CENTRO DE INVESTIGACIÓN Y DOCENCIA ECONÓMICAS, A.C.

Los indios de la frontera en la relación diplomática de México y Estados Unidos,

1821-1878

QUE PARA OBTENER EL TÍTULO DE MAESTRIA EN HISTORIA INTERNACIONAL

PRESENTA

VIRIDIANA HERNÁNDEZ FERNÁNDEZ

ABRIL2014 Agradecimientos

Cuando decidí incursionar en el mundo de la Historia, ahora sé que lo hice sin tener claros los vericuetos de la profesión. Afortunadamente, una vez adentrada en la labor de historiar, mi embelesamiento por el oficio aumentó. En esto, sin duda, tuvieron mucho que ver aquellos verdaderos profesionales de la Historia que con su ejemplo e instrucción han dado luz a mi camino durante estos dos años. Comienzo agradeciendo al Dr. Luis Medina, mi asesor de tesis, quien se dio a la tarea de leer todos los borradores de este trabajo y realizar los comentarios y correcciones pertinentes. Labor similar realizaron la Dra. Catherine Vézina y Luis García, quienes amablemente aceptaron ser lectores de esta tesis y aportar su vasto conocimiento durante la elaboración de la misma y, por si esto fuera poco, me permitieron fomentar un lazo de amistad por el que me considero afortunada.

Lo aprendido en cada seminario que tomé al cursar la Maestría tuvo un fuerte impacto en la integración de esta tesis, ya sea de manera metodológica o temática. Por ello, siempre estaré en deuda con quienes impartieron dichos cursos: Clara García, Berenice Bravo, Antonio Saborit, Michael Sauter, Camila Pastor, Jean Meyer, Eugenio Anguiano, Pablo Mijangos y Luis Barrón. Especial agradecimiento me merecen los dos últimos. A Pablo agradezco sus observaciones puntuales y certeras; el explicarme la meticulosidad que requiere interpretar y escribir del pasado y la guía siempre presente en un camino aún desconocido para mí, pero sobre todo, le agradezco el tiempo destinado a escuchar mis inquietudes e ideas. Sin esas conversaciones, muy diferentes hubieran sido los últimos dos años. Imposible es no agradecer a Luis Barrón. Su labor como docente y como Director de la División de Historia, facilitó enormemente llevar a buen puerto este trabajo, pero fue su cercanía como Profesor lo que impidió que enloqueciera en el trayecto.

A mis compañeros de clase, por supuesto agradezco sus comentarios, recomendaciones y libros prestados durante la redacción de la tesis; también agradezco la complicidad, las risas y las quejas. Aprendí muchísimo de todos, de sus trabajos de investigación y de su persona. Pedro, muchas gracias por la proximidad. Por su apoyo material y financiero para esta investigación, estoy muy agradecida con el Archivo Genaro Estrada de la Secretaría de Relaciones Exteriores y con el CIDE. El primero me dio la oportunidad de consultar los materiales que dieron contenido a la presente tesis; así como el ambiente propicio y las instalaciones adecuadas para investigar, con gente siempre dispuesta a facilitar dicha labor. 1

Al CIDE, mi alma máter, estaré agradecida perpetuamente por enseñarme la importancia de cuestionar; preguntar siempre me llevará a seguir investigando.

Agradecer a mi mamá, mi gran maestra, el apoyo otorgado en los últimos dos años sería insuficiente. A mi mamá agradezco las enseñanzas y apoyo de una vida entera, la fe ciega depositada en mí y la confianza que me hace confiar a mí también. A mi papá agradezco llevarme al centro de la ciudad de México de pequeña y enseñarme a ver hoy lo que está ahí desde ayer y reflexionar. A mis hermanos les doy gracias por enseñarme el camino, por poner metas altas y demostrarme con el ejemplo que todo, absolutamente todo, se puede alcanzar con dedicación, empeño y trabajo. Carlos y Sonia, gracias por enseñarme a reír de todo, por preguntar, por escuchar, por aprender, por tantos juegos y por tanto amor.

Finalmente, más que agradecer por tu apoyo para terminar esta tesis, la comparto contigo Ulises, porque de tantas conversaciones, cuestionamientos, discusiones, pláticas y hasta frustraciones, este trabajo ya es tan tuyo como mío. Gracias no sólo por hacerme confiar en lo que puedo hacer, sino por hacerlo conmigo y por caminar a mi lado para acompañarme, no para sostenerme. Para convencerte, he debido convencerme a mí misma y para explicarte he debido entender primero. Gracias por ayudarme a conseguir los libros que no encontraba en ningún lado y por enseñarme la ruta más rápida al archivo; por entender cuando tenía que encerrarme y escribir y escribir y escribir y por distraerme cuando ya no podía escribir más. Gracias por obligarme a siempre tener que saber a mayor profundidad, gracias por las largas, larguísimas conversaciones y cuestionamientos relacionados con Texas, la frontera, los comanches, Díaz, los y el Tratado Guadalupe Hidalgo. Gracias por siempre retarme e impulsarme a crecer.

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Índice

Introducción 5 Capítulo 1. Relación diplomática. México y Estados Unidos, 1821 – 1876 19 1.1. Primeras negociaciones diplomáticas, la Independencia de México 19 1.2. Tensión diplomática, la Independencia de Texas 29 1.3. Anexión texana a la Unión Americana 33 1.4. El enfrentamiento armado, la Guerra del 47 35 1.5. Saldo de la guerra, el Tratado Guadalupe Hidalgo 40 1.6. Renegociación diplomática, el Tratado de La Mesilla 42 1.7. Guerra civil, la década de 1860 en ambos países 48 1.8. Un nuevo orden, la República Restaurada y la Reestructuración estadounidense 58 Capítulo 2. Relaciones en la frontera. Indios, mexicanos y estadounidenses, 1821 -1876 63 2.1. El territorio 64 2.2. Los grupos indios 66 2.3. El declive de las misiones y presidios, México independiente 70 2.4. La nueva República, Texas y los indios 85 2.5. La guerra por una nueva línea divisoria 93 2.6. El legado de Gadsen, la responsabilidad compartida 101 2.7. La difícil década de 1860 107 Capítulo 3. La frontera en la agenda diplomática. Las incursiones indias en el restablecimiento de la relación bilateral de México y Estados Unidos, 1876 – 1878 117 3.1. Díaz y la falta de reconocimiento 119 3.2. Cumplimiento de obligaciones internacionales, el pago del primer abono 123 3.3. La elección de Rutherford B. Hayes y los intereses del Sur 125 3.4. La orden Ord 130 3.5. Las negociaciones diplomáticas 131 3.6. Las negociaciones al margen de la diplomacia 133 3.7. Las pesquisas del Congreso estadounidense 140 3.8. El reconocimiento diplomático ¿de los Estados Unidos a México? 147 Conclusiones 150 Anexos 157 Anexo 1. Doctrina Monroe 157 Anexo 2. Informe presidencial de James K. Polk 159 Anexo 3. Tratado Guadalupe Hidalgo 164

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Anexo 4. Tratado de La Mesilla 174 Mapas 178 Mapa 1. Mapa de México y Estados Unidos, 1822 – 1836 178 Mapa 2. Mapa de México y Estados Unidos en 1848 179 Mapa 3. Mapa de México y Estados Unidos en 1853 180 Mapa 4. Mapa de las principales líneas ferroviarias de los Estados Unidos en el Sur 181 Imágenes 182 Imagen 1. Niño cautivo mexicano. 182 Imagen 2. Jefe comanche 183 Imagen 3. Jerónimo, Jefe 184 Imagen 4. Juan Cortina 185 Fuentes consultadas 186

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Introducción

Por medio de una misiva escrita, el Secretario de Relaciones de México indicó al Ministro de Estados Unidos en el país que el problema ya era tan alarmante que era necesario que su gobierno contuviera a “los traficantes de sangre que ponen instrumentos de muerte [armas de fuego], en las manos de esos bárbaros”1 en la frontera. La solicitud formulada en estos términos parece un tanto ornamentada, incluso poética. El lenguaje no es del tono diplomático al que estamos acostumbrados; sin embargo, aun así es posible pensar que se trata de una solicitud realizada recientemente por el funcionario de México.

Los servidores públicos y diplomáticos tanto de México como de Estados Unidos han hablado de la importancia de colaborar como vecinos, reforzar esfuerzos para combatir los actos de criminalidad en la frontera y evitar a toda costa la impunidad. Los reclamos mutuos también se han hecho presentes y han sido expuestos en función de la posición de cada país respecto de la línea divisoria: las organizaciones delictivas han sobrepasado al

Estado mexicano o es necesario que cese el abastecimiento de armas provenientes del norte para bandas delictivas que tanto nos afectan en el país.

Pero la petición del Secretario de Relaciones de México para que el gobierno estadounidense contuviera el tráfico de armas que llegan a manos de “esos bárbaros” no es reciente. La solicitud fue formulada por Sebastián Camacho Castilla a Joel R. Poinsett,

Secretario de Estado de México y Ministro de Estados Unidos en este país en 1826, respectivamente. Se trata de una petición que si bien pudo haber sido publicada este mes en el diario de mayor circulación en el país sin que extrañara a nadie, lo fue pero en el de hace

1 De Sebastián Camacho, secretario de Estado, a Joel R. Pinsett, 15 de junio de 1826, Relaciones Exteriores, AGN. Citado en: David J. Weber, La frontera norte de México, 1821-1846 (México, D.F.: Fondo de Cultura Económica, 1988), p. 144. 5

186 años. Claro que tiene sus matices. Los “bárbaros” de Camacho se tratan de apaches, comanches y grupos étnicos menores que habitaban los estados fronterizos del actual sur de

Estados Unidos y quienes robaban caballos y mulas de México y los intercambiaban con traficantes y pobladores norteamericanos por rifles, municiones, whiskey y otras mercancías.

Son dos cosas las evidentes entonces: muchos de los problemas de vecindad de México y

Estados Unidos no son recientes y, en muchas ocasiones, las dificultades en la frontera trascienden a la esfera internacional. La frontera desde hace más de cien años no ha sido necesariamente una línea divisoria y excluyente. Estados Unidos y México colindan en estados que abarcan un poco más de 2, 414 kilómetros2; sería ingenuo pensar que la línea trazada en la tierra puede eliminar todo tipo de influencia entre estos territorios. Los problemas en la franja fronteriza son problemas de México y Estados Unidos y tienen un impacto en su relación diplomática.

La noción de una convivencia cotidiana en el siglo XIX entre mexicanos, norteamericanos, migrantes (europeos y asiáticos principalmente) e indios nativos de los vastos y poco poblados territorios fronterizos, dedicados a la explotación minera unos, a la caza de búfalo otros, al comercio de pieles de animales, tabaco, caballos, armas y alcohol casi todos, nos invita a imaginar una bien producida escena cinematográfica del Viejo Oeste. Pero lo que hoy podríamos fantasear como un mítico paisaje norteamericano del western salvaje donde el individuo podía experimentar total libertad y dominio en la adversidad, era en realidad el punto de encuentro de diferentes culturas. Se trataba de un territorio en el que confluían pugnas territoriales, masacres, robo de ganado, creación de reservas indias, movimiento de

2 Paolo Riguzzi y Patricia de los Ríos, Las relaciones México-Estados Unidos, 1756-2010. Vol. 2. (México, D.F.: Universidad Nacional Autónoma de México y Secretaría de Relaciones Exteriores, 2012), p. 55. 6 fuerzas militares, reclamos, dimes y diretes que llegaron en un punto a discusiones y negociaciones diplomáticas.

Durante el periodo colonial y la primera década de vida independiente, los territorios del

Lejano Norte de México se encontraban poco poblados, predominando mayoritariamente los grupos indios nativos. La línea de presidios y misiones que se extendía de costa a costa, delimitaba una especie de permeable frontera. El débil pero efectivo sistema de obsequios mantenía un frágil equilibrio entre los presidios y misiones y los grupos indios; los primeros obsequiaban objetos apreciados por los indios, así como alimento y ropa a cambio de no ser atacados y saqueados por dichos grupos étnicos.

Sin embargo, la década de 1830 vio caer la línea de presidios y misiones en el Lejano Norte debido al precario estado del erario público que impedía seguir enviando recursos a la distante frontera. Luego, la redistribución territorial, legado del Tratado Guadalupe Hidalgo con el que se dio por concluida la Guerra de 1847 entre México y Estados Unidos, modificó por completo las relaciones culturales en la franja fronteriza, dividiendo territorios y desplazando de ellos a los grupos indios nativos que hasta ese momento habían predominado.

En estas circunstancias, el enfrentamiento entre mexicanos, estadounidenses e indios no se hizo esperar y la violencia en la nueva frontera era el pan de cada día. La accidentada década de 1860 en la que tuvieron lugar el segundo proyecto imperialista mexicano y la subsecuente restauración de la República, así como la Guerra Civil y posterior reestructuración norteamericana, demandó la atención de ambos países a los urgentes problemas nacionales.

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Para 1870 la frontera pasaba factura de su abandono y las incursiones indias ya eran un tema apremiante para los pobladores. Las medidas adoptadas por los gobiernos de México y Estados Unidos hacia los grupos indios, ya sea de asimilación o de exterminio, si bien diferentes compartían un rasgo: eran ineficientes. La cooperación entre los dos gobiernos parecía indispensable. Sin embargo, en 1876, cuando Porfirio Díaz derrocó el gobierno de

Sebastián Lerdo de Tejada, Ulysses S. Grant, entonces Presidente de los Estados Unidos, optó por no reconocer el nuevo gobierno golpista, decisión que fue sostenida por

Rutherford Hayes, su sucesor en 1877. La cooperación binacional se tornaba cada vez más complicada de lograr. Hayes comenzó a condicionar el reconocimiento diplomático a la erradicación de las incursiones indias y pacificación de la frontera pero después de 17 meses, lo que comenzó siendo un condicionamiento para México, terminó dotando de mayor legitimidad al gobierno porfirista.

El presente trabajo de investigación narra la violencia en la frontera de México y Estados

Unidos a lo largo del siglo XIX con motivo de las incursiones de dos principales grupos indios, los apaches y comanches, y la manera en que dicha violencia tuvo un impacto en la relación bilateral de estos países. En breve, este trabajo busca dar respuesta al por qué las incursiones de indios en la frontera fueron relevantes en el restablecimiento de la relación bilateral de México y Estados Unidos en 1876. Si bien la respuesta es sencilla, puede no resultar evidente en primera instancia. La violencia en la frontera producida por las incursiones indias a poblaciones en ambos lados de la misma fue relevante debido a la presión que los pobladores de dichos territorios pudieron ejercer en sus respectivos gobiernos federales y el freno que dicha violencia representaba para la extensión de lazos comerciales al sur.

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Han sido varios los estudiosos que se han dado a la tarea de analizar la relación bilateral de

México y Estados Unidos en el siglo XIX. Sin duda, en lo concerniente al Porfiriato, entre los trabajos más completos figuran los de Daniel Cosío Villegas3. Para el mismo periodo,

Chester C. Kaiser4 estudió una de las razones del gobierno estadounidense para negar el reconocimiento diplomático al mexicano en 1876: el pago acordado por la Convención

Mixta de Reclamaciones a ciudadanos estadounidenses por préstamos forzosos en dinero o servicios que tuvieron que hacer durante la invasión española de 1829.

En dos capítulos de la colección de “México y el Mundo. Historia de sus Relaciones

Exteriores” de El Colegio de México5, Roberta Lajous y Josefina Zoraida Vázquez se dieron a la tarea de analizar la política exterior del Porfiriato y la relación diplomática de

México y Estados Unidos antes y durante la delimitación fronteriza del tratado Guadalupe

Hidalgo en 1848, respectivamente. Por su parte, en sus contribuciones para la publicación

En busca de una nación soberana. Relaciones internacionales de México, siglos XIX y XX6,

Marcela Terrazas y Basante y Paolo Riguzzi, estudiaron la interacción entre pobladores mexicanos y norteamericanos en el actual noreste mexicano y sudoeste estadounidense durante la primera mitad del siglo XIX; así como los problemas que la cooperación comercial planteaba para México en su relación con el vecino del Norte de 1880 a 1950.

3 Daniel Cosío Villegas, Estados Unidos contra Porfirio Díaz (México: Hermes, 1956) y Daniel Cosío Villegas, Historia moderna de México. El Porfiriato, la vida política exterior, t. II (México: Hermes, 1963). 4 Chester C. Kaiser, “El Reconocimiento de Porfirio Díaz”. En Historia Mexicana. Vol. 7, No. 3 (Ene – Mar., 1958). 5 México y el Mundo. Historia de sus Relaciones Exteriores (México: El Colegio de México, 2010). 6 Jorge A. Schiavon, Daniela Spenser y Mario Vázquez Olivera, editores. En busca de una nación soberana. Relaciones internacionales de México, siglos XIX y XX (México: Centro de Investigación y Docencia Económicas y Secretaría de Relaciones Exteriores, 2006). 9

Recientemente, con motivo de la conmemoración del bicentenario de la Independencia de

México y el centenario de la Revolución Mexicana, la Secretaría de Relaciones Exteriores en unión con diferentes centros universitarios ha publicado obras por demás completas de la relación bilateral de México y Estados Unidos. Entre estos trabajos figuran Historia de las Relaciones Internacionales de México, 1821 – 2010¸ cuyo volumen 1 está destinado a

América del Norte7, y Las relaciones México – Estados Unidos, 1756 – 20108. Estos dos trabajos, por demás completos, permiten conocer de manera general la relación entre ambos países desde sus antecedentes coloniales hasta principios del siglo XXI.

A pesar del riguroso y muy completo análisis de la relación entre México y Estados Unidos durante el siglo XIX, en términos generales han dejado un poco de lado el estudio de los actores y procesos que se vivían en los territorios de la frontera entre ambos, que va desde

Brownsville, Texas y Matamoros, Tamaulipas hasta , y Tijuana, Baja

California. Aunque no enfocados en el vínculo entre los grupos indios y la relación diplomática de México y Estados Unidos, numerosos académicos han estudiado las etnias que poblaban los territorios del actual sur de los Estados Unidos y el norte de México. Tal es el caso de Dee Brown9, quien realizó una descripción de la ríspida relación de los navajos, apaches, sioux y cheyenne con el gobierno federal de los Estados Unidos de 1860

7 Mercedes de Vega, coordinadora, Historia de las Relaciones Internacionales de México, 1821 – 2010, Volumen I, América del Norte (México: Secretaría de Relaciones Exteriores, 2011). 8 Marcerla Terrazas y Basante y Gerardo Gurza Lavalle, Las relaciones México-Estados Unidos 1756-2010, Tomo I Imperios, repúblicas y pueblos en pugna por el territorio, 1756-1867 (México: Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, Centro de Investigaciones sobre América del Norte, 2012). 9 Dee Brown, Bury my Heart at Wounded Knee: an Indian History of the American West (Nueva York: Owl Books. Henry Holt and Company, 2007). 10 a 1890, mientras que Felix S. Cohen10 analizó los instrumentos jurídicos emitidos por el aparato administrativo norteamericano en relación con las culturas indias en su territorio.

Existe también suficiente información respecto de enfrentamientos entre indios y americanos, indios y mexicanos y diferentes grupos indios: Karl Jacoby11, habló de la masacre ocurrida en 1871 en un campamento apache, perpetrada por un contingente de norteamericanos, mexicanos e indios tohono o’odham. Asimismo, Jeffrey Ostler analizó los enfrentamientos entre siux y el gobierno norteamericano, a partir de la masacre de

Wounded Knee en 189012. Hämäläinen Pekka13 ha estudiado todas las estructuras de la sociedad comanche: la social, económica, la de combinación de caza y pastoraje.

En la historiografía mexicana también podemos encontrar importantes obras que refieren a los grupos indios del norte de México. Entre las más destacables figuran las de Filiberto

Terrazas Sánchez, Cuauhtémoc Velasco Ávila, Juan Ramón García Maquívar e Isidro

Vizcaya Canales. Terrazas14 hizo una sucinta semblanza de las correrías apaches en el noroeste mexicano. Cuauhtémoc Velasco15 realizó una vasta descripción de la forma de vida, espíritu guerrero y organización social de los comanches. García16 y Vizcaya17

10 Felix S. Cohen, Handbook of Federal Indian Law (Londres: Lexis Law Publishers, 1982). 11 Karl Jacoby, Shadows at dawn: a borderlands massacre and the violence of history (Nueva York: Penguin Press, 2008). 12 Jeffrey Ostler, The Plains Sioux and U.S. colonialism from Lewis and Clark to Wounded Knee, (Nueva York: Cambridge University Press, 2004). 13 Pekka Hämäläinen, The Comanche Empire (New Heaven: Yale University Press, 2008). 14 Louis Lejeune, La guerra apache en (Hermosillo: Gobierno del Estado de Sonora, 19849. 15 Cuauhtémoc Velasco Ávila, La frontera étnica en el noreste mexicano. Los comanches entre 1800 – 1841. Historia de desencuentros y destierros, Colección Historia de los pueblos indígenas de México (México: Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 2012). 16 Juran Román García Maquívar, Indios Bárbaros. Incursiones de apaches y comanches en Durango, Siglo XIX (Durango: Biblioteca Central del Estado de Durango, 2009). 17 Isidro Vizcaya Canales, Tierra de Guerra Viva. Invasión de los Indios Bárbaros al Noreste de México 1821-1885 (Monterrey: Academia de Investigación Humanística, 2001). 11 narraron las incursiones de grupos indios en los estados de Durango y Nuevo León, respectivamente, en el siglo XIX.

Ahora, el lector interesado en entender la relevancia que la frontera en general ha tenido en el curso de la relación bilateral entre México y Estados Unidos, puede acceder a una nueva veta de análisis: los estudios de frontera. María de Jesús Duarte Espinosa18 revisó cómo los constantes conflictos por los límites territoriales determinaron en gran medida el curso de la relación bilateral durante el Porfiriato. Octavio Herrera19 refiere las interacciones entre las comunidades fronterizas y cómo han creado una cultura que no pertenece propiamente a ninguna de las dos naciones. David Piñera Ramírez20 y Rafael Rodríguez21 ofrecen una concisa historia de la frontera.

En esta misma corriente pero como parte de la historiografía norteamericana, David

Weber22 analiza magistralmente la transición del actual sudoeste norteamericano del control de la Corona española y el gobierno mexicano al de los Estados Unidos. Andrés

Reséndez23 explica cómo los pobladores en la frontera comenzaron a adoptar determinada afinidad étnica (mexicano, estadounidense, texano) y Brian DeLay24 defiende que la violencia interétnica que precedió y continuó durante la guerra entre México y Estados

18 María de Jesús Duarte Espinosa, Frontera y diplomacia: las relaciones México – Estados Unidos durante el Porfiriato (México: Secretaría de Relaciones Exteriores, 2001). 19 Octavio Herrera, El lindero que definió a la nación. La frontera Norte: de lo marginal a la globalización (México: Secretaría de Relaciones Exteriores, 2007). 20 David Piñera Ramírez, Visión histórica de la frontera Norte de México, Tomo II (Baja California: Editorial Kino, 1987). 21 Rafael M. Rodríguez, compilador, 1848-1998. Génesis de una Frontera (Tijuana: Arquetipos Editores, 1998). 22 David J. Weber, La Frontera Norte de México, 1821 – 1846: el sudoeste norteamericano en su época mexicana (México: Fondo de Cultura Económica, 1988). 23 Andrés Reséndez, Changing National Identities at the Frontier, Texas and , 1800 – 1850 (Nueva York: Cambridge University Press, 2005). 24 Brian DeLay, War of a Thousand Deserts: Indian Raids and the U.S.-Mexican War (New Heaven, Yale University Press in Association with The William P. Clements Center for Southwest Studies, Southern Methodist University, 2008). 12

Unidos tuvo una fuerte influencia en el curso y resultado de la misma. Los trabajos de

Weber, Reséndez y DeLay, comparten un rasgo distintivo dentro de la enorme producción historiográfica de México y Estados Unidos: analizan el norte de México y actual sur de los

Estados Unidos con un enfoque de frontera, poniendo atención a todos los actores que determinaron en ella el curso de las negociaciones, acuerdos, enfrentamientos y convivencia a lo largo del siglo XIX.

Sin embargo, en los estudios de frontera, el camino andado ha sido corto y más aún para la historiografía mexicana dejando pendiente muchos objetos de estudio. ¿Qué hay de la influencia que la violencia ejercida específicamente por los indios del norte de México y actual sur de Estados Unidos tuvo en el curso de la relación bilateral de estos países? La presente investigación se inserta pues en esta corriente de estudios analizando el impacto que los indios de la frontera tuvieron en la relación diplomática de México y el vecino del norte en el siglo XIX.

Para lograr este cometido, fue indispensable comprender también las distintas dinámicas regionales en aquellos territorios en los que habitaban apaches y comanches y que hoy constituyen los estados fronterizos de ambos países. En este sentido, procuré alejarme de las narraciones de la historia nacional en las regiones para apreciar mejor las regiones en la historia nacional, es decir, no analizar cómo los grandes procesos nacionales afectaron las dinámicas regionales, sino cómo dichas dinámicas incidieron en el curso de los procesos nacionales y en la relación bilateral con el vecino del norte.

La principal aportación de este trabajo es conocer la relevancia de dos grupos indios, no en sí mismos puesto que muy bien y a profundidad lo han hecho importantes estudios etnográficos y antropológicos; sino como agentes históricos con una participación en el 13 curso de la relación diplomática de México y Estados Unidos, tal como la que tuvieron

Presidentes, diplomáticos, empresarios y pobladores. Para ello es necesario entender la relación bilateral de México y Estados Unidos en el siglo XIX no sólo como la entablada comúnmente entre dos Estados soberanos, sino como una relación de vecindad. Como tal, la delimitación artificial de la frontera afectó las relaciones sociales que ahí se entretejían, lo que, a su vez, tuvo una afectación en la relación diplomática. En ocasiones no eran las grandes políticas nacionales las únicas que marcaban el curso de las relaciones sociales en las regiones, sino que dichas dinámicas afectaban a su vez el curso de la vida política nacional y bilateral.

Este trabajo de investigación se divide en tres capítulos principales y uno adicional de conclusiones. A efecto de poder conocer el curso de la relación bilateral entre ambos países desde la independencia de México en 1821 hasta el derrocamiento de Sebastián Lerdo de

Tejada en 1876, el capítulo 1 presenta una breve narrativa del curso de su diplomacia diplomática. En este capítulo es posible observar cómo la inestabilidad de los proyectos de gobierno en México tras la independencia debilitaron aún más la política exterior que se forjaba de por sí ya accidentada. La Guerra de 1847 y la nueva asignación territorial afectaron también el orden interior tanto de México como de Estados Unidos y los condujo a una difícil década de guerra civil y, posteriormente, a la ardua labor de reestructuración.

Conocer estos procesos, permitirá comprender también los intereses que los gobiernos de ambos países buscaban proteger en la conducción de su relación bilateral en 1876, cuando

Díaz llegó al poder, dando inicio a un periodo de institucionalización del Estado mexicano.

Posteriormente, en el capítulo 2 estudiaremos cómo era la vida en la frontera de 1821 a

1876, el carácter de las relaciones entabladas entre pobladores mexicanos, estadounidenses

14 y grupos indios en dicha zona, sus vicisitudes, los momentos de paz y de fuerte tensión y a qué se debieron. También se estudiará la importancia de dichos territorios para los proyectos nacionales tanto de México como de Estados Unidos y los temores que alrededor de ellos se resguardaban. En este apartado, conoceremos los motivos por los que la violencia primaba en la frontera. Sólo al entender las presiones y dinámicas vividas en la frontera es posible comprender su incidencia en la relación diplomática de los dos países.

En el tercer capítulo, se estudia la incidencia que las incursiones indias a lo largo de la frontera tuvieron en el restablecimiento de la relación bilateral de México y su vecino del norte de 1876 a 1878. En este capítulo, será posible advertir cómo, durante el periodo de rompimiento de la relación diplomática, la frontera y la violencia india jugaron un papel prioritario y levantaron las protestas y el descontento de los pobladores de aquellos territorios y de los empresarios estadounidenses que buscaban consolidad relaciones comerciales en el país vecino del sur. En este capítulo conoceremos el discurso sostenido tanto por diplomáticos, funcionarios públicos, militares, pobladores fronterizos, empresarios y periodistas de ambos países respecto de la frontera y las incursiones indias y el restablecimiento de la relación bilateral. Finalmente, advertiremos cómo la pacificación de la frontera comenzó siendo uno de los requisitos necesarios para restablecer la relación diplomática y terminó siendo una de las razones por las que efectivamente se restableció.

Para poder comprender por qué las presiones de los intereses fronterizos para detener las incursiones indias tuvieron una incidencia en el restablecimiento de la relación bilateral de

México y Estados Unidos en 1878, fue necesario atender a dos principales vetas de estudio historiográfico: la relación bilateral de México y Estados Unidos en el siglo XIX y los grupos indios del norte de México y actual sur de los Estados Unidos. De esta forma se

15 consultaron fuentes bibliográficas correspondientes a la historia diplomática de México con su vecino del norte, así como diversos trabajos etnográficos y antropológicos de los grupos indios nativos de las actuales regiones fronterizas, principalmente apaches y comanches.

Con el propósito de contextualizar y dimensionar el problema que las incursiones indias representaban para ambos gobiernos en el curso del siglo XIX fue necesario consultar también diversas fuentes hemerográficas de ambos países. Para el caso de México, fueron consultadas notas periodísticas de los Diarios Siglo XIX, El Monitor Republicano, El Siglo

Diez y Nueve, El Voto de Coahuila y La Estrella de Occidente. Para el caso estadounidense, fueron consultados el Daily , The New York Herald y The New York Times.

Finalmente, para determinar si en las negociaciones diplomáticas para el restablecimiento de la relación bilateral de México y Estados Unidos tras el derrocamiento de Sebastián

Lerdo de Tejada a manos de Porfirio Díaz, tuvieron alguna incidencia las presiones y necesidades de la frontera, fue necesario consultar la comunicación diplomática tanto entre diplomáticos en México y enviados especiales mexicanos en Estados Unidos como entre diplomáticos mexicanos y estadounidenses. La indagación en el Archivo Histórico de la

Secretaría de Relaciones Exteriores “Genaro Estrada”, específicamente el acervo de

“Embajadas y Consulados de México en el exterior”, Embajada de México en Washington, me dio acceso a dichas comunicaciones.

Durante dos años de investigación, de 2012 a 2014, consulté las fuentes bibliográficas. La revisión de fuentes hemerográficas la realicé través de los microfilmes correspondientes a los Diarios referidos (tanto de México como la traducción de los de Estados Unidos) del acervo de la Hemeroteca Nacional de México en enero de 2013. Finalmente, indagué en los fondos diplomáticos del Archivo Histórico Genaro Estrada en tres periodos diferentes: 16 febrero y julio de 2013 y enero de 2014. De esta forma fue posible determinar de manera general el tono de la relación bilateral de México y Estados Unidos en el siglo XIX y la afectación que las incursiones de grupos indios tuvieron en poblaciones fronterizas tanto mexicanas como estadounidenses y su repercusión en el restablecimiento de la relación bilateral en 1878.

Es importante señalar que debido a restricciones de tiempo, me fue imposible atender a profundidad las dinámicas sociales de cada una de las diferentes regiones de la frontera en el curso del periodo de estudio. Las fuentes consultadas evidencian el discurso nacional y bilateral en torno a las incursiones indias en la frontera pero fue imposible consultar los archivos locales de los territorios colindantes tanto de México como de Estados Unidos. En virtud de lo anterior, si bien esta investigación nos permite advertir cómo y en qué medida las dinámicas y tensiones fronterizas intervinieron en la relación diplomática de ambos países, carece de la profundidad necesaria para comprender a cabalidad dichas tensiones en la esfera local, lo que sin duda constituye una importante veta de estudio para el futuro.

Con un poco de suerte, quizá al final de este trabajo nos demos cuenta de que problemas tan actuales como la violencia fronteriza, el contrabando de armas y los flujos culturales y sociales a través de la frontera son tan añejos, complejos y dinámicos como la frontera misma y han formado parte de la agenda diplomática de México y Estados Unidos tanto como han estado en la boca de sus diplomáticos. En cierta forma, esta se trata de una nueva historia del Salvaje Oeste pero con la variante de que el vaquero y el indio, sin perder su relevancia en la trama, no son el punto de análisis. Lo son el diplomático mexicano y norteamericano que protegen los intereses de su respectiva nación al entablar las negociaciones conducentes a restablecer la relación diplomática.

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En las negociaciones para restablecer la relación bilateral con México en 1876, Estados

Unidos procuraba legitimar la nueva y poco respetada administración de Hayes atendiendo a los intereses del grupo que lo había llevado a la Presidencia: los estados del sur. No muy lejos de este propósito, México buscaba dotar de mayor legitimidad y aceptación popular a un gobierno golpista evitando a toda costa cualquier tipo de injerencia estadounidense en los asuntos domésticos. La presión de los pobladores e intereses de la frontera para detener las incursiones indias sirvieron sólo para uno de estos dos propósitos y, en esa ocasión, fue para la segunda causa.

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Capítulo 1. Relación diplomática.

México y Estados Unidos, 1821 – 1876

Al pensar en la relación bilateral de México y Estados Unidos en el siglo XIX, la razón apela casi de manera inmediata al sentimiento de despojo. En general, es común asumir que la falta absoluta de patriotismo tanto de un Presidente tiránico como de los mexicanos que poblaban los territorios fronterizos, fueron factores que contribuyeron con notabilidad a que el voraz y abusivo vecino del norte nos “robara” la mitad del territorio nacional. Pero,

¿hasta qué punto es verdad esto? Las fuentes tanto primarias como secundarias desmienten esta creencia bastante maniquea. La relación bilateral de México y Estados Unidos en el siglo XIX, efectivamente está marcada por la Guerra que los enfrentó y que determinó un reajuste territorial de mayor relevancia; sin embargo, en dicho reajuste mucho tuvieron que ver las dinámicas regionales y la influencia y flujos culturales en las regiones fronterizas.

En este capítulo conoceremos el tono de la relación bilateral de México y Estados Unidos desde la independencia del primero en 1821 hasta el rompimiento de la relación diplomática en 1876. El propósito es advertir los factores que determinaron la delimitación de la frontera como la conocemos ahora, el giro diplomático que representó dicha experiencia y de qué manera el reajuste territorial incidió en la relación bilateral. Ello es relevante en la medida en que nos permitirá conocer por qué en 1878 la violencia en la frontera demarcada treinta años antes, tuvo cierta afectación en el restablecimiento de la relación bilateral

1.1. Primeras negociaciones diplomáticas, la Independencia de México

Tras la independencia de México en 1821, los criollos moderados y conservadores eligieron el sistema monárquico como forma de gobierno. Albergaban la esperanza de que un

19 miembro de la familia Borbón aceptara el trono mexicano y, de esta forma, pudiera establecerse una nueva relación con España, una que permitiera la independencia de

México pero resguardara un estrecho vínculo político y comercial con la antigua metrópoli.

Esta oferta fue rechazada por Fernando VII, quien se negó a reconocer la independencia de sus antiguas colonias en América.

En estas condiciones nació el Imperio mexicano, el primer ensayo de organización política.

Se estableció una Regencia que, durante el periodo colonial había sido la institución encargada de proteger la Corona cuando el Rey no se encontraba facultado para hacerlo por sí mismo. También se integró una Junta Gubernativa y se estableció un Congreso

Constituyente como representante de la nación. Durante los primeros meses de vida independiente fue prácticamente el Congreso el encargado de ejercer las atribuciones de gobierno y Agustín de Iturbide actuó como Regente. Como se hizo con el resto de los países con los que se guardaba relación diplomática antes de la independencia, el secretario de Relaciones Exteriores, José Manuel Herrera, notificó al gobierno estadounidense del establecimiento del nuevo Imperio. John Quincy Adams, entonces Secretario de Estado, envió a Joel R. Poinsett25.

En julio de 1822 un destacamento militar en la ciudad de México exigió que el Congreso tomara medidas para defender el territorio de la Santa Alianza26 y que Agustín de Iturbide

25 Poinsett era un convencido republicano que había actuado como agente en Argentina, Chile y Perú. Originario de Carolina del Sur, reunía los requisitos idóneos para su misión. Era un cosmopolita con gran simpatía a los movimientos revolucionarios, anfitrión pródigo, excelente conversador y hombre de gran ingenio. En Santiago de Chile se distinguió por apoyar la independencia e inmiscuirse en la política interna, razón por la cual fue expulsado de aquel país, como lo sería también de México. José Fuentes Mares, Poinsett. Historia de una intriga (México, Libro Mex, 1960). 26 La Santa Alianza se encontraba integrada por las monarquías restauradas que intentaban restituir el orden previo a la Revolución Francesa: España, Francia, Rusia, Prusia y Austria. Octavio Herrera y Arturo Santa Cruz, Historia de las Relaciones Internacionales de México, 1821 – 2010, Volumen I, América del Norte (México: Secretaría de Relaciones Exteriores, 2011), pp. 60 – 67. 20 fuera coronado Emperador de México debido a la negativa de los Borbones a tomar la

Corona mexicana. Mientras tanto, la labor de José Manuel Zozaya, enviado por Agustín de

Iturbide como ministro plenipotenciario a Washington, logró que en diciembre de 1822 el gobierno estadounidense otorgara el reconocimiento diplomático. Pero la fragilidad del

Imperio mexicano no tardó en hacerse notar. Iturbide ordenó la disolución del Congreso de

1822 lo que ocasionó que un brigadier de Veracruz, Antonio López de Santa Anna, se levantara en armas en contra del Emperador, el nuevo déspota, con el fin de lograr la restitución del Congreso. En marzo de 1823, Iturbide abdicó del trono.

Es así como mediante el Plan de Casa Mata de Santa Anna, se desconoció a Iturbide como

Emperador, se restituyó el Congreso y la soberanía de la nación fue devuelta a las provincias, modificando la organización política del Imperio mexicano a una Federación para fomentar el autonomismo regional. A excepción de Centroamérica, el resto del territorio decidió formar parte de los Estados Unidos Mexicanos, establecidos formalmente en la Constitución de 1824 como una República Federal27.

27 La Constitución de 1824 dividió a México en 19 estados y cinco territorios. Sólo los estados gozaban de plena soberanía en sus asuntos internos. Texas ingresó a la federación como parte de Coahuila; Sonora y Sinaloa integraron el Estado de Occidente y Alta California y Nuevo México ingresaron como territorios. Las diputaciones locales de los territorios operaban como organismos de consulta carentes de autoridad. Por lo tanto, el federalismo lejos estuvo de favorecer a los territorios del septentrión mexicano, que cuando de manera legal no podían proteger intereses vitales -como la colonización del territorio, la protección contra los embates indios y su autonomía-, lo hacían omitiendo la legislación. La Constitución de 1824 se encuentra disponible en http://www.diputados.gob.mx/biblioteca/bibdig/const_mex/const_1824.pdf La historiografía reciente ha puesto en claro que el federalismo no fue el resultado de una imitación disparatada de la constitución estadounidense, pues se adoptó respondiendo a una clara configuración de entidades intermedias entre un poder central colonial que se diluía y los ayuntamientos que se fortalecían. Puestos en esta perspectiva es posible rastrear a partir del siglo XVII los regionalismos que contribuyeron decisivamente a dar forma a los futuros estados federados. Luis Medina Peña, Invención del sistema político mexicano. Forma de gobierno y gobernabilidad en México en el siglo XIX (México: Fondo de Cultura Económica, 2007) p. 122. 21

Inicialmente, México abrió las puertas a la colonización de territorios con baja población, entre los que figuraban los del Lejano Norte28. Pero la migración tenía dos límites: los colonos debían ser católicos y se prohibía la entrada de esclavos. Estos eran dos grandes obstáculos para la migración del sur de los Estados Unidos. La Ley de Colonización promulgada el 18 de agosto de 1824 en el espíritu más federalista, trazó lineamientos de colonización generales y dejó en manos de los gobiernos estatales los aspectos importantes como la concesión de tierras y las colonias de extranjeros. Si bien la legislación federal buscaba limitar la migración del sur de los Estados Unidos, correspondía a las autoridades locales hacer efectiva dicha limitante29.

A pesar de que las leyes de colonización buscaban fomentar sobre todo la migración de mexicanos a las regiones distantes del norte, ello no les resultaba atractivo debido a la lejanía de aquellos parajes, a la constante amenaza de ataques indios a la que estaban sujetos y a la disponibilidad de tierras en zonas más cercanas al centro del país30. Las oligarquías locales veían en la migración, de cualquier procedencia, una forma de salvaguardar su seguridad y propiedades. Sólo la propiedad sobre las tierras que ahora se encontraban despobladas permitiría su defensa de los ataques indios. Sólo quien tiene algo que perder, lo defiende. (Ver Mapa 1)

28 En adelante me referiré como “Lejano Norte” a aquellos territorios más alejados del centro del país y que hoy son los estados fronterizos de México y Estados Unidos: Baja California, Sonora, Chihuahua, Coahuila, Nuevo León, Tamaulipas, California, Nuevo México, y Texas. 29 Esto es comprensible al considerar que sólo una pequeña parte de la población del Lejano Norte eran novohispanos. En el caso texano, por ejemplo, sólo había unos cientos entre una población de miles de personas; el resto eran irlandeses, ingleses, alemanes, franceses y holandeses. Andreas Reichstein, “¿Era realmente inevitable? ¿Por qué México perdió Texas en 1836?, Historia Mexicana, v. XLII, n. 4, abril-junio, 1993, p. 870. 30 México no experimentaba una explosión demográfica por lo que había mayor disponibilidad de tierras. 22

En el centro del país, Poinsett y Lucas Alamán31, Secretario de Relaciones Exteriores, eran los primeros responsables de la conducción de la relación diplomática de México y Estados

Unidos. Poinsett había recibido la instrucción de promover la firma con el gobierno mexicano de un tratado de amistad y comercio con trato preferencial a Estados Unidos, contrarrestar las actividades de los británicos en el país, detener los planes mexicano- colombianos de independizar a Cuba, proponer la construcción conjunta de un camino comercial de Misuri a Santa Fe y trasladar la frontera al oeste del río Sabinas32.

La significación que para cada país tenía el territorio y la forma de hacerse del mismo era muy diferente. El dominio territorial en la América española tiene una relevancia histórica por su papel clave en la conformación de una entidad independiente. El estado se define de manera geográfica – política; pertenecer a un territorio era el signo básico de adscripción e identidad. Los conceptos de territorio y nación se vinculaban en el “territorio nacional”, constituyendo por tanto la base de la soberanía y la nacionalidad33. La tradición estadounidense no era así. Estados Unidos había logrado incrementar su dominio territorial con base en negociaciones, acuerdos y adquisiciones. El territorio era un bien negociable.

31 Lucas Alamán era un personaje a la medida de la arrogancia y cosmopolitismo del representante estadounidense. Con orígenes de alcurnia en Guanajuato, Alamán poseía una buena educación y también conocía Europa; había asistido a las Cortes Españolas en 1821. Era un ferviente promotor del fomento e industrialización del país, lo que lo ligaba a los intereses mineros británicos, además de promover la unión entre las nuevas naciones hispanoamericanas. Alamán fue siempre la piedra en el zapato de Poinsett. Herrera y Santa Cruz, Historia de las relaciones internacionales de México, p. 83. 32 Josefina Zoraida Vázquez y Lorenzo Meyer, México frente a Estados Unidos. Un ensayo histórico, 1776 - 2000, (México: Fondo de Cultura Económica, 1989) p. 36. Resulta conveniente señalar que el nacionalismo estadounidense emergió en medio de un intenso intercambio comercial con Gran Bretaña. La Unión Americana advertía de primera mano la influencia, al menos comercial, que las potencias europeas aún tenían en América. La primera mitad del siglo XIX se caracterizó por la implementación de una política exterior estadounidense defensiva, tratando de evitar que los intereses europeos –principalmente de Gran Bretaña, Francia y Rusia-, atentaran contra su independencia, seguridad e intereses de expansión territorial. 33 Terrazas y Gurza, Las relaciones México – Estados Unidos, pp. 127 – 129. 23

Las instrucciones otorgadas a Poinsett para su misión diplomática en México reflejan claramente, entonces, el eje de la política de Estados Unidos hacia su vecino del sur: la necesidad de expandir sus fronteras y dar seguridad a los territorios que se fueran adquiriendo. Ello cobraba mayor importancia que estrechar los lazos comerciales. En diciembre de 1823 el presidente norteamericano, James Monroe, declaró en su séptimo informe presidencial la que sería conocida con el tiempo como “Doctrina Monroe”. En ella, aseguró que el continente americano no sería botín de nuevos intentos colonialistas de potencias extracontinentales, que los gobiernos americanos son naturalmente diferentes e independientes de los de Europa y que cualquier intento de las potencias europeas de extender su dominio en América, sería considerado por los Estados Unidos como un ataque directo a sus intereses34 (Ver Anexo 1).

