2003, p. 13. 8 Es cierto que siempre ha habido una corriente en el movimiento de integración europea que concebía una Europa fuerte, en estrecha cooperación con Rusia quizá, como contrapeso a la hegemonía de los anglosajones, según una tradición muy gaullista. En la crisis de Irak esa tendencia se ha visualizado en el eje París-Berlín- Moscú. 9 La cumbre sobre seguridad celebrada en Bruselas en la primavera de 2003, que contó con la presencia de Bélgica, Luxemburgo, Alemania y Francia, pero con la ausencia de un país imprescindible como el Reino Unido, es prueba de las dificultades del empeño. El Reino Unido tiene que estar en el esquema o en los procesos

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En segundo lugar, el atlantismo se justifica por el común interés del Gobierno español y del estadounidense en hacer frente a lo que consideran las amenazas más inmediatas en esta coyuntura histórica: el terrorismo y la proliferación de armas de destrucción masiva. En esto hay una coincidencia clara, aunque el terrorismo que amenaza a cada país sea de naturaleza muy diferente, y aunque la percepción del peligro que suponen las armas de destrucción masi- va sea también algo distinta. La lucha antiterrorista, el principal problema político de España, es un elemento que nos identifica claramente con las prioridades de la actual administración norteamericana. Independientemente de los rendimientos que pueda producir la colabora- ción en ese tema, es indudable que este Gobierno se siente más próximo a la percepción de amenaza que sienten los estadounidenses, que a la actitud del resto de los socios europeos. Y compartir las mismas prioridades nacionales y una parecida visión del mundo siempre sirve de cemento sólido en una relación. En tercer lugar, la alianza con los Estados Unidos se considera también importante para defender nuestra posición en las cuestiones conflictivas que más directamente afectan a los intereses españoles. Todos los analistas comparten la opinión de que el principal riesgo para nuestra seguridad está en la frontera sur. Allí, el diferencial de renta per cápita entre Europa y el Magreb, que no deja de crecer; el diferencial demográfico entre ambas orillas del Mediterráneo; la expansión del fundamentalismo islámico, y otros muchos factores, crean el riesgo de que España se encuentre de nuevo en la frontera de un verdadero conflicto histórico de civilizaciones. Las tensas relaciones con Marruecos, que mantiene una política irredentista respecto a Ceuta y Melilla, son una muestra de ese peligro difuso que se dibuja en el sur. Pues bien, la experiencia histórica -conflicto del Sahara, incidente de la isla Perejil- parece demos- trar que en este tema no se puede confiar totalmente en nuestros vecinos europeos -la propen- sión al unilateralismo de Francia en estas cuestiones ha contrariado a la parte española-, mien- tras que la posición de los Estados Unidos se ha revelado determinante –lo fue en el proceso de descolonización del Sahara, y lo ha vuelto a ser en la solución dada al incidente de la isla Perejil. Algo parecido se podría decir respecto a las cuantiosas inversiones realizadas durante la última década en América Latina. El primer inversor en aquel continente es Estados Unidos, y el segundo es España. Los beneficios y la cotización en Bolsa de nuestras principales empresas dependen de manera creciente del clima político y de la salud económica de esos países. El interés de ambos países, por lo tanto, es promover la estabilidad democrática y la economía de libre mercado en el conjunto de la zona. Pero América Latina, a pesar de los esfuerzos de la diplomacia española, está cada vez más lejos de Europa y más cerca de los Estados Unidos. Las crisis recientes en Argentina y en otros países han demostrado que la seguridad de la inversión

de construcción de la dimensión de defensa europea porque es esencial para mantener el diálogo trans-atlántico. Por su parte, los responsables británicos son conscientes de que su peso en los Estados Unidos también depende de su peso en Europa. Por lo tanto, no debería haber contradicción entre la implicación del Reino Unido, o de España, en los esquemas posibles de defensa europea y sus relaciones con los Estados Unidos.

15 Cuadernos de Historia Contemporánea 2003, 25 9-33 Antonio Niño 50 años de relaciones entre España y Estados Unidos española en ese continente tiene bastante más que ver con la política exterior de los Estados Unidos –y su influencia en organismos multilaterales como el FMI– que con la de la Unión Europea. Pero América Latina es algo más que el principal destino de nuestras inversiones. Es una región del mundo con la que se comparte una historia y una cultura comunes, y con la que se mantienen especiales relaciones que van mucho más allá de las meras relaciones diplomáticas o económicas. España es relevante en Europa en parte por su especial relación con Iberoamérica, y es relevante en América Latina porque es también parte de Europa. Como decía Emilio Lamo de Espinosa en un artículo dedicado a defender la vocación atlantista de España: «a España le interesa una Europa abierta y atlantista que la vincule con América Latina (como Gran Bretaña se vincula con América del Norte)», mientras que Alemania y Francia están interesados en una Europa geográficamente continental y políticamente federal10. A España le interesa una Europa que mire al oeste y al sur, mientras que la próxima ampliación de la Unión Europea a los países del este crea el riesgo de que aumente el desinterés de Europa por América Latina y por el Magreb. En este análisis se basa el cuarto argumento a favor del «atlantismo». El empeño de la política española en convertirse en un puente entre los dos lados del atlántico –aunque para ello le faltan credenciales serias en el ámbito de la seguridad como las que tiene Gran Bretaña–, se explica entre otras cosas porque la relación con América Latina se entiende como una relación triangular, en la que es indispensable el entendimiento y la colaboración con Estados Unidos. El quinto argumento, y también el más novedoso, se basa en el fenómeno de la creciente «hispanización» de los Estados Unidos. Los 37 millones de hispanohablantes que hay allí actualmente suponen alrededor del 13% de la población estadounidense, y ese porcentaje cre- cerá todavía más en las próximas décadas. Lamo de Espinosa aludía también en su artículo a la existencia de dos grandes melting-pot de la «iberoamericanidad» en gestación, una especie de nueva «hispanidad». Uno es el que se está realizando en España gracias a la reciente inmi- gración latinoamericana, pero otro, el más importante, es el melting-pot de la hispanidad en Estados Unidos, donde los hispanos se han convertido en la primera minoría étnica del país, están emergiendo como una fuerza social influyente y han abierto la posibilidad de que Estados Unidos llegue a convertirse en un país bilingüe. El creciente peso económico y político de esa minoría, además del demográfico, supone un cambio notable en la naturaleza de la sociedad estadounidense, que ofrece nuevas posibilidades a la política exterior española. Parece que algunos dirigentes españoles han asumido el reto de afianzar en Estados Unidos un liderazgo sobre la población hispana, con el propósito de que los latinos se conviertan en la natural cons- tituency de España. A su vez, algunos dirigentes norteamericanos esperan que España transmi- ta el mensaje de que los hispanos deben potenciar sus raíces occidentales y, en consecuencia,

10 Lamo de Espinosa, Emilio: «De la vocación atlantista de España», El País, 30-5-2003, p. 14. Este artículo, en una versión algo más extensa, se encuentra también en http://www.realinstitutoelcano.org/analisis.

Cuadernos de Historia Contemporánea 16 2003, 25 9-33 Antonio Niño 50 años de relaciones entre España y Estados Unidos su integración en la sociedad norteamericana. De ese modo, el liderazgo cultural español sobre estas comunidades puede ser la base más firme para una estrecha amistad de España con Washington, que a su vez se considera indispensable para la buena marcha de la política espa- ñola en Latinoamérica. España será relevante en Estados Unidos porque es Europa e Iberoamérica al mismo tiempo, y a su vez, esa relación especial con Estados Unidos redunda- rá en beneficio de su peso en las otras dos áreas. Entre mayo de 2002 y julio de 2003, el presidente Aznar ha viajado cinco veces a los Estados norteamericanos de mayor población hispana, patrocinando actos culturales, encuentros con hombres de negocios y entrevistas con líderes políticos hispanos. En estas giras alabó el bicul- turalismo perfecto de muchos hispanos estadounidenses, presentó a España como un interlo- cutor natural de los hispanos, apeló a «las raíces compartidas» para aumentar la presencia de productos españoles en el mercado norteamericano, elogió el mestizaje frente al nacionalismo excluyente, y el ejemplo de los hispanos que son capaces de simultanear la defensa de su cultu- ra con la reivindicación de la ciudadanía de los Estados Unidos. «Tienen ustedes el privilegio y la responsabilidad de poder ser actores de primer orden en el acercamiento de Estados Unidos a Iberoamérica y Europa»11, dijo en Austin aludiendo directamente al triángulo estra- tégico que propone la diplomacia española. Aznar recuerda que los territorios de los actuales estados del sur de los Estados Unidos fueron parte integrante de la monarquía hispánica durante dos siglos, y les dice a los hispanos que sus verdaderas raíces no las encontrarán en ningún programa indigenista, sino en los valores de la democracia y el estado de derecho, el respecto a las libertades, la igualdad ante la ley, es decir, los valores que comparten España y Estados Unidos. «Estados Unidos y España tienen ante sí un fascinante proyecto integrador: incorporar plenamente a Iberoamérica al lugar que le pertenece en el mundo junto a Estados Unidos y Europa», declara el presidente español para despejar cualquier duda de competen- cia con Washington en el subcontinente. Estos últimos argumentos, que unos juzgan peligrosos delirios de grandeza basados en meras fantasías, y otros el descubrimiento de una gran baza estratégica cargada de futuro, son manejados por los «atlantistas» para demostrar que la relación con la superpotencia no debi- lita sino que refuerza la posición de España en el mundo. Según la ministra Ana Palacio: «la influencia internacional de España nunca ha sido mayor»12, y ello se debe especialmente a la buena relación que mantiene con el país más poderoso del mundo. España, una vez resueltos los problemas de su articulación democrática, aspira a ingresar en el selecto club de las gran- des potencias como un país dinámico, competitivo, abierto a la globalización e internacionali- zado. Para alcanzar esa nueva posición que pretende, la estrategia seguida por el actual Gobierno es la de convertirse en el aliado más fiable de los Estados Unidos y construir una rela-

11 Declaraciones reproducidas en la crónica de la última gira ofrecida por El País, 14-VII-2003. 12 Ver sus declaraciones en El País, 1-5-2003.

17 Cuadernos de Historia Contemporánea 2003, 25 9-33 Antonio Niño 50 años de relaciones entre España y Estados Unidos ción especial con la potencia hegemónica, lo que puede proporcionar interesantes réditos políticos sin que ello sea incompatible con el europeísmo13.

3. Las razones del europeísmo Frente a esos argumentos están los que piensan que para mantener una relación bilateral con Estados Unidos madura y equilibrada, es imprescindible reforzar nuestro «europeísmo», única garantía ante el peligro de convertirnos en meros clientes de la superpotencia y la mejor salvaguardia de la soberanía nacional amenazada. Aislada de la Europa primordial –el núcleo duro representado por Francia y Alemania–, España no puede aportar a Estados Unidos, sos- tienen los europeístas, otra cosa que no sean infraestructuras y bases militares. Por ello, para aumentar nuestro peso específico en tal desigual alianza, España debe presentarse como un país importante en Europa. Esta línea argumental se puede desgranar en las siguientes razo- nes: En primer lugar, el reforzamiento de la integración europea sirve para evitar en parte el peligro de satelización de nuestra política exterior dentro de la órbita de los Estados Unidos, algo que caracterizó justamente la política exterior del franquismo. La amenaza consiste en quedar reducidos a ser una pieza más en la estrategia planetaria de la potencia universal, lo que equivale a aceptar una posición irrelevante. Por ello hay que estar junto al eje franco-alemán, la única manera de adquirir la categoría de actor europeo principal y de situarse en el centro de la construcción europea. Con ello se podría practicar una política más autónoma frente a Estados Unidos –en escenarios como Latinoamérica u Oriente Medio–, que es lo que reclama la mayoría de los españoles. Por lo tanto, nuestra opción europea debe ser por una Europa fuer- te, unida y autónoma, dotada de voz propia y de una auténtica política exterior y de defensa. Sólo así se podrá alcanzar un diálogo franco y sincero entre Madrid y Washington, y mantener lo que los socialistas llaman una «alianza crítica». En palabras del diplomático Máximo Cajal, «el actual obstruccionismo reticente en lo tocante a Bruselas» sería una manera de manifestarse la condición de clientes a la que nos aboca la política del actual Gobierno, de manera que se habría elegido la peor opción en la alternativa, «o clientes o aliados»14, que se plantea siem- pre en nuestras relaciones con Estados Unidos. La consigna de la oposición en el actual deba- te ha sido: «sí al vínculo trasatlántico, no a la dependencia trasatlántica», y su actuación se ha dirigido a denunciar la «dependencia transatlántica» y la posición «claudicante» adoptada por el Gobierno15. Una política más despegada de Estados Unidos como la que se siguió en la etapa socialista –defender el europeísmo tradicional y mantener la ambigüedad en la relación

13 El propósito de establecer una relación especial con Estados Unidos plantea un grave problema, y es que en esa estrategia compite con Gran Bretaña, que tiene muchas más bazas y mayor experiencia en ese terreno. 14 Ver Cajal, Máximo: «Clientes o aliados», El País, 16-6-2003, p. 14. 15 El País, 1-5-2003.

Cuadernos de Historia Contemporánea 18 2003, 25 9-33 Antonio Niño 50 años de relaciones entre España y Estados Unidos con Estados Unidos, aceptando los compromisos militares pero tratando de sustentar un dis- curso crítico– podría mejorar, sostienen, las bazas españolas en otras áreas16. Un segundo argumento consiste en afirmar que dar voz y voto a Estados Unidos en los plei- tos con nuestros vecinos puede ser a la larga peligroso. Si los Estados Unidos intervinieron efectivamente en la crisis de Perejil frustrando las pretensiones de Marruecos, de igual modo se corre el riesgo de que un día puedan hacer lo propio con España. Por otro lado, en el pleito que mantenemos con Gran Bretaña por Gibraltar, no es previsible de ningún modo una inter- vención de Washington a nuestro favor. Este aspecto de la cuestión es importante porque, según Máximo Cajal, la «debilidad estructural del flanco sur de la soberanía española» no se debe tanto a la cercanía de un Magreb amenazante, como a la presencia en su territorio de «dos potencias belicistas con objetivos e intereses estratégicos propios». Con ello se refiere a la pre- sencia militar de británicos y norteamericanos en Gibraltar y Rota, las dos llaves del Estrecho y dos bases utilizadas como «plataformas de proyección de las fuerzas anglosajonas en su pro- clamada misión de policía mundial»17. En tercer lugar, el alineamiento incondicional con la actual administración de los Estados Unidos contribuye no sólo a romper la Unión Europea, sino también a destrozar la ONU y a secuestrar el derecho internacional. La necesidad de defender el derecho frente a la fuerza obliga a oponerse al unilateralismo norteamericano, a su doctrina de la guerra preventiva y a su intervencionismo disfrazado de buenos propósitos. Sobre todo, hay que denunciar la falacia que significa pretender justificar moralmente con el principio democrático y con la defensa de la libertad lo que no son sino descarados intereses de poder18. Así descubrimos que bajo la alternativa entre atlantismo y europeísmo subyace otra alternativa, más profunda, que tiene que ver con la concepción del papel de la superpotencia, el futuro del orden mundial, la rele- vancia del Derecho Internacional y de la ONU, etc. Estados Unidos se ha saltado la legalidad internacional, tal como es definida por el Consejo de Seguridad, y ha apelado a la ley del más

16 Ver Alonso Zaldívar, Carlos: «La utilidad de un punto de vista español crítico sobre la política exterior de Estados Unidos», en Flys, C. y Cruz, J.E. (eds.): El nuevo horizonte: España/Estados Unidos. El legado de 1848 y 1898 fren- te al nuevo milenio, Madrid, Universidad de Alcalá de Henares, 2001, pp.63-68; Gillespie, R.: «Lidiando con la ambición: La política exterior y de seguridad de España al inicio del nuevo milenio» en Anuario Internacional CIDOB 2001, Barcelona, CIDOB, 2002; también en http://www.cidob.org. 17 Cajal, Máximo: «Clientes o aliados», art. cit. 18 Apelando a la memoria histórica de los españoles, Gregorio Peces-Barba comparó el engaño de las armas químicas, bacteriológicas y de destrucción masiva supuestamente almacenadas por Sadam Husein, con el hun- dimiento del Maine, falsamente atribuido a España para justificar la guerra que acabó con nuestra presencia en Cuba, Puerto Rico y Filipinas. El País, 30-4-2003, p. 13. Y Javier Elorza, en El País del 12-3-2003, p. 15, también sos- tiene que el episodio «recuerda algunos comportamientos anteriores de la política agresiva de los Estados Unidos, y de forma bien concreta el deslizamiento inexorable hacia la guerra con España en el 98. McKinley exigió en aque- lla ocasión del Gobierno español un alto el fuego unilateral ante los insurrectos cubanos, opinando que era una con- cesión imposible y, por tanto, un buen pretexto para la intervención. Pues bien, el alto el fuego, una vez concedido, fue inmediatamente silenciado en Washington. La guerra ya estaba previamente decidida y lo único que importaba era eliminar posibles oposiciones en la escena internacional».

19 Cuadernos de Historia Contemporánea 2003, 25 9-33 Antonio Niño 50 años de relaciones entre España y Estados Unidos fuerte, lo que introduce un elemento nuevo de tensión. Estados Unidos parece haber renun- ciado así al papel de potencia garante del derecho internacional que tradicionalmente se había atribuido, y lo ha sustituido por el principio, expresado claramente por la administración Bush hijo, de «o conmigo o contra mí», con lo que ha ido perdiendo la autoridad normativa que tenía anteriormente19. La oposición sostiene que la política exterior española no puede compartir las prioridades nacionales ni la visión internacional de la Administración Bush: su unilateralismo, su despre- cio a los organismos internacionales, el acento en los medios militares para resolver los con- flictos, el rechazo al protocolo de Kioto, al Tribunal Penal Internacional, al programa de Johanesburgo sobre desarrollo mundial, a la Convención sobre armas químicas... El multila- teralismo, por el contrario, parece la garantía de un mundo más equilibrado, y además el fre- no más eficaz a las tentaciones imperialistas de los Estados Unidos que han surgido del 11-S. Dicho de otra manera, la concepción europeísta coincide con el deseo de alcanzar un orden internacional multilateral sobre una base jurídica regulada en el marco de una ONU reforma- da20. La experiencia del éxito histórico de la Unión Europea apoya ese deseo de desarrollar sis- temas supranacionales de cooperación. Eso significa autolimitar la soberanía nacional, como se ha hecho en el marco de la UE, para domesticar el ejercicio del poder por el Estado y limitar los márgenes soberanos de actuación. Esta concepción de un orden internacional cooperativo, sometido a reglas y respetuoso de la diferencia –al menos como ideal normativo, no siempre coincidente con la práctica de los diferentes Estados europeos– ha llegado a ser, por así decir- lo, un signo de identidad europeo21. Y esta concepción, naturalmente, choca con las pretensio- nes de liderazgo unilateral de los actuales dirigentes de los Estados Unidos. Pero no hay que desesperar, sostienen los europeístas: hay otra tradición norteamericana con la que identifi- carse, y cuando acceda al poder una nueva administración se darán las condiciones para un diá- logo más relajado. Por lo tanto, cuestionar el grado de complicidad del Gobierno actual con la Administración Bush no equivale a ser antiestadounidense; significa simplemente oponerse a

19 Su defensa consiste en sostener que no ha hecho otra cosa que adoptar de forma fiduciaria el papel en el que la ONU ha fracasado: la defensa de los intereses generales, la protección de los derechos humanos y el casti- go de las tendencias belicistas de los Estados. La justificación dada a la invasión de Irak se basa en que las buenas consecuencias pueden legitimar retroactivamente una intervención ilegal: si el régimen del derecho internacio- nal fracasa, estará justificado moralmente imponer de forma violenta y hegemónica un orden liberal en países sometidos a una dictadura, incluso cuando esa imposición se sirva de medios contrarios al derecho internacio- nal. 20 Esta posición viene a aceptar, de alguna manera, la caricatura que ha dibujado Robert Kagan de los estadou- nidenses como unos hobbesianos belicistas y de los europeos como unos kantianos pacifistas. Ver Kagan, R.: Poder y debilidad. Europa y Estados Unidos en el nuevo orden mundial, Barcelona, Taurus, 2002. 21 Siguiendo una dicotomía ya vieja, parece que el realismo pesa más en el lado de los atlantistas y el idealismo en el de los europeístas. Los primeros se declaran pragmáticos y posibilistas, atentos a las realidades del actual reparto de poder y preocupados por la defensa de los intereses concretos del Estado español. Los segundos creen en la legalidad internacional, las soluciones negociadas, el diálogo regional y la cooperación al desarrollo, como los valores y principios que mejor pueden contribuir a la paz y estabilidad en el mundo.

Cuadernos de Historia Contemporánea 20 2003, 25 9-33 Antonio Niño 50 años de relaciones entre España y Estados Unidos la política actual de la superpotencia, que es transitoria y que no debe ser considerada una posi- ción permanente. Un último argumento manejado por los europeístas es el que alega el rechazo de la mayo- ría de los españoles al reciente giro estratégico a favor de un mayor atlantismo. Ese rechazo contrasta visiblemente con la mayoría estable de ciudadanos que había mantenido su res- paldo el comportamiento internacional de España en el último cuarto de siglo, orientado a la construcción de una Unión Europea más amplia, integrada e independiente de Estados Unidos. El rechazo actual hará imposible que esa política exterior obtenga el suficiente res- paldo nacional, con lo que, como sostiene Alonso Zaldívar: «por bueno que sea el entendi- miento con el gobierno estadounidense, mientras la actitud del gobierno español sea recha- zada por la mayoría de los españoles, España se encontrará en una posición de debilidad ante Estados Unidos y el gobierno de Washington, en el fondo, no podrá confiar en el de Madrid»22.

4. Las imágenes del pasado Conviene tener presentes los términos en los que se ha desarrollado esta intensa y reciente polémica, no para continuar el debate en estas páginas, sino para estar prevenidos frente a un fenómeno que los historiadores conocen bien: que los hechos contemporáneos a nuestra experiencia imponen siempre condicionamientos conceptuales y de percepción sobre el pasa- do. Se trata de un problema clásico de la historiografía que lo mismo afecta a los periodos más recientes como a los más alejados. Incluso la historia mejor documentada puede inspirar interpretaciones muy divergentes si median intereses políticos e ideológicos tan concretos como los que concurren en este tema. En nuestro caso, el fuerte compromiso diplomático a favor de la posición norteamerica- na asumido por el Gobierno español en la crisis reciente ha inducido, inevitablemente, a una percepción básicamente favorable sobre la relación estratégica y política que se inauguró hace cincuenta años. Desde la perspectiva de los atlantistas, la alianza que iniciaron los pac- tos de 1953, y más concretamente la cuestión de la presencia de bases militares en territorio español, no debe interpretarse como un salvavidas al que se agarró la dictadura franquista para prolongar su existencia, sino como una opción estratégica apoyada en razones más pro- fundas, en cierta medida inevitable, y acertada a largo plazo, dada la evolución que ha segui- do posteriormente el sistema internacional. Franco, aun sin saberlo, habría colocado al país en el bando que resultaría ganador, y al mismo tiempo, desde luego sin quererlo, habría introducido en el país el caballo de Troya que, a través del desarrollo y la modernización, creó las condiciones que acabaron minando su régimen autoritario y facilitaron su sustitu- ción por una democracia moderna.

22 Ver Alonso Zaldívar, Carlos: Miradas torcidas. Percepciones mutuas entre España y Estados Unidos, Documento de trabajo del Real Instituto Elcano (4/9/2003), http://www.realinstitutoelcano.org/documentos.

21 Cuadernos de Historia Contemporánea 2003, 25 9-33 Antonio Niño 50 años de relaciones entre España y Estados Unidos

Esta interpretación tiene numerosos precedentes en la historiografía norteamericana que ha tratado el tema. Los defensores de los pactos, en general, han usado ese argumento para justificar y legitimar a posteriori la cooperación de los Estados Unidos con la dictadu- ra de Franco. La modernización de España que inducían los pactos, aseguran, ofrecía la mejor esperanza para que el cambio que más tarde o más temprano se habría de producir fuese evolutivo antes que revolucionario. La presencia estadounidense contribuyó a abrir resquicios en la aislada sociedad española por los que empezarían a entrar los principios inherentes a las sociedades modernas, necesarios en todo caso para que, después de 1975, prosperasen las reformas políticas23. Básicamente, el argumento está relacionado con la tradición doctrinal del «destino mani- fiesto», una especie de mesianismo según el cual los Estados Unidos habrían heredado la misión histórica de redimir a la humanidad de la tiranía, en cualquiera de las formas en que ésta se presentara a lo largo de la Historia. Como país bendecido más que ningún otro con recursos y con un determinado concepto de la libertad política, ese país tendría la tarea de mostrar al mundo que la libertad puede producir gobierno eficaz y crecimiento económico. La sutil intervención de los Estados Unidos en España, a lo largo de tres décadas, habría sido la encargada de crear las condiciones adecuadas para que, llegado el momento, el pueblo espa- ñol alcanzase los beneficios de los que se veía privado a causa de su atraso secular. El general Vernon Walters, uno de los protagonistas de esta historia –fue intérprete en las conversacio- nes de Eisenhower y de Nixon con Franco–, decía en un artículo redactado con motivo del cua- renta aniversario de los pactos24:

«Los acuerdos firmados en septiembre de 1953 significaron cerca de 450 millones de dóla- res para España y permitieron que el país se convirtiera en una de las principales economías mundiales en un ambiente de libertad y de democracia (...) España es en la actualidad un país plenamente democrático y un apreciado miembro de la Comunidad Europea y de las naciones libres del mundo. Me atrevo a pensar que sin los acuerdos entre España y los Estados Unidos la historia podría haber sido muy diferente».

Efectivamente, en un cierto plano de la discusión se pueden señalar las consecuencias pro- fundas y a largo plazo que tuvieron los pactos, consecuencias ajenas, por así decirlo, a la volun- tad de los protagonistas. Es indudable que la firma de los pactos contribuyó a que España salie-

23 Estos argumentos ya fueron utilizados en la época en que se estaban negociando los pactos, para hacerlos más aceptables ante una opinión pública reticente. Ver Ernest O. Hauser: «What a Bargain Drove Franco with Us!», Saturday Evening Post, 21-2-1953. El razonamiento fue retomado por Rubottom y Carter Murphy al afirmar que la aproximación de los estadounidenses a España estuvo inspirada por el sentido de misión que siempre ha caracteri- zado a la política internacional de ese país. Ver Rubotton, R. y Murphy, J. Carter: Spain and the United States Since World War II, New York, Praeger Publishers, 1984. El primero de los autores, Rubottom, había sido director de la USOM en Madrid en los años en que Dunn y Lodge fueron embajadores. 24 Walters, Vernon: «El acuerdo sobre las bases entre España y Estados Unidos cuarenta años después», Política Exterior, 36, VII (1993), p. 167.

Cuadernos de Historia Contemporánea 22 2003, 25 9-33 Antonio Niño 50 años de relaciones entre España y Estados Unidos ra del aislamiento en el que se encontraba, en parte, por voluntad del propio régimen. También es verdad que una de las consecuencias políticas de los acuerdos, esta sí buscada, fue que se facilitó la integración de España en la mayoría de los organismos internacionales de la época. España pudo establecer y alimentar múltiples lazos con el mundo occidental, lo que sirvió para promover, a largo plazo, un cambio de actitudes entre los españoles. Seguramente también se favoreció así que esas actitudes evolucionaran, esta vez de forma no intencionada, hacia formas más tolerantes, liberales y democráticas. La perspectiva europeísta, por el contrario, prefiere abordar la discusión desde otro plano, no el de las consecuencias inintencionadas, efectos del proceso histórico que escapan a la voluntad de los protagonistas –importantes desde un punto de vista histórico, pero difíciles de evaluar con precisión–, sino desde el terreno, mucho más concreto, de los propósitos, las intenciones y las acciones efectivamente emprendidas por los actores. De esta manera sí se puede plantear el problema de la responsabilidad, si la hubo, de la política exterior estadouni- dense en la subsistencia del régimen franquista. Y las evidencias existentes son que la línea de conducta seguida por las sucesivas administraciones estadounidenses consistió en garantizar en primer lugar su objetivo básico: utilizar las instalaciones militares conjuntas e incorporar España al esquema defensivo occidental. Sin duda, la democratización del régimen, de haber- se producido de forma espontánea, habría tenido algunas ventajas para los intereses estadou- nidenses: hubiera favorecido la cohesión ideológica del bando occidental y se habría podido levantar el veto europeo al ingreso de España en la OTAN. Pero nunca se tomó ninguna deci- sión para potenciar activamente la evolución democrática en España, porque ello hubiera puesto en peligro el objetivo supremo de garantizar la colaboración del régimen para el buen uso de las bases. Es cierto también que las autoridades estadounidenses intentaron evitar tan- to el fortalecimiento del propio régimen franquista, como toda conducta que permitiera la identificación de los Estados Unidos con el mismo. Pero ambos eran objetivos difíciles de armonizar, porque era inevitable que la cooperación con el franquismo significara ambas cosas, cierto grado de identificación con el régimen y su fortalecimiento tanto a nivel externo como interno. Su interés por una liberalización del régimen franquista que aportara una mayor homogeneidad política a Europa Occidental fue eclipsado por las urgencias militares del momento. El régimen no se liberalizó, y la presencia estadounidense no sirvió para acabar con la política de represión y de limitación de las libertades individuales del franquismo, que con- tinuó hasta su fin. No hay más que ver cómo se cumplieron las últimas sentencias de muerte, cuando el régimen ya estaba agonizante, a pesar de todas las presiones exteriores ejercidas - entre las que no figuraron las estadounidenses, probablemente para no inmiscuirse en los asuntos internos de su aliado. Con la actitud norteamericana probablemente ocurrió como en las tragedias, que los problemas se producen a pesar de las buenas intenciones de los persona- jes, y a causa no de sus peores cualidades, sino de las mejores. Incluso cuando se inició el pro- ceso de transición hacia la democracia, el aliento que aportaron las instituciones estadouni- denses tuvo una proyección y una influencia muchísimo menores que las actuaciones de los

23 Cuadernos de Historia Contemporánea 2003, 25 9-33 Antonio Niño 50 años de relaciones entre España y Estados Unidos europeos, a través tanto de sus Gobiernos como de sus partidos políticos, en especial los ale- manes, franceses, británicos y suecos. La cuestión plantea un problema de carácter general que tiene difícil respuesta ¿Es más efec- tiva, para acabar con regímenes dictatoriales e injustos, la política de las sanciones y el aisla- miento, o la política de la infiltración y la promoción del desarrollo para provocar una evolución interna en el sentido deseado? La primera estrategia triunfó en el caso de la Sudáfrica del apar- theid, pero fracasó cuando se aplicó a la Cuba de Fidel, como fracasó en el caso español durante el aislamiento internacional al que fue sometida la dictadura Franquista en 1946. La segunda estrategia, la de la infiltración para promover el cambio interno, parece estar fracasando en el caso de China, pero triunfó, según algunos, en el caso español a partir de los años sesenta. La alternativa, sin embargo, no debe plantearse en términos tan simplistas. Los europeístas seña- lan, a este respecto, que la cooperación económica y la promoción de los intercambios de todo tipo, como los que realizó la Europa democrática con la España franquista en su última etapa, no fue incompatible con un aislamiento político y estratégico muy diferente a la alianza y al apoyo que simultáneamente proporcionaban a la dictadura los Gobiernos de los Estados Unidos. Se trata de la diferencia entre la actitud de la Europa del Mercado Común, que toleró el régimen franquista al tiempo que fomentaba los intercambios con la sociedad española, y la actitud de Washington, que se alió abiertamente con el dictador y cooperó militarmente con él. Con todo, para los críticos de los pactos de 1953, los peores efectos fueron las cesiones de soberanía que incluían –ahí están las bases «de utilización conjunta» de Torrejón, Rota, Morón y Zaragoza–, y la condición clientelar a la que quedaba reducida la posición internacio- nal de España. Los pactos, desde esta perspectiva, fueron una claudicación humillante, reali- zada por un régimen débil internacionalmente, a espaldas de la ciudadanía, que sacrificó la soberanía nacional para asegurar su supervivencia política a contracorriente de la historia y del contexto europeo. Unos pactos desiguales que además lastraron durante mucho tiempo las relaciones entre Madrid y Washington. Por ello mismo, la España democrática, y en concreto el Gobierno socialista, se vio en la necesidad de romper la dinámica de subordinación que se arrastraba desde los tiempos de Franco y afrontar la delicada tarea de reequilibrar la relación con Estados Unidos en unas duras negociaciones que desembocaron el 15 de diciembre de 1988 en la reducción sustancial, que no cosmética, de la presencia militar norteamericana en suelo español. Según esta interpretación de la historia, el mérito de la democracia habría sido el de aban- donar la condición de un cliente más de los Estados Unidos para adquirir el status de auténti- cos aliados. En palabras del embajador Máximo Cajal, fueron los negociadores socialistas de 1988 «quienes reequilibraron la relación bilateral con los Estados Unidos de América, rom- piendo claramente con la dinámica de subordinación que arrastraban desde los tiempos de Franco»25. Todo ello no habría sido posible sin la participación española en el proyecto euro-

25 Cajal, Máximo: «Clientes o aliados», El País, 16-6-2003, p. 14.

Cuadernos de Historia Contemporánea 24 2003, 25 9-33 Antonio Niño 50 años de relaciones entre España y Estados Unidos peo, que se convirtió en la mejor manera de escapar a la dependencia trasatlántica. Ahora se trataría «de saber si queremos ser –porque no es evidente que lo seamos– unos verdaderos aliados de los Estados Unidos, capaces de disentir a pesar suyo y de ser respetados a pesar de ello»26, y si podemos superar la pasiva y mecánica incrustación en su despliegue estratégico global. En conclusión: la relación bilateral exclusiva con Estados Unidos, en situación cliente- lar, es lo que caracterizó la política exterior del franquismo, mientras que las señas de identi- dad de la política exterior de la España democrática son el apoyo ferviente a la integración euro- pea, la cooperación con los organismos internacionales y el multilateralismo en Europa, Iberoamérica y el Mediterráneo, todo ello compatible con la condición de aliados críticos de los Estados Unidos. Estas son las imágenes del pasado que se derivan del debate reciente y de la disyuntiva en la que se encuentra la política exterior del país. Para unos, la relación bilateral con los Estados Unidos que se inauguró en 1953 fue un trampolín a la modernización y a la evolución social española, una ayuda inestimable para la apertura de la sociedad al exterior, aunque no para la apertura del sistema político. Para otros fue una tabla de salvación para el régimen franquista, que adquirió respetabilidad tanto interior como exterior, y que consiguió así perdurar en el tiempo. Intentaremos ahora fijar algunas conclusiones que se obtienen de un análisis prima- rio de los hechos, aportando una perspectiva menos polémica y más histórica.

5. La perspectiva histórica Lo primero que salta a la vista es que los pactos de 1953 supusieron un cambio radical res- pecto a una tradición que duraba ya siglo y medio. Desde el permiso concedido por Godoy a las tropas francesas para penetrar en el territorio nacional, la presencia permanente de tropas extranjeras fue evitada continuamente –salvo en los casos de guerra civil–, y la neutralidad en los conflictos europeos fue un impulso natural de la nación que los Gobiernos españoles inten- taron mantener a toda costa. No era novedad la posición subordinada en la órbita de alguna gran potencia mundial –antes Gran Bretaña y en menor medida Francia; posteriormente Alemania, y desde la Segunda Guerra Mundial Norteamérica– pero sí el compromiso militar adquirido explícitamente, la cesión de soberanía y la posibilidad de implicar al país en un con- flicto ajeno a sus intereses. La orientación hacia el área de influencia franco-británica que había dominado la política exterior española durante gran parte del XIX y el primer tercio del siglo XX nunca implicó tales concesiones, ni siquiera compromisos que pudieran arrastrar al país en conflictos continentales -doctrina formulada expresamente desde Cánovas al menos. Fue en 1940, tras los primeros éxitos del Tercer Reich, cuando Franco llevó a cabo la más importante rectificación doctrinal de la política exterior española al proponer a Hitler la incor- poración de su país a la guerra mediante la toma de Gibraltar y a cambio de una parte del impe- rio colonial francés. España se comprometió en ese momento en los asuntos continentales y lo

26 Ibidem.

25 Cuadernos de Historia Contemporánea 2003, 25 9-33 Antonio Niño 50 años de relaciones entre España y Estados Unidos hizo en plenas hostilidades, pero ni siquiera entonces se llegó a ceder territorio de soberanía española a una potencia extranjera. Los compromisos con Estados Unidos, por el contrario, incluían la cesión y el uso de bases militares permanentes desde las que se podía lanzar un ata- que con ingenios nucleares a una tercera potencia sin el previo consentimiento del Estado español, que sólo debía ser informado de ello. Una cesión de soberanía tan insólita se hacía a cambio de un acuerdo que ni siquiera tenía el rango de Tratado, que no incorporaba una cláu- sula de garantía o defensa mutua, y cuyas contrapartidas económicas fueron ya entonces con- sideradas insuficientes. Sólo el autoritarismo franquista podía permitirse cambiar el rumbo con tanta rapidez y de manera tan radical, hurtando a la población el derecho a debatir una decisión de tanta trascendencia. Todo ello se explica, sin duda, por los beneficios que el régimen franquista esperaba obte- ner de esos acuerdos, tanto de orden externo como interno. Para el régimen franquista, su vin- culación con los Estados Unidos en modo alguno constituía un fin en sí mismo. Aunque sin duda sirvió para afianzar el régimen de Franco, la nueva relación se consideró un instrumento del cual valerse para alcanzar una serie de objetivos pertenecientes a los ámbitos político, eco- nómico y militar. En el terreno político, los Estados Unidos debían servir de padrinos en el retorno de España a la sociedad internacional después del aislamiento sufrido tras la Segunda Guerra Mundial. Aunque los peores años del aislamiento político ya habían pasado, los acuer- dos suponían una garantía frente a futuras presiones internacionales. El hasta entonces repu- diado régimen de Franco se presentaba ahora avalado por el país más poderoso de la tierra, y eso constituía un dato nuevo que todo el mundo debía tener en cuenta a partir de entonces. A pesar de ello, el patrocinio estadounidense no logró que se franqueara la entrada de la España de Franco a las organizaciones que protagonizaron la integración europea. La misma naturale- za del franquismo puso unos límites a la integración de España en la sociedad internacional, y en las organizaciones europeas en particular, que ni siquiera los Estados Unidos, con todo su peso, fueron capaces de franquear. En el terreno militar, los pactos debían servir para modernizar las Fuerzas Armadas y forta- lecer la defensa nacional, y al mismo tiempo incorporar España al sistema defensivo occiden- tal. Los ejércitos españoles, en efecto, se modernizaron, pero esas nuevas capacidades queda- ron muy lejos de las necesidades que crearon los nuevos riesgos asumidos desde la firma de los pactos. Incluso la incorporación al sistema defensivo occidental se hizo de forma muy preca- ria, pues se dejó a España al margen de la OTAN, su principal instrumento, a pesar del empe- ño que puso la diplomacia estadounidense en conseguirlo. España compartía, como el resto de Europa, los riegos de un enfrentamiento militar entre los dos bloques, pero no disfrutaba de la garantía y de la seguridad de defensa mutua que proporcionaba la alianza. El otro gran objetivo, además del político, fue obtener una compensación económica que aliviara la asfixia a la que conducía la autarquía económica practicada por el propio régimen. Estados Unidos se convirtió en una fuente de financiación exterior imprescindible en aquellos momentos, una vez demostrado el fracaso del desarrollo autárquico a partir exclusivamente de

Cuadernos de Historia Contemporánea 26 2003, 25 9-33 Antonio Niño 50 años de relaciones entre España y Estados Unidos los recursos propios. También de allí se esperaba obtener la asistencia técnica que le estaba siendo negada por los gobiernos europeos. Pero la contrapartida económica por el uso de las bases no fue equiparable al Plan Marshall del que se habían beneficiado pocos años antes el resto de los europeos, ni por el volumen ni por las condiciones en las que se concedió. Su obje- tivo tampoco era el mismo: en el Plan Marshall se trataba de acelerar la reconstrucción econó- mica de Europa, necesaria para la propia economía estadounidense, y al mismo tiempo pro- mover la prosperidad de las sociedades europeas como el mejor remedio para prevenir los disturbios sociales que podrían favorecer la extensión del comunismo. En el caso español, des- contado ese peligro por la vocación férreamente anticomunista del régimen de Franco, se tra- taba únicamente de aportar las infraestructuras y facilitar el funcionamiento del sistema eco- nómico hasta el nivel que fuera imprescindible para el correcto funcionamiento de las bases militares. En el terreno de los beneficios desde el punto de vista de la política interior, los pactos ase- guraban, en primer lugar, el interés estadounidense por mantener la estabilidad política y eco- nómica internas en España. Además se fortalecía la situación del régimen frente a la oposición, que quedaba desmoralizada y aislada internacionalmente. Por último, se ganaba un importan- te recurso de propaganda interna: los pactos demostraban que España tenía razón, porque la potencia hegemónica del mundo occidental volvía ahora su mirada hacia este país, recono- ciendo su condición de adelantado en la guerra contra el comunismo y solicitando su colabo- ración en la defensa del mundo occidental. Las relaciones bilaterales encontraron en esos acuerdos un marco de colaboración en el que desarrollarse, y también un techo infranqueable durante veinte años. Desde luego, los acuer- dos no eran el reflejo de un propósito común y compartido –excepto, quizá, el de enfrentarse a la amenaza de un peligro revolucionario comunista en España–. Se trató de un matrimonio de conveniencia, no de un matrimonio por amor, en el que las dos partes esperaban que el otro cambiase de actitud con el tiempo. Para el régimen de Franco lo importante no era la alianza en sí misma –nunca se tomaron en serio el peligro de invasión soviética– sino las consecuencias políticas del acuerdo, tanto internas como externas, mientras que para los norteamericanos el interés militar fue siempre el determinante, y estaban dispuestos a pagar el precio estricta- mente necesario para alcanzarlo. La lógica bélica de la política exterior norteamericana se imponía a su tendencia mesiánica, y en nombre de la defensa del mundo libre se sostenía a una dictadura militar con reminiscencias fascistas. De ahí sus contradicciones y los conflictos entre la línea política seguida y las tendencias de la opinión pública mayoritaria en Estados Unidos. De hecho, una de las consecuencias de los pactos, inevitable pero no por ello menos desagra- dable, fue la de deteriorar la imagen de los Estados Unidos en el mundo occidental, especial- mente entre la opinión de los países europeos, y también entre la opinión de los demócratas españoles. Los pactos con el régimen de Franco se justificaban porque les permitían obtener bases aéreas en ultramar que incrementaban su fuerza general respecto a la URSS en el con- junto de la relación estratégica. Desde luego, no era un dispositivo para organizar la defensa

27 Cuadernos de Historia Contemporánea 2003, 25 9-33 Antonio Niño 50 años de relaciones entre España y Estados Unidos local, y su asistencia tampoco era un medio de posibilitarla. El interés de los Estados Unidos, por lo tanto, consistía en limitar sus concesiones y establecer el nivel mínimo de cooperación que permitiese el pleno funcionamiento de las bases. Mientras que la ayuda otorgada en el Plan Marshall tenía un fin que era económico en primer término, aunque con un trasfondo militar, en el caso español, por el contrario, la ayuda económica otorgada se hacía con el fin exclusivo de contribuir a la creación de las condiciones mínimas que permitieran el sostenimiento del programa militar. Ese era el punto de equilibrio de los intereses de ambos. La trampa estaba en que mientras no se ampliaran los recursos disponibles para que el régimen alcanzara sus obje- tivos de desarrollo económico y fortalecimiento de su defensa, necesariamente tenía que con- tinuar la relación de dependencia, lo que hacía impensable la ruptura de los acuerdos. Así, pronto se dieron cuenta los responsables españoles de que, mientras los estadounidenses alcanzaban plenamente sus objetivos con el uso de las bases, los españoles no conseguían sus objetivos estratégicos en el terreno económico, y limitadamente en el de la política internacio- nal; de ahí la insatisfacción que empezó a manifestarse desde comienzos de los años sesenta. La posición de continua dependencia en la que cayó la política exterior española vino moti- vada por el hecho de que Estados Unidos era la única alternativa que se ofrecía al régimen para poder alcanzar tales objetivos estratégicos. El aislamiento político del régimen explica la impe- riosa necesidad que tenía de no permitir el deterioro de esas relaciones, y en consecuencia su débil posición negociadora en la revisión de los acuerdos. No había capacidad de presión por- que el mantenimiento de los acuerdos era una cuestión vital para el régimen, y cualesquiera otros intereses debían ser sacrificados en consideración a éstos. No era creíble la amenaza de volver a la tradicional política de recogimiento, como se intentó en la renovación de los acuer- dos de 1968, y menos aún la de buscar otros apoyos internacionales alternativos. Por encima de las consecuencias directas que se derivaron de la firma de los pactos, está el hecho de que con ellos cristalizó una relación amistosa basada en intereses recíprocos que per- duró en el tiempo. Entre 1953 y 1975 se mantuvo esa relación, estrecha pero problemática, que no satisfacía plenamente los intereses de las dos partes pero que respondía a sus respectivas necesidades. La democracia se encontró con ese legado, que acabaría provocando uno de los mayores debates de la Transición. Pero la relación se asentó cuando fue enmarcada en la Alianza Atlántica y compensada con la incorporación de España a la Comunidad Europea. Se superó así el handicap inicial que suponía que la relación que se estableció con los Estados Unidos en los años cincuenta se hizo al margen de las organizaciones multilaterales de defen- sa y de cooperación europea. Por último, señalaremos algunas paradojas que se explican por los efectos a largo plazo que ha provocado la alianza, llamémosla así, inaugurada con los pactos de 1953. Desde entonces la política exterior española se ha mantenido inserta en el sistema de alianzas trasatlántico, y sin embargo ello no ha impedido, sino todo lo contrario, la pervivencia de una cultura aislacionis- ta y neutralista que se manifiesta intermitentemente en la sociedad española. Al mismo tiem- po, a pesar de que la alianza con Estados Unidos se convirtió en una constante de nuestra polí-

Cuadernos de Historia Contemporánea 28 2003, 25 9-33 Antonio Niño 50 años de relaciones entre España y Estados Unidos tica exterior que introdujo el régimen anterior y que la transición no modificó sustancialmen- te, es sabido el distanciamiento crítico con el que amplias capas de la sociedad española con- templan esa colaboración. Uno de los efectos más persistentes derivado de la colaboración entre Estados Unidos y la dictadura franquista ha sido precisamente la formación de una «imagen pública» de los Estados Unidos muy negativa entre amplios sectores de la sociedad española, que ha perdurado hasta prácticamente la actualidad. Las razones de este último fenómeno son bastante conocidas27. En España -como ocurre también en buena parte de América Latina- los Estados Unidos no han ejercido el papel liber- tador que tuvo en el resto de Europa, sino que, al contrario, han sido un factor de apoyo a las dictaduras conservadoras. En Europa los estadounidenses se convirtieron en los liberadores del fascismo y en los generosos donantes del Plan Marshall; allí contribuyeron a restablecer el orden liberal, democrático y la economía de mercado. En España, sin embargo, la imagen de Estados Unidos se ha conformado en gran parte a partir de su cooperación con el franquismo, de modo que para muchos cumplió el papel de principal sustento a nivel internacional del régi- men. Se tiene además la certeza de que cualquier intento serio de recuperar las bases militares que el franquismo cedió en 1953, hubiera supuesto un peligro gravísimo de desestabilización en la delicada transición española a la democracia, lo que equivale a reconocer una supedita- ción y una dependencia peligrosa respecto al poderoso aliado. Aunque nunca se dijo expresa- mente, se dejó entender que la entrada en la Comunidad Europea sería facilitada con nuestro previo ingreso en la OTAN, cosa que se hizo precipitadamente tras el intento fallido de golpe de estado del 23-F -renunciando a negociar unos mínimos como la cuestión de Gibraltar o la inte- gración de Ceuta y Melilla en el área protegida por la Alianza Atlántica. La incorporación de la España del postfranquismo a los mecanismos de la seguridad occidental se encontró con la oposición de partida de aquellos grupos políticos que habían tenido como principal rasgo defi- nitorio el antifranquismo, basándose, al menos en parte, en esa identificación entre Estados Unidos, el franquismo y la Alianza Atlántica. En términos simbólicos, los detractores de las bases se adueñaron de las banderas del pacifismo y de la soberanía nacional, y acusaron a los Estados Unidos, la potencia hegemónica de la Alianza, de colonialismo, de belicismo y de pre- potencia imperial. De ahí la incertidumbre en el referéndum de la OTAN y la necesidad políti- ca de proceder a una cierta retirada de las fuerzas estadounidenses en España durante la demo- cracia. En definitiva, la disponibilidad de las bases a costa del sostenimiento del régimen franquista tuvo para los Estados Unidos un considerable coste en términos de opinión públi- ca. Coste que se tradujo en el hecho de que el sentimiento antinorteamericano –que en reali-

27 Un buen análisis de la formación histórica de la imagen de Estados Unidos en España se encuentra en Azcárate, M.: «La percepción española de los Estados Unidos», Leviatán, 33 (1988), pp. 5-18. Sus conclusiones han sido actualizadas en el trabajo de Alonso Zaldívar, Carlos: Miradas torcidas. Percepciones mutuas entre España y Estados Unidos, Documento de trabajo del Real Instituto Elcano (4/9/2003), http://www.realinstitutoelcano.org/documen- tos. También es interesante el artículo de Elorza, Antonio: «De ‘Bienvenido Mister Marshall’ au 11 de septembre 2001: les sources de l’antiaméricanisme espagnol», Les Cahiers D’Histoire Sociale, 21 (hiver 2002-2003), pp. 43-56.

29 Cuadernos de Historia Contemporánea 2003, 25 9-33 Antonio Niño 50 años de relaciones entre España y Estados Unidos dad es sólo el rechazo de su política exterior y de su forma de ejercer el liderazgo mundial– siga siendo en el pueblo español más fuerte que en el resto de Europa occidental28.

6. Cuestiones pendientes La primera cuestión pendiente de dilucidar, por lo tanto, es cuánto hay de fundado o de infundado en esa identificación entre la presencia norteamericana en España y el apoyo a la dictadura franquista. Más concretamente, cómo se ha formado esa mala imagen de los Estados Unidos en España; por qué su presencia ininterrumpida durante tantos años no ha servido para mejorarla; qué esfuerzos se hicieron para superarla; ¿se trata de una debilidad sustancial de la diplomacia norteamericana, que prestó escasa atención a los aspectos simbólicos de su política exterior?; ¿se trata de una mala gestión de esos aspectos y del uso de técnicas inade- cuadas?; ¿o, sencillamente, las técnicas de lo que ahora se llama «public diplomacy» y gestión de imagen, y antes se denominaba «relaciones informativas y culturales», no son capaces de contrarrestar los efectos que sobre la opinión crea la elección de unas amistades y de unos alia- dos política e ideológicamente comprometedores? Estas son algunas de las cuestiones, entre otras, que intenta responder Lorenzo Delgado en el artículo que aquí presentamos. Veremos cómo hay indicios, en los documentos estadounidenses, de una política basada sobre princi- pios morales, o por lo menos rastros de una necesidad de justificar la colaboración con la dic- tadura franquista presentándola como un intento de incluir a la española en el seno de las «sociedades modernas». El autor es especialista en las políticas culturales y de propaganda en el exterior desarrolladas por diversos países a partir de la Segunda Guerra Mundial, y también en las relaciones hispanonorteamericanas29. A pesar de que ya existen bastantes estudios sobre las negociaciones que condujeron a los acuerdos de 1953 y sobre el complejo proceso de toma de decisiones que se siguió por parte de la administración estadounidense, el artículo de Carlos Escudé aporta nuevos y relevantes detalles sobre la cuestión. La documentación recientemente desclasificada le ha permitido identificar los objetivos a veces complementarios pero otras veces contradictorios de diferen- tes agencias y ramas del Estado y gobierno estadounidense, las diferentes posiciones manteni- das en el seno del Consejo de Seguridad Nacional, y describir el mecanismo que finalmente unificó a dichas instancias en una política nacional. También aporta datos reveladores sobre otros aspectos importantes como fueron la posición obstaculizadora de la diplomacia británi- ca o el regateo de las compensaciones económicas. El profesor Escudé, autor de un excelente

28 Ver Noya, Javier: «La imagen de Estados Unidos en España. Resultados del Barómetro del Real Instituto Elcano», Documento del Real Instituo Elcano, (21/7/2003), http://realinstitutoelcano.org/documentos. 29 Sobre este último tema, ver «Le régime de Franco, le plan Marshall et les puissances occidentales», Relations Internationales, 106, (été 2001), pp. 213-230; y «Les États-Unis et l’Espagne, 1945-1975» en Barjot, D. y Réveillard, Ch.: L’Américanisation de l’Europe occidentale au XXe siècle. Mythe et Réalité, Paris, Press. Univ. Paris-Sorbonne, 2002, pp.133-6.

Cuadernos de Historia Contemporánea 30 2003, 25 9-33 Antonio Niño 50 años de relaciones entre España y Estados Unidos trabajo sobre las relaciones entre Estados Unidos y Argentina en el periodo inmediatamente anterior30, aporta una perspectiva comparativa que permite señalar las peculiaridades del pro- ceso negociador con España. ¿Sirvieron los pactos de 1953 exclusivamente a los intereses del régimen de Franco, o fue- ron también la mejor opción desde el punto de vista de los intereses nacionales? ¿Se puede hablar de intereses generales de España e intereses particulares del régimen como alternativas mutuamente excluyentes? Parece claro, por ejemplo, que en 1963 lo más urgente, como reco- nocían los propios funcionarios del régimen, era revisar las modalidades de utilización de las instalaciones militares conjuntas, pero una postura más firme y exigente hubiera puesto en peligro la estabilidad del régimen, y eso condicionó finalmente la toma de decisiones. Ángel Viñas, autor del primero y más profundo estudio realizado en España sobre los pactos de 1953, y que acaba de publicar un nuevo libro sobre las relaciones con Estados Unidos y la renegocia- ción de los pactos hasta la profunda la revisión acordada en 198831, nos ofrece en su artículo los elementos necesarios para la respuesta. Hay quien, aceptando que la relación estratégica fortaleció al régimen, hace hincapié en el hecho de que la cooperación económica, educativa, tecnológica y cultural favoreció que amplios sectores de la sociedad española fueran apropiándose de ciertos valores asociados al modelo que representa la sociedad americana: el liberalismo, el respeto de los derechos de la persona, la libertad de iniciativa económica. Se plantea así la cuestión de cuál pudo ser a largo plazo la influencia del acercamiento a Estados Unidos en el desarrollo que experimentó el país en las décadas posteriores. Más concretamente ¿En qué medida contribuyó la ayuda económi- ca norteamericana al crecimiento y a la modernización económica del país? En el corto plazo, parece claro que la ayuda económica concedida en concepto de compen- sación tuvo la ventaja de soslayar provisionalmente el problema fundamental de la escasez de medios de pago en divisas - aunque la disponibilidad de dólares no significaba que podían usarse libremente, sino sólo para adquirir bienes y servicios aportados por el Gobierno de los Estados Unidos. Pero tal escasez se fue agravando en la práctica hasta que no se decidió cam- biar completamente el modelo de desarrollo seguido, de forma que algunos autores han soste- nido que las contraprestaciones económicas estadounidenses retrasaron la necesaria estabili- zación de la economía española, prolongando así la política económica de autosuficiencia abocada necesariamente al fracaso. La contrapartida, dicen los críticos, se agotó en tapar las brechas de esa economía y en remediar las necesidades más urgentes de abastecimiento, en vez

30 Gran Bretaña, Estados Unidos y la Declinación Argentina, 1942-1949, Buenos Aires, Belgrano, 1983. Escudé es también autor de una muy interesante conceptualización sobre lo que debe ser la política exterior de los Estados que él denomina «débiles»: El realismo de los Estados débiles, Buenos Aires, GEL, 1995. 31 Los pactos secretos de Franco con Estados Unidos. Bases, ayuda económica, recortes de soberanía, Barcelona, Grijalbo, 1981, y En las garras del águila. Los pactos con Estados Unidos de Francisco Franco a Felipe González, 1945-1995, Barcelona, Crítica, 2003.

