El Hechicero De Meudon
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El Hechicero de Meudon Éliphas Lévi Los devotos, por rencor, Al brujo gritaban ellos todos, Diciendo: a la luz de la luna Saca a bailar a los lobos. BÉRANGER A SEÑORA DE BALZAC NACIDA CONDESA ÉVELINE BZEWUSKA Permítame, Señora, depositar a sus pies este libro al que sus estímulos hicieron por anticipado todo el éxito que ambiciono. Será gustado por todas las almas elevadas y por todos espíritus delicados, si no es indigno de serle ofrecido. ÉLIPHAS LÉVI (Alphonse-Louis-Constant) Primera Parte Los Hechizados De La Basmette I.- Basmette. Ii.- El Maestro Francisco. Iii.- Marjolaine. Iv.- La Caridad De Hermano Lubin. V.- Vigilante De San Francisco. Vi.- El Matrimonio Milagroso. Vii.- Los Jueces Sin Juicio. Viii.- La Tarde De Las Bodas. Ix.- El Último Capítulo Y El Más Corto. La Segunda Parte Los Diablos De La Devinière I.- El Cabaret De Lamprea. Ii.- El Padre Nuestro De Hermano Juan. Iii.- El Señor De La Devinière. Iv.- La Orden De Alcofribas. V.- La Rueca De Pénélope. Vi.- Las Sentencias De Hypothadée. Vii.- La Venganza Del Diablo. Viii.- El Antiguo Y El Nuevo Testamento. Ix.- La Dote De La Divina Botella. La Tercera Parte El Violinista De Pueblo De Meudon I. - Una Tarde A La Casa Del Cura. Ii.- La Plática De Rabelais. Iii.- El Rey Del Rigodón. Iv.- En Casa De La Señora De Guise. V.- Las Ambiciones De Guilain. Vi.- Guilain A La Corte. Vii.- Enfermedad Y Muerte De Guilain. Viii.- La Resurrección. Xi.- La Gran Posibilidad. ______________________________________________________________________1 PREFACIO Idiotas muy ilustres, y ustedes, torneros muy preciosos de mesas, aun que ocúrrase reconocer en la persona sagrada del alegre cura de Meudon, uno de nuestros Maestros más grandes allí en la ciencia oculta por los magos. El caso es que sin duda ustedes no leyeron ni convenientemente, ni meditado bien a punto su Pantagruel pronosticación, incluso este enigma en manera de profecía quién comenzaba el grimorio de Gargantua. El Maestro Francisco no fue menos el hechicero más ilustre de Francia, y su vida es un tejido verdadero de maravillas, más aun cuando él mismo fue en su época la maravilla única de la gente. Protestante del sentido común y del buen espíritu, en un siglo de locura furiosa y de discordias fanáticas; mago de alegre ciencia en días de fúnebre tristeza, buen cura y ortodoxo si fue de allí, él mismo concilió y supo reunir las calidades más contrarias. Probó por su ciencia enciclopédica la verdad del arte notoria, porque, mejor que Pico de Mirándola, hubo poder disputar de omni re scibili et quibusdam aliis . Monje e ingenio, médico del cuerpo y del alma, protegido de los grandes y que guardan siempre su independencia de hombre honrado; galo ingenuo, pensador profundo, orador encantador, escritor incomparable, mistificó a los tontos y los perseguidores de su tiempo (eran como siempre los mismos personajes), haciéndoles creer, no es que vejigas fueron faroles, pero muy al contrario que faroles fueron vejigas, tanto y si aunque el cetro de la sabiduría fue tomado por ellos por una manía, los florones de su corona de oro para cascabeles, su rayo de luz doble, semejante a los cuernos de Moisés, para las dos grandes orejas del gorro de la Locura. Era, de verdad, Apolo vestido de la piel de Marsopas, y todo pies de cabrío de risa y de dejarlo pasar en el prensil por uno de los suyos. ¡Oh! El gran hechicero que ése el que desarmaba los graves sorbonistas forzándolos por reírse, el que desfondaba el espíritu a toneles llenos, lavaba las lágrimas de la gente con vino, tiraba oráculos de los costados redondeados del divina botella; sobrio por otra parte y bebedor mismo de agua, porque ése sólo encuentra la verdad en el vino que la hace decir a los bebedores, y por su parte jamás se embriaga. También, tenía como divisa esta sentencia profunda que es uno de los grandes arcanos de la magia y del magnetismo: Noli ire, fac venire. No vayas, haz que se venga. ¡Oh! ¡La hermosa y sabia formula! No en dos palabras toda la filosofía de Sócrates, que no supo no obstante cumplir bien el mirífico programa, porque él mismo no hizo venir a Anitus a la razón y fue forzado por ir a la muerte. Nada de allí este mundo se hace con la diligencia y la precipitación, y grande obra de los alquimistas no es el secreto de ir a por oro, sino muchos de hacerlo muy amablemente y muy suavemente venir. ¿Vea el sol, se atormenta y sale de su eje para ir a, uno tras otro, por nuestros dos hemisferios? No, los atrae por su calor imantado, los hace amorosos de su luz, y por turno vienen para hacerse acariciar por él. Es lo que no sabrían comprender los espíritus borradores, promotores de desórdenes y propagadores de novedades. Van, van, van siempre y, nada viene. Producen sólo guerras, reacciones, destrucciones y estragos. ¿Somos bien adelantados en teología desde