Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional “Miguel Obregón Lizano” del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica. EUCLIDES CHACON MENDEZ

CPublicélciones del 9nslilulo de 9Ilajuela.

1940

Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional “Miguel Obregón Lizano” del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica. El Profesor don Euclides Chacón

El Instituto de . Ilajuela asP ira a {Jroleger y divulgar, con la mar or ((/nplitud posihle, la obra lJ ersonal de sus profesores. Entiende que éstos no !JO drían animal' S il trabajo cotidiano sin el desarrollo del es fuer:;o !¡ ersonal que los refllll eva en un fervoroso entllsiasm o creador. Por esto he solicitado la cooperación de todos para servirnos de la imprenta, publicando los trabajos inéditos que sp enmohecen en sus gavetas r [Jrodu ciendo el necesario estínwlo con el fin de que se reda cten nuevos libros. El plantel cuenta no sólo con el talento r úuena volulltad de los {Jr ofesores, sino ademlÍs, con el de la jun/a que administra tan adlllirable­ m ente, sus fondos. El l/ tedio, {JO r tanto, l/ O {m ede se r I/I ejor ; .Y mal haría :yo si lo m e/1 os/J/'ecirr{'(/ con la indife rencia de estilo CO Il que ciertos educadores se oh'idan de las flores denlro de S il proPio huerto. Publica ahora el Institulo esta novela del Profesor don Euclides Chacón, hijo de UII escritor distinguido J' escritor él ,mism o, de verdad, no sólo 1JO rque mueva la pluma con aLguna frecu encia sobre las cuartillas.' también por la galanura con que talla las frases)' acabala el símbolo de las imágenes. Hay estilos planos, sin relieve al o'ullo, que discurren im/Jerce /Jtiblem ente a los ojos del lector. IlS figuras se alínean , ayunas de m ovim ientos valerosos o ines perados, dentro del O!'clen inofensivo del sentido común. Pueden ser y son muchas veces, cultos y co rrectos, Y pertenecen, en un gran número de casos, a eruditos de rellOlnbre o a personalidades o'lorificadas en vastas comarcas. in embargo, el 'a rtista se da cuenta ,nás o m enos clara, de su falta de vali­ miento espiritual porque no encuentra en ellos la am bición del volumen capa= de erauirse en el valeroso ornamento de los relie­ ves. El adjetivo recargado e inútil r la digresión bastarda son -proPios de lo s estilos aném,icos r 1Jlanos como las tablas. La sobriedad del -p eríodo, aledaíia a la robuste= del verbo, contrasta dolOrosamente con ellos. El de dOIl Ell clides Chacón pertenece, sin duda alguna, a la (' (l tegoría de los m ejores sin necesidad de originarse en la m esa del engorroso erudito o del literato de clarinada que -p uebla las urbes del continente american o.

Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional “Miguel Obregón Lizano” del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica. . u prosa es robusta :Y sólida; su frase , sintética. Ha sido / plnborada más 1Jara sugerir que para aliviar las imaginaciones . pere::;osas de los lectores. En el caso de esta pequeña novela, también subyuga, adem.ás de la palabra sazona y seria el motivo que exPlica con ella. Enredo aut6ctono en qU,lJ los primitivos Lpobúulbres de América meditan, sienten y desean con toda la peculiaridad de su ra::;a. Un soplo de misticisllw antiduo, lleno de m eúmcoLía, pasa sobre la f(LUna y la flora de esta novela, lUlciéndonos recordar que el indio fué capa::; de arrebatados y exóticos deliquios del espíritu. El ambiente en qLie lo coloca el '(Lutor no sóLo nos interesa: además nos conmueve y nos hace pensar en la cultura -pretérita de La Atlántida. o sería posible pensar, sentir y querer de este modo, sin el antecedente milagroso de una edad que nos indujera, por no sé qué concatenación de hechos a reali:::arLo así. El autor ha conseguido ese ejecto artístico no sólo iJo r el camino de su disciplina hist6rica. sino además por conducto de Sil poder intuitivo. r esto a pesar de las influencias de otras obras ¡{málodas que le sirvieron para acomodar las aristas de la sura. Tal fenómeno revela que el Profesor Chacón se mueve con facili­ dad, más allá de los documentos, en los caprichosos planos de la belle~l. r es es la particularidad la qlle Le trasmite a las páginas que escribe, su pallzos ,'ital, su enlllsiasl1w y su gloria. Ha'}" otro as/Jecto magnífico en la vida de este hombre: Sil sinceridad en la cátedra. abe lo que dice. Y por ello siente lo que habla y trasmite, sin mayores obstáculos, lo que 1Jretende enseíi.ar a los jóvenes. II franque::;a, su entusiasmo, su desinterés, 'su afán de servicio, su aleo'ría, lo ponen al servicio del Instituto. que es su taller de lf'abajo J' su casa de recreo. 'o se limita a e.cplicar su materia: quiere hacer de sus alumnos hOlnbres bueno' y de su colegio, un jardín . .Yo es raro que le veáis ayudando a sus compaíieros en el desem.pello de los más diversos oficios. El clímax de la bondad que lo impulsa a actuar, encuadra perfecta­ mente, con los propósitos creadores del Instituto. l ome lo podría imadinar mintiendo o escamoteando la verdad. Es para decirlo en breves -palabras, un profesor vocacional, un escritor robusto r un hombre. Abrid las páginas del libro para que empecéis a aquilatar su obra, con el dusto r el fervor C01l que la prologo lleno de es ­ peran:::a y de fe. Moisés VI CE ZI.

Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional “Miguel Obregón Lizano” del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica. Un Grito en la Oscuridad

Bajo el Sol del trópico el bosque dormía su siesta amodorrado por el calor. Por doquiera el silencio, la imponente quietud de las cosas inanimadas. Acogido al sosiego de las frondas el aire parecía dormido también. En la espesura, sudorosa y sedienta, se perdía la suave luz que filtraban los altos ramajes. Sobre el suelo pantanoso las hojas amarillas formaban gruesa alfom­ bra bajo la cual acechaban los miasmas palúdicos. Los musgos cubrían los grandes troncos sobre los que res­ balaba,. en abultadas gotas, la excesiva transpiración tropical, y en lo alto, anidadas en las primeras ramas, las orquídeas. De Occidente, casi apagado por la distancia, lle­ gaba el eco del mar. Nicoya, maravilloso golfo cruzado por los bongos chorotegas, escenario de una raza hoy casi extinguida, pero que en la época que narramos era una fuerte nación, se adivinaba más allá de la selva, tranquilo y acariciador sobre las playas de Chira, Ca­ choa, Pocosí y las otras islas que jalonan el litoral nicoyano. Horas antes Vara, tipo perfecto de la moza eh oro­ tega, hij a de Kaurki, señor de Nicoya, había atravesado ese golfo camino del valle de Coyoche, codiciosa de su abundante cacería. Por su temperamento aventurero y audaz, su destreza en el manejo del arco y habilidad para armar trampas a las bestias, había ganado fama

