Pdf Diarios Personales Hispanoamericanos En El Siglo XXI
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Diarios personales hispanoamericanos en el siglo xxi Daniel Mesa Gancedo La publicación de diarios hispanoamericanos ha alcanzado en lo que va de siglo tanta amplitud cuantitativa y tal alcance signifi cativo (por la figura de sus autores o por su contenido) que puede afirmarse que nos encontramos ante una confirmación y, a la vez, una superación del «giro autobiográfico» o «subjetivo» que carac teriza a la escritura occidental de las últimas décadas. Esa publica ción proliferante se alimenta de recuperaciones, descubrimientos o creación de textos nuevos y, se convierte, quizá nunca mejor dicho, en «signo de los tiempos»: la contundencia de los hechos (facta) y la volatilidad de los fantasmas (ficta), todo queda teñido por la fugacidad de la fechas y el fragmentarismo de la ficha. Aquí trataré, apenas, de presentar un breve panorama de la configuración del diarismo hispanoamericano en lo que va de si glo XXI, con la certeza de que la aproximación sólo puede ser, en sí misma, fragmentaria, desigual e incompleta, pues es seguro que, en alguna parte, ya se está preparando una nueva edición o reedi ción de un diario que nos permitirá completar (o acaso modificar) la imagen que tenemos tanto del autor responsable, como del gé nero en sí mismo, pero también acaso de la época o los sucesos a los que ese diario por venir se refiera. Nuevos orígenes para el diarismo hispanoamericano y recons trucción de una tradición Uno de los fenómenos más importantes de los últimos tiempos en relación con la escritura diarística hispanoamericana es que, en los años transcurridos del siglo XXI, se ha empezado a recons truir la historia de esa práctica, gracias a la edición de algunos tex 7 tos muy relevantes. El primero, por orden de recuperación, fue el de la colombiana Soledad Acosta (1833-1913). Su hallazgo hacia comienzos de 2003, y su publicación en 2004, supuso un aconte cimiento no sólo en la historia de las letras de su país, sino en la historia de la escritura de la intimidad en todo el ámbito hispano americano. Este minucioso recuento (más de 700 páginas en su original manuscrito) de unos meses capitales (de septiembre de 1853 a mayo de 1855) en la vida de una señorita colombiana de la alta sociedad venía a probar que esa historia era más remota de lo que se sospechaba, pues solía remontarse a los diarios de Eugenio María de Hostos (conservados desde 1866, y publicados en 1939 y de nuevo a partir de 1990) o los de Ignacio M. Altami rano (conservados desde 1864 y publicados muy parcialmente en 1951 y completos en 1992). El interesantísimo diario de Acosta pareció en el momento de su publicación una pieza extraña, pero ya hacía pensar que la historia del género debería ser reescrita con sumo cuidado. En efecto, unos pocos años después, en 2005, se publicó el diario del argentino Ramón Gil Navarro (1827-1883), más «remoto» y más extenso en duración que el de Acosta, pues abarca desde principios de septiembre de 1845 a mediados de julio de 1856. Al igual que en el diario de Acosta, en el de este opositor a Rosas de agitada peripecia por California, Chile y Argentina, se percibe ya una de las constantes del género: la acusada conciencia metatextual, plasmada en reflexiones explícitas sobre el proceso de escritura y, lo que quizá más choca en un primer acercamiento, sobre la posibilidad de lectura: «Nunca me he figurado por un momento que alguien pudiera ver las páginas de mi Diario y la prueba de ello es que no he reservado confiarle ni aquellas flaquezas y deslices de que uno debe ser el único confidente. Yo he escrito en él como si yo fue se el único que debe leerle, sin reglas, a mi modo, a mi capricho, ya en una forma ya en otra y sin reservar ni el más insignificante secreto de mi vida; por consiguiente él es mi conciencia escrita desde que yo tengo uso de razón. Cualquier que lea una pala bra de mi Diario sin mi consentimiento, peca contra Dios y las instituciones de los hombres, comete una horrenda violación de Derecho y derecho de conciencia que es doble propiedad 8 de uno; comete una villanía, pasa por una bajeza sin nombre en el diccionario de los apodos negativos. En una palabra, el que profana las tapas de mi Diario abriéndolas sin mi permiso no es un caballero sino un miserable aprendiz de espía, indigno hasta de ser desafiado por mí. [...] todo [está] dirigido a mí solo. Sin intento, sin vanidad ni presunción, como hojas que en mi vida serán sólo leídas por mí y después reducidas a cenizas y a la Nada como la Nada de que se componen». {Memorias de una sociedad criolla: el diario de Ramón Gil Navarro, Buenos Ai res, Academia Nacional de la Historia, 2005, p. 364) Todavía en los albores del género en Hispanoamérica se sitúa otro texto recientemente