Abelardo de la Espriella: La pasión del defensor

Ángel Beccassino

Abelardo de la Espriella: La pasión del defensor

Barcelona • Bogotá • Buenos Aires • Caracas • Madrid • México Montevideo • Santiago de Chile

“Aquel que determina en qué consiste la realidad dominará sobre los demás. La elección de los conflictos proporciona el poder”.

Elmer Eric Schattschneider El autor y la editorial dejan expresa constancia de que las opiniones vertidas por los entrevistados en este libro, provenientes de entrevistas grabadas, son de entera responsabilidad legal de quienes las emiten, y que son mencionados en el texto como tales.

1ª edición: abril 2012 © Abelardo De La Espriella, 2012 © Ediciones B S.A., 2012 Cra 15 Nº 52A - 33 Bogotá D.C. (Colombia) www.edicionesb.com.co

ISBN: 978-958-8727-23-3

Depósito legal: Hecho Impreso por: Nomos Impresores

Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en las leyes, queda rigu- rosamente prohibida, sin autorización escrita de las titulares del copyright, la reproduc- ción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático. ÍNDICE GENERAL

1. El oficio de defender a la humanidad...... 11 2. Los especialistas en forceps...... 37 3. El perfil de un litigante de éxito...... 53 4. Del socorrista en el asesinato de Gómez Hurtado, al abogado de las más bellas muchachas...... 83 5. El abogado del mayor escándalo: D. M. G...... 125 6. La pelea en el hombre, el hombre en la pelea...... 149 7. Un abogado exitoso en un país sin compasión...... 165 8. Del humanismo a la violencia, pasando por la magia...... 181 9. Entre el drama y la comedia...... 207 10. Langosta con guarapo junto al mar...... 223 11. La tierra donde aún no se sembró el olvido...... 235 12. Los peligros que acechan al abogado, y otros temas...... 255 13. Un derrame del tamaño de Manhattan acechando al Caribe, y en el horizonte Japón...... 289

1 El oficio de defender a la humanidad

Acusado del asesinato de su padre, Sexto Roscio Amerino fue juz- gado en el Foro de Roma en el año 81 a. C., y salió libre. Actuaba como acusador un célebre procurador de la época, Erucio, escogido para la función por Crisógono, hombre de confianza del dictador Sila, y la defensa estaba a cargo del joven Marco Tulio Cicerón, que alcanzó celebridad ganando el caso a partir de una pregunta en que basó su alegato. Pregunta que no era suya, ya que la había recogido de un famoso cónsul difunto, Lucio Casio Longino, a quien Roma tenía por sabio, y constaba de dos palabras: ¿cui bono?, ¿a quién beneficia? Desde entonces aquella cuestión, que luego de Séneca y su Medea tendría como variante ¿cui prodest?, ¿a quién aprovecha?, se convirtió en un recurso popular para dictaminar culpables. Pero ninguna culpabilidad es tan clara, y por eso la defensa de un acusado tiene muchos recursos para rescatarlo a partir de pruebas, o a partir de cómo es capaz de interpretarlas. Lo cual conduce a aquello de que “escapar de una acusación no es tan complicado, lo difícil es seguir en libertad”, que me comentó un día un gran penalista, Antonio José Cancino, mientras hablábamos de un caso. Mientras cruzo la calle esquivando carros que atropellan con voracidad de sangre, juego mentalmente con la palabra defender, que tiene su origen, me digo, en el verbo latino defendere, deri- vado de un arcaico verbo, fendo, relacionado con las acciones de incitar, golpear, y al cual, anteponiéndosele el prefijo de—, se le

11 transformaba en su significado a proteger, y también repeler, re- chazar. Viendo la puerta a pocos pasos, no puedo evitar sentir esa sensación grata que, imagino, puede producir atravesar un bosque de altos pinos caminando sobre un angosto sendero de alfombra morada. Esto mientras a la sorprendente velocidad con que se mueve el pensamiento repaso los muchos significados que una palabra puede tener, y, en particular, observo que para muchos Defensa es un tipo de apertura en ajedrez, y que en Francia es muy probable que traiga a la mente ese distrito de negocios en el oeste de París, La Défense, así como en Buenos Aires la calle que saliendo de la Plaza de Mayo se interna en San Telmo y sigue más allá buscando aquella inundación de que habla Sur, el tango. Y los militares asociarán la palabra a temas de su oficio, evocando alguno de ellos con nostalgia que los Ministerios de Defensa antes se solían denominar “de Guerra”, lo que aludía a hacerla o prepararse para ella, en tanto a un adolescente le hablará del joven Potter y la asignatura Defensa contra las Artes Oscuras, y así. Ingreso al edificio Lawyers Center, en la Zona T de Bogotá, diagonal a dos o tres de los mejores restaurantes de la ciudad. Atravesando la puerta se entra de lleno a una galería de arte con- temporáneo, donde cuelgan obras de los artistas más cotizados de América Latina con la naturalidad con que colgarían las de los amigos del barrio. Me anuncian y subo al piso 5. Paso a la sala de juntas de Abelardo. En las paredes, recortes de periódicos enmarcados resaltan la exitosa trayectoria de la empresa, y en particular de su número uno, que entra, me abraza, al tiempo que saluda ¿qué tal, hermano, cómo has estado? Y enseguida, después de una grata sucesión de expresiones cálidas, me cuenta algunos detalles de uno de los casos que enumera la pizarra en la pared de la sala, donde en tiza se repasa el estado de los principales pleitos que lleva la firma. La lista es larga. Los nombres importantes. No puede evitarse pensar que el país de estos días está en alto grado condensado en esos trazos blancos. Le comento algo y me explica el rompecabezas de un caso que han ido desgranando los medios, y cuyos hilos él ha venido organizando. Es un estratega bien

12 formado, y también un intuitivo de gran olfato para soltar piezas en tiempos claves, o guardar algunas para el momento adecuado. Siéntate, me pide. Los asientos son de cuero, impecables, cómo- dos, aptos para largas sesiones de trabajo. Se sienta en la cabecera, yo mirando la ventana. Del lado de afuera la luz dorada de la tarde se ha esfumado y una fina lluvia cae ahora, como provocada por el acto de un mago. Bogotá, 2600 metros más cerca de las estrellas, y su siempreviva trama de agua en el aire. La melancolía, que en general refleja una conciencia sobre los límites humanos, para el maestro Aristóteles era la enfermedad del genio, un delgado himen que le separaba de la locura. Pero en la Edad Media se le consideró laxitud de corazón o taedium vitae, y la Inquisición la tuvo como pacto con el demonio. Lo repaso, a colación del clima, y él se interesa. Casi todos los temas le atraen, está al tanto de todo, y siempre siente que necesita saber más, conocer detalles. Ya tú sabes, la clave son los detalles, dice. Como en los buenos relatos, agrega. Leí tu nota en El Heraldo este domingo, digo. ¿Te gustó?, se interesa y me comenta ¿Viste cómo le dí a…?, y de inmediato agrega se lo merece, ¿no crees? Sigue hablando, pero aunque se quede en la palabra largos minutos, nunca te hace sentir que estás asistiendo a un monólogo, aunque ese sea el hecho. Tiene esa cualidad de generar complicidad, tan escasa. En tres horas tomará un vuelo a Miami. Dos días después estará en Barranquilla por la mañana, y en la tarde en Córdoba. O en Valledupar. O en Bogotá. Y un día después, otro vuelo lo llevará a otra ciudad, una entre muchas donde atiende casos. Pero, por ahora, nunca a Caracas, donde es persona non grata, declarada por el Presidente Hugo Chávez ante el país entero en una de sus cadenas semanales de medios de comunicación. Tampoco será Quito, donde el Presidente Rafael Correa también lo ha puesto en la lista de las personas indeseables para su gobierno. Él los mira con desdén, “son dictadores, tiranos, reyezuelos de pacotilla”, dice y le resta importancia al tema. Entra una secretaria y dice doctor, tiene que salir para el aeropuerto. Con un casi imperceptible fastidio por la interrupción, responde dile a los muchachos que tengan listos los carros. Los muchachos son

13 los guardaespaldas. Alto nivel de entrenamiento, cien por ciento confiables, algo de lo que se cuida en extremo conociendo las grietas en la seguridad que han tenido algunos de sus clientes. Entre ellos Jota Jota Rendón, el asesor estratégico del Presidente Juan Manuel Santos, robado por una de las personas en quien más confiaba, un caso que Abelardo resolvió poniendo en juego dotes de Sherlock Holmes. Suena uno de sus blackberrys, lo mira, me explica que es una periodista de las que más marcan en el rating. Me pide excusas y atiende. Ella le solicita algún detalle sobre un caso, lo que hace que él suelte una fresca carcajada, y enseguida, suavemente, la convenza de que, esta vez al menos, no tendrá ella chance de conseguir la primicia. No le conviene al juego que él ha delineado. Abelardo vive los casos como espacios de creación. Los contempla desde el primer día con la pasión de un arquitecto observando una necesidad, y no puede dejar de pensar en los detalles que harán que la forma cumpla la función esperada, y al mismo tiempo sorprenda, se destaque. ¿Qué es la realidad?, le pregunté en otro momento. Lo que uno construye con lo que hay, me responde. Y ajustando su respuesta, aclara luego: obviamente si hay algo con qué construir, porque si no hay nada, mejor negociar y salir rápido, con el menor daño posible. Es un hombre absolutamente pragmático. Zapatitos de color bombón haciendo juego con la blusa, entra a la sala Analu, su esposa. Saluda con dulce gracia, y a él le pone un beso en la boca. El abogado duro se ablanda. Algo que en esta etapa de su vida nunca ocurre cuando en un restaurante alguna espectacular mujer registra su presencia, y el vector de atracción se despliega de su parte. Él pasa. Como en un juego de cartas. Quizás una estrategia. Similar a la que puede utilizar en un juzgado para debilitar la importancia de una prueba ajena. Abelardo dosifica con maestría. Y decide siempre con aplomo y contundencia cuando no jugar. Aunque sea una decisión de esas que se toman sobre la marcha. Sencillamente, sin misterio de ningún tipo, es lo apropiado, y él pasa. Como cuando abre en

14 su apartamento una botella de Monkey 47, esa ginebra de la que solamente se fabrican 2.500 botellas al año, y se abstiene. Cua- renta y siete elementos delicadamente dosificados en esa mezcla maravillosa y no. Yo casi no tomo, tú sabes, explica. La tiene para los amigos. Así como tiene botellas de cognac, de esas de más de 10.000 dólares el ejemplar. Y puros cubanos de los más deliciosos, siempre cuidadosamente humidificados. Porque le gusta hacer feliz a la gente que le agrada. Y también porque es un detallista, un neurótico al que le encanta tener control, siempre, sobre cada corte del diamante. Son cosas que se traen al mundo, que vienen en uno, explica. Y uno las puede trabajar, o abandonarlas, perderlas, continúa. Y habla del pasado, de sus padres, sus abuelos, el tatarabuelo político. Todo lo que es parte de lo que es, y luego habla de su voluntad. Con la que cada día pule su ADN, lo reenfoca, lo reorienta, lo afila, lo agranda. Y lo vuelve más agradable. Porque seducir a quien le agrada es una de sus prioridades. Un instrumento de trabajo, unas veces, una debilidad, un vicio, otras. Abelardo no es, como casi nadie, la primera impresión a secas. En él conviven naturales la moral del despojamiento, el darse, con la moral del que posee, el propietario, el que quiere controlarlo todo, como en este instante, cuando se levanta, va a la pared y arregla la posición con que cuelga un cuadro. Después mira por la ventana y habla como a lo lejos, como si contemplara el mar desde la orilla. Con las manos en los bolsillos del pantalón. Y en ese instante la atmósfera de melancolía de la tarde, y la angustia de la secretaria afuera, se conjugan sobre la escena. Y sin embargo algo produce la sensación sencilla de que el infinito es igual a cero, y lo demás es el instante, ya tú sabes. La reunión termina porque el vuelo espera y poco falta para que ya sea tarde. Pero él no se precipita. Maneja los tiempos con el mismo aplomo con que maneja los casos. Le preguntaré otro día si es feliz y me dirá que procura serlo cada instante. Que no concibe otra forma de vivir. “Para hacer un mundo sólo se necesita felicidad”, decía Paul Éluard. Él la tiene, aunque a veces no la

15 saborea como quisiera, zafándose de las responsabilidades un tiempo para amasarla con cariño, desplegarla al sol, al aire del mar, o al de la meseta castellana, mimarla. Haciéndose a un lado para disfrutarla. Cada abogado defensor tiene una densidad que le otorga su tiempo y que él mismo a veces no llega a descifrar. Pero esta excepcionalidad de cada uno no impide que la profesión admita ciertas generalizaciones. Un abogado penalista es, en su mejor versión, un humanista, especializado en localizar y comprender aquellos misterios del quién lo hizo, por qué lo hizo, y hasta por qué no pudo dejar de hacerlo. Como aquellos detectives célebres, Arsène Lupin, Sherlock Holmes o el Padre Brown, el buen penalista o litigante, palabra esta que suelen escoger con mayor frecuencia que la otra para ha- blar de sí mismos, vive intensamente cada caso mientras lo analiza y lo trabaja, para luego, una vez resuelto, pasar al siguiente con el entusiasmo de quien se entrega a los brazos de una nueva amante. Tomado el nuevo caso, una de las características del pena- lista es que, al contrario de lo que ocurre con los abogados que atienden otras ramas del derecho, en quienes se manifiesta más el burócrata de las leyes que un ser apasionado, al penalista la adrenalina se le dispara y su mente pasa a trabajar muy rápido, con sorprendente precisión. Otra característica, particularmente importante, es su pro- funda sensibilidad cuando trata con aquellos que, de una u otra forma, han salido lastimados. Un punto este donde viene a la memoria lo que escribió Ray Bradbury sobre Ross Macdonald: “En sus novelas, las mujeres golpeadas huyen de demasiados hombres que hicieron todas las cosas malas, mientras esos mismos hombres huyen de sí mismos sin estar del todo seguros de qué hicieron o por qué lo hicieron, o cómo hicieron tan mal las cosas”. Al abogado defensor le caen esas mujeres y esos hombres, y él recibe los pecados con la comprensión de una madre. Y una característica más, es el deseo profundo de dejar huella que le anima cada día, y que se satisface cuando logra triunfos

16 memorables en los tribunales, en particular cuando lo hace ge- nerando precedentes en terrenos antes inexplorados. O también dando cátedra en las universidades, sorprendiendo a los estudian- tes con su particular mirada, orientándoles. O cuando investiga las conductas criminales más allá de sus casos, y luego discute con colegas sus hallazgos, o los de otros, en los cafés o los bares. A lo largo de los dos últimos siglos, estudiosos de diferentes disciplinas llegaron a creer que habían encontrado las raíces del mal en el rostro de algunos criminales, dando con ello por sentada la relación entre lo físico y lo moral. En 1871, observando una serie de anomalías en el cráneo de quien había sido un famoso delincuente, el médico Cesare Lombroso comenzó a relacionar esto con otros cráneos, a estudiar los rostros de los criminales, a compararlos, y tras cinco años publicó sus conclusiones en lo que sería el libro fundacional de la criminología como ciencia, su Tratado Antropológico Experimental del Hombre Delincuente. Observa el maestro de Verona en ese Tratado la posibilidad de que el criminal tenga rasgos de tal desde que nace, la frente hundi- da, la menor capacidad craneana, el abultamiento del occipucio, la insensibilidad moral, la falta de remordimientos… Observaciones que son una novedad absoluta en 1876 y le convierten en un texto de estudio, debatido, revaluado o rebatido por decenas de tratadistas y tesis universitarias en los casi ciento cincuenta años que han pasado. Y de pronto, como si recién hubiera salido de la imprenta, aquel texto puso a los penalistas de París, y de otras ciudades del mundo, a discutir en los cafés a gritos, a escribir columnas en los diarios, a participar de foros y debates sin re- muneración alguna que les motivara, buscando lograr cada uno la lectura de los hechos que predominara, cuando el entonces ministro del interior, luego Presidente de Francia, Nicolás Sarkozy, impulsó un proyecto para registrar y vigilar a todos los niños que presentaran rasgos de personalidad que indujeran a pensar en una probable conducta criminal futura. Los abogados penalistas son personajes de este corte, y el cine ha contribuido a mitificarlos mostrándoles como cazadores de

17 causas perdidas, siempre dispuestos a dar batalla por lo que nadie creería posible defender, dueños de una capacidad de convicción privilegiada, cínicos o despiadados a veces, casi siempre profun- damente humanos. Un coctel de contradicciones que ha hecho que ejerzan enorme atracción para el gran público que los ve moverse en el escenario, donde saben que un día podrán estar en juego sus valores más preciados, la libertad, la vida. Así como en una sociedad marcada por la competencia despiadada, antes que por la cooperación entre los hombres, es inevitable la existencia de una saga oscura de acusadores, también lo es que exista una épica luminosa de hombres que defienden. Es algo que viene de lejos, y se origina en la antigua Grecia, en la capacidad de algunos para estudiar la historia y compararla con los casos del presente, traduciendo esto en escritos judiciales que preparaban para los ciudadanos que necesitaban defenderse en los tribunales. Con la multiplicación de litigios derivada del crecimiento de la sociedad, los mejores logógrafos, que así se les llamaba a estos profesionales de la argumentación, inauguraron formalmente la figura del abogado defensor. Algo que no había existido antes, ni entre sumerios y acadios, ni en la India brah- mánica, ni en China, ni entre hebreos, nunca antes de Grecia porque, como cuenta un papiro del Egipto faraónico, no se aceptaba la existencia de un defensor de talento por el temor a que con su oratoria pudiera influir en las decisiones de los jueces y debilitarles su objetividad. Lo que hace hoy un abogado defensor lo hacían antes de Atenas los reyes, a quienes por su majestad se les reconocía la capacidad de evaluar acusaciones y pruebas, comprender el drama, sopesar motivos y atenuantes, y, finalmente, establecer justicia. Como en el caso bíblico de las dos mujeres que van ante Salomón con el niño. Aunque en Grecia hubo grandes abogados defensores, Lysias al frente de ellos, fue en Roma donde se estableció el marco de la función, definida con el nombre deadvocatus para quien la ejercía. Esta palabra remitía a la idea del llamado en busca de socorro

18 por parte del acusado, y se aplicaba a quienes eran conocedores de las leyes que hacían posible esa ayuda, y que tenían el criterio necesario para construir un argumento convincente que ayudara a los jueces a ver la verdad detrás de la acusación. Desde entonces los abogados defensores han sido persona- jes un tanto de novela negra, en los que la mirada popular ve mezclarse al investigador de crímenes, al estilo del personaje de Conan Doyle, con el gran actor dramático que lleva a las lágrimas a jueces y jurados en decenas de películas de Hollywood. Ese que a la salida del tribunal se deja caer en los brazos de una rubia memorable, recostando la cabeza en su profundo escote mientras sonríe con cierta tristeza de enfant terrible en los ojos. En nuestra lengua es en Las Siete Partidas de Alfonso El Sabio donde se define por primera vez el oficio delvocero “ ”, retomando un concepto que se utilizaba en Roma para denominar al abogado por su destreza en el uso de la palabra, la voz, y definiendo que lo es aquel que razona por otro en un juicio “en demandando o en respondiendo”. Y se destaca allí la utilidad de los abogados porque “ellos aperciben a los juzgadores y les dan luces para el acierto”, con- trario a lo que pensaban los egipcios. Si en un lugar de Europa brilló esa profesión después de Atenas y Roma, ese lugar fue Francia, donde en 1344 Felipe VI de Valois firmó el primer reglamento para el ejercicio de los abogados, en medio de una época en que Oliver Patru y D`Aguesseau iniciaban la tradición del valiente defensor que no vacilaba en asumir batallas. Fueron los abogados franceses quienes lucharon hasta lograr la abolición de la tortura a los acusados, consiguiendo finalmente Voltaire que Luis XVI la eliminara en 1780. Y allí, durante la Revolución y el régimen del terror, sobresalen por su valor, tanto como por su espíritu temerario y su profunda humanidad, hombres como Chaveau Lagarde, que defendió a Elisabeth, la hermana del rey, así como a Danton y al precursor de la independencia latinoamericana, Francisco de Miranda, y hasta a María Antonieta, por cuya defensa estuvo a punto de perder su propia cabeza en la guillotina.

19 La adrenalina ha sido siempre adicción en los personajes de punta de la sociedad, esos que protagonizan el lado más peligroso de la realidad y por ello son quienes más atraen la atención del público, ávido de emociones ajenas de las que pudiera adueñarse para calentar su vida rutinaria. En estos personajes la norma es vivir a tope, sin detenerse más que lo necesario para visualizar territorios, abarcar situaciones y a partir de allí definir cómo in- tervenir trazando mapas, planeando movimientos. Por eso suele sucederles, como le sucede a Abelardo De La Espriella, que los domingos, cuando Dios y el mundo descansan, se aburren y deprimen como si todo ya hubiera ocurrido y nada nuevo se pudiera crear. Uno de esos domingos, el 25 de abril de 2010, me llamó Abelardo diciéndome: Ángel, supongo que le estás prestando atención al derrame del Golfo de México. , respondo y él pregunta ¿No crees que ahí estamos ante un caso legal de una dimensión planetaria, algo que aún no se ha contemplado pero donde debería actuarse? Pensando en voz alta su pregunta y habiendo observado en las primeras reac- ciones de la compañía petrolera que protagonizaba el caso ciertas vacilaciones, ciertos gestos que podrían inducir a pensar que estaba tratando de ocultar errores y no contaba con respuestas técnicas probadas para lo que está ocurriendo, le digo, a mi vez, pero, si esta gente estaba perforando el fondo del mar, a más de dos kilómetros de profundidad, y no tenía un plan B, ni un plan C, ni un plan Z para responder de inmediato a un accidente así, sabiendo del daño que un derrame podría causar al Golfo, al Caribe y al mar en ge- neral, aquí podríamos estar ante una irresponsabilidad que debería encuadrarse en la legislación de crímenes de lesa humanidad. Y en seguida extiendo mi argumento a que dañar de forma permanente un ecosistema es dañar las condiciones de vida de la humanidad, y aunque no haya legislación específica que contemple ese crimen, si hubiera pruebas de que la petrolera conocía el riesgo con que se estaba jugando, como dice el cliché, “debería hacerse algo”. Pero, digo, creo que si alguien diera la pelea tendría que tener un alto componente mediático en su forma de encararla.

20 Por eso te estoy llamando, me dice él, porque sabes bien cómo funciona eso, cómo tomar la iniciativa y cómo reaccionar cuando ellos ataquen, porque aquí el manejo de medios de la petrolera va a ser violento y hay que tener coordenadas claras para saber cómo enfrentarlo. Tras otras consideraciones, Abelardo agrega “Creo que, si decidiéramos hacerlo, habría que prepararse muy bien. Hay gente que nos ha contactado, de un pueblo de pescadores en México, y hay un grupo hotelero en la Florida que siente que esto podría dañar sus expectativas arruinando el turismo, y pienso que pronto van a aparecer muchos más a los que el peligro se les está viniendo encima, como los cultivadores de ostras de Louisiana, la gente de los cayos, los cubanos… No sé aún si iremos adelante, pero pienso que es sumamente interesante trabajar esto, aún como ejercicio, ¿no crees?”. El 8 de agosto de 1945 la Carta de Londres que estableció el Estatuto del Tribunal de Nüremberg definió “crimen contra la humanidad” al “asesinato, exterminio, esclavitud, deportación y cual- quier otro acto inhumano contra la población civil”. Y el artículo 6 del Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional, redactado en 1998, recoge bajo la figura de “crimen contra la humanidad o crimen de lesa humanidad”, conductas tipificadas como extermi- nio o desplazamiento forzoso, y una suma de actos inhumanos que puedan causar graves sufrimientos o atentar contra la salud mental o física de quien los sufre, siempre que dichas conductas se cometan como parte de un ataque generalizado o sistemático contra una población civil y con conocimiento de dicho ataque. Cuando la Asamblea General de las Naciones Unidas confir- mó en 1946 los principios de derecho internacional reconocidos por el estatuto del tribunal que juzgó a los nazis, y proclamó la resolución 96 sobre el crimen de genocidio, lo definió de manera más directa como “una negación del derecho de existencia a grupos humanos enteros”, instando a tomar las medidas necesarias para la prevención y sanción de este crimen. Esto derivó en la Convención para la Prevención y Sanción del Delito de Geno- cidio, adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en su resolución 260 A, del 9 de diciembre de 1948, que entró

21 en vigor en 1951. Como estos, había muchos otros puntos de partida para lo que veía como escenario Abelardo, y era evidente que en el caso British Petroleum estábamos ante una acción que podía conducir, de hecho, a “una negación del derecho de existencia a grupos humanos enteros”. Para que exista el ataque a ese derecho la legislación men- cionada requiere que este ataque “sea generalizado o sistemático”, por eso el punto de enfoque debía ser sobre la política de ex- ploraciones petroleras de la empresa en mar abierto, sin contar con protocolos de emergencia particulares para cada caso, como quedó demostrado. Porque, si observamos solamente el caso del Golfo de México caeremos en la posibilidad del “hecho aislado” que no comprende la tipificación, me explicaría en un almuerzo la semana siguiente el abogado. En forma paralela al accionar de BP, el gobierno norteameri- cano procuraba circunscribir el tema a su territorio, declarando permanentemente estar “ante el más grave accidente medioambiental de la historia de Estados Unidos”. Pero el daño no era sólo para ellos, y aunque se reparasen sus consecuencias en parte, lo que también se había puesto en evidencia era que decisiones tomadas por funcionarios estatales habían puesto en riesgo el presente y el futuro del planeta tal cual lo habitamos y tal como es funcio- nal para nuestra supervivencia como humanos. Un cuadro que se repetiría un año después en Japón, cuando un terremoto de 9 grados escala Richter, y el Tsunami que le siguió, destaparon la caja de Pandora de la central nuclear que operaba la Tokyo Electric Power Company en Fukushima. Aquel domingo, antes de la llamada de Abelardo, en una hamaca colgada en el patio de mi casa bogotana leía un texto histórico sobre la estructura de los ejércitos otomanos, los cuerpos de guerreros que lo componían, los astrólogos, los arquitectos, cronistas y poetas que lo acompañaban, la complejidad de su in- tendencia y logística. Influido quizás por la atmósfera del texto, la primera idea que tuve cuando cerramos la llamada fue que lo que me gusta de los abogados del tipo de Abelardo, es que como los

22 estrategas militares importantes y los mejores ajedrecistas, tienen la capacidad de ver otra cosa donde todos ven lo inmediato, algo que está muchos pasos más adelante y que lleva en si el potencial de detonar un cambio en los parámetros con que hasta entonces se define la realidad. Quizás por eso, moviéndose en la velocidad de los otros, lo hacen siempre desde una velocidad propia muchísimo más rápida. Casi tanto como la que hace parecer inmóviles a los personajes de Matrix o algunas artes marciales orientales, ante el movimiento de quien les agrede y nunca les alcanza. Consecuencia natural de aquello es que una de las caracterís- ticas de estos abogados sea la de abrir espacios jurídicos nuevos, lo que otros abogados definen como sentar“ precedentes” pero ellos ven como el lugar donde, más que establecer esa referencia que queda en el pasado, se definen las formas del futuro. Porque así como por muchos años a los políticos les ha interesado el futuro como territorio apto para la promesa, a estos abogados les interesa como territorio de la incertidumbre, del riesgo que llama a ser dominado. Voy a definir, antes de continuar, el por qué del personaje eje de la narración que seguiremos: si hay en Colombia hoy, en esa especie de campo de ensayo de conflictos que es este país, un abogado en quien se puedan observar estas características, esa capacidad de arriesgar y sorprender generando lecturas nuevas sobre los hechos jurídicos y los espacios más conflictivos de la sociedad, ese es Abelardo De La Espriella. Aunque su edad no es de grandes números, eso no es determinante, porque lo que marca en él es la intensidad, el kilometraje aquel que invocaba Indiana Jones en una de sus películas. Un kilometraje que, como un abanico, ha cubierto múltiples planos que han ido alimentando una personalidad fuerte, un fondo de matices que sorprenden. Nathan Glazer, profesor emérito de sociología en Harvard, habla de personas de “identidad múltiple” para referirse a per- sonajes como Abelardo. En su caso el centro de todas esas iden- tidades, el río mayor que recoge todas las aguas, es, sin duda, el campo en que desempeña esa función social que es el defender

23 a quien, por sospechas o pruebas aún no demostradas, está siendo acusado, ese a quien debe presumirse inocente hasta que no se demuestre lo contrario. El oficio de defender le viene de lejos, es en él casi un ins- tinto, y, reconociéndolo, lo ha trabajado como esos ajedrecistas que estudian las teorías de apertura en la conciencia de aquello que afirmaba el gran maestro cubano José Raúl Capablanca, que no hay jugada que no esté conectada con el final de la partida. “En cada movimiento te juegas el desenlace, eso es así”, aprueba la comparación el abogado y, estableciendo relaciones, me comenta “Tú sabes, en ajedrez, como en un juicio, una apertura bien estructurada permite consolidar posiciones ventajosas, en tanto una débil difícilmente podrá ser compensada en los siguientes movimientos. Por eso los grandes ajedrecistas pasan años estudiando la teoría de las aperturas del juego”. Entre las reglas clásicas de esa teoría destacan el abrir con uno de los peones de rey o dama, que son los que pueden ocupar el espacio central, luego sacar los caballos antes que los alfiles, intentando controlar el centro del tablero y demorando la salida de la dama. Y también, siempre, tratar de enrocar lo antes posible, idealmente en las primeras diez jugadas, para proteger al rey, que es para el abogado su cliente. Y al hacerlo conectar las torres, y todo esto procurando hacer el menor número de movimientos de peón, manteniendo, como mínimo, un peón al centro, siendo cada peón en este caso como una de las pruebas con que cons- truye el abogado. Y aquí aclara Abelardo: “Pero saber todo esto no te garantiza nada. Lo importante es tener el criterio para ponerlo en juego, saber cuándo y cómo. Por eso es tan importante aterrizar la teoría con la práctica. “Cualquiera sabe que se trata de colocar las piezas en posiciones que amenacen el centro del tablero, que eviten amenazas del oponente al tiempo que le resten posibilidades de movimientos, y que no estorben los de nuestras otras piezas. Y cualquiera puede saber, en teoría, que estas reglas no se rompen salvo que haciéndolo se pueda dar jaque mate, o se impida el desarrollo del oponente, se desbarate la estructura de su plan, se le impida enrocarse, o se le obligue a romper las reglas en la jugada

24 siguiente, y esto conduzca a una posición tuya dominante. Pero el uso favorable de las reglas requiere experiencia de parte del ajedrecista, así como una correcta valoración de la posición resultante. Y lo mismo vale para el litigante, para su manejo de las pruebas, donde lo que más pesa es la experiencia y el criterio cuando se decide sacrificar algo para que el oponente pierda tiempo ahí, mientras tú llevas adelante lo que para ti es importante. Como esos peones que sacrificas para que el otro jugador pierda tiempo capturándolo, que es como decir neutralizando tu prueba, eso que en ajedrez denominan gambito”. Desde mediados del siglo XIX se estudian científicamente las posibles aperturas, y desde entonces vienen los nombres con que se han denominado muchas de las variantes más utilizadas, Inglesa, Holandesa, Escocesa, Rusa, Siciliana, así como vienen del siglo siguiente las identificadas con el nombre del primer jugador que la adoptó o que publicó un análisis profundo de ella, como la apertura Reti, la defensa Alekhine, la Caro-Kann, o la defensa Morphy de la Apertura Española. Cuando las blancas abren el juego con el peón de rey y las negras no contestan con la misma jugada, se la considera una aper- tura semiabierta y se le denomina Defensa Siciliana, que es una de las más estudiadas, difícil de desentrañar en sus aplicaciones brillantes, engañosa para quien carece de experiencia amplia. Inventada por el siciliano Pietro Carrera y divulgada en el siglo XVIII por Jacob Henry Sarratt, pese a su carácter agresivo y la flexibilidad de las posiciones que otorga, fue considerada una defensa de poca importancia hasta que Luis Charles de la Bourdonnais la empleó con éxito en su encuentro contra Alexander McDonnell, en 1834, y en el siglo XX fuera adoptada por grandes maestros, utilizando diversas variantes. Muchos de los casos que ha ganado Abelardo son abiertos por él utilizando las posibilidades estratégicas de esta defensa, particularmente, como comenta un gran ajedrecista que le ha observado, aquella variante cuyo nombre reconoce al gran maestro argentino Miguel Najdorf. Variante a la que el campeón Bobby Fischer llamó su “primer amor” y que fue utilizada por Gary Kasparov en decenas de partidas.