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Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional “Miguel Obregón Lizano” del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica. de amazona entre las mujeres de su tribu. Además, heredera de un extenso y rico señorío, Vara, que apenas rozaba la edad en que acaba la niña y e inicia, con inquietante pujanza, la mujer, era preciada como la má hermosa, con lo cual no desmentía la fama que tenían las nicoyanas de ser las más linda mujere de entre las tribus que poblaban nuestro país. Un viejo tronco caído, cubierto de hierba y pró• ximo a un riachuelo que a duras penas e abría paso por entre las raíce y piedras, brindó a la fatigada muchacha muelle asiento. Mientras repo aba, el hilo d agua, fluía a sus pies y de vez en cuando lo alpi­ caba con frescas gotas y blancas motas de espuma. Sin embargo, Vara no parecía advertir la caricia sil enciosa del arroyo. A su rostro un tanto bronceado asomaba la inquietud. Algo debía preocuparla pues a cada mo­ mento fijaba sus ojos en el sendero que la había llevado hasta ahí, como interrogando a la soledad. ¿ Cuánto tiempo permaneció así? No podría decirlo ni ella misma. La moza, como buena cazadora, no era impaciente, pero esperaba con gran desaso iego. Al rato se incorporó tratando de localizar la posi­ ción del Sol a travé de la tupidas copa y calcular el tiempo. Débil rayo solar, que bañaba u luz en el arroyo, le sirvió de guía. Al estirar u cuerpo en el que aun no había madurado el desarrollo, su carne oscura y fina brilló en la plenitud de su virgini­ dad. En este instante Vara parecía la corporización de un ser divino, habitante inmaterial del bosque, que no la bella nicoyana de carne y hueso frágiles. La selva, dormida bajo el sopor del trópico, permaneció extraña al encanto que emanaba de la caza­ dora indígena. - i Se acerca la noche! Vara no siente miedo; pero una noche sin luna no trae nada bueno-se dijo la

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• Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional “Miguel Obregón Lizano” del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica. muchacha. Calló un instante mientra lejanía de los árbole . - ¡ Es extraño! Cuando la piragua alcanzó 1 Vara fue la primera en saltar e internarse en el ¿ Por qué no la siguió ning uno? La loma, el ba el ll ano, todo quedó atrás, y Copey, el fiel er -.. ,~_ cuya voz llegó por última vez desde la bajura de costa, también e extravió. V ahora, ¿ cómo regre ar? Vara ha perdido el camino ... De e ta manera soliloqueaba la joven mientra el día apagaba su fulgor y las aguas del go lfo e encen­ dían en tonos violáceo . El calor disminuía al acercar e la sombra, y el bosque, por momento recobraba todos sus rumore. En el cielo limpio del e tío el azul se teñía de un neg ro tran parente como i el firmamento estuviera proteg ido por inmen o cristal. Vara, presa cada vez más de la inquietud, movíase de un lado para el otro, indeci a. ¿ Cómo aventurarse por el bosque en tinieblas ? ¿ Cómo pasar la noche obre el uel o húmedo ex puesta al ataque de las fieras? No era el suyo temor a seres sobrenaturales, ene­ migos invisibles que ambulan al abrigo cómplice de la o curidad. Ella había oído a u vieja nodriza Guaré, terribles hi torias de malo dio es que envenenan las fu nte , e trujan las rosas y arrancan la corteza a los troncos; de valiente guerreros que perdidos en la montaña jamá regre aron sino con I cuerpo herido y los ojos desorbitados; de sere extraños que se re­ torcían con espasmos violento y vociferaban maldicio­ ne terrible; había oído. .. Pero ella nunca pre tó crédito a tale consejas: el suyo era un ereno espíritu abierto a la razón. Por eso siempre acogió con dudas lo que le contaban lo de carnados labios de la vieja Guaré, supersticiosa e imaginativa. Arreglóse la ajustada camisa que e había quitado por el calor del día. No ll evaba ninguna clase de joyas,

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Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional “Miguel Obregón Lizano” del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica. excepto un diminuto amuleto de oro pendiente del cuello y que representaba a un tigre Ímbolo de su tribu; este desinterés por las joyas contrastaba, en verdad, con la vanidosa solicitud que mostraban gene­ ralmente los indígenas; pero Vara en su excursiones prefería marchar libre del precioso e torbo: bastábale con el encanto de su cuerpo. Recogió us cabellos en d o trenzas que despojó del ancho cintillo carmesí que ceñía us siene . Di poníase a hacer con hoja y ramillas un refu­ gio en el hueco que formaban una raÍce al iente, cuando divisó en la e pesura negra, débil re plandor como la pupila encandilada de un animal en acecho. Muy intranquila se amparó al árbol buscando refugio en la e trechez del hueco; a través de la tela las esferita de su senos saltaban nerviosa como bur­ bujas de un líquido en ebullición. Creyendo pró• xima la acometida de alguna fiera, la moza se aprestó a la defensa con el valor propio de su raza. Desgajó gorda rama y despojándola de u e torbos esperó, fijos los ojos en el punto donde brilló la luz. A poco, leve rumor de hojas estrujadas fue haciéndose cada vez más perceptible. Vara afirl1?óse contra I árbol hurtando su cuerpo cuanto era posible; en su mano, que tan diestra era para servir el arco, el palo tembló amenazante. La anOTe ardorosa de sus vena ponía en sus oídos el zumbido racial del cho­ rotega. .. 80 que y tiniebla, en aquella noche, eran un solo fanta ma aterroriza nte. La brisa trajo, como luciérnaga vagabunda, un último de tell o del mi terioso fuego. Después todo volvió a sumirse en el ilencio y la sombra. Al Oeste las ola escarchaban de espumas la playa nicoya­ na . En la loma 10 fuego indígenas velaban el sueño de las tribus y ponían una nota d e vida en la quietud ab oluta del aire y de la co as.

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Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional “Miguel Obregón Lizano” del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica. De pronto un grito resonó en el bosque y .l!tl'RKi,<>r"\-..... vibró hasta perderse en de la noc O ara afirmó el puño sobre el arma improvisa J P sentía, en su angustiosa expectativa, el peli ".. la amenazaba. Aquel era un grito humano, un b ~ de guerra, de desafío, de muerte ... - j Hombres !- pen ó- ¿ Pero serán amigo o ene­ migos? Cruel interrogación que no hizo más que colmarla de pesar. Quiso estrujarse aún má contra el tronco protector y al tratar de conseguirlo, tres hombres gi­ gantescos, con la cabeza rapada a la mitad y lo cabe­ llos restantes recogidos en coronilla, irrumpieron en el espacio de montado que rodeaba a la joven. Eran tres hombres de carnes duras y tatuada , llenas de cicatri­ ces, pintados los rostros de rayas blanca : detalles que pudo apreciar a la indecisa lumbre que proyectaba encendido leño que portaba uno de ellos. - j Una mujer!- exclamaron a coro los tres. - ¿ Quién eres y por qué te encuentras aquí?- inte- rrogó el que parecía jefe. - Ya lo dijeron los guerreros: j una mujer !- con­ te tó con audacia la muchacha. - j Las mujeres de nuestra tribu no cazan ni andan por el bosque a estas hora ! ¿ Quién eres?- repitió el mismo. - Lo guerrero lo han dicho: j una mujer !- in is­ tió temerariamente la indígena. Dába e cuenta de que estaba perdida, pues la lucha contra aquellos tres hom­ bre fornidos y armado era inútil; por momentos iba perdiendo el ánimo y el miedo e le colaba en la en­ traña como dardo envenenado. Sin embargo, j re i tiría hasta morir! Por su venas fluía torrentosa la anOTe y le encendía las mej iHas; era el llamado de la raza, llamado de angustia y de coraje a la vez, llamado de

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Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional “Miguel Obregón Lizano” del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica. un bravo puebl o de crueles ritos y bárbaro des precio por la vida. - ¿ Quién e tu j fe? - demandó imperi oso el mIsmo. La muchacha no respondió. En e t uno de los hombre, el que portaba el leño encendido, rápido se abalanzó sobre la joven e im pidiéndole hábilmente todo movimiento, acercó la lumbre al rostro de la descono­ cida, mi entra us compañeros contemplaron, estupe­ factos, el amuleto que saltaba sobre lo eno de la moza. - i El ti g re de Kaurki !-excl amaron ca i a una voz. - i Tú no perteneces a nuestra tribu! i Explicarás tu presenci a en e to dominios ante el podero o Cararé !­ ordenó el que hací a de jefe. - i Cararé ! i Cararé !- repetía con ang u ti a Vara­ Cararé, enemi go de mi padre. ¿ Qué erá de Vara? E n efecto, aquell os hombres pertenecían a la tribu g üetar, puebl o belicoso y rico que ocupaba extenso territori o en el centro del paí y que vivía en constan­ tes d i putas con la tribu chorotega por el dominio del golfo nicoyano ...