Con la Doctrina Monroe guiando el curso de las relaciones exteriores del país norteamericano, Poinsett buscaba contrarrestar la influencia europea en México y expandir los dominios territoriales de su país más al sur. Pero Alamán, interesado en la industrialización de México, principalmente en el sector minero, buscaba ensanchar las relaciones comerciales con Gran Bretaña. El enfrentamiento entre ambas figuras era previsible. Alamán no dio satisfacción a ninguna de las pretensiones estadounidenses.

La molestia de Poinsett fue tal que no dudó en hacer uso de todos los medios posibles para que Alamán fuera sustituido en el gabinete federal. Poinsett tuvo éxito y Alamán fue reemplazado por Manuel Gómez Pedraza, quien a su vez lo fue por Sebastián Camacho35.

34 Ricardo Ampudia, México en los informes presidenciales de los Estados Unidos de América (México: Fondo de Cultura Económica, 1996) p. 46. 35 En gran medida, Poinsett pudo influir en los asuntos políticos mexicanos gracias al apoyo de los radicales del Legislativo mexicano, donde tenía gran estima por haber ayudado a que un grupo masónico de México obtuviera el reconocimiento de la Logia de Nueva York. Terrazas y Gurza, Las relaciones México – Estados Unidos, p. 183. 24

No obstante, la postura diplomática mexicana fue la misma. En estas circunstancias,

Poinsett aconsejó a su gobierno esperar a que la colonización estadounidense en los territorios despoblados del norte diera frutos. El fracaso de Poinsett fue total y la antipatía que había ganado en México obligó finalmente al presidente Vicente Guerrero a solicitar su retiro. El 2 de enero de 1830, Lucas Alamán retomó las riendas de la política exterior mexicana.

El nombramiento de Anthony Butler en 1829 como nuevo ministro estadounidense en

México no tuvo mejores efectos que el de Poinsett36. Sus instrucciones fueron pocas pero precisas: convenir el movimiento de la frontera tan al oeste como fuera posible y condicionar la aprobación de un tratado de límites hasta la firma de un tratado de comercio37. Alamán nuevamente no cedió. A finales de 1830, Alamán ya contaba con los informes del general Manuel Mier y Terán de la situación del Lejano Norte de México –del cual hablaremos a detalle en el siguiente capítulo- y veía claramente la amenaza que los pobladores del sur de Estados Unidos representaban en dicho territorio38. Con base en esta información, el secretario de Relaciones Exteriores mexicano optó por promover una nueva

Ley de Colonización el 6 de abril de 1830 que prohibió la entrada específicamente de estadounidenses y bajo ninguna circunstancia la de esclavos.

La frontera y su delimitación ya tenían una influencia directa en la relación bilateral de

México y Estados Unidos desde esta época. De hecho, en los primeros años de vida

36 Anthony Butler era amigo personal del presidente Andrew Jackson. Era un hombre rudo, dado a la bebida y a las discusiones violentas y que había convencido a Jackson de su capacidad de adquirir Texas. Vázquez y Meyer, México frente a Estados Unidos, p. 39. 37 Vázquez y Meyer, México frente a Estados Unidos, p. 39. 38 El general Manuel Mier y Terán había sido comisionado para fijar los límites entre Texas y los Estados Unidos, lo que le permitió observar la situación general de la región. En su informe advirtió sobre la desproporción entre pobladores mexicanos y anglosajones, destacó la pobreza de los mexicanos, señaló la creciente animadversión entre ambos y recomendó ejercer una vigilancia efectiva en la región. Terrazas y Gurza, Las relaciones México – Estados Unidos, p. 150. 25 independiente, la labor de diplomáticos y funcionarios públicos de México y Estados

Unidos estuvo enfocada para los primeros en defender y para los segundos en modificar los límites territoriales entre los dos países. Ambas partes estaban consientes también del gran peso que podían tener las dinámicas regionales en la defensa del territorio nacional. Por ello

Poinsett confió en que la colonización americana fuera obteniendo poco a poco los resultados que la diplomacia no había logrado aún y Alamán buscaba con emergencia frenar el proceso colonizador y contrarrestarlo con el asentamiento de mexicanos en dichas regiones.

Sin embargo, la nueva ley tuvo un impacto no esperado. Afectó sensiblemente la relación entre los gobiernos estatales y federal puesto que a diferencia de la ley de 1824, en esta ocasión su cumplimiento no se dejó en manos de los gobiernos locales. La nueva ley instruyó a la federación a supervisar la colonización y creó ocho guarniciones militares al efecto. El propósito, claramente, era salvar Texas fortaleciendo los lazos con dicha provincia y debilitando los que mantenía con pobladores estadounidenses. Sin embargo, la falta de autonomía administrativa y el poco margen que la nueva ley dejaba a los territorios del Lejano Norte para implementar su cumplimiento, generó una sensación de rechazo a las políticas determinadas desde el centro.

Las restricciones impuestas por la nueva Ley de Colonización y la falta de autonomía de la mayor parte de los territorios del Lejano Norte de México comenzaron a generar estragos.

Stephen Austin –quien había obtenido una concesión del extinto Imperio mexicano para poblar parte de Texas-39 convocó a una reunión de colonos en octubre de 1832, la

39 Sthepen Austin fue uno de los tres empresarios –Green de Witt y Martín de León fueron los otros dos- que llevaron la mayor parte de colonos a Texas. Las colonias de los tres observaban la ley y se mantenían en paz 26

Convención de San Felipe, en la que se acordó que el mismo Austin viajaría a la capital mexicana para solicitar al gobierno federal que fuera abolida la prohibición de ingreso de estadounidenses, el cierre de las aduanas abiertas, tres años de exención de pago de impuestos, expedición de títulos de propiedad para los colonos ilegales –que para esa fecha sumaban más de 3,000- y la separación administrativa de Texas del estado de Coahuila40.

Austin llegó a la capital en un mal momento pues los políticos mexicanos estaban concentrados en las leyes reformistas contra la Iglesia y el ejército de Valentín Gómez

Farías. No obstante, el Congreso prometió que el estado de Coahuila haría reformas para que Texas gozara de mayor autonomía. Austin envió entonces una carta al Ayuntamiento de San Antonio promoviendo la organización del gobierno de Texas aún sin la autorización del gobierno federal. Dicha misiva le valió que el vicepresidente, Gómez Farías, ordenara su detención, misma que se prolongó por más de un año. No obstante, sí fueron implementadas una serie de reformas en Texas: aumentaron los ayuntamientos y la representación texana en la legislatura estatal y se otorgaron tres años de gracia de exención de impuestos.

El caso de Texas, sería un claro ejemplo de los vicios que los centralistas advertían en el sistema federalista. Al proponerse los colonos que Texas fuera erigida como una entidad federativa y en virtud de que dichos planes se vieron frustrados de manera definitiva en

1835 con la implantación del tercer proyecto de gobierno en México, el centralismo;

aunque en algunas ocasiones llegó a haber venta ilegal de tierras y un buen número de prófugos de la justicia. Terrazas y Gurza, Las relaciones México-Estados Unidos, p. 144. 40 Terrazas y Gurza, Las relaciones México-Estados Unidos, p. 144. 27 iniciaron un proceso separatista con tintes federalistas, que muy pronto se radicalizaría en favor de la independencia41.

En las negociaciones diplomáticas entre Butler y Alamán las cosas no fluyeron como el diplomático estadounidense esperaba. Convencido de que Alamán no cedería, Butler aceptó la ratificación de la línea divisoria Adams-Onís42 pero logró la firma de un tratado de comercio y, más importante aún, introdujo a la discusión diplomática una serie de reclamaciones de ciudadanos estadounidenses por préstamos forzosos en dinero o servicios que tuvieron que hacer durante la invasión española de 1829. En algunos casos eran justas y en todos exageradas, a fin de que fueran un medio de presión diplomática para vulnerar la resistencia mexicana a la agresiva agenda expansionista estadounidense del momento43. La independencia texana y las reclamaciones de ciudadanos estadounidenses auguraban los años venideros con fuertes tensiones en la relación diplomática de México y Estados

Unidos.

41 Herrera y Santa Cruz, Historia de las relaciones internacionales de México, p. 94. 42 En 1814 Fernando VII fue reinstalado en el trono español y en el dominio de sus colonias americanas, entre las que figuraba la Nueva España. En dicho año, la atención de Estados Unidos –ya libre del Imperio británico- estaba concentrada en la obtención de las Floridas. A partir de 1817, cuando James Monroe asumió la presidencia estadounidense y John Quincy Adams el Departamento de Estado, éste último comenzó a presionar a Luis de Onís –representante español en Washington- argumentando que estaba siendo violado el Tratado de San Lorenzo. En el Tratado de San Lorenzo, España se había obligado a contener las incursiones hostiles de los indios a la Florida. Adams argumentó que la incapacidad del Imperio español para detener dichas incursiones había generado un número creciente de reclamaciones por parte de ciudadanos estadounidenses. En este contexto, Monroe autorizó en 1818 a Andrew Jackson a atacar a los indios en territorio español. Ante las protestas de España por la ocupación de su territorio, Monroe retiró sus fuerzas y devolvió las fortificaciones a las autoridades españolas pero tras esta experiencia España se dio cuenta que de cualquier forma perdería la Florida y decidió usarla para salvar Texas. Así, a mediados de 1818, Onís y Adams comenzaron las negociaciones para el tratado de límites estableciendo la frontera entre la Nueva España y Estados Unidos en el río Sabine y de ahí en línea recta hasta el río Rojo. El Tratado Onís-Adams fue ratificado por los gobiernos estadounidense y español en 1821. Las fronteras del Tratado fueron heredadas al Imperio mexicano. Terrazas y Gurza, Las relaciones México-Estados Unidos, pp. 100-104. 43 Herrera y Santa Cruz, Historia de las relaciones internacionales de México, p. 87. 28

1.2. Tensión diplomática, la Independencia de Texas

Hacia 1835 la situación comienza a agravarse. El establecimiento de la aduana de Texas, después de tres años de prórroga de la exención de impuestos, enciende el ánimo de los pobladores. El gobierno mexicano envió a Martín Perfecto de Cos para la fortificación de

El Álamo. Pero los errores y torpezas del comandante lo enemistaron con la población que lo expulsó junto con sus fuerzas militares. Los colonos solicitaron entonces al apoyo estadounidense para iniciar su lucha contra los mexicanos a cambio de tierras. Si bien la política de Andrew Jackson, presidente de los Estados Unidos, no fue de una abierta cooperación con los rebeldes texanos, la autorización para que voluntarios estadounidenses se embarcaran con pertrechos y municiones desde puertos norteamericanos y la colocación de una fuerza militar estadounidense cerca de Nacogdoches, ciertamente rompían con la neutralidad oficial del gobierno44.

Los colonos que se asentaron en Texas no eran todos anglosajones, varios de ellos migraron de provincias mexicanas sin nunca haber tenido contacto con la Unión Americana; otros llegaron a Texas sin haber pasado por los Estados Unidos; muchos eran europeos que migraron al septentrión mexicano –como otros lo hicieron a territorio estadounidense- en busca de mejor suerte y otros muchos eran estadounidenses que huían del fracaso económico y las deudas. En una población tan heterogénea era de esperarse, como sucedió, que ni todos los texanos apoyaran la independencia de dicho territorio, ni todos los migrantes mexicanos mantuvieran un espíritu “nacionalista”. Había opiniones encontradas.

Hacia 1836, cuando el nuevo Congreso mexicano se dispuso a reformar la Constitución de

1824 y poner fin al federalismo, delegados de los colonos reunidos en San Felipe, Texas,

44 Terrazas y Gurza, Las relaciones México – Estados Unidos, p. 193. 29 proclamaron que con el establecimiento del centralismo se disolvió el pacto social que los unía con la federación mexicana. A partir de este momento Texas comenzó a “amputarse de la nación”45.

A pesar de los esfuerzos del gobierno central, Texas se declaró independiente el 2 de marzo de 1836, siendo elegido como presidente David L. Burnett y Lorenzo de Zavala como vicepresidente. Santa Anna, entonces presidente de la República Mexicana, se dio a la persecución de ambos pero el descuido del ejército mexicano debido a la confianza generada por las victorias pasadas llevó a su aprehensión y fue obligado a retirar las tropas mexicanas más allá del río Bravo que fue declarado como frontera, a pesar de que siempre había sido considerado el río Nueces como la delimitación territorial de Texas al sur.

Lo que tratándose de otro territorio podría haber sido considerado como una revuelta civil, en el caso de los territorios del Lejano Norte y principalmente de Texas que había recibido gran parte de la migración estadounidense, adquiría tintes realmente alarmantes para la integridad territorial de la nación mexicana. El gobierno mexicano había dejado de percibir fuertes cantidades monetarias con la exención del pago de impuestos, la apertura de las aduanas y las concesiones de tierras con el ánimo de que fueran pobladas por mexicanos – que, como vimos, en realidad ello no se materializó-. La independencia de Texas, si bien no marcaba su inmediata inserción a la Unión Americana, sí representaba la posibilidad de que así fuera y de que la influencia estadounidense siguiera propagándose cada vez más al oeste y al sur. En esta situación, el gobierno mexicano optó por no reconocer la independencia de su antiguo territorio.

45 David Weber, La frontera Norte de México, p. 413. 30

El 11 de mayo de 1836 fue designado el nuevo ministro de Estados Unidos en México,

Powhatan Ellis, quien prácticamente de manera inmediata a su llegada comenzó a presionar al gobierno con el pago de las reclamaciones pendientes. De manera simultánea, el gobierno de Estados Unidos autorizó al general Gaines cruzar la frontera con pretexto de prevenir lo que pudieran realizar las tropas mexicanas en su lucha contra los texanos. Exigir una deuda pecuniaria con las arcas vacías y posicionar tropas militares vigilantes del conflicto en el Lejano Norte, eran herramientas útiles del gobierno estadounidense para presionar al mexicano y mermar su desempeño en el conflicto texano pero sin intervenir directamente en el mismo. El ministro mexicano en Estados Unidos, Manuel Eduardo de

Gorostiza, protestó fuertemente por las medidas “preventivas” del gobierno estadounidense en la frontera y al no tener efecto sus reclamos, pidió sus pasaportes retirándose de dicho país46.

La retirada de Gorostiza si bien no reportó un impacto directo en el curso que estaba tomando la separación de Texas, sí refleja la relevancia que una frontera aún bastante porosa y poco definida adquiría en el curso de la relación bilateral. En esta primera etapa, las negociaciones diplomáticas se encontraban un poco más alejadas de los temas comerciales o de inversión y se centraban fuertemente en las necesidades y reclamos de los pobladores fronterizos y, con más ahínco aún, en la necesidad de negociar un nuevo límite territorial.

Santa Anna, prisionero, aceptó firmar los Tratados de Velasco con los texanos, mediante los que se declararon terminadas las hostilidades. Debido a que voluntarios procedentes de

Nuevo Orleáns exigieron su cabeza, Santa Anna no pudo ser liberado de forma inmediata,

46 Vázquez y Meyer, México frente a Estados Unidos, p. 51. 31 sino hasta fines de 1836, cuando Sam Houston tomó posesión de la Presidencia texana.

Pero su popularidad en el centro del país ya era prácticamente nula. Para México, la recuperación de Texas se convirtió en una obsesión política, comprensible a la luz los privilegios concedidos a los colonos. No obstante, la inestabilidad política originada por el establecimiento del centralismo y las amenazas extranjeras, impedían emprender un intento efectivo por su reconquista.

En marzo de 1837, cuando resultaba más evidente que México no podría reconquistar a su provincia rebelde, Martin van Buren, nuevo Presidente de los Estados Unidos, logró que el

Congreso aprobara los fondos necesarios para enviar un agente diplomático a la naciente

República de Texas. El gobierno británico, al darse cuenta de la gran posibilidad de que la nueva República fuera anexada a los Estados Unidos –incrementando así su poder e influencia en el territorio americano-, se ofreció a mediar para que el gobierno mexicano reconociera la independencia texana a cambio de una prestación económica. Esto evitaría que en un ánimo de fortalecerse y hacer frente a las expediciones militares de reconquista, los texanos optaran por anexarse a la Unión Americana.

Conocedora del interés de los estadounidenses por California y su preciado puerto de San

Francisco, los ingleses intentaron todo cuanto estuvo en sus manos para lograr que el gobierno mexicano reconociera la independencia texana. De esta forma, Texas sería un nuevo Estado que amortiguara el expansionismo estadounidense. No obstante, el Congreso mexicano se negó a reconocer la independencia de Texas.

Pero la pérdida de Texas no era la única amenaza para México. Perder también Oregón y la

Alta California era un hecho latente. Tras la independencia de Texas, Estados Unidos volvió a jugar su carta de las reclamaciones pendientes. A pesar de la infortunadísima 32 situación de las finanzas públicas, México propuso someter las reclamaciones a arbitraje y en 1839 ambos países firmaron una convención por la que se integró un tribunal de dos mexicanos, dos estadounidenses y el rey de Prusia como árbitro. Las reclamaciones presentadas ascendían a la cantidad de $8,788,221 pesos. El tribunal aceptó $1,386,745 de pesos que México comenzó a pagar a partir de 184047. Fue en dicha década cuando se complicó aún más el escenario en los territorios fronterizos.

1.3. Anexión texana a la Unión Americana

La afinidad racial de norteamericanos y texanos se encontraba siempre presente en los labios de aquellos que favorecían la anexión de Texas a los Estados Unidos. Levi

Woodbury de New Hampshire señaló que los texanos eran “un cuerpo de hombres inteligentes y talentosos de raza verdaderamente sajona”48. Se consideraba que si Estados

Unidos había recibido a los franceses de Luisiana y a los españoles de Florida, con mayor razón debía anexar a su territorio a los sajones de Texas.

Fue precisamente comentando de la anexión texana que el 27 de diciembre de 1845 John L.

O’Sullivan, político del Partido Demócrata y periodista estadounidense, acuñó la frase de

Destino Manifiesto para describir el proceso de expansionismo territorial norteamericano49.

Originalmente, O’Sullivan utilizó la frase para criticar a otros países que intentaban interferir “para el objeto declarado de frustrar nuestra política y obstaculizar nuestro poder, limitando nuestra grandeza y verificando el cumplimiento de nuestro destino manifiesto de

47 Vázquez y Meyer, México frente a Estados Unidos, p. 53. 48 Reginald Horsman, Race and Manifest Destiny. The Origins of American Racial Anglo – Saxonism (Cambridge: Harvard University Press, 1981), p. 217. 49 A pesar de creer en la inferioridad de la raza negra, O’Sullivan era reticente a condenar todas las demás razas como incapaces de mejorar –que era una de las creencias de las más virulentas teorías raciales de la época-. Estaba convencido de que la población estadounidense podría incrementar y asentarse en mayores extensiones territoriales sin violencia. Aunque en un inicio se mostró cauteloso respecto del asunto texano, estaba felizmente a favor de la anexión de Texas. Horsman, Race and Manifest Destiny, p. 219. 33 extendernos en el continente, asignado por la Providencia para el libre desarrollo de nuestra población, multiplicada anualmente” [Traducción de la autora, énfasis añadido]50.

Pero no todos compartían la opinión de O’Sullivan. La sola frase de Destino Manifiesto molestaba a algunos que la consideraban arrogante y profana, y que creían que, sin importar la superioridad de raza, no era posible asumir la voluntad de Dios51. La doctrina del

Destino Manifiesto era vista por algunos como una hipócrita tapadera para justificar la agresión militar. Sin embargo, el deseo norteamericano de expandir sus fronteras prevaleció.

El Presidente John Tyler apoyó abiertamente la posibilidad de la anexión texana, aunque fracasó en su primer intento en 1844. Al ser materia de relaciones exteriores, su propuesta de anexión debía contar con la ratificación del Senado. El Senado estadounidense se oponía a romper equilibrio entre los estados del Norte y del Sur. El Norte estaba en un proceso de industrialización con pequeños y medianos empresarios agrícolas y una sociedad bastante igualitaria mientras que el Sur fincaba su actividad económica en el abastecimiento de algodón –principalmente a Gran Bretaña-, lo cual requería forzosamente de la esclavitud.

En su segundo intento, Tyler promovió su propuesta como asunto doméstico, de manera que sólo requería una resolución en la Cámara de Representantes aprobada por el Senado.

La Resolución Conjunta se aprobó el 27 de febrero de 1845 y el 1° de marzo Tyler firmó el decreto que permitía la anexión de Texas a los Estados Unidos52. Juan N. Almonte,

50 “For the avowed object of thwarting our policy and hampering our power, limiting our greatness and checking the fulfillment of our manifest destiny to overspread the continent allotted by Providence for the free development of our yearly multiplying millions” Horsman, Race and Manifest Destiny, p. 219. 51 A mediados del siglo XIX, el progreso norteamericano estaba íntimamente relacionado con la idea de destino racial. Una gran mayoría estaba siendo cautivada por doctrinas de superioridad caucásica, aria o anglosajona. 52 Vázquez y Meyer, México frente a Estados Unidos, p. 56. 34 ministro de México en Washington, pidió sus pasaportes al considerar dicho suceso como un acto hostil al gobierno mexicano al despojarlo de la posibilidad de recuperar un territorio que había sido suyo. Así, por segunda ocasión la delimitación fronteriza entre ambos países jugaba un papel determinante en su relación diplomática.

En un último intento por recuperar Texas, el presidente mexicano Herrera envió al gobierno de la nueva República una oferta de reinserción al territorio mexicano. El documento fue presentado prácticamente al mismo tiempo que la oferta estadounidense de anexión. El presidente texano, Anson Jones, llamó a una convención especial para decidir el futuro de la joven República. Finalmente, el Congreso texano aprobó la anexión a los Estados Unidos el 25 de junio de 1845.

1.4. El enfrentamiento armado, la Guerra del 47

El expansionismo de Estados Unidos iba cobrando fuerza. Siendo un anexionista declarado,

Polk ordenó al general Zachary Taylor que marchara hacia el río Bravo. En marzo, al llegar a la orilla del río, Taylor comenzó a construir el fuerte Brown ocasionando la molestia de los habitantes de Matamoros. El general mexicano Pedro Ampudia, solicitó a los estadounidenses que se retiraran a la frontera, pero la respuesta no sólo fue negativa sino que la flota incluso bloqueó la boca del río. El coronel estadounidense Ethan Hickcock escribió: “no tenemos ni un ápice de derecho de estar aquí… parece como si el gobierno enviara una pequeña fuerza con el propósito de provocar una guerra para tener el pretexto de apoderarse de California”53.

El general Hickock, en la frontera, no era el único que opinaba de esta forma. También desde el centro, en el Senado, había quienes diferían de la decisión de Polk y lo

53 Ethan Hickcock, Citado en Vázquez y Meyer, México frente a Estados Unidos, p. 59. 35 manifestaron. Así, el Senador James C. Jones de Tennessee señaló que él “no podría caer en la idolatría de este falso ídolo del 'destino manifiesto’”54. Por su parte, William Duer, senador por el estado de Nueva York expresó:

“Si [el presidente Polk] desea este saqueo, este desmembramiento de una República hermana, presentémonos como otros conquistadores y claramente declaramos nuestros propósitos y deseos. Permitámonos, como Alejandro, quien osadamente confesó que él fue por la gloria y la conquista, declarar nuestros objetos. ¡Fuera con esa moral sensiblera!, ¡con esta profanación de la religión!, ¡con este canto de "destino manifiesto", una MISIÓN DIVINA, una orden del Altísimo, para civilizar, cristianizar y democratizar nuestra república hermana en la boca del cañón! –sentimientos que han encontrado su camino a partir de los discursos en las mesas de cenas y arengas de clubes a las bocas de serios Senadores". [Traducción de la autora]55

El 25 de abril de 1846 los soldados mexicanos dispararon contra los estadounidenses.

Taylor notificó a Washington el 9 de mayo que las hostilidades habían iniciado. Meses después, en diciembre del mismo año, Polk afirmaría en su segundo informe presidencial que “México consumó su larga serie de ultrajes contra nuestro país, al iniciar una guerra ofensiva y al hacer que cayera sangre de nuestros ciudadanos en nuestro propio suelo”56

(Ver Anexo 2). Así estalló la guerra entre México y Estados Unidos, la Guerra del 47. Polk no encontró problema alguno para obtener los voluntarios y el financiamiento necesarios para la invasión a México que duró dos años. Lo que buscaba era una pequeña guerra que requiriera un tratado de paz. Conocedor de que México no podría pagar reparaciones, con un tratado de paz se podría exigir el resarcimiento por los gastos de la guerra mediante la concesión de territorio.

54 Horsman, Race and Manifest Destiny, p. 257. 55 “Away with wretched can't! If you wish this plunder, this dismemberment of a sister Republic, let us stand forth like other conquerors, and plainly declare our purposes and desires. Let us, like Alexander, who boldly avowed that he went for glory and conquest, declare our objects. Away with this mawkish morality! with this desecration of religion! With this cant about ‘manifest destiny’, a DIVINE MISSION, a warrant from the Most High, to civilize, Christianize and democratize our sister republic at the mouth of the cannon! - sentiments which have found their way from dinner-table speeches and club harangues to the mouths of grave Senators". Citado en Horsman, Race and Manifest Destiny, pp. 257 – 258. 56 Ampudia, México en los informes presidenciales de los Estados Unidos, p. 93. 36

La guerra inició en el Lejano Norte de México, donde no tuvo mayor problema la ocupación norteamericana debido a que dichos territorios se encontraban prácticamente despoblados. Mientras tanto, en el centro, el tema principal seguía siendo la organización política de la nación. En un golpe de Estado, Mariano Paredes restauró el federalismo en el país. El México independiente transitaba hacia su cuarto proyecto de gobierno, nuevamente federalista, en el transcurso de 25 años. Los Estados volvían a ser los dueños del poder político.

Santa Anna asumió nuevamente la Presidencia y Valentín Gómez Farías la vicepresidencia y fueron los encargados de hacer frente a la guerra. Santa Anna salió rumbo al Lejano

Norte y Gómez Farías permaneció en la capital nacional para retomar los principios federalistas, entre los que se encontraba la venta de los bienes de la Iglesia para obtener recursos para la guerra. A diferencia de Estados Unidos, México no tenía una forma inmediata de financiar el enfrentamiento, por lo que en enero de 1847 el Congreso aprobó un decreto que autorizó al gobierno federal vender propiedades del clero hasta reunir quince millones de pesos para defender al país57.

Esta decisión no fue nada popular entre los grupos moderados del centro, quienes detestaban a Gómez Farías. Con cierto patrocinio clerical, los moderados, a través de la

Guardia Nacional, se pronunciaron contra el gobierno federal y Santa Anna se vio en la necesidad de abandonar el frente norte para mediar la situación en la capital. El resultado fue la derogación del decreto, la eliminación de la vicepresidencia y la supresión de la facultad del Ejecutivo para negociar la paz. Todo ello a cambio de un préstamo de un millón de pesos obtenido de la Iglesia Católica. No obstante, dichos recursos eran

57 Vázquez y Meyer, México frente a Estados Unidos, p. 60. 37 insuficientes. Ni la mitad de los Estados estaban colaborando con hombres o dinero para librar la guerra.

En junio se unió Nicholas P. Trist al general Winfield Scott en su arribo a Veracruz. Trist fue nombrado comisionado por el gobierno de Estados Unidos para discutir los términos de paz. Tenía instrucciones de negociar diversas alternativas de absorción y compensaciones, el tránsito perpetuo por el Istmo de Tehuantepec y la cesión de Baja California en caso de ser posible. Forzosamente debía negociar la adquisición de la Alta California, Nuevo

México y obtener el valle de Gila, necesario para construcción de un ferrocarril transoceánico.

El general Scott estaba a las puertas de la capital mexicana el 20 de agosto de 1847. Santa

Anna no tuvo más remedio que nombrar a sus comisionados para que escucharan las proposiciones de Trist –Bernardo Couto, José Joaquín Herrera e Ignacio Mora y Villamil-.

Los mexicanos insistieron en el río Nueces como frontera con una faja neutral de 20 leguas entre los dos países y no aceptaron ceder territorio alguno ni el tránsito por Tehuantepec.

Esta posición era inaceptable para Trist, quien declaró rotas las pláticas. El 15 de septiembre del mismo año, las tropas del general Scott tomaron Palacio Nacional. El gobierno mexicano se trasladó a Querétaro y tras la renuncia de Santa Anna, la titularidad del Ejecutivo recayó en Manuel de la Peña y Peña.

En Estados Unidos, Polk consideró que las instrucciones originales de Trist se habían quedado cortas y deseaba obtener una mayor porción del territorio mexicano, hasta la Sierra

Madre Oriental58. En octubre de 1848 ordenó a Trist que volviera a Washington. Temeroso

58 También se expresaron opiniones que pedían anexar completamente al país, aunque esa propuesta fue rechazada por las posiciones xenófobas ante la posible incorporación de una población de distinta cultura, 38 de las nuevas instrucciones que pudiera recibir, el gobierno mexicano instó a Trist a permanecer en México y negociar con base en las instrucciones originales. Trist, que consideraba indeseable la anexión de todo México a su país debido a la necesidad práctica de llegar a un acuerdo, desacató las instrucciones de Polk y permaneció en México59.

El 2 de enero de 1848 se reunieron Trist y los nuevos comisionados mexicanos, Bernardo

Cuoto, Luis G. Cuevas y Luis Atristáin en la Villa de Guadalupe. Trist se aferró a las instrucciones iniciales: exigió el río Bravo y el paralelo 32 en California para incluir a San

Diego, redujo a 15,000,000 millones de dólares la indemnización a México y se negó a excluir la esclavitud de los territorios perdidos. Los mexicanos, en las apremiantes circunstancias en que se encontraban buscaron rescatar lo más que podían: salvar la Baja

California y lograr que quedara unida por tierra a Sonora. El Tratado de Paz, Amistad,

Límites y Arreglo definitivo entre la República Mexicana y los Estados Unidos de América, el Tratado Guadalupe Hidalgo, fue firmado en esos términos60. La Guerra del 47 fue un triunfo para Estados Unidos por su superioridad militar pero también por la división del pueblo mexicano.

Las reacciones entre los colonos de la frontera fueron diversas. Así, aunque podían hallarse publicaciones como la de Julio Carrillo de California que señalaba: “Reconozco que en lo general el gobierno de México fue como una madrastra mezquina con nosotros… pero a mi entender esto no fue razón para que renunciáramos a nuestros derechos de nacimiento”61, eran más comunes las expresiones como la de Angustias de la Guerra, un ama de casa de 31 religión y composición étnica, “racialmente inferior” a los ojos de la ideología dominante en Estados Unidos. Herrera y Santa Cruz, Historia de las relaciones internacionales de México, p. 121. 59 Para conocer más respecto de la visión y actuación de Trist, ver Alejandro Sobarzo, Deber y conciencia: biografía de Nicolás Trist, el negociador norteamericano de la guerra del 47 (México: FCE, 1997). 60 Herrera y Santa Cruz, Historia de las relaciones internacionales de México, p. 121 61 “Narrative of Julio Carrillo”, Antepasados, I (otoño, 1970), p. 20. Citado en Weber, La frontera norte de México, p. 366. 39 años en Santa Bárbara que recordaría más tarde que “la conquista de California no molestó a los californianos, y mucho menos a las mujeres… California iba camino de la ruina más completa”.62 (Ver Mapa 2)

1.5. Saldo de la guerra, el Tratado Guadalupe Hidalgo

En el Tratado Guadalupe Hidalgo, México reconoció la independencia de Texas y prácticamente la cesión de la mitad de su territorio. El artículo V, en el que se delimitó la nueva línea divisoria, se basó en el “Mapa de Estados Unidos” publicado por J. Disturnell en 1847 (Ver Anexo 3. Tratado Guadalupe Hidalgo, Artículo V). El uso de este mapa fue pretexto suficiente para que años después, en 1853, se tuviera que renegociar la delimitación de la frontera debido a un error en su trazado. La única ventaja que el Tratado

Guadalupe Hidalgo reportó para México fue el artículo XI que prometía protección de las incursiones de indios nómadas de la frontera: “está solemnemente convenido que el mismo

Gobierno de Estados Unidos contendrá las indicadas incursiones por medio de la fuerza, siempre que así sea necesario; y cuando no pudiere prevenirlas, castigará y escarmentará a los invasores, exigiéndoles además la debida reparación”63.

El Tratado fue aprobado por el Senado estadounidense con mínimas correcciones el 10 de marzo de 1848. Por el lado mexicano, el presidente De la Peña no hizo público el Tratado hasta la reunión del nuevo Congreso el 7 de mayo. De la Peña recordó que a pesar de las pérdidas, México había logrado sobrevivir y podía empezar a construir un futuro más prometedor64.

62 Weber, ed., Foreigners in Their Native Land, p. 131. Citado en Weber, La frontera Norte de México, p. 366. 63 Tratado de Paz, Amistad, Límites y Arreglo definitivo entre la República Mexicana y los Estados Unidos de América, En Rodríguez, Génesis de una Frontera, p. 102. 64 Vázquez y Meyer, México frente a Estados Unidos, p. 65. 40

Irónicamente, los términos del Tratado Guadalupe Hidalgo no reportaron el resultado deseado para ninguno de los dos países sino que fueron el resultado de la negociación de tensiones y temores domésticos. En el caso estadounidense, los términos del tratado fueron producto de la modulación entre las demandas de quienes querían la absorción total de

México y quienes se oponían a mayores anexiones por razones partidistas, discrepancia con la institución peculiar del Sur -la esclavitud- o razones raciales. En el caso mexicano, los términos del tratado fueron fruto de la apretada posición de los moderados que buscaron en su negociación evitar una pérdida territorial mayor o, peor aún, la absorción total del país.

Los efectos del Tratado Guadalupe Hidalgo para los Estados Unidos fueron más allá de la sola ampliación de su territorio. La adquisición de las nuevas comarcas trajo condigo diversos beneficios, como la expectativa de ampliar su actividad comercial –y con ello, llevar la delantera en la competencia euroamericana por el control de los mercados hemisféricos65- pero también representaba un gran reto: su integración geográfica e ideológica al resto del país. Para ello era indispensable el establecimiento de nuevas vías de comunicación marítimas y terrestres que vincularan los nuevos territorios con regiones distantes de Estados Unidos y, por supuesto, resultaba necesario también lograr una integración nacional que no agudizara aún más las tensiones regionales entre el Norte y el

Sur en torno al debate esclavista. Para México, la firma del tratado no significó el cese del conflicto entre liberales radicales y moderados. La imposibilidad de gobernar para cualquiera de las facciones debido a la oposición de los correligionarios contrincantes, los orilló a unir esfuerzos para hacer venir a Santa Anna del exilio.

65 Terrazas y Gurza, Las relaciones México-Estados Unidos, p. 365. 41

Finalmente, parecía que se establecía una nueva línea divisoria pero ella no sería suficiente para dividir las influencias comerciales, culturales y sociales entre los nuevos territorios fronterizos. En el siguiente capítulo discutiremos de qué manera la línea trazada en papel afectó las relaciones entabladas en la tierra. Por el momento, veamos el giro que la Guerra del 47 y el Tratado Guadalupe Hidalgo dieron a la relación bilateral.

1.6. Renegociación diplomática, el Tratado de La Mesilla

A los pocos años, el Tratado Guadalupe Hidalgo dejó ver las nuevas tensiones que se tendían en la relación bilateral: el propósito de Estados Unidos de cambiar nuevamente la frontera, obtener el istmo de Tehuantepec, el valle de la Mesilla y abrogar el artículo XI del tratado66. El propósito de modificar nuevamente los límites de la frontera tiene que ver con el expansionismo insatisfecho en los términos del Tratado Guadalupe Hidalgo. La invasión al valle de La Mesilla –territorio necesario para la construcción del ferrocarril interoceánico

(Ver Mapa 4)- y el deseo de obtener una concesión para construir una vía transístmica por

Tehuantepec obedecían la necesidad de comunicar los marginales del atlántico y el pacífico de los Estados Unidos. Finalmente, la urgencia por abrogar el artículo XI del tratado obedecía al deseo de evitar la obligación impuesta de indemnizar a las víctimas de correrías apaches y comanches en territorio mexicano.

Las correrías de indios en los territorios del septentrión mexicano, actual sur de los Estados

Unidos, afectaban fuertemente la vida de los pobladores. Los indios saqueaban poblaciones robando ganado y bienes preciados para ser comerciados en regiones distantes. La violencia que empleaban en sus correrías, hacían de los indios una amenaza seria, y su habilidad como jinetes y conocimiento del terreno los hacía prácticamente inmunes a cualquier

66 Terrazas y Gurza, Las relaciones de México – Estados Unidos, p. 367. 42 represalia. En estas condiciones, vivir en los territorios recién adquiridos podía ser –y en muchas ocasiones lo era- una verdadera faena. Sabiendo del problema que representaban las correrías indias, los negociadores mexicanos se esforzaron por establecer la obligación para Estados Unidos de detenerlas y resarcir los daños que cometieran a ciudadanos mexicanos. Pero como el gobierno estadounidense no tardó en darse cuenta, dicha labor no era en absoluto sencilla. En el siguiente capítulo discutiremos las razones; por el momento, veamos de qué manera Estados Unidos logró eximirse de esta obligación.

El pretexto necesario para tratar estos temas lo ofreció un error en el plano de Disturnell. El límite fijado tomó como referencias los ríos Gila y Bravo, el lindero Sur de Nuevo México que los une y la línea recta que divide a las dos . El problema se asomó al momento de trazar el lindero meridional de Nuevo México. La población de Paso del Norte

–en la actualidad, Ciudad Juárez- se encuentra más al sur y el curso del río Bravo está más al oeste de lo que asentaba el plano. La diferencia equivalía a 6,000 millas de terreno67. La integración de una comisión binacional para acordar los límites definitivos de la nueva línea fronteriza abrió camino para entablar nuevas negociaciones territoriales y diplomáticas.

La Casa Blanca comisionó a James Gadsden como ministro plenipotenciario en México para negociar prioritariamente una nueva frontera que permitiera adquirir La Mesilla para la construcción del ferrocarril y derogar el artículo XI del Tratado Guadalupe Hidalgo68. Las negociaciones no fueron del todo sencillas. El gobierno santannista solicitó más del doble

67 Terrazas y Gurza, Las relaciones México – Estados Unidos, p. 369. 68 Los propósitos de apropiación territorial estuvieron ligados a la construcción de las vías ferroviarias que comunicarían ambas costas de Estados Unidos, desde el Atlántico al Pacifico, cuya única vía accesible entre El Paso y San Diego era atravesando el territorio de La Mesilla, perteneciente a los estados de Chihuahua y Sonora. Herrera y Santa Cruz, Historia de las relaciones internacionales de México, p. 128. 43 de lo ofrecido por Gadsden por la venta de la Mesilla y como compensación por los daños sufridos por los pobladores fronterizos con motivo de las incursiones indias a territorio mexicano. Gadsden no cedió.

Debido a la precaria situación en la que se encontraba el erario público, el gobierno de

Santa Anna accedió a la venta. Después de 6 sesiones de negociación entre el 10 y el 30 de diciembre de 1853, se entabló un nuevo acuerdo entre ambos países: el nuevo límite territorial otorgó a los estadounidenses el territorio necesario para la construcción de la línea férrea –La Mesilla- (Ver mapa 3); abrogó el artículo XI del Tratado Guadalupe

Hidalgo que era el único beneficio que México había obtenido de la Guerra del 47, estableció la entrega a México de 10 millones de pesos y concedió al gobierno norteamericano el derecho de intervenir en México para proteger la concesión sobre

Tehuantepec cuando lo juzgara necesario69. La ratificación del Tratado de la Mesilla se llevó a cabo el 30 de junio de 1854.

En Guerrero, Juan Álvarez enarbolaba el Plan de Ayutla para deponer al dictador y convocar a un nuevo congreso constituyente, entre otras razones, por la venta de territorio nacional. Álvarez negoció el apoyo de un coronel retirado que se encontraba a cargo de la aduana de Acapulco: Ignacio Comonfort. Juntos iniciaron la revolución de Ayutla. La insurrección se extendió a Michoacán y el noreste de México y llegó al grupo de exiliados en Nueva Orleáns y Brownswille –Melchor Ocampo, José María Mata, Ponciano Arriaga,

Manuel Ceballos, Manuel Arrioja y Benito Juárez-.

Santa Anna requería imperiosamente de 3 millones de pesos adeudados aún por el gobierno de Washington con motivo del Tratado de La Mesilla para hacer frente a los gastos bélicos

69 Terrazas y Gurza, Las relaciones México – Estados Unidos, p. 377. 44 que la revolución de Ayutla demandaba. Sabedor de ello, Gadsden recomendó a su gobierno retener dichos recursos para acelerar la caída del dictador. Finalmente, el 11 de agosto de 1854, Santa Anna renunció al Ejecutivo, ahora sí de manera definitiva, y publicó un manifiesto responsabilizando de la caída de su gobierno a la rebelión liberal y a los norteamericanos que colaboraron con los insurrectos70.

El apoyo de Gadsden a los puros buscó profundizar la influencia estadounidense en el nuevo régimen para contrarrestar el peso europeo en el orden político mexicano. Dicha labor rindió frutos. El nuevo presidente, Juan Álvarez, nombró reconocidos pronorteamericanos en las principales posiciones de su gabinete: Melchor Ocampo, Benito

Juárez, Guillermo Prieto e Ignacio Comonfort. El proyecto liberal se basaba en el progreso y modernización del país, identificada con la construcción de ferrocarriles, disminución de aranceles y tarifas racionales que fomentaran el comercio. La inmigración se pensaba indispensable para colonizar los territorios baldíos y como palanca del proyecto modernizador.

No obstante, el gobierno liberal tampoco tuvo una gestión estable. Juan Álvarez nombró a

Benito Juárez Ministro de Justicia y con dicho cargo implementó una reforma legal el 23 de noviembre de 1855, conocida como la Ley Juárez71. La Ley se topó con una fuerte resistencia del clero y el ejército, las dos corporaciones más fuertes del país. Los liberales moderados que consideraban que no eran necesarias medidas tan radicales, lograron la

70 Según informes de representantes de Gran Bretaña y Francia en México, la legación estadounidense efectivamente apoyó a los insurrectos con el fin de asegurar la presidencia al general Juan Álvarez mediante la entrega de armas y dinero a la Guardia Nacional y al populacho; armas compradas a miembros del ejército santannista a los que instigaban a desertar. Terrazas y Gurza, Las relaciones México – Estados Unidos, p. 381. 71 Mediante la Ley Juárez aumentaron las atribuciones de los Juzgados del Estado, eliminando los fueros en materia civil y conservándolos en materia criminal, aunque renunciables. Estas medidas debilitaron la autoridad de los obispos, quienes se negaron a remitir sus expedientes a los juzgados civiles. 45 destitución de Álvarez de la presidencia y la designación de Comonfort como titular del

Ejecutivo. Comonfort reformó todo el gabinete federal con la designación de liberales moderados, quienes eran percibidos como políticos más serios. Pero dichas designaciones no fueron suficientes para el clero y ejército. Poco después estallaron dos revueltas: una en la Sierra Gorda de Querétaro con Tomás Mejía y otra en Puebla, de giro conservador. Una vez en el poder, los moderados emitieron el 25 de junio de 1856 la denominada “Ley

Lerdo” pero esta tampoco corrió con buena suerte y agravó la relación del Estado con la

Iglesia al intentar romper con la propiedad corporativa72. Pero el clímax de estas tensiones vino durante las sesiones del Congreso Constituyente de julio de 1856 a 1857, de las que fue excluido el clero.

