Capítulo III Género y sexualidad Dos mitades de una misma guayaba El tema del género y la sexualidad lo trabajamos a partir de los módulos “Nació varón: patrones de crianza e identidad masculina”; “Golpe con golpe yo pago…: masculinidad y violencia” y “Beso con beso devuelvo: nuevas formas de masculini- dad”. Partimos de sus propias reflexiones acerca de la forma en que se criaron y les enseñaron a ser hombres, y buscando explorar las relaciones entre violencia y masculinidad.

Figura 18. La princesa encarcelada. Para evocar las experiencias de los hombres en relación con la construcción cultural y social de género y sexualidad, utilizamos las siguientes herramientas pedagógicas: en el primer taller funcionaron muy bien la audición de canciones y la proyección de películas que tocaban directamente el tema de la violencia doméstica. Entre estas, tenemos el dramatizado Pistolas y muñecas (producida por la Casa de la Mujer) y el filme Somos guerreros (del director Lee Tamahori). En el segundo módulo usamos la técnica del colaje para que los participantes pudieran exponer en grupos las principales razones y experiencias que vinculan masculinidad y violencia. Por último, en el tercer taller, realizamos un trabajo iconográfico para analizar el grado de identificación o distanciamiento de los hombres con masculinidades no hegemónicas. Para esto era necesario indagar primero por una pregunta fundamental: ¿qué es ser hombre? “El hombre es un ‘animal’”; “el hombre es trabajo”; “el hombre tiene distin- tos colores”; “el hombre tiene alma y espíritu”; “el hombre manda sobre la natu- raleza”; “el hombre es razón”; el hombre es XY; “el hombre es pipí”; “el hombre es brusco”; “el hombre es campo cuando trabaja y ciudad cuando se aleja de lo salvaje”; “el hombre responde por la familia”; “al hombre le gusta jugar con carros y emborracharse con los amigos viendo fútbol”; “al hombre le gustan los lugares de ‘tentación’”, por tanto, es la mujer quien seduce; “el hombre pierde la razón por culpa del alcohol y las mujeres”, “el hombre es un borracho celoso”. Las anteriores son algunas de las características que los participantes de los ta- lleres creen que son “inherentes” al hombre y a las diferencias entre los géneros. Algunos son rasgos comunes a todos los grupos con que trabajamos, por ejem- plo, las ideas sobre la rudeza en los juegos y la responsabilidad de mantener la familia. No obstante, las actitudes más sexistas las encontramos entre los jóve- nes estudiantes de secundaria de localidades como Engativá o Barrios Unidos, que parecen más conservadores que los mayores de San Cristóbal. En todos los grupos se hizo evidente que entienden el género como una cate- goría relacional: el hombre no puede definirse sin su contrario, sin su “media naranja” o “guayaba”, como le dicen. La mujer también tiene colores, es un ani- mal, tiene alma, es ciudadana, es naturaleza, es emoción e histeria, es la virgen María o María Magdalena, es XX y tiene “cuca”. La mujer es dulzura, belleza, delicadeza, obediencia pero, ante todo, aparece al servicio del hombre, como se muestra en este relato de uno de los participantes de la localidad de Los Mártires:

Mi mujer: tiene 8 meses de embarazo, ella hace la comida, lava la ropa, plancha, me consiente, etc. Mi hija: muy pronto va a nacer, y la tarea de ella es traer felicidad a nuestro hogar. Yo: lavo la loza de la comida y arreglo la sala los fines de semana.

| 80 | Manes, mansitos y manazos Los juegos son también herramientas por medio de los cuales se construye la identidad de género. En el primer taller se dijeron que la mujer juega con muñe- cas y a ser reina de belleza, salta el lazo, dibuja golosas en las calles; la mujer se la pasa arreglándose y chismorreando; la mujer satisface sexualmente al hom- bre, la mujer pare, la mujer cría, la mujer también es machista, la mujer castiga a los hijos. La mujer también es celosa (pero no se emborracha), la dama no conoce los lugares de “tentación”, y si los conoce ha dejado de ser tentación. De tal ejercicio surgieron dos tipos de mujeres claramente marcados por los valores judeocristianos, que recuerdan la noción de género propuesta por Joan Scott al inicio de este texto. Según esta autora, el género contempla cuatro elementos interrelacionados: los símbolos e imágenes que circulan en una so- ciedad; éstos evocan tipos de hombres y de mujeres tales como Eva y la virgen María y se sostienen en nociones como pureza, contaminación, inocencia y co- rrupción, entre otros. Por otro lado, el género moviliza “conceptos normati- vos”, que indican en qué vía deben ser interpretados estos símbolos e imágenes y contempla, además –como se verá más adelante– nociones políticas. Por últi- mo, el género conlleva la identidad subjetiva o identidad genérica (Scott, 1999). Para los hombres que participaron en los conversatorios, las mujeres se divi- den en virtuosas y pecadoras. Observamos cómo el cruce de los elementos pro- puestos por Scott constituye un modelo de género que continúa basado en la dualidad la madre, y su contrario, la puta. Tal como se aprecia en el colaje que encabeza este capítulo (Figura 18), Lady D es la princesa enjaulada y totalmen- te cubierta que se contrapone a Eva desnuda y libre, o mejor, libertina. La pri- mera es admirada por su tenacidad para manejar el hogar y cuidar de sus miem- bros, desplegando a la vez influencia sobre todos ellos. La segunda no se refiere solamente a las mujeres que los hombres buscan en los “lugares de tentación”, sino también a las mujeres que hacen uso “inadecuado” de su sexualidad. En el módulo tres de los conversatorios, que llamamos Beso con beso devuel- vo, los hombres debieron hablar con sus esposas y preguntarles cómo se distri- buyen las tareas de la casa. Uno de los señores de Santafé y Candelaria hizo que cada miembro de su hogar respondiera la cuestión. Al respecto su esposa escri- bió lo siguiente:

Un hogar se maneja de la manera más sencilla. Primero que todo cumpliendo con nuestras obligaciones tanto el hombre como la mujer. Dándoles una buena educación a nuestros hijos, buen ejemplo, buena alimentación, reprendiéndolos cuando hacen algo malo, dialogando con ellos. Otra manera es teniendo todo organizado y limpio… camas tendidas, ropa lavada y planchada y un buen aseo a toda nuestra casa. Los conflictos que nunca faltan se arreglan con el diálogo.

Género y sexualidad | 81 | Este tipo de mujeres son las preferidas, no sólo porque están subordinadas, sino también porque cumplen funciones complementarias a las del hombre. Se observa una concepción de la familia que podría traducirse en ecuación mate- mática, donde cada uno de los elementos de un conjunto necesita del otro para mantener el balance:

Mi esposa se encarga del oficio de la casa en su totalidad, también de cuidar la niña y de llevarla y traerla del jardín. Eventualmente cuando puedo o tengo el tiem- po soy quien la lleva al jardín y quien la recoge. También ocasionalmente colaboro con algún oficio de la casa [y] ayudo a cuidar a mi hija cuando mi esposa está muy ocupada con algunos de los quehaceres de la casa, ya que tengo poco tiempo por- que soy yo quien se encarga de todo lo económico en cuanto a ello se refiere.

En el mismo ejercicio encontramos varios matices. En uno, el hombre es el encargado de la casa y del cuidado de los hijos, pero su mujer sigue cumpliendo con la preparación de los alimentos, labor totalmente desconocida para el señor:

De domingo a domingo trabaja mi señora. Yo colaboro en la casa en: lunes a viernes, me hago cargo de mis hijos, en cuanto [a] alistar los desayunos y su presentación para el colegio. Como la comida mi señora la deja preparada, lo único que hago es calentar y servir. Como me queda tiempo suficiente me dedi- co a mi rutina diaria por la calle hasta la 1 p.m. que es cuando llegan de estudiar mis hijos y se sabe cuál es su dedicación como: almorzar, hacer tareas, duermen un rato su siesta y después se distraen en sus trabajos escolares.