31 Cuadernos de Historia Contemporánea 2003, 25 9-33 Antonio Niño 50 años de relaciones entre España y Estados Unidos de servir de motor de crecimiento sostenido. Por otro lado, es evidente que la ayuda económi- ca sirvió para sumar a España al cúmulo de mercados de exportación estadounidenses, agre- gando una fuente de demanda y creando una duradera dependencia tecnológica. En el medio plazo, la cuestión que se plantea es la de si fue importante la presión norteame- ricana para forzar un cambio de modelo en la política económica seguida: ¿Se vinculó la ayuda a determinados cambios en el modelo de gestión económica? ¿Contribuyó a resquebrajar la política autárquica y a preparar los cambios que llegarían con el Plan de Estabilización de 1959? Todo el mundo está de acuerdo en que el momento clave en el desarrollo económico y social de España fue la aplicación del Plan de Estabilización de 1959: ¿Qué influencia tuvo en ello Estados Unidos, el principal socio internacional de España en ese momento? Más concreta- mente, ¿influyó la ayuda técnica norteamericana, sobre todo la destinada a la formación de empresarios, directivos y técnicos, en el desembarco de los tecnócratas en el Gobierno espa- ñol durante la segunda mitad de los años cincuenta? En el largo plazo, ¿cuál fue la trascendencia de la relación bilateral en la modernización del sistema productivo y en el desarrollo tecnológico del país? Nuria Puig aporta interesantes ele- mentos de respuesta al analizar los efectos de la cooperación técnica en particular. Anteriormente había estudiado la influencia estadounidense en la creación de las primeras escuelas de negocios en España y en la implantación de un modelo de formación de los direc- tivos de empresa32. José Luis García Ruiz, por su parte, estudia en profundidad la penetración en España del modelo estadounidense de relaciones laborales. Anteriormente había realizado importantes estudios monográficos sobre la colaboración industrial entre los dos países33. Añadimos a este dossier el texto de la conferencia de Stanley Payne en el curso de verano de El Escorial, dedicada especialmente a analizar la evolución de la opinión pública estadouni- dense respecto a España. Su aportación tiene el doble valor de ser un testimonio inestimable de alguien que conoció directamente el desarrollo de las relaciones bilaterales en todo este lar- go periodo, y aportar además el análisis lúcido de un historiador que observa esas relaciones desde la ventajosa posición que le proporciona su condición de ciudadano estadounidense y especialista en la historia de la España contemporánea34. Quedan muchas cuestiones pendientes sobre la influencia que ejercieron los Estados Unidos sobre la sociedad española. Una de las más relevantes, por ejemplo, es la que se refie-

32 « Americanization of a European latecomer: Transferring US Management Models to Spain», en Tiratsoo, N. y Kipping, M. (eds.): Americanization in 20th century Europe: Business, culture, politics, Lille, Université Charles-de- Gaulle, 2002, pp. 259-275; y «Educating Spanish Managers: The United States, Modernising Networks, and Business Schools in Spain, 1950-1975», en Amdam, R.P. (ed.): Inside the Business Schools: The Content of European Business Education, Oslo, Abstrakt Press 2003, pp. 58-86. Nuria Puig también ha publicado, junto con Adoración Álvaro, «Estados Unidos y la modernización de los empresarios españoles, 1950-1975», Historia del Presente, 1 (2002), pp. 8-29. 33 ¡Es un motor español! Historia empresarial de Barreiros, Madrid, Síntesis, 2001, junto a Manuel Santos. 34 Sobre la historia española más reciente ha escrito varias obras, entre ellas la que dirigió con el título The Politics of Democratic Spain, Chicago, Chicago Council on Foreign Relations, 1986.

Cuadernos de Historia Contemporánea 32 2003, 25 9-33 Antonio Niño 50 años de relaciones entre España y Estados Unidos re a la penetración de modos de vida, de valores y de pautas culturales estadounidenses en el conjunto de la sociedad. Es cierto que su influjo comienza a proyectarse con intensidad a par- tir de los años cincuenta, pero también lo es que en gran parte es ajeno a las incidencias parti- culares de las relaciones bilaterales. El proceso de «americanización» de la sociedades –con- cepto difuso que abarca fenómenos muy diferentes– se produjo de forma parecida en buena parte del mundo, de forma que hay que atribuirlo a un origen distinto a la aproximación diplo- mática y militar, relacionado con la difusión de los valores estadounidenses en los medios de comunicación de masas, con la capacidad de exportación de su industria del entretenimiento, con el éxito de su cultura del consumo y del ocio, etc. Este es, sin duda, un extenso campo ape- nas explorado, que reclama nuevas y originales investigaciones.

33 Cuadernos de Historia Contemporánea 2003, 25 9-33 Las relaciones culturales entre España y Estados Unidos, de la Guerra Mundial a los Pactos de 1953

Cultural relations between Spain and the United States, from World War II to the Pacts of 1953

Lorenzo DELGADO GÓMEZ-ESCALONILLA

Instituto de Historia-CSIC

La guerra civil provocó una brusca ruptura en las relaciones culturales entre España y Estados Unidos. Durante la guerra mundial ambos países se convirtieron en rivales en el escenario latinoamericano, si bien la incorporación de Estados Unidos al conflicto fue acompañada por el establecimiento de un aparato de propaganda informativa y cultural RESUMEN en España que iba a perdurar más allá de la conclusión de la guerra. La naturaleza polí- tica del régimen franquista impidió, no obstante, que España fuera incluida inicialmente PALABRAS en los circuitos de intercambio cultural, educativo y científico erigidos por Estados Unidos CLAVE en la postguerra mundial. Esa incorporación no tuvo lugar hasta que el contexto de la guerra fría puso en valor la posición estratégica española y relegó los prejuicios ideológi- España Estados cos hacia el franquismo. Los primeros acuerdos de índole cultural precedieron, con esca- Unidos sa antelación, a la firma de los pactos bilaterales de 1953, con el objetivo de ir prepa- Relaciones rando a sectores escogidos de la sociedad española para facilitar la consecución de los culturales Propaganda objetivos norteamericanos. Siglo XX

Civil War provoked a hard breaking in Spain-United States relations. Both countries beca- me rivals in Latin America during World War II, though after their entry into war, the United States established a propaganda apparatus in Spain, with informative and cultural purposes, which continued working long after the conflict was over. Nevertheless, the KEY

ABSTRACT political nature of Franco’s regime prevented Spain from being inserted into the cultural, WORDS educative and scientific interchange circuits created by the United States during the post- war era. The insertion did not take place unit the development of Cold War increased the Spain value of Spain’s strategic position, pushing into the background former ideological preju- United States Cultural dices against Franco’s regime. The bilateral pact of 1953 were immediately preceeded by relations cultural agreements, in order to make easier for the United States to fulfill their objectives Propaganda in Spain, by preparing selected sectors of Spanish society. XXth Century

SUMARIO 1. Relaciones culturales y propaganda de guerra. 2. Una política de «rela- ciones públicas» para atraer a la elites europeas. 3. La inclusión de España en los cir- cuitos de intercambio cultural de Estados Unidos.

Cuadernos de Historia Contemporánea 35 ISSN: 0214-400X 2003, 25 35-59 Lorenzo Delgado Las relaciones culturales entre España y Estados Unidos

El desenlace de la guerra civil afectó seriamente a las relaciones culturales establecidas entre España y Estados Unidos en el transcurso del primer tercio del siglo XX. Para empezar, la prin- cipal institución española que las había impulsado, la Junta para Ampliación de Estudios, que- dó disuelta a iniciativa de los vencedores. Tanto la Junta como sus miembros más destacados, intelectuales, profesores y científicos de talante liberal y reformista, eran tachados entonces de «traidores a la patria». Se les culpaba de haber abierto el país a influencias extranjeras que habían sido la semilla del enfrentamiento fratricida, de ser los responsables de la difusión de ideas y teorías que habían llevado a abandonar la tradición cultural de raigambre católica, jun- to a críticas más concretas de practicar el favoritismo y la discriminación en la aplicación de sus competencias académicas. Los protagonistas de la apertura cultural y científica hacia el exte- rior en las décadas precedentes quedaban, pues, asimilados a la condición de núcleo ideológi- co de la «Anti-Patria»1. En lo sucesivo, las competencias, recursos y centros de investigación de la Junta fueron transferidos al Consejo Superior de Investigaciones Científicas, establecido en 1940 para impregnar la investigación y la ciencia españolas de una carga católica y reaccionaria. Buena parte de las figuras emblemáticas del panorama intelectual y científico anterior a la guerra civil, junto a los cuadros que habían contribuido a formar, pasaron a engrosar las filas del exilio. Algunos de ellos obtuvieron puestos docentes en universidades norteamericanas, para lo cual fueron muy útiles los contactos forjados en las primeras décadas del siglo2. Con ellos se perdió uno de los principales activos de las relaciones bilaterales que habían logrado cristalizar en las décadas anteriores, si bien eso no preocupaba entonces al nuevo régimen político español. Ni sus intereses políticos ni sus proyectos culturales y científicos tenían a Estados Unidos como interlocutor. Más bien todo lo contrario. Si algo caracterizó inicialmente tales relaciones fue una actitud de hostilidad que se demostró muy negativa tanto para las expectativas de la políti- ca exterior de la dictadura como para el desarrollo científico español.

1. Relaciones culturales y propaganda de guerra Durante la guerra civil el bando franquista había consolidado una fuerte afinidad ideológi- ca con Alemania e Italia, que se convirtió en una alianza tácita y apenas disimulada con las potencias del Eje tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial en suelo europeo. El proyecto

1 Sobre esa justificación ideológica, que ya comenzó a circular durante el transcurso de la guerra civil, vid. Suñer, Enrique: Los intelectuales y la tragedia española, San Sebastian, Ed. Española, 1938; Eguía Ruiz, Constancio: Los causantes de la tragedia hispana. Un gran crimen de los intelectuales españoles, Buenos Aires, Ed. Difusión, 1938, y la obra colectiva Una poderosa fuerza secreta: la Institución Libre de Enseñanza, San Sebastian, Ed. Española, 1940. 2 En el libro de Amo, Julian y Shelby, Charmion: La obra impresa de los intelectuales españoles en América (1936- 1945), Madrid, ANABAD, 1994, se sigue la trayectoria de 623 intelectuales españoles que se instalaron en aquellos años en diversos países americanos. En torno a un 10% de ellos (61) recalaron en Estados Unidos, de forma tem- poral o permanente. Entre ellos se encontraban José Antonio de Aguirre, Américo Castro, Tomás Navarro, Fernando de los Ríos, Pedro Salinas, Ramón J. Sender, etc.

Cuadernos de Historia Contemporánea 36 2003, 25 35-59 Lorenzo Delgado Las relaciones culturales entre España y Estados Unidos de construir una Nueva Europa de carácter fascista fue la referencia política de los dirigentes del régimen español en los primeros años cuarenta. También desde el punto de vista cultural y científico las relaciones con Alemania e Italia iban a gozar de una posición de privilegio en aquellos años. Para Alemania e Italia este canal permitía ganar adeptos entre las elites de la dic- tadura española, tanto en el mundo de la cultura y la ciencia, como en el campo de la informa- ción y en distintos cuerpos de la administración. Además, ofrecía un medio para realizar una propaganda encubierta de sus móviles internacionales, ya que oficialmente estaba prohibida la propaganda directa de los beligerantes. Para España suponía, sobre todo, un medio de conso- lidar su afinidad con los pilares básicos de la Europa fascista y de incrementar su paulatina integración en las estructuras del Nuevo Orden. Tanto Alemania como Italia fundaron en los primeros años de la guerra mundial sendos Institutos de Cultura en la capital española, que recogían el testigo de centros preexistentes pero elevados ahora de categoría y con mayores recursos. El Instituto Alemán de Cultura man- tuvo un estrecho contacto con el Consejo Superior de Investigaciones Científicas para des- arrollar las relaciones entre investigadores españoles y alemanes, y estimuló el intercambio de profesores y el envío de lectores de español, becarios y pensionados, contando para ello con la ayuda de los organismos alemanes correspondientes. En todas estas vertientes cabe afirmar que el protagonismo alemán en aquellos años estuvo muy por delante del que pudo adquirir cualquier otro país, incluida Italia. La nación mediterránea fue a la zaga de la influen- cia cultural alemana, si bien no bajó la guardia y procuró dar la réplica en la medida de sus posibilidades. Los gobiernos alemán e italiano, bien a través de sus centros universitarios y de investiga- ción, bien por medio de otros organismos oficiales, se mostraron en todo momento muy receptivos en cuanto afectaba a ese intercambio cultural y científico. Un intercambio que jun- to a las iniciativas aludidas cubrió asimismo otra variada gama de actividades: ampliación de la red docente alemana e italiana en España, que iría acompañada del incremento paralelo del número de lectorados de ambas nacionalidades en centros españoles y de los profesores de enseñanza secundaria dedicados a impartir los dos idiomas; visitas a Alemania e Italia de inge- nieros españoles de diversos campos de especialización; invitaciones a profesores, periodis- tas, escritores o funcionarios españoles para asistir a congresos y reuniones internacionales; firma de acuerdos de colaboración en materia cinematográfica y jurídica; exposiciones artísti- cas; celebración de ciclos de música clásica y de ópera; representaciones de los coros y danzas españoles, e incluso acogida de viajes turísticos a España3. Con los países aliados el régimen español no iba a mostrar, como era de prever, una dispo- nibilidad semejante para el estrechamiento de sus relaciones. En el caso concreto de Estados Unidos, la guerra civil había significado, como ya se avanzó, la ruptura de los vínculos cultura-

3 Más datos sobre ese conjunto de actividades en Delgado Gómez-Escalonilla, Lorenzo: Imperio de papel. Acción cultural y política exterior durante el primer franquismo, Madrid, CSIC, 1992, pp. 193-210.

37 Cuadernos de Historia Contemporánea 2003, 25 35-59 Lorenzo Delgado Las relaciones culturales entre España y Estados Unidos les preexistentes. El intercambio de profesores y estudiantes estaba suspendido, incluso la cir- culación de periódicos, revistas y libros médicos y técnicos norteamericanos en España se había reducido muy considerablemente. Esta última fue una de las primeras gestiones que se abordaron tras la contienda civil. El principal obstáculo que encontraba la entrada en España de publicaciones estadounidenses estaba relacionado con el mecanismo de pago en divisas de esas importaciones, dada la carencia de las mismas que existía en España. Otra traba comple- mentaria consistía en la necesidad de disponer de una autorización de la censura gubernativa para tales materias4. Junto a lo anterior, otro temprano motivo de fricción bilateral vino origi- nado por las restricciones impuestas al comercio de películas norteamericanas. Poco después de acabar la guerra civil, la censura cinematográfica española había decidido prohibir la importación de películas en que participasen una serie de personajes del mundo del cine que habían apoyado al bando republicano5. A ello le siguieron las dificultades ocasionadas por el sistema de cuotas y permisos de importación, el control de divisas extranjeras, los gastos deri- vados del doblaje de las películas y otras tasas que grababan su compra y difusión, el monopo- lio oficial de los noticiarios y la burocracia sindical6. La solución a tales contenciosos iba a verse entorpecida por la actitud oficial española de hostilidad hacia Estados Unidos. El antinorteamericanismo había sido uno de los argumentos empleados por la propaganda del bando sublevado durante la guerra civil. A las viejas imáge- nes del 98 se sumaron los prejuicios antiliberales y tradicionalistas compartidos por los grupos que apoyaron el golpe militar, junto al discurso antimaterialista y en ocasiones anticapitalista pregonado por los seguidores de la Falange. Los dirigentes franquistas, además, veían al país americano como un adversario a combatir en la lucha por extender la influencia española a los países hispanos del otro lado del Atlántico. En cuanto a Estados Unidos, su interés por una aproximación cultural hacia España era todavía limitado. Sin duda a su gobierno le contrariaban los impedimentos que encontraba la divulgación en España de sus producciones culturales, con sus consiguientes perjuicios eco-

4 Las posturas de cada uno de los países sobre el asunto quedaban reflejadas en los informes «Circulation of American Printed Matter in Spain», 22-XII-1939, y «Difficulties Facing the Sale of American Publications in Spain», 30-IX-1940 (NARA, RG 59 DF 811.42752/16 y 24), y «Entrada de publicaciones norteamericanas en España», 14-VIII-1940 (AMAE, R-1724/103). 5 La correspondencia cruzada entre la Junta Superior de Censura Cinematográfica del Ministerio de la Gobernación, el Ministerio de Asuntos Exteriores y el Embajador en Washington para la confección de esas listas negras, que determinaba quienes y por qué estarían incluidos en las mismas, puede consultarse en AMAE, R- 1724/126. 6 Las trabas a la exportación de películas norteamericanas a España dieron lugar en aquellos años a un constante seguimiento diplomático de la cuestión, en el que se mezclaban los intereses económicos en liza jun- to a la vertiente propagandística que tenía el cine en esa coyuntura de conflicto internacional. De hecho, los representantes norteamericanos no dejaban de recalcar que las dificultades que encontraban sus películas eran paralelas a las facilidades dadas a los largometrajes alemanes, aunque insistían en que las cintas procedentes de Estados Unidos eran, en cualquier caso, las preferidas del público español. A modo de balance de la situación en esos años vid. el voluminoso informe «The Motion Picture Business in Spain», 9-VI-1943. NARA, RG 59 DF 852.4016.

Cuadernos de Historia Contemporánea 38 2003, 25 35-59 Lorenzo Delgado Las relaciones culturales entre España y Estados Unidos nómicos, al igual que la campaña de prensa orquestada por el gobierno franquista contra su política en el continente americano. Pero España todavía quedaba lejos de su campo de priori- dades. Estados Unidos aún no era un país beligerante, ni su intervención en España se inter- pretaba en la clave cultural-propagandística que desarrollaba el British Institute de Madrid, constituido por entonces, para contrarrestar la actividad de las naciones del Eje. Aunque des- de la Embajada norteamericana en Madrid se insistiera en el segundo semestre de 1940 en la conveniencia de intensificar las relaciones culturales con España, con las miras puestas inclu- so en las repercusiones que ello tendría en el escenario latinoamericano, esa actuación aún habría de demorarse por algún tiempo7. La atención norteamericana en el ámbito cultural estuvo inicialmente focalizada hacia América Latina, donde iba a ponerse en marcha un vasto programa de cooperación cultural, científica y económica con los países de la región, destinado a fomentar la solidaridad conti- nental. Estados Unidos se incorporó tardíamente al núcleo de países que contaban con un ser- vicio oficial encargado de desarrollar sus relaciones culturales con el exterior. De hecho, en los años treinta el francés era la segunda lengua en América Latina (tras el español o el portugués), no eran demasiados los estudiantes de la región que acudían a centros norteamericanos, ni tampoco existía un comercio de libros y revistas procedentes de este país y con destino al res- to del continente equiparable a las importaciones de origen europeo. El factor que impulsó a desarrollar un intercambio cultural más activo con aquella zona fue el temor a los efectos de la propaganda de la Alemania nazi, a través de la actividad de las colonias de emigrantes de esta nación instalados en países de la zona, del envío y difusión de sus producciones culturales y científicas, de la política de becas del Instituto Iberoamericano de Berlín, etc. La Division of Cultural Relations del Departamento de Estado se creó en julio de 1938. En sus orígenes debía ocuparse de organizar la aplicación de la Convención para la promoción de las relaciones culturales inter-americanas que se había aprobado en la Conferencia panamericana celebrada en Buenos Aires en diciembre de 1936, aunque simultáneamente sus miras estaban puestas en contrarrestar la influencia alemana al intensificar las manifestaciones de la Good Neighbor Policy en América Latina. Unos meses después, se designó un General Advisory Committee on Cultural Relations, que habría de contribuir a la definición de sus objetivos al tiempo que faci- litaba la coordinación con las agencias privadas comprometidas desde tiempo atrás con el fomento de los intercambios educativos y culturales con el exterior (Institute of International Education, American Library Association, American Council of Learned Societies, las Fundaciones Carnegie, Guggenheim, Rockefeller, etc.). También en 1938 comenzó a funcionar el Interdepartmental Committee on Cooperation with the American Republics, aunque no se constituyó formalmente hasta agosto de 1939. Este comité estaba llamado a diseñar programas de coopera- ción técnica con los países latinoamericanos, que incluyesen el intercambio de especialistas en diversos campos, contando en este caso con la ayuda de otros departamentos y agencias federa-

7 «Cultural Relations with Spain», 20-IX-1940. NARA, RG 59 DF 810.42752/7.

39 Cuadernos de Historia Contemporánea 2003, 25, 35-59 Lorenzo Delgado Las relaciones culturales entre España y Estados Unidos les (Agricultura, Comercio, Trabajo, Interior, Library of Congress, Public Health Service, etc.). Se delimitaba así en sus orígenes una división de atribuciones, entre unos organismos dedicados a la cooperación intelectual y otros consagrados a la cooperación técnica, que también se aplicaría más tarde a los programas de cooperación con Europa durante la postguerra mundial. El estallido de la guerra en Europa y el incremento de la propaganda de las naciones del Eje en América Latina, que trataba de enfrentar a los países de la región con los designios nortea- mericanos, iban a extremar la urgencia del gobierno estadounidense por configurar un perí- metro de seguridad y colaboración continental en el hemisferio occidental. América Latina suponía un territorio vital para la seguridad norteamericana, al ser además una fuente de apro- visionamiento de materias primas estratégicas que, dadas las perturbaciones existentes en el comercio ultramarino, resultaba aún más valiosa. En el verano de 1940 se establecía la Office for Coordination of Commercial and Cultural Relations between the American Republics, bajo depen- dencia del Council of National Defense, con Nelson A. Rockefeller al frente. En julio de 1941 ese organismo fue reorganizado adoptando la denominación de Office of the Coordinator of Inter- American Affairs. Sobre la base del trabajo perfilado hasta entonces por el Interdepartmental Committee on Cooperation y la Division of Cultural Relations iba a estructurarse un ambicioso con- junto de actuaciones que comprendía proyectos de cooperación económica y comercial, cien- tífico-técnicos, de bienestar social y salud pública, y de cultura e información. Su denomina- dor común era favorecer el alineamiento de los países latinoamericanos con Estados Unidos y sustraerles a la actuación de las naciones del Eje. Para lograrlo actuaron conjuntamente organismos oficiales y agencias privadas, desplegan- do un abanico de programas e intervenciones: becas de viaje y estudio; intercambio de cientí- ficos, profesores y publicaciones; creación y mantenimiento de centros culturales, bibliotecas y escuelas norteamericanas; preparación y distribución de películas, documentales y progra- mas radiofónicos; formación de técnicos en diferentes ramas de la industria y la administra- ción; invitaciones a Hemisphere leaders (educadores, juristas, funcionarios gubernamentales, médicos, artistas, periodistas, etc.); enseñanza de las lenguas inter-americanas (inglés, espa- ñol y portugués), junto al nombramiento de agregados culturales en casi todos los países de la región. Esa intervención pretendía ir más allá de la tradicional acción sobre las elites para lle- gar también a las clases medias y bajas que representaban el 90% de las sociedades latinoame- ricanas. Una medida que favoreció considerablemente esa pretensión fue la decisión tomada en aquel período por los gobiernos de doce países latinoamericanos de instaurar el inglés como lengua obligatoria en sus sistemas escolares, en tanto que otros ocho la ofrecían como materia electiva. En contrapartida, en 1941 el español remplazó al francés como primera lengua extran- jera estudiada en las universidades y colleges de Estados Unidos8.

8 Mas información sobre la elaboración, contenido y evolución de los primeros programas de proyección cultural, científica y técnica estadounidenses y los organismos encargados de su planificación y ejecución en Hanson, Haldore: The Cultural-Cooperation Program 1938-1943, Washington, U.S. Government Printing Office,

Cuadernos de Historia Contemporánea 40 2003, 25 35-59 Lorenzo Delgado Las relaciones culturales entre España y Estados Unidos

Hasta 1941 tales acciones se ciñeron al continente americano. Desde 1942 esos programas se extendieron a otros países de Asia, África y Europa, aunque su alcance fue bastante más limitado. Representantes norteamericanos participaron asimismo en la Conferencia de Ministros Aliados de Educación que inició su trabajo en Londres a finales de 1943 y que sería el germen de la UNES- CO. Sin embargo, fuera del contexto geográfico americano las intervenciones de Estados Unidos tuvieron otras formas de actuación y otras connotaciones. La incorporación norteamericana al conflicto, tras el ataque a Pearl Harbour, iba poner todo su potencial militar, económico, cultural e informativo al servicio del esfuerzo de guerra. En este último terreno, el peso iba a recaer en la Office of War Information y en la Office of Strategic Services, instituidas en junio de 1942, con la salve- dad de que operarían en todos los escenarios geográficos excepto en América Latina que queda- ba reservaba al Coordinator’s Office designado en octubre de ese mismo año. Mientras se prolongó la contienda la cultura fue instrumentalizada para servir a los objetivos de la lucha armada, mediante la extensión al resto del mundo de algunas de las medidas previamente aplicadas en territorio americano y un sustancial incremento de los fondos destinados a esa proyección cultu- ral, ensamblada ahora con una dimensión informativa que perseguía fines claramente propagan- dísticos. En tal sentido, la Division of Cultural Relations colaboró estrechamente con la Office of War Information, como tendremos ocasión de comprobar en el caso español. Pero antes de que se produjera un relanzamiento de la acción cultural e informativa estadou- nidense en España, ambos países iban a cruzar sus armas, en términos simbólicos, en la dispu- ta por extender su influencia sobre el subcontinente americano. Un combate, desde luego, que el gobierno franquista tuvo perdido desde el principio, a pesar de que sus dirigentes se negaran a aceptar lo evidente. Los dirigentes españoles del momento asistieron con preocupación al des- pliegue norteamericano en América Latina. Consideraban que España estaba llamada a ocupar nuevamente un destacado papel en la zona, en virtud de sus lazos históricos, raciales, culturales y religiosos con la misma. La intervención de Estados Unidos rivalizaba con esas pretensiones, poniendo en peligro a su juicio el ascendiente español sobre la región. Si a lo anterior le unimos la profunda transformación causada en la escena internacional por los triunfos iniciales de las armas del Eje, las expectativas que esa situación generó en el nacionalismo revisionista del régi- men español, junto a la prevención que todo ello despertaba entre las autoridades norteameri- canas, estaremos cerca de comprender la intensidad de las reacciones de ambos países, muy por encima de la realidad de los hechos. La dictadura franquista, especialmente tras la derrota francesa en junio de 1940, trató de sumarse al carro de quienes ya vislumbraba como vencedores, pasando en los meses siguien-

1944; History of the Office of the Coordinator of Inter-American Affairs, Washington, U.S. Government Printing Office, 1947; Thomson, Charles A. and Laves, Walter H. C.: Cultural Relations and U.S. Foreign Policy, Bloomington, Indiana University Press, 1963, pp. 27-56; Espinosa, J. Manuel: Inter-American Beginnings of U.S. Cultural Diplomacy 1936-1948, Washington, U.S. Department of State, 1976; Ninkovich, Frank: The Diplomacy of Ideas, U.S. Foreign policy and Cultural relations, 1938-1950, New York, Cambridge University Press, 1981, pp. 35- 60.

41 Cuadernos de Historia Contemporánea 2003, 25 35-59 Lorenzo Delgado Las relaciones culturales entre España y Estados Unidos tes por una aguda fase de tentación beligerante. Esa dinámica acentuó su veta reivindicativa. Por lo que afecta a sus relaciones con América Latina, en aquellos momentos cobró fuerza una campaña propagandística que llamaba a las repúblicas latinoamericanas a reaccionar frente a los nuevos despliegues del imperialismo estadounidense, a la vez que se aspiraba a convertir a España en el interlocutor privilegiado entre aquella zona y el nuevo centro de poder mundial que estaba fraguándose en Europa. El régimen franquista no tenía capacidad, ni de lejos, para competir con los programas de cooperación impulsados por Estados Unidos en el subconti- nente americano. Su única baza era proyectar un modelo político e ideológico alternativo, con la particularidad de que tal modelo permitiría mantener los vínculos con la Nueva Europa que estaba gestándose y servir de contrapeso a la tendencia expansiva norteamericana. Ante la ole- ada antifascista que recorría aquella zona, y dada la exigüidad de los medios disponibles, el régimen español optó por recurrir a la acción cultural como medio de atraer a las elites latino- americanas y de las colonias españolas, utilizando un vehículo que preveía menos polémico para la propagación de sus móviles ideológicos y políticos9. La plasmación práctica de tales ideas fue bastante burda, jalonada de iniciativas que provo- caron mucho ruido en los medios de prensa y las cancillerías pero una nula repercusión al otro lado del Atlántico. Ni la constitución de Consejo de la Hispanidad ni otras medidas esbozadas para incrementar su predicamento alcanzaron los objetivos previstos. En ningún momento existieron visos de agrupar en torno al proyecto comunitario promovido por la España fran- quista a un amplio movimiento de opinión favorable, que diera la réplica al panamericanismo norteamericano. Más bien ocurrió todo lo contrario, despertó primero las reticencias y des- pués el antagonismo de los Estados Unidos. Paralelamente, condujo al alejamiento del régi- men de buena parte de sus anteriores partidarios en las repúblicas latinoamericanas. Ya desde la guerra civil había existido en sectores de la administración estadounidense una cierta aprensión a que sus secuelas se hicieran sentir en América Latina, dando lugar a una especie de efecto dominó. Al acabar el conflicto español algunos observadores llamaron la atención sobre la peligrosidad potencial del régimen franquista para los intereses continenta- les de Estados Unidos. La amenaza no residía tanto en la capacidad de maniobra de aquel país, por lo demás muy limitada, cuanto en su disponibilidad para actuar como punta de lanza de las potencias totalitarias europeas, o en el proceso de emulación que podía provocar entre los sec- tores latinoamericanos que propugnaban una mayor independencia frente a la hegemonía norteamericana10. A mediados de 1940, el Departamento de Estado decidió tomarse más en serio el peligro potencial que representaba la influencia franquista en América Latina. Las simpatías del gobierno español por la causa del Eje, la posibilidad más o menos próxima de su

9 Sobre la evolución de la política cultural española hacia América Latina en aquel período y sus conexiones con los objetivos de la política exterior vid. Delgado Gomez-Escalonilla, Lorenzo: Imperio de papel... op. cit., pp. 237-318. 10 Southworth, Herbert R.: «The Spanish Phalanx and Latin America», Foreign Affairs, vol. XVIII (1939), pp. 148-152.

Cuadernos de Historia Contemporánea 42 2003, 25 35-59 Lorenzo Delgado Las relaciones culturales entre España y Estados Unidos incorporación a la guerra, junto a su manifiesta hostilidad frente a la política estadounidense, iban a implicar que aquél quedase asimilado con las potencias fascistas y fuera incluido en la campaña preventiva contra éstas que se desarrollaba en el continente americano. La escasa prudencia de los dirigentes españoles, sus deseos de ganar puntos con las naciones del Eje, además de un equivocado análisis del escenario político latinoamericano, tuvieron como secuela un fuerte y generalizado rechazo de sus postulados en la región. Un memorándum preparado a finales de 1940, transmitido a todas las misiones diplomáti- cas estadounidenses en las repúblicas latinoamericanas, aportaba diversas pruebas de que el régimen español se había convertido en un canal de penetración de Alemania en los países de habla hispana con el propósito de socavar la influencia de Estados Unidos11. Esa convicción iba a marcar la pauta a seguir en su postura de vigilancia e intervención contra las actuaciones españolas en la zona. La orientación antinorteamericana de la política española era evidente, pero nada parece indicar que actuase como instrumento al servicio de otros países. Hubo, eso sí, una cierta coincidencia de intereses, que apuntaban en el sentido de erosionar el movi- miento panamericano alentado por Estados Unidos. A la postre, los proyectos españoles no lle- garon a materializarse en actuaciones concretas en América, aunque sí consiguieron despertar una extendida corriente de desconfianza o enemistad en casi todas las naciones americanas, con Estados Unidos a la cabeza12. A medida que los dirigentes españoles comprendieron la magnitud de su error, especial- mente tras la entrada de Estados Unidos en la guerra y el respaldo mayoritario que obtuvo de los países americanos, su política optó por el repliegue. En lo sucesivo dejó de cuestionarse la hegemonía estadounidense en el hemisferio occidental, insistiéndose en que el campo de acción español se limitaba al terreno de lo cultural y lo religioso. Una posición que se hizo más nítida desde finales de 1942, cuando empezó a considerarse en el seno de la diplomacia espa- ñola la necesidad de enmendar los estragos provocados por la anterior actitud beligerante. Incluso, comenzó a plantearse la utilización de esa dimensión americana como una fórmula indirecta de mostrar la neutralidad y la autonomía españolas frente al Eje y, por extensión, una canal para limar asperezas con las naciones anglosajonas. Con alguna anterioridad a esas fechas, en el verano de 1942, Estados Unidos dio los prime- ros pasos para la organización de un programa de relaciones culturales con España. Sus líneas maestras estaban recogidas en un memorándum del Embajador norteamericano en Madrid. Su misión consistía en mantener a toda costa la neutralidad española en el conflicto mundial. Para ello, debía contrarrestarse el extendido talante progermánico que imperaba entre los dirigentes españoles con una intensa campaña de propaganda. Las acciones a emprender se

11 «Spain as the Instrument of Axis Penetration in Spanish-Speaking Countries», 26-XI-1940, NARA, RG 59 DF 800.20210/667. 12 La reacción de Estados Unidos a la política española puede seguirse en Pardo Sanz, Rosa: Con Franco hacia el Imperio. La política española en América Latina (1939-1945), Madrid, UNED, 1995, pp. 172-265.

43 Cuadernos de Historia Contemporánea 2003, 25 35-59 Lorenzo Delgado Las relaciones culturales entre España y Estados Unidos asemejarían, hasta cierto punto, con las medidas tomadas hacia América Latina, si bien existí- an algunas diferencias importantes de partida. En España debía evitarse el plano político y concentrarse en el cultural, no podía esperarse la cooperación de sus autoridades y habría que conformarse en el mejor de los casos con su tolerancia, e inicialmente tendría que ponerse el acento en los contenidos de propaganda informativa antes que en la actuación más a largo plazo propia de las relaciones culturales. En este sentido, era preciso obtener una dotación urgente para ampliar las actividades de prensa y propaganda de la embajada, que deberían suministrar más noticias sobre la guerra desde la óptica de los aliados, por medio de boletines, programas de radio, largometrajes y películas documentales; el material que ya había sido preparado para su difusión en América Latina podía emplearse con algunos retoques para el público español. Esa labor debía complemen- tarse con la organización de un intercambio de publicaciones sobre medicina y salud pública, física y química, agricultura, arte, historia, economía, arqueología, biblioteconomía, estudios hispánicos y materias católicas. Además, convenía contar con una biblioteca americana en Madrid. Asimismo, se sugería ir preparando, para cuando las circunstancias lo permitieran, un intercambio de intelectuales, estudiantes y profesores entre ambos países que privilegiaría el envío a España de norteamericanos especializados en historia, literatura y arte; en tanto que la corriente inversa la compondrían españoles que acudirían a Estados Unidos para ampliar su formación en materias científicas y técnicas. La Office of War Information y la Division of Cultural Relations se ocuparían de la marcha del programa en Estados Unidos, con la ayuda de algunas agencias privadas. En España el progra- ma debería conducirse al margen del gobierno español y sus agencias oficiales, por lo cual era preciso contar con un Agregado Cultural que asistiese al Embajador y asegurase la coordinación con la Office of War Information. Para ello, las secciones de relaciones culturales y prensa se ubi- carían juntas en la Byne House13. Esas directrices fueron muy bien acogidas en el Departamento de Estado que, sin embargo, desechó otra propuesta para que Rockefeller visitase España con vistas a ampliar a este país el programa de cooperación desarrollado con América Latina. El motivo de tal rechazo era la pos- tura antinorteamericana que sus dirigentes habían mantenido en sus relaciones con aquella región, e incluso la existencia de un «fuerte y creciente sentimiento de antagonismo en casi todas las repúblicas latinoamericanas hacia el gobierno español». La actuación en España que- dó, pues, ligada sobre todo a la movilización propagandística derivada del conflicto bélico, sin llegar a plantearse otras iniciativas más ambiciosas. En 1943 se designó un Agregado Cultural que se encargó de coordinar la labor cultural de la embajada14. A partir de entonces, se puso en

13 «Organization of a Cultural Relations Program with Spain», 13-VIII-1942, NARA, RG 59 DF 811.42752/57. Vid. también Hayes, Carlton J.: Misión de guerra en España, Madrid, EPESA, 1946. 14 Para ese puesto se nombró a John Van Horne, profesor de lenguas romances durante treinta años en las Universidades de Iowa e Illinois. España fue junto con Turquía los dos únicos países europeos que contaron con agregados culturales estadounidenses en el transcurso de la guerra.

Cuadernos de Historia Contemporánea 44 2003, 25 35-59 Lorenzo Delgado Las relaciones culturales entre España y Estados Unidos marcha una infraestructura que comprendió la fundación de una Casa Americana en Madrid y la creación de una biblioteca. La Casa Americana desplegó una intensa actividad social bajo la dirección de Frances Foltz, que solía incluir veladas de cine y recepciones, con cierta prioridad inicial por atraer a medios de negocios y sectores eclesiásticos. Para cumplir con esa labor y, fundamentalmente, para que actuase como centro de irradiación propagandística, se dotó a la Casa Americana de proyecto- res de cine, emisoras de radio, máquinas de impresión y otro material técnico indispensable. La biblioteca abrió sus puertas a comienzos de 1943, enriqueciéndose con fondos adquiridos al Institute for Girls in Spain y con donaciones procedentes de los editores norteamericanos que acudieron a la Feria de Barcelona de 1944. También se reanudó paulatinamente el canje de publicaciones especialmente con los centros del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, se enviaron a España libros y publicaciones periódicas de carácter técnico sobre electrificación, irrigación y reforestación, procesos industriales, descubrimientos médicos, construcción, etc.; y se emitieron informes para solucionar el problema de los derechos de tra- ducción de libros y otras producciones culturales norteamericanas además de intentar mejo- rar su sistema de ventas en España. Junto a lo anterior, la sección de prensa, bajo cuya cober- tura operaba la Office of War Information, además de incrementar la presencia de información norteamericana a través de sus propios boletines o del material que se enviaba a la prensa y la radio españolas, prestó un fuerte apoyo a la difusión del cine, cuya audiencia era cada vez más amplia en España con la particularidad de que llegaba a estratos sociales distintos de aquellos a quienes se dirigía la propaganda de guerra15. Las iniciativas norteamericanas fueron aumentando su incidencia sobre el panorama infor- mativo y cultural español, a lo que también contribuyeron obviamente sus victorias militares y la creciente incertidumbre sobre el triunfo final del Eje. Simultáneamente, los vínculos cultu- rales de España con Alemania e Italia experimentaron una sensible disminución al hilo de la evolución de los acontecimientos bélicos. Desde mediados de 1944 empezó a plantearse la posibilidad de establecer un Instituto Cultural que preparase la transición del trabajo de pren- sa y propaganda requerido por la guerra, desarrollado con éxito por la Casa Americana, a una acción más estrictamente cultural en la postguerra. Sin embargo, para ello era preciso la apro- bación por parte del Congreso de una legislación que permitiera extender el programa de rela-

15 La documentación sobre tales actividades en NARA, RG 59, DF 811.42752/57, 811.42752/76, 811.42752/7- 1044, 852.42/7-744, 852.427/7-1544, 852.42711/8-144, 852.42711/8-2144. Ese dinamismo no pasó desaperci- bido para la diplomacia de otros países que aspiraban a mantener una influencia cultural en España, vid. a título ilustrativo «Attività culturale degli Stati Uniti in Spagna», 6-X-1942 (ASD-MAE, Affari Politici, 1931-1945, B- 62/1.13), y «Propagande anglo-américaine en Espagne», 10-III-1943 (AD-MAE, Vichy Europe 1939-1945, Espagne, vol. 252). Sobre el incremento de la presencia cinematográfica norteamericana en España y su contri- bución a las tareas propagandísticas vid. Pizarroso Quintero, Alejandro: «El cine americano en España durante la Segunda Guerra Mundial: información y propaganda», Revista Española de Estudios Norteamericanos, 7 (1994), págs. 121-155.

45 Cuadernos de Historia Contemporánea 2003, 25 35-59 Lorenzo Delgado Las relaciones culturales entre España y Estados Unidos ciones culturales más allá del hemisferio occidental, otorgándole los fondos necesarios, algo que no ocurriría hasta unos años más tarde. En cualquier caso, al concluir el conflicto bélico Estados Unidos había logrado asentar un eficiente dispositivo en torno a la Casa Americana, cuya contribución propagandística al esfuerzo de guerra se consideraba muy satisfactoria. El estímulo de las relaciones, tal y como se reconocía, había sido en esos años un «secundario sub-producto». Pero tanto las traducciones y distribución de material informativo, como la biblioteca y la proyección cinematográfica habían alcanzado una buena organización. También había conseguido estimularse el intercambio de publicaciones entre centros españoles y norteamericanos, por la vía del canje bilateral entre instituciones. El prestigio de las publicaciones técnicas norteamericanas era muy alto y su demanda se incrementaba rápidamente, si bien perma- necían los obstáculos de censura (de un país y del otro) y las dificultades económicas y de permisos para su adquisición. Aún más complicado resultaba satisfacer la demanda de artí- culos tales como material de laboratorio, aparatos y maquinaria para diversas especialida- des, productos sintéticos o incluso instrumentos musicales. Pese a todo, la victoria en la guerra había asegurado a Estados Unidos una mayor capacidad de maniobra en España, lo que se traducía en una abierta receptividad en muchos sectores intelectuales y científicos hacia su futura actividad cultural. El problema radicaba en la naturaleza política del régi- men franquista, con las cortapisas que continuaba imponiendo para el libre intercambio de personas y el comercio de productos culturales, junto al delicado panorama cultural espa- ñol. Un alto porcentaje de los intelectuales de la elite liberal había abandonado el país a con- secuencia de la guerra civil, unos pocos de entre ellos regresaron pero encontraban serias restricciones para retornar a sus anteriores ocupaciones. Según la estimación de los res- ponsables de la acción cultural norteamericana en España, el país había perdido «por lar- go tiempo y en algunos casos permanentemente una considerable porción de sus líderes culturales». El régimen franquista dedicaba un importante volumen de recursos a empre- sas culturales, pero con magros resultados pues esa labor estaba viciada por la censura y el control gubernamental, unidos al favoritismo en la asignación de los medios y la incompe- tencia en la realización de los proyectos. Aún así, entre los partidarios del régimen se apre- ciaba una actitud muy conciliatoria respecto a Estados Unidos, en materia de ciencia, arte, literatura y en cualquier otro campo de la cultura. ¿Cómo dar cauce a ese interés y esa dis- ponibilidad? Desde la capital española se sugería actuar con moderación, aportando información espe- cializada como un medio de interpenetración y participación en la cultura española, pero rehu- yendo toda acción agresiva y con empleo de medios masivos. Lo más importante era que se dis- ponía ya de un personal bien preparado y motivado para llevar a cabo su labor. Por ello, convenía mantener la compenetración existente entre el trabajo de la Office of War Information, la sección de prensa y la misión cultural que precisaban, eso sí, un edificio más amplio para su

Cuadernos de Historia Contemporánea 46 2003, 25 35-59 Lorenzo Delgado Las relaciones culturales entre España y Estados Unidos trabajo, apuntando que una excelente opción podría ser el local que ocupaba el Instituto Alemán de Cultura. También se proponía abrir tan pronto como fuera posible otros centros culturales americanos en varias ciudades importantes españolas, dotados de biblioteca, sala de proyecciones cinematográficas y el personal necesario. Por último, se insistía en acrecentar el intercambio y distribución de libros y revistas científicas y técnicas, de obras de referencia sobre la cultura norteamericana, además de enviar información sobre becas de viaje y ayudas de estudio abiertas a candidatos españoles16. Tales serían, a la postre, las líneas motrices de la proyección cultural de Estados Unidos en España durante los primeros años de la postguerra mundial. Se mantuvo la actividad desplega- da por la Casa Americana, aunque mitigando su dimensión propagandística, al tiempo que se abrían centros en Barcelona, Sevilla y Bilbao. Pero no se fue mucho más allá. De cualquier for- ma, la influencia cultural norteamericana consolidó en los años siguientes su ventajosa posi- ción, debido sobre todo a las dificultades que atravesaban los países competidores17. El interés por España estaba todavía mediatizado por la naturaleza de su régimen político, considerado un vestigio del pasado fascista. El Estado español se convirtió en un «apestado» internacional desde el veto impuesto en 1945 para su ingreso en la ONU, rechazo que tuvo continuidad con las sanciones diplomáticas adoptadas por aquella organización internacional a finales de 1946. Por razones políticas, en definitiva, España quedó al margen de la puesta en marcha en 1946 del Fulbright Program, complementado dos años más tarde con el International Information and Educational Exchange Program. La elaboración y aplicación inicial de los grandes programas estadounidenses de cooperación cultural, educativa y científica de la postguerra coincidieron con la fase de mayor rechazo y aislamiento internacional del franquismo. Haría falta que la dinámica de la guerra fría jugara a favor del régimen español para que, al compás de su incor- poración al dispositivo estratégico norteamericano, se le ofreciera integrarse asimismo en esos cauces de intercambio cultural.

2. Una política de «relaciones públicas» para atraer a las elites europeas La pugna entre Estados Unidos y la Unión Soviética, sin llegar a un enfrentamiento abierto, no se limitó a una confrontación de sistemas políticos sino que también tuvo efectos económi- cos, sociales y culturales. La división de Europa fue la antesala de la guerra fría. El lanzamiento del European Recovery Program, conocido popularmente como Plan Marshall, apuntaló la esci- sión en ciernes del continente. La oferta de ayuda americana para la reconstrucción de Europa

16 «Transmission of annual report of Cultural Attaché», 12-VII-1945. NARA, RG 59 DF 852.42700/7- 1245. 17 Resulta muy ilustrativo a este respecto el diagnóstico que hacía la diplomacia francesa, siempre preocu- pada por mantener una situación de predominio cultural en España, al analizar la incidencia de la guerra mun- dial y la inmediata postguerra en las relaciones culturales de España. «Propagande culturelle espagnole. Position des pays étrangères et de la France», 19-VII-1947. AD-MAE, Amérique 1944-1952, Généralités, vol. 96.

47 Cuadernos de Historia Contemporánea 2003, 25 35-59 Lorenzo Delgado Las relaciones culturales entre España y Estados Unidos llevaba implícita un objetivo político. La recuperación económica ocupó la vanguardia de la política norteamericana, al concebirse como un medio para frenar las crisis sociales que sir- vieran de caldo de cultivo para la propagación del comunismo. Se facilitaba la adquisición de productos americanos sin gastar dólares, al tiempo que se promocionaba una asistencia técni- ca que aproximase los esquemas productivos y empresariales de ambas orillas del Atlántico. La actuación concertada de gobernantes y hombres de negocios favoreció la apertura de los mer- cados a los productos norteamericanos, impulsó la penetración de sus redes financieras y la divulgación de sus métodos de gestión de las empresas, e hizo posible la hegemonía lingüísti- ca que iba a alcanzar a partir de entonces el inglés como lengua extranjera en el mundo. En esa acción se combinaban el interés político de divulgar una buena imagen del país, con los móvi- les económicos de promover sus exportaciones y crear las condiciones para la demanda de nuevos productos. En el campo social, la aplicación del Plan Marshall fue acompañada de una campaña de difu- sión del American Way of Life entre los europeos occidentales. El modelo americano, identifi- cado con el acceso a la modernidad, la sociedad de consumo, el desarrollo tecnológico y los ide- ales democráticos, caló más profundamente en las expresiones de la cultura de masas que en facetas culturales más tradicionales y elitistas. Su influjo afectó sobre todo a una juventud fas- cinada por el jazz y el rock and roll, la novela negra, los comics y la literatura de ficción, el cine americano y más tarde sus series televisivas. Los estudios de Hollywood cooperaron decisiva- mente en esa ofensiva de persuasión, al erigirse en el vehículo privilegiado para mostrar las bondades de la sociedad americana. También colaboraron en esa empresa un conjunto de revistas y magazines, como Time, Newsweek, Reader’s Digest, Cosmopolitan, Scientific American o Glamour, que adquirieron una resonancia mundial18. En el terreno cultural, también se estableció un frente cuyas armas principales eran la pro- paganda y la pugna de ideas. La defensa de Occidente se asoció a la construcción de sociedades libres, lo cual equivalía a asegurar sociedades abiertas en términos políticos al tiempo que prósperas en su dimensión económica. La «nueva fe» asentada sobre los valores americanos y los beneficios adjudicados a su estilo de vida se proyectó a través de una intensa propaganda cultural y mediática. Dentro de ese frente cultural e informativo, el interés hacia las elites culturales recibió un tratamiento particular, buscando contrapesar la atracción que despertaba la Unión Soviética en los medios intelectuales europeos. La piedra angular de un ambicioso proyecto de intercam-

18 Entre la considerable bibliografía existente sobre el tema merecen destacarse las obras de Bigsby, C.W.E. (ed.): Superculture: American Popular Culture and Europe, Ohio, Bowling Green University Popular Press, 1975; Ellwood, David and Kroes, Rob (eds.): Hollywood in Europe: Experiences of a Cultural Hegemony, Amsterdam, Vu University Press, 1994; Guback, Thomas: The International Film Industry: Western Europe and America since 1945, Bloomington, Indiana University Press, 1969; Kroes, Rob; Rydell, Robert W. and Bosscher, Doeko F.J. (eds.): Cultural Transmissions and Receptions: American Mass Culture in Europe, Amsterdam, Vu University Press, 1993; y Pells, Richard: Not Like Us. How Europeans Have Loved, Hated, and Transformed American Culture Since World War II, New York, BasicBooks, 1997.

Cuadernos de Historia Contemporánea 48 2003, 25 35-59 Lorenzo Delgado Las relaciones culturales entre España y Estados Unidos bios culturales, educativos y científicos iba a ser el Fulbright Program, aprobado en 1946 (PL- 584 o Fulbright Act, reformado en 1961 por la PL-256 o Fulbright-Hays Act). El objetivo princi- pal del programa era difundir una imagen completa y justa («full and fair picture») de la socie- dad americana y de su política exterior, para desterrar los prejuicios y las visiones equivocadas sobre Estados Unidos que tenían otros pueblos. Los dirigentes norteamericanos consideraban que la propaganda comunista explotaba tales imágenes distorsionadas, de ahí la urgencia de mejorar el conocimiento mutuo entre los países y, por ende, la necesidad de favorecer esa corriente de intercambios. Para financiar ese programa se recurrió a un ingenioso mecanismo: ante la penuria de dólares existente en aquellos años, las deudas de guerra se convirtieron en créditos de paz. Los fondos en monedas locales que pertenecían al gobierno americano, como contrapartida por la ayuda económica prestada, se emplearon para sufragar los gastos del intercambio de estudiantes, profesores e investigadores19. En teoría, la tramitación del programa se hacía mediante organismos independientes. El Board of Foreign Scholarships, formado por distinguidos profesores nombrados por el Presidente norteamericano, se encargaba de la supervisión. El Institute of International Education evaluaba las credenciales de los aspirantes americanos y extranjeros, mientras que el Council for the International Exchange of Scholars examinaba las asignaciones de profesores uni- versitarios americanos. En fin, unas Comisiones Binacionales, en las que participaban profe- sores y empresarios, americanos y extranjeros, eran las encargadas del proceso de selección previa de candidatos. Sin embargo, la negociación de los acuerdos era competencia del Departamento de Estado, cuyo personal tramitaba buena parte del proceso. Al frente de las Comisiones Binacionales estaban diplomáticos norteamericanos que rendían cuentas a sus respectivos embajadores. De sus funcionarios partían asimismo las propuestas de dotaciones presupuestarias que debía aprobar el Congreso. Las prioridades e intereses de la política exte- rior norteamericana modulaban en buen número de ocasiones las decisiones tomadas en el terreno cultural. Muy pronto ese programa iba a quedar subsumido por la dinámica del enfrentamiento bipolar. Las enmiendas introducidas en 1948 por la United States Information and Educational Exchange Act (PL-402 o Smith-Mundt Act) se orientaban en tal dirección, al concebir la adop- ción de un programa completo destinado a movilizar recursos educativos, informativos y pro- pagandísticos para promover un mejor conocimiento de Estados Unidos en otros países. También se contemplaba un suplemento de los fondos en monedas locales del Programa Fulbright con otros fondos en dólares destinados a becas en Estados Unidos. El resultado de

19 Sobre el nacimiento y desarrollo del Programa Fulbright vid. JOHNSON, Walter and Colligan, Francis: The Fulbright Program: A History, Chicago, University of Chicago Press, 1965; Arndt and Rubin (eds.): The Fulbright Difference, 1948-1992, New Brunswick-N.J., Transaction Books, 1993; Dudden and Dynbes (eds.): The Fulbright Experience, 1946-1986: Encounters and Transformations, New Brunswick-N.J., Transaction Books, 1987; y Sussman, Leonard, The Culture of Freedom: The Small World of Fulbright Scholars, Savage-Md., Rwman & Littlefield, 1992.

49 Cuadernos de Historia Contemporánea 2003, 25 35-59 Lorenzo Delgado Las relaciones culturales entre España y Estados Unidos aquel programa fue conocido como United States Information and Educational Exchange Program, cuyas competencias quedaron repartidas entre dos departamentos: la Office of International Information y la Office of Educational Exchange. El reparto de tareas sobre la dimensión propa- gandística y la cultural, que ya se ensayara en el transcurso de la guerra mundial, volvía a recu- perarse en el contexto de la guerra fría. En enero de 1952 ambos servicios iban a ser transfor- mados, con la creación de la International Information Administration y el International Education Exchange Service. En agosto del año siguiente la United States Information Agency se hizo cargo de forma más estable de las atribuciones en materia de información internacional. Las compe- tencias culturales se transfirieron al Bureau of Public Affairs, hasta que en 1958 se estableció el Bureau of International Cultural Relations, reorganizado dos años más tarde y que asumió la denominación esta vez más perdurable de Bureau of Educational and Cultural Affairs20. Las actividades que desplegaron aquellos organismos suponían para el gobierno estadouni- dense un vasto esfuerzo de relaciones públicas, destinado a ganar el apoyo exterior hacia sus posiciones políticas al tiempo que se trataba de rebatir las que se consideraban distorsiones y falsedades de la propaganda comunista. El Programa Fulbright y el Programa de Intercambio Informativo y Educativo iban a servir, durante aquellos años, para promover la afinidad psico- lógica y cultural del bloque occidental en torno a los objetivos de la política exterior de Estados Unidos. Esa actuación serviría de complemento al Plan Marshall, que pretendía a su vez reconstruir la economía europea impregnándola del Know-how norteamericano. A tales pro- gramas se le unieron otras iniciativas como la apertura de Casas Americanas, la organización del Seminario de Salzburgo y el envío a Europa de profesores de lengua, historia y literatura americanas21. Política exterior, economía y cultura fueron espacios interconectados en aquel escenario internacional de guerra fría, donde una de las principales batallas se dirimía en el terreno de las conciencias. La acción cultural e ideológica entraba a formar parte de la confrontación con la Unión Soviética. De hecho, en 1950 se puso en marcha un nuevo programa, denominado Campaign of Truth, que asumía abiertamente el propósito de rebatir la propaganda comunista. Revistas, películas, programas de radio, envío de publicaciones, intercambios de profesores y estudiantes, todos esos canales debían divulgar los «verdaderos ideales de América». Asimismo, las misiones financiadas por los programas de asistencia técnica incorporados al

20 La trayectoria que llevó a la creación de aquellos organismos y las funciones que se les atribuyeron en Thomson, Charles A. and Laves, Walter H. C.: Cultural Relations..., pp. 57 y ss.; Henderson, John: The United States Information Agency, New York, Praeger, 1969. Sobre los programas de intercambio cultural y educativo vid. también Coombs, Philip: The Fourth Dimension of Foreign Policy: Educational and Cultural Affairs, New York, Harper & Row, 1964; Frankel, Charles: The Neglected Aspect of Foreign Affairs: American Educational and Cultural Policy Abroad, Washington D.C., 1966. 21 Pells, Richard: Not Like Us... op. cit., pp. 37-133; Skard, Sigmund: American Studies in Europe: Their History and Present Organization, Philadelphia, University of Pennsylvania Press, 1958, 2 vols.; Walker, Robert (ed.): American Studies Abroad, Westport-Conn., Greenwood Press, 1975.

Cuadernos de Historia Contemporánea 50 2003, 25 35-59 Lorenzo Delgado Las relaciones culturales entre España y Estados Unidos desarrollo del Plan Marshall, junto a las becas del Programa Fulbright, buscaban, en última instancia, promocionar los intereses americanos entre las elites políticas, económicas y cultu- rales de Europa. El objetivo era dotar de una mayor cohesión a esas elites, para impermeabili- zarlas frente a la propaganda comunista, para ir forjando una mutua corriente de conocimien- to y simpatía que llevara a los europeos a compartir los valores transmitidos por Estados Unidos. Tales móviles también iban a favorecer, a la postre, la inclusión de España en esos cir- cuitos de intercambio.

3. La inclusión de España en los circuitos de intercambio cultural de Estados Unidos Si desde la óptica de Estados Unidos el caso español resultaba un asunto menor, desde el lado español en cambio se concedió una importancia creciente a la aproximación a la potencia norteamericana. No en vano se esperaba que Estados Unidos jugase un papel fundamental en la reincorporación española al entramado internacional de la postguerra. Uno de los obstácu- los que debía afrontarse en tal sentido era la actitud mayoritariamente desfavorable de la opi- nión pública norteamericana hacia al régimen de Franco. Según los datos de las encuestas rea- lizadas por entonces. A ella colaboraba buena parte de la prensa de aquel país, que se pronunciaba contra la dictadura española y demandaba a su gobierno una actuación más enér- gica para lograr su caída22. Para hacer frente a esa situación, se envió a Manuel Aznar como Agregado de prensa a Washington, bajo cuya inspiración comenzaron a editarse el boletín informativo Spain y el suplemento Facts about Spain. Su propósito era responder a las críticas de la prensa norteamericana, contrarrestándolas mediante la difusión de la labor social, econó- mica y cultural promovidas por el gobierno español. Por esa vía se confiaba en ir captando par- tidarios entre los medios católicos, los sectores políticos conservadores y anticomunistas, ade- más de los grupos económicos con intereses potenciales en el mercado español23. Para financiar esas actividades informativas se empleó un crédito extraordinario aprobado en mayo de 1945, teóricamente dedicado al relanzamiento de los intercambios culturales con el exte- rior. Estados Unidos fue, de hecho, uno de los focos prioritarios de esa acción24. En paralelo con la campaña de contrapropaganda emprendida por la diplomacia española iban a desplegarse,

22 Vid. Gilmore, Riley W.: The American Foreign Policy-Making Process and the Development of a Post-World War II Spanish Policy, 1945-1953: A Case Study, Pittsburg, Pittsburg University, 1967, pp. 96-102 (Tesis doctoral inédita); Ordaz Romay, M. Ángeles: «La imagen de España y el régimen de Franco a través de la prensa anglosajona de Estados Unidos entre 1945 y 1950», en El régimen de Franco (1936-1975). Política y relaciones exteriores. Madrid, UNED, 1993, t. II, pp. 415-427; y Jarque Íñiguez, Arturo: ‘Queremos esas bases’. El acercamiento de Estados Unidos a la España de Franco, Madrid, Universidad de Alcalá, 1998, pp. 132-135. 23 «Manuel Aznar al general Francisco Franco Salgado», 6-X-1945 APG-JE, 7/1.2. «Juan F. de Cárdenas - Embajador de España- a Alberto Martín Artajo -Ministro de Asuntos Exteriores», 22-VI-1946. AMAE, R-1454/15. 24 Junto con Gran Bretaña fue el país que recibió una suma más elevada con cargo al crédito mencionado (3 millones de pesetas), a lo que habría que agregar una parte importante procedente de la partida dedicada a pensio- nes y becas para ampliar estudios en el extranjero.

