Cuadernos Hispanoamericanos
Total Page:16
File Type:pdf, Size:1020Kb
703 Cuadernos Hispanoamericanos Artículos de Reina María Rodríguez Juan Cruz Santos Sanz Villanueva Creación Luis Antonio de Villena Entrevista con Sergio Ramírez Ilustraciones de Pablo Pino 703 enero 2009 Cuadernos Hispanoamericanos Edita Ministerio de Asuntos Exteriores y de Cooperación Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo Ministro de Asuntos Exteriores y de Cooperación Miguel Ángel Moratinos Secretaria de Estado para la Cooperación Internacional Soraya Rodríguez Ramos Secretario General de la Agencia Española de Cooperación Internacional Juan Pablo De Laiglesia Director de Relaciones Culturales y Científicas Antonio Nicolau Martí Jefa del Departamento de Cooperación y Promoción Cultural Mercedes de Castro Jefe del Servicio Publicaciones de la Agencia Española de Cooperación Internacional Antonio Papefl Esta Revista fue fundada en el año 1948 y ha sido dirigida sucesivamente por Pedro Laín Entralgo, Luis Rosales, José Antonio Maravall, Félix Grande y Blas Matamoro. Director: Benjamín Prado Redactor Jefe: Juan Malpartida Cuadernos Hispanoamericanos: Avda. Reyes Católicos, 4. 28040, Madrid. Tlfno: 91 583 83 99. Fax: 91 583 83 10/11/13. Subscripciones: 91 582 79 45 e- mail: [email protected] Secretaria de Redacción: Ma Antonia Jiménez Suscripciones: María del Carmen Fernández Poyato e-mail: rocarmen.fernandez(3>aecid.es Imprime: Solana e Hijos, A. G., S.A. San Alfonso 26, La Fortuna, Leganés Diseño: Cristina Vergara Depósito Legal: M. 3875/1958- ISSN: 0011-250 X- ÑIPO: 502-08-003-8 Catálogo General de Publicaciones Oficiales http://publicaciones.administracion.es Los índices de la revista pueden consultarse en el HAPI (Hispanic American Periodical Index), en la MLA BibJiography y en el Catálogo de la Biblioteca 703 índice Editorial 4 El oficio de escribir Reina María Rodríguez: Prendida con alfileres , 9 Mesa revuelta Juan Cruz: Onetti y Mario 27 Fernando Cordobés: Dub Poetry: un canto para la rebelión ... 31 Teresa Rosenvinge: Paco lirondo 41 José Ramón Ripoll: Aurola de Albornoz y Juan Ramón Jiménez 47 Osvaldo Picardo: Carta de Buenos Aires 53 Ricardo Bada: Gran señor: veredes 59 Creación Luis Antonio de Villena: Poemas 79 Punto de vista Santos Sanz Viilanueva: Isaac Rosa o la reinvención del realismo social 87 Raúl Acín: ¡Yo quiero que me lleven a Hollywood! 95 Entrevista Daniel Rodríguez Moya: Sergio Ramírez: «Los sueños de revolución en Nicaragua fueron muy caros» 117 Biblioteca Rafael Espejo: Todo Watanabe 131 Carlos Tomás: Sherezade en la montaña mágica 139 Norma Sturniolo: Visión distópica y esperanza 143 Manuel Quiroga Clérigo: Juan Madrid: el detective Toni Romano actúa de nuevo 150 David López: Saber gozar de Platón 154 Raquel Lanseros: Que al amor de lo dicho el amor nos recuerde 159 ÍNDICES DE 2008 161 Siguiente Editorial Benjamín Prado La concesión del Premio Cervantes al novelista Juan Marsé ha sido la última gran noticia cultural del año 2008. Y seguramente lo habría sido también si el galardón hubiese recaído sobre alguno de los finalistas, que fueron autores de la talla de Ana María Matute, Mario Benedetti o José Manuel Caballero Bonald, lo que indica que la literatura en lengua española disfruta de maestros a los que leer y admirar como puntos de referencia, piezas de nuestro pre sente cultural y a la vez de nuestra tradición. El premio a Marsé por una parte hace justicia a la obra del autor de Últimas tardes con Teresa, La oscura historia de la prima Montse, Si te dicen que caí, Un día volveré y tantas novelas extraordinarias, hasta llegar a las últimas, Rabos de lagartija y Canciones de amor en el Lolita s Club, y por otro lado desbarata la leyenda negra que parecía empezar a adueñarse de él como antes lo hizo de su amigo Jaime Gil de Biedma: a Marsé nunca le darán un premio, como antes no se lo dieron a Jaime Gil, se decía, porque resultaba realmente extraño que un escritor de su calidad y su influencia hubiese sido tan poco reconocido oficialmente. Por fortuna, el premio ha llegado tarde pero es el más grande, con lo cual la rareza ha sido solventada. La seducción que las novelas de Juan Marsé ha ejercido sobre los novelistas más jóvenes es evidente, y una buena prueba de ello es que la casualidad haya querido que el Cervantes coincidiese con la aparición de un libro llamado Ronda Marsé que ha publi cado la editorial Candaya y cuya editora es Ana Rodríguez Fis- cher. No hay más que leer la nómina de sus incondicionales, los llamados Marsistas, y reparar en sus diferencias estéticas o de edad, para ver el poder de irradiación de la prosa del autor de La muchacha de las bragas de oro: Félix de Azúa, Francisco Casave- 11a, Antonio Lobo Antunes, Eduardo