25 “La Variante Najdorf da elasticidad a la situación de las piezas negras sin definir la situación de los peones centrales, evitando el salto del caballo e iniciando el ataque por el flanco de la dama, al tiempo que tentando al ataque a las blancas para contraatacar desde excelentes posiciones. Esto es, un juego de inteligencias finamente cultivadas”, comenta un ajedrecista. Pero Abelardo va mucho más allá del planteo estratégico detallado. Es un abogado que define sus casos desde el atrevimiento en los contenidos tanto como desde el montaje de la escena, en un escenario que hoy está en los medios masivos de comunicación en igual o mayor medida que en los juzgados, y por eso el curso de los juicios se define, en buena parte, por la presencia escénica, la estética con que se ponen en juego los planteos en palabras y en gestos, la versatilidad ante cámaras, o incluso por la capacidad de manejo del escándalo. Cuando no se veía en el accionar de los ejércitos parami- litares de uno u otro signo más que la espectacularidad de los lobos, sus aullidos, la depredación con sierra eléctrica trozando campesinos, los hornos desapareciendo víctimas, las balas exter- minando a cuanto sindicado de pensar distinto apareciera, un Abelardo recién salido de la universidad vio allí la oportunidad de construir la paz de Colombia mediante un ejercicio político amplio de reconciliación. Poco después el mismo joven, que ya se presentaba con el atrevimiento que le permitía su título de abogado, comprendió la necesidad de economizar recursos en los procesos y fue capaz de convencer a políticos de gran peso, acusados de hechos indefendibles, de acortar distancias y negociar reducciones de penas a cambio de aceptar los hechos. Y ahora, luego de procesos memorables en el frente de la intimidad de la belleza de famosas modelos y actrices, de demandar al presidente de un país vecino, de defender con éxito posiciones de empresas en juicios multimillonarios, reafirmaba su capacidad de crecer sobre lo cotidiano observando el escenario de los grandes daños que algunas multinacionales hacen al planeta. En en un almuerzo de comida árabe casera en su oficina, me planteó días después de aquel diálogo telefónico de domingo en

26 la mañana, ¿qué tal si le proponemos trabajar esto a Vergès? Y de in- mediato vino a mi mente la estrategia de ruptura, esa que ha sabido jugar el maestro francés en momentos de contradicción profunda, como cuando los valores del acusado y los del juez se enfrentan de manera absoluta, y allí el propio fundamento de la sociedad se pone en duda. “Como cuando el rey Creonte rechaza los honores funerarios para Polinices, por traidor, y su hermana Antígona se pone hablar de la ley divina y le dice que no tiene el derecho de impedirlo”, me la explicaría después Vergès. La propuesta de Abelardo era genial, pensé de inmediato, al tiempo que mi memoria conectaba con las operaciones de gue- rrilla del caudillo lusitano Viriato contra los romanos, entre los ríos Duero y Guadiana, que, como escribe Frontino en sus “Estra- tagemas”, utilizaba siempre la táctica de desconcertar al enemigo poderoso, para en la confusión siguiente golpearle. Por ejemplo, mostrándose en retirada ante los romanos, para así atraerlos a un lugar plagado de ciénagas y en medio del caos siguiente atacarlos. Con su conflictivo humanismo, su perfeccionismo y su ca- pacidad de transgresión ante jueces y medios de comunicación, Jacques Vergès era, indudablemente, el indicado para complementar el equipo enfocado a dar internacionalmente esta pelea. Hijo de Raymond Vergès, consul francés en Thailandia, y de una institutriz vietnamita que murió cuando él tenía tres años, Vergès, autor de una autobiografía titulada El Brillante Bastardo, fue combatiente del ejército de la Francia Libre a los 17 años, miembro del Parti- do Comunista francés en 1945, siete años después secretario en Praga de la Unión Internacional de Estudiantes, defensor de los combatientes del Frente de Liberación Nacional de Argelia, jefe de gabinete del ministro de Asuntos Exteriores argelino tras la in- dependencia, fundador y director de la revista Révolution africaine, y luego, en París, fundador de la primera revista maoísta francesa, Révolution, consecuencia ambas de su alejamiento del PCF en 1957 y su acercamiento profundo a las tesis de Mao Tse Tung. Cuando Vergès defendió a Klaus Barbie, Bernard-Henry Lévy escribió “c’est le premier procès dont le héros ne soit pas l’accusé

27 mais son avocat”, es el primer proceso donde el héroe no es el acusado, sino su abogado. Ese es el nivel de brillo de esta estrella, para quien la justicia, como me dijo alguna vez, “es una institución hecha para resolver contradicciones que hay en la sociedad, y que no son fundamentales, como cuando un inquilino no paga porque se quedó sin empleo y no puede pagar, aunque tenga toda la voluntad para hacerlo”. Ambos conocíamos en detalle su Estrategia judicial en los procesos políticos, un clásico que escribió el abogado francés hace cuatro décadas, donde explica aquella doctrina suya basada en que existen procesos de connivencia, en los que el acusado respeta las reglas de juego y se inclina ante el tribunal, que es como decir ante el sistema y sus reglas, y existen otros procesos, que él llama de ruptura, en los cuales el acusado se erige en acusador de los representantes legales del sistema, que sostienen intereses y no se mueven, como deberían, motivados por una voluntad de justicia. El concepto de ruptura basa su fuerza en desestabilizar las seguridades de quien juzga, actuando sobre la percepción del público y sus voceros, los medios, para modificarla al punto de que este público abandone su sumisión a la institución “impar- cial” del tribunal y modifique su actitud, pasando a juzgar a los jueces. Como en un arte marcial oriental, lo que plantea Vergès es utilizar la fuerza del sistema para subvertirlo, “hacer del tribunal una tribuna para cuestionar la parcialidad de los jueces, su autoridad…”. El abogado puso en acción esta teoría, por primera vez, en los años 50s, en la defensa de la joven terrorista argelina Djamila Bouhired, demostrando la imposibilidad de justicia cuando los valores sociales, políticos o culturales del juez y los del acusado son absolutamente diferentes. “El concepto de “proceso de ruptura”, se me ocurrió durante la guerra de Argelia. El juez militar partía de que el acusado era francés, y entonces apelaba a argumentos como la Constitución francesa o el reconocimiento por la comunidad internacional del carácter francés de Argelia. Eso convertía al FLN en una organización terrorista y al acusado en un criminal, pero este respondía yo no soy francés, mi lengua maternal no es la francesa, mi Dios no es el mismo que el suyo, ni mis referencias históricas ni las intelectuales son las mismas: yo hablo de

28 Ibn Khaldun, de Ibn Batuta, usted me habla de Voltaire, de Rousseau. De esta forma, para mí usted es un criminal, porque ayuda a mantener esta situación. En una situación en que no es posible el diálogo y todo conduce a la peor condena, muerte, mi estrategia es la ruptura, impactando a la opinión pública internacional, porque ese es el único camino que queda para evitar lo que se presenta como absolutamente inevitable”, me dibuja la idea Vergès. Unas semanas después, en otro almuerzo, esta vez en casa de Abelardo, con la naturalidad con que bebiendo un vino un mo- mento antes hablábamos de las cualidades de las ostras Gillardeau, su intenso sabor yodado, y luego de comentarme que “cuando la opinión se está moviendo las cosas pueden cambiar” en cualquier proceso, Jacques Vergès me explica en mayor detalle su estrategia de ruptura: “Te voy a dar dos ejemplos, uno de ruptura perfecta, otro de semi ruptura. Uno en tiempos de guerra, el otro en tiempos de paz. Durante la guerra de Argelia, como ya te he contado, me designaron para defender a aquellos jóvenes que habían colocado unas bombas, atentados gravísimos, en cafés, en discotecas, y habían causado un gran impacto emocional en los colonos franceses. El tribunal tenía que ser ejemplar, su tarea era condenar a lo que llamaban el “terrorismo ciego”. Hay cosas que uno puede entender, esos actos terroristas que tienen como objetivo a una persona concreta, pero aquí el objetivo eran los desconocidos, cualquier persona, así que se utilizaba esa categoría de “terrorismo ciego” y todos daban por hecho que allí habría condenas a muerte. Entonces yo hice de ese proceso de condena un proceso de justicia. Primero acusé a un médico militar por haber torturado en una cama de hospital a un herido. —Desviaste la atención en otra dirección. —Exactamente. Esto provocó un incidente de peso y todo el mundo habló de ese incidente. Luego acusé a un comisario de policía de haber co- metido falsedad, y reclamé un experto grafológico. Y la atención de la gente que seguía el caso a través de los medios, se concentró allí. El tribunal no lo aceptó, pero este hecho de que el tribunal no lo aceptara provocó como consecuencia una duda en el ambiente. Durante el proceso lo destaqué, argumentando que ese era un proceso que no era un proceso, y en París al mismo tiempo di una conferencia de prensa, donde no argumenté para

29 criticar a la justicia militar, ni hablé de Lenin o Trotsky, sino que recordé que Georges Clemenceau, que había ganado la primera guerra mundial, decía que la justicia militar se parecía a la justicia como la música militar se parece a la música. Y luego regresé al proceso, magnificando esta vez que el tribunal estaba cometiendo un error y es por eso que yo regreso, para impedirlo. Aunque los periodistas me criticaron en ese momento, esto despertó a la opinión, la llevó a participar del debate. “Luego, cuando a mi clienta la condenaron a muerte, ella soltó una carcajada. El presidente del tribunal, que no era una persona muy inteligente, le dijo: No se ría, es grave lo que está pasando. Al siguiente día toda la prensa hablaba de esta risa, los diarios titulaban “¿Por qué se ríe?”, y los periodistas me preguntaban por esa risa, a lo que yo respondía explicando que ella reía de una decisión del tribunal que no tenía valor alguno. Los magistrados militares eran muertos vivos, seres sin alma, algunos de ellos habían torturado; en la sala solamente había “pied noires”, colonos que estaban muy preocupados porque pensaban que si este proceso era ganado por nosotros, tenían que salir de Argelia, y se sentían atormentados por esto. Me bastaba con mirar de lado hacia atrás, hacia ese público, para provocar gritos entre ellos, al punto que un día una persona me gritó “¡Chino!”, como una expresión de repudio. Mi mamá era de Vietnam, yo no soy chino, pero respondí Por favor, señor presidente, dígale a esta gente que mientras los chinos construían palacios, sus ancestros andaban por los bosques recogiendo lo que podían para comer. —Provocabas. —Provocaba reacciones que convenían al curso que pretendía dar al proceso. En otra ocasión, estas personas que llenaban la sala, gritaban pidiendo ¡Muerte! ¡Muerte!, y yo le pregunté al presidente, ¿estamos aquí ante un tribunal de justicia o ante un mitin de asesinato? Así iba marcando que el proceso se había convertido en algo que no tenía valor, y, sobre todo, que los jueces ya no observaban los hechos sino que toma- ban parte de esos hechos, oponiendo su opinión a la del acusado, que no estaban por encima de esto. “Una vez que el proceso terminó, frente al tribunal había una canti- dad de gente gritando “¡Muerte para el abogado que se vendió!”. Yo les dije a mis colegas voy a salir, y voy a ir a pie hasta mi hotel. Me dijeron

30 te van a golpear, y yo les respondí no niego que sea una eventualidad, pero si llego a mi hotel con el rostro golpeado, la imagen ante los medios de comunicación será contundente en el sentido de que los derechos de la defensa no fueron respetados. “Recibí ahí la visita de un joven colega, que luego fue asesinado por la Organisation de l’Armée Secrète, la organización de extrema derecha, quien me traía la orden de la policía para que yo no saliera del lugar. La orden era muy clara, decía Doctor Vergès, le informamos oficialmente que una muchedumbre le está esperando a la salida del Palacio para lincharlo, si usted sale después de haber sido informado será de su parte una provocación deliberada, y solamente será su responsabilidad. Eso fue para mí suficiente, un alto responsable de la policía le estaba diciendo a un abogado que no saliera del tribunal de justicia porque lo iban a linchar. —Ellos alimentaban permanentemente tu estrategia. —Así era. Y cuando regresé a París, en la cafetería del Palacio de Justicia, un colega, un conocido mío que hacía parte de la Resistencia, y que era partisano de la Argelia francesa, me pidió que tomáramos un café. Acepté y me dijo tú sabes, yo no estoy de acuerdo con tus posiciones políticas, pero en cuanto al proceso, bravo, felicitaciones, causaste el des- orden más grande, la prensa extranjera estuvo allí, se ocupó cada día de eso, y el gobierno no sabe ya cómo reaccionar. Luego me dice ¿y tú estás defendiendo la vida de tu cliente? Le dije más que la mía. Entonces no puedes perder un solo minuto, me dice, porque el ministro encargado prometió su cabeza a mis amigos. “Ahí vi que había cosas más urgentes que las que yo imaginaba, y a partir de las notas de la defensa redacté otro alegato, un falso alegato, y se lo llevé al director de las Éditions de Minuit, fundada durante la Resistencia, y en las que había publicado un texto en aquellos tiempos. Él aceptó publicar este alegato, con una introducción del escritor Georges Arnaud.Yo le dije esto es urgente, y un mes más tarde estaba en las librerías. Entonces le envían el libro a De Gaulle, y él me remite una carta donde me dice “Su sinceridad no puede dejar a nadie indiferente, para usted, señor Vergès es mi recuerdo fiel”. (Vergès estuvo en la Resistencia bajo las órdenes del general Charles De Gaulle, n.r.). Sabiendo que yo había ganado un punto, fui a Inglaterra, a hablar con los diputados del Partido Laborista, y a Bruselas,

31 para una conferencia de derechos humanos. Fui al Consejo Mundial de Iglesias, en Ginebra. El ambiente se estaba moviendo, la atmósfera esta- ba cambiando, el Frente de Liberación Nacional pedía solidaridad a los países afroasiáticos, el Pandit Nehru solicitó el perdón, Indonesia le ofreció asilo a mi clienta si Francia la liberaba, el director de cine egipcio Youssef Chahine hizo una película sobre ella, que aparecía allí como el símbolo de la Revolución, la inspiración para la juventud argelina y de los países sometidos al colonialismo. Entonces el Presidente René Coty pensó que si ejecutaba a cinco personas desconocidas no tendría importancia, pero matar a una sola, que era el símbolo de la juventud de Argelia, en el momento en que todo el universo le estaba mirando por causa de este abogado, podría parecer una provocación, y le dio el perdón. Este es un ejemplo de ruptura en tiempo de guerra. —¿Y en tiempos de paz? —En tiempos de paz la ruptura no se presenta igual, porque la ruptura es como el agua cuando se coloca al fuego: cuando está a cien grados tiene una ebullición, cuando está a cincuenta otra. En la ciudad de Niza, hace quince años, defendía a un jardinero marroquí acusado de matar a su patrona, una señora muy rica a la que encontraron desnuda en su baño, con quince puñaladas en el cuerpo y cuatro golpes de martillo en la cabeza. Ella era divorciada de un hombre muy rico, y tenía una vida personal agitada. Cuando hicieron la autopsia no buscaron si había tenido relaciones sexuales antes de ser atacada, y luego le permitieron a la familia examinar el cadáver antes de comunicarle el informe de la autopsia a la defensa. En la habitación de la mujer encontraron su bolso, y en el bolso una cámara fotográfica con un rollo. El juez estimó que podía haber allí fotografiadas las últimas visitas que había recibido, y le ordenó a la policía que revelara esa película. Se hizo y de esto quedó un informe policial donde se afirmaba que en el rollo extraído de la cámara había once fotografías expuestas, que se las habían mostrado al juez y este les informó que no tenían ninguna importancia, ordenándoles destruirlas. —Otra vez ellos trabajaban para tu estrategia. —Me daban los argumentos. Al martillo, que el asesino seguramente tuvo en sus manos, lo enviaron al laboratorio para buscar huellas. El la- boratorio respondió que se habían tomado mal las muestras y que había

32 que hacer nuevamente el examen, pero no fue posible porque muchas personas habían tocado ya el martillo. Es decir, por muchos motivos, el caso era discutible. En la pared de la habitación del crimen estaba escrito “Omar me asesinó”. Y el juez pensaba, como todo el mundo, que era ella quien lo había escrito, pero yo pedí un análisis grafológico para saber si esa era su escritura, su letra. Pero no me lo autorizó el juez. “Entonces envié una copia de eso al grafólogo más conocido de París pidiéndole me hiciera el favor de efectuar un análisis. Él concluyó que no era la escritura de la mujer. Le pregunté si podía utilizarlo como testigo, pero me respondió que no, argumentando que él se ganaba la vida como experto cuando le llamaban los jueces, por lo que no le convenía ir a desmentir lo que un juez estaba diciendo que era verdadero. Pero me dijo, más bien le regalo mi examen. Obviamente yo lo utilicé, pero eso no cambió en nada el proceso. Mi cliente fue condenado, con circunstancias atenuantes. Todo el proceso estuvo lleno de anomalías, pero hasta ahí yo no había planteado un proceso de ruptura. Entonces, cuando salí de allí la prensa me solicitó una declaración y les respondí que hace un siglo habían condenado a un oficial inocente, porque era judío, y hoy estamos condenando a un jardinero inocente porque es maghrebí. Ese era el mo- mento de la ruptura. —Estableciste el marco. —Exacto, lo que hice fue definir el espacio en que debía observarse aquello. Esto provocó un inmenso debate, el rey de Marruecos me invitó a su país, también a la esposa de Omar, y le dijo a ella en mi presencia: “La justicia está para dar fe de la verdad, pero a veces el parto es difícil y hay que utilizar forceps, y el maestro Vergès es un especialista en for- ceps”. Finalmente el Presidente Mitterrand perdonó a mi cliente, que sólo cumplió siete de los 18 años a que le habían condenado. Impactar a la opinión pública es el fuerte de Vergès, un hu- manista que no juzga porque sabe que “todos tenemos la máscara de lo que queremos ser, hasta que estamos entre dos policías ante un juez”, y explica su profesión diciendo que “los abogados asumimos a la humanidad, por eso mi ley es estar contra las leyes, porque pretenden detener la historia, así como mi moral es estar contra las morales porque pretenden paralizar la vida”. En aquella misma ocasión en que me

33 explicó, como haciendo un dibujito para niños, su estrategia de ruptura, Jacques Vergès, encendiendo un cigarro me diría que los hombres afirman su libertad violando la ley, para explicarme después: “El crimen siempre es mudo, como el mármol, que solamente habla cuando el escultor saca de él una escultura. El crimen habla cuan- do el artista, el poeta, el abogado, le da un sentido. Todos los crímenes de Jack el destripador fueron terribles y por sí solos no nos dicen nada, más allá de sorprendernos o espantarnos. Tiene que haber alguien que les dé sentido. El abogado es el que interpreta, el que narra el sentido del crimen, su peso, su gravedad. No es el peso de la sangre el que le da sentido, es el peso de la mente. Es a partir del abogado que un crimen cobra sentido. Como un escritor que a partir del crimen puede escribir una tragedia, una novela, el abogado puede hacer de ese caso un proceso importante para la sociedad, interpretándolo”. El 9 de marzo de 2009, Vergès, que acababa de presentar en un teatro de París su monólogo de dos horas Serial plaideur, presentó en Barcelona la reedición en castellano de su clásico Estrategia ju- dicial en los procesos políticos. Un periodista del diario La Vanguardia le preguntó cómo definía el terrorismo, y el abogado demostró, una vez más, su capacidad de impactar, con una respuesta que se volvió virus en : “Es una palabra muy amplia. Cuando Bush dice que declarará la guerra al terrorismo no tiene ningún sentido. Es como si en la guerra mundial alguien hubiera dicho que declararía la guerra a la artillería”. Señalada la estupidez, desarrolla la respuesta ante el entre- vistador diciendo que no hay relación entre el terrorismo vasco y el corso o el irlandés, o el de la organización de Bin Laden, y agrega: “Por otra parte la palabra terrorista se utiliza únicamente para las minorías que luchan, y en cambio consideramos que es un acto de guerra la destrucción por los americanos de Hiroshima o Nagasaki, que es más grave que una bomba en un tren. O como cuando los ingleses destruyeron la ciudad de Dresde, desmilitarizada. Hay un terrorismo de Estado que no queremos ver. Por tanto la palabra terrorista es poco clara y hace olvidar un terrorismo de Estado mucho más fuerte”. Y ahí recurre a un episodio que me narró en otra ocasión, en esa

34 constante suya de regresar una y otra vez a los ejemplos: “En el curso de la guerra de Argelia había un diálogo entre un coronel y un responsable del FLN detenido. El coronel le preguntaba cómo podía justificar las bombas en las cafeterías, y él le contestaba que si fueran más ricos tendrían aviones, y los que lanzarían las bombas tendrían uniformes y se les impondrían condecoraciones y no destruirían un café sino todo un pueblo”. (La Vanguardia, Barcelona, 10-3-2009).

35

2 Los especialistas en forceps

Tener la edad de Abelardo, 33, e invitar a un abogado como Jacques Vergès a pensar juntos un escenario de derecho penal nuevo, es un atrevimiento que pocos osarían cometer. Que esa invitación se origine en Colombia y provenga de un penalista que se ha hecho famoso por su relación con el proceso de paz entre el Estado y las fuerzas paramilitares, y luego por defender a políticos vinculados al paramilitarismo, además de a modelos famosas y reinas de belleza, le suma cierto componente escan- daloso al tema. Pero que Vergès acepte, y a sus 85 años se suba a un avión en París, cruce durante más de diez horas el Atlántico y sufra los rigores de la altura bogotana para analizar el caso con el joven abogado, al tiempo que participa en un congreso in- ternacional sobre derecho penal que este organiza, es algo que, como mínimo, habla tanto de la capacidad de convicción como del reconocimiento internacional que ha logrado en once años el abogado colombiano. Abelardo podría ser el discípulo preferido de ese maestro de la transgresión que es Vergès. El abogado francés lo reconoció, riendo, cuando se lo dije, refiriéndome a los tabúes que Abe- lardo había triturado en su, comparativamente, breve carrera. El maestro, obviamente, había ido mucho más lejos, pero Abelardo, con medio siglo menos de edad, podría decirse que recién estaba comenzando.

37 Si hay un tabú intocable en Europa, ese es defender a un nazi. El coro mediático que reafirma la condena a la Alemania del holocausto es tan potente que nadie “normal” se atrevería a transgredir la prohibición tácita. Sin embargo un abogado que muchos etiquetaban de izquierda por sus actuaciones del pasa- do defendiendo a miembros del Frente de Liberación Argelino y prominentes personajes vinculados a la resistencia palestina, había asumido la defensa de Klaus Barbie, “el carnicero de Lyon”, capturado en Bolivia, donde manejó por años los hilos de va- rios gobiernos militares. Pero este abogado criado en el mundo colonial de la isla Reunión, y que luego pasaría a militar en la resistencia francesa con Charles de Gaulle, no había asumido la defensa exactamente para defender lo indefendible, sino para enjuiciar a Francia, el Estado que juzgaba.

“¿Qué nos da derecho a juzgar a Barbie cuando nosotros, en conjunto, como sociedad o como nación, somos culpables de crímenes similares?”, exclamaba en su alegato de defensa, y agregaba “¿con qué derecho la justicia de un país que ha cometido los más graves crímenes contra la humanidad en Argelia, se permite juzgar a un hombre por haber parti- cipado en hechos atroces no diferentes a los de Francia en Argelia, y en los que, aún más grave, el Estado francés participó enviando a miles de judíos en trenes hacia el campo de exterminio de Auschwitz?”.

Corría 1987 y en París un pequeño cine-arte, cercano a la Sorbonne y frecuentado por estudiantes de Derecho, programaba en esos días un repaso a la filmografía de Roger Vadim. Con un amigo abogado y su novia estudiante asistíamos a la proyección de Et Dieu créa la femme, aquella película donde la perfección humana de Brigitte Bardot se mueve acariciada por un mambo para que los hombres de la platea sueñen con esos brazos que se elevan hacia la mancha dorada del cabello, las piernas largas, lar- gas, y la cabeza que se agita, tipificando toda ella la más deliciosa conducta criminal imaginable. Pero esa tarde no funcionaba como siempre la conexión con BB, porque pocos entre ese público

38 podían dejar de pensar en la defensa que hacía Vergès del nazi boliviano aquel. Mi amigo, camboyano él, conocía al defensor, como muchos compatriotas suyos, por la amistad de este en la Sorbonne, entre 1949 y 1952, con Saloth Sar, quien luego de fundar el Partido Comunista camboyano en París, y ya con el nom de guerre Pol Pot, desplazaría al dictador Lon Nol y encabe- zaría aquel régimen Khmer Rouge que en los años 70s tomó el poder para protagonizar en Camboya uno de los episodios más tremendos del siglo XX. “Un idealista extremo”, me lo describiría en una conversación Vergès, agregando que en los años jóvenes en que compartieron París, Saloth era “un hombre dulce, de sonrisa fácil, que recitaba a Baudelaire y Rimbaud”. En el escaso tiempo que duró el gobierno Khmer Rouge, Pol Pot aisló al país y, por inanición, tortura o ejecución, en el desa- rrollo de su experimento colectivista murieron, según la cifra que repitiéndola miles de veces los medios de comunicación volvieron incuestionable, casi dos millones de seres humanos, la cuarta parte de la población, en medio del intento de hacer realidad una utopía de reingeniería social que comenzó con la obligación, para todos los ciudadanos, de abandonar las ciudades y regresar al campo a cultivar arroz. Y esto en un marco donde, mientras se desalojaba Phnom Penh, la capital, algunas de las primeras medidas “de correc- ción” fueron la abolición de la propiedad, el cierre de las escuelas y la eliminación del dinero, dinamitando una columna miliciana la sede del Banco Central, al tiempo que se convertía en delito la posesión de billetes o monedas. Se decía, me contó entonces mi amigo camboyano, que Vergès había sido uno de los ideólogos de aquel experimento apoyado por la China de Mao. Y que había estado allá, moviendo hilos casi hasta el final. Años después, en 2008, el ya octogenario Vergès, un hombre que acostumbraba declarar cosas como que “un buen juicio es como una obra de Shakespeare, una pieza de arte” (Der Spiegel, noviem- bre 2008), puso en escena su defensa a Khieu Zampan, ex jefe del Estado Democrático de Kampuchea, la Camboya Khmer Rouge, juzgado por genocidio, lo que reforzó aquella versión

39 que me había mencionado mi amigo, de que el abogado, durante su misteriosa desaparición, entre 1970 y 1978, había estado en Camboya al lado del régimen y sus amigos de París, Pol Pot y Ieng Sary, algo que estos negaron más de una vez, así como lo negó siempre Vergès. En tanto esto, ciertos hechos exhibidos en el largometraje que le dedicó Barbet Schroeder, parecen consolidar la hipótesis de que en esos años el abogado estuvo cerca de Arafat y otros grupos de la resistencia palestina ante Israel. En cuanto a él, nunca ha dado una explicación pública de ese “retiro sabático”, como lo denomina, limitándose, ante las preguntas de los medios, a responder cosas como “Tengo dema- siado respeto por la gente con la que estaba, por eso no deseo hablar sobre aquellos años”. Y ante las versiones que lo vinculan a algún proyecto extremista durante ese período, repite con mínima va- riación de palabras aquello que declaró cuando defendió, y luego abandonó esa defensa “por un conflicto de estrategia”, según él, al terrorista venezolano Ilich Ramírez Sánchez, más conocido como Carlos El Chacal, tras su detención en 1994: “Que esté dispuesto a defender a alguien no significa que le dé la razón.D efender a alguien no nos obliga a confundirnos con él. El abogado está para defender, y no solamente a inocentes, sino también a culpables. Y aquí se debe entender que defender no es disculpar, sino entender, aclarar a la sociedad lo que no ve, que es el camino que hace que un hombre como nosotros llegue a cometer un acto que reprobamos”. Aunque su comentario marca una distancia más allá del bien y el mal, hay cierta tendencia en sus preferencias por los oficial- mente señalados “malos”, como evidenció cuando negociaba con la familia Hussein la defensa del recién capturado Saddam, que no se concretó, y al ser interrogado sobre por qué estaba dispuesto a defender al tirano iraquí, explicó: “Si tengo que elegir entre defender al lobo o al perro, elijo al lobo, sobre todo cuando está sangrando”. Evidentemente, como diría entusiasmado Abelardo De la Espriella, Vergès es un personaje grandes ligas. Una celebridad internacional desde los años 50s por su apasionada defensa de Djamila Bouhired, la casi adolescente heroína del Ejército de Li-