51 Cuadernos de Historia Contemporánea 2003, 25 35-59 Lorenzo Delgado Las relaciones culturales entre España y Estados Unidos en el terreno cultural, otras iniciativas que buscaban ganar voluntades en estratos selectivos de la sociedad norteamericana. Aquel país se convirtió en el principal receptor de becarios espa- ñoles, rompiendo con la tendencia predominante en las décadas iniciales del siglo cuando esos desplazamientos tenían como destino a varias naciones europeas. Entre 1945 y 1948 fueron concedidas 112 becas para ampliar estudios en Estados Unidos -un tercio del total de 340 otor- gadas-, primándose entre sus beneficiarios a médicos, biólogos, físicos, químicos e ingenie- ros aeronáuticos e industriales. Incluso llegó a nombrarse un Delegado de la Junta de Relaciones Culturales para los becarios en Estados Unidos: el Rvdo. P. José Antonio Sobrino, S.J. La selección de los becarios, si bien correspondía a la Junta de Relaciones Culturales, era confiada en buena medida al Consejo Superior de Investigaciones Científicas, que había ido retomando los vínculos preexistentes con organismos e instituciones norteamericanos, a la vez que se ocupaba de divulgar las actividades de sus diferentes centros. Análogamente, se envia- ron a Estados Unidos 6 misiones culturales -de un total de 31 que se llevaron a cabo en ese pe- ríodo. También se planteó la posible instalación de un Instituto Español en Washington, final- mente desestimada en favor de la dotación de una cátedra española en la Universidad Católica de Washington25. Esa corriente, sin embargo, perdió fuelle con rapidez. Los problemas de divisas, unidos al elevado coste de las estancias en Estados Unidos, motivaron una sensible reducción del núme- ro de becas. Además, en los años finales de esa década, la Embajada española en Washington sufragó los servicios del Spanish lobby con los fondos que se le libraban para relaciones cultu- rales. Según señalaba el diplomático que iba a ser nombrado algo después Consejero Cultural de la embajada, no existía «ni un sólo dólar del presupuesto de Culturales disponible para rea- lizar acción alguna en Estados Unidos»26. A principios de los años cincuenta la situación de la Oficina Cultural de España en Washington era bastante deplorable, en cuanto a instalación, recursos y coordinación del personal que se ocupaba de estas funciones27.

25 «Acta de la sesión de la Comisión Permanente de la Junta de Relaciones Culturales», 18-XII-1945. AMAE, R-3724/1. «Comparecencia del Ministro de Asuntos Exteriores en las Cortes sobre el estado de las rela- ciones internacionales de España», 12-XII-1946. AMAE, R-2772/8. «Nombramiento del P. Sobrino como Delegado de la Junta de Relaciones Culturales en los Estados Unidos de Norteamérica, para los becarios», 3-VI- 1947. AMAE, R-5342/2. «Relación nominal, temática y del país de destino de los becarios españoles durante los ejercicios de 1945 (21 semestre), 1946, 1947 y 1948 (11 semestre)», 6-XI-1948. AMAE, R-2897/15. Efemérides de la política exterior española, 18 julio 1945-18 julio 1948, Madrid, Oficina de Información Diplomática, 1948, pp. 24-27. 26 «Pablo Merry del Val a Joaquín Ruiz Giménez -Director del Instituto de Cultura Hispánica», 29-VII-1948. AMAE, R-4050/17. Según parece, el entonces embajador -José Felix de Lequerica- empleó dichos fondos sin la debida justificación a la Dirección de Relaciones Culturales, lo que dio lugar a un conflicto contable que se prolon- gó desde finales de 1950 hasta los primeros meses de 1952, a pesar de que el Consejo de Ministros aprobó, en su reu- nión del 23-II-1951, las cuentas de la embajada para los años 1949 y 1950, incluidos los pagos para «gastos espe- ciales» con cargo a los créditos culturales. El asunto puede seguirse en AMAE, R-5342/2. Vid. también Viñas, Ángel: Los pactos secretos de Franco con Estados Unidos. Bases, ayuda económica, recortes de soberanía, Barcelona, Grijalbo, 1981, pp. 31-32. 27 «Notas sobre la Oficina Cultural de Washington», 1952. AMAE, R-5342.

Cuadernos de Historia Contemporánea 52 2003, 25 35-59 Lorenzo Delgado Las relaciones culturales entre España y Estados Unidos

Mayor fortuna tuvo otra iniciativa emprendida también en aquellas fechas: la organización de un curso de verano para estudiantes norteamericanos en Madrid, que retomaba los cursos para profesores de español y futuros hispanistas que había organizado la Junta para Ampliación de Estudios desde 1914. La idea partió del Instituto de Cultura Hispánica, en cuyo seno existía una Sección de Estados Unidos encargada de favorecer los contactos con hispanistas de aquel país y el intercambio de estudiantes y profesores. El curso comenzó a impartirse desde 1948, en coordinación con la Universidad de Madrid y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, junto a la colaboración del Spanish Student Tours y el Institute of University Studies Abroad. Los gastos de viaje y estancia eran abonados por los estudiantes, cuyo programa com- binaba las clases de lengua, historia, literatura y arte españoles con visitas a ciudades históri- cas y monumentos del país, entre las que siempre se incluía la indispensable excursión por el sur de España28. En cualquier caso, el gobierno español contaba con recursos muy limitados para imprimir una mayor intensidad a sus relaciones culturales con Estados Unidos. El panorama se modifi- có desde comienzos de los años cincuenta, esta vez a iniciativa norteamericana y bajo estímulo de la evolución política internacional. La agudización del enfrentamiento entre Estados Unidos y la Unión Soviética, junto a la disponibilidad española para asumir compromisos militares con la primera potencia occidental, iban a reubicar al país dentro de las coordenadas estratégicas norteamericanas. Las negociaciones para la instalación de bases militares en España favore- cieron un interés creciente por la situación de este país. La paulatina integración española en los ejes de la política cultural y de propaganda norteamericana fue una de sus consecuencias. A principios de 1950, el gobierno norteamericano consideraba de manera cada vez más abierta la conveniencia de adoptar una mayor flexibilidad en su política con el régimen espa- ñol. Si unos años antes ya se había reconocido la inexistencia de alternativas a la dictadura fran- quista y que ésta gozaba de una fuerte posición interna, desde entonces iba a mostrarse una actitud crecientemente conciliadora que se haría más palpable desde el estallido de la guerra de Corea en junio de ese año. Previamente, la United States Advisory Commission on Educational Exchange había recomendado al Departamento de Estado que se emprendiese un programa de intercambio educativo con España, siempre que este país diese muestras de que deseaba coo- perar a su establecimiento. Tal programa daría la oportunidad de entrar en contacto con las ideas y prácticas democráticas a individuos que habían sido expuestos a un sistema político totalitario y, por lo tanto, favorecería la ejecución de la política exterior norteamericana en

28 El director de los cursos en aquellos primeros años fue Manuel Fraga Iribarne. Según parece el Spanish Student Tours era una agencia de viajes que había montado el P. Sobrino en New York, con el propósito organizar el transporte de los estudiantes norteamericanos a España. «Memoria del Instituto de Cultura Hispánica, 1947- 1951». AMAE, R-5498/20. «American students welcomed at University of Madrid», 16-VIII-1948, y «Nota sobre la organización y desarrollo del curso de estudiantes norteamericanos», sin fecha. NARA, RG 59, DF 811.42752. «Curso de verano para estudiantes norteamericanos en la Universidad de Madrid», Cuadernos Hispanoamericanos, 4 (1948), pp. 201-202.

53 Cuadernos de Historia Contemporánea 2003, 25 35-59 Lorenzo Delgado Las relaciones culturales entre España y Estados Unidos

España. Al mismo tiempo, esa actuación también podría tener efectos beneficiosos en las rela- ciones de Estados Unidos con los países de América Latina29. La recomendación aún tardaría cierto tiempo en surtir efecto. La ambigüedad y los prejuicios políticos contra la dictadura española aún seguían pesando entre los responsables del Departamento de Estado. En un informe de ese mismo año el United States Information Service evaluaba la incidencia de su actuación sobre la sociedad española. Los objetivos eran más o menos los mismos que para otras naciones europeas: crear unas condiciones favorables para la política norteamerica- na y una corriente de simpatía hacia sus instituciones y su forma de vida. En el caso español, también se hacía hincapié en una impregnación de los principios democráticos, en la distin- ción entre el pueblo español y su gobierno, y en la erradicación de visiones erróneas sobre su país (discriminación racial, Ku Klux Klan, divorcios y hogares rotos, materialismo, etc.). Se identificaban como grupos prioritarios de sus actividades las clases profesionales, los trabaja- dores especializados y los White-Collar Workers, y en un segundo escalón el ejército, la juven- tud y los grupos religiosos. En los primeros y en la juventud se identificaban los potenciales agentes de una paulatina transformación política del país. Los medios para llegar a esos grupos eran la biblioteca, aunque existía el inconveniente de que los libros estaban escritos en inglés y sólo una pequeña minoría de españoles era capaz de leer en esa lengua; la sección de prensa que editaba varios boletines (Noticias de Actualidad, una traducción del Press Wirelles File, Boletín Gráfico y Noticiario Médico) y cuya difusión informativa era considerable entre los medios de comunicación españoles, sin atenerse a ningún tipo de restricción siempre que evitaran inter- ferir en los asuntos internos españoles; los programas de la Voice of America, que contaban con una vasta audiencia en el país, junto a los documentales informativos muy demandados por escuelas, hospitales y organismos militares. Si en el plano propagandístico los objetivos estadounidenses estaban aceptablemente cubiertos, no ocurría los mismo en el terreno de la acción educativa y cultural, donde se detec- taban mayores carencias. España no estaba incluida en el Programa Fulbright, por lo que no existían facilidades para el intercambio de estudiantes y profesores, lo que unido a la escasez de dólares disuadía a los posibles interesados. También era deseable extender los conocimientos sobre lengua inglesa, historia americana, o las artes, ciencias y humanidades en Estados Unidos, para lo cual se sugería el envío de profesores que impartieran cursos en las universi- dades de Madrid, Salamanca y Santiago de Compostela. Por último, se señalaba la falta de un sistema de intercambio de conocimientos científicos y técnicos entre ambos países, con la par- ticularidad de que esas publicaciones eran las más solicitadas en la biblioteca por profesiona- les y cuadros de las industrias30. Un panorama más crítico se esbozaba en otro informe que analizaba la precariedad de los intercambios educativos existentes con España. La actuación en este ámbito era calificada de

29 «The United States Advisory Commission on Educational Exchange. Report to the Secretary of State. Third Quarter, Fiscal Year 1950», January 1-March 31, 1950. NARA, RG 59, DF 511.523/5-1550. 30 «USIE Country Paper for Spain», 27-IV-1950. NARA, RG 59, DF 511.52/4-2750.

Cuadernos de Historia Contemporánea 54 2003, 25 35-59 Lorenzo Delgado Las relaciones culturales entre España y Estados Unidos decepcionante, sin objetivos bien definidos ni recursos adecuados. Y ello a pesar de la favora- ble predisposición española:

«en el momento presente, ninguna otra nación tiene la oportunidad de lograr sus propósitos con tanta efectividad y tan fácilmente como nosotros (...). España no se volverá hacia Inglaterra o Francia, por varias razones, y tampoco puede recuperar todavía sus vínculos con Alemania. Por el momento sus ojos están en U.S.A. -en todos los campos, especialmente el industrial y el comercial. Pero aún debemos convencer al pueblo español que tenemos una cultura, un meri- torio sistema educativo, una integridad intelectual y un estilo de vida digno de confianza.»

Las vacilaciones existentes podían llevar a perder una clara oportunidad, pues su pueblo se mostraba « por la amistad norteamericana». En contrapartida, existía una casi completa pará- lisis en el intercambio de estudiantes. Los programas del gobierno norteamericano -Fulbright, Smith-Mundt- no incluían a España en su radio de acción. El gobierno español sólo manifes- taba buenas intenciones, pero sin efectos prácticos. Buena parte de las universidades e insti- tuciones norteamericanas que ofrecían becas mostraban reservas hacia candidatos españoles, derivadas de la actitud ambigua del Departamento de Estado hacia el régimen franquista. No existía ninguna fórmula para la acreditación de estudios entre ambos países, ni se animaba suficientemente la enseñanza del inglés en España o el interés por ampliar la formación en universidades norteamericanas. Así pues, las becas eran escasas y además apenas bastaban para financiar los gastos de viaje y estancia en Estados Unidos31. A pesar de esos llamamientos realizados desde los organismos encargados de la política cul- tural e informativa en España, el Departamento de Estado no modificó por el momento su pos- tura. Ante esas demandas, unidas a las modestas ofertas del gobierno español de establecer un intercambio sobre bases de reciprocidad, su respuesta fue que no disponían de fondos ni tam- poco estaban previstos para el ejercicio de 1951. Los proyectos que le sometiera el gobierno español debían ser financiados íntegramente por éste. En todo caso, se prestaría asistencia a organizaciones privadas de prestigio que, con recursos también privados, concertaran medi- das de intercambio, siempre y cuando estuvieran desprovistas de implicaciones políticas32. Igual que ocurría en el caso de las negociaciones militares, era el Departamento de Estado quien se mostraba más reticente a un acercamiento con el régimen español, mientras otras instancias de la administración norteamericana se inclinaban por aprovechar las oportunida- des que se ofrecían para extender su influencia en España. Sin embargo, la psicosis de la amenaza comunista, intensificada por la guerra de Corea, movi- lizaba cada vez más votos en el Senado norteamericano. En el verano de aquel año aprobó por amplia mayoría la concesión de un préstamo a España de 100 millones de dólares, reducida a 62,5 millones tras el paso de esa decisión por el Congreso, aunque obteniendo de nuevo un fuerte res-

31 «The Educational Exchange Program in Spain», 11-V-1950. NARA, RG 59, DF 511.523/5-1150. 32 «The Educational Exchange Program with Spain», 29-V-1950. NARA, RG 59, DF 511.523/5-2950.

55 Cuadernos de Historia Contemporánea 2003, 25 35-59 Lorenzo Delgado Las relaciones culturales entre España y Estados Unidos paldo la autorización de una asignación económica destinada al régimen de Franco. A finales de 1950, la ONU anuló las sanciones diplomáticas contra la dictadura española, con el voto favorable de Estados Unidos. Por las mismas fechas cristalizaba una revisión de la política norteamericana respecto a España. Los imperativos militares tomaban prelación sobre los escrúpulos políticos. El territorio español debía ser incorporado a la defensa común del área de la OTAN. La posibilidad de disponer de bases militares en aquel país determinaría en los años siguientes la agenda bila- teral. En los primeros meses de 1951 retornaba a España un embajador estadounidense que dio comienzo a las negociaciones para llegar a un acuerdo militar entre ambos países. Las anteriores restricciones hacia el régimen de Franco dejaban de tener sentido si se aspi- raba a sumar su colaboración como aliado. Uno de los primeros efectos de la nueva situación fue la inclusión de España entre los beneficiarios del programa de intercambio educativo. A media- dos de 1951, el diseño del programa en España adquirió mayor precisión, tras una reunión en Ginebra de los Public Affairs Officers destacados en Europa. Entre los objetivos prioritarios, jun- to a declaraciones generales sobre la contribución norteamericana a la paz, el progreso econó- mico y la elevación del nivel de vida de los pueblos, figuraban móviles más concretos. Los diri- gentes españoles cobraban ahora mucha más importancia, pues se pretendía «inducir a personas de autoridad o influencia en España a promover las metas y objetivos que Estados Unidos procura alcanzar». Asimismo, se deseaba «reducir el aislamiento español y sus secue- las en el intercambio de ideas, información y personas», que llevaba a mantener una fuerte ignorancia sobre Estados Unidos y sobre las principales organizaciones internacionales (OTAN, OECE, ONU) que era preciso superar. Los grupos sobre los que recaería la atención también se modificaban respecto a planteamientos previos. Los dos sectores prioritarios serían:

«(1) Líderes de la vida pública. Este grupo incluye a los líderes más influyentes en: gobierno; círculos militares y religiosos; medios empresariales y financieros, y grandes propietarios; (2) Trabajadores urbanos; jóvenes y estudiantes universitarios; intelectuales y profesionales, y pequeños propietarios»33.

La preocupación por obtener la cooperación de los sectores dirigentes del país desplazaba anteriores inclinaciones de llegar a las capas medias y a quienes podían favorecer un cambio político hacia un sistema democrático. Los principales medios de acción continuaban siendo las bibliotecas de las casas Americanas, los boletines de prensa, los programas de radio y los documentales cinematográficos. El Departamento de Estado había incrementado sus esfuer- zos en los últimos meses para aumentar la eficacia y la capacidad de actuación en este ámbito, como lo probaba el incremento del personal dedicado a esas tareas que ya abarcaba a 14 ame- ricanos y 65 españoles, con un despliegue regional que se había extendido también a Valencia. Madrid seguía concentrando el grueso de las actuaciones y de la plantilla. Pero la ausencia de

33 «International Information and Educational Exchange Program. Paper for Spain», 14-VI-1951. NARA, RG 59, DF 511.52/6-1451.

Cuadernos de Historia Contemporánea 56 2003, 25 35-59 Lorenzo Delgado Las relaciones culturales entre España y Estados Unidos canales que estimulasen el intercambio de personas era señalada una vez más como un serio obstáculo para el desarrollo del programa y para influir, sobre todo, en el primero de los secto- res mencionados: «el programa de intercambio de personas puede y debería usarse como un instrumento de primer orden para influir en esos grupos». La plena aplicación en España del programa de intercambio educativo tuvo lugar a partir de 1952, cuando las negociaciones para el establecimiento de bases militares norteamericanas estaban en pleno apogeo. Había que preparar el terreno entre los dirigentes y la opinión públi- ca española para encontrar una acogida positiva a la futura presencia militar. Por ello, una de las primeras iniciativas tomadas fue la puesta en marcha del Foreign Leaders Program, destinado a personas de especial relieve en sus respectivos campos y con capacidad para «contribuir sig- nificativamente a la formación de una opinión pública en los países extranjeros que sea favo- rable a Estados Unidos». Estaba dirigido, pues, a ganar propagandistas para la causa america- na, dando prioridad a miembros destacados de los medios de comunicación y el mundo editorial; las agrupaciones sindicales y políticas; los departamentos y servicios gubernamenta- les; las asociaciones cívicas y comunitarias; las instituciones dedicadas al bienestar social y la educación34. Entre las personas seleccionadas en este programa se encontraban Pedro Gómez Aparicio, José Mª. Sánchez Muniain, Francisco de Luis, Manuel Aznar, Luis de Andrés, Pedro Laín Entralgo, Antonio Tovar, Manuel Lora Tamayo, Julian Marías, José Luis Villar Palasí, Laureano López Rodó, Rafael Calvo Serer, Manuel Castañón, Antonio de Luna, etc. Ese mismo año se produjo también un paulatino incremento de las becas que podían soli- citar candidatos españoles. Las instituciones públicas y privadas que participaron en el pro- grama fueron ampliándose, jugando un papel pionero el International Institute of Education, el American Field Service, el Institute of Technology, la American Home Economics Association, el Bryn Mawr College, la Universidad de Stanford y el State Teachers College de Jacksonville, a las que luego se agregarían, entre otras, la Good Samaritan Foundation, diversas universidades americanas y las Fundaciones del Amo en California y la del doctor Castroviejo en New York. Un Scholarship Advisory Committee se encargó de coordinar en España la convoca- toria y tramitación de las peticiones de becas35. La difusión de información y la recogida de solicitudes se realizaba a través de las Casas Americanas. Así comenzó, antes incluso de la fir- ma de los pactos bilaterales, la cooperación educativa y científica entre ambos países con finan- ciación básicamente estadounidense.

34 Las instrucciones para el desarrollo de este programa en «Department of State to American Embassy in Madrid», 31-I-1952. NARA, RG 59, DF 511.525/1-5152. 35 Formaban parte de dicho organismo miembros de la Embajada estadounidense en Madrid, de la Dirección General de Relaciones Culturales del Ministerio de Asuntos Exteriores, del Ministerio de Educación Nacional, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, del Instituto Internacional de , de la Cámara de Comercio Americana, el Instituto de Cultura Hispánica y la International General Electric. Las convocatorias de becas y la com- posición de esa comisión en AMAE, R-9025/28.

57 Cuadernos de Historia Contemporánea 2003, 25 35-59 Lorenzo Delgado Las relaciones culturales entre España y Estados Unidos

El Country Plan elaborado por el United States Information Service en el verano de 1952 pre- sentaba un balance de los informes elaborados hasta entonces. Los objetivos a corto plazo vení- an a resumirse en convencer al pueblo español que la política de Estados Unidos era benefi- ciosa para sus intereses, al tiempo que se creaba una atmósfera entre sus círculos dirigentes (administración, militares e Iglesia) favorable a la consecución de los objetivos militares nor- teamericanos. Los canales informativos norteamericanos llegaban a buena parte de la opinión pública española, lo que contribuía a la consecución del primero de los objetivos. En cuanto al segundo, el programa de intercambio educativo, que ese mismo año había pasado a ser com- petencia del International Education Exchange Service, debía ocuparse de estrechar los vínculos entre los grupos dirigentes españoles, entendidos en sentido amplio, y la sociedad y las insti- tuciones norteamericanas. Simultáneamente, el otro sector hacia el que se dirigía ese progra- ma, la juventud y los estudiantes universitarios, representaban más bien una opción de futuro que, por otro lado, ya se veía respaldada por algunos hechos: el inglés se había convertido en la lengua extranjera elegida por el 75% de los alumnos de segunda enseñanza. Aquí entraban en juego los objetivos a largo plazo, en el sentido de disminuir el aislamiento español poniéndole en contacto con otras ideas y organismos internacionales, además de convencer a los españo- les de las bondades del modo de vida norteamericano y de las ventajas del sistema democráti- co. El propio Embajador de Estados Unidos insistía en la importancia de asignar fondos para incrementar el número de españoles que ampliasen su formación en centros norteamerica- nos, sobre todo en los campos de educación, periodismo, medicina, ingeniería y todas las carreras técnicas. En España no era preciso, como en otros países europeos, contrarrestar las actividades comunistas, aquí la necesidad básica consistía en «persuadir (a los españoles) de que sus intereses requieren la cooperación con nosotros». La oportunidad de estudiar los métodos y avances norteamericanos contribuía notablemente a esa campaña de persuasión36. Al año siguiente, tras una dilatada negociación, se suscribieron finalmente los acuerdos entre España y Estados Unidos, que autorizaban a este último país a instalar bases militares en el primero. A cambio, el gobierno español recibiría una asistencia económica y técnica, junto al suministro de material de guerra para su ejército. Estados Unidos incorporaba así a la Península Ibérica al esquema defensivo occidental, obteniendo unas concesiones militares muy importantes. Para el régimen de Franco, aquellos acuerdos significaban terminar con su cuarentena internacional gracias al respaldo norteamericano, aunque ello implicara la asun- ción de una fuerte hipoteca para la seguridad nacional. El desequilibrio aceptado en aquellos momentos, por una dictadura necesitada de la legitimación exterior del poderoso aliado ame- ricano, iba a pesar sobre las relaciones bilaterales por espacio de más de tres décadas. Así pues, la preocupación por intensificar la proyección cultural estadounidense hacia España se manifestó con escasa antelación a la firma de los pactos de 1953, y vino determina-

36 «USIS Country Plan. Spain», 8-VIII-1952, y «U.S. Government’s Overseas Information Program in Spain», 30-VIII-1952. NARA, RG 59, DF 511.52/9-1952 y 511.52/8-3052.

Cuadernos de Historia Contemporánea 58 2003, 25 35-59 Lorenzo Delgado Las relaciones culturales entre España y Estados Unidos da por el deseo de lograr un respaldo lo más amplio posible a sus intereses políticos y estraté- gicos. Descontada la tarea de contrarrestar la propaganda comunista, ya ejecutada por el régi- men franquista con una energía encomiable, los objetivos norteamericanos en España tuvie- ron un sesgo peculiar con respecto a otros países europeos. Por un lado, se procuró luchar contra el aislamiento y la desconfianza de los españoles hacia los organismos creados para pre- servar el «mundo libre». Por otro, se insistió en demostrar el poderío de Estados Unidos y las ventajas de aceptar su presencia militar en el país. Junto a lo anterior, también se hacía alusión a otros móviles que también figuraban en la propaganda americana canalizada hacia el conjun- to europeo, como la promoción de los valores democráticos, de las libertades individuales y del bienestar material. Unos móviles que, en cualquier caso, ocuparon una posición secundaria en la escala de intereses de Estados Unidos en relación con España. En consonancia con tales orientaciones, se concedió prioridad a la atracción de las elites dirigentes del régimen, a quienes se procuró persuadir de la capacidad de liderazgo norteame- ricano y convertirlas en una base de apoyo a su política. En un segundo plano quedaron otras pretensiones más altruistas, que buscaban ir impregnando a las capas medias de la sociedad española de los valores democráticos imperantes en Estados Unidos o en Europa occidental. Pero más allá de esos condicionantes de tipo político, no cabe duda de que la actuación en este terreno estimuló la apertura de algunos sectores sociales hacia el exterior. Los canales de inter- cambio abiertos por Estados Unidos ampliaron las posibilidades de formación de los ingenie- ros, técnicos, profesores, científicos y estudiantes españoles, contribuyendo por esa vía a mejorar el nivel profesional de los cuadros humanos que protagonizaron el despegue de los años sesenta.

59 Cuadernos de Historia Contemporánea 2003, 25 35-59 ¿Cuánto valen esas bases? El tira y afloja entre Estados Unidos y España, 1951-1953 How much are those bases? The cut and thrust between the United States and Spain, 1951-1953

Carlos ESCUDÉ

Existen pocos trabajos sobre las negociaciones conducentes a la implantación militar nor- PALABRAS teamericana en España, que hayan sido realizados con posterioridad a la desclasificación CLAVE de los archivos pertinentes en Estados Unidos. Por otra parte, los buenos trabajos ante- Política riores a dicha apertura estuvieron condicionados por la necesidad política de evitar legi- Exterior RESUMEN timar la dictadura franquista desde la historiografía. Mucho tiempo ha transcurrido ya, y España ahora es posible realizar una lectura desapasionada de la documentación, sin temer con- Estados Unidos secuencias políticas perversas. El presente es un intento por comprender qué estaba en Relaciones juego, y cómo se jugó la partida, completamente desprovisto de los ingredientes ideoló- España- Estados gicos que, a juicio del presente autor, tiñeron los esfuerzos previos. Unidos Acuerdos de 1953

There have been few attempts to study the so called «bases for dollars» negotiations bet- KEY ween the United States and Spain, based on the sources available after the declassifica- WORDS tion of the American files. On the other hand, the better part of the research undertaken Foreign before declassification has been conditioned by the perceived need to avoid legitimizing Policy

ABSTRACT the Franco dictatorship through historiography. Time has lapsed, however, and it is now Spain possible to analyze the documents dispassionately without fearing perverse political con- United States Spain-United sequences. The present effort is an attempt to understand what was at stake and how the States game was played. Relations Agreements of 1953 SUMARIO Introducción. 1. Los límites a la cooperación con España establecidos por las instrucciones secretas a los negociadores norteamericanos entre julio de 1951 y mayo de 1953. 2. La delicada diplomacia interna orquestada para controlar las discrepan- cias entre los Departamentos de Estado y Defensa, desde la emisión de NSC 72/6 has- ta la llegada de los negociadores a Madrid. 3. Las objeciones de Francia y el Reino Unido a la cooperación entre Estados Unidos y España. 4. Las negociaciones desde la llegada a Madrid de Lincoln MacVeagh hasta el desplante español de diciembre de 1952. 5. Dos presidentes, una política: el cambio de administración en Estados Unidos 6. De la parálisis en las negociaciones al colapso norteamericano. 7. La reunión No 144 del Consejo Nacional de Seguridad. Conclusiones.

Cuadernos de Historia Contemporánea 61 ISSN: 0214-400X 2003, 25 61-81 Carlos Escudé ¿Cuánto valen esas bases?

Introducción1 Los acuerdos de 1953 tuvieron el triple efecto de consolidar el régimen franquista, dañar la imagen norteamericana en el mundo (por lo menos entre los liberales y la izquierda) y afian- zar la seguridad militar occidental en el contexto de la Guerra Fría. Este trabajo es un esfuerzo por responder al interrogante de qué buscaba Estados Unidos al negociarlos, introduciendo matices frecuentemente ignorados del proceso de toma de decisiones, para evitar caer en la trampa de tratar al gobierno norteamericano como a un actor unitario racional. Para ello, intentaremos: – Identificar los objetivos a veces complementarios pero en ocasiones contradictorios, de diferentes agencias del gobierno estadounidense, y – Describir la dialéctica entre la negociación intergubernamental y la negociación intra- gubernamental que finalmente condujo a los acuerdos con España. El trabajo está basado en los papeles otrora secretos publicados por el Departamento de Estado, en documentos desclasificados sin publicar de los archivos de College Park, Maryland, y también en la documentación disponible en los archivos británicos de Kew Gardens2.

1. Los límites a la cooperación con España establecidos por las instrucciones secretas a los negociadores norteamericanos entre julio de 1951 y mayo de 1953 Es una exageración escasamente científica decir (tal como lo ha hecho la bibliografía espe- cializada en ocasiones) que los cambios establecidos por la directiva NSC 72/6 del 27 de junio de 19513 fueron «espectaculares» y que a partir de esa instancia «ya no había consideraciones

1 Agradezco a Gonzalo Paz (docente de la Elliot School of International Affairs, George Washington University) su ayuda para obtener copias de documentos, y a mi mujer, Mónica Vilgré-La Madrid, haber sacrificado sus vaca- ciones asistiéndome en la búsqueda de información en Londres y Washington. Todos los documentos consultados corresponden al Record Group 59 en el caso de los archivos norteamericanos, y al Foreign Office en el caso de los bri- tánicos. Para mayor precisión, al citar documentos publicados se han incluido tanto los datos de la obra impresa como el código con que está archivado el original. Respecto de la necesidad de verificación al momento de emplear información derivada de la consulta de documentos por parte de otros autores, la nota (55) abajo debería resultar admonitoria. 2 Intencionalmente excluimos de nuestra investigación las pujas y cabildeos en el Congreso de Estados Unidos, tema sobre el que existen varios estudios de buen nivel, ya que esta cuestión es menos dependiente de la desclasificación de documentos que la de las negociaciones diplomáticas. Véase, por ejemplo, Viñas, Ángel: Los Pactos Secretos de Franco con Estados Unidos: Bases, ayuda económica, recortes de soberanía, Barcelona, Grijalbo, 1981; Dorley, A.J. (Jr.): «The Role of Congress in the Establishment of Bases in Spain», tesis doctoral inédita, St. John’s University, Nueva York 1969; Scowcroft, Brent: Congress and Foreign Policy: An Examination of Congressional Attitudes Toward the Foreign Aid Programs to Spain and Yugoslavia, tesis doctoral inédita, Columbia University, 1967. Véase también el excelente estudio de Edwards, Jill: Anglo-American Relations and the Franco Question, 1945-1955, Oxford, Clarendon Press, 1999, que contiene importante información acerca de los inte- reses del sector algodonero norteamericano frente a la industria textil española, y su influencia en el Congreso y el Ejecutivo. 3 Estas instrucciones fueron elaboradas por el National Security Council (NSC, Consejo Nacional de Seguridad), creado en el año 1947 bajo la presidencia de Truman. Durante su administración se sancionó legislación conducente a una administración más eficiente de todos los aspectos de la seguridad nacional, creándose varios organismos nuevos, entre ellos la Central Intelligence Agency (CIA). El NSC se creó a los

Cuadernos de Historia Contemporánea 62 2003, 25 61-81 Carlos Escudé ¿Cuánto valen esas bases? diplomáticas y políticas que obstaculizaran el desarrollo del potencial militar español»4. Por el contrario, se requirió de un largo proceso de negociación dentro del gobierno de Estados Unidos y hacia fuera, con España, para superar los límites que el gobierno estadounidense se impuso a sí mismo en su relación con el país peninsular y llegar al desenlace conocido. La directiva NSC 72/65, cuyo texto fue evolucionando desde el borrador NSC 72/2 de comienzos de ese año6, establecía que la admisión de España a la OTAN era un objetivo priori- tario de Estados Unidos que debía alcanzarse lo antes posible. Pero en febrero de 1952 el General Dwight D. Eisenhower se anticipó al Presidente Harry S. Truman declarando que España no debía ser admitida en la OTAN. Poco después el Presidente declaraba que «nunca había sentido cariño por España», generando reacciones indignadas en la prensa española y entre otros sectores peninsulares adictos a la dictadura franquista7. Es decir que medio año después de la emisión de NSC 72/6, el objetivo prioritario de integrar a España a la OTAN había sido sacrificado debido a las objeciones de otros miembros de la Alianza Atlántica, particular- mente Gran Bretaña y Francia.

efectos de integrar las políticas relacionadas con la seguridad nacional en la esfera interna, exterior y militar, y faci- litar la cooperación entre las diversas agencias del gobierno norteamericano. Su presidencia sería ejercida por el Presidente de Estados Unidos. Sus procedimientos establecían la elaboración por personal técnico de borradores de documentos sobre directivas políticas (NSC Papers); discusiones de dichos borradores en reuniones del NSC; aprobaciones de directivas por parte del Presidente (Policy Statements) resultantes en órdenes del Consejo (NSC Actions), y su diseminación a los sectores correspondientes de la burocracia. Con la Guerra de Corea, el Consejo adquirió una relevancia que no perdería posteriormente. Durante la administración de Eisenhower el NSC se con- virtió en la herramienta principal del Presidente para formular y ejecutar políticas vinculadas a la seguridad del Estado, en el ámbito interno, militar e internacional. 4 Liedtke, Boris N.: «España y Estados Unidos, 1945-1975», en Balfour, Sebastian y Preston, Paul (comps.): España y las Grandes Potencias en el Siglo XX, Barcelona, Crítica, 2002, p. 185. Para un tratamiento más extenso de estos temas por dicho autor, véase Embracing Dictatorship: US Relations with Spain, 1945-53, Nueva York, St. Martin’s Press, 1998. 5 Véase Documento 380 del 27 de junio de 1951, Foreign Relations of the United States 1951, Volumen IV, Parte 1, Washington, Departamento de Estado, 1985 (de aquí en adelante, FRUS 1951), pp. 820-823, «NSC 72/6 - Statement of Policy Proposed by the National Security Council: Spain» (S/S-NSC files, lot 63D354, NSC 72). 6 Véase Documento 353 del 15 de enero de 1951, FRUS 1951, pp. 773-776, «Draft Report by the Secretary of State to the National Security Council: United States Policy Toward Spain» (S/S-NSC file, lot 63D351, NSC/72). Este borrador había dictaminado que si había una guerra contra la URSS, España podría optar por ser neutral o cobrar un precio exorbitante por participar. Se suponía que el régimen franquista estaba resentido por su marginación internacional y no cooperaría desinteresadamente en la eventualidad de una guerra a pesar de su carácter cerrilmente anticomu- nista. El razonamiento del Consejo Nacional de Seguridad fue que había que evitar este escenario avanzando con negociaciones de cooperación militar con España, que estaría naturalmente encuadrada en el Tratado del Atlántico Norte. 7 Véase Documento 838 del 6 de febrero de 1952, Foreign Relations of the United States 1952-1954, Volumen VI, Parte 2, Washington, Departamento de Estado, 1986 (de aquí en adelante, FRUS 1952-1954), pp. 1798-1799 (711.56352/2-652), y la «Nota Editorial», pp. 1.799-1.800. Las prevenciones de Truman hacia la dictadura giraban especialmente en torno de la ausencia de libertad religiosa. Los británicos toma- ron nota de estas declaraciones. Véase «United States Relations with Spain», 3 de abril de 1953, FO371/102014, PRO.

63 Cuadernos de Historia Contemporánea 2003, 25 61-81 Carlos Escudé ¿Cuánto valen esas bases?

Esto fue posible porque la directiva NSC 72/6 de junio de 1951 fue complementada por indicaciones del Presidente Truman del 11 de julio, que establecieron límites políticos a la cooperación con España, vinculados a la oposición del Reino Unido y Francia a la mem- bresía española en la OTAN. Dichos límites fueron consensuados con el Secretario de Estado Dean Acheson, el Secretario de Defensa George C. Marshall y el Jefe de Operaciones Navales Almirante Forrest Sherman, inmediatamente antes de la conocida reunión del 16 de julio entre el Generalísimo Francisco Franco, el Embajador Stanton Griffis y el propio Almirante Sherman, para discutir las necesidades militares norteame- ricanas en España8. La cuestión de los límites a la cooperación con España emerge repetidamente en la documentación, particularmente como consecuencia del conflicto entre los Departamentos de Estado y Defensa. Por ejemplo, el memorial de máximo secreto del 28 de enero de 1952, del Secretario Asistente de Estado para Asuntos Europeos, George W. Perkins, al Subsecretario Alterno de Estado H. Freeman Matthews, expresaba preocupa- ción por el hecho de que las expectativas del Estado Mayor Conjunto de Estados Unidos (JCS) eran excesivas: pretendía un programa de bases aéreas de una magnitud superada solo por el existente en el Reino Unido y el Marruecos francés. Según el funcionario, las instalaciones navales y las previsiones para operaciones terrestres propuestas por los mili- tares, superaban los límites a la cooperación con España establecidos por el Presidente Truman, el Secretario Acheson y el Almirante Sherman en 1951, y violaban también el entendimiento alcanzado con británicos y franceses sobre el papel de España. En su opi- nión, las consideraciones políticas conducentes al establecimiento de estos límites no habían cambiado. Perkins le dijo a su interlocutor que quizás él quisiera recordarle a los militares que el Departamento de Estado se había comprometido a informar a los británi- cos y franceses sobre los planes de Estados Unidos respecto de sus negociaciones venide- ras con el gobierno español9. Por otra parte, otros documentos demuestran que la sensibilidad respecto de los límites a la cooperación con el régimen franquista no emergía solamente de los factores enumera- dos, sino también de preocupaciones respecto de los liberales norteamericanos, especial- mente el movimiento obrero organizado. Un telegrama del 7 de febrero de 1952 de la Agencia de Seguridad Mutua (MSA), por ejemplo, sugería que el individuo elegido como jefe de la misión de la MSA en España fuera bien visto por el sindicalismo democrático norteamericano, a los efectos de contrarrestar las dudas sobre los beneficios de darle ayu-

8 El Caudillo arguyó que para ser útil en un conflicto bélico España debía ser fortalecida económicamente. Véase Documento 386 del 16 de julio de 1951, FRUS 1951, pp. 832-834 (752.5/7-1751). 9 Véase Documento Nº 835 del 28 de enero de 1952, FRUS 1952-1954, pp. 1.788-1.792 (752.5/2152). Un memorial británico del 22 de noviembre de 1952 corrobora el compromiso norteamericano de mantenerlos infor- mados y expresa confianza en que estaban cumpliendo con su palabra. Véase «United States-Spanish Negotiations» firmado por N.J.A. Cheetham, FO371/102014, PRO.

Cuadernos de Historia Contemporánea 64 2003, 25 61-81 Carlos Escudé ¿Cuánto valen esas bases? da a España.10 El frente interno norteamericano siempre fue objeto de preocupación e incidió en el establecimiento de límites a la cooperación con la dictadura, a pesar de la opinión favo- rable de que ésta gozaba en importantes sectores del Congreso.

2. La delicada diplomacia interna orquestada para controlar las discrepancias entre los Departamentos de Estado y Defensa, desde la emisión de NSC 72/6 hasta la llegada de los negociadores a Madrid Varios documentos de la misma época ilustran la diplomacia interdepartamental de mane- ra más explícita que el memorial de Perkins citado. Por ejemplo, la carta del 30 de enero de 1952 de William B. Dunham, de la Oficina de Asuntos de Europa Occidental, al Consejero John Wesley Jones de la Embajada en Madrid, enfatizaba que la ayuda económica que eventualmen- te se negociara se limitaría al único objetivo de apoyar al programa militar. Puntualizando otra vez los límites a la cooperación, el funcionario señalaba que no se intentaba ayudar a España sino evitar que el subdesarrollo español tuviera un impacto negativo sobre las previsiones mili- tares norteamericanas. En este contexto, Dunham reconocía que aún no había acuerdo con las fuerzas armadas de Estados Unidos, y urgía a Jones a no divulgar el contenido de su carta secre- ta entre los agregados militares norteamericanos en Madrid. Decía que las cosas se podrían complicar mucho si la negociación interdepartamental se extendía a ambas puntas de la línea telegráfica entre Washington y Madrid11. Otro ejemplo de diplomacia interdepartamental en este primer tramo del período estudia- do es la carta del Secretario de Estado Acheson al Secretario de Defensa Robert A. Lovett. Esta misiva de un ministro del Poder Ejecutivo a otro reitera la vigencia de los límites a la coopera- ción con España acordados por el Presidente y ambos Departamentos, que (según recalcaba Acheson) habían sido confirmados por el Secretario de Defensa en una carta del 13 de julio de 1951. El Secretario de Estado observó que las condiciones que motivaron el establecimiento de esos límites no habían cambiado. Por lo tanto no convenía llevar la cooperación al punto que proponía el Estado Mayor Conjunto. Previo al comienzo de las negociaciones, y antes de que el Grupo del Estado Mayor Conjunto se embarcara hacia España, sería necesario un acuerdo entre todos los organismos norteamericanos respecto de todos los aspectos de los programas que serían negociados.12

10 Véase Documento 832 del 7 de febrero de 1952, FRUS 1952-1954, pp. 1.781- 1.782 (MSA telegram files, lot W-130, «Paris Repto»: Telegrama). La MSA (Mutual Security Agency) reemplazó a la ECA a través del Mutual Security Act de 1951. Estuvo a cargo de la administración del Mutual Security Program (MSP), análogo al anterior European Recovery Program (ERP) de la ECA, que había administrado los dineros del Plan Marshall. Una diferencia importan- te para España entre el ERP y el MSP es que el anterior ERP consistió en dádivas casi en su integridad, mientras que el MSP estaba basado en el concepto de contribuciones mutuas. Por este motivo, España nunca pudo acceder a los beneficios alcanzados por países como Francia, Gran Bretaña y varios otros. El Plan Marshall había caducado. 11 Véase Documento 836 del 30 de enero de 1952, FRUS 1952-1954, pp. 1.793-1.796 (Madrid Embassy Files, lot 58 F 57, «320-U.S.-Spain»). 12 Véase Documento 840 del 11 de febrero de 1952, FRUS 1952-1954, pp. 1.800-1.804 (752.5/1-2152).

65 Cuadernos de Historia Contemporánea 2003, 25 61-81 Carlos Escudé ¿Cuánto valen esas bases?

Este documento es un modelo de diplomacia interdepartamental, ya que su borrador fue redactado por Dunham, un alto funcionario, y luego sometido a la revisión de otros cuatro, Joseph J. Wolf, E. Wilder Spaulding, James C. H. Bonbright y George W. Perkins. Por cierto, estos intercambios entre Departamentos eran tan cuidados como las comunicaciones impor- tantes con un gobierno extranjero. Hacia el 3 de marzo de 1952 el Secretario de Defensa consideraba que ambos Departamentos ya estaban lo suficientemente cerca en sus posiciones respecto de España como para comenzar las negociaciones con los peninsulares13. Hacia el 20 de ese mes ya estaba redactado el Interdepartmental Policy Statement, casi un contrato (de máximo secreto) entre estos dos ministerios del Estado norteamericano, que se convertiría en las instruccio- nes oficiales para los primeros equipos de negociadores diplomáticos y militares14. El 4 de abril llegaron a Madrid los negociadores militares, encabezados por el Mayor General de la Fuerza Aérea August Kissner, y los negociadores económicos, bajo la dirección de George F. Train. Las conversaciones comenzaron el 17 de abril15. Pero casi inmediatamente, el 30 de abril, el conflicto interdepartamental irrumpió otra vez de manera intempestiva, cuando el General Kissner al parecer se equivocó y presentó al General Juan Vigón, jefe de la contra- parte española, no solo las necesidades norteamericanas consensuadas entre los dos Departamentos, sino también las del Estado Mayor Conjunto que habían sido bloqueadas por el Departamento de Estado16.

3. Las objeciones de Francia y el Reino Unido a la cooperación entre Estados Unidos y España Como vimos, uno de los elementos significativos que emerge de la documentación son los límites impuestos a la cooperación con España como consecuencia de las objeciones a la mis- ma de parte de Estados de la OTAN. Dichos límites fueron el producto de presiones diplomá- ticas. Entre la documentación desclasificada pero no publicada del Departamento de Estado se encuentran numerosos registros de estas presiones y de consultas entre Estados Unidos y otros

13 Véase Documento 844 del 3 de marzo de 1952, FRUS 1952-1954, pp. 1.815-1.817 (752.5/3-1252). 14 Véase Documento 846 del 20 de marzo de 1952, FRUS 1952-1954, pp. 1.824-1.828 (ECA-MSA-FOA files, lot W-13, «DMS Documents»). 15 Véase Documento 848, «Nota Editorial» de FRUS 1952-1954, pp. 1.832-1.833. 16 Kissner pidió a los españoles derechos para el ejército de tierra norteamericano, lo que necesariamente con- duciría a exigencias españolas respecto de material bélico para el ejército español que iban más allá de los límites acordados a la cooperación con España. La iniciativa también podía sugerir una disposición norteamericana a aban- donar la defensa del continente en el caso de una ofensiva soviética, para atrincherarse detrás de los Pirineos. Además, la materialización de este tipo de cooperación entre España y Estados Unidos significaría un retraso en la provisión de equipos bélicos para la OTAN, incompatible con compromisos asumidos con otros países. El faux pas de Kissner se habría debido a instrucciones que recibió del Departamento de Defensa, que él presumió haber sido autorizadas por el Departamento de Estado. Véase Documento 853 del 30 de abril de 1952, FRUS 1952-1954, p. 1.846 (752.5/4-3052).

Cuadernos de Historia Contemporánea 66 2003, 25 61-81 Carlos Escudé ¿Cuánto valen esas bases? países. Estos intercambios aumentaron desde comienzos de 1951 y culminaron con la convo- catoria a la reunión en que se decidió seguir adelante con negociaciones bilaterales pero sacri- ficando el objetivo antes prioritario de integrar a España en la OTAN. Esto implicaba limitar bastante la ayuda disponible para España, ya que la directiva NSC 72/6 establecía que los alia- dos del TAN tendrían prioridad en la asignación de recursos relativamente escasos17. Por otra parte, la oposición francesa y británica a la cooperación norteamericana con España no se debía exclusivamente a un rechazo ideológico del régimen y sus prácticas autoritarias.18 Tampoco se limitaba al problema político interno que supondría la obten- ción de respetabilidad internacional por parte del franquismo, habida cuenta del peso del laborismo en el Reino Unido y de los socialistas y comunistas en Francia. En la opinión generalizada de los norteamericanos, la principal objeción europea radicaba en el cálculo de que toda colaboración con España reduciría el dinero disponible para la OTAN. Esto se corrobora en los documentos británicos: «Les hemos dicho a los americanos que contem- plamos un acuerdo favorablemente siempre que la ayuda de Estados Unidos a España no

17 Véase por ejemplo el memorial de conversación del 1º de marzo de 1951 entre el Consejero Burrows de la Embajada Británica en Washington, y Homer Byington y William B. Dunhan, del Departamento de Estado, en que se garantizan consultas exhaustivas con el Reino Unido antes de comenzar las negociaciones (752.5/3- 151); el telegrama del Departamento de Estado a la embajada estadounidense en Londres del 6 de marzo de 1951 (redactado por Byington y aprobado por J.C.H. Bonbright), en que se toma nota de las objeciones britá- nicas y francesas a las negociaciones pero se decide no obstante avanzar con conversaciones bilaterales (752.5/3-651); el telegrama circular a ciertas embajadas estadounidenses del 9 de marzo de 1951 que reitera las persistentes objeciones británicas y francesas (752.5/3-951); el telegrama de la embajada estadounidense en París al Departamento de Estado, del 11 de marzo de 1951, que reitera que los franceses y británicos serían informados lealmente acerca de las conversaciones con los españoles (752.5/3-1151); la carta de Perkins a Sherman del 21 de marzo de 1951, donde se afirma que Estados Unidos estaba obligado a consultar con el Reino Unido y Francia antes de seguir avanzando (752.5/5-2151); el memorial de conversación entre el emba- jador de Francia en Washington, y Perkins y Dunham, del 15 de junio de 1951, en que se comunica que Estados Unidos estaba preparado para realizar consultas con ese país acerca de las futuras negociaciones con España (752.5/6-1551); el memorial de conversación del 15 de junio de 1951 entre el Consejero Burrows de la emba- jada británica en Washington, y Perkins y Dunham, informando que ahora sí los estadounidenses estaban preparados para comenzar las consultas (752.5/6-1551); el telegrama del Departamento de Estado del 18 de junio de 1951 a las embajadas en Madrid, Londres y París, informando que Estados Unidos ya estaba prepara- do para comenzar consultas con británicos y franceses (752.5/6-1851); el memorial del 10 de julio de 1951 informando sobre las fuertes objeciones francesas (FW752.5/7-951); y el memorial de la conversación del 19 de julio de 1951 entre el Sr. Steel, ministro de la embajada británica en Washington, y Perkins y Dunham, que informa sobre las preguntas del primero acerca del resultado de las conversaciones entre Franco y Sherman (752.5/7-1951). Fueron presiones de este tipo las que condujeron a la importante reunión del 11 de julio de 1951 entre Truman y sus más altos funcionarios. Allí se establecieron los limites políticos a la colaboración con España que eventualmente significarían su exclusión de la OTAN, sacrificándose así la prioridad establecida en NSC 72/6. La reunión está documentada en un memorial del 10 de julio de 1951 que convoca a la misma, sito en FW 752.5/7-951. 18 Para una versión francesa de los motivos de la oposición gala, véase Dulphy, Anne: La politique de la France à l’égard de L’Espagne de 1945 à 1955, Direction des Archives, Ministère des Affaires Étrangères, Paris, 2002, Capítulo 3, pp. 735-749.

67 Cuadernos de Historia Contemporánea 2003, 25 61-81 Carlos Escudé ¿Cuánto valen esas bases? sea a costa de su ayuda al Tratado del Atlántico Norte, países del Commonwealth, y even- tualmente Alemania»19. Además, en el caso británico la reluctancia a aceptar los planes norteamericanos estaba liga- da a factores inconfesables que raramente aparecen en la documentación de ese país (porque pocas veces se comunicaban diplomáticamente) pero que pueden seguirse de cerca en la del Reino Unido: 1. Los celos por la pérdida de hegemonía en el Mediterráneo. La adquisición de derechos de largo plazo en las Azores por parte de Estados Unidos ya había representado un duro golpe. Más aún: en su planificación para la posguerra de 1944, los británicos habían con- templado incluso la posibilidad de adquirir sus propias instalaciones aéreas en España para proteger a Gibraltar. El acuerdo bilateral de Estados Unidos con España era un sím- bolo más de la caducidad y el reemplazo de Gran Bretaña como potencia hegemónica20. 2. La probable pérdida del mercado de armas español (especialmente el naval), que pasaría a Estados Unidos como resultado de la inexorable adaptación de las fuerzas españolas a los estándares de la industria de ese país21. Finalmente, en el caso francés el cálculo centrado en la pérdida de recursos para su defensa que supondría la incorporación de España a la mesa de quienes compartían los recursos norteamericanos, venía potenciado por el temor respecto de la posibilidad de que, ante un avance soviético fulminante, Estados Unidos optase por replegarse detrás de los Pirineos, abandonando a Francia a su suerte hasta poder intentar su reconquista22.

19 Memorial «United States relations with Spain» del 3 de abril de 1952, FO371/102014, PRO. El docu- mento agrega que el Reino Unido no deseaba estar directamente involucrado en un acuerdo con España, y aclara que el gobierno británico anterior se había opuesto a un eventual pacto entre Estados Unidos y España, pero que finalmente había llegado a la conclusión de que sería imposible evitarlo. Otro memorial británico, del 22 de noviembre de 1952, reitera que el eventual acuerdo con España no debía desviar fondos de la OTAN. Véase «United States-Spanish Negotiations» firmado por N.J.A. Cheetham, FO371/102014, PRO. 20 En el otoño de 1945 los británicos aún tenían tropas en las Azores, pero creían que tanto ellos como los nor- teamericanos pronto evacuarían las islas. No pensaron que éstos estaban allí para quedarse. Cuando se enteraron de sus planes, intentaron coparticipar como socios igualitarios. Sin embargo, estaban demasiado comprometidos por su dependencia financiera frente a Estados Unidos como para poder imponer condiciones. Ernest Bevin finalmen- te renunció a su resistencia con el argumento consuelo de que era cosa buena atar los norteamericanos a la defensa del Commonwealth, a través de la presencia militar mundial que estaban consolidando. Sobre este tema, véase el interesante tratamiento en Edwards, Jill: op. cit., pp. 47-52. 21 No obstante, es importante señalar que tampoco el Reino Unido era un «actor racional unitario», y que había sectores minoritarios de su gobierno (como la Marina) que contemplaban con buenos ojos la eventual parti- cipación de España en la defensa de Occidente. Véase despacho de fines de 1952 de Sir John Balfour, embajador bri- tánico en Madrid, al Foreign Office, FO371/102017/WS1071/25, 25 G, PRO. 22 Este temor era simétrico y opuesto al de los portugueses, que veían con buenos ojos una eventual membre- sía de España en la OTAN porque la defensa de Portugal era impracticable si no comenzaba en los Pirineos. Véase memorial de conversación del 11 de julio de 1951 entre el Consejero de la embajada de Portugal en Washington, Sr. Potier, y Byington del Departamento de Estado, 752.5/7-1151; y memorial de conversación del 16 de julio entre el mismo funcionario portugués, y Williamson y Dunhan, 752.5/7-1651.

Cuadernos de Historia Contemporánea 68 2003, 25 61-81 Carlos Escudé ¿Cuánto valen esas bases?

Todo reaseguro de la seguridad occidental detrás de los Pirineos era peligroso para Francia23. Esta cuestión era particularmente sensible dado que Estados Unidos padecía de una escasez relativa de equipos bélicos, que hacia febrero de 1952 ya se traducía en una demora importan- te en el envío de material militar a los países de la OTAN24. En un memorial del 6 de ese mes, el Director Alterno de la Oficina de Asuntos Regionales Europeos, James Parsons, advertía al Secretario Asistente de Estado Perkins que sería necesario postergar los envíos que eventual- mente se negociaran con España hasta que pudieran realizarse sin perjudicar a la OTAN, ya que de lo contrario se percibiría una disminución de la prioridad de la Alianza Atlántica, que ope- raría como un desincentivo para la cooperación de sus miembros con Estados Unidos25.

4. Las negociaciones desde la llegada a Madrid de Lincoln MacVeagh hasta el desplante español de diciembre de 1952 Como consta, la consigna de los negociadores norteamericanos fue desde un principio la de la vigencia de estrechos límites a la cooperación con España. Sin embargo, lo que se observa en la pormenorizada documentación originalmente secreta del gobierno de Estados Unidos es que a medida que avanzaron las tratativas, fueron los negociadores norteamericanos en la Península, con contacto directo con los españoles, quienes llegaron a la conclusión de que los intereses de seguridad definidos en las directivas de NSC 72/6 no podían plasmarse adecuada- mente en el marco de los límites a la cooperación planteados por el consenso de 1951. Camadas sucesivas de negociadores militares y diplomáticos llegados de Estados Unidos cambiaron de criterio al entrar en contacto con la realidad española y los funcionarios de la dic- tadura. A partir de 1952 los documentos producidos por la Embajada en Madrid fueron con fre- cuencia más favorables a una cooperación mayor con España que los del Departamento de Estado, y a veces incluso que los del Departamento de Defensa. Por ejemplo, una carta del 14 de febrero de 1952 del Encargado de Negocios Jones a Dunham, insistía en que España no debía ser tratada de manera diferente a los demás países europeos respecto del gasto de los

23 Un ayuda memoria británico del 11 de febrero de 1953, escrito para informar al Secretario de Asuntos Exteriores Anthony Eden sobre temas que podrían tratarse en una próxima visita de ministros franceses a Londres, corrobora que el Reino Unido y Francia coordinaron su actitud frente a las negociaciones de Estados Unidos con España, manteniendo lo que en el documento se denomina un «frente común». Véase «Spain», FO371/107682, PRO. 24 Resulta interesante registrar que una vez que los acuerdos hispano-norteamericanos estuvieron cerca de la firma, los británicos atestiguan la presencia en Madrid de un alud de hombres de negocios del Reino Unido, Alemania, Francia, Holanda y otros países, todos con la esperanza de vender vehículos blindados, tractores, mate- rial de construcción y otros equipos que eventualmente pudieran adquirirse con los dólares provenientes de la ayuda norteamericana. Véase, por ejemplo, carta de J.R. Cotton (embajada británica en Madrid) a F.H. Whitaker (Foreign Office) del 15 de mayo de 1953, FO371/107686. El interrogante de si se permitirían compras en países europeos se expresa, por ejemplo, en una ayuda memoria del 23 de junio de 1953 titulado «Spain» y firmado por Cheetham, FO371/197686, PRO. 25 Véase Documento 838 del 6 de febrero de 1952, FRUS 1952-1954, pp. 1.798-1.799 (711.56353/2-652).