La Constitución de 1857, la más importante del siglo XIX para México, estableció como forma de gobierno una República representativa y federal73. Pero, al darse cuenta de que otorgaba demasiado poder al Legislativo, Comonfort y Zuloga promulgaron el Plan de

Tacubaya para desconocer la Constitución, disolver el Congreso y demandar la promulgación de una nueva Carta Magna más acorde a la realidad mexicana, menos anticlerical. Fracasaron en su propósito y Comonfort fue exiliado del país por los generales mexicanos. Zuloaga se autoproclamó presidente de la República y la resistencia liberal designó a Benito Juárez para el mismo cargo ya que, al ser presidente de la Suprema Corte

72 El propósito de la Ley Lerdo era romper la propiedad corporativa para fortalecer la circulación de la riqueza agraria; que estas ventas permitieran sanear las arcas públicas mediante un impuesto establecido a cada venta, y crear una base social para el Partido Liberal; una nueva clase de propietarios que tuvieran interés en proteger los provechos del gobierno. 73 La Constitución de 1857 otorgó al gobierno federal la facultad de imponer todas las contribuciones fiscales necesarias para la Federación; otorgó al pueblo la soberanía nacional; eliminó los requisitos de propiedad o población para ser ciudadano mexicano; fortaleció al poder legislativo por encima del ejecutivo; contempló un catálogo liberal de derechos individuales (libertad de prensa, opinión, debido proceso, entre otros), y estableció la libertad de enseñanza, rompiendo con el monopolio educativo del clero. 46 de Justicia, por precepto constitucional debía ser el titular del Ejecutivo en ausencia de

Comonfort.

El gobierno juarista se estableció entonces en el estado de Veracruz. En los siguientes 3 años, los proyectos liberal y conservador disputarían el dominio del territorio nacional y la disposición de los poquísimos recursos. Ambos adversarios buscaron el apoyo del exterior, los primeros de Estados Unidos y los segundos de Europa. Para desgracia del proyecto liberal, siguiendo la tradición, el gobierno estadounidense optó por otorgar el reconocimiento diplomático al gobierno que controlaba la capital del país, el del conservador Zuloaga.

No obstante, dicho reconocimiento no duraría por mucho tiempo. El gobierno de Zuloaga enfrentó dos problemas que determinaron el rompimiento de la relación bilateral: su negativa a acceder a las presiones del ministro plenipotenciario estadounidense en México,

John Forsyth, para enajenar una parte del territorio nacional y la imposición de un impuesto extraordinario del 1% a todo capital y propiedad individual –incluso de extranjeros- que superara un valor de 5 mil pesos. Cuando en junio de 1858 un ciudadano estadounidense fue expulsado del país por incumplimiento en el pago de dicho impuesto, Forsyth decidió suspender relaciones con el gobierno conservador. Mientras tanto, José María Mata llegaba a Washington con el propósito de obtener el reconocimiento estadounidense al gobierno liberal mexicano.

La pugna entre liberales y conservadores y la forma de gobierno de la República desviaron de la frontera las negociaciones diplomáticas y, por primera vez desde la independencia de

México, el gobierno estadounidense enfrentaba la decisión de reconocer a uno de dos gobiernos mexicanos que se autoproclamaban como legítimos. James Buchanan, presidente 47 de Estados Unidos, otorgaría el reconocimiento diplomático a la autoridad mexicana que se mostrara más presta a sus demandas: adquirir más territorio mexicano, acordar un pago por las reclamaciones de ciudadanos estadounidenses con motivo de los gastos de la Guerra del

47 y establecer las condiciones necesarias para la operación de la vía en Tehuantepec y la ruta norteña del ferrocarril74.

Consiente de la situación, Mata se mostró pesimista y comunicó a sus superiores la necesidad de considerar enajenar Baja California. Melchor Ocampo y Mata incluso llegaron a discutir el precio que debía pedirse por dicho territorio en caso de iniciar las negociaciones. El gobierno liberal ofreció a Robert McLane, el nuevo ministro plenipotenciario estadounidense, “negociar los tránsitos y ventajas comerciales en el espíritu más liberal”75. Con esta declaración, McLane accedió a otorgar el reconocimiento diplomático al gobierno juarista el 6 de abril de 1859. No obstante, el tratado nunca entró en vigor debido a que el Senado estadounidense no lo aprobó76.

1.7. Guerra civil, la década de 1860 en ambos países

La década de 1860, crucial en la historia de ambos países, estuvo caracterizada por los enfrentamientos domésticos. En virtud de ello, durante esta década la relación diplomática de México y Estados Unidos estuvo muy alejada de ser bilateral. Eran cinco las facciones interviniendo en la relación diplomática: la Unión americana y la Confederación sureña, los conservadores monárquicos y los liberales republicanos de México y, por último, Francia.

74 Terrazas y Gurza, Las relaciones México – Estados Unidos, p. 391 75 Terrazas y Gurza, Las relaciones México – Estados Unidos, p. 392. 76 Los conflictos entre el norte y el sur de los Estados Unidos, así como la crisis financiera de 1857 hicieron que los políticos del norte consideraran que los intereses sureños habían influido en las negociaciones y que se verían beneficiados de tener acceso libre a los recursos mexicanos. 48

El 20 de diciembre de 1860, una convención soberana de Carolina del Sur, uno de los estados más radicales en la defensa de la esclavitud, pasó una ley que declaró disuelto el pacto federal con el resto de la Unión americana. Durante las primeras semanas de 1861,

Misisipi, Florida, Alabama, Georgia, Luisiana y Texas siguieron el ejemplo del estado separatista. Para febrero de 1861 todos los estados del Deep South habían declarado su rompimiento con la Unión y enviado delegados a una asamblea constituyente a

Montgomery, Alabama, para organizar un nuevo gobierno77. Los delegados redactaron una

Constitución y diseñaron la estructura de un su gobierno78. Cuando Abraham Lincoln, presidente de los Estados Unidos recién electo, decidió bombardear el fuerte Sumter en la bahía de Charleston, Carolina del Sur, para impedir el aprovisionamiento a cargo de la marina federal, la endeble calma se rompió y estalló la guerra en la que el resto de los estados sureños se unió a los territorios secesionistas.

La situación de México no era más sencilla. Después de tres años de enfrentamientos entre liberales y conservadores, el gobierno liberal tomó la capital del país en enero de 1861. Sin embargo, el erario público era paupérrimo y el producto de la venta de los bienes confiscados a la Iglesia no era el que se había estimado. Los liberales comenzaron a fracturarse y varios de los líderes, como Melchor Ocampo, morían asesinados. Los más radicales en el Congreso se oponían a Juárez mientras que otros esperaban deponerlo del

Ejecutivo para apoyar la candidatura de Sebastián Lerdo de Tejada. En esta situación, el gobierno liberal determinó la suspensión del pago de intereses de la deuda exterior, efectiva a partir del 13 de julio de 1861. Francia, Inglaterra y España, principales acreedores del

77 Comúnmente son denominados como Deep South –Sur profundo- de los Estados Unidos los estados de Carolina del Sur, Misisipi, Florida, Alabama, Georgia, Luisiana y Texas. 78 Terrazas y Gurza, Las relaciones México – Estados Unidos, p. 399. 49 estado mexicano, emprendieron una expedición tripartita que derivaría en la intervención del ejército francés en territorio nacional y su apoyo al proyecto monárquico conservador.

Para los Estados Unidos, redefinir las relaciones con México se tornó indispensable.

Cualquiera de los dos bandos, Unionistas o Confederados requerirían al menos la neutralidad del vecino del sur para derrotar a la contraparte. Consciente de ello, al inicio de su gestión, Lincoln nombró a Thomas Corwin como Ministro en México. Dicho nombramiento fue una clara manifestación de la voluntad del gobierno de la Unión

Americana por dejar atrás la política expansionista estadounidense: Corwin había sido un reconocido opositor a la Guerra del 47 quien, en su cargo como senador, pronunció un polémico discurso en el que condenó el expansionismo estadounidense y justificó la resistencia mexicana. Como era de esperarse, el gobierno juarista vio con agrado dicho nombramiento.

Temeroso de la alianza que pudieran integrar los unionistas y el gobierno liberal mexicano, la Confederación envió también un representante para entablar relaciones amistosas con el gobierno de Juárez. La labor recayó en John T. Pickett, quien había tenido una breve estancia en México y conocía a algunos integrantes del partido liberal mexicano. Por su parte, el gobierno mexicano envió a un joven Matías Romero como encargado de la legación mexicana en Washington. Durante la década de 1860, los nombramientos y las negociaciones diplomáticas estaban fuertemente marcadas por intereses de cada facción y la forma de impedir el triunfo de la facción opositora.

La Unión Americana tenía clara la importancia de evitar una intervención europea en territorio mexicano para nulificar cualquier posibilidad de que los confederados recibieran el reconocimiento y apoyo de las potencias del viejo continente; la Confederación apoyaba 50 el proyecto monárquico conservador en México consciente de la afinidad del gobierno liberal republicano con la causa unionista; el gobierno liberal de Juárez mostró una sutil, aunque perceptible parcialidad hacia la Unión Americana –con la que compartía mayor afinidad ideológica- con la esperanza de obtener de ella el apoyo económico necesario para hacer frente a sus obligaciones internacionales y evitar así la intervención de cualquier potencia europea en el territorio nacional y los posibles proyectos expansionistas de los estados Confederados; los conservadores mexicanos veían como única opción viable en

México el proyecto monárquico para dar el orden y estabilidad al país que, desde su independencia, no había conocido; y, finalmente, Francia tenía un particular interés en el triunfo confederado para que actuara como amortiguador de la Unión Americana cuando, terminada la guerra, quisiera hacer valer la Doctrina Monroe y se opusiera al proyecto monárquico europeo en territorio mexicano.

Con el ánimo de evitar un desembarque europeo en las costas mexicanas, el gobierno de

Lincoln autorizó a Corwin negociar con el gobierno juarista un tratado de préstamo:

Estados Unidos asumiría el pago de los intereses de la deuda externa mexicana durante cinco años, que sería pagado directamente a los tenedores de bonos79; el préstamo sería garantizado con tierras públicas y derechos de explotación minera en los estados del noroeste mexicano (incluida la desde siempre ansiada Baja California), cuya propiedad sería transferida a los Estados Unidos de no pagarse el capital más intereses en un plazo de

79 Aquí es conveniente resaltar que el dinero otorgado en préstamo al gobierno liberal no pasaría nunca por manos mexicanas. Durante los primeros años de vida independiente, los acreedores que por muchos años habían sostenido al gobierno, se negaron a otorgar nuevos créditos debido a la incertidumbre de la capacidad de pago del gobierno mexicano. Agustín de Iturbide y los gobiernos que le siguieron, no tuvieron más remedio que contratar préstamos en otros lados, principalmente Europa. No obstante, los fondos obtenidos mediante préstamos a largo plazo (de hasta 30 años), generalmente debían ser destinados a necesidades inmediatas. De esta forma, el gobierno mexicano se veía obligado a renegociar constantemente sus deudas con las potencias europeas (principalmente Gran Bretaña) prometiendo cantidades y formas de pago imposibles de cumplir. Máxime cuando tenía que destinar gran cantidad de los recursos obtenidos en defender sus fronteras. Schiavon, Spenser y Olivera, En busca de una nación soberana, p. 167. 51 seis años. Inglaterra y Francia deberían aceptar el arreglo y comprometerse a no tomar acciones contra México mientras el interés se pagara en tiempo80.

Irónicamente, las negociaciones de Corwin generaron justo el efecto contrario en las potencias europeas. La posibilidad de que México entablara cualquier negociación que pudiera derivar en la pérdida de más territorio, estimuló la empresa expedicionaria de las tres potencias europeas, mismas que desembarcaron en el puerto de Veracruz en diciembre de 1861, haciendo obsoleta la negociación de cualquier tratado de préstamo entre la Unión

Americana y el gobierno de México. Para los primeros meses de 1862 comenzó a ser evidente que la guerra civil estadounidense no sería breve y los recursos disponibles se debían destinar mayoritariamente a los esfuerzos bélicos. De manera adicional, el gobierno de la Unión americana prefirió evitar cualquier tipo de hostilidad con el gobierno francés, esperando que su pasividad ante el proyecto monárquico en México fuera correspondida con la falta de intromisión de la potencia europea en el conflicto entre el Norte y el Sur estadounidense.

En este periodo de gran inestabilidad doméstica, la frontera que divide a México y Estados

Unidos adquirió una relevancia y dinámica propia. El gobierno de la Unión Americana implementó en abril de 1861 un embargo marítimo en toda la costa de los estados rebeldes con el propósito de impedir el comercio internacional de la Confederación. Los estados sureños, grandes exportadores de algodón tenían, por el contrario, una precaria capacidad industrial. El propósito de Lincoln con el embargo era doble: evitar que se abastecieran de pertrechos y que continuaran sus exportaciones de algodón –principal fuente de ingresos-.

80 Terrazas y Gurza, Las relaciones México – Estados Unidos, p. 420 52

A pesar de que en un inicio la Marina del Norte no contaba con la capacidad suficiente para bloquear los diez puertos del litoral Sureño81, la Confederación necesitaba una avenida comercial que no estuviera sujeta al bloqueo: la desembocadura del río Bravo en el que, de conformidad con el Tratado Guadalupe Hidalgo, ambas naciones podían navegar libremente, por lo que la Unión no podía bloquear su salida al mar. Pronto comenzó a desarrollarse una abundante actividad comercial en la región fronteriza. De esta actividad hablaremos más a profundidad en el próximo capítulo pero baste por el momento saber que en el lado oeste, las poblaciones fronterizas intensificaron sus relaciones comerciales durante la Guerra Civil debido a la gran demanda de bienes y servicios originada por la migración de tropas militares a dichas regiones.

José Agustín Quintero82, comisionado por el Departamento de Estado sureño para fomentar la actividad comercial de la Confederación, y Santiago Vidaurri, cacique del noreste mexicano y gobernador de Nuevo León y Coahuila, unificados como un solo estado en

1857 aprovecharon bien esta coyuntura83. Tras su llegada a Monterrey en junio de 1861,

Quintero fue sorprendido por la disposición de Vidaurri no sólo a fomentar la actividad comercial en la frontera, sino su interés en que el territorio de Nuevo León y Coahuila formara parte de la Confederación. Inconforme con el gobierno de Juárez, Vidaurri veía mayor probabilidad de poner orden y dar a prosperidad a su Estado –y a sus propios

81 Terrazas y Gurza, Las relaciones México – Estados Unidos, p. 402. 82 José Agustín Quintero era un expatriado cubano que se estableció en Texas a principios de los años 50 y posteriormente se adhirió a la causa confederada. Fue comisionado para marchar a Monterrey con Santiago Vidaurri puesto que lo conocía de unos años atrás por una breve estancia de Vidaurri en Texas. Terrazas y Gurza, Las relaciones México – Estados Unidos, p. 404. 83 Vizcaya, Tierra de Guerra Viva. p. 350 53 intereses- si este formaba parte de los Estados Confederados en lugar de la federación mexicana84.

A pesar de que la oferta de Vidaurri fue rechazada en términos muy afables por la

Confederación, el cacique norteño siempre le otorgó facilidades para la importación de armas y aprovisionamientos a través de su jurisdicción; aún en contra de las órdenes del gobierno liberal que en reiteradas ocasiones le solicitó que suprimiera cualquier tipo de intercambio85. La actividad comercial, exitosamente fomentada en la región fronteriza al

Este, pronto modificó su fisonomía: villas poco importantes, como Matamoros, en pocos meses se llenaron de gente y mercancías.

Aunado a la actividad comercial, la franja fronteriza también se vio reforzada en seguridad gracias al Tratado de extradición negociado por la Unión Americana y el gobierno liberal mexicano en diciembre de 1861. El tratado tenía sus orígenes en un deseo bastante añejo de asegurar el cumplimiento de la ley en la frontera, en la que malandrines de ambos países habían encontrado refugio en la inmunidad –e impunidad- que ofrecía la línea divisoria. No obstante, la obstinación de los estados sureños del vecino del Norte por incluir una cláusula de extradición de esclavos fugitivos, a la que siempre se negó el gobierno mexicano, frustraron los anteriores intentos de negociación. Pero la guerra entre el Norte y el Sur eliminaba ahora aquella traba.

En junio de 1863, Juárez salió de la capital mexicana rumbo al norte debido al avance de las tropas francesas. En el norte, las autoridades republicanas comenzaron a recibir

84 La relación de Vidaurri con el gobierno liberal republicano del centro estuvo marcada por el conflicto debido a la férrea defensa del gobernador de los intereses regionales de su jurisdicción, negándose tenazmente a remitir a la Ciudad de México los ingresos aduanales y a acatar cualquier medida determinada en el centro que no favoreciera sus intereses. Vizcaya, Tierra de Guerra Viva, p. 356. 85 Vizcaya, Tierra de Guerra Viva, p. 352. 54 directamente el beneficio de los ingresos aduanales. El gobierno juarista modificó entonces su política hacia la Confederación fomentando ahora el comercio con la misma e incluso ofreció a Quintero la seguridad de la neutralidad de su gobierno durante la Guerra Civil estadounidense y garantizó que el convenio de extradición recién firmado con el gobierno de la Unión no sería usado para perseguir confederados en territorio mexicano86.

Sin embargo, en septiembre de 1863, ya era inminente la fundación del segundo Imperio mexicano, bajo el mandato de Maximiliano de Habsburgo, patrocinado por Napoleón III. El gobierno de la Unión Americana pidió a William Dayton, su ministro en Francia, que afirmara que Estados Unidos se abstendría de cualquier participación en los asuntos domésticos de México, a pesar de la convicción de su gobierno de que la civilización americana era esencialmente republicana y, por tanto, se consideraba muy improbable cualquier intento de contravenir esta disposición casi natural87.

Con los años, el proyecto monárquico conservador francés iba concretándose un poco más y la inclinación del gobierno liberal juarista por la Unión Americana se iba atenuando. Al ver desvanecidas las posibilidades de obtener un préstamo del gobierno de Lincoln, así como su pasividad ante la intervención francesa en México, la administración de Juárez autorizó a Matías Romero realizar gastos en iniciativas que dieran mayor difusión en territorio estadounidense de la invasión francesa en México y que generaran simpatizantes a

86 En junio de 1863 Juárez inició su larga macha hacia el norte y empezó a solicitar con mayor insistencia a Vidaurri que contribuyera con hombres y dinero al esfuerzo de resistencia. El cacique regiomontano siguió negándose y, pese a sus reiteradas protestas de fidelidad al gobierno, dejó muy claro que prefería que Juárez y las fuerzas militares que lo acompañan se mantuvieran lejos de su estado. El enfrentamiento definitivo se produjo cuando Juárez decidió trasladarse a Monterrey. Después de una breve resistencia, Vidaurri huyó a Texas y el gobierno republicano se instaló temporalmente en la capital neolonesa. Terrazas y Gurza, Las relaciones México – Estados Unidos, p. 435. 87 James Morton Callahan, American Foreign Policy in Mexican Relations (Nueva York, The Macmillan Co., 1932), p. 296. 55 la causa liberal88. Henry Winter Davis, presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara de Representantes, comunicó a Romero que sometería a consideración de la

Cámara unas resoluciones relativas a la invasión francesa. En abril de 1864, Davis leyó en la Cámara de Representantes su resolución en la que aseguraba que el proyecto monárquico francés en México era contrario a la política estadounidense. Este pronunciamiento fue aprobado por unanimidad.

El intento separatista de los territorios del sur de los Estados Unidos culminó en abril de

1865, tras cuatro años de devastadora lucha, con la rendición del general Robert E. Lee y el ejército del norte de Virginia. Tras el asesinato de Abraham Lincoln el 15 de abril de 1865 y su sustitución en el cargo por Andrew Johnson, varios liberales mexicanos, entre ellos,

Matías Romero, guardaban la esperanza de que el gobierno estadounidense exigiera la retirada de las tropas de Napoleón III de territorio mexicano. Dichas esperanzas encontraban materialización en la voz de algunas de las figuras más emblemáticas de la

Guerra Civil.

Tal era el caso del general Ulysses S. Grant, comandante en jefe de los ejércitos de la

Unión al final de la guerra y futuro presidente de los Estados Unidos. No obstante, también había estadounidense que veían la reconstrucción del país como una tarea lo suficientemente compleja como para buscar problemas adicionales en el exterior. Entre los representantes de mayor peso de esta postura figuraba William Seward, Secretario de

Estado, quien gracias a su cercanía con Johnson, logró mantener una línea de política exterior acorde con su pensamiento.

88 Terrazas y Gurza, Las relaciones México – Estados Unidos, p. 431. 56

Sin embargo, al conocer la opinión de Grant respecto de la situación mexicana, Romero se acercó a él para obtener apoyo, mismo que se plasmó en las instrucciones giradas por Grant a los oficiales a su cargo a lo largo de la línea fronteriza para proporcionar a los liberales mexicanos el arsenal confiscado a los confederados al sur de Texas89. La política de

Washington también comenzó a tomar otros matices. Si bien Seward seguía cauteloso de no entrar en un enfrentamiento abierto con Francia, designó a John A. Logan como ministro plenipotenciario en México con el objetivo de ejercer presión al gobierno francés. Logan era un verdadero crítico de Napoleón III, por lo que su nombramiento era una manifestación de la desaprobación del gobierno estadounidense al proyecto monárquico francés en México.

Por fin, en mayo de 1864 las fuerzas liberales mexicanas comenzaron a recuperar terreno.

En Francia, la oposición doméstica a la permanencia de sus tropas en suelo mexicano se hizo patente. A principios de 1866, Napoleón III anunció el retiro gradual de sus tropas disminuyendo significativamente la capacidad de resistencia del ejército imperial mexicano. En mayo de 1867 el bando liberal tomó la ciudad de Querétaro y apresó a

Maximiliano, quien poco después fue ejecutado. Con su muerte se marcó también la caída del proyecto conservador mexicano. A partir de este momento serían los liberales quienes decidirían el rumbo del país.

La década de 1860 y lo que trajo consigo, la Guerra Civil en Estados Unidos y la intervención francesa en México, inició una segunda etapa en la relación bilateral de ambos países. La frontera y su delimitación ya no era un factor a discutir, lo que ahora estaba en juego era defender su integridad territorial y mantener la unión nacional –si es que había

89 Terrazas y Gurza, Las relaciones México – Estados Unidos, p. 444. 57 una-. En esta segunda etapa, la política exterior estaría encaminada a preservar y velar por la unidad y los intereses nacionales.

1.8. Un nuevo orden, la República Restaurada y la Reestructuración

estadounidense

La década de 1860 fue sucedida por una etapa de reestructuración del orden interno de

México y Estados Unidos, aunque con resultados muy dispares. La terminación de la

Guerra Civil que puso fin a la “peculiar institución” del Sur, el esclavismo, y dio mayor unidad a los Estados Unidos, si bien tuvo efectos devastadores –principalmente en el territorio confederado-, marcó el inicio del ascenso de Estados Unidos como potencia económica y política en América. Esta época –denominada Gilded Age-, que comienza con la inauguración del ferrocarril transcontinental en 1869 y que perduró por las siguientes tres décadas, estuvo marcada por una extraordinaria creación de riqueza para los Estados

Unidos90.

Las planicies del Oeste estadounidense eran ricas en granos, mientras que el Sureste era una región ganadera por excelencia que, con la introducción del carro refrigerador, abastecía no sólo al mercado estadounidense sino a la demanda europea91. La colonización agrícola del

Oeste fue desplazando al Sur a los grupos indios nómadas que antes habitaban la región y que ahora debían ir dando paso a los nuevos colonos y tropas del ejército federal enviadas a la zona para restablecer el orden político. Los dos periodos presidenciales del general

90 La expresión “Gilded Age” se originó en una novela de 1873, escrita por Mark Twain, en la que se fustiga la corrupción política y la codicia imperantes en Estados Unidos. Citado en Paolo Riguzzi y Patricia de los Ríos, Las relaciones México – Estados Unidos, 1756 – 2010, Tomo II., “¿Destino no manifiesto? 1867 – 2010 (México: Universidad Nacional Autónoma de México y Secretaría de Relaciones Exteriores, 2012), p. 45. 91 El carro refrigerador revolucionó la producción y consumo de carne en los Estados Unidos, así como su exportación al exterior al facilitar la transportación de la misma. Para conocer más al respecto, ver William Cronon, Nature’s Metropolis. Chicago and the Great West (New York: W.W. Norton & Company, 1991). 58

Ulysses S. Grant de 1868 a 1876, estuvieron marcados por el constante empeño en reestructurar la sociedad y la política locales del Sur tras la abolición de la esclavitud.

Para México, el final de la década de 1860 marcó el inicio del periodo denominado “la

República Restaurada”, caracterizado, de forma contraria a la suerte del vecino del Norte, por el estancamiento económico, inseguridad social y conflictos políticos. Juárez determinó que cualquier relación, tratado o acuerdo internacional contraído con los países que habían apoyado al Imperio de Maximiliano, se consideraría nula a partir de la restauración de la

República, y ésta fue la base de la política exterior mexicana92. De esta forma, el pago de la deuda exterior mexicana fue suspendido con sus acreedores europeos hasta entablar nuevos acuerdos.

Sin embargo, la relación diplomática con Estados Unidos fue mucho más amable. El único tratado de amistad, comercio y navegación que México no rescindió fue el contraído con los Estados Unidos en 1832. El gobierno estadounidense también fue flexible con el mexicano y se abstuvo de exigir el pago de las obligaciones contraídas por los emisarios de

Juárez en Estados Unidos para costear la guerra contra el imperio de Maximiliano. Incluso fue en esta época que ambos países establecieron la Comisión Mixta de Reclamaciones para revisar las quejas de sus ciudadanos registradas a partir del Tratado Guadalupe

Hidalgo93. Después de diversas negociaciones con motivo de los hallazgos de la Comisión, en 1868, Matías Romero y William Seward suscribieron un Tratado de Naturalización que permitía readquirir la nacionalidad a los ciudadanos de uno y otro país que quisieran regresar a su lugar de origen. En 1875, los trabajos de la Comisión arrojaron un saldo de

92 Daniel Cosío Villegas, “La doctrina Juárez”, Historia Mexicana, v. XI, n. 4, 1962, p. 533. 93 Kaiser, El Reconocimiento de Porfirio Díaz, p. 443. 59

$3,900,000 de pesos a cubrir por parte del gobierno mexicano al estadounidense en un plazo de diez años.

A pesar de la cordialidad diplomática y las afinidades ideológicas –republicanas-, el periodo de reconstrucción estadounidense y la República Restaurada en México, no afianzó los lazos comerciales entre ambos países. De hecho, el comercio bilateral permaneció estancado94. Dicha situación se debió primordialmente a la las barreras arancelarias y la falta de comunicaciones e infraestructura financiera que permitiera una integración económica entre ambos países95.

Sin embargo, en este periodo, la frontera siguió inestable. La indefinición de los límites y la falta de población cerca de la línea divisoria la hacían más porosa, convirtiendo lo que debería ser un límite territorial en una mera abstracción propicia para las incursiones indias, el abigeato y el bandidaje. Al concluir la guerra, la intensa actividad comercial que se desarrolló en la zona perdió todo ímpetu. Las economías regionales, por tanto, ya no contaban con la oferta de bienes y servicios significativos que las sustentaran.

La ilegalidad imperante en la frontera llevó a los dos gobiernos a indagar respecto del estado de la misma. Fue el Congreso estadounidense el primero en enviar una comisión con el propósito de informar de manera detallada las condiciones de vida de los pobladores fronterizos. México hizo lo mismo un año después, el 30 de septiembre de 1872. El informe presentado por la comisión norteamericana ante el Congreso de Estados Unidos indicaba que de 1866 a 1872 disminuyó a dos tercios el ganado de los ranchos en la frontera96. La comisión mexicana en su informe al Congreso señaló que su homóloga estadounidense

94 Riguzzi y de los Ríos, Las relaciones México – Estados Unidos, p. 56. 95 A la banca norteamericana se le impidió operar en el exterior y en México no existían bancos domésticos. 96 Morton, American Foreign Policy in Mexican Relations, pp. 347-248. 60 había exagerado los índices de pérdida de ganado y que dichos robos eran autoría de la misma población texana. Por el contrario, afirmó que los robos cometidos por indios en

México eran resultado de la política de Estados Unidos que los acorralaba en una zona fronteriza y les quitaba sus tierras.

En Tamaulipas se mantuvo la denominada “Zona Libre”, una franja territorial de 40 kilómetros en la que por Decreto publicado en 1858 por el entonces Gobernador interino de

Tamaulipas, Ramón Guerra, en claro quebranto de la Constitución, se permitió importar mercancías de Europa sin necesidad de cubrir impuesto alguno con motivo de dicha importación. Los ciudadanos tamaulipecos beneficiados por el decreto vendían las mercancías importadas de Europa a residentes norteamericanos de Texas a un menor precio que las homólogas producidas en los Estados Unidos97.

Para 1870, la Zona Libre y los informes de la Comisión Pesquisidora de México y la de

Estados Unidos, tensaron el periodo de cordialidad en la relación bilateral. El gobierno estadounidense consideraba la existencia de la Zona Libre como perjudicial a sus intereses puesto que facilitaba el contrabando de mercancías europeas a su territorio. El Congreso mexicano revisó la validez del régimen arancelario y ratificó la existencia de dicha zona, a pesar de las opiniones en oposición tanto del gobierno estadounidense como del propio

Matías Romero, entonces Secretario de Hacienda. En cuanto a los informes de las

Comisiones, si bien muy dispares, sí dejaban algo en claro: los saqueos y el abigeato en la frontera no habían cesado y las correrías indias seguían siendo un problema considerable para las poblaciones fronterizas.

97 Keiser. El reconocimiento de Porfirio Díaz. 61

La relación bilateral mejoró un poco con el nombramiento de Ignacio Mariscal como ministro plenipotenciario en Estados Unidos en 1872 y la llegada al siguiente año de John

Watson Foster como representante del gobierno estadounidense en la Ciudad de México.

Foster llegó a tener una relación muy estrecha con el gobierno lerdista, del cual obtuvo dos concesiones ferroviarias importantes para el gobierno de su país98.

El tono de la relación bilateral se vio nuevamente afectado en 1876. El levantamiento del general Porfirio Díaz, destacada figura militar en el combate contra las fuerzas imperialistas de Maximiliano, dividió nuevamente las facciones políticas del país, ahora en tres bandos: los fieles a Sebastián Lerdo de Tejada –entonces presidente Constitucional-, los fieles a

José María Iglesias –presidente de la Suprema Corte- y los porfiristas, quienes resultaron vencedores y colocaron a Porfirio Díaz en la presidencia. La presidencia estadounidense sería asumida por Rutheford B. Hayes en un proceso electoral por demás controversial del cual hablaremos en el capítulo 3 de este trabajo99.

La nueva administración de Hayes, aconsejada por Foster, optó por negar el reconocimiento diplomático al nuevo gobierno golpista mexicano. Por su parte, la administración porfirista decidió cancelar las concesiones otorgadas por Lerdo a empresas estadounidenses. La ruptura de la relación diplomática duró por un tenso periodo de 16 meses. Pero antes de conocer el papel que la frontera y las correrías indias tuvieron en el restablecimiento de la relación bilateral, es necesario conocer las dinámicas regionales entre todos los agentes que poblaron dichos territorios.

98 Una para Sonora y otra que recorrería el territorio del centro del país a la frontera norte. 99 William Ray Lewis, The Hayes Administration and Mexico. En The Southwestern Historical Quarterly, No. 2: 140-153 62

Capítulo 2. Relaciones en la frontera. Indios, mexicanos y estadounidenses, 1821 -1876

Como advertimos en el capítulo anterior, la frontera y adquisición territorial marcaron la pauta en el tono de la relación bilateral de México y Estados Unidos en los primeros años de vida independiente hasta la Guerra del 47. La redistribución territorial acordada en los

Tratados Guadalupe Hidalgo y de La Mesilla modificó también el orden político y social que imperaba hasta antes de 1848 en ambos países. La Guerra Civil en Estados Unidos y el segundo Imperio mexicano dieron paso a una segunda etapa en la relación bilateral, una más cordial en un inicio y, luego, la frontera retomó la primacía que había tenido en la agenda diplomática. Las reclamaciones por actos de bandidaje y abigeato empezaron a oírse con mayor insistencia.

Para los grupos indios que habitaban el Lejano Norte de México y actual sur de Estados

Unidos, la nueva frontera no representó una verdadera división del territorio que hasta ese momento había sido el lugar que habitaban, su homeland. Los indios aprendieron a usar la línea divisoria en su beneficio para prevalecer en un territorio en disputa; sabían que la frontera impedía que las tropas tanto de México como de Estados Unidos les dieran persecución una vez que cruzaran al otro lado de la misma. Usando esta restricción legal en su favor, los grupos indios saqueaban y asesinaban en un lado de la frontera y cabalgaban con su botín hasta cruzarla.

En este capítulo el lector podrá conocer la relación sostenida entre los tres actores predominantes en la frontera de 1821 a 1876 -mexicanos, estadounidenses e indios-.

También podrá identificar las dificultades que tenían ambos gobiernos para evitar las correrías indias y sus correspondientes daños, si hubieron periodos de paz y a qué se

63 debieron, así como el impacto que las correrías indias tenían en la población fronteriza.

Esto permitirá dimensionar los estragos ocasionados por los ataques indios y por qué en

1876 el gobierno estadounidense condicionó al mexicano a detenerlos para poder obtener el reconocimiento diplomático.

Ahora bien, la frontera mexicoamericana divide los actuales estados de Baja California,

Sonora, Chihuahua, Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas al sur de la misma y California,

Arizona, Nuevo México y Texas al norte. A efecto de comprender cabalmente las relaciones existentes entre mexicanos, estadounidenses e indios en el periodo de estudio, es necesario primero conocer estos territorios; saber un poco de su clima y orografía, así como de los recursos disponibles. A continuación, una breve descripción de dicha área geográfica.

2.1. El territorio

En la parte Oeste de la franja fronteriza100, la Sierra Madre Occidental fue un factor de gran relevancia al determinar tanto la forma en la que los grupos de indios nómadas la recorrían y habitaban, como en la que los asentamientos mexicanos y estadounidenses se establecieron. La Sierra y sus escurrimientos dio grafía al altiplano y determinó también el curso de las principales corrientes fluviales y sus respectivas cuencas: los ríos Nazas y

Bravo. Este último recorre toda la franja fronteriza de Noroeste a Sureste en una extensión territorial de 3,034 kilómetros y es sumamente desigual en su recorrido, pues hay tramos en que corre encañonado y otros en que forma amplios valles o se desliza por estrechas vegas.

Dicha región se caracteriza por ser seca –salvo por angostas, fértiles y bien sombreadas

100 La información que a continuación se refiere fue obtenida de Bernardo García Martínez, Las regiones de México. Breviario geográfico e histórico (México: El Colegio de México, 2008) en lo correspondiente al sector central y el noreste de la vertiente del Norte. Las referencias de las citas se omiten para facilitar la lectura entendiéndose que todas provienen de la edición antes mencionada. 64 vegas de corrientes menores- pero también por su riqueza de minerales (en su mayor parte, actualmente agotada).

En la región de Parral se encontraba el paso obligado en el denominado “Camino de

Tierradentro”, principal eje de contacto entre el centro de México y los territorios norteños101. En función de la ubicación, es posible encontrar paisajes típicos del altiplano: muy abiertos, pedregosos y de amplios horizontes, o bien, característicos de un entorno serrano aunque seco, con bosques de coníferas que se extienden en mesetas y cañadas, pero sin mucha densidad. En el antiguo Paso del Norte, actualmente Ciudad Juárez, se localiza una especie de oasis que se extiende hasta el actual El Paso, Texas, en medio de una de las partes más áridas y homogéneas del altiplano.

La región fronteriza del lado Este es, esencialmente, una llanura bordeada al Este por el litoral del Golfo de México y al Oeste por el piedemonte de la Sierra Madre Oriental, que marca el borde del altiplano. A diferencia de la parte Oeste de la franja fronteriza, esta zona carecía de un eje dominante de comunicación como era el Camino de Tierradentro. El Este fronterizo se integra de tres entornos: serrano, llanura y litoral. En algunas zonas, como la de Nuevo León, el frente de la Sierra es vertical y estrechos valles se abren en ella, con formidables paredes de roca y agudos picachos que dan un majestuoso paisaje de montaña.

Las tierras bajas que se desarrollan a los pies de la Sierra suelen ser anchas y planas. El entorno serrano es relativamente húmedo, boscoso y con ricos suelos aluviales; aunque las tierras bajas, más extensas, son también más secas y con vegetación de matorral, principalmente.

101 Su punto de partida era en Zacatecas y determinó el eje central que conectaba al Lejano Norte con el centro. 65

Tras esta breve descripción del territorio, es necesario ahora conocer un poco de uno de los grupos que mayor relevancia tuvieron en las relaciones sociales, culturales y económicas que se gestaban a lo largo de toda la línea fronteriza mexicoamericana en el siglo XIX. A continuación un breve detalle de los grupos indios nativos de dichas regiones.

2.2. Los grupos indios

En dicha extensión territorial, durante el periodo de estudio, tanto los apaches, divididos en sus seis principales familias, como los comanches, con sus respectivos aliados menores102, realizaban incursiones en ambos lados de la frontera (Ver Imagen 2). Es importante tener presente esto: en la región existían diversos grupos indios. Si bien es común la referencia como “indios” a cualquiera de estas y de todas las etnias nativas de América, lo cierto es que no eran homólogas, cada una tenía una identidad propia como grupo, tal como el término “europeo” incluye docenas de nacionalidades. Sin embargo, este capítulo no se centrará en un grupo indio específico puesto que el propósito de la investigación es conocer la incidencia que la violencia a lo largo de toda la frontera mexicoamericana tuvo en el restablecimiento de la relación diplomática de México y Estados Unidos en 1878. Así, para llevar adelante este estudio, es necesario concentrarse en las etnias de indios con predominio en la zona fronteriza de manera general, a pesar de los rasgos que las distinguen. En este entendido, se presenta un breve esbozo de los elementos compartidos por los grupos indios de la frontera103.

102 Durante el periodo colonial, debido al proceso de redistribución espacial y lucha por nuevos territorios, los grupos locales aislados fueron incapaces de enfrentar amenazas mayores y se vieron obligados a formar alianzas en territorios extensos. A los núcleos fuertes de naciones poderosas se unieron pequeños grupos desplazados de otras regiones. A los comanches se unieron los kiowas y los wichitas. Velasco, La frontera étnica en el noreste mexicano. p. 47. 103 La información que a continuación se refiere fue obtenida mayoritariamente de Velasco, La frontera étnica en el noreste mexicano; Robert V. Hine y John Mack Faragher, The American West. A New Interpretative History (Connecticut: Yale University Press and New Heven & London, 2000); Hämäläinen, The Comanche 66

Los grupos indios que habitaban el actual sur de Estados Unidos y Lejano Norte de México, eran preponderantemente cazadores – recolectores. Es general la creencia de que al no ser agricultores y, por lo tanto, no ser sedentarios, carecían por completo de costumbres e instituciones culturales elaboradas. Esto es incorrecto. La cacería y recolección de alimento, requerían también que las familias se agruparan en clanes con responsabilidades sociales, políticas y rituales diferentes, bien delimitadas en función de edad y de género104. Los clanes compartían una identidad étnica, lingüística y territorial.

Los grupos indios de la región eran nómadas, puesto que emprendían mudanzas con tanta frecuencia como se agotaban los pastos. Así, la motivación inmediata del cambio de residencia era la búsqueda de pastos y la ruta se determinaba de acuerdo con los movimientos estacionales de las manadas de bisontes y la recolección de frutos105. Los grupos indios dependían de la caza del bisonte como medio de sustento y del caballo como medio transporte. Hacían uso del tipi o tepee, una casa portátil de cuero que podía ser enrollada para transportarse fácilmente.

Las figuras de mayor relevancia en las sociedades indias eran los guerreros más experimentados. La forma de gobierno indio se encontraba formalizado por jefes o consejos de guerreros. La figura de jefe político o consejo de guerreros difería mucho de la de líder político en la organización social mexicana y estadounidense, heredada, a su vez, del sistema social europeo. Una de las prioridades de los jefes era supervisar la distribución de

Empire; DeLay, War of a Thousand Deserts, y David J. Weber, The Mexican Frontier, 1821-1846 (Albuquerque: University of New Mexico Press, 1982). Las referencias de las citas se omiten para facilitar la lectura, entendiéndose que provienen de las ediciones antes mencionadas, salvo expresa manifestación en otro sentido. 104 Por ejemplo, los hombres jóvenes eran los encargados de la cacería mientras que las mujeres tenían la responsabilidad de desollar el producto de dicha caza, así como poner a secar la piel y preservar la carne. De tal forma, los jóvenes no debían cazar más de lo que las mujeres de su clan pudieran aprovechar. 105 Velasco, La frontera étnica en el noreste mexicano, pp. 58 - 59. 67 los recursos del grupo, no la protección de la propiedad privada. La comunidad juzgaba el desempeño del jefe o del consejo de guerreros no en función de la riqueza y poder que acumulara, sino en qué tan bien distribuía los recursos entre los clanes y familias.

Ningún grupo indio dividía la tierra en propiedad privada. Este patrón contrastaba dramáticamente con la tradición de propiedad privada europea, en la que se cuestionaba seriamente que pudiera haber cualquier tipo de responsabilidad individual (como la defensa de la tierra o de la comunidad) sin propiedad individual. Pero el carácter guerrillero de los grupos indios de aquellos territorios desmentía esta creencia. A pesar de no contar con una burocracia militar o fuerza armada definida como tal, los grupos indios eran guerreros y con frecuencia se enfrentaban con otros grupos de la zona, disputando el territorio que contara con mayores manadas de bisonte para cazar. El éxito en la caza y la guerra eran indicadores de un gran poder espiritual y, por ello, en dichas actividades debían participar todos los hombres jóvenes de cada clan. Las hazañas guerreras eran reconocidas públicamente en función de la valentía exhibida106. Tan fuertes llegaron a ser los enfrentamientos y rivalidades entre los grupos indios que en los primeros contactos con los españoles y los ingleses, buscaron tender alianzas con ellos que les permitiera derrotar a grupos enemigos.

Este último punto es especialmente significativo. Es común, sobre todo por la incorrecta imagen del indio fomentada por los western estadounidenses en los últimos tiempos, creer que antes de la llegada de los europeos, las etnias que prevalecían en el norte de México y actual sur de los Estados Unidos, vivían en perfecta armonía entre ellos y con el espacio

106 Por ejemplo, era mucho más digno de reconocimiento el cazar un bisonte haciendo uso de lanzas que de flechas, puesto que al tener que acercarse a la bestia para poder dar el golpe, el cazador arriesgaba la vida; mientras que con las flechas el cazador podía atacar a distancia. 68 que habitaban. Los indios de estos territorios tenían fuertes enfrentamientos entre grupos incluso antes de la llegada de los españoles e ingleses. La guerra era el elemento central de la identidad y característica que permitía la delimitación de los territorios y la defensa de los pueblos étnicamente hermanados o sólidamente aliados107; por exclusión se fomentaba la cohesión y unidad de los miembros del clan. De manera adicional, el combate era el escenario en el que un guerrero indio podía obtener prestigio y el reconocimiento de su etnia como uno de los más valientes de sus miembros108. La guerra también tenía una finalidad material inmediata: era una maniobra de competencia por los recursos disponibles y la exclusión del resto de los competidores por los mismos.

Pero probablemente el rasgo que más diferenciaba la tradición europea de la de los indios nativos, era la religión. Las tribus tenían ciertas diferencias religiosas, pero, en general, prevalecía la creencia de que las familias indias debían compartir (coexistir) con el resto de las cosas vivientes y que una especie de fuerzas metafísicas lo conectaban todo en la naturaleza. Si este vínculo era roto, los grandes ciclos serían alterados y sobrevendría el desastre y la enfermedad. La espiritualidad de dichas etnias las unía íntimamente con la naturaleza y fomentaba un arraigado sentimiento de pertenencia a su territorio, su hogar.

Por el contrario, el cristianismo es monoteísta, creyente de una realidad jerárquica en la que el hombre se encuentra sujeto a los designios de un Ser Supremo. La Biblia muestra a los cristianos que son seres distintos de los demás seres de la creación, dotándolos de una

107 Velasco, La frontera étnica en el noreste mexicano, p. 25. 108 En muchas ocasiones, para los indios encargados del ejercicio de la guerra, la realización de un acto valeroso se convertía en una obsesión. 69 superioridad sobre el resto de las cosas vivientes en la tierra. Dios se revela como hombre, no como un coyote o cuervo109.

