Pdf Cuadernos Hispanoamericanos. Núm. 268, Octubre 1972 Leer Obra
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CUADERNOS HISPANOAMERICANOS Revista mensual de Cultura Hispánica Depósito legal: M 3875/1958 DIRECTOR JOSÉ ANTONIO MARAVALL JEFE DE REDACCIÓN FÉLIX GRANDE 268 DIRECCIÓN, ADMINISTRACIÓN Y SECRETARIA A.vda. de los Reyes Católicos Instituto de Cultura Hispánica Teléfono 244 06 00 MADRID ÍNDICE NUMERO 268 (OCTUBRE 1972) Páginas ARTE Y PENSAMIENTO A. URELLO: Antecedentes del neoindigenismo 5 FRANCISCO AGUILAR PIÑAL: Planificación de la enseñanza universitaria en el siglo XVIII español 26 JAVIER DEL AMO: Otoño-Sala-W agram 48 JUSTO JORGE PADRÓN: Como quien surge del otoño 56 PUBLIO GONZÁLEZ-ROJAS: Orígenes del modernismo en Colombia: Sanín Cano, Silva y Darío 62 NOTAS Y COMENTARIOS Sección de notas: PERE GIMFERRER : Temas y procedimientos en la poesía de Joan Brossa. 93 JORGE CAMPOS: Miguel Ángel Asturias en sus primeros escritos 104 FÉLIX GRANDE: Vino profundo '. 108 MANUEL ZAPATA OLIVELLA: La novela de la Revolución mexicana 117 MANUEL VILANOVA : Reflexiones sobre un silencio • 125 JULIO E. MIRANDA: La narrativa de Argenis Rodríguez 131 JORGE RODRÍGUEZ PADRÓN: Sobre la generación del 27 140 HELENA SASSONE: Influencias del barroco en la literatura actual : 147 Sección bibliográfica: EDUARDO SÜBIRATS: ¿Cuándo habrá lógicos y filósofos durmientes? ... 161 EDUARDO TIJERAS: La investigación física de la mente 164 Luis ALBERTO DE CUENCA: Dos libros sobre el surrealismo 168 FERNANDO SAVATER: Un poema del ser y del no ser 172 RAÚL CHÁVARRI: Un libro de Daniel Fullaondo sobre el arte y la ar quitectura de Bilbao 174 CÉSAR A. FERNÁNDEZ SÁNCHEZ: Publicaciones sobre la toponimia indí• gena de la Argentina 176 ROBERTO ECHEVARREN: Un laberinto llamado Iberia 181 RAFAEL BALLESTEROS: Miguel Labordeta: Obras completas 185 JOSÉ ANTONIO GÓMEZ MARÍN: Un libro sobre la desamortización 188 JUAN CARLOS CURUTCHET: Revista de revistas 193 J. C. C,: Seis fichas de lectura 200 Ilustraciones de DIMITRI Siguiente ARTE Y PENSAMIENTO Anterior Inicio Siguiente ANTECEDENTES DEL NEOINDIGENISMO Junto con las narraciones acerca de los tesoros encontrados en el nuevo continente, al lado de las fabulosas empresas encaminadas a conquistar El Dorado o descubrir la Fuente de la Juventud Eterna, aparece el rostro de un nuevo personaje: el poblador natural del con tinente americano. Los primeros contactos de los descubridores con los aborígenes de «éstas Indias occidentales» producen reacciones diversas. La Historia ha registrado en abundancia las controversias que suscitan las prime ras confrontaciones. Las posiciones adoptadas frente a la condición y el origen del habitante americano fueron heterogéneas y extremas. En muchos casos esas actitudes no fueron sino adaptaciones de viejas concepciones europeas, en particular las de la España imperial, frente a la nueva situación a la que debían encarar. En los extremos de esas opiniones se encontraban las que no eran más que una apología de las acciones de la conquista, que, en general, justificaban, el dominio de los pueblos débiles por los más poderosos. En las crónicas que favorecen este pensamiento aparecen los aborígenes en un estado de completa barbarie, practicando la antropofagia y la idolatría. El poblador de América ha tenido, desde entonces hasta nuestros días, tantos detractores como defensores. Desde Sepúlveda a Keyserling aparecen los diferentes perfiles del indio. En oposición a la visión nada halagadora del indio pintado por los defensores de las empresas colonizadoras de España existieron siem pre los que abogaron por el indio en su condición de vencido. El entusiasmo por su defensa llevó a estos escritores a presentarlo como un dechado de virtudes o, entre los más probos, como a un ser digno de la protección que se le debía otorgar. Desde Vasco de Quiroga, Bartolomé de las Casas, Buenaventura de Salinas hasta los escritores indigenistas de nuestro tiempo se ha defendido y exaltado al hombre americano (i). (i) MIGUEL LEÓN PORTILLA: Visión de los vencidos (México; Universidad Nacional Autónoma de México, 1961), pp. vii-ix. 5 Estas dos posiciones fueron representadas durante la conquista del nuevo continente, en sus aseveraciones más rotundas, por Juan Ginés de Sepúlveda y Fray Bartolomé de las Casas. El primero apoyaba el derecho del Estado español a llevar a cabo las empresas requeridas por la conquista, empleando cualquier procedimiento, por drástico que fuera, incluyendo el sacrificio de la vida misma de los naturales. El segundo, en una defensa apasionada, señala con gesto acusador a la corona española los abusos y violencias que acompañaban las empresas militares españolas. Se opone decididamente a 'las opiniones de Se púlveda, que juzgaba a los americanos como seres «inferiores». Inspi rado por la prédica de Francisco de Vitoria y guiado por sus propias creencias cristianas, Bartolomé de las Casas abogó en defensa del indio (2). Anticipándose en varios siglos al concepto del bon sauvage, de Juan Jacobo Rousseau, Las Casas consideró al indio como un ser de naturaleza noble y perteneciente a una raza pacífica. El núcleo de su defensa se encuentra