69 Cuadernos de Historia Contemporánea 2003, 25 61-81 Carlos Escudé ¿Cuánto valen esas bases? fondos MSA que recibiera. Decía que el Departamento de Defensa tenía mucho más dinero disponible que el que reconocía tener, y que debería estar dispuesto a gastar más en España26. Por otra parte, poco después de hacerse cargo de la embajada, Lincoln MacVeagh adoptó posiciones cercanas a las españolas. El 1º de abril sostuvo su primera conversación con el Ministro de Asuntos Exteriores Alberto Martín Artajo, quien se quejó de que en Estados Unidos se había dicho que se «comprarían o arrendarían» bases en España. Eso era imposi- ble, afirmó Artajo. Los españoles eran demasiado orgullosos como para permitirlo: «Somos orgullosos; quizá demasiado orgullosos, pero somos así». La construcción de bases por extran- jeros era posible solo si eran para uso conjunto con España. En sus comentarios personales, MacVeagh dijo que sería indispensable que los negociadores norteamericanos se manejaran con la máxima prudencia para no herir el orgullo español, evitando cualquier interpretación que pudiera considerarse en merma de la soberanía o dignidad de España27. Por su parte, los negociadores de Franco se encargaron de subir permanentemente la apuesta, reconociendo su interés por llegar a un acuerdo pero remarcando que éste era impo- sible si España no estaba capacitada para defenderse del acrecentado riesgo de ataque soviéti- co que supondría tener fuerzas militares norteamericanas en su territorio. Ya hacia el 14 de junio llegó a la Embajada un telegrama del Secretario Acheson comunicando en secreto que los $125 millones de ayuda ofrecidos podrían aumentar en unos $25-30 millones.28 Esto distaba de ser suficiente, sin embargo. La contraparte española entonces sugirió que se avanzara en todos los temas propuestos, incluyendo la construcción de las bases, y solo se dejara de lado la cuestión más espinosa del uso de éstas por parte de Estados Unidos. Después de todo, la defen- sa de Occidente no era sinónima del uso norteamericano de instalaciones en España: lo impor- tante era que esas instalaciones estuvieran disponibles. Asimismo, los españoles señalaron una diferencia enorme entre la ayuda ofrecida a España y la otorgada a otros países, y una inmensa asimetría también entre las obligaciones políticas y militares con que se intentaba comprometer a España, y la asistencia que se le ofrecía en el terreno económico y militar. Frente a estos y otros planteos, los negociadores norteamericanos llegaron privadamente a la conclusión de que sería imposible obtener el acuerdo de bases deseado con tan escasa ayuda militar29.

26 Véase Documento 841 del 14 de febrero de 1952, FRUS 1952-1954, pp. 1.804-1.809 (Madrid Embassy Files, lot 58 F 57, «320-Spain»). 27 Véase Documento 847 del 1º de abril de 1952, FRUS 1952-1954, pp. 1.828-1.833 (752.5 MSP/4-152: Despacho). 28 Véase Documento 859 del 14 de junio de 1952, FRUS 1952-1954, p. 1.859 (711.56352/6-1252: Telegrama). En 1951, el Congreso había adjudicado $100 millones del MSP para su eventual uso en España, pero el Mutual Security Act de 1952 extendió la disponibilidad de esos $100 millones hasta fines del año fiscal 1953, y agregó otros $25 millo- nes. 29 Véase Documento 860 del 5 de julio de 1952, FRUS 1952-1954, pp. 1.860-1.862 (752.5/7-552), y Documento 861 del 12 de julio de 1952, FRUS 1952-1954, pp. 1.862-1.865 (711.56352/7-1252: Telegrama).

Cuadernos de Historia Contemporánea 70 2003, 25 61-81 Carlos Escudé ¿Cuánto valen esas bases?

Lentamente, los negociadores españoles consiguieron que su contraparte norteamericana se convirtiera en útil vehículo de comunicación con las autoridades en Washington. El 25 de julio MacVeagh envió un telegrama al Departamento de Estado comunicando los pormenores de una conversación suya con el Ministro Artajo, en que éste recalcó que a otros países se les había asegurado apoyo a través de la Alianza Atlántica en el caso de que fueran atacados. España necesariamente se involucraría en el caso de guerra, pero si tenía bases operadas por los nor- teamericanos sería objeto de bombardeos inmediatos. El riesgo era demasiado alto si no había un quid pro quo aceptable. La reacción del embajador norteamericano fue espontáneamente pro española. En el telegrama secreto decía:

«España no está ni remotamente tan ansiosa de recibir nuestra ayuda como estamos nosotros de darla a cambio de la obtención de otra cosa (...). (Pero) sería un error creer que su gobierno tiene alguna objeción substancial a colaborar con nosotros. Su generosa disposición a cooperar con nuestras necesidades de evacuación europea, sin exigir quid pro quo alguno, demostraría esto ampliamente si una prueba fuera necesaria (...). (No obstante), en vista de las concesiones extraordinarias que estamos pidiendo, el Gobierno debe tener un quid pro quo suficientemente significativo como para neutralizar la oposición local (...). El problema presente es encontrar alguna fórmula para el acuerdo de bases militares que sea capaz de satisfacer los requisitos espa- ñoles (...) sin ir más allá de lo que esas bases valen para nosotros. (...) Además, debe reflexio- narse acerca de la pretensión española de que si se les pide comportarse como nuestros aliados, deberían asegurarse un trato como tales. (...) Una medida de atención a su orgullo vale muchos dólares»30.

En otro telegrama, del 2 de agosto, el embajador aclaraba que los españoles buscaban un resultado tanto material como simbólico. Informaba sobre un generalizado resentimiento por el boicot diplomático que España había sufrido recientemente y por la percepción de que Estados Unidos no trataba a España como a otras naciones occidentales. Explicaba que lo que buscaba el gobierno era «nuestra reversión pública de esta política, tratando al país como a un socio en la defensa común en vez de un paria con instalaciones que se venden. (...) En verdad, ‘orgullo’ es una palabra demasiado débil, porque lo que está en juego no es ni más ni menos que una lesión a la dignidad nacional»31. Pero MacVeagh no fue el único funcionario norteamericano que se convirtió a la posición española. El 19 de agosto el jefe de los negociadores económicos, George F. Train, decía en un memorial al Director Alterno de la MSA, W. John Kenney, que Washington debía redefinir sus

30 Véase Documento 863 del 25 de julio de 1952, FRUS 1952-1954, p. 1.868 (711.65352/7-2552: Telegrama). 31 Véase Documento 864 del 2 de agosto de 1952, pp. 1.869-1.870 (711.56352/8-252: Telegrama). En una con- versación con Sir John Balfour, MacVeagh corroboró estos conceptos, señalando que él había tenido que exhortar a la gente en Washington para que no intentase dictar sus términos a España, y que ésta solo exigía lo que le corres- pondía como Estado soberano. Carta personal y secreta de Balfour a G.W. Harrison (Foreign Office), 27 de noviem- bre de 1952, FO371/102014, PRO.

71 Cuadernos de Historia Contemporánea 2003, 25 61-81 Carlos Escudé ¿Cuánto valen esas bases? objetivos frente a España: «Cualquier gobierno del que se pretendiera la cesión del derecho a establecer bases militares exigiría un quid pro quo que represente una evaluación razonable de los privilegios que se conceden, a la vez que exigiría un tratamiento igual al que se otorga a otras naciones que tienen similares arreglos con Estados Unidos. (...) Las limitaciones de nuestro enfoque son claramente inaceptables para el gobierno de España, y yo creo que serían igual- mente inaceptables para el pueblo español»32. Y no solo Train, sino también el Mayor General August Kissner, jefe de los negociadores militares, se convirtió en vehículo de las pretensiones españolas cuando el 5 de septiembre propuso asistencia militar a España por un monto de $440,8 millones a lo largo de 4 ó 5 años, cifra que representaba un promedio anual mucho mayor que el aceptado hasta entonces para el caso de llegarse a un acuerdo. El general dijo que era necesario un replanteo total de la posi- ción norteamericana: o estaban dispuestos a dar más por las bases que pretendían conseguir, o Estados Unidos debía retirarse de la negociación33. A esas alturas, todos los norteamericanos que negociaban en la Península percibían que había llegado la hora de que Washington reformulara su política desde el más alto nivel. Una carta del 26 de septiembre de MacVeagh a John Y. Millar, de la Oficina de Asuntos Europeos Occidentales, le daba la razón al Ministro Artajo, quien había dicho que estaba llegando el momento de las «verdaderas negociaciones de gobierno a gobierno», porque en el nivel de los expertos en que tenían lugar las conversaciones no existía la potestad para tratar los aspectos fundamentales que estaban en juego. Según MacVeagh lo que debía resolverse era qué tipo de relación entre Estados Unidos y España justificaría que ésta concluyera acuerdos bilaterales como los que los norteamericanos proponían, y qué equipos bélicos podría suministrar Estados Unidos como quid pro quo para sus demandas. Decía el embajador:

«Nuestra impresión a partir de nuestros contactos personales aquí es que hay considerable- mente más flexibilidad en las mentes españolas de lo que, debido a las exigencias de la negocia- ción, están dispuestos a revelar. (...) Nosotros debemos albergar cierta flexibilidad para estar a la altura de la suya, pero debo confesar (...) que tengo menos confianza en nuestra disposición a modificar nuestra posición, que la que tengo en la disposición de ellos a encontrarse con nos- otros en la mitad del camino. (...) Estoy plenamente consciente de que si vamos a proveer equi- pos militares a España, debemos revocar las seguridades hasta ahora dadas a los británicos, y

32 Véase Documento 867 del 19 de agosto de 1952, FRUS 1952-1954, pp. 1.878-1.879 (711.56352/8- 2152). 33 Véase Documento 868 del 5 de septiembre de 1952, FRUS 1952-1954, pp. 1.879-1.881 (752.5 MAP/9-552). Este es un memorial del Secretario Asistente Alterno de Estado para Asuntos Europeos, Bonbright, al Subsecretario Alterno de Estado, Mathews, que retransmite un informe del General Kissner. El 30 de octubre, MacVeagh se sumó a esta demanda de un gasto mayor. Véase Documento 872, FRUS 1952-1954, pp. 1.892-1.894 (711.56352/10-3052: Telegrama). El 8 de diciembre, el Secretario de Defensa Lovett envió una carta al Secretario de Estado Acheson ava- lando la propuesta de Kissner, y proponiendo que una proporción mayor del gasto total fuera destinada a equipos bélicos para España. Véase Documento 875, FRUS 1952-1954, pp. 1.902-1.903 (752.5/12-852).

Cuadernos de Historia Contemporánea 72 2003, 25 61-81 Carlos Escudé ¿Cuánto valen esas bases?

quizás a otros miembros de la OTAN. Pero esto es inevitable ahora que conocemos mejor la acti- tud de los españoles, si es que queremos tener éxito en nuestras negociaciones aquí. Por otra parte, si estamos dispuestos a reconocer que estamos tratando a España como a un igual y que en la medida de lo posible estamos dispuestos a ayudarla con equipos bélicos, creo que la puerta estará abierta para que ellos acepten cualquier limitación necesaria en virtud de las disponibili- dades de equipos en uno u otro año fiscal»34.

La respuesta de Washington a estas elocuentes demandas de sus propios negociadores se produjo muy lentamente. El 7 de octubre MacVeagh envió a Artajo una carta con un memorial adjunto, que estipulaba que Estados Unidos estaba dispuesto a un gesto del estilo propuesto por el embajador, reconociendo públicamente que ambos países eran socios en la defensa de Occidente. MacVeagh le pedía a Artajo que comprendiera que el memorial no trataba la cues- tión de eventuales equipos bélicos como parte de la ayuda militar a negociarse, no porque se discriminara contra España sino por limitaciones en las posibilidades de suministro, que eran de naturaleza práctica y que estaban vinculadas al cuadro general de la defensa de Occidente. El memorial estipulaba que la ayuda no podría superar los $125 millones reservados por el Congreso para el año fiscal en curso (cifra que estaba muy por debajo de lo que había pedido el General Kissner)35. Artajo contestó el 30 de octubre aceptando la propuesta de una declaración formal de sociedad en la defensa de Occidente. No obstante, dijo que no podía concurrir con la idea de que la provisión de equipos bélicos a España resultare en detrimento de dicha defensa. Insistió en que era indispensable que la Península, Portugal incluido, estuviera bien defen- dida. El gobierno español podía aceptar un sistema de prioridades en las operaciones terres- tres, pero todos los países corrían los mismos riesgos aéreos, como también a su comercio, y en muchos casos el agresor podía estar más interesado en atacar puertos y otras instalacio- nes que no serían utilizadas por sus fuerzas (por encontrarse más allá del territorio que pen- saba ocupar). Por lo tanto, el equipamiento de la fuerza aérea española era de primera prio- ridad, como lo era también la puesta a tono de su industria de defensa para contribuir al objetivo de defender la Península. Artajo agregó que los $125 millones adjudicados hasta la fecha eran gruesamente insuficientes36.

34 Véase Documento 870 del 26 de septiembre de 1952, pp. 1.883-1.886, FRUS 1952-1954 (711.56352/9-2652). La opinión de MacVeagh de que los españoles estaban siendo más flexibles y sensatos que los estadounidenses en las negociaciones en curso, se corrobora en la espontánea conversación que el embajador norteamericano tuvo con Nigel Roland, embajador británico en Lisboa. MacVeagh había sido embajador en Lisboa y conocía bien a Roland. Véase carta personal y secreta de Roland a G.W. Harrison (Foreign Office), 10 de noviembre de 1952, FO371/102014, PRO. 35 Véase Documento 871 del 7 de octubre de 1952, FRUS 1952-1954, pp. 1.887-1.897 (711.56352/10-952). Carta a Artajo con memorial adjunto. 36 Véase Documento 873 del 4 de noviembre de 1952, FRUS 1952-1954, pp. 1.895-1.899 (711.56352/11-452: Telegrama).

73 Cuadernos de Historia Contemporánea 2003, 25 61-81 Carlos Escudé ¿Cuánto valen esas bases?

A partir de ese momento hubo progresos rápidos, de manera que hubo esperanzas de que las negociaciones terminaran antes de finalizar el año. Pero el 23 de diciembre los españoles presentaron a Kissner un borrador del pacto de defensa que condicionaba y limitaba el uso de las bases militares por parte de Estados Unidos. El momento del uso de las mismas de parte de los norteamericanos llegaría sólo cuando los requisitos militares mínimos de España hubieran sido alcanzados por el abastecimiento estadounidense. Además, en caso de guerra, la utiliza- ción de las bases debía ser sometida a consultas previas entre ambos gobiernos. La justificación del general Juan Vigón, en carta presentada a Kissner, fue que la propuesta norteamericana era un pacto militar concreto para una de las partes y una declaración política benévola con conte- nidos militares imprecisos para la otra37. Esta decisión española se sumó al cambio de Presidente en Estados Unidos, casi paralizan- do las negociaciones. El desenlace de éstas, nueve meses más tarde, con significativas conce- siones norteamericanas en materia de ayuda militar, resulta difícil de imaginar de no haber mediado esta dureza española de último momento38.

5. Dos presidentes, una política: el cambio de administración en Estados Unidos A estas alturas vale la pena hacer un alto para analizar las consecuencias del cambio de un gobierno demócrata a uno republicano, en estas circunstancias de posguerra en que ambos presidentes habían participado de las vicisitudes de la contienda mundial, cada cual a su mane- ra. A la luz de los documentos es fácil llegar a la conclusión de que, por lo menos en lo que res- pecta a su actitud frente a la dictadura franquista, no hubo diferencias significativas. En primer lugar, el 7 de febrero de 1952 los dos estadistas que presidieron a Estados Unidos durante estas negociaciones, Truman y Eisenhower, expresaron su antipatía por el régimen español39. El hecho ilustra una continuidad de pensamiento entre ambos presidentes frente al gobierno de Franco. Dicha continuidad es corroborada por otros elementos. A lo largo del pro- ceso que estudiamos, tres embajadores representaron sucesivamente a Estados Unidos en Madrid: Stanton Griffis (entre el 1º de marzo de 1951 y el 28 de enero de 1952), Lincoln MacVeagh (entre el 27 de marzo de 1952 y el 4 de marzo de 1953) y (des- de el 9 de abril de 1953, hasta febrero de 1955). Antes de ser embajador en Madrid, MacVeagh lo había sido en Lisboa. A su vez, Dunn había sido embajador ante Italia entre 1947 y 1952, y ante Francia entre 1952 y 1953. Durante ambos interinatos, entre enero y marzo de 1952, y entre marzo y abril de 1953, el Consejero John Wesley Jones fue encargado de negocios. Por lo

37 Véase Documento 876, «Nota Editorial», FRUS 1952-1954, p. 1.904. 38 Este es uno de los aspectos de la negociación que no fueron captados por Antonio Marquina Barrio en su imponente tratado. Marquina Barrio, Antonio: España en la Política de Seguridad Occidental 1939-1986, Madrid, Ediciones Ejército, 1986. Véanse pp. 541-545 para comprobar esta omisión. 39 Véase Documento 838 del 6 de febrero de 1952, FRUS 1952-54, pp. 1.798-1.799 (711.56352/2-652), y la «Nota Editorial», pp. 1.799-1.800. Véase también «United States Relations with Spain», 3 de abril de 1953, FO371/102014, PRO.

Cuadernos de Historia Contemporánea 74 2003, 25 61-81 Carlos Escudé ¿Cuánto valen esas bases? tanto, podemos afirmar que al menos en la embajada en Madrid, el tránsito entre la adminis- tración demócrata y la republicana no significó un cambio importante de orientación o ideo- logía que haya podido reflejarse en el resultado de las negociaciones. Por otra parte, desde el punto de vista de las negociaciones con España la transición entre ambas administraciones trajo importantes demoras pero relativamente pocas modificaciones. Con el cambio de administraciones, los secretarios y subsecretarios, que suelen ser funciona- rios políticos, cambiaron en su mayoría aunque con algunas llamativas excepciones. Bonbright, por ejemplo, fue Secretario Asistente Alterno de Estado para Asuntos Europeos desde junio de 1950 hasta abril de 195440. Mathews mantuvo su puesto de Subsecretario Alterno de Estado entre julio de 1950 y septiembre de 1953. Y en el Departamento de Defensa hubo casos similares, como el de Frank C. Nash, un importante negociador que fue asistente del Secretario entre agosto de 1951 y febrero de 1953, y entonces fue ascendido a Secretario Asistente de Defensa para Asuntos Internacionales. Además, más allá de los cambios y continuidades en los funcionarios políticos, observamos que los funcionarios de carrera que redactaban los borradores de las cartas y memoriales fir- mados por los funcionarios políticos, frecuentemente fueron los mismos antes y después del cambio de administración. Asimismo, los funcionarios que luego revisaban y aprobaban estos borradores para prepararlos para la firma de sus superiores, también se repitieron frecuente- mente antes y después de la transición. De tal manera, podemos afirmar que en esta transición entre dos administraciones de par- tidos opuestos se registró una continuidad burocrática digna de nota, por lo menos frente a las negociaciones que nos ocupan. El acuerdo fue trabado por la parte española durante el último tramo del gobierno de Truman. Como veremos, en una primera instancia el gobierno de Eisenhower estuvo lejos de desear ir más allá que su predecesor en materia de cooperación con el régimen franquista. Si gradualmente su disposición se volvió más favorable a un acuerdo, más que a un viraje ideológico emergido de las diferencias entre dos administraciones, el cam- bio debe atribuirse a una evolución en las percepciones respecto de cuánto valía el aporte espa- ñol potencial, y a un aprendizaje respecto del frente inquebrantable que presentaron los nego- ciadores peninsulares. No obstante, debe señalarse que es frecuente encontrar en la bibliografía especializada la idea de que Eisenhower dio prioridad al Departamento de Defensa y a los intereses de la segu- ridad nacional de Estados Unidos, mientras su predecesor habría dado mayor importancia al Departamento de Estado y a intereses más políticos que militares. Es probable que si se anali- zara la totalidad de las gestiones de Truman y Eisenhower, esta generalización sería válida. Además, como se ha documentado, no hay duda de que existió un conflicto moderado entre los intereses de uno y otro Departamento frente a la cuestión de la negociación de bases militares

40 La firma de Bonbright aparece en una carta del 24 de abril de 1953. Frente al hecho, consultamos la hoja de servicios de ese y otros funcionarios, con los resultados que se registran.

75 Cuadernos de Historia Contemporánea 2003, 25 61-81 Carlos Escudé ¿Cuánto valen esas bases? en España. Como se verá a continuación, sin embargo, parece por lo menos cuestionable que en la cuestión específica de estas negociaciones, Eisenhower haya sido significativamente más favorable a los intereses militares que Truman, y por lo tanto más favorable a la firma de los acuerdos de 1953. Cuando se llegó al momento álgido, diplomáticos y militares ya se habían puesto de acuerdo y las objeciones provinieron del Departamento del Tesoro.

6. De la parálisis en las negociaciones al colapso norteamericano El escrito que la parte española entregó el 23 de diciembre dejó alelados a los negociadores norteamericanos. Antes de transmitirlo a Washington intentaron gestionar una respuesta más flexible pero no la consiguieron. Dos semanas más tarde estuvieron obligados a darlo por bue- no y enviarlo a sus mandos en la capital estadounidense. El gobierno de Estados Unidos ya esta- ba en plena transición y las negociaciones forzosamente habrían de demorarse. Hacia mediados de febrero de 1953, poco antes del nombramiento de Dunn como embaja- dor, se produjeron señales de actividad. El nuevo Secretario de Estado, John Foster Dulles, aportó un nuevo argumento para presionar a los españoles. Decía que tiempo perdido era dinero desaprovechado. Si los acuerdos se demoraban, en el mejor de los casos los fondos asig- nados para 1953 serían trasladados a 1954. Se podía perder la oportunidad de que el Congreso asignara fondos frescos para el nuevo año fiscal41. Este argumento fue retransmitido al Ministro Artajo por el Encargado de Negocios Jones42 en una carta del 16 de marzo43. La ofen- sa manifestada por Artajo fue enorme44. El Ministro respondió con una carta muy formal diciendo que la culpa en la demora del uso de los fondos era exclusivamente de Estados Unidos; que la ley del Congreso en que se adjudi- caba ese dinero no incluía como condicionante para su desembolso la conclusión de negocia- ciones para el uso norteamericano de bases militares; que incluir este condicionante había sido una decisión de la administración anterior, y que el cambio de administraciones había gene- rado aún más demoras que no eran atribuibles a España. Agregó que si había dinero desapro- vechado sería dinero perdido para la defensa de Occidente, cosa muy seria que no sería res- ponsabilidad de su gobierno45. Los estadounidenses se esforzaron por aclarar que no se trataba de echarle la culpa a España sino de tener en cuenta ciertos rasgos inevitables de los trámites legislativos y burocráticos de su país, que era preferible considerar a la hora de planificar la cooperación con un criterio

41 Véase Documento 879 del 17 de febrero de 1953, FRUS 1952-1954, pp. 1.911-1.912 (711.56352/1-2453: Telegrama). 42 Dunn llegó a Madrid el 27 de febrero pero presentó sus cartas credenciales recién el 9 de abril. 43 Véase Documento 886 del 16 de marzo de 1953, FRUS 1952-1954, pp. 1.921-1.922 (711.56352/3-1853). 44 Así lo registra Jones en su telegrama 756 del 31 de marzo, en 711.56352/3-3153. 45 Véase Documento 888 del 27 de marzo de 1953, FRUS 1952-1954, pp. 1.923-1.926 (711.56352/3-2753).

Cuadernos de Historia Contemporánea 76 2003, 25 61-81 Carlos Escudé ¿Cuánto valen esas bases? práctico, especialmente si se recordaba el objetivo de la nueva administración de equilibrar el presupuesto46. Por lo demás, desde el punto de vista de la sustancia de las negociaciones, los norteameri- canos intentaron superar el obstáculo interpuesto por la propuesta española de diciembre. En una carta de Jones a Artajo del 16 de marzo se proponía que en lugar de afirmarse que Estados Unidos proveería las necesidades mínimas para la defensa del territorio español, como pre- tendían los peninsulares, se estableciera que ese país tenía la intención de proveer tal asisten- cia. Aducía la necesidad de someterse siempre a la Ley de Presupuesto dictada por el Congreso año tras año. Respecto de la propuesta española de condicionar el uso de las bases militares, la contrapropuesta norteamericana sugería que en el caso de una agresión comunista, Estados Unidos informaría inmediatamente al gobierno español sobre el uso de las mismas. En cam- bio, si los estadounidenses querían utilizar las bases para un propósito que no fuera el de hacer frente a una agresión comunista, toda decisión sería condicionada a consultas previas con el gobierno español. Como puede apreciarse, esta contrapropuesta implicaba una concesión menor por parte de los norteamericanos47. Sin embargo, las cosas se complicaron, ya que antes de que hubiera una respuesta española el Secretario Dulles envió un telegrama a la Embajada insistiendo en que se necesitaba el mayor ahorro posible para el siguiente año fiscal. Proponía tres posibilidades respecto de España: 1) trasladar al nuevo año fiscal los $125 millones adjudicados por el Congreso, más un aumento pequeño de entre $25 y $50 millones para ayuda militar; 2) trasladar los $125 millones sin aumento, y 3) trasladar al nuevo año fiscal solo una parte de los $125 millones.48 La respuesta de Dunn no difirió de lo que hubiera sido la de su predecesor Lincoln MacVeigh. Dijo que se necesitaba más de lo provisto incluso en la primera opción. Arguyó que se requería un quid pro quo mínimo para demostrar buena fe. Si no hubiera más remedio, de las tres posibilidades solo la primera tendría alguna posibilidad de éxito. Si se eligiera una de las otras alternativas la decisión debería basarse en el criterio de que no se necesitaban las bases que se estaban negociando, y en ese caso el embajador debía estar autorizado para comunicar al gobierno de España que las negociaciones habían terminado49. Como tantos otros negocia- dores norteamericanos antes que él, una vez en el terreno Dunn «tomó el partido de los espa- ñoles». A partir de esa instancia crítica, y frente a la convicción de los funcionarios de que «the Spanish are serious about acquiring a long-term military aid commitment from the United States in

46 Véase Documento 889 del 8 de abril de 1953, FRUS 1952-1954, pp. 1.926-1.929 (711.56352/4-853). 47 Véase Documento 885 del 16 de marzo de 1953, FRUS 1952-1954, pp. 1.919-1.920 (711.56352/3-1853). 48 Véase Documento 891 del 20 de abril de 1953, FRUS 1952-1954, p. 1.933 (711.56352/2-2753: Telegrama). 49 Véase Documento 892 del 22 de abril de 1953, FRUS 1952-1954, pp. 1.934-1.935 (711.56352/4-2253: Telegrama).

77 Cuadernos de Historia Contemporánea 2003, 25 61-81 Carlos Escudé ¿Cuánto valen esas bases? return for the bases», se reconoció que se enfrentaba un conflicto entre las exigencias de la nego- ciación y la necesidad de efectuar unos recortes presupuestarios que según las preferencias de la nueva administración debían concentrase en la disminución de la ayuda externa50. Por su parte, el 6 de mayo la Fuerza Aérea confirmó que estaba dispuesta a asumir los costes en dóla- res de la construcción de las bases51. Por lo tanto, se decidió revisar la política hacia España en el máximo nivel del gobierno. Para ello, el Departamento de Estado asumió la responsabilidad de redactar un borrador de directiva política, para someterlo al Consejo Nacional de Seguridad. El documento de máximo secreto producido como consecuencia de esta decisión, titulado «Memorial de la Junta de Planeamiento del Consejo Nacional de Seguridad, al Consejo Nacional de Seguridad», recomendaba seguir adelante con las negociaciones y gastar unos $465 millones entre los años fiscales 1954 y 1957, de los que $210 millones serían para 1954. Es decir que la propuesta era incluso superior a lo propuesto en su momento por el General Kissner. Para el año 1954 el memorial proponía el traslado de los $125 millones del ejercicio vencido más unos $85 millones adicionales, alcanzándose así una cifra mayor que la sugeren- cia más ambiciosa de los negociadores norteamericanos. A diferencia de propuestas como la de Kissner, los nuevos términos provenían de la misma cúspide del Departamento de Estado, que no habría de encontrar oposición de parte del Departamento de Defensa. La justificación para superar ampliamente los lineamientos fijados en 1951 y también frustrar parcialmente las intenciones de ahorro del gobierno de Eisenhower, fue que España era valiosa estratégica- mente porque daría profundidad a la defensa de Occidente. Sus fuerzas militares, adecuada- mente equipadas, podrían hacer una contribución importante a un ejército europeo. Además, España podía ser un refugio en el caso de un repliegue con evacuación de civiles52. Solo faltaba la batalla final, frente al Departamento del Tesoro.

7. La reunión Nº 144 del Consejo Nacional de Seguridad La histórica reunión tuvo lugar el 13 de mayo, con la presencia del Presidente Dwight D. Eisenhower; el Secretario Interino de Estado Walter Bedell Smith; el Secretario de Defensa Charles Erwin Wilson; el Secretario del Tesoro George M. Humphrey; el asistente especial del Presidente, Robert Cutler; el General John Hull en representación del Estado Mayor

50 Véase Documento 894, «Nota Editorial», FRUS 1952-1954, pp. 1.936-1.937. Un acuerdo interdepartamen- tal se fue gestando lentamente respecto de la seriedad de las intenciones españolas, y de la consiguiente necesidad de un cambio de política por parte de Estados Unidos. Entre los documentos no publicados del Departamento de Estado relevantes para su análisis, véase la carta del Subsecretario Asistente de Defensa, Frank G. Nash, al Secretario de Estado Acheson, del 23 de marzo de 1953 y la respuesta de Bonbright (preparada por Perkins) en nombre de Acheson, a Nash, del 24 de marzo; 752.5 – MSP/3-2353. 51 Obtuve este dato, que considero importante, de Marquina Barrio, Antonio: op. cit., p. 554. Dicho autor cita un Memorial para el Secretario Asistente de Defensa del 6 de mayo de 1952, sito en CD 6000, Spain, RG 330, que no he verificado. 52 Véase Documento 895 del 11 de mayo de 1953, FRUS 1952-1954, pp. 1.937-1.938 (S/S-NSC files, lot 63 D 351, NSC 72 Series).

Cuadernos de Historia Contemporánea 78 2003, 25 61-81 Carlos Escudé ¿Cuánto valen esas bases?

Conjunto, y otros funcionarios y jefes militares. El memorial de la discusión fue clasificado «Top Secret, Eyes Only». La propuesta fue adoptar una política nueva que implicara el gasto de $465 millones en cuatro años. El Secretario de Defensa aclaró que el verdadero gasto total sería de $800 millones, más los costos de mantener operativas las bases una vez que hubieran sido construidas. Comenzada la sesión, Eisenhower preguntó si la Fuerza Aérea estaba dispuesta a declarar que la creación de bases en España justificaría abandonar las del norte de África. El General Hull respondió que no. La Fuerza Aérea aún deseaba obtener bases en Gran Bretaña y el norte de África además de España, y consideraba que necesitaría las africanas por si perdía las britá- nicas. Smith dijo que los franceses y británicos no veían con buenos ojos las negociaciones, pero agregó que estaban menos recalcitrantes que en el pasado. El Secretario del Tesoro preguntó entonces a qué se debía la oposición británica y francesa, y Eisenhower le contestó que deriva- ba tanto del desagrado ideológico por el gobierno de España como del temor de que Estados Unidos estuviera contemplando el abandono de Europa Occidental en caso de un ataque sovié- tico. Entonces el Presidente dijo que la pregunta era si Estados Unidos estaba dispuesto a dar una garantía razonable a España de que el flujo de ayuda continuaría durante años. Esta pregunta, dijo el Presidente, debía ser respondida por el Departamento de Defensa. El Secretario del Tesoro dijo que toda la cuestión requería más estudio, porque a él no le resultaba claro que el gobierno realmente supiera qué quería de España. Wilson discrepó y dijo que su gente cierta- mente estaba segura de que las bases militares eran necesarias, y el Presidente agregó que no podía imaginar siquiera que su gobierno no supiera lo que quería al respecto. Wilson dijo que la provisión de dinero para la ayuda militar y para la construcción de las bases debía ser simultánea. Dijo que los españoles pensaban lo mismo; que no aceptarían sim- plemente un acuerdo moral. Si no se especificaba cuánto dinero Estados Unidos estaba dis- puesto a dar, se corría el riesgo de ser acusados de mala fe. Dijo que Estados Unidos debía fir- mar el acuerdo de buena fe, y que él no culpaba a los españoles por exigir un quid pro quo. Además, dijo Wilson, la opinión pública acusaba a la administración de recortar excesivamen- te el presupuesto de la Fuerza Aérea, y firmar los acuerdos con España neutralizaría esta críti- ca. Sería buena propaganda interna. El Secretario del Tesoro dijo que seguía sin encontrar razonables los argumentos que había escuchado. Agregó que era perentorio equilibrar el presupuesto y que sería lamentable no con- seguirlo; que si se gastaba una fortuna para conseguir las bases en España habría que recortar el presupuesto de defensa por otro lado. Pidió postergar la decisión un par de semanas para que los Departamentos de Defensa y Estado delinearan un plan de ahorros en otras cuestiones, si insistían en la negociación con España. Smith dijo que era demasiado tiempo; que los españoles no iban a esperar dos semanas. También ese país tenía sus problemas internos. Pero Humphrey insistió que no estaba con-

79 Cuadernos de Historia Contemporánea 2003, 25 61-81 Carlos Escudé ¿Cuánto valen esas bases? vencido y que si se iban a gastar $800 millones el Departamento de Defensa tendría que decir en qué iba a ahorrar. Smith le replicó que si durante la Segunda Guerra Mundial la garantía de no beligerancia española hubiera costado esa cifra, Estados Unidos hubiera estado encantado de pagarla. Entonces el Presidente propuso que el Consejo Nacional de Seguridad postergase la decisión por una semana, para darse el tiempo de escuchar a un representante de la Fuerza Aérea exponer sobre el tema. Empero, Smith dijo que ese intervalo también sería demasiado largo. El Presidente entonces decidió que fuera el mismo Secretario de Defensa quien sopesara los argumentos a favor y en contra, y tomara la decisión. Si decidía afirmativamente debería comu- nicarlo al Consejo Nacional de Seguridad y al Secretario de Estado. Éste informaría al Congreso y concluiría las negociaciones 53. Así pasó.

Conclusiones En nuestro juicio, trabajos previos al presente pero posteriores a la desclasificación de los archivos norteamericanos incurren en errores diversos54. Resulta exagerado decir que «La administración Eisenhower estaba totalmente decidida a concluir satisfactoriamente las nego- ciaciones con el régimen español»55. El gobierno norteamericano no estaba dispuesto a pagar

53 Véase Documento 896 del 13 de mayo de 1953, FRUS 1952-1955, pp. 1.939-1.945 (Eisenhower Library, Eisenhower papers, Whitman file). 54 No evaluamos trabajos anteriores a la apertura de dichos archivos porque es imposible alcanzar una com- prensión cabal de los procesos involucrados sin acceso a la documentación norteamericana antes secreta. Por ello, aunque discrepamos con algunas conclusiones del precursor trabajo de Ángel Viñas (op. cit.), apreciamos el enor- me aporte que significó incorporar la documentación de la Jefatura del Estado, y no nos parecería justa una evalua- ción de sus hipótesis a la luz de datos disponibles posteriormente. En contraste, somos críticos de investigaciones que se beneficiaron de la apertura de estos documentos aunque sus conclusiones principales sean compatibles con las nuestras, si a nuestro criterio manejan mal la documentación. 55 La equivocada afirmación es de Arturo Jarque Iñiguez. Dice a continuación: «En una carta que el presiden- te mandó a Dunn se puede apreciar sin ninguna duda los deseos de concluir de forma positiva un acuerdo con España: ‘... Es de inmediata prioridad e importancia que concluyamos con prontitud las negociaciones en curso con nuestros amigos españoles...’». Esta línea de razonamiento y documentación es por lo menos descuidada. Jarque agrega palabras («prioridad») y omite un párrafo donde Eisenhower advierte: «No olvido, por supuesto, (...) las cuestiones de libertad religiosa, política económica liberal y libertad de expresión, que pueden hacer de éste un camino largo y difícil». Lo más importante que Jarque omite, sin embargo, es que esta no fue una verdadera carta que Eisenhower «mandó» a Dunn, sino un documento preparado por la Oficina de Asuntos Europeos Occidentales, transmitido al Presidente el 19 de marzo por el Subsecretario de Estado Smith, con una nota que expli- caba que había sido redactada para el caso de que le resultare útil al embajador en alguna entrevista con Franco. Por lo demás, el proceso de gestación de la «carta» es de fácil acceso: está explicado en nota al pie de página en FRUS 1952-1954, p. 1.922. Véase Jarque Íñiguez, Arturo: ‘Queremos Esas Bases’: El acercamiento de Estados Unidos a la España de Franco, Alcalá de Henares, Centro de Estudios Norteamericanos de la Universidad de Alcalá, 1998, p. 338. Por otra parte, y también por respeto a la historiografía, debe consignarse que el título del presente ar- tículo (‘¿Cúanto valen esas bases?’) es una paráfrasis del título de Jarque, ‘Queremos Esas Bases’, que a su vez pare- ce extraído de un documento apócrifo o, por lo menos, muy mal citado por el autor. En su página 339, en un párrafo dedicado a la primera reunión entre Franco y el Embajador Dunn, Jarque atribuye la frase

Cuadernos de Historia Contemporánea 80 2003, 25 61-81 Carlos Escudé ¿Cuánto valen esas bases? por las bases más de lo que creía valían, y la conclusión satisfactoria de las negociaciones no sería a cualquier precio. Más aún, dadas sus restricciones presupuestarias, existía un límite tangible a lo que la misma Fuerza Aérea norteamericana estaba dispuesta a pagar por la dispo- nibilidad de bases en España. También es falso que: «Durante la segunda fase de las negociaciones, desde diciembre de 1952 a junio del año siguiente, ambas partes se dedicaron a fanfarronadas y contra fanfarrona- das diplomáticas 56. La contrapropuesta española de diciembre de 1952 fue mucho más que eso y descolocó a los norteamericanos, a quienes les resultó imposible mantenerse dentro de los límites a la cooperación establecidos a mediados de 1951. Los estadounidenses se vieron obli- gados a elegir entre ir más allá de dichos límites, con todas las consecuencias que ello suponía, o declarar la negociación un fracaso. No obstante, como tributo a sus aliados renunciaron al objetivo de incorporar a España en la OTAN. Resueltas las discrepancias entre el Departamento de Estado y el de Defensa, el dilema fue resuelto por el Consejo Nacional de Seguridad. Allí, con gran resistencia de parte del Secretario del Tesoro, la cúpula del gobierno de Estados Unidos decidió darle prioridad a las razones invocadas por el Secretario de Defensa, autorizando concesiones que superaban ampliamente los límites anteriores. La orden NSA 786-c habilitaba al Secretario para tomar la decisión final una vez que su Departamento hubiese sopesado por última vez los costes y beneficios de la nue- va directiva de política hacia España. Sólo a partir de entonces estuvieron autorizados los negociadores norteamericanos a acep- tar, en parte, las exigencias de la contraparte española. Una vez comunicadas las nuevas ins- trucciones las demoras hasta la firma de los pactos del 26 de septiembre fueron el producto de procedimientos y fanfarronadas. Pero antes de la reunión de mayo la firma era imposible, y es por ello que mayo, no septiembre, es el verdadero final de esta pequeña historia.

«Queremos las bases» a éste. Cita un documento del 10 de abril de 1953, supuestamente publicado en las páginas 1.937-1.938 de FRUS 1952-1954. Ese documento no existe, y en el telegrama que relata los pormenores de la men- cionada reunión entre Dunn y el dictador, no se dice tal cosa. Estos defectos se registran aquí porque la mala inter- pretación de un solo documento clave puede conducir a la mala interpretación de todo un proceso de negociaciones. 56 Liedtke, Boris N.: op. cit., p. 187.

81 Cuadernos de Historia Contemporánea 2003, 25 61-81 La negociación y renegociación de los acuerdos hispano-norteamericanos, 1953-1988: Una visión estructural

Negotiating and renegotiating U.S.-Spanish agreements, 1953-1988: A structural vision

Ángel VIÑAS

:

El presente ensayo trata de identificar los caracteres estructurales de las sucesivas ron- PALABRAS CLAVE das negociadoras entre España y los Estados Unidos, tendentes a la confección de los

diversos acuerdos bilaterales firmados entre 1953 y 1988. En primer lugar, se presta aten- Política Exterior

RESUMEN ción a la ronda de 1952-1953, para luego tratar de clarificar las posiciones de los nego- España ciadores españoles y norteamericanos a lo largo de todos esos encuentros. Finalmente, Estados Unidos se analizan, de forma más precisa, las negociaciones celebradas desde 1975. Acuerdos hispano- estado- unidenses Bases norte- americanas

This essay wants to identify the structural characters in the successive rounds of negotia- KEY WORDS tion between Spain and the United States, intended to concluye the bilateral agreements

signed between 1953 and 1988. First, we pay attention to the round of 1952-1953; then, Foreign Policy we try to clarify the Spanish and North American negotiator’s positions present in all tho- Spain ABSTRACT United States se rounds. Finaly, we analyze more precisely the negotiatons celebrated since 1975. Spain-United States agreements US Bases

SUMARIO Introducción. 1. La situación de partida: los resultados de la ronda fundacio- nal. 2. El comportamiento estratégico norteamericano. 3. El comportamiento estra- tégico español. 4. Negociaciones en la era democrática 5. GIs liberadores.

Cuadernos de Historia Contemporánea 83 ISSN: 0214-400X 2003, 25 83-108 Ángel Viñas La negociación y renegociación de los acuerdos hispano-americanos, 1953-1988

La relación contractual entre España y los Estados Unidos ha dado origen a ríos de tinta, tan- to entre estudiosos españoles como extranjeros, y es altamente verosímil que continúe gene- rándolos en el futuro, a medida que vayan abriéndose archivos a la investigación. Los más rele- vantes de entre los españoles, por ejemplo los de la Junta de Defensa Nacional, del Alto Estado Mayor y de los Ministerios de las tres armas, continúan cerrados a cal y canto. Los norteameri- canos, mucho más liberales, no siempre proporcionan una imagen precisa de las preocupacio- nes internas españolas y, naturalmente, tampoco informan acerca del proceso de adopción de decisiones, sus escollos y sus dificultades, a este lado del Atlántico. En la expresión francesa, il y a du pain sur la planche. Los historiadores tienen todavía mucho por hacer y trabajo asegura- do durante algunos años1.

Introducción Desde el punto de vista español esta relación constituye un fenómeno sin precedentes, tan- to por su duración como por sus implicaciones. Por su duración: no ha habido otra asociación de España con ningún otro país que se haya mantenido protocolizada a lo largo de tantos años. Ha habido, eso sí, orientaciones de mayor o menor significado hacia los tres grandes países cuya acción ha constreñido, de una u otra manera, los márgenes de maniobra de la política exterior española (es decir, Francia, el Reino Unido y Alemania), pero en ningún caso ello condujo a una vinculación permanente y debida- mente plasmada en una sucesión de convenios que recorren el período comprendido entre 1953 y la actualidad, un período en el que España, los Estados Unidos y el sistema internacio- nal han registrado modificaciones esenciales. Por sus efectos sobre la política exterior y de seguridad española: en primer lugar, los pac- tos de 1953 supusieron, en su día, la ruptura de la neutralidad de España que, dejando de lado la tentación franquista de alineamiento con el Tercer Reich, se había sostenido a lo largo del siglo XX. Ya esto basta para garantizarles un lugar preeminente en la historia española. En segundo lugar, abrieron la puerta a un fenómeno insólito en la larga y accidentada historia de España: una implantación militar foránea en territorio nacional de manera permanente. A diferencia de la presencia norteamericana en otros países europeos occidentales, amparada bajo el paraguas de la OTAN, el caso español destaca por haberla albergado a través de un acuer- do bilateral que no implicó ni una alianza militar ni un compromiso de defensa mutua. En ter- cer lugar, para un régimen como el franquista cuyos únicos apoyos convencionales exteriores (excluidos los concedidos en su momento por las potencias del Eje) habían estado constituidos por el denominado Bloque Ibérico, meramente declaratorio, o el Concordato con el Vaticano, los convenios con los Estados Unidos generaron consecuencias de gran trascendencia. De

1 Esto significa que algunos de los tratamientos existentes en la literatura corren el peligro de quedarse tan obsoletos como el de Rubottom, R. Richard y Murphy, J. Carter: Spain and the United States since World War II, Nueva York, Praeger, 1984. El mismo destino aguarda, probablemente, a los trabajos del presente autor.

Cuadernos de Historia Contemporánea 84 2003, 25 83-108 Ángel Viñas La negociación y renegociación de los acuerdos hispano-americanos, 1953-1988 entrada, abrieron la vía de una lenta y paulatina inserción española en los novedosos esquemas de cooperación multilateral, en gran medida de inspiración norteamericana, surgidos al calor de la Segunda Guerra Mundial y de la Guerra Fría: las Naciones Unidas y sus organismos espe- cializados, la OECE y el GATT. Sólo se resistieron la Alianza Atlántica, a pesar de todos los esfuerzos estadounidenses, y por supuesto los mecanismos europeos de cooperación e inte- gración regionales (Consejo de Europa y Comunidad Económica). En ellos, los Estados Unidos tenían, simplemente, poco que decir. En la experiencia comparada, no son muchos los países en Europa que, siendo dueños de sus propios destinos, hayan mantenido en el siglo XX sus políticas de neutralidad. Cabe traer a colación sólo dos casos: Suecia y Suiza. Ninguna de ambas participó en los dos grandes conflic- tos armados de la pasada centuria ni tampoco en la formación de alianzas en que se apoyó la denominada «guerra fría»2. España constituye un caso aparte, un Sonderweg: neutral en la gran guerra, se alineó con el Eje durante la segunda, aunque no llegó a convertirse en beligerante, salvo contra la Unión Soviética, a través de la «División Azul» y en el marco de la abracadabrante construcción polí- tico-ideológica de las «tres guerras». Desde 1953, olvidadas sus pasadas veleidades y proclivi- dades fascistas, el régimen de Franco se aferró sólidamente a la estrategia occidental no por la vía del Tratado del Atlántico Norte sino en virtud de un convenio bilateral con los Estados Unidos. No hay en Europa ningún otro país que haya hollado un sendero parecido. Por sus efectos internos: los vínculos anudados en 1953 no sólo tuvieron impactos sobre la política exterior y de seguridad española. Mucho más importantes fueron los inducidos en el ámbito interior, aunque no resulta fácil hacer una distinción nítida en la totalidad de efectos. Aún así, y por razones analíticas, entre los internos es preciso destacar, al menos, cuatro gran- des impactos:

– En primer lugar, los convenios fortalecieron el sentimiento de seguridad que desde los años cincuenta envolvió a la dictadura, a la vez que le permitieron acceder a un volumen no desdeñable, si bien tampoco exagerado, de recursos externos para transvasar tanto al sector militar como al sector civil de la economía. – En segundo lugar, los convenios constituyeron una pieza esencial en lo que cabría deno- minar «modelo de disuasión» del franquismo. Este modelo se manejó hacia el exterior (escenarios potenciales de seguridad en el Norte de África, a pesar de que los norteame- ricanos dejaron siempre en claro que no se mezclarían en un eventual conflicto en el área). Quizá, no obstante, tuviera mayor significación la orientación hacia el interior, en la medida en que también se reforzó la capacidad del «good little Army» («un pequeño

2 Irlanda fue parte en la Primera Guerra Mundial cuando todavía estaba sometida a la Corona británica. Portugal y Turquía fueron entonces beligerantes, no así en la segunda. Finlandia fue neutralizada, pero previamen- te había combatido contra la URSS.

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ejército y bueno», por utilizar una expresión debida al propio Eisenhower) contra el ene- migo interno. El presidente norteamericano lo expresó de manera diplomática: serviría, dijo, «para mantener estable al país». En tercer lugar, los convenios ampararon la aplicación de planteamientos modernos de gestión económica, tanto a nivel macro como micro, y posibilitaron el acceso de España a las instituciones de Bretton Woods, sin el cual no hubiese sido posible la única opera- ción de gran calado estratégico del franquismo, el plan de estabilización y liberalización de 1959. A pesar de las resistencias ideológicas de Franco y de su fiel lugarteniente, Carrero Blanco, sin tal operación el crecimiento económico español de los años sesenta no hubiera sido factible y sin éste la dictadura no hubiese podido ampliar, como lo hizo, su base de legitimación política y social. Finalmente, los convenios proporcionaron un venero de respetabilidad al régimen, has- ta su final, realzado por las cortas visitas presidenciales (Eisenhower, Nixon) e incluso cuando, a priori, resultaban un tanto sorprendentes (Ford). Esta respetabilidad la acen- tuó el exquisito cuidado, tan apreciado por el propio general Franco, con que los Estados Unidos se abstuvieron de intervenir en asuntos internos españoles. Todo ello contribu- yó a desmoralizar a la fracturada y segmentada oposición, incluso entre aquella que, por seguir la caracterización del embajador Stabler, estaba «domesticada». También gene- ró un profundo sentimiento anti-norteamericano en la izquierda española que se unió al que existía en ciertos círculos de la derecha (de la Iglesia Católica, del Ejército de Tierra y de los falangistas) pero cuyas raíces últimas obedecían a factores muy diferentes3. Estos cuatro grandes impactos revistieron un carácter funcional, objetivo, en la medida en que se desprendieron del quid pro quo que los Estados Unidos estuvieron dispuestos a asumir para garantizarse el acceso lo menos inhibido y lo más amplio posible a un conjunto de bases, instalaciones y facilidades militares en territorio español en el marco de una política de con- tención, de eventual roll-back y de rígida delimitación de la amenaza y de la proyección de poder que emanaban de la Unión Soviética. Sentado lo que antecede, el presente ensayo trata de identificar los rasgos estructurales más importantes que cabe advertir en la interacción mutua al hilo de las sucesivas rondas de nego- ciación de los acuerdos bilaterales4. Las que hay que considerar son las siguientes: la primera y fundacional, de la que emanan todas las demás, tuvo lugar en el bienio 1952-53. La segunda es la que se produjo diez años más tarde: en ella, y a pesar de los deseos iniciales del propio Franco, el conjunto de convenios se prolongó un quinquenio más. La tercera tuvo lugar en el

3 Una perspectiva sobre la evolución de la imagen de los Estados Unidos en España se encuentra en un recien- te artículo de Alonso Zaldívar, Carlos: «Miradas torcidas. Percepciones mutuas entre España y Estados Unidos», www.realinstitutoelcano.org/analisis. 4 Una visión algo más completa se encuentra en el reciente libro del autor (Viñas, Ángel: En las garras del águi- la. Los Pactos con Estados Unidos, de Franco a Felipe Gozánlez (1945-1995), Barcelona, Crítica, 2003), con las oportunas referencias al abanico de fuentes utilizadas.

Cuadernos de Historia Contemporánea 86 2003, 25 83-108 Ángel Viñas La negociación y renegociación de los acuerdos hispano-americanos, 1953-1988 bienio 1968-69 y desembocó, tras uno de los cambios de gobierno más importantes que se registran en la historia del franquismo, en el acuerdo de 1970. La cuarta y última, la peor cono- cida de todas, se desarrolló entre 1974 y 1975. Hacia su etapa final tuvo lugar el gran aconteci- miento de la historia contemporánea de España: el fallecimiento del dictador. La negociación estaba ya casi terminada y en los primeros meses de 1976 se convinieron ciertas modificacio- nes que contribuyeron a presentar su resultado último como el gran espaldarazo norteameri- cano a la incipiente Monarquía. Durante la transición y consolidación democráticas se registraron dos rondas: la llevada a cabo por el último Gobierno de UCD, en el bienio 1981-82, y la que comenzó en 1986 para des- embocar en el Convenio de Cooperación para la Defensa de 1988. Este convenio situará, por primera vez, la vieja relación bilateral sobre un nuevo basamento político y, sobre todo, con- ceptual. Más tarde, ya bajo el segundo Gobierno Aznar, en el bienio 2001-2002 se negoció la actualización y ajuste de dicho convenio, manteniéndose el formato y buena parte de lo acor- dado durante la etapa socialista. En resumen, se trata de un conjunto de rondas que cubren un período de cincuenta años y sobre las cuales incidieron inmensos cambios internos y externos, la modificación del régi- men político español, los nuevos anclajes internacionales de España en los marcos multilate- rales de que había estado alejada durante el franquismo y, no en último lugar, el movimiento de placas geotectónicas con el que se han comparado la implosión de la Unión Soviética y sus consecuencias. Entre ellas destacan la reinvención de la Alianza Atlántica y el acceso de los Estados Unidos a la posición de «hiperpotencia”, por utilizar la terminología popularizada por Védrine, particularmente en lo que a capacidades militares y de proyección de influencia se refiere. El esquema a que se atiene este ensayo es el siguiente:

– En primer lugar, se examinarán algunos de los rasgos esenciales de la ronda fundacional y sus resultados. Se trata de un tema suficientemente conocido en la literatura desde 1981, cuando el autor publicó un libro en el que se detalló el denso entramado de acuer- dos secretos y/o reservados que subyacen a los pactos de 1953.

– En segundo lugar, se destacarán los rasgos estratégicos que cabe identificar en la posición norteamericana ante las sucesivas rondas de negociaciones. Es una labor relativamente sencilla porque los Estados Unidos se atuvieron con singular tenacidad a ciertos plante- amientos con el fin de preservar en todo lo posible el statu quo que habían conseguido protocolizar.

– En una tercera parte, se iluminarán los rasgos de la estrategia española, en la larga pugna por modificar dicho statu quo y reequilibrar la erosión sufrida en ciertas dimensiones esenciales de la soberanía.

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– Por último, en la cuarta parte, se abordarán el tenor de las negociaciones de la época democrática y se harán, para terminar, algunas consideraciones someras sobre otros abrazos norteamericanos. No se trata, en ningún modo, de hacer un resumen de la relación bilateral sino de despren- der algunos de sus rasgos estructurales, tal y como cabe colegir del comportamiento negocia- dor de las partes en el período 1952-1988.

1. La situación de partida: los resultados de la ronda fundacional La dinámica que llevó a las negociaciones de 1952/53 es suficientemente conocida. Por el lado estadounidense la impulsó la conveniencia, apreciada por el Pentágono ya en fecha tan prematura como 1945, incluso antes de terminar la Segunda Guerra Mundial, de disponer de bases aéreas y navales en España. Esta conveniencia militar, que algunos autores han exagera- do, chocaba con imperativos políticos e ideológicos contrarios. No era fácil echar un salvavidas a una dictadura que amplios sectores de la opinión pública occidental, y numerosos gobiernos, consideraban como una reliquia del Eje o al menos en cuyo bautismo habían oficiado tan noto- riamente las derrotadas potencias fascistas. De hecho, la Administración Truman dio señales, frente al régimen franquista, de optar por una actitud diferente a la que estaban dispuestos a aceptar el Reino Unido o la Cuarta República francesa. Ello llevó a una serie de confrontacio- nes más o menos veladas que, para el caso anglo-norteamericano, ha estudiado exhaustiva- mente Jill Edwards. La variable que hizo flexionar la actitud estadounidense con respecto al régimen del general Franco estuvo ligada al deterioro de la situación internacional, con los síntomas de la incipiente guerra fría. En época reciente la ha estudiado Arturo Jarque. Fue un cam- bio que trasladó al caso español lo que se producía en un marco más amplio, el aplicado a los enemigos de antaño. Si con estos se mostraba consideración y se les prestaba ayuda económica y política en grado sumo, ¿qué hacer con un régimen agazapado, que no representaba peligro alguno sino para una parte de sus súbditos y que controlaba un territorio de importancia geoestratégica incuestionable? España podía ser el último espacio de defensa en profundidad de la Europa occidental ante una eventual acometida soviética, el trampolín desde el cual pudiera procederse a su recuperación y, en todo caso, el eslabón de cierre de la malla de bases avanzadas que poco a poco iría montando, en torno a la URSS, el Strategic Air Command. La respuesta, obvia, no tardó en materializarse. Aunque el Departamento de Estado y el pro- pio presidente Truman mantuvieron una actitud de reserva, no ocurrió lo mismo con ciertos sectores del Congreso, católicos o anticomunistas de pro, que pronto vieron en Franco y en su régimen unos peones necesarios para la incipiente estrategia de contención. Hubo episodios pintorescos. No es posible resistir a la tentación de mencionar la caracterización que el emi- nente representante demócrata por Nueva York James J. Murphy hizo, por ejemplo, del dicta- dor español como «a lovely and lovable character». Cabe decir bastantes cosas de Franco, pero

Cuadernos de Historia Contemporánea 88 2003, 25 83-108 Ángel Viñas La negociación y renegociación de los acuerdos hispano-americanos, 1953-1988 afirmar que fuese una persona «encantadora y adorable» es una ocurrencia en la que proba- blemente no caerían de inmediato muchos analistas e incluso propagandistas. Fuera del Pentágono y del Congreso, el propio Kennan, en su etapa de director del Policy Planning Staff en Foggy Bottom, recomendó que se adoptase una actitud más flexible ante la dictadura española, que rápidamente aceptó Marshall, secretario de Estado5. A partir de 1948 los Estados Unidos dejaron de hacer presión política sobre el régimen y se limitaron a reco- mendarle avances, que no se produjeron, en el área menos controvertida de la liberalización económica. Para defender a Occidente de un enemigo coriáceo, ensalzados representantes de la más vieja democracia occidental no dudaron en tender sus brazos protectores en torno a un enemigo menor. Los valores de libertad y respeto a los derechos humanos que los Estados Unidos predicaban en su larga pugna contra la amenaza comunista siempre pasaron a un segundo término si chocaban con el apoyo a dictadores de variado pelaje que controlaran pie- zas de la geografía mundial que pudieran utilizarse en la cruzada contra el Este6. Evidentemente, no fue posible incorporar a España al Plan Marshall, que tanto contribuyó a facilitar el despegue económico europeo occidental, pero tras la «pérdida de China» y el estallido de la guerra de Corea fue solo cuestión de tiempo el que el impulso combinado del Pentágono, en particular de la Navy y de la Fuerza Aérea, de la CIA y de un sector angustiado del Congreso propiciara un acercamiento al régimen para incorporarlo, de una u otra manera, a los mecanismos de la contención, aunque no a la naciente Alianza Atlántica. En este club siempre hubo miembros que rechazaron la posibilidad de sentar en la misma mesa a la dictadura espa- ñola, aunque no fueron nunca tan remilgados con la de Oliveira Salazar. Pero el régimen lusi- tano no despertó en la Europa occidental la revulsión profunda que ocasionaba el franquismo. Por el lado español no se derrochó iniciativa. La retirada de embajadores en 1946, medida más simbólica que real, le hizo sudar tinta pero, en un espasmo de exacerbación xenófoba y nacionalista, pronto lanzó la idea de que España era víctima de un «cerco» internacional. Ello sirvió para aglutinar aún más, tras la dirección providencial de su conductor, a la mayor parte de los vencedores de la guerra civil, muchos de ellos vinculados por el «pacto de sangre» en que se basó la represión.