El modelo de la madre ha cambiado en el tiempo como consecuencia de las transformaciones sociales y de la crisis económica, pues se ha hecho necesario que las mujeres trabajen. Sin embargo, la concepción ideal de familia es aquella en que el hombre puede proveer todo lo necesario para que la mujer se dedique a procrear, criar hijos y administrar el hogar. El trabajo de la mujer es visto más como una necesidad que como un derecho. En general, se espera que la madre sea quien se ocupe de la limpieza y la pulcritud, del “orden” del hogar. El “orden” significa también reprender a los hijos y a la pareja cuando éstos no colaboran con el oficio o con sus responsabilidades maritales. Como se dijo, en contraposición a la figura de la madre se erige la de la puta, la mujer de “dudosa reputación”, la que transgrede el papel pasivo que debería tener la mujer y rompe con alguna norma cultural. Pero no se trata solamente de un asunto de prostitución: una hija, por ejemplo, puede perder el honor y ser sometida al escarnio o a la sanción social. En una de las experiencias narradas en Santafé y Candelaria, en la plenaria del taller número dos, una joven es obli-

| 82 | Manes, mansitos y manazos gada estar encerrada en casa y ser la sirvienta de su familia por haber “metido las patas” y tener un hijo sin padre. De igual modo, una muchacha de colegio que tiene muchos novios o que se presta para que hablen de ella, es censurada con todo el rigor del chisme y la burla. En Suba trabajamos también con jóvenes de una Institución Educativa Distrital que describieron brutalmente a este tipo de mujeres, al pedirles su opi- nión acerca de la canción Amores de colegio, de Héctor y Tito. El tema de la canción reza así:

Hey, Mañana avísame si acaso te demoras Yo estaré esperándote a la misma hora En el colegio donde por la tarde a solas Voy a tenerte mía, voy a besuquiarte to’a Mañana dime si algún hombre te incomoda Pa' reventarlo y que sepa que no estas sola Yo voy a to’a por ti Yo moriría por ti Yo mataría por ti A cualquier hora Loca con que llegue el fin de semana Pa' meterle las cabras a tu hermana De que vas pal' cine con tus panas Un placer tenerte en mi cama Hay rumores de que te enamoraste Y a tus amigas de mi les contaste Que aunque muchos dice que soy gangster Nadie podrá con este romance Habla con el viejo pa' ver si te escucha Aunque te pichée yo sigo en la lucha Cuéntale que cantas mis canciones en la ducha Y que tus emociones son muchas Que mi único pecado fue amarte Y ser dueño de todas tus partes Suegro, no pichée, usted lo vivió antes La nena se va conmigo después de graduarse

Al preguntarles si el autor del tema estaba enamorado, uno de ellos respon- dió: “no, ¡está arrecho!”. Es decir, estos jóvenes creen que el que se acerca a estas chicas lo hace sólo para conseguir satisfacción sexual. Ratificando la respuesta

Género y sexualidad | 83 | anterior, un joven señaló: “Es que hay dos tipos de mujeres. Las que se toman en serio, las decentes, y las que son de tirar y ya, las sucias”. Se evidencia nuevamente la oposición entre lo turbio y lo puro y su conno- tación sexual y de género encarnada en las imágenes de la madre y la puta. Una de las pocas ocasiones en que los jóvenes de Engativá, también estudiantes, vincularon el deseo con la mujer, fue al mencionar la situación de una de sus compañeras a quien califican de “ninfómana”. Esta chica hablaba abiertamente de sus relaciones sexuales con otros hombres y admitía que se masturbaba. Los muchachos hablaron de ella con repulsión e hicieron una mueca de horror, que desaprobaba totalmente su comportamiento. Cuando se les cuestionó acerca del por qué de su rechazo, ellos contestaron que “eso estaba mal, que se veía mal en una mujer”. Por lo tanto, además de referirse a ella con desdén, la trataban como a una enferma e insistiendo en su rechazo, planteaban que nunca estable- cerían una relación duradera con alguien así. Al fin de cuentas, era bastante natural que los hombres se excitaran y fueran obnubilados por el deseo, mien- tras que era totalmente anormal que una mujer actuara de la misma forma. Los ejemplos, aunque aparentemente obvios, evidencian la manera en que actúa la norma de género en nuestra cultura: por medio de la repetición e incor- poración de atributos esenciales ligados a lo biológico y pensados dicotómicamente: lo femenino es lo opuesto a los atributos del hombre, pero al mismo tiempo, constituye su objeto de deseo. Así, el hombre necesita de un contrario para definirse y ese contrario es la esencia femenina. En las experiencias narradas en estos espacios de conversa- ción pudimos ver cómo la construcción de la masculinidad se erige en oposi- ción a lo femenino y se puede simplificar en la fórmula: ser hombre es no ser mujer, o no ser como una mujer. Para la muestra un botón: en el primer módulo, durante el trabajo grupal, hablamos con los muchachos de Engativá sobre cómo les enseñaron a ser hombres y se hizo evidente esta oposición fundamental:

[Nos decían] Que si nos regañaban y llorábamos, nos pegaban; que si jugá- bamos al papá y a la mamá ya nos estábamos volviendo maricas. [Nuestros pa- dres] nos enseñaron a ser hombres llevándonos a jugar al parque fútbol o a montar bicicletas; si uno cogía la muñeca d’ la hermana decían que se estaba volviendo ‘roscón’; nos enseñan a ser violentos con la mujer o las homosexua- les; prácticamente obligándonos a mantener el cabello corto, por q’ decían q’ así son las mujeres y [los] homosexuales.

Debido a que ‘hombre’ y ‘mujer’, ‘masculino’ y ‘femenino’ son características opuestas que se definen a través de la diferencia con respecto a su ‘contrario’; y a que muchos hombres sienten la necesidad de reafirmar su masculinidad, feminizada

| 84 | Manes, mansitos y manazos y puesta en duda por las transformaciones sociales, recurren a distintas estrategias que les permitan volver a ocupar el papel dominante en las relaciones de género y reafirmar su hombría. En este panorama aparecen, según Bonnie Shepard (2001), la ridiculización y la violencia contra el considerado ‘otro’ del hombre, léase muje- res y hombres homosexuales, como estrategias de afirmación de la masculinidad. En el trabajo con los jóvenes estudiantes de Puente Aranda pudo notarse que en- tre ellos intercambiaban frecuentes insultos y bromas por medio de palabras como “marica” y “niña”, destinadas a desafiar o a poner en entredicho la hombría. Si bien algunos muchachos no parecían molestarse seriamente, puesto que tomaban la ofensa como un chiste, en el taller sobre masculinidades pudo reflexionarse acerca de sus burlas y del poder del lenguaje. Se señaló, por ejemplo, que si el término “niña” se constituía en un insulto, o era usado como una “chanza”, lo era por el tipo de connotaciones que se planteaban en la cotidianidad, pues la niña es considera- da débil, tierna, pasiva, y un hombre, si actúa así, es un cobarde. Los participantes en los talleres consideraron que los machos son fuertes, in- teligentes, poderosos y dueños de la razón y que la mujer es su añadidura. Es fun- damental conseguir la “media naranja” para lograr la unidad del sujeto, es necesa- rio hallar a alguien a quien proteger y mantener. Para ser un verdadero hombre, señaló un joven de Puente Aranda, es preciso tener una mujer: El hombre solo no es perfecto, sino es quien se une con una mujer y crían juntos hombres perfectos. En conclusión, la feminidad es algo que el hombre no tiene, que debe buscar encarnada en otro ser, en otro cuerpo, pues es signo de perversidad encontrar en un macho algún rasgo femenino. De esta manera, observamos cómo la idea de la complementariedad se convierte en el primer elemento clave para cons- truir masculinidad. Es un deber ser, una norma que se encarna por medio de la crianza y la educación. Pero al mismo tiempo es evidente, tanto en los grupos de adultos como en los de jóvenes, que existen diferencias generacionales y socia- les que determinan estas formas de incorporación a lo masculino, como lo vere- mos a continuación. Manes responsables El contraste intergeneracional surgió como una variable importante entre los distintos grupos poblacionales seleccionados para los conversatorios. El material obtenido en las distintas dinámicas facilita también la comparación entre cursos vitales. Constatamos que los significados asociados al género cam- bian según la edad y la posición dentro del campo social de quien lo enuncia. Las diferencias en la crianza entre mayores y jóvenes fueron evidentes en los grupos mixtos, pues revelan contrastes entre el campo y la ciudad, diferencias sobre la posición de la mujer en la familia, sobre los ingresos y la educación. El emplear los talleres en los colegios como un espacio de conversación entre jóve-

Género y sexualidad | 85 | nes –los talleristas y los participantes– permitió que las charlas ocurrieran sin mayores inhibiciones. Esto es importante en términos metodológicos, pues ratifi- ca que la empatía es posible porque los mismos talleristas acompañan todo el proceso y éste se constituye así, en un espacio de homosocialidad y de relaciones menos verticales que las generadas habitualmente entre maestro y estudiante. A través de las experiencias de los muchachos de Engativá pudimos rastrear significados compartidos con los grupos de mayores, como también transforma- ciones socioculturales que inciden en modificar los roles de género. Cuando en el segundo módulo, Golpe con golpe yo pago… masculinidad y violencia se pregun- tó ¿qué es ser hombre?, ellos contestaron:

Comportarce [sic] como tal, deacuerdo [sic] a su rudez [sic]; ser hombre no es maltratar a una mujer ni tener una o más mujeres a la vez; ser hombre no es tener problemas y solucionarlos a los puños y también solucionamos dialogan- do. Nos enseñaron hacer [sic] hombre no dejándosela montar de nadie y te- niendo otras novias y siendo perros; pero sinceramente no creo bueno [sic] esos consejos.