40 beración Nacional argelino. Convertido al Islam para casarse con su defendida Bouhired, tras lograr su liberación en 1962, Vergès adoptó el nombre de Mansoor, cuya traducción es “El Victorioso”, y fijó su residencia en Argel ejerciendo, tras la liberación, como primer jefe de gabinete del Ministerio de Asuntos Exteriores de Argelia, puesto que abandonaría en 1963 para erigirse en uno de los principales defensores internacionales del pan-africanismo y la lucha anti colonial desde su revista Révolution africaine. Años después, sin su licencia para ejercer, que le retiró el gobierno francés por dos años tras acusarlo de practicar el derecho en “actividades contra el Estado”, y hostigado por defender a miembros del Frente Po- pular de Liberación de Palestina, en 1970 Vergès, el más polémico abogado de la historia de Francia según Le Monde, abandonó todo su mundo conocido, incluyendo a su mujer y a los dos hijos del matrimonio, y desapareció durante aquellos ocho años. Schroeder, el mismo que filmó en Medellín La Virgen de los Sicarios e hizo Barfly, aquel film donde Mike Rourke inter- preta el alcoholismo de Charles Bukowski, estrenó en 2007 el ya comentado documental de 135 minutos dedicado a Vergès: El Abogado del Terror. Allí este se muestra como es, un hombre capaz de conciliar a la izquierda más extrema con la ultra de- recha serbia. Sobrio, aplomado, sensible, calculador, provocador, seductor. Y anti-colonialista radical, sea cual sea la forma en que el colonialismo se manifieste. Tan seductor que su ex defendido Carlos, que fue el terrorista más buscado del planeta luego de asaltar en la Viena de 1975 la reunión de ministros de la entonces todopoderosa OPEP, lo acusó de haberlo traicionado, pero no como su defensor, sino, según me comentaron algunos periodistas franceses amigos, de esos “generalmente bien informados”, por el affaire del abogado con la alemana Magdalena Kopp. Integrante de la segunda generación de la Fracción del Ejér- cito Rojo, la Banda Baader-Meinhof, casada en Siria con Carlos y madre de su hija, a la que Vergès había defendido cuando fue capturada y estuvo en prisión, Magdalena habría vivido un apa- sionado romance con Vergès, y esa era la verdadera explicación

41 de la ruptura. Pero cuando habla sobre el film de Schroeder, al que reconoce su importancia “como fresco que retrata medio siglo de historia”, Vergès rechaza esa parte amarillista, “cuando descubre que el banco no me fiaba, o que he defendido a este o aquel político africano, como si no hubiera defendido también a gaullistas”, y luego agrega, “o que el señor Carlos piensa que yo quería irme a la cama con su mujer, cuestiones que aunque sean verdad, no tienen ningún interés”. En el escenario colombiano hay una suma de indicios que señalan a Abelardo De La Espriella como un personaje “grandes ligas” de un tipo cercano al del abogado francés. Sin embargo, observando algunas de las características que confluyen en ambos, pese a la diferencia de años, pero viendo también que cada cual sostiene posiciones claramente diferentes en algunos terrenos, quizás reflejo de los tiempos que les han tocado, le pregunto a Abelardo, un par de meses antes de que un bombardeo de la Fuerza Aérea pusiera fin a la carrera del jefe guerrillero identi- ficado por los medios de comunicación con el alias Mono Jojoy: poniéndote en el escenario Vergès-Carlos, imaginando una situa- ción Abelardo defendiendo a un jefe guerrillero de las FARC, al Mono Jojoy, digamos, ¿cómo encararías su defensa? Y él me responde, sin dudarlo: “Yo le habría dicho al Mono Jojoy, mire señor, es claro que usted ha delinquido en demasía, acepte los cargos, busque- mos la rebaja de penas que la ley otorga por aceptar la responsabilidad, busquemos el mal menor. Porque un abogado tiene que ser consecuente, un abogado no puede defender una causa que no tenga futuro jurídico. Un abogado debe defender una causa que pueda ser viable de acuerdo al material probatorio que obra en el expediente. Si está probado que la persona delinquió, el abogado debe ser consecuente y procurar el mal menor, que no es otro que la sentencia anticipada o un preacuerdo, y bus- car las rebajas de ley. Si la prueba indica una posibilidad de representar con éxito a una persona, yo soy capaz de llegar hasta la corte celestial por defender a un cliente. Pero si el material probatorio da cuenta de que es responsable, el procesado tiene que aceptar su culpa y buscar los beneficios que la ley le otorga por ese hecho. Una cosa es la defensa y otra cosa es desconocer las actuaciones del cliente. Son cosas completamente

42 diferentes… Así como también a veces una cosa es la verdad procesal y otra cosa es la verdad real. “Siempre la que trasciende es la verdad procesal, no la verdad real. Porque la verdad procesal es la que tiene que marcar el derrotero al defensor y al funcionario judicial que procesa a la persona. A veces la verdad real coincide con la verdad procesal, claro que sí. Pero no se puede procesar a una persona por lo que dicen de ella en la calle, o por lo que el juez escuchó, sino por lo que está probado en el expediente. Por eso yo no tengo problema en defender el día de mañana al señor “Timochenko”. No tengo ningún inconveniente con eso. Ideológicamente estamos en orillas distintas, él es un rebelde alzado en armas y yo soy un demócrata, pero jurídicamente él tiene derecho a una defensa, como cualquier criminal. Y tiene derecho a un juicio justo y a que se le respete el debido proceso. Respetar la justicia y la ley nos acerca a la paz”. En esta dirección, la edición del 10 de mayo de 2009 del diario bogotano El Tiempo presentó un cara a cara que hacía la periodista María Isabel Rueda entre el ex ministro de justicia Néstor Humberto Martínez y Abelardo, bajo el escandaloso titular “¿Debe ser obligación que un abogado denuncie a un cliente sospecho- so?”, a partir de una afirmación del ex ministro en este sentido. Y Abelardo es contundente en la entrevista: “No admito que se me señale por las defensas que hago. Les debe quedar claro a ustedes los medios, a los generadores de opinión y a la sociedad en general, que un abogado defiende las causas sin ser parte de ellas”. Comentando esta posición, Vergès me explica: “Hipócrates decía yo no curo la enfermedad, sino al enfermo. Nosotros podemos decir lo mismo, que no defendemos al crimen sino a la persona acusada de cometerlo. Uno trata de entender las situaciones por el bien de la sociedad. Si uno puede llegar a explicar cómo una persona que es igual a nosotros en un comienzo, termina cometiendo un crimen, digamos que habríamos atravesado el camino y podríamos conocer el proceso que conduce al crimen. Entonces el poder político podría decir que eso es prohibido, y que nadie más pase por allí. Nosotros, como abogados, no podemos juzgar, ni condenar, ni absolver. Lo que podemos, y hacemos, es tratar de entender lo que sucedió. Freud, cuando está en el exilio en

43 Londres, que tiene un cáncer que le carcome su mandíbula, le propone a un amigo escritor, que en vez de escribir novelas hiciera el análisis de un crimen, y este le responde que a él no le interesaba el crimen sino lo que piensa el criminal, y eso es también lo que a nosotros nos interesa. Es lo que hace de nuestra profesión algo excepcional, porque asumimos la humanidad entera. Ninguna otra profesión lo hace. Acompañamos al ladrón en su búsqueda del tesoro, acompañamos al asesino en su carrera hacia al abismo, estamos allí para hablar, para compartir la tristeza de una mujer abandonada. Esto lo vemos en obras que tienen que ver con la justicia, en “Desconocidos en casa”, la novela de Georges Simenon, en “Un caso de desgracia”, la película francesa, ¿la has visto? —No, no la vi. —En este filme hay un abogado exitoso, su esposa era una de las mujeres más bellas de París, los ministros lo invitaban a comer, y un día la vecina de un conocido, una persona marginal, representada por Brigitte Bardot, que ha cometido un robo a un joyero, algo que salió mal, viene a verlo y le dice usted es el mejor, quiero que me defienda y consiga que me absuelvan. Él se divierte, y le pregunta bueno, ¿y mis honorarios? Entonces ella se quita la ropa diciéndole no tengo nada, voy a pagar en especies. Y él acepta. Algunos piensan que este es el comienzo de su decadencia, pero los hechos son que él la defiende y ella sale absuelta. Y luego, en un barrio muy residencial, él alquila un apartamento para ella, muy cerca de su casa. En esa relación ella queda embarazada, y una noche visita al novio que tenía antes de conocer al abogado, un hombre con mucho mérito, hijo de un inmigrante italiano, que trabaja por la noche en una fábrica para poder estudiar y seguir una carrera de derecho en el día. Ella va a decirle que se había acabado todo entre ellos, y él quiere que se quede con él, pero, como ella insiste en abandonarle, desesperado, él la mata. Lo detienen, y el abogado que es designado para defenderle llama a su gran colega y le dice estoy encargado de este caso, voy a tratar de ocultar su papel en esto como pueda, estoy a su disposición, sépalo. Y él le responde no se trata de esconder aquí mi papel, si hubiese podido yo defendería a ese joven, por eso voy a solicitar ser escuchado como testigo. “Él amaba a esa mujer, ella iba a tener un hijo suyo, pero entiende también el caso de ese muchacho, entiende que ellos antes eran felices,

44 hasta que llegó un tipo rico, le ofreció comodidades y ella lo dejó. Y en un momento del film, este abogado dice: “Vi al asesino en la rue des Orfèvres, y tuve que bajar la mirada ante él”. Y está el doctor Isorni, el abogado de Petain, que era una persona muy conocida, tenía gran aprecio de parte del mariscal, se ocupaba de casos de personas que se habían enri- quecido durante la ocupación, y un día defendió a unos obreros acusados de violación, y a unas niñas pobres a las que habían acusado de robo, y dijo no sé cómo llegué aquí, yo normalmente tendría que haber sido el abogado de los ricos, de los poderosos, y véanme que soy el abogado de los infortunados. Porque eso es un abogado defensor, alguien que responde al llamado de la humanidad”. Jacques Isorni, además de ser el defensor del general Philippe Pétain, el héroe nacional vencedor de la batalla de Verdún, juzgado por traidor a la patria tras presidir en la Francia no ocupada el gobierno que colaboraba con los alemanes bajo el lema “Tra- bajo, Familia, Patria”, fue uno de los más prestigiosos abogados defensores del foro parisino, y es autor de un clásico, Les Cas de Conscience de L´Avocat. Allí Isorni analiza el proceso penal seguido contra Jesucristo, establece los errores del proceso y y expone los argumentos que hubiera utilizado para la defensa. Un caso, por cierto, interesante de repasar. La acusación de los sanedritas contra Jesús, ante Pilatos, se basaba en tres puntos: incitar el país a la revuelta, oponerse al pago de impuestos y adjudicarse el título de Rey de los judíos, al tiempo que el de hijo de Dios. Isorni plantea como primer disyuntiva para el defensor establecer si debía defender a Dios en la persona de su hijo, o al judío rebelde, y aquí se pregunta si es posible que haya en el mundo un abogado que, durante un proceso, se atreva a afirmar que defiende a Dios. Colocándose en la posición de defensor evalúa la condición de su cliente y con- cluye en que el argumento inmediato es la enfermedad mental, apoyándose en ese “Mi reino no es de este mundo” que declaraba Jesús reafirmando su condición de Rey y Dios, lo que permite claramente argumentar su locura y con ello hacer desaparecer la imputación de atentar contra la seguridad del Estado. Sobre la

45 pretendida oposición a pagar impuesto, el cargo más grave desde la mirada romana, el defensor se podría apoyar en aquello que responde Jesús a los fariseos que le preguntan si es lícito pagar tributo al César: “Dad al César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios”. Observa Isorni que Jesús no era un resistente: aunque Judea rechazaba la ocupación romana, que llevaba ya sesenta y tres años cuando nació Cristo, a él ningún nacionalismo judío lo animaba. “Sus sentimientos, en cuanto a la potencia ocupante se refiere, no son hostiles si se trata de pagar impuesto. Lo son cuando se persigue a sus hermanos de raza, pero únicamente por ser hombres y ser perseguidos”, en el plano político es neutro, dice el abogado de Pétain, y agre- ga que Jesús no indujo a la población judía a la rebelión contra Roma, nunca reivindicó una soberanía política sobre el pueblo judío, y por tanto “el sumario no contiene nada”. Isorni observa entonces los errores procesales, veintisiete violaciones a la ley, entre ellas que los procesos de lo criminal no debían ser debatidos de noche, y sin embargo fue nocturno el juicio, y al amanecer Jesús fue condenado. Los debates judiciales estaban expresamente prohibidos en el día de preparativos para el Sabbat, y fue la víspera del Sabbat cuando Jesús fue juzgado. La sentencia de muerte debía ser pronunciada al día siguiente de los debates, pero Jesús fue condenado inmediatamente al término de la audiencia. Las sesiones tuvieron lugar en la casa de Caifás, cuando debían tener lugar en el atrio interior del templo. Tam- poco fueron oídos testigos de descargo… Inevitablemente al leerle no puedo dejar de notar la estructura argumentativa tremendamente cercana a la que suelen hacer Ver- gès o Abelardo sobre los casos. Tanto así que un día le mencioné a este algo sobre el texto de Isorni y me comentó, riendo, “fíjate en ese caso lo extraño de que la turba de judíos, cuando Pilatos le ofrece decidir la suerte de Jesús, escoja una pena romana y no una de las judías, que eran lapidación, muerte por el fuego, decapitación o estrangulación, en tanto las romanas para quien atentara contra la seguridad del Estado eran la condena a morir entre las garras de las fieras del circo, la crucifixión

46 o la deportación a una isla desierta”. Una observación que parecía calcada del pensamiento del francés. En el ejercicio especulativo que hemos acordado, nos reunimos a analizar la información disponible sobre el derrame en el Golfo de México tras la explosión de la plataforma Deepwater Horizon, operada por la British Petroleum a 64 kilómetros de las costas de Louisiana. La British, al igual que otras pocas petroleras, en un ne- gocio ultra concentrado, opera con altísima rentabilidad pozos en el mar, amparada en permisos de algunos gobiernos, particularmente aquellos de países con gran dependencia del petróleo. Y muchos indicios parecen indicar que lo hace aun sabiendo que no cuenta con respuestas probadas para emergencias como la que se presentó el 20 de abril de 2010. O confiando en que sus subcontratistas tengan las respuestas, pero no siendo muy estricta en la exigencia antes de contratar. Abelardo va directo a la yugular: una vez ocurrido el escape, por negligencia u otra situación agravante, BP ha tratado, en forma reiterada, de ocultar su gravedad, buscando preservar la imagen de cara a la cotización de sus acciones en la bolsa. Acciones que pronto comenzaron a reflejar negativamente el impacto. Observa luego que la Ley de Contaminación con Petróleo, que rige en Estados Unidos desde 1990, exige a los contami- nadores que paguen los costos reales de limpieza, poniendo un tope de 75 millones de dólares a la responsabilidad financiera adicional de un derrame, es decir monedas, si lo comparamos con el impacto que el derrame ha significado y seguramente significará sobre las actividades de pesca y turismo, las industrias vinculadas, el empleo, la calidad de vida de los habitantes, etcétera. A mediados de mayo de 2010, la Administración de Barack Obama declaraba una y otra vez que “la petrolera BP pagará todos los gastos originados por el vertido”. Esto mientras representantes de las tres firmas que trabajaban en la plataforma: BP, Transocean y Haliburton, se acusaban mutuamente en el Congreso, y la suiza Transocean, dueña de la plataforma arrendada a BP, presentaba una demanda en un juzgado de Houston pidiendo se limitaran

47 sus responsabilidades a no más de 25 millones de dólares, apo- yándose en una ley estadounidense de 1851. Y todo esto ocurría al tiempo que los cables de las agencias de noticias informaban que al seguir incontrolado el vertido, las empresas que gestiona- ban la perforación de crudo y el gobierno federal se preparaban para responder a las más de un centenar de demandas pidiendo reparación económica que ya habían llegado a distintos juzga- dos de EE.UU., interpuestas por pescadores afectados, grupos ecologistas y familiares de las once víctimas que perecieron en la explosión de la plataforma. El 16 de mayo un cable de la agencia EFE, originado en Washington, informaba que científicos estadounidenses creían que el vertido era mucho mayor de lo calculado oficialmente, tras encontrar bajo la superficie del Golfo de México “enormes columnas de petróleo que están acabando con el oxígeno a su alrededor, lo que supone una amenaza para la vida marina, según informaron hoy. Las columnas no son visibles en las imágenes de satélite que ha usado el gobierno para evaluar el volumen de petróleo que sale del pozo, lo que podría indicar que el vertido es mayor que lo calculado oficialmente. Una de esas acumulaciones de crudo tiene una extensión de 16 kilómetros de largo por 5 kilómetros de ancho, según los expertos, que trabajan desde el buque de investigación Pelican. El nivel de oxígeno en algunas zonas cerca de esas columnas ha caído un 30 por ciento y sigue bajando, de acuerdo con sus cálculos. Los científicos, delI nstituto Nacional de Ciencia y Tecnología Submarina y otros centros de investigación, creen que el uso de productos químicos para dispersar el petróleo puede ser el responsable de las columnas, al haber diluido el crudo y retrasado su ascenso a la superficie. (…)E l gobierno de Estados Unidos ha calculado que del pozo salen unos 5.000 barriles de petróleo al día, pero algunos científicos que han analizado las imágenes de la fuga calculan que el volumen real po- dría encontrarse entre los 25.000 y los 80.000 barriles diarios”. Estas últimas cifras fueron confirmándose en las semanas posteriores, en tanto la petrolera insistía en que lo que se estaba derramando no excedía la cifra dada en los primeros días, que era vagamente “cinco o seis mil barriles diarios”.

48 Mientras los intentos de taponar la fuga de crudo hechos por BP fallan uno tras otro y los químicos hacen su tarea cosmética escondiendo el petróleo derramado, esto es hundiéndolo, las noticias van aflorando, y al día siguiente, 17 de mayo, el editorial del diario madrileño El País, en una línea similar a los de gran parte de la prensa internacional, comienza en estos términos: “A medida que aflora el crudo de la plataforma de British Petroleum (BP) en el Golfo de México se pone al descubierto una inquietante cadena de fallos e irregularidades que ponen en evidencia a la empresa afectada, pero también a la Administración de la primera potencia del mundo. Según las primeras estimaciones barajadas en las comisiones de investigación abiertas (una en el Congreso y otra en el seno del Gobierno federal), BP podría haber detectado el fallo de la válvula días antes de la explosión de la plataforma ocurrida el pasado 20 de abril y en la que murieron 11 trabajadores. Toda la seguridad, consideran algunos congresistas, re- posaba sobre un mecanismo que se sabía defectuoso, a pesar de lo cual no se paró la operación. Las sospechas se acrecientan sobre la forma de actuar de la multinacional británica, que minimizó las posibilidades de sufrir un accidente y el efecto que este podría ejercer sobre la fauna y la flora del Golfo”. El editorial cita luego el hecho de que “la compañía se ha negado a ofrecer imágenes del vertido durante 23 días y tampoco ha querido medir el flujo de crudo que está causando un desastre ecológico de escasos precedentes. Desde el principio, se ha estimado que de la fisura del pozo están emanando unas 700 toneladas diarias de petróleo, aunque varios científicos estiman que esa cantidad podría ser muy superior”. Ese mismo día, durante una audiencia en el Comité de Segu- ridad Nacional y Asuntos Gubernamentales del Senado, la Secre- taria de Seguridad Nacional de Estados Unidos, Janet Napolitano, manifiesta las dudas del gobierno en que la petrolera responsable de la plataforma que causó el vertido de crudo pueda controlar el derrame en un corto plazo, pese a que esta ha asegurado que lo logrará “por completo” en los próximos días, tras tres semanas de intentos fallidos. Luego de infructuosos experimentos tratando de colocar sobre la fuga una campana de cemento de 78 toneladas,

49 BP asegura haber podido insertar un tubo dentro de la tubería rota, a 1.5 kilómetros de profundidad, desde el que puede reti- rar mil barriles de crudo al día, esto es la quinta parte de lo que acepta estar vertiendo cada día y una mínima fracción de lo que ya ha derramado y se encuentra depositado en el lecho marino, por efecto de los disolventes esparcidos sobre la superficie. Mientras diversos modelos científicos de predicción del comportamiento de las corrientes y de los remolinos en el Golfo de México muestran que la mancha podría unirse a la corriente de Lazo, que avanza desde la península de Yucatán a los cayos de Florida, muy cerca de Cuba, para, eventualmente, cruzar el At- lántico de forma diluida e impactar a Europa afectando el medio ambiente de sus mares y costas, el Presidente Obama crea una comisión independiente para investigar el derrame. Esta comi- sión, establece la orden ejecutiva que la crea, tendrá en cuenta las investigaciones que ya se han iniciado sobre las causas del vertido y analizará otros asuntos como las prácticas de la industria, la seguridad en las plataformas petrolíferas, las normas reguladoras federales, estatales y locales, la supervisión del gobierno y las normas medioambientales. Vergès dice aquí que, definitivamente “el ejercicio sobre este caso es muy, muy interesante, en primer lugar porque es posible generar un impacto que llame la atención de la opinión en el mundo entero, y puede convertirse en algo que haga palanca para obligar a modificar conductas a las empresas multinacionales mineras, madereras y todas las que están afectando el medio ambiente sin medir consecuencias más allá de su búsqueda de rentabilidad. En segundo lugar, hay que aceptar que en el plano jurídico es difícil. Pero, en tercer lugar, creo que lo que importa aquí no es el proceso jurídico sino el mediático”. Entonces comenta: “A veces hay clientes que vienen y me dicen “me han difamado”, y yo les digo bueno, es posible, y me preguntan ¿no se puede hacer algo? Y les digo mi interés sería decirle que sí, para que usted me pague mis honorarios, pero como a mí lo único que me interesa no es el dinero y usted me cae bien, pienso que es mejor que no lo haga, porque seguramente usted va a conseguir una condena de 10.000 euros

50 de multa, pero a cambio, con la inmunidad que tiene la defensa del otro en el juicio, podrán decir todo lo que quieran sobre usted, y eso es probable que le haga mucho más daño del que consiga que le reparen. Aquí, por ejemplo, si se presenta esa queja, moralmente usted tiene razón, porque no se tomaron todas las precauciones, es evidente, pero el peso inmenso que tiene una petrolera como esta para defenderse puede aplastar los mejores argumentos con un mínimo esfuerzo en los medios”. Abelardo agrega, “ellos son grandes anunciantes, tienen el músculo financiero más poderoso del planeta, equipos de abogados de primera línea, antropólogos a sueldo capaces de modificar las interpretaciones que hacen las comunidades del daño que han recibido…, pero la posibilidad del impacto que se puede lograr con una lectura profunda del significado de los hechos como la que estamos pensando poner a circular con la denuncia, es grande”. Entusiasmado, y avanzando sobre el propósito inicial, Vergès sugiere entonces: “Si decidiéramos intervenir habría que trabajar rápido, tenemos solamente 9 posibilidades de 10, y habría que buscar la forma de tener 10 sobre 10 de opción. Es decir, debemos demostrar absolutamente, sin dejar resquicios, que entre la idea del bienestar de la población del planeta y la idea del beneficio, la petrolera optó por el beneficio, y que eso la hace culpable, por lo que además de reembolsar los daños, pagarle a la gente, tendrá que modificar todas sus prácticas. Acá, como bien vieron ustedes y por eso me llamaron, indudablemente hay una nueva forma de crimen contra la humanidad. En el plano de los principios no hay discusión, pero la forma de la ejecución presenta unos aspectos nuevos importantes, que establecerían precedentes para demandar en casos como los envenenamientos químicos… Si la Corte Penal Internacional no acepta la demanda, los podríamos denunciar, también a ellos, porque la opinión, ante el escándalo de los hechos, está de nuestro lado. Tendríamos la ventaja de tener a la opinión, y siempre habrá profesores en derecho que dirán que nosotros tenemos razón, incluso en el plano jurídico”. El siguiente punto, plantea Vergès, es definir en nombre de quién se actuaría, y propone que “es mejor si se es designado, por ejemplo, por una isla en las Antillas que se vio afectada real o poten- cialmente, un encargo de su presidente, o un pueblo de pescadores que

51 resultó afectado”, ante lo que Abelardo, que más adelante, en el caso de su denuncia a los directores de las Corporaciones Au- tónomas Regionales partirá de esta posición, responde “pero yo tengo una opinión, maestro: al margen de interesados como los que nos han contactado, o de lo que usted propone, creo que tratándose de un crimen contra la humanidad cualquier persona podría eventualmente establecer la demanda”. —Seguro, pero es mejor si se actúa en nombre de alguien que haya solicitado la intervención, porque si uno actúa en su propio nombre la competencia al servicio directo o buscando cercanías con BP, o por simple envidia, nos acusaría de utilizar el caso como un pretexto para hacer un espectáculo. Aceptando la opinión de Vergès decidimos que el siguiente paso será definir en nombre de quién se actuará, y, siguiendo el ejercicio, Abelardo propone analizar las diversas inquietudes y consultas que han llegado a los estudios de la firma De La Espriella Lawyers Enterprise en la Florida y Colombia, y se llega al acuerdo de que él preparará el borrador de la hipotética demanda, considerando un proceso que indudablemente será largo. En segundo lugar, que yo me ocuparía de trazar estrategias proactivas y reactivas enfocadas a los posibles escenarios mediáti- cos, y que Vergès irá discutiendo los pasos desde París o África, y aportando sus observaciones, para con el proceso avanzado, si las condiciones lo indican posible, considerar la opción de redondear la demanda y luego, Abelardo y Vergès, presentarla juntos a la Corte Penal Internacional. Es decir, un laboratorio que, quizás, podría volverse un caso, un precedente, en un campo de la más alta importancia planetaria.

52 3 El perfil de un litigante de éxito

Aquel domingo en que recibí la llamada de Abelardo, hacía casi un año ya que veníamos conversando la idea de trabajar un texto destinado a estudiantes de derecho para, a partir de su experiencia, mostrarles cómo podía un joven abogado instalarse en la realidad de los casos y, fundamentalmente, cómo era esa realidad, más allá de la dogmática. Algo así como un texto orientador, que abar- cara desde el ámbito específico del equipo jurídico analizando el caso, trazando la estrategia, diseñando tácticas, organizando argumentos, hasta la socialización de esos argumentos jurídicos a través de los medios. Cuando se presentó el tema del derrame, y se dio ese espacio de trabajo o, más apropiadamente, ese ejercicio especulativo con él y Vergès, pensé que el camino directo para concretar aquel propósito era narrar al personaje, su pensamiento, sus líneas de acción, sus facetas, sus contrastes, y dejar que la evidencia per- mitiera a los estudiantes, y en general a los lectores del libro, ir descubriendo por sí mismos las claves. Y, al mismo tiempo, mos- trar el pensamiento de su co-equiper en el caso del derrame de petróleo, el abogado francés. Pero mientras fui escribiendo estas primeras páginas, com- prendí que contar el ejercicio exitoso de la profesión del litigante en Colombia debía hacerse mezclando el comportamiento profesional con el entorno en que se desarrollaba. Esto es con el país que ha vivido y vive ese abogado, y en el caso de Abelardo

53 con esa suerte de road movie que es su vida diaria. Que para que el cuadro fuera sustancioso, debía cocinarse un gran sancocho donde se mezclaran las grandes gestas, los pequeños gestos, el trabajo diario, los caprichos, los valores, las obsesiones… Todo eso que se va acumulando en las personas como la luz del sol sobre la piel, y que determina, más que el destino, el curso de sus vidas y de sus actos. Abelardo De La Espriella es un personaje que acaba de pasar la línea de los 30, lo que probablemente se relaciona con su definición de que “cada nuevo proceso es como un nuevo romance”, pero que ha desarrollado en esas pocas décadas una capacidad de observar la realidad, particularmente la jurídica, que lo asemeja a un anciano pleno de experiencia y paciencia no desprovista de cierta particu- lar, y frecuentemente escandalosa, audacia. Como la de aquellos a quienes no los rige el temor a perder algo, sino la convicción de que no vale nada que no sea ganar. Por eso cada día se despierta en la certeza de que está comenzando el resto de su vida. Es un abogado que se planta ante el mundo con la misma actitud serena con que en un escenario, secundado por un grupo de músicos costeños, y con una mano en un bolsillo y la otra rodeando el micrófono, seduce a la audiencia cantando boleros, , rancheras. Y lo hace con tal fuerza que las mujeres no dejan de sonreír un instante mientras le observan, los hombres se conmueven con cada frase, y nadie puede dejar de pensar por qué no se dedicó a cantante. Pero eso no solamente acontece con el Abelardo cantante, también ocurre cuando uno lee sus columnas de opinión en la prensa Caribe, y se pregunta por qué no se dedica al periodismo, que era lo que muchos pensaban haría hace años, cuando en la cadena radial RCN protagonizaba el programa de la mañana junto al legendario periodista Juan Gossain. Y lo mismo piensan quienes conocen de caballos y le ven comprando animales finos, amansando yeguas, cabalgando largo en medio de las sabanas de Córdoba, o montando caballos de paso en sus fincas de allá y de Cundinamarca. ¿Por qué no se

54 dedicó a los caballos, si le gustan tanto y conoce tanto de ellos? Y otro tanto piensan quienes saben de su conocimiento del arte moderno y contemporáneo, de su gusto como comprador de arte, de su talento como galerista. Pero ocurre que Abelardo De La Espriella no siente que la vida deba reducirse a algo, por más bueno que se sea en ello, sino que siempre debe asumirse como un horizonte amplio, donde si uno es sabio nunca dirá hasta aquí he llegado, como los renacentistas. Hemos quedado en encontrarnos en un juzgado, para con- versar sobre el libro luego de que atienda una audiencia de imputación, en la que se supone la Fiscalía pedirá medida de aseguramiento para su cliente. Es un caso importante. Abelardo ha llegado al tribunal con las manos libres, un asistente llevándole el maletín, porque “para pensar claro es bueno estar liviano. Tengo un ritual: hago 35 o 40 minutos de cardio antes, y luego tomo un baño y ahí sí quedo listo para la acción”, me contará más tarde. Aún no hay nadie en la sala, donde sólo diez bancas están disponibles para el público. El sistema anterior era otra historia, con tribunas y abogados que soltaban grandes alegatos de efemé- ride patria, y donde los penalistas de mayor cartel contaban con barra. El nuevo sistema es sobrio, pocos testigos. Una cámara en el techo, grabando, los reemplaza. La puerta está trancada con una guía telefónica vieja, su- brayando en un detalle el cuadro sórdido que lleva al abogado a comentarme “esto es parte del drama: un país sin justicia con cre- dibilidad no puede tener paz”. Ya en acción profesional, sereno y con buen humor, Abelardo calma a su defendido, que está tenso como todo “imputado”. Le dice, en voz baja, que no tiene de qué preocuparse, que podrá estar tomando un whisky esa tarde, riéndose de la tensión de la mañana. Esperando la entrada de la fiscal, el abogado tararea una tranquilizante melodía, silba bajito luego, y en un momento posterior comenta a su cliente “los fis- cales y los jueces son como los profesores, las mujeres y los perros: huelen el miedo. Por eso en la audiencia lo central es nunca tenerlo”, y luego, poniendo a rodar una complicidad de humor negro, agrega “en