Considerando lo anterior, no es de sorprender el enfrentamiento. El punto de encuentro entre culturas y creencias tan distintas, la frontera mexicoamericana, más que una línea divisoria se tornó en el sitio en el que forzosamente tendrían lugar violentas confrontaciones; unos por tomar un territorio y otros por defenderlo. Las diferencias entre las distintas entidades étnicas (tanto de los grupos indios entre sí como entre los mexicanos y estadounidenses), suelen hacer la convivencia difícil y compleja y, en algunas ocasiones, como en el caso de estudio, abiertamente hostil y violenta. En palabras de Sarah Deutsch, las fronteras “son lo que sucede cuando las culturas se encuentran”110.

Con una idea general de los grupos indios de los territorios del Lejano Norte de México y actual sur de los Estados Unidos, es momento de adentrarnos en las dinámicas sociales existentes en la franja fronteriza a lo largo del siglo XIX. De esta forma, observaremos la influencia que tuvieron en las negociaciones entabladas por diplomáticos mexicanos y estadounidenses durante el periodo que va de noviembre de 1876, momento en el que

Porfirio Díaz derrocó al presidente en turno, a abril de 1878, mes en el que el gobierno estadounidense otorgó formal reconocimiento a la administración tuxtepecana.

2.3. El declive de las misiones y presidios, México independiente

Tras la independencia de México en 1821 y el establecimiento de la monarquía constitucional, Anastasio Bustamante, Capitán General de las del

Noroeste y Noreste (actualmente, los estados de California, Nuevo México, Texas,

109 Hine y Faragher, The American West, p. 9. 110 Sarah Deutsch, No Separate Refuge: Culture,Class and Gender on an Anglo- Hispanic Frontier in the American Southwest, 1880 - 1940 (Nueva York: Oxford University Press, 1987) p. 3. 70

Chihuahua, Sonora, Coahuila y Nuevo León), buscó mantener la estabilidad que el gobierno colonial había alcanzado en su relación con los indios de la frontera, basada en la negociación y acuerdo de tratados de paz con los jefes de cada grupo111. En agosto de 1821,

Bustamante despachó circulares a los oficiales fronterizos para que enviaran emisarios que notificaran a las grupos indios -que en gran medida habían luchado contra los insurgentes con la esperanza de que el Imperio español cumpliera su promesa de darles autonomía y sustento- que era momento de liberar a los cautivos y bajar las armas, era momento de que

“todos seamos hermanos”112.

Los apache lipanes113 respondieron al llamado de paz y enviaron representantes a la Ciudad de México para acudir a la coronación de Iturbide como Emperador en julio de 1822 y a firmar el tratado de paz con Bustamante. Por su parte, los comanches114 enviaron delegados

111 El Imperio español tomó ejemplo de dichas políticas del Imperio francés en Luisiana, territorio adquirido en 1763 mediante el Tratado de Fontainebleu por el que Carlos III pidió al rey francés la Luisiana debido al apoyo ofrecido por el imperio español en la Guerra de los Siete Años. Mediante dicho acuerdo, los españoles se comprometían a tratar justa y respetuosamente a las familias indias cuando visitaran los pueblos. Asimismo, pactaban con diferentes tribus la entrega de regalos como ropa, mantas, capas de diferentes colores, medallas, cigarros, herramientas de metal, pipas, velas, azúcar y equipo para los caballos, a cambio de que ellos no saquearan misiones y presidios y les ayudaran a enfrentar a grupos indios rivales. De esta forma, la Corona española obtuvo el apoyo, por ejemplo, de los comanches y navajos para perseguir a los apaches. 112 DeLay, War of a Thousand Deserts, p. 16. 113 Los apaches eran indios nómadas cazadores-agricultores. Se encontraban divididos en seis subtribus: los be-don-ko-he (apaches ) al Oeste de la frontera oriental de Arizona y al Sur del río Gila; al Este de dicho grupo se encontraban los chi-hen-ne (banda Warm Springs); en la parte Norte vivían los apaches de White Mountain; al Oeste de los be-don-ko-he se encontraban los chi-e-ahen (Gileños o Mimbreños); al Sur vivían los apaches Cho-kon-en (Ridge of the Mountainside People) y en la parte Sur de Arizona los apaches ndéndai (Apaches Nedni). La guerra era el elemento central de su identidad. Para conocer más de los apache, ver Jerónimo. El indio Jerónimo. Memorias (La Habana: Presencia Latinoamericana, 1982); De Lay, War of a Thousand Deserts; Keith H. Basso y Morris E. Opler edit., Apachean Culture History and Ethnology (Tucson: The University of Arizona Press, 1971). Los apaches lipanes y mezcaleros se caracterizaban por robar, además de caballos y mulas, cantidades más o menos grandes de ganado vacuno, pero aparentemente no para comerciar sino para su propio consumo. En varias ocasiones en que partidas de tropa y vecinos lograron localizar sus campamentos, encontraron que habían sacrificado ganado para secar carne y curar los cueros. Vizcaya, Tierra de Guerra Viva., p. 21. 114Los comanches eran indios nómadas, cazadores-recolectores. Al igual que los apache, los comanche desarrollaron una cultura guerrera. Para conocer más respecto de la cultura comanche, ver Velasco, La frontera étnica en el noreste mexicano; Hämäläinen, The Comanche Empire. 71 a la capital en compañía del tejano José Francisco Ruiz, quien les convenció de que también acordaran la paz115.

Los tratados garantizaban el cese de hostilidades por parte del gobierno mexicano, la posibilidad de enviar a niños comanches o lipanes para recibir educación en la Ciudad de

México y el otorgamiento de regalos –retomando la tradición española-, a cambio de que los indios entregaran los prisioneros que se encontraran en su poder y ayudaran a defender el territorio nacional contra posibles enemigos, así como contra las tribus rivales116. El acuerdo resultaba atractivo para los indios del Lejano Norte en la medida en que podrían obtener del Imperio mexicano diversos objetos valiosos para ellos como mantas y velas, al tiempo que podrían continuar en la lucha contra sus añejos enemigos de otras etnias.

Esta política, implementada antes por el Imperio español había tenido mediano éxito gracias a dos motivos: lo despoblado de aquellos territorios en el periodo colonial y el establecimiento de compañías presidiales y misiones jesuitas y franciscanas. Las compañías presidiales eran guarniciones de soldados establecidas en el Lejano Norte para la custodia y defensa del territorio. Durante el periodo colonial, la línea de presidios fungía como una especie de frontera o línea divisoria y buscaban defender de cualquier intromisión el territorio más poblado al sur de los mismos: la valiosa región minera de la Nueva

115 Con el ánimo de facilitar la lectura de este capítulo, se hará referencia a los mexicanos nacidos en Texas como tejanos y a los angloamericanos como texanos. José Francisco Ruíz había sido maestro en Texas y en 1823 se unió a los insurgentes. Cuando la Corona española ofreció una recompensa de 500 pesos por su cabeza, huyó a Luisiana donde vivió de realizar operaciones comerciales con los indios. Para 1821, Ruíz era probablemente el hombre que más sabía de los indios de las planicies del actual Suroeste de los Estados Unidos y, por supuesto, se convirtió en la primera opción de los oficiales fronterizos que buscaban un intermediario cultural y traductor. DeLay War of a Thousand Deserts, pp. 17 -20. 116 DeLay, War of a Thousand Deserts, p. 17. 72

España117. Mediante las misiones, la Corona española había logrado expandir la frontera tan al Norte como fue le posible.

No obstante, después de la Independencia, la situación económica era paupérrima y las misiones dejaron de recibir tanto los sínodos para los franciscanos como la afluencia de nuevos sacerdotes que quisieran habitar en misiones del Lejano Norte118. Misma suerte corrieron los presidios militares. Los soldados, carentes de cualquier medio de sustento, comenzaron a saquear las propias misiones. Tanto las misiones jesuitas y franciscanas como la línea de presidios militares que habían resguardado la frontera –aunque no propiamente delimitada-, comenzaron a colapsar119.

Cuando la breve monarquía mexicana llegó a su fin y el nuevo Congreso aprobó la

Constitución de 1824, adoptando la forma de organización política republicana y federal, el nuevo gobierno no tardó en abandonar la antigua práctica de asegurar a los grupos indios del Lejano Norte raciones suficientes de sustento. La suspensión de esta práctica ocasionó un doble efecto. El más inmediato fue que las correrías de indios en los poblados de la frontera se intensificaran, azotando a la población y dejando la zona prácticamente inhabitable120. Y el segundo, fue evidenciar lo desafanado que estaba el gobierno en la capital de la situación en la periferia. El declive de las misiones y los presidios sembraron un sentimiento de inseguridad y desolación entre los pobladores del Lejano Norte, quienes ahora se veían en la necesidad de defenderse y buscar los medios necesarios para subsistir sin esperar ningún apoyo del centro. “Esperar la protección del gobierno central… hubiera

117 Friedrich Katz, The Life and Times of Pancho Villa (California: Stanford University Press, 1998), p. 12. 118 Los sínodos eran los recursos económicos para la manutención de los franciscanos y la de la misión. 119 Para conocer más al respecto, ver Weber, The Mexican Frontier. 120 Bruce Vandervort, Routledge Taylor y Francis Group, Indian Wars of Mexico, Canada and the , 1812-1900 (Nueva York: Routledge, 2006), p. 194. 73 sido una espera en vano”121. Lo que se cosechó, por lo tanto, fue la formación de una identidad y dinámica fronteriza muy desapegada del proyecto de nación de la ciudad de

México.

Cuando el general Anastasio Bustamante se estableció en Laredo con la intención de pacificar los Estados Internos de Oriente, de los que fue nombrado comandante general e inspector el 21 de marzo de 1826, buscó mejorar las condiciones de las compañías presidiales para hacer frente a los indios, dotándolas de armamento, caballos y vestuario.

Asimismo, giró una serie de instrucciones administrativas para proteger a los campesinos de los ataques indios como el oficio del 11 de octubre de 1826, dirigido al gobernador de

Nuevo León, en el que imponía la obligación a los dueños de ganado de armar y proporcionar caballos y municiones a los campesinos que les cuidaran el ganado:

“Como en los pastores y vaqueros sea donde los indios bárbaros ceban con más frecuencia su saña feroz, yo creo muy justo y necesario, el obligar a los dueños de los ganados a que sus expensas tengan bien armados, montados y municionados a esta clase de dependientes, cuyo número debe ser proporcionado al ganado que cuidan”122.

Los indios robaban ganado de las poblaciones pero principalmente tomaban caballos, que les daban mayor movilidad. Lo robado tenía la finalidad de usarse o consumirse por los mismos indios, o bien, de cambiarse por otros bienes que les fueran necesarios. En esta

época, los primeros años de vida independiente de México, los indios mantenían un sistema de comercio tanto con mexicanos como con anglosajones bastante bien estructurado, siendo el camino de Santa Fe, ubicado en el actual Nuevo México, el centro comercial de mayor relevancia.

121 Baca a Manuel Escudero, 9 de junio de 1825, Santa Fe. AHGE, 5-9-8159/H 241.5 (72:73)1. 122 Citado en Vizcaya, Tierra de Guerra Viva, p. 29. 74

El comercio de pieles, básicamente de bisonte, nutria y castor, dependía de la labor india: del trabajo de los hombres cazadores y tramperos, y del procesamiento de las mujeres de la carne (preparaban una mezcla de grasa de bisonte con frutos secos) y elaboración de sombreros de cola de castor y cinturones de piel. El comercio de pieles llegó a ser tan exitoso en la región que incluso la Hudson Bay Company, inglesa, estableció postes de comercio y contrató empleados que intercambiaran con los indios su producto por trampas, botas, comida y whiskey barato123.

El comercio generó, por supuesto, competencia, y al finalizar la década de 1820 había un sinnúmero de tramperos libres que comerciaban con los indios. Incluso, aproximadamente de 1823 a 1838, se celebraba cada verano un encuentro anual en el cual los indios podían participar o sólo observar. Como marinos regresando de un largo viaje, los tramperos estaban listos para un gran bacanal. Bebían whiskey de San Luis y aguardiente. Regateaban con las mujeres indias, complacientes en el pasto suave. Había peleas entre los hombres ebrios, discusiones entre los sobrios y apuestas de caballos y forrajes en cartas y dados por doquier. Silbidos de canciones franco-canadienses se perdían en la algarabía de un fandango mexicano. Un gran encuentro podía atraer a más de mil tramperos y comerciantes124.

Los grupos indios robaban pero también comerciaban, luchaban contra asentamientos fronterizos, pero también contra grupos rivales. Las relaciones en la frontera eran complejas y dinámicas, no atendían a una estrategia de agresión dirigida, sino que cada grupo de

123 Hine y Faragher, The American West, p. 153. 124 Hine y Faragher, The American West, p. 154. 75 indios, de mexicanos, de anglosajones125 y de extranjeros, se valía de los medios a su alcance para subsistir, prevalecer o dominar en una región abierta, que aún no tenía límites bien definidos ni derechos reconocidos.

Los indios de las regiones fronterizas nunca tuvieron un lazo de unión con el centro de

México –como sí lo habían tenido las misiones y los presidios que dependían de los recursos y apoyo enviados desde la metrópoli- ni con los Estados Unidos que, hasta antes de mediados del siglo XIX, ni se habían asomado a esos lares. Sin embargo, sí tenían un arraigo y profundo conocimiento del territorio que habitaban, en el que debían convivir con el resto de las cosas vivientes. Convivir, coexistir, de ninguna manera significa ceder. Por ello era posible que el comercio se desarrollara en la región: mientras nadie fuera desplazado, la actividad comercial podía subsistir. Por ello también fue exitoso el sistema presidial y de misiones de la Colonia.

Pero 1826 ya no era el periodo colonial, y las dinámicas regionales estaban cambiando. El general Bustamante advirtió que los comanches causaban más daños a las provincias del noreste. En un oficio girado al gobernador de Nuevo León, el general defendió a los lipanes señalando que la mayoría de ellos habían respetado los acuerdos de 1822. Bustamante recomendó entonces al gobernador que ordenaran a las autoridades de los puntos fronterizos prohibir a los pobladores comprar ganado cuyos fierros estuvieran desfigurados para evitar que los comanches percibieran ganancia alguna de los saqueos que cometían en otras poblaciones. También le señaló que para una eliminación completa de los daños

125 En esta época, la región fronteriza recibía muchas visitas de anglosajones que intentaban tener una primera aproximación a la misma. Tal fue el caso de Meriwether Lewis y William Clark, enviados por el presidente de los Estados Unidos, Thomas Jefferson, para explorar el lejano oeste tras la adquisición de Luisiana. Jefferson esperaba que sus exploradores pudieran encontrar una ruta para cruzar el continente por un arroyo fluvial, incluso si ello significaba cruzar por territorio extranjero. Hine y Faragher, The American West, p. 137. 76 ocasionados por los comanches, no encontraba más remedio que “reducir con la política y el halago a dichos indios o destruirlos enteramente por la fuerza” pero que lo primero era

“obra del tiempo y de los afanes de un gobierno paternal” y lo segundo chocaba con los principios filantrópicos que distinguían a los mexicanos126.

Bustamante, entonces impulsó que en 1826 se firmaran dos acuerdos de paz con los comanches, uno en Santa Fe y otro en Chihuahua. Aunque las hostilidades no cesaron en

Texas sino hasta el próximo año, los mexicanos y comanches lograron una paz relativa basada en pactos y regalos. No obstante, la inestabilidad del gobierno en la capital obligó a concentrar esfuerzos y recursos en sufragar y apaciguar los constantes levantamientos por razones del orden político de los que discutimos en el capítulo anterior, provocando que el gobierno incumpliera con mucha frecuencia su compromiso de otorgar bienes a las tribus de indios a cambio de que éstas no saquearan a los escasos pobladores.

Los estados fronterizos se convirtieron entonces en “territorio indio”127. En Sonora los indios incluso exigieron una especie de gabela a las personas que viajaban entre dicho

Estado y Nuevo México128 y se mantuvieron al tanto de los eventos en el área porque leían el correo que hurtaban a los mensajeros129. Los sonorenses cayeron en un verdadero estado de terror. Había tropas exclusivamente destinadas a combatir a los indios; se establecieron dos compañías presidiales en Tamaulipas, una en Nuevo León, cuatro en Coahuila y tres en

126 Anastasio Bustamante al Gobernador, Matamoros, 12/10/1828 AGENL-RM, 1828. Citado en Vizcaya, Tierra de Guerra Viva, p. 33. 127 En términos estrictos, no es posible hablar de un “territorio indio” puesto que las diferentes etnias fronterizas del siglo XIX eran nómadas. Sin embargo, uso este término con el ánimo de expresar el dominio indio en dichos territorios. 128 Weber, La frontera Norte de México, pp. 132-133. 129 Vandervort, IndianWars, p. 194. Los grupos indios podían leer y entender el idioma español y años después el inglés, gracias a las personas que raptaban de los poblados mexicanos y estadounidenses y a quienes mantenían consigo por varios años o incluso de forma permanente. Estas personas fungían no sólo como una fuerza laboral (ensillaban los caballos, los alimentaban y ayudaban a las mujeres en la curación y preparación de las pieles y carnes), sino como intérpretes. 77

Texas, además de tres compañías de milicia activa de caballería en Tamaulipas, dos en

Nuevo León y dos en Coahuila130. No obstante, debido a los constantes cambios de forma de gobierno de la República y, sobre todo, a las revueltas en las distintas unidades del ejército, el estado general de las tropas federales era desastroso y casi siempre debían dispersarse para poder encontrar una actividad que les permitiera subsistir. Estas deficiencias muchas veces eran subsanadas con el envío de refuerzos civiles. Los pobladores de una región que estuviera siendo azotada por la violencia de los grupos indios debían participar de manera directa en su persecución. La selección de quienes acompañarían a los militares era por sorteos131.

Los soldados y civiles mexicanos estaban dispuestos a remover a los grupos indios del territorio aún exterminándolos si fuera necesario. Pero los refuerzos civiles no eran garantía de una mayor eficacia en el combate al indio, pues en muchas ocasiones acudían voluntarios mayores obligados por la necesidad y con armas descompuestas, que no habían montado nunca a caballo, no llevaban alimento para subsistir durante la campaña y no contaban con ningún tipo de adiestramiento.

En 1837, el general Mariano Arista escribió al gobernador de Nuevo León, Joaquín García, que sobraban en los pueblos individuos capaces “tanto por su valor personal conocido, como porque son hombres que siempre han manejado armas y saben andar a caballo”. Que la gente que tenía bienes era la que debía unirse para defender los pueblos y no reclutar

“infelices que nada tienen que perder y dejan a sus familias muertas de hambre al tiempo

130 Vizcaya, Tierra de Guerra Viva, p. 42. 131 A pesar de la inclusión de refuerzos civiles, los indios superaban a los mexicanos casi por el triple según informes de diversos generales y coroneles. Vizcaya, Tierra de Guerra Viva, p. 263. 78 que están en la expedición”132. Cartas en el mismo sentido fueron enviadas también por don

José María Villareal, comandante del segundo escuadrón en Agualeguas, Nuevo León, y por Antonio Fernández, comandante del séptimo.

Los escasos recursos de las tropas y la falta de adiestramiento en el manejo de armas y la cabalgata por parte de los refuerzos civiles, no eran los únicos problemas para dar alcance a las partidas indias. En la mayoría de las ocasiones, los generales y jefes encargados de perseguir a los indios, así como sus tropas, no habían estado antes en los territorios del

Norte. El desconocimiento del territorio hacía por demás compleja la persecución de los indios que, por el contrario, conocían palmo a palmo aquellas planicies y desiertos.

Además, los pueblos que más civiles debían aportar a la persecución de indios eran los que resultaran más afectados por sus ataques y no los más poblados. Esto dejaba a los poblados del Lejano Norte sumamente desprotegidos cuando muchos de sus habitantes salían en búsqueda de partidas de indios y la pobreza de los pueblos hacía muy difícil organizar una defensa pasiva. En algunas ocasiones, los vecinos de los pueblos fronterizos más azotados por la violencia india llegaron a asegurar que de exigírseles colaborar como refuerzo de las tropas de línea en la persecución de indios, abandonarían sus hogares, aun perdiendo todo lo que tenían. En suma, la debilidad del ejército federal, su falta de conocimiento profundo del territorio y el ineficaz método para reclutar refuerzos civiles, hacían extremadamente difícil la tarea de someter a los grupos indios y, por el contrario, sí dejaba la puerta abierta al saqueo y abigeato que tanto afectaba a los pobladores.

132 Mariano Arista al Gobernador, Cadereyta, 15/2/1840 AGENL-RM, Ca. 22, 1840, exp. 1. Citado en Vizcaya, Tierra de Guerra Viva, p. 86. 79

En noviembre de 1836, indios lipanes quemaron los sembradíos de maíz en las orillas del río Álamo, entraron al pueblo exigiendo dinero, carne maíz y caña dulce y matando matando reses y caballos133. En febrero de 1840 el juez de Vallecillo, Nuevo León, relataba que por donde los indios pasaban iban dejando “los tendidos de reses muertas y cuanto encuentran a pura lanza y flecha”134.

Los indios apache con frecuencia eran referidos como “salvajes, rapaces, sanguinarios, sin domicilio fijo, son el terror de los establecimientos de los blancos, llevando al centro de los fronterizos la desolación y el exterminio. Ellos son el tipo de los pueblos primitivos en el estado de barbarie y la protesta viva contra la raza blanca invasora del país”135. Así, Manuel

Orozco y Berra, uno de los más importantes historiadores de México en el siglo XIX, resaltaba un aspecto de las correrías indias poco considerado en dichos años: en gran medida, la violencia ejercida a veces incluso de manera innecesaria, era una forma de resistencia de los grupos indios ante la invasión y desplazamiento de su territorio por parte de asentamientos blancos.

La destrucción de sus bienes a manos de los grupos indios, dejaba a los habitantes fronterizos en la miseria. Sin embargo, la parte más cruenta de los ataques era el homicidio de sus pobladores y el rapto de algunos de ellos, principalmente mujeres y niños (Ver

Imagen 1). El relato de una mujer que logró acercarse “casi en cueros, con una niña de dos o tres años” a una partida de hombres que salió de Agualeguas en persecución de indios

133 Vizcaya, Tierra de Guerra Viva, p. 63. Los lipanes no eran el único grupo indio que quemaba sembradíos en las poblaciones. En el otoño de 1845, los comanches asesinaron a 30 residentes de La Pilla, Durango, y luego prendieron fuego al poblado, quemando todo el cultivo de maíz, cuya venta permitía la subsistencia de la comunidad. DeLay, War of a Thousand Deserts, p. 134. 134 Invasiones de indios, SPGNL, 18/2/1841. 135 Manuel Orozco y Berra en su Geografía de las lenguas y carta etnográfica de México, publicada en 1864. Citado en María del Carmen Velázquez, “Los apaches y su leyenda” en Bernardo García Martínez, Los pueblos de indios y las comunidades. Lecturas de Historia Mexicana (México: El Colegio de México, Centro de Estudios Históricos, 1991), pp. 303 – 304. 80 merodeadores, demuestra lo brutal que era la situación en las zonas rurales del Lejano

Norte:

“[Dice la mujer en cuestión] Que es de Botellos, jurisdicción de Cerralvo, que se llama María del Carme García, que a su padre Vicente y una hermana suya los mataron en su misma casa, que a ella a otra hermana y a su madre se las llevaron los indios, que ahí le dijeron: ¿por qué no se había ido a la casa para que no las mataran y si no les habían avisado que ellos venían? Que de allí de su casa se fueron a la de don Santos Gonzáles, la hallaron cerrada y a cuchilladas tumbaron la puerta y ventana y sacaron de dentro cuanto en ella había, que el número de indios era de más de ciento, que de aquí subieron las mesas como para Cerralvo, encontraron un vaquero y allí lo amarraron y se lo llevaron, que antes de esto llevaba ella una criatura de cinco meses, y porque lloraba, la agarró un indio de los pies y le dio contra el suelo, ella la volvió a agarrar, la envolvió en sus enaguas y volvió en sí, pero que allá, donde agarraron a ese vaquero, comenzó otra vez a llorar la criatura, se la pidió el indio y la mataron tirándola para arriba y recibiéndola en las lanzas, que de allí fueron a dormir cerca del rancho Cochinitos, jurisdicción de Cerralvo, a donde dejaron a ella y a los demás cautivos amarrados, con cinco indios que los cuidaran, y allí mataron a otra hermana suya, que a poco oyó la pelotería cuando le pegaron al rancho y dentro de un rato volvieron los indios cargados de almohadas, sobrecamas, sábanas, saleas, lanas listadas y de colores, camisas, túnicas de indiana y de seda y otras muchas cosas, que de Cochinitos se hicieron tres partidas de bárbaros y no supo que rumbo tomaron, que la que la traía a ella le pegó al rancho de Maldonados, pero luego que les empezaron a hacer fuego del fuerte, arrancaron los indios, que otro día de mañana le dijeron se viniera, y que a poco andar la vino alcanzar el indio que tenía a su niña, creyéndose ella la vendría a matar, que le salió delante y le dijo: toma a tu hija, y se la dio diciéndole estaban las casas cerca, que se viniera, que poco rato la vino alcanzar otro, que dice no ser indio, sino cristiano, güero, delgado, cerrado de barba, y éste le trajo hasta que la puso en el camino real que viene de Mier para esta villa, asegurando esta mujer, que la más de esa partida que la llevaba eran gentes porque todos estaban barbados”136.

El relato de la mujer evidencia la violencia que ejercían los indios con el fin de abastecerse de bienes (las almohadas, sobrecamas, sábanas, saleas, lanas listadas y de colores, camisas y túnicas de indiana y de seda): tirar la puerta y ventana a cuchilladas y saquear la casa, por ejemplo. Pero el relato también nos deja ver la violencia de los indios que no tenía un propósito evidente: matar a su padre y hermana en su misma residencia y, en una jurisdicción diferente, en Cerralvo, matar otra hermana.

Sin embargo, al conocer los pocos testimonios de los indios de diferentes grupos étnicos, las razones de dicha violencia se hacen más evidentes. Si un indio era visto por un civil

“significaba que lo reportaría a las fuerzas militares y vendrían tras nosotros, así que no

136 Citado en Vizcaya, Tierra de Guerra Viva, p. 92. 81 había nada que hacer más que matar al civil y a toda su familia. Era terrible ver muertos niños pequeños. No me gusta hablar de ello. No me gusta pensar en ello. Pero los soldados asesinaban a nuestras mujeres y niños también. No olviden eso”137 [Traducción de la autora].

En el testimonio de la mujer también vemos la eficacia de los grupos indios al huir de las tropas que les perseguían: dividirse en pequeñas partidas que pudieran desplazarse fácilmente. Las tropas federales y los civiles no cabalgaban en grandes grupos como los indios debido a su inferioridad numérica, el estado de sus armas y caballos era deficiente y, a diferencia de los indios, no todos eran excelentes jinetes. Estas tres características les impedían seguir la estrategia de escape de los indios y dividirse también en partidas de persecución.

Los caballos que irónicamente eran, junto con el arco y la flecha, uno de los rasgos distintivos de los grupos indios de la frontera debido a su pericia como jinetes – principalmente de los apaches y comanches-, no eran parte de su cultura sino hasta finales del siglo XVII, cuando fueron introducidos a dichas regiones por los europeos138. Los caballos modificaron sustantivamente el estilo de vida indio: les dieron la movilidad necesaria para cazar las grandes manadas de bisonte, perseguir al enemigo a través de largas distancias, explorar y conocer una extensión territorial mayor y, por supuesto, escapar de sus perseguidores con mayor efectividad.

137 “If he were seen by a civilian, it meant that he would be reported to the military and they’d be after us, so there was nothing to do but to kill the civilian and his entire family. It was terrible to see little children killed. I do not like to talk about it. I do not like to think of it. But the soldiers killed our women and children too. Don’t forget that”. Testimonio de indio apache. Citado en David Roberts, Once They Moved Like the Wind: , and the (Nueva York: Touchstone, 1993), p. 111. 138 En 1680, hubo un enfrentamiento entre los grupos indios del norte de la Nueva España y los pobladores de los asentamientos españoles. La Revuelta Pueblo permitió que los indios robaran caballos a los españoles que, al cabo de unos años, encontraron su camino en las redes de intercambio del resto de los grupos indios. Hine y Faragher, The American West, p. 138. 82

Los comanches son uno de los ejemplos más claros de la movilidad que el caballo proporcionó a las etnias del Lejano Norte: podían circular en áreas de 800 a 1,120 kilómetros de diámetro. Debido a este espacio de acción y la ferocidad de sus ataques, los comanches eran considerados uno de los grupos indios más poderosos de la región. La simbiosis del caballo y la sociedad comanche llegó al punto de equiparar a los equinos con la materialización de la riqueza personal y lo único que cualquier guerrero aspiraba a acumular. Eran uno de los elementos más importantes para adquirir esposa, el medio de dirimir alguna disputa y en una situación apremiante, podían servir de alimento139.

Las correrías indias y la violencia que las caracterizó tenían diversos objetivos: ganar honor, vengar a los compañeros caídos y, por supuesto, incrementar mediante el robo de propiedades y animales sus pertenencias. Aunque, como se ha señalado, no todos los animales robados eran para su beneficio140. En varias ocasiones sacrificaron parte del ganado, lo que puede interpretarse como una forma de resistencia ante la invasión de pobladores blancos. El propósito al robar ganado que después sería sacrificado o quemar las cosechas que permitirían la subsistencia de pueblos enteros, era evitar el poblamiento de dichos territorios que eran el área que ellos habían poblado, su homeland, así como evitar el aprovechamiento de los escasos recursos que dichos territorios proveían.

139 Velasco, La frontera étnica en el noreste mexicano, p. 56. 140 En febrero de 1837, por ejemplo, soldados mexicanos encontraron cerca del río Bravo más de 1,400 cabezas de ganado muertas e innumerables cabras y ovejas apiladas a montones en todas direcciones. Todos estos animales habían sido abandonados por indios comanches (DeLay, War of a ThousandDeserts, p. 135). Esto muestra que lo ataques indios no tenían únicamente fines económicos o de subsistencia, sino también de resistencia. Para conocer más respecto de la violencia de los indios seminómadas ver Jacoby, Shadows at dawn. 83

Los apaches, por ejemplo, creían en una primera causa que fungía como un gran capitán,

Usen141, y aseguraban que después de la vida había un lugar destinado a la recompensa del bueno y castigo del malo. Sólo era posible llegar al lugar de recompensa si el hombre era valiente y la mujer leal142. De esta forma, la guerra para ellos era vital puesto que era el medio por el que los hombres demostrarían su valentía y ser merecedores de las recompensas esperadas143. En palabras de don Bernardo de Gálvez, quien formó parte de las campañas emprendidas en Chihuahua contra los apaches en 1769 y 1770, “si todas las naciones se sobrepujan cuando a campaña las lleva el entusiasmo de la religión, es fácil concebir cuál será este mismo entusiasmo en los apaches, entre quienes es un acto de religión la guerra”144.

Para la década de 1834 la situación en el Lejano Norte era prácticamente insostenible. En octubre, el general Martín Perfecto Coss, comandante general de los Estados Internos de

Oriente, circuló un oficio que, a su vez, la Secretaría de Guerra envió al Secretario de

Relaciones, en el que aseguraba que la guerra sostenida entre los indios nómadas de

Chihuahua, Sonora y Sinaloa, Coahuila y Texas y Nuevo León debía alertar la atención del gobierno federal145. A pesar del acoso al que estaban sujetos los pueblos por las continuas incursiones de indios, eran frecuentes los desacuerdos entre las autoridades locales, así

141 Usen es “El que Da la Vida” o, literalmente, “aquel por el que hay vida”. Morris E. Opler explica que Usen es una divinidad nebulosa cuya existencia se debe más a una exigencia lógica ya que el concepto no tiene una importancia funcional en la religión de los apaches. Puede ser resultado incluso de la influencia de los españoles. Morris Edward Opler, Mitos y cuentos de los apaches , traducción de Julio Velasco (Madrid: Miraguano Ediciones, 1995) p. 12. 142 Aunque los apaches eran polígamos, no toleraban el adulterio. A la mujer infiel le cortaban las orejas y la nariz y la echaban de la comunidad. Se apreciaban mucho de decir la verdad y, por lo tanto, era un acto de gran humillación para quien era sorprendido en el engaño. 143 Morris E. Opler, Mitos y Cuentos de los Apaches Chiricahuas (Madrid: Miraguano, 1996). 144 Bernardo de Gálvez, Noticias y reflexiones sobre la guerra que se tiene con los indios apaches en las provincias de Nueva España. Citado en Sara Ortelli, Trama de una guerra conveniente: Nueva Vizcaya y la sombra de los apaches (1748 – 1790) (México, D.F.: El Colegio de México, Centro de Estudios Históricos, 2007) p. 88. 145 Vizcaya, Tierra de Guerra Viva, p.45. 84 como la cooperación entre algunos pueblos. Esta falta de coordinación facilitaba las labores de saqueo de los grupos indios y hacía urgente el apoyo de la capital.

La segunda mitad de la década de 1830 demostraría al centro de la joven nación mexicana la relevancia de su frontera norte. No sólo eso, aclararía que quizá los indios no eran ni la

única amenaza ni el más peligroso enemigo. Y que la falta de recursos y apoyo al Lejano

Norte no sólo había dejado en una situación bastante indefensa a los pobladores, sino que había comenzado a gestar dinámicas regionales totalmente alejadas del centro, secesionistas.

2.4. La nueva República, Texas y los indios

Como vimos en el capítulo anterior, para 1837, era urgente no sólo pacificar la frontera al ser un amortiguador de la influencia estadounidense, sino colonizar Texas lo más pronto posible ya que se consideraba que en el largo plazo eran los norteamericanos y no los indios la principal amenaza a la soberanía mexicana. La política exterior mexicana, la dirigida particularmente a los Estados Unidos buscaba a toda costa detener la migración e influencia estadounidense en el Lejano Norte y contrarrestarla con el poblamiento de mexicanos en dichas regiones.

El Congreso mexicano autorizó entonces la integración de una Comisión de Límites para verificar la situación en Texas y determinar los límites de la frontera con Luisiana, explorar los recursos naturales de la zona y obtener información de la gente que poblaba dicho territorio. El general Manuel Mier y Terán, líder de la comisión, escribió un informe en el que alertaba de los riesgos por la falta de reglamentación de la inmigración estadounidense

85 a Texas146. José María Sánchez, otro miembro de la Comisión, coincidió con Mier y señaló que “la chispa que detonaría la conflagración que nos privará de Texas, emergerá en la colonia de Austin. Todo porque el gobierno no toma medidas vigorosas para prevenirlo.

Quizá porque no se da cuenta del valor de lo que estamos a punto de perder”147. Debido al informe de la Comisión de Límites, el 6 de abril de 1830 el Congreso aprobó la Ley de

Colonización propuesta por Lucas Alamán –referida en el capítulo anterior- que fomentaba la inmigración mexicana y europea a Texas y prohibía la estadounidense. Pero ya era tarde.

Como se vio anteriormente, la independencia texana no fue producto de un sentimiento profundamente antinacionalista de los tejanos. Sobre todo al considerar que al momento de su independencia en 1836, la nación mexicana era un constructo social aún no del todo convenido, mucho menos consolidado. En este sentido, la independencia texana sólo puede entenderse al atender a razones regionales. La concesión de una gran extensión de tierras en

Texas a la colonia de Moeses Austin en 1821 fue resultado de dos cosas: el intento de las autoridades de la ciudad de México por evitar la anexión de dicho territorio a los Estados

Unidos que permanecían como una amenaza latente desde Luisiana y la incapacidad de atraer migración desde el centro de México.

A la muerte de Moeses, su hijo Stephen Austin, se encargó de preservar el orden y la estabilidad de la colonia texana; misma que prosperó gracias a su actividad ganadera y algodonera. Sin embargo, comerciar con el centro del país resultaba por demás costoso debido a la lejanía de la región y el paupérrimo estado de las comunicaciones en México, así que la mayor parte del comercio se daba en Santa Fe donde, recordemos, también

146 Para la década de 1830, más de 7,000 colonizadores estadounidenses y esclavos africanos habitaban Texas en contraposición con la población tejana de alrededor de 3,000 habitantes. DeLay, War of a Thousand Deserts, p. 27. 147 DeLay, War of a Thousand Deserts, p. 27 86 comerciaban pieles los indios, y la producción algodonera terminaba mayoritariamente en los Estados Unidos.

La producción de algodón requiere de una enorme mano de obra, misma que era proporcionada por la población negra esclava. Como la Constitución de 1824 prohibía expresamente la esclavitud en todo el territorio mexicano, en aras de preservar su estabilidad económica, las autoridades locales, con apoyo de líderes tejanos crearon una figura legal denominada “trabajo contratado”, mediante el que se permitió a los propietarios de plantaciones conservar la labor de su “fuerza de trabajo” negra por un periodo de 99 años148.

El comercio de Santa Fe era la demostración más palpable de la integración regional: venta del algodón de la colonia texana a los Estados Unidos y el intercambio de pieles de castor trabajadas por las grupos indios tanto a mexicanos como estadounidenses, ingleses y canadienses. Pero Santa Fe también representaba la gran amenaza de la población tejana, quienes advertían el entusiasmo de las autoridades estadounidenses por entablar una negociación para adquirir toda la provincia (y su producción ganadera y algodonera) y las exigencias de los texanos por obtener más independencia administrativa149. Así, los tejanos estaban en medio de sus esperanzas de desarrollo económico que, ciertamente no serían satisfechas con la “ayuda” del gobierno de la capital, y su permanencia en la nueva nación mexicana.

148 Hine y Farangher, The American West, p. 167. 149 Recordemos que, como se vio en el capítulo anterior, Texas no era un estado independiente; formaba parte del gobierno administrativo de Coahuila. 87

En 1836 Texas se independizó de México constituyéndose como una nueva República150.

Con la llegada de Mirabeau Buonaparte Lamar, sucesor de Sam Houston –primer presidente de la nueva República-, se inició una “guerra de exterminio [contra los indios]… que no admitirá ningún compromiso y no tendrá culminación excepto con su total extermino o expulsión”151. El punto de quiebre entre indios y texanos se dio el 19 de marzo de 1840 cuando una delegación de comanches acudió a San Antonio a negociar con representantes de aquella República un acuerdo de paz, mismo que sólo se concretaría cuando los comanches regresaran a los cautivos y todos los bienes que hubieran acumulado durante los años de enfrentamientos152. Ya que los comanches no llevaron todos los cautivos que tenían, fueron detenidos por los texanos como rehenes. Las “negociaciones de paz” culminaron en un enfrentamiento en el que fallecieron treinta y cinco comanches y nació una nueva enemistad.

Seis meses después los comanches intentaron vengar la matanza de San Antonio. El 5 de agosto de 1840 una horda de 400 indios incursionó en Texas. En Victoria y sus alrededores mataron a 13 personas y llegaron hasta las costas del Golfo, en donde asesinaron a otras cinco y el resto de la población logró salvarse al subir a una lancha desde donde observaron la destrucción de sus viviendas y bienes. Los indios comanches saquearon los almacenes y quemaron las casas. El ganado fue encerrado en corrales donde lo quemaron o sacrificaron

150 Francisco Ruíz, el mismo que en 1821 había acompañado a los comanches a la ciudad de México para asistir a la coronación de Iturbide como Emperador y fue teniente coronel bajo las órdenes del general Manuel de Mier y Terán durante la expedición al norte de Comisión de Límites, posteriormente se unió a los texanos en su sublevación contra México. Vizcaya, Tierra de Guerra Viva, p. 58. 151 Vadervort, IndianWars, p. 162. La política implementada por la nueva República de Texas hacia los indios, originó que en 1837 la región fronteriza de Tamaulipas y el noreste de Nuevo León sufriera una acometida de indios como jamás se había visto. Para conocer más respecto de las grandes oleadas de invasiones indias a los estados de Tamaulipas y Nuevo León durante este periodo, ver Vizcaya, Tierra de Guerra Viva. 152 Siguiendo el ejemplo de los poco duraderos acuerdos pasados entre apaches y mexicanos, los comanches propiciaron este acercamiento. Para conocer más respecto de los acuerdos entre mexicanos y apaches, ver Louis Lejeune. La guerra apache en Sonora (Hermosillo: Gobierno del Estado de Sonora, 1984). 88 a cuchilladas o a punta de lanza. Sin embargo, la reacción de los texanos fue diferente a la de los mexicanos. Tan pronto como en cada poblado o ranchería se recibía la noticia de una correría india, salían grupos de hombres armados que se iban uniendo a las partidas de otras comunidades. Los comanches se retiraron arreando una manada de 4,000 caballos y mulas aproximadamente, pero una cuadrilla de 200 texanos los esperó en Plum Creek en donde mataron entre 60 y 80 indios y rescataron una gran parte de la caballada153.

La diferencia en las reacciones de los pobladores fronterizos mexicanos y texanos guardaba estrecha relación con la fabricación de las armas. En México las armas eran escasas y costosas por no haber quién las fabricara. Los pastores y vaqueros eran demasiado pobres para comprarlas. El único fabricante de armas era don Nemesio Salcedo, quien estableció su pequeña fábrica de fusiles en la villa de Chihuahua. En cambio, en Texas los talleres que fabricaban armas de fuego eran muy numerosos. Por ello era fácil para cualquier individuo adquirir un arma a bajo costo y en las zonas rurales hasta los niños las manejaban con destreza154. Hasta que Texas formó parte de los Estados Unidos en 1845, la defensa del territorio en contra de los indios recayó en los Texas Rangers155 y durante el breve periodo de existencia de la República Texana, se mantuvo en constante enfrentamiento con los indios.

Ante la inestabilidad del gobierno central mexicano, los estados del Lejano Norte optaron por establecer fuerzas de frontera encargadas exclusivamente de la persecución de los indios nómadas. Para su sostenimiento, los pobladores que tuvieran ingresos de alrededor

153 Vizcaya, Tierra de Guerra Viva, p. 90. 154 Carey A. Merwyn, American Firearms Makers. New York: Thomas Y. Crowell Company, 1953. 155 Los Texas Rangers se agruparon en 1835 para pelear contra los mexicanos, no los indios. Su primer servicio fue prestado en la liberación de Texas del ejército del Presidente Antonio López de Santa Anna. Una vez obtenida la independencia, recibieron la orden de proteger las fronteras de la nueva República de Texas de los merodeadores mexicanos e indios. Vandervort, IndianWars, p. 164. 89 de 100 pesos anuales debían pagar una cuota mensual. No obstante, dichas defensas serían insuficientes para hacer frente a los grupos indios. A inicios de 1841, con las noticias de indios comanches merodeando la parte norte del estado de Coahuila, el general Isidro

Reyes salió de Saltillo con 200 hombres para situarse en la Hacienda de Patos (ahora

General Cepeda) y el coronel Nicolás Villalobos ocupó la hacienda de Rinconada con 100 elementos. De esta forma, Saltillo estaba desguarnecida, pues no se pensó que los comanches intentarían pasar por allí, pero fue precisamente lo que hicieron, llevándose varios cautivos, más de 500 cabezas de ganado y dejando al menos 18 heridos y dos personas fallecidas156.

Ante el incremento en el número e intensidad de las incursiones indias, los gobiernos estatales fronterizos comenzaron a ejercer presión en el gobierno central. La Junta

Departamental de Nuevo León dirigió un memorial al Congreso Nacional solicitando que a cada Departamento de Oriente le fueran concedidos 5,000 pesos mensuales para la defensa de la frontera y del Departamento mismo, petición que fue denegada. Aquí podemos observar cómo la violencia fronteriza afectaba a la población local pero la precariedad de las arcas nacionales y la falta de un ejército regular capacitado y suficiente para hacer frente a los embates impedían detener los ataques. Recordemos que, durante la época de vida independiente de la República de la Estrella Solitaria, la relación diplomática de México y

Estados Unidos se centraba en el futuro de la nueva República y no en los ataques indios.

El general Mariano Arista, comandante en la región fronteriza de Nuevo León, no tuvo otro remedio entonces que intentar obtener un armisticio de Mirabeu Lamar, presidente de la

República de Texas, que le permitiera perseguir a los comanches incluso en territorio

156 Información del Diario: El Voto de Coahuila, Saltillo, 15 de enero de 1841. 90 texano. La solicitud fue rechazada porque la carta no había sido dirigida a Lamar en su envestidura de presidente de la República de Texas. Este detalle no era menor. Antes de que Texas fuera anexada a los Estados Unidos, México se resistía a reconocer su independencia, el que la carta no fuera dirigida al presidente de la República de Texas era una manifestación de que, para el gobierno mexicano, Texas seguía siendo una provincia rebelde.

