Colección Universal
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COLECCIÓN UNIVERSAL R. Dozy HISTORIA DE LOS MUSULMANES DE ESPAÑA TOMO IV Y ÚLTIMO MCMXX ES PROPIEDAD Copyright by Calpe, 1920. Papel especialmente fabricado por LA РЛРШЛВА ESPAÑOLA* COLECCIÓN UNIVERSAL R. DOZY Historia de los musulmanes de España hasta la conquista de los Almorávides TOMO IV Y ULTIMO La traducción de) francés ha sido hecha por Magdalena Fuentes. MADRID, 1920 , "Tipográfica Renovación" (С. A.), Larra, 6 у 8.—MADRID, LIBRO CUARTO Y ULTIMO LOS REINOS DE TAIFAS (1) I Hacía muchos años que las provincias de la Es paña musulmana ge hallaihah involuntariamente abandonadas a sí mismas- En general, el pueblo se afligía de esto, pensaba cc.n espanto en el por venir y sentía nostalgia del pasado- Los capitanes extranjeros fueron los únicos que se aprovecharon de la desmembración de la península. Los geme- rales berberiscos se repartieron el Mediodía; los eslavos reinaron en Levante, y el resto tocó en suerte, ya a advenedizos, ya al corto número de familias nobles que, por cualquier azatr, habíait resistido a les golpes que Abdemrahrnan III y Al- (1) El autor titula el cuarto tomo de esta obra Les petits? souverains; pero, tratándose de un libro de historia española, me ha parecido más propio y castizo titularle Los reinos de taifas, por ser ia denominación con que los modernos histo riadores españoles denominan, generalmente, este período.— N. de la T. manzor habían asestado a lia aristocracia. Final mente, las dos ciudades más importantes, Córdoba y Sevilla, se habían constituido en repúblicas. Los hamuditaff eran, aunque sólo de nombre, los jetes del partido berberisco. Pretendían tener de recho a todas las comarcas árabes de la península; pero, en realidad, ¡no poseían más que la ciudad <ie Málaga y ¡ta término. Sus vasallos más pode rosos eran los príncipes de Granada: Zaui, que elevó esta población a la categoría de capital (1), y su sobrino Habus, que le sucedió. HaJbía, ade más, príncipes bereberes en Carmona, Morón y Ronda. Los aítasidas, que reinaban en Badajoz, pertenecían a lia misma nación; pero, completa mente arabizados, se atribuían un, origen árabe y ocupaban una posición bastante aislada. En el ¿partido opuesto, los hombres más nota bles enan: Jairan, príncipe de Almería; Zohair, que le sucedió en 1028, y Mochehid, príncipe de I>emia y de las Baleares. Este últiano, el mayor pira/ta de su tiempo, se hizo célebre por sus ex pediciones a Cerdeña y a las costas de Italia, así como por la protección que dispensó a los litera tos. Otros eslavos reinaron al principio en Va lencia; pero, en 1021, fué procflaanado rey Abda- taziz, nieto del célebre Altoainzor (2). Em Zarago za, una noble familia ánáfoe, la de los Beni-JEud, (1) Hasta entonces Elvira había sido la capital de la pro vincia; pero habiendo sufrido mucho esta ciudad con la gue rra civil, emigraron sus habitantes hacia el año 1010 y se ¡trasladaron a Granada. (2) Su padre fué el infortunado Abderrahman-Sánchol. 7 ajcanaó el peder después de la muerte de Mon- dir, ocurrida en 1039. Finalmente, sin contar gran número de pequeños estados, existía además el reino de Toledo, donde reinó un tal Yaix hasta el año 1036, en que ios Beni-Ei-'n-nun tornaron posesión de éi- Perténie- cíart a una antigua familia berberisca, que había tomado parte en la conquista de España en el siglo VIII. En Córdoba, düspués de aibolido el califato, re uniéronse los principales vecinos y resolvieron con fiar el poder ejecutivo a Aben-Qhanars, cuya capa cidad era reconocida uníversaimente. El rehusó al principio la dignidad que se le ofrecía, y cuando cedió al fin a las instancias de la asamblea, fué sólo a condición de que le diesen por compañeros dos miembros del Senado, pertenecientes a su fa milia, es decir, Mohámied bean-Abas y Afodalaziz ben-Hasan. La asamblea consintió en ello; pero estipulando que ambos tendrían solamente voto consultivo. El primer cónsul gobernó la república con equi dad y prudencia, y, gracias a él, los cordobeses no tuvieren que quejarse de ¡la brutalidad de los ber beriscos. Su primer cuidado había sido lioenciarlos, «teniendo ton sólo a los Beni-Iforen,. con cuya obediencia podía contar, y reemplazando a los de más por una milicia cívica. En apariencia, dejó subsistir las instituciones republicanas. Cuando se ie pedía un favor: "No soy yo quien puede con cederlo—respondía—; leso atañe al Senado, y ye 8 no soy más que el ejecutor de sus órdenes." Cuan do recibía una comunicación oficial dirigida a él sólo, rehusaba enterarse de ella, diciendo que de bía ir dirigida a los visires. Antas de adoptar una resolución, consultaba siempre al Senado. Jamás se daba tono de príncipe, y, en vez de habitar el palacio real, permaneció en la modesta casa que siempre había