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Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional “Miguel Obregón Lizano” del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica. Malla

En la época de este relato Cararé era el más pode­ roso cacique de las tribu güetares, cuyo asiento prin­ cipal estaba en el valle de Ujarrá . A su palenque afluía el total de las ca echa de ese fértil territorio. Sus tribu e repartían hasta los confines del golfo de Nicoya, de cuya riberas las eparaba una estrecha zona, dominio del chorotega; pero de de las sierras de Turrubare podían gozar con el paisaje del mar y u numerosas isla que, cual lunares de verdura, ma­ culan el cristal movible del golfo. Ello no significaba que lo güetares no intentaran incursionar sobre la costa y aun aventurar e en la s aguas en delgadas ca­ noa , ligeras como gaviotas; pero siempre circunstan­ cialmente pue la hostilidad de la tribu enemiga ponía coto a e as pretencione de dominio. El pueblo güetar, con u hermano el viceita, con - tituía la rama mayor de lo caribes. Cararé era el tipo genuino del déspota : dueño y eñor de vida y hacien­ das de su súbditos; en us d ominios imperaba su voluntad como única ley. Su palenque gozaba de fama por la prodigalidad y brillantez de las fie taso Situado a la vera de uno de los tributarios del Reventazón, cabe ancho y profundo remanso, abundante en pesquería y orillado por apretadas arboledas, el palenque atraía a los pueblos más remotos, y en los días de grandes celebraciones el valle de Ujarrá hervía de gentes como inmenso hormiguero.

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Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional “Miguel Obregón Lizano” del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica. Distinguía al Cacique ardiente carácter batallador, notable disposición para el mando y rara destreza como guerrero. Su vida transcurría en empresas de conquista, en fructíficas cacerías o en fastuosas fiestas. Elevado al cacicazgo casi en la adolescencia aun poseía vigor juvenil, aunque ya rozara los cincuenta años. De agradable presencia y recia contextura muscular; talla mediana, más bien alta que baja, y robusto como la mayoría de los varones de su raza. Poseedor de riquezas, árbitro único del destino de numerosos pueblos, Cararé, sin embargo, padecía de un mal crónico, el hastío, cilicio de los poderosos. No era, pues, feliz. Su existencia en medio de la abundan­ cia no le robaba su sensación de soledad. Ni el poder omnímodo, ni la obediencia reverente de vasallos, ni la ciencia de curanderos y adivinos, ni las ple"garias de los sacerdotes lograban hacerle vivir con tranquilidad. Quizá por esto Cararé llevaba una vida agitada, a caza · de emociones fuertes; quería ahogar su hastío con el ruido de la guerra, el monótono ritmo de los timbales o la música de las chirimías. Y, en ocasiones, desespe­ rado, ordenaba sacrificios humanos a los dioses, verda­ deras orgías macabras: el espectáculo de la sangre y el alarido de las víctimas ensordecían el clamor de su hastío incurable. Cararé, sin embargo, no era un monstruo. Su crueldad traducía un intenso dolor íntimo: de él ha­ bíase enseñoreado la tristeza legendaria del indígena americano. Para las gentes del valle no era secreto que la melancolía de su señor había echado nuevas raíces desde que en una expedición contra Nicoya conoció y amó a Yara. Desde entonces sus días no tuvieron re­ poso y la paz del palenque huyó lejos. Por su amor Cararé trató en determinadas ocasio­ nes ajustar un pacto de amistad con el padre de la

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Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional “Miguel Obregón Lizano” del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica. doncella, pero siempre fue rechazado. Kaurki compren­ día que Cararé buscaba la paz no por de eo de recon-' ciliar a las tribus y acabar con su rivalidad, sino por satisfacer codiciosa pasión. El cacique de Ujarrás debía renunciar a su hija como primera condición para con­ seguir su alianza; de lo contrario ¿ qué garantizaría a Kaurki la lealtad de su nuevo amigo? He aquí el escollo inevitable que mantenía viva la enemistad entre choro­ tegas y güetares. En tales circunstancias los hombres de Cararé apresaron a la propia hija de Kaurki. ¿ Sería un regalo de los dioses? Cararé ordena que Vara guarde prisión mientras se decide su suerte. La joven princesa no era, en verdad, botín de guerra, lo que exigiría, conforme a la costumbre, dos pena : la esclavitud o el martirio. Vara había sido sorprendida en dominio no amigo y su silencio la hacía objeto de graves sospechas, entre las cuales la de espionaje fue ganando voluntades cada vez. ¿ Por qué nó? No era raro dadas las excepcionales condiciones de la muchacha. Con el espía la ley indí• gena era inmisericorde: en tal caso Vara sería sacrifi­ cada a los dioses en una de las grandes festividades del Sol. Pero Cararé, poderoso, apasionado, desafiando la oposición de los jueces que juzgaban su actitud como grave sacrilegio, resuelve perdonar la vida de su cau­ tiva, pretextando que ésta con sus relatos y canciones, lograba aliviarle de su hastío; pero si llegada la gran festividad la joven no ha conseguido curarle radical­ mente, él no podría ya oponerse a que el sagrado acto se cumpliese. De manera que dos angustiosos horizon­ tes e ofrecían a la cautiva: la esclavitud o el sacrificio. De ambos prefirió, Vara, como era natural, el primero: desde entonces se propuso rescatar su vida, a fuerza de ingenio, del cuchillo del gran sacrificador, y cada

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Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional “Miguel Obregón Lizano” del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica. noche narraba cuanto su viva imaginaclOn le dictaba hasta que el regio enfermo rendíase al sueño. Así fue como la princesa nicoyana, flor la más hermosa de las tribus chorotegas, vino a la corte del cacique de Ujarrás ...