55 últimas, siempre está el suicidio como alternativa: se extingue la acción penal. Pero eso sí, ni con pastillas, ni cortándose las venas, porque eso es de mujeres y maricones: suicídese como un varón, colgándose, o de un tiro en la boca, que eso es de hombres”. El cliente ríe y se relaja. Luego Abelardo señala la corbata de florecitas que porta y agrega, “además, no se preocupe, traje la corbata de la buena suerte: esta jamás ha perdido un juicio”. Me describe el caso: acceso carnal violento a una muchacha de 22 años, siendo el acusado un alcalde de una ciudad impor- tante. Todas las pruebas indican que allí no hay caso. No había restos de esperma en la revisión médica, y aunque la acusación mencionaba que la joven había sido drogada, su orina no regis- traba presencia de psicofármacos. Sin embargo la Fiscalía había construído un cartapacio de 30 centímetros de alto, y basándose en la interpretación de un psicólogo sobre los sueños que le contó la chica, la fiscal apunta “presunta conducta de acceso carnal violento” por parte del acusado, lo que lo encuadra en una pena de 10 años como mínimo y 22 como máximo, según establece el Código. Cuando la juez le da la palabra, Abelardo, que ha llegado pun- tual a la audiencia, como siempre, según la fama que se ha labrado, y ha esperado pacientemente la llegada de la fiscal, cuarenta minutos tarde, se calza las gafas, mueve las páginas de un Código con varias marcas, y comienza “su señoría” con una voz profunda y neutra de locutor institucional. Más que el tono o volúmen de su voz, el timbre de esa voz, sus énfasis, de pequeñas pausas, visiblemente colocan en posición de alta atención a la señora juez, al tiempo que llena de nervios a la fiscal, que abre su bolsa buscando algo y no puede evitar que ruede de ella una manzana a medio comer. Parece una escena de El Proceso, en la versión cinematográfica que Orson Welles hace de la obra de Kafka. Abelardo despliega sus argumentos sin prisa, y como espec- tador pienso que el paso del abogado por la radio de opinión, en aquel equipo que integraban ex ministros y grandes personajes de la actualidad nacional, sumada a su experiencia desde niño en la televisión y la radio allá en la costa Caribe, han dado como

56 resultado un excelente comunicador que ejerce como abogado. Un comunicador que mientras expone va leyendo varios párrafos adelante en las reacciones de aquellos a quienes se dirige, previen- do el impacto de sus palabras con esa intuición felina que suele tener quien caza, la que le permite calcular el espacio delante de la presa adonde debe disparar para coincidir con su carrera. El 6 de diciembre de 2008 la revista Semana comentaba que “de vez en cuando aparece en el panorama del país un abogado que provoca más polémicas que los demás, y ese hombre se llama ahora Abe- lardo De La Espriella. Con apenas 30 años de edad y ocho años con tarjeta profesional, ha estado ya muchas veces en el ojo del huracán por las defensas que ha asumido y por el rápido crecimiento de su bufete De La Espriella Lawyers Enterprise”. Consciente del guión que marca el comentario, con gestos precisos y mesura en las palabras, el abogado avanza arrasando meticulosamente la acusación, emi- tiendo al mismo tiempo una imagen que responde al milímetro a esa que se tiene de él en la calle, y que se puede sintetizar como un cruce perfecto de filipichín bolivariano impecable en su traje y humor fino, con nerd, joven genio estudioso, juicioso en cada tarea que debe hacer para lograr un resultado. Lo primero que le pregunté cuando salimos del juzgado aquel en el que nos encontramos y donde defendía al acusado de violación, fue si hay crimen perfecto, y sin dudarlo me res- pondió “sí, yo creo que puede haber crímenes perfectos, por supuesto que sí. Es un tema probatorio: siempre y cuando no queden pruebas de quién cometió el crimen y cómo lo cometió, el crimen es perfecto. Alguna vez un cliente me dijo que la clave del crimen perfecto era ejecutarlo uno mismo, sin mandar a nadie, sin dejar testigos. Únicamente eso. Pero con la tecnología esa posibilidad se ha reducido mucho. Hoy la tecnología es importantísima en la prevención y persecución del crimen. Pero aún así puede haber crímenes perfectos, sin duda”. No se anda con vueltas, no cuida la corrección política de lo que dice. Y en esa medida sus afirmaciones suelen ser brutal- mente sinceras. La fuerza en sus conceptos me hace pensar que para los fines de este libro, esa idea de mostrar cómo funciona el

57 abogado penalista en acción, cómo es la cocina, cómo se sirven los platos, cómo se construye el efecto que producen, es de interés mostrar el perfil del personaje, lo que conforma en él esa actitud determinante que luego pone en juego en los juzgados. Y en esa dirección se vuelve de interés repasar a Abelardo en su mundo: su origen, su evolución, la marca de la familia, de los amigos de su tierra. Todo eso que hace que se sienta en él un aire de Michael, el tercer hijo de Vito Corleone, en la película de Coppola. El abogado monteriano se asemeja a aquel Pacino joven con su pinta de galán, pero más cerca está cuando se muestra como un hombre de convicciones en todos los planos de la vida. Un hombre que en su caso ama la estética, comenzando por la de la mujer bailando sobre una plataforma en torno a un tubo, y siguiendo por la búsqueda de esa belleza su propio baile, de cuyos logros da prueba su fama en los salones de la costa colombiana, donde aún se ruborizan algunas mujeres cuando confiesan que le hicieron larga fila, en más de una fiesta, para que las condujera al son de la música. Un hombre que aprecia el conocimiento en detalle de “la calle” de cada ciudad que pisa, sus glorias, sus bajezas, su violencia, sus afectos espontáneos. Como buen costeño, rechaza la idea de vivir en un clima de frío extremo, y odia la nieve tanto como odia la impostura bogo- tana, “ese carácter tan afín a Santander”, a quien evoca como aquel “traidorazo mezquino que dejó en su testamento quién le debía, a quién había que cobrar”. Neuróticamente organizado, piensa que hay que trabajar el presente mirando siempre al futuro, y se mueve cons- ciente en todo momento del impacto de sus acciones, su palabra, sus gestos, actuando desde la idea más amplia de familia, de velar permanentemente por su bienestar, lo que le ha valido la admira- ción profunda de la gente que le conoce, que exalta en él esto, tanto como el atrevimiento con que enfoca y define sus casos jurídicos. Se le atribuye haber convencido a su amigo Lucio Gutiérrez para que volviera a Ecuador a “comer” cárcel para poner en evi- dencia la verdad de su condición de perseguido, cosa que logró a las pocas horas de su regreso. Gutiérrez, el coronel que derrocó

58 en el año 2000 al Presidente ecuatoriano Jamil Mahuad y luego, aliado al movimiento indígena Pachakutik, fue elegido presidente constitucional para poco después ser derrocado, estaba en condición de asilado político en Bogotá, donde se conocieron y desarrollaron una gran amistad. “Fui su abogado aquí en Colombia, cuando tramitó el asilo político y hubo que resolver algunos problemas, y después de escribir ese libro que él necesitaba escribir para poner las cosas en claro, fui de las personas determinantes para convencerle que regresara y pusiera la cara, porque contra él, concreto, no había nada”, cuenta Abelardo. Gutiérrez aprovechó sus meses en Bogotá, donde era huésped de su amigo y abogado, para escribir ese libro en que relata su versión de los hechos que rodearon al movimiento que le sacó del poder, y una vez que este fue publicado, y en medio del efecto que producía en su país por las revelaciones que contenía sobre los intereses ocultos tras el golpe, tomó un avión en dirección Quito, donde al aterrizar las autoridades lo arrestaron y encarcelaron. Pocos meses después, el 3 de marzo de 2006, la Corte Suprema de Justicia comprobó la inexistencia de verdad en los cargos y cerró su caso. ¿Cómo ves hoy a Gutiérrez?, le pregunto y me responde “Lucio Gutiérrez es mi amigo personal, además fui su abogado. Creo en él y en su partido, Sociedad Patriótica. Creo que es un hombre bueno, transparente y honesto, que tuvo una visión un poco inocente de la realidad de su país y del poder. Creo que para manejar el poder se requiere, más que malicia, cierto grado de perversidad, porque el poder es un asunto muy complejo y oscuro. No me cabe ninguna duda de que en algún momento volverá a gobernar, porque en política no hay muertos, hay exilios. Es la única guerra en la que se muere para renacer, como dijo Talleyrand”. El poder engaña, fomentando la ilusión de que está ahí para ser tomado, ocultando el hecho de que es algo que requiere ser creado. El poder se crea en uno, y se proyecta sobre el escenario en que se quieren concretar cambios. Esbozo estas ideas y le pregunto por su visión del tema. Me responde “pienso exactamente lo mismo, pero además creo que el poder es algo que está más allá de tu voluntad. La gente lucha todo el tiempo para conseguirlo, y como no entiende lo que es, cuando logra entrar en contacto con él, con algo que

59 ha construido sin darse cuenta que lo hacía, descubre que ese poder lo avasalla por completo, porque no está preparado para lidiar con eso. Otra cosa es cómo se vive el poder. “Yo creo que el poder es la facultad que una persona tiene para determinar y ejecutar su vida como le dé la gana, viviéndola a plenitud, sin problemas, sin incordios. Es decir, creo que ese es el verdadero poder, consiste en hacer lo que te gusta y tener una vida sosegada. Cuando hablamos del poder político, hay que tener claro que es el más efímero y volátil. Se cayó el Imperio Romano luego de siete siglos de dominación, y era un imperio que se sirvió de los cerebros más importantes de aquellos tiempos: ¿Cómo no se van a caer estos seudo imperios de ahora, que tienen tan poca formación y un bagaje intelectual inexistente? Ahora, mirándolo desde otro punto, yo creo que el poder es estático, que está ahí, y hay gente que entra y sale de él… La gente llega, lo toma, lo usa, y en algún momento se debilita el contacto, y ese que llegó es sacado, pero en su paso construyó su propia versión de lo que es el poder. Esa es la gracia, la versión de cada cual. Y está ahí ese desencanto, esa no confor- midad profunda que hay en quienes tienen contacto con cierto poder pero nunca captan bien de qué se trata, ni lo efímera que es esa relación con el poder, y por eso no tienen tranquilidad. “Yo trabajo en muchos procesos complicados, con gente de mucho dinero, y ese ha sido un tema recurrente; me dicen “yo dejaría todo, me quedaría sin un peso por tener tranquilidad”. Eso me ha retumbado todo el tiempo en la cabeza. Me pregunto, ¿cuál es el poder, la plata o estar tranquilo? La tranquilidad, yo creo. Y está la bacanería, que para mí es esencial. Yo no tengo interés por el poder político. Para mí, el verdadero poder puede estar, por ejemplo, en el disfrute de una finca frente al mar, delicioso, escribiendo para un buen periódico, con la mujer que uno quiere, un buen trago, rodeado de amigos, un trío de músicos. Es mi visión muy particular sobre el asunto. Conoce el poder desde muchos ángulos. Lo ha estudiado a fondo, lo ha ejercido con sabiduría en los juzgados, y ha confron- tado con él. Al frente de un grupo de diez juristas demandó al Presidente ecuatoriano Rafael Correa por las pruebas de compli- cidad de su gobierno con la guerrilla colombiana, particularmente

60 los campamentos de las FARC en territorio de ese país. “Cuando fue hallado el computador de Raúl Reyes y advertí que había menciones sobre Correa y funcionarios de su gobierno, conociendo las veleidades de Correa con la izquierda radical le pedí a la Fiscalía que les investigara. Quizás lo hice, en parte, debo reconocerlo, con cierto sesgo ideológico, porque me parece que el señor Correa le está haciendo mucho daño a Ecuador con su extremismo, al pretender imponer un modelo político que lo que trajo, donde pretendió instalarse, fue tiranía, desolación y hambre. Pero también lo hice porque quería sentar un precedente judicial, por eso incluso lo propuse antes de la investigación ecuatoriana a Juan Manuel Santos, y estoy seguro que si nosotros hubiésemos hecho eso primero, ningún juez del vecino país hubiera pretendido investigar al ministro de Defensa, hoy presidente colombiano. Además lo hice porque en estos temas penales quien pega primero pega dos veces, y también, de cierta manera, para equilibrar las fuerzas, y que Correa bajara un poco la guardia. Porque la amenaza de la Corte Penal Internacional… tengo la certeza de que lo trasnochó por varios días, porque eso a cualquiera trasnocha. —Visto desde el derecho internacional, el ataque a un campa- mento ubicado en territorio de otro país, siendo evidentemente hostil hacia Colombia ese campamento, pero el territorio es de otro, soberanía ecuatoriana… ¿No es casi un acto de guerra hacia Ecuador atacar su territorio? —Sí, es una situación compleja, pero creo que puesto en las mismas circunstancias del Gobierno colombiano, yo habría procedido de igual forma. Es inaudito que en un país vecino, que se supone es un país hermano, un gobierno no quiera cooperar con el Estado colombiano y albergue a los terroristas de las FARC. Obviamente si le informaban de la operación militar a Correa él les iba a dar aviso. Porque Correa sabía de la existencia de ese campamento de las FARC, y su gente, sus ministros iban a reunirse y a tomar trago con Raúl Reyes… Uribe lo sabía y por eso decidió proceder así. Creo que eso modifica la forma en que debe mirarse este operativo colombiano. “De no haber sido esta la situación, claramente eso podría significar un problema internacional para el gobierno del ex Presidente Uribe y para Colombia, en cuanto a una sanción. Si hay que esgrimir una

61 defensa es esa, que no se le podía avisar a Correa, y que fue necesario hacerlo de esa manera para poder dar de baja a ese criminal de Reyes. Repito, en circunstancias normales ese episodio hubiese sido muy grave para Colombia, pero no en el escenario que se dio. Ahora, me pregunto yo, ¿por qué Ecuador no ha dado la pelea defendiendo su posición?, ¿por qué el gobierno de Correa no ha atacado jurídicamente a Colombia de forma más vehemente? Es muy sencillo: porque saben que tienen sus pecados. Porque saben que estaban escondiendo a ese narcoterrorista de Raúl Reyes. En todo caso, múltiples resoluciones de la ONU habilitan a los países miembros para actuar en territorio extranjero, cuando se dan circunstancias especiales como la descrita. En 1999 Abelardo De La Espriella abrió su primera oficina para atender pequeños procesos penales, laborales, civiles, casos de inasistencia alimentaria, “lo que llegara, para poder sostener la oficina mientras se presentaba la oportunidad de un caso donde protagonizar”, explica hoy, con doce años ejerciendo la profesión. Doce años a través de los cuales comenzaron a llegar procesos cada vez más complejos, gracias a la fama creciente del trabajo del joven abo- gado, a la exposición mediática de sus relaciones con algunas de las mujeres más hermosas del país, tanto como de sus actividades paralelas que protagonizaba en el campo del arte, como coleccio- nista y promotor, y por su éxito sorprendente en algunos casos judiciales operando un estilo rayano en el descaro. Una carrera potente, hecha además con una fuerza particular que hace que una gloria del derecho penal colombiano, ya retirado, lo recuerde como “una especie de ladilla que irrumpe cual tromba en los tribunales, que no le teme a nada; si está seguro de tener un argumento fuerte no se detiene hasta que alcanza lo que busca”. Con su filosofía de defender a quien necesita defensa sin juzgar moralmente el acto del que le acusan, “porque esa no es tarea del abogado”, Abelardo encontró en la parapolítica una mina de oro. En la lista de congresistas que defendió se encuentran Dieb Maloof, José de los Santos Negrete y Jorge Caballero, a quien convenció de entregarse a la justicia después de que se refugiara por algunos meses en el extranjero. Estos clientes habían resultado involucra-

62 dos en el Pacto de Ralito, la reunión entre políticos costeños y las cabezas de las bandas paramilitares que se llevó a cabo en julio de 2001 en una finca del corregimiento de Santa Fe de Ralito, departamento de Córdoba. En todas sus intervenciones relacionadas con estos casos, Abelardo De La Espriella se destacó por la vehemencia de sus argumentaciones, logrando con su actuación lo que pocos espe- raban, dejar libres a sus clientes en menos de dos años. —En el caso de Negrete logré para él la preclusión en la Corte Su- prema de Justicia, y esa es la única preclusión que por el Pacto de Ralito decretó la Corte Suprema. Diez días antes de la preclusión, José de los Santos me dijo que quería renunciar al fuero para que lo investigara la Fiscalía, y yo le dije mira, ya presentamos los alegatos, esperemos a ver qué dice la Corte, pero él insistía, me van a joder, me van a joder. Le digo espérate, que presentamos un excelente memorial, pidiendo la preclusión, vamos a ver qué pasa. Y él que me van a joder, me van a joder, y quería renunciar. Pero no lo dejé, y a los diez días le precluyen, sale libre y se va a despachar otra vez al Congreso de la República. Si hubiese renunciado, su suerte hubiera sido muy distinta. —¿De qué te agarrabas para no dejarle renunciar? —Es que yo tenía la convicción de que la Corte iba a fallar a su favor, porque logramos probar que José de los Santos fue a esa reunión sin planear nada, sin concertar nada. Imagínate, Luis Carlos Ordosgoitía le dijo oye, acompáñame, y él le respondió bueno, yo te manejo, y así fue que llegó a la reunión, de chofer amigo, digamos, Y ya allí acabó firmando. O sea que se logró probar que su presencia en la reunión fue fortuita, que no hubo ninguna intención de concertarse para absolutamente nada. Con los testimonios recaudados y otro material probatorio existente, le quedaba muy difícil a la Corte llamarlo a juicio. Un capítulo particularmente oscuro de la reciente historia colombiana es el relacionado al tema de las autodefensas Cam- pesinas, el nombre con que operaban las estructuras armadas que al margen del Estado enfrentaron sin escrúpulos a la guerrilla y a quienes suponían su base de apoyo. Abelardo se exalta cuando se refiere al tema: L“ os paramilitares fueron utilizados por muchos que hoy

63 los desconocen y los niegan, luego de que se sirvieron de ellos. Pero hoy se presentan como jueces morales que señalan y juzgan. Es la hipocresía patria, esa que detesto y que está en todo lo que aquí se hace. Fíjate que en Estados Unidos a los paramilitares se los usa de frente, hacen en todo el mundo el trabajo sucio bajo contrato, el Estado los ampara en lo que hagan, cuidándose incluso que no les lleguen los tribunales internacio- nales, y nadie dice nada. Acá son los “paracos”, allá son las Empresas de Servicios Militares, que pueden mantener secretas sus actividades y sus clientes al no estar reguladas por ninguna normativa internacional, a pesar de ser ejércitos mercenarios. El poder que tienen lo muestran sus ganancias: 150.000 millones de dólares anuales, antes de la guerra de Irak. No pretendo hacer apología del paramilitarismo, simplemente cues- tiono a quienes se sirvieron de ellos y hoy se lavan las manos”. Las PMF, en sus siglas norteamericanas, que permiten a los gobiernos “evadir restricciones legales”, se establecieron en todo el planeta a partir de la ola de privatizaciones militares ideada por Dick Cheney cuando era Secretario de Defensa de Bush padre, en 1992, y contratan sus servicios en guerras de baja o alta inten- sidad, tanto como en misiones de pacificación, operaciones anti narcóticos, protección de oleoductos, pozos petroleros, minas de diamantes, realizando tareas de inteligencia o servicios de seguri- dad en general. Servicios que incluyen “trabajos sucios” e interro- gatorios a prisioneros, como en el famoso caso de la cárcel iraquí de Abu Ghraib, donde empleados de las PMF pueden excederse sin correr el riesgo de involucrar al país que los ha contratado. Pensando posiblemente en temas como ese, Cheney contrató a Brown & Root Services encargándoles diseñar un plan para privatizar los servicios militares en zonas de guerra, plan por el que la Secretaría a su cargo pagó 9 millones de dólares. Como conse- cuencia de ese plan el Ejército oficial de Estados Unidos se redujo de más de dos millones de efectivos a 1,4 millones, privatizando esos puestos que pasaron a ser ocupados por mercenarios a sueldo de más de cuarenta empresas, encabezada la lista por Blackwater (actualmente Xe Services), Global Risk Strategies, TASK, Armor Group, Kroll Security y DynCorp, que entrena a la nueva policía

64 de Irak, se encarga de la protección del Presidente afghano Ha- mid Karzai y ha operado en Colombia junto a la DEA. Brown & Root, al igual que Blackwater-Xe, es subsidiaria de Halliburton, empresa que Cheney pasó a dirigir cuando terminó el gobierno Bush padre, ocupando el cargo hasta cuando se reincorporó al staff mayor como número 2 del gobierno Bush hijo. Los paramilitares no responden a la cadena de mando del Ejército oficial, por lo cual las responsabilidades de sus actos se diluyen en una conveniente nebulosa legal. Por dar un ejemplo, empleados de DynCorp estuvieron implicados en delitos sexuales graves en Bosnia, pero ninguno pudo ser procesado. Y por esa cualidad a lo James Bond, Gran Bretaña los utilizó para evadir problemas en diversas ocasiones, como cuando, según varias investigaciones independientes, contrató a la empresa Sandline, pionera en servicios de combate, para operaciones en Sierra Leo- na, esquivando las restricciones impuestas por Naciones Unidas. ¿Quiénes son los empleados de estas empresas de servicios militares? Una amplia gama que incluye ex agentes de la CIA, la KGB y el Mossad en el área inteligencia, y en las áreas de combate gurkas nepalíes, ex boinas verdes norteamericanos, ex soldados británicos, surafricanos, rumanos, colombianos, que reciben re- muneraciones muy diferentes según el prestigio de su origen, con los norteamericanos y británicos en el nivel más alto y los colombianos en el más bajo, condición por la que reciben una paga más de cien veces inferior a la de aquellos por la misma función. Abelardo es pletórico cuando habla “fuera de la reserva del sumario”, y en esos casos no omite nada. Lo que ves es lo que hay; lo que dice es lo que piensa. No tiene guardados. Su genio costeño lo catapulta siempre a esa sinceridad de colores. Va directo a lo que siente que tiene que ir, y no se anda cuidando, dando rodeos para restarle contundencia al impacto. Por eso, haciendo un ejercicio rápido de disección uno concluye que lo que le diferencia de otros abogados, ese “secreto de su éxito”, radica fundamentalmente en un aspecto, y es su condición de hombre frentero. Eso es lo que lo hace especial. No le esquiva los filos

65 peligrosos a las cosas, él va de frente adonde es. Y a eso se suman la imagen ganadora, la elocuencia, la preparación. Con todo esto el abogado monteriano ha sobresalido en el difícil mundo del derecho en Bogotá. Pero es importante comprender, si queremos seguir el hilo de su éxito, que la clave central es su personalidad, y la consecuencia de ella, una actitud clara, transparente, que ante los hechos no admite doblemoralismos. Esta particularidad, la de dar la cara y no portar pelos en la lengua, como dicen las señoras de barrio, ha marcado la diferencia con la actitud de otros abogados de la capital colombiana, a quienes él detesta “por su hipocresía, su costumbre de manejar los procesos por debajo de cuerda cuando sus defendidos son personajes de dudosa reputación”. Definiendo la profesión del penalista, dice “creo que la defensa penal y la condición de defensor son una verdadera vocación, con la que se nace. Luego eso se va estructurando con la formación académica, y afirmando con la experiencia.P ero uno tiene que nacer con cierta predispo- sición genética, algo que lo impulse a eso. Como creo en eso, también creo que el principio fundamental del ejercicio de la profesión como abogado penalista o litigante es que no se puede ser, bajo ninguna circunstancia, y esa ha sido mi pelea con algunos de los abogados que ejercen en Bogotá, un abogado vergonzante. Es decir, uno de esos que reciben altísimos honorarios y ponen a un segundón a firmar. Yo nunca haría eso.R ecibo mis honorarios, altos, y a cambio pongo la cara. Así debe ser, siempre. No se puede educar a los estudiantes y hacerle creer a la sociedad en general que no está bien ser abogado de ciertas causas, para terminar haciendo la defensa por debajo de la mesa, tras bambalinas. Esa doble moral ha sido nefasta para el ejercicio de la profesión en este país. En una democracia no puede haber causas indefensables. “En Colombia, por ese criterio doble moralista de ciertas Universi- dades y algunos abogados, se ha creado la sensación en la comunidad de que el litigante puede ser abogado de ciertas causas y no de todas. Eso es absurdo. Uno tiene que ser abogado de las causas para las cuales lo requieran, no puede tener condicionamientos morales o condicionamientos políticos al momento de aceptar una defensa. La persona que está proce- sada tiene derecho a la defensa, y el abogado tiene derecho al trabajo. El

66 abogado no defiende el delito, representa al ser humano, y eso es diferente, ciertamente. Ser un abogado vergonzante me parece lo peor. Aquellos que instituyeron la perversa costumbre que ha perjudicado tanto el ejercicio de la profesión, esa de tener a segundones dando la cara en los procesos, no saben el daño tan grande que le hicieron a este noble oficio.S e sirven de bufones que ponen la cara, mientras que ellos, los que defienden en la penumbra, van a las reuniones sociales a posar de próceres y llegan incluso a hablar mal de aquellos que defienden en los procesos de los cuales están comiendo. Y lo hacen de la manera más cínica y descarada. Es un comemierdismo que no tiene límites. El debate ético acerca de la defensa o no defensa de personajes amorales es un tema que ha hecho correr mucha tinta, muchas palabras, e incluso se ha rodado en el mundo mucho cine sobre eso. Como Jacques Vergès, que ha defendido a Barbie, a Tareq Aziz, a Moishe Tshombe, al Presidente de Togo, Gnassingbé Eyadéma, al congolés Denis Sassou Nguesso, y una extensa lista de personajes africanos de negativo renombre mediático, Abe- lardo De La Espriella tiene claro el fondo del asunto, como lo demuestran sus respuestas a Gustavo Gómez en una entrevista de la revista Semana: Gómez: Los delincuentes tienen derecho a la defensa, pero los aboga- dos también tienden a decir que van hasta un punto en la representación de personajes de dudosa reputación. ¿Cuándo va a dejar de defender personas que tuvieron trato con los paramilitares? De La Espriella: La obligación del abogado es defender las causas, independientemente de consideraciones éticas. La parapolítica es un ex- celente nicho de trabajo, y sentí que no quería quedarme por fuera del proceso más importante de Colombia. G. G.: ¿Qué pasa cuando sabe que el defendido es culpable? A. de la E.: Cuando existe un material probatorio que devela la responsabilidad de quien defiendo, mi posición es llevarlo a la sentencia anticipada luego de explicarle que saldría derrotado en juicio. G. G.: Usted ha llevado a sentencia anticipada a tanta gente, que uno tendría que pensar que la mayoría de sus clientes sí son delincuentes…

67 A. de la E.: Mis clientes de la para-política son delincuentes polí- ticos, gente que se vio arrastrada a hacer unas alianzas por la ausencia del Estado. Le pregunto por los personajes de la parapolítica que atendió, ¿cómo se comportaban, ya metidos de lleno adentro del problema, ya pillados, como dicen en la calle? —Rocío Arias y Eleonora con una fortaleza y una reciedumbre in- creíble. ¡Qué cojones los de esas mujeres! ¡Qué cosa más impresionante! Los hombres desechos, y estas mujeres asumiendo el proceso con toda la dignidad, que es lo único que no se puede perder, al final de cuentas. Eleonora Pineda y Rocío Arias, quienes públicamente defen- dieron la ideología y el proyecto político de las autodefensas, más conocidas como “los paramilitares”, fueron detenidas y llevadas a juicio. Eleonora Pineda, elegida al Congreso con una votación que destacó entre las mayores, 82.000 votos, fue condenada por el juez octavo especializado de Bogotá a una pena de siete años y medio en prisión, que se redujo a la mitad por haberse acogido a sentencia anticipada. Cumplidos 18 meses de prisión, se le otorgó la libertad. Rocío Arias corrió la misma suerte de Pineda, y hoy está libre. —Conocías a Eleonora Pineda de antes, ¿no? —Conozco a Eleonora desde mucho antes, porque ella era de Córdoba, amiga de mi mamá y toda la cosa, y de hecho en la primera aspiración a la gobernación de mi papá Eleonora era su asistente, siendo entonces una niña, una muchachita muy bonita. Pasaban cosas como que mi mamá se iba a una fiesta al club, con mi papá, yE leonora se queda- ba cuidándonos, le ayudaba a mi mamá en eso. Yo era muy pequeño, 9 años… Y fíjate las vueltas que da la vida, acabo defendiendo a Eleonora. Esa tarde Abelardo dará una conferencia en una facultad de derecho, donde afirmará de entrada: “El abogado, no sólo por vocación sino por formación, posee un afinado sentido de lo justo”. Y luego reiterará algo a lo que frecuentemente vuelve: “La condición de defensor, también, es una verdadera vocación y convicción con la que prácticamente se nace, aunque se va forjando con la formación académica y

68 la experiencia hasta convertirse, con el paso del tiempo, en un apostolado, en una forma de vida, en un compromiso permanente con las garantías sustanciales y procesales que reconocen los estados democráticos, a todos los encartados en un proceso penal”. De inmediato reafirmará, como hablando desde la llaga, to“ - das las personas, sin excepción alguna, tienen derecho a la defensa, y los abogados, por nuestra parte, tenemos derecho al trabajo. Ambos derechos, según nuestra legislación y los tratados internacionales que hacen parte de nuestro bloque de constitucionalidad, son derechos fundamentales. Pero aun entre personas cultas, y desde luego con mayor razón entre las que no lo son, suele haber un completo desconocimiento acerca de la función del abogado litigante, especialmente en torno de las razones o fundamen- tos que justifican dicha actividad. De esa ignorancia surgen una serie de prejuicios y malentendidos que colocan la función del abogado litigante en una posición equívoca, asimilado a un sujeto que a todo trance busca el reprobable propósito de arrebatarle delincuentes a la ley, librándolos del castigo merecido. Pero es el abogado defensor quien reviste de legalidad el proceso, quien hace que este sea algo civilizado y no un linchamiento. Sin embargo, ocurre que aunque esta explicación resulta clara y suficiente para personas con alguna cultura general, ciertamente no lo es para la inmensa mayoría de individuos carentes de una formación adecuada”. Fuerte en él la pasión por la libertad y aquel amour de soi que recomendaba Rousseau, ese amor profundo por uno mismo que desde los tiempos de la Ilustración se volvió militancia en la lucha contra toda opresión, el abogado desliza sus palabras como por un tobogán y el tema del delito visto como el ejercicio de la negligencia moral se expande paulatinamente por aquel recinto universitario. Y me viene aquí a la memoria Víctor Hugo, para quien no existía el mal absoluto ya que veía aun en los seres más perversos la presencia del amor, cierta aspiración profunda al bien, y de ahí su fe en el hombre. Y recuerdo entonces a Giles de Rais, brazo derecho fiel de Juana de Arco en las batallas, confesando en el juicio que le hacen tras descubrir en sus castillos los cadáveres de miles de niños, que “es cierto que he cometido las más repugnantes ofensas contra muchos seres inocentes, niños y niñas, y que en el curso de