No obstante, Lamar envió dos delegados al cuartel general de Arista de manera extraoficial con el propósito de buscar un acuerdo para poner fin al bandidaje y los ataques indios en dicha región fronteriza157. Arista no aceptó llegar a un acuerdo puesto que no podía negociar por medios extraoficiales con representantes de Texas y reconocer en dicho acto la independencia texana. La solicitud inicial de Arista y a la que se mantenía apegado era que se permitiera el cruce pacífico de sus tropas por territorio texano con el único fin de perseguir a los merodeadores158.

Por su parte, los gobiernos de Sonora y Chihuahua emplearon la ayuda de los indios tarahumaras para perseguir y dar captura a los apaches. Posteriormente, se incorporaron a un esquema más generalizado de colaboración los ópatas, pápagos y pimas159. Estas tribus habían sido víctimas por décadas de los apaches y, por lo tanto, no tenían inconveniente alguno en ayudar a las autoridades mexicanas a perseguirlos. Sin embargo, la oleada expansionista estadounidense comenzó a generar cambios demográficos en la región, modificando sustancialmente los asentamientos indios. El expansionismo de pobladores de

157 Muchos bandidos de México y Estados Unidos aprovechaban la violencia fronteriza para vestirse con atuendo indio y hacerse pasar por “bárbaros” mientras saqueaban casas y haciendas. 158 Vizcaya, Tierra de Guerra Viva, p. 127. 159 Vandervort, IndianWars, p. 197. 91

Estados Unidos desplazó a los indios cada vez más al Oeste y al Sur, dando lugar a un punto de tenso encuentro entre mexicanos, estadounidenses e indios.

La necesidad de limpiar los nuevos territorios para que fueran poblados y hacerlos prosperar, hizo que en poco tiempo la relación de los estadounidenses con los grupos indios de la frontera se tornara por demás hostil. Sin duda, las batallas más aguerridas fueron las sostenidas con los apaches. Diversos historiadores han argumentado que estos indios contaban a su favor con las inclemencias del profundo calor de las montañas y el desierto – al que bien estaban acostumbrados- para mantenerse por tanto tiempo insubordinados a los gobiernos español, mexicano y estadounidense.

Sin embargo, no toda su ventaja se reducía a la adaptación al medio ambiente. Los apaches atacaban y huían cabalgando por el territorio sin que pudieran darles alcance fácilmente, poseían una extraordinaria movilidad. Podían llegar de un punto a otro mucho más rápido que cualquier soldado de caballería. Una de las principales razones era la falta total de apego a los caballos. Los cabalgaban hasta que el caballo falleciera de agotamiento, entonces lo destazaban para reservar carne suficiente para comer y luego cabalgaban otro caballo que hubieran robado160. Como los comanches, aunque no dejaron de usar el arco y la flecha como armas, aprendieron a manejar armas de fuego, recabando un arsenal más grande que el de cualquier otro enemigo indio del ejército estadounidense161.

A pesar de la apremiante situación fronteriza y las demandas de sus pobladores, los gobiernos mexicano y estadounidense, como vimos anteriormente, estaban perfilándose al

160 Vandervort, Indian Wars, p. 194. 161 Los apaches eran excelentes arqueros. Para conocer más respecto del uso del arco y la flecha por parte de los apaches, ver Basso y Opler,. Apachean Culture History and Ethnology; Vandervort, Indian Wars; Theda Perdue y Michael D. Green, North American Indians. A Very Short Introduction (Gran Bretaña: Oxford University Press, 2010). 92 enfrentamiento armado. La oleada expansionista norteamericana demandaba más territorio, la anexión de Texas no satisfacía aun el Destino Manifiesto del vecino del norte162. La

Guerra del 47, que comenzó precisamente en la frontera, afectó no sólo las dinámicas sociales y culturales en la línea divisoria, sino incluso el orden político en ambos países.

2.5. La guerra por una nueva línea divisoria

La línea divisoria entre México y Estados Unidos que hoy conocemos, como se señaló en el capítulo anterior, fue delimitada por primera vez en 1848 en el Tratado Guadalupe Hidalgo, con la posterior anexión de La Mesilla en 1853. De esta forma, Estados Unidos adquirió un tercio del territorio mexicano por lo que, en la actualidad, serían aproximadamente 2.3 billones de dólares163 (Ver Anexo 4. Tratado de la Mesilla, Artículo III). La delimitación territorial no convenía en nada a los indios que cabalgaban por los territorios que serían divididos por la nueva frontera, quienes, independientemente de si se consideraba en papel como territorio mexicano o estadounidense, veían en aquellas planicies y montañas su hogar y no tenían interés alguno en defender la soberanía de una nación a la que no pertenecían.

Los indios cruzaban la nueva frontera sin dificultades. Las incursiones de los comanches en territorio mexicano, por ejemplo, se realizaban en el otoño, a inicios de septiembre. Si no se topaban con impedimento alguno, los indios llegaban a cabalgar hasta Zacatecas e incluso a

San Luis Potosí164. Así, al paso de pocos meses de haber suscrito el Tratado Guadalupe

Hidalgo, los Estados Unidos comprobaron que dar cumplimiento al artículo XI era una tarea por demás complicada.

162 Ver apartado de “Anexión texana a la Unión Americana” del Capítulo 1 para conocer la doctrina del Destino Manifiesto. 163 Hine y Faragher, The American West, p. 212. 164 Vandervort, Indian Wars, p. 161. 93

El artículo XI del Tratado Guadalupe Hidalgo estipulaba, entre otras cosas, que Estados

Unidos era responsable de los indios en sus nuevos territorios, por lo que debía evitar que incursionaran de forma ilegal en territorio mexicano. Pero si llegaban a hacerlo, los ciudadanos mexicanos podrían demandar al gobierno estadounidense por los daños ocasionados (Ver Anexo 3. Tratado Guadalupe Hidalgo, Artículo XI). Los indios a los que

Estados Unidos debían evitar el paso a México eran precisamente comanches y apaches, lo cual era sumamente difícil de impedir por el conocimiento que estas etnias tenían de la región y porque la línea divisoria había aumentado enormemente y el ejército estadounidense se había reducido a 10,000 hombres tras la Guerra del 47.

Cuando los oficiales del ejército estadounidense y del Buró de Asuntos Indios (Bureau of

Indian Affairs165) viajaron a la zona fronteriza a intentar convencer a los líderes apaches de que no realizaran más correrías al otro lado de la frontera para poder dar cumplimiento a lo acordado en el artículo XI del Tratado Guadalupe Hidalgo, éstos se mostraron renuentes a detener las incursiones. Mangas Coloradas, jefe apache chiricahua, aseguró que no estaban dispuestos a bajar las armas mientras las mujeres y niños de su gente estaban siendo asesinados a sangre fría en Sonora166. Jerónimo, último jefe apache chiricahua, narró en sus memorias un ataque en el que su madre, esposa y tres de sus hijos fueron asesinados en

Chihuahua hacia el año de 1850. Este suceso lo dejó con un profundo deseo de venganza.

“Ha transcurrido mucho tiempo desde que peleé por última vez contra los mexicanos, pero sigo sin tener amor por ellos. Conmigo siempre fueron traicioneros y maliciosos. Ahora

165 Para conocer más respecto de las atribuciones del Buró de Asuntos Indios ver Gordon Morris Bakken y Alexandra Kindell [Editores], Encyclopedia of Immigration and Migration in the American West, (California: SAGE Publications, Inc., 2006). 166 Citado en Rachael St. John, Line in the Sand: A History of the Western U.S.-Mexico Border (Nueva Jersey: Princeton University Press, 2011), p. 53. 94 estoy viejo y no volveré al camino de la guerra, pero si fuera joven y siguiera en el camino de la guerra, ese camino me llevaría al viejo México”167. (Ver Imagen 3)

Era claro que los Estados Unidos no detendrían las incursiones indias al sur de su frontera a pesar de todos los reclamos de pobladores y el gobierno mexicanos. El establecimiento de colonias militares en los límites territoriales del Norte del país, como se mencionó en el capítulo anterior, buscaba contener los ataques indios, el abigeato y filibusterismo. Las colonias militares se establecerían a todo lo largo de la nueva frontera con los Estados

Unidos y se dividirían en tres áreas: la primera se llamaría Frontera de Oriente en

Tamaulipas y Coahuila; la segunda en Chihuahua con ese mismo nombre y la tercera en

Sonora y Baja California sería denominada de Occidente. Pero el proyecto nunca se concretó y el 14 de septiembre de 1845 el presidente José Joaquín Antonio de Herrera decretó la formación de compañías de guardia móvil de 50 hombres cada una en los estados afectados por las incursiones, las cuales serían pagadas por la federación. No obstante, poco a poco las compañías se fueron disolviendo por los mismos añejos problemas de falta de recursos y adiestramiento militar de los refuerzos.

De esta forma, la línea que se acordó dividiría México y Estados Unidos, fue todo menos divisoria. Recordemos que las regiones fronterizas gozaban, hasta antes, de una integración económica (con centro comerciales como el camino de Santa Fe) y una mediana estabilidad. Los indios no atacaban a mexicanos, anglosajones o extranjeros mientras ellos no intentaran desplazarlos del territorio que habitaban, prueba de ello habían sido los presidios, las misiones y los tramperos. Las correrías comenzaron a cobrar intensidad en las poblaciones mexicanas cuando el sistema de abastecimiento de bienes a los indios se

167 Citado en St. John, Line in the Sand, p. 52. 95 desmoronó con la caída de la línea de presidios y misiones en la década de 1830. Para el caso texano, las correrías indias respondieron a la necesidad de resistir el expansionismo anglosajón, repeler el desplazamiento y subsistir en los territorios que desde siempre habían habitado.

La caída de la línea de presidios y misiones, el expansionismo estadounidense que buscaba desplazar cada vez más hacia el Oeste y al Sur a las grupos indios, la debilidad del gobierno mexicano para defender la frontera y la apropiación de un territorio en el que no habían predominado hasta antes de 1848 ni mexicanos, ni estadounidenses, sino indios, rompió por completo la dinámica regional. Y no sólo para los indios.

El artículo VIII del tratado Guadalupe Hidalgo estableció que los hombres mexicanos que habitaran en el territorio transferido podrían elegir entre retener la ciudadanía mexicana o adoptar la estadounidense y ser protegidos en el goce de su libertad y propiedad, así como contar con la garantía del libre ejercicio de su religión (Ver Anexo 3. Tratado Guadalupe

Hidalgo, Artículo VIII). Esto no sucedió. En la realidad, los angloamericanos esperaban conformidad o exclusión de los mexicoamericanos168 pero su tenacidad para preservar sus tradiciones dio la justificación perfecta a los angloamericanos para relegarlos a un estatus social y económico de segunda categoría. Por su parte, los mexicoamericanos encontraron a los anglosajones como unos simples bandoleros y materialistas169. La antipatía entre ambos bandos generó una nueva forma de férrea violencia en los territorios cedidos. Ahora era fácil saber de figuras como la de Joaquín Murrieta170 y Juan Cortina171 (Ver Imagen 4),

168 Por mexicoamericanos me refiero a aquellos mexicanos que optaron por la nacionalidad estadounidense al amparo del Tratado Guadalupe Hidalgo. 169 Hine y Farangher, The American West, p. 213. 170 La leyenda de Joaquín Murrieta indica que fue amarrado en su propio hogar y obligado a observar la violación de su esposa a manos de un grupo de estadounidenses. A partir de este momento Murrieta se dio a la tarea de aterrorizar a la población anglosajona de California, al punto de que el gobernador de dicho estado 96 quienes se dedicaban a robar y asesinar a los pobladores angloamericanos para vengar las vejaciones a las que los mexicoamericanos eran sometidos.

El reajuste territorial exigió también del gobierno federal de Estados Unidos un esfuerzo significativo para afianzar su autoridad en los nuevos territorios. Los grupos indios fueron relegados por la fuerza militar federal, la tierra fue mapeada y trazada por ingenieros federales y los territorios fueron administrados por burócratas federales. Los indios y los mexicanos se convirtieron en el blanco de la conquista y colonización federal estadounidense que tenía la necesidad de debilitarlos. Esta política llevó a decisiones como la de concentrar en una sola oficina federal al Buró de Asuntos Indios (Bureau of Indian

Affairs) y la Oficina de Tierra General (General Land Office) en 1849 para dejar en una sola dependencia la obligación de proteger los derechos de los indios a su territorio y de asignar un valor y dividir el territorio recién adquirido, distribuirlo entre los pobladores y crear nuevos estados172. Aunque en la práctica la nueva dependencia administrativa realizó con mayor ahínco la segunda atribución que la primera.

ofreció una recompensa de 1,000 dólares por su cabeza. Según el libro escrito por John Ridge, un día, mientras un grupo de estadounidenses leían el póster de recompensa de Murrieta, el héroe mexicano pasó por ahí, desmontó, sacó una pluma y escribió “Me doy 10,000 a mí mismo”. Las autoridades californianas contrataron a Harry Love, un experimentado caza recompensas, quien dio con Murrieta y su gavilla y cobró la recompensa ofrecida por la leyenda, cuya cabeza fue conservada en whiskey y exhibida en público. Pero la población mexicana alegaba que Murrieta había escapado, un rumor que adquirió mayor fuerza tras la publicación de una nota en el Herald, supuestamente de Murrieta, en la que señalaba: “Mi supuesta captura parece ser el tema de actualidad. Informo a los lectores de su valiosa publicación que aún conservo mi cabeza”. James W. Parins, John Rollin Ridge: His Life and Works (Nebraska: Lincoln Nebraka, 1991), p. 99. 171 Juan Cortina era hijo de un respetado veterano de la Guerra del 47. Cuando hacía negocios en Brownsville observó cómo un alguacil latigueaba a un viejo ranchero mexicano mientras laboraba. Cortina bajó de su caballo, disparó al alguacil, tomó al viejo ranchero en brazos y lo subió a su caballo. Mientras cabalgaba fuera del pueblo, la población mexicana le aplaudía y vitoreaba. Cuando las autoridades texanas lo acusaron de intento de homicidio, Cortina regresó apoyado por 75 mexicanos más y liberaron a los prisioneros de Brownsville, asesinando en el camino a 4 angloamericanos, 2 de ellos con amplia reputación de maltratar a los mexicanos. W. Eugene Hollon, Frontier Violence: Another Look (Nueva York, 1974) p. 41. 172 Hine y Faragher, The American West, p. 217. 97

Del lado mexicano, la situación también era apremiante. Debido a los daños que ocasionaban las incursiones indias a las poblaciones fronterizas del norte, el 4 de septiembre de 1850 el Ministro de Guerra envió una circular a los comandantes generales de Tamaulipas, Nuevo León, Coahuila, Durango, Chihuahua y Sonora, al jefe político de la

Baja California y a los inspectores de las colonias, señalando las normas que debían seguirse con relación a los indios, pues a pesar de que los Estados Unidos tenían el compromiso de impedir la “internación de los salvajes”, no siempre les sería posible por la muy grande extensión de tierra que tenían que cubrir173.

Como consecuencia de esta persecución a los indios en los Estados Unidos, comenzaron a internarse en territorio mexicano con sus familias pidiendo paz “con la mala fe que caracteriza a esa raza astuta en extremo para la malicia, y con el sólo fin de aprovechar la tregua que se les acordare para robustecerse e incursionar mejor y más encarnizadamente sobre las poblaciones de la frontera y aun del interior de la República”174. Por ello, se ordenaba que siempre se negara la paz y se hiciera la guerra “a los bárbaros comanches, apaches, lipanes y demás tribus que en el territorio de los Estados Unidos vagan errantes, ni viven en sociedad, ni labran la tierra como otras tribus, dándose exclusivamente a la caza y la guerra”175. Dicha disposición fue acatada al pie de la letra por las autoridades fronterizas, lo cual sólo se tradujo en una prolongación de la violencia en la línea divisoria.

Con ningún grupo indio fue negociado un acuerdo de paz. Incluso el 17 de junio de 1851, los indios atacaron la hacienda de Mamulique en Nuevo León, matando ganado, caballos y

173 Ministerio de Relaciones Interiores y Exteriores al Gobernador, México 10/9/1850, AGENL-C. 1849- 1850. 174 Ministerio de Relaciones Interiores y Exteriores al Gobernador, México 10/9/1850, AGENL-C. 1849- 1850. 175 Ministerio de Relaciones Interiores y Exteriores al Gobernador, México 10/9/1850, AGENL-C. 1849- 1850. 98 una persona. Dicha hacienda pertenecía a Marino Arista quien ya era presidente de la

República en esa fecha. Mariano Arista, como una de sus primeras acciones presidenciales decretó nuevamente el establecimiento de colonias militares. Logró reclutar 1,093 soldados distribuidos en 18 puntos recién formados. La militarización de la frontera buscaba pacificar la línea divisoria pero las incursiones indias no cesaron y, por el contrario, la crisis económica nacional se intensificaba ante la inminente falta de recursos públicos, por lo que las colonias militares se tornaron incosteables.

Es necesario resaltar aquí las diferencias entre la política hacia los indios adoptada por los gobiernos de México y Estados Unidos. Para Estados Unidos, los indígenas eran naciones extranjeras mientras que el gobierno mexicano las reconocía como ciudadanos, si bien salvajes y belicosos, ciudadanos de los que el gobierno debía encargarse de pacificar y responder por los daños que ocasionaran. Con la firma del Tratado Guadalupe Hidalgo los indios que habitaban al norte de la nueva línea divisoria dejaron de ser ciudadanos mexicanos y se convirtieron en extranjeros residentes en territorio estadounidense. Como consecuencia, muchos grupos indios ya sedentarios, ubicados alrededor de las villas del Río

Bravo solicitaron asilo a las autoridades mexicanas bajo el compromiso de obedecer a las autoridades y las leyes de la República Mexicana, combatir y perseguir a los grupos nómadas–apaches y comanches- y procurar la armonía con los estadounidenses. Por el otro lado, Estados Unidos buscaba entablar el mínimo contacto con cualquier grupo indio176.

La preocupación de las autoridades estadounidenses respecto de los grupos indios se encontraba dirigida más seriamente hacia la construcción del ferrocarril trascontinental que conectaría ambas costas del territorio norteamericano. Para ello, era necesario remover a los

176 María Elena Pompa Dávalos, De la guerra a la paz por la frontera. México – Estados Unidos, 1836 -1876 (México, Distrito Federal: De la Salle Ediciones, 2013) pp. 35- 39. 99 indios. “¿Cómo será posible desarrollar, hacer florecer y proteger nuestros inmensos intereses y posesiones en el Pacífico, con una enorme extensión de 1,500 millas de salvaje territorio, llena de bárbaros hostiles, que impiden conectarnos con aquellos territorios? La barrera india debe ser removida” declaraba el senador por Illinois, Stephen Douglas177.

Cabe señalar que en la concepción estadounidense del siglo XIX, la frontera era una barrera a la que el pueblo norteamericano siempre había logrado sobreponerse y superar. La frontera era el símbolo mismo del carácter y poder estadounidense, de su buen espíritu de lucha y emprendedor que los había llevado a conquistar nuevos territorios y hacerlos prosperar. Al homologar a los grupos indios con la barrera india, el senador Douglas estaba apelando al talante estadounidense que debía prevalecer ante la adversidad178.

La violencia fronteriza y el incumplimiento a la obligación contraída por los Estados

Unidos en el artículo XI del Tratado Guadalupe Hidalgo de detener las incursiones indias en territorio mexicano, dieron paso a fuertes momentos de tensión entre las autoridades de ambos países. Por ejemplo, en octubre de 1851, el gobierno del estado de Nuevo León se negó a pagar al gobierno estadounidense 80 pesos que había costado el mantenimiento de cuatro cautivos rescatados por las autoridades del norte del río Bravo. El gobernador de

Nuevo León alegó que, según el artículo XI del Tratado Guadalupe Hidalgo, los Estados

Unidos estaban obligados a rescatar y restituir por su cuenta las personas secuestradas por los indios179.

177 Hine y Faregher, The American West, p. 218. 178 El historiador alemán Grund escribió en 1836 que parecía que la disposición universal de los estadounidenses a emigrar hacia el Oeste, con el fin de ampliar su dominio sobre la naturaleza, era el resultado real de un poder expansivo inherente a ellos que los obligaba a realizar un intento constante de ganar espacio para su desarrollo. Citado en Frederick Jackson Turner, “The Significance of the Frontier in American History”, Report of the American Historical Association, 1893, p. 202. 179 Agapito García y Francisco Margain al Comandante General del Estado, Monterrey, 2/10(1851, AGENL-I, Ca. 2). 100

En el mismo año, los estados fronterizos crearon un fondo común para defenderse de los ataques indios. A pesar de todos los esfuerzos de las autoridades locales, las incursiones indias a territorio mexicano cada día llegaban más al sur, en gran medida, como consecuencia del empuje de las comunidades estadounidenses. A mediados de abril de

1852 los indios invadieron el estado de Jalisco, en junio llegaron al estado de Zacatecas y en julio a Durango. Estos estados no tenían ningún tipo de experiencia en la guerra con los indios y no sabían defenderse180. El 20 de julio, el periódico El Siglo XIX de la ciudad de

México publicó un artículo que clamaba por una cooperación nacional para acabar con las incursiones indias que tomaban un carácter más devastador día a día, disminuyendo gradualmente la población de la frontera y dando paso a los aventureros de la Unión

Americana181.

2.6. El legado de Gadsen, la responsabilidad compartida

Como se señaló en el capítulo anterior, el error en el mapa de Disturnell sirvió de justificación para renegociar los límites de la línea fronteriza y obtener la Mesilla, necesaria para la construcción del ferrocarril interoceánico (Ver Anexo 4. Tratado de La Mesilla,

Artículo I). Pero también fueron renegociados los términos del Tratado Guadalupe Hidalgo en lo referente a las incursiones indias. Además de la adquisición de La Mesilla, otro gran legado de la hábil negociación de Gadsden fue la anulación del artículo XI del Tratado

Guadalupe Hidalgo (Ver Anexo 4. Tratado de La Mesilla, Artículo II). De esta forma,

Estados Unidos logró quitarse la carga de una responsabilidad cuyo cumplimiento se tornaba por demás complejo. A partir de dicho momento, detener las incursiones de indios

180 Vizcaya, Tierra de Guerra Viva, p. 262. 181 Diario Siglo XIX, 5 de agosto de 1852. 101 en ambos lados de la frontera sería responsabilidad tanto del gobierno estadounidense como mexicano, una responsabilidad compartida.

Los norteamericanos iniciaron una sutil empresa de desplazamiento indio en forma de acuerdos, que al poco tiempo los llevaría a su hacinamiento en reservas, tal como lo refieren Robert V. Hine y John Mack Faragher:

“Con la negociación de los tratados con los pueblos de las planicies en la década de 1850, Estados Unidos comenzó la construcción de un nuevo orden en el país indio. En 1851 las autoridades federales pidieron a las tribus de las planicies del norte que enviaran delegados a una conferencia en Fort Laramie en el río North Platte. Más de doce mil indios se quedaron como testigos mientras los líderes de los Sioux, Cheyennes del Norte, Arapahos, Cuervo, Assiniboines, Mandan y Arikaras negociaban con los estadounidenses. A cambio de anualidades que los compensaban por la pérdida en el juego, los indígenas acordaron conceder a Estados Unidos el derecho a establecer puestos y caminos través de las planicies. En 1853 las tribus de las planicies del sur, incluyendo los Cheyennes del sur, Comanches y Kiowas acordaron disposiciones similares, contenidas en el Tratado de Fort Atkinson, que aseguró el paso seguro para los estadounidenses en el camino a Santa Fe. Estos acuerdos presagiaron el fin del país indio permanente. Los estadounidenses también presionaron a los nómadas de las planicies a aceptar límites territoriales, haciendo alusión al sistema de reservas que se convertiría en el sello distintivo de la política indígena federal en los próximos años. Pero las líneas en un mapa no tenían significado práctico para los pueblos nómadas cuya forma de vida les requería circular dentro de enormes territorios en busca de búfalos, y los indios se irritaron ante la idea de la restricción territorial”182. [Traducción de la autora]

Sin embargo, la delimitación de la línea fronteriza en papel, nuevamente presentó problemas en la tierra. La línea divisoria estaba marcada pero estaba por verse si sería respetada. Tan sólo tres años después de la firma del Tratado de La Mesilla, en marzo de

1856, los Estados Unidos y la República Mexicana integraron de manera conjunta una

Comisión de Límites encargada de elaborar los mapas finales de la línea divisoria183. Sin embargo, una vez trazada, hacer respetar la frontera implicaba enfrentar a dos enemigos compartidos por mexicanos y estadounidenses: los indios nómadas y los filibusteros,

182 Hine y Faragher, The American West. p. 218. 183 Las tensiones entre ambos gobiernos por la exacta delimitación territorial y la colocación de los postes habían llegado a tal punto que habían tropas mexicanas estacionadas en Tucson, Arizona. Dichas tropas se retiraron con la integración de la Comisión de Límites. St. John, Line in theSand, 39. 102 quienes veían en la inestabilidad de las autoridades fronterizas la posibilidad de apropiarse de territorios184.

Para los filibusteros que respetaban la soberanía de Estados Unidos pero no la de México, la frontera marcaba los márgenes de sus expediciones –sin incursionar en territorio estadounidense-. Pero para los indios, las incursiones eran tanto al sur como al norte de la línea divisoria. Así, las correrías comenzaron a ser más estratégicas pues tenían conocimiento de que el derecho internacional no permitía a las autoridades mexicanas y norteamericanas cruzar la frontera al territorio vecino para darles persecución. En este sentido, delimitar la frontera no puso fin a la lucha por el control de la misma, por el contrario, facilitó que las correrías quedaran impunes.

Los pobladores fronterizos preferían abandonar sus lugares de asentamiento y emigrar al centro del país en el ánimo de escapar de los embates indios. Liberato Treviño, alcalde de

San Nicolás Hidalgo, expuso al gobernador de Nuevo León que dicho pueblo iba a la destrucción. Las familias emigraban a otros puntos para hallar seguridad en sus vidas y garantías en sus trabajos e intereses. Todos estos individuos, señalaba el alcalde, tenían propiedad donde laborar una subsistencia cómoda y algunos contaban incluso con fortunas considerables pero la adversidad de la región como consecuencia de la guerra del “salvaje”, hacía sentir en el pueblo una gran crueldad185.

Pero no todos emigraban al centro, el descubrimiento de oro en 1848 llevó a miles de sonorenses a California. Hacia mediados de la década de 1850 un observador dijo que

“todos tenían un hijo, un hermano, un tío, un padre, un primo, un esposo o un pariente

184 Los filibusteros eran estadounidenses que no reconocían la línea divisoria acordada ni la autoridad de uno u otro país, o bien, la de ninguno. St. John, Line in the Sand, p. 50. 185 Vizcaya, Tierra de Guerra Viva, 240. 103 trabajando en la bonanza”186. J. R. Southworth, hombre de negocios familiarizado con ambos estados –California y Sonora- dio crédito a los sonorenses de haber enseñado a los neófitos estadounidenses cómo extraer oro de las minas de California, puesto que los mexicanos ya tenían experiencia en la explotación minera y los territorios recién adquiridos estaban escasamente poblados, lo que también disminuía la mano de obra disponible187.

Además de recibir mercancías y mano de obra de Sonora, los propietarios de minas estadounidenses embarcaban su plata desde Guaymas, cargándola en embarcaciones con destino a San Francisco. En este periodo, el comercio no tenía restricciones, pues no existían aduanas fronterizas. Dedicada de manera exclusiva a la minería, la población estadounidense relativamente pequeña en Arizona se volvió cada vez más dependiente de los sonorenses, quienes abastecían de fuerza de trabajo y comestibles188. Pero esta situación cambió con la mengua de la fiebre del oro y el incremento de población anglosajona y mano de obra.

Para la década de 1850, las incursiones de apaches al territorio mexicano no habían cesado desde la independencia en 1821. De hecho, tras los acontecimientos de 1848 y 1853, los sonorenses tenían temor de que las incursiones estuvieran siendo incentivadas por los norteamericanos mediante la donación de armas para que desalojaran del estado a los habitantes mexicanos y ellos pudieran anexar Sonora a su territorio. Dichos temores no estaban del todo infundados, puesto que encontraban eco en las declaraciones de algunos estadounidenses como las del general John B. Frisbee, veterano de la guerra de México y

186 John Hall, Travels and Adventures in Sonora. Citado en Miguel Tinker Salas, A la sombra de las águilas. Sonora y la transformación de la frontera durante el Porfiriato (México: Fondo de Cultura Económica, 2010), p. 154. 187 Tinker, A la sombra de las águilas, p. 154. 188 Tinker, A la sombra de las águilas, p. 159. 104

Estados Unidos, quien esperaba que los apaches expulsaran a todos los sonorenses para que dicho territorio pudiera ser adquirido por Estados Unidos ya sin el problema racial que traería consigo la anexión de un territorio poblado por una raza mestiza189.

Los estados mexicanos de la frontera tomaron medidas ante las nuevas amenazas anexionistas que supuestamente se valían de los ataques indios. Los gobiernos de

Chihuahua y Sonora, en la década de 1850, ofrecían una recompensa de 100 pesos por cada cabellera de guerrero apache mayor de 14 años que se les entregara. En Sonora, las mujeres y niños apaches debían ser capturados y enviados lejos de la frontera para trabajar como sirvientes. El gobierno de Chihuahua ofrecía 50 pesos por las cabelleras de las mujeres y 25 por las de cada niño apache mientras que el gobierno de Nuevo León ofrecía 30 pesos de manera indistinta190. Sin embargo, esta campaña tuvo que detenerse debido a que los cazadores de apaches comenzaron a asesinar también a mexicanos e indios pacíficos para cobrar las recompensas.

La inseguridad en la frontera también sembraba desconfianza entre las propias autoridades de los estados. Cuando Coahuila había entablado acuerdos de paz con los comanches y lipanes en 1854, las poblaciones colindantes del estado de Nuevo León, como Lampazos, comenzaron a experimentar una escalada de violencia en la región. Las autoridades locales no tenían duda de que el aumento del saqueo en su territorio tenía que ver con la paz entablada por las tribus de indios en Coahuila.

189 Vandervort, Indian Wars, p. 196. [Mi traducción] Recordemos que, como vimos en el capítulo anterior, a lo largo del siglo XIX se mantuvo un fuerte racismo en el pensamiento estadounidense. La idea de expandir el dominio norteamericano en el nuevo continente iba directamente aparejada con la creencia de que ese era su destino, entre otros motivos, por la superioridad de su raza. 190 Leujeune, La guerra apache en Sonora, p. 18. 105

Don Blas María De la Garza, comisario municipal de Parás, Nuevo León, envió un oficio al general Pedro Ampudia quien, a su vez, lo remitió al general Jerónimo Cardona, gobernador de Coahuila, en el que afirmaba que 40 lipanes y seminoles habían causado daños en su jurisdicción y aseguró que los indios iban acompañados de diez mexicanos, acusando a los habitantes del distrito de Rio Grande, Coahuila, de ser “unos ladrones que no se mantienen de otra cosa más que del robo… costumbre muy antigua en esos habitantes”. Estas acusaciones indignaron al prefecto de Rio Grande quien envió un oficio al general Ampudia diciendo que “si hay ladrones en el distrito de Rio Grande, los hay en la villa de Parás, en el departamento de Nuevo León y en la misma capital de la

República”191.

La frontera del lado estadounidense no corría una suerte muy distinta. La llegada a Arizona de mineros en busca de oro tornó por demás compleja la relación entre los estadounidenses y los apaches en la década de 1850. El odio de los apaches hacia los mineros provenía tanto de razones espirituales como materiales. Los mineros no sólo profanaban la tierra que Usen les había proveído, sino que con su llegada empezarían a construir pequeños poblados que atraerían a su vez a granjeros, rancheros y tenderos para suministrar los servicios necesarios a la pequeña comunidad, misma que después se transformaría en un pueblo minero y generaría la presencia de soldados para proteger a los nuevos habitantes de cualquier ataque indio192. Es decir, serían expulsados de su propio territorio.

Las incursiones indias menguaban la población fronteriza y abrían camino al expansionismo estadounidense pero la Guerra del 47 y el reajuste territorial de los Tratados

Guadalupe Hidalgo y de La Mesilla, si bien dieron pie a un tono más conciliador en la

191 Vizcaya, Tierra de Guerra Viva, p. 296. 192 Vandervort, IndianWars, p. 198. 106 relación bilateral de México y Estados como vimos en el capítulo anterior, distrajeron de la frontera la atención de diplomáticos y los centraron más en el resarcimiento de las reclamaciones y daños ocasionados por la guerra. En el ámbito local, el reajuste territorial modificó también el orden al interior de ambos países y la década de 1860 demandó urgentemente la atención a severos problemas nacionales: la Guerra Civil en Estados

Unidos y la intervención francesa en México. La frontera tuvo que esperar.

2.7. La difícil década de 1860

En 1860 se complicaron más las cosas en Arizona con el incidente de Apache Pass193. Tras el asesinato de 6 chiricahuas y 4 estadounidenses a fin de año, fue secuestrado el hijo de la esposa de un soldado. Una fuerza a las órdenes del teniente George N. Bascom salió en enero de 1861 a perseguirlos y, si fuera posible, a rescatar al joven, llamado Félix.

Llegando a , Bascom mandó tomar a 6 chiricahuas como rehenes que debían ser ejecutados si Cochise, entonces jefe apache chiricahua, no devolvía al joven. Cochise negó tener al desaparecido y trajo a Francisco, jefe de los apaches coyoteros, quien también aseguró nunca haber tenido al joven. Para recuperar a su gente, Cochise capturó a 4 americanos y propuso a Bascom un intercambio de prisioneros. Este no aceptó el trato y los prisioneros de ambos bandos fueron ejecutados194.

En marzo de 1861, en plena Guerra Civil norteamericana, el Butterfield Overland Mail – principal sistema de mensajería del territorio de Nuevo México desde 1858- cesó operaciones en la región, interrumpiendo la principal línea de comunicación entre esta zona

193 Apache Pass (llamado así precisamente por los Apaches) es una región ubicada en el estado de Arizona, entre las montañas de Dos Cabezas y las montañas de Chiricahua, aproximadamente 32 kilómetros al sureste de Willcox, Arizona. 194 El joven Félix no fue asesinado por los apaches y, eventualmente, fue liberado. Pocos años después se convirtió en explorador bajo el mando del General Crook, con el nombre de Mickey Free. Vandervort, Indian Wars, p. 199. 107 fronteriza y el este de Estados Unidos. Poco después, las tropas norteamericanas se retiraron del oeste de Nuevo México quemando los Fuertes Breckinridge y Buchanan en el actual sur de Arizona195.

El estallido de la Guerra Civil en los Estados Unidos y los ataques apaches terminaron con los primeros esfuerzos estadounidenses de poblar el sur de Arizona. Las tropas militares norteamericanas, que habían impuesto una frágil concordia en dicha región, se retiraron al este para hacer frente a las fuerzas confederadas. Los pobladores estadounidenses comenzaron a experimentar la amarga lección que los residentes mexicanos conocían desde siempre: sin una presencia militar fuerte, la frontera no podía poblarse de manera segura.

Los ataques apaches a poblaciones mineras aumentaron y mucha población anglosajona murió a consecuencia de ellos196.

Cualquier remanente que hubiera quedado de la posibilidad de acordar la paz con los apaches se derrumbó con el asesinato en enero de 1863 de Mangas Coloradas, suegro de

Cochise y jefe apache antes de él. Atraído a un campamento militar debido a una bandera de paz, Mangas Coloradas fue capturado y asesinado por las fuerzas militares estadounidenses. Sin embargo, lo peor para los apaches ocurrió tras su muerte. Los soldados estadounidenses removieron su cuero cabelludo y el doctor le decapitó, hirvió su cabeza y la envió a Nueva York ya que era de interés de un frenólogo. “Para un apache, la mutilación del cuerpo es mucho peor que la muerte, porque el cuerpo debe viajar a la eternidad en dicha condición”197.

195 St. John, Line in the Sand, p. 54. 196 Tinker, A la sombra de las águilas, p. 182. 197 Asa Daklugie, sobrino de Jerónimo, en una entrevista realizada por Eve Ball, historiador oral. Citado en Vandervort, Indian Wars, p. 201. 108

Al otro lado de la frontera, en el periodo que va del inicio del Imperio de Maximiliano en

1862 al regreso de Juárez a la ciudad de México en 1867, los asentamientos del noroeste fueron abandonados a su propia suerte. Entre noviembre de 1866 y febrero de 1869, las incursiones indias al estado de Sonora dejaron un saldo de 106 muertos y 60,000 pesos perdidos en daño a propiedades198. Después de años de enfrentamientos con los norteamericanos y los mexicanos por igual, los indios habían desarrollado sentimientos de temor, desconfianza y odio a ambos países.

Fue hasta la década de 1870, en la restauración de la República en México y reconstrucción de los Estados Unidos, que ambos Estados volvieron su atención a los ataques indios en la zona fronteriza. Ambos países intentaban recomponer su sistema político, social y económico. La frontera volvía a ser relevante en la medida en que podría ensanchar las relaciones comerciales. Ahora las autoridades se enfocaron en restringir la movilidad de los indios, retirarlos de los espacios que pudieran ser productivos para retenerlos en reservas y, sobre todo, impedir que realizaran más correrías. El expansionismo estadounidense dejaba de ser territorial y abría paso a un nuevo tipo: un expansionismo comercial.

En octubre de 1872, el general estadounidense Oiver O. Howard, acompañado por el

Capitán Joseph A. Saladen, logró entablar un acuerdo de paz con Cochise, quien a cambio pidió una reserva más grande para su gente al suroeste de Arizona. Pero no todos se encontraban felices con la paz recién entablada. El general –que al igual que

Howard buscaba hacer carrera en el Buró de Asuntos Indios estadounidense- creía que los acuerdos de paz fomentaban que los apaches creyeran que eran temidos por los norteamericanos. Para contrarrestar dicho efecto que él consideraba adverso, en noviembre

198 St. John, Line in the Sand, 61. 109 de 1872 emprendió una ofensiva contra los apache del noroeste de Arizona. Gracias a la habilidad de Crook para transportar alimentos y municiones en mulas por el difícil territorio, logró ganar los enfrentamientos con los indios, transportándolos a las reservas.

El logro militar de Crook y el acuerdo de paz obtenido por Howard le dieron cierta tranquilidad a Arizona durante la década de 1870. No obstante, dicha estabilidad sería quebrantada en 1879 tras el incumplimiento por parte del gobierno estadounidense del acuerdo sostenido con Cochise. Los apaches fueron transferidos a la reserva de San Carlos, arriba del río Gila. Washington deseaba convertirlos en “ciudadanos productivos”, es decir,

“civilizados”199, al mismo tiempo que los mantenía vigilados. Los apaches se resistieron rompiendo los acuerdos de paz convenidos y algunos lograron escapar de la reserva200.

Las cuatro reservas indias en territorio estadounidense –Campo Apache, Campo Verde y

Campo Grant en Arizona y Valle Tularosa en Nuevo México- fueron integradas con el propósito de mantener vigilados a los indios y evitar que realizaran correrías. Sin embargo, las condiciones de vida para los indios en las reservas eran paupérrimas. Las enfermedades diezmaban a la población infantil y el agua contaminada y el frío llevaban al borde de la existencia a los adultos; las raciones de alimento eran insuficientes, la vestimenta poca y todo ello en condiciones de convivencia con otros grupos indios enemigos201. Los tratados de paz que líderes indios acordaban con el ejército estadounidense eran rechazados por los altos oficiales de Washington que querían una rendición incondicional y exigían que todo indio encontrado fuera de la reserva se considerara hostil.

199 Como lo refiere Jerónimo en sus Memorias, en la política norteamericana la civilización del indio consistía básicamente en el cultivo de la tierra y su sedentarización. Para conocer más el proceso de sedentarización en reservas indias, ver Basso y Opler, Apachean culture history and ethnology. 200 Vandervort, Indian Wars, P. 203. 201 St. John, Line in the Sand, p. 55 110

En estas condiciones, los indios ansiaban volver a su anterior forma de vida. La cercanía de la nueva reserva Chiricahua con la línea divisoria facilitó que los apaches cruzaran la frontera e ingresaran a territorio mexicano202. Como el tiempo les había enseñado, usaron la línea no como barrera sino como herramienta para evadir su captura. Al traspasar la frontera al norte y sur, los grupos indios tensaban las fuerzas militares de Estados Unidos y

México ocasionando reclamos entre ellos y poniendo a prueba la capacidad de ambos países para mantener el control de su territorio.

Ante los incesantes embates apaches, la desesperación de la población civil en ambos lados de la frontera daba pie a peticiones de ayuda por todos los medios posibles. El 30 de diciembre de 1873 fue publicada en El Correo del Comercio, diario de la ciudad de

México, una carta enviada a la redacción por un sonorense con la intención de hacerla del conocimiento del entonces presidente, Sebastián Lerdo de Tejada. En la carta, su autor, después de referir los asesinatos cometidos por los apaches en días anteriores, solicitó al presidente que enviara mayores recursos a la zona fronteriza del estado:

“no extrañarán a Ud. [Presidente Lerdo de Tejada] tan repetidos asesinatos si considera, que al otro lado de nuestra frontera, en el territorio americano de la Arizona, existen mantenidas superabundantemente por los Estados Unidos del Norte, diversas tribus nómadas, en rancherías o reservas, tan inmediatas a Sonora que les bastan unas cuantas horas de camino para invadirnos, sin que el Estado tenga fuerzas permanentes destacadas, para cubrir las diversas entradas que tienen los salvajes en una extensión de ciento cincuenta millas de límite con Sonora. En ese territorio de la Arizona existe el indio Cochise con su tribu apache que dispone de 1,200 hombres de guerra, según las noticias estadísticas publicadas en los diarios del Tucson, San Francisco y San Diego, perfectamente armados con rifles y parque metálico, en sustitución de la antigua flecha envenenada. Esa tribu feroz es la que hace las incursiones a Sonora, y en Chiricahua se venden los robos que nos hacen, a la vista de los agentes de la oficina indiana de Washington. Esta guerra de indios, sin perder nada de su carácter bárbaro, ha tomado las proporciones de una guerra regular, porque ya no huyen los salvajes al ver a nuestros nacionales para ponerse fuera del tiro de fusil, sino que conocen la superioridad de sus armas y nos invaden con ventaja, haciéndose imposible la persecución porque vienen montados en buenos caballos. Son pues, hoy necesarios mayores recursos para vencer este enemigo de la humanidad, y a ello

202 Ubicada en la esquina sureste de Arizona. 111

espero que dirija Ud. [Presidente Lerdo de Tejada] sus esfuerzos en favor de estos habitantes.

No olvide Ud. que en la frontera no hay un soldado del ejército permanente” 203.

Los pobladores fronterizos vivían en carne propia los embates indios pero no sólo eso, advertían la postura de los gobiernos en ambos lados de la línea divisoria. Como podemos advertir de la nota publicada en El Correo del Comercio, los sonorenses percibían la cercanía de las reservas indias en los Estados Unidos como la oportunidad perfecta para que los grupos de comanches y apaches atacaran y saquearan poblados mexicanos impunemente y vendieran lo robado en el lado norteamericano. El armamento de los indios era mucho más sofisticado con rifles y parque metálico y no la antigua flecha envenenada.

La población mexicana sufría, las autoridades estadounidenses lo atestiguaban y el gobierno mexicano los ignoraba.

Sin embargo, contrario a lo que la opinión pública mexicana podía asumir, no todos los estadounidenses se encontraban contentos con la política india de su país e hicieron explícita su inconformidad. El editorial del Daily Alta California -único periódico de edición diaria en el estado de California-, traducido por el diario mexicano “La Estrella de

Occidente”, consideraba vergonzoso para los ciudadanos estadounidenses la política del

Departamento del Interior en Washington hacia los indios apaches, que los acercaba cada vez más a la frontera con Sonora para que fuera precisamente en los poblados mexicanos donde realizaran sus incursiones de saqueo:

“que es bastante para hacer que todo ciudadano americano se avergüence por la desgracia que atrae a la nación el ultrajante manejo del departamento del interior en Washington. Ese gran perjuicio oficial, no contento con mudar los apaches a la frontera de Sonora para que puedan tener menos distancia que recorrer al hacer sus incursiones a aquél país, y al hacer que ninguna tropa intervenga con ellos, los provee ahora directa o indirectamente de las

203 Nabor Chávez, Editor propietario; Actualidades, Cien sonorenses asesinados por año. Reclamaciones de México y los Estados Unidos. En Diario: El Correo del Comercio, número 868, Segunda Época; 30 de diciembre de 1873. 112

mejores armas, frazadas y monturas. Así es como las partidas que hacen incursiones, cuando son vistas a una distancia por los mexicanos, las confunden con viajeros civilizados; y sólo cuando ya es tarde descubren que están a merced de sus infatigables enemigos”204.