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Es la sala principal del palenque de Cararé. Al fondo, s ntado, el cacique. Le irve de asiento muelle cojín de trenzadas pajas. A su lado, rígidos, dos esclavos casi de nudos, armados de lanzas de flexible madera y di eñadas a u anza indígena. Cararé ocupa pequeña tarima, alta un palmo a lo más del suelo. A su vera una linda doncella, que cubre sus juveniles formas con laro'a túnica de anchas franjas coloreadas, mantiéne e en respetuoso silencio. Dos gruesas argollas de carey penden móviles de u orejas y un collar de abultadas cuentas, blancas como motas de nieve, abraza u delicado cuello; en el extremo de la prenda, donde se inicia la división de lo enos, juega nervioso un amuleto de oro. La indumentaria del cacique es rica, vistosa: sobre la cabeza despliega su abanico multicolor una diadema de plumas ceñida a la frente por cinto dorado; colgante sobre el pecho largo collar de colmillos de animales; en lo brazo, doble anillo de oro. Su rostro, in ser duro, es enérgico, con e a severidad característica de la raza. La doncella es muy jo en aún, diez y ocho año a lo sumo. A la izquierda, la puerta principal del palenque, en la cual sirve de cortina pesado manto de borde coloreados. A la derecha, bello g rupo de tres prince­ sas que escuchan en silencio o hacen de vez en cuando comentarios en voz baja. Sus indumentos

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Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional “Miguel Obregón Lizano” del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica. on apropiados a personas de alta significación en la corte. Sobre la parede, escudos, flechas, patenas y otros objetos. También trofeos de guerra y de caza. Es el momento en que el día apaga su fulgor ponierite: hacia el centro de la estancia consume últimos leños tosco brasero y su lumbre se q . en reflejos, como pajillas fosforescentes, en los üi de los tabiques pajizo y en las joyas de la per De lo aho, cernida en hilo , desciende, acaricia suave claridad azulenca: es un rayo de Luna en pleni 1 • En la habitación se ha colado silencio de camposanto.--.-~ A la media luz los rostros cobran un matiz pálido, de piel exhausta, que suaviza las líneas fisonómicas hasta casi esfumarlas igual que en los fumaderos orien- tales. Flota en el ambiente uno como vapor de espec- tros que envuelve cosas y personas, lo que impresiona cual si estuvieran aletargado por influencia de droga misteriosa, filtro infernal generador de deliciosas visio- nes embriagantes ... La voz del cacique rompe esta sugestión hipnoti­ zante del anochecer: - V bien, Vara, fl or magnífica, ¿ por qué tus labios temen hablar hoy? - Poderoso señor, Vara esperaba que 10 hiciese primero el cacique. - Las palabras de Vara son dulces como el arrullo de la tórtolas y saben alejar la tristeza de su señor. Varias lunas ha que Cararé no siente el colmillo del hastío y la paz está en u alma como el calor en el nido. Vara tiene en sus labios bálsamo para las heri­ das. ¿ Qué recóndito pensamiento roba ahora el ingenio de Vara? - Nada distrae, señor, a la humilde esclava. - Siento que hables así: tú en la corte de Cararé no eres más que un rehén. Los dioses dispongan que

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Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional “Miguel Obregón Lizano” del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica. vuelvas algún día a moler el maíz de tu ancIano padre y puedas alegrarle con tus cancione . - P rdón, señor, pero lejo de u tribu, privada de su libertad, de su bo que y de u mar; sin erle permitido saludar al Sol cuando nace ni despedirle cuando e va, Vara sólo puede considerarse esclava. - Cierto que ahora no gozas de libertad, pero te he prometido la vida a cambio de mi salud. Hasta hoy lo has con eguido y hay posibilidad de que lo logres ante de la gran fe tividad del Sol. ¿ Por qué, entonces te aflio"es? - Vara, no sabe estar tri te; ólo anhela vol­ ver a su padre a quien hace tres lunas falta el calor y la ternura de su hija ... El acento pausado y dulce de la cautiva vibró como un lamento. Inclinó débilmente u cabeza, y us labio, rojo como amapola, ahogaron un ollozo. Pero sere­ nándo e en seguida, dolida de su flaqueza, recohró el ánimo; incorporando lentamente su e b Ito torso, dijo así al cacique: - La vida de Vara poco vale a la par de los valien­ tes guerrero que guardan tu casa y defienden tus dominio, eñor, y Vara en la tumba no conmovería sino a lo botone sin florecer o a las olas del golfo que cruzaba su piragua o a aquel anciano · que allá en Nicoya desespera por la ausencia de u hija; Vara desea ardientemente volver a Kaurki, a su palenque que respetan los vientos y acarician la brisas; moler el maíz y fermentar el grano para su bebida; ervirle en labradas jícaras su chocolate, peinarle los cabell os y adornar u cabeza con bellas plumas. Vara necesita vivir, señor. Luego prosiguió con animada voz: - Vara trae hoy una de sus mejore narraciones que oyó hace mucho tiempo a un viejo guerrero del Sur, donde el coto y el quepo hacen cruda guerra al

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Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional “Miguel Obregón Lizano” del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica. viceita del otro lado del monte, y roban su oro y su maíz ... Con aquel atardecer se iba el in vierno y el calor volvía sobre la playa del golfo. La Luna, como inmensa gota de leche, brillaba nítida en Oriente. El ci elo cam­ biaba su azul por el violeta y éste en rojo y oro donde agonizaba el Sol. Lá brisa, in visible peine, ali saba las pequeñas olas y prendía su fresca carici a en la frente sudorosa de Carao, viejo marinero. En las sierras del O este el día trenzaba sus últimas hebras de lu z en las copas de los árboles. En los nidos la aves exten­ dían sus alas protectoras sobre los polluelos dormidos. En su cu eva dormitaba el león como un borracho y sobre la hi erba lanzaba intermitentemente u monorrít• mica canción el O'r ill o .. . El cayuco se desli zaba rápi do aca riciado por los rizos de espuma. Nos hall ábamos en pl eno golfo de regreso de una cacerí a en la selva . Vara era entonces p queña como una mazorca tierna, pero no temía al mar. Vara no había ido a la montaña : había esperado en la playa con la vieja Guaré, jugando con los cara­ coles y mojando sus pies en las espumas tibias. Carao, a popa, impulsaba fuertemente el cayuco al cual hací a dar largo tirones sobre las onda . El sudor le resbalaba copio o por los nervudos brazos y sobre la frente, abultada y venosa, le caían desgreña­ dos por el vi ento los cabellos. Vara, a proa, miraba la estela del cayuco perderse en la distancia. Este cortaba el mar con acelerado impulso y la playa vecina avan­ zaba amenazante. Carao, que hasta ese momento guar­ dara sil encio, habló así: -«El DiquÍs es un ancho río del Sur que se echa al mar por varias bocas, formando una inmensa pata de pájaro. Sus aguas discurren mansamente a través del valle, pero en su origen se despeñan desde altas tierras. En este último lugar habitaba hace muchas lunas nu-

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Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional “Miguel Obregón Lizano” del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica. merosa tribu, aguerrida y riquísim a. Los boruca acam­ pados en las márgenes del Diquís que les ll e aba hasta el mar, disputaban de continuo con aquélla por la po e ión del oro que se aseguraba poseían en tanta abundancia que su tesoros rebalsaban la más panzu­ das tinajas, y hasta e decía que en sus flechas usaban punteros de ese metal. Los montañeses tenían como estandarte de su tribu enorme patena de oro macizo, grande como la piedra de sacrificios, y que resplandecía en lo alto como un Sol mañanero. Esto podrá darte idea de sus riquezas. De toda las pendencias siempre salió gananciosa esta tribu, pero no por eso el boruca, codicioso y ob - tinado, renunciaba a volver. De esta manera la guerra no tenía término. Mucho jefes quedaron tendidos en la tierra angrienta o colgando, como trofeo macabro, de los picos rocoso ; y no pocas veces el Diquís echaba al mar montones de cadávere , y la agua teñida de rojo por su angre, parecían encenderse a los rayos del astro en agonía. Cierta vez los montañeses se hallaban en grave aprieto y la suerte de las armas parecía decidir e en favor de los contrarios. De esperando de la victoria y c.uando el combate era más encarnizado y todo presa­ giaba la derrota, uno de aquéllos, viejo guerrero y certero cazador, saltó en medio de los combatientes blandiendo in misericordia pesada maza, con la cual se abrió paso hasta donde se hallaba el estandarte de la tribu, y, arrebatándolo de sus guardianes, partió con él, rumbo al mar. Los borucas le persiguieron muy de cerca, hostigándole con sus dardos. Pero el viejo corría salvando los barrancos con diestra rapidez y llegó al llano fatigado y sangrientos los pies, pero libre, esca­ pand.o cada vez más de sus perseguidores. En el camino tropezó con la llamada laguna de Sierpe. En sus orillas se vió detenido bruscamente por carecer de 'bote para