Vemos, que si bien aparece en primer lugar la “rudez”, también surgen dudas sobre su valor. En muchos relatos se pone de presente que, todavía, quien no demuestre su fuerza es asociado inmediatamente con lo femenino y será consi- derado menos hombre. Pero es interesante que un joven plantee que los “conse- jos” que le han dado son desatinados. Las experiencias de los varones mayores en San Cristóbal nos dan bastantes pistas sobre los cambios que han ocurrido en el ambiente formativo. Ellos fue- ron criados en el campo, donde los hijos son “fuerza de trabajo”. Al relatar la forma en que se les enseñó a ser hombres dijeron que lo aprendieron en las labores agrícolas, montando a caballo, usando el azadón y el machete; este últi- mo, dijeron, era no sólo herramienta de desyerbe, sino también arma de defen- sa. Muchos contaron que de pequeños estuvieron dedicados al trabajo agrícola y los juegos eran cosa esporádica. Ciertamente les hubiese gustado tener más educación, por lo menos la primaria, pero a sus padres sólo les importaba el hijo varón como mano de obra. Un señor criado en Buenaventura habló de su expe- riencia para ir al colegio, a veces sin nada para comer y caminando arduamente, sin zapatos. Otros contaron que abandonaron el hogar por el maltrato de sus padres y se fueron a probar suerte en la ciudad. Pero no todo fue negativo, ellos piensan que antes se enseñaban valores que le faltan a la sociedad actual, tales como la responsabilidad, la laboriosidad y el cumplimiento del deber. Al mismo tiempo, reiteran que para ser hombre hay que tener varias mujeres, pero acla- ran que hay una oficial: la mamá de sus hijos.

| 86 | Manes, mansitos y manazos Existe una profunda diferencia entre las concepciones de fuerza que mane- jan jóvenes y adultos. En los últimos se trata de la fuerza convertida en un ele- mento necesario para trabajar y para formarse como varones; a pesar de que se quejan del maltrato de los padres, piensan, en general, que tuvieron una buena crianza gracias a los “correctivos” de sus padres. En los más jóvenes no se en- cuentra esta manera de ver el uso de la fuerza, pues se la asocia de manera direc- ta a acciones de violencia, lo que representa un cambio generacional. Sin em- bargo, frente a la idea de la infidelidad no encontramos un contraste tan evidente con los mayores, pues ésta sigue siendo una manera de reafirmar la virilidad. Entre los mismos jóvenes encontramos contrastes de capital cultural y eco- nómico, es decir, de clase. Cuando platicamos sobre los elementos que definen al hombre, el grupo de Engativá planteó dos tipos: uno, el varón pobre, igno- rante, machista e irrespetuoso. En este prototipo el hombre es violento, es me- nos civilizado y tiene menos autocontrol; parece estar estático en el tiempo y sigue presente en la sociedad, pero con una valoración negativa. El otro tipo de hombre sería el individuo responsable, que usa la fuerza para defenderse. No obstante, se trata de imágenes ambiguas, ya que muchos de los atributos con los cuales los jóvenes se definen a sí mismos como varones responsables son tam- bién cualidades del “macho”: así, rechazan el empleo de la violencia, pero per- siste el desprecio, incluso muy arraigado, por los “manes que parecen viejas”. Se valora considerablemente el ejercicio de la responsabilidad, pero también el “ser

Figura 19. El hombre en la actualidad.

Género y sexualidad | 87 | imponente”, alejarse de lo femenino, y algo que llaman “tener una actitud varo- nil”, que parece sinónimo de postura dominate: para ser hombre se necesitan los siguientes aspectos: tener una actitud varonil, no inclinarse a lo femenino, no usar pren- das femeninas, asumir los actos con responsabilidad, ser imponente. La idea de la responsabilidad aparece como un deber asociado a la hombría. En todos los grupos, tanto en los de estudiantes como en los de usuarios de servicios del Departamento Administrativo de Bienestar Social del Distrito, y entre las distintas edades y formaciones escolares, le otorgan un lugar central al trabajo y, consecuentemente, a la capacidad de responder por la familia. Así lo muestra muy bien la cartelera “El hombre en la actualidad”, producida en Usaquén (Figura 19). Nuestro Atlas lleva sobre sus hombros a mujer e hijos; suda, pues recorre un largo camino que parte de un lugar llamado “pobreza”, pasa por un basurero con botellas de alcohol y moscas revoloteando, y se dirige, con mucho trabajo, hacia el “futuro”, representado por una línea de meta. Este ejemplo es sólo uno de los significados atribuidos a la palabra “respon- sabilidad”. Los jóvenes del IDIPRON, muchos de cuales vivieron en la calle y aho- ra se emplean como obreros en construcciones públicas, representaron a un tipo de hombre que oscila entre la realidad y la ficción, mezcla de lo épico y lo cotidiano. Uno de sus dibujos se titula “el trabajo del hombre”: aquí aparece Mr. Increíble (protagonista de una película de Walt Disney) con una pica en la mano izquierda y una pala en la derecha. El super albañil simboliza el trabajo que

Figura 20. Mr. Increíble.

| 88 | Manes, mansitos y manazos estos “manes” tienen, pero también, la fuerza que le permite defenderse a sí mismo y a los más débiles. Vemos cómo la defensa del prójimo, del débil, es también “responsabilidad”. Pero no se trata sólo de una cuestión económica, del rol de proveedor; esta vez hablamos de “revirar”, de respaldar, de defender a los frágiles. Fue recurrente en varias localidades el papel del hermano como defensor de la honra de la herma- na y del hombre como el héroe que protege a su familia. Aquí encontramos una asociación directa con la violencia, pues es necesario usarla para demostrar que se puede responder o defender a la prole. Existe otra variante, también recurrente pero en menor proporción, en donde ser responsable incluye ayudar en el hogar. El hombre que cuida a sus hijos y que cumple con labores domésticas aparece bien valorado tanto en los adultos de Santafé y Candelaria, como en los grupos de jóvenes de distintos colegios. Este “nuevo hom- bre” que se dedica por entero al hogar no es visto necesariamente como femenino. En el grupo de Usaquén encontramos dos ejemplos de lo que hacen estos hombres responsables, plasmados en carteleras logradas en el conversatorio sobre violencia y masculinidad. En primer lugar, tenemos el que cuida a sus críos: aparece el dibujo de un hombre con barba y medio calvo, portando un biberón con el que pretende ali- mentar a su hijo de brazos que lo espera hambriento. Al segundo ejemplo, los participantes de Usaquén (IDIPRON) lo llamaron Lavores [sic] cotidianas del hombre. Trabajo. Representaron, nuevamente, a un obrero de la construcción vestido con overol, cachucha y portando una pala, una pica y una carretilla en la que recoge escombros (Figura 21).

Figura 21. Lavores [sic] cotidianas del hombre.

Género y sexualidad | 89 | Los dos tipos de hombre representados giraron alrededor de la idea de res- ponsabilidad y del trabajo o labor que desempeñan, pues El hombre de hoy tiene muchas obligaciones para su propio bienestar en su hogar, el hombre tiene que traba- jar para poder sobrevivir y alimentarse y alimentar. La responsabilidad es funda- mental e incuestionable –rasgo común con los mayores– pues no ejercerla es síntoma de “desorden”. Con todo, el cuidar del hogar y la prole no son todavía una obligación varo- nil aceptada por todos. En uno de los ejercicios del conversatorio sobre mascu- linidad y violencia, los hombres de Los Mártires dejaron ver que, aunque las mujeres trabajen, la principal responsabilidad del cuidado del hogar sigue sien- do de ellas. En la totalidad de los escritos que elaboraron en sus casas como tarea, después de este conversatorio, el trabajo doméstico fue visto como una “colaboración” de ellos, menos un deber y más un favor:

Las tareas domésticas las distribuimos de la siguiente manera: ella pendiente de las niñas, su aseo personal, su ropa, su alimentación, su estudio, el cumpli- miento de sus tareas, su presentación. Yo, por mi parte, también le colaboraba en estos aspectos, también en la cocina, en el arreglo de la casa, en llevar y traer a la niña de sus estudios, asistiendo a las reuniones y talleres cuando ella no podía.

Al respecto, las opiniones de los estudiantes de un colegio de Chapinero resultan esclarecedoras, pues el cambio en los roles de género ha significado para ellos un cierto malestar, pues estarían confundidos los papeles de hombre y mujer. Veamos: el hombre tiene que ser un ser RESPONSABLE [sic], tiene que ser un ser “bueno”. Hombre es tener la capacidad de sostener a las demás personas […] ahora los hombres son los mantenidos por las mujeres, lo cual indica que los valores del hombre se han ido perdiendo. En la localidad de Los Mártires, en el tercer conversatorio: beso con beso devuelvo…”, este cambio se trabajó comparando modificaciones en las estruc- turas familiares y en los roles hogareños. Apoyados en cuadros de parentesco, método clásico de la antropología, trazamos las genealogías de los participantes y por este medio mostramos algunos de los distintos tipos de familia de los par- ticipantes. Éstos fueron expuestos gráficamente, de manera que todos pudieran compararlos y caer en la cuenta de que en muchos casos la conformación no correspondía al modelo nuclear, o que varios de sus compañeros no sostenían económicamente a la familia. El Gráfico 2 muestra la familia de un señor divor- ciado en dos oportunidades, quien vive actualmente con su madre y tiene hijas en ambos matrimonios. Este hombre aporta económicamente a tres hogares distintos, pero no vive con ninguna de sus hijas.

| 90 | Manes, mansitos y manazos Gráfico 2. Cuadro de paren- tesco de una familia actual, Los Mártires.