ocupado. Sin embargo, en realidad era ilimitado su poder, porque al Senado nunca se le ocurría contrariarle. Su probidad era rígida y escrupulosa; no quería que el tesoro público es- tuviora en- su casa, y confió su custodia a los hom bres más respetados de la ciudad. Cierto que era aficionado al dinero, pero nunca el interés le indu jo a nada indecoroso. Económico y circunspecto, por no docir avaro, duplicó su fortuna, llegando a ser el hombre más rico de Córdoba; pero, al mis mo tiempo, hacía esfuerzos laudables para resta blecer la prosperidad pública- Esforzábase en man tener amistosas relaciones con los estados vecinos, y lo consiguió tan bien, que él comercio y la indus tria gozaron al poco tiempo de la seguridad que tanto necesitaban. Con esto bajaron los ¡precios de los géneros, y Córdoba se repobló con nuevos habitantes, que reconstruyeron algunos de los ba rrios, demolidos o incendiados por los bereberes durante el ¡saqueo de la ciudad <1). Mas, a pesar de esto, la antigua capital del califato no recu peró su preponderancia política. El primer pues- (1) Ben-Hayan, «intuí Aben-Basam, t. I, íol. 157 r. y v.; Abfl-al-llahkl, pp. 42-13. 9> to perteneció desde entonces a Sevilla, en cuya his toria habremos de ocuparnos principalmente. La suerte de Sevilla había estado ligada duran te largo tiem|po a la de Córdoba- Lo mismo que la capital, había obedecido sucesivamente a sobera nos de la familia onimíada y ¡hamudita; pero 3a revolución de Córdoba en 1023 repercutió en Se villa- Habiéndose sublevado los cordobeses contra Casim el Hamudita, y habiéndole arrojado da su territorio, este principe decidió refugiarse en Se villa, donde se hallaban dos hijos suyos con una guarnición berberisca, mandada por Mohámed ahen-Ziri, de la tribu de Iforen. En consecuencia, ordenó a los sevillanos evacuar mil casas, que de bían ser ocupadas por sus tropas. Esta orden causó un descontento tanto más vivo cuanto que los soldados de Casim—los más pobres de su xazr.— tenían la triste reputación de ser grandes saquea dores. Córdoba acababa d.e mostrar a los sevilla nos la posibilidad de sacudir el yugo, y estaban tentados a seguir el ejemplo de la capital. El te mor a lia guarnición berberisca' los detenía aún; pero el cadí de ¡a ciudad, Abu-M-Casim Mohámed,, de la familia de los Beni-Abad, consiguió sobornar al jefe de esta guarnición. Le dijo que le sería fácil hacerse dueño de Sevilla, y desde entonces Mohámed aben-Ziri se declaró dispuesto a secun darle. El cadí se alió también con el comandante berberisco de Carmona, y entonces los sevillanos, ayudados por la guarnición, tomaron las arma» contra los hijos de Casim, cuyo palacio sitiaron. 10 Cuando llegó a las puertas de Sevilla, que en contró cerradas, Casim procuró ganarse a los ha bitantes con promesas; pero no lo consiguió, y, como sus ¡higos estaban expuestos a un inminente peligro, se comprometió, por último, a evacuar el territorio sevillano con tal que íe devolvieran sus hijos y sus bienes. Los sevillanos accedieron a «lio, y, habiéndose retirado Casim, aprovecharon la primera ocasión para echar a la guarnición berberisca (1). Habiéndose libertado así la ciudad, los patri cios se reunieron para constituir un gobierno. Sin embargo, no estaban tranquilos acerca de las con secuencias de su rebelión, pues temían que vol viesen muy pronto los hamuditas irritados para castigar a los culpables; así que ninguno se atrevió a echar sobre sí la responsabilidad de lo ocurrido, poniéndose todos de acuerdo para ha cerla recaer únicamente sobre el cadí, cuyas ri quezas envidiaban, previendo, con secreto placer, él instante en que dichas riquezas fuesen confisca das (2). Ofrecióse, pues, al cadí la autoridad so berana; pero cualquiera que fuesie su ambición, era demasiado prudente para aceptarla :en aquellos momentos. Su origen no era ilustre. Era muy rico, porque poseía el tercio del territorio sevillano, y gozaba de gran consideración por su saber y su talento; pero su familia no pertenecía, sino desde (1) Ben-Hayan, apud Aben-Basam, t. I, fol. 129 r.; Aliad, tomo II, pp. 32, 208,-etc. (2) Abad, t. I, p. 221. • 11 hacía poco, a Ja alta nobleza, y comprendía que, no teniendo soldados a su disposición—y aun no los tenía—, la exclusivista y orgullosa aristocra cia de Sevilla se sublevaría pronto contra un ad venedizo. Y en verdad que no era otra cosa. Cier to que después, cuando los abaditas estuvieron a punto de restablecer en provecho propio el trono de los califas, ellos pretendieron descender de los antiguos reyes lajmitas, que, antes de Mahoma, habían reinado en Hira; cierto que los famélicos poetas de su corte aprovechaban todas Jas ocasio nes para celebrar tan ilustre origen; pero no jus tifica semejante pretensión: los abaditas y sus aduladores no pudieron probarla jamás.