Dicha editorial fue publicada como respuesta a una carta enviada por el gobernador de

Sonora, Ignacio Pesqueira, en la que informaba que en tres semanas había recibido partes oficiales de cinco mexicanos asesinados y dos heridos, haciendo un promedio anual de 100 mexicanos fallecidos por ataques apache, respecto de una población total de 131,465 sonorenses205. La editorial cuestionó además el discriminado tratamiento del gobierno norteamericano a los actos cometidos por los indios en la frontera. En las reservas indias más alejadas de la frontera, las autoridades tomaban mayores precauciones: los apaches debían presentarse a la lista diaria, ningún hombre podía ausentarse por más de 24 horas sin el conocimiento de las autoridades blancas y la vigilancia estaba encomendada a los oficiales del ejército y no a las autoridades designadas por la oficina indiana en

Washington, “contaminadas con la insensatez de Colyer y Howard respecto de ellos [los apaches]” 206. Las reservas indias más cercanas a la frontera eran mucho más flexibles en su tratamiento a los indios. La editorial del Daily Alta California cuestionaba por qué si el gobierno estadounidense prevenía la matanza de sus connacionales, no hacía el mismo esfuerzo por detener la matanza de mexicanos:

“Si todos estos obstáculos puestos a los apaches, son deseables en las reservaciones de donde salían las incursiones para atacar a los colonos blancos en Arizona, ¿por qué es que sólo la reservación de Chiricahue debe ser una excepción? ¿Juzga el secretario del Interior una cosa muy sencilla la matanza de mexicanos por incursiones de nuestro territorio? Si nuestro gobierno pudo poner término a la matanza de americanos, ¿por qué no puede por otro esfuerzo proteger a los mexicanos? […]

204 Variedades, Los apaches en Sonora. En Diario: El Siglo Diez y Nueve, 21 de diciembre de 1873. 205 Piñera, Visión histórica de la frontera Norte de México, p. 230. 206 Estados Unidos nunca logró concertar entre la política militar hacia los indios y la política administrativa del Departamento de Asuntos Indianos en Washington. La falta de comunicación entre estas autoridades y sus disconformidades, siempre dificultaron la relación con los indios, quienes no tenían claro con qué autoridad negociar y en qué términos. Para mayor conocimiento al respecto, ver Leujene, La guerra apache en Sonora. 113

El general Crook ha hecho ver a los apaches que es un negocio muy estéril atacar a los blancos en Arizona; pero ¿por qué no se le da instrucciones para que dé iguales lecciones a fin de proteger a nuestros vecinos de Sonora?”

La estrategia parecía evidente. Parecía que los estadounidenses se encontraban en una situación por demás ventajosa: entablaban acuerdos informales de paz con los indios, los reacomodaban en reservas cerca de la línea fronteriza, les proporcionaban municiones, les permitían cruzar libremente la frontera y compraban lo que robaban en territorio mexicano.

Sin embargo, culpar a los vecinos del norte de este escenario es engañoso.

Como se refirió en el capítulo anterior, en mayo de 1872, un año antes de los acontecimientos descritos por el Daily Alta California, Ulysses S. Grant, entonces presidente de Estados Unidos, con la autorización del Congreso, designó una comisión encargada de investigar la extensión e índole de los ilícitos cometidos en la frontera.

México adoptó la misma medida meses después. En realidad, de haber existido un intento norteamericano por evitar los ataques a su población facilitando las incursiones en territorio mexicano, se trataba de un intento de malos resultados. La integración –primero por iniciativa norteamericana- de una comisión encargada de investigar los daños cometidos en la frontera, forzosamente atendía a la necesidad de estimar los estragos causados por los ataques indios y ponerles un límite.

El inicio de la década 1870 ya dejaba ver la imperiosa necesidad de detener las incursiones indias. Los reclamos de los pobladores fronterizos y las autoridades locales cobraban una fuerza acelerada con el transcurso de los días. Los medios de comunicación impresa tanto en México como en Estados Unidos, en la frontera y los del centro, informaban la violencia que imperaba en la línea fronteriza. El expansionismo comercial estadounidense, si buscaba un punto de salida al sur, necesariamente debía cruzar la frontera, y la necesidad de recibir

114 inversión extranjera requería del gobierno mexicano coadyuvar en la pacificación de las regiones fronterizas. Todo parecía indicar que ambos gobiernos debían cooperar para dar solución al problema común: las correrías indias.

Pero el temor que había dejado la oleada expansionista estadounidense y la cesión de la mitad del territorio dificultó que los mexicanos mostraran ánimos de cooperación cuando del cruce fronterizo de tropas estadounidenses en persecución de indios merodeadores se trataba. Ante la imposibilidad del gobierno mexicano de detener los actos vandálicos en su frontera norte, el Secretario de Guerra de Estados Unidos anticipó que en la próxima ofensiva del ejército norteamericano en contra de los indios saqueadores en las montañas

Guadalupe, al oeste de Texas, éstos emigrarían a territorio mexicano, por lo que solicitó a

Hamilton Fish, entonces Secretario de Estado, que en anticipación a dicha situación asegurara la cooperación de México. Fish solicitó a las autoridades fronterizas en México permitir el paso de tropas norteamericanas en persecución de los indios pero los oficiales del ejército mexicano se negaron. En represalia, el coronel William R. Shafter recibió instrucciones de perseguir y capturar cualquier cuerpo armado mexicano que incursionara en territorio estadounidense207.

Las tensiones generadas por los apaches chiricahuas de la reserva fronteriza llegaron a tal grado que en 1876 fue cerrada. Aunque la mayoría de sus habitantes accedieron a abandonar dicha reserva y mudarse a la de San Carlos, una minoría importante, dirigida por

Jerónimo, regresó a México donde continuaron sus correrías y lucharon sus últimas batallas contra las soberanías mexicana y estadounidense.

207 Christopher C. Augur a William Shafter, Feb. 2, 1872, William Shafter Papers (Stanford University Library; microfilm edition, reel 1; University of Texas at Austin). Citado en: Robert Wooster, “The Army and the Politics of Expansion: Texas and the Southwestern Borderlands”. En: The Southwestern Historical Quarterly, Vol. 93, No. 2 (Oct., 1989); p. 155. 115

A pesar de los esfuerzos que realizaban, México y Estados Unidos no podían detener las correrías de indios en los territorios fronterizos por sí solos. Los indios habían aprendido rápidamente a usar la línea divisoria a su favor logrando incluso enemistar a los mexicanos y estadounidenses debido a la imposibilidad de darles alcance una vez que cruzaban la frontera. Resultaba necesario coordinar esfuerzos para permitir el cruce en ambos lados de la frontera de las tropas que daban persecución a los indios nómadas. Los acuerdos y la cooperación entre los dos Estados eran indispensables para detener las incursiones. Pero lejos de la cooperación, en 1876, el golpe de estado de Porfirio Díaz que derrocó el gobierno de Lerdo de Tejada, fue razón suficiente para interrumpir la relación bilateral.

No sólo eso, el reconocimiento diplomático al gobierno tuxtepecano fue condicionado, entre otras cosas, a detener las correrías indias y pacificar la frontera. En un giro diplomático, parecía que la cláusula XI del Tratado Guadalupe Hidalgo no sólo había sido derogada, sino que la obligación de detener los ataques indios nuevamente había sido transferida a México. En 1876, cuando Díaz asumió la presidencia de México, las presiones de pobladores, empresarios y autoridades en la frontera ya sonaban con fuerza en el centro.

Meses después, el controvertido ascenso a la presidencia norteamericana de Rutherford B.

Hayes, lo mantuvo cercano a los intereses y necesidades de los estados sureños de la Unión

Americana, entre ellos, detener los embates indios. En estas condiciones, las incursiones de apaches y comanches jugaron un papel relevante en el restablecimiento de la relación bilateral. En el siguiente capítulo analizaremos cuál.

116

Capítulo 3. La frontera en la agenda diplomática. Las incursiones indias en el

restablecimiento de la relación bilateral de México y Estados Unidos, 1876 – 1878

El 1° de junio de 1877, Rutherford B. Hayes, presidente de los Estados Unidos de América, tomó una decisión respecto de las incursiones de indios en la frontera mexicoamericana: autorizó al general Edward O. C. Ord, jefe de las fuerzas federales del distrito militar de

Texas, sentirse “en libertad, usando discrecionalmente su propio criterio, de seguir más allá del río Bravo, para aprehenderlos y castigar a los culpables, así como para recuperar la propiedad robada que se encuentre en manos de mexicanos al otro lado de la frontera”208.

Porfirio Díaz, presidente de México, decidió entonces fortalecer militarmente la línea divisoria. Pedro Ogazón, Ministro de Guerra, instruyó a Jerónimo Treviño, jefe de la

División del Norte, que desplegara sus fuerzas a lo largo del río Bravo para evitar el cruce de bandidos y buscara la cooperación de los jefes militares estadounidenses a fin de evitar que cruzaran a territorio mexicano: “no pudiendo permitir el gobierno nacional que una fuerza extranjera entre al territorio de México… Ud. Repelerá la fuerza con la fuerza”209.

Una situación de esta naturaleza, sensible en sí misma, se agudizaba más en este caso al considerar el estado que guardaba la relación diplomática de México y Estados Unidos en

1877: la relación bilateral estaba interrumpida. Entablar un acuerdo de cruce recíproco de tropas por la línea fronteriza era una tarea prácticamente imposible en dicho contexto y, por lo tanto, el ingreso de cualquier partida militar al territorio del país vecino atentaba contra su soberanía nacional y podía detonar un nuevo enfrentamiento armado. Esta situación remembraba inevitablemente la amarga experiencia de la Guerra del 47.

208 Mariscal a Vallarta, 15 de junio de 1877, Archivo Histórico de la Secretaría de Relaciones Exteriores Genaro Estrada (AHGE), Leg. 110, exp. 4, f. 5. 209 Ogazón a Treviño, 2 de julio de 1877, AHGE, Leg. 78, exp. 6, f. 34. 117

El reajuste territorial que legó el Tratado Guadalupe Hidalgo y la compra de La Mesilla – con la consecuente división de una región que antes podía considerarse una unidad geográfica210- fue uno de los principales elementos que dieron paso a un difícil periodo, la década de 1860, de reajuste también del orden político en ambos países (la conclusión de la Guerra Civil en Estados Unidos y de la breve monarquía de Maximiliano y posterior restauración de la República en México).

Superado dicho periodo se inició una época de bonanza para la nación estadounidense que requería de mayor atención a las tareas de asentamiento y explotación de los nuevos territorios y dejaba en segundo término el ansia expansionista, característica de la primera mitad del siglo XIX. La política exterior mexicana también fue reorientada durante el proyecto restaurador juarista. El eje diplomático ya no era únicamente la obtención del reconocimiento internacional y la defensa del territorio nacional; ahora se buscaba que la conducción de las relaciones con otros países se entablara en condiciones de igualdad y bajo el principio de defensa de los intereses de la República, estos principios serían conocidos como la “Doctrina Juárez”.

Para la década de 1870, Estados Unidos buscaba restablecer la paz interrumpida por la

Guerra Civil y hacer prosperar nuevamente –y bajo un distinto orden político y económico- a los territorios del sur. La inversión en infraestructura y desarrollo de la actividad comercial en la región parecían ser las mejores herramientas para lograrlo. México buscaba con ahínco alcanzar la estabilidad y desarrollo que la independencia, hasta ahora, no había

210 O lo que, en palabras de Claudio Lomnitz, es una “región coherente”: la coherencia refiere al grado en el que las instituciones culturales y las relaciones de poder –aun cuando sean asimétricas- son mutuamente referenciales y mutuamente compatibles en una determinada región. Es decir, una región es “coherente” en la medida en que las relaciones que en ella se desarrollan permitan crear una dinámica regional (regionalism). Claudio Lomnitz, “Concepts of the Study of Regional Culture” En Eric Van Young, Mexico’s Regions. Comparative History and Development, (San Diego: Center for U.S. – Mexican Studies, UCSD, 1992) pp. 59 – 89. 118 traído consigo. Ante el precario estado del erario público, era evidente la necesidad de fomentar lazos comerciales con las potencias extranjeras a fin de obtener la inversión necesaria para el desarrollo nacional. Pero ello debía hacerse siempre considerando los intereses nacionales; evitando cualquier tipo de intervención extranjera en los asuntos o territorio doméstico.

En esta situación, en la que parecía evidente que las principales motivaciones para restablecer la relación diplomática de México y Estados Unidos se basaban en razones comerciales y de desarrollo nacional, ¿qué tuvieron las demandas regionales de la frontera?,

¿qué incidencia tendrían las incursiones indias a lo largo de la línea divisoria en las negociaciones diplomáticas entabladas desde las capitales mexicana y estadounidense? El presente capítulo se da a la tarea de responder estas preguntas. Se intentará dar a conocer la naturaleza de los tratos y negociaciones entabladas por el gobierno de México para obtener el reconocimiento diplomático de los Estados Unidos en 1878, tanto por la vía diplomática como por otros medios, así como la relevancia que las incursiones indias tuvieron en dichos arreglos.

3.1. Díaz y la falta de reconocimiento

Porfirio Díaz tomó el control político de la Ciudad de México el 24 de noviembre de 1876, derrocando al entonces presidente constitucional, Sebastián Lerdo de Tejada. Cuatro días después se declaró presidente provisional y general en jefe del ejército. Sebastián Lerdo de

Tejada, que una semana antes había salido de la Ciudad de México a Acapulco, tuvo que embarcar finalmente hacia Nueva York. José María Iglesias, presidente de la Suprema

Corte –y por mandato constitucional, presidente provisional de la República en caso de

119 ausencia del titular del Ejecutivo-211, había ya establecido un gobierno provisional en

Guanajuato. No obstante, tras ser perseguido por el general Díaz, huyó a Guadalajara, luego a Manzanillo y, finalmente, en Mazatlán embarcó a San Francisco en diciembre de 1876212.

A efecto de legitimar su gobierno, Porfirio Díaz convocó a elecciones en mayo de 1877, de las que resultó victorioso al obtener 10,500 votos electorales de un total de 10,878, venciendo abrumadoramente a su rival conservador Santiago Cuevas213. Después de los comicios electorales, se constituyó el congreso unicameral que ordenaba la Constitución de

1857. El 5 de mayo, el general tomó juramento como presidente constitucional de la

República Mexicana por un mandato de cuatro años que terminaría el 30 de noviembre de

1880. Al haber derrocado al gobierno constitucional de Lerdo de Tejada, una de las prioridades de la nueva administración tuxtepecana era obtener el reconocimiento internacional como gobierno constitucional de la República Mexicana.

Como era costumbre al tomar posesión el nuevo presidente, Díaz despachó cartas autógrafas a los jefes de Estado de los países con los que México mantenía relaciones, incluido Ulysses S. Grant, entonces presidente de los Estados Unidos214. Uno tras otro respondieron, reconociendo implícitamente al nuevo gobierno. En julio del mismo año, se

211 Constitución Política de la República Mexicana de 1857, Artículo 79. En Felipe Tena Ramírez, Leyes Fundamentales de México, 1808-1997, 20a. ed. (México: Editorial Porrúa, 1997). 212 Roberta Lajous, La política exterior del Porfiriato (1876-1911). En México y el Mundo. Historia de sus Relaciones Exteriores, (México: El Colegio de México, 2010) p. 43. 213 Robert Case, “Resurgimiento de los conservadores en México: 1876 – 1877”. En: Historia Mexicana, Vol. 25, No. 2, (Oct – Dic, 1975) pp. 204 – 231. 214 Díaz a Grant, 17 de mayo de 1877, AHGE, Leg. 78, exp. 2, f. 3. Ulysses Grant era el Presidente de los Estados Unidos en el momento en que Porfirio Díaz derrocó el gobierno de Sebastián Lerdo de Tejada en la Ciudad de México. Si bien es cierto que bajo su administración se tomó la decisión originaria de no reconocer el gobierno del general mexicano, también lo es que la conducción de las negociones posteriores hasta otorgar finalmente el reconocimiento en 1878 fueron competencia de los funcionarios designados bajo la administración de Rutherford B. Hayes. Porfirio Díaz y Ulysses Grant fueron presidentes de México y Estados Unidos respectivamente, sólo por un periodo de cuatro meses. 120 habían recibido prácticamente todas las respuestas de los países del continente, salvo la de

Estados Unidos.

Los Estados Unidos optaron por no reconocer el gobierno de Díaz debido a la forma violenta en la que se allegó de la silla presidencial. El gobierno de Grant, siguiendo las recomendaciones de su ministro en México, John W. Foster215, decidió retener el reconocimiento al gobierno de México por tratarse de un gobierno golpista y lo incierto que era que Díaz se sostuviera en el poder216. Washington cuestionaba la legitimidad del gobierno porfirista y el reconocimiento no sería otorgado hasta que acreditara su estabilidad. Sin embargo, la falta de reconocimiento también dio la oportunidad perfecta a la Casa Blanca para culpar al gobierno mexicano de la violencia en la frontera y, con ello, cargar la responsabilidad de erradicarla. De esta forma, los Estados Unidos comenzaron a relacionar el restablecimiento de relación bilateral con la situación en la frontera. El reconocimiento no sólo estaba condicionado a la estabilidad del régimen porfirista, sino también a la pacificación de la frontera.

Así, el cuerpo diplomático acreditado en México, liderado por Foster, guardó relaciones personales, aunque no oficiales, con el gobierno establecido. Con el transcurso del tiempo y ante la falta del reconocimiento diplomático de Washington, empezaron a surgir serias inquietudes en México. Tradicionalmente, el reconocimiento estadounidense se había

215 John Watson Foster nació en Pike County, Indiana, el 2 de marzo de 1936. Estudió Derecho en Harvard, carrera que practicó hasta el estallido de la Guerra Civil en 1861, en la que tomó parte como Comandante del bando de las fuerzas de la Unión. Durante su breve carrera militar obtuvo la atención y posterior amistad del general Grant, quien al ser reelecto presidente de los Estados Unidos en 1872, lo nombró Ministro Plenipotenciario en México. En realidad, el comienzo de su carrera diplomática se dio como una mera recompensa a su entrega en el campo de batalla en la lucha contra los Confederados. Fue debido a la merma que la Guerra Civil estadounidense reportó en el estado de salud de Foster, que Grant decidió compensarlo con un puesto diplomático que no requiriera de sacrificados esfuerzos para el cuerpo. James Brown Scott, “In Memoriam: John Watson Foster”. En: American Society of International Law, Vol. 12/13 (April 27, 1918, and April 17, 1919) pp. 27 – 34. 216 Vázquez y Meyer, México frente a Estados Unidos, p. 99. 121 otorgado sin mayor retraso a los gobiernos mexicanos prácticamente desde 1823. Cada vez que se había registrado un cambio de autoridad en la capital, el vecino del Norte había reconocido al gobierno de facto217. Después de ocho meses de haber tomado la capital mexicana y a dos meses de haberse celebrado los comicios en los que Porfirio Díaz resultó electo presidente de la República, el reconocimiento diplomático del gobierno de Estados

Unidos no se concedía y la prensa mexicana comenzó a hacer notar su indignación ante la actitud del gobierno estadounidense. Decía El Siglo XIX en un editorial:

“[…] Nuestros lectores han visto que con excepción de los Estados Unidos del Norte, los gobiernos que tienen acreditadas legaciones en esta capital han contestado la carta autógrafa del Sr. Díaz sin entrar en el examen de la constitucionalidad de los títulos con que se encuentra al frente del poder ejecutivo. […] Un gobierno para ser reconocido como tal por sus amigos y vecinos, no necesita mas que ser gobierno, es decir, estar aceptado por sus subordinados, y tener la fuerza necesaria para hacerse obedecer. Toca al pueblo que le ha dado sus poderes, que presta su confianza discutir y resolver si son o no legítimos sus títulos: pero a nadie mas que al pueblo, el cual así como le presta su apoyo en caso necesario, puede también negárselo cuando lo estime conveniente en uso de su soberanía. Lo contrario sería tan ridículo como si un particular quisiera averiguar los justos títulos con que otro amigo o vecino suyo, se llama el amo de su propia casa. Y así como en el caso del particular, poco le importaría para seguir siendo el jefe de su familia, que los demás le reconocieran como tal, del mismo modo el gobierno de la revolución no debe preocuparse con la idea de si el de Washington contesta o no contesta la notificación que se le hizo en cumplimiento de los deberes mas triviales de la etiqueta internacional […] De todo lo espuesto concluiremos que no hace falta para la validez de un gobierno, el reconocimiento de un vecino, por mas poderoso que sea, y que debemos procurar que no se entienda que con menoscabo de nuestra propia dignidad estamos suplicando del gobierno americano, a quien el nuestro le dio ya noticia de su existencia, una contestación que debe ser efecto de los usos diplomáticos”218.

Como podemos observar de la editorial del diario capitalino, el tiempo que transcurría sin que la administración estadounidense reconociera la de su contraparte mexicana, comenzaba a asociar de manera indisoluble el reconocimiento diplomático con la soberanía nacional: únicamente el pueblo mexicano puede reconocer como legítimo a su propio gobierno y, asimismo, sólo él puede negarlo. La validez del gobierno porfirista de ninguna

217 Como advertimos en el capítulo 1, la excepción al procedimiento semiautomático de reconocimiento se encuentra en el periodo de la intervención francesa en México, en el que Estados Unidos mantuvo el reconocimiento al gobierno de Benito Juárez y no al del Imperio de Maximiliano cuando la capital fue tomada por el ejército francés. 218 Editorial, Reconocimiento diplomático. En Diario: El Siglo Diez y Nueve, 9 de julio de 1877. 122 forma estaba liada al reconocimiento que le pudiera obsequiar cualquier nación extranjera.

En el sentir de la época (y desde el centro de la República), la misma dignidad de la nación debía ser defendida al evitar suplicar el reconocimiento oficial de los Estados Unidos, reconocimiento que era prácticamente un deber diplomático.

Pero la Casa Blanca difería. En aras de obtener el reconocimiento diplomático, el gobierno mexicano debía demostrar ser digno del mismo. De acuerdo con la práctica observada hacia los gobiernos anteriores al de Porfirio Díaz, los Estados Unidos consideraban como únicos factores para extender el reconocimiento la estabilidad, permanencia, aprobación popular y cumplimiento de las obligaciones internacionales del gobierno en cuestión219. Uno de estos principios sería puesto a prueba desde los primeros meses de actuación del nuevo gobierno mexicano. Porfirio Díaz tendría que demostrar la capacidad de su gobierno para hacer frente a las obligaciones internacionales contraídas por el país, aun las que se pactaron antes de su gestión.

3.2. Cumplimiento de obligaciones internacionales, el pago del primer abono

Recordemos que a la caída del Imperio de Maximiliano y concluida la Guerra Civil en

Estados Unidos, ambos países establecieron una Comisión Mixta de Reclamaciones para revisar las quejas de sus ciudadanos registradas como consecuencia de la Guerra del 47 y el

Tratado Guadalupe Hidalgo. La Comisión, en 1868, acordó un Tratado de Naturalización que permitía readquirir la nacionalidad a los ciudadanos de uno y otro país que quisieran regresar a su lugar de origen y fijó un saldo de 3,900,000 de pesos a cubrir por parte del gobierno mexicano al estadounidense en un plazo de diez años con motivo de daños ocasionados a sus ciudadanos durante la guerra.

219 Lajous, La política exterior del Porfiriato, p. 46. 123

El primer pago anual de 300 mil pesos debía cubrirse el 31 de enero de 1877, tan sólo dos meses después de que Díaz tomó la capital nacional. Mediante su pago, Díaz acreditaría la capacidad de su gobierno de dar cumplimiento a las obligaciones internacionales del país, que era uno de los factores necesarios para obtener el reconocimiento. El tiempo permitiría a al gobierno porfirista demostrar su estabilidad y permanencia, así como la aceptación popular de su administración.

Con el paupérrimo estado de la hacienda pública, el gobierno de Díaz se vio en la necesidad de reunir el dinero requerido para cubrir el primer abono adeudado. Consiente de las posibles complicaciones que tendría para cumplir con el pago, en el mismo mes en que tomó la presidencia, noviembre de 1876, Díaz reunió a la aristocracia del país en Palacio

Nacional. El propósito de la reunión era solicitar un préstamo de 500,000 pesos a cambio del uno por ciento de interés mensual hasta que el gobierno federal pudiera cubrir su deuda.

Nadie estuvo interesado en realizar el préstamo por lo que Ignacio Vallarta, entonces ministro de Relaciones Exteriores, valiéndose de la buena relación personal que mantenía con Antonio Escalante, un empresario capitalino, obtuvo el dinero necesario mediante préstamo220.

En enero de 1877, José María Mata y Ciro Tagle fueron comisionados para trasladarse a

Washington y hacer el pago correspondiente. Tenían también instrucciones de explorar con las autoridades estadounidenses la posibilidad de reanudar las relaciones diplomáticas221. El

Departamento de Estado, con el propósito de no reconocer de manera tácita el nuevo gobierno porfirista al recibir monto acordado por la Comisión Mixta de Reclamaciones,

220 Kaiser, “El Reconocimiento de Porfirio Díaz”, p. 44. 221 Comisión de Mata para efectuar primer pago acordado por la Comisión Mixta de Reclamaciones. AHGE, Leg. 78, exp. 5, f. 89. 124 aceptó el pago sólo de quienes estaban acreditados como agentes diplomáticos de México en Estados Unidos antes de la toma de poder del general Díaz. Por ello, Ignacio

Mariscal222, que se encontraba acreditado como representante del gobierno de Lerdo de

Tejada, fue el encargado de realizar el pago correspondiente a nombre de la República

Mexicana, no de la administración de Porfirio Díaz. La prensa estadounidense interpretó el hecho como una afirmación de su gobierno de mantener el reconocimiento al gobierno de

Lerdo de Tejada223.

Este fue episodio fue el único que tuvo que enfrentar el gobierno de Ulysses S. Grant en lo correspondiente al reconocimiento de su homólogo mexicano. El resto de la política estadounidense hacia México sería conducida por Rutherford B. Hayes, electo presidente de los Estados Unidos para el periodo de 1877 a 1881.

3.3. La elección de Rutherford B. Hayes y los intereses del Sur

Las notas diplomáticas enviadas por los representantes de México en Estados Unidos, daban cuenta de que el desorden prevaleciente en la frontera común y las continuas quejas por invasiones de indios, bandas de malhechores y robo de ganado eran percibidos por los ciudadanos estadounidenses como un problema originado por la falta de decisión de las

222 Ignacio Mariscal nació en la ciudad de Oaxaca el 5 de julio de 1829 en una familia económicamente holgada y con un fuerte sentido patriótico. En 1849 obtuvo su título de abogado en la ciudad de México. Perteneció al denominado “grupo oaxaqueño” –junto con Benito Juárez, Porfirio Díaz y Matías Romero- que ascendió al poder tras la caída definitiva de Antonio López de Santa Anna. Fue miembro de la Comisión Mixta de Reclamaciones de México y Estados Unidos. En el gobierno de Sebastián Lerdo de Tejada (1872- 1876), Mariscal fue Secretario de Relaciones Exteriores durante un breve periodo pero en 1872 fue legado a Washington como enviado extraordinario y ministro plenipotenciario, cargo que ostentó también durante los primeros años de la administración porfirista. En mayo de 1877, envió su renuncia al Secretario de Relaciones Exteriores, Ignacio Vallarta, debido a su designación como magistrado del Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal. Finalmente, en 1880 asumió la jefatura de la Secretaría de Relaciones Exteriores hasta el fin del Porfiriato y su muerte, en 1910. Vera Valdés Lakowsky, “Ignacio Mariscal” en Patricia Galeana (coord.) Cancilleres de México 1821 – 1911 (México: Secretaría de Relaciones Exteriores e Instituto Matías Romero de Estudios Diplomáticos, 1995); Carlos Américo Lera, Noticia biográfica de Ignacio Mariscal (México: José María Sandoval Impresor, 1883); Licenciado Ignacio Mariscal. Expediente personal. AHGE, Leg. 377. 223 José C. Valadés, El porfirismo (México: Patria, 1984) p. 6. 125 autoridades mexicanas para acabar con las irregularidades224. De ahí la insistencia de las autoridades en Washington de demandar al gobierno mexicano la pacificación de la frontera en aras de facilitar la restauración de la relación bilateral.

Rutherford B. Hayes, recién electo presidente de los Estados Unidos bajo uno de los procesos electorales más cuestionados en la historia de aquel país, exigió a Díaz erradicar la violencia en la frontera para poder otorgar su reconocimiento. Hayes basó su reclamo en el clima de inseguridad que se vivía en la franja fronteriza debido a la comisión de delitos como el abigeato y contrabando practicado por bandas de indios, de mexicanos y de estadounidenses225.

Claro es, como vimos en el capítulo anterior, que la escalada de violencia por parte de los grupos indios del actual sur de los Estados Unidos y el norte de México incrementó cuando el sistema de otorgamiento de obsequios se acabó con la caída de la línea de presidios y misiones en la década de 1830 y que la redistribución territorial de 1848, con su correspondiente delimitación de una nueva línea fronteriza donde antes no la había, fue utilizada por los indios como artilugio para atacar poblaciones de un lado y escapar impunemente al otro. México hasta antes de 1848 no había sido capaz de detener los ataques indios, Estados Unidos tampoco lo fue después de la adquisición de dichos territorios. Hayes, que en gran medida debía su investidura presidencial a los estados e intereses del sur, estaba determinado a erradicarlos.

224 La situación política de México en relación con los negocios estadounidenses. Nota diplomática. 18 de agosto de 1877. AHGE, Leg. 84, exp. 6. 225 Robert D. Gregg, Border Troubles in Mexican-American Relation (Nueva York: Da Capo Publishers, 1970) p. 57. 126

En la elección presidencial de 1876, Samuel J.Tilden del Partido Demócrata, obtuvo

250,000 votos populares más que su rival republicano, Rutherford B.Hayes de Delaware,

Ohio. Los votos electorales quedaron 184 para Tilden contra 163 de Hayes y 22 votos adicionales que fueron reclamados por ambos (para ganar la presidencia estadounidense se requieren 185 votos). Cuatro estados, Florida, Luisiana, Oregon y Carolina del Sur, enviaron certificados electorales fraudulentos226. ¿Qué certificados debían ser contados o quién debía decidirlo? La Constitución estadounidense establece que "El Presidente del

Senado, en presencia del Senado y de la Cámara de Representantes, abrirá todos los certificados y los votos serán entonces contados" [Traducción de la autora]227, sin embargo, no hay referencia alguna para el caso de que los certificados electorales no sean válidos. En esta situación, las dos Cámaras decidieron constituir una Comisión Electoral integrada por la misma cantidad de republicanos y demócratas tanto de la Cámara de

Representantes como del Senado y magistrados de la Suprema Corte. Sólo hubo un representante independiente designado por la Suprema Corte de Justicia, en quien recayó en

última instancia la decisión de elegir a Hayes como Presidente de los Estados Unidos.

El tiempo transcurrido entre la primera fecha en que debía llevarse a cabo el cómputo de los certificados electorales y la integración de la Comisión Electoral, fue suficiente para que el círculo de allegados de Hayes realizara una especie de cabildeo en los estados del sur con el objetivo de que se mantuvieran al margen de la contienda electoral y los reclamos que sobre sus certificados electorales pudieran hacer. A cambio, en caso de resultar triunfador, la administración de Hayes, como parte de su proyecto de reconstrucción del sur tras la

226 En los Estados Unidos las elecciones son de competencia local, por lo que los Estados remiten al Congreso los certificados que contienen el cómputo de los votos electorales de su demarcación territorial. En dicha labor, la Federación no puede intervenir. 227 Constitución de los Estados Unidos de América, 1787. Artículo 2, Primera Sección. Disponible en: http://www.archives.gov/presidential-libraries/research/guide.html 127

Guerra Civil, retiraría las tropas federales que permanecían en dichos territorios; David M.

Key, de Tennessee, sería nombrado Administrador del Correos –puesto tradicionalmente asociado con el clientelismo partidario-; se otorgaría apoyo federal a los fondos para ríos y puertos, y se apoyarían diversos proyectos de mejoras internas en los estados sureños228.

Esto era relevante ya que tras la Guerra Civil, los estados del sur de los Estados Unidos quedaron desmembrados no sólo en su tejido social sino en su estructura económica.

Incluso entre los propios demócratas había una marcada escisión entre los del Norte y los del Sur. Durante la guerra, los líderes demócratas sureños lo habían perdido todo mientras que los del norte habían prosperado. Al terminar la guerra, algunos demócratas norteños se habían aliado con los republicanos y juntos, se habían apropiado de los fondos federales para llevar a cabo mejoras internas en sus propias demarcaciones, sin mostrar interés en aliviar la difícil situación del Sur.

Desde 1865 hasta 1873, Nueva York recibió 15,688,222 dólares y Massachusetts

6,071,197, mientras que los 11 estados de la Confederación, además de Kentucky, recibieron sólo 9,469,363 millones de dólares. Los puertos sureños habían sido bloqueados o ahogados por el fango, la red de ferrocarriles estaba en la ruina y algunas de las mejores zonas agrícolas eran improductivas por falta de control de las inundaciones. Tilden no ofreció ninguna esperanza de alivio. Por el contrario, se había opuesto enérgicamente a los subsidios federales y había prometido una reducción de personal. Las promesas de Hayes y los republicanos podían no ser dignas de confianza, pero al menos eran promesas229.

228 Walker Lewis, “The Hayes – Tilden Election Contest”, (Part II). En: American Bar Association Journal, Vol. 47, No. 2 (Feb. 1961), p. 163. 229 Lewis, “The Hayes – Tilden Election Contest”, p. 167. 128

En paralelo, Thomas A. Scott, presidente del Pennsylvania Railroad, estaba interesado en obtener concesiones de tierras en el Sur con el propósito de tender la línea de un ferrocarril que iría directo al Pacífico y que, en consecuencia, tendría ventajas obvias para Texas y

Luisiana. Debido al recelo de Tilden a otorgar subsidios federales, los planes de Scott estaban supeditados a una victoria republicana y sus grupos de presión en Texas estaban más que dispuestos a cooperar con los amigos de Hayes. Así, el Sur en general resultaba beneficiado por el triunfo republicano. No obstante, el cuestionado proceso para elegir al presidente y los fraudes electorales acontecidos en los estados sureños, habían generado un ambiente de inestabilidad y desaprobación a la nueva administración de Hayes en el norte de los Estados Unidos. Hayes debía en gran medida su triunfo electoral a los estados del

Sur y, en consecuencia, se mantuvo atento a sus reclamos y necesidades a lo largo de su administración, entre ellas, la pacificación de la frontera.

Debido a que el río Bravo no era la frontera original entre México y los Estados Unidos, había asentamientos –mexicanos, estadounidenses e indios- a lo largo de su cauce que, a partir de 1848 con la firma del Tratado Guadalupe Hidalgo, sufrieron la separación artificial. La población mexicana y estadounidense se quejaba en forma constante con las autoridades locales y de la Ciudad de México y Washington, respectivamente, por la falta de protección contra los ataques indios230. Algunos reclamos, como los del estado de Texas, eran particularmente insistentes y, tras el apoyo recibido durante su elección, también fueron particularmente escuchados por Hayes.

230 Treviño a Vallarta. Quejas de particulares por el aumento de depredaciones indias en la frontera. AHGE, Leg. 95, exp. 4, ff. 135. 129

3.4. La orden Ord

El Congreso texano pidió al presidente Hayes el envío de fuerzas para evitar los ataques de indios y supuestos mexicanos a ese estado231. Texas, al ser prioritariamente ganadero, tenía enormes problemas de abigeato debido al carácter móvil del ganado. Una nueva cultura del delito acompañaba a un nuevo orden económico. El robo de ganado generaba grandes ventajas para los grupos indios de la región tanto con su venta como con su apropiación.

Para proteger los intereses del Sur, Hayes adoptó una política exterior más agresiva hacia

México, materializada en la autorización al general Edward O. C. Ord232 para cruzar la línea divisoria, perseguir a los malhechores que se refugiaban en el lado sur de la misma y recuperar los bienes robados. Hayes defendió su determinación en su primer informe presidencial al asegurar que el único propósito de haber emitido la orden al general Ord era proteger los bienes y ciudadanos de Texas, cuidando evitar cualquier ofensa a México:

“Deploro tener que decir que en nuestro tiempo las incursiones ilegales de bandas armadas provenientes del lado mexicano con el propósito de saquear han sido con frecuencia exitosas, a pesar de los esfuerzos de vigilancia por parte de nuestro comando, y que no se ha podido castigar a los bandoleros porque se han escapado hacia México con su botín. El pasado mayo di órdenes expresas para el ejercicio de la más estricta vigilancia por parte de nuestras tropas con el fin de evitar este tipo de acciones y castigar a las partes culpables, así como recapturar los bienes robados. El general Ord, comandante en Texas, fue enviado para solicitar la cooperación de nuestro vecino en estos esfuerzos y llevarlos a buen fin. Les aseguro que evitaré la más mínima ofensa hacia México. Al mismo tiempo, se le dieron instrucciones de que notificara mi determinación de poner fin a la invasión en nuestro territorio de bandas ilegales, cuyo objetivo es saquear a nuestros pacíficos ciudadanos”233.

231 Gregg, Border Troubles, pp. 80 – 149; Lajous, La política exterior del Porfiriato, p. 47. 232 Edward Otho Cresap Ord era un experimentado militar nacido en Cumberland, Maryland, el 18 de octubre de 1818. Se unió a las tropas de la Unión bajo las órdenes del general Grant durante la Guerra Civil. Cuando Ord se hizo cargo de la seguridad de la frontera en la década de 1870, no era la primera vez que se enfrentaba a tribus de indios. En 1839 prestó servicio en Florida en la campaña militar contra los indios seminoles. Su desempeñó le valió el ascenso a Primer Teniente. Sin embargo, el nombre de Ord se encuentra fuertemente asociado más que a su desempeño militar, a sus habilidades como cartógrafo, puesto que fue la primera persona en realizar un mapa de la Ciudad de los Ángeles en 1849. Como pago por parte del Ayuntamiento, Ord sólo aceptó dinero ya que no consideró que cualquier propiedad en dicho poblado pudiera adquirir gran valor algún día. J. Gregg Layne, “Edward Otho Cresap Ord: Soldier and Surveyor”. En: Quarterly Publication (Historical Society of Southern California), Vol. 17, No. 4 (December, 1935) pp. 139 – 142. 233 Ampudia, México en los informes presidenciales de los Estados Unidos, p. 170. 130

Sin embargo, el sólo cruce de las tropas al mando de Ord a territorio mexicano ya era una ofensa a la nación. Cuando el gobierno porfirista tuvo conocimiento de las órdenes giradas a Ord234, Ignacio Vallarta235, encargado del Despacho de Relaciones Exteriores, decidió responder por la vía diplomática a pesar de la provocación: envió a José María Mata nuevamente a Washington, en donde daría alcance a Ignacio Mariscal, quien seguía en la capital estadounidense como representante del gobierno depuesto de Lerdo. Mientras Mata encausaba las negociaciones diplomáticas en la capital estadounidense, era necesario proteger la frontera, Jerónimo Treviño sería el encargado de hacerlo.

El propósito de la misión de Mata era demandar el reconocimiento a la administración de

Díaz basándose en los postulados que establecían que los vínculos con el exterior debían fundarse en la igualdad entre Estados y en el respeto a la soberanía y dignidad nacional, claro legado de la Doctrina Juárez que, como vimos, encausaba el establecimiento de relaciones diplomáticas con otros países en condiciones de igualdad y bajo el principio de defensa de los intereses de la República236.

3.5. Las negociaciones diplomáticas

Cuando Mata salió a Washington el 1° de julio de 1877 enviado por Vallarta, llevaba consigo un proyecto de tratado que buscaba dar solución a las fricciones fronterizas.

234 Treviño a Vallarta. Orden del Secretario de Guerra para invadir nuestro territorio. AHGE, Leg. 78, exp. 6, p. 180. 235 Ignacio Vallarta nació el 25 de agosto de 1830 en la ciudad de Guadalajara, Jalisco. Realizó sus estudios de Jurisprudencia en el Instituto del Estado. Su probada lealtad a la causa liberal, le valió la estima y confianza de Benito Juárez, quien durante el periodo de restauración de la República lo nombró ministro de Gobernación en enero de 1868. Sin embargo, en septiembre del siguiente año renunció a dicho cargo debido a su nombramiento como diputado por el Estado de Jalisco al Quinto Congreso Constitucional, cargo que ostentó hasta mayo de 1871. Posteriormente asumió una vez más, en marzo de 1875, la Gubernatura del Estado de Jalisco hasta que, al triunfar la revolución de Tuxtepec, el General Díaz lo nombró Ministro de Relaciones Exteriores en diciembre de 1876, separándose de dicha secretaría en mayo de 1878. Ignacio Vallarta, Obras Completas, 6a. ed., t. I (México: Editorial Porrúa, 2005), pp. VIII bis – IX bis. 236 Daniel Cosío Villegas, Historia moderna de México. El Porfiriato, la vida política exterior, t. II (México: Hermes, 1963), pp. viii y ix. 131

México proponía la cooperación de las fuerzas militares de ambas naciones para dar persecución y alcance a los grupos indios merodeadores, pero operando cada una en su propio territorio; una serie de reformas jurídicas para facilitar la aprehensión y el castigo de los delincuentes y, finalmente, Mata debía protestar por una incursión de fuerzas militares estadounidenses en territorio mexicano.

Sin embargo, sus gestiones diplomáticas en Washington resultaron inútiles. El Ejecutivo estadounidense insistió en el mejor trato para sus ciudadanos, la abolición de la Zona Libre y la autorización para que sus tropas federales ingresaran a territorio nacional en persecución de malhechores237. El trato preferencial a ciudadanos estadounidenses en

México era una petición añeja que atendía al deseo de Estados Unidos de contener la influencia europea en el país (principalmente de Gran Bretaña) y para evitar que sus connacionales continuaran siendo sujetos a los préstamos forzosos que con frecuencia exigía el gobierno federal.

La Zona Libre que, recordemos, se trataba originalmente de una franja territorial de 40 kilómetros en Tamaulipas en la que se permitía importar mercancías de Europa exentas de gravamen para venderse después a residentes norteamericanos a un menor precio que las homólogas producidas en los Estados Unidos, se había extendido ya a lo largo de toda la línea fronteriza y comenzaba a ser perjudicial para los comerciantes también del sudoeste, de ahí la necesidad de que fuera abolida. Finalmente, la autorización de ingreso de tropas federales a territorio mexicano era una petición que buscaba legitimar ex professo la orden girada al general Ord.

237 Duarte, Frontera y Diplomacia, p. 62. 132

La situación era sensible para México: las iniciativas diplomáticas habían sido rechazadas y las instrucciones giradas a Ord, de ser cumplidas, lesionarían la soberanía nacional. Sin embargo, el tiempo parecía estar jugando a favor de la administración tuxtepecana.

3.6. Las negociaciones al margen de la diplomacia

La instrucción impartida a Ord correspondía a lo que en Estados Unidos se conoce como

“persecución en caliente”. Algunos autores como Roberta Lajous, sostienen que la severa política exterior de Hayes buscaba asegurar dos fines: atender las necesidades y reclamos de los estados que le habían garantizado la presidencia norteamericana en 1877, y dotar de mayor legitimidad a su gobierno al presentar un panorama en el que el país se encontraba al borde de un nuevo enfrentamiento armado que su administración intentaba evitar a toda costa pero siempre defendiendo los intereses nacionales238.