Después de conocer esta situación, un participante dijo que él vivía con sus hijos pero que estaba incapacitado para trabajar y se sentía un poco frustrado por no poder sostener la casa. Por esto decidió dedicarse a la política, al trabajo comu- nitario, y ocuparse durante el día de sus hijos. Otro señor comentó que por cues- tiones laborales y de distancia, tenía que dejar a sus hijos con la abuela: no perma- necen con nosotros, únicamente los fines de semana, pero yo estoy muy pendiente de los dos menores que están donde mi mamá [...], ella tiene una niña de 11 años que está con una tía por lo del colegio. De esta forma, los participantes pudieron hablar abierta- mente de las inquietudes que les genera el no cumplir con el ideal de “responder” por la familia. También discutimos cómo esta situación es recurrente en muchos hogares bogotanos, lo que no denota amaneramiento ni debilidad. El uso de los cuadros de parentesco en la localidad de Suba dejó ver matices de la imagen anterior y relaciones familiares más tradicionales en esa localidad: cuando se indagó por las actividades que realizaban los miembros de la familia, ellos dijeron que sus padres “hacen lo de uno”; es decir, los jóvenes colaboran a su voluntad con los oficios y se dedican principalmente a sus asuntos persona- les. También señalaron que traían dinero para la familia y que los domingos se dedicaban a “echar pola”. De acuerdo con los asistentes, las mujeres se encar- gan del oficio de la casa, de cocinar y de lavar la ropa, y las hijas deben ayudar a sus madres en estas labores. Los asistentes reconocieron que había una distribu- ción de labores para quienes habitan la casa según el sexo. La concepción sobre las responsabilidades masculinas está imbricada en el gran conjunto de valores que los hombres manejan para pensarse a sí mismos. La siguiente enumeración, hecha por los jóvenes del IDIPRON en una cartelera que fue el producto del tercer módulo, evidencia los avatares de su masculini- dad, las implicaciones éticas y políticas de ser hombre y recuerda la oposición entre virtudes teologales y pecados capitales del Catecismo del padre Astete:

Género y sexualidad | 91 | Figura 22. El hombre de hoy.

se trata de una cartelera compuesta a dos columnas, la una de palabras y la otra de dibujos en relación antagónica: se lista una concatenación de adjetivos que, según ellos, definen al hombre ideal: honesto, fiel, amoroso, pacífico, ale- gre, trabajador, ganador, pero ante todo, que puede vivir. En contraposición, encontramos deshonra, traición, odio, vagancia, violencia, dolor, morir, todos indeseables pero reales, ya que pueden ocasionar desasosiego y en el peor de los casos, la muerte. Los dibujos, también contrapuestos, representan condiciones y situaciones consideradas como virtuosas, tales como la solidaridad y el uso del condón frente a factores asociados a la violencia como drogas y armas. Hasta aquí, se ha visto que la palabra responsabilidad denota varios signifi- cados compartidos por los hombres; en primer lugar, toma el sentido de protec- ción, en cuanto es el varón quien debe defender a la familia; en segundo térmi- no, la palabra recuerda el rol proveedor del padre y del hermano. También pudo observarse que existe un conjunto de valores que constituyen el deber ser de estos hombres. Pero aún no se menciona la última acepción del término respon- sabilidad, su connotación sexual.

| 92 | Manes, mansitos y manazos AMANtes de las mujeres y de la libertad Los “manes” están en este mundo para dar amor y complacer sexualmente a las “féminas”, así, ellos son libres para dar amor libremente. De allí lo expresivo de la Figura 23, con el subtítulo de “Una gran guerra”. Demostrarle el amor a la mujer, responder en las labores de la casa tanto el hombre como la mujer; complacer a la mujer en la parte sexual; responder por los hijos siempre y cuando sean de uno; estar seguro de su masculinidad. El anterior comentario fue hecho por uno de los muchachos de Engativá. En él podemos ver que “respon- der” también significa comportarse “a la altura” en la cama, porque un verdade- ro macho debe ser ante todo viril. Durante la discusión sostenida en el segundo módulo, los jóvenes de la Insti- tución educativa de Puente Aranda se presentaron a sí mismos como vulnerables ante las mujeres, ya que el deseo sexual es algo que se manifiesta fuertemente en ellos, de forma “incontrolable”. Afirmaron que el hombre es “más fácil” que la mujer, es decir, que se deja tentar sin oponer mayor resistencia y por ello debe satisfacer sus necesidades sexuales. Aquí es importante aclarar que se trata de adolescentes, muchos de los cuales aún no han tenido relaciones sexuales.

Figura 23. Millonario, una gran guerra.

Género y sexualidad | 93 | En contraste, el grupo de Santafé y Candelaria, dio varios rodeos antes de hablar de sexo. En el séptimo módulo sobre salud y derechos sexuales y reproductivos, distinguieron entre amor, romance, sexo y pasión. El amor, dije- ron, es ese sentimiento que nubla la mente y atonta los sentidos, es estar con el ser amado y sentirse “muy delicioso”. Es un momento de ceguera celestial don- de el papel del hombre es seducir, atraer al sexo opuesto y complementar este perfecto romance con buenas dosis de sexo. Pareciera que las emociones obnubilan a los hombres: ora la ira y los celos que justifican la violencia, ora el amor, opio que altera la razón y pone a la gente a “caminar por las nubes”. El rol que la mujer debe cumplir no es exclusivamente pasivo. Ella debe en- trar el un juego del disimulo: se trata de no develar sus verdaderas intenciones frente al macho, quien debe sentirse seguro en medio del cortejo. Estos señores piensan que el hombre es seductor y la mujer seducida y afirman que son capa- ces de “racionalizar” su deseo, es decir, que pueden evitar acometer a una mujer, tal como ellas lo hacen con los hombres. En este mismo módulo, los adultos del grupo de Rafael Uribe Uribe dije- ron unánimemente que el hombre sí es capaz de aguantar su deseo al igual que la mujer. Para ellos, las relaciones se tienen por mutuo acuerdo cuando hay amor, por tanto debe respetarse la decisión de cada cual. Con todo, uno de los hombres de este grupo comentó que también son las mujeres las que acosan, pues si se llega cansado del trabajo y lo único que se quiere es descansar, uno no siempre está dispuesto a complacer sexualmente a la esposa. A este hom- bre sus compañeros le aconsejaron un coctel de “polvo mañanero” y diálogo para limar asperezas. Pese a todos estos matices, se percibió una característica común en todos los grupos, sin importar clase, nivel educativo o edad. Un verdadero varón le res- ponde sexualmente a su mujer. En este terreno no existe ambigüedad ni lugar a dudas. El hombre debe ser fuente inagotable de placer, pues nada peor para su reputación que un chisme que afecte su virilidad o que propague dudas acerca de sus preferencias sexuales. Así como el hombre puede acabar con el buen nombre de una mujer al tildarla de “puta”, ella tiene este mismo poder endilgándole el calificativo de “impotente” o de “marica”. Surge una nueva re- lación, esta vez entre impotencia y responsabilidad, puesto que responder sexualmente significa cumplirle a la mujer, ya no en el ámbito económico, ni por medio de la fuerza para defenderla. Así las cosas, las mujeres que desempeñen roles asignados a los hombres, como llevar la iniciativa en el cortejo y el sexo, son vistas como libertinas y vulgares, tal como lo escuchamos en una canción utilizada en el módulo “Muy delicioso”. En ésta, la “fémina” protagonista del famoso tema Pa’ la cama voy, interpretado por la diva del reggaeton Ivy Queen, dice:

| 94 | Manes, mansitos y manazos Yo quiero bailar, tú quieres sudar y pegarte a mi, el cuerpo rozar. Yo te digo sí, tú me puedes provocar… eso no quiere decir que pa’ la cama voy!

Porque yo quiero besarte, papi te lo juro te me acercas y late mi corazón, si lo q’ quieres es pegarte yo no tengo problema en acercarme y bailarte este reggaeton.

Que los dos tengamos q’ sudar, q’ bailemos al ritmo del tra, q’ me haga fuerte suspirar... pero pa la cama digo mira na na na!! porque yo soy la q’ mando, yo soy la q’ decide cuando vamos al mambo... (y tu lo sabes) el ritmo me esta llevando, mientras más te pegas más te voy azotando y eso está bien.

Te quiero explicar, que en la discoteca nos vamos a colocar. y los dos bonito nos vamos a acariciar. Es porque yo quiero y no me puedes aguantar. No te creas, yo me voy acostando esta así... bailo reggaeton pero no soy chica fácil. Si quieres ganarte mis besos y mi party no es de esa forma papi, ¡cógelo easy easy cógelo baby!

Mujeres... pa’ la disco a bailar. (ven demuéstrale a tu man que es la q’ ahhh). Mujeres... pa’ la disco a perrear, ¡pero que él no se crea puede jugar!!

