Capítulo III Género Y Sexualidad

Capítulo III Género Y Sexualidad

Capítulo III Género y sexualidad Dos mitades de una misma guayaba El tema del género y la sexualidad lo trabajamos a partir de los módulos “Nació varón: patrones de crianza e identidad masculina”; “Golpe con golpe yo pago…: masculinidad y violencia” y “Beso con beso devuelvo: nuevas formas de masculini- dad”. Partimos de sus propias reflexiones acerca de la forma en que se criaron y les enseñaron a ser hombres, y buscando explorar las relaciones entre violencia y masculinidad. Figura 18. La princesa encarcelada. Para evocar las experiencias de los hombres en relación con la construcción cultural y social de género y sexualidad, utilizamos las siguientes herramientas pedagógicas: en el primer taller funcionaron muy bien la audición de canciones y la proyección de películas que tocaban directamente el tema de la violencia doméstica. Entre estas, tenemos el dramatizado Pistolas y muñecas (producida por la Casa de la Mujer) y el filme Somos guerreros (del director Lee Tamahori). En el segundo módulo usamos la técnica del colaje para que los participantes pudieran exponer en grupos las principales razones y experiencias que vinculan masculinidad y violencia. Por último, en el tercer taller, realizamos un trabajo iconográfico para analizar el grado de identificación o distanciamiento de los hombres con masculinidades no hegemónicas. Para esto era necesario indagar primero por una pregunta fundamental: ¿qué es ser hombre? “El hombre es un ‘animal’”; “el hombre es trabajo”; “el hombre tiene distin- tos colores”; “el hombre tiene alma y espíritu”; “el hombre manda sobre la natu- raleza”; “el hombre es razón”; el hombre es XY; “el hombre es pipí”; “el hombre es brusco”; “el hombre es campo cuando trabaja y ciudad cuando se aleja de lo salvaje”; “el hombre responde por la familia”; “al hombre le gusta jugar con carros y emborracharse con los amigos viendo fútbol”; “al hombre le gustan los lugares de ‘tentación’”, por tanto, es la mujer quien seduce; “el hombre pierde la razón por culpa del alcohol y las mujeres”, “el hombre es un borracho celoso”. Las anteriores son algunas de las características que los participantes de los ta- lleres creen que son “inherentes” al hombre y a las diferencias entre los géneros. Algunos son rasgos comunes a todos los grupos con que trabajamos, por ejem- plo, las ideas sobre la rudeza en los juegos y la responsabilidad de mantener la familia. No obstante, las actitudes más sexistas las encontramos entre los jóve- nes estudiantes de secundaria de localidades como Engativá o Barrios Unidos, que parecen más conservadores que los mayores de San Cristóbal. En todos los grupos se hizo evidente que entienden el género como una cate- goría relacional: el hombre no puede definirse sin su contrario, sin su “media naranja” o “guayaba”, como le dicen. La mujer también tiene colores, es un ani- mal, tiene alma, es ciudadana, es naturaleza, es emoción e histeria, es la virgen María o María Magdalena, es XX y tiene “cuca”. La mujer es dulzura, belleza, delicadeza, obediencia pero, ante todo, aparece al servicio del hombre, como se muestra en este relato de uno de los participantes de la localidad de Los Mártires: Mi mujer: tiene 8 meses de embarazo, ella hace la comida, lava la ropa, plancha, me consiente, etc. Mi hija: muy pronto va a nacer, y la tarea de ella es traer felicidad a nuestro hogar. Yo: lavo la loza de la comida y arreglo la sala los fines de semana. | 80 | Manes, mansitos y manazos Los juegos son también herramientas por medio de los cuales se construye la identidad de género. En el primer taller se dijeron que la mujer juega con muñe- cas y a ser reina de belleza, salta el lazo, dibuja golosas en las calles; la mujer se la pasa arreglándose y chismorreando; la mujer satisface sexualmente al hom- bre, la mujer pare, la mujer cría, la mujer también es machista, la mujer castiga a los hijos. La mujer también es celosa (pero no se emborracha), la dama no conoce los lugares de “tentación”, y si los conoce ha dejado de ser tentación. De tal ejercicio surgieron dos tipos de mujeres claramente marcados por los valores judeocristianos, que recuerdan la noción de género propuesta por Joan Scott al inicio de este texto. Según esta autora, el género contempla cuatro elementos interrelacionados: los símbolos e imágenes que circulan en una so- ciedad; éstos evocan tipos de hombres y de mujeres tales como Eva y la virgen María y se sostienen en nociones como pureza, contaminación, inocencia y co- rrupción, entre otros. Por otro lado, el género moviliza “conceptos normati- vos”, que indican en qué vía deben ser interpretados estos símbolos e imágenes y contempla, además –como se verá más adelante– nociones políticas. Por últi- mo, el