5 Jarque Íñiguez, Arturo: ‘Queremos esas bases’. El acercamiento de Estados Unidos a la España de Franco, Centro de Estudios Norteamericanos, Universidad de Alcalá de Henares, 1998, p. 196. 6 Una amplia literatura apologética y de combate ideológico subraya el papel de los Estados Unidos en la defen- sa de la democracia y de los derechos humanos urbi et orbi. Uno de sus más sofisticados exponentes, Tony Smith (America’s Mission. The United States and the Wordlwide Struggle for Democracy in the Twentieth Century, Princeton, Princeton University Press, 1994), se guarda mucho no obstante de mencionar el caso español. Por contra, el apoyo norteamericano a las más despreciables dictaduras, con tal de que fuesen lo suficientemente anticomunistas, está bien documentado. Un caso señero se encuentra en Chile, como pone de relieve el reciente trabajo de Kornbluh, Peter: ThePinochet File, Nueva York, New Press, 2003. Laurent Joffrin (“L’espérance assassinée”, Le Nouvel Observateur, 11-17 de septiembre de 2003) se ha referido a él como sigue: “Les Etats-Unis, si souvent engagés pour la démocratie, s’en méfiaient dans leur arrière-cour latine. En Amérique du Sud, la défense du ‘camp de la liberté’ excluait la liberté des peuples”. Lo mismo cabría afirmar de España.

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El Gobierno de Madrid se encerró en un blocao imaginario y no tardó en manifestar su intención de apostarse en él como el moro que, sentado pacientemente, espera y espera hasta ver pasar el cadáver de su enemigo. Este pintoresco símil fue el utilizado por el «ministro del cerco», el inefable Martín Artajo, eminente representante del nacionalcatolicismo. Es indu- dable que a la dictadura le hubiese gustado disfrutar de una posición internacional más con- fortable (sólo la Argentina de Perón le otorgó créditos en cuantía apreciable) pero, mientras se ensombrecía la escena de seguridad, se dedicó a la caza y captura de alguna ayuda económica norteamericana. No era una alternativa al Plan Marshall, salvo en lo que revistiera de símbolo del lento reconocimiento por parte norteamericana de las verdades eternas del régimen. Gracias a las maniobras de congresistas amigos y/o suficientemente anticomunistas, espolea- dos por un embajador trapichero y eficaz, José Félix de Lequerica7, hacia 1950 las perspectivas se despejaron con la obtención de un crédito de volumen modesto (62,5 millones de dólares) y de ejecución azarosa. Fue el principio del deshielo, que protagonizó espectacularmente un año más tarde el almirante Sherman, jefe de operaciones navales, en julio de 1951, en su visita a Franco quien fue mucho más allá de lo que su interlocutor esperaba. En contra de lo que se ha afirmado durante bastante tiempo, la negociación fundacional no fue lenta. Tras una exploración de aquella terra ignota que era para los norteamericanos la España de la época, la ronda no duró más de año y medio, menos que otras ulteriores, cuando el terreno ya estaba despejado y todos los interlocutores conocían las posibilidades y constre- ñimientos bajo los cuales operaban. Los contornos de dicha ronda, tradicionalmente poco alumbrados, están hoy perfilados en la literatura merced a la publicación de una cuidada selec- ción de documentos estadounidenses y a la obra de Boris Liedtke. Los norteamericanos, claro está, tenían experiencia en tales lides y el régimen, no. Se nego- ció sobre textos de aquella procedencia y los españoles reaccionaron, lo que no suele ser bue- na técnica negociadora. Uno de los temas que mayores dificultades ocasionó en el futuro lo constituyó el meollo de los pactos: las condiciones en las cuales los Estados Unidos pudieran activar o poner en estado de alerta las bases e instalaciones militares que se implantaran en España de cara a su empleo en un conflicto bélico. Los norteamericanos pidieron un cheque totalmente en blanco, que el régimen rellenó como pudo. En el plano militar la responsabili- dad negociadora recayó en el jefe del Alto Estado Mayor, teniente general Juan Vigón, ligado indeleblemente a la coordinación hispano-alemana dentro de cuyo mecanismo tuvo lugar el bombardeo de Guernica. La cláusula de activación de las bases no fue lo más dificultoso8. Lo dificultoso fue la defini- ción de los límites del regateo en el ámbito económico. Franco nunca se quedó corto a la hora

7 La única biografía disponible del taimado Lequerica, personaje un tanto desagradable, es la de Cava Mesa, María Jesús: Los diplomáticos de Franco. J. F. de Lequerica. Temple y tenacidad (1890-1963), Bilbao, Universidad de Deusto, 1989. 8 Por primera vez se dio a conocer en Viñas, Ángel et al.: Política comercial exterior de España, 1931-1975, Madrid, Banco Exterior de España, 1979, pp. 769-770.

Cuadernos de Historia Contemporánea 90 2003, 25 83-108 Ángel Viñas La negociación y renegociación de los acuerdos hispano-americanos, 1953-1988 de pedir. Para este plano contaba con un técnico de renombre y de confianza absoluta, el ministro de Comercio Manuel Arburúa. La coordinación, o lo que pasaba por tal, la aseguró Martín Artajo. Pero los impulsos y las aspiraciones últimas emanaron del propio Jefe del Estado que, a decir del embajador norteamericano, redactó personalmente algunas de las posi- ciones negociadoras más importantes. Siempre rodeó a Franco aquel celebrado genio de la estrategia patria que fue el almirante Carrero Blanco. El régimen buscaba ayuda para el rearme de unas depauperadas Fuerzas Armadas y obtener el mayor volumen posible de apoyo económico. Tropezó con límites estrictos y con negociado- res duros, que siempre se parapetaron detrás de la responsabilidad del Congreso para aprobar las asignaciones presupuestarias. Los norteamericanos, como es lógico, querían alcanzar sus objetivos si no a precio de saldo, aunque en Washington algunos sectores así lo pretendieron, al menos en las mejores condiciones económicas posibles. Hay autores cuya bondad les lleva a extender poco menos que un certificado de correosidad a los negociadores del régimen. No es del todo correcto. Los españoles resultaron difíciles en la negociación de la contrapartida financiera. En todo lo demás, soltaron amarras en aplicación de la vieja máxima del «de perdidos, al río». Las concesiones fueron particularmente genero- sas en lo que más interesaba a los norteamericanos: el listado de posibilidades de implantación y su uso, la utilización de la infraestructura española y el estatuto jurisdiccional de fuerzas. Todo ello se desgranó no en los textos publicados sino en un denso aparato de acuerdos que perma- neció en una sombra impenetrable. En el cuarenta aniversario de los pactos de 1953 se levantaron voces de personajes muy ilus- tres, como la del ex embajador en Washington y ex ministro de Asuntos Exteriores con la Monarquía, José María de Areilza, o la del almirante Angel Liberal Lucini, ex negociador en las rondas de 1974-75 y de 1980-81 y ex subsecretario de Defensa, que clamaron contra la carac- terización de aquellos acuerdos como «pactos secretos» hecha por el autor que suscribe. Adujeron, no sin razón, que todos fueron conocidos de la Administración civil y militar, que estaba encargada de aplicarlos. Pero ese conocimiento no salió de los estrechos confines de una burocracia autoritaria y nunca se sometieron a escrutinio público. También fueron hurtados al propio Congreso norteamericano. Por parte estadounidense los textos en cuestión no han sido publicados hasta el día de la fecha9. Ahora bien, lo que fue la letra pequeña, es decir, los acuerdos ocultos, determinó, en pala- bras de Juan José Rovira, por lo demás ferviente admirador del difunto Jefe del Estado, la pues- ta a disposición de los norteamericanos de España entera. La ronda de 1952-53 desembocó, pues, en unos textos públicos y otros no públicos que se complementaron más tarde con una amplia serie de acuerdos de procedimiento, tampoco revelados. Todos ellos determinaron tal

9 No puede dejar de mencionarse un caso un tanto ridículo por su pacatez profunda. El texto del acuerdo téc- nico secreto de 1953, y otros complementarios subsiguientes, fueron sustituidos por nuevos acuerdos de procedi- miento en 1970. Éstos se dieron a conocer por el Departamento de Estado (en la Treaties and Other International Acts Series 6977) pero la dictadura se opuso a su publicación en España.

91 Cuadernos de Historia Contemporánea 2003, 25 83-108 Ángel Viñas La negociación y renegociación de los acuerdos hispano-americanos, 1953-1988 gama de concesiones que su erosión, reducción, contracción o limitación constituyeron el pri- mero de los dos ejes diamantinos en torno a los cuales se articularía lo más granado de los esfuerzos españoles para moldear posteriormente la relación contractual. Ello se puso de manifiesto desde el momento mismo en que el régimen se sintió mínimamente seguro frente a las asechanzas que divisaba en un medio internacional proceloso y encrespado, es decir, des- de la mitad de los años cincuenta. Hubo un segundo eje: la insistente y enervante demanda de una compensación adecuada –sobre todo de índole económica y de seguridad- por los riesgos en que incurría España tras la ruptura de su neutralidad. El entrelazamiento de ambos ejes es la dinámica que animó las altas y bajas de la relación hispano-norteamericana durante la dictadura y que incluso proyectó su alargada sombra durante buena parte de la transición y consolidación democráticas. Ocasionalmente, todo hay que decirlo, en la maniatada y aherrojada prensa de la época, el régimen dejó aflorar algún que otro conato de su desagrado. Esto permitió que en las rondas negociadoras, y en los contactos que mediaron entre unas y otras, los burócratas y altos cargos del franquismo argumentaran que era preciso responder ante una opinión pública a la que no debían defraudar. Esto sin duda fue un considerable avance conceptual en comparación con el análisis efectuado por uno de los eminentes negociadores de 1953, el subsecretario de Economía Exterior Jaime Argüelles. Como en España no existía una auténtica opinión pública, el Gobierno, afirmó, asumía una responsabilidad mucho mayor a la hora de tomar decisiones que afectaban a la vida de la nación. En los documentos norteamericanos se registra en otra ocasión que el propio Martín Artajo, cuando ya había cesado de ministro, vio cercenada la publicación de sus opiniones. Más adelante, cuando la Ley Fraga de 1966 permitió una modesta expresión de opiniones no dictadas desde las covachuelas ministeriales o conformes a sus directrices, las manifes- taciones de desagrado se utilizaron conscientemente como arma negociadora adicional. Pero los periodistas nunca supieron a qué carta quedarse. Un estudioso norteamericano, el profesor William Watson, del MIT, resaltó, por ejemplo, el caso de un periódico, El Correo de Andalucía, que se vio obligado a publicar una determinada información, falsa, para con- trarrestar una noticia previa que muchos de sus lectores sabían cierta: el desembarco en la base de Rota de un enorme contingente norteamericano, muchos de cuyos componentes iban a bordo del portaviones de ataque Saratoga. Lo curioso es que ello ocurriera no en los oscuros años cincuenta sino en fecha tan avanzada como el mes de marzo de 197510. Quien controla el presente controla el pasado y quien controla el pasado controla el futuro. Este remedo de la conocida máxima orwelliana es perfectamente aplicable al perfil publicístico que rodeó a la relación hispano-norteamericana durante el franquismo.

10 Este episodio un tanto grotesco se narra en Chavkin, Samuel et al.: Spain: Implications for United States Foreign Policy, Stanford, Greylock Publishers, 1976, pp. 56-57.

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2. El comportamiento estratégico norteamericano Desde 1953 hasta los años ochenta los rasgos que caracterizan el comportamiento estratégi- co de los Estados Unidos de cara a la renegociación de los convenios no variaron en lo sustan- cial. Tras las crestas de privilegio operativo e institucional alcanzadas, el interés de Washington estribó, siempre, en mantener lo conseguido o, alternativamente, en evitar en el mayor grado posible su erosión. En tal sentido, los Estados Unidos hicieron siempre gala de una actitud conservadora, orientada por el deseo de estabilizar el statu quo. No hay mejor demostración de esta persistencia que la que se desprende de las instruccio- nes de Henry Kissinger de cara a la última ronda de negociación que tuvo lugar bajo el fran- quismo. Datan de septiembre de 1974 y señalaban las siguientes metas:

– Mantener el acceso a toda costa a todas las facilidades e instalaciones existentes. – Resistir todos los esfuerzos españoles para restringir el uso de las bases en crisis futu- ras. – No dar un paso adelante en cuanto se refería a perfilar el contorno de una eventual garantía de seguridad. – No aceptar retirada alguna de efectivos. – No asumir responsabilidades en materia nuclear.

Eso sí, Kissinger estaba a favor de mostrar la más amplia disponibilidad en cuanto al refor- zamiento de la cooperación no militar, barata y sin grandes problemas, siempre que se man- tuviera dentro de límites financieros aceptables11. En el desarrollo de tal estrategia los Estados Unidos se escudaron detrás de una ventaja esencial: el ardiente deseo del régimen de conservar el vital apoyo de Washington. Españoles y norteamericanos estaban condenados a entenderse y siempre se entendieron. Dicho esto, son cuatro los rasgos definitorios del comportamiento estadounidense que es preciso destacar. El primero, y más significativo, estribó en inducir el aislamiento o separación de los inter- locutores molestos cuando el regateo se hizo difícil. Fernando María Castiella, por ejemplo, debidamente autorizado por el Jefe del Estado y la Junta de Defensa Nacional, intentó negociar desde una posición si no de fuerza, al menos de dignidad. La máxima del «de perdidos, al río» la invirtió para protocolizar una relación de aliados, no de súbditos. Ello encrespó el ánimo de muchos militares españoles, y sobre todo el de aquel paradigma de hiperpatriota católico, anti- socialista, anticomunista, antiliberal y antimasónico que fue Carrero Blanco, preocupados en su conjunto por el futuro de unos convenios que el ministro de Asuntos Exteriores, según esti- maban, ponía en peligro. Cuando Castiella cometió el faux pas de afirmar en Washington que España tenía otras alternativas a la del mantenimiento a toda costa del abrazo norteamericano,

11 F. Ford Library: «National Security Decision Memorandum 268. Renegotiation of Bases Agreement with Spain». September 10, 1974. National Security Archive: «National Security Decision Memorandum 43», February 20, 1970.

93 Cuadernos de Historia Contemporánea 2003, 25 83-108 Ángel Viñas La negociación y renegociación de los acuerdos hispano-americanos, 1953-1988 entre ellas una hipotética opción neutralista, la animadversión que le prodigaba el embajador Hill, según recuerda Fraga Iribarne, debió acentuarse. Los militares y diplomáticos estadouni- denses no tardaron en constatar que el titular de Santa Cruz ni hablaba por las Fuerzas Armadas ni por la totalidad del Gobierno. Fue el clavo que remachó el ataúd de la dinámica de defenes- tración de Castiella que ya aplicaba con todo fervor Carrero Blanco. En la etapa democrática levantaron sospechas ciertas campañas de prensa orientadas con- tra algunos negociadores españoles significativos, empezando por la dirigida contra el propio ministro de Asuntos Exteriores, Fernando Morán12 o, más tarde, contra el embajador Máximo Cajal. Está por demostrar que ciertos servicios norteamericanos tuvieran que ver algo con ello, pero ¿quién se hubiera beneficiado de su eventual remoción? El segundo rasgo fue la aplicación del principio tradicional del divide et impera. Los nortea- mericanos siempre tuvieron una interlocución más difícil con el Palacio de Santa Cruz que con los militares. Por ello apoyaron a éstos contra aquél si bien, cuando resultó necesario, no duda- ron en llevarles al huerto, por utilizar una expresión coloquial sumamente ilustrativa. Por ejemplo, el Ministerio de Asuntos Exteriores había dejado en 1962 que se acumularan las peti- ciones estadounidenses sin atender a las mismas, probablemente con el fin de disponer de una masa de maniobra de cara a la ronda negociadora del año siguiente. Entre ellas figuraba la soli- citud de autorización para establecer instalaciones de detección de explosiones nucleares en la atmósfera y en los fondos submarinos, un nuevo radar en Mallorca y otro en Calatayud. Había también peticiones para ampliar las comunicaciones de la base de Rota y mejorar las instala- ciones de atraque para que pudieran fondear los entonces modernos submarinos armados con misiles Polaris. Este tema era de una gran trascendencia porque reflejaba una modificación sustancial, bien conocida, en el manejo de la tríada estratégica norteamericana. Las discusio- nes con los aliados en la OTAN eran constantes. No abundaban quienes se entusiasmaban con los Polaris. Los estadounidenses acudieron, en tal tesitura, a otro de los genios de la estrategia patria, el capitán general Muñoz Grandes, quien no tuvo empacho en acceder. Los diplomáticos espa- ñoles ni se enteraron. Incluso el corresponsal del New York Times, Benjamin Welles, se escan- dalizó ante tales maniobras del Pentágono que, en su opinión, no estaban justificadas por el cli- ma cordial que caracterizaba las relaciones. ¿El resultado? A partir de 1964 la base de Rota se convirtió en una de las tres grandes que, fuera de los Estados Unidos, sustentaron el compo- nente más eficaz de la tríada estratégica. La ronda de 1963, cortada a la medida de la debilidad estructural del régimen, se saldó a precio de ganga para Washington, a pesar de las muy varia- das discusiones internas a la burocracia civil y militar del régimen que le habían precedido y en las que ocasionalmente el todopoderoso Jefe del Estado se había visto obligado a arbitrar. El tercer rasgo estribó en atenerse, al pié de la letra, a los textos convenidos aunque quizá no tanto al espíritu de los textos negociados. Así, aprovechando que los acuerdos de procedi-

12 Morán, Fernando: España en su sitio, Espulgues de Llobregat, Plaza & Janés, 1990, p. 254.

Cuadernos de Historia Contemporánea 94 2003, 25 83-108 Ángel Viñas La negociación y renegociación de los acuerdos hispano-americanos, 1953-1988 miento de los años cincuenta no planteaban la necesidad de autorización, los Estados Unidos nuclearizaron extensivamente el territorio español a partir de marzo de 1958 y realizaron innumerables sobrevuelos con armas nucleares. En qué medida ello fuese conocido de las autoridades del régimen es algo que quien esto escribe no ha podido determinar. Si lo sabí- an, no parece que objetaran demasiado porque los sobrevuelos continuaron durante mucho tiempo. En ningún caso se trataba de un tema baladí porque, con la independencia de Marruecos, las bases nucleares de los Estados Unidos en lo que había sido el Protectorado francés estaban llamadas a desmantelarse. No se subrayará lo suficiente que la introducción de componentes nucleares en tales bases marroquíes se produjo a partir de julio de 1953, incluso antes que su implantación en el Reino Unido. En Marruecos hubo armamento nucle- ar hasta septiembre de 1963. Pues bien, en estas circunstancias, en enero de 1966 ocurrió el famoso incidente de Palomares, una sorpresa total y que los ministros militares intentaron, como primera reacción, tapar en todo lo posible. Naturalmente, no tuvieron el menor éxito. Como el escándalo, sobre todo en el exterior, fue inmenso, el régimen hizo mucho hincapié en el baño conjunto del ministro Fraga con el embajador norteamericano en las frías aguas almerienses. Esta cordiali- dad tan gráficamente manifestada, y que quedó prendida en el recuerdo de los españoles, no sirvió para que España pudiese modificar de inmediato el artículo VII del acuerdo técnico de 1953 que reconocía total libertad a las Fuerzas norteamericanas para moverse dentro del terri- torio español, las aguas jurisdiccionales y el espacio aéreo. Los Estados Unidos se cerraron en banda. Algo se avanzó, no obstante, cuando se negociaron los acuerdos de procedimiento de septiembre de 1970. Sobre lo ocurrido en Palomares cabría, quizá, hacer alguna comparación, en este caso con Dinamarca. Los daneses experimentaron, en enero de 1968, el mismo frisson de un accidente nuclear en la base aérea de Thule, en Groenlandia. Llegaron a un acuerdo con los norteameri- canos para cortar las posibilidades de que algo similar se repitiera en el futuro (dicho acuerdo, ciertamente, no se hizo público en la época). De todas maneras, y aunque Copenhague tardó casi treinta años en dar a conocer un estudio sobre el accidente de Thule, cuando lo hizo fue exhaustivo. En el caso español, todavía hoy duermen el sueño de los justos los informes prepa- rados en aquel tiempo. El cuarto rasgo fue la utilización sistemática de un mecanismo de petición y acoso múltiples. En pleno período democrático un estudio del CESEDEN se vio obligado a reflejar, en cuidado lenguaje, que había habido una cierta falta de control por parte española. Los norteamericanos insistían e insistían en sus peticiones y cuando no lograban que unos organismos las aceptaran se dirigían a otros hasta que, aprovechando la típica desorganización española, conseguían lo que querían. Así, decían los militares del CESEDEN, habían ido ampliando el número de faci- lidades de que disfrutaban y la libertad indiscriminada de su uso, que era con frecuencia ajeno a los intereses de defensa. Con ello, los norteamericanos agravaban considerablemente el des- equilibrio inicial existente entre facilidades y contrapartidas.

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Hay que recordar que este mecanismo estaba predeterminado en los textos no públicos de los años cincuenta, que por la vía de las estipulaciones técnicas, los acuerdos de procedimien- to, los acuerdos de desarrollo del desarrollo, los miniconvenios entre autoridades militares subalternas, las regulaciones de prácticas de utilización de facilidades específicas y los meros entendimientos de hecho, las tolerancias y las costumbres crearon una laberíntica normativa que erosionó el contenido de los acuerdos publicados y que nutrió una maraña de regulaciones casuísticas, inconexas y, con frecuencia, incomprensibles. Todo ello quedó segregado al escru- tinio de la maquinaria normal de la Administración, y en particular al del Ministerio de Asuntos Exteriores. Se agudizó, además, por el secretismo y la compartimentación que a su vez existía entre los Ministerios militares. El patetismo resultante salió a la luz en los años ochen- ta, cuando la España democrática abordó con seriedad la tarea de atornillar el uso más o menos incontrolado de la implantación militar norteamericana. No es algo muy conocido si bien en las memorias de uno de los diplomáticos españoles, Juan Durán-Loriga, que tuvo que ver con el tema a comienzos de los años ochenta, se encuentran ciertos reflejos.

3. El comportamiento estratégico español En comparación con el caso estadounidense, por el lado español se advierten, en los años oscuros del franquismo, otros tantos rasgos. El primero, y quizá el más importante, derivó del deseo de velar la dependencia en que el régimen había entrado con respecto a los Estados Unidos. Con frecuencia, las negociaciones sobre la renovación o mejora de los convenios tuvieron un tono de acritud en el plano operativo, es decir, entre los negociadores mismos. Esto sirvió de coartada cuando los escollos se elevaron a la consideración del alto nivel políti- co. Ni Franco ni Carrero Blanco estuvieron nunca dispuestos, en el fondo, a poner en peligro la relación. Si bien es cierto que en algunos documentos internos, incluso de entre los perge- ñados por estas dos grandes figuras del régimen, se encuentra en ocasiones alguna añoranza a favor de un gesto fuerte o contundente, no es menos cierto que jamás osaron llevarlo a la prác- tica. Con el techo agujereado, los objetivos negociadores se centraron, pues, en la obtención de contrapartidas. Fue una tarea hecha más difícil por la tendencia a dar las mejores bazas antes de cada negociación, quizá en la creencia de que con ello podrían plantearse los desiderata españoles en un clima que hiciera más propicia su aceptación. Se trataba de una estrategia de negociación un tanto peculiar que, naturalmente, casi nunca permitió alcanzar los objetivos que de ella se esperaban. La autorización para la introducción de Polaris en Rota es, desde luego, el ejemplo más des- tacado, pero no el único. Tras el desmantelamiento –que cabía haber previsto desde hacía años- de la base norteamericana de Wheelus, en Libia, podía haberse pensado que el papel de las instalaciones en España se vería reforzado. Hubiese, pues, tenido interés no lanzarse a autorizaciones apresuradas para que los Estados Unidos reactivasen la de Zaragoza y jugar tal baza en las negociaciones de 1970. No se hizo. Un problema esencial durante todo el franquis- mo lo constituyó el estatuto jurisdiccional de las fuerzas norteamericanas. No se le retocó diez

Cuadernos de Historia Contemporánea 96 2003, 25 83-108 Ángel Viñas La negociación y renegociación de los acuerdos hispano-americanos, 1953-1988 años más tarde. Mientras Castiella se empeñaba en desarrollar una negociación como Dios manda, ¿qué hizo el régimen?: consentir un sinnúmero de privilegios adicionales al personal estadounidense, con facilidades superiores a las otorgadas a diplomáticos extranjeros; exten- der tales privilegios a otro personal, aunque no tuviese relación directa con los convenios ni con las bases y aceptar la ampliación, de hecho, en estas últimas de zonas exclusivamente nor- teamericanas, donde la entrada era difícil para el personal español. El segundo rasgo estribó en, a través de un sinnúmero de esfuerzos de retorcimiento del lenguaje, presentar ante la opinión pública lo que los Estados Unidos nunca, desde el primer momento, quisieron dar: una garantía de seguridad. En 1963, 1968, 1970 y 1974 se realizaron innumerables escarceos semánticos para intentar forzar la mano a los norteamericanos. Los planteamientos siempre fueron los mismos: España se había convertido en beligerante en el caso de un conflicto Este-Oeste y necesitaba disponer de una cierta garantía. Sin embargo, de lo que se trataba era de aplicar a los escenarios de seguridad en el África del Norte el lenguaje que en una y otra ocasión se convino. Al tiempo, como se afirmó en una nota interna del Ministerio de Asuntos Exteriores,

«tenemos conocimiento pleno, porque así nos lo han dicho los americanos con toda claridad, de que si hubiese un conflicto entre España y Marruecos, los Estados Unidos se lavarían las manos y lo único que harían sería emplear sus buenos oficios para que se resolviese la situación por la vía pacífica. En caso de guerra, no sabemos hasta qué punto podríamos usar el material americano y las bases para la defensa de nuestras plazas y provincias africanas». Palabras mayores.

El tercer rasgo vino dado por la necesidad de superar la permanente incapacidad de organi- zarse de forma coherente con el fin de afrontar el desafío de unas negociaciones duras. Hasta casi el final del franquismo, la desconexión entre los Ministerios militares y el de Asuntos Exteriores, entre ellos y el de Hacienda y los restantes Ministerios económicos y las pugnas entre las tres armas por ver quién se quedaba con la mayor tajada de la ayuda norteamericana fueron constantes. Ahora bien, en los años más oscuros, en aquéllos en los que la dictadura era más poderosa, la Administración más militarizada y los burócratas más intocables, es decir, en los tiempos en los que presumiblemente mejor hubiera debido funcionar el sistema bajo la dirección implacable de un Caudillo omnisciente, ¿cuál fue la realidad? La realidad fue la desorganización sistémica. Sobre las relaciones con los Estados Unidos se pronunciaban varios organismos. Destacan diversas direcciones generales en Exteriores y Comercio, las comisiones de enlace en los Ministerios militares, el Alto Estado Mayor y, natu- ralmente, el ministerio de Hacienda. Cada uno de ellos era responsable, evidentemente, a una cadena de mando diferente. En teoría estaban todos representados en la Oficina de la Comisión Delegada del Gobierno para el Desarrollo de los Convenios con Norteamérica. En la práctica, los funcionarios civiles y militares que a la misma acudían no representaban siempre el punto de vista de sus departamentos. La propia Comisión Delegada dejaba mucho que de-

97 Cuadernos de Historia Contemporánea 2003, 25 83-108 Ángel Viñas La negociación y renegociación de los acuerdos hispano-americanos, 1953-1988 sear. No era órgano decisorio. Si no actuaba por consenso, el resultado era mínimo o nulo. El Jefe del Estado estuvo largos años sin presidirla, por lo que sus acuerdos carecieron de la fuer- za de los que se adoptaban en otras. Los miembros se reservaban para sí los asuntos que, por su materia, estimaban que eran de su exclusiva competencia. Franco no tenía conocimiento, ni siquiera general, de los problemas que se planteaban. El resultado fue una gran debilidad ope- rativa de cara a los norteamericanos. Poco a poco fue mejorándose pero sólo en los años lími- tes de 1974-75, gracias en particular al esfuerzo combinado de Rovira y del general Gutiérrez Mellado, fue posible salvar el efecto de las incoherencias previas. El cuarto y último rasgo lo dio la necesidad imperiosa de contrarrestar los efectos de una conducta laxa para supervisar y controlar el uso y eventual ampliación de facto de las facilida- des, en cuya concesión se produjeron a lo largo del tiempo innumerables derivas. Incluso lo que en 1953 aparecía claro (autorizaciones para el establecimiento de bases y sus apoyos desti- nados a la aviación estratégica norteamericana) terminó convirtiéndose en un auténtico popu- rrí. Las facilidades dejaron de ser un conjunto más o menos coherente con una finalidad níti- da para transformarse en una suma heterogénea de instalaciones y derechos que de una u otra manera respondía a alguno de los siguientes factores: a) el apoyo al potencial militar nortea- mericano para contribuir a la seguridad de Occidente y de España; b) conveniencias particula- res de los distintos componentes de las Fuerzas Armadas estadounidenses y c) ahorro de gas- tos o de esfuerzos por parte norteamericana. A tal popurrí había llevado el efecto combinado de tendencias muy diversas. Por un lado, el uso extensivo de las estipulaciones secretas entre 1953 y 1970. Por otro, la autorización de con- cesiones adicionales al margen de las negociaciones normales. A ello se añadía la tolerancia española ante las extensiones de uso más allá de lo pactado y, finalmente, la incapacidad espa- ñola, se crea o no, por establecer la relación exacta de las concesiones efectuadas. En 1976 el ministerio de Asuntos Exteriores hubo de reconocer, públicamente, que no se sabía con exac- titud qué es lo que se había autorizado a los norteamericanos. A este análisis hay que contraponer las numerosas manifestaciones de tranquilización para lo que pasaba por opinión pública bajo el régimen franquista. Una de las más características, que cabe traer parcialmente a colación, se debe al dictado (presumiblemente en el primer tiempo de saludo) de un artículo por un eminente militar, el teniente general Francisco Fernández-Longoria, quien no tuvo empacho en poner su nombre tras afirmaciones como las siguientes:

«Todos los españoles saben perfectamente que nuestros negociadores, de ahora y de antes, nunca harían la menor concesión [en términos de soberanía], y todo el mundo, españoles y extranjeros, sabe, sin lugar a duda, que quien ha de orientar y, en definitiva, decidir sobre lo tra- tado es el más celoso, intransigente y firme defensor de la integridad y soberanía que jamás en su historia ha tenido España (...). Los términos del convenio y de los subsidiarios acuerdos de procedimiento, así como también su práctica, son absolutamente tranquilizadores. No hay nin- guna cesión ni tampoco la menor hipoteca».

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Afortunadamente, y a pesar de todas las depredaciones documentales, en los archivos españoles se ha remansado el suficiente flujo de material como para poder contrastar tales afirmaciones.

4. Negociaciones en la era democrática Por lo que antecede es fácil colegir que uno de los vectores de la nueva política exterior que paulatinamente fue desplegando la España en vías de democratización estribó en reequilibrar la relación bilateral. Esto se hizo en dos momentos: en el primero, a través de una redosifica- ción de prestaciones y contraprestaciones, a lo que obedeció la ronda negociadora de 1981-82. En un segundo momento, con la voluntad de lograr un reequilibramiento definitivo, aprove- chando los nuevos anclajes internacionales de España, y a fin de dotar a la relación bilateral de un tono muy diferente del registrado en el pasado. A esto obedeció la ronda de 1986-88. No se trató de una tarea sencilla por dos razones:

1. La primera es que los norteamericanos contemplaban la vinculación desde una óptica esencialmente militar (bases y geografía a cambio de una dosis medida de ayuda) en tanto que para los españoles predominaban los aspectos políticos. Tal caracterización se encuentra ya en las memorias del número dos en la embajada en Madrid y, durante algún tiempo, encargado de Negocios, Samuel D. Eaton. 2. La segunda es que los Estados Unidos habían estado dispuestos, por mor del manteni- miento del acceso a las bases, a dar el último abrazo a la dictadura, en 1975. Sólo el falle- cimiento de Franco les impidió hacerlo. Aún así, su política hacia el régimen declinan- te, en una situación de franca simbiosis de intereses, estuvo en claro contraste con la practicada por otras democracias occidentales.

Por otro lado, tres factores militaron desde el comienzo a favor de un cierto reequilibra- miento de la situación:

i) El primero fue la necesidad de otorgar un apoyo político a la democracia naciente, como pronto advirtió con clarividencia el Congreso norteamericano. Dado que, por razones internas de política estadounidense, ya en los últimos años de la dictadura el Congreso había pugnado porque se le sometieran los resultados de las negociaciones con España, incluso bajo la dictadura, -la primera vez que hubiese ocurrido-, el Ejecutivo se escudó en ello para practicar un giro táctico, a pesar de que el entonces secretario de Estado, Henry Kissinger, no tenía muchas esperanzas en el futuro democrático de España ni en la capacidad de liderazgo de Su Majestad el Rey Don Juan Carlos. ii) El segundo factor fue el fortalecimiento de las reflexiones de los sectores civiles y militares de la Administración española sobre lo que funcionaba bien y no bien en el conjunto de la relación bilateral. Desde algunos sectores del Ministerio de Asuntos

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Exteriores se atacó, en particular, la pertinencia de la «teoría de las cestas», que el régimen franquista había seguido con entusiasmo y a tenor de la cual lo que no se consiguiera en una cesta (de seguridad, política, económica, de cooperación) debería tratar de alcanzarse, a modo de compensación, en otra. Un funcionario, Carlos Fernández Espeso, destacó por su acerada crítica a tales planteamientos. Otro, José Manuel Allendesalazar, sometió a un análisis implacable la política de concesión de facilidades. La embajada en Washington, en la época de José Lladó, realizó un análi- sis exhaustivo y comparado de los aspectos institucionales de las relaciones bilatera- les y puso de manifiesto sus múltiples debilidades. iii) El tercer factor lo dio la experiencia de que era posible hacer progresos importantes por la vía de la negociación, incluso en aspectos muy delicados como la desnucleari- zación del territorio nacional o en el atornillamiento sucesivo del régimen de las bases. El hecho de que, ya en 1976, el nuevo ministro de Asuntos Exteriores de la Monarquía, José María de Areilza, se negara rotundamente a que, por primera vez, se adobara el convenio de cláusulas o estipulaciones más o menos secretas y de que todos los compromisos se sometieran a las Cortes, todavía franquistas, tuvo, necesa- riamente, un efecto aleccionador.

Las negociaciones de 1981-82 no se vieron desligadas de alguno de los rasgos característicos del anterior régimen: la combinación de gran dureza en la negociación de los temas puestos sobre la mesa (con frecuencia de notable calado) y la debilidad política a nivel de la Superioridad. Esto último se tradujo, por ejemplo, en que el Gobierno Calvo Sotelo aceptara la reducción del nivel de los convenios desde el de Tratado, que había exigido el asentimiento del Senado norteamericano y se había logrado por vez primera en 1976, al de mero acuerdo ejecu- tivo, como había sido la costumbre tradicional bajo el franquismo. Un aspecto que conviene destacar es que la negociación de 1981-82 fue una de las pocas oca- siones en la que los españoles tomaron la iniciativa y lanzaron a la discusión las correspon- dientes propuestas de texto. Algo similar se había hecho, aunque con resultados mas bien pobres, en 1970. Esta vez, la parte española fue mucho más ambiciosa y si bien los norteame- ricanos se dieron cuenta de que las sugerencias se habían preparado apresuradamente no tuvieron más remedio que responder a las mismas. Éstas denotaban que la intención españo- la estribaba en restringir al máximo los márgenes de libertad de que gozaban los Estados Unidos en el uso de las facilidades. Con todo, los norteamericanos quedaron encantados de los resultados de la negociación y uno de los funcionarios del Departamento de Estado que intervino en la misma no se recató de afirmar que le sorprendería mucho que pudiera decirse algo similar por el lado español13.

13 En sus propias palabras: «Unlike most negotiations where there are ups and downs, compromises on both sides, and finally a satisactory agreement, the 1982 agreement ended on a down note with the Spaniards

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Quizá lo más importante de aquella ronda es que, por fin, cupo encontrar una solución digna al espinoso tema jurisdiccional, basado en el modelo de estatuto de fuerzas en vigor en el seno de la Alianza Atlántica. Para entonces, claro está, el Gobierno Calvo Sotelo había impulsado vigorosamente la adhe- sión de España al Tratado del Atlántico Norte. Lo que los Estados Unidos no habían consegui- do en casi veinte años de esfuerzos, se obtuvo ahora sin oposición externa y todos y cada uno de los miembros de la OTAN dieron la bienvenida al recién llegado. En el interior, sin embargo, y por una de esas paradojas sobre la que se han vertido ríos de tinta, toda la izquierda española se opuso sin excepción a tal giro estratégico. Si con ello Calvo Sotelo ansiaba introducir un nuevo tipo de interlocución en los contactos con los norteamericanos (aunque no dice una sola pala- bra a tal respecto en sus propias memorias) fuerza es de reconocer que, aunque algo se avanzó, lo más sustancial de la tarea quedó para más tarde. Cuando el nuevo convenio empezaba el pro- ceso de tramitación parlamentaria para su necesaria ratificación, las elecciones de octubre die- ron una victoria aplastante a la oposición socialista. Quienes abordaron, en el período 1983-88, la asignatura pendiente de qué hacer con el con- venio en vías de ratificación tenían una interpretación muy diferente del pasado bilateral. Lo que para los norteamericanos había sido un esfuerzo cooperativo, y no demasiado problemá- tico, a la defensa occidental contra el malvado enemigo bolchevique, era para el nuevo Gobierno una relación que hundía sus raíces en las necesidades de un régimen dictatorial y que por consiguiente había que modernizar, adaptar y poner en consonancia con las nuevas reali- dades. El propio González lo dijo con toda claridad en el Wilson Center, de Washington, des- pués de ver al secretario de Estado y al presidente Reagan, en septiembre de 1985: «No debe- ríamos sorprendernos –afirmó- que los vencidos en la guerra civil y la oposición democrática en general consideraran [los] pactos como un apoyo norteamericano a la dictadura y un golpe a las esperanzas de una rápida restauración de la democracia en España»14. No es un episodio baladí. Se produjo en el mismo contexto en que tuvo lugar la entrevis- ta con Shultz y en la que éste había llegado a señalar que los Estados Unidos no se quedaban donde no les querían. Si los españoles daban a entender que eso era lo que, precisamente, deseaba el Gobierno de Madrid, los norteamericanos estaban dispuestos a marcharse. Con aplomo, González respondió que no era lo que pretendía pero que si los estadounidenses deseaban irse habría que empezar a perfilar las modalidades de su salida. Esta reacción no es algo que hubiera tenido, instintivamente, ninguno de los antecesores de González y, que se sepa, nunca tuvieron. unhappy (…) I would be very surprised if that approach suceeded with them in the future». Planty, Donald J.: «The 1983 Agreement of Friendship, Derfense, and Cooperation: Overview of the Negotiations», en McDonald, John W. Jr. y Bendahmane, Diane B. (eds.): U.S. Bases Overseas. Negotiations with Spain, Greece and the Philippines, Boulder, Westview Press, 1990, p. 42. 14 González, Felipe: «A New International Role for Modernizing Spain», en Clarck, Robert P. y Haltzel, Michael H. (eds.): Spain in the 1980’s. The Democratic Transition and a New International Role, Cambridge, Ballinger Publishins Co., 1987, p. 180.

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Lo que el Gobierno deseaba era terminar con un tipo de relación superada por la evolución política e institucional registrada en España y crear una nueva. Históricamente hablando, cabe discutir hasta qué punto la relación tradicional generada en y por el franquismo había dado ori- gen a una situación de vasallaje15. Es un hecho, desde luego, que el variado abanico de cesiones y facilidades protocolizado en 1953, y renovado en 1963, sólo empezó a desmontarse, y ello de manera lenta, a partir de 1970, aunque más bien sobre el papel. El primer ataque en serio no se dio hasta 1981-82. Sin embargo, políticamente hablando eran muchos los que sentían que la relación era de dependencia. Así, pues, un equipo de especialistas, a las órdenes de los sucesivos ministros de Asuntos Exteriores, Fernando Morán y Francisco Fernández Ordóñez, se puso a la tarea para desvincu- lar la relación de una determinada forma de estar en la Alianza, más tarde para identificar los rasgos esenciales que habían caracterizado el pasado bilateral y finalmente para preparar las futuras negociaciones, que se desarrollaron bajo la responsabilidad operativa de Máximo Cajal. Nunca se consideró seriamente interrumpir la conexión, a pesar del anclaje español en la Alianza. Con ello el Gobierno dejó en claro su voluntad de no alterar los equilibrios y alinea- mientos globales. Esta postura debió ser valorada positivamente en Washington. Lo fue menos el interés español de abordar de forma crítica el texto de los acuerdos. En opinión de Madrid era, en efecto, imprescindible conseguir avances en los siguientes vectores:

1. Acordar una reducción, no cosmética pero sí razonable y flexible, de la implantación militar norteamericana en España. 2. Adaptar las disposiciones de los convenios basándolas en el respeto mutuo, la igualdad soberana entre las partes y un reparto equitativo de cargas defensivas, alejando en todo momento la sombra de la subordinación a eventuales actuaciones norteamericanas al servicio de intereses norteamericanos. 3. Atornillar, en la mayor medida posible, los procedimientos y sistemas de control de las autorizaciones de uso, referidos también a la regulación del apoyo logístico, de los sobrevuelos, de los reabastecimientos, de los entrenamientos y de los preposiciona- mientos. El tema de las «operaciones fuera de área» había preocupado ya en 1982. Años más tarde tal preocupación se había acentuado. 4. Separar nítidamente las relaciones de defensa y seguridad de cualesquiera otras consi- deraciones, muy importantes sin duda (tales como las económicas, industriales, cultu-

15 El presente ensayo sigue un enfoque estructural. Con todo, el elemento humano no debe olvidarse. Castiella, por ejemplo, se sintió profundamente humillado por la forma en que se le recibió en Washington. En la ronda de 1974-75 se afirma que el negociador militar español, general Gutiérrez Mellado, indicó que el primer objetivo con- sistiría en evitar que los norteamericanos trataran a los españoles como «cipayos» (Puell de la Villa, Fernando: Gutiérrez Mellado. Un militar del siglo XX (1912-1995), Madrid, Biblioteca Nueva, 1997, p. 172). Esta expresión rondaba también por los pasillos del Palacio de Santa Cruz, según declaraciones al autor del embajador Fernández Espeso.

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rales y científicas) pero cuyo encauzamiento no debía velar el que correspondía al núcleo duro –de naturaleza político-militar- del nexo bilateral. 5. Poner al día las disposiciones relativas a ámbitos tales como el laboral o de privilegios, cerrando las brechas que se habían advertido en la ejecución del convenio de 1982.

En definitiva, como señaló Fernández Ordóñez en las Cortes, «lo que queremos es una rela- ción equilibrada, no una relación de subordinación. Queremos una relación de aliados; quere- mos una relación igualitaria y no queremos una sobreinversión militar». Así de simple. Se tra- taba de desiderata que jamás habían tipificado la vinculación hispano-norteamericana desde sus comienzos, ya lejanos, en la ronda de 1952-53. Quizá lo más novedoso fue la decisión estratégica de situar la negociación en el plano, puro y duro, de la contribución a la defensa colectiva, sin edulcorarlo con discusiones sobre contra- partidas y «cestas». Esto rompía una tradición consolidada durante una generación de esfuer- zos lacrimosos y pedigüeños y a la que los norteamericanos se habían acostumbrado. De pron- to se encontraron con una situación en la que a los negociadores españoles no les interesaban demasiado los añejos planteamientos. Washington se quedó sin poder espejear el señuelo de sus contrapartidas, ya muy devaluadas. El propio almirante Liberal, a pesar de ser un tanto crí- tico con respecto a la postura oficial, hubo de reconocer que los sucesivos convenios «aporta- ban bien poco a la solución material de los problemas de las FAS y en ellas se tenía la impresión de que servían de cobertura de las necesidades políticas de los gobiernos». En los primeros escarceos de alto nivel, Shultz suscitó el tema de la financiación que los norteamericanos otor- gaban para que España adquiriese material. Felipe González replicó que no la quería pero que si Washington necesitaba créditos, España estaba dispuesta a conceder alguno a los Estados Unidos. El clima había cambiado de manera radical y ello se tradujo, de manera adecuada para los intereses españoles, en el convenio de cooperación para la defensa del 1 de diciembre de 1988 que, modificado parcialmente por el protocolo de enmienda de 10 de abril de 2002, sigue constituyendo la base de la relación contractual entre España y los Estados Unidos. En la historia de las relaciones bilaterales el convenio de 1988 constituye el contrapunto exacto de los pactos de 1953. Lo que éstos habían protocolizado en términos de dependencia con respec- to a las actuaciones norteamericanas en cuanto a manejo de las bases o instalaciones, se convirtió en un equilibrio medido de cargas y responsabilidades en el respeto más estricto de la igualdad soberana entre las partes. Que la base contractual no es el único mecanismo que determina la ali- neación es evidente y la ulterior gravitación gubernamental española hacia las posturas de Washington tras el 11 de septiembre de 2001 así lo demuestra. Pero si la base contractual es mala, sesgada o desequilibrada es obvio que una cierta línea de comportamiento queda predeterminada. Ello se observa, históricamente hablando, al examinar las circunstancias en que fueron acti- vadas las bases, o puestas en estado de alerta, a lo largo de la vigencia de los pactos de 1953. Según un documento norteamericano, exhumado por John Dabrowski, tal circunstancia ocu- rrió en cinco ocasiones, algunas con autorización española otorgada en tiempo y forma, otras

103 Cuadernos de Historia Contemporánea 2003, 25 83-108 Ángel Viñas La negociación y renegociación de los acuerdos hispano-americanos, 1953-1988 sin ella: la primera tuvo lugar con ocasión de la crisis del Líbano en 1958, la segunda (y más gra- ve) con motivo de la crisis de Cuba en 1961, la tercera y cuarta se produjeron a tenor de una eva- cuación de civiles del Congo en 1964 y de Libia en 1969. La última, y potencialmente la más embarazosa, durante la guerra del Yom Kippur en 1973. Salvo en el caso de Cuba, nunca fueron circunstancias que cayesen dentro de los supuestos previstos en la «Nota adicional al párrafo segundo del artículo III del convenio defensivo», el meollo del núcleo duro de los pactos de 1953 y que permaneció vigente nada menos que hasta 1970. En ninguno de los casos era claro, quizá con la excepción de la crisis cubana, que se tra- tara de «evidentes agresiones comunistas» que amenazaran «la seguridad de Occidente» o en las que esta última se viera amenazada, por los comunistas u otros. Además, al menos en una ocasión se utilizaron conscientemente en contra de la política establecida por el Gobierno español. Este último caso se dio, al parecer, en el conflicto del Yom Kippur: el embajador nor- teamericano que negoció la ronda de 1974-75, Robert McCloskey, reconoció, por ejemplo, públicamente que el repostado en vuelo a partir de la base de Torrejón de los aviones que per- trechaban Israel fue detectado por el radar español. Habría que añadir que la actitud guberna- mental española había sido de neutralidad absoluta en el conflicto, desde el primer momento. El caso de Cuba fue marxiano (de los hermanos Marx). El gobierno español no supo si se tra- taba de una crisis en el Caribe o en Berlín. Las bases fueron movilizadas sin apenas darle tiem- po para pronunciarse. La noticia la dio el comandante de las fuerzas norteamericanas en España. Hay que comparar el comportamiento tan distinto que el gobierno de Washington mostró con respecto a Francia, un aliado difícil. Ambas situaciones, la de Yom Kippur y la de Cuba, generaron entre los pocos altos funcio- narios españoles al corriente de lo sucedido una amargura imposible de desdeñar. Desde 1976 en adelante, el atornillar el uso de las bases en «misiones fuera de área» o al servicio de inte- reses exclusiva o principalmente norteamericanos se convirtió en una auténtica obsesión. Cuando los Estados Unidos sugirieron algo similar de cara a la crisis de Libia en abril de 1986 la respuesta de Felipe González fue un no rotundo, como hicieron por lo demás todos los alia- dos europeos en la OTAN, salvo el Reino Unido. Se trataba de una decisión unilateral que no estaba amparada en precepto alguno del derecho internacional.

5. GIs liberadores Una de las máximas de Napoleón que suelen aflorar en los libros de texto sobre relaciones internacionales es que la geografía determina el destino. Aunque no de forma tan rotunda, el peso de la historia también surte efectos sobre el presente. Este peso, en el caso español, que para muchos condiciona una cierta visión del pasado común, se resume brevemente: De la misma forma que la exaltación del general Franco al caudillaje fue una de las conse- cuencias de la intervención en España y del apoyo que le prestaron las potencias fascistas, la Guerra Fría «hizo» a Franco. España, a sus pies, pasó en pocos años del alineamiento con el Tercer Reich al más sólido y duradero con los Estados Unidos. Esta experiencia tuvo connota-

Cuadernos de Historia Contemporánea 104 2003, 25 83-108 Ángel Viñas La negociación y renegociación de los acuerdos hispano-americanos, 1953-1988 ciones muy diferentes de las que atravesaron los herederos del fascismo derrotado en los cam- pos de batalla de Europa. En la Alemania de Adenauer, la democratización se vio impulsada por los Estados Unidos (aunque al coste de «tragarse» los sapos y culebras que implicó el no arre- glo de cuentas con los servidores del nacionalsocialismo, imprescindibles para dirigir el país y hacer frente al nuevo peligro que emanaba de las estepas). En una Italia que, salvo en la efíme- ra República de Saló o en los territorios ocupados por la bota nazi, había terminado haciendo causa común con los aliados, los Estados Unidos estimularon igualmente la democratización, olvidándose de los servidores del Duce, y trataron por todos los medios de evitar que el PCI, aureolado por el combate de sus partisanos, llegara al poder gubernamental. En estos y otros casos, cualquier consideración palidece ante el hecho contundente de que los Estados Unidos, y la Gran Bretaña, liberaron o contribuyeron a liberar por las armas, y con la sangre de sus soldados, a alemanes e italianos, a franceses, belgas, holandeses, luxembur- gueses y austriacos. En Grecia, británicos y norteamericanos intervinieron en la guerra civil contra los comunistas y la salvaron para Occidente. Es instructivo hacer alguna que otra visita a los impolutos cementerios militares aliados que esmaltan la geografía europea occidental y en los que yacen enterrados los millares de soldados norteamericanos que dieron su vida por aplastar el terror fascista y liberar a las poblaciones sojuzgadas. Stephen Ambrose ha narrado con fuerza en obras meritorias la visión de aquellos GIs que contribuyeron, con su sangre, a hacer una nueva Europa y unos nuevos Estados Unidos. Nada parecido hicieron los GIs en España. En la euforia que provocó la caída del Eje, fueron muchos los que pensaron que también le llegaría la hora al régimen que, a sangre y fuego, se había implantado en la península. Ello no sólo no ocurrió sino que la potencia líder occidental no tardó en acomodarse con el único residuo fascista que había coquetea- do abiertamente con las derrotadas potencias. Si Hitler contribuyó al aupamiento de Franco, los Estados Unidos le consolidaron en su pedestal. Ciertamente, a muchos de entre ellos no les gustó demasiado, pero lo que contaba era la posición geostratégica española en las nuevas y peligrosas coordenadas de la guerra fría. Lo que pensara aquella parte de la opi- nión pública española que tanto se había alegrado de las victorias aliadas no preocupó demasiado. Con un Congreso más sensibilizado aún que el Ejecutivo al anticomunismo militante de la dictadura, los norteamericanos no vertieron sobre la piel de toro un mensa- je liberador. Es más, con el paso del tiempo desarrollaron una relación simbiótica con la dictadura e incluso en el momento de su más acentuado declive la mantuvieron cuidadosa- mente para no poner en peligro sus posibilidades de acceso a las bases e instalaciones mili- tares y en cuyo manejo y utilización no habían experimentado, en el pasado, grandes difi- cultades. Nada de ello significa negar que incluso en los años oscuros de la dictadura, en la Administración norteamericana se levantaran voces que preconizaban un alineamiento menos estrecho con el régimen. Sin embargo, en la práctica política, diplomática y militar lo cierto es que no lograron imponerse. La atracción de mantener el más alto grado de acce- sibilidad a las bases e instalaciones en España resultó, a la postre, mucho más consistente.

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Estas consideraciones sobre la herencia histórica permiten apreciar la calidad muy dife- rente del abrazo que los norteamericanos dieron a España por comparación al que prestaron a las democracias europeas occidentales, tanto a las establecidas como a las incipientes (Alemania e Italia). Es más incluso cabe destacarla con respecto al espaldarazo dado, tras la implosión de la Unión Soviética, a las nacientes democracias de la Europa central y del Este, rápidamente integradas, o en vías de serlo, en los mecanismos de seguridad colectiva de la Alianza Atlántica. A pesar de que Rusia no es hoy una amenaza para ese Occidente ampliado, los Estados Unidos, país protagonista en la seguridad europea, no dejaron que se mantuvie- ra durante largo tiempo una situación de posible inestabilidad geopolítica y estratégica en el corazón del continente. No es de extrañar que polacos y checos, húngaros y eslovacos, bálti- cos y eslovenos les estén agradecidos. Hacer historia equivale a desmitologizar. No es España, la de la democracia o la de la dicta- dura, el único país europeo en amamantar mitos. Un ejemplo señero de tal tendencia se encuentra a las puertas de casa: fueron los trabajos de un historiador norteamericano, Robert Paxton, los que, en parte, alumbraron el camino para que los franceses tomaran cuenta cabal del altísimo grado de colaboración que las autoridades de Vichy, y sus aparatos administrati- vos, habían mostrado con los ocupantes alemanes, incluso de cara al Holocausto. Sin embargo, no fue hasta 1995 cuando Jacques Chirac admitió que el Estado francés no estaba libre de cul- pa, algo que choca con el mito de la Francia combatiente amamantado por De Gaulle. Salvando las distancias, la historiografía española, que ha surgido con fuerza desde los años de consolidación de la transición, también ha contribuido a poner los puntos sobre las íes con respecto a algunos de los mitos caros a la historiografía profranquista, ya sea de cocción espa- ñola o foránea. Donde más se ha avanzado es, naturalmente, en el ámbito de las dimensiones internas de la dictadura: la durísima represión figura en primer lugar. También en el campo de las relaciones exteriores, con el desvelamiento de los mecanismos de alineación con las poten- cias fascistas. Hay que contemplar la etapa de la dictadura como una totalidad y, en ésta, en el significado de las relaciones con los Estados Unidos. ¿Cuál fue su papel en los altos y bajos del desarrollo económico, político e institucional de España? ¿En qué medida contribuyeron a sentar las bases para la democratización ulterior? ¿Cuáles, y cómo se materializaron, fueron las contrapartidas? Por lo que se alcanza a colegir al presente autor, la contraprestación del Estado español no fue nunca desdeñable hasta el punto que, en cuanto desapareció Franco, camino del juicio de Dios y de la Historia, todos los gobiernos españoles se apresuraron a redimensionar tales rela- ciones. Todos con éxito, mayor o menor. Por algo habrá sido. La hipótesis de la incomodidad con la relación bilateral como columna vertebral de la política exterior y de seguridad de España es inevitable. En cualquier caso, había general consenso en que España no podía per- manecer al margen del contrapolo político, económico e institucional que era la Comunidad Europea. En 1986, dos años antes del reequilibramiento de la relación contractual, la aspira- ción de toda una generación se convirtió en hecho.

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Cuadernos de Historia Contemporánea 108 2003, 25 83-108 La ayuda económica norteamericana y los empresarios españoles

American Economic Aid and Spanish Businessmen

Núria PUIG

Universidad Complutense de Madrid

En este artículo se analizan los efectos de la ayuda económica norteamericana en el pro- PALABRAS ceso de modernización de las empresas y los empresarios españoles que tuvo lugar CLAVE durante la dictadura franquista. La principal idea es que la ayuda, a pesar de su modes- España tia absoluta y relativa, constituyó la más importante vía de influencia exterior en la Estados

RESUMEN Unidos España de los cincuenta y contribuyó a articular o a consolidar grupos y círculos empre- Americani- sariales abiertos al exterior y tecnológicamente avanzados, pero de ideología diversa, que zación han desempeñado un papel crucial en el desarrollo económico e institucional de la España Ayuda económica del siglo XX. norte- americana Relaciones Hispano- Norte- americanas

This article examines the effects of American economic aid on the modernization process KEY of Spanish business and business people that took place under Franco’s dictatorship. The WORDS main idea is that American aid, in spite of its absolute and relative modesty, remained the Spain most important foreign influence through the 1950s and contributed to articulate or United States Americani- ABSTRACT strengthen outward looking and technologically advanced business groups and circles of zation various persuasions that have played a crucial role in the economic and institutional deve- North lopment of 20th century Spain. American economic aid Spain-United States relations

SUMARIO 1. Estados Unidos y la economía española. 2. El entramado institucional de la Ayuda Técnica. 3. Nuevas oportunidades y nuevas iniciativas. 4. Los empresarios americanizados como agentes de modernización.