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Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional “Miguel Obregón Lizano” del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica. atravesarla, mientras el enemigo le tocaba los t Por primera vez el fugitivo sintió el frío del . do invadirle las venas; pero fue un instante apen - apre urada habilidad amarróse con bejucos la patena a la espalda y echóse al agua ganoso otra orilla. Firmes y largas brazadas le alejaron la adentro, cuando su perseo"uidores irrumpieron vocife­ rando en la margen recién abandonada. Las ondas tragaban y tragaban flecha, pero el nadador lo hacía con renovado brío ha ta tocar opue ta orilla. No por e to la per ecución terminó, pues, como él atravesaron la laguna guerreros boruca, no dándole tregua ino para emprender de nuevo la fuga a través de las pen­ diente que conducían a la playa. Sus pie angraban, el corazón respondíale en las sienes y el sudor le invadía copioso; pero us piernas, firmes como horco­ nes, no temblaban, y saltando como un venado huía hacia el ya próximo mar. Al posar sus ensangrentados pies en la playa con­ sideróse a alvo. La brisa marina secó el sudor de su cuerpo y fue como una caricia renovadora. Sin em­ bargo, los dioses reservábanle terrible hazaña: la tra­ ve ía del mar. La playa desnuda no le ofrecía refugio "alguno. Estaba solo, desamparado entre el implacable enemigo y el mar insalvable. Nuevamente el fugitivo sintió el garfio del miedo, pero nuevamente, también, fue un instante no más. En su angustio a situación chó una mirada a su alrededor como interrogando a las cosas, y, de pronto, rápido corrió al bosque y, con desesperado e fuerzo, arra tró grueso tronco hasta verlo flotar sobre la olas. Montó obre él audazmente, retó al mar con un grito de heroica entrega y, mientras que con los pies impulsaba la singular embarcación, con la mano ujdaba el precioso símbolo robado. Fue una lucha nunca vi ta la del guerrero indígena y el mar inmenso. Desde la playa lo perseguidores,

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Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional “Miguel Obregón Lizano” del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica. asombrados, contenido el aliento, seguían el pequeño grupo del hombre y el tronco que altaba obre las olas o caía en la hondura del abismo. V aquel punto oscuro, cargado de fatiga y de acrificio, no de ma­ yaba en la conquista de la margen liberadora. Algunas horas después el mar arrojaba a la isla del Caño, el cuerpo de un hombre desnudo y mori­ bundo, abrazado a una gran lámina de oro, y un tronco de árbol cubierto de algas y concha ... Cuenta la leyenda que desde entonces en días claros, aniversario de la última guerra entre borucas y montañeses, en la parte más elevada de la isla del Caño, resplandece con reflejos áureo, como l a tro al nacer, la patena rescatada por el viejo guerrero, y en la costa, sólo visitada por las aves marina, ambula el eco de aquel grito con que retó al mar el más valiente y heroico de los hombres ... » Vara había concluído. El acento de u voz vibró dulce y claro; los circunstantes enmudecieron orbiendo lentamente, como un rico licor, sus palabras. El caci­ que había cerrado u ojos al ortilegio que emanaba de los labios de su cautiva. En el brasero e consumían los últimos leños. Afuera, el día se iba definitivamente .. Súbito se cuela en la habitación el eco de una canción extraña. Cararé despierta y e cucha sorpren­ dido, interrogando con los ojos a la joven. Vara siente cómo por su piel resbala, igual que rocío tibio, la mi­ rada del cacique. Se incorpora lentamente, pero no rompe su mutismo. Vara en e e momento e la habitual sombra de la corte. Resignada al cautiverio, ha apren­ dido a callar. Sus pupila e detienen en la entrada ávidas de atravesar la cortina. La voz llegada de afuera abre una ventana en sus no talgia y su pen amiento se ha puesto alas. Los ojos se le iluminan de raro fulgor que no pasa inadvertido a Cararé. Hay en la actitud de la muchacha una como transfiguración que la sus-

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Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional “Miguel Obregón Lizano” del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica. trae de su diaria taciturnidad. Pero es un apena, igual que el reventar de una pompa Luego, vuelve a caer en su retraída pasivid Cararé, intrio'ado, la dice: - ¿ Vara conoce esa canción? - Vara, señor- contesta entre pau as- n más que la dulce canción de Ouaré, en pa ó su mejores tiempos. - ¿ Por qué, entonces, como tórtola orprendida, tiembla Vara? - Vara está tranquila como el rocío en la flor. - El rocío puede ser robado por las mariposa y e frío como la bri a del amanecer. - Vara, señor, sabe que u corazón está quieto y dormido como el jugo en el coco. - En los ojo de Vara e ha detenido un rayo de luz qu no es el mismo de iempre. - Vara miraba el bra ro agonizar- r pu o con ob tinación la muchacha- y, sin duda, una llama en­ redó u lumbre en la pupilas. - ¿ Vara- demanda impaciente el cacique- dice la verdad? - i Nunca supo otra co a Vara, señor !- mintió hábil y valiente la cautiva. La presencia intempe ti va de un nuevo personaje, interrumpe el diálogo. Es un alto servidor en la corte que habla así al cacique: - Señor, un extraño fora tero ha sido sorprendido en tu dominio. Sólo sabe cantar y confiesa que no recuerda a su tribu. Ha debido caminar mucho porque us pie e tán hinchados. Ha pedido ver a Cararé. La cautiva e cucha e ta palabras con indiferencia: nada en u exterior traiciona la Íntima impresión. El cacique trata en vano de penetrar el sentir oculto de aquello OJos impasibles, de aquellos labio callados,

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Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional “Miguel Obregón Lizano” del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica. de aquel corazón inconmovible. Vencido al fin , se le­ vanta disponiéndo e a salir. - j Qué ea cumplido el deseo del pri ionero ! V con esta orden despide a tocios, excepto a Vara, obligándola a permanecer en su sitio. Una vez solo-, el cacique dice a su cautiva: - No olvide la bella flor nicoyana la promesa de Cararé. El sólo anhela que Vara pueda volver a cruzar el golfo, camino del palenque de Kaurki. Si Vara es buena, Cararé perdonará. Así habló el señor del valle de Ujarrá en ese anochecer inicial del estío. Vara se limita a e cuchar en silencio haciendo ligera inclinación. Luego sale cabiz­ baja y lenta. Ni una palabra, ni el menor gesto de comprensión: enigmática y muda traspone la cortina. Firme, con la marcial firmeza de u vigoroso cuerpo, con el gesto de un hombre que ama y no con el del soberano que ordena, Cararé contempla pensativo la movible tela tras la cual ha de aparecido su joven cautiva. En sus ojos asoma su sonri a la e peranza ... Al salir el cacique aparece Matla, anciana esclava descendiente lejana de la tribu de Nicoya. Es una marchita flor que aun e sostiene firme en su tallo. Su rostro, del que huyó hace mucho tiempo la fre cura juvenil, e tá cruzado de grietas como la corteza de un añoso árbol. Las fláccidas carne denuncian la belleza y con istencia que tuvieron en mejor edad. Pero en su cuerpo no hay temblores: aunque en su ocaso e mantiene fuerte, con algún resto del vigor racial. Matla es pequeña y un poco encorvada como es­ pina de rosa. Hay en u pa o suavidad de brisa y en u voz opio maternal. Venerada por todos en la corte Matla goza de gran confianza y libertad. Más que una esclava es una reliquia en el amor de los uyos. Ambula por todos lado , conoce a todo mundo y sirve en cierta forma de consejera a las doncella de la tribu. No le