Sin embargo, era la prensa estadounidense de aquella época la más empeñada en asegurar que el verdadero objetivo de los Estados Unidos era la anexión de, al menos, el norte del territorio mexicano. No en pocas ocasiones era posible encontrar en la prensa mexicana la traducción de artículos de periódicos estadounidenses, como The Sun, reprochando la política de Hayes hacia México, en específico, en la frontera:

“[…] “La acción del senado [tres comisiones del congreso se encontraban investigando “la cuestión mexicana” en todos sus aspectos] es virtualmente un voto de falta de confianza en el gobierno que durante los últimos ocho meses se ha negado a reconocer al que existe en México, ha desechado todas las ofertas de conciliación, invadido con pretextos falsos el territorio mexicano y tratado, por los medios más indignos, de inflamar el sentimiento público y de provocar la guerra. Los especuladores en minas y terrenos mexicanos, la camarilla militar que necesita una excusa para un gran ejército permanente y ocasiones de rápidos ascensos; los agiotistas, contratistas y aventureros de todas clases que husmean la prensa a grandes distancias, todos estos han clamado por la guerra y han conspirado por la anexión de las provincias septentrionales de México. La órden del departamento de la guerra de 1° de Junio, mandando el general Ord que sin prévia consulta, persiguiese á los supuestos merodeadores, al otro lado del Rio Grande, los alcanzara y castigara, fué no solamente una flagrante falta contra el derecho internacional y una violación de nuestro tratado con México, sino un acto de guerra en sí mismo, que no tomó la forma mas

238 Lajous, Roberta, La política exterior del Porfiriato 133

grave por la tolerancia ó la debilidad de México. En semejantes circunstancias, y trasladando el teatro de los sucesos á la frontera del Canadá, el gobierno no se hubiera atrevido á tanto. Fue, por lo mismo, un acto bajo y cobarde, que desacredita á todos los que con él estuvieron relacionados, y muy deshonroso para nuestro gobierno, de cuyo nombre se abusó para dar la órden.”239

Notas como la traducida y publicada en la ciudad de México por El Siglo Diez y Nueve permitía a la población capitalina, alejada de los problemas fronterizos, no sólo conocer el estado que guardaban, sino advertir que un amplio sector de la población estadounidense, principalmente del Norte –The Sun era un diario neoyorkino-, reprochaba la política exterior de su gobierno hacia México. De esta forma, la postura del gobierno de Hayes comenzó a perder fuerza pues era percibida como un descarado intento de especuladores, militares, agiotistas, contratistas y aventureros por anexar los estados del norte de México a los Estados Unidos. La orden impartida a Ord pronto se desacreditó al ser percibida como un acto de violencia extrema aprovechando la debilidad de las fuerzas militares mexicanas.

Ante semejante reclamo de la prensa estadounidense, la editorial de El Siglo Diez y Nueve no podía desaprovechar la oportunidad para manifestar también su postura en relación con el tema. Veamos el tenor de la misma:

“De las anteriores palabras del Sun hay que descontar naturalmente la pasión que contra el gobierno le mueva. Nosotros creemos que el ministro de Estado de esta República no tiene deseos de hacer la guerra á México y nos explicamos su conducta, en cuanto á no reconocer al gobierno del general Díaz, por el afán de conseguir mayores ventajas en el tratado cuyas negociaciones están pendiente en la capital de la República vecina. Pero al mismo tiempo que creemos que Mr. Evarts [Secretario de Estado de los Estados Unidos] está guiado por motivos buenos y comprensibles, no dejamos de dar la razón al Sun en todo lo que se refiere á hechos, y no á apreciaciones, porque aquellos son evidentes y todo este país los va entendiendo del mismo modo. Los principales órganos de la prensa piden uno y otro día que se haga la luz en los sucesos de la frontera, que se mejoren las relaciones entre las dos repúblicas vecinas, y que se reconozca al gobierno que hoy rige los destinos de México.”240

Si bien el diario mexicano concordaba con la opinión de su homólogo estadounidense en lo que refiere a la violencia del gobierno de Hayes al aprovechar la debilidad de las fuerzas

239 México y los Estados Unidos. En Diario: El Siglo Diez y Nueve; 1° de Enero de 1878. 240 Editorial. México y los Estados Unidos. En Diario: El Siglo Diez y Nueve; 1° de Enero de 1878 134 militares mexicanas para dar instrucciones al general Ord de cruzar la frontera desechando todas las ofertas de conciliación del Estado mexicano, disentía en los supuestos propósitos anexionistas del vecino del Norte.

Es de llamar la atención la calmada postura del editorial frente a la orden militar girada al general Ord. Pero adquiere mayor sentido al considerar que transcurridos ocho meses sin que el gobierno de Porfirio Díaz recibiera el reconocimiento diplomático de la nación vecina del norte –fecha de publicación de las notas periodísticas en comento-, la política exterior de Rutherford B. Hayes perdía legitimidad y la de Díaz la ganaba. En el caso de que hubiera una verdadera intención anexionista, sería muy difícil lograrlo en medio de la desaprobación popular estadounidense –principalmente la del Norte-, pero exacerbar los

ánimos en la capital mexicana tampoco era conveniente. La población capitalina de ambos países percibía la política de Hayes como un sinsentido al paso de cada día que el Ejecutivo mexicano permanecía en el poder y evitaba a toda costa el enfrentamiento armado en la frontera.

Observemos ahora la relevancia que en el discurso de ambos medios periodísticos tenía la frontera. Mientras The Sun señala que la orden Ord no fue más que un acto bajo y cobarde, faltando al propio derecho internacional con el pretexto de perseguir a los “supuestos merodeadores”, El Siglo Diez y Nueve pide que “se haga la luz en los sucesos de la frontera”. Es claro que ambos medios están al tanto de la relevancia que la pacificación de la franja fronteriza tiene en el restablecimiento de la relación bilateral de México y Estados

Unidos; sin embargo, parece ser que el diario mexicano advierte la magnitud de la inestabilidad de la frontera mientras que el estadounidense la considera un pretexto más de

135 su gobierno para detonar un nuevo conflicto armado que culmine en la anexión de mayor territorio mexicano.

Por tentadora que esta explicación pueda resultar para entender la postura de Hayes –sobre todo después del marcado anhelo expansionista estadounidense de principios del siglo XIX y los catastróficos resultados para México en la Guerra del 47-, esta teoría no es del todo certera al considerar que en aquellos años muchos empresarios del noreste de Estados

Unidos, principalmente de Chicago, se encontraban muy interesados en extender sus lazos comerciales al país vecino del sur. El ferrocarril modificó por completo la actividad comercial al permitir transportar bienes con mucha mayor facilidad y rapidez. Conectar ambas costas de los Estados Unidos mediante el ferrocarril trasatlántico anhelado desde la compra de La Mesilla, era un proyecto que finalmente comenzaba a tomar forma. Algunos empresarios estadounidenses se encontraban ansiosos de empezar negocios con la república vecina del sur, no de anexarla a su territorio.

El interés de los empresarios estadounidenses se debe en gran medida a la ardua labor de

Manuel María de Zamacona en aquél país, tanto en medios periodísticos como en círculos políticos y empresariales241. La delicada labor de enlazar la Secretaría de Relaciones

Exteriores con el Departamento de Estado en Washington después del regreso de Ignacio

Marsical a México recayó en Zamacona, quien había recibido educación superior en periodismo y derecho en el Seminario Palafoxiano de Puebla, su estado natal. Como parte

241 La información que a continuación se refiere fue obtenida de “El liberalismo triunfante” en Daniel Cosío Villegas, Historia general de México (México: El Colegio de México, 1976); Enciclopedia de México, t. 14 (México: Compañía Editora de Enciclopedias de México y Secretaría de Educación Pública, 1987) p. 8232 y La labor diplomática de D. Manuel María de Zamacona, primera serie del Archivo Histórico Diplomático Mexicano de la Secretaría de Relaciones Exteriores, núm. 28 (México: Porrúa, 1971), p. VIII. Las citas se omiten para facilitar la lectura, entendiéndose que provienen de dichas fuentes. 136 de su labor periodística, colaboró con El Monitor Republicano y El Siglo Diez y Nueve, del que llegó a ser director.

En 1867 fue electo diputado en el Congreso de la Unión. En su labor legislativa promovió la construcción de vías férreas con la firme convicción de que con la cimentación de los caminos de hierro serían resueltas todas las cuestiones políticas, sociales y económicas que no habían tenido solución debido a la abnegación de generaciones anteriores. Esta convicción lo acompañó durante toda su vida profesional, siendo uno de los más insistentes promotores del desarrollo ferroviario en México.

Debido a su formación, Zamacona entendía muy bien el poder de la prensa. En su estancia en Washington, su gestión se caracterizó por una intensa actividad de cabildeo participando en reuniones de maestros, clérigos, comerciantes, banqueros y artistas. Utilizó la prensa para promover la normalización de las relaciones diplomáticas como requisito indispensable para la pacificación de la región limítrofe entre México y Estados Unidos y el incremento de las inversiones estadounidenses en el país vecino del sur.

La promoción de las posibilidades que brindaba la República Mexicana para entablar negocios prósperos fue muy intensa. Zamacona defendía la estabilidad de la República y de su gobierno a pesar de la difícil situación fronteriza. En su visita a la Cámara de Comercio de Nueva York en marzo de 1878, señaló que “juzgar a México por sus problemas en la frontera era equivalente a juzgar el sabor de una ostra por la franja negra que en ocasiones se encuentra en sus bordes” [Traducción de la autora] 242. Así, sin aceptar las condiciones del gobierno estadounidense, Díaz y su gabinete lograban poco a poco beneficiarse del

242“To judge of Mexico by the border troubles was tantamount to judging the taste of an oyster by the Black fringe sometimes found on its edges”. Commerce. En Diario: Herald (Boston); 17 de marzo de 1878. 137 apoyo de diversos sectores de la sociedad de ambos países: pobladores fronterizos, empresarios, periodistas y, hasta algunos diplomáticos.

Tal fue el caso del representante de Estados Unidos en México, John W. Foster, quien a pesar de que en un inicio expresó sus reservas sobre la capacidad del general Díaz para asumir el control político del país, una vez pasadas las elecciones de mayo de 1877, restablecida la paz interna y demostrada la capacidad de su gobierno para enfrentar los compromisos internacionales de la República, recomendó extender el reconocimiento. Sin embargo, Hayes y el Departamento de Estado tenían otro punto de vista y preferían retener el reconocimiento hasta que México acatara las normas de comportamiento internacional243.

Sin embargo, la postura de Hayes era difícil de sostener por mucho tiempo. Recordemos que los principios que defendían los Estados Unidos para otorgar el reconocimiento diplomático, las denominadas normas de comportamiento internacional, eran la estabilidad, permanencia y aprobación popular del gobierno en turno y el cumplimiento de las obligaciones internacionales. La estabilidad y permanencia del régimen porfirista se reafirmaba con el paso de cada día sin ser derrocado; Lerdo permanecía en el exilio en

Nueva York e Iglesias en San Francisco244.

243 William Ray Lewis, “The Hayes Administration and Mexico”. En: The Southwestern Historical Quarterly. Vol. 24, No. 2 (Oct., 1920), pp. 140-153. 244 Por supuesto, Lerdo e Iglesias, aún desde el exilio, se oponían al régimen de Porfirio Díaz, pero no resultaban una verdadera amenaza a su estabilidad. En una entrevista concedida a un diario neoyorkino en junio de 1877, a ocho meses de que el general Díaz tomara la presidencia, Sebastián Lerdo de Tejada aseguraba que “el gobierno del presidente Hayes es favorable a su restauración. Esto es natural.” Lerdo concluía que “el presidente de los Estados Unidos, recordando que los gobiernos de Juárez y el suyo habían siempre rechazado a los rebeldes americanos que quisieron ser reconocidos por ellos, no puede menos de favorecer las tentativas para sofocar un movimiento rebelde en México […] Cuando los Estados Unidos estaban empeñados en su guerra civil, los franceses los tentaron ofreciéndoles la venta a Sonora, para que el gobierno de Napoleón se reembolsara de los gastos de la guerra. México no ha olvidado que los Estados Unidos no acogieron esta sórdida proposición, ni cree ahora que la libre América quiera esclavizar parte de 138

La aprobación popular del régimen se había acreditado tras las elecciones de mayo de 1877 en las que Díaz había salido victorioso y, finalmente, el pago del primer abono del adeudo acordado por la Comisión Mixta de Reclamaciones de 1872, si bien había sido efectuado a nombre de la República Mexicana, no podía obviarse que había sido la administración porfirista la que lo había recabado y cubierto, haciendo frente así a las obligaciones internacionales contraídas por el país. Hayes se encontraba en una situación cada vez más difícil. Contrario a legitimar su gobierno, comenzaba a parecer que prevalecía la necedad del Ejecutivo sobre los intereses estadounidenses.

Desde Washington, en numerosas comunicaciones Zamacona informó a Vallarta el interés de muchos empresarios estadounidenses por obtener concesiones ferroviarias y de explotación minera en México. Zamacona se reunía con ellos y sin negar la difícil situación en la frontera hacía hincapié en las acciones que el gobierno de Porfirio Díaz –el más enérgico en dar seguridad a la frontera, según afirmaba- estaba llevando a cabo en ella245.

Las acciones del gobierno porfirista si bien no fueron extraordinarias, sí eran efectivas.

Díaz militarizó la frontera y dotó de la mayor cantidad de recursos posible al ejército. En la ciudad de México, Foster intentó disipar los temores del gobierno mexicano argumentando que las instrucciones giradas a Ord no lo facultaban a cruzar la línea fronteriza sin previo salvoconducto de las autoridades locales mexicanas.

Sin embargo, el representante del gobierno estadounidense sí fue insistente en la necesidad de suprimir la Zona Libre e implementar medidas más efectivas para contener a los indios nómadas de la franja fronteriza. Las conversaciones entre Vallarta y Foster fueron cada vez

una República hermana, por la razón, al parecer, de que es débil”. Entrevista a Sebastián Lerdo de Tejada. En Diario: The New York Herald, 20 de junio de 1877. 245 Empresas ferrocarrileras. AHGE, Leg. 86, exp. 4, ff. 127. 139 más difíciles. Vallarta hizo explícita la indignación que tanto para el gobierno como para la opinión pública en México ocasionaba el cruce de la frontera por tropas estadounidenses, máxime cuando su gobierno aún no era reconocido por la vecina República del norte246.

En este clima de creciente agresividad, los militares en la frontera lograron un mejor entendimiento que los diplomáticos en las respectivas capitales. Los generales Jerónimo

Treviño y Edward O.C. Ord establecieron un diálogo directo y cooperación inmediata para impedir que los incidentes cotidianos pudieran convertirse en un enfrentamiento de los respectivos ejércitos. La amistad entre los generales quedó sellada por el matrimonio del militar mexicano con la hija del estadounidense247. Claro que estos lazos de fraternidad estaban basados también en intereses comerciales. Militares y empresarios, Treviño y Ord emprendieron negocios juntos, principalmente de extracción minera. Sin embargo, la poca credibilidad de la administración de Hayes y la presión periodística llevaron al Congreso estadounidense a integrar tres comisiones que se encargaran de averiguar el estado general de la frontera y la situación con México.

3.7. Las pesquisas del Congreso estadounidense

En el informe que rindió el general Ord el 1° de octubre de 1877 al Congreso de su país, afirmó que había mejorado la situación en la frontera con la acción enérgica del gobierno de Tamaulipas y la del gobierno federal. Sin embargo, acusó a las autoridades locales de tolerar el abigeato. El informe despertó el interés del Congreso estadounidense, el cual ordenó nuevos interrogatorios a testigos, incluyendo al propio Ord. En su comparecencia

246 Memorandos varios entre Foster y Vallarta. AHGE, Leg. 79, exp. 4, f. 187-203. 247 Daniel Cosío Villegas, Historia moderna de México, p. 222. 140 ante el Congreso, el general reconoció que el gobierno mexicano había enviado 4 mil hombres del ejército federal a la frontera y que pronto se agregarían 2 mil más248.

Mientras el Congreso continuaba con sus investigaciones, Foster y Vallarta intercambiaron numerosos memoranda en la ciudad de México. El tema central era el cruce recíproco de tropas en la frontera249.Vallarta propuso un nuevo proyecto de tratado que permitiera el paso de tropas en ciertas zonas desérticas, previa autorización de los respectivos poderes ejecutivos. Pero nunca accedió a celebrar un convenio que exceptuara a los ciudadanos estadounidenses de la contribución a préstamos solicitados por el gobierno federal.

Argumentó que dichas medidas tendrían que aplicarse a todos los extranjeros para evitar una situación de desigualdad frente a los nacionales. Respecto a la Zona Libre, señaló que se trataba de una prerrogativa del Congreso y se negó a proponer una iniciativa de ley para abolirla.

La intensa actividad comercial entre los estados fronterizos no era un fenómeno regional reciente; existía mucho antes de la delimitación de la nueva línea divisoria en el Tratado

Guadalupe Hidalgo. Basta recordar el caso del camino comercial a Santa Fe del cual hablamos anteriormente. Los elevados costos de transportar mercancías desde el centro de

México hasta el Lejano Norte y a la inversa, dificultaba enormemente la posibilidad de expandir los lazos comerciales más allá de la región septentrional. En realidad, la Zona

Libre fue el mecanismo que permitió a los estados del norte de México seguir comerciando con los estados del sur de los Estados Unidos; con los que hasta antes del Tratado

Guadalupe Hidalgo siempre habían comerciado y en los que, por lo tanto, se encontraban

248 Ord. Testimonio rendido ante la Comisión de Guerra en la última sesión del Congreso, 1° de octubre de 1877, AHGE, Leg. 86, exp. 2, f. 38. 249 Memorandos varios entre Foster y Vallarta. AHGE, Leg. 79, exp. 4, f. 210 – 232. 141 sus mercados más importantes. El subsidio era necesario para poder competir en el comercio regional. La Zona Libre permitía que prevaleciera un equilibrio comercial y económico en la franja fronteriza, por lo que no era sencillo para el gobierno federal eliminarla250.

Cuando el 23 de noviembre Foster presentó un contraproyecto de tratado sobre la frontera,

Vallarta reaccionó con firmeza solicitando que antes se diera satisfacción a México por el cruce repetido de fuerzas militares estadounidenses hacia su territorio. México solicitó castigo para los culpables, indemnización por los daños que se hubieran ocasionado con dicha medida y la garantía de que ello no se repetiría251.

Los ataques indios a poblados fronterizos tanto mexicanos como estadounidenses no cesaban, como no cesaban las acusaciones que ambos gobiernos se hacían entre sí en relación con los mismos. En numerosas ocasiones, las negociaciones (e imputaciones) entre los representantes de los dos gobiernos eran ventiladas en diversas publicaciones en ambos lados de la frontera. El 21 de julio de 1877, el New York Times informó que mediante un despacho recogido de San Antonio, Texas, se tenía conocimiento de que el general Ord había recibido una carta de un poblador de Santa Rosa, Coahuila, en la que se aseguraba que una incursión de indios a Texas en abril del mismo año, había sido organizada públicamente en las calles de Santa Rosa, donde también los indios distribuyeron el botín entre kickapoos y lipanes, participando del mismo las propias autoridades del lugar252.

250 Para conocer más respecto de la actividad comercial de la región antes de la delimitación de la línea divisoria acordada en el Tratado Guadalupe Hidalgo, ver: David J. Weber, “The New Colonialism. Americans and the Frontier Economy”. En: David J. Weber, The Mexican Frontier, 1821 -1846 (Nuevo México: University of New Mexico Press, 1982), pp. 122 – 146. 251 Lajous, La política exterior del Porfiriato, p. 51. 252 Indian Raids. En Diario: The New York Times (Nueva York); 21 de julio de 1877. 142

El Monitor Republicano, en réplica a la nota del Times de Nueva York, publicó el 25 de julio un editorial en el que aseguraba que “comprendiendo la noble misión del periodista no devolveremos injuria por injuria, no nos dejaremos arrastrar por la pasión, y con ánimo sereno, y con abundancia de datos, expondremos la verdad de los hechos”253. El diario, con base en los informes militares otorgados por la Secretaría de Guerra, aseguró que los lipanes que incursionaron a Texas no habitaban Santa Rosa, sino que se guarecían en la sierra del Carmen. Cuando se supo de la incursión, la autoridad mexicana dispuso que se atacase a una banda de lipanes cuyos campamentos se conocían gracias al auxilio de indios kickapoos. Como resultado, murieron seis lipanes y 15 más fueron llevados prisioneros a

Santa Rosa. El Editorial de El Monitor Republicano concluía:

“Muchas veces se ha dicho que los males que se sufren en la frontera como resultado de las incursiones de los merodeadores y de los indios son comunes á ambos países; pero como á los actos de esta naturaleza que ocurren en el territorio americano se les da inmensa publicidad, se les exagera y se les comenta de mil maneras para darles resonancia y atraer sobre ellos la atención pública, mientras que los que ocurren en el territorio mexicano pasan casi desapercibidos, porque las víctimas de esos atentados los sufren con estoica resignación; […] Podemos con toda seguridad afirmar que ninguna administración ha sido tan solícita como la actual en dar seguridad á la frontera, y tan cierto es esto, que el mismo general Ord ha reconocido que en la parte baja del rio Bravo, en la parte correspondiente á Tamaulipas han cesado completamente las incursiones. […]”254

En el mismo sentido, el 20 de agosto del mismo año, las autoridades, vecinos y extranjeros residentes en la Villa de Santa Rosa, mandaron publicar en los periódicos de mayor circulación en los Estados Unidos y el estado de Texas, y en los de la República Mexicana y el estado de Coahuila, una Declaración Solemne con el fin de refutar el informe sobre la supuesta complicidad de las autoridades mexicanas con las incursiones de indios a Texas, asegurando que:

253 Diferencias entre México y los Estados Unidos, Editorial. En Diario: El Monitor Republicano (Distrito Federal); 25 de julio de 1877. 254 Diferencias entre México y los Estados Unidos, Editorial. En Diario: El Monitor Republicano (Distrito Federal); 25 de julio de 1877. 143

“[…] no siendo posible que un caballero residente en esta [municipalidad de Villa de Santa Rosa, Coahuila], bien sea nacional o estrangero haya rendido un informe tan palmariamente falso y calumnioso; no habiendo publicado junto con el informe el nombre del autor de la carta a que se refiere el informe referido, será refutado y tenido como el verdadero calumniador el Edictor o Edictores responsables del periódico The Galveston Daily News mientras no salven su responsabilidad publicando el nombre del autor de la carta á que se refiere el articulista. […]”255.

La frontera y las incursiones indias seguían siendo uno de los temas centrales en torno al reconocimiento del gobierno de Díaz pero también eran la línea central de las disputas a nivel regional, es decir, entre localidades o municipalidades en ambos lados de la frontera.

La administración estadounidense insistía en que México debía encargarse de pacificar la frontera para obtener el reconocimiento, aun cuando también lidiara en sus propios territorios con las incursiones de indios, o bien, permitir a los militares estadounidenses su persecución en territorio mexicano. Por su parte, el gobierno de Díaz no quitaba el dedo del renglón en obtener el reconocimiento antes de dar libre y recíproco acceso a las tropas a través de la frontera. La pacificación de la frontera era la carta de intercambio entre los dos países.

En el momento más álgido de la relación entre el secretario de Relaciones Exteriores de

México y el representante del gobierno estadounidense en el país, la activa labor de Manuel

María de Zamacona tuvo buenos efectos en el Congreso estadounidense256. El Congreso comenzó a cuestionar si la política hacia México era prudente y si servía de la mejor forma a los intereses de Estados Unidos. Se hizo visible el peso de los pobladores fronterizos, los comerciantes, los empresarios del Norte y las empresas ferrocarrileras que querían

255 Declaración Solemne que las autoridades, vecinos y extranjeros residentes en esta municipalidad han mandado publicar con el fin de refutar el informe que sobre la supuesta complicidad de las Autoridades Mexicanas en las incursiones de México á Tejas atribuye el periódico “THE GALVESTON DAILY NEWS” á las de esta municipalidad, 20 de agosto de 1878. AHGE, Leg. 90, exp. 3, f. 37 256 Zamacona a Vallarta, Influencia moral en favor de México, 26 de junio de 1878. AHGE, Leg. 89, exp. 6, f. 9. 144 expandirse hacia el sur. Al ventilar el tema, la opinión pública ponderaba si la actuación de su gobierno era la adecuada257.

Después de Zamacona, Foster y el propio secretario de Estado, William M. Evarts, fueron llamados en febrero de 1878 para presentar su punto de vista ante el Congreso. Foster declaró que la falta de reconocimiento invitaba a todos los sectores de la opinión pública mexicana a desarrollar un sentimiento profundamente antiestadounidense y que alentaba temores sobre las tendencias anexionistas de Estados Unidos. De esta forma, Foster dejaba ver su opinión favorable al reconocimiento del gobierno del general Díaz. Por el contrario,

Evarts sostuvo que el reconocimiento podía ser prematuro ya que el gobierno carecía de la fuerza para cumplir sus obligaciones. Foster contradijo el argumento de su jefe al asegurar que la ausencia del reconocimiento había fortalecido al régimen de Díaz, permitiéndole aplacar a sus detractores.

Foster estaba en lo correcto. El tiempo transcurrido de gestión de la administración tuxtepecana sin haber obtenido el reconocimiento de los Estados Unidos había permitido que Díaz se afianzara en su posición sin interferencia alguna del vecino del Norte. En la opinión pública mexicana, Díaz reforzaba su legitimidad y se evidenciaba que la estrategia de Hayes era sólo una artimaña para legitimar su cuestionada elección como presidente de los Estados Unidos. El editorial de El Monitor Republicano del 20 de junio de 1877 lo expresa mejor:

“[…] es una opinion muy generalizada, que el Presidente Hayes necesita desviar la atencion pública de las irregularidades de su eleccion, y provocar una guerra que le permita tener un pié de ejército bastante respetable para subvenir á cualesquiera contingencias. […] Todos los males, todos los infortunios, parecen desatarse contra nosotros; es este el momento de acudir á esa pasión santa llamada patriotismo, para conjurar la desgracia. ¡Pobre México! […]

257 Mata a Vallarta, Opinión de la prensa de los Estados Unidos sobre la relación con México, 1° de agosto de 1878. AHGE, Leg. 89, exp. 14, f. 98. 145

El gigante, pues, ha dejado cruzar por su cerebro la idea de aniquilarnos bajo su potente mano, y si aun no lo ha hecho es quizá, porque el siglo XIX va apartando las bárbaras doctrinas del derecho de conquista, y porque ante el tribunal de la civilización aparecen reos los que atenta á la nacionalidad de un pueblo. Hemos gastado nuestra vitalidad política y social; hemos estado destruyéndonos y aniquilándonos, […] y la hora del peligro ha llegado encontrándonos como nunca, exhaustos de sangre y sin más vigor que el que pueda proporcionarnos el amor de todo mexicano á su patria, á su nacionalidad. No es este el momento de los rencores y de los odios políticos, debemos agruparnos bajo nuestra bandera y darnos el abrazo de hermanos. El general Díaz ha contestado ya al primer reto de la nacion vecina, y la verdad que la nota de nuestro ministro de la Guerra, es digna, es enérgica, y hace un gran contraste con la órden en que el general Mc Creary manda invadir nuestro territorio, si las circunstancias lo hacen necesario, Repelerá vd. la fuerza con la fuerza en el caso de que la invasion se verifique, se ordena al general Treviño, y es en efecto este el deber de los mexicanos; al cumplirlo quizá no encuentren el triunfo, pero sí la satisfaccion de sostener la dignidad patria. El general Díaz en su notable comunicación al jefe de la division de la frontera, agota todos los medios de conciliacion, busca el avenimiento hasta donde la honra no quede rebajada, procura eliminar el pretexto en cuyo nombre se nos presenta esta guerra, y por último acepta la situación extrema rechazando con las armas si necesario fuere, la injustificable agresión que no el pueblo todo americano sino un partido allí predominante busca á desatar sobre nosotros. El general Díaz ha cumplido pues con su deber, nosotros que no hemos vacilado en atacar su conducta cuando se apartado de la ley, tenemos mucho gusto en confesar que su primer paso en esta delicadísima cuestion es digno y es prudente al mismo tiempo […]”258.

Como vemos, en la prensa mexicana, la tozudez de Hayes en el tema fronterizo, sin ánimo conciliador y francamente hostil con la orden Ord, parecía más bien el pretexto que buscaba para entrar en un enfrentamiento armado que permitiera adquirir más territorio del norte de

México y legitimar su investidura presidencial. Esta nueva amenaza, urgía a los mexicanos olvidar los rencores y odios políticos del pasado y agruparse bajo un sentimiento de patriotismo y hermandad.

La figura de Díaz como titular de un poder Ejecutivo fuerte tomaba mayor relevancia con el paso del tiempo. Su postura, si bien conciliadora, era percibida como enérgica y protectora de la honra nacional. Era bien valorado que Díaz buscara evitar un conflicto armado con el vecino del Norte, del cual se estimaba que la nación mexicana no resultaría vencedora. Pero en el caso de que la agresión se hiciera presente, el deber patriótico no podía ser otro que repeler la fuerza con el uso de la fuerza. Irónicamente, era precisamente Hayes y la

258 La invasión americana, Editorial. En Diario: El Monitor Republicano, Quinta Época, Núm. 146, 20 de junio de 1877. 146 amenaza del exterior, la que tildaba entre los mexicanos los primeros sentimientos nacionalistas durante el gobierno porfirista.

3.8. El reconocimiento diplomático ¿de los Estados Unidos a México?

Así pues, Foster estaba en lo correcto cuando informó al Congreso de su país que el retraso en otorgar el reconocimiento había tenido un efecto contraproducente para los intereses de su gobierno. A su juicio, el gobierno de Díaz se había fortalecido y se negaba a acceder a nuevas peticiones259. El Congreso estadounidense, apoyado tanto en los informes de Ord, las comparecencias de funcionarios en Washington, los intereses de empresarios del norte, las reclamaciones de pobladores en el Sur y su deseo de tender relaciones comerciales en

México, concordó con la opinión de Foster. Después de 16 meses, Washington otorgó el reconocimiento al gobierno de Porfirio Díaz el 9 abril de 1878. Un día después, dicha decisión se hizo del conocimiento general en México mediante la publicación en el Diario

Oficial de la traducción al español de la nota remitida por Foster a Vallarta informando del reconocimiento diplomático otorgado por su gobierno al del general Díaz:

“Señor: Tengo la honra de informar á Vuestra Excelencia que el Presidente de los Estados-Unidos, tomando en consideración la conducta observada recientemente por el Gobierno del General Díaz con respecto á la paz de la frontera y su cumplimiento de lo estipulado en la Convención de reclamaciones, y habiendo examinado extensamente las dificultades que Vuestra Excelencia me ha manifestado que existen para el arreglo definitivo de los asuntos pendientes, me ha ordenado que entre en relaciones diplomáticas con Vuestra Excelencia y que, en consecuencia, reconozca oficialmente al Gobierno de México representado por el General Porfirio Díaz, como Primer Magistrado, y á las autoridades que de aquel forman parte. Al dar por medio de esta nota cumplimiento á mis instrucciones, de las cuales incluyo copia, deseo expresar la alta satisfacción que siento al hacer oficiales las relaciones que por algún tiempo he mantenido gustosamente con Vuestra Excelencia, y asegurarle que no omitiré ningún esfuerzo de mi parte para obtener un arreglo satisfactorio a las cuestiones pendientes, así como para restablecer las relaciones de las dos Repúblicas sobre las bases de recíproca justicia, cordial amistad y debido respeto á la dignidad y derechos de ambas naciones. […]”260

259 Zamacona a Vallarta, Estado de la cuestión pendiente entre México y esta República, 22 de marzo de 1878, AHGE, Leg. 91, exp. 6, f. 34. 260 Secretaría de Estado y del Despacho de Relaciones Exteriores. Sección de América. En Diario Oficial de los Estados Unidos Mexicanos. Director y Redactor en Jefe: Agustín Siliceo. Tomo III, Núm. 86, 10 de abril de 1878. 147

De conformidad con la nota diplomática de Foster a Vallarta había un cúmulo de “asuntos pendientes” debido a las dificultades que existían para su arreglo. Si bien la nota no es explícita respecto de la materia de dichos asuntos, con base en las comunicaciones sostenidas entre Foster y Vallarta con anterioridad al reconocimiento oficial es posible estimar que dichos asuntos versaban principalmente en la exención a los estadounidenses residentes en México de realizar préstamos al gobierno federal, la negociación de un nuevo tratado de extradición y la eliminación de la Zona Libre en la frontera261.

Sin embargo, conviene poner atención en las razones por las que, en palabras de Foster, el gobierno estadounidense otorgaba, finalmente, el reconocimiento oficial al general Díaz: los esfuerzos del gobierno tuxtepecano por pacificar la frontera y el cumplimiento del pago del primer abono acordado por la Convención Mixta de Reclamaciones. Por supuesto, a estas razones sería prudente agregar la presión que empresarios estadounidenses ejercían sobre su gobierno para que facilitara entablar relaciones comerciales con el vecino del Sur, así como el fuerte impacto negativo que la falta de reconocimiento estaba causando en la, de por sí, cuestionada administración de Hayes. Pero es imposible obviar la relevancia que la situación en la frontera había tenido durante 16 ríspidos meses de negociación entre los representantes de ambos gobiernos para restablecer la relación diplomática.

Cierto es que dicho logro diplomático estaba lejos de significar la automática erradicación de las incursiones indias262 y, en el plano bilateral, únicamente abrió la puerta para entablar otro tipo de negociaciones –principalmente comerciales- entre los dos países, pero justo ahí radicó su relevancia en el ámbito local. El reconocimiento del gobierno de Díaz sin que éste

261Memorandos varios entre Foster y Vallarta. AHGE, Leg. 79, exp. 4. 262 Las incursiones indias no cesaron sino hasta la década de 1880 con la introducción del ferrocarril en la región –con los correspondientes intereses económicos que traía consigo- y la movilización aun más agresiva de dichas etnias a las reservas indias. 148 haya aceptado la responsabilidad única de erradicar las incursiones indias en la frontera o el paso indiscriminado de tropas estadounidenses a territorio mexicano, llevó implícito también el reconocimiento de que el “problema indio” era un problema bilateral.

Si bien fue un duro comienzo en el plano internacional para el gobierno de Porfirio Díaz, la falta de reconocimiento diplomático y la interrupción de la relación bilateral durante los primeros meses de gestión también significaron la falta de intromisión, al menos de manera directa, de los Estados Unidos en los asuntos domésticos. No sólo eso, la buena gestión diplomática de Vallarta desde la capital mexicana y la inteligente labor de Zamacona en prensa, con empresarios y círculos políticos de Estados Unidos, dotaron a Díaz del reconocimiento que el gobierno estadounidense se negaba a otorgar. Estos no eran detalles menores en una época de consolidación del Estado mexicano, en la que se intentaban estabilizar las relaciones entre los Estados y la Federación y la Federación y el exterior. Al final, la amarga experiencia dejaba sinsabores en la boca, pero también había reportado cierto beneficio.

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Conclusiones

Como países colindantes, los problemas fronterizos han estado siempre presentes en el discurso diplomático de México y Estados Unidos con mayor o menor fuerza. Hoy, las incursiones indias en ambos lados de la frontera ya no son un problema para la relación bilateral pero sí lo son el tráfico de armas y el flujo migratorio, por ejemplo. Dos cosas podemos estimar entonces: que la frontera ya sea permeable o porosa, mantiene ciertas influencias inherentes a la vecindad y que esta, la vecindad y no la línea divisoria en sí misma, siempre formará parte del discurso diplomático. Lo anterior es evidente al considerar que la línea divisoria ha sido una en 1821 tras la Independencia de México, otra en 1836 con la Independencia texana, otra en 1848 con la firma del Tratado Guadalupe

Hidalgo y otra en 1853 con la compra de La Mesilla y, sin embargo, ha modificado las relaciones culturales, sociales y económicas a lo largo de la franja fronteriza, así como la relación bilateral.

Con esta consideración en mente, en esta investigación estudié sólo una vertiente de la influencia fronteriza –las incursiones indias- y en un periodo específico de tiempo -1821 a

1876-. Específicamente, busqué responder al porqué las incursiones de grupos indios nómadas en ambos lados de la línea fronteriza de México y Estados Unidos tuvieron incidencia en las negociaciones diplomáticas para reanudar la relación bilateral en 1876. Y después de indagar, pude advertir que fue justamente porque se trataba de un problema regional; los ataques indios afectaban la forma de vida en la frontera y dificultaban en demasía el expansionismo comercial que en la década de 1870 Estados Unidos buscaba.

Esta explicación resulta sencilla, incluso obvia, pero adquiere notabilidad al pensar entonces porqué, siendo un problema regional, no había tenido incidencia en la relación

150 bilateral antes. La explicación está precisamente en la primera pregunta. En 1876 las incursiones indias tuvieron un impacto en la relación bilateral porque cruzaban la línea divisoria; justamente aquella línea que se pactó en 1848 y 1853, la nueva frontera que dividía a ambos países.

Como fue posible observar, los primeros años de vida independiente estuvieron plagados de peligros externos y desorganización interna para México. La política exterior se limitó a la defensa del territorio nacional mientras que la interior permanecía sin una definición clara.

Los constantes enfrentamientos entre diferentes bandos políticos en el centro de México consumieron una enorme cantidad recursos y demandaron la atención a los “asuntos nacionales” casi exclusivamente desde la capital mexicana. Así, los territorios de la periferia y sus necesidades fueron descuidados prácticamente en su totalidad. La línea de presidios y misiones que fungían como frontera en el Lejano Norte colapsó y con ella lo hizo también el delicado orden local. En estas circunstancias, comenzaron a emerger nuevas dinámicas regionales en aquellos distantes territorios de la incipiente nación mexicana.

Estos mismos años fueron también de gran expansionismo al Oeste por parte de pobladores anglosajones con hondos deseos de encontrar tierras que les dieran la anhelada prosperidad.

La convicción del triunfo de la nación estadounidense sobre la adversidad, lo agreste y lo salvaje, su ideología republicana y democrática, completamente antagónica a la despreciable tradición monárquica europea; el protestantismo y el amor al trabajo, eran considerados elementos que debían ser compartidos y arraigados en toda América. Era el

“Destino Manifiesto” de la nación estadounidense hacerlo.

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El Lejano Norte mexicano también comenzó a ser el Salvaje Oeste estadounidense. Así, en la primera parte de esta investigación pudimos observar que, al dejar de lado una interpretación de la “soberanía nacional” como un constructo social homogéneo en todo el país, logramos apreciar las dinámicas regionales que nos ayudan a entender con mayor facilidad el proceso que llevó a la pérdida de un territorio que no terminaba de ser del todo

“nacional”. Si bien dichas áreas geográficas pertenecían en papel a México por herencia de la Corona española, las dinámicas regionales que en ellas se habían formado y la lejanía con el (inestable) proyecto nacional que se diseñaba desde el centro, impidió que se gestara un sentimiento nacionalista263.

En el reajuste territorial de México y los Estados Unidos (Texas como producto de su propia independencia, California, Nuevo México y Arizona como indemnización por los costos de la Guerra del 47 y La Mesilla por su venta), mucho más tiene que ver el poder de la ola expansionista estadounidense que fue capaz de poblar dichos territorios y establecer relaciones económicas y culturales, que el poder de las armas. La nueva línea divisoria, acordada en 1848 en el Tratado Guadalupe Hidalgo, estableció una redistribución de los territorios y, al hacerlo trastocó también la dinámica de las regiones que se dividían, dinámica en la que los indios nómadas habían sido protagonistas desde la época colonial.

Como se señaló en la segunda parte de esta investigación, para los grupos indios que habían habitado desde mucho tiempo antes el Lejano Norte de México, la nueva demarcación

263 Apelo al “nacionalismo” descrito en los términos de Benedict Anderson, entendido como el organismo sociológico dinámico en el tiempo que se concibe a sí mismo como una comunidad que avanza progresivamente en la historia. Para Anderson, la Nación es una comunidad política imaginada, limitada y soberana. Comunidad política porque en ella se comparte un compañerismo arraigado; imaginada porque sus miembros nunca conocerán a la totalidad de sus compatriotas pero comparten una idea de comunión con ellos, limitada en virtud de sus fronteras perfectamente bien establecidas aunque elásticas y soberana por su necesidad de sentirse libres, usando la soberanía como garantía y emblema de dicha libertad. Benedict Anderson, Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo (México, D.F.: Fondo de Cultura Económica, 2011). 152 territorial no representó una verdadera división del territorio que hasta ese momento había sido su homeland. El expansionismo estadounidense los desplazaba cada vez al Oeste y al

Sur. Para prevalecer en dicho territorio tenían que hacer frente a una política de franco exterminio –en Estados Unidos- o asimilación –en México-. Con este propósito, los indios aprendieron a usar la línea divisoria en su beneficio. Conocedores de que las tropas de ambos países no podían perseguirles al otro lado de la misma, aprovecharon la enorme porosidad de la frontera en el siglo XIX para saquear de un lado de la misma y cabalgar con su botín hasta el otro lado de la misma.

Por supuesto, la violencia que ejercían tanto los grupos de indios como los pobladores mexicanos y estadounidenses en dichos territorios, no era un tema nuevo. Se remontaba a los primeros contactos entre europeos e indios nativos. Sin embargo, la precaria paz alcanzada en el periodo colonial basada en acuerdos en los que los europeos dotaban de mercancías como mantas, velas y alimento a los indios a cambio de no sufrir sus fieros embates, se acabó con la caída de las misiones y presidios. Luego, dichos territorios comenzaron a generar un nuevo orden social basado en el intercambio económico –que no significa convivencia, pero sí coexistencia-. Sin embargo, la delimitación, al menos en papel, de la frontera entre México y Estados Unidos generó nuevos intereses económicos en la región (como la explotación minera del Oeste y ganadera del Este) en la que no había cabida para el tipo de vida de los indios “salvajes” y nómadas. La violencia fronteriza en estas circunstancias era consecuencia casi previsible.

A inicio de la década de 1870, México y Estados Unidos se encontraban en un periodo de restauración. La política exterior mexicana fue reorientada y ya no se buscaba únicamente el reconocimiento internacional y la defensa del territorio. El legado del segundo Imperio

153 mexicano en materia de política exterior fue la firme seguridad de que la conducción de las relaciones con otros países debía entablarse en condiciones de igualdad y defensa de los intereses de la República. Por su parte, Estados Unidos buscaba reincorporar a sus estados del Sur a la Unión Americana bajo un nuevo esquema político, social y, por supuesto, económico. La inversión en infraestructura y desarrollo de la actividad comercial en el Sur se tornaban como los mejores conductos para hacer prosperar nuevamente la región.

Así se encuentran un Díaz que debía obtener el reconocimiento internacional protegiendo los intereses nacionales y un Hayes que buscaba atender a los intereses del Sur y hacer prosperar dichos territorios nuevamente. Como vimos en la última parte de esta investigación, la pacificación de la frontera y la erradicación de las incursiones indias se volvieron las cartas de negociación de los diplomáticos mexicanos y estadounidenses para lograr el reconocimiento internacional. Hayes buscaba que el gobierno mexicano se comprometiera a acabar con “el problema indio” antes de otorgar el reconocimiento diplomático al nuevo gobierno golpista. Díaz, si bien nunca rechazó que fuera competencia del gobierno mexicano atender esta compleja situación, lo cierto es que siempre fue cauteloso en no aseverar que dicha obligación era sólo competencia del Estado mexicano.

Finalmente, el reconocimiento diplomático fue otorgado de manera oficial debido a los esfuerzos del gobierno porfirista por pacificar la frontera y el cumplimiento del pago del primer abono de su deuda con los Estados Unidos. Sin embargo, su peso tuvieron también los intereses comerciales de varios empresarios estadounidenses y el daño que la falta de reconocimiento estaba ejerciendo en la muy cuestionada administración de Hayes. El problema de la violencia infringida por mexicanos, estadounidenses e indios en la frontera mexicoamericana debió ser atendido de forma conjunta, con ambos países tomando

154 acciones al respecto, es decir, las incursiones indias en la frontera como tema binacional sólo podían encontrar solución al enfrentarlo como un problema común, un problema regional.

Ahora, considero importante mencionar que es imposible considerar que los intereses fronterizos atendían a las peculiaridades de una sola región. Las dinámicas locales fueron muy diferentes para la región del este, del centro y del oeste de la línea fronteriza, marcándose claramente, al menos, tres regiones que compartían una misma característica: ser frontera. No obstante, al ser precisamente la frontera el elemento determinante para la conducción de la relación bilateral, fue necesario en esta investigación obviar la diferenciación de dichos procesos. Ello no quiere decir que no sean vetas de estudio significativas para posteriores investigaciones y, por supuesto, constituyen una significativa carencia de la presente.