Cuadernos de Historia Contemporánea 109 ISSN: 0214-400X 2003, 25 109-129 Núria Puig La ayuda económica norteamericana y los empresarios españoles

España no participó en el Plan Marshall, el instrumento diseñado por la Administración de los Estados Unidos al término de la Segunda Guerra Mundial para acelerar la reconstrucción económica de Europa occidental y garantizar su fidelidad a los valores del capitalismo liberal. Pero desde 1953 fue objeto de un programa de ayuda económica, similar al aplicado a los paí- ses aliados, que también contribuyó al crecimiento y a la modernización del país. La influencia de la ayuda americana resultó extraordinaria, no tanto por su cuantía, inferior en términos absolutos y relativos a la de los países Marshall, como porque fue la más importante que reci- bió España del extranjero durante la dictadura, y porque estuvo unida a un flujo notable de inversiones directas, así como a una actividad sin precedentes de diversas instituciones norte- americanas en nuestro país. Uno de los sectores más receptivos a las ideas y a los intereses nor- teamericanos fue el empresariado, objeto a su vez de la atención de las agencias de cooperación. Y es que si para los empresarios españoles -en particular los más dependientes tecnológica- mente del exterior- los Estados Unidos constituían un canal de comunicación con el mundo avanzado e innovador, a los ojos de la primera potencia mundial el empresariado aparecía como el colectivo más liberal de la autárquica España, y por ello su interlocutor natural. La experiencia de los funcionarios americanos en la Europa democrática durante la posguerra, además, les había enseñado que la difusión de la ideología económica americana entre los empresarios y directivos, la educación empresarial en el sentido más amplio, era un medio muy eficaz, y poco costoso, para influir en las sociedades del Viejo Mundo, a menudo más aten- tas al Estado que al mercado, según los observadores norteamericanos. En este artículo se describen y analizan las vías a través de las cuales las agencias oficiales y los inversores norteamericanos influyeron en los empresarios más dinámicos del país. Me referiré en primer lugar al alcance de la americanización en la economía española. Tal como se señala en otros capítulos del libro, este fenómeno se había manifestado en toda Europa des- pués de la Gran Guerra, pero se intensificó a partir de 1945, llegando a ser uno de los rasgos más visibles de la llamada edad de oro del capitalismo europeo durante los años cincuenta y sesen- ta. Para analizar la experiencia española me apoyaré en una reconstrucción cuantitativa de la ayuda económica y de la inversión directa norteamericana en España, así como en los análisis, tanto cuantitativos como cualitativos, de la economía española que realizaron distintas agen- cias norteamericanas durante los veinticinco años que siguieron al final de la contienda mun- dial. A continuación examinaré las instituciones empresariales españolas creadas o apoyadas por el programa de ayuda técnica norteamericano entre 1953 y 1963, en particular la Comisión Nacional de Productividad Industrial (CNPI), las primeras escuelas de negocios públicas y pri- vadas y la Asociación para el Progreso de la Dirección (APD). También prestaré atención a las actividades privadas desarrolladas al margen de ese programa, pero complementarias del mis- mo y dirigidas a la comunidad empresarial, como la consultoría de empresas y de ingeniería, los estudios de mercado, la industria publicitaria y los programas de la Fundación Ford. El interés oficial y privado de los Estados Unidos por España, unido a las oportunidades sur- gidas en las décadas prodigiosas de los cincuenta y sesenta, propició la formación o consolida-

Cuadernos de Historia Contemporánea 110 2003, 25 109-129 Núria Puig La ayuda económica norteamericana y los empresarios españoles ción de círculos empresariales pro-americanos en las principales regiones económicas del país, Madrid, el País Vasco y Cataluña. Concluiré arguyendo que la presencia norteamericana en la economía española de la dictadura actuó como catalizador de esos círculos, que se convir- tieron en trasmisores muy efectivos de la cultura del mercado y en modernizadores del tejido empresarial. Como la modernización técnica y organizativa de las empresas españolas era y sigue siendo muy dependiente de las innovaciones de los países más avanzados, y como los Estados Unidos pasaron a ser el primer socio comercial y la principal fuente de asistencia tec- nológica de las empresas españolas más modernas, gracias a su papel de embajador político y económico de España ante la futura Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), la modernización formal e ideológica de las empresas españolas tuvo mucho de americanización. El alcance de este fenómeno fue por supuesto limitado, dentro de las empresas y en el entorno en el que éstas desempeñaban sus funciones, pero probablemen- te mayor que en otros países europeos más abiertos y más creativos que España. La profunda transformación social que experimentó España en los años sesenta y setenta no es sólo atri- buible, naturalmente, a esta influencia, pero sin ella no se explica la normalización económica y social que precedió a la normalización política del país. Cincuenta años después de que España y Estados Unidos se convirtieran en desiguales aliados, la ayuda económica norteame- ricana puede abordarse como un fenómeno bastante más amplio que los programas en los que se concretó, y como un capítulo esencial de la historia económica y social española.

1. Estados Unidos y la economía española El final de la Segunda Guerra Mundial supuso para España, entre otras muchas cosas, el final de la neutralidad pro-alemana y el inicio de un largo esfuerzo diplomático por acercarse al mundo liberal y democrático que había salido vencedor de la contienda. Entre 1950 y 1953, en pleno proceso de institucionalización de la guerra fría, se logró el resultado más significativo de ese esfuerzo: el apoyo de los Estados Unidos. Hasta finales de los años cincuenta la primera potencia mundial actuaría como embajadora de España ante los principales países europeos, singularmente Francia y el Reino Unido, opuestos a la participación de la España franquista en los foros políticos y diplomáticos de la pos- guerra1. Los estudios aparecidos en los últimos veinte años a ambos lados del Atlántico

1 La posición de la Administración norteamericana no era, naturalmente, unánime. Mientras el Departamento de Estado subordinaba sus tesis a las de sus aliados europeos, el de Defensa presionaba para que España quedara incluida en la política exterior americana. En el Congreso, finalmente, actuaba el llamado Spanish Lobby, integrado por cinco grandes grupos: los católicos; los anticomunistas; parte del Ejército, como el Pentágono; opositores a Truman, fundamentalmente republicanos; y «hombres de negocios» interesados en el mercado espa- ñol, en particular los algodoneros del Sur. En la importación de algodón se apoyaban de hecho las relaciones comer- ciales hispano-norteamericanas desde comienzos del siglo XX, así como la Cámara Americana de Comercio, funda- da en Barcelona en 1917. Sobre el lobby algodonero y España, véase Edwards, Jill: Anglo-American Relations and the Franco Question, 1945-1955, Oxford, Oxford University Press, 1999, pp. 152-174.

111 Cuadernos de Historia Contemporánea 2003, 25 109-129 Núria Puig La ayuda económica norteamericana y los empresarios españoles dejan pocas dudas acerca de la naturaleza, esencialmente militar y política, del acerca- miento entre los Estados Unidos y la España franquista2. Desde el punto de vista econó- mico, fue un crédito de 62,5 millones de dólares, aprobado en septiembre de 1950, lo que marcó el inicio de la nueva era. El organismo designado para su gestión y ejecución fue el Export Import Bank (Eximbank), especializado en la concesión de créditos a largo plazo para fomentar el desarrollo económico de los aliados de los Estados Unidos. Si bien la ejecución de este crédito fue lenta y dificultosa, se consideró como el primer éxito de la diplomacia franquista, además de un balón de oxígeno para la economía española3. Las palabras del vicepresidente del Chase National Bank a Antonio Garrigues, de enero de 1950, son reveladoras del significado del crédito en el largo plazo: «A partir de ahora me parece que el caso de España debe quedar en manos de los españoles, porque se ha abier- to ya la puerta y os toca a ti y a tus amigos sacar el mejor partido de ello»4. En efecto, la

2 Véanse los trabajos pioneros de Viñas, Ángel: Los pactos secretos de Franco con Estados Unidos. Bases, ayuda económica, recortes de soberanía, Barcelona, Grijalbo, 1981; y «El Plan Marshall y Franco», en Guerra, dinero y dic- tadura. Ayuda fascista y autarquía en la España de Franco, Madrid, Crítica, 1984 (en octubre de 2003 está prevista la aparición de una versión actualizada del primer libro, bajo el título En las garras del águila, Barcelona, Crítica). Más recientes, y más centradas en la dimensión política del proceso, son las investigaciones de Portero, Florentino: Franco aislado, la cuestión española (1945-1950), Madrid, Aguilar, 1989; Guirao, Fernando: Spain and the Reconstruction of Western Europe, 1945-1957. Challenge and Response, Oxford, Macmillan, 1998; Liedtke, Boris N.: Embracing a Dictatorship. US Relations with Spain, 1945-1953, St. Martin’s Press-Macmillan, 1998; Moreno, Antonio: Franquismo y construcción europea, 1951-1962. Anhelo, necesidad y realidad de la aproximación a Europa, Madrid, Tecnos, 1998; Jarque Íñiguez, Antonio: «Queremos esas bases». El acercamiento de Estados Unidos a la España de Franco, Alcalá de Henares, Centro de Estudios Norteamericanos de la Universidad de Alcalá, 1998; Liedtke, Boris N.: «Spain and the United States, 1945-1975», en Preston, Paul y Balfour, Sebastián: Spain and the Great Powers in the Twentieth Century, New York, Routledge, 1999. Mientras Viñas limita el efecto de los empre- sarios, con el triple argumento de que el mercado español era demasiado reducido, existían importantes obstá- culos a la inversión extranjera y España desempeñaba un papel secundario en la política exterior americana, Liedtke enfatiza la influencia de los círculos empresariales en el cambio de la orientación estadounidense hacia el régimen de Franco. 3 La política del Eximbank consistía en conceder préstamos a proyectos concretos presentados por empresas privadas que justificaran técnica y económicamente su viabilidad y rentabilidad, probaran la inexistencia de mejo- res alternativas y se comprometieran a remitir informes periódicos sobre la ejecución de los fondos. El propio Departamento de Estado y altos directivos del banco, de un lado, eran muy críticos con el régimen político y econó- mico franquista. De otro, las autoridades españolas pretendían dedicar buena parte de esos fondos a la adquisición de alimentos y materias primas, y a apoyar proyectos del Instituto Nacional de Industria (INI), una institución que encarnaba el intervencionismo estatal y que las autoridades norteamericanas rechazaban de plano. Hasta 1953 no se aprobaron las autorizaciones que agotaban el total del importe concedido. 4 Citado por Puig, Núria y Álvaro, Adoración: «Estados Unidos y la modernización de los empresarios espa- ñoles, 1950-1975: un estudio preliminar», Historia del Presente 1, 2002, pp. 8-29, p. 15. El Chase National Bank fue una de las entidades mediadoras en el crédito del Eximbank. En cuanto al abogado Garrigues, casado con la hija del representante en España de la ITT (International Telephone & Telegraph), antes de convertirse en uno de los prin- cipales intermediarios de la inversión americana en España y ser nombrado embajador en Washington, tuvo un papel muy activo como asesor jurídico de las embajadas británica y norteamericana en el proceso de expropiación de los bienes alemanes en España, llevada a cabo entre 1945 y 1950. Las conexiones de la familia Garrigues con las empresas americanas se muestran en Muñoz, Juan; Roldán, Santiago y Serrano, Ángel: La internacionalización del capital en España, 1959-1977, Madrid, Edicusa, 1978, pp. 422-424.

Cuadernos de Historia Contemporánea 112 2003, 25 109-129 Núria Puig La ayuda económica norteamericana y los empresarios españoles compra de los suministros americanos y muchas otras oportunidades de negocio asocia- das al apoyo norteamericano, servirían para crear o fortalecer contactos entre las comu- nidades financieras e industriales de los dos lados del Atlántico, un proceso que aún se encuentra pendiente de reconstrucción histórica. También la valoración que los servicios de inteligencia del Departamento de Estado norte- americano hacían de la situación española tiene interés5. En octubre de 1950 daban cuenta del deterioro económico y social de España6. Su diagnóstico se ajustaba al de un país subdesarro- llado que necesitaba un cambio estructural y donde la ayuda exterior no podía resultar renta- ble. Los problemas de la agricultura, la presión demográfica y una cultura laboral premoderna, que resultaba en niveles de productividad bajísimos, situaban a España en una posición muy inferior a la de la mayoría de los países Marshall, y hacían de los Estados Unidos un aliado imprescindible, frente al cual –indicaba el informe- perdían sentido los sentimientos de neu- tralidad de los españoles. El peligro radicaba en la inflación que podía desatar el programa de ayuda e inversiones. El paso definitivo hacia el reconocimiento internacional del régimen franquista tuvo lugar en septiembre de 1953, cuando, tras varios meses de negociaciones, fueron firmados los Pactos de Madrid. Según estos acuerdos, la potencia americana, a cambio de la utilización con fines militares de parte del suelo español, se comprometía a conceder ayuda económi- ca, técnica y militar al gobierno franquista. De esta manera, el régimen no sólo avanzaba en su reconocimiento internacional, sino que conseguía recursos para la reconstrucción de la economía española, pendiente aún tras el fracaso de la política industrial franquista. El mecanismo era similar al del Plan Marshall. Buena parte de la ayuda era financiada por España, ya que debía depositarse en una cuenta del Banco de España el contravalor en pese- tas de los dólares concedidos, lo que se denominaba contrapartida. De estos fondos, hasta 1958 su mayor parte se destinó a los gastos de la Administración americana en España y a la construcción de sus bases7. Entre 1951 y 1963 fueron desembolsados, en concepto de ayuda

5 OSS-State Department Intelligence and Research Reports, Europe, 1950-1961 (OSS Europe). Este organis- mo fue el precedente de la CIA. He consultado estos informes, microfilmados, en la biblioteca de la Universidad de Glasgow (History CR20). La serie incluye 21 informes sobre España, fechados entre 1950 y 1958. 6 OSS Europe 0311: «Strategic Significance of Spain to the West: Economic Aspects», 9 octubre 1950. 7 De la contrapartida de la Ayuda Económica, un 10 por ciento se destinaba a gastos de la Administración ame- ricana en España, un 60 por ciento a la construcción de las bases, y el 30 por ciento restante a proyectos para el des- arrollo español. Este último porcentaje se amplió al 90 por ciento en 1958. En cuanto a la Contrapartida de la Ley Pública 480 y la Enmienda McCarran, adicionales a los convenios firmados en 1953, los porcentajes fueron del 30 y 20 por ciento, respectivamente, para gastos de los americanos, y el 70 y 80 por ciento restante para proyectos, en préstamo gestionado a través del Eximbank. Fernández de Valderrama, Gabriel: «España-USA, 1953-1964», Economía Financiera, 6, 1964, pp. 14-51. La contrapartida también existió en los acuerdos del Plan Marshall, pero no en términos tan desventajosos para los países receptores como en España. National Archives and Record Administration (NARA), RG. 469, entrada 387, caja 2.

113 Cuadernos de Historia Contemporánea 2003, 25 109-129 Núria Puig La ayuda económica norteamericana y los empresarios españoles económica, algo más de 1.300 millones de dólares8. Esta cantidad era sensiblemente inferior a los 8.353, 5.343, 2.972 y 2.679 millones de dólares que se habían asignado al Reino Unido, Francia, la República Federal de Alemania e Italia, respectivamente, años antes9. Entre 1946 y 1975, de hecho, España recibió únicamente un 0,92 por ciento de toda la ayuda internacional prestada por los Estados Unidos, un 1,25 de la militar y, eso sí, un 5,28 por ciento de los crédi- tos concedidos por el Eximbank en todo el mundo10. De los fondos asignados a España, como muestra el cuadro 1, destacaron las partidas de alimentos y materias primas, sobre todo algo- dón. El resto se utilizó en las importaciones de bienes de capital: equipos para la industria eléc- trica, material ferroviario, y maquinaria agrícola y siderúrgica. Los fletes y la asistencia técnica completaban el programa. En cuanto a los fondos de la contrapartida a disposición del gobier- no español, no consignados en el cuadro, la mayor parte se dedicó a proyectos agrarios y a infraestructuras, fundamentalmente a la reconstrucción de la red ferroviaria y a obras hidráu- licas11. La distribución de unos y otros fondos estuvo íntimamente ligada a las necesidades de la economía española y a los intereses americanos en la Península. El objetivo básico era hacer un uso eficiente del suelo español con fines militares y crear un clima favorable a las operacio- nes de su ejército. Esto requería estabilizar la economía española, combatiendo la inflación e imponiendo un tipo de cambio más realista, así como convencer a la Administración y a la población de las bondades de los Estados Unidos12. Para aprovechar al máximo las infraestruc- turas preexistentes y minimizar la inversión, las bases se localizaron cerca de núcleos de pobla- ción importantes, convertidos de esta forma en objetivos militares en caso de conflicto bélico.

Cuadro 1. La ayuda económica americana: partidas autorizadas y desembolsadas 1951-1963 (dólares)

CONCEPTO AUTORIZADO % EFECTIVO % • Inputs 403.164 27,55 399.479 29,35 – Carbón 47.373 11,75 44.635 11,17 – Algodón 270.284 67,04 261.387 65,43 – Fertilizantes 3.500 0,87 3.500 0,88

8 Calvo, Oscar: The Impact of American Aid in the Spanish economy in the 1950s, MSC Economic History Dissertation, London School of Economics, 1998, p. 19; Credibility, expectations, and the impact of American aid in the Spanish economy in the 1950s, Working Paper Universidad Carlos III, Madrid, 2000, pp. 5-8; «Bienvenido, Míster Marshall! La Ayuda Económica americana y la economía española en la década de 1950», Revista de Historia Económica, Año XIX, nº extraordinario, 2001, pp. 253-275; y tesis doctoral, leída en 2002 en la London School of Economics. 9 Calvo: op. cit., 2000, p. 256. 10 Puig, Núria y Álvaro, Adoración: «International aid and national entrepreneurship: A comparative analysis of pro-American business networks in Southern Europe, 1945-1975», Business and Economic History On-Line: The Proceedings of the Business History Conference 2003. 11 Fernández de Valderrama: op. cit. 12 NARA, RG. 469, entrada 387, caja 1.

Cuadernos de Historia Contemporánea 114 2003, 25 109-129 Núria Puig La ayuda económica norteamericana y los empresarios españoles

Cuadro 1. La ayuda económica americana: partidas autorizadas y desembolsadas 1951-1963 (dólares) (continuación)

CONCEPTO AUTORIZADO % EFECTIVO % – Otros 82.007 20,34 89.957 22,52 • Alimentos 589.664 40,30 578.401 42,50 • Bienes de capital 421.148 28,78 356.873 26,22 – Material ferroviario 59.475 14,12 50.895 14,26 – Otras infraestructuras 23.362 5,55 18.827 5,28 – Maquinaria agrícola 43.400 10,31 47.700 13,37 – Industria siderúrgica 74.682 17,73 39.711 11,13 – Industria eléctrica 138.345 32,85 100.206 28,08 – Otros 81.884 19,44 99.534 27,89 • Fletes 38.921 2,66 18.414 1,35 • Asistencia técnica 10.451 0,71 7.800 0,57 • TOTAL 1.463.348 1.360.967

Fuente: Calvo, 1998-2001.

La actuación americana se centró en todo momento en estos intereses militares. Así, para el correcto funcionamiento de las bases había que invertir en infraestructuras; para ganarse a la población, mejorar su nivel de vida, empezando por la alimentación; y para conseguir el apoyo del Estado y de los empresarios, asistencia técnica. Con ésta se pretendía, mediante el envío de equipos a Estados Unidos y la llegada de especialistas norteamericanos, dar a conocer, entre funcionarios, directivos y expertos, el paradigma tecnológico americano, subrayándose la importancia de la educación a todos los niveles y, especialmente, los logros del capitalismo13. Muchos contemporáneos, así como una parte de la Administración franquista, criticaron los escasos recursos concedidos desde Estados Unidos. Posteriormente, algunos autores han defendido la idea de que estas importaciones contribuyeron tanto a eliminar estrangulamien- tos en el sistema productivo español, derivados de la falta de materias primas y maquinaria, como a crear un ambiente favorable a la liberalización progresiva de la economía14. También

13 NARA, RG. 469, entrada 387, caja 2. 14 García Delgado, José Luis: «Crecimiento industrial y cambio en la política española en el decenio de 1950. Guía para un análisis», Hacienda Pública Española, 100, 1986, pp. 287-296; Fanjul, Enrique: «1951-1957: El despe- gue de la industrialización en España», Lecturas de economía española e internacional: homenaje al 50 aniversario del cuerpo de Técnicos Comerciales del Estado, Madrid, Ministerio de Comercio, 1981, pp. 125-149; Fanjul, Enrique, «El papel de la ayuda americana en la economía española, 1951-1957», Información Comercial Española, 577, septiembre de 1981, pp. 159-165.

115 Cuadernos de Historia Contemporánea 2003, 25 109-129 Núria Puig La ayuda económica norteamericana y los empresarios españoles se ha argüido que la firma de los acuerdos de 1953 originó un clima de confianza entre los inversores, al mejorar sus expectativas sobre la evolución de la economía y asegurar la estabi- lidad del país, propiciando el aumento sostenido de la inversión y fomentando por tanto el cre- cimiento económico15. Por otro lado, existen investigaciones que dan más importancia a los países europeos –los socios comerciales naturales de España– que a los Estados Unidos en el desarrollo del país. Las transacciones comerciales intraeuropeas habrían sido de acuerdo con esta interpretación el instrumento más eficaz de transferencia tecnológica después de la Segunda Guerra Mundial, provocando un lento y acumulativo proceso de crecimiento en toda la periferia europea16. Por su parte, los servicios de inteligencia presentaban a mediados de los años cincuenta un panorama más esperanzador de la situación española17. La población empezaba a ser cons- ciente de sus bajos niveles de vida, según los analistas, y los grupos económicos se mostraban irritados por la competencia de la empresa pública y la mala gestión económica, aunque el temor a una revuelta social les hiciera continuar apoyando la dictadura. Existían así dos aliados potenciales para emprender una liberalización de la economía española, muy en particular su anquilosado mercado de trabajo. Pero cualquier consideración sobre el impacto de la ayuda económica en el desarrollo efec- tivo del país pasa por conocer la evolución de la inversión norteamericana en España y de los intercambios comerciales entre ambos países. Sabemos que los Estados Unidos pasaron de ser el cuarto inversor y socio comercial de España en los años veinte a ocupar la primera posición durante la Segunda Guerra Mundial18. La importantísima caída de las dos actividades a partir de 1943 no impidió que se mantuviera la hegemonía americana. A principios de los años cin- cuenta, la embajada americana tenía registradas 65 filiales de 58 compañías norteamerica- nas19. Casi todas se habían fundado en la década de los veinte, y estaban relacionadas con el petróleo, los suministros de gas y electricidad, las telecomunicaciones, el material eléctrico, la automoción, la agricultura y el cine. La inversión directa era muy inferior a la ayuda, desde lue- go, pero como poco sirvió para sostener los intereses de las empresas norteamericanas y de sus socios hasta que, a raíz del Plan de Estabilización y de la flexibilización de la normativa sobre inversión extranjera, ésta volvió a despegar. En los años sesenta, la americana pasó a suponer entre un 40 y un 60 por ciento de toda la inversión extranjera en España, y un porcentaje aún

15 Esta es, a mi juicio, la idea más sugerente de la investigación de Oscar Calvo. 16 Guirao: op. cit.; Moreno: op.cit. 17 OSS Europe, 0483, «Spain’s Probable Role in Western Europe», 28 junio 1954. 18 Puig, Núria y Álvaro, Adoración: «La guerra fría y los empresarios españoles: el impacto de la ayuda técnica, 1950-1975», Revista de Historia Económica (en prensa). 19 NARA, RG 469, entrada 387, caja 31. Para entonces se habían producido ya, o estaban a punto de producirse, nacionalizaciones tan sonoras como las de Telefónica, Barcelona Traction y Ford. Sobre la inversión directa ameri- cana en España en perspectiva comparada, véase el trabajo pionero de Wilkins, Mira: The Maturing of Multinational Enterprise: American Business Abroad from 1914 to 1970, Cambridge Mass., Harvard University Press, 1974.

Cuadernos de Historia Contemporánea 116 2003, 25 109-129 Núria Puig La ayuda económica norteamericana y los empresarios españoles mayor en ciertos sectores estratégicos, como el petróleo. Se trataba de una inversión esencial- mente industrial, dominada por empresas como las filiales de la antigua Standard Oil, Texaco y Gulf; Dow Chemical, Monsanto y 3M; US Steel; General Electric y Westinghouse; ITT; Ford y Chrysler; y varios grupos agroalimentarios. El comercio exterior había experimentado mien- tras tanto una evolución similar, dando aliento a empresas españolas del calzado, el textil, las conservas y la fabricación de muebles, muy dependientes del mercado americano, y acentuan- do también la dependencia española en dos extremos: los suministros de alimentos y prime- ras materias y la importación de bienes de alta tecnología. Con todo, España nunca llegó a suponer más de un 1 por ciento de la inversión directa norteamericana, mucho más interesa- da, razonablemente, en los países del Mercado Común20. La intensificación, absoluta y relativa, de la presencia económica de los Estados Unidos en España ayuda a entender que la partida más modesta del programa de ayuda económica, la ayu- da técnica, tuviera tanta influencia en el entramado económico y social hispano. Y es que, tal como había vaticinado el ejecutivo del Chase, la ayuda contribuyó a que los empresarios y directivos españoles más abiertos y dinámicos entraran en contacto con nuevas ideas y tecno- logías. Su situación de atraso relativo y de aislamiento de Europa al menos hasta 1958, hizo de las agencias y de los inversores americanos los más importantes proveedores de técnicas y de ideas, desencadenando un proceso de americanización muy notable que los investigadores, hasta ahora, han tendido a ignorar. Como en otros países, la eficacia de la ayuda técnica depen- dió mucho de la capacidad de americanos y españoles de tejer o de fortalecer redes sociales de alcance local, nacional e internacional.

2. El entramado institucional de la Ayuda Técnica La ayuda técnica forma parte del llamado movimiento de la productividad21. En la España autoritaria del general Franco, las agencias americanas -United States Operations Mission (USOM), Foreign Operations Administration (FOA) e International Cooperation Administration (ICA)- encargadas de difundir el credo capitalista, actuaron con las ventajas derivadas tanto de su experiencia previa en otros países europeos como del atraso relativo español, que lo hacía más poroso o menos resistente a las ideas foráneas, pero, en cambio, tuvieron que dedi- car mucha energía a lidiar con la dictadura y los sectores más antiliberales. La acción conjun- ta de los agentes norteamericanos, algunos funcionarios españoles, los círculos empresaria- les más educados y sensibles a la necesidad de la integración mundial de la economía

20 Sobre la inversión directa norteamericana, véanse Bayo, Eliseo: El desafío en España, Barcelona, Plaza y Janés, 1970; Gallego, Martín: «Las inversiones de multinacionales USA en España», Economía Industrial 133, 1975, pp. 31- 45; Muñoz et al.: op. cit., p. 130; y Puig y Álvaro: op.cit. 21 Gil Peláez, José: «Los EE.UU. en el movimiento español de la productividad», Información Comercial Española 409 (septiembre 1967), pp. 145-148. Sobre las ideas e instrumentos del productivismo, en perspectiva comparada, véase el análisis de Guillén, Mauro: Models of Management. Work, Authority, and Organization in a Comparative Perspective, Chicago, Chicago University Press, 1994.

117 Cuadernos de Historia Contemporánea 2003, 25 109-129 Núria Puig La ayuda económica norteamericana y los empresarios españoles española, e instituciones tan consolidadas y tan ambiguas como la Iglesia, sirvió para tejer en las décadas centrales del siglo XX una serie de redes modernizadoras de la gestión y de la for- mación empresarial en los centros económicos más dinámicos del Estado, Madrid, Barcelona y País Vasco22. El desarrollo de los focos españoles de modernidad durante la dictadura está muy ligado a los Estados Unidos. A pesar de suponer menos de un 1 por ciento de la ayuda económica, la ayuda técnica se diseñó explícitamente para aumentar la bajísima productividad de las empresas hispanas, facilitar la penetración del capital y la tecnología estadounidenses, y difundir los principios capitalistas en el país. La más importante de las lecciones aprendi- das por las agencias en los países Marshall en ese complejo proceso era que el contacto directo con las empresas, asociaciones y universidades americanas era el medio más bara- to y eficaz para ganarse la confianza de la población europea y difundir el credo producti- vista y capitalista23. Los administradores del plan definían el colectivo más receptivo e influyente como aquél formado por empresarios, burócratas, titulados y estudiantes bri- llantes y jóvenes. Naturalmente, la naturaleza sincrética del régimen franquista constituyó un serio obstáculo para que la ayuda técnica se dirigiera a esos colectivos. Suanzes, el auto- crático presidente del INI, trató inicialmente de monopolizar tanto recursos económicos como proyectos de carácter técnico: intercambios entre empresarios, administradores y profesores de ambos países; becas para cursar estudios de organización industrial y admi- nistración de empresas en universidades americanas; creación de una escuela de negocios piloto; financiación de estudios sobre sectores industriales concretos; ayuda a la traducción y publicación de libros técnicos importantes. Esto demoró la puesta en práctica de muchos de esos proyectos, y fue causa de fricciones entre la Embajada de Estados Unidos en Madrid (donde tenían su sede las agencias competentes), las instituciones españolas que adminis- traban el programa (en los ministerios de Asuntos Exteriores, Industria y Comercio, y Educación) y el INI24. En buena medida, la ayuda técnica se apoyó en instituciones ya existentes, y en perso- nas, sobre todo, que estaban familiarizadas con los Estados Unidos. Una de esas perso-

22 En un trabajo pionero, Buesa y Molero consideraron que el principal impulsor de esta corriente moderniza- dora había sido el Estado: Buesa, Mikel y Molero, José: «Cambio técnico y procesos de trabajo: una aproximación al papel del Estado en la introducción de los métodos de la organización científica del trabajo en la economía españo- la durante los años cincuenta», Revista de Trabajo 67-68, 1982, pp. 249-268. A mi juicio, los empresarios tuvieron un papel bastante más destacado que las instituciones públicas en este proceso. 23 NARA, RG 469, entrada 387, caja 20. 24 Si bien el INI se interesó sobre todo por los créditos, mostrando una indiferencia creciente por todo lo rela- cionado con la ayuda técnica. Las fricciones con los americanos se vieron muy mitigadas por el hecho de que los fun- cionarios eran uno de los objetivos prioritarios de los programas modernizadores de la gestión. NARA, RG 469, entrada 387, caja 18.

Cuadernos de Historia Contemporánea 118 2003, 25 109-129 Núria Puig La ayuda económica norteamericana y los empresarios españoles nas era Fermín de la Sierra25. Ingeniero industrial por la Escuela de Madrid, De la Sierra había trabajado en el Instituto Nacional de Racionalización del Trabajo, creado en 1945 en el seno del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Bajo los auspicios del Instituto, en 1946 y 1947 viajó a los Estados Unidos, donde visitó varias universidades, asociaciones empresariales y empresas. A continuación se le brindó la oportunidad de visitar, en calidad de observador, algunas de las misiones de productividad creadas dentro del programa del Plan Marshall en varios países europeos. En 1952, y desde el Ministerio de Industria, fundó la Comisión Nacional de Productividad Industrial, de la cual sería secretario prácticamente hasta su disolu- ción en 1964. La CNPI era naturalmente una de las señales más visibles que la Administración española mandaba al mundo occidental para ser aceptado por el mismo, pues pretendía impul- sar y modernizar la empresa privada en España. Respondía también al deseo de los sectores más abiertos y capitalistas de esa Administración de aprovechar la oportunidad única que suponía el apoyo americano, articulado primero a través del crédito del Eximbank y después por medio de la ayuda económica y sobre todo técnica, a partir de 1954. Sería la CNPI precisa- mente la interlocutora de las agencias de cooperación americanas y el órgano director de los proyectos de carácter técnico más importantes y duraderos que financiaron los Estados Unidos hasta 1963: las comisiones regionales de productividad industrial y la Escuela de Organización Industrial. Se encargaría también la Comisión de proponer la distribución de los fondos de la ayuda técnica para cada ejercicio; de seleccionar a los miembros de cada una de las expedicio- nes industriales y académicas que se realizaron en esos años; y de buscar colaboradores idóne- os dentro y fuera de la Administración. Casi siempre, la CNPI hubo de actuar con diplomacia, pues era, a fin de cuentas, un mediador entre la Administración americana -que buscaba influir en el disminuido sector privado-, la Administración de un Estado totalitario –ávida de concentrar la actividad económica en el sector público-, y las iniciativas que la sociedad civil –vasca y catalana sobre todo- había puesto en marcha antes o después de la guerra en las áreas de la productividad o la formación industriales. De la CNPI se esperaba asimismo que contri- buyera a desbloquear muchas inversiones americanas en España, poniéndose al lado de la Embajada americana, y que facilitara la penetración y el desarrollo del capital estadounidense. Un análisis cuantitativo de los 143 programas de intercambio llevados a término entre 1954 y 1962 revela que la formación empresarial, en el sentido más amplio, tuvo un papel central: casi la mitad de los mismos, y un 40 por ciento de los 972 participantes, estuvieron relacionados con la dirección y gestión de empresas26. Explica esto que en el seno de la CNPI, y con apoyo finan-

25 En la espléndida biblioteca que él mismo legó a la Escuela de Organización Industrial se conserva una de sus pocas obras: Sierra, Fermín de la: La concentración económica de las industrias básicas españolas, Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1953. La crítica a la concentración industrial era uno de los temas recurrentes en la literatura falan- gista. De la Sierra fue sin embargo una persona flexible, que conjugaba la defensa del tejido empresarial tradicional –la pequeña y mediana empresa- con la admiración por el capitalismo americano. Los informes americanos sobre De la Sierra eran siempre elogiosos: NARA 469, entrada 387, caja 18. 26 Datos obtenidos a partir de un estudio de la CNPI publicado en Productividad, 124, 1963, pp. 1-14.

119 Cuadernos de Historia Contemporánea 2003, 25 109-129 Núria Puig La ayuda económica norteamericana y los empresarios españoles ciero y académico directo de las agencias y de universidades estadounidenses, se creara en 1955 la Escuela de Organización Industrial (EOI), la primera escuela de negocios a la americana en España y muy orientada por tanto, al principio, hacia la gran empresa, representada en Madrid por el INI27. En Barcelona, la EOI contó con una hermana, la Escuela de Administración de Empresas (EAE), que, sin asesores norteamericanos, hubo de apoyarse en diversas institucio- nes locales, públicas y sobre todo privadas catalanas. La estrella de estas dos escuelas quedaría pronto eclipsada por instituciones privadas como el Instituto Católico de Artes e Industrias – Instituto Católico de Administración y Dirección de Empresas (ICAI-ICADE), en Madrid, la Escuela Superior de Administración de Empresas (ESADE) y, sobre todo, el Instituto de Estudios Superiores de la Empresa (IESE) en Barcelona. Si los dos primeros nacieron de la colaboración entre empresarios locales y la Compañía de Jesús, el último fue fruto de una aso- ciación parecida entre consultores vascos y catalanes y la Universidad de Navarra, del Opus Dei. En mayor o menor medida, todas las escuelas pioneras se beneficiaron de la ayuda estadouni- dense, aunque ninguna tanto ni tan directamente como la EOI. Con el tiempo, sin embargo, fue IESE la que más imitó el modelo americano, al vincularse institucionalmente a la Harvard Business School. La americanización de IESE sería paralela a su éxito dentro y fuera de Cataluña, sin duda facilitado por el acceso a la Administración de varios miembros del Opus Dei. Hubo un año mágico para las escuelas de negocios españolas: 1958. El año en que se fundaron o arran- caron todas ellas, coincidiendo con los primeros pasos de la liberalización económica españo- la y el reconocimiento del fracaso de la política económica del primer franquismo. Pero donde la ayuda americana se hizo particularmente visible y duradera fue en la Asociación para el Progreso de la Dirección, creada en 1956 por el sociólogo Bernardino Herrero y por varios de los integrantes de uno de los primeros viajes de intercambio a Estados Unidos organizado por la CNPI. Desde el principio, APD centró su misión en los altos directi- vos de grandes empresas y en el fomento de la profesionalización de la gestión empresarial y la comunicación entre empresarios y directivos28. No es extraño que los gestores americanos miraran a APD como a su mejor alumno29. La historia de esta asociación, aún por hacer, cons- tituye además un magnífico punto de partida para abordar la de la inversión americana en España y sus efectos profundos en la sociedad y la economía del país.

27 La educación formal de los empresarios es aún un tema poco explorado. Existe un excelente análisis de sus inicios, encargado precisamente por la Fundación Ford a su principal beneficiaria en España, la Sociedad de Estudios y Publicaciones: Frederick, W.C. & Haberstroh, C.J.: La enseñanza de dirección de empresas en España. Management Education in Spain, Madrid, Moneda y Crédito, 1969. Véanse: Puig, Núria: «Educating Spanish Managers: the United States, Modernizing Networks, and Business Schools in Spain, 1950-1975», en Amdam, R.P. et alii (editores): Inside the Business Schools: The content of European Business Education, Oslo, Abstrakt Press, 2003, pp. 58-86; Puig, Núria y Fernández, Paloma: «Las escuelas de negocios y la formación de empresarios y directivos en España: Madrid y Barcelona, 1950-1975», VII Congreso de la Asociación de Historia Económica, Zaragoza, 2001; «The Education of Spanish Entrepreneurs and Managers: Madrid and Barcelona Business Schools», Paedagogica Historica 39/5, pp. 651-672. 28 APD, Informe de sus actividades, Madrid, 1970. 29 NARA, RG 469, entrada 387, caja 18.

Cuadernos de Historia Contemporánea 120 2003, 25 109-129 Núria Puig La ayuda económica norteamericana y los empresarios españoles

3. Nuevas oportunidades y nuevas iniciativas La historia de la ayuda técnica refleja muchas de las transformaciones que se estaban ope- rando en la economía, la política y la sociedad española de esos años. A comienzos de los cin- cuenta, la formación de empresarios, directivos y técnicos se había convertido en uno de los objetivos prioritarios de los planes de apoyo –y propaganda- americanos en España. Claro está que las ideas y las instituciones sostenidas directamente por los fondos norteamericanos no eran los únicos focos de modernidad en España, pero sí los más visibles. Dado el limitado número de personas preparadas y receptivas a este aspecto del capitalismo industrial, se ten- dió a cooperar, aunque hubo episodios de rivalidad de gran calado, especialmente en los últi- mos estadios de la ayuda, y relacionados con el cambio que se estaba produciendo en el gobier- no español, especialmente el desembarco de los tecnócratas en la segunda mitad de los cincuenta. Uno de los instrumentos más eficaces, y menos conocidos, de modernización de la gestión de empresas fue la consultoría30. Dominado por filiales americanas como Bedaux y MEC (Methods Engineering Council), pero también por otras francesas y belgas, este negocio registró un crecimiento explosivo en los años sesenta. Las consultoras establecidas en la década ante- rior jugaron con ventaja, controlando una parte importante de la difusión de la organización científica del trabajo y del enfoque de relaciones humanas. En calidad de socios o de clientes de las grandes consultoras nos encontramos a los principales agentes de la americanización española: el Banco Urquijo, el INI y las filiales de multinacionales americanas. La presencia norteamericana fue todavía mayor en las empresas de ingeniería, uno de los vehículos de la transferencia masiva de tecnología que se registró al término de la segunda conflagración mundial, en particular en ámbitos como la industria petroquímica, la energía eléctrica o la ingeniería civil. Entre las empresas pioneras deben mencionarse Foster Wheeler, constructo- ra de la refinería de Escombreras; Arthur D. Little, asociada a la familia Sendagorta; Lummus, de la que era socio Javier Benjumea; Procon, en la órbita del Urquijo; y McKee31. La actividad de las consultoras técnicas fue complementaria de la importante asistencia técnica que reci- bieron las empresas industriales españolas en la época del desarrollo. La pujante industria de servicios a la empresa incluía asimismo los estudios de mercado y publicidad. Las agencias publicitarias españolas se habían desarrollado de forma muy brillan- te, y bajo una fuerte influencia europea, en el período de Entreguerras32. Disminuidas o extin- guidas por la autarquía, no volvieron a florecer hasta la década prodigiosa de los sesenta. Para

30 Egurbide, Pedro: «El ‘consulting’ en España», Información Comercial Española (mayo 1976), pp. 133-137; Molero, José: «Las empresas de ingeniería», Información Comercial Española (agosto 1979), pp. 59-71; Kipping, Matthias y Puig, Núria: «De la teoría a la práctica: las consultoras y la organización de empresas en perspectiva his- tórica», en Erro, Carmen (directora): Historia empresarial. Pasado, presente y retos del futuro, Barcelona, Ariel, pp. 101- 131; Kipping, Matthias y Puig, Núria: «Entre influencias internacionales y tradiciones nacionales: las consultoras de empresa en la España del siglo XX», Cuadernos de Economía y Dirección de la Empresa, número extraordinario 2003. 31 Molero, José: «Las empresas de ingeniería», Información Comercial Española (agosto 1979), pp. 59-71. 32 IP Mark, «Un siglo de marketing y publicidad en España», 566, número extraordinario, julio 2001.

121 Cuadernos de Historia Contemporánea 2003, 25 109-129 Núria Puig La ayuda económica norteamericana y los empresarios españoles entonces, la hegemonía americana en el ámbito de la publicidad estaba plenamente consolida- da, lo que explica la extraordinaria americanización del mercado publicitario español que tuvo lugar, de la mano de filiales de agencias americanas (como J. Walter Thompson, McCann-Erikson, Benton Bowles, Leo Burnett, BBDO y Young Rubicam) o de asociaciones entre éstas y las agencias locales más relevantes (como Clarín, Alas, Tiempo y Danis). La publicidad fue un instrumento esencial en lo que los funcionarios, consultores e inversores norteamericanos de la época lla- maron educación económica de los españoles. Y es que una de las ideas más importantes de la americanización era que la producción debía estar al servicio del consumo: exactamente lo contrario que las autoridades económicas habían proclamado durante la autarquía. No es extraño que las asignaturas relacionadas con comercialización y ventas fueran las más popula- res en las escuelas de negocios españolas. Sabemos hoy que las fundaciones privadas, como la Ford, desempeñaron un papel muy notable en la difusión de las ideas económicas y empresariales norteamericanas en Europa, tomando en cierto modo el relevo de las agencias del Plan Marshall durante una segunda etapa de la guerra fría33. En España, la Fundación Ford actuó con extrema cautela, derivada de la incertidumbre política y económica que generaba la persistencia de la dictadura. Tras explorar el terreno, la Fundación optó por apoyar generosamente las actividades intelectuales del Banco Urquijo a través de la Sociedad de Estudios y Publicaciones, que incluyó un estudio muy útil sobre la educación empresarial en España34. La red española de la Fundación Ford incluía también a los herederos de la Institución Libre de Enseñanza y a la Universidad de Navarra, del Opus Dei. Su actuación se hizo más visible en los años setenta, en los campos de la reforma educativa y de la difusión de la lengua inglesa.

4. Los empresarios americanizados como agentes de modernización Los instrumentos de la ayuda económica americana sirvieron así para tejer unas redes en el terreno empresarial, público y privado, que tendrían una influencia desproporcionada en el desarrollo español35. Las instituciones nuevas se apoyaron casi siempre en instituciones vie- jas, en círculos sociales y económicos bien definidos, más visibles en las regiones de mayor tra- dición industrial, Cataluña y el País Vasco, que en el Madrid franquista, pero eficaces en todos los casos. Sería erróneo atribuir la formación de estas redes a la ayuda americana, pues en los

33 Gemelli, Giuliana: «American influence on European management education. The role of the Ford Foundation», en Amdam, Rolv-Petter (ed): Management, Education and Competitiveness. Europe, Japan and the United States, London, Routledge, 1996, pp. 38-67. 34 Los informes más interesantes son los de Waldemar Nielsen y, sobre todo, Peter Fraenkel, que viajaron por España por encargo de la Fundación entre 1968 y 1971. Ford Foundation Archives, informes 004574 y 009024. La Sociedad de Estudios y Publicaciones recibió entre 1957 y 1966 35 millones de dólares, pasando así a ocupar España una decimosegunda posición como beneficiaria de la Ford. La referencia completa del estudio se encuentra en la nota 26. 35 El concepto de redes empresariales procede, en sentido estricto, de la teoría de las organizaciones. Suele entenderse como una forma de organización distinta a la empresa moderna jerarquizada, que es la

Cuadernos de Historia Contemporánea 122 2003, 25 109-129 Núria Puig La ayuda económica norteamericana y los empresarios españoles tres casos se observa que instituciones católicas como la Compañía de Jesús o el Opus Dei des- empeñaron un papel clave en el campo de la educación empresarial, aunque siempre en res- puesta a las demandas del empresariado local. El entramado que la ayuda americana creó o reforzó en una España poco comunicada con otros países avanzados desempeñaría un papel importante en el desarrollo de las décadas cen- trales del siglo pasado. Los nexos entre los beneficiarios del primer crédito del Eximbank, las primeras expediciones industriales a los Estados Unidos y los contratos relacionados con la construcción de las bases militares eran muy fuertes. Como también lo eran los que les unían a las comisiones regionales de productividad, escuelas de negocios, consultoras y asociaciones empresariales de esa primera oleada estratégica. Todo apunta a que la ayuda técnica, canaliza- da a través de la Comisión Nacional de Productividad Industrial, constituyó una espléndida oportunidad para que empresarios, directivos y expertos de muy variada procedencia, pero atentos en todos los casos a lo que ocurría fuera de España, y sensibles al proceso innovador, adquirieran ventajas importantes en el contexto económico nacional y asumieran en conse- cuencia un papel relevante en el despegue de los años sesenta y principios de los setenta, por lo menos. Un reflejo de este hecho será la fuerte vinculación existente entre la inversión extran- jera –que era fundamentalmente americana– con la banca nacional y también con el INI36. La formación de redes para captar la ayuda americana tiene probablemente mucho que ver con tres cosas: el escaso desarrollo institucional del país, tal como los expertos enviados por la Fundación Ford insistían en señalar; el peso de los grupos empresariales de origen familiar en la economía española; y la oferta escasa de profesionales de la gestión empresarial con expe- riencia internacional. Pero no debe olvidarse que en otros países europeos las redes pro-ame- ricanas actuaron también con gran eficacia37. Si bien las redes españolas presentaban asime- trías regionales, administrativas e ideológicas significativas, hubo una tendencia llamativa a especializarse y a cooperar, sin duda por el reducido tamaño del mercado. Muy a grandes ras- gos, el proceso de americanización caló más en Madrid que en Barcelona o en el País Vasco. En Madrid se estaba privilegiando la industrialización, pública y privada, y la inversión estadou- nidense, lo que resultó en un crecimiento explosivo de la gran empresa38. En las cunas de la industria española, en cambio, las nuevas ideas y oportunidades tendieron a fundirse con las que ha inspirado la mayor parte de los análisis de sociología económica. En los últimos diez años, y gracias al impul- so del neoinstitucionalismo, ha empezado a aplicarse también a entornos empresariales, y se ha lanzado la hipóte- sis de que las redes, como los grupos, describen mejor la dinámica empresarial de países de desarrollo tardío, den- tro y fuera de Europa. Una obra de referencia: Powell, W. W. y Dimaggio, P. J. (eds): The new institutionalism in organizational analysis, Chicago University Press, 1991. El autor que más ha inspirado a los historiadores de la empresa ha sido probablemente el sociólogo Mark Granovetter. 36 Ver el interesante análisis de los consejeros comunes en: Muñoz et al.: op. cit., pp. 362-393. 37 Djelic, Marie-Laure: Exporting the American Model. The Poswar Transformation of European Business, Oxford, Oxford University Press. 38 Madrid absorbía un 36 por ciento de la inversión directa estadounidense en España. En Cataluña y en el País Vasco (donde la inversión europea estaba más consolidada), en cambio, sólo se concentraban el 26 y el 10 por cien- to respectivamente. Muñoz et al.: op. cit., pp. 132-134.

123 Cuadernos de Historia Contemporánea 2003, 25 109-129 Núria Puig La ayuda económica norteamericana y los empresarios españoles tradiciones sectoriales y asociativas, lo que explica que el impacto de la ayuda americana no fuera tan visible. El caso de Vizcaya, vinculada secularmente a la gran empresa y a los círculos financieros madrileños, se situaría a caballo entre los dos modelos. Para empezar, la CNPI y su principal artífice, el ubicuo Fermín De la Sierra, tuvieron un papel central en la difusión de recursos e ideas americanos39. Los instructores, profesores y directores de la Comisión se familiarizaron tempranamente con las teorías y técnicas más modernas sobre organización industrial y tuvieron una presencia intensa en el tejido empre- sarial de todo el país, algo que la práctica del pluriempleo favoreció extraordinariamente. Los vínculos entre la CNPI, la EOI y la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales de Madrid eran muy estrechos, por supuesto, pero sus profesores e instructores también presta- ban sus servicios en escuelas y consultoras privadas, como ICAI/ICADE y TEA. El economista Roberto Cuñat, por ejemplo, simultaneó la dirección de la consultora del grupo Urquijo, Técnicos Especialistas Asociados, con la del departamento de recursos humanos de Standard Eléctrica, filial de la americana ITT. Cuñat desempeñó un papel central en APD y la docencia en la CNPI, EOI e ICADE, siempre en calidad de experto en relaciones humanas, la corriente humanizadora del productivismo que impulsó Elton Mayo desde la Harvard Business School. En TEA convergieron dos grupos sociales de muy distinto talante: el liberal grupo Urquijo, liga- do desde el siglo XIX a la inversión extranjera en España, y el católico Javier Benjumea, inge- niero por ICAI, fundador de la empresa de ingeniería eléctrica con sede en Sevilla Abengoa y principal impulsor del patronato de ICAI e ICADE40. Fundado por empresarios y militares católicos, ICADE conoció un éxito fulgurante gracias a muchas cosas: sus conexiones con la eli- te madrileña y del sur de España a través de los colegios de la Compañía de Jesús; su relación directa con el ministro Alberto Martín Artajo; su hábil adaptación de la moderna gestión de empresas a la mentalidad de los patronos católicos; su atención a los mandos intermedios; y sus relaciones con la banca y el Ejército, que le permitieron ir erosionando el monopolio que la EOI había disfrutado como formadora de directivos del INI41. Relacionada con la multinacional americana 3M, Abengoa –el primer gran éxito de ICAI como impulsor de proyectos empresa- riales- tuvo sus primeros grandes contratos en el sector ferroviario –uno de los mejor atendi- dos por la ayuda americana- y en los aeropuertos de las bases americanas. Benjumea fue tam- bién uno de los primeros miembros de APD, donde se dieron cita las grandes empresas, españolas y americanas sobre todo, del momento. De un primer análisis de sus cien primeros

39 Entrevistado junto a Carlos Agulló en febrero de 1999 por la autora. 40 La relación del Urquijo con la inversión extranjera en España tiene su origen en su asociación con los Rothschild. La fortuna de la familia Benjumea también era antigua, pero tenía un carácter más técnico e industrial que financiero. Los caminos de ambas instituciones se cruzarían muchas veces en el siglo XX. 41 Las historias conmemorativas de ICAI-ICADE ofrecen mucha información sobre sus impulsores. Pero nuestra información procede sobre todo de sus archivos históricos, facilitada por Pedro Abassolo. ICADE: Nuestra Casa, 1908-1984. 75 años, Madrid, 1984. ICAI, más que ICADE, presenta casos muy interesantes de interrelación y clientelismo empresarial, como Talgo o la actual Iberdrola. ICAI: ICAI 1908-1978, Madrid, Instituto Católico de Artes e Industrias, 1978.

Cuadernos de Historia Contemporánea 124 2003, 25 109-129 Núria Puig La ayuda económica norteamericana y los empresarios españoles miembros y actividades se deduce que la base de esta organización pro-americana, diseñada a imagen y semejanza de la American Management Association, era madrileña42. La banca, las compañías eléctricas, el Instituto Nacional de Industria, las cementeras, farmacéuticas, con- sultoras y el grupo Urquijo, así como otros socios de inversores norteamericanos, se daban la mano en APD, que en cierto modo actuó como consultora, ella misma, especializada en temas de alta gestión, un ámbito que las escuelas de negocio madrileñas o barcelonesas aún no habí- an explorado. Los principales impulsores de APD fueron sin embargo el polifacético ingenie- ro de Caminos José María Gonzalo Aguirre, entre otras muchas cosas director de Banesto y fun- dador de Agroman, una de las beneficiarias del crédito del Eximbank y adjudicataria de algunas de las obras de las bases americanas; y Francisco Barceló, director de Unión Eléctrica Madrileña y con experiencia en la Calvo Sotelo y en Hidroeléctrica Moncabril, empresas todas receptoras del crédito del Eximbank y muy atendidas por la ayuda técnica. Los brazos de APD se extendieron hasta Bilbao a través de una sucursal que dirigía Aguirre Isasi, y a Barcelona por medio de uno de los miembros de la prolífica e hiperactiva familia Rivière. La empresa familiar del metal Rivière constituye probablemente el mejor espejo del movi- miento modernizador de la gestión empresarial en Barcelona43. Unidos por varias generacio- nes a la Escuela Superior Técnica de Ingenieros Industriales de Barcelona y a los colegios jesui- tas, bien situados en los círculos industriales de la ciudad, y relacionados con empresas extranjeras y la patronal europea católica del sector, los Rivière desempeñaron un papel activo en la modernización de la gestión empresarial en Cataluña y en sus propios talleres y despa- chos. Sus años de crecimiento explosivo coinciden con los de un gran contrato para fabricar las vallas metálicas de las bases norteamericanas44. También se convirtieron en los primeros alumnos del Instituto de Estudios Superiores de la Empresa, lo que les permitió aplicar por primera vez técnicas de dirección de empresas y participar en su adaptación al tejido empresa- rial familiar barcelonés. Fundado por un grupo de consultores vascos, con el ingeniero textil Antonio Valero a la cabeza, IESE mantuvo lazos directos con el entramado vizcaíno y guipuzco-

42 Tarea que sin la amable colaboración de María Teresa Lerroux (APD) no hubiera sido posible. 43 Caso estudiado por Paloma Fernández. Véase Fernández Pérez, Paloma: «La empresa familiar y el síndrome de BuddenbrΩook en la España contemporánea: el caso Rivière (1860-1979)», en Carreras, A.; Pascual, P.; Reher, D. y C. Sudrià (editores): Doctor Nadal. La industrialización y el desarrollo económico de España, Barcelona, Publicacions de la Universitat de Barcelona, Vol. II, 1999, pp. 1398-1414; Fernández Pérez, Paloma: «Francisco Luis Rivière Manén», en Torres, E. (director): Los 100 empresarios españoles del siglo XX, Madrid, LID, 2000, pp. 374- 379. Además: Puig, Núria y Fernández, Paloma: «Modernising Spanish Companies: the Implementation of Modern Management Ideas in Spain, 1945-1975», EGOS 17th Conference, Lyon, 2001; y Fernández, Paloma y Puig, Núria, «Knowledge and Training in Family Firms of the European Periphery: Spain, 18th to 20th centuries», Business History, 46, 1. 44 Jorge Rivière, el vínculo del productivismo barcelonés con las instituciones, públicas y privadas, madrileñas, había trabajado para el gobierno franquista de Burgos, lo que sin duda le permitió establecer relaciones muy útiles y duraderas con la nueva Administración. Rivière mantenía desde antes de la guerra un contacto intenso con la North-American Steel Wire Association. Esta información me ha sido facilitada por Paloma Fernández (Universitat de Barcelona).