La protagonista de la canción quiere “rumbear” con un hombre en una discoteca, le propone que se acaricien, se toquen, se acerquen –descripción de la manera en que se baila el reggaeton–. Pero su objetivo no es tener sexo: ella quiere disfrutarlo pero no llevarlo a la cama: “Mujeres… a perrear, pero que él no se crea puede jugar”; “no te creas, yo me voy acostando […] así.”. Para los grupos de adultos el comportamiento de esta mujer es ante todo in- moral. Los jóvenes de Usme, por su parte, comparten esta apreciación pero su animadversión radica en la actitud de la mujer: en el hecho de mirar y no tocar, de incitar y no seguir el juego, de ser –en palabras de los chicos– una “calienta huevos”. Nos gustaba la canción pero no cuando las mujeres lo hacen suspirar a uno y después ¡nada!. Uno de los jóvenes dijo que le molestó la ex- presión “perrear”, empleada por la cantante, debido a que a una mujer le queda mal ser así. Todo indica que la reacción frente a la canción se debe a que plan- tea una mujer con poder para decidir sobre su sexualidad, que ejerce la auto- nomía para hacer lo que le plazca con su cuerpo. También, que ella adopta un

Género y sexualidad | 95 | papel que antes era fundamentalmente masculino, el de mostrar de manera abierta la intención de seducir. El uso de canciones en los talleres resultó una estrategia valiosa para invocar las experiencias y las representaciones sociales con que los hombres interpretan su masculinidad. Fue así como empezaron a emerger una serie de valores asocia- dos al género tales como la libertad. Retomando el ejemplo del reggaeton podemos preguntarnos ¿por qué uno de los muchachos cree que ése comportamiento le queda mal a una mujer? ¿Qué es lo que le queda mal? Parece ser que lo que juzga como inadecuado es el uso de un preciado valor masculino, la libertad. Aparece así una conexión fuerte entre libertad, género y sexualidad. Para los jóvenes de Ciudad Bolívar, ser hombre implica tener más libertad para salir y estar en diferentes sitios. Por el contrario, la mujer no debe estar en ciertos lugares, so pena de ponerse en entredicho. En el conversatorio sobre masculini- dad en esta localidad el tema principal fue precisamente la libertad: el hombre debe buscar a la mujer, bien sea para la relación sexual directa o, en el caso de los adolescentes, para experimentar el acercamiento. Según ellos, ésta es su con- dición natural. Ser activo sexualmente es un elemento fundamental que revela la condición masculina, que es puesta en duda si el hombre no ejerce su libertad sexual “na- tural”. Pero, al mismo tiempo, los participantes reconocen que es irresponsable ejercer tal condición sin poner límites. El límite de esta libertad masculina no es claro para los participantes, pero los ejemplos con que lo expresan nos pueden dar luces al respecto. El ejemplo usado por los muchachos es el billar: ir al local es parte del derecho que tiene el hombre de estar en espacios donde se demues- tra la masculinidad y la madurez. Los niños no juegan billar, y si están allí, es sólo para ver, tomar gaseosa y comer papas fritas. En contraste, jóvenes y adul- tos frecuentan este sitio para jugar. El billar es lugar de encuentro de los mucha- chos al salir de la escuela y es espacio de socialización por excelencia, donde construyen su subjetividad como hombres hablando de sexo y de mujeres. Por otra parte, es habitual que los hombres lleguen y permanezcan en el sitio de- mostrando su habilidad en el juego y, sobre todo, su valor al apostar. El billar es también un espacio asociado a la prostitución, pues así funciona la relación entre el mercado del alcohol y la prostitución en el barrio de los muchachos de Ciudad Bolívar. Por ello, la presencia de mujeres jóvenes es vista como negativa, pues causa sospecha sobre sus razones de estar allí, en medio de hombres borrachos y, sobre todo, “arrechos”. Al aparecer en espacios cultural- mente definidos para la homosocialidad, la mujer se convierte a sí misma en objeto sexual. En conclusión, en Ciudad Bolívar se llegó a que la mujer tiene "menos liber- tad". Los padres y las madres se preocupan por su paradero y por la forma en que

| 96 | Manes, mansitos y manazos vive su vida sexual, mientras que sobre el hombre un control equipara- ble en la familia ni en la sociedad en general. Por ello es deseable que el hombre desarrolle un mayor control sexual y se dice también que no es correcto que el hombre abuse de su libertad sexual. Aunque contra esto se erige la idea de la libertad sexual como inherente a la masculinidad, como algo deseable y necesa- rio, si se desea obtener respeto y reconocimiento. En Suba se empleó el trabajo grupal para la exposición de las ideas de los participantes preguntándoles directamente sobre sus relaciones sexuales. En el módulo sobre derechos y sexualidad se indagó acerca de la preparación para el sexo. Sobre este punto los jóvenes del colegio comentaron: No, la idea es que no se den [las relaciones sexuales], porque si no la novia va a pensar que uno sólo la quiere para eso. Otro dijo: No estoy de acuerdo. Uno debe hablar sobre sexo con la otra persona. Si tiene enfermedades, etcétera. Sí se puede planear la primera relación. Sin embargo, hay veces en que el sexo simplemente se da sin estrategias previas: depende del momento, porque que tal que uno se emborrache y se coma a una niña bien fea, uno no se da cuenta. A lo largo de los talleres encontramos diferentes posiciones de los hombres en lo que tiene que ver con el libre ejercicio de la sexualidad, dependiendo del lugar de enunciación de los sujetos, el nivel educativo, el curso de vida. Esto devela matices en la configuración de la masculinidad. Para hacer explícita esta diversidad, quisimos motivar a los hombres mostrándoles referentes cercanos; también presentamos contrastes con otras culturas donde la experiencia de ser hombre puede resultar algo totalmente insospechado para nosotros. El método usado para evocar las vivencias de los hombres a través del contraste fue un trabajo iconográfico que describimos en el siguiente apartado de este capítulo. Tipos de manes Para el tercer módulo de los conversatorios, …beso con beso devuelvo: nuevas formas de masculinidad, usamos láminas plastificadas con fotografías de distintos tipos de hombres. El fin era evaluar el grado de cercanía de los participantes con estas imágenes. Las opiniones quedaron plasmadas en tarjetas de colores en las que los hombres escribieron con quién se identificaban y con quién no. Un ejem- plo de Barrios Unidos, aunque escueto, es ilustrativo al respecto: a la pregunta ¿Con cuál de ellos se identifica y por qué? Varios de ellos respondieron:

Melo: con el hombre de color [véase Figura 25] por su esfuerzo laboral. Vergara: por lo mismo. Ávila: Por el compromiso con el trabajo. Llanos: por la fuerza. Arévalo: con ninguno porque cada uno tiene su forma de ser. Cortés: por el compromiso con su familia.

Género y sexualidad | 97 | Figura 24. Padre e hijo, publicidad.

En el colegio de Chapinero trabajamos con estudiantes hijos de educadores. Allí pudimos encontrar divergencias respecto al modelo del macho protector. Una de las láminas muestra a un padre joven, blanco y bien parecido jugando a las palmas con su hijo. Esperábamos encontrar identificación con la fotografía pero en la plenaria surgieron opiniones como esta: La foto que me tocó es la de un hombre con un niño y aparentemente se puede decir que son padre e hijo y no me identifico porque no quiero ser padre tan joven (Figura 24). Los jóvenes de Chapinero no tie- nen hijos y esto marca una diferencia fundamental con otras localidades como Usaquén y Candelaria. La experiencia de la paternidad determina el grado de identificación con esta imagen, pues apunta más a un modelo de familia y de feliz convivencia: así, algunos se identificaron con el Hombre joven jugando con un bebé: porque representa una familia armoniosa que es lo que todos anhelamos. En contraste, los estudiantes de Usme (pese a que se trató de un grupo mix- to, los asistentes más constantes fueron los jóvenes) leyeron en la lámina un cambio en el modelo de género masculino, pues se trata de un hombre que le demuestra cariño a su hijo. Dijeron que ahora se les permitía a algunos hombres expresar ternura y afecto mientras que antes no era así. Según ellos, “hace veinte años eso no se veía, porque el papá debía ser rudo y no tierno, ni mostrar sus senti- mientos”. En este grupo, la mayoría de los muchachos señaló que les hubiese gustado más cercanía y cariño por parte de sus padres.

| 98 | Manes, mansitos y manazos En Barrios Unidos se puso en discusión la noción de masculinidad, comparan- do los modelos que cada uno de los asistentes traía a colación. Por medio de la iconografía pedimos a los jóvenes que nos describieran qué hacía hombres a los fotografiados, y, en segundo lugar, con cuál de ellos se identificaban. De esta ma- nera nos acercamos más a los ideales de masculinidad de los asistentes y realiza- mos un ejercicio de reflexión respecto a la construcción de la identidad de género y a las múltiples formas y matices que puede tomar. Las láminas que evocaban cuadros de familia suscitaron pensamientos más allá de la descripción. El ideal de la mayoría era el de tener familia, pues se manifestaron como personas compro- metidas con el matrimonio y con la capacidad de sostener una familia. Otro prototipo con el que hubo identificación en todos los grupos fue el hombre fuerte encarnado en el macho. Las imágenes con mayor acogida ilus- tran hombres arando la tierra y levantando cargas pesadas. Se apreciaron las láminas que resaltaban el físico y el trabajo, que despertaron en los asistentes ideas relacionadas con el uso positivo de la fuerza y el vigor. En este mismo sentido, los jóvenes de Usme dijeron sentirse identificados con la fortaleza expresada de distintas formas, bien sea cargando un bulto, tra- bajando en las labores agrícolas o practicando algún deporte (Figuras 25 y 26). Al respecto, en un trabajo de grupo los señores de Los Mártires afirmaron: Todos nos identificamos con el hombre (negro) que lleva una carga en sus hombros. Demuestra fortaleza, trabajo y cumplimento de su deber. Además, cabe resaltar la

Figura 25. Cotero, revista Acento. Figura 26. “El Pibe” Valderrama, Internet.