Por mencionar algunos ejemplos de esta diferenciación regional valdría la pena referir los siguientes dos. La producción minera del Oeste generó un auge económico extraordinario para dicha región durante la década de los años 50’s. La población sonorense, conocedora de la industria minera, migró al Norte transmitiendo sus conocimientos a los nuevos mineros californianos. La región Este, carente de recursos mineros, no experimentó esta prosperidad económica en el mismo periodo. Otro ejemplo relevante fue la forma en la que la Guerra Civil afectó a los actuales estados sureños de Estados Unidos. Mientras Texas tuvo una concentración extraordinaria de tropas militares, activando la economía regional hasta la misma ciudad de Monterrey, los estados del Oeste se vieron carentes de toda vigilancia militar quedando expuestos a unos índices de criminalidad sin precedentes.

155

Como estos ejemplos hay otros muchos y muy valiosos que, sin duda, podrán aportar en investigaciones futuras gran relevancia al saber general.

Por lo pronto, habré logrado mi objetivo si este trabajo permite asomarnos a una concepción de frontera más dinámica; a unos actores de gran relevancia regional que carecían de lugar en los grandes proyectos nacionales de México y Estados Unidos y, finalmente, a problemas que no siempre encuentran solución en el curso de la historia nacional si no son atendidos a diferentes niveles, como el internacional.

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Anexos

Anexo 1. Doctrina Monroe

Fragmento del séptimo informe presidencial de James Monroe (2 de diciembre de 1823)264

Recientemente se nombró a un ministro de los Estados Unidos ante Colombia y Buenos Aires. Previamente se designó a otro ministro en México.

El continente americano por la condición libre e independiente ha asumido y sostiene de hoy en adelante que no se considerarán como objetivos de futura colonización por ninguna potencia europea.

En las guerras de las potencias europeas, en asuntos relacionados con ellas mismas, nunca hemos tomado parte, ni concuerda con nuestra política hacerlo. Solamente cuando se invaden o amenazan seriamente nuestros derechos resentimos los daños o hacemos preparativos para nuestra defensa. Nos hallamos necesariamente más íntimamente vinculados con los acontecimientos de este hemisferio, por razones que deben ser evidentes para todo observador ilustrado e imparcial. El sistema político de las potencias aliadas es esencialmente diferente en este aspecto del de América.

Por tanto, debemos, en honor de la sinceridad y a las relaciones amistosas existentes entre los Estados Unidos y esas potencias, declarar que consideraríamos cualquier intento de su parte para extender sus sistemas a cualquier porción de este hemisferio, como un peligro para nuestra paz y nuestra seguridad. En las colonias o dependencias de cualquier potencia europea, ahora existentes, no hemos intervenido ni lo haremos. Pero tratándose de gobiernos que han declarado su independencia y la han conservado, y cuya independencia nosotros, con cuidadosa consideración y basándonos en justos principios, hemos reconocido, ninguna intervención de cualquier potencia europea con el propósito de oprimirlos o de controlar su destino en otra forma podría ser interpretada por nosotros más que como la manifestación de una actitud hostil hacia los Estados Unidos.

264 Ampudia, México en los informes presidenciales de los Estados Unidos, pp. 46 – 47. 157

En la guerra entre esos nuevos gobiernos y España, declaramos nuestra neutralidad cuando hubimos de reconocerlos como tales, y a ella nos hemos adherido, y continuaremos adhiriéndonos, siempre y cuando no ocurra cambio alguno que, a juicio de las autoridades competentes de este gobierno, imponga como indispensable a su seguridad, el cambio correspondiente de parte de los Estados Unidos.

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Anexo 2. Informe presidencial de James K. Polk

Fragmento del segundo informe presidencial de James K. Polk (8 de diciembre de 1846)265

[…] La anexión de Texas a los Estados Unidos no constituyó motivo de ofensa justificada para México. El pretexto de serlo no es en absoluto congruente y reconciliable con los hechos fidedignos relacionados con la revolución, por medio de la cual Texas se volvió independiente de México. Pese a que lo anterior es por demás manifiesto, sería oportuno referirnos a las causas y a la historia de los principales acontecimientos de dicha revolución.

[…]

La Texas que se cedió a España por el Tratado de la Florida abarcaba todo el territorio hoy reclamado por el estado de Texas entre el Nueves y el Río Grande. La República de Texas siempre ha considerado a este río como su frontera occidental y, en el tratado celebrado con Santa Anna, en mayo de 1836, éste así lo reconoció. Con base en la Constitución adoptada en Texas, en marzo de 1836, se organizaron distritos senatoriales y de representantes al oeste del Nueces. El 19 de diciembre de 1836, el Congreso de esa república promulgó “una ley para definir las fronteras de la República de Texas”, en la que se declaraba que el Río Grande, “desde su desembocadura hasta su fuente, era su frontera y, de conformidad con dicha ley, extendieron jurisdicción civil y política" sobre el país que llegaba hasta dicha frontera. Durante el periodo de más de nueve años que transcurrió entre la adopción de su constitución y su anexión como uno de los estados de la Unión, Texas afirmó y ejerció muchos actos de soberanía y de jursidicción sobre el territorio y los habitantes al oeste del Nueces. Organizó y definió los límites de las regiones que se extendían hasta el Río Grande; estableció tribunales de justicia y extendió su sistema judicial sobre el territorio; estableció una aduana y cobró aranceles, así como correos y caminos de correo; estableció una oficina de tierras y emitió numerosos otorgamientos de tierra dentro de sus límites; eligió a senadores y representantes al Congreso de la República que residían en cada una de estas vecindades y quienes sirvieron en esa calidad hasta que entró en vigor la ley de

265 Ricardo Ampudia, México en los informes presidenciales de los Estados Unidos, pp. 83 – 94. 159 anexión, tanto en el Congreso como en la Convención de Texas, y quienes otorgaron su consentimiento a los términos y condiciones de la propia anexión. Ésta era la Texas que, mediante ley de nuestro Congreso del 29 de diciembre de 1845, fue admitida como uno de los estados de nuestra Unión. Que el Congreso delos Estados Unidos entendiera que el estado de Texas que admitieron en la Unión se extendía más allá del Nueces es evidente por el hecho de que el 31 de diciembre de 1845, sólo dos días después de la ley de admisión, promulgó una ley “para establecer un distrito de recaudación en el estado de Texas”, mediante la cual se creó un puerto de recaudación en Corpus Christi, situado al oeste del Nueces, y habida cuenta de que era el mismo punto en el que estaba ubicada la aduana, que había sido establecida de conformidad con las leyes de dicha república; […]

Sin embargo, el propio México nunca se ha basado, para emprender esta guerra, en el hecho de que nuestro ejército haya ocupado el territorio comprendido entre el Nueces y el Río Grande. Perseveró obstinadamente en su refutada pretensión de que Texas no era en realidad un estado independiente, sino una provincia rebelde, y su propósito manifiesto de iniciar una guerra con los Estados Unidos era reconquistar Texas y restaurar la autoridad de México en todo el territorio, no sólo hasta el Nueces, sino hasta el Sabine. En virtud de las proclamadas amenazas de México con ese fin, consideré mi deber, como medida de precaución y defensa, ordenar a nuestro ejército ocupar posición en nuestra frontera como puesto militar, desde el que nuestras tropas pudieran resistir y repeler mejor cualquier intento de invasión que México pudiera intentar. Nuestro ejército ocupó posición en Corpus Christi, al oeste del Nueces, desde agosto de 1845, sin queja alguna de ningún lugar. Si el Nueces hubiera sido considerado como la verdadera frontera de Texas, nuestro ejército habría pasado por dicha frontera muchos meses antes de que alcanzara a la ribera oriental del Río Grande. En mi mensaje anual de diciembre último informé al Congreso que, a invitación de éste y de la Convención de Texas, había considerado oportuno ordenar que se despachara una fuerte escuadra a las costas de México y concentrar una eficiente fuerza militar en la frontera occidental de Texas para proteger y defender sus habitantes contra la amenaza de invasión de México. En dicho mensaje informé al Congreso que, desde el momento en que Texas aceptó los términos y condiciones de la anexión ofrecida por los Estados Unidos, Texas se convirtió a tal punto en parte de nuestro propio país que era deber nuestro proporcionar dicha protección y defensa y que, para tal fin, se ordenó a nuestra

160 escuadra dirigirse al Golfo y a nuestro ejército tomar “posiciones entre el Nueces y el Río del Norte” o Río Grande y “repeler cualquier invasión al territorio texano que llegasen a intentar las fuerzas mexicanas”.

Se consideró oportuno expedir esta orden en virtud de que el gobierno de México manifestó graves amenazas de invadir el territorio texano poco después de que, en abril de 1845, el presidente de Texas había emitido una proclama para convocar al Congreso de esa república, a efectos de someter a la consideración de dicho cuerpo legislativo los términos y condiciones de la anexión propuesta por los Estados Unidos. Estas amenazase volvieron más alarmantes conforme se hacía más evidente, durante el proceso de consulta dela cuestión, que el pueblo de Texas se decidiría en favor de aceptar los términos y condiciones de la anexión; finalmente, dichas amenazas asumieron ese temible carácter, lo cual indujo tanto al Congreso como a la Convención de Texas a pedir que los Estados Unidos despacharan una fuerza militar a su territorio para protegerla y defenderla contra la amenaza de invasión. Hubiera sido una violación de la buena fe hacia el pueblo de Texas el haberse rehusado a proporcionarle el auxilio que deseaba, contra la amenaza de invasión a la que había estado expuesto a resultas de su libre determinación de anexarse a nuestra Unión, de acuerdo con la posibilidad que le ofreció la resolución conjunta de nuestro Congreso. En consecuencia, se ordenó a una parte del ejército que avanzara a Texas. La posición escogida por el general Taylor fue Corpus Christi. Acampó en dicha posición en agosto de 1845 y el ejército permaneció en ella hasta el 11 de marzo de 1846, cuando se desplazó en dirección al oeste, y el 28 del mismo mes alcanzó la ribera oriental del Río Grande, frente a Matamoros. Este desplazamiento se efectuó de conformidad con órdenes del Departamento de Guerra, expedidas el 13 de enero de 1846. Antes de que se emitieran dichas órdenes, el Departamento de Estado recibió un oficio de nuestro ministro en México, fechado el 17 de diciembre de 1845, en el que éste transmitía la decisión del consejo de gobierno de México de negarse a recibirlo, así como un oficio de nuestro cónsul en la ciudad de México, del 18 del mismo mes, de los cuales se ajuntaron copias a mi mensaje al Congreso del 2 de mayo último. Estas comunicaciones nos indicaban que era muy probable, si no absolutamente seguro, que nuestro ministro no fuera recibido por el gobierno del general Herrera.

161

Es bien sabido también que se tenían pocas esperanzas de un resultado diferente con el general Paredes, en caso de que tuvieran éxito el movimiento revolucionario que éste dirigía, como también era muy probable. Los partidarios de Paredes, quienes, como señalaba nuestro ministro en el referido oficio, mostraban una feroz hostilidad hacia los Estados Unidos, declararon que las negociaciones propuestas constituían un acto de traición y llamaron abiertamente a las tropas y al pueblo a derrocar por la fuerza al gobierno de Herrera. Se amenazó abiertamente con la reconquista de Texas y la guerra con los Estados Unidos. Éstas eran las circunstancias imperantes cuando se consideró oportuno ordenar al ejército bajo el mando del general Taylor que avanzara a la frontera occidental de Texas y ocupara una posición en el Río Grande o cerca de éste.

Los acontecimientos justifican plenamente las aprensiones de que México llevara a cabo su contemplada invasión. La decisión de México de apresurar las hostilidades contra los Estados Unidos se manifestó posteriormente en el tenor de la nota del ministro de Asuntos Extranjeros mexicano dirigida a nuestro ministro, de fecha 12 de marzo de 1846, […] tras referirse a la resolución de anexión de Texas que había adoptado nuestro Congreso en marzo de 1845, pasó a declarar que:

Un hecho como éste o, para decirlo con mauor exactitud, un acto de notoria usurpación, creó la imperiosa necesidad de que México, por su propio honor, lo repeliera con la apropiada firmeza y dignidad. El supremo gobierno había declarado con anterioridad que consideraría dicho acto como causus belli, que, como consecuencia de esta declaración, la negociación por su propia naturaleza llegaba a su fin, y que la guerra el único recurso que le quedaba al gobierno mexicano.

[…]

El general en jefe efectuó el desplazamiento de nuestro ejército al Río Grande bajo las órdenes de abstenerse de todo acto de agresión contra México o ciudadanos mexicanos, así como de considerar pacíficas las relaciones entre ambos países a menos que México declarase la guerra o cometiese actos de hostilidad que indicasen la existencia de un estado de guerra. Dichas órdenes han sido fielmente ejecutadas. Mientras ocupaba su posición en la ribera oriental del Río Grande dentro de los límites de Texas, que para ese entonces ya había sido admitido como uno de los estados de la Unión, el comandante general de las fuerzas mexicanas quien, de conformidad con las órdenes de su gobierno, había reunido un gran ejército en la ribera opuesta del Río Grande, cruzó dicho río, invadió nuestro territorio

162 y, al atacar a nuestras fuerzas inició hostilidades. Así, después de todos los agravios que habíamos recibido y soportado y después de que en forma insultante rechazara un ministro enviado allí en misión de paz y a quien se comprometió solemnemente a recibir, México consumó su larga serie de ultrajes con nuestro país, al iniciar una guerra ofensiva y al hacer que cayera la sangre de nuestros ciudadanos en nuestro propio suelo. […]

163

Anexo 3. Tratado Guadalupe Hidalgo

Versión en español266

Tratado de Paz de Guadalupe Hidalgo, celebrado el día 2 de Febrero de 1848 entre México y los E.E.U.U., con las enmiendas hechas por el Senado americano y aprobadas por el Gobierno Mexicano.

En el nombre de Dios Todopoderoso:

Los Estados Unidos Mexicanos y los Estados Unidos de América, animados de un sincero deseo de poner término a las calamidades de la guerra que desgraciadamente existe entre ambas repúblicas y de establecer sobre bases sólidas relaciones de paz y buena amistad, que procuren recíprocas ventajas a los ciudadanos de uno y otro país y afiancen la concordia, armonía y mutua seguridad en que deben vivir como buenos vecinos los dos pueblos, han nombrado a este efectos sus respectivos plenipotenciarios, a saber: el Presidente de la República Mexicana a D. Bernardo Cuoto, D. Miguel Atristáin y D. Luis Gonzaga Cuevas, ciudadanos de la misma República, y el Presidente de los Estados Unidos de América a D. Nicolás P. Trist ciudadano de dichos Estados Unidos: quienes después de haberse comunicado sus plenos poderes, bajo la protección del Señor Dios Todopoderos, Autor de la paz, hanajustado, convenido y firmado el siguiente:

Tratado de paz, amistad, límites y arreglo definitivo entre la República Mexicana y los Estados Unidos de América.

ARTÍCULO I

Habrá paz firme y universal entre la República Mexicana y los Estados Unidos de América, y entre sus respectivos países, territorios, ciudades, villas y pueblos, sin excepción de lugares o personas.

ARTÍCULO II

266 Rafael M. Rodríguez (Compilador), 1848 – 1998, Génesis de una frontera (Tijuana: Arquetipos Editores, 1998) pp. 102 – 115. 164

Luego que se firme el presente tratado habrá un convenio entre el comisionado o comisionados del Gobierno Mexicano y el o los que nombre el general en jefe de las fuerzas de los Estados Unidos, para que cesen provisionalmente las hostilidades y se restablezca en los lugares ocupados por las mismas fuerzas el orden constitucional en lo político, administrativo y judicial, en cuanto lo permitan las circunstancias de ocupación militar.

ARTÍCULO III

Luego que este tratado sea ratificado por el gobierno de los Estados Unidos se expedirán órdenes a sus comandantes de tierra y mar, previniendo a esos segundos, siempre que el tratado haya sido ya ratificado por el gobierno de la República Mexicana y canjeadas las ratificaciones que inmediatamente alcen el bloqueo de todos los puertos mexicanos, y mandando a los primeros (bajo la misma condición) que a la mayor posible brevedad comiencen a retirar todas las tropas de los Estados Unidos que se hallaren entonces en el interior de la República Mexicana, a puntos que se elegirán de común acuerdo y que no distarán de los puertos más de treinta leguas: esta evacuación del interior de la República se consumará con la menor dilación posible, comprometiéndose a la vez el Gobierno Mexicano a facilitar, cuando quepa en su arbitrio, la evacuación de las tropas americanas; a hacer cómodas su marcha y su permanencia en los nuevos puntos que se elijan y a promover una buena inteligencia entre ellas y los habitante. Igualmente se librarán órdenes a las personas encargadas de las aduanas marítimas en todos los puertos ocupados por las fuerzas de los Estados Unidos previniéndoles (bajo la misma condición) que pongan inmediatamente en posesión de dichas aduanas a las personas autorizadas por el Gobierno Mexicano para recibirlas, entregándoles al mismo tiempo todas las obligaciones y constancias de deudas pendientes por derechos de importación y exportación, cuyos plazos no estén vencidos. Además se formará una cuenta fiel y exacta que manifieste el total monto de los derechos de importación y exportación recaudados en las mismas aduanas marítimas o en cualquiera otro lugar de México por autoridad de los Estados Unidos desde el día de la ratificación de este tratado por el gobierno de la República Mexicana, y también una cuenta de los gastos de recaudación; y la total suma de los derechos cobrados deducidos solamente los gastos de recaudación se entregará al Gobierno Mexicano en la ciudad de México a los tres meses del canje de las ratificaciones. 165

La evacuación de la capital de la República Mexicana por las tropas de los Estados Unidos en consecuencia de lo que queda estipulado, se complementará al mes de recibirse por el comandante de dichas tropas las órdenes convenidas en el presente artículo, o antes si fuere posible.

ARTÍCULO IV

Luego que se verifique el canje de las ratificaciones del presente tratado, todos los castillos, fortalezas, territorios, lugares y posesiones que hayan tomado u ocupado las fuerzas de los Estados Unidos en la presente guerra dentro de los límites que por el siguiente artículo van a fijarse a la República Mexicana, se devolverán definitivamente a la misma República con toda la artillería, armas, aparejos de guerra, municiones y cualquiera otra propiedad pública existente en dichos castillos y fortalezas cuando fueron tomados y que se conserve en ellos al tiempo de ratificarse por el gobierno de la República Mexicana el presente tratado. A este efecto, inmediatamente después de que se firme se expedirán órdenes a los oficiales americanos que mandan dichos castillos y fortalezas, para asegurar toda la artillería, armas, aparejos de guerra, municiones y cualquiera otra propiedad pública, la cual no podrá en delante removerse de donde se halla, ni destruirse. La ciudad de México, dentro de la línea anterior de atrincheramientos que la circundan, queda comprendida en la precedente estipulación, en lo que toca a la devolución de artillería, aparejos de guerra, etc.

La final evacuación del territorio de la República Mexicana por las fuerzas de los Estados Unidos quedará consumada a los tres meses del canje de las ratificaciones, o antes si fuere posible; comprometiéndose a la vez el gobierno mexicano, como en el artículo anterior, a usar de todos los medios que estén en su poder para facilitar la total evacuación, hacerla cómoda a las tropas americanas y promover entre ellas y los habitantes una buena inteligencia.

Sin embargo, si la ratificación del presente tratado por ambas partes no tuviere efecto en tiempo que permita que el embarque de las tropas de los Estados Unidos se complete antes de que comience la estación mal sana en los puertos mexicanos del Golfo de México, en tal caso se hará un arreglo amistoso entre el Gobierno Mexicano y el general en jefe de dichas tropas, y por medio de este arreglo se señalarán lugares salubres y convenientes (que no

166 disten de los puertos más de treinta leguas) para que residan en ellos hasta la vuelta de la estación sana las tropas que aún no se hayan embarcado. Y queda entendido que el espacio de tiempo de que aquí se habla, como comprensivo de la estación mal sana, se entiende desde el día 1º de Mayo hasta el 1º de Noviembre.

Todos los prisioneros de guerra tomados en mar o tierra por ambas partes se restituirán a la mayor brevedad posible después del canje de las ratificaciones del presente tratado. Queda también convenido que si algunos mexicanos estuvieren ahora cautivos en poder de alguna tribu salvaje dentro de los límites que por el siguiente artículo van a fijarse a los Estados Unidos, el gobierno de los mismos Estados Unidos exigirá su libertad y los hará restituir a su país.

ARTÍCULO V

La línea divisoria entre las dos República comenzará en el Golfo de México, tres leguas fuera de tierra frente a la desembocadura del Río Grande, llamado por otro nombre Río Bravo del Norte, o del más profundo de sus brazos, si en la desembocadura tuviere varios brazos: correrá por la mitad de dicho río, siguiente el canal más profundo, donde tenga más de un canal, hasta el punto en que dicho río corta el lindero meridional de Nuevo México; continuará luego hacia Occidente por todo este lindero meridional (que corre al Norte del pueblo llamado Paso) hasta su término por el lado Occidente: desde allí subirá la línea divisoria hacia el Norte por el lindero occidental de Nuevo México, hasta donde este lindero esté cortado por el primer brazo del río Gila; (y si no está cortado por ningún brazo del río Gila, entonces hasta el punto del mismo lindero occidental más cercano al tal brazo, y de ahí en línea recta al mismo brazo) continuará después por mitad de este brazo y del río Gila hasta su confluencia con el río Colorado; y desde la confluencia de ambos ríos la línea divisoria, cortando el Colorado, seguirá el límite que separa la Alta de la Baja California hasta el mar Pacífico.

Los linderos meridional y occidental de Nuevo México, de que habla este artículo son los que se marcan en la carta titulada: Mapa de los Estados Unidos de México según lo organizado y definido por las varias actas del Congreso de dicha República, y construido por las mejores autoridades. Edición revisada que publicó en Nueva York en 1847, J.

167

Disturnell; de la cual se agrega un ejemplar al presente tratado, firmado y sellado por los plenipotenciarios infrascritos. Y para evitar toda dificultad al trazar sobre la tierra el límite que separa la Alta de la Baja California, queda convenido que dicho límite consistirá en una línea recta tirada desde la mitad del río Gila en el punto donde se une con el Colorado, hasta un punto en la costa del mar Pacífico, distante una legua marina al Sur del punto más meridional del puerto de San Diego, según este puerto está dibujado en el plano que levantó el año de 1782 el segundo piloto de la armada española D. Juan Pantoja, y se publicó en Madrid el de 1802, en el Atlas para el viaje de las goletas Sutil y Mexicana; del cual plano se agrega copia firmada y sellada por los plenipotenciarios respectivos.

Para consignar la línea divisoria con la precisión debida en mapas fehacientes y para establecer sobre la tierra mojones que pongan a la vista los límites de ambas Repúblicas, según quedan descritas en el presente artículo, nombrará cada uno de los dos gobiernos un comisario y un agrimensor, que se juntarán antes del término de un año contado desde la fecha del canje de las ratificaciones de este tratado, en el Puerto de San Diego, y que precederán a señalar y demarcar la expresada línea divisoria en todo su curso hasta la desembocadura del Río Bravo del Norte. Llevarán diarios y levantarán planos de sus operaciones, y el resultado convenido por ellos se tendrá por parte de este tratado y tendrá la misma fuerza que si estuviese inserto en él; debiendo convenir amistosamente los dos gobiernos en el arreglo de cuanto necesiten estos individuos y en la escolta respectiva que deban llevar, siempre que sea necesario.

La línea divisoria que se establece por este artículo será religiosamente respetada por cada una de las dos Repúblicas, y ninguna variación se hará jamás en ella, sino de expreso y libre consentimiento de ambas naciones, otorgado legalmente por el gobierno general de cada una de ellas, con arreglo a su propia constitución.

ARTÍCULO VI

Los buques y ciudadanos de los Estados Unidos tendrán en todo tiempo un libre y no interrumpido tránsito por el Golfo de California y por el río Colorado desde su confluencia con el Gila, por sus posesiones, y desde sus posesiones sitas al norte de la línea divisoria que queda marcada en el artículo precedente; entendiéndose que este tránsito se ha de hacer

168 navegando por el Golfo de California y por el río Colorado, y no por tierra sin expreso consentimiento del Gobierno Mexicano.

Si por reconocimientos que se practiquen se comprobare la posibilidad y conveniencia de construir un camino, canal o ferrocarril que en todo o en parte corra sobre el río Gila o sobre alguna de sus márgenes derecha o izquierda en la latitud de una legua marina de uno o de otro lado del río, los gobiernos de ambas Repúblicas se pondrán de acuerdo sobre su construcción, a fin de que sirva igualmente para el uso y provecho de ambos países.

[…]

ARTÍCULO VIII

Los mexicanos establecidos hoy en territorios pertenecientes antes a México y que quedan para lo futuro dentro de los límites señalados por el presente tratado a los Estados Unidos, podrán permanecer en donde ahora habitan o trasladarse en cualquier tiempo a la República Mexicana, conservando en los indicados territorios los bienes que poseen o enajenándolos y pasando su valor a donde les convenga, sin que por esto pueda exigírseles ningún género de contribución, gravamen o impuesto.

Los que prefieran permanecer en los indicados territorios podrán conservar el título y derechos de ciudadanos mexicanos, o adquirir el título y derechos de ciudadanos de los Estados Unidos. Mas la elección entre una y otra ciudadanía deberán hacerla dentro de un año contando desde la fecha del canje de las ratificaciones de este tratado. Y los que permanecieren en los indicados territorios después de transcurrido el año sin haber declarado su intención de retener el carácter de mexicanos, se considerará que han elegido ser ciudadanos de los Estados Unidos.

Las propiedades de todo género existentes en los expresados territorios y que pertenecen ahora a mexicanos no establecidos en ellos serán respetadas inviolablemente. Sus actuales dueños, los herederos de éstos y los mexicanos que en lo venidero puedan adquirir por contrato las indicadas propiedades, disfrutarán respecto de ellas tan amplia garantía como si perteneciesen a ciudadanos de los Estados Unidos.

ARTÍCULO IX 169

Los mexicanos que e los territorios antedichos no conserven el carácter de ciudadanos de la República Mexicana, según lo estipulado en el artículo precedente, serán incorporados en la Unión de los Estados Unidos y se admitirán en tiempo oportuno (a juicio del Congreso de los Estados Unidos) al goce de todos los derechos de los ciudadanos de los Estados Unidos, conforme a los principios de la constitución; entre tanto serán mantenidos y protegidos en el goce de su libertad y propiedad y asegurados en el libre ejercicio de su religión sin restricción alguna.

[…]

ARTÍCULO XI

En atención a que una gran parte de los territorios que por el presente tratado van a quedar para lo futuro dentro de los límites de los Estados Unidos se halla actualmente ocupada por tribus salvajes, que han de estar en adelante bajo la exclusiva autoridad del gobierno de los Estados Unidos, y cuyas incursiones sobre los distritos mexicanos serían en extremo perjudiciales, está solemnemente convenido que le mismo gobierno de los Estados Unidos contendrá las indicadas incursiones por medio de la fuerza, siempre que así sea necesario, y cuando no pudiere prevenirlas, castigará y escarmentará a los invasores, exigiéndoles además la debida reparación; todo del mismo modo y con la misma diligencia y energía que obraría si las incursiones se hubiesen meditado o ejecutado sobre territorios suyos, o contra sus propios ciudadanos.

A ningún habitante de los Estados Unidos será lícito bajo ningún pretexto comprar o adquirir cautivo alguno, mexicano o extranjero, residente en México, apresado por los indios habitantes en territorios de cualquiera de las dos Repúblicas, ni los caballos, mulas, ganados o cualquiera otro género de cosas que hayan robado dentro del territorio mexicano.

Y en caso de que cualquier persona o personas cautivadas por los indios dentro del territorio mexicano sean llevadas al territorio de los Estados Unidos el gobierno de dichos Estados Unidos se compromete y obliga de la manera más solemne, en cuanto le sea posible, a recatarlas y restituirlas a su país, o entregarlas al agente o representantes del Gobierno Mexicano; haciendo todo esto tan luego como sepa que los dichos cautivos se hallan dentro de su territorio y empleando al efecto el leal ejercicio de su influencia y 170 poder. Las autoridades mexicanas darán a los Estados Unidos, según sea practicable, una noticia de tales cautivos; y el agente mexicano pagará los gastos erogados en el mantenimiento y remisión de los que se rescaten, los cuales, entre tanto, serán tratados con la mayor hospitalidad por las autoridades americana en el lugar en que se encuentren. Mas si el gobierno de los Estados Unidos antes de recibir aviso de México tuviere noticia por cualquier otro conducto de existir en su territorio cautivos mexicanos, procederá desde luego a verificar su rescate y entrega al agente mexicano, según queda convenido.

Con el objeto de dar a estas estipulaciones la mayor fuerza posible y afianzar al mismo tiempo la seguridad y las reparaciones que exige el verdadero espíritu e intención con que se han ajustado, el gobierno de los Estados Unidos dictará sin inútiles dilaciones, ahora y en lo adelante, las leyes que requiera la naturaleza del asunto y vigilará siempre sobre su ejecución. Finalmente el gobierno delos Estados Unidos tendrá muy presente la santidad de esta obligación siempre que tenga que desalojar a los indios de cualquier punto de los indicados territorios, o que establecer en él a ciudadanos suyos; y cuidará muy especialmente de que no se ponga a los indios que ocupaban antes aquel punto en necesidad de buscar nuevos hogares por medio de las incursiones sobre los distritos mexicanos, que el gobierno de los Estados Unidos se ha comprometido solemnemente a reprimir.

ARTÍCULO XII

En consideración a la extensión que adquieren los límites de los Estados Unidos según quedan descritos en el artículo quinto del presente tratado, el gobierno de los mismos Estados Unidos se compromete a pagar al de la República Mexicana la suma de quince millones de pesos.

Inmediatamente después que este tratado haya sido ratificado por el gobierno de la República Mexicana, se entregará al mismo gobierno por el de los Estados Unidos en la ciudad de México y en moneda de plata u oro de cuño mexicano la suma de tres millones de pesos. Los doce millones de pesos restantes se pagarán en México en moneda de plata u oro del cuño mexicano, en abonos de tres millones de pesos cada año con un rédito de seis por ciento anual; este rédito comenzará a correr para toda la suma de los doce millones el día de la ratificación del presente tratado por el Gobierno Mexicano, y con cada abono

171 anual de capital se pagará el rédito que corresponda a la suma abonada. Los plazos para los abonos de capital corren desde el mismo día que empiezan a causarse lo réditos.

ARTÍCULO XIII

Se obliga además el gobierno de los Estados Unidos a tomar sobre sí y satisfacer cumplidamente a los reclamantes todas las cantidades que hasta aquí se les deben y cuantas se venzan en adelante por razón de las reclamaciones ya liquidadas y sentenciadas contra la República Mexicana, conforme a los convenios ajustados entre ambas Repúblicas el 11 de Abril de mil ochocientos treinta y nueve y el treinta de Enero de mil ochocientos cuarenta y tres; de manera que la República Mexicana nada absolutamente tendrá que gastar en lo venidero por razón de los indicados reclamos.

ARTÍCULO XIV

También exoneran los Estados Unidos a la República Mexicana de todas las reclamaciones de ciudadanos de los Estados Unidos no decididas aún contra el Gobierno Mexicano y que puedan haberse originado antes de la fecha de la firma del presente tratado; esta exoneración es definitiva y perpetua, bien sea que las dichas reclamaciones se admitan, bien sea que se desechen por el tribunal de comisarios de que habla el artículo siguiente, y cualquiera que pueda ser el monto total de las que quedan admitidas.

[…]

ARTÍCULO XXI

Si desgraciadamente en el tiempo futuro se suscitare algún punto de desacuerdo entre los gobiernos de las dos Repúblicas, bien sea sobre la inteligencia de alguna estipulación de este tratado, bien sobre cualquiera otra materia de las relaciones políticas o comerciales de las dos naciones, los mismos gobiernos, a nombre de ellas, se comprometen a procurar de la manera más sincera y empeñosa a allanar las diferencias que se presenten y conservar el estado de paz y amistad que ahora se ponen los dos países, usando al efecto de representaciones mutuas y de negociaciones pacíficas. Y si por estos medios no se lograre todavía ponerse de acuerdo, no por eso se apelará a represalia, agresión ni hostilidad de ningún género de una República contra la otra, hasta que el gobierno de la que se crea 172 agraviada haya considerado maduramente y en espíritu de paz y buena vecindad si no sería mejor que la diferencia se terminara por un arbitramento de comisarios nombrados por ambas partes, o de una nación amiga. Y si tal medio fuere propuesto por cualquiera de las dos partes, la otra accederá a él, a no ser que lo juzgue absolutamente incompatible con la naturaleza y circunstancias del caso.

[…]

XXIII

Este tratado será ratificado por el Presidente de la República Mexicana, previa la aprobación de su Congreso general; y por el Presidente de los Estados Unidos de América con el consejo y consentimiento del Senado; y las ratificaciones se canjearán en la ciudad de Washington a los cuatro meses de la fecha de la firma del mismo tratado o antes, si fuere posible.

En fe de lo cual, nosotros los respectivos plenipotenciarios hemos firmado y sellado por quintuplicado este tratado de paz, amistad, límites y arreglo definitivo en la ciudad de Guadalupe Hidalgo, el día dos de Febrero del año de Nuestro Señor, mil ochocientos cuarenta y ocho.

Luis G. Cuevas [L.S.] [L.S.] Bernardo Cuoto

Nicolás P. Trist [L.S.] [L.S.] Miguel Atristáin

173

Anexo 4. Tratado de La Mesilla

Tratado de Límites entre los Estados Unidos Mexicanos y los Estados Unidos de América267

En el nombre de Dios Todopoderoso:

La República de Méjico y los Estados-Unidos de América, deseando remover toda causa de desacuerdo que pudiera influir en algún modo en contra de la mejor amistad y correspondencia entre ambos países, y especialmente por lo respectivo á los verdaderos límites que deben fijarse, cuando no obstante lo pactado en el tratado de Guadalupe Hidalgo en el año de 1848, aun se han suscitado algunas interpretaciones encontradas que pudieran ser ocasion de cuestiones de grande trascendencia, para evitarlas, y afirmar y corroborar mas la paz que felizmente reina entre ambas Repúblicas, el Presidente de Méjico ha nombrado á este fin con el carácter de plenipotenciario ad hoc al Excmo. Sr. D. Manuel Diez de Bonilla, caballero gran cruz de la nacional y distinguida órden de Guadalupe, y Secretario de Estado y del Despacho de Relaciones Exteriores, y á los Señores D. José Salazar Ilarregui y General D. Mariano Monterde, como comisarios peritos investidos con plenos poderes para esta negociacion, y el Presidente de los Estados-Unidos á S.E. el Sr. Santiago Gadsden, Enviado Estraordinario y Ministro Plenipotenciario de los mismos Estados-Unidos cerca del Gobierno Mejicano; quienes habiéndose comunicado sus respectivos plenos poderes, y hallándolos en buena y debida forma, han convenido en los artículos siguientes:

ARTÍCULO I

La República Mejicana conviene en señalar para lo sucesivo como verdaderos límites con los Estados-Unidos los siguientes: Subsistiendo la misma línea divisoria entre las dos Californias, tal cual está ya definida y marcada conforme al artículo quinto del tratado de Guadalupe Hidalgo, los límites entre las dos Repúblicas serán los que siguen: comenzando en el golfo de Méjico á tres leguas de distancia de la costa, frente á la desembocadura del rio Grande, como se estipuló en el artículo quinto del tratado de Guadalupe Hidalgo; de allí,

267 Tratado de Límites (Tratado de La Mesilla). Comisión Internacional de Límites y Aguas entre México y los Estados Unidos. Sección Mexicana. Disponible en: http://www.sre.gob.mx/cilanorte/index.php/tratados- internacionales. Consultado el 29 de mayo de 2014. 174 segun se fija en dicho artículo, hasta la mitad de aquel rio al punto donde la paralela del 31°47' de latitud Norte atraviesa el mismo rio; de allí, cien millas en línea recta al Oeste; de allí, al Sur á la paralela del 31°20' de latitud Norte; de allí, siguiendo la dicha paralela de 31°20', hasta el 111 del meridiano de longitud Oeste de Greenwich; de allí, en línea recta á un punto en el rio Colorado, veinte millas, inglesas abajo de la union, de los ríos Gila y Colorado; de allí, por la mitad del dicho rio Colorado, rio arriba, hasta donde encuentra la actual línea divisoria entre los Estados-Unidos y Méjico. Para la ejecucion de esta parte del tratado, cada uno de los gobiernos nombrará un comisario, á fin de que por comun acuerdo de los dos así nombrados, que se reunirán en la ciudad del Paso del Norte, tres meses después del cange de las ratificaciones de este tratado, procedan á recorrer y demarcar sobre el terreno la línea divisoria estipulada por este artículo, en lo que no estuviere ya reconocida y- establecida por la comisión mixta segun el tratado de Guadalupe, llevando al efecto diarios de sus procedimientos, y levantando los planos convenientes. A este efecto, si lo juzgaren necesario las partes contratantes, podrán añadir á su respectivo comisario alguno ó algunos auxiliares, bien facultativos ó no, como agrimensores, astrónomos, etc.; pero sin que por esto su concurrencia se considere necesaria para la fijacion y ratificacion como de la verdadera línea divisoria entre ambas Repúblicas, pues dicha línea solo será establecida por lo que convengan los comisarios, reputándose su conformidad en este punto como decisiva y parte finte garante de este tratado, sin necesidad de ulterior ratificacion ó aprobacion, y sin lugar á interpretacion de ningun género por cualquiera de las dos partes contratantes.

La línea divisoria establecida de este modo, será en todo tiempo fielmente respetada por los dos gobiernos, sin permitirse ninguna variacion en ella, si no es de expreso y libre consentimiento de los dos, otorgado de conformidad con los principios del derecho de gentes, y con arreglo á la constitucion de cada país respectivamente. En consecuencia, lo estipulado en el artículo quinto del tratado de Guadalupe sobre la línea divisoria en él descrita, queda sin valor en lo que repugne con la establecida aquí; dándose por lo mismo por derogada y anulada dicha línea en la parte en que no es conforme con la presente, así como permanecerá en todo su vigor en la parte en que tuviere dicha conformidad con ella.

ARTÍCULO II

175

El gobierno de Méjico por este artículo exime al de los Estados-Unidos de las obligaciones del artículo 11 del tratado de Guadalupe Hidalgo, y dicho artículo, y el 33 del tratado de amistad, comercio y navegacion entre los Estados-Unidos Mejicanos y los Estados-Unidos de América, y concluido en Méjico el dia 5 de Abril de 1831, quedan por este derogados.

ARTÍCULO III

En consideración á las anteriores estipulaciones, el Gobierno de los Estados-Unidos conviene en pagar al Gobierno de Méjico, en la ciudad de Nueva-York, la suma de diez millones de pesos, de los cuales, siete millones se pagarán luego que se verifique el cange de las ratificaciones de este tratado, y los tres millones restantes tan pronto cómo se reconozca, marque y fije la línea divisoria.

[…]

ARTÍCULO VIII

Habiendo autorizado el Gobierno mejicano en 5 de Febrero de 1853, la pronta construccion de un camino de madera y de un ferrocárril en el istmo de Tehuantepec, para asegurar de una manera estable los beneficios de dicha via de comunicacion á las personas y mercancías de los ciudadanos de Méjico y de los Estados-Unidos, se estipula que ninguno de los dos gobiernos pondrá obstáculo alguno al tránsito de personas y mercancías de ambas naciones y que en ningun tiempo se impondrán cargas por el tránsito de personas y propiedades de ciudadanos de los Estados-Unidos mayores que las que se impongan á las personas y propiedades de otras naciones extranjeras; ni ningun interés en dicha via de comunicación ó en sus productos, se trasferirá á un gobierno extranjero.

Los Estados-Unidos tendrán derecho de trasportar por el istmo por medio de sus agentes y en balijas cerradas, las malas de los Estados-Unidos que no han de distribuirse en la extension de la línea de comunicacion, y tambien los efectos del Gobierno dedos Estados Unidos y sus ciudadanos que solo vayan de tránsito y no para distribuirse en el istmo, estarán libres de los derechos de aduana ú otros, impuestos por el Gobierno mejicano. No se exigirá á las personas que atraviesen el istmo y no permanezcan en el país, pasaportes ni cartas de seguridad.

176

Cuando se concluya la construccion del ferro-carril, el Gobierno mejicano conviene en abrir un puerto de entrada, además del de Veracruz, en donde termina dicho ferro-carril en el Golfo de Méjico ó cerca de ese punto.

Los dos gobiernos celebrarán un arreglo para el pronto tránsito de tropas y municiones de los Estados-Unidos, que este gobierno tenga ocasion de enviar de una parte de su territorio á otra, situadas en lados opuestos del continente.

Habiendo convenido el Gobierno mejicano en proteger con todo su poder la construccion, conservacion y seguridad de la obra, los Estados-Unidos de su parte podrán impartirle su proteccion siempre que fuere apoyado y arreglado al derecho de gentes.

ARTÍCULO IX

Este tratado será ratificado, y las ratificaciones respectivas cangeadas en la ciudad de Washington, en el preciso término de seis meses ó antes si fuere posible, contado este término desde su fecha.

En fe de lo cual, nosotros los plenipotenciarios de las partes contratantes lo hemos firmado y sellado en Méjico, el dia treinta de Diciembre del año de nuestro Señor, mil ochocientos cincuenta y tres, trigésimo-tercero de la independencia de la República mejicana, y septuagésimo octavo de la de los Estados-Unidos.

[L.S.] Manuel Diez de Bonilla.

[L.S.] José Salazar Ilarregui.

[L.S.] Mariano Monterde.

[L.S.] James Gadsden.

177

Mapas

Mapa 1. Mapa de México y Estados Unidos, 1822 – 1836

Territorio mexicano en 1821268

268 Mapa de México y Estados Unidos, 1822 – 1836. Herrera y Santa Cruz, Historia de las Relaciones Internacionales de México, p. 77. 178

Mapa 2. Mapa de México y Estados Unidos en 1848

Territorio mexicano en 1848269

269 Mapa de México y Estados Unidos en 1848. Herrera y Santa Cruz, Historia de las Relaciones Internacionales de México, p. 123. 179

Mapa 3. Mapa de México y Estados Unidos en 1853

Territorio mexicano en 1853270

270 Mexican Border with the United States, circa 1855. Enrique Krauze, Mexico, Biography of Power. A history of Modern Mexico, 1810 – 1996 (Nueva York: Harper Perennial, 1998) p. 146. 180

Mapa 4. Mapa de las principales líneas ferroviarias de los Estados Unidos en el Sur

Map Showing the Principal Rail Roads of the United States and their Connections with the Pacific Coast271

271 Map Showing the Principal Rail Roads of the United States and their Connections with the Pacific Coast. AHGE, Leg. 95, exp. 25, f. 4. 181

Imágenes

Imagen 1. Niño cautivo mexicano.

Fotografía de cautivo mexicano rescatado por los norteamericanos, 1896. En Cuauhtémoc Velasco Ávila, La frontera étnica en el noreste mexicano. Los comanches entre 1800 – 1841. Historia de desencuentros y destierros, Colección Historia de los pueblos indígenas de México, México: Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 2012

182

Imagen 2. Jefe comanche

Jefe Muchos Lobos, Comanche, 1867 – 1875, Fotografía de William Stinson Soule, Nationl Anthropological Archives, Smithsonian Museum Support Centre. En Cuauhtémoc Velasco Ávila, La frontera étnica en el noreste mexicano. Los comanches entre 1800 – 1841. Historia de desencuentros y destierros, Colección Historia de los pueblos indígenas de México, México: Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 2012

183

Imagen 3. Jerónimo, Jefe apache

Jefe apache Jerónimo, Fotografía de E. K. Stuertevant, c. 1886. En Hine Robert V. y John Mack Faragher, The American West. A interpretive history, Nueva York, Yale University Press, 2000.

184

Imagen 4. Juan Cortina

Juan Cortina, c. 1870. Texas State Library and Archives Commission. En Hine Robert V. y John Mack Faragher, The American West. A interpretive history, Nueva York, Yale University Press, 2000

185

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