125 Cuadernos de Historia Contemporánea 2003, 25 109-129 Núria Puig La ayuda económica norteamericana y los empresarios españoles ano. Un buen ejemplo es Juan Manuel Elorduy, que en los años sesenta relevaría a la genera- ción de Fermín de la Sierra en el Ministerio de Industria, propiciando o simbolizando la deca- dencia de la acción pública –CNPI, EOI- y el ascenso de la privada –IESE en particular-. Como ICADE en Madrid, ESADE en Barcelona se apoyó en las bases sociales de la Compañía de Jesús y diseñó programas para la patronal católica y para los mandos intermedios. Las instituciones públicas, o semipúblicas, tuvieron en el ingeniero José Orbaneja a su principal promotor. Profesor de Organización Industrial en la Escuela de Ingenieros Industriales de Barcelona, Orbaneja dirigió el centro regional de la CNPI, fundó la Escuela de Administración de Empresas y trabajó como consultor en La Maquinista Terrestre y Marítima, otra empresa rela- cionada con la CNPI y la ayuda americana. Con Orbaneja colaboraba en Barcelona otro inge- niero, Patricio Palomar, experto en cemento, participante en uno de los primeros programas de intercambio con Estados Unidos y directivo de Asland. La relación entre el sector del cemento y la construcción de las bases es también obvia. El entramado vasco fue aparentemente el menos sensible a la ayuda técnica america- na. La formación de empresarios estaba atendida desde 1916 por la Universidad Comercial de Deusto, creada de acuerdo con el modelo de la milanesa Bocconi. Quizás por esta razón no salió adelante el proyecto –aprobado por las agencias americanas- de crear una escuela similar a EOI en la Escuela de Ingenieros Industriales de Bilbao. La acción pública se articuló por medio de las comisiones regionales de la CNPI en Vizcaya y Guipúzcoa, que atendían las necesidades, muy distintas, de los industriales locales. Los instructores y consultores de la CNPI, como Carlos Agulló, discípulo de De la Sierra, no pudieron sino colaborar con las muchas asociaciones sectoriales de las dos provincias, que fueron también sus principales sostenedoras. En el terreno privado, y en Vizcaya, actuaba el propio Juan Manuel Elorduy, ingeniero instructor de la CNPI, consultor pri- vado, directivo de Echevarría SA –empresa relacionada con los programas de intercam- bio técnico y la CNPI- y más tarde alto cargo en Industria con el ministro López Bravo y asesor de IESE. Pero lo más destacable de Vizcaya es que hubo una serie de empresas, relativamente grandes y receptivas a nuevas tecnologías, como Arregui Constructores, la filial americana General Eléctrica, Altos Hornos de Vizcaya y Babcock Wilcox, que cola- boraron muy activamente con la CNPI. Los nexos con los créditos del Eximbank y la construcción de las bases son también claros. En última instancia, el funcionamiento de estas redes dependía del tejido empresarial espa- ñol. La penetración de nuevas técnicas e ideas inspiradas en el modelo americano fue funda- mentalmente canalizado a través de las personalidades e instituciones descritas, pero, al igual que se ha observado para otros países, esta transferencia tecnológica no fue exacta, sino que se combinó, en diferente medida según empresas y sectores, con la realidad española. Es signifi- cativo que dos de los mejores diagnósticos de esta realidad con los que cuenta hoy el investiga- dor fueran auspiciados por la EOI. El primero es el informe que Arthur Shedlin, el consultor de Chicago que vigiló la puesta en marcha de la escuela piloto madrileña entre 1957 y 1959,

Cuadernos de Historia Contemporánea 126 2003, 25 109-129 Núria Puig La ayuda económica norteamericana y los empresarios españoles redactó antes de partir45. Señalaba Shedlin, elogioso, que la EOI constituía uno de los mayores éxitos de la ayuda técnica norteamericana en Europa, pero que su futuro estaba condicionado, entre otras cosas, por el tejido empresarial español, del que destacaba cuatro características: las empresas medianas y grandes estaban dominadas por ingenieros sin formación empresarial o humanística, lo que obstaculizaba la modernización de las relaciones laborales, uno de los grandes problemas del país; las pequeñas y medianas empresas eran por lo común presas de los intereses familiares y de amistad; la profesionalización de la gestión era muy rara; y, a falta de una estructura jerarquizada y departamentos de recursos humanos, las relaciones humanas en las empresas presentaban muchas deficiencias y constituían un potencial de conflictividad. Casi inmediatamente después se puso en marcha un ambicioso proyecto de la EOI: estudiar a escala nacional y regional la estructura empresarial y la mentalidad de los empresarios espa- ñoles. Los autores de este estudio ya clásico fueron Juan Linz, a la sazón profesor ayudante en Columbia, y Amando de Miguel, que estaba realizando su tesis sobre este tema46. Según estos autores, el sector, entorno y trayectoria de cada empresa definía su grado de modernidad, expresado en su mayor o menor receptividad a nuevas tecnologías. La tradición empresarial regional resultaba también determinante a la hora de explicar el dinamismo empresarial y la tendencia, mayor o menor, a crecer, organizarse burocráticamente y profesionalizar la gestión. En la investigación en curso que sirve de base a estas páginas se ha detectado también que, a pesar de la comunicación y cooperación inherente a las redes empresariales descritas, hubo pautas diferentes por zonas, más ligadas a su propia tradición, Barcelona y el País Vasco, y más tributarias del impulso estatal, Madrid y Asturias, por ejemplo47. Linz y Miguel subrayaban, con datos de comienzos de los sesenta, que en Barcelona o Guipúzcoa la persistencia de la empresa pequeña y familiar hacía a los empresarios en general más reacios a la burocratización y a la tecnificación –los indicadores de modernidad de este estudio- de sus establecimientos. En cambio, en Madrid y Vizcaya, con empresas públicas o privadas más grandes y menor por- centaje de herederos entre sus directivos, detectaban una mayor receptividad a nuevas técni- cas y teorías, así como una mayor contratación, tanto de ingenieros como de mandos interme- dios, de dentro o de fuera de la región. Si se aplicara de forma explícita el concepto de americanización al análisis de estos autores –que lo hacen implícitamente, al identificar

45 Archivo General de la Administración, Comercio, Caja 36.572, Expediente 17. 46 Linz, Juan y Miguel, Amando de: «Fundadores, herederos y directores en las empresas españolas», Revista Internacional de Sociología, 21 (81), 1963, pp. 5-38; 21 (82), 1964, pp. 185-216; 22 (85), 1964, pp. 5-28; Miguel, Amando de y Linz, Juan: «Los problemas de la retribución y el rendimiento, vistos por los empresarios españoles», Revista del Trabajo, 1, 1963, pp. 35-140; «Los servicios sociales de las empresas españolas», Revista del Trabajo, 3, 1963, pp. 27-115; «Características estructurales de las Empresas españolas: tecnificación y burocracia», Racionalización, 94, 1964, pp. 1-11, 97-104, 193-208, 289-296. 47 No hay duda que Asturias supone un caso central en el tema que estamos tratando. Fue el escenario de uno de los proyectos más aparatosos del INI, ENSIDESA, y de algunos de los experimentos más queridos por la CNPI, la Fábrica de Mieres y Duro-Felguera. En Asturias se crearía también un centro regional de la Comisión.

127 Cuadernos de Historia Contemporánea 2003, 25 109-129 Núria Puig La ayuda económica norteamericana y los empresarios españoles modernidad con el modelo de gran empresa gerencial americana- podría concluirse que, en general, fueron más receptivos a las ideas americanas los empresarios madrileños y vizcaínos que los barceloneses y guipuzcoanos. En todas las regiones, sin embargo, se puso de manifies- to una gran capacidad de organización para acercarse, cuando no monopolizar, a la ayuda téc- nica y obtener una serie de ventajas que, en la España aislada de los cincuenta, podían tener efectos multiplicadores extraordinarios. Y es que lo verdaderamente relevante de los programas de ayuda estadounidense fue que actuaron como catalizador del movimiento modernizador que habría de acompañar la progre- siva liberalización de la economía española en los años sesenta y setenta. En este sentido, la experiencia hispana es similar a la de los países del Plan Marshall, si bien la influencia norte- americana resultó todavía más intensa en España, al menos por dos razones: el menor des- arrollo empresarial, que amortiguó choques o resistencias culturales, y la situación privilegia- da en la que actuaron las agencias y empresas americanas hasta 1958, cuando España fue oficialmente aceptada por las instituciones económicas internacionales. Como en otros países europeos, la ayuda económica y técnica sirvió para tejer o reforzar redes sociales relativamen- te pequeñas, pero de gran impacto en el desarrollo político y económico. Los «amigos de los americanos» formaban así un grupo relativamente pequeño y homogéneo, aunque bastante más numeroso e ideológicamente complejo del que aquí se ha presentado. Su homogeneidad vendría dada por su pertenencia a familias de tradición empresarial y profesional, por su edu- cación en colegios de elite, por su conocimiento de idiomas extranjeros y por sus relaciones internacionales, valores estos últimos nada desdeñables en una sociedad tan ensimismada como la española. Pero hubo también oportunidades en la Administración y en el sector pri- vado. Los primeros créditos del Eximbank y los contratos relacionados con la construcción de las bases, que situaron en el centro de las redes a sectores como la construcción, la electricidad y la siderurgia, son sólo algunos ejemplos de la estrecha relación que existió entre los Estados Unidos y lo que en el contexto español estoy llamando redes de modernidad. Resulta significativo, para acabar, que la mayor parte de las iniciativas aquí descritas empe- zaran a funcionar a finales de los años cincuenta, cuando se hizo evidente el fracaso de la polí- tica económica de la dictadura, el sistema social impuesto se resquebrajaba, y las democracias occidentales condicionaban el ingreso de España en los principales foros económicos interna- cionales a su liberalización. En 1958, un extenso informe de los servicios de inteligencia del Departamento de Estado señalaba que el gobierno español se había hecho «peligrosamente dependiente de los Estados Unidos»48. Tal como los mismos observadores habían anticipado a comienzos de la década, la población ya no se resignaba a seguir viviendo peor que sus veci- nos del norte de Europa, pero no podía confiar en la ayuda americana para salir del subdesa- rrollo, pues el objeto de esa ayuda no había sido ni debía ser otro que mantener la estabilidad

48 OSS Europe, 0579, «Probable Developments in Spain», 7 agosto 1958.

Cuadernos de Historia Contemporánea 128 2003, 25 109-129 Núria Puig La ayuda económica norteamericana y los empresarios españoles económica y social del país. El Plan de Estabilización, presentado a las autoridades americanas en 1959, y el célebre informe del Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF) publicado en España en 1962, refuerzan la tesis de un momento clave en la historia económi- ca y social española, muy influido por sus principales socios internacionales49. En los años prodigiosos que siguieron a ese momento, las redes empresariales pro-americanas no hicie- ron sino afianzar su protagonismo. La agonía del franquismo autárquico, la ayuda americana y la presión internacional habían sido sus catalizadores, aunque no sus progenitores.

49 BIRF: El desarrollo económico de España, Madrid, Oficina de Coordinación y Programación Económica, 1962.

129 Cuadernos de Historia Contemporánea 2003, 25 109-129 Estados Unidos y la transformación general de las empresas españolas

The United States and the general change of Spanish companies

José Luis GARCÍA RUIZ

Universidad Complutense de Madrid

La administración y dirección de empresas se consolidó en Estados Unidos en las últimas PALABRAS CLAVE décadas del siglo XIX, mucho antes que en Europa. Pronto se entendió como un factor clave del liderazgo norteamericano y se abrió el debate en torno a la conveniencia de Siglo americanizar las estructuras empresariales de otros países. Dadas las enormes diferencias XX RESUMEN entre Estados Unidos y España, no fue posible avanzar mucho en esa dirección en nues- Relaciones tro país durante la primera mitad del siglo XX, pero, según se demuestra en este trabajo, Estados Unidos- también hubo muchas resistencias a una plena americanización durante las siguientes España etapas desarrollistas. La cultura parece un factor importante a la hora de explicar estas historia dirección de dificultades. empresas

Business administration was implemented in the United States during the last decades of KEY the 19th century, much earlier than in Europe. Soon afterwards it was identified as a key WORDS factor in the American progress to world leadership and a debate on the possibilities of the Americanization of the business structures outside the United States was open. During 20th century

ABSTRACT the first half of the 20th century, it was not possible to go ahead in this way in the Spanish United States-Spain case because of the huge differences between the two countries. But, as it is shown in this relationships work, there were also many difficulties during the fast growth years of the 1960s and history afterwards. Culture seems to have played an important role in these resistances. management

SUMARIO Introducción. 1. Dos mundos distantes: la empresa española y la empresa norteamericana antes de 1953. 2. Los primeros contactos: la época de la ayuda y las grandes inversiones norteamericanas (años 50, 60 y 70). 3. La exploración de otros modelos: la influencia de Alemania y Japón durante las últimas décadas y la posibili- dad de llegar a una «dirección hispana». Conclusiones.

Cuadernos de Historia Contemporánea 131 ISSN: 0214-400X 2003, 25 131-153 José Luis García Ruiz Estados Unidos y la transformación general de las empresas españolas

Introducción* La administración y dirección de empresas se consolidó como ciencia en Estados Unidos en las últimas décadas del siglo XIX, mucho antes de que adquiriera ese carácter en Europa. Pronto se vio que era un factor clave para entender la posición de liderazgo mundial alcanzada por el país, por lo que no es extraño que en todas partes se desatara el debate en torno a la conve- niencia de la americanización de las estructuras empresariales1. La España de la primera mitad del siglo XX no fue ajena a ello pero, como veremos en el apartado 1, era tal la distancia que separaba a ambas sociedades y formas empresariales que difícilmente fue posible algún tipo de emulación. El apartado 2 arrancará del Pacto de Madrid (1953), acuerdo entre los gobiernos español y norteamericano que supuso un espaldarazo decisivo a la dictadura de Franco. Se abrían nuevos horizontes de entendimiento que, previsi- blemente, deberían haber tenido su traducción en una americanización de la gestión empre- sarial, máxime cuando en España se carecía de modelo propio. Sin embargo, sólo en las nume- rosas filiales de las grandes multinacionales norteamericanas que se instalan en suelo español durante los años 60 y 70 se detectó una traslación completa. El mundo empresarial autóctono mantuvo una actitud más reservada, que coincidía con el criterio más extendido entre las auto- ridades. El apartado 3 se centrará en la exploración de modelos alternativos al norteamericano que se efectuó durante los dos últimas décadas del siglo XX, motivada por la incorporación de España a la Comunidad Económica Europea y el éxito del paradigma japonés. Finalizaremos tratando de extraer algunas conclusiones.

1. Dos mundos distantes: la empresa española y la empresa norteamericana antes de 1953 1.1. Estructuras empresariales muy diferentes Es conocido el escaso dinamismo de la empresa española en la primera mitad del siglo XX2. La empresa industrial número 200 en el ranking por activos de Estados Unidos estaría coloca-

* Este trabajo se ha beneficiado de la participación de su autor en el proyecto «La influencia de los Estados Unidos en la modernización económica y social de Madrid, 1950-2002», financiado por la Comunidad de Madrid con Ref. 06/0127/02, y de su discusión académica en el Curso de Especialización del Consejo Superior de Investigaciones Científicas «Las relaciones entre España y Estados Unidos en el siglo XX (I): política exterior y eco- nomía», dirigido por Lola Elizalde y Lorenzo Delgado (febrero-marzo de 2003) y en el Curso de Verano de la Universidad Complutense de Madrid «50 años de relaciones entre España y los Estados Unidos» (1-5 de septiem- bre de 2003), organizado por Antonio Niño y Núria Puig. 1 El enorme peso que ha tenido el management made in USA puede deducirse de la lectura de García Ruiz, J.L.: Grandes creadores en la historia del management, Barcelona, Ariel, 2003. Sobre la americanización de las empresas europeas existen numerosas obras, destacando entre las recientes Kipping, M. y Tiratsoo, N. (eds.): Americanisation in 20th Century Europe: Business, Culture, Politics, Vol. 2, Lille, Université Charles-de-Gaulle, 2002. En esta obra se insiste en que la americanización devino en la creación de modelos empresariales híbridos más que en el puro tras- plante de la experiencia de Estados Unidos. 2 Carreras, A. y Tafunell, X.: «La gran empresa en España (1917-1974). Una primera aproximación», en Hernández Andreu, J. y García Ruiz, J.L. (comps.): Lecturas de historia empresarial, Madrid, Cívitas, 1994, pp. 429- 487.

Cuadernos de Historia Contemporánea 132 2003, 25 131-153 José Luis García Ruiz Estados Unidos y la transformación general de las empresas españolas da como quinta en el ranking español de 1917, cuarta en el de 1930 y primera en el de 1948. Igual proceso se dio con relación a Gran Bretaña, cuyos puestos respectivos serían el 33, el 23 y el 8. Sólo comparando con Alemania se aprecia mejora: puestos 25, 41 y 47, respectivamente. Pero claro, estamos hablando de una empresa alemana muy castigada por dos guerras mun- diales. A comienzos del siglo XX, las compañías ferroviarias constituían el paradigma de la gran empresa española, como lo habían sido cincuenta años antes en Estados Unidos. Sus activos representaban casi la mitad del total de las doscientas mayores. Hacia 1930, la hegemonía ferroviaria y de las compañías de transporte marítimo seguía sin ser cuestionada pero esta- ba en declive. Compañías eléctricas y de teléfonos ascendían, y también lo hacía la industria manufacturera, mientras que la minería rodaba por la pendiente. Finalmente, hacia 1948, no se habían registrado cambios sustanciales, aunque se nota una recuperación de los trans- portes en detrimento de las empresas mineras y eléctricas. En líneas generales, la pauta de especialización de la gran industria española estaba más próxima a la británica (ligada a manufacturas de la primera revolución industrial) que a la de Estados Unidos (líder de la segunda industrialización). Si el cambio estructural no parece evidente en la especialización de la gran empresa, sí lo es el hecho de que entre 1930 y 1948 se produjo una intensa renovación en la cúpula de la gran empresa: sólo 7 empresas se mantuvieron entre las 20 primeras en cada uno de esos años. Esto se debía a dos factores: por un lado, la propia evolución del mercado; por otro, la intervención del Estado. Estas intervenciones fueron de gran calado en los años 20 —propi- ciando, por ejemplo, los monopolios de la telefonía y del negocio del petróleo— y, luego, profundizadas por las actuaciones del Nuevo Estado del general Franco en favor de la empre- sa pública. Todo lo dicho confirma la impresión de que el mundo empresarial español anterior a los Pactos de Madrid (1953) era radicalmente distinto al norteamericano. Aquí hasta las empre- sas grandes resultaban pequeñas, allí funcionaba un capitalismo dominado por grandes cor- poraciones que tenían sus sedes en rascacielos que desafiaban las leyes de la gravedad; aquí había una creciente intervención del Estado, allí se conservaban los rasgos esenciales del liberalismo económico; aquí las empresas se caían del ranking en pocas décadas, allí había permanencia en el liderazgo. Y eso por no hablar del abismo que separaba a ambos mundos empresariales en términos de innovación tecnológica y organizativa. Pero existía un resquicio por el que podía colarse la americanización en España: el de las empresas de capital norteamericano. Antes de la Primera Guerra Mundial, su número fue muy escaso. Una conocida guía de la inversión extranjera, sólo recoge siete3: tres empresas manu- factureras (la Armstrong, establecida en Sevilla en 1878; la Singer, establecida en Madrid en

3 Tortella, T.: Una guía de fuentes sobre inversiones extranjeras en España (1780-1914), Madrid, Banco de España, 2000.

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1894; y Corchera Internacional, establecida en Palamós en 1912 con capital franco-norteame- ricano); dos comerciales (la Electric Supplies, establecida en Barcelona en 1912 para vender pro- ductos Westinghouse, y Bevan y Cía., establecida en Málaga en 1886 para dedicarse al comercio en general); un banco de negocios (la casa Morgan); y una compañía de seguros (La Equitativa de los Estados Unidos, establecida en Madrid, en 1882, como filial de The Equitable Life Assurance Society of the United States). La última de la relación parece ser la más importante y, afortunadamente, disponemos de un estudio monográfico que, además, nos advierte de la existencia de otra compañía no reco- gida por la guía: The New York Life Insurance4. Según este estudio, La Equitativa fue una empre- sa muy exitosa pues ofrecía: 1) un producto muy atractivo en la época, basado en la combina- ción del seguro de vida con una tontina –que consistía en el pago de una cantidad mensual durante un periodo fijo y una vez finalizado éste se repartía el capital entre los sobrevivientes–; 2) la seguridad de responder con sus cuantiosas reservas depositadas en Estados Unidos. En 1914, su cuota de mercado en el ramo de vida se situó en torno al 20 por 100, no muy lejos de la otra compañía norteamericana, y siendo superadas ambas sólo por Banco Vitalicio. Los avata- res de la guerra y el nacionalismo económico desatado hicieron que las filiales pronto perdie- ran esa privilegiada posición pero las compañías nacionales se aprovecharon de las técnicas actuariales y de gestión transmitidas por las empresas norteamericanas de seguro de vida. Entre 1914 y 1945, es decir, entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial es, la inversión norteamericana en España se activó. El grueso de la inversión llegó en la década de 1920, don- de se registran la aportación decisiva de la International Telephone and Telegraph (ITT) en la Compañía Telefónica Nacional de España y sus suministradores (Standard Eléctrica y Marconi Española, principalmente), la llegada de dos gigantes del automóvil (Ford y General Motors) y también el desembarco de General Electric. El Departamento de Comercio norteamericano esti- maba que la inversión directa en España ascendía en 1929 a cerca de 500 millones de pesetas, cuando en 1918 habían sido menos de 18 millones. Y seguiría creciendo hasta los primeros años 40, cuando la magnitud del nivel alcanzado fue tal que, si se deflacta correctamente, no volveremos a encontrarla hasta los años 605. Se ha señalado cómo los casos estudiados para estos años muestran una transferencia de tecnología y de modelos organizativos que se vería bruscamente interrumpida por la autarquía franquista6.

4 Pons, J.: «La aportación de las compañías de seguros de vida norteamericanas a la formación del mercado español (1909-1940)», en La americanización en España: 50 años de influencia económica y social, ponencias del seminario organizado por José Luis García Ruiz y Núria Puig, Universidad Complutense de Madrid, 12-13 de sep- tiembre de 2002. 5 Tascón, J.: «Inversiones y empresas norteamericanas en España, 1929-1964», en La americanización en España: 50 años de influencia económica y social, ponencias del seminario organizado por José Luis García Ruiz y Núria Puig, Universidad Complutense de Madrid, 12-13 de septiembre de 2002. 6 Maluquer, J.: «La penetración del modelo económico norteamericano en España en el primer tercio del siglo», en Las relaciones de España y Estados Unidos en el siglo XX (I): política exterior y economía, ponencias del semi- nario organizado por Lola Elizalde y Lorenzo Delgado, Curso de Especialización del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, febrero-marzo de 2003.

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1.2. La escasa difusión de la organización científica del trabajo Las primeras publicaciones sobre organización del trabajo y de la empresa aparecieron en España a finales del siglo XIX gracias al trabajo de un puñado de reformistas sociales y expertos en formación profesional. Dada la concentración del mundo fabril en Cataluña, no resulta extraño que fuera en esa región donde se hicieran las principales aportaciones, como forma de dar respuesta también a una conflictividad social exacerbada. La falta de colaboración de la gran patronal catalana Fomento del Trabajo Nacional, partidaria de la mano dura, no facilitó la tarea. Un célebre reformista de aquellos años, José Mallart, ha señalado que las dos primeras ins- tituciones españolas que se ocuparon de la psicología industrial y organizacional fueron el Instituto de Orientación Profesional de Barcelona, nacido en 1914 en la Universidad Industrial de Cataluña, y la Junta de Pensiones a Ingenieros y Obreros, dependiente del Instituto de Reformas Sociales (precursor del Ministerio de Trabajo y Previsión Social)7. El Instituto ejerció su actividad dependiendo de la Diputación Provincial y, más tarde, de la Generalitat de Cataluña. Se inició atendiendo a jóvenes que buscaban orientación profesional y a los conductores de autobuses urbanos que debían pasar un examen impuesto por la Municipalidad de Barcelona. Desde 1920 publicó una revista llamada Analsy participó en la orga- nización de reuniones nacionales e internacionales, como la II Conferencia Internacional de Psicología Aplicada a la Orientación Profesional y a la Organización Científica del Trabajo (1921). La Junta de Pensiones operó desde Madrid y participó en 1922 en la organización del Instituto de Reeducación de Inválidos del Trabajo, que tenía una Sección de Orientación Profesional y un Laboratorio Psicofisiológico encargado del estudio de las aptitudes remanen- tes de los mutilados por accidentes de trabajo, así como de ayudarles en su readaptación fun- cional y ocupacional. Nos dice Mallart que allí se experimentaron problemas de psicomotroci- dad y de ergología que sirvieron para los primeros cursos organizados en Madrid para la formación complementaria de médicos del trabajo, así como para un curso más largo, organi- zado especialmente para la formación de los técnicos que iban a trabajar en catorce oficinas- laboratorios de Orientación y de Selección Profesional. De la Junta surgió el Instituto de Orientación y Selección Profesional de Madrid, que fue integrado en 1924 en el Ministerio de Trabajo e Industria, al lado de las instituciones de enseñanza técnica. En 1928 se constituyó el Comité Nacional de Organización Científica del Trabajo (CNOCT), con la colaboración de elementos que habían participado en las citadas instituciones, ingenie- ros y representantes del mundo empresarial y laboral, y que presidió el general, ingeniero y sociólogo José Marvá Mayer, que contaba con 82 años y una larga experiencia en entidades relacionadas con el Instituto de Reformas Sociales. Funcionó como una asociación libre y publicó trimestralmente la Revista de Organización Científica, cuya redacción se instaló en el ahora denominado Instituto Psicotécnico de Madrid. El CNOCT involucró a sus miembros en

7 Mallart, J.: Psicología industrial y organizacional, Madrid, Asociación Iberoamericana para la Eficiencia y la Satisfacción en el Trabajo, 1981.

135 Cuadernos de Historia Contemporánea 2003, 25 131-153 José Luis García Ruiz Estados Unidos y la transformación general de las empresas españolas el movimiento internacional a favor de la racionalización del trabajo y auspició la difusión del célebre «Gráfico Gantt»8. Pero el CNOCT contó con escasos recursos y sufrió el desinterés del Estado y de los agentes sociales (empresarios y trabajadores), quienes desconfiaban del taylorismo —doctrina enun- ciada por el norteamericano Frederick W. Taylor para racionalizar la productividad en la fábri- ca— como solución para resolver los conflictos y aumentar la competitividad. La escasez de ingenieros era otro elemento que ejercía una influencia negativa. Dentro de los tayloristas existían, además, importantes diferencias. Se ha hablado de tres grupos9: «tayloristas conven- cidos» (como Pedro Gual Villalbí, destacado miembro del CNOCT); «tayloristas eclécticos» (donde se situaba César de Madariaga, también miembro del CNOCT pero con una gran preo- cupación por el factor humano); y «tayloristas eclécticos en transición» (como el citado José Mallart, pionero de la psicología industrial que, tras la Guerra Civil, sería un defensor decidi- do de las «relaciones humanas» en la empresa según defendían pensadores ligados a la Universidad de Harvard). Todos ellos sentían una profunda admiración por la revolución del management en Estados Unidos. La verdadera razón del fracaso de la organización científica del trabajo en la España anterior a la Guerra Civil parece residir en la estructura de la economía española que se encontraba tan atrasada que no existía apenas campo donde aplicar las nuevas ideas10. La situación económica no cambió mucho hasta mediados de los años 50, pero los ingenie- ros se encaramaron en la cúpula directiva del Instituto Nacional de Industria y con ellos nace- ría el Instituto Nacional de Racionalización del Trabajo en 1946, donde Fermín de la Sierra se hizo cargo del Departamento de Organización Científica. Se produjo entonces una pequeña euforia en torno al taylorismo, que se difundió con rapidez entre las empresas públicas y el puñado de multinacionales extranjeras que operaban en España. Pero la actitud pro-tayloris- ta no duró mucho por el rechazo de la Iglesia católica que ahora estaba dispuesta a interesarse directamente en la formación empresarial y directiva. El jesuita Martín Brugarola, asesor de la Organización Sindical, ya lo dejó muy claro en 1945 y en los Congresos Hispano-Portugueses de Patrones Católicos, celebrados poco después, se aceptó que se difundiera la expresión «relaciones humanas» como equivalente a «relaciones cristianas», apoyando con claridad este enfoque frente al taylorista11.

8 Clark, W.: El gráfico Gantt en la dirección de empresas industriales y comerciales, Barcelona, José Montesó, 1935. Se trata del único libro que llegó a patrocinar el CNOCT. 9 Guillén, M.: «Guía bibliográfica sobre organización de la empresa española hasta 1975», Documento de Trabajo, Programa de Historia Económica de la Fundación Empresa Pública, núm. 9502 (1995). 10 Algunas excepciones estudiadas son los casos del calzado y de los grandes almacenes. Véase, Miranda, J. A.: «La Comisión Nacional de Productividad Industrial y la ‘americanización’ de la industria del calzado en España» y Toboso, P.: «La influencia americana en las empresas comerciales españolas. El caso de los grandes almacenes», ambas incluidas en La americanización en España: 50 años de influencia económica y social, ponencias del seminario organizado por José Luis García Ruiz y Núria Puig, Universidad Complutense de Madrid, 12-13 de septiembre de 2002. 11 Brugarola, M.: La cristianización de las empresas, Madrid, Fax, 1945. La referencia a los congresos en Cuñat, R.: Productividad y mando de hombres en la empresa española, Madrid, Acción Social Patronal, 1955.

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2. Los primeros contactos: la época de la ayuda y las grandes inversiones norteamericanas (años 50, 60 y 70) 2.1. El «desafío americano» en España El impacto de la «ayuda americana» que desde 1951 recibió la dictadura de Franco ha sido discutido, poniéndose de relieve que si bien supuso algo menos de un 1 por 100 del PIB medio español y no alteró la política económica, su contribución a la modernización general de España y a la mejora de las expectativas fue indudable12. Pero hubo que esperar a julio de 1959 para que un decreto ley accediera a reconocer que era «sumamente aconsejable aumentar la cuota de ahorro con la aportación de capital extranjero a fin de que pueda mantenerse un ritmo de crecimiento económico lo más elevado posible». La respuesta fue inmediata: los apenas 4.000 millones de pesetas de inversión extranjera de 1959 se transformaron en más de 10.000 en 1961, más de 20.000 en 1965, más de 60.000 en 1970 y a la muerte de Franco se superaban los 125.000 millones. Atendiendo al total de inversiones en proporción superior al 50 por 100 del capital de la empresa, autorizadas por Presidencia del Gobierno, entre 1960 y 1975, resulta que nada menos que el 40,61 por 100 tenía origen en Estados Unidos13. A mucha distancia, seguían: Suiza, 16,65 por 100, país que servía de puente a inversores de otras procedencias; Alemania, 10,54 por 100; Reino Unido, 10,13 por 100; y Francia, 5,42 por 100. Más de la mitad de estas inver- siones se localizaban en sólo dos regiones: Madrid, con el 35,6 por 100; y Cataluña, con el 26,1 por 100, observándose una cierta especialización que dio pie a un célebre artículo de Ernest Lluch publicado en 1970 bajo el título de «Una Cataluña europea frente a un Madrid nortea- mericanizado»14. Un informe de 1969 indicaba que de las 200 grandes empresas industriales norteamerica- nas, 92 mantenían 101 filiales en España, de las que 61 lo eran con participación mayoritaria15. Por el contrario, de las 200 grandes empresas industriales del mundo al margen de Estados Unidos, se contaban 50 con presencia en España, a través de 63 filiales, con sólo 42 con parti- cipación mayoritaria. Éstos y otros datos fueron recogidos en un libro periodístico donde se ofrecen opiniones de más de 40 representantes del mundo académico y empresarial que coin- ciden en sentirse impresionados por la avalancha de capital norteamericano, que tantos efec-

12 Calvo, O.: «¡Bienvenido, Míster Marshall! La ayuda económica americana y la economía española en la déca- da de 1950», Revista de Historia Económica, núm. extraord., 2001, pp. 253-275. Calvo, O.: «To what extent did the United States attempt to influence economic policy-making in Spain during the 1950’s?», en La americanización en España: 50 años de influencia económica y social, ponencias del seminario organizado por José Luis García Ruiz y Núria Puig, Universidad Complutense de Madrid, 12-13 de septiembre de 2002. 13 Muñoz, J., Roldán, S. y Serrano, A.: La internacionalización del capital en España, 1959-1977, Madrid, Edicusa, 1978. 14 Lluch, E.: «Una Cataluña europea frente a un Madrid norteamericanizado», Tele-Express, 13 de marzo de 1970. 15 Common Market Business Report, abril de 1969.

137 Cuadernos de Historia Contemporánea 2003, 25 131-153 José Luis García Ruiz Estados Unidos y la transformación general de las empresas españolas tos positivos estaba teniendo en el desarrollo económico pero al precio de una fuerte depen- dencia que sólo se podría mitigar con un mayor acercamiento al Mercado Común europeo16. Las cifras ponen de manifiesto una penetración muy amplia del capital extranjero, y en par- ticular del norteamericano, en toda la estructura industrial española, dándose la circunstancia de que aquellos sectores más influidos fueron los más dinámicos. Son los casos de la industria química y de la industria automovilística, con contribuciones al crecimiento total, entre 1958 y 1972, en torno al 13 por 100 cada una. En un libro reciente se estudia un caso muy significati- vo: el de la toma de control por Chrysler de la gran empresa automovilística promovida por el emprendedor orensano Eduardo Barreiros17. En 1963, el empresario español pretendía haber encontrado en el gigante norteamericano la solución a sus constantes problemas financieros: la aportación de Chrysler permitiría multiplicar los recursos, promover la exportación y la mejora técnica y organizativa —Barreiros era un defensor de las modernas técnicas de gestión— , sin que esto afectara a la continuidad de los motores y vehículos industriales de la marca Barreiros. Sin embargo, pronto se vio que el verdadero interés de Chrysler estaba en introdu- cir sus turismos Dogde y Simca, cuya producción y lanzamiento absorbieron más recursos de lo previsto y, además, no tuvieron la acogida esperada por lo que también hubo que cubrir cuantiosas pérdidas. A finales de 1967, sólo tres años después del acuerdo, Chrysler se hizo con el control de la empresa, en medio de una gran polémica. 2.2. La dificultosa difusión del «management made in USA» La primera cuestión a dilucidar es el alcance real de la profesión gerencial en la España del franquismo. En los primeros años 60 se realizaron trabajos empíricos que parecían confirmar la idea de que los «directores» iban apareciendo en las empresas españolas a medida que tenía lugar en ellas y en la economía española un proceso de modernización18. Este proceso había traído tecnificación y burocratización, pero también «directorización», es decir, el hecho de que las empresas estaban empezando a ser gestionadas en su máxima responsabilidad por los directivos. Siguiendo el clásico análisis de Reinhard Bendix, era posible hablar en las empre- sas españolas de «fundadores, herederos y directores» como los protagonistas de distintas etapas de su evolución. Se constataba que España se hallaba todavía lejos de Estados Unidos, Alemania, Francia, Inglaterra, e incluso de Italia, pero se aseguraba que el proceso estaba en marcha y resultaría imparable. Sin embargo, diez años más tarde, cundía el escepticismo y se empezaba a pensar que la dinámica estructural de la empresa norteamericana no tenía por qué coincidir con la de un país

16 Bayo, E.: El «desafío» en España, Barcelona, Plaza y Janés, 1970. 17 García Ruiz, J. L. y Santos Redondo, M.: ¡Es un motor español! Historia empresarial de Barreiros, Madrid, Fundación Eduardo Barreiros y Síntesis, 2001. 18 Miguel, A. de y Linz, J. J.: «Fundadores, herederos y directores en las empresas españolas», Revista Internacional de Sociología, 81 (1963), pp. 5-38, y 82 (1963), pp. 165-197.

Cuadernos de Historia Contemporánea 138 2003, 25 131-153 José Luis García Ruiz Estados Unidos y la transformación general de las empresas españolas tan diferente como España19. Ni siquiera era posible pensar en trasladar mecánicamente ese modelo a países grandes, como Francia, donde el Estado había impulsado decisivamente la burocratización. Era una ilusión cargada de ideología conformista creer que la democratización de la empresa se conseguía cuando la propiedad de una familia pasaba a ser propiedad de una corporación. Se advertía con claridad que no se podía estudiar en España la gestión empresa- rial del desarrollo industrial prescindiendo del papel clave de la intervención del Estado fran- quista y del control financiero de la banca. Un ambicioso estudio realizado en 1980 por el Centro de Investigaciones Sociológicas trató de medir con precisión la evolución de los empresarios industriales españoles en razón del cambio socio-económico operado en las dos últimas décadas20. Sus conclusiones fueron pesi- mistas: seguía siendo más fácil hacer una carrera directiva si se tenía vinculaciones familiares con la empresa; predominaban los ingenieros sobre los economistas; el 75 por 100 de los empresarios se manifestaban críticos con el Gobierno en general; la conflictividad laboral se juzgaba alta o muy alta; sólo el 2 por 100 consideraba que las empresas eran responsables de la conservación del medio ambiente; desde 1960 había crecido mucho la preocupación por la incertidumbre política, la supervivencia, la situación de los mercados y los problemas labora- les; no se era capaz de concretar los incentivos monetarios para motivar al personal directivo; habían aumentado los técnicos pero no los administrativos en relación con los obreros por lo que el grado de burocratización seguía siendo bajo, etc. Las empresas con participación de capital extranjero se distinguían por resultar más modernas que la media. Estas conclusiones venían a coincidir con las de otros trabajos de menor envergadura acometidos en los años 7021. Un segundo aspecto a analizar sería la orientación de las prácticas directivas y la influencia que en ellas ejerció el management norteamericano. Se ha estudiado cómo la «ayuda america- na» vino acompañada del establecimiento de una serie de instituciones formativas que predi- caban las bondades de ese estilo directivo; en particular, las oficiales Comisión Nacional de Productividad Industrial (CNPI) (1952) y Escuela de Organización Industrial (EOI) (1955) (y su rama barcelonesa, la Escuela de Administración de Empresas, 1959). A esta última le surgirí- an competidores desde otro importante foco de pensamiento empresarial en España, la Iglesia católica. Los jesuitas añadirían a su ya veterana Universidad de Deusto (1916) el Instituto Católico de Administración de Empresas (ICADE) (Madrid, 1956), la Escuela Superior de Técnica Empresarial (ESTE) (Bilbao, 1956) y la Escuela Superior de Administración y Dirección de Empresas (ESADE) (Barcelona, 1958), mientras el Opus Dei sacaría adelante el

19 Moya, C.: El poder económico en España, 1939-1970, Madrid, Tucar, 1975. 20 AA.VV.: Los directores de grandes empresas españolas ante el cambio social, Madrid, Centro de Investigaciones Sociológicas, 1981. 21 Payno, J. A.: Los gerentes españoles. Su comportamiento en la dirección de las empresas, Madrid, Moneda y Crédito, 1973. Pinillos, J. L. (dir.): Imagen del directivo. Estudio sociológico sobre el alto directivo en las empresas de Madrid, Madrid, Fundación Universidad-Empresa (Cuadernos Universidad-Empresa, núm. 114), 1976.

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Instituto de Estudios Superiores de la Empresa (IESE) (Barcelona, 1956). Más tarde, llegarían la Escuela Superior de Gestión Comercial y Marketing (ESIC), fundada en 1965 por los Padres Reparadores, y el Instituto de Empresa, establecido en 1973 con un carácter laico y no oficial que serviría de modelo para otras muchas escuelas de formación. Todas estas instituciones ter- minarían siendo vehículos de americanización del mundo empresarial español, aunque sólo el IESE estableciera un vínculo permanente con una institución educativa de Estados Unidos, la Universidad de Harvard22. En el entorno de las instituciones citadas ejercerían la docencia y la investigación un grupo de pensadores españoles sobre administración y dirección de empresas, cuyas obras tuvieron ocasión de ser discutidas y publicadas por la Asociación para el Progreso de la Dirección (APD), creada en 1956. La APD se financió en parte con la «ayuda americana», por lo que cabría espe- rar una adscripción ideológica muy clara. Sin embargo, su línea editorial no fue tan explícita. Por ejemplo, en vez de ocuparse de traducir a los principales gurús del management made in USA, optaron por hacerlo con la obra de sus divulgadores europeos, que siempre introducían matizaciones y adaptaciones. Ese fue el caso de Octave Gélinier, presidente de la consultora IDET-CEGOS, conocido sobre todo por haber difundido los principios de la «dirección por objetivos» de Peter F. Drucker, quizás el gurú norteamericano más respetado en España por su talante abierto y per- meable, dispuesto siempre a recibir influencias de Europa y Asia, pues no en vano había naci- do en Viena y realizado viajes de estudio por todo el mundo. En el prólogo al libro de Drucker que recoge sus seminarios en Madrid y Barcelona, organizados por la APD, se destacó sobre todo su carácter «antidogmático»23. La presentación en España de la obra de Gélinier Fonctions et tâches de Direction Générale (primera edición francesa de 1963 y primera española de 1965 por la consultora Técnicos Especialistas Asociados, TEA) corrió a cargo de Roberto Cuñat, presidente de TEA —empresa que como IDET también estaba asociada a la francesa Commission Générale d’Organisation Scientifique (CEGOS)— y fundador de la APD, quien destacó cómo su artífice había consegui- do «presentar el espíritu y las técnicas que son el fundamento de la dirección por los objetivos, con una sistematización que satisface mucho más a la mentalidad latina que las exposiciones, a veces demasiado empíricas, de ciertos textos norteamericanos». Cuñat iba más lejos que el propio Gélinier en la introducción de su obra, pues se reconocía aquí una deuda importante con otras «obras y trabajos (principalmente norteamericanos) relativos a las técnicas de direc- ción [aunque] el lector no debe olvidar que la ciencia de la dirección se halla todavía en sus pri- meros balbuceos»24.

22 Puig, N.: «The Americanisation of an European latecomer: transferring US management models to Spain, 1950s-1970s», en Kipping, M. y Tiratsoo, N. (eds.): op. cit., pp. 259-275. 23 Drucker, P.: Reflexiones para un director, Madrid, APD, 1973. 24 Gélinier, O.: Funciones y tareas de dirección general, Madrid, TEA, 1965.

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El manual de Gélinier estaba organizado en cinco grandes partes: 1) Investigación de los hechos, previsión y diagnóstico; 2) La secuencia: políticas, objetivos, programas, presupues- tos; 3) La estructura; 4) Dirección de personal y problemas humanos; 5) El trabajo personal y la ética del dirigente. Se empezaba por señalar en la introducción que el papel de la empresa es «crear riqueza asegurando la satisfacción de necesidades de los hombres», y ello sólo era posi- ble si hay excedentes que sirvan para asegurar su porvenir: «los móviles de interés personal y de interés general convergen hacia los criterios de rentabilidad y de expansión». Para cumplir su función, la empresa debía estar eficazmente dirigida, teniendo en cuenta que «dirigir es obtener un resultado de otros y ser responsable de lo que otros han hecho». Las tareas de dirección, según Gélinier, serían: 1) Conocimiento de los hechos (previsión de la evolución externa y diagnóstico de los problemas internos); 2) Elección de los fines (polí- ticos, con orientaciones cualitativas; y objetivos, con fines cifrados y fechados); 3) Organización de los medios (programas, presupuestos); 4) Definición de la estructura de las responsabilidades de ejecución (comunicación de los objetivos y programas, delegación, coor- dinación de los equipos y grupos de trabajo); 5) Conducción de los hombres (elección, perfec- cionamiento, motivación); 6) Control (medidas o evaluación de la ejecución, acciones correc- tivas). La mayor parte de las tareas de dirección exigían estudio y toma de decisiones complejas, conducción de negociaciones con el arte de vender ideas y aportación creadora de ideas y solu- ciones nuevas. Estas tareas de dirección se aplicaban a todos los niveles jerárquicos. El empleo del tiempo de los directivos implicaba además «tareas de ejecución», de modo que un direc- tivo eficaz debía mantener un equilibrio entre el tiempo que dedicaba a las tareas de dirección y a las tareas de ejecución no delegadas y, además, organizar metódicamente sus tareas de dirección. En la escueta bibliografía, Gélinier citaba a un puñado de pensadores norteamericanos, donde destacaban Peter F. Drucker y Edith T. Penrose, pero la mayor parte de los autores eran franceses, incluyendo de forma conspicua al más conocido, Henry Fayol. Por otra parte, en la obra se deslizaban continuamente breves comentarios y alusiones que pretendían marcar dis- tancias frente al American way of life. Por ejemplo, cuando se hablaba del golf como el «depor- te mejor adaptado a los hombres de negocios» —por practicarse todo el año, cerca de las gran- des ciudades y ser muy absorbente—, se añadía que, además, es inevitable pues «como muchas cosas americanas, nos invade»25. En el campo de las relaciones laborales, existía en España un profundo respeto y admiración por las aportaciones de la Universidad de Harvard, con G. Elton Mayo y Chester I. Barnard a la cabeza. Sin embargo, el principal investigador español, Ramón de Lucas Ortueta, advertía en su célebre manual —reimprimido en una decena de ocasiones durante los años 60, 70 y 80— que «el que la mayoría de estos procedimientos traigan el ‘made in USA’ nos obliga a aceptar- los con ciertas reservas, ya que de antemano sabemos que son recetas cuya aplicación está con-

25 Ibidem, p. 387.

141 Cuadernos de Historia Contemporánea 2003, 25 131-153 José Luis García Ruiz Estados Unidos y la transformación general de las empresas españolas dicionada por numerosos factores». Para empezar, decía De Lucas Ortueta, en Estados Unidos el nivel de vida del obrero no difiere esencialmente del de su jefe, y el empresario «lejos de considerar a sus dependientes como seres pertenecientes a una clase social inferior, los reco- noce como colaboradores indispensables en una obra común». Luego, «allí [en Estados Unidos] todo es grande y hecho a la medida de un continente con grandes distancias, grandes ciudades y grandes mercados [...] La alimentación es más rica en calorías y vitaminas, sobre todo por el buen acierto de sustituir los vinos por zumos de frutas y leche. Las comidas están mejor repartidas. Comenzando por un desayuno más abundante y nutritivo, éste permite la jornada continua, con una comida más ligera que apenas entorpece la energía muscular, ni rompe el ritmo del trabajo» 26. En los últimos años del franquismo, no terminaba de aceptarse con comodidad la influen- cia de la dirección de empresas norteamericana. Un seminario organizado en 1973 por el Instituto Nacional de Racionalización y Normalización (IRANOR) que pretendía vislumbrar las características de la dirección en la España de los años 80 así lo puso de manifiesto27. Intervinieron como ponentes hombres de empresa (Juan Miguel Antoñanzas, figura promi- nente de la empresa pública, y Antonio Durán, buen representante del mundo de la construc- ción) y académicos (los catedráticos Luis González Seara y Ramón Tamames), y todos coinci- dieron en lo mucho que nos distanciaba de Estados Unidos, aunque, como es habitual en España, los empresarios estuvieron más comedidos. La idea de que las empresas norteameri- canas (incluyendo sus filiales en España) estaban organizadas de forma muy diferente a las españolas acababa de ser recogida también por un estudio que la Cámara de Comercio Americana en España encargó en 1971: el 88 por 100 de los dirigentes españoles encuestados así lo apreciaban28. En el debate del IRANOR, el planteamiento más completo de la cuestión se debió al profe- sor González Seara, quien empezó su intervención advirtiendo que le parecían muy interesan- tes las aportaciones de John K. Galbraith sobre la «tecnoestructura» y el «nuevo estado indus- trial», pero también «excesivo ver ese modelo como de muy inmediata aplicación a la sociedad española». González Seara insistió en que en España existían dos elementos que gravitaban sobre el mundo empresarial que no se daban en Estados Unidos: una fuerte presencia del Estado y un poder de la «aristocracia financiera». Si incluso en Estados Unidos los plantea- mientos de Reinhard Bendix y James Burnham, que se empeñaban en presentar la historia empresarial como una sucesión de «fundadores, herederos, directores» resultaban simplis- tas, qué decir del caso español: «aquí un director de empresa tiene que enfrentarse con el

26 Lucas Ortueta, R. de: Manual de personal. Técnicas de dirección de personal, Madrid, Index, 1987, pp. 18-19. 27 AA.VV.: Las características de la dirección en España en los años ochenta, Madrid, IRANOR, 1974. 28 Cámara de Comercio Americana en España: Las inversiones norteamericanas en España, Barcelona, 1972.

Cuadernos de Historia Contemporánea 142 2003, 25 131-153 José Luis García Ruiz Estados Unidos y la transformación general de las empresas españolas hecho de que existe una peculiar matización en las relaciones del Estado con la economía y en la pervivencia de viejos y tradicionales poderes». También había que tener en cuenta, según González Seara, la configuración en España de las relaciones laborales. En aquel momento se daba la anomalía de que «el jefe máximo de los sin- dicatos es un ministro del Gobierno», por lo que su fuerza de negociación estaba evidente- mente disminuida y «la negociación de la empresa con el mundo del trabajo no se plantea en términos de poder de esas dos entidades, sino que depende de lo que en aquel momento sea el juego real de otras fuerzas políticas, fundamentalmente el Estado». Sin embargo, era previsible que en el futuro se evolucionara hacia un mode- lo europeo, con sindicatos fuertes y autónomos que llegaran a alterar profundamente la relación entre tiempo de trabajo y tiempo de ocio, por lo que difícilmente habría con- vergencia también en esto con el modelo norteamericano. En el debate, el público quiso saber más de la influencia de Estados Unidos en el futuro del mundo empresarial español. El profesor Tamames opinó entonces que para que el trasplante del management norteamericano fuera eficaz, era necesario que antes se hiciera una reforma fundamental del marco institucional del país receptor. En Japón la experiencia había tenido éxito porque «allí hubo unas reformas constitucionales muy serias, presionadas por el ejérci- to norteamericano, por los Estados Unidos, pero que han sido aceptadas, asimiladas, mientras que esas mismas técnicas de management, en los países donde no se han hecho reformas, fun- cionan mucho peor; en el caso de la URSS o el caso nuestro. En el caso de la URSS podrán estar aplicando las mismas técnicas que los japoneses, pero con un rendimiento muy inferior, por- que no tienen ese entorno que permite la aplicación de esas técnicas modernas de empresa. Y eso es lo que también nos falta a nosotros, y es lo que, en cierto modo, debe preocuparnos, y lo que pone de relieve, una vez más, que el marco político general no es extraño al mundo de la empresa, sino que es un marco importante también a tener en cuenta». Luego, Tamames insistió en que el futuro de la empresa española pasaba más por la convergencia con Europa que con Estados Unidos, destacando la originalidad de la co-gestión alemana o del cooperati- vismo español que tanta admiración despertaba entre los laboristas británicos como ejemplo de «democracia industrial». En aquellos momentos en que se vislumbraba el fin del franquismo, en razón a la decaden- cia física de un dictador que difícilmente tendría sucesor, y en medio de una crisis económica internacional muy severa, no escaseaban los análisis que buscaban una salida airosa para la empresa española. Entre estos análisis, destacó el del que fuera vicepresidente (1956-1970) y luego presidente (1970-1988) de la citada APD, Gabriel Barceló Matutano, quien escribió una obra titulada El dirigente del futuro que tuvo mucha aceptación y conoció cuatro reimpresiones entre 1972 y 197629. Pues bien, este influyente ingeniero de caminos y consejero director gene- ral de Unión Eléctrica defendía un enfoque ecléctico que terminaba desdibujando su admira-

29 Barceló Matutano, G.: El dirigente del futuro, Madrid, APD, 1972.

143 Cuadernos de Historia Contemporánea 2003, 25 131-153 José Luis García Ruiz Estados Unidos y la transformación general de las empresas españolas ción cierta por Peter F. Drucker. Para Barceló Matutano, la dirección de empresas moderna era una ciencia («cuya profusa y, a veces, confusa bibliografía es difícil de asimilar»), pero tam- bién un arte, colocando esto último en un plano superior. Por otro lado, las técnicas modernas adoptaban reglas «que contrastan con las costumbres de la dirección tradicional en España». Para tener éxito habría que cambiar y cumplir las reglas, pero el autor añadía a continuación que «si los principios son siempre válidos, las formas de aplicación en cambio no se someten a fórmulas estereotipadas; por ello tampoco podemos adoptar tal como son los métodos que han tenido éxito en otros países. Se impone una selección, teniendo en cuenta la mentalidad, la evolución y la experiencia propia de nuestra industria»30. En fin, incluso en este gran defen- sor del sistema formativo norteamericano, de nuevo aparecía la tradicional resistencia a acep- tar sin reservas la americanización. 2.3. Un caso especial: el marketing Un asunto que aporta elementos de interés para el debate es la implantación del marketing en España. Gracias a una tesis doctoral que Carles Barceló Valls, secretario del Club de Márketing de Barcelona, defendió en 1984 —dirigida por el historiador Pedro Voltes Bou— es posible reconstruir los principales hitos del proceso31. Barceló Valls empezaba advirtiendo que el concepto de marketing seguía sin gozar en la España de principios de los 80 de excesiva bue- na imagen por tres razones: 1) No se había introducido en la enseñanza superior oficial; 2) Muchos «pseudo profesionales» habían cometido numerosos errores; 3) La empresa y el empresario españoles tenían una mentalidad de beneficio a corto plazo donde faltaba una ver- dadera voluntad de servicio al cliente. Los estudios formales de investigación de mercados se remontaban a la creación de la Business School de la Universidad de Harvard en 1911. Allí se desarrolló el concepto de marke- ting, que Barceló Valls resumía «como filosofía de gestión y dirección de la empresa que estu- dia científicamente al consumidor con el fin de ofrecerle los productos y servicios que necesi- ta y desea y haciendo que la empresa trabaje coordinadamente, obteniendo la adecuada rentabilidad para sí y para la Comunidad y haciéndolo todo ello con un sentido dinámico y cre- ativo». Antes de la Guerra Civil, hubo algunos autores e instituciones que pretendieron modernizar las técnicas de ventas y de publicidad —destacando el caso de Pedro Prat Gaballí y su Escola d’Alts Estudis Comercials de Barcelona—, pero sólo a finales de los años 50, con el fin de la autarquía del primer franquismo, empezó a difundirse el término marketing en España, aunque confundido con el de publicidad y, en el mejor de los casos, en su acepción más tradi- cional: subordinado a la producción, centrado en la simple venta de unos pocos productos y fundamentado sólo en la práctica.

30 Ibidem, p. 8. 32 Barceló Valls, C.: Implantación del márketing en España, tesis doctoral presentada para aspirar al grado de Doctor en la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universitat de Barcelona, 1984.

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El primer plan de marketing aplicado en España fue desarrollado en 1953 por el francés Jean Bertin para Industrias Trinxet, S.A. A finales de 1951, Bertin había cruzado la frontera enviado por la asociación que agrupaba a los defensores franceses del marketing en misión explorato- ria, y se convertiría en el primer consultor extranjero de renombre en España. Pero corrían los años de la «ayuda americana» y pronto se dejaría notar su influencia también en el marketing. En 1958 dos miembros del National Sales Executives of New York llegaron a España para impar- tir conferencias sobre la especialidad dentro del programa de colaboración cultural entre Estados Unidos y Europa conocido como «Operation Enterprise». Se trataba de Al Sears, que llegaría a presidir la citada asociación, y Bob Witney, que ejercería de secretario. A raíz de este acontecimiento, la Cámara de Comercio Americana en Barcelona, con Manuel A. Caragol a la cabeza, impulsó la idea de crear una asociación para el estudio y la difusión del marketing. Rafael Camps (de Netol), Pere Carbonell (de Búfalo) y Josep Mestre (de Meyba), entre otros, secundaron la iniciativa y, el 10 de febrero de 1959, en el local del Instituto de Estudios Americanos se celebró la asamblea fundacional del Club de Jefes de Ventas, que con- taría inicialmente con 69 socios bajo la presidencia de Camps. Para ayudar a la formación téc- nica de sus adheridos, no se dudó en traducir los abundantes folletos norteamericanos dispo- nibles, que constituyeron la célebre colección denominada «Ayudas a la Venta». La asociación devendría en el Club de Márketing de Barcelona en 1962 y sería modelo para la de Madrid (fun- dada en 1960) y otras diecisiete más32. El Club de Dirigentes de Ventas de Zaragoza sería el encargado de organizar, durante los días 29 y 30 de marzo de 1963, el Primer Congreso Nacional de Márketing y Ventas, en el Salón de Actos de la Feria Oficial y Nacional de Muestras33. Fue dedicado a definir el moderno concep- to de marketing y estudiar los mejores métodos de promoción, selección y formación de vende- dores. Abrió el congreso el presidente de la Cámara Oficial del Comercio y de la Industria de Zaragoza, Antonio Blasco del Cacho, quien lo justificó pues «el buen paño ya no se vende en el arca» añadiendo que «tampoco el segundón, fracasado de la familia, fracasado en el colegio, puede hacer nada en el comercio; porque si el comercio era antes un arte más bien intuitivo, como el de un dibujante, o el de un escultor, o un músico, hoy se ha convertido en una ciencia y requiere gran preparación y gran estudio». Sin embargo, Blasco no pudo evitar pronunciar- se en favor de un cierto eclecticismo al señalar que «yo forjaría al vendedor moderno con la gracia de un español, con la finura del francés, con el donaire del italiano, con el pacifismo del yanqui, con esa seriedad alemana y esa conciencia inglesa y el tesón japonés. Con eso formaría yo la imagen del vendedor moderno, pero al mismo tiempo asomado, como un investigador en su laboratorio, a los libros de la técnica actual y de la vida moderna»34. El Congreso finalizó con la aprobación en pleno de una docena de «conclusiones defini- tivas» donde se pedía: 1) Poner el acento en «la función ventas», pues la venta debía con-

32 Barceló Valls, C.: Història del Club de Márketing de Barcelona, Barcelona, 1984. 33 AA.VV.: I Congreso Nacional de Márketing y Ventas, Club de Dirigentes de Ventas de Zaragoza, 1963. 34 Ibidem, pp. 7-9.