Género y sexualidad | 99 | expresión de un estudiante en Barrios Unidos, que admira al hombre de la foto apreciando sobre todo la fuerza, el trabajo que realiza, que no es de una mujer. Algunas imágenes vinculadas con la identidad nacional causaron también admiración e identificación. En Puente Aranda, los estudiantes de una institu- ción educativa de los grados décimo y once se sintieron cercanos a las imágenes que resaltan la nacionalidad: Juan Valdés, que muestra la “berraquera colombiana; los hombres que “defendían la patria” [soldado] y el deportista y sobre todo un futbo- lista [Pibe Valderrama]”. Ciertos íconos patrios fueron también causa de admira- ción, con variaciones según la edad y la procedencia. Cuando se preguntó a los asistentes de Barrios Unidos ¿Con cuál de las fotos se identifica y por qué? Las respuestas fueron de este tipo: Me identifico en una pequeña parte con el Pibe por la parte deportiva, y los otros tres en nada porque no me brindan características por la cual identificarme. En otras localidades selecionarón las imágenes de un soldado, porque se iden- tifican con la vida militar, porque tuvierón la experiencia durante tres años, o les gusta el manejo de armas. La de Juan Valdez, porque algunos vivieron en el campo y otros porque son paisas, y porque tiene que ver con el manejo del café. Finalmente, ciertos hombres se identificaron con Carlos Vives porque les gusta la música y también porque interpretan la guitarra.

Figura 27. Indígena Sierra Nevada de Santa Marta, Internet.

| 100 | Manes, mansitos y manazos Figura 28. Director de orquesta, Internet

Un grupo de señores de Los Mártires, lo que se repitió en otras localidades, relacionó la imagen de un indígena (Figura 27) con la sabiduría. Dijeron: Nos identificamos [con ellos] por ser nuestro origen, los ancestros [...] por ser ejemplo, tienen conocimiento en estudios, trabajos modernos, pero guardan su cultura, tradi- ciones, lengua y religión, a pesar de ser civilizados. Un joven de Engativá escribió en las tarjetas de su grupo: “Me identifico con el indígena, trabajador y con sus propios creencias, su forma de vestir sin que nadie le diga nada, por que es uno y nadie deve [sic] decirme lo que debo hacer o que me critiquen.” El director de orquesta fue caracterizado como un intelectual sinónimo de sabiduría y admiración. Encontramos un importante reconocimiento de la edu- cación como factor de ascenso social, como se vio en el conversatorio de Los Mártires: sí [me identifico] porque significa persona estudiosa y preocupada por la cultura. Por otra parte, los jóvenes del colegio de Tunjuelito consideraron la imagen de los intelectuales como legítima expresión de la masculinidad, pero criticaron que, en cierta medida, les faltaba fuerza física. Por el contrario, exal- taron la foto de “un levantador de pesas” por su tesón, sacrificio y vigor. Fue interesante que nunca se cuestionara esta imagen hasta que supieron que no se trataba de un hombre sino de una mujer muy masculina; esto facilitó relativizar el uso de la fuerza en lo varonil.

Género y sexualidad | 101 | Los mayores de San Cristóbal aplaudieron la elegancia de un modelo de Ives Saint Laurent (Figura 29), impecablemente vestido y emperifollado, pues lo encontraron “cumplidor”. Su pulcritud y muestra de caballerosidad lo convier- ten en ideal. En Los Mártires ocurrió algo parecido, pues admiraron a este per- sonaje por tratarse de alguien moderno, actual, a la moda [...] trabajador y respon- sable. En contraposición, los jóvenes de Engativá lo vieron con inquietud: “nos identificamos, aunque parece gay. Tal vez por su elegancia y porte”. Un último ejemplo de las imágenes con las cuales los asistentes a los conversatorios se identificaron es la del guerrero (Figura 30). Un joven de Engativá nos entregó el escrito que muestra con la mayor radicalidad bélica la identificación con el modelo en cuestión:

Yo me identifico con Rambo, porque soy ágil, tengo habilidad y destresa [sic], además soy rígido, me gustan las calaveras y signos q’ llamen la atención y soy cuidadoso en las cosas y deberes y además de ser responsable, me gustaría tener un arma y sobre todo soy inteligente.

Figura 29. Modelo Ives Saint Laurent, Internet.

| 102 | Manes, mansitos y manazos Figura 30. The Punisher, Internet

Asimismo, en Engativá hubo identificación con la foto de un uniformado colombiano: es un soldado y me identifico como un geriador [un guerriador] un lu- chador y un varón. Además: es un soldado, parese [sic] rudo muy responsable con su trabajo, listo para dar la vida por su país. La identificación con los hombres en armas ocurrió en algunos jóvenes, pero en general, la violencia que ejercen es motivo de rechazo. En este punto pudi- mos apreciar rechazo a lo que representan algunas imágenes; un joven de Engativá se refirió a una de ellas de la siguiente manera: En la última foto hay un guerrillero con un arma, atrás hay un avión. Yo no me identifico con él porque yo no soy violento. En la misma dirección los señores de Santafé y Candelaria se apar- tan del modelo guerrero:

No [me identifico con la imagen] por las armas […] me lo imagino de ca- rácter fuerte. El soldado: individuo impuesto por la sociedad, no voluntario. Rompen con esquema de vida. Con licencia para matar transitoriamente 2 años, sin ningún ideal concreto y transformado por un componente de la sociedad (ejército) […] no estoy de acuerdo por sus armas, sin saber qué piensa cada persona por dentro.

Los muchachos del colegio de Kennedy, sitio en donde tuvieron lugar estos encuentros, vieron con desconfianza la imagen del militar como símbolo de masculinidad. Plantearon que, la masculinidad está en lograr la superación de

Género y sexualidad | 103 | condiciones adversas por medio de la disciplina, lo que no está necesariamente representado en la actividad militar. Algunos símbolos fueron rechazados en todas las localidades: las fotografías que evidenciaban diferencias de orientación sexual, asi como las imágenes en donde aparecen sujetos maquillados y hombres gay. Así mismo, ratificaron el rechazo a los sujetos considerados por ellos como “delicados” o “desocupados”. Les irritó, sobre todo, la apariencia de los personajes que usan accesorios consi- derados como característicos de personas drogadictas y la de aquellos que en- carnan cualquier característica que pueda ser atributo de homosexualidad o afeminamiento. Estamos hablando principalmente de una lámina que repre- senta a un joven sentado en un andén (Figura 31) y otra que muestra al cantan- te gay Boy George (Figura 32). El retrato del joven causó animadversión por ejemplo en los señores de Los Mártires. Escribieron lo siguiente: Hombre joven sentado en un andén: no [me identifico] porque es la generación sin presentación, [es] drogadicto y pandillero. El grupo, también de adultos, de Santafé y Candelaria opinó: Nos imaginamos que no trabaja, y que se la pasa en la calle, comiendo y vagando sin hacer nada. Cabe

Figura 31. Joven sentado, Internet. Figura 32. Boy George, Internet.

| 104 | Manes, mansitos y manazos Figura 33. Gay parade, Internet. Figura 34. Berdache, Internet. señalar que la desocupación es motivo de gran preocupación moral, pues, tal como lo hemos venido señalando, quien no trabaja ni produce dinero nunca podrá ser un verdadero hombre. Además, las perforaciones que tiene en el ros- tro y su actitud son interpretadas como las de un consumidor de drogas, y allí aparece una conexión causal: la vagancia lleva a la gente a buscar lo que no se le ha perdido y a caer, en consecuencia, en las drogas. Esta idea es compartida por los participantes de Los Mártires: hay varios hombres por los que declararon no tener ninguna simpatía, entre ellos, el joven sentado, el rockero, el homosexual (Figura 33) y el berdache4 (Figura 34). La imagen de la Figura 31, como ya se dijo, lleva piercing y pendientes, mientras la del rockero lo muestra con el pelo teñido, aretes, tatuajes y toda una serie de signos interpretados como degeneración: es degenerado, drogadicto, jíbaro, mal ejemplo. Estos personajes fueron definidos en los conversatorios por medio de los estereotipos usuales para juzgar a los jóvenes excéntricos, es decir, como drogadictos, maleantes, pandilleros, focos de infección para la sociedad.

