Horacio En Espaã±A
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UNIVERSITY OF FLORIDA LIBRARIES COLECCIÓN ESCRITORES CASTELLANOS CRÍTICOS - XXXIII - HORACIO EN ESPAÑA TOMO II (la poesía HORACIANA. ) TIRADAS ESPECIALES 25 ejemplares en papel China / á XXl^ 25 » en papel Japón XXyi á L 100 » en papel de hilo / á loO HORACIO EN ESPAÑA SOLACES BIBLIOGRÁFICOS ^7/ Hs-.y LA poesía HORAGIANA EN CASTILLA s mi propósito exponer brevemente la historia , hasta ahora no escrita con se- paración y claridad , de los imitadores horádanos en España, tarea que puede servir de complemento al estudio sobre los traductores y comentaristas, que acaba de leerse. Dividiré el que sigue en dos secciones , dedicada la primera á los poetas horacianos de Castilla, y la segunda los de Portugal puesto que en la poesía cata- á , lana nunca ha dominado mucho la influencia que vamos persiguiendo. Cataluña ha dado ex- , uno de pero celentes horacianos primer orden ; castellano entran por ende, han escrito en , y , en esta primera sección. Entendiendo yo por poesía horaciana la que fielmente se inspira en el pensamiento ó en las 8 HORACIO EN liSPANA. formas del lírico de Venusa , con plena y cabal noticia de sus perfecciones y excelencias , en balde buscaríamos rastros de esta tendencia du- rante los siglos medios, en que no Horacio, poeta en cierto sentido moderno, sino otros ingenios latinos, en especial Virgilio y Lucano, tuvieron más ó menos directo predominio é influencia '. I Hasta es raro caso encontrar un Horacio en las bibliote- cas nuestras de la Edad Media , cuyos inventarios conocemos. Uno había en la iglesia de Roda , con fragmentos de las Epís- xii), Literario tolas (letra del siglo según Villanueva , Viaje , pá- gina 171 . En la Biblioteca Capitular de Vich se conservaba otro Horacio, al parecer completo, que el P. Villanueva (tomo vi, pág. 80) declara del siglo xi. No aparece ningún códice de nuestro poeta en los índices délas Bibliotecas del rey D. Martín del príncipe de Viana Vid. Milá Trovadores, y ( , pág. 488 y siguientes), ni en la del conde de Benavente , D. Rodrigo Al- fonso Pimentel ( Vid. Sae:{, Fr. Liciniano , Detnosíración de las monedas de Enrique III , not. xiii) ; ni en la del marqués de Santi- llana, restaurada (digámoslo así) por Amador de los Ríos; ni en la del rey D. Duarte de Portugal ( Vid, Theophilo Braga, Litteratura por/ligúela si- Introducfrd a Historiada , pág. 214 y guientes) ; ni en la riquísima de la Reina Católica, cuyos inventa- rios publicó Clemencín (^Memorias de la Academia de la Historia, siguientes). En cambio, apenas hay ninguna tomojvi , pág. 430 y de estas bibliotecas, donde falten un Séneca y un Virgilio. Antiguamente no era así : Horacio está casi tan citado como ellos por San Isidoro. Hasta diez y seis veces , salvo error, le menciona en sus Etimologías, transcribiendo casi siempre versos suyos, como puede verse en los índices de Fabricio y del pa- dre Arévalo. San Braulio tiene una reminiscencia horaciana, .* juxta Flaccum, en su epístola 1 1 San Eugenio otras , á lo me- nos en la parte métrica. San Eulogio trajo á los muzárabes de Córdoba, como despojos triunfales de su viaje por Navarra, muchos libros clásicos, y entre ellos , las sátiras de Horacio (Flacci satyraia poemata. Vid. España Sagrada, tomox, apéndi- LA poesía HORACIANA EN CASTILLA 9 Y era natural que así sucediese , aparte de otras consideraciones obvias porque es la forma líri- , ca la menos susceptible de ser disfrutada y apreciada debidamente en tiempos de no refina- da cultura estética , aunque de ciencia profunda é inspiración valiente, cuales fueron los tiempos medios. La poesía narrativa halaga todas las imaginaciones ; mas para sentir y quilatar los primores de la oda ó de la sátira al modo clási- co, requiérese una educación humanística que sólo desde el Renacimiento acá han logrado los pueblos de Europa. Ni el fondo de Horacio ni su expresión convenían á la Edad JVledia, y si, por maravilla, encontramos algún lejanísimo ras- tro más en los latinistas eclesiásticos que en los poetas de lenguas vulgares ' , nunca una verda- ce Eulogio 6. Vida de San , por Alvaro Cordobés). Poco más adelante, Horacio comienza á caer en olvido. No figura ya en el inventario de los libros que existían en San Salvador de Oviedo en 882. (Vid. Ambrosio de Morales, Viaje Santo, páginas 93 y * de la I . ed , al paso que vemos en él Virgilio, 94 . 