69 estos años pasados he raptado o hecho raptar a un gran número de ellos, y aún más vergonzosamente he de confesar que no recuerdo el número exacto, y que los he matado con mi propia mano o hecho que otros les mataran, y que he cometido con ellos muchos crímenes y pecados. “Confieso que maté a esos niños y niñas de distintas maneras y haciendo uso de diferentes métodos de tortura: a algunos les separé la cabeza del cuerpo, utilizando dagas y cuchillos; con otros usé palos y otros instrumentos de azote, dándoles en la cabeza golpes violentos; a otros los até con cuerdas y sogas y los colgué de puertas y vigas hasta que se ahogaron. Confieso que experimenté placer en herirlos y matarlos así. Gozaba en destruir la inocencia y en profanar la virginidad, sentía un gran deleite al estrangular a niños de corta edad. Contemplaba a aquellos que poseían hermosa cabeza y proporcionados miembros para después abrir sus cuerpos y deleitarme a la vista de sus órganos internos y muy a menudo, cuando los muchachos estaban ya muriendo, me sentaba so- bre sus estómagos, y me complacía ver su agonía… Yo hice lo que otros hombres sueñan. Yo soy vuestra pesadilla”. Me pregunto cómo se puede defender a este hombre, y al volver mi atención al conferencista, Abelardo afirma: E“ s necesario que el abogado tenga un carácter definido y sólido, temple, determinación y audacia, pues para ejercer el derecho penal, particularmente en Colombia, se requiere mucho valor, coraje, cojones, para ser más castizos, disciplina, arrojo. Porque los procesos penales, que son de por si peligrosos en situacio- nes normales, lo son mucho más en un país tan violento y delirante como el nuestro, en un país en donde la labor del abogado es incomprendida”. Al día siguiente, en su casa bogotana, por el ventanal se derrama la ciudad hacia la sabana y arriba, en la terraza del penthouse, varias cámaras giran lentamente vigilando. Los sonidos de la calle no se escuchan, porque en su calle casi no los hay, por lo que en ese entorno la realidad se parece a un suave ziss de cuchillo cortando lomos de peces para un sashimi a la hora del té. Comenzando el día a velocidad media, relajado, cuando voltea la mirada hacia el ventanal se le marca en el rostro una sonrisa de esas que en un hombre de su edad hacen sospechar que tiene una libreta con los números de las mujeres más deseadas de la ciudad, pero le da

70 pereza marcar. Y no muy diferente será la actitud más tarde, en el purgatorio de los juzgados. En ese mundo se mueve el abogado casi con descaro solidario entre aquellos acusados de malos por quienes representan el in- terés general del Estado, y el bien común que este administra. El paisaje, impregnado de desprecio nihilista hacia las instituciones sociales de convivencia, es transitado con soltura por el abogado dotado de interpretaciones claras y frases bien construidas, que frecuentemente parecen concebidas más para convencer oídos que para los archivos judiciales. Me comenta que le hubiera gustado defender de algún crimen, ojalá que pasional, a uno de aquellos indios mohawk que utilizaban de obreros en los primeros rascacielos porque no sentían vértigo. Y entre comentario y comentario de este tono, genera la sensación en quien le observa que se está ante un per- sonaje de seinen manga, ese comic hecho para rasgar la monotonía de la vida cotidiana del adulto japonés. Siendo más exactos, un manga de Yoshihiro Tatsumi o de Takao Saito, de esos que más que transgredir la moral burguesa se empeñaban por aportarle al mundo suspenso y drama con estéticas sofisticadas. El abogado de alto rendimiento, como le denominan algunos satisfechos clientes, interpreta la justicia como una narración que despliega con alto poder de convicción. Así reconstruye destinos favorables con serenidad de monje oriental. Por su oficina pasan casos de gentes condenadas a una suerte marcada por la arbitrarie- dad de alguna instancia burocrática o de poder, y sus protagonistas, en el papel original de acusados, salen libres creyendo un poco más en que hay justicia. Y el abogado, provisto de una densidad psicológica de buen nivel, se refiere entonces al caso superado con la misma actitud conque un hombre meridional podría escupir por la borda al mar luego de afirmar un escueto Así es. Habla, y al mismo tiempo bombardea a alta velocidad desde su teléfono mensajes de texto para diálogos compactos, pocas letras, mucho significado, respondiendo o iniciando un juego que en muy pocos momentos bajará el ritmo. Ocurrirá esto, por ejemplo,

71 en esos instantes en que se encierra en un aire de frontera porque siente el peso de ese desierto de montañas donde nada huele a mar, Bogotá. No le gusta esta ciudad, es terminante, así como lo es al afirmar que jamás come ni comerá un ave, y al decirlo se siente en él algo así como la sombra de ese ángel caído que tiende a aparecer en los porteros de fútbol cuando han volado majestuosos sin alcanzar a rozar siquiera la esfera. Esa que ahora late, aquietándose, en el vientre de la red, al fondo del arco. A sus 33 años es dueño de unas de las tres oficinas de abogados más importantes del país. Y su rostro, a través de los medios de comunicación, es familiar aun a quien no tiene la más mínima idea sobre el mundo del derecho. Constantemente aparece en los titulares de prensa y se le ve en televisión al lado de los persona- jes más reconocidos de la sociedad y la farándula. ¿Cómo logró este joven abogado de provincia convertirse en eso que algunos llaman “una superestrella mediática”? Desde niño la hizo, como cantaba Frank Sinatra, a su manera. La tuvo clara. La inteligencia debía usarse para producir dinero y nombre, que eso servía para producir más dinero. Desde entonces lo que hace, vale. Su trabajo debe estar bien remunerado, y se da el lujo de cobrar lo que cobra por un caso, porque es garantía de efi- ciencia en un terreno crucial: evitar la cárcel, recuperar la libertad. Habiendo citado a Sinatra es de observar que hay mucho de él en este abogado, comenzando porque su estatura no sobresale en una multitud, pero sí su aplomo, su personalidad seductora, su impecable forma de vestir, su pasión por las mujeres bonitas, su genio atravesado que inspira respeto, sus valores inquebrantables, ese dar la vida por sus amigos, las ganas de ser el mejor, la estética. Sobre todo la estética, eso de cuidar el verse por fuera como se está por dentro. Abelardo procura ser un ícono de la elegancia, y si en montar una defensa es un arquitecto cuidadoso de la ab- soluta perfección, aquí lo es más. De los abogados colombianos es quizás el mejor vestido. Sus trajes finos son casi un escándalo en la sordidez de los juzgados y las cárceles, tanto como lo son los detalles, el pañuelo, el perfume.

72 ¿Qué es elegancia para vos?, le pregunto y él, cuidando las palabras, define: “La elegancia es… la estricta cercanía entre la estética y la función. La elegancia te hace sentir bien viéndote bien, y eso además tiene un impacto. Eso produce efectos, la impresión, lo que transmites con elegancia. Pero sólo funciona si es real, si a uno le gusta. Yo no lo hago por impostura, sino porque a mí me gusta ser así, me gusta el pañuelo, me gusta la mancorna, y me gusta el detalle. Pero nunca lo hago porque me toca, siempre es por ganas, porque me gusta. Como decía Oscar Wilde: uno debe ser una obra de arte, o llevar una obra de arte puesta”. Quien habla es el abogado que a los veinte y pocos años le propuso al gobierno y a los jefes paramilitares intermediar en las tensas negociaciones de paz que estaban comenzando. El mismo que se haría famoso luego defendiendo divas de farándula. El que daría la cara por Alberto Santofimio, el “turco” Hilsaca, los congresistas de la parapolítica o David Murcia Guzmán, en el momento en que muy pocos se atrevían. Muriel Benito Rebollo fue su primer caso vinculado a la parapolítica. Pragmático ante las pruebas, la convenció de que se acogiera a sentencia anticipada, y con esto logró que se le con- denara solamente a 47 meses de prisión. Si ya venía visitando la vitrina, este caso lo instaló en el primer plano como un abogado diferente, capaz de convencer aun al cliente más reacio. Pero para él aquello era natural, como me explica: “Yo siempre supe que iba a estar en este lugar. Porque fui un niño diferente a los demás, una especie de viejito en el cuerpo de un niño, tuve siempre una visión diferente, no me comportaba como el resto, no me emborrachaba como los demás, mis amigos me decían “El Viejo”… Yo leía novelas e historia cuando nadie de mi generación lo hacía. Tuve un plan de vida desde que tengo uso de razón. Mientras mis amigos jugaban, yo hacía radio y televisión. —¿De no ser abogado, qué podrías haber sido? —Me hubiera encantado ser cantante de ópera en Milano, por ejemplo. Hubiera sido un cantante de ópera del carajo. Pero imagínate, un cantante de ópera en Montería… Yo hubiera sido un gran cantante, porque pienso que se puede ser lo que se quiera. Con talento, esfuerzo y disciplina cualquier cosa se puede lograr. Me hubiera concentrado en ser

73 el mejor, así como me he concentrado en ser el mejor abogado. Eso es lo que siempre he tratado de ser, el mejor. “La inteligencia tiene que producir prosperidad. Yo no creo en esa inteligencia al estilo griego, en donde la pobreza marcaba la pauta. Lo que produzca tu ingenio debe generar prosperidad, para que con ese bienestar tú puedas generarle prosperidad a la gente que te rodea. Mientras que religiones como la judaica y la protestante promueven la prosperidad, porque en la medida en que una persona sea próspera puede ayudar a sus congéneres, a la gente que le rodea, la religión católica la estigmatiza, solamente basta leer el pasaje de la Biblia que señala que es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja a que lo haga un rico al reino de los cielos. La Biblia es un libro histórico interesante, con algunas enseñanzas de vida para los seres humanos y una filosofía que me parece rescatable en ciertos puntos, pero en otros es pura ficción sazonada con crueldad.L a religión católica causó un daño terrible a nuestros pueblos porque limitó el conocimiento, coartó la expresión y aniquiló el libre pensamiento. En los primeros días de enero de 1918, acusado de crímenes contra la humanidad, Dios fue sometido a juicio en la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas en gestación. En el banquillo de los acusados una Biblia simbolizaba el cuerpo de aquello que se estaba juzgando, y los fiscales, basados en testimonios históricos varios, presentaron numerosas pruebas de culpabilidad. La defensa pidió la absolución por demencia evidente, pero el tribunal no aceptó el recurso y declaró culpable a Dios de todos los cargos, condenándolo a muerte. Cumpliendo la sentencia, al amanecer del 17 de enero de 1918 un pelotón de fusilamiento disparó cinco ráfagas de ametralladora contra el cielo de Moscú. —Pese a ser ateo, me imagino que no tendrías inconveniente en defender a Dios, si te llegara como cliente. —¡Claro! Lo defendería y buscaría para él el mal menor. La de- fensa penal no implica necesariamente la absolución del procesado, de la persona que uno defiende: en algunos casos, cuando no hay otra opción, la obligación del abogado es buscar el mal menor. Si fuese el abogado de Dios le pediría que se acogiera a sentencia anticipada, que aceptara los cargos, todos los cargos por los cuales se le acusa. Con esa confesión tendría

74 derecho a las rebajas de ley, y con un buen comportamiento, trabajo y estudio, accedería a unos beneficios adicionales.E sa sería la estrategia, que aceptara todos los cargos que le puedan imputar, porque suponiendo que Dios exista, creo que es responsable, por acción o por omisión, de todo lo malo que ha pasado en este mundo, pues se supone que debía velar por el bienestar de la humanidad, cosa que evidentemente no ha ocurrido. —¿Y si tu defendido fuera el diablo? —Haría lo mismo, buscar el mal menor, a través de un acuerdo que nos permitiera que la situación fuese lo menos gravosa posible. Pero en el caso del diablo, desde el punto de vista jurídico penal, podría alegar un eximente de responsabilidad o un atenuante de su conducta, porque Dios lo echó del paraíso, lo persiguieron, es un desterrado. Es mucho más sencillo justificar la conducta del diablo que la de Dios. Observado desde otra dirección, decía Dostoievski “si Dios no existe, todo está permitido”. Algo así como el paraiso del ateo. Pero Abelardo trabaja en el ámbito legal donde no todo está permitido, y cree en ese mundo, que dista mucho de ser un paraíso. Y piensa que Dios no existe. Algo que su padre atribuye a “un problema de juventud, de contradicciones internas, ideológicas, de él”. ¿Cómo va a ser alguien de familia católica, ateo?, se pregunta y me confiesa en su oficina de Notario, Mira,“ yo rezo todos los días, aquí tengo a la virgen de Fátima, le agradezco a Dios permanentemente por las oportunidades que me ha dado, y le pido cada día que me lo proteja a él, que le resuelva sus contradicciones y le permita creer”. Y evocando los buses que en enero de 2009 recorrían Madrid, su ciudad favorita, con anuncios en sus laterales proponiendo “Probablemente Dios no existe: Deja de preocuparte y disfruta la vida”, una campaña atea originada en Lon- dres, se consuela agregando en un suspiro “Poco se puede hacer más que confiar enS u generosidad para comprender. Vivimos una época sin fe”. ¿Tu ateísmo, cómo es?, le pregunto a Abelardo y me explica “Yo soy racionalista ciento por ciento, soy un hombre de ciencia, fui formado en la ciencia del derecho, no creo en nada que la razón no pueda explicar. Pero además de eso tengo perfectamente claro que Dios es una invención del hombre ante la debilidad del hombre mismo, que tiene como propósito la dominación y el sometimiento. A mi juicio Dios y la religión son una

75 entelequia, un instrumento del hombre para consolarse primero, y luego para manipular a los demás hombres, una herramienta que respeto porque hay gente que cree en eso, pero que no comparto en lo más mínimo. Respeto las creencias religiosas de los demás, pero exijo que mi ateísmo también sea respetado. La sociedad colombiana en su gran mayoría considera que es más grave ser ateo que asesino, símbolo inequívoco del subdesarrollo que padecemos. Considero que en alguna medida soy más libre que el resto de los hombres, porque no creo en ese tipo de ataduras que conlleva la religión y la creencia en la existencia de un ser superior. La superstición no es lo mío, definitivamente.D ios es como el comunismo, hermoso y bello en teoría, inoperante e inaplicable en la práctica”. En una de las escenas memorables de El abogado del diablo, el personaje de Al Pacino le confiesa a su pupilo la filosofía que él sigue: “A pesar de todas sus imperfecciones, yo amo al hombre, soy un humanista… quizás el último humanista”, dice. Abelardo es un evolucionista que de joven fue obligado a hacer la primera comunión y la confirmación. Nunca creyó en eso, me jura, como dirían las señoras creyentes. De niño es- candalizaba a los curas de La Salle preguntando: “¿Hermano, si Dios existe por qué se muere la gente buena?”. Ahora se ha quedado pensativo, y cuando sale de su silencio dice “creo en la evolución de las especies, creo en la evolución de la humanidad, de los organismos vivientes, de la naturaleza, y en las teorías científicas que hay sobre el origen de la humanidad. No creo en los dogmas de fe. La Iglesia católica está llamada a desaparecer. Una institución llena de hombres que predican el amor al prójimo para quitarle a ese prójimo el dinero, y señalan a los demás como pecadores mientras acosan y violan niños, no tiene futuro. Me parece que es una institución mandada a recoger, entre otras cosas por el celibato. Por eso hay tanto pederasta, tanto cura enfermo persiguiendo niños y muchachitas. El sacerdocio, de entrada, no puede ser contra natura, castrando al hombre. ¡Es un absurdo! Por otra parte, yo me pregunto cómo se puede amar a alguien que no se conoce, y veo que es absolutamente ilógico eso de “amar a Dios”. ¿Cómo coño vas a amar a Dios si tú no lo has visto, si no te ha hablado? Uno ama a la gente con la que comparte, con la que está, con la que tiene amistad,

76 con la que tiene vínculos de sangre, la familia. En el fondo, admiro a las personas que creen en la existencia de un ser superior, porque yo estoy mental y estructuralmente impedido para eso”. “A los creyentes religiosos les corresponde la carga de la prueba sobre la existencia de Dios, cosa que hasta ahora no ha ocurrido. Para la ciencia, Dios es una hipótesis improbable, porque no hay prueba científica que determine su existencia. La fe es un recurso inmunológico: hace inmunes a toda argumentación a las personas. El adoctrinamiento infantil estructura defensas infranqueables a explicaciones racionales. La religión no es una opción propia, es la tradición y visión de nuestros padres. En todo caso, no se requiere de Dios para ser una buena persona y obrar correctamente”. En el carro, transitando por su tierra cordobesa, lo que signi- fica que vamos atravesando la densidad de los 38 grados afuera, el aire acondicionado está en su mínimo nivel y se podría decir que Abelardo también manifiesta cierta elegancia sobria en ese nivel del aire. No parece costeño en esto. Como no lo parece en su incapacidad de dormir con aire acondicionado. Entre las contradicciones de este abogado tan fresco en su trato con la calle y con los puestos del rebusque al borde del camino, hay un detalle que llama la atención, una cierta compulsión que tiene por lavarse las manos cada vez que puede. Algo que recuerda a Howard Hughes, el excéntrico millonario que interpretó Di Caprio en el cine, aquel que murió encerrado en una habitación por miedo a contraer alguna enfermedad. Tiene este tipo de cosas, de típico obsesivo. Y tiene otras que lo muestran casi como un niño. Cuando viaja en avión vuela siempre en ventana, todo el vuelo silbando bajo. Es una constante en él silbar bajito mientras piensa o mira el paisaje, o cuando observa con atención a un animal. Silba melodías que se pueden reconocer, o inventa, crea, composiciones de esas que surgen naturales y se olvidan con naturalidad. De repente, cuando cae en cuenta que está silbando en un juzgado o en algún lugar de esos que mejor no, se detiene y aflora una sonrisa, mostrando sus dientes parejos y notoriamente blancos, como perlas recién pulidas. Y ya. Igual en el avión.

77 Si en alguna gran ciudad llama la atención su presencia derra- mando elegancia con sus mocasines Louis Vuitton, el reloj Aude- mars Piguet, sus corbatas, sus trajes de seda, sorprende por igual encontrarlo luego con la misma fresca naturalidad en el campo, con ropa de finca, jugando con los perros, o echándole maíz a las gallinas. Le gusta el lujo cuando le gusta, no por obligación, lo explica también con naturalidad: “Me gustan las cosas lujosas, pero no porque sean lujosas sino porque me gustan, porque tengo ese feeling, nada más. Por supuesto tengo unas marcas preferidas, pero no es que las prefiera porque sean esas marcas en particular, sino porque me gustan los productos que hacen. Me encanta un traje Ermenegildo porque parece hecho para mi, y lo compro hecho, no me lo hacen”. Eso de tener el mejor traje hecho a su medida sin necesidad de recurrir a un sastre es una particularidad que pocos disfru- tan. Hay cuerpos muy altos, con asimetrías, cuerpos con cierta obesidad aquí o allá, a cuyos dueños les toca mandar a corregir lo que han comprado, ajustar los hombros, el talle, o hacérselos confeccionar a precio de oro. Él no. Los trajes vienen hechos a su medida. Abelardo va una vez al año a comprar su ropa a Italia, “que es donde me gusta comprar la ropa, y como tengo cuerpo de modelo de tallaje, nunca tengo problema con las medidas. Es como si hicieran ese traje para mí. Y me gustan los Ermenegildo por eso, porque es una buena marca, están bien hechos, las mejores telas, son finos, me quedan bien. Pero hay cosas que pueden ser muy finas y no me gustan”. Parece contradictorio que el mismo personaje que preocu- pado por la suerte de la humanidad piensa en la posibilidad de una demanda ejemplar a quienes, por negligencia o ambición, destruyen el medio en que vivimos, sea quien en un artículo publicado en la revista Don Juan pasea pleno de frivolidad a un reportero por su apartamento de soltero de 220 metros cuadrados al norte de Bogotá. En una habitación con vista a los cerros, llegan al armario, informa el reportero y cuenta que el abogado, sonriendo, enseña su gran colección de suéteres, organizados por cualidades cro- máticas. Luego los zapatos, que según la nota son 30 pares, uno

78 para cada día del mes. También se enumeran las camisas (65), los vestidos (30), las lociones (20). Hago un comentario sobre esto y él ríe, antes de aclararme: “En realidad tengo como 25 perfumes, me encantan”. ¿Y los zapatos? ¿30 o 31? “No, son más, quizás 40”, aclara. Le pregunto cómo usa los perfumes, y me cuenta que es “de acuerdo a la hora, porque me parece que un perfume muy fuerte no debe usarse todo el día. En la mañana uno suave, en la tarde algo un poco más fuerte, y en la noche un perfume con personalidad, una fragancia más dominante. ¿Qué tal estar uno en la mañana con un Dolce y Gabanna? Esa vaina patea en la mañana, hay que usar una cosa más suavecita. En cambio te pones Dolce y Gabanna en la noche y las féminas te dicen hmmmm, coño, cómo hueles de rico, porque ahí huelen peligro”. Y suelta otra vez la risa. En el artículo de Don Juan, Abelardo enseña la sala, estilo loft, donde se puede apreciar su colección de arte, en la que destacan las máscaras africanas, y las pinturas y esculturas, informa en otro aparte el reportero. Un día en Barranquilla, comparando su casa bogotana y las de la costa le pregunto si la diferencia entre el predominio del realismo en Bogotá y la mancha, lo abstracto, el color en lo que tiene colgado en la capital Caribe es premeditada, y me explica con sentido práctico: “Lo que pasa es que en mi casa de Bogotá tengo lo que más me gusta, porque es ahí donde más tiempo estoy… Y trato de poner acá en la costa cosas más suaves, menos densas, más color y tal…”. Pero aunque exhiba, casi con humildad, este sentido común tan suelto, tan natural, detrás hay una trama de notable densidad. En el arte, como en todos los campos que despiertan su atención, Abelardo se ha ocupado de estudiar, de conocer, de recorrer grandes mu- seos, de exponer su sensibilidad a diferentes escuelas y épocas para determinar si su empatía era con lo clásico, con el impresionismo, con los modernos, Klimt, Schiele y los vieneses de Secesión, el constructivismo, los rusos, o más aquí el minimalismo, el pop… O simplemente con aquello que, independientemente del momento de la creación, le impactaba a profundidad. Le pregunto por las firmas importantes que hay al pie de esas pinturas que cuelgan en su casa y en sus oficinas, y luego, un poco

79 provocando, si en lo que compra lo engancha la obra, el artista o el valor de la marca. Su respuesta es “a mí lo que me engancha es la obra. Si la obra me habla y me gusta, si tengo comunicación con ella, quedo enganchado. Y ahí la obra tiene que ser mía, o yo de ella. Por supuesto me gustan los grandes maestros, pero solamente cuando me gusta su obra, porque hay grandes maestros, o épocas, o técnicas en ellos, que no me gustan para nada. Por ejemplo, a mí no me gusta la pintura de Botero. Me gusta su escultura, pero esas gordas pintadas no, nada. Obregón me parece que es un genio, esa pintura te habla, así como la de Grau se te queda grabada en el alma. Las esculturas de Negret son maravillosas, y me encantan los desnudos de Darío Morales, tengo uno espectacular. Lo que me gusta siempre es que el cuadro o la escultura me hablen. Ahora, yo no creo que las obras sean de uno, uno es de las obras. Las obras terminan poseyéndolo a uno”. Entonces, cortando el tema suave, endurezco la conversación y cambio e interrogo sobre el origen de la profesión de abogado en él. —¿De dónde te vino esto de ser abogado? —Tuve desde muy temprana edad la influencia de mi padre. Él fue durante mucho tiempo abogado litigante en temas administrativos, y fue magistrado también. Entonces, de cierta manera, me sentí inclinado por esta profesión, por la figura paterna.P ero quizás lo más determinante en la selección de mi carrera, fue que entendí desde pequeño que la verdadera fuerza del hombre está en la capacidad de convencer a otros, a través de la argumentación, de la retórica, de la palabra… Y el derecho, como ningún otro oficio, ofrece esa posibilidad. Además, siempre me gustaron los temas polémicos, los procesos que impliquen cierto riesgo y peligro. La verdadera fuerza del ser humano está en la palabra, en la retórica, que es lo que verdaderamente nos diferencia de los animales. La palabra reemplazó a la espada. La estructura mental y lógica de un abogado es muy aguda y precisa. Los abogados estamos hechos de un material distinto, que nos hace fuertes y especiales. Abelardo respeta por encima de todo a su padre, Abelardo De La Espriella Juris, un académico que ha ocupado importantes cargos públicos en la magistratura del Tribunal Administrativo de Córdoba, la Asamblea del mismo departamento, la dirección

80 de la Escuela Superior de Administración Pública de Montería, entre otros. “Era, prácticamente, la conciencia jurídica de mi departa- mento, todo el mundo le consultaba los temas jurídicos a mi papá”, se enorgullece el hijo. Pero Abelardo padre, con su carácter y su mundo social, lo marcó mucho más allá. En la casa paterna las puertas estaban siempre abiertas y por allí llegaban empresarios, políticos, personalidades de la Costa y del interior, amigos de ese papá. “Yo estaba siempre pegado a él, para escuchar lo que hablaban los mayores. Esas reuniones eran un mundo fascinante para mí, lo que decían, sus historias, la música que escuchaban, tangos, boleros, Camarón de la Isla, cante jondo... Yo era el acompañante permanente de mi papá en sus tenidas con amigos, yo los atendía y servía los tragos mientras escuchaba los cuentos de los viejos, y eso me marcó”. Lo marcó pero no lo alineó en todo. Abelardo es el único independiente en una familia absolutamente liberal. “Mi familia tiene una tradición política muy marcada, 150 años de ser liberales. Yo soy un demócrata por definición y un liberal sin partido, creo firmemente en el estado de derecho y en el respeto absoluto por la ley. En algunos aspectos soy muy liberal: estoy de acuerdo con la eutanasia, el recono- cimiento de los derechos de las parejas del mismo sexo, el aborto en los tres casos señalados por la Corte Constitucional, la ley de víctimas y la ley de tierras, y soy conservador cuando del manejo de la seguridad se trata. Suelo ser muy godo en el aspecto familiar, me gustan las cosas como marca la tradición, y considero que es una aberración que las parejas del mismo sexo puedan adoptar niños. En el marco religioso soy un comunista radical, ateo convencido y anticlerical ciento por ciento. “La política, como el ser humano, está llena de matices y contradic- ciones, y nadie puede declararse completamente liberal o conservador. Las buenas ideas son buenas sin importar de dónde vienen. Si se trata de partidos puedo decir que milito en el de los amigos, ese es mi verdadero partido. Considero que tanto el extremismo de izquierda como el de derecha son fatales para una democracia, y que aceptar las diferencias es el camino más corto hacia la paz. El disenso es la base de la democracia. Muchos de los que se rasgan las vestiduras enarbolando ideologías de uno y otro lado del espectro, no son más que unos filibusteros de la política,

81 que ven la actividad pública como un negocio a través del cual pueden saciar sus ambiciones. “Los De La Espriella son reconocidos en Colombia por haber militado a través de varias generaciones en la ideología liberal, pero tu hijo tiene algunas ideas conservadoras, ¿qué pasó?”, le pregunto al padre, y me explica: “Sí, siempre fuimos liberales, Juan Antonio De La Espriella prácticamente fue un prócer del liberalismo en Colombia, un luchador de las guerras entre liberales y conservadores. Y todos nosotros somos filosóficamente liberales, pero él tiene alguna ingerencia conservadora por su última formación en la universidad Ser- gio Arboleda, al lado de Álvaro Gómez y del doctor Noguera Laborde, patriarcas conservadores”.

82 4 Del socorrista en el asesinato de Gómez Hurtado, al abogado de las más bellas muchachas

Una antropóloga cartagenera me contó que para los indígenas arhuacos el mundo está poblado por dos tipos de hombres. Hay hombres de destino y hombres de designio. “Los de destino…, como que poseen una estrella y vienen equipados con GPS y kit de carretera”, decía ella. Por un extraño misterio, estos hombres saben desde muy chicos hacia dónde deben ir, dónde deben estar y dónde no. Los hombres de designio, por su parte, deben ir en busca de su suerte a tientas, dando palos de ciego en muchas direcciones hasta que encuentren su filón, si es que lo encuentran. Sí, el mundo está poblado de destinos y designios, me ratificó otro día una amiga gitana. Y hay gente que tiene clara la marca del destino, aunque no debe dejar de trabajar para concretarlo, me aclaró enseguida, agregando que cuentan esas personas a su favor con que se les ha dado una brújula para que los guíe en su constante inquietud y sus ganas de hacer, de transformar su mundo. “Los hombres de destino”, decía ella, “no se pueden quedar quietos nunca, pero sus pasos están dirigidos de antemano, pueden ver más allá de su nariz. Es como un don que se les concede porque están para cosas grandes, humanamente grandes, que quizás lleguen a realizar, o quizás no”. Abelardo De La Espriella es un hombre de destino, afirmaban ambas mujeres. Le tocó nacer por suerte en una familia adinerada y de prestigio, y cuando tuvo la edad, como era natural, se alejó de las haciendas ganaderas y los paseos en planchón por el río,

83 para establecerse en Bogotá, “la nevera”, la pacata y elitista capital. De la casa familiar de puertas abiertas, música y visitas constantes, pasó a vivir en un apartamento del norte bogotano, poblado de cajas, perfumes y botellas de trago importado que su espíritu empresario le llevaba a vender de contado a compañeros y amigos. En esa época, 1995, cuando era un estudiante de Derecho, fue testigo de primera mano de uno de los hechos más importantes de la historia reciente colombiana. Era en ese entonces un mu- chacho costeño más que estudiaba Derecho en una universidad bogotana, la Sergio Arboleda, pero desde el primer día se había distinguido radicalmente de los niños bien que se peinaban con cuidado, usaban sacos y medias de rombos, y les daba pena levantar la mano para hacer una pregunta. Hiperactivo entre los más, su tiempo lo repartía en la administración de un negocio de ropa en la zona rosa, las ventas directas en su apartamento, y las lecturas del Código Penal. En medio de ese ritmo un día martes, luego de la cátedra de Historia de la Civilización Occidental que dictaba el fundador y rector de la universidad, Álvaro Gómez Hurtado, Abelardo se encontraba en el corredor conversando con algunos compañeros, cuando escucharon disparos, gritos, pitos que venían de la calle. El profesor Gómez Hurtado acababa de ser atravesado por las balas al salir de su última clase, la que les había dictado.