145 Cuadernos de Historia Contemporánea 2003, 25 131-153 José Luis García Ruiz Estados Unidos y la transformación general de las empresas españolas dicionar la producción; 2) La dignificación de la profesión de vendedor; 3) La unificación de la terminología empleada, aceptando en el mundo de habla hispana la palabra «márketing»; 4) Entender la promoción de los vendedores como una «doble función de búsqueda de fuentes de aprovisionamiento de candidatos y sistemas de individualización de los mis- mos»; 5) Que los exámenes de conocimientos objetivos y la grafología sólo sirvieran como factores de orientación en la selección; 6) Que la selección se dirigiera a descubrir tanto aptitudes (condiciones básicas) como actitudes (cualidades humanas potenciales o adquiri- das) del individuo, en función de la previa especificación del puesto de trabajo; 7) Que el fin de la formación fuera el desarrollo total de la personalidad del individuo y su integración en el equipo de la empresa; 8) Que hubiera continuidad en la formación de los vendedores; 9) Que las empresas de producción «cuidaran y estimularan la formación de los elementos de venta dentro de los operadores económicos intermedios»; 10) Elevar al Ministerio de Educación Nacional la petición de que la orientación de la formación en las Escuelas Técnicas de Grado Superior y Universidades fuese efectuada mediante el asesoramiento de comités o juntas integradas por «elementos actuantes en la vida de las empresas» a fin de conseguir un mayor acercamiento entre esas instituciones educativas y la empresa, que per- mitiese incluso el establecimiento de la disciplina de Márketing; 11) El estudio por los clu- bes de dirigentes de ventas de la fundación de una Asociación de Investigación Científica de la Venta, con apoyo estatal; 12) El envío de un telegrama de adhesión al Jefe del Estado, algo habitual en la época35. Durante la celebración del Congreso se insistió mucho en la necesidad de corregir la fal- ta de prestigio de la profesión de vendedor en España. La Ponencia de Bienes de Consumo quiso expresarlo con crudeza: «Una vez terminados sus estudios, el joven candidato a ven- dedor se ve inmediatamente sometido a gran cantidad de presiones y prejuicios sociales. Es lógico, hasta cierto punto, que lo sea, ya que tanto la familia del candidato como su novia y la familia de ella tienen una idea muy rudimentaria de lo que es el vendedor, y esa idea se la han formado viendo el vulgar recogedor de pedidos que ha infestado nuestros mercados duran- te tantos años. Consideran que no valía la pena estudiar tanto para hacer lo mismo que pue- de hacer cualquier paleto»36. La Ponencia de Servicios también apuntó que «es corriente considerar como un desprestigio el dedicar un hijo a la venta»37. Por eso, Pedro Gual Villalbí, ministro presidente del Consejo Económico Nacional, clausuró el Congreso con palabras que insistían en la idea de que «el arte de vender ha sido sustituido por otro con- cepto: la ciencia de las ventas». Pero Gual también hizo una advertencia: «Tampoco os dejéis llevar del espíritu de imitación. Hablamos mucho de los métodos norteamericanos y de los métodos alemanes, por ejemplo. Están bien, son notables. Pero cada país tiene sus propios métodos; los métodos de conducta o las normas de conducta de los pueblos obede-

35 Ibidem, pp. 127-128. 36 Ibidem, p. 73. 37 Ibidem, p. 99.

Cuadernos de Historia Contemporánea 146 2003, 25 131-153 José Luis García Ruiz Estados Unidos y la transformación general de las empresas españolas cen a su idiosincrasia, a su disposición temperamental; obedecen a circunstancias ambien- tales, son de difícil trasplante. Desde luego, ninguna de estas reglas, ninguno de estos mode- los, puede considerarse que tiene un valor de utilidad universal. Nosotros, los españoles, ¡qué difíciles somos para poder vestir modelos ajenos!»38. El Club de Márketing de Barcelona, sin embargo, siguió seducido por el modelo nortea- mericano y envió a varios de sus miembros a Estados Unidos durante los años 60. Esta influencia se dejó notar en las Jornadas de Distribución Comercial que se organizaron en Sitges en 1966, en diversos seminarios, en la revista Markerama que se difundió a través de los clubes españoles y en los premios que se concedieron en los años 70. En 1977, Caragol, el hombre de la Cámara de Comercio Americana en Barcelona, accedería a la presidencia del Club, aunque en medio de una grave crisis de la institución y de la economía española, que se traducía en presupuestos a la baja para atenciones de marketing. Barceló Valls, que había accedido en 1979 a la secretaría del Club, concluía su tesis doctoral con apreciaciones muy pesimistas: «Los nuevos conceptos, las nuevas ideas operativas, surgen siempre en Estados Unidos, Alemania, Italia, Japón, etc.; España se limita a seguir a remolque con un gap de varios años. La economía del país está siempre pendiente del entorno, de lo que acontece fuera de nuestras fronteras; nuestros directivos dan la sensación de carecer de creatividad o, lo que es peor, de formación suficiente para innovar cuando la coyuntura demanda precisa- mente una innovación y una adaptación constantes, condiciones indispensables para apli- car una adecuada política de Márketing». Junto al Club de Márketing de Barcelona, también contribuyeron a la difusión del marke- ting moderno: el Club de la Publicidad de Barcelona, que conoció diversos nombres desde que fuera fundado por Prat Gaballí en 1922; la Asociación Española de Estudios de Mercado, Marketing y Opinión (AEDEMO), fundada en 1968, en Barcelona, bajo el liderazgo del jefe de Estudios de Mercado de Nestlé, Ramón Masip; y la citada APD, que desde su fundación también ha prestado atención a este capítulo de la dirección de empresas. En 1986, el Ministerio de Educación reconoció la existencia de estudios de marketing de forma autónoma en la universidad, al dividir las cátedras de Economía de la Empresa exis- tentes en las Facultades de Ciencias Económicas y Empresariales en varias áreas de conoci- miento funcionales, una de las cuales sería la de Comercialización e Investigación de Mercados. Sin embargo, como señaló Ignacio Cruz Roche en el prólogo al primer manual académico de la disciplina, con anterioridad se habían dado pasos en esa dirección a través de las asignaturas ofrecidas en las escuelas de negocios creadas en los años 50 y 60 y en la Universidad Autónoma de Madrid, cuyo plan de estudios había sido diseñado en 1968 con una fuerte influencia norteamericana, lo que permitió la creación del primer departamento universitario de Investigación Comercial bajo la dirección de Antonio Pulido San Román39.

38 Ibidem, pp. 149-150. 39 Cruz Roche, I.: Fundamentos de marketing, Barcelona, Ariel, 1990.

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3. La exploración de otros modelos: la influencia de Alemania y Japón durante las últimas décadas y la posibilidad de llegar a una «dirección hispana» Con la vuelta a la democracia en 1977 se hizo preciso construir un nuevo esquema de repre- sentación empresarial que sustituyese al viejo heredado de la Organización Sindical franquis- ta. La mayor parte de las organizaciones surgidas en los primeros momentos terminarían fusionadas en la Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE) presidida por Carlos Ferrer Salat. Una excepción importante fue la Asociación para el Estudio y Acción Empresarial, impulsada por José María López de Letona y Santiago Foncillas en 1976, que aca- baría denominándose Círculo de Empresarios. Como relata un trabajo reciente, el Círculo tomó como contacto y modelo la Business Roundtable, organización norteamericana creada en 1972 que agrupaba a unos doscientos empresarios y altos ejecutivos. El objetivo principal de la Roundtable era influir en la política, produciendo informes, en su mayoría subcontratados, y contando con una estructura mínima40. A pesar de esta orientación inicial, el Círculo pronto mostraría una admiración explícita por el modelo de la «economía social de mercado» alemana. En octubre de 1977 fue invitado el profesor Dürr, de la Universidad de Nuremberg, para explicar las ventajas de este enfoque sobre el más simple del «laissez–faire». En la Asamblea del Círculo del 20 de abril de 1978 se llegó a la conclusión de que sólo la economía social de mercado «integra eficacia económica con justicia social». Para el historiador de la institución, todo ello no era sino reflejo del «vie- jo consenso intervencionista europeo socialista-democristiano-conservador» y se explica como forma de evitar que España se encaminara por los derroteros, aun peores, de la Italia de la confrontación social. El caso es que la postura del Círculo coincidía con la mayoritaria entre la clase política que redactó la Constitución de 1978. El artículo 38 de ese texto legal fundamental dice que «se reconoce la libertad de empresa en el marco de la economía de mercado», pero añade: «Los poderes públicos garantizan y protegen su ejercicio y la defensa de la productividad de acuer- do con las exigencias de la economía general y, en su caso, de la planificación». Poco después, en el artículo 40 se señala que «los poderes públicos promoverán las condiciones favorables para el progreso social y económico y para una distribución de la renta regional y personal más equitativa, en el marco de una política de estabilidad económica. De manera especial realiza- rán una política orientada al pleno empleo». En definitiva, la Constitución de la nueva España democrática hizo una apuesta clara por la economía social de mercado. La inclinación del Círculo por la economía social de mercado le hizo entenderse bien con el ala derecha del Partido Socialista Obrero Español, que llegó al poder a finales de 1982. Sin embargo, diez años más tarde, cuando Carlos Espinosa de los Monteros asumió la presidencia del Círculo, se abandonaron completamente las veleidades en el campo socio-económico y, desde entonces, el Círculo se limitaría a defender una política pro-empresarial muy pragmá-

40 Rodríguez Braun, C.: 25 años del Círculo de Empresarios, Madrid, 2002.

Cuadernos de Historia Contemporánea 148 2003, 25 131-153 José Luis García Ruiz Estados Unidos y la transformación general de las empresas españolas tica y a remolque de los hechos y las disposiciones legales que fueran surgiendo. Es decir, el Círculo perdía sus señas de identidad y unía sus intereses al del resto de las organizaciones patronales españolas, que no estaban dispuestas sino a promover una buena relación con los sindicatos y hacer recomendaciones muy generales y ortodoxas sobre la política económica a seguir. En ningún momento, los empresarios de la España de los años 80 y 90 parecen haber mani- festado una gran admiración por el management norteamericano contemporáneo. No resulta extraño si tenemos en cuenta que esa forma de dirigir las empresas pasaba por grandes apuros frente a la atracción que ejercía en la Europa continental la «democracia industrial» al estilo alemán y en todas partes el nuevo paradigma japonés. El principal núcleo de formación de pen- samiento empresarial en España, la APD, no dudó en publicar en 1983 un libro que proclama- ba a Japón como «nuevo modelo»41. La obra llevaba una introducción de José María Aguirre Gonzalo muy significativa. Aguirre, además de miembro prominente de APD, era un ingenie- ro de caminos de San Sebastián que había desempeñado una brillante carrera empresarial al frente de grandes empresas como la constructora Agromán o el Banco Español de Crédito, y también de Acerinox, fabricante de acero inoxidable surgido en 1970 gracias a una joint ventu- re entre las entidades financieras que él presidía y un grupo japonés integrado por Nisshin Steel y Nissho Iwai. Precisamente, Acerinox, la empresa que inspiraría su admiración por el modelo japonés, sería su obra más perdurable. Comenzaba Aguirre exponiendo que «siempre he creído que las fuerzas espirituales son las que vencen en definitiva y así creo que el éxito japonés radica en su espiritualidad». La base más remota de ese éxito se encontraba en el excelente sistema educativo del que gozaba Japón ya en el siglo XIX, caracterizado por una «fuerte exigencia de calidad en exámenes y concur- sos». La excelencia formativa seguía siendo un rasgo del presente y en sus viajes por aquel país Aguirre había comprobado personalmente la afición que existía al estudio y la lectura: ¡en cada hogar japonés se recibían de media dos diarios y había publicaciones especializadas en econo- mía que tiraban un millón largo de ejemplares! Otra muestra de «cultura y espiritualidad», para Aguirre, era la de que «todos trabajaban para el país con el fin de mejorar la vida de los demás». Esto le hacía recordar «el espíritu ale- mán en la posguerra, que ha durado casi hasta ahora». Cuando «el trabajador español trabaja para sí, el trabajador japonés trabaja para mejorar a los demás». Ese «gran espíritu colectivo en la empresa» era algo que maravillaba a Aguirre, pues tenía como efecto que «el obrero tra- baja con amor y desea que el fruto de su trabajo sea lo más perfecto posible»; por ello, «los americanos se esfuerzan por lograr la calidad japonesa». Las condiciones de espíritu de empresa y de amor al trabajo, según Aguirre, hacían que en Japón hubiera un gran respeto a la jerarquía y también en la comunicación con los demás. Eso había facilitado extraordinariamente las negociaciones para fundar Acerinox: «Durante el

41 AA.VV.: Japón hoy, nuevo modelo, Madrid, APD, 1983.

149 Cuadernos de Historia Contemporánea 2003, 25 131-153 José Luis García Ruiz Estados Unidos y la transformación general de las empresas españolas montaje de la Fábrica de Acerinox (...) la planificación de la construcción y del montaje era perfecta (...) siempre tratan de lograr hacer las cosas, cualquiera que sea quien las haga y empleando los procedimientos que quieran. Lo importante es hacerlo y hacerlo bien». Y ponía como ejemplo la satisfacción con que acogieron los ingenieros japoneses la ingeniosa inter- vención de unos técnicos españoles en la colocación de una pieza de 75 toneladas con grúas, cuñas y gatos que no estaban preparados para ello. Terminaba Aguirre resumiendo las claves del progreso japonés: «gran cultura, fruto de un excelente sistema educativo, aceptar la selección de los más capaces, deseo de progreso, con- fianza en el propio esfuerzo, amor a la patria, celo del prójimo, amor al trabajo, amor a la obra bien hecha, respeto a la jerarquía, tenacidad, paciencia, humildad, propósito de lograr mejor resultado, trabajo infatigable». Pero nada mejor que leer la obra póstuma de Gabriel Barceló Matutano, La formación del diri- gente, publicada en 1989, un año después de su fallecimiento, para darse cuenta del estado de confusión y frustración que empezaba a existir en España ante la imposibilidad de desarrollar un estilo directivo propio, ya estuviese o no basado en algún modelo dominante42. Barceló Matutano explicaba que «la dirección de empresas, el management, nació en Norteamérica y se propagó por todo el mundo, en especial por Europa Occidental. Nosotros estamos integrados plenamente en Europa, pero no tenemos la misma herencia temperamental ni el mismo talan- te que los otros pueblos de Occidente a causa de nuestra atormentada historia y de nuestra agreste geografía. No podemos, pues, limitarnos a una imitación mimética de lo foráneo, sino, conociendo la realidad de las experiencias europeas y americanas, adaptar su lección a nuestro estilo de vida, a la aspereza de nuestro carácter y a nuestras flaquezas y características»43. El empresario y alto directivo español tenía tanto virtudes como defectos sobre los que per- filar un estilo propio44: 1) cuando surgía un problema, se tendía a buscar algún tipo de protec- ción exterior; 2) se era capaz de improvisar, de adaptarse a entornos nuevos con gran rapidez, pues España era el país de la imprevisión y de la divina improvisación; 3) la visión de las cosas era más a corto plazo que planificadora y anticipatoria; 4) faltaba sentido estratégico para defender los productos, escasa movilidad empresarial y demasiada ansia de aferrarse a un puesto directivo. En opinión de Barceló Matutano, la «teoría de la convergencia» de los mode- los empresariales, en boga hasta la crisis de 1973, había sido arrumbada al descubrirse que «la cultura de un país determina implícitamente un modelo específico de dirección, pues cada cul- tura humana crea su propia organización social»45. En este sentido, se mostraba muy impre- sionado por la obra de Geert H. Hofstede.

42 Barceló Matutano, G.: La formación del dirigente, Madrid, CDN, 1989. 43 Ibidem, p. 52. 44 Ibidem, p. 66. 45 Ibidem, p. 73.

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En España habían proliferado desde los años 70 las escuelas de negocios destinadas a for- mar directivos, vinculadas en muchos casos a prestigiosas instituciones norteamericanas y europeas; estas últimas, a rebufo de la integración de España en la Comunidad Económica Europea que estaba inclinando la balanza comercial y de capitales hacia este ámbito. Las escue- las proporcionaban una formación adecuada —en particular las más veteranas— pero, dado el nivel de desarrollo económico alcanzado, Barceló Matutano creía llegado el momento de «dis- poner en España de una auténtica dirección hispana adaptada a la idiosincrasia y al tempera- mento español mediante el estudio de ‘casos españoles’, pues lo ocurrido en Sagunto, Cantabria, Aluminio Alúmica, Astano, Euskalduna o el convenio colectivo de la Banca, etc., poco tiene que ver con los ‘casos americanos’. Asimismo habría que estudiar la forma más idó- nea de mando en España, con su gran distancia jerárquica y control de incertidumbre, muy ale- jadas del modelo americano que se divulga en las escuelas de ‘masters’»46. A tal fin se dedicaría una nueva Fundación para la Mejora de la Dirección Española, que nacería patrocinada por el Estado, la banca, las cajas de ahorros y las empresas y organizacio- nes que deseasen adherirse. La Fundación recopilaría «casos españoles» y ofrecería créditos a los estudiantes de Master in Business Administration (MBA) buscando potenciar un modelo de «dirección hispana» que podría extenderse por América Latina y los países mediterráneos, incluidos los países árabes y los del Próximo Oriente. La Fundación no llegaría a ser una realidad y la repercusión de las publicaciones españolas sobre management de la última década del siglo XX no parecen haber conseguido perfilar un modelo reconocible e influyente de «dirección hispana». En el prólogo a una obra colectiva reciente, el director general de La Caixa, Isidro Fainé, decía coincidir «con la opinión de que nuestra particular idiosincrasia rechaza una mera traducción de las teorías foráneas del Management. Es obvio que hay autores —principalmente norteamericanos— que tienen una particular influencia, aunque sólo sea por el largo recorrido que tiene ya el estudio del gobier- no de las organizaciones en los Estados Unidos. Sin embargo, muchas son nuestras particula- ridades, que exigen no sólo una adaptación, sino una producción propia»47. Pero, a continua- ción, Fainé destacaba como aportaciones más relevantes la «dirección por valores» (propuesta por Shimon L. Dolan y Salvador García) y la «dirección por hábitos» (fruto de Javier Fernández Aguado) que siguen basándose en paradigmas ajenos aunque con cierto afán de novedad, pues se trata de modelos basados en pensadores clásicos de la India y Grecia, res- pectivamente. Los autores citados en el párrafo anterior están a la vanguardia del pensamiento empresa- rial español, pero lo que suele aceptarse como modelo organizativo en la España de nuestros días sigue viniendo de Estados Unidos con la particularidad de que incorpora los avances de la revolución protagonizada en las últimas décadas por el management japonés. Éste es el caso, por ejemplo, del estudio realizado por un grupo de profesores de la Universidad Pública de

46 Ibidem, p. 209. 47 AA.VV.: Management español: los mejores textos, Barcelona, Ariel, 2002.

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Navarra, con el apoyo de la Fundación BBVA, que ha conseguido mostrar el cambio organiza- tivo reciente de la industria manufacturera española a la luz, principalmente, de los estudios de Paul Osterman, investigador del Massachusetts Institute of Technology muy proclive a aceptar las aportaciones asiáticas: gestión de la calidad, políticas de recursos humanos que estimulan el aprendizaje continuo, el trabajo en grupo y la participación, relaciones próximas de colabora- ción con suministradores y clientes, etc. Según el estudio, sólo el 16 por 100 de las empresas españolas (incluyendo filiales de multinacionales) dispondrían de un sistema de gestión avan- zado a la altura de 1997, por lo que se concluye que la empresa española progresa muy lenta- mente en su proceso de transformación organizativa y de adaptación a un mundo, como se puede apreciar, en constante mutación48.

Conclusiones En este trabajo hemos intentado evaluar el impacto del management norteamericano en la modernización de la empresa española durante el siglo XX. Lo hemos hecho, principalmente, al hilo de la obra de los mayores expertos, tratando de destacar su aceptación, rechazo o mati- zaciones sobre las ideas foráneas, en particular las procedentes de Estados Unidos. También hemos incluido en el análisis algunos casos estudiados, aunque su número dista de ser sufi- ciente y representantivo. Antes de la Guerra Civil, se confirma la impresión de que la influencia de Estados Unidos fue muy limitada, por el escaso —aunque significativo desde finales de los años 20— número de filiales y, sobre todo, por la imposibilidad de aplicar con provecho los métodos made in USA en un país tan completamente diferente como era España. Los proponentes de una organización científica del trabajo a la española no pasaron de ser un puñado de gente culta y bienintencio- nada con muy poco poder a su alcance. El primer franquismo concedió protagonismo a los ingenieros por venir animado de pro- pósitos industrialistas y esto dio un renovado impulso al taylorismo a finales de los años 40. Sin embargo, la reacción airada de la Iglesia Católica en su contra y a favor de un enfoque basado en las relaciones humanas pronto dio al traste con esa corriente. En la segunda mitad de los años 50, las escuelas de negocios dependientes de la Iglesia (que eran mayoría) y los consultores y psicólogos industriales se pusieron de acuerdo en la conveniencia de tomar como base las teo- rías desarrolladas en la Universidad de Harvard por G.E. Mayo y C.I. Barnard, aunque adap- tándolas a la particular situación española. En los años 60 la abrumadora presencia de capital extranjero con origen en Estados Unidos se dejó notar. Tuvo gran relevancia la «dirección por objetivos» de P. F. Drucker, aunque en la versión francesa de O. Gélinier. Dada la lentitud observada en la modernización de las estructuras empresariales españolas, y las características peculiares que introducían un Estado

48 Huerta Arribas, E. (ed.): Los desafíos de la competitividad. La innovación organizativa y tecnológica en la empresa española, Bilbao, Fundación BBVA, 2003.

Cuadernos de Historia Contemporánea 152 2003, 25 131-153 José Luis García Ruiz Estados Unidos y la transformación general de las empresas españolas y un sistema bancario muy poderosos, persistió la desconfianza hacia las soluciones ofrecidas directamente por los pensadores norteamericanos. Además, se fue tomando conciencia de que el futuro de España pasaba más por aproximarse a la Comunidad Económica Europea que por las tentativas americanas. En los años 80 se sintió la atracción ejercida por los modelos alemán y japonés, que eran defendidos por doquier como alternativa a un modelo norteamericano en crisis. Esta vez la defensa se hizo sin las reticencias y vacilaciones que siempre acompañaron en el caso del management made in USA, quizás por entender que la presión ejercida desde el exterior no sería tan intensa. Por otra parte, al haber alcanzado España un nivel de prosperidad que le alejaba definitivamente del grupo de países en vías de desarrollo, también se creyó que había llegado el momento de plantear una «dirección de empresas hispana» con proyección internacional. En definitiva, este trabajo apoya la tesis que contempla la centuria pasada como «el siglo americano», pues Estados Unidos se convirtió sin duda en el punto de referencia fundamen- tal para las empresas europeas, pero, a la vez, insiste en que es difícil encontrar el «American model» en estado puro por la fuerte incidencia de los contextos culturales e históricos en que se mueven los países.

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The United States and Spain: Perceptions, images, interests

Stanley G. PAYNE

Este trabajo lleva a cabo un repaso general, tanto de las relaciones hispano-norteameri- PALABRAS canas, como de la visión que desde los Estados Unidos se tenía de España, a lo largo de CLAVE los últimos dos siglos. Asimismo, el autor recuerda sus propias experiencias como ciuda- Relaciones dano norteamericano, dedicado durante varias décadas al estudio de la Historia contem- España- RESUMEN poránea de España. Estados Unidos Hispanismo norte- americano Acuerdos de 1953 imágenes de España en los Estados Unidos Relaciones culturales

This work presents an overall vision of Spain-United States relations, and of the ima- KEY ges of Spain that existed in the United States during the last two centuries. The author WORDS also remembers his own experience as a North American citized devoted to the study Spain-United of Spanish contemporary History over several decades. States Relations ABSTRACT North American Hispanism Agreements of 1953 Spanish images in the United States Cultural relations

Cuadernos de Historia Contemporánea 155 ISSN: 0214-400X 2003, 25 155-167 Stanley G. Payne Los Estados Unidos: Percepciones, imágenes e intereses

Al principio, las relaciones entre España y los Estados Unidos tuvieron mucha importancia. Todos los aficionados a la historia saben que la Corona española intervino militarmente con- tra Gran Bretaña en la guerra de la independencia americana, aunque es cierto que el típico manual de historia americana nunca menciona los éxitos de Bernardo de Gálvez contra las fuerzas británicas en el sur y en el Caribe. En el siglo XIX, en cambio, estas relaciones perdie- ron protagonismo, a pesar del hecho de que la legación estadounidense en Madrid fue una de las tres más importantes durante muchas décadas. En los primeros años de la República norteamericana, su actitud con respecto a España y la cultura española se nutrió de dos fuentes principales: por un lado, de los residuos de la Leyenda Negra, todavía muy vivos sobre todo entre algunos de los sectores más protestantes; por el otro, de un cierto respeto básico por la alta cultura española, principalmente su literatura, una apre- ciación que, aunque de forma no muy clara o penetrante, se remontaba al siglo XVII. El primer hispanismo norteamericano, por ejemplo, se formó durante el segundo cuarto del siglo XIX. George Erving, el encargado de negocios en Madrid durante los años veinte, se inte- resó tanto por los idiomas y la cultura del país que en 1829 publicó el primer libro que salió en inglés sobre el idioma y la cultura de los vascos. El hispanismo norteamericano tiene ya un abo- lengo de casi dos siglos. Escritores de Estados Unidos, como se sabe, participaron en la forja del mito de la España romántica. De esta corriente no ha habido libro más duradero que el famoso Tales from the Alhambra de . Publicado en 1831, sigue a la venta casi dos siglos después con ediciones sucesivas. Una gran parte de los libros de viaje y de historia sobre España publicados en Estados Unidos durante el siglo XIX seguían en esta veta, pero sin la misma distinción literaria. Un poco más tarde saldrían las primeras ediciones clásicas del hispanis- mo erudito, con la muy extensa History of Spanish Literature de George Ticknor (1849) y los muy leídos, durante muchos años, libros de historia de William Hickling Prescott, este últi- mo el más destacado defensor de la Leyenda Negra de su época. Richard Kagan ha definido recientemente lo que llama «el paradigma Prescott», base de la imagen de España en Estados Unidos durante muchos años, según el cual el significado prin- cipal de España era que representaba todo lo opuesto de la República norteamericana, su intrínseca antítesis. «América fue el futuro—republicana, emprendedora, racional; mientras España—monárquica, indolente, fanática—representó el pasado»1. Esta visión—visión más que análisis—estaba entonces muy extendida, y sería representada en una serie de libros de historia sobre España y sobre el suroeste hispánico durante el siglo XIX. Encontraría además una resonancia popular durante la guerra del 98. En esa contienda, las caricaturas de prensa representaban típicamente a España con la figura de un viejo torero decrépito de barba blan- ca, símbolo del pasado, sin vigor para afrontar ni el presente ni el futuro.

1 Kagan, Richard: Spain in America: The Origins of Hispanism in the United States, Urbana and Chicago, ed. R. L. Kagan, 2002, p. 10.

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Algo irónicamente, la guerra del 98 coincidió más o menos cronológicamente con el pri- mer florecimiento del hispanismo de alto nivel científico. Esta eclosión fue producto del cre- cimiento universitario norteamericano durante la última parte del siglo XIX. Cuando estalló la guerra, casi todas universidades tenían cátedras de literatura española. Con el comienzo del siglo XX, se presenta la obra del insigne historiador Henry Charles Lea y se produce la apertura en 1904 de la Hispanic Society of America. Así, en 1909, el destacado hispanista bri- tánico Martin Hume pudo hablar de lo que llamó, con alguna exageración, la «instintiva atracción mutua» entre España y los Estados Unidos, y afirmar que el mundo académico norteamericano «era ahora absolutamente preeminente» en el mundo entero por sus estu- dios sobre España. Tres años antes, Miguel de Unamuno había dicho cosas semejantes en una conferencia en Salamanca2. Con todo, el hispanismo ha sido siempre una flor exótica cultivada por una elite, y duran- te la primera parte del siglo XX la prensa y la atención pública se ocupaba poco de España. Las noticias sobre España alcanzaron un nivel más notable solamente con el advenimiento de la República y luego con la insurrección revolucionaria de 1934. La Segunda República produ- jo originalmente comentarios favorables, pero empezaron a cambiar con la creciente inesta- bilidad y violencia. Después de 1934 los noticiarios de cine, en sus breves transmisiones sobre España, terminaban frecuentemente con un punto de interrogación, en el sentido de «¿A dónde va España?» Se suele decir que la opinión norteamericana apoyó —al menos sentimentalmente— al bando republicano en la guerra civil. Según todos los sondeos eso es cierto. Pero hay que recordar que esta tendencia se refiere solamente a los que tenían alguna opinión, porque las encuestas igualmente demostraban que —nada sorprendentemente— la mayoría de la pobla- ción no tenía opinión alguna, ni en pro ni en contra de nadie. Hay que recordar que una par- te de la población estadounidense todavía cree, en pleno siglo XXI, que España está en algún rincón de Sudamérica. De la minoría que se presume ilustrada, todos los sondeos indicaban que durante la gue- rra española una fuerte mayoría favorecía a los republicanos, aunque hasta entre este sector había muy pocos deseos de intervenir. La imagen de Franco y de los Nacionales parecía malí- sima, y así la causa republicana gozó del apoyo sentimental, no solamente de la progresía regular y de los izquierdistas de Hollywood, sino también de alguna gente más bien conser- vadora —gente que, por ejemplo, en España hubiera apoyado a Franco sin más. Es importante recordar que durante los años treinta una gran mayoría de la población norteamericana se declaró desilusionada con las guerras europeas y con la participación en la Primera Guerra Mundial, que muchísimos creían un resultado de la manipulación propa- gandística británica. Así, el Congreso en Washington reiteró varias veces su total neutralidad en la contienda ibérica, aunque el Presidente Roosevelt, en parte movido por razones estra-

2 Ibidem, pp. 1-2.

157 Cuadernos de Historia Contemporánea 2003, 25 155-167 Stanley G. Payne Los Estados Unidos: Percepciones, imágenes e intereses tégicas, cambió de parecer en 1938, y trató infructuosamente de alentar la venta de armas a la República a través de otros países3. Todavía durante dos años después de finalizar el conflicto español, la política norteame- ricana hacia España sería esencialmente pasiva, para pasar al nivel de política activa con la entrada americana en la guerra mundial. El primer embajador ante Franco, Alexander Weddell, llegó al punto de romper las relaciones con el prepotente ministro español de exte- riores, el arrogante Serrano Suñer, a la vez que calculaba erróneamente que Franco no se inclinaría seriamente del lado del Eje. No estaba muy al tanto de las cosas en Madrid. La beligerancia de Estados Unidos requirió un embajador más competente que fuera capaz de tratar eficazmente con los nuevos líderes españoles, ya fuesen fascistas arrogantes o no. En 1942 Roosevelt nombró al distinguido historiador Carlton J. H. Hayes. Aunque no era un hispanista, Hayes había tenido una carrera brillante en Columbia University, donde logró fama de ser el más importante historiador americano del nacionalismo europeo contempo- ráneo4. Carlton Hayes fue el más interesante y el más importante de todos los embajadores de Estados Unidos durante la larga época del franquismo. No fue sólo el más distinguido y mejor conocido en términos personales, sino también un converso al catolicismo y un sim- patizante de los Nacionales durante la guerra civil. Estas últimas calidades probablemente fueron factores determinantes en su nombramiento, basándose en la creencia de que podría entenderse mejor con los franquistas católicos. Esta apreciación era especialmente impor- tante en el momento de su llegada en Madrid en 1942, cuando la situación bélica permane- cía muy incierta, y lo que Roosevelt esperaba de Franco era sobre todo tranquilidad y que se mantuviera fuera de la guerra. Un año y medio más tarde, cuando la balanza se inclinaba cla- ramente hacia los Aliados, es muy posible que Roosevelt no hubiera escogido a alguien como Hayes. En términos generales Hayes tuvo éxito en su misión, cumpliendo fielmente la polí- tica de Roosevelt, cada vez más y más hostil a Franco, a la vez que supo mantener relaciones personales amistosas. En esto último superó a su colega británico, Sir Samuel Hoare, aunque a largo plazo la postura británica fuera menos negativa para el gobierno español. Hayes deja claro en sus memorias —y es el único embajador de Estados Unidos ante Franco que publicó sus memorias— que la imagen que él se formó del Jefe de Estado español fue mucho más positiva que lo habitual en los medios informativos americanos, a pesar de que la diplomacia de Hayes tuvo que ser más y más exigente.

3 Roosevelt conspiró brevemente en un intento de enviar armas por medio de su cuñado, G. Hall Roosevelt. Esta iniciativa terminó después del cierre de la frontera francesa otra vez en junio de 1938. F. Freídle: Franklin D. Roosevelt: A Rendezvous with Destiny, Boston, 1990, 271-72. Cf. el informe del embajador republicano Fernando de los Ríos, transmitido por la embajada soviética a Moscú, en Radosh, R., Habeck, M. R. y Sevostianov, G.: Spain Betrayed: The Soviet Union in the Spanish Civil War, New Haven, 2001, pp. 428-29. 4 En términos académicos, había sido, para variar el término alemán, mi Doktorgrossvater, es decir, el director de tesis de mi propio director de tesis. El profesor Shepard Clough, quien dirigió mi tesis sobre el nacionalismo falangista, había escrito treinta años antes una tesis sobre el nacionalismo flamenco, bajo la dirección de Hayes.

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La política norteamericana hacia el gobierno español durante la guerra mundial pasó por tres etapas. La primera, de 1942 y una parte de 1943, fue la más moderada, sin exigencias aparte de la no entrada de España en la guerra. La segunda fue una etapa de presión crecien- te, que llegó a ser muy exigente durante los primeros meses de 1944, forzando una serie de cambios en la política de Franco. La tercera etapa, la de los últimos meses del conflicto, fue meramente una intensificación de la segunda, hasta forzar al gobierno español a entrar más directamente dentro de la órbita de los Aliados. Sobre este tema esperamos la terminación del nuevo libro del profesor Joan María Thomás, de Tarragona, que nos ofrecerá la primera historia completamente sistemática de las relaciones entre España y los Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial. La imagen básica de la España franquista que reinaba en los medios americanos durante la guerra fue simbolizada por la breve película de actualidades, o NODO, como se decía en España, que apareció a mediados de 1943 bajo el título de Inside Fascist Spain (Dentro de la España fascista). Representó a la España de Franco como un régimen básicamente fascista, orientado hacia Alemania, y provocó una protesta diplomática oficial por parte de Madrid. Igualmente, Washington se mostró más decidido que Londres a seguir una política de línea dura con Madrid durante el último año de la lucha. Franco, quien era siempre —como decía el embajador británico— un «dictador compla- ciente», parece haber creído realmente que adquiría una buena posición en el escenario internacional con sus cambios diplomáticos y cosméticos realizados al final de la guerra. El ais- lamiento impuesto en 1946 fue, hasta cierto punto, una sorpresa para el régimen. Sin embar- go el dictador, que se había equivocado tan fundamentalmente en cuanto a la guerra mundial, se benefició de la ventaja de tener una visión más certera a largo plazo del panorama interna- cional de la posguerra que la de un estadista de la izquierda liberal pro-soviético como Franklin Roosevelt. Tuvo que esperar algunos años, pero al fin ganaría. Después de la guerra, durante los años 1945 y 1946, no se puede decir que la imagen del régimen hubiera variado mucho dentro de los Estados Unidos, y esto quedó reflejado en la política oficial. El mismo presidente Truman, cada vez más firmemente antisoviético, fue siempre un antifranquista convencido. Era masón y protestante, y reaccionó fuertemente ante la discriminación religiosa practicada en España, sobre la cual estaba informado con algún detalle. Su afiliación religiosa era baptista, y solía decir que «un baptista no puede ser enterra- do legalmente en España». Aunque con el comienzo de la Guerra Fría su política oficial con respecto a Madrid empezó a cambiar, no habría ningún acuerdo oficial con Franco mientras Truman fuese presidente. El año de inflexión en las relaciones hispanonorteamericanas fue 1947 —especialmente la segunda mitad de 1947—, cuando comenzó la Guerra Fría. Empezaría entonces un largo proce- so de casi seis años de transición, durante el cual inicialmente no había ningún consenso en Washington. Aunque nunca se había apoyado una política de intervención militar para derro- car a Franco, la actitud crítica en cuanto a la forma del régimen no fue abandonada de un solo

159 Cuadernos de Historia Contemporánea 2003, 25 155-167 Stanley G. Payne Los Estados Unidos: Percepciones, imágenes e intereses golpe, sino paulatinamente a lo largo varios años. Con los primeros pasos inciertos de reapro- ximación al régimen, no se pensaba necesariamente en la rehabilitación total de la dictadura tal como existía, sino en una política doble, de nuevos lazos diplomáticos, militares y económi- cos, al mismo tiempo que se alentaba la reforma del sistema político. Desde fecha tan temprana como 1948, el cálculo que se hacía de la situación militar apre- miaba más y más. Después del golpe comunista en Checoslovaquia, el temor a una invasión soviética, por exagerada que parezca hoy, aumentó rápidamente. El Pentágono calculaba que muy probablemente no sería posible defender a todo el Occidente de Europa ante el ataque de un ejército soviético muy superior en número, y durante meses se proyectó el concepto de dos baluartes —las islas británicas y la península ibérica— que se podrían defender hasta que una fuerza americana, mucho más grande que la existente entonces, pudiera empezar la recon- quista del oeste del continente desde estas posiciones. La oposición francesa, en esta coyuntu- ra, al plan del Pentágono se basó probablemente menos en el rechazo político de Franco, aun- que esto también influía, que en el rechazo de un proyecto estratégico que preconizaba el abandono de Francia a manos de otro poder totalitario. El gobierno británico, más o menos por las mismas razones, también se oponía. Toda gran guerra o larga competición trae consigo un cierto pragmatismo político y estraté- gico, un recurso a la práctica del «mal menor». Hubo muchos ejemplos de ello durante la Segunda Guerra Mundial. Las potencias occidentales, por ejemplo, trataron de mantener bue- nas relaciones con la Italia fascista, y llegaron hasta ofrecerla algunas concesiones, en un inten- to de evitar la implementación de su pacto con Alemania. Luego, cuando se produjo el desem- barco aliado en el norte de África, se llegó a un acuerdo que duró un tiempo breve con altas personalidades de la Francia de Vichy, y si hubiera sido posible, se habría llegado a un acuerdo directamente con Pétain. De todos los compromisos y concesiones políticas, los más extensos con diferencia fueron los ofrecidos a la Unión Soviética; se llegó a formar una gran alianza con el totalitarismo estalinista y se le ayudó a ganar una gran extensión de su poder. De esta forma, la gran guerra para destruir el fascismo se convirtió al mismo tiempo en una guerra para asegu- rar la expansión del totalitarismo. Esta fue una política amoral en un sentido, porque al comienzo de la guerra la historia criminal de la Unión Soviética era mucho más extensa que la de la Alemania Nazi en cuanto al número de víctimas, pero también resultó una política nece- saria para ganar la guerra y superar el trance desastroso en que Hitler había colocado el mundo. Pues bien, la Guerra Fría, que fue en cierto sentido la tercera guerra mundial, estimuló la misma clase de cálculo con respecto al régimen de Franco, aunque a un nivel más modesto. Los enemigos de la entente con Franco presentarían el argumento de que las dos situaciones no eran equiparables, porque la incorporación de España al sistema de seguridad occidental (por incompleta que fuera) no resultaba indispensable desde un punto de vista estratégico. Obviamente los casos eran muy diferentes, y no había comparación con las presiones agobian- tes de la Segunda Guerra Mundial, pero en las guerras se buscan siempre todas las ventajas posibles.

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En cuanto al lado soviético, todavía sabemos poco con seguridad sobre cual era el papel de España en sus planes. Stalin nunca había olvidado la derrota en España, ni tampoco la lucha de la División Azul en Rusia. Por ello hizo del régimen de Franco un blanco principal de la diplo- macia soviética en la posguerra. Hay alguna indicación en las memorias soviéticas de un plan de contingencia para una invasión anfibia de la península ibérica, con el fin de acompañar la posible gran invasión del oeste, aunque es dudoso que existieran los medios prácticos para lle- var a cabo una operación de este tipo. También por parte española se hicieron planes de con- tingencia de invasión de Portugal de diciembre de 1940, sin que se conozca el menor intento de implementarlo. Cuando se finalizó el acuerdo en 1953, el gobierno norteamericano se dio por totalmente vencido en cuanto a la reforma del régimen español, aunque esto no estuvo tan claro durante los años anteriores, salvo en la mente de Franco. Hay que recordar que el propio ministro espa- ñol de exteriores, Alberto Martín Artajo, sugirió en una ocasión al embajador americano que las presiones de Washington podrían alentar eficazmente la reforma del régimen, algo en lo que originalmente, según parece, Martín Artajo creía de verdad. El proceso de aproximación entre Washington y Madrid fue largo y algo tortuoso, duró casi seis años y exigió un cambio de administración americana para poder consumarse. Franco llevaba la ventaja de que había poquísimas posibilidades de manipulación política en Madrid, mientras que las autoridades americanas resultaron mucho más permeables. En Madrid no hubo nada comparable al «Spanish lobby» que el gobierno español consi- guió montar en Washington. Sí constituyó una muestra de cinismo enviar como diplomá- tico especial a alguien como Lequerica, el antiguo «embajador de la Gestapo» en París, en cambio fue algo más normal emplear a un abogado importante como Charles Patrick Clark para que defendiera los intereses del gobierno español, y al parecer la operación tuvo ple- no éxito. Los dos grupos de presión que apoyaron vigorosamente el entendimiento con Franco fueron los militares, por un lado, y los representantes políticos católicos (en ambas cáma- ras del Congreso) por el otro. La guerra de Corea, coincidiendo con los últimos y más duros años del régimen de Stalin, estimuló la tensión de la Guerra Fría al máximo, y es muy posible que sin este estímulo el acuerdo nunca se habría finalizado. Stalin cometió muchos errores y cálculos equivocados en su política exterior, y la agresión en Corea fue uno de los peores, aunque luego estaría dispuesto a luchar hasta el último soldado corea- no y chino. Sea como fuere, aunque la animadversión contra el régimen de Franco nunca desapareció en Washington, la guerra de Corea la disipó bastante. El hecho básico de que los pactos de 1953 fueron justamente eso, pactos (técnicamente en inglés «executive agreements» o «acuerdos presidenciales») y no tratados formales, como hubiera desea- do Franco, demuestra que no todo había cambiado en cuanto a la imagen de Franco y la valoración de su régimen. Eisenhower, el nuevo presidente, albergaba la sospecha, pro- bablemente bien fundada, de que un tratado con Franco nunca ganaría las dos terceras

161 Cuadernos de Historia Contemporánea 2003, 25 155-167 Stanley G. Payne Los Estados Unidos: Percepciones, imágenes e intereses partes necesarias en el Senado para ser ratificado oficialmente, además de que tampoco convenía tanto a la administración Eisenhower firmar un tratado. ¿Cuáles fueron, para Washington, los objetivos principales de los pactos? Sin duda fueron varios, algunos de ellos más importantes que otros. El propósito principal era obviamente la utilización de la situación estratégica de España en la competición militar con la Unión Soviética. En esa fase de la Guerra Fría, el poder de disuasión occidental dependía mucho de las fuerzas del SAC, el Strategic Air Command, y sus aviones de bombardeo con armamento ató- mico. España podía proveer nuevas facilidades en una región clave. El apoyo estratégico marítimo y logístico también era muy importante, gracias a la construcción de una gran base naval en la costa. Pero todo ello no estaba exento de complicaciones, porque las bases perde- rían su importancia si no pudieran ser activadas casi instantáneamente en caso de emergen- cia. De ahí la insistencia en la cosoberanía y la estipulación de que, en el caso de una «agre- sión soviética», los aviones podrían ser utilizados sin más, con la mera obligación de notificar al gobierno español de ello. No se definió explícitamente en qué consistía una «agresión soviética». La relación fue esencialmente asimétrica porque no incorporó a España plenamente a todo el sistema de seguridad occidental, ni protegía su flanco sur. A pesar de ello, otro objetivo, aun- que secundario, era el mejoramiento de la fuerza militar española para poder proteger el oes- te del Mediterráneo con más eficacia ante un posible ataque soviético. Ello se tradujo en ayuda militar directa a las fuerzas españolas en varias formas, aunque en esta dimensión se logró menos de lo esperado. Un objetivo añadido fue el desarrollo económico y la modernización del país para hacer- lo más fuerte, dotarlo de condiciones más estables, y por lo tanto más capaz de contribuir a la defensa común. Para lograr esta meta se proporcionó ayuda económica directa e indirec- ta, y se insistió en la necesidad de una mayor liberalización de la política económica y un mayor grado de incorporación al mercado internacional. En este aspecto fue mucho más lo logrado a largo plazo. No se puede decir que el apoyo y la influencia económica norteame- ricana fuera el factor decisivo en la liberalización eventual del sistema productivo, cuyo paso más importante se dio en 1959, pero fue uno de los factores concurrentes. De todos los objetivos norteamericanos, éste fue el más importante para el bienestar de España a largo plazo. Se podría periodizar la historia de las relaciones estratégicas en cuatro fases principales: 1) la etapa inicial de transición lenta de 1947 a 1953; 2) el período clásico del pacto original de 1953 a 1970; 3) un tercer período de términos ajustados y menos asimétricos de 1970 a 1982; y 4) una última etapa bajo Felipe González, la de la renegociación final que eliminó la dependencia uni- lateral. ¿Es posible decir que la imagen de España o de su gobierno cambió dentro de los Estados Unidos a partir de los pactos de 1953? Ciertamente se suavizó, y con el aumento del turismo durante los años cincuenta hubo más contactos al nivel individual. Un Franco aliado no podía

Cuadernos de Historia Contemporánea 162 2003, 25 155-167 Stanley G. Payne Los Estados Unidos: Percepciones, imágenes e intereses ser despreciado en términos exactamente iguales a los de la inmediata posguerra, ni podía manifestarse el mismo grado de hostilidad que se percibía en algunos países europeos. Pero no había que hacerse demasiadas ilusiones. Puedo ilustrar la reacción instintiva de muchos americanos ante el régimen franquista con la siguiente anécdota: En febrero de 1959, mientras yo investigaba en España por vez primera, recibí inesperadamente la llamada de un viejo profesor mío que dirigía un grupo turístico en viaje por España. Me invitó a acompañarles en una visita a El Escorial y a cenar después con ellos. Al finalizar la visita al monasterio de Felipe Segundo, una señora mayor exclamó al guía en inglés: «Pero, ¿dónde está la tumba del dictador? ¿Por qué no podemos ver la tumba del dictador?» El guía español contestó con gran frialdad: «Señora, aquí en España no nos refe- rimos al general Franco como ‘el dictador,’ y el Valle de los Caídos no se abre hasta dentro de dos meses». Para una parte considerable de los americanos, Franco seguiría siendo simple- mente «el dictador.» Pasados pocos años, como se sabe, las arrières pensées sobre algunos aspectos de los Pactos crecerían, incluso al interior del régimen mismo. La cesión parcial de soberanía sobre las bases, el problema de la nuclearización, las dimensiones de la ayuda al ejército español, y la ausencia de una integración plena en un marco de seguridad completa para todos los intereses españoles eran los problemas principales. Los primeros intentos de revisión consiguieron muy poco, porque el margen de maniobra del gobierno español era realmente estrecho. En cambio, alguna iniciativa más independiente de la diplomacia española, como los gestos hacia los países árabes en el momento de la guerra de 1967 en Medio Oriente, provocó reproches de Washington por «ayudar los designios soviéticos.» Finalmente, en la segunda renovación de los pactos llevada a cabo en 1970 se consiguió restaurar la plena soberanía española sobre las bases. Durante todos estos años de la década de los cincuenta y sesenta, el gobierno vendía en todas partes la imagen de la España turística, «de pandereta». Muchos han señalado la ironía de una situación en la que un régimen originalmente nacionalista a ultranza recogía una gran parte de los tópicos decimonónicos provenientes del extranjero. Que era una estrategia rentable no cabe duda. Presentaba el más útil y atractivo conjunto de imágenes exóticas para estimular el turismo, y esta campaña probablemente tenía un impacto proporcionalmente mayor en Estados Unidos que en Europa. El turismo europeo se orientaba más hacia el sol y la costa, cosas que se pueden encontrar con igual facilidad en el sur de Estados Unidos, y a más bajo precio para el ciudadano americano. El turismo norteamericano dependía proporcionalmente más de la venta de lo exótico. En el nivel de la elite, el hispanismo floreció como nunca antes durante esa etapa de pros- peridad prolongada y expansión gigantesca de las universidades. Como de costumbre, predo- minaban los profesores de literatura española, pero un rasgo notable de los años sesenta fue la eclosión del hispanismo historiográfico. Durante aquella década hubo un interés muy especial por la historia contemporánea, y el interés hacia la historia de España, entonces el gran país

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«excepcional» de Occidente, se centraba en su historia contemporánea para tratar de explicar los fracasos de la primera mitad del siglo. Al comienzo de la siguiente década conseguimos organizar la Sociedad para Estudios Históricos sobre España y Portugal (SSPHS), una entidad internacional que tiene ahora casi trescientos afiliados. Después de la segunda renovación de los pactos en 1970, se sintió por primera vez en Washington incertidumbre sobre el porvenir de las relaciones, como consecuencia de la avanzada edad del dictador. ¿Qué pasaría en España?, se podía preguntar por primera vez en un cuarto de siglo. Por eso en 1971 el presidente Nixon mandó a Madrid al general Vernon Walters, políglota e hispanohablante, y entonces el número dos en la CIA. Franco le aseguró a Walters que dejaría tras su muerte una España estable, que se liberalizaría algo más pero que no sería una democracia típica. Mucho más tarde, en 2002, un escritor diría erróneamente en ABC que Franco había predicho que la gran expansión de las clases medias en España garantizaría la estabilidad. Según la versión original de Walters, Franco, mucho más en su línea, insistió en que sería el ejército la garantía de la estabilidad futura5. Poco después, el Departamento de Estado empezó a hacer más caso de Madrid. En años anteriores los embajadores en España habían sido a veces de segunda fila. Recuerdo uno que fue nombrado, según parece, porque era el único almirante puertorriqueño en la marina estadounidense. De todas formas, sabía español y era muy simpático. En 1974, en cambio, se nombró a Welles Stabler, un diplomático de carrera con gran experiencia y alta calidad. Con frecuencia, después de haberse nombrado un embajador nuevo, el Departamento de Estado organizaba un seminario de un sólo día, invitando a especialistas académicos en el país indicado, con el fin de asesorar al nuevo representante antes de su salida de Washington. En el seminario que se organizó para Stabler encontramos a un nue- vo embajador bastante preocupado por su responsabilidad en Madrid, temiendo que ten- dría que enfrentarse con una situación tan tensa como la que ocasionaba la revolución por- tuguesa en aquellos meses. Una de las varias facetas irónicas del año en el que se produjo la muerte de Franco fue el cambio de postura del Partido Comunista de España. Durante muchos años había combati- do la conexión americana con fervor. Ahora, habiendo abrazado el «eurocomunismo», tema de un libro entonces recientemente publicado por Santiago Carrillo, se fijaba en Washington por una razón muy diferente, como la posible garantía de un cambio democrático, capaz de contrarrestar la oposición de los militares españoles «continuistas». Se había formado una llamada «Junta Democrática», integrada por algunos pseudocar- listas y también por nada menos que el Pretendiente Don Juan. Este no confiaba entonces en la suerte política de su hijo y de ahí su extraña alianza, que le granjearía el apodo de «rey de los rojos». La Junta pretendía fomentar una intervención norteamericana en la transición política. Entre los muchos «pressure groups» existentes en Washington en aquellos años,

5 Walters, V.A.: Silent Missions, New York, 1978, pp. 555-56.

Cuadernos de Historia Contemporánea 164 2003, 25 155-167 Stanley G. Payne Los Estados Unidos: Percepciones, imágenes e intereses había una entidad titulada Fund for New Priorities, representando una posición de izquierda liberal. Con la ayuda de algunos diputados de izquierda, consiguió montar en la Caucus Room de la House of Representatives una reunión informal de representantes de la Junta con algunos académicos y especialistas que podrían ratificar el mismo punto de vista, en un intento de asesorar y persuadir al Congreso norteamericano de la necesidad de que Washington toma- ra alguna iniciativa. Allí se solicitó una fuerte presión por parte del gobierno americano des- pués de la inminente muerte de Franco, como el único modo de evitar el continuismo polí- tico en España. Por razones que desconozco, yo fui también uno de los invitados a aquella reunión, y ense- guida me constituí en una minoría de uno, como el único discrepante que había. En esa oca- sión, menos de seis meses antes de la muerte de Franco, yo estaba convencido de que el Príncipe empezaría un cambio democrático, probablemente con éxito, y que toda ingerencia norteamericana sería tan innecesaria como contraproducente. En mi intervención subrayé que Juan Carlos, como rey, probablemente sería capaz de lle- var a cabo una reforma fundamental sin necesidad de una ruptura formal ni de ingerencias extranjeras; y que la idea fija de mis colegas en ese coloquio, la de que el ejército intervendría inevitablemente, se basaba en un desconocimiento de la verdadera historia política del ejér- cito español. Cuando un gobierno mantenía la ley y llevaba a cabo reformas legales sin alte- rar el orden y el derecho, y era además apoyado por la mayoría de la población, el ejército no podía asumir la responsabilidad de tratar de derrocar un poder civil basado en el consenso6. Uno de los representantes comunistas en esta reunión fue el sociólogo Manuel Castells, y cuando nos vimos después, unos tres años más tarde, exclamó «¡tuviste razón!». Huelga decir que eso me gustó, pero el hecho remite la cuestión de qué capacidad tenemos en las ciencias sociales de predecir los acontecimientos políticos. Me parece más que dudoso. Aún así, la transición española no fue una transición cualquiera: se trataba de un país grande del occidente de Europa, en gran parte desarrollado al nivel occidental, que ya contaba con casi todos los prerrequisitos. Fue un caso especial. El primer ministro español de exteriores de la transición, José María Areilza, ha escrito sobre la actitud de su contraparte americana, Henry Kissinger, que éste apoyaba el proceso de democratización, pero «sin demasiado afán, exigencias ni prisas», y con una cierta pre- ocupación por si la transición pudiera alterar negativamente la situación estratégica en el sur de Europa y en el Mediterráneo7. La visita de los Reyes a Washington a mediados de 1976, casi coincidiendo con la formación del gobierno de Adolfo Suárez, tuvo un gran éxito y ayudó a consolidar el apoyo americano. Como representante de un régimen nuevo que avanzaba hacia la democracia, el gobierno español pudo conseguir en ese año, finalmente, el tratado

6 Los textos de esta reunión fueron luego publicados como Spain: Chavkin, S. et al.: Implications for United States Foreign Policy, Stamford, Conn., 1976. 7 Areilza, J.M. de: Diario de un ministro de la Monarquía, Barcelona, 1977, pp. 14-15.

165 Cuadernos de Historia Contemporánea 2003, 25 155-167 Stanley G. Payne Los Estados Unidos: Percepciones, imágenes e intereses oficial con los Estados Unidos que siempre le fue negado a Franco, superando el nivel de meros pactos ejecutivos. Igualmente pudo conseguir el comienzo de la desnuclearización, con el compromiso de la retirada de las armas atómicas tres años más tarde. Este logro fue debido también a la nueva configuración de las armas estratégicas, que hacía menos impor- tantes los grandes aviones cargados con bombas atómicas. Durante la «década maravillosa» de 1975 a 1985, el estudio serio de la política espa- ñola y su sistema institucional se puso de moda en Estados Unidos por única vez en toda la historia contemporánea. Como al principio sólo había dos o tres politólogos en todo el país especializados en España, algunos de nosotros, especialistas en historia con- temporánea, actuábamos de politólogos suplentes. Se formó así una especie de «circo viajante» compuesto por un reducido grupo de hispanistas que viajamos durante varios años de ciudad en ciudad, o de una universidad a otra, presentando el mismo coloquio, con ligeras variaciones, de supuestos expertos que trataban de explicar el proceso de la democratización. Al final acabó aumentando el número de verdaderos politólogos norteamericanos dedicados a la investigación de temas españoles. Pero todo esto fue fruto de una sola estación, o casi. Ya hacia el final de los años ochenta, cuando España había dejado de ser un país exótico y excepcional, el número de espe- cialistas empezó a mermar. A pesar de ello, el país ha retenido la atención de más poli- tólogos norteamericanos que antes, en parte porque ahora puede ser estudiado dentro del marco más normal de una democracia europea. Somos los historiadores contempo- raneístas, en cambio, los que hemos bajado en número muy decididamente. Para los hispanistas estadounidenses fue un motivo de gran satisfacción comprobar que España se había puesto de moda por razones positivas. En mi propio caso, el momento de mayor satisfacción tuvo lugar probablemente en octubre de 1978, duran- te el primer congreso de la Unión de Centro Democrático. Para este acontecimiento la dirección del partido había invitado a varios destacados políticos de Europa y del hemisferio occidental. De Estados Unidos invitó a tres senadores: un republicano, un demócrata liberal y un demócrata conservador. Como en ese año octubre fue el mes más intensivo de la campaña para las elecciones al Congreso americano, no pudo asis- tir ninguno de los políticos invitados. Pero la dirección del partido había invitado tam- bién a un cuarto norteamericano, que era yo, y yo sí asistí al congreso. Convertido en el único representante estadounidense, me encontré sentado en la primera fila de invita- dos, junto a Margaret Thatcher. Me di cuenta entonces de que estaba en el cénit de la que de otro modo habría sido mi inexistente carrera política, y conseguí disfrutar de ello al máximo. Me gustó la experiencia sobre todo porque el breve pero glorioso par- tido de Suárez fue la única agrupación política española de la época contemporánea con la cual me he sentido personalmente identificado. De hecho, ha sido un motivo de frus- tración para Juan Linz y para mí no haber podido persuadir a ninguna universidad nor- teamericana para que concediera un doctorado honorario a Adolfo Suárez.

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Exactamente diez años después, el gobierno socialista de Felipe González obtuvo la rectifi- cación final de la relación asimétrica entre Madrid y Washington, poniendo fin a una larga his- toria de cuatro décadas de duración. Tuvo lugar, lógicamente, en el ocaso de la misma Guerra Fría que la había fomentado. Durante esos años millones de norteamericanos habían visitado España, uno de los desti- nos más frecuentados en Europa por ellos. La revolución informática y de la información mis- ma, junto con la gran expansión de la investigación, han abierto un gran caudal de información y noticias, pero sería muy exagerado suponer que España es un país bien conocido ahora en Estados Unidos. Se dice normalmente que el ciudadano norteamericano se preocupa muy poco por el mundo exterior, y eso es cierto, aunque dudo que sea tan diferente de la situación en otras partes. En el siglo XXI la imagen de España en Estados Unidos es positiva pero bastante difumina- da. España no puede ser definida al nivel popular de los restaurantes, por ejemplo, como en los casos de Francia e Italia, y lo español normalmente se confunde con lo «hispánico». Sigue habiendo personas que creen que España se encuentra en alguna parte de Sudamérica, y se halla muy extendida la noción de que los españoles comen, como algo típico, platos picantes mexicanos, un estilo de comida que actualmente está muy de moda en Estados Unidos. En cambio, tópicos como el de la Inquisición han perdido vigencia relativa, y sólo son esgrimidos en términos puramente abstractos, como meros símbolos históricos. Cuando España ha tenido una imagen clara y definida en Estados Unidos, normalmente ha sido por razones o muy negativas o distorsionadas. Me parece muy positivo que haya dejado de ser el país de la Leyenda Negra, o del gitano andaluz, o del llamado carnicero Weyler, o de las guerras civiles cargadas de atrocidades. Estas imágenes no han sido reemplazadas por otras igualmente dramáticas, pero la normalización tiene sus ventajas. No debemos quejarnos de ella.

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