Lutero? No, pero el sentido común tranquilo y profundo del Maestro Francisco creó desde él el espíritu verdadero y francés, y, bajo el nombre de pantagruélico, regeneró, vivificó, fecundó este espíritu universal de caridad desde luego, que no se asombra de nada, ______________________________________________________________________2 no se apasiona para nada dudoso y de pasajero, observa tranquilamente la naturaleza, gusta, sonríe, consuela y no dice nada. Nada; entiendo nada de exceso, como fue recomendado por los sabios hierofantes a los iniciados de la alta doctrina de los magos. Saber callarse, es la ciencia de las ciencias, y es para esto que el Maestro Francisco no se dio, de su tiempo, para un reformador, ni sobre todo para un mago, él que sabía entender tan perfectamente y tan profundamente sentirse esta maravillosa y silencioso música de las armonías secretas de la naturaleza. Si usted es tan hábil que usted querría hacerlo creer, dicen de buena gana los papamoscas y los curiosos, sorpréndanos, diviértanos, escamotee la moscada mejor que una, plantáis árboles en el cielo, marcháis con la cabeza abajo, herráis las cigarras, hechas lección del libro mágico a los ansarones retenidos, plantáis espinos y cosecháis a rosas, sembráis higos y recogéis uvas... ¿Vayamos, quién le retrasa, que le detiene? No ardemos más manteniendo a los hechiceros, nos contentamos con bufonear los, de injuriarlos, de llamarles charlatanes, afrontados, saltimbanquis. Usted puede, sin temer nada, desplazar las estrellas, sacar a bailar la luna, sonar la vela del sol. ¡Si lo que usted opera es verdaderamente prodigioso, imposible, increíble pues bien! ¿Que arriesga? Hasta después de haberlo visto, hasta en el vidente todavía, no lo creeremos. ¿Por quién nos toma? ¿Somos ceporros? ¿Somos tontos? ¿No leemos los informes de la Academia de las ciencias? He aquí cómo se desafían los iniciados a las ciencias ocultas, y, por cierto, hay que convenir que deba tener allí prensa para satisfacer a estos bellos señores. Tienen razón sin embargo, son demasiado perezosos para venirnos, quieren hacernos irles, y encontramos por muy buena esta manera de hacer que queremos devolverles en total el igual. ¡No iremos en absoluto, vendrá quién querrá! En el mismo siglo vivieron dos hombres del bien, dos grandes sabios dos enciclopedias parlantes, a sacerdotes ambos por otra parte y hombres buenos a fin de cuentas. Uno era nuestro Rabelais y el otro se nombraba Guillermo Postel. Este último dejó divisarles a sus contemporáneos que era gran cabalista, sabiendo el hebreo primitivo, traduciendo el sohar y reencontrando la llave de las cosas escondidas desde el comienzo de la gente. ¡Oh! ¿Buena persona, si después si mucho tiempo son escondidas, no sospecha que debe tener allí alguna razón perentoria para que le sean? ¿Y cree que usted nos acercas mucho ofreciéndonos la llave de una puerta condenada desde hace seis mil años? También Postel fue considerado maníaco, hipocondríaco, melancólico, antojadizo y casi herético, y viajó a través de la gente, pobre, deshonrado, contrariado, calumniado, mientras que el Maestro Francisco, después de haber escapado de los monjes sus colegas, después de haber hecho reírse al papa, despacio viene a Meudon, mimado por los grandes, gustado por el pueblo, curando a los pobres, instruyendo a los niños, cuidando su cura y bebiendo recién, lo que particularmente les recomienda a los teólogos y a los filósofos como un remedio soberano contra las enfermedades del cerebro. ¿Es decir que Rabelais, el hombre más docto de su tiempo, ignora la cábala, la astrología, la química hermética, la medicina oculta y todas las demás partes de la alta ciencia de los antiguos magos? Usted no lo creerá, por cierto, no, si usted considera sobre todo que el Gargantua y el Pantagruel son libros de ocultismo perfecto, donde bajo símbolos tan grotescos, pero menos tristes que las diabluras de la edad media, se esconden todos los secretos del bien pensar y en el bien vivir, lo que constituye la verdadera base de la alta magia como lo convienen todos los grandes Maestros. ______________________________________________________________________3 El Docto abad Trithemo, que fue el profesor de magia del pobre Cornelio Agripa, lo sabía cien veces más que su alumno; pero sabía callarse y cumplía el buen monje todos los deberes de su estado, mientras que Agripa hacía gran ruido de sus horóscopos, de sus talismanes, de sus palos de escoba muy poco diabólicos al fondo, de sus recetas imaginarias, de sus transmutaciones fantásticas; también el discípulo aventurado y jactancioso fue puesto en el índice por todos los cristianos buenos; los curiosos lo tomaban en serio y muy ciertamente se lo hubieron consumido del corazón más grande. Si viajaba, era en compañía de Belzebuth; si pagaba en los hostales, era con monedas de plata que se cambiaban hojas de abedul.