Mendoza, Antonio Muñoz Molina, Sergi Pámies, Rosa Regás. Francisco Umbral, Joan de Segarra, Manuel Vázquez Montalbán, Enrique Vila-Matas, Artu ro Pérez Reverte, Carme Riera, Antonio Soler, Mario Vargas Llosa, Gustavo Martín Garzo, el propio Caballero Bonald, Rafael Chirles o Luis García Montero, por citar sólo a una pequeña parte de los colaboradores de ese volumen, en el que además de estos y otros prosistas y poetas, analizan la obra de Marsé algunos de los más prestigiosos críticos. Sin duda, se trata de una buena puerta de entrada al universo del autor de Ronda del Guinardó. Y siendo bueno, lo mejor de todo no es que el Cervantes haya reconocido a un escritor con una obra larga y señalada como imprescindible por críticos y lectores a sus espaldas, sino que haya recaído sobre alguien que está en plenitud de sus facultades y cuyo trabajo sigue en marcha: dentro de poco, si se cumplen los plazos que el propio Marsé ha calculado, saldrá a la calle su nueva novela, en la que lleva trabajando un tiempo, y los lectores ten drán la oportunidad de disfrutar de otro episodio de la obra de este autor personalísimo que con toda justicia ha sido recompen sado con el Cervantes, haciendo que los dos, el premio y él, estén de enhorabuena. G Anterior Inicio Siguiente El oficio de escribir Anterior Inicio Siguiente pero será una historia amanerada, o deformada también como los cuerpos por múltiples errores que luego llamamos experiencia: el oficio de contener un lenguaje, de merodear a través del sonido frufrú de una tela que se estampa en la carne. ¿Qué hacemos si no ensartar? ¿Volver y volver sobre las puntadas de un largo hilván que mientras más pasa el tiempo se zafa, y se zafa? Queremos apresar un tejido que por los bordes se deshace y poner un vivo de raso allí, para rematar. Pero la palabra insatisfecha se derrama por los bordes, porque la cosa está adentro de la palabra entalla da, y el alfiler no puede sujetar los recovecos de un paisaje que se llama memoria. Al virar la tela por su envés, bajo el pisacosturas, está ese país que nos contiene a todos y donde habita mi madre, la gran costurera. Con el paso del tiempo siento que cada frase está viva en algún lugar de esos retazos cuyos hilos plateados formaban flores, pája ros, zorros que durante la noche se convertían en arabescos terri bles con historias y personajes que salían a deambular. Porque, seguir siendo aquella niña o niño cuyo amasijo de vanidades en la tela cobraría forma algún día, es el empeño de cada poeta. «¡Yo soy un poeta! Yo/soy. Yo soy. Yo soy un poeta, lo reafirmo aver gonzado...» exclamaba William Carlos Williams. Si les digo que sigo creyendo en ese oficio«de culo y mano» como lo llamaba mi madre, entonces, no les miento. El oficio de percibir que ella me enseñó sin querer es el más caro, el más lujoso. La tela que se exprime también muere, el brocado se enrarece, y al final queda un color desvaído, no el firme amarillo de los frailejones. Agradezco a las dientas de mi madre servir de modelos en las fiestas que no tuve. Agradezco a los modelos ilustres que nos vigi lan desde esa larga, interminable pasarela: a Vallejo, a Pessoa, a Pavese, a Marina, a Ajmátova, a Dujna, a Silvia, a Olson, a Virgi nia, a tantos otros, las maneras de un sentir: esa razón de entrar a la locura y, a la vez, de no entrar nunca; esa costura doble de las candelillas cruzándose y descruzándose sobre un tejido muerto, pero vivo. Capas y capas de «tul» de una cultura que no se pue den reprimir, una sobre otra, alternando la simulación de un vuelo para un baile entre todos. Agradezcamos, la doble vida que nos dieron atada a un cojín fucsia donde recostar la cabeza cansada. En el cojín hay un paisaje para cada cual, único. Pero hay alfileres sin punta (de eso se trata), de hincar sin tener con qué, sin poder cómo; la cuestión es cómo afilar las puntas para entrar en la sustancia y hallar ese cómo de su momento en el mundo (el cómo de Samuel Beckett). «-Los alfileres de Slater no tienen punta- ¿te has dado cuenta?—dijo... volviéndose cuando la rosa se desprendió del vestido...» (Virginia Woolf en«Los alfile res de Slater»). Mientras prendemos una tela o una palabra al papel, contra el peligro de la caída del alfiler al suelo y de la vida hacia su final; el mundo se transforma por la imposibilidad de un amor, de una costura, y casi siempre por imposibilidad, ocurre un proceso que no depende del tiempo, cuya distancia nos corresponde por no ser cronológica, sino ontológica, y nuestra. La imagen recobrada será siempre una visión de esa impotencia de la que sacamos cada dosis de potencia, cuyo logro será extender o encoger como un elástico la caída del alfiler superficialmente prendido, si rozó el espacio sin sujetar o herir.