—Ese trágico suceso me dejó una marca indeleble en el alma. El doctor Gómez fue un hombre excepcional, un ser humano inigualable, porque enseñaba sin prevención, con gran humildad, rara cosa en un hombre tan importante como era. Yo alcancé a entablar una buena amistad con él, lo consultaba… Y gracias a él aprendí que la gente realmente importante es gente muy humilde, sencilla. Y saliendo de clase con nosotros le asesinan. —Cuando ocurre, cuando te enterás, tu reacción ante eso… ¿cuál es? —Salí a la calle, porque tan pronto escuché los tiros supe que eran contra él, no había nadie más tan importante en la universidad para querer matarle, eso tenía que ser contra el doctor Gómez Hurtado. Fue lo primero que pensé. En Colombia, uno se acostumbra a saber quién es más

84 asesinable, como que mentalmente siempre hay un ranking funcionando que te dice para quién son las balas. Y cuando salí, estaba el escolta de la moto tirado en el suelo, y una señora que vendía obleas desangrándose. Toda la gente corrió y un amigo mío de Sincelejo y yo recogimos a estas dos personas. La gente gritaba van a regresar, van a regresar, y se presentó una desbandada general. Todos se desaparecieron y nos dejaron solos allí. —Ustedes recogieron al guardaespaldas, a la señora, y ¿qué hicieron con ellos? —Recogimos al señor de la moto y lo metimos en la facultad de Filosofía de esa época, donde ahora queda un parqueadero. Y a la señora también, a los dos los protegimos ahí, por si venían a rematarlos, y nos quedamos con ellos hasta que llegó la policía y los recogió. Recuerdo que se estaban desangrando, y que al escolta tuve que meterle un dedo en su herida, para contener la sangre. Todo fue muy rápido. Después cientos de estudiantes fuimos a la clínica del Country, pero ya no había nada que hacer, el doctor Gómez Hurtado estaba muerto. Eso fue en el año 95, noviembre del 95, llevaba yo diez meses en Bogotá. Ese fue mi recibimiento. Álvaro Gómez era el hijo mayor de Laureano Gómez, un estigma que le costó ver frustrada su aspiración a convertirse en Presidente de la República, lo que intentó en tres campañas electorales. Su padre, ingeniero civil de la Universidad Nacional, fue un hombre del Partido Conservador cuyos debates en el Senado eran tan legendarios como sus escritos. No hubo en las décadas de los treinta y cuarenta político liberal que se librara de sus dardos. En especial Alfonso López Pumarejo, su “Némesis”, a quien en público le tejía una campaña de desprestigio, aunque en privado se cuenta que cultivaron una amistad de años. “Así era aquella Colombia, no había de otra”, me comentó un día Ber- nardo Ramírez, que trabajó en El Siglo, el diario de los Gómez, cerrando con ese comentario toda otra posibilidad de análisis. Como decir que no eran sólo los Gómez, eran todos, y como se diría hoy con aquello del género, también todas. Como director del diario El Siglo, Laureano fue ferviente defensor de las tesis de Bolívar y un acérrimo enemigo del legado

85 de Santander. También escribió un libro, en los tardíos treinta, exaltando a Hitler y Mussolini, del que luego se retractó, aunque nunca de haber admirado a Franco. Le encantaba cazar peleas con todo aquel que no se ajustara a sus ideas, y así se burló de Neruda, que luego le retribuiría escribiendo aquello de “Lau- reano, no tan laureado”. El momento en que se convirtió en jefe natural de su par- tido coincidió con la violencia que recrudeció en los campos. Y luego de los desmanes del “Bogotazo” llegó a la Presidencia de la República como único candidato, cuando el liberal Darío Echandía se retiró alegando falta de garantías. Tenía entonces 70 años, y Álvaro, el tercero de sus hijos, era su brazo derecho. Fueron días de persecución a liberales radicales y comunistas, en los que la policía, en muchos casos actuando como personal civil armado (“la policía chulavita” o “los pájaros”, se les llamaba), destruyó haciendas y fincas, incautó bienes de manera irregular y desplazó, con el terror que sembraba, a cientos de familias, según unos, a miles según otros. En el plano nacional, a excepción de los años que, durante el gobierno del general Rojas Pinilla, que derrocó a Laureano, su hijo vivió fuera del país, ocupó todos los cargos públicos exis- tentes en esos días, como si con eso escalara el camino hacia la jefatura del Partido, que alcanzó a los 30 años. Mucho después, luego de haber sido secuestrado por el M-19, esa guerrilla que nació reivindicando una elección que para medio país fue robada a aquel general golpista, y ya desde otro partido y en otro mo- mento de su pensamiento, Gómez logró conciliar un viejo sueño de su padre: cambiar la Constitución. Y tras haber presidido esa Asamblea Constituyente, casi en actitud de patriarca, se dedicaba a la docencia cuando llegaron las balas que tantas veces, desde muy diferentes lados, le anunciaron. En ese 1995, año en que toda la atención de la opinión públi- ca estaba centrada en los sucesos que relacionaban al Presidente Ernesto Samper con el Cartel de Cali, Álvaro Gómez promulgaba un nuevo establecimiento, que cercenara las relaciones entre la

86 política y la mafia, y algunos rumoreaban que con varios gene- rales de la República planeaba un golpe de Estado para resolver la larga agonía que vivía el país en esos días. Y que eso explicaba aquello. Como si un asesinato tuviera justificación. Un día en que en una carretera Abelardo se detuvo a auxiliar a una gente, en medio de la indiferencia de todos los que por ahí pasaban, repasando esa actitud solidaria, la misma que había tenido ante los heridos del atentado a Gómez, le pregunté si eso en él era un principio, o algo que le brotaba de forma natural. Me respondió sin pensarlo: “Yo no puedo ser indiferente, hermano, eso no va conmigo. Es algo natural. Mira, hace como quince años terminé de estudiar un examen y salía de mi casa en Bogotá, en la 117 con 11, Bocagrande le decían a esa zona, porque está llena de costeños, y venía con mi novia de ese entonces, acabábamos de meternos una comilona, patacones con queso costeño y no sé qué, y yo venía pesado, pero estaban asaltando a una señora, un tipo y una muchacha, en la esquina de mi edificio. Y yo los increpé, y de una fui a meterme y ellos salieron corriendo. Entonces, salí tras los ladrones, así, pesado como estaba, y le puse tanto empeño que a la primera que agarré fue a la mujer, que resultó ser un tigre, se volteó y me cayó encima. Y me dio una tunda de padre y señor nuestro. Casi me mata de tantos golpes y arañazos. Mi novia le tuvo que pegar con un zapato para quitármela de encima y luego la entregamos a la policía. —¿Tus clientes conocen esa línea tuya? —Sí, claro. Yo no oculto mis principios. Ese es mi talante, ¿cómo vas a dejar a alguien solo cuando lo están atacando para robarle? ¿Cómo no vas a ser solidario? Pero bueno, a veces sale fatal, porque toda buena acción, tiene su respectivo castigo (risas). Una vez venía con un amigo, y un tipo le estaba dando puños a una mujer en la quinta con cincuenta y pico, en Chapinero, en un parquecito. Nos bajamos, cogimos al tipo, yo le pegué una patada, saqué la pistola y lo tiré al piso, le dije abusador y tal. Y cuando lo tenía sometido sentí el coñazo. Con una piedra la mujer me rajó la cabeza, me dijo que yo qué hacía pegándole a su marido, tres puntos en la cabeza. Y así me han pasado cosas por estar defendiendo a la gente, pero no me vale de experiencia, porque yo no podría quedarme quieto ante esas injusticias.

87 “Siempre que ha pasado algo similar, reacciono de igual forma. Yo no puedo con la insolidaridad, no puedo. Ni siquiera lo pienso, es un acto reflejo que me impulsa a prestarle ayuda a quien lo necesita.E l día que me tenga que echar plomo por salvar a quien sea lo haré, no tengo problema con eso. ¿Cómo puede ser que alguien esté en peligro y nadie lo socorra? A mí no me cabe en la cabeza semejante actitud. Pienso que podría ser mi mamá, mi mujer, mi hermana o mi papá, o cualquier amigo, que está indefenso y desprotegido. Este país está como está por la falta de solidaridad. Eso es lo que tiene jodida a Colombia. Están robando a alguien, matándolo, y la gente pasa por al lado, le importa un carajo. Coño, ¿cómo puede pasar eso? Le pregunto, como un ejercicio de posibilidades, especulan- do, ¿cuál sería un caso que no hayas tenido y que te interesaría atender?, y me responde de una “bueno, aquí en Colombia me encantaría defender a Piedad Córdoba. Sería genial defenderla, porque me parece más valiente que muchos hombres que conozco, y si hay cosas que admiro, son la inteligencia, la lealtad y los cojones. Si se tienen esas tres cosas se puede triunfar, y pienso que ella las tiene. Piedad Córdoba es una mujer verraca, estamos en orillas absolutamente opuestas, pero ella es una mujer inteligente, aguerrida, que pelea por lo que cree, y por eso la admiro profundamente”. Senadora por el partido Liberal, Piedad se convirtió en abanderada de las familias de personas privadas de su libertad por la guerrilla colombiana, logrando la liberación de decenas de esos prisioneros que llevaban años viviendo cautivos en la selva, físicamente encadenadas a un árbol. Un drama humano al que no se había encontrado solución en un ambiente donde se anteponían a lo humano diversos argumentos de Estado tanto como de la guerrilla, y donde ella se movió superando uno a uno los obstáculos, logrando el apoyo de los gobiernos vecinos, y de la misma guerrilla, para generar espacios. En una orilla diferente a la de Piedad Córdoba, el número de congresistas colombianos involucrados en la parapolítica supera los cien casos, de los cuales unos setenta han sido señalados por la justicia, detenidos y llevados a juicio. Abelardo ha defendido

88 a decenas de ellos: senadores, representantes, alcaldes, diputados, concejales, funcionarios, entre ellos Luis Carlos Ordosgoitia, ex director del Instituto Nacional de Concesiones, y también el ex director de la Corporación Autónoma del Valle del Sinú, Jaime García. El tema de la parapolítica le dio reconocimiento a nivel nacional, posicionando su nombre en la opinión pública y logran- do que se creara alrededor de ese nombre la idea de un “hueso duro de roer”. En una etapa posterior, hastiado quizá de estar en el fangoso terreno de estos temas, pasó a ocuparse de otro tipo de casos, relacionados con la farándula colombiana, casos que le colocaron de otra forma en boca de los medios, en una faceta de “abogado light”. Una proxeneta conocida como Madame Rochi hizo decla- raciones para un libro escandaloso, de esos que en edición pirata venden en los semáforos de las grandes ciudades, en donde hablaba de cómo negociaba la presencia de algunas de las modelos más cotizadas, en rumbas privadas donde estas acababan en brazos de narcotraficantes y paramilitares. Allí mencionaba a la modelo más famosa del país durante varios años, Natalia París, estrella de las pasarelas, la publicidad y las revistas en los años 90s, un ícono de la belleza colombiana que aparecía en todas partes, revistas, programas, noticieros, chismes sobre romances, sueños populares. Cuando Abelardo De La Espriella tenía 15 años, la modelo paisa tenía 20 y ya era una diva, no existiendo adolescente entonces que no deseara aunque fuera un saludo, un beso en la mejilla, un guiño, un apretón de manos, lo que fuera de Natalia. —¿Por qué tomaste el caso de Natalia, si tu nombre hasta ahí se había posicionado en un terreno duro de conflictos, donde este caso aparecía indudablemente como algo extraño? —Bueno, la verdad es que estaba un poco cansado de los casos de la parapolítica, y sentí la necesidad de otro aire. Y también porque descubrí en Natalia una cantidad de valores que me llevaron a defenderla de esa infamia. Yo no la conocía, o digamos que la conocía superficialmente, la había visto un par de veces. Un amigo en común, a raíz de ese problema, me llama y me dice Natalia París quiere conversar contigo, y yo le dije

89 claro, porque sabía quién era ella, una mujer valiosa, admirable, trabaja- dora, que podría estar ahí en el primer plano sin necesidad de hacer nada, y sin embargo seguía trabajando como el primer día. Y sabía que era una buena madre, por información que te llega. Una mujer que lleva quince años siendo la número uno y no pasa de moda, una especie de Sofía Loren, una diva, que podría subirse en un pedestal inalcanzable y sin embargo es sencilla y dulce, no es ninguna tonta como pretenden hacerla ver algunos… Entonces ella me contactó y se reunió conmigo, me contó el caso, vi claramente que se trataba de una injuria agravada, y tomé el proceso, que fue muy interesante desde el punto de vista jurídico y tuvo muchísima prensa, quizás el proceso mío que más difusión ha tenido. —Era un súper tema para los medios, Natalia, la número uno del escenario de las bellas, y el morbo que provocaba ese libro contando que no era tan inalcanzable su belleza… —Por supuesto. Entonces desenmascaré a esta madame, le puse unas investigadoras y descubrí quién era, se armó un escándalo del carajo, saqué adelante el proceso y presenté una tutela, que fallaron a favor, y que ordenó retirar del mercado ese infame pasquín, con una argumenta- ción jurídica irrefutable: la honra y el buen nombre de una persona son derechos fundamentales inalienables. Fue la primera y única vez hasta ahora que en Colombia se ha ordenado retirar un libro de los estantes de las librerías, prohibiéndose además su reimpresión. “A mí me gustó mucho ese proceso, porque creo que, aparte de la libertad, el bien más preciado de una persona, y en muchos casos lo único que un ser humano le deja a su familia, es el buen nombre. Ese tema de la dignidad, del buen nombre, desde el punto de vista jurídico, tanto como desde el humano, siempre me ha llamado mucho la atención. Pero además, también me interesa crear precedentes judiciales, porque en el futuro al desarrollar un caso similar, tendrán que, necesariamente, citar mi nombre, así como ocurre en el caso de la parapolítica, donde además de ser pionero de esas defensas, me atreví a plantear en el curso de las mismas la necesidad de aplicarles el delito político de sedición a todos aquellos que estaban acusados de concierto para delinquir. “El litigante es quien hace los planteamientos para que la juris- prudencia y la doctrina los acoja o los rechace y es quien debe innovar

90 sobre la aplicación de la ley. Los litigantes tenemos la fortuna, de alguna manera, de poder moldear la ley. Compartimos ese espacio de creación con los legisladores y con los jueces… El abogado siempre debe proponer cosas nuevas, adelantarse a los tiempos. —¿Cómo probaste la falsedad de lo que decía el libro? —El problema jurídico no consistía en probar la falsedad de las afirmaciones, aun cuando fueron desvirtuadas completamente.S e trataba de un problema jurídico más profundo: el respeto a la honra y al buen nombre. Cuando el nombre de Natalia París fue presentado como si se tratara de una “prepago” o un juguete sexual, se produjo una flagrante violación legal y un exceso periodístico, si es que a ese tipo de cosas se les puede llamar periodismo, que vulneran una serie de derechos fun- damentales, aun si los señalamientos fueran ciertos. Eso es así de claro desde el punto de vista jurisprudencial. Ese tipo de afirmaciones no hay que desacreditarlas con pruebas, porque simplemente nadie puede hacer referencia a aspectos de la vida sexual de otra persona, pero en todo caso conseguí las pruebas. “Madame Rochi, citaba a unos mafiosos que supuestamente habían salido con Natalia, y resultó que uno estaba preso en Pa- namá y el otro había pagado condena en Estados Unidos y vivía en España. Investigando, ubicando pistas, a través de diferentes personas mi equipo logró contactarlos. Les expliqué lo que estaba pasando, y ellos me contaron que era falso lo que esta Madame decía, y me mandaron unas declaraciones extrajuicio apostilladas, certificando que no conocían a Natalia, señalando que ojalá hu- biesen tenido la oportunidad de conocerla como relataba Rochi en el libro, y que nada de eso era cierto. Nos tomamos todo ese trabajo porque la honra de una persona amerita eso y más. Y fue así como se probó, sin que fuera necesario, jurídicamente hablando, que se trataba de una farsa cuyo único objetivo era vender libros a costillas del reconocimiento y el buen nombre de Natalia París. Como Abelardo cree dogmáticamente que la mejor improvi- sación es la adecuadamente preparada, tiene en su firma uno de los mejores departamentos de investigación jurídica de América

91 Latina. Esto significa que el abogado, además de conocer pro- fundamente el entorno general, gracias a este equipo es capaz de investigar a fondo el particular de cada caso en pocos días. Hecho el trabajo de investigación y solamente después de contar con la información buscada, comienza a planear, a crear escenarios, a proponerse pasos, objetivos intermedios, rutas críticas. “Porque, como decía Séneca, no llega más rápido el más veloz, sino el que sabe adónde va”, explica Abelardo. La defensa de Natalia se propuso ir más allá de la reivindica- ción del buen nombre, y desenmascarar a la fuente del periodista, descubriendo que la tal Madame Rochy se llamaba en realidad Consuelo García, quien ante las evidencias terminó confesando que había constituido su empresa con el fallecido periodista Al- berto Giraldo, que tenían un número de identificación tributaria, y, como hicieron público diversos medios, que todo ese montaje empresarial se hizo con dineros de los hermanos Rodríguez Orejuela, cabezas del Cartel de Cali. Por eso la denuncia del abogado fue por lavado de activos, concierto para delinquir, e injuria agravada. —En este caso de Natalia corrió el rumor de que por tu cercanía con el Fiscal General conseguiste que eso entrase directo a su despacho, y también agregaron algunos medios que no te quieren, creo, que tenés infiltrada media Fiscalía, que hay áreas de allí que controlás… —No, eso es completamente falso. Tengo amigos que han sido procesados, y que han estado detenidos, y también algunos parientes, familiares cercanos, en la administración de Luis Camilo Osorio y en la de Mario Iguarán. Eso es una tontería. Yo simplemente fui a presentar la denuncia con Natalia y el Fiscal General se enteró y llamó para que fuésemos a su despacho, porque quería conocer a Natalia París. Es la sencilla verdad. Yo nunca busqué una cita con el Fiscal. Él llamó, y se tomó fotos con ella y estuvo hablando con ella un rato. Eso fue exac- tamente lo que pasó, yo estaba presentando la denuncia cuando se me acercó un señor del CTI, y me dice: doctor De La Espriella, si es tan amable, por favor, y sube al despacho del Fiscal General con la señorita

92 Natalia. Hombre, claro, cómo no, con mucho gusto. Y el Fiscal me dijo: usted no se puede ir de aquí, joven, sin presentarme a esta mujer tan linda, vengan y se toman un café conmigo. No hablamos ni una palabra sobre el proceso. La Fiscalía se enloqueció ese día, salían los fiscales de todos lados, las secretarias, todo el mundo a tomarse fotos con Natalia. Volviendo al marco, yo no necesito de relaciones o contactos para ejercer mi profesión, soy la clase de abogados que sabe litigar en franca lid. Este proceso tenía una ventaja para mí, porque yo venía de un desgaste con la parapolítica, entonces lo de Natalia resultó ser un especie de bálsamo para mi carrera en ese momento. Además del caso de Natalia París, Abelardo, que cada tanto suele brillar en el jet set nacional por motivos propios, como cuando, junto con el Fiscal General Iguarán, fue padrino del matrimonio del Ministro del Interior Sabas Pretelt, ha logrado limpiar la imagen de muchas famosas. —También tuviste ese caso muy sonado de una reina de belleza, la Señorita Valle, que fue sacada del Reinado Nacional de la Belleza bajo el argumento de algunos quebrantos de salud, según informaron los responsables del evento, pero donde de- mostraste que debajo de aquel informe se escondía un caso de discriminación por la exuberancia de sus formas. —Sí, en ese caso interpuse una tutela, alegando que ella se encon- traba en excelentes condiciones físicas, contrario a lo que informaba el comunicado del Comité de Belleza del Valle, y lo que había ocurrido era algo muy diferente: estábamos frente a un caso de discriminación, situación proscrita del ordenamiento legal colombiano. El juez fallaría a nuestro favor luego de encontrar que fueron vulnerados los derechos a la dignidad humana, al debido proceso, la igualdad, a la honra y al buen nombre. En Colombia nunca, por tutela, habían devuelto una corona en un reinado… Ese caso partió en dos la historia del Reinado Nacio- nal, que tiene más de 80 años, y además enviamos unos mensajes muy importantes a la sociedad, gracias a este precedente judicial. El primero de ellos es que no se le puede discriminar a una persona en razón de su apariencia física, y el segundo es que una mujer se puede ver linda sin estar extremadamente delgada. El prototipo de mujer que promueven los

93 reinados es muy cercano a la anorexia. Y, como anécdota, fíjate lo que pasó después: Catalina Robayo, la candidata a la que saqué del concurso por cuenta de la tutela, terminó siendo elegida un año más tarde como Señorita Colombia, lo que técnicamente implica que me debe la corona (risas). Diana Salgado, la señorita Valle, había sido destituida por el volumen de sus caderas y su peso, aunque a la opinión pública la oficina del Reinado había informado otros motivos. El impacto fue tan fuerte para la joven, que cuando le pidió encargarse del caso, le confesó a Abelardo: “Ya no salgo a la calle en Cali, porque la gente me reclama, me preguntan por qué salí del Reinado, si estoy embarazada, si posé desnuda en alguna parte, o si estoy con un traqueto, y no es justo porque yo no he hecho nada. Siempre he sido grande y piernona, no podían pretender que fuera delgada de la noche a la ma- ñana. Además fue así que me gané el título, entonces no tienen por qué quitármelo, sólo quiero justicia”. —Y esos casos, además, supongo que son más sencillos, ¿o no? —Cuando uno es quien denuncia o reclama, cuando se representa a la víctima, es más fácil, porque no hay que defender sino atacar. Ahora, yo no busco esos casos, ellos me buscan. ¿El caso de José Luis Botero, te lo conté? Ese caso es bellísimo. José Luis Botero, que es mi peluquero y amigo, también es el peluquero de muchas celebridades, tiene la peluque- ría aquí cerquita, un amor de persona, una pinta José, muy guapo, una elegancia, parece una mujer. Un día me llamó: Abelito, necesito hablar contigo, tengo un problema. Vente a la oficina, le digo y vino, ¿qué te pasó?, y José, que es de Tuluá, me dice mi abuelita tiene 90 años, vive en Tuluá con una tía solterona, y estando yo pasando vacaciones allá esta vieja todos los días gritando a mi abuelita, que está enfermita. Así que en una de esas, como a la semana, yo le dije oye, no le grites más a la abuelita, que es una anciana. Y ella no te metas, maricón, y me pegó, Abelito. Y ahí se me salió la loca y le di una muenda. Casi mata a la tía, que lo denunció por lesiones personales. “Así que te necesito para que me pongas a alguien que me acompañe a la audiencia en Tuluá. No, yo voy contigo, José. Pero cómo te vas a molestar, Abelito, que no es molestia, para eso somos amigos, hermano, te acompaño. Pues bien, yo con mi diva en el aeropuerto, ella encarterada,

94 todo el mundo llegaba a saludar y yo, mira, José Luis Botero, mi pelu- quero. Aterrizamos en Cali, nos recoge un carro y nos fuimos para Tuluá, a la casa de Álvarez Gardeazábal, con quien tengo una buena amistad. —Pero hubo una época en que él te criticaba fuerte. —Sí, al principio me daba palo, pero un día lo fui a ver, lo visité, hablamos, y él quedó encantado conmigo y yo con él, y ahí nos hicimos amigos. Gustavo es un bacán, tú lo conoces. Entonces llegamos a su casa y nos tenía tremendo almuerzo, y de ahí salimos para el juzgado del pueblo. Fuimos la sensación ese día, el juzgado lleno por completo y estaba allí sentada la tía ofendida con su abogada, que cuando me vio, fue como si hubiera visto al diablo. La dama se empezó a escurrir en la silla. Apareció el juez, lo saludamos, y empezó la audiencia. Yo habla- ba y la abogada se escurría cada vez más, nunca habló, le temblaba el mentón, una señora como de 60 años, muy asustada, intimidada por mi presencia. Ese mismo día archivaron el proceso contra Jose, y al terminar la audiencia el juez me dice: doctor, ¿me permite un momento?, y yo le respondo: por supuesto su señoría, y fuimos a su despacho. Me tomó del hombro y me dijo: doctor, es que mi secretaria y yo nos queremos tomar una foto con usted. Un episodio muy divertido, muy lindo. Una serie de casos cercanos a la farándula comenzaron a hacer frecuentes las apariciones en radio y televisión del “abogado de los parapolíticos” en otro contexto, el de las bellas actrices y modelos que marca entre los mayores ratings. Sara Corrales, actriz de reality y luego cantante radicada en Miami, contrató sus servicios para demandar a la también actriz Marcela Mar, antes conocida como Marcela Gardeazábal, quien había declarado en un video colgado en YouTube, y reproducido por diversos medios, que Corrales tenía “la estética de la mujer prepago, que a mí me parece muy primaria”. En el alegato por su defendida Abelardo argumentó que con este comentario la actriz había obrado con “ánimo injurioso” agravado contra su cliente, teniendo un comportamiento “indebido e ilegal al establecer una vinculación de la imagen de la actriz Sara Corrales con actividades delictivas al margen de la ley”, distorsionando el concepto que supuestamente la sociedad tiene hoy sobre la conocida actriz de televisión. Mar tuvo que retractarse y pedir en público excusas

95 a Corrales y al país por su comentario. En esa oportunidad, el abo- gado explicó al diario El Tiempo (octubre 20, 2009): “Se ha vuelto costumbre en Colombia que las personas señalen a otras, las injurien, las calumnien y la gente cree que eso no tiene una consecuencia jurídica. Se equivocan. Nuestra ley penal protege el bien jurídico del buen nombre y la honra, que se ven afectados cuando se hacen este tipo de señalamientos”. Otra modelo y actriz, Marilyn Patiño, a quien se relacionó con el narcotraficante Wílber Varela, alias “Jabón”, capo del Cartel del Norte del Valle, logró salir limpia gracias a que Abelardo probó ante los jueces que los regalos y el dinero en efectivo que había recibido su defendida provenían de premios a que se había hecho acreedora por participar en el concurso Chica Med. —En esa intimidad que obligadamente tenés que desarrollar con tus clientes, en un tema que es tan fuerte, lo penal… ¿cómo son esas relaciones, desarrollás amistades, afecto? —Sí, es inevitable terminar siendo amigo de los clientes, de unos más que de otros… De entrada debe ser así en mi caso porque yo no acepto a cualquiera, debo sentir cierta afinidad, cierto feeling con el cliente para recibirlo y aceptarlo. Si no tenemos afinidad, si no me agrada, yo no puedo defenderlo. Para defender a alguien debo tener esa conexión mística, y claro, cuando la tengo por lo general termina dándose una amistad. Mis clientes me quieren mucho, y están muy pendientes de mí, cuando voy a ciudades en las que residen algunos me atienden y tal, hay afecto. Aunque también hay otros que se olvidan que uno los sacó de la cárcel, que no recuerdan que cuando les tomé el proceso estaban muriéndose en una mazmorra y los saqué de allí. Pero bueno, así como hay clientes des- agradecidos hay otros muy leales y reconocidos con el trabajo que realizo. Le pregunto: Cuando tenés clientas, y han pasado por tu despacho clientas muy atractivas, sintiéndose en esos momentos en una situación de desprotección que no saben cómo encarar, y entras en escena asumiendo, en la práctica, el rol del protector, aquel del que se agarran ante esa situación jurídica que no do- minan y temen, ¿se dan espacios de romance? Abelardo no puede evitar una risa que podría ser suficiente respuesta, pero también explica: “Trato de que no ocurra, no me gusta enredarme ni con la nó-

96 mina, ni con las clientas. Me pasó un par de veces, pero obviamente jamás daré nombres. No porque yo sea un caballero, sino porque eso hace parte de la reserva del sumario”, y aquí vuelve la risa, que ya es carcajada. —Es extraño como se abre tu espectro. En general, colegas tuyos, así como periodistas, empresarios con los que he hablado sobre vos tienen, entre otras imágenes tuyas, la de que por sobre todo eres un gran conciliador, probablemente porque tu historial de casos implica eso. ¿Cómo lográs convencer a las partes para que lleguen a acuerdos? —Soy un buen conciliador porque creo que un buen abogado debe ser, primero que todo, eso, un buen conciliador. En este campo del derecho hay que atacar, retroceder, atacar, y saber cuándo parar, pero, sobre todo, estar dispuesto a hacer acuerdos en el momento en que la contraparte extienda la mano, porque definitivamente es mejor un mal arreglo a un buen pleito, como reza el viejo aforismo popular. Es mejor conciliar cuando se puede conciliar, obviamente sobre la base de unos puntos inamovibles, que impliquen que los derechos del cliente que uno defiende, o al que representa, no sean afectados. “Creo que es básico que el abogado litigante sea un buen conciliador, y un buen peleador. Tú puedes pelear y luego conciliar, pero para poder conciliar bien tienes que mostrar los dientes primero, porque, lastimosamente, al ser humano normalmente no lo mueve la bondad sino el miedo. Si tú le dices a la gente oye, por favor, ¿llegamos a un acuerdo?, creen que eso es un acto de debilidad. Tienen que sentir que la cosa va en serio. Por eso, si quieres conciliar, primero debes mostrar tu fuerza. Ahora, si soy yo quien abre la posibilidad de conciliar y la contraparte no quiere, me vuelvo una fiera, y empiezo la batalla.E l litigio es como la pesca: soltar y apretar, soltar y apretar, sin dejar que la cuerda se rompa. —Como los clientes en apuros suelen tener miedo de soltar toda la información, las pruebas con las que trabajás, ¿se las vas sacando de a poco al cliente o las vas investigando por afuera? —Lo primero que debe investigar un abogado en un caso, es a su propio cliente, obligándolo a contar la verdad de los hechos. Muchos abogados no exigen a sus clientes que les cuenten la verdad, por temor a que el cliente, al enterarse de las consecuencias de decir la verdad, cuando

97 esta le es adversa, recurra a otro abogado. Un buen litigante jamás se conformará con menos que la verdad de parte del cliente, por más dolorosa y terrible que esta sea. Es complicada la cosa, y a veces, como los maridos engañados, uno es el último en enterarse, y eso que cuando se toma el caso lo primero que uno les exige es que le digan la verdad. Yo siempre les digo a mis clientes que si me mienten y descubro que me están enga- ñando puedo llegar a dejarlos tirados, se quedan sin abogado. Y aún así, en muchas ocasiones mienten. En esto hay dos clases de abogados: los que dicen lo que piensan y los que dicen lo que el cliente quiere oír. Yo siempre digo lo que pienso, sin importar las consecuencias. —¿Y mienten en la conciencia de que son culpables…? —No, muchas veces creen que algo que ocurrió los puede hacer culpables sin serlo. Y tienden a realizar análisis jurídicos sin tener la formación para hacerlo. Entonces no le cuentan a uno qué fue lo que ocurrió en realidad, o cuentan partes y se quedan en el tintero otras de lo que realmente pasó. —O sea, el cliente desconfía, por lo menos en un primer momento, del abogado… —No, no creo eso, en mi caso suelo generar mucha confianza en los clientes. El asunto es más general, un aspecto propio de la condición humana, que los lleva a resistirse a la verdad… Incluso ellos mismos se llegan a creer las mentiras que dicen. Es increíble. En alguna oportuni- dad le dije a un cliente mira, estamos solos aquí, no nos está grabando nadie: dime la verdad, porque yo sé que lo que me cuentas no es así. Y en ese momento recapacitó y se percató que estaba diciéndome una gran mentira, y que él se la estaba creyendo y pretendía hacérmela creer a mí, una completa locura. —Repasemos tu juego. Una vez dotado del argumento, le hacés producción, estructurás un montaje para presentarlo… ¿Qué peso le das a la puesta en escena? —Siempre he pensado que la forma y el fondo son importantes. Si no estoy mal, decía Pericles que queda en igual situación quien sabe y no puede expresar correctamente lo que piensa, que quien no sabe. Pero yo creo que quedaría peor quien sabe y no lo puede expresar bien. Creo

98 que el don de la palabra es fundamental, y también lo es la puesta en escena. Es decir, transmitir el pensamiento de una manera clara, concisa, hilvanada, pero además de eso, contundente, con el tono de voz adecuado, con la postura adecuada, con la actitud adecuada. El fondo es muy impor- tante, pero la forma es determinante en el impacto que logre tu argumento. En el tiempo que ha transcurrido desde la implantación en Colombia del Sistema Penal Acusatorio, los abogados de mayor éxito en sus casos cada vez se han ido asemejando más a sobrios actores profesionales. Es cuidada al extremo su presencia, su pos- tura corporal, su manejo de voz, la gestualidad. Pero esto no es de ahora, también Jorge Eliécer Gaitán, quien siempre fue consciente de la necesidad de una buena oratoria y una presencia escénica poderosa, solía practicar ante el espejo por horas cada movimiento, cada entonación. Y con el resultado de ese entrenamiento lograba hipnotizar audiencias y poner la barra más hostil a su favor. —En esa dimensión, Abelardo, ¿dirías que sos un seductor con tu pensamiento puesto en escena? —Y de hecho eso es lo que me seduce a mí de los demás. A mí no me sorprende ni el dinero ni el poder de los otros, a mi me sorprende la inteligencia. Pero, sobre todo, la posibilidad de transmitir correctamente esa inteligencia. En el caso de los que ejercemos el derecho, la situación se torna más compleja, porque los abogados tenemos la obligación de aterrizar los conceptos jurídicos y ponerlos al alcance de la gente, volver la ciencia del derecho más humana, bajarla del Olimpo para que la gente del común pueda comprender cómo funciona y cuál es su objetivo. Entonces, para mí, la palabra, y la forma como se emplea, son fundamentales, porque no sirve de nada ser un genio, un erudito del derecho, si no se puede transmitir un argumento de la manera correcta para que llegue y logre el cometido. “Tampoco se puede hacer mucho en esto, por ejemplo, si no se tiene el tono de voz adecuado, o si resulta que el abogado, tristemente, es tar- tamudo. Lo lamento, esa persona no puede dedicarse a defender a otras. Aunque no se trata de ninguna obra de teatro, un abogado litigante es el productor, libretista, director y actor principal de un drama, en el cual lo que está en juego es algo muy serio y real, y para ello debe contar con las calidades y condiciones de forma y de fondo que exige este oficio.