género conlleva la identidad subjetiva o identidad genérica (Scott, 1999). Para los hombres que participaron en los conversatorios, las mujeres se divi- den en virtuosas y pecadoras. Observamos cómo el cruce de los elementos pro- puestos por Scott constituye un modelo de género que continúa basado en la dualidad la madre, y su contrario, la puta. Tal como se aprecia en el colaje que encabeza este capítulo (Figura 18), Lady D es la princesa enjaulada y totalmen- te cubierta que se contrapone a Eva desnuda y libre, o mejor, libertina. La pri- mera es admirada por su tenacidad para manejar el hogar y cuidar de sus miem- bros, desplegando a la vez influencia sobre todos ellos. La segunda no se refiere solamente a las mujeres que los hombres buscan en los “lugares de tentación”, sino también a las mujeres que hacen uso “inadecuado” de su sexualidad. En el módulo tres de los conversatorios, que llamamos Beso con beso devuel- vo, los hombres debieron hablar con sus esposas y preguntarles cómo se distri- buyen las tareas de la casa. Uno de los señores de Santafé y Candelaria hizo que cada miembro de su hogar respondiera la cuestión. Al respecto su esposa escri- bió lo siguiente: Un hogar se maneja de la manera más sencilla. Primero que todo cumpliendo con nuestras obligaciones tanto el hombre como la mujer. Dándoles una buena educación a nuestros hijos, buen ejemplo, buena alimentación, reprendiéndolos cuando hacen algo malo, dialogando con ellos. Otra manera es teniendo todo organizado y limpio… camas tendidas, ropa lavada y planchada y un buen aseo a toda nuestra casa. Los conflictos que nunca faltan se arreglan con el diálogo. Género y sexualidad | 81 | Este tipo de mujeres son las preferidas, no sólo porque están subordinadas, sino también porque cumplen funciones complementarias a las del hombre. Se observa una concepción de la familia que podría traducirse en ecuación mate- mática, donde cada uno de los elementos de un conjunto necesita del otro para mantener el balance: Mi esposa se encarga del oficio de la casa en su totalidad, también de cuidar la niña y de llevarla y traerla del jardín. Eventualmente cuando puedo o tengo el tiem- po soy quien la lleva al jardín y quien la recoge. También ocasionalmente colaboro con algún oficio de la casa [y] ayudo a cuidar a mi hija cuando mi esposa está muy ocupada con algunos de los quehaceres de la casa, ya que tengo poco tiempo por- que soy yo quien se encarga de todo lo económico en cuanto a ello se refiere. En el mismo ejercicio encontramos varios matices. En uno, el hombre es el encargado de la casa y del cuidado de los hijos, pero su mujer sigue cumpliendo con la preparación de los alimentos, labor totalmente desconocida para el señor: De domingo a domingo trabaja mi señora. Yo colaboro en la casa en: lunes a viernes, me hago cargo de mis hijos, en cuanto [a] alistar los desayunos y su presentación para el colegio. Como la comida mi señora la deja preparada, lo único que hago es calentar y servir. Como me queda tiempo suficiente me dedi- co a mi rutina diaria por la calle hasta la 1 p.m. que es cuando llegan de estudiar mis hijos y se sabe cuál es su dedicación como: almorzar, hacer tareas, duermen un rato su siesta y después se distraen en sus trabajos escolares. El modelo de la madre ha cambiado en el tiempo como consecuencia de las transformaciones sociales y de la crisis económica, pues se ha hecho necesario que las mujeres trabajen. Sin embargo, la concepción ideal de familia es aquella en que el hombre puede proveer todo lo necesario para que la mujer se dedique a procrear, criar hijos y administrar el hogar. El trabajo de la mujer es visto más como una necesidad que como un derecho. En general, se espera que la madre sea quien se ocupe de la limpieza y la pulcritud, del “orden” del hogar. El “orden” significa también reprender a los hijos y a la pareja cuando éstos no colaboran con el oficio o con sus responsabilidades maritales. Como se dijo, en contraposición a la figura de la madre se erige la de la puta, la mujer de “dudosa reputación”, la que transgrede el papel pasivo que debería tener la mujer y rompe con alguna norma cultural. Pero no se trata solamente de un asunto de prostitución: una hija, por ejemplo, puede perder el honor y ser sometida al escarnio o a la sanción social. En una de las experiencias narradas en Santafé y Candelaria, en la plenaria del taller número dos, una joven es obli- | 82 | Manes, mansitos y manazos gada estar encerrada en casa y ser la sirvienta de su familia por haber “metido las patas” y tener un hijo sin padre. De igual modo, una muchacha de colegio que tiene muchos novios o que se presta para que hablen de ella, es censurada con todo el rigor del chisme y la burla.

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