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Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional “Miguel Obregón Lizano” del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica. 1 son desconocidos, pues, mucho detalles de la vida cortesana y e mantiene dentro de ella como un regula­ dor de la co tumbre y de lo rito religiosos. Le está permitido penetrar en la habitaciones íntimas y despierta siempre profundo respeto y simpatía. Matla conoce la situación de Vara, a quien, compadecida, protege en secreto. Matla soliloquea: - Todo se han ido. Mientras la tribu se congrega en la plaza, aquí todo reposa en calma como el po­ lluelo en el nido. Necesito esta paz para mi corazón, ahora tan triste. No sé por qué me asalta el temor de que algo amenaza a los míos. Matla fue siempre va­ li ente. Entonces era joven, llena de vida como de miel los panales. Manejaba el arco como el más seguro cazador. Su brazos sabían vencer sin fatiga los impe­ tuoso río y su agilidad alcanzaba, sin esfuerzo, las copas de la palmera. Matla era fuerte. i-ioy es vieja, su cuerpo tiembla como el venado ante el león, y sus ojos, gastado, sólo saben llorar como las hojas del plátano el rocío mañanero. ¿ Por qué llora Matla? ¿ Qué teme i todos la quieren en la corte de Cararé? . , Cararé, eñor mío, i guarda tu corazón! Tú amas a Vara, pero ella no puede amar al enemigo de su padre. Hace un momento te sorprendí sonreír de un modo feliz y tus ojos iluminarse como el valle al asomar el sol. Ten cuidado, ¡la angre de tu raza no puede er traicionada !- la voz de la vieja tiene dejo amena­ zante, un poco ordo, advertencia y de afío a la vez. Pasada una larga pausa pro igue, serenada: - Vara, linda y de graciada prince a, ¿ qué eres tú en la corte, sino flor codiciada y sin amparo, a la que e pera el altar de lo acrificios o el encierro en la alcoba real? Por mis venas algo corre de la sangre nicoyana, muy poco quizá, de e a misma sangre que hincha las tuya : mis antepa ados pertenecieron a tu

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Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional “Miguel Obregón Lizano” del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica. raza; pero de eso hace muchas luna y u recuerdo se ha borrado como se borra la huella de la ola en la arena de la playa . .. No te quiero, no debo quererte; i pero te compadezco! Ya en mi alma no alienta sino el amor: el fuego de mi sangre e tá tibio, ca i frío: lo apagó el cansancio, . Te compadezco porque comprendo tu tristeza. Mi hermano no son malo, pero en su leyes no exi te el perdón. Ellos podrán condenarte, pero yo sólo podré ayudarte ... Así dijo Matla en la estancia solitaria d I palen­ que, mientra afuera la tribu e reunía bajo el claror de la Luna. El brasero consumió el último leño y su lumbre fue acabando lentamente como el stertor de un moribundo. En la habitación ólo e oyó, por in - tantes, el paso lerdo y suave de Matla que salía, y después, la sombra y el si lencio lo invadieron todo ...

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Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional “Miguel Obregón Lizano” del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica. X¡lotl

H a pasad o la noche. En la estancia que hemos d escrito se hall an presentes lo personajes ya cono­ cidos, excepto Vara. Se interroga al pri ionero. En la habitaci ón penetran la lu z y el calor olares a travé de la entornada puerta. E n el va ll e el día cae oblícuo sobre las milpas fl orecidas. En el confín donde la cordillera interrumpe el ll ano, discurre manso el río. - j El prisionero puede habl ar !- ordena Cararé. - j Noble señor !, Xil otl, humil de esclavo, e un vagabundo que ha muchas lunas e echó al camino en busca de aventura. us pi e e tán hinchad os por la fati o'a de las jornada. Xilotl conoce el vall e, la mon­ taña, el río, tod o lo han vi to su ojos y lo han holl ad o us pie . No tiene patria : como las ave su vida es un perenn e mig rar. Pertenece a una vieja tribu del Norte cuyo recuerdo se ha perdido para siempre ; sin duda, nunca tuvo familia porque no conoció padre ni herm a­ nos. Vino 0 10 al mundo y u alm a tierna, desde el principio, careció de afectos : únicam ente le di eron abrigo con sus sombras los árboles y fuer n sus ami­ gos los canoros páj aro. C reció libre como las nubes en verano. De los cenzontles aprendió a cantar; de lo animales a luchar por la vida. Después vinieron la lu­ nas y con el dolor a su corazón ; pero el cuerpo se mantuvo joven y vigoroso. Xilot l sólo sabe cantar y leer el de tino en los sig nos de la mano.

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Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional “Miguel Obregón Lizano” del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica. Al oír e to el cacique le ruega examine su mano, ansioso de conocer qué le resen an los dioses. Xilotl accede, ganoso de la buena voluntad del oberano. Al za lo brazo en actitud mística como evocando a espíritus y toma entre las suya la mano del cacique. Mirando sobre ella, Xilotl e expresa así: - La mano d Cararé revela a Xilotl su secreto. Dice cómo de de lejano paí volará ha ta su palenque ave de raro plumaje y desconocido canto. Es el amor. Su pr encia embrujará al cacique, quien de de entonces e angustiará de no talgia ... Xilotl descubre la silueta de un·a prince a extranjera que conquistará a Carar' ... Una gran len o· ua de fuego envuelta en espe as humaredas, distingue Xilotl: el fuego es la pa ión, el humo es el dolor: Cararé amará y sufrirá .. . En su palenque la bella fora tera vivirá mientras el cacique sueñe y espere. En el corazón de ella exi te un luo·ar sombrío, la indiferencia, que hará llorar a Cararé: u dolor será agudo como el a O" uijón de la abeja; in embargo, con la herida vendrá la miel: Cararé será al fin ... Xilotl calla de improviso, orprendido, y exclama: - ¿ Qué es esto? La raya del corazón e larga y profunda, pero se quiebra al llegar a la base del dedo grande, índice de la vida. Trata de bu car sobre la mano examinada, pero la raya no concluye, permanece interrumpida y se pierde entre el apretado volumen del músculo. Xilotl se incor­ pora entre la general expectación, y calla. Cararé demanda, entonces, con energía: - j Dí, pronto, qué me re erva el Gran Espíritu! - Señor,- contesta Xilotl- a veces lo que vemo en las mano no se cumple, o puede er evitado. - ¿ Por qué no hablas claro ?- in iste impaciente el cacique.- j Habla, Xilotl, o te entrego a los sacer­ dotes!