99 —Cuando tenés éxito en tu trabajo y tus clientes salen de prisión, ¿hay euforia en ellos, o al cabo de unos días les agobia el peso del tiempo pasado sin libertad? —Las dos cosas. Es terrible esa situación, la gente no se imagina lo que puede afectar a un ser humano la privación de la libertad. Durante la privación y también después, el espíritu de quien está detenido sufre una transformación total. En realidad lo que ocurre, al interior de las personas, es tan fuerte que no se sabe qué es peor, si estar adentro o afuera de la cárcel. Cuando está en prisión la persona sufre un detrimento moral, espiritual, incluso físico, grandísimo. “Y después que salen les sobreviene una especie de resaca, un guayabo terciario por lo que aguantaron y padecieron. Tengo clientes que se han infartado, he tenido otros que han muerto al poco tiempo de salir de la cárcel… Se afectan muchísimo, y hasta meses después de salir no quie- ren hablar con nadie, caminan solos por ahí, pensativos, meditabundos, depresivos… y muchos terminan con psiquiatra. Uno es el ser humano que entra a la cárcel y otro muy distinto el que sale. Es terrible lo que hace la cárcel en el alma de una persona. —He observado, entrevistando a algunas personas recluidas en cárceles, que después del shock inicial, la detención, el encierro, en unas pocas semanas la persona encarcelada comienza a adaptarse, a asumir aquello como si fuera algo normal. ¿No será que al salir la persona rompe con esa normalidad de estar sin libertad, a la que ya se había adaptado? ¿O, quizás, no hay también como una vergüenza en ese volver a la calle, a dar la cara de ex presidiario…? —Puede ser, hay muchas cosas que se juntan… La costumbre por la cárcel se da cuando son detenciones muy largas… En el caso de mis clientes, que han estado detenidos uno, dos años como máximo, yo he observado que al principio les es muy duro el golpe, se adaptan con mucha dificultad… Pero se adaptan. Y luego, cuando salen, les viene esa depresión post-detención, donde hay como una especie de complejo por haber estado detenido, por haber sido sometidos, porque les acabaron su vida, su familia, y ahí entran en una depresión profunda. Hay gente que no sale de eso, y hay otra que necesita ayuda psiquiátrica para poder superarlo. De hecho, con Remberto Burgos De La Espriella, un primo,

100 que es neurocirujano, estamos contemplando la idea de escribir un libro al alimón sobre cómo afecta psíquica y emocionalmente a un ser humano el encarcelamiento. Distintas experiencias me han hecho comprender que la libertad es más preciada que la vida, porque una vida sin libertad no tiene sentido. Sin duda, la libertad es lo más preciado que tiene el ser humano. —Uno observa en los más diferentes campos a tipos que se ven duros, monolíticos, de esos que no bailan, como decía Norman Mailer, y en un momento pasa algo y de golpe los ves venirse abajo, ablandados mal, quebrados… —¡Total! No hay nadie a quien un proceso penal o la cárcel no doble. Yo he visto a los hombres más poderosos de este país llorando como niños. Y en eso hay una cosa interesante, y es que las mujeres no. He tenido muchas clientas mujeres, y te puedo asegurar que, sin excepciones, ellas son muchísimo más fuertes que los hombres, y te muestran que eso del sexo débil y el sexo fuerte no es más que una patraña. Es impresionante cómo las mujeres se adaptan tan rápido a la cárcel, mientras que a los hombres les afecta terriblemente, casi sin excepciones. “Yo llegaba a las cárceles y los clientes hombres lloraban sobre mi hombro. Incluso clientes de esos de la parapolítica, que uno los veía afuera tan seguros, llegaron a extremos que no te puedes imaginar, queriéndome chantajear con estrategias burdas y baratas, como una ocasión en que uno de ellos me dijo que se iba a suicidar, porque no soportaba más el encierro. Yo le dije bueno, si te suicidas se extingue la acción penal, si te cuelgas o te pegas un tiro, hasta aquí llega el proceso penal, tú decides. A mí no me mortifiques, tampoco estoy para eso.P orque en esos casos hay que aplicarles terapia de choque a los clientes. “Eso es bastante normal, aunque parezca excepcional, siempre llega un momento en los procesos en que el cliente empieza a manipular al abogado con ese cuento de que si no sale pronto se va a suicidar, o se va a dejar morir de pena moral… Estupideces que nadie hace, porque si tú te vas a suicidar no dices nada. Yo soy radical ahí. Lo he hecho varias veces y me ha resultado, la gente se tranquiliza. Les digo suicídate, me voy y no les contesto el teléfono por dos días. Pero eso son los hombres, las mujeres no hablan de esas imbecilidades. La psicología y la psiquiatría son herramientas fundamentales para el ejercicio del derecho, porque se trata

101 de ciencias que estudian la conducta humana. Si el abogado se decide por el derecho penal, es esencial que comprenda la conducta humana normal, pero es aun más importante que entienda la conducta humana anormal. Una cárcel, en Colombia y en cualquier parte del mundo, es el último lugar donde cualquier persona quisiera pasar sus días. Cruzar esa frontera es entrar a un reino de mentiras, deslealtad y oprobio que impregna todos los niveles del ser. Los que tienen dinero hacen lo posible por salvar su pellejo y contratan a los abogados de mayor renombre, los que han ganado muchos casos mediáticos, aquellos de los que los medios de comunicación ha- blan y a través de ellos la gente se entera. Los que no tienen con qué, se quedan dándole vuelta a la posibilidad de huir, de escapar. Y todos, una y otra vez, repasan los días en que pensaban que eso nunca les iba a ocurrir a ellos, que nunca serían atrapados. —Se piensa en este país que la impunidad reina… —No, eso es mentira, esa es una percepción errada. Aquí a la gente que delinque la persiguen, todos los que hacen algo por fuera de lo legal terminan mal un día, el Estado nunca pierde. Es inevitable responder un día por las consecuencias de lo que se hace mal. La vida es como un hotel, nadie se va sin pagar la cuenta, o como dice Alberto Casas: tarde o temprano su radio será un Philips. La gente suele confundir la condena impuesta con los niveles de impunidad. Por lo general se piensa que condenas de cinco o diez años son irrisorias, y se desconoce que son fruto de algunos descuentos autorizados por la ley. La gente no sabe lo que significa estar preso en este país, no tienen idea siquiera de lo que es un día de cárcel en Colombia. Es como estar preso en Saigón, algo así, una imagen de esas de prisioneros de guerra, ¿te acuerdas de Chuck Norris, prisionero de guerra en Vietnam?, así. Las cárceles en Colombia son abominables, unas cloacas. Estar un día preso no tiene precio, para todo lo demás hay Mastercard. “Yo te digo una cosa, la cárcel es algo a lo que no me he podido acostumbrar, las cárceles todavía me sobrecogen, me afectan. Sí, voy a una cárcel, hago mi trabajo, visito a mis clientes, pero nunca salgo como entré. Solamente poner un pie en esos sitios me afecta, tengo que llegar a mi casa a bañarme, me siento contaminado por el ambiente de la cárcel.

102 Es horrible. Y si así se siente uno como abogado, imagínate como puede sentirse la persona que está detenida, a la que le regulan su alimentación, su salida, su vida, como si fuera un animal. La gente no sabe lo que es estar privado de la libertad. Alguien sin influencias, ni dinero, a quien le toque por suerte caer en un lugar como La Picota, La Modelo, o El Buen Pastor, deberá ganarse el derecho a comer, a dormir, además de su seguridad física. Porque la cárcel es un espacio de altísima inseguridad, convertido en un negocio más. Lejos de reeducar a los delincuentes, para cumplir con la función resocializadora de la pena, la cárcel es una fuente de enriquecimiento para unos, así como un rebusque para otros, que allí obtienen comida y techo gratis, además de relacionarse con otros criminales y potenciar sus actividades. El que sufre el castigo es el ciudadano del común, el “bobo que ha caído”, ese que llegó entero luchando diariamente su vida, y al que de pronto todo se le vino abajo. Abelardo agrega aquí: “Yo no entiendo cómo muchos extraditables, que saben que van a estar 30, 40 años en una prisión gringa, se dejan capturar vivos. Es tan fuerte a veces el apego a la vida que la gente olvida lo que significa estar preso, y olvidan además que la vida sin libertad no es vida. Eso es lo peor que le puede pasar a un ser humano, y por eso mi mortificación cuando tengo un cliente detenido, porque sufro en carne propia lo que él está sufriendo. Me afecto, me siento preso, somatizo su problema y siento que soy yo quien no tiene libertad. Sólo sintiendo el problema como mío puedo encontrar la solución más rápida y acertada”. Las cárceles se han construido “para regenerar”, pero perver- samente se han vuelto espacios para corromper y degenerar. Un lugar donde cometer un asesinato es una señal de poder, donde cuarenta hombres viven en una habitación hecha para doce o dieciséis, donde debes aprender a convivir con gente que no entiendes, a ser observado todo el tiempo por centenares de seres que no tienen nada que hacer, donde debes aprender a ocultar los pensamientos y a mentir, donde la tarea diaria es evitar ser violado, robado o asesinado, donde los presos se dividen en “los que mandan” y los “protegidos” que pagan o que son esclavos ap-

103 tos para dar compensación sexual al que es más fuerte, no es un lugar para regenerar. Michel Foucault pasó varias jornadas visitando prisiones en sus viajes, y de sus observaciones construyó una teoría acerca del castigo y la cárcel, del encierro y la pena, donde ve, en un Estado practicante del Panoptismo, esa necesidad de vigilar el espacio de los seres humanos, la enfermedad de legislar cada vez más y más sobre más y más ámbitos de la vida. Observando esa actitud comentada por Foucault, Louk Hulsman, jurista holandés de la Universidad de Leiden, experto en derecho penal, se ha referido en diversas publicaciones a la necesidad de una reforma proponiendo avanzar hacia la abolición del sistema penal. Según Hulsman: “La sanción nunca repara el daño producido. Habría que buscar otras alternativas a la de la cárcel. Ni la cárcel ni el sistema penal sirven para solucionar los conflictos de esta sociedad”. —Con esa mirada que tenés sobre las cárceles, ¿podrías llegar al extremo de decir que no deberían existir? —No, no llegaría a ese extremo. Yo creo que son necesarias. Lo que pasa es que humanamente me afectan, y aunque mi parte racional me diga que es necesario castigar a quienes han delinquido, a los que han violado la ley, no puedo dejar de ver a quienes están en ellas como a unos pobres seres que se equivocaron, como se puede equivocar cualquiera, y para los que la cárcel es lo peor que les podría pasar jamás. En realidad siento lástima por todos aquellos que han perdido su libertad. —Volvamos al preso: el momento del quiebre en el detenido, ¿con qué coincide? ¿Con que me atraparon, con el reconoci- miento de un error cometido…? —Coincide con la detención. Se quiebra cuando lo detienen, luego se adapta y viene después un lapso de tiempo, de nueve meses a un año y medio, en que paulatinamente empieza a desesperar, a enloquecerse, y a considerar situaciones absurdas como el suicidio. Y ocurre ahí lo que te comentaba, que pretenden manipular con eso al abogado, sin entender que el trabajo de uno sólo va hasta cierta parte. Tú presentas tus alegatos y tienes que esperar la decisión, frente a eso no puedes hacer nada. Pero los clientes, en medio de su desesperación, no entienden. El tema humano es muy, muy complicado.

104 —¿Pero existe en la persona reconocimiento del error, la cagué en esto, me equivoqué en aquello…? —A mí me ha pasado muy pocas veces, y esas pocas han sido con mujeres, fíjate. Mujeres que me han dicho sí, yo la embarré, voy a responder por esto. Los hombres, en la mayoría de los casos, no actúan de forma tan honesta con el abogado, y he tenido que concientizar a muchos de ellos de la equivocación en la que incurrieron. Ante todas las evidencias probatorias los hombres, ilógicamente, buscan cincuenta mil excusas para convencerte de su inocencia, cuando es evidente que obraron de forma contraria a la ley. Por ejemplo, los casos de sentencia anticipada, con las mujeres siempre fueron muchísimo más sencillos, entendieron el error, lo aceptaron y tal. Los hombres no, trataban siempre de evadir la responsabilidad, permanentemente buscando excusas para no asumir las consecuencias de sus actos, con una cobardía terrible. Me impresiona eso, ¿sabes? Aun los que afuera parecían los más valientes se comportaban así. Es increíble. —¿Cómo funciona el tema de la culpa en tus clientes? —Bueno, por lo general nadie acepta ser culpable de nada. La gente no cree que es culpable, piensan que no esconden nada, y es muy extraño que un cliente te cuente toda la verdad. Uno se termina enterando de cosas a la mitad del camino. Y eso es lamentable, porque afecta sustancialmente la defensa técnica. —¿Dirías que existen particularidades que hacen a ciertas mentes criminales? —No, yo creo que al igual que opera la teoría de la selección natural de Darwin, en el universo criminal el medio es determinante para predis- poner a las personas que delinquen. En nuestra sociedad, lamentablemente, el delito es una forma de vida. Por eso he dicho muchas veces que el problema de Colombia no es un problema legal, las leyes están bien, lo que padecemos es un problema cultural, una costumbre de hacer las cosas mal hechas. Aquí a la gente le gusta meterse en contravía para llegar más rápido, evadir las normas de tránsito, desconocer la ley en general. Tuve un cliente al que le habían propuesto un negocio bueno, legal, y al mismo tiempo otro ilícito que le daba menos plata, y eligió este último, por el morbo, por la adrenalina que le producía el ilícito.

105 “La decadencia es terrible, la subversión de los valores se agudizó al punto de que la mayoría de personas que delinquen no sienten que lo que están haciendo es reprochable o ilegal, simplemente porque ven que mucha gente lo hace y que tales actuaciones son aceptadas socialmente. Ahora bien, lo cierto es que cualquier persona puede convertirse en un delincuente en el momento menos esperado, y eso está comprobado científicamente.E l ama de casa amorosa que nunca tuvo una discusión con su esposo, en un ataque de celos, al sorprender a su marido en la cama con otra mujer, puede terminar matándolo, convirtiéndose al tiempo en alguien que nunca imaginó. Eso es lo bello y lo complejo del derecho penal, y del alma humana. —¿Se aplicaría esto al caso de algunas relaciones con los grupos ilegales, por ejemplo los paramilitares, de que la gente no siente que ahí hay algo malo? —Totalmente. En el tema del concierto para delinquir, con el para- militarismo, la parapolítica, encontramos que la gente veía al alcalde, a los militares, a las autoridades, de la mano de las autodefensas. Entonces eso parecía que estaba bien, que era perfectamente legal, y así se creó en el inconsciente popular la falsa idea de que era por completo normal ser paramilitar, y por consiguiente lo era actuar de la mano con ellos. Y qué problema era explicarle a un alcalde de un lugar donde hubo influencia paramilitar, por ejemplo, que reunirse con ellos era ilegal. “Yo tuve varios procesos de ese tipo, en donde los implicados me decían todo el tiempo: no doctor, si yo sólo me reuní cuatro veces con él, y nada más cuadré unas cositas. Yo les decía ¡eso es un delito! Y ellos me respondían ¿pero cómo así, si todo el mundo lo hacía? Un problema complejo, cultural. El medio social afecta mucho a la gente, porque ven que lo que después resulta ilegal, socialmente era admitido por quienes se suponía que daban la pauta de lo que estaba bien y lo que no. Durante mucho tiempo en Colombia, a los mafiosos se les admitió en los clubes sociales, se les abrían las puertas en todas partes, tenían dinero en canti- dades y se les acogía sin ninguna objeción. Y esa situación tan perversa acabó afectando el sentido de la realidad de la mayoría de la gente, y quedó grabada en el inconsciente de nuestro pueblo la idea de que las cosas malas, si son socialmente admitidas están bien. Eso de que el fin justifica los medios está absolutamente vigente en Colombia.L amentable, pero es un problema cultural, no de la ley.

106 —Vuelvo a la práctica de tu profesión. Tus actitudes en juicios ante los fiscales, esas risitas que ponen nerviosos a esos fiscales… Más de cuatro te deben odiar en los juzgados, ¿no? —Si, claro, tengo muchos malquerientes en la rama judicial, como hay otra gente que me aprecia, y otra que me soporta. Y dentro del gremio de abogados también me he ganado unos odios terribles, incluso de gente que no conozco. Pero ya sabes que a este país lo mueven la envidia, la intriga y la maledicencia. Es la tragedia de Colombia. Te confieso que son mis enemigos quienes me alientan a seguir adelante. —Eso de las risas, las caras, fijar la mirada, subrayar detalles con cierta ironía sobre la actuación del fiscal, esa actitud en la puesta en escena, ¿surge o es premeditado? —Mi actitud en la puesta en escena siempre es muy fuerte, retadora, porque esa es la impresión que el defensor debe transmitir. Mucha firmeza en la postura, en la mirada, en el tono de voz. Y una que otra burla, cuando sea necesario (risa), pero sin llegarle a faltar el respeto a nadie. También se debe estar muy preparado para cualquier contingencia que se presente en la audiencia, para repeler cualquier ataque, y para atacar todo el tiempo, y es necesario transmitir siempre esa seguridad. La puesta en escena es fundamental porque llega un momento en que logras desconcertar y desconcentrar a la contraparte, y eso es importante porque quien pierde la concentración en un juicio, en una audiencia, está liquidado. —Lo tuyo, en tu trabajo, ¿dirías que es la estrategia y el mo- verte ajustado a ella con tu equipo, o la capacidad de reacciones veloces en la táctica? —Lo que pasa es que para ser veloz en la acción hay que tener una buena estrategia. Es decir, la táctica es la manera como se ejecuta esa es- trategia, no es un juego libre. Ahora, parte de mi estrategia, siempre, es no tener una sola estrategia. Hay que tener varias. Si no, no funciona. Pero siempre de la mano del material probatorio que haya, y en eso uno debe ser muy serio; si hay con qué defender a un cliente hay que representarlo hasta el final, si no se puede, no se puede.P ero si hay material probato- rio, por supuesto que la estrategia va a ser mucho más amplia, flexible, rica en la gama de posibilidades para resolver el problema. Ahora, lo de tener más de una estrategia es porque los procesos penales van tomando

107 cuerpo y se van reorganizando en la medida en que se desarrollan y se van readecuando. Por eso la estrategia tiene que ser lo suficientemente flexible como para acoplarse a esa realidad. —Si tu material probatorio es débil te la tenés que jugar entera a la forma en que exponés lo poco que tenés, supongo. —Por supuesto. Lo importante, siempre, es que haya un resquicio, por pequeño que sea, para defender a una persona, y por ahí yo me in- troduzco. Lo grave es cuando no hay nada para defenderle, y es entonces cuando no puede haber estrategia distinta a aquella en la cual el cliente reconozca su responsabilidad. Pero si tienes algo, un pequeño espacio para penetrar, la cuestión es empeñarte a fondo, llevar cada paso a la perfección, preparando el caso, preparando a tus testigos, estructurando la argumen- tación ante el juez, la forma en que interrogas, la actitud que hay que asumir en ese caso en particular. Las escuelas de derecho no enseñan eso al futuro abogado, pero eso es lo que hay que saber sobre el ejercicio del derecho como profesión, esas son las aptitudes que el abogado debe tener. “Tal vez eso sea consecuencia de que la mayoría de los profesores no son seleccionados por sus habilidades como litigantes, sino por su reputación como catedráticos. Hay mucha distancia entre el saber y el saber ponerlo en práctica, y esa carencia en la educación afecta notablemente la formación de los futuros abogados y, consecuentemente, el ejercicio profesional. Sería un gran avance que en las facultades de derecho hubiesen más litigantes enseñando las aptitudes básicas que deben tenerse para ser un buen defensor. Pienso que sería importante crear escuelas exclusivas para litigantes, crear un Colegio de Abogados litigantes, a fin de que los acusados puedan contar con los mejores defensores. —Regresemos al resquicio. Cuando aparece ese resquicio mínimo, y te metés, ¿avanzás a punta de qué?, ¿de mostrar lo más ricamente posible el argumento, el punto de vista, de agrandar cuidadosamente la rajita hasta volverla una ventana…? —Claro, se va construyendo todo un escenario alrededor de la ar- gumentación. La obligación del abogado es esa, precisamente, tratar de ayudar al cliente lo que más pueda con el material probatorio que hace parte de la investigación. Las armas para defender a alguien son la retórica, la palabra, la dialéctica y, obviamente, las pruebas.

108 Aquí Abelardo se explaya con el tema de la estrategia y las tácticas, estableciendo paralelos entre la guerra y el litigio. “La estrategia es el diseño, la forma como el abogado litigante y su equipo visualizan el proceso, es el diseño del plan para ejecutar una correcta defensa, mientras que la táctica es la manera como se ejecuta ese plan o defensa, los pasos que se dan para implementar la estrategia. Es como decir, en el plano militar, la disposición de los barcos, de los tanques, las tropas, la artillería y el uso de la aviación, además de la logística que va a respaldar su accionar. Lo fundamental es el diseño estratégico, y luego están los ajustes tácticos que se van haciendo al plan maestro, a la estrategia, una vez iniciadas las acciones. La determinación del cómo y del cuándo se va a atacar tiene que estar bien coordinada, con mucha antelación a la batalla, porque la mejor improvisación es la que lleva mucho tiempo estudiada y preparada. “También hay otro punto, y es que todas las decisiones de tu estra- tegia siempre deben tener en cuenta las predicciones de lo que el enemigo pueda hacer, estudiándolo cuidadosamente en su historial, sus presiones, las intenciones que haya evidenciado, y a partir de ahí previendo lo que probablemente haga una vez se inicie la acción. Ahora ¿qué le pasa a un abogado psicorígido, metódico, extremadamente cauteloso, cuando se encuentra frente a un litigante con buena estrategia y buen manejo táctico, flexibilidad en su pensamiento y disponibilidad de un buen arsenal de recursos tácticos? El metódico, al ver su rígida estrategia trastornada por un giro de sucesos inesperados, porque el otro abogado se le ha adelantado varios pasos, comenzará a vacilar, porque no sabe adaptarse con rapidez al cambio de las circunstancias. Así, cuando no hay tiempo para pensar las cosas, el abogado metódico se queda rezagado, y mientras intenta readaptarse para resolver el problema pierde terreno irremediablemente. “Es muy importante que el abogado entienda que la relación con los funcionarios judiciales, jueces, fiscales, hace parte de la táctica y opera de manera muy similar a la relación con las mujeres: hay que insistir, pedir y pedir, e ir más allá incluso, a ver qué entregan. Le pides un beso a una mujer, y si cede es posible que todo se encamine hacia algo más, e igual sucede en la relación con los jueces y los fiscales: hay que pedir, buscando siempre ir más allá, con la intención, por supuesto, de generarle el mayor

109 beneficio posible al cliente, a la persona que está encartada. Pero siem- pre, en el movimiento que se ejecute, presionando, haciendo un arreglo o preacuerdo, solicitando una práctica de prueba, el abogado debe tener la respuesta a una pregunta: ¿cuál será el resultado de esa actuación? Y luego, si no hay un arreglo y tengo que ir a juicio, ¿qué pasará? ¿Qué decidirá el juez al conocer mi material probatorio y el de la fiscalía? ¿Qué riesgos hay, por ejemplo si a mi cliente no le creen? ¿Qué hago en ese caso?”. —Entonces, cuando te sale un obstáculo inesperado, tu reac- ción va más allá de la intuición, tienes una cantidad de recursos armados. Pero si te toma de sorpresa, digamos, ¿esa reacción es intuitiva, casi de reflejos, o tratás de ganar tiempo para retirarte a analizar de nuevo? —Mi reacción es de reflejos, pero va de la mano con el criterio jurídico. Si uno tiene criterio jurídico puede entender el problema y la solución a ese problema, y puede sortear rápidamente cualquier imprevisto que se presente. Yo soy muy bueno trabajando bajo presión, entre más se pueda complicar el caso más recursivo me torno. El abogado tiene que estar siempre preparado para innovar, para adelantarse, para reaccionar de forma inesperada. Debe ser capaz de sorprender, desestabilizando a la contraparte. Y para eso debe ser un individuo con muchos recursos, iniciativa e imaginación, y cero convencionalismo. Pero también debe tener medida, y saber reconocer que el ser innovador e imaginativo te puede llevar a una salida en falso y producir errores. “El litigante es siempre quien hace los planteamientos para que la jurisprudencia y la doctrina los acoja o los rechace, es quien debe innovar sobre la aplicación de la ley, y eso lo vuelve determinante para que los jueces sienten jurisprudencia. Por eso debe cultivar esas cualidades que te mencionaba, porque el mejor litigante no es el que cuadricula sus pasos, y se mide todo el tiempo para no sobresaltar los acontecimientos. No, es el que tiene recursos, iniciativa, imaginación y un propósito fundamental que lo impulsa y le ayuda a ganar, que no es otra cosa que una concepción arraigada en lo que es realmente justo. —¿Cómo describirías esto que llamás “el criterio jurídico”? —Como uno de los elementos más importantes para ser un buen abogado, entender el problema y plantear la solución dentro del marco de la

110 ley, incluso no siendo especialista en un tema específico de cualquiera de las ramas del Derecho. Es la capacidad de definir de forma clara y meridiana la solución para un conflicto jurídico.E l criterio jurídico se produce y origina cuando se entienden a la perfección los principios generales de la ciencia del Derecho, y cuando se conoce con exactitud la forma de aplicarlos. El criterio jurídico es la posibilidad que un abogado tiene de conocer la verdad, a través de la utilización de su buen juicio o discernimiento. “El abogado no sólo debe tener criterio jurídico, también debe poseer sensibilidad social y olfato político, que son fundamentales a la hora de trabajar un proceso. Debe tener feeling para captar cuál es el momento apropiado para practicar una prueba, o cuándo es el momento oportuno para una audiencia pública. Y, fundamentalmente, debe tener mucha disciplina, tesón, empuje, agilidad mental e ingenio. Si no se tienen todas estas capacidades, el éxito le será esquivo a quien se dedica al litigio en esas circunstancias. Pero ese abogado puede servir en otras ramas de la profesión, o desempeñarse como servidor público, en el sentido amplio del término, como fiscal o como juez. Hay un libro, El sentido del tiempo en China, de François Ju- lien, donde este cuenta que los chinos no tienen un sentido del tiempo homogéneo como el nuestro, que lo vemos como un hilo, con los eventos viniendo ordenadamente uno detrás de otros. Ellos, en cambio, observan la temporalidad de las cosas, ven ciclos, épocas, períodos, ritmos, procesos. Lo cual permite observar, por ejemplo, que en 1748 Montesquieu publica De l´esprit des lois (Del espíritu de las leyes), planteando la separación de poderes legislativo, ejecutivo y judicial, hasta allí en manos del monarca. Y David Hume a su vez publica Enquiry concerning human understanding (Investigación sobre el entendimiento humano), donde aborda el empirismo y la observación como modos de trabajo y comportamiento, al tiempo que introduce el principio del escepticismo. Catorce años después, pero en el mismo ciclo, Jean Jacques Rousseau entrega a la imprenta El contrato social, planteando el acuerdo entre pueblo y Estado. Esto cuatro o cinco años antes de que James Watt patentara la máquina de vapor que generaría esa sucesión de cambios de peso pesado que daría lugar

111 a que Adam Smith reflexionara y diera a los lectores en 1776An Inquiry into the Nature and and Causes of the Wealth of Nations, su investigacion sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones, planteando las bases del liberalismo económico que aún hoy siguen dando palo. Pasarían otros trece años y estallaba la Revolución Francesa aboliendo la monarquía absoluta, el fin del poder sin límites de un hombre, el rey, en nombre de Dios, sobre bienes y personas, instalando el momento en que los ciudadanos comenzaron a ser gobernados por sus semejantes. Con la Revolución llega a su fin el sistema mercantilista con su ideología, dando nacimiento al individualismo liberal, que daría pie a Arthur Schopenhauer para escribir y publicar en 1819 El mundo como voluntad y representación (Die Welt als Wille und Vorste- llung), donde expone que el hombre es guiado por el principio del egoísmo. Como en el dominó, la reacción en cadena de los cambios a partir de un primer cambio es un comportamiento clásico en la historia. Un ciclo, un proceso, dirían los chinos. Posiblemente por eso Napoleón, quizás el hijo más escandaloso de esta cadena de cambios, afirmaba que la clave de la victoria es concentrar el fuego en un solo punto, porque apenas se abre la brecha el equilibrio se rompe, y el resto caerá con facilidad. Repaso todo esto, llego al punto final de la simpleza napoléonica, y Abelardo complementa: —En los primeros años del siglo XX un físico inglés muy joven, Paul Dirac, creía en la necesidad del rigor y a cualquier cuestión sobre la que le interrogaran contestaba sí o no. Pensaba que el lenguaje era un instrumento para expresar la verdad, y por eso temía que al extenderse abriría la posibilidad de, sin querer, mentir. Esto para decirte que quizás en aquellos tiempos napoleónicos el concentrarse en un solo punto y esperar que el resto caiga era lo indicado, pero cada tiempo marca nuevas realidades, y hoy, a la velocidad en que se mueven las cosas, quien no se prepare con todos los fierros, incluidos aquellos que no llegará a usar, para poder golpear en los diferentes lugares donde va tocando, está muerto antes de pelear. ¿Sabes?, lo único que creo permanece como un concepto inalterable, es esa observación de que no nos bañamos dos veces en el

112 mismo río, a la que Heráclito agregaba que lo único que no cambia es la manera como las cosas cambian. A eso le llamaba el “logos”. Antes de este logos, el concepto que predominaba era el mito. Pero Heráclito mostró que todas las cosas del universo están en proceso de cambio, y que tanto cambian que no existe nada de lo que se pueda decir que sea absolutamente lo real. El derecho está incluido allí, los tiempos han cambiado y las leyes también. Hoy los litigantes tenemos muchos más retos que hace muchos años. Le pregunto si le gusta la docencia universitaria, y me cuenta “he sido profesor en varias oportunidades, y en muchas más he sido conferencista, y me gusta, mucho. Lo que pasa es que el tiempo no me lo permite, pero espero, cuando tenga un poco más de sosiego y menos clientes, volver a la academia. Por eso monté el Congreso Internacional de Derecho Penal, porque siento la obligación moral de contribuir a que se desarrolle mejor la enseñanza de esta profesión. Para mí, el futuro ideal podría estar en vivir en una ciudad como Barranquilla, y ser rector de la Universidad del Norte, por ejemplo. Y podrían no pagarme, y me seguiría pareciendo perfecto. Yo me veo al final de mi vida en el mundo académico o en el periodístico, ciento por ciento, porque son universos que me apasionan. La cátedra me parece un espacio ideal para consolidar una carrera profesional, y para acrecentar los conocimientos. Porque la cátedra universitaria es un aprendizaje constante. A mí me ha encantado siempre el mundo académico, por eso hice este Congreso, un congreso práctico de derecho penal, porque en Colombia es costumbre hacer congresos en donde unos “eruditos” se sientan a hablar, a pontificar, y eso no le enseña nada al estudiante. Insisto, el gran problema de la universidad es que aprendes muy poco de lo que te va a servir realmente en el ejercicio. Tú aprendes derecho de verdad el día que ejerces, en la baranda, con los términos, con los afanes que implica un proceso penal. “Yo creo que es responsabilidad de alguien que ha alcanzado una posición importante ejerciendo la profesión, contribuir a la formación de los que vendrán después. Es algo que, para mí, es intrínseco a esa tradición institucional basada en el derecho que construyó la República Romana entre el año 509 y el 27 a.C., que se basó en el interés colectivo como bien supremo. En las universidades te enseñan una cosa que podría de-

113 nominarse como cultura general jurídica, por eso hice este Congreso, que repetiré cada año. Por mi amor al mundo académico y por la necesidad que veo de imprimirle pragmatismo al ejercicio de la profesión, lo que además va muy de la mano con el nuevo Sistema Penal Acusatorio, que acabó con la dogmática y la especulación, que viene siendo lo mismo, y con los discursos de tribuna. Y obligó al abogado a entender y a manejar las pruebas y la técnica. “Quien no conoce la técnica está liquidado, por eso muchos abogados de la vieja guardia se han retirado, porque se acostumbraron a hablar paja en los tribunales, a echar unos discursos floridos, que no tienen nada que ver con el proceso… Mi idea es cada año traer a los más grandes abogados penalistas del mundo, así como este primer año participaron Vergès y Frank Rubino, el defensor del general Noriega, de Vladimiro Montesinos, de los agentes libios acusados de colocar la bomba en el famoso vuelo 103 de Pan Am que explotó sobre Lockerbie, en Escocia. Y también estuvo el abogado defensor de decenas de casos del crimen organizado y la mafia en Italia, Alessandro Maria Tirrelli, todos abogados litigantes que sí han sacado gente de la cárcel, que saben cómo y pueden enseñarlo. Porque el buen abogado no es el tratadista, el profesor, el que se limita a escribir libros, no, el buen abogado litigante se mide por la gente que ha sacado de la cárcel. Yo pertenezco a la clase de los prácticos, de los que hacen el trabajo que les corresponde y lo hacen mejor en cada caso nuevo que se les presenta. Esa visión práctica y lógica del derecho es la que he tratado de enseñar en las clases y en las conferencias que he dictado. —¿Por qué elegiste a estos penalistas en particular para tu Congreso? —Siento una gran admiración por ellos. Y en especial por Jacques Vergès, quien me parece un ícono del derecho penal, un hombre compro- metido con la profesión. Y como coincidía este propósito del Congreso, con nuestro otro tema de la demanda por el derrame de petróleo, todo encajó perfecto. Un místico del Derecho, me parece el maestro Vergès. Y pienso que es maravilloso que a su edad siga ejerciendo y dando la pelea. Tiene un par de cojones que no los tiene nadie. Y, como en más de una ocasión lo hemos hablado, hay dos cosas que yo respeto por sobre cualquier otra: la inteligencia y el valor.