1 763), un un Juvenal y un Ovidio. Estos mismos libros, y además una Tebai' da de Stacio El sueño de Scipión de Marco Tulio , recibió , y en préstamo Alfonso el Sabio del Prior y convento de Santa Ma- ría de Nájera. Esta cronología , desgraciadamente incompleta, puede dar alguna luz sobre las influencias clásicas en la Edad Media. ' Asi, por ejemplo, el himno latino del Campeador , está en sáficos-adónicos , forma eminentemente horaciana, y que luego se olvidó tanto entre nosotros, que la llamaba nueva Fernando de Valencia , al emplearla en unos versos latinos en tiempo de Alfonso V. (Vid. Amador, tomo vi, pág. 402 de su Historia de la Literatura Española.) I o HORACIO EN ESPAÑA. dera y directa imitación, reduciéndose estos ves- tigios, unas veces á ciertas formas rítmicas con- servadas por la tradición de los himnos de la Iglesia otras á coincidencias, , y que pudieran ser casuales , en pensamientos comunes. Es in- dudable que Horacio fué el poeta romano menos leído en aquellos siglos, si exceptuamos á Lucre- cio, Catulo , Tibulo y Propercio , que permane- cieron aún más olvidados. Sabido es que el Archipreste de Hita intercaló en su misceláneo y auto-biográfico poema varie- dad de fábulas y ejemplos , tomados de fuentes muy diversas. Alguno de ellos, el de Mur de de Monferrado y Mur Guadalajara , por ejemplo, hállase en Horacio ; mas no veo fundamento bastante para deducir de aquí que el Archipreste conociese las sátiras y epístolas del Venusino. El apólogo citado de los dos ratones, y otro ú otros dos que se hallan en el mismo caso , andan de antiguo en las colecciones esópicas que el Ar- chipreste conocía bien la , y manera de contarlos se asemeja muy poco á la de Horacio, habiendo hasta en los pormenores alguna diferencia. Por lo demás, la fábula del Archipreste es, á mi en- tender, superior en gracia narrativa á las poste- riores de Argensola, Lafontaine , Samaniego , y tantos otros como han manejado el mismo asunto, « de los dos cautos ratones , Que en Horacio tal vez habrás leído.» ; LA poesía HORACIANA EN CASTILLA. II En algunos de nuestros antiguos libros de ejemplos, reaparecen ciertas fábulas délas intro- ducidas por Horacio en sus sátiras y epístolas pero tomadas siempre de las colecciones de apó- logos, entonces muy leídas, nunca del texto del poeta. Sólo en cuanto al Archipreste pudiera ca- ber duda puesto que fué hombre de cultura clá- , sica, y obedeció en parte á las tendencias del prinur renacimiento , comenzado en el siglo xiii, y bruscamente detenido, aunque no cortado, en la segunda mitad del xiv. Este primer renacimiento, que pudiera lla- marse petrarquista , puesto que el amador de Laura figura á la cabeza de los restauradores de la antigüedad en Italia , no es todavía el renaci- miento horaciano. Llega éste en el siglo xv , pero incompleto y débil aún por lo que toca á la poesía en lenguas modernas. El marqués de Santillana inicia entre nosotros aquel movimien- to , asimilándose á su manera el espíritu de Ho- racio en aquella imitación del Bcatus Ule, en otro lugar porque de ella arranca todo recordada , estudio horaciano en la Península. Con nueva vida , al par que con admirable sa- bor antiguo , restauraron en esa centuria las for- mas y la idea de Horacio los poetas latino-itáli- cos, entre los cuales descuella Angelo Poliziano, el viveza animación gracia hombre que más , y juvenil ha logrado poner en una lengua muerta. , : , 12 HORACIO EN ESPAÑA. Alma del todo pagana , sintió como nadie el prestigio de la antigüedad, y supo comunicár- sele á aquellas brillantes silvas que fueron ense- ñanza y alimento de la juventud neolatina en la edad siguiente. En sus poesías sueltas , Ange- lo osaba imitar de Horacio todo, hasta la oda In anum Uhidinosam. Cuando Landino publicó en 1483 su edición de Horacio, la primera un tanto correcta que vio Europa , encabezóla Poliziano con unas peregrinas estrofas : «Vates Threicio blandior Orpheo Seu malis fidibus sistere lúbricos Amnes , seu trémulo ducere polHce Ipsis cum latebris feras...,» ¡Cómo palpita el sublime entusiasmo del re- nacimiento en aquellos alados versos «Quis te a Barbárica compede vindicat frontis nebulam dispulit Quis , et situ Detorso, levibus restituit choris, Curata juvenem cute ? O quam nuper eras nubibus et malo Obductus senio ! Quam nítidos ades Nunc vultus referens , docta fragrantibus Cinctus témpora floribus Nunc te deliciis , nunc decet et levi Lascivire choro , nunc puerilibus Insertum thiasis , aut fide gárrula Ludere inter virgines. » Este canto de loor á Horacio parece el himno triunfal de los hombres del Renacimiento. Desde 3 LA poesía HORACIANA EN CASTILLA. 1 , del Ofanto por tanto aquella época el cisne , las tiempo olvidado , imperará sobre generacio- nes literarias con absoluto é incontrastable pre- dominio. Veámoslo en nuestra Castilla. I. Ab Jove principiíim : comencemos por Garci- Lasso. ¿Y cómo no, si á él se debe la primera joya horaciana de la poesía moderna , La Flor de Gui- do que , no por ser la primera , deja de parecer- , nos una de las más lindas y primorosas imita- ciones de la lírica clásica? Pero es destino de los grandes ingenios comenzar por donde otros aca- ban. Con aquellas veintidós estrofas, modelos de ligereza y de gracia, resucitó Garci-Lasso la erótica horaciana , amoldándolas diestramente al gusto moderno creó á la vez una combi- , y rítmica ' suelta fácil que parece nacida nación y , para tal intento ; estrofas de cinco versos , en que graciosamente se combinan los de siete con los de once, esencialmente líricas, y tan flexibles, í Esto no es enteramente exacto.