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Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional “Miguel Obregón Lizano” del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica. Xilotl, temeroso, replica: - Noble Cararé, te e peran grande p tos: esa raya trunca me dice que la estrella apagará muy pronto su fulgor: una nube 1 para iempre. - j Mientes, Xilotl !- grita, levantándose, que. Xilotl, seguro, contesta: - Por los diose de mis tribus primitivas, que lo que te digo es lo que dice tu mano. Xilotl distingue una sombra con borde rojos cernerse sobre tu cabeza. Estas palabras martillean con pe ado ritmo el cerebro del cacique. Jamá nadie le habló con tal convencimiento, con tan cruel sentido de verdad. Ca­ raré lucha íntimamente entre la realidad que su temor supersticioso cree reconocer, y la mentira reconforta­ dora que ansía su e peranza. ¿ E que u vida ha de acabar tan pronto? ¿ Cómo burlar la voluntad de los diose ? Cararé padece como náufrao·o entre dos abismos, el mar y el cielo: el mar, una tumba; el cielo, un enigma; ambos, al fin, la nada ... Se lleva la mano a la frente y la retira empapada en sudor. De su rostro escapa la sangre: está pálido como un már­ mol. Ordena que le dejen solo: desea meditar y sufrir sin testigos ... Al sentirse voluntariamente abandonado a Í mis­ mo, desespera, y su ánimo se quiebra como tallo tierno; pero en seguida, igual que saliendo de un hueco o curo, su conciencia se llena de luz. Reacciona hacia la espe­ ranza, la de su vida que no sacrificarán los dioses. Como sus antecesores, vivirá muchas lunas y será roble duro para el hacha del destino. Sin embargo, al salir ex­ clama: - j El Oran Espíritu me ea propicio y ayude mis pasos!

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Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional “Miguel Obregón Lizano” del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica. Los del cacique van siendo menos perceptible conforme se aleja. En la calma de la mañana el valle luce como tablero de e meralda. En las hoja de maíz el a tro seca el rocío nocturno y el campo todo se envuelve con el vapor mañanero en cuyas partículas e e paree la luz como polvo brillante. Aun se oye el paso del cacique cuando Vara penetra en la e tancia, curio a, ll ena de temor, tra­ tando de interrogar a las co as. La presencia del cantor, el misterio de que ro­ dea su vida, la extraña melodía de u canciones, todo excita u curio idad desde hace horas. Su voz, ¡ah!, esa voz que no le parece desconocer que oye ahora como oyera otra vez de labio amados que hicie­ ran fl orecer su primera ilusión ¿ por qué despierta en ella el dormid recuerdo y provoca u nostalg ia? ¿ De quién es e a voz que llega hasta ella con la mi _ma vibración de otra que la iniciara en el amor? Esa voz. .. La llegada del extranjero marcará un cambio en su vida: no puede explicárselo, pero algo le hace presentir que lo días de cautiva tocan u fin. ¿ Será el amor? ¿ La fuga imprevista? ¿ El perdón an iado? - ¡ Xilotl! ¡ Xilotl !- dícese a media voz- ¡ Igual se llamaba él! En la última luna, al de pedirnos, me entregó este amuleto y me dijo que si caía en poder de Cararé, vendría a buscarme. V lo hará Xilotl; Vara tiene fe en u amado y por eso conserva e te amuleto que us mano pusieron aquí en eñal de promesa. Estas palabras apagan breve rumor tras la puerta principal que franquea Xilotl mi mo. Vara, de e pal­ das, no le advierte. Xilotl la contempla un in tante con arrobamiento y luego, agitando uno de sus braza­ letes, provoca rápido movimiento de la muchacha, quien con esfuerzo, reprime un grito de orpresa, a la súplica muda de Xilotl, que avanza radiante de gozo. - ¡ Xilotl!

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Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional “Miguel Obregón Lizano” del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica. - iVara ! Dos nombres e cuetos, dos excl amaciones fugaces que ba tan a expresar la orpresa feli z, el amor de dos almas que había separad o el azar. Ardorosas las manos se estrechan y en las bocas enmudecen las palabras. H ablan los ojo, dilatados, sonriente J ilu­ min ados d e dicha. En el sil encio que les rod ea sólo e cuchan el golpe d e u corazone. Vara es un botón en brazos de Xil otl ; éste, fruto madurado al ca lor de la emoci ón d e Vara. - i Los diose , con Xil otl , traen la felicidad de Vara !- d ice la muchacha con entrecortad a voz. - Nad a podrá eparar los corazones d e Vara y Xilotl.- contesta el mozo reteni endo entre la suya, como p alomos d ormido, las manos de la joven. - Vara tiembla de ve r a Xil otl en la corte de Cararé. - Xilotl, no teme a nadie. - Aquí tod o amenaza a Xil otl: sólo el corazón de Vara am para y d efiende. - Lo sabe Xi lotl Y e o le ba tao - Cararé ama a Vara y no perdonará a Xilotl. -Cararé no lo reconocerá baj o el di fraz de un vagabundo. - C araré es listo, difícil de engañar. - Xilotl sabrá burlar a Cararé. - Si es descubierto el engaño el cacique matará a Xilotl. - Xilotl lo tiene previsto todo y triunfará. -=- Vara duda y se angu tia. - Xilotl sonríe y espera. Disfrazado- explica tras breve pausa- Xilotl ha podido atravesar el país, an­ dando de noche grandes jornadas y ocultándose de día en el bosque. Xilotl prometió a Vara rescatarla del poder de Cararé.

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Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional “Miguel Obregón Lizano” del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica. - Vara no sabría qué hacer si Xilotl muere. Vara desaparecería como la espuma de la ola o el rocío de la flor. - Cararé, ha dicho Vara, es listo, pero no puede sospechar que bajo la figura de un cantor, e oculta una flecha envenenada. Hace un momento ha podido comprenderlo Xilotl. .. Pasadas tres noches, cuando el primer rayo de luna flote sobre la aguas del río, será la fuga. En el bosque Xilotl pondrá alas a u pies y tomará en sus brazos a Vara. El Oran Espíritu protegerá a la hija de Kaurki . .. Hay en la voz del muchacho cierta impaciente de­ ci ión que quisiera apresurar el tiempo. Vara replica con desconsuelo: - ¿ Sueña Xilotl? i Lo que dice es imposible! ¿ No sabe, acaso, Xilotl, que el cacique vigila, que sus gue­ rreros no duermen, que todos aquí están alerta? La tribu no sabe más que guardar a Vara. Cararé ha ofrecido el cuerpo de su cautiva al Oran Sacrificador si antes de la fiesta del sol, no ha logrado curarle de su mal. Todas las tardes, al caer el astro, Vara debe entretener al cacique con fantásticos cuento , hasta que el sueño rinda sus párpado. Vara defiende a í u vida desde hace tres lunas; pero Vara no abe ya cómo excitar su imaginación casi al agotar e. Vara piensa que si la voluntad de lo dio es es que aquí concluya su vida, Xilotl salve la suya y corra a servir y con olar a Kaurki ... Dice las últimas palabras con un hilo de voz que acaba en sollozo. - Me aflige que Vara hable así.- replica el ~ozo, enternecido-En Nicoya Vara era distinta: la más diestra y valiente de las mozas; admirada por su belleza y por su coraj e; despertaba la envidia por su ha­ bilidad en el manejo del arco. ¿ Vara tiene miedo al lado de Xilotl, el más valiente de los guerreros?