publicado (2008): el diario del cubano Francisco Vicente Aguilera (1821-1877), que abarca de principios de julio de 1871 a finales de febrero de 1877. Este diario de exilio (o «libro de memorias», como él sigue llamándolo, a la antigua) de un rico hacendado partidario de la independencia constituye un documento histórico excepcional, aunque las anotaciones perso nales -a diferencia de Acosta o Navarro- son pocas y casi siem pre referidas a cuestiones de salud. Aguilera escribe casi todos los días. Incluso cuando no pasa nada, como buen diarista, siente la necesidad de anotarlo: «Junio 26 [1872], Sin novedad» {Diario y correspondencia de Francisco Vicente Aguilera en la emigración (Estados Unidos) 1871-1872, La Habana: Editorial de Ciencias Sociales, 2008, vol. II. p. 93). Estos tres diarios decimonónicos permiten recomponer los orí genes del género en Hispanoamérica y hacen pensar que el rastreo de archivos permitirá retrotraer esos comienzos a fechas aun más tempranas. De ese modo, cabe esperar una futura corrección del supuesto desfase o asincronía entre la práctica diarística hispano americana y la europea, como no puede ser de otro modo, puesto que ese tipo de escritura formaba parte de las costumbres (o inclu so de la educación) del buen ciudadano, y los círculos ilustrados hispanoamericanos estaban perfectamente al corriente de ello. Al lado de esos textos antiguos, otros diarios recuperados en lo que va de siglo XXI empiezan a consolidar lo que ya puede asumirse como una tradición propia. En ella, las mujeres van poco a poco encontrando un lugar más relevante que el conocido hasta 9 ahora (recuérdese el axioma de Lejeune, derivado de su experien cia investigadora: el diario lo escriben las mujeres, pero lo publi can los hombres). Después de Acosta, merece la pena citar, por ejemplo, los diarios de la argentina Delfina Bunge (1881-1952), editados en 2000 por su nieta (Lucía Gálvez) y que abarcan el pe riodo 1898-1912, con anotaciones sueltas de 1928, 1940, 1942 y 1952. El lector se encuentra con un ejemplo típico de «diario de señorita» o -como dijo alguna reseña- de «niña bien» durante la Belle Epoque de la gran burguesía terrateniente porteña, que se lee con provecho al lado de los de su hermana, Julia Valentina Bunge (ya editados en 1965). Hay que pasar por alto (en un acercamiento riguroso) un facticio Diario íntimo de Gabriela Mistral, publicado en 2002 con el título de Bendita mi lengua sea, y armado por el editor recopilando cartas personales, apuntes, pero también ofi cios consulares y publicaciones en periódicos o entrevistas. Casi estrictamente contemporáneos de esos diarios son los del mexicano Alfonso Reyes (1889-1959). Extensísimos, conocidos desde hace tiempo, y editados parcialmente en 1969, sólo en los últimos años (desde 2010) están revelando íntegramente su mag nitud. Reyes llevo un diario al menos desde 1911 hasta su muer te. Hasta ahora se han publicado cuatro de los siete volúmenes proyectados, que recogen el periodo de 1911 a 1939. Conviene saber que el propio autor anticipó la edición (como demuestra la existencia de notas de su responsabilidad), por lo que este corpus tiene casi un valor fundacional en la tradición hispánica respecto a la consideración del diario como parte de la obra de un escritor. Los diarios de Reyes comienzan con sus apuntes sobre la Revo lución Mexicana, lo que los aproxima a un subgénero de especial importancia en la configuración de esta tradición hispanoameri cana: el diario de guerra. Desde luego, existía de antiguo y, para el caso americano, resultan relativamente frecuentes y conocidos los textos sobre guerras decimonónicas. Para el siglo XX, son muy significativos los textos relacionados con la guerra civil española o con los procesos guerrilleros que asolaron el subcontinente en la segunda mitad del siglo. En ambos casos, se han producido re cientes recuperaciones muy significativas. Respecto a los diarios de la guerra civil española, los más exten sos e importantes de publicación reciente son los del diplomáti- 10 co chileno Carlos Moría Lynch (1885-1969). En 2008 se publican dos volúmenes que recogen los años de su primera residencia en España (entre 1928 y 1939). El primero de esos volúmenes (En España con Lorca) se centra en su estrecha relación con García Lorca (1928-1936) y amplía considerablemente la primera edición (1956) del diario de esa época. El segundo volumen (España sufre) era inédito, y se concentra en la dramática actividad que Moría desempeñó para paliar los desastres de la guerra en Madrid, aco giendo en la embajada chilena a casi 4000 personas. En 2010 aún se amplió ese corpus con otro volumen que incluye los informes diplomáticos oficiales, algunas páginas que faltaban en el diario (entre marzo y mayo 1939) y páginas del diario de Carlos Moría Vicuña, hijo de Moría Lynch.