114 El último gran exponente colombiano de la generación de los memoriales devastadores es Antonio José Cancino, apabullan- te orador reconocido por unos como “el mejor abogado penalista colombiano del siglo XX”, así como por otros como “el último de los abogados humanistas” colombianos. Su carácter incendiario fue temido por años en los juzgados, y hasta le costó un tremendo atentado en el que le dispararon 215 proyectiles, y que lo dejó fuera de combate un tiempo. Apoderado en algunos de los casos más polémicos de las últimas décadas, como la defensa de Ro- drigo Lara Bonilla, la acusación a Alberto Santofimio y, la más conocida, la defensa del Presidente Ernesto Samper durante el proceso 8.000, Cancino fue homenajeado en este Congreso. Las palabras de Abelardo para explicar el homenaje: “Cancino fue un hombre absolutamente brillante en el ejercicio de su profesión, aguerrido, valiente, un guerrero del carajo, un varón completo, inteligentísimo, un hombre superior. Por eso se merecía este homenaje”. Así como en general se entiende por defensa la protección, el amparo, y en biología en particular, el conjunto de mecanismos con el que los organismos se protegen de determinados agentes físico-químicos y biológicos dañinos, en derecho “defensa” es el conjunto de razones alegadas en un juicio, o, dicho de otra for- ma, la exposición de los argumentos jurídicos que el defendido y su abogado oponen a la acusación. Y aquí la forma, esto es esa exposición, es frecuentemente más importante que el fondo. Por eso destacan tanto los abogados con fuerte presencia escénica, y gran poder de convicción. Como Cancino, y como aquel abogado y político que fue Gaitán. “Gaitán fue un gran abogado, quienes le conocieron hablan de eso. Pero pienso que no fue tan buen político, que debió haberse quedado ejerciendo como defensor, pero en esa época los mejores penalistas eran los más exitosos políticos. La profesión del Derecho, históricamente ha tenido una relación muy estrecha con el poder, pero resulta fatal confundir y fusionar los dos roles”, opina Abelardo sobre Jorge Eliécer Gaitán. Y es que otra característica que define a este monteriano es su placer por transitar en contravía con las opiniones establecidas.

115 En Colombia nadie cuestiona la imagen del Gaitán político, el caudillo, porque es una especie de memoria sagrada que no será sujeto de revisión histórica porque sí. Jorge Eliécer Gaitán, que cultivó su oratoria a la sombra de una época de grandes oradores, y que se apropió tan bien de ese arte, al punto de con su palabra lograr polarizar la sociedad entre ricos y pobres (País Político y País Nacional, en su discur- so), cometió el pecado de enfrentar el statu quo de la rancia y ultraconservadora sociedad colombiana de entonces. Ese fue el error por el que le asesinaron, en ese estilo de juicio a la brava que suelen hacer quienes detentan el poder y quieren cortar las cosas de raíz. Pocos hoy en día ponen en duda que alguna parte de esa sociedad fue quien pagó las balas que salieron del revólver barato que empuñaba el ingenuo Roa. De alguna ma- nera Gaitán sobreestimó el significado del apoyo popular que tenía, así como subestimó la capacidad de maldad del poder de entonces. Pero nadie pone en duda que fue un caudillo, ague- rrido, temerario, un guerrero solitario. O casi nadie, porque ahí está De La Espriella. Un ego sólido, potente, como parecería requerir un litigante de primer nivel, Abelardo es un abogado que proyecta tanta confianza en sí mismo como el más sereno guerrero samurai. Y lo mismo puede observarse si se repasa la actitud tanto como los anteceden- tes de Vergès. Pensando en el espíritu didáctico del libro, decido seguir reconstruyendo la génesis del actual personaje Abelardo, y le pregunto si el guerrero ese, ¿nace en el niño o se hace? —Es de toda la vida. Yo fui un niño sin miedo, ahora soy un hombre sin miedo. Creo que el no tener miedo te hace libre, en la medida en que puedes afrontar cualquier cosa que ocurra. Yo a lo único que le tengo miedo es a tener miedo, de resto no le tengo miedo a nada. He entendido siempre que la vida y el trabajo traen unas consecuencias que hay que asumir con valor, honor y dignidad. —¿Qué es el miedo? —El miedo es el complejo de la voluntad. El obstáculo que impide que las personas hagan lo que quieren y desean. El miedo es la talanquera

116 que detiene a los espíritus libres. La nuestra es una sociedad apocalíptica y asustada por todo. —Por lo que pueda pasar. —Sí, por lo que pueda pasar, y también por lo que deje de pasar. La gente le tiene miedo a todo, y nadie puede vivir tranquilamente así. Cuando se conoce el camino hacia la muerte, el miedo desaparece. No se trata de estrellarse a puños con el mundo, la idea es mantener una postura firme y hacer valer las ideas y los principios que estructuran el pensamiento y el talante de un hombre. —¿Te has dado puño, con guantes y eso? —Muchas veces. Yo entrenaba, soy muy amigo del Happy Lora, cuando estábamos peladitos entrenábamos con el Happy, corríamos con él. Fui tirador de muñeca, peso ligero con cintura, y mira las vueltas que da la vida, ahora soy un boxeador, pero del Derecho. Todavía se recordaban con nostalgia los enormes triunfos del Kid Pambelé, el palenquero de hierro que noqueaba a sus contrin- cantes con elegancia, cuando llegó el Happy con su boxeo alegre a reventar pantallas. Monteriano de pura cepa, de bigote cordobés y sombrero vueltiao, el Happy se hizo famoso por la rapidez y su quiebre de cintura. Evitaba el infighting con su cadera y los contrin- cantes, mandando trompadas al vacío, parecían comediantes que no atinaban un golpe, porque el Happy planeaba con su torso de lado a lado. Si antes los muchachos preferían el encuentro directo, influenciados por elP ambe, desde que aparece Happy comienza una era de trompadas más inteligente. No dejarse pegar era la primera consigna del Happy. Colombia en guerra permanente, país productor de tristezas al por mayor, siempre ha necesitado héroes que hagan olvidar. Y si los televidentes se volcaban eufóricos a las pantallas triunfales del Happy, los niños de Montería eran los privilegiados que podían verlo en las calles, caminando por ahí con su bacanería. El Happy Lora no sólo se hizo campeón mundial en el 85 sino que defendió en siete ocasiones su título en cuestión de tres años. Era realmente alegre, y por eso le apodaron así de chico.

117 Miguel sólo desplegaba simpatía en medio de una época donde reinaba el box, con Rocky en los cines, y de fútbol ni se hablaba, porque los equipos nacionales eran malos con ganas. Y menos se hablaba en la Costa, que siempre ha tenido tradición beisbolera y boxística. Quizá por eso Abelardo detesta el fútbol, nunca ha ido a un estadio a ver un partido y le importa un rábano lo que suceda en un mundial. —Eso es lo peor que hay para mí. Tampoco me gusta el tenis, y menos el golf, deportes que no saben jugar muy bien en Colombia pero con los que se identifican muchos por puro esnobismo. Los únicos de- portes que he practicado toda mi vida son la caza, la pesca y el boxeo, porque me gusta la confrontación, el peligro y la técnica de saber esperar el momento indicado. Aunque no le gustara el fútbol, Abelardo fue el dueño del balón en el barrio. Era el intelectual que escribía en el periódico del colegio, el que se enfrentaba a la dictadura del profesorado, el que defendía el honor de sus amigos, el que andaba armado y era intocable, y además, era el pelado que ganaba más plata en el colegio. Y en aquellos días comenzó a desarrollarse su talento por la actuación, que luego llevaría exitosamente a los tribunales. Me cuenta: —Fui actor en el grupo de teatro del colegio a los seis, siete años. Hacíamos de todo un poco, teatro costumbrista escrito por gente de la región, dramaturgia internacional, y también actuábamos los guiones que yo mismo escribía. Pero mis guiones eran costosos, porque definían escenografías y requerimientos que no se podían implementar. —¿Quién dirigía los montajes? —En el grupo siempre dirigí, y eso que los actores eran gente mayor que yo. El teatro para mí ha sido un espacio mágico. Fíjate que siendo un amante del cine, tanto como de las artes plásticas, lo que más me gusta es el teatro. Y en alguna medida lo vivo en cada juicio, con la puesta en escena. Las audiencias públicas son una forma de representación teatral. En esto la puesta en escena es fundamental, aunque conozco abogados que son un desastre en ello.

118 Para redondear su lista de éxitos infantiles, Abelardo se con- virtió en estrella de la radio local y, tiempo después, en ídolo juvenil de la televisión, al llevar su programa radial a Telecaribe, el canal de televisión regional de la costa Caribe colombiana. “Gracias al programa de radio y televisión, yo era una celebridad infan- til, principalmente porque salía en televisión, y salir en televisión era el sueño de todos”, rememora. Su protagonismo mediático lo explotó muy bien. Tenía dos kioskos propios, con los que hacía negocios en el barrio mientras brillaba en la radio y la televisión. Abelardito De La Espriella era una vedette infantil. Un niño orquesta sinuano. Y alrededor de su fama los kioskos adquirieron cierto prestigio y se volvieron un centro de reunión de la gente joven. —¿Ese programa de radio a qué edad fue? —A los diez años, en La Voz de Montería. Yo era muy inquieto, era el presentador de todos los eventos del colegio, estaba en los scouts, quería hacer televisión, quería hacer cincuenta mil cosas al tiempo, al igual que ahora. —¿Cómo era tu programa? —Un magazín, hecho con cinco niños más a quienes yo escogí, dos amigos y tres amigas. La cortinilla que utilizábamos era de los New Kids on the Block, Steps by Steps, esa época no se me olvida. El programa iba de 10:30 a 11:30, y pagábamos 25.000 pesos mensuales por el espacio, un dinero que yo multiplicaba con patrocinios. Recogía cerca de 100.000 pesos, o sea que nos quedaban 75 y nos los repartíamos entre los cinco y la gente que colaboraba. Teníamos tema del día, chismes de farándula, contábamos historias. La mayoría de información que difundíamos la obteníamos de revistas nacionales e internacionales, y cada uno tenía una sección, hacíamos entrevistas, la gente llamaba al aire, pedía canciones… Era una cosa bien interesante, por ser un grupo de niños, y creo que fue el primer experimento de ese tipo que se hizo en Colombia. “Y estando en la radio, nos llamaron de Telecaribe para que hiciéra- mos el mismo programa, pero en televisión. Éramos considerados unas estrellas, nos tenían carro y chofer, nos sacaban por todas partes, dábamos

119 autógrafos y nos llamaban para ser jurados de eventos de todo tipo... Yo era jurado de los reinados, me conocía con todo el mundo. Cuando llegaba el presidente de ese entonces, que era César Gaviria, había un espacio reservado para que yo lo entrevistara, y me daban prelación frente a cualquier periodista, porque era sensacional y completamente diferente que un niño de mi edad entrevistara al Presidente de la República. Cual- quier personalidad que llegaba a Montería era entrevistada por mí. Fue por todo aquello que me acostumbré desde muy pequeño a los medios de comunicación y desde ese entonces, para mí, estar frente a una cámara, a un micrófono, es como estar en el patio de mi casa, es mi hábitat natural. —En eso le llevás ventaja a otros abogados. —Sí, claro. Sufro cuando veo a otros abogados dando entrevistas. Con algunas excepciones, como Jaime Lombana, la mayoría de mis colegas no tienen la aptitud adecuada para dirigirse a los medios de comunicación, se ven inseguros, miran hacia arriba, miran hacia abajo, o al entrevistador, o a un costado. Un desastre total. A mí se me hace muy fácil porque siempre estuve en ese mundo, desde muy temprano. En la vida muchas cosas se me han hecho sencillas porque fui muy precoz, porque quería estar bien despierto cuando todos los demás seguían dormidos. Abelardo es dueño de una memoria prodigiosa y recuerda con exactitud el día en que lo llevaron al kinder. Rememora esa sensación de desconcierto, cuando sus padres se despidieron y quedó solo entre un grupo de niños igual de desconcertados, en un salón con figurines de Plaza Sésamo y una pizarra negra. Lloró y pataleó, pero no hubo vuelta atrás. El sentimiento de permanecer allí para siempre, de flotar en un lugar ajeno, bajo la mirada de una madre sustituta a la que debía obedecer, es uno de sus recuerdos más lejanos y siente que nunca podrá borrarlo de su memoria. Así como no puede borrar otras marcas, como su temprana compulsión por conocer, por controlar lo que le permitiera enterarse de lo que no sabía y quería saber. —Yo empecé a leer desde los tres años. Además, como no me dejaban jugar en el agua lluvia porque era asmático, leía y leía. Eso fue bueno para mi vocación de lector empedernido, pero al tiempo fue un gran trauma, no poderme bañar en los aguaceros. Mientras todos mis amigos estaban

120 en la calle, divirtiéndose de lo lindo, yo me tenía que quedar en la casa. Pero aprovechaba el tiempo para leer… —¿Aún sós asmático o ya se te pasó? —El asma me la curó por completo el doctor Ramón De Zubiría. Tuve la enfermedad desde que nací, mi madre es asmática, mi abuelo era asmático… Lo que uno suele heredar, por lo general, es eso: las cosas malas, el juanete, la verruga peluda, la presión alta… En vez de heredar pato- logías sería bueno recibir un CDT de cien millones de dólares… (risa) Su abuela Carlina, que veló por él en algunos de aquellos años, habla de la “asfixia”, como ella llama a eso que le daba al niño, dejándome en claro que nunca fue un niño enfermizo. Todo lo contrario. Cuando Abelardo tenía cinco o seis años y le daba la “asfixia” y alguien se la montaba, una vez su salud se restablecía lo perseguía para cobrar por sus propios medios. Todavía recuerdan en su casa la vez que le clavó en una mano al tío Germán las agujas con que tejía la abuela, pero ninguno está seguro de cuál fue el motivo que llevó al mozalbete a vengarse de esta forma. Seguro el tío se la montó por cualquier cosa y en la primera oportunidad en que lo vio descuidado, arremetió con ira. “Se las clavé y salí corriendo, y como ya intuía algunos principios probatorios, enseguida boté el arma del crimen entre unas matas, borrando cualquier rastro o evidencia”, ríe recordando. —Cuando eras chiquito, el niñito Abelardo, ¿qué onda? —Era muy travieso, bastante rebelde en la calle, pero en la casa era todo lo contrario, muy respetuoso con mis padres. En la calle era una especie de Tom Sawyer, me metía en todos los charcos, cazaba todos los animales, hasta culebras. Bastante temperamental por cierto, además fui el líder de mi grupo de amigos, aun cuando era el más pequeño en estatura. Siempre fui el líder, porque yo era al que se le ocurrían las cosas divertidas. —¿Cómo cazabas las culebras? —Nos íbamos con los amigos al monte, con los perros, pillábamos la culebra y con un palo, con una horqueta encima, la agarraba por la cabeza, se la cortaba con una navaja que tenía, y salía con mi trofeo. Tenía diez años. Pero es que uno fue criado en ese ambiente, la finca,

121 el contacto con la naturaleza. En cambio a los niños de Bogotá les da miedo hasta una gallina. Nosotros queríamos quitarle los pollitos a la gallina sin que la gallina nos picara, fíjate tú cómo era la dinámica, una cosa completamente diferente. Por eso yo me quiero ir de Bogotá y criar a mis hijos allá en la Costa. La provincia te hace diferente, eso marca para toda la vida. Cuentan, quienes conocieron a Abelardo en esos días del colegio La Salle de Montería, que era un enfant terrible, un es- tudiante burlón, que polemizaba en las clases, y que salvaba el año con las chanzas que a cada rato brotaban de su cubilete. Le encantaba molestar, lo que, obviamente, para sus profesores re- sultaba un martirio. En una clase de trigonometría interrumpió la exposición de los polígonos invertidos dando gritos. De su boca salía una baba espumosa, semejante al vómito de Madame Bovary. Todos lo vieron caer al piso y contonearse unos minutos, antes de estallar en una carcajada. Sus ataques de epilepsia eran tan bien interpretados que uno de sus profesores comentó alguna vez que Abelardo De La Espriella debía dedicarse a actor y no a otra vaina. Pero Germán Jaramillo, rector del colegio La Salle en esos días, no estaba tan seguro acerca de cuál sería el futuro de ese pupilo díscolo. Tampoco hubiese apostado a que sería millonario y famoso. Según cuentan, cuando el rector le entrego el diploma de grado como bachiller, solo le dijo: “Por fin se larga de aquí”. Sus pilatunas fueron históricas. Un día, en recreo, desparramó por el salón de clases un bulto de mierda de burro que entró a escondidas. Otro día le clavó un lápiz en la nalga a un compa- ñero más grande que lo molestaba. Y pronto apareció su veta contestataria, su lado izquierdo: “Le sacaba pasquines a los curas del La Salle, denunciando que se robaban el billete. Les dejaba cartas amenazantes debajo de las puertas para que hicieran esto o aquello que no hacían, echaba matasuegras en el baño”. ¿Cómo era Abelardo de niño?, le pregunto a su abuela y responde con una palabra: ¡Necio! A la abuela Carla, que ha fu- mado toda la vida, Abelardo le ponía adentro de los cigarrillos cabezas de fósforo que pacientemente desprendía de los palitos,

122 para lograr el efecto, que aún disfruta cuando recuerda: “Ella los encendía y explotaban, y se quejaba porque creía que eran Marlboros de contrabando”. —Tu vocación de comerciante en la infancia ¿de dónde salió? —Yo fui un niño muy inquieto, muy trabajador, y siempre me gustó ganarme mi propia plata. Creo que esa es una vocación que heredé de mi madre, que es una mujer muy activa, muy trabajadora, incansable. Y en lo primero que se plasmó, digamos de forma bien visible, fue en los kioskos. Frente a nuestra casa, en Montería, había un lote vacío, de un amigo de mi padre, que me lo prestaron, lo mandé a limpiar, lo mandé arreglar, y conseguí con otro amigo de mi padre, que era el gerente de Postobón, esos dos kiosquitos de los que te he hablado. Los muebles se los fié a otro amigo de la familia.E so fue cuando tenía como nueve años. Abelardo De La Espriella, a diferencia de otros niños, se interesaba por la rentabilidad de lo que hacía, incluido el juego, del mismo modo en que se interesaba por los temas de la ciencia y por los mundos de la fantasía. A los cinco años le regalaron El Señor de los Anillos, de Tolkien, y lo leyó “de un tirón, en cuatro o cinco días”. Según comentan sus familiares, un año antes, a los cuatro, se sabía de memoria los discursos de Galán, porque su padre militaba en el galanismo. Cuando estaba la familia reunida, lo subían a un taburete y el pequeño declamaba a todo pulmón: “¡Ni un paso atrás, siempre adelante!”. Pero ninguna de sus habili- dades se compara con la que manifestaba en los negocios. —Uno de los dos kioscos que monté era para venta de comida rá- pida, y el otro era una tienda, donde vendíamos aceite y todas las cosas para las labores del hogar. Tenía una persona en cada una de las tiendas, y yo las controlaba, y si tenía que estudiar me sentaba allá, a verificar todo, y ahí estudiaba. Además de eso hacía rifas, y vendía maracuyá y otras legumbres y frutas que cultivaba mi abuela en su finca y me deja- ba coger. Yo arreglaba con alguien que tuviera un camión y recogía eso, llegaba a donde un comprador en el mercado de Montería y le vendía. Y también organizaba fiestas. Me la pasaba todo el día viendo la manera de hacer plata. En esa época, tenía diez, once años, a mí me quedaban libres, semanales, más de cien mil pesos. Y con eso, hace 20 años, yo era

123 el dueño del barrio. Y todo solo. Mis padres me ayudaban solamente a hablar con sus amigos, por ejemplo para que me fiaran los muebles, las sillas Rimac, y yo pagaba mensual una cuota. A los 3 meses las pagué completas porque me fue muy bien en el negocio. “Mientras todos los niños tenían que pedirles dinero a sus padres, yo tenía toda la plata que quería y la mandaba a cambiar por billetes de mil, para que se viera el fajo más grande. Luego puse un muchacho para que hiciera los domicilios, y empecé a vender perros calientes, hamburguesas y las cosas de la tienda. También vendía trago, de contrabando, lo camuflaba, porque obviamente no tenía permiso para vender trago, pero tenía clientes: todas las noches iba al negocio un señor a comprarme media botella de aguardiente, no se me olvida, se me quedó fijado…, debía ser alcohólico. A esa edad fue que comencé a preguntarme por qué un hombre tomaba licor todos los días, y a pensar, de alguna forma, en el drama humano. “Unos años después tuve restaurante en Cartagena, se llamaba Luna Azul, frente al hotel Capilla del Mar, en sociedad con Wadi Cure, un médico especializado en bioenergética que ya murió, una persona que marcó mi vida, una de esas personas con magia. En un local adyacente al negocio, Wadi tenía su consultorio y atendía cien personas al día, gente que venía desde todos los parajes de Colombia. Wadi era mi hermano, y un médico sin igual. El restaurante Luna Azul ofrecía comida alternativa, pizzas y pastas vegetarianas, algo que no había hasta entonces en Cartagena, y resultó un éxito. Fue en esos días que Wadi Cure convenció a Abelardo de convertirse en macrobiótico, dejar de alimentarse con carne, cambiar la dieta a una que incluía frutas, verduras, mariscos y pescado. “Ese restaurante fue una experiencia muy bonita, pero tuvimos problemas con los vecinos, que nos estaban robando la luz. Entonces fui y me di puño con ellos, y acabé denunciado en Cartagena por lesiones per- sonales, yo, el empresario naturista (risa). Y eso me trajo unos chicharrones salvajes, casi me llevan a juicio. Pero es que los atropellos, las injusticias y la mala fe no me cuadran en lo absoluto, así que los enfrento sin ningún miedo. En esa época incluso a los golpes. Ahora ya no tanto, ya estoy un poco más calmado, pero fui peleonero, armador de bochinche y gallo fino”.

124 5 El abogado del mayor escándalo: D. M. G.

En Barranquilla una anciana desocupada y alegre que vive de ser viuda y practica el cotorreo y la desfachatez, me dice que del joven abogado, al que lee cada domingo en El Heraldo, le impresiona cómo nunca se derrumba ante las nubes de periodistas con ganas de comérselo vivo, o como mínimo de que dé el menor traspiés para caerle encima y destrozarlo frente a cámaras. “Por el contrario, ese muchacho habla de lo más bien, tiene elegancia, mira a cada una de las hienas sonriendo y siempre muestra valor”. La anciana evoca, como al descuido de su memoria, las no- torias defensas de Gaitán y su capacidad de estar siempre en el centro del problema más caliente de la realidad nacional. Un abogado que cuando no estaba en el centro del problema se las ingeniaba para que el problema que atendía ocupara los primeros puestos del rating radial de entonces, recuerda la señora, y agrega “Gaitán era un dandy y un guerrero, y la gente se apretujaba frente a los radios para escucharlo, igual que a este muchacho”. Si Gaitán fue por años el abogado colombiano que más radio tuvo, posiblemente De La Espriella sea el que más pantalla ha tenido en la televisión nacional de los últimos años. No nece- sariamente porque busque la cámara, sino porque es parte de casos, y hace cosas durante su participación en esos casos, que provocan que las cámaras y los micrófonos lo busquen a él. Es una convicción en las redacciones: si hay una chiva en un tema

125 del que participa, esa chiva tiene que ver con De La Espriella. Y esta vez el tema se presentaba enorme como un mar. El abogado estaba de nuevo protagonizando bajo los focos de la más alta temperatura mediática, en el ojo del huracán, pilo- teando un velero sin angustia. El caso de David Murcia Guzmán era un escándalo público desde que la prensa y el gobierno co- menzaron a hacerse preguntas sobre los enormes movimientos de dinero de la comercializadora DMG, que estaba presente en 27 ciudades del país y en otras de Panamá, Venezuela, Ecuador, y cuyos ingresos anuales la ubicaban entre las 500 empresas más grandes de la economía colombiana. Las noticias de los medios hablaban de esta empresa haciéndole eco a los rumores en su contra, y a medida que avanzaba su participación en el mercado los competidores directos o indirectos multiplicaban sus ataques mediáticos y legales. Abelardo había sido contratado para ponerse al frente de la defensa de su fundador, David Murcia Guzmán, quien declaraba en los medios que se le perseguía por ser un hombre de extrac- ción humilde, que su actividad era absolutamente legal y que las denuncias en torno a sus negocios no eran otra cosa que una persecución del sector financiero ante su vertiginosa prosperidad. La empresa funcionaba así: las personas adquirían una tarjeta para compras prepagadas por un valor equis, cien mil, un millón, diez millones de pesos, y con esa tarjeta podían adquirir los más diversos bienes, desde el mercado semanal para el hogar hasta televisores, neveras, teléfonos móviles, pasajes aéreos, automóviles, camiones... Por cada tarjeta comprada la persona recibía puntos que se le cargaban en otra tarjeta, y esos puntos se convertían en dinero efectivo después de seis meses. Traducido a hechos, esto significaba que DMG, en términos generales, devolvía al comprador más del 50 por ciento del costo de las compras realizadas. ¿Cómo era posible que una empresa retornara a sus clientes la mayor parte de sus utilidades? Esto era un escándalo en un escenario donde usualmente quien necesitaba comprar era objeto de explotación a manos de una cultura comercial y financiera que busca la mayor

126 rentabilidad, y donde la sensibilidad social sólo es atendida por las campañas de publicidad que se pautan en los medios para reforzar la imagen institucional de las empresas. Ante la fuerza que paralelamente tomaban DMG y las intrigas sobre su actividad, el gobierno formó un grupo de trabajo para investigarla desde todos los ángulos posibles, conformado por la Fiscalía, la Dijín, el DAS, las superintendencias Financieras y de Sociedades, la DIAN, la Unidad de Investigación y Análisis Finan- ciero, el Ministerio de Hacienda… El equipo investigó durante dos años y, como afirma Abelardo y evidenciaron los hechos “no encontraron nada que relacionara las actividades comerciales de DMG con el lavado de activos provenientes del narcotráfico”. Presionado por la Superintendencia de Sociedades y los me- dios de comunicación para que revelara cuál era la fórmula para poder operar como lo hacía, esto es para devolverle a sus clientes la mayor parte de las utilidades realizadas en la operación, y bajo esa sospecha de estar lavando dinero del narcotráfico, Murcia se negaba a contar su secreto, argumentando que hacerlo era debilitarse ante el sistema financiero en general, que sería como hacer pública la fórmula de la Coca-Cola. En medio de la tensión en aumento por el forcejeo, y mientras continuaba creciendo y creciendo la