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Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional “Miguel Obregón Lizano” del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica. ¿ No confía en la protección de Xilotl, que ha corrido grandes peligros para lIegar hasta aquí? La doncelIa llora sobre el pecho de Xilotl, quien al sentir la tibieza de su lág rimas, exclama conmovido: - Llora la «pequeña princesa, que tiene el cutis más terso que la seda: lo cabellos como hebras del manto de la noche; la sonrisa como pétalos de rosa esparcido por la brisa; la mirada como lámpara sa­ grada d onde arde la eterna llama de Amor?» (1) Llora cuando los brazos de Xilotl están ansiosos de llevarla hasta los suyos, eso brazos que antes parecían a Vara el mejor de los amparos? .. Vara, que al conjuro de las palabras del muchacho ha ido serenándose, responde: - Lo brazos de Xilotl han sabido alzar a la pequeña prince a, «son fuertes como las ramas de un árbol; Vara quiere ser siempre pequeña, siempre débil para que Xilotl la proteja ... » (1) Entonces el joven guerrero tomando dulcemente sus mano , la dice: - Pasadas tres noches, no lo olvide Vara, al aso­ mar su faz la Luna, Cararé habrá perdido a su cautiva. Mientras tanto Vara debe esperar, confiar en Xilotl, que la ama, la amará siempre. Apagado el eco de esta palabras, Xilotl sale pre­ suroso. Queda sola la joven fijos sus ojos en la puerta que acaba de trasponer el mozo. Luego, exclama so­ lemne: - j Los diose de mi raza protejan a Xilotl, ml señor! Vase con rumbo contrario y sus pasos, menudos y quedos, e pierden en el interior. En la estancia, bre­ vemente de ierta, entra Cararé, quien ha escuchado la

(1) De .Zulay y Yontá., de doña María F. v. de Tinoco.

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Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional “Miguel Obregón Lizano” del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica. conversaclOn a través del delgado tabique. Trae el rostro descompuesto, contraído el ceño, la manos ce­ rradas para el golpe. Con altanero acento, cargando cada sílaba con el calor de una ascua, las palabras del cacique resuenan como una maldición: - Vara, Xilotl te ama, te amará siempre ... ¡pero no serás jamás de él! Aun no te ha librado de mi poder. Cararé llevó hasta hoy su alma encendida de amor por ti; en adelante, vivirá para la venganza. V cae al suelo rendida su frente que ocultan las manos trémulas. Ligero temblor le sacude el cuerpo. Fuera, el valle se despereza al sol meridiano.

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Apo ento de Matla. Media noche. Vara, al arrimo de un brasero, contempla las ascuas que apenas dan lumbre bajo la ceniza. Los reflejos del rescoldo se prenden de sus ojo y con u llanto ruedan, igual que gotas de fuego, por la mej illas. Matla recata su blanca vejez en el regazo de un rincón; a la escasa luz su rostro marchito denuncia gran inquietud. Las do mujeres permanecen mudas e inmóvile como ídolos. Sólo rompe el silencio el chirrido de la brasas que se enfrían lentamente. Afuera el valle dormita bajo la claridad de las estrellas ... Es la hora del ensueño cuando el pensamiento se torna fantasía y los ojos dormidos se «abren» al fugaz mundo de la ilusión. No obstante, en el aposento de Matla vela la tristeza como cuervo en acecho. La paz exterior llama en vano a la puerta. En la tibieza interna dos almas se angustian: alma de Matla, cansada de la lucha, que se abre a la inmensidad del Más Allá; alma de Vara, que florece a la inmensidad de la Vida . . La sombra de Vara se proyecta difusa en la pared y a compás del resplandor de la lumbre, salta y con­ torsiona como una danzarina infernal. Los ojos de Matla, insomnes en la media luz, brillan como dos ascuas agónicas. - Vara necesita del favor de Matla-Ia voz de la muchacha es una quej a, un sollozo.

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Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional “Miguel Obregón Lizano” del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica. - ¿ En qué puede la vieja Matl a ayudar a Vara?­ responde la anci ana. - Matla conoce a los hombres y sabe abl and ar us corazones como la lluvia el terrón . - j Matla abe que ya tod o es inútil! - Nó ; en Vara 11 0 ha muerto tod avía la esperanza . - Pero en el corazón de M atl a sólo vive el desen- gaño. - Matl a puede sa lva r a Xilotl por la dicha de Vara- insiste, entre lágrimas, la cautiva . - ¿ Qué hacer para ervir a Vara ?- replica, com­ padecida, la escl ava. H ay en sus palabras dejo de renunciami ento, de re ig naci ón ante lo in ev itabl e. - M atla goza de respeto y cariño en la co rte. La palabra d e Matl a es escuchada por todos. Cararé, si M atl a lo supli ca, j perdonará !- esta última palabra brota de los labi os de Vara empapad a en ll anto. Al­ gunas lágrimas caen obre lo ti zo nes en lo cuale, por in stantes, marcan u huell a como negros lunares. M atl a no responde de inmediato : en u pensami ento Iíbrase angusti o o combate : la ali anza ancestral de la angre que la liga a u tribu y la trao·edia del am or de Vara que de pierta u compa ión de mujer. Salvar a Xil otl es traicionar a los suyos y Cararé jamás se pre taría para e o. Ella mi sma no podría, por pasajera fl aqueza, deshonrar a su tribu ; la sombra de lo ante­ pasad os se impondría acusadora hasta el final de su vid a y propiciarí a g randes padec imi ento más all á de la tumba. Matla e mu tia de congoja ante la cruel di yuntiva. En aquell a hora su alm a sufre el vértigo de dos abismos : el amor y la fatalidad; con el primero, la maldición y la muerte de Matl a ; co n la segunda, el sacrificio de Vara. Vence, en primer momento, su egoísmo : - No espere Vara tal cosa de Matl a. j Ella sabrá ser fi el a su tribu; no manchará con la traici ón la me-

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Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional “Miguel Obregón Lizano” del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica. maria de sus muertos sagrados! i Matla ufre ~ ~~ pero cumplirá con su deber! º". ,. - Vara lo ha perdido todo; no le queda m.ti -"' morir: i Vara in Xilotl e como tronco in a'v ~ !- Ia cautiva dice e tas palabras lentamente, retardando entre soll ozos cada sílaba. Hay en u acento la más profunda desolación. Hace un instante su alma e abría a la esperanza como rosa al Sol, y ahora, un minuto de - pués, el ave de u ensueño pliega las ala en po trer vuelo. Igual que tallo tierno la cabeza de la infeliz se dobla sobre las rodillas y esconde us lágrimas entre las manos trémula. A la suave claridad del hogar Vara semeja extraño ídolo derribado por mano acrí• lega. En su amargura el pen amiento de la muchacha se envu Ive en ombras y la desesperanza cuelga, como garfio, de su alma desolada. Matla, en la penumbra, parece no advertir la tragedia de aquel corazón que el dolor d vora con ferocidad d be tia hambrienta. Sin embargo, en Matla no ha muerto la compasión: mujer al fin, ante el infortunio de Vara la vieja esclava e apena. A pesar de eso la deslealtad la ' horroriza. Ella, mujer y madr, abría perdonar; pero Matla, juez ante u conciencia, sólo puede condenar. V de este modo, mientras las ideas arden como leños seco en u cerebro, Matla, de pronto advierte que Vara ha salido. En el rescoldo quedó la huella de su última lágrima ... Matla no hizo ningún movimiento. A solas con sus reflexione, la au encia de la muchacha no la preocupó; quizá hasta la favorecía, pue to que libre de su pre encia podría enhebrar mejor el hilo de su pensamiento. Ha ta ese momento la vieja esclava ha­ bía con eguido mantenerse leal a su tribu; pero en adelante, conforme pasaban la hora y el frío de la madrugada le entraba en la carnes, Matla vacilaba, perdida la firmeza, la seguridad de aquel amor de la

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