en su Brevísima relación de la destrucción de las Indias (1552), en su Historia de las Indias y en su Tratado sobre la esclavitud de los indios. Mencionamos que la comparecencia del indio en muchas de las crónicas no fue muy favorable; pero es justo notar que también po seyó entre ellos ardientes partidarios. Entre los que más gozó de favor fue entre los cronistas indios, como Titu Cassi Yupanqui, mejor conocido por su nombre hispano de Diego de Castro; Juan de Santa Cruz Pachacuti-Yanqui Salcamayhua y especialmente Felipe Huamán Poma de Ayala. La contienda, al llegar al campo de la crítica, dio origen a la for mación de nuevos términos que por diferentes razones tratan de clasi ficar estas obras. Generalmente se conoce como indianismo a la lite ratura que enfoca al indio dentro de un marco puramente decorativo y exótico, acercamiento idealizado, consecuencia de una tradición re nacentista vinculada al concepto de las utopías, que nos priva verlo dentro de una realidad sustancial. El indigenismo, en cambio, busca evitar esta inclinación hacia lo puramente ornamental y trata de presentarnos al poblador americano condicionado por las apremiantes urgencias de su existencia. El indigenismo, en suma, concibe al indio como problema que compromete el desenvolvimiento de la cultura americana. Como lo ha determinado Mariátegui, la característica prin cipal de los escritores indigenistas es la sincera preocupación con la injusta situación del indio y su deseo de cambiarla. El desarrollo de estos dos acercamientos será visto en detalle a continuación. (a) Luis E. VALCÁRCEL: «El indio en nuestra literatura», Cuadernos (julio- agosto 1956), p. 99, 6 INDIANISMO Si dentro del escenario español la presencia del habitante america no fue tratada con marcado interés, teniendo en Las Casas su más ardiente defensor y en Alonso Ercilla y Zúñiga su poeta más famoso (La Araucana, 1569-1589), en el resto del continente hace eco inme diato su aparición. Catorce años después del fallecimiento del Padre Las Casas, Montaigne publica en Bordeaux sus Essais (1580), donde el tema del indio surge bajo el título de uno de sus ensayos, Des caníbales, en que se exhiben las opiniones de Rousseau en forma embrionaria. Montaigne juzga que la civilización destruye la armonía que reina en la Naturaleza y corrompe el estado de inocencia de los pobladores de esta Arcadia primitiva. Ecos de la misma opinión aparecen ciento cincuenta años más tarde en Alzire, de Voltaire. El francés encontró en la América pri mitiva virtudes superiores a las de Europa: La América, agreste en su sencillez, nos iguala en valentía y nos . aventaja en bondad. Es en el Contrato social (1762), la obra más conocida de Rousseau en América, donde hunde Sus raíces más hondas la concepción de la literatura indianista; en esta obra se descubre también el sentimiento de la naturaleza del nuevo continente (3). Luis Alberto Sánchez, subrayando lo dicho por Concha Meléndez, nos recuerda que Marmontel había hecho circular por aquellos días del Contrato social su libro Los Incas (1777), inspirado en los escritos del inca Garcilaso de la Vega. La visión del autor está en posición diametralmente opuesta a las ideas de Sepúlveda y se apoya en la versión de una humanidad ingenua en sus primeros albores, corrom pida en sus contactos con la civilización (4). Los escritores iluministas y románticos, especialmente Chateau briand y Prévost, tienden la mirada en torno a este personaje. Le corresponderá al primero jugar el papel, más importante en el india nismo. El francés es uno de los exponentes más conocidos del roman ticismo, escuela que ha vuelto la vista al';yo y al ambiente que le sirve de escenario, enfoque que si no precisa, apunta al indio. (3) CONCHA MELÉNDEZ : La novela indianista en Hispanoamérica (Madrid: Imprenta de la librería y Casa Editorial Hernando, 1934), p. 34. (4) Luis ALBERTO SÁNCHEZ: «El indianismo literario, ¿tendencia original o imitativa?» Revista Nacional de Cultura (enero-febrero, 1960), p. na. 7 Chateaubriand nos presenta a un indio exótico y nos describe una naturaleza exuberante, idealizada. De 1805 a 1830 las traducciones de Átala (1801), Rene (1802) y Le Dernier Abencerage (1826) crecen en número en España y se espar cen rápidamente en el nuevo continente, sirviendo así de modelo y guía a gran parte de la producción literaria de esa época. Su influen cia se extiende hasta María (1867), de Jorge Isaacs, donde llega a registrarse en el conocido momento en que los protagonistas leen Átala y se inundan del sentimiento' romántico de los personajes crea dos por el francés. El indio en la literatura indianista, siguiendo el modelo romántico, aparece idealizado, muy alejado de la verdadera condición en que vive, satisfaciendo el deseo de presentarlo dentro de un marco exótico; un personaje de tarjeta postal, que despierta un aparente deseo de conocerlo en sólo su función decorativa. Aunque en muchos casos el ambiente y la manera en que viste son nativos, el indio aparece transformado por el espíritu europeo, que le impregna de caracterís ticas concebidas por las necesidades escapistas de su tiempo y que lo convierte en mero personaje convencional.