4 Este era un personaje de algunas culturas indígenas norteamericanas quien al no apro- bar el rito necesario para convertirse en hombre, debía asumir roles femeninos.

Género y sexualidad | 105 | Sin embargo, parece que los señores de Los Mártires se distanciaban más del homosexual y del indio travestido. Del hombre que encabeza el desfile, vestido de cuero de pies a cabeza en una demostración en Nueva York, dijeron lo si- guiente: no nos identificamos con su estilo de modelo o costumbre moderno, ni con la forma de vestir de este personaje [...] y porque su presentación da muestra de liberti- naje y rebeldía e inmoralidad. Según los comentarios de la mayoría de los grupos, tal parece que es preferi- ble tener un hijo drogadicto que uno homosexual, aunque en el taller sobre derechos sexuales todos dijeron respetar esa orientación sexual. En cuanto al berdache, el problema radica en que es una persona extraña, que no compren- dieron completamente, pero que es reprochable porque resulta imposible dife- renciar su sexo. El contraste generacional permite ver que entre el rockero o el joven senta- do en la calle hay una distancia valorativa significativa. Estas dos imágenes, escandalosas para los grupos de mayores, no son un problema entre los jóvenes, pues no ponen mayores reparos ni emiten juicios morales sobre estos persona- jes. En contraste, los homosexuales fueron rechazados en todos los grupos, aun- que con distintos matices. Es comprensible que nadie haya dicho que se identi- fica con ellos pues la sanción social, especialmente en los colegios, sería inmensa, pues el joven sería inmediatamente rechazado por sus pares. Los mayores, apa- rentemente más tolerantes, también repudian categóricamente esta conducta. Por tanto, y debido a la importancia que tiene en la construcción de la masculi- nidad la constitución de su opuesto, de su contraste, de lo que no se es, es me- nester detenerse en este punto y analizar con más detalle creencias, opiniones y experiencias relacionadas con la homosexualidad. Los maricas no parecen manes En los conversatorios hicimos uso de imágenes de hombres excéntricos y de preguntas que cuestionaran la actitud de los hombres frente a la homosexuali- dad con el fin de que rebasaran las respuestas “políticamente correctas”. Pudi- mos apreciar algunas ideas centrales sobre la homosexualidad, como veremos. En Fontibón, los muchachos y padres de familia que asistieron a los conversatorios hicieron una clara distinción entre los hombres normales, aque- llos que dicen groserías, tienen amigos hombres, desean a las mujeres, son agresivos, coquetean y tienen movimientos fuertes, y los anormales. Es decir, los que no pare- cen manes sino viejas. Señalaron así a los homosexuales como expresión de la feminidad. En repetidas oportunidades opusieron “gays” a “hombres hombres”; señalando a los primeros como sujetos exageradamente amanerados y débiles, que hablan y se comportan como mujeres, que se maquillan, y que buscan a los hombres. Fue interesante ver que los jóvenes de Engativá tomaron para realizar

| 106 | Manes, mansitos y manazos un colaje una fotografía de Jean Paul Gautier (Figura 35), de tema abiertamen- te homosexual; lo que provocó su inclusión fue la exhibición de la fuerza, aso- ciada de inmediato con lo que deben tener los hombres. Esto muestra cómo el contexto condicionó la interpretación de la imagen y deja ver también hasta dónde las supuestas “marcas” evidentes del homosexual pueden llegar a ser re- lativas. Volviendo al grupo de Fontibón, en ocasiones se habló de tolerancia hacia la homosexualidad, pero siempre fue definida como enfermedad, aberración o desviación. Contrario a lo que podría pensarse, quienes rechazaron con mayor vehemencia la homosexualidad se encontraban entre los más jóvenes. Los pa- dres de familia expresaron su disgusto hacia estas personas, pero señalaron que era algo que en general tenía que tolerarse. Empero, la mayoría de los jóvenes que participarón en éste este conversatorio señaló que al primer indicio de “mariconada” por parte de un hombre cercano terminarían con la amistad, porque se sentirían traicionados. Además, la gente podría pensar que uno también es así al verlo caminar con alguien homosexual. Los jóvenes temen ser estigmatizados como “maricas” por las demás personas y ex- presaron miedo a ser tocados o seducidos por sus compañeros homosexuales. A este comportamiento los teóricos de la sexualidad lo han llamado homofobia,

Figura 35. Fuerza, club para hombres.

Género y sexualidad | 107 | pues ciertos hombres y mujeres ven a las personas homosexuales como un peli- gro que los acecha, como una agresión sexual constante, como un germen que de alguna manera se propaga e infecta a la parte “sana” de la sociedad. En oposición a lo anterior, un padre de familia contó cómo hace unos años un hombre con el que él trabajaba le coqueteó y le propuso que tuvieran rela- ciones sexuales. Éste le dijo que no le interesaba y señaló que pudo decírselo tranquilamente, que siempre se respetaron y que no tuvo que recurrir a la fuer- za. Otro padre dijo que uno no debía terminar la amistad, puesto que uno se había relacionado con esa persona, no por su orientación sexual, sino por la forma de ser y que en ese sentido, la persona seguía siendo la misma, indepen- dientemente de su orientación sexual. En Suba, los estudiantes también tuvieron expresiones de homofobia: a la pregunta sobre su actitud a propósito de la “salida del clóset” de un amigo, plan- teada por los talleristas en el conversatorio sobre sexualidad y derechos, surgió espontáneamente la frase: ¡Uy, Sagrado Rostro!. Otro muchacho añadió: Yo le digo, pues abra esa boca, ¡a ver mijo!, señalando con ello que lo obligaría a practi- car sexo oral. Ante esto surgió un murmullo de desaprobación dentro del grupo por lo grotesco de la intervención. Pero los comentarios no se moderaron y más bien apuntaron hacia una marcada ambivalencia, pues “yo sí le daría un mue- co”, “yo me lo rumbearía”; mientras otros sostuvieron, “yo le diría que cada quien en su cuento. Si usted es marica pues en lo suyo, pero yo no le hago”.

Figura 36. Si no eres así… ni lo toques.

| 108 | Manes, mansitos y manazos Surgió entonces la pregunta: ¿Por qué le pegaría? Este joven afirmó: “Porque si uno habla con él van a pensar que uno es marica y es mejor, antes de que hablen de uno, demostrar que uno no lo es”. Un estudiante añadió: “usted le pega para defender la masculinidad”. Otro dijo: “Nosotros consideramos que cortaríamos la amistad. Es mala influencia, qué tal que nos quiera manosear”. Finalmente otro estudiante planteó que si sus compañeros tenían miedo eran porque duda- ban de sí mismos, que la “mariconada” no se contagia y que es perfectamente normal “tener una amistad con alguien gay”. Nuevamente los adultos parecieron ser más tolerantes. No obstante, la atrac- ción por personas del mismo sexo es siempre vista como un problema de salud mental. Algunos padres del taller de Fontibón afirmaron que buscarían ayuda psicológica para comprender el origen de dicha alteración y que luego decidi- rían si aceptaban al hijo o no. Otro comentó que hace unos años él no lo hubie- ra aceptado, pero que ahora sabía que quien debía buscar ayuda profesional era él y no su hijo, puesto que el problema era su actitud de rechazo ante sus prefe- rencias sexuales. Por último, un tercer grupo de padres dijo que les dolería el hecho de que se hubiera desviado, pero que finalmente lo aceptarían. Los señores del grupo de Usme piensan algo parecido a sus pares de Fontibón: dijeron que, como padres de familia, el descubrir que su hijo es homosexual sería un golpe bajo. Sentirían tristeza, desilusión y guayabo, porque esperan a un hombrecito que perpetúe el apellido de la familia. Uno no espera que se desvíen –señalaron– pero es mejor apoyarlos. También se escuchó una expre- sión de tolerancia obligada: un muchacho comentó cómo un primo tuvo un hijo homosexual y tuvo que aceptarlo y apoyarlo porque no podía matarlo. Algunos seño- res reiteraron lo dicho en otros grupos, es decir, que en el caso de descubrir que un amigo es “marica”, lo ignorarían y le retirarían la amistad, dejando en claro que no compartían su gusto. Además, algunos jóvenes afirmaron que lo recha- zarían porque les daría miedo volverse así, equiparando, al igual que en el taller de iconografía, la homosexualidad con la drogadicción. Una constante en todos los grupos fue reconocer que la masculinidad está profundamente ligada a la expresión y el uso del cuerpo: este mensaje es trans- mitido por la posición de las manos, el modo de caminar y la inflexión de la voz. En relación con la forma en que un hombre se mueve, un señor de Usme se levantó, caminó pisando fuerte y con las piernas abiertas y dijo que así lo hacían los varones, mientras que los gays caminaban “más finito”. Los hombres, según este mismo participante, hablan “más durito” mientras que los gays tutean y emiten una suave entonación. Adicionalmente, los participantes adviertieron que el hombre no se pone pantalones descaderados, ni brassier, ni ropa íntima femenina, ni mucho menos tacones. La equiparación de la homosexualidad y la feminidad es evidente. Sin embargo, para éstos señores “existen dos tipos de

Género y sexualidad | 109 | gays: los que se dejan ver naturalmente como son, es decir como mujeres; y los que lo esconden”. En resumen, del uso de imágenes de hombres excéntricos y de preguntas que cuestionaran la actitud de los hombres frente a la homosexualidad, pudimos deducir tres ideas centrales sobre la misma. En primer lugar, que se trata de una enfermedad del comportamiento, con un origen desconocido. Por lo tanto la mejor forma de tratar este “problema” es por medio de una intervención clínica que pueda, hasta cierto punto, corregir esta conducta. En segunda instancia, surgió la idea de la contaminación asociada a la homofobia: al ser una enferme- dad, la homosexualidad puede ser contagiosa y por lo tanto hay que desecharla, mantenerla al margen, ignorarla y, en el peor de los casos, combatirla por medio de la violencia. La tercera y última conclusión sobre el tema tiene que ver con lo que algunos autores han llamado el modelo expresivo: la “mariconada” se nota, emerge del cuerpo en forma de atributos femeninos como la expresión de las emociones, la delicadeza y el lenguaje corporal. En el caso de no encontrar nin- guno de estos signos es porque se ocultan o reprimen. Para finalizar, vale la pena recalcar que la aparición de comportamientos femeninos en un hombre es síntoma inequívoco de descomposición social, de la pérdida de valores tradicionales y del quebrantamiento de la estructura fami- liar. En otras palabras, la homosexualidad, así como otros cambios en las rela- ciones entre géneros, serían señales de degeneración. Recapitulación En los módulos sobre masculinidad e identidad, que nombramos al inicio de este capítulo, trabajamos sobre los atributos que los participantes reconocieron como característicos de la masculinidad, sobre los roles de género y sus cam- bios. Aparecen como especialmente relevantes dos grandes ideas interrelacionadas: los cambios en los roles de hombre y mujer y la degeneración de la masculinidad. En el primer taller, “nació varón”, se preguntó ¿qué es ser hombre? En la res- puesta de los estudiantes de Chapinero se condensan muchas de las creencias compartidas ampliamente. Para comenzar, estos estudiantes esbozaron la no- ción del varón, perpetrador de violencia, macho y más aún, guache, mujeriego y morboso: Según la sociedad: el macho [es] el malo, el que más golpee y maltrate, el que mande. Carente de urbanidad y civismo, instruirse le interesa menos que el deporte y las mujeres. Este prototipo de hombre es machista por naturaleza, le gusta el fútbol, la cerveza y las reinas, mira a las viejas con morboseo [sic], le gustan los carros, es mujeriego, no se deja de nadie, le gusta pelear; hay que tener en cuenta que la sociedad está degenerada. Al fin de cuentas, estos jóvenes consideran que este tipo de machos son signo de la degeneración de nuestra sociedad.

| 110 | Manes, mansitos y manazos Para los grupos de Santafé, Candelaria y San Cristóbal (este último confor- mado en su mayoría por adultos mayores) este tipo de hombre es calificado de otra forma: su aspecto positivo es la fuerza ejercida en el trabajo, aquí el hombre crea, produce y responde. En oposición, encontramos también un aspecto ne- gativo: la violencia destructora que no es desconocida pero tampoco es un ras- go determinante de la masculinidad. Para ellos el problema radica en la degene- ración que es fruto del paso del campo a la ciudad. En ese tránsito el hombre ha perdido dominio sobre la mujer y la prole, y se ha “propagado” la homosexuali- dad. De la mujer, en cambio, hablaron de una degeneración causada por el aban- dono del hogar y el hecho de no querer tener hijos. Es decir, continúa vigente la imagen de la mujer procreadora y vigilante de la estructura del hogar, mientras la mujer actual es vista como egoísta, individualista y desprendida de la función reproductiva. En general, vimos cómo la ciudad también contamina el ideal de la madre, pues por un lado, la costosa vida hace que la mujer salga de la casa para aportar económicamente al hogar, en detrimento de la crianza de los hijos. Al mismo tiempo, esto amenaza el poder del hombre pues ella asume su rol de género. Así, la sociedad se descompone cuando la mujer se libera de la carga de la prole y comienza a competir con el hombre. No obstante, el fenómeno es interpretado de manera positiva por uno de los hombres de Fontibón:

Las mujeres nos igualan cada vez más a los hombres. En los trabajos de ofici- na nos están superando porque ellas son más responsables que nosotros. No se dejan llevar por los amigos ni se ponen a tomar cerveza. Nos están superando porque el hombre ha dado para eso. El gerente de una empresa a veces llega a pasar el guayabo, una mujer no. La mujer estudia más que el hombre y pretende superarse más que él.

En esta misma localidad se vio cómo en la generación de los padres de los asistentes era impensable que un hombre colaborara con el oficio doméstico o se metiera en la cocina. Los hombres señalaron que así como la mujer tuvo que adaptarse a la nueva situación y asumir nuevos roles, también se espera que el hombre asuma otros, tales como la crianza y educación de los hijos. No obstan- te, estos cambios traen consigo la “pérdida del calor de hogar”, pues los hom- bres no están hechos para criar y los hijos necesitan de los cuidados y del amor de su madre. En una actitud contradictoria, valoran la posibilidad que tiene ahora la mujer para acceder a ciertos ámbitos que antes le habían sido negados, como el trabajo remunerado, sobre todo en actividades en las que se considera- ba indispensable la presencia del varón puesto que requerían de fuerza física y de cierta destreza. Pero, al mismo tiempo, ven con preocupación que la familia

Género y sexualidad | 111 | nuclear se ha venido “desintegrando”, como lo manifestó uno de los jóvenes de Barrios Unidos: el hombre se impone por la fuerza pero la fuerza ha venido perdiendo el imperio. Se espera del hombre que se identifique sin temor al cambio y se adapte a él. El anterior comentario parece apropiado para analizar una de las implica- ciones de las transformaciones culturales en los roles y relaciones de género. Es el miedo a la pérdida de poder: hoy en día se cede terreno frente a la mujer […] el grupo social se disuelve, la familia ya no tiene el mismo grado de influencia, lo ocupan los grupos sociales. Así, el cambio parece traer descomposición social. Y no es el único significado que adquiere la palabra degeneración: los jóvenes de Usaquén, muchos de los cuales son consumidores de marihuana, destacan el “vicio” como una de las prin- cipales causas de “degeneración”. Las drogas, al igual que los cambios en los roles de género, entorpecen la capacidad del hombre para responder por su familia. El hombre es el responsable de la alimentación de la familia. Lo anterior se garantiza evitando consumir “vicio”, marihuana o bazuco, pues esta práctica lleva a las personas a la perdición: se puede decir que hoy en día los vicios son causa de que uno no responda en los gastos de la casa. Es decir, que el hombre no tiene que dejarse llevar por los vicios. En el taller sobre nuevas formas de masculinidad algunos mucha- chos de IDIPRON plasmaron en sus dibujos las circunstancias sociales que obstacu- lizan su realización como hombres, siendo el consumo de “vicio” una de las más citadas, tal como se aprecia en el dibujo de la Figura 37. Después de la hierba me voy a trabajar. Allí se representa la vida de un hombre en tres escenas: 1. El sujeto aparece fuera de su casa fumando un cigarrillo de marihuana y dice después de la

Figura 37. Después de la hierba me voy a trabajar.

| 112 | Manes, mansitos y manazos hierba me voy a trabajar, 2. El hombre está trabajando en un cultivo, fumando un cigarrillo de marihuana y dice “después de la hierba me voy a almorzar”, 3. Final- mente, el protagonista aparece en la antigua Calle del Cartucho fumando solita- rio un cigarrillo de marihuana. Hasta aquí hemos visto que los participantes destacan dos causas de la dege- neración de los varones. La primera, el cambio en las relaciones de género y la segunda, el vicio y la vagancia, ambas asociadas a la pérdida del poder masculi- no y a dejar de cumplir la función proveedora. Aparece, además, una tercera causa de degeneración, como lo vimos en este capítulo, y es la feminización del macho, la pérdida de valores esenciales que distinguen a hombres de mujeres, lo que acaba con la célula fundamental de la sociedad, la familia. En conclusión, la feminidad es algo que el hombre no tiene, que debe buscar encarnada en otro ser, en otro cuerpo, pues es signo de perversidad encontrar en el macho algún rasgo femenino. De esta manera, observamos cómo la idea de la complementariedad se convierte en el primer elemento clave para cons- truir masculinidad. Es un deber ser, un imperativo que se plasma en la crianza y la educación. Pero al mismo tiempo es evidente, tanto en los grupos de adultos como en los de jóvenes, que existen diferencias generacionales y sociales que determinan cambios en los modelos de género. Finalmente, vale la pena resaltar que al emplear los talleres como un espacio de conversación, especialmente entre jóvenes –los talleristas y los participan- tes–, las charlas pudieron darse sin mayores inhibiciones. Esto es importante en términos metodológicos, pues ratifica que la empatía es posible porque los mis- mos talleristas acompañan todo el proceso y éste se constituye así en un espacio de homosocialidad y de relaciones menos verticales que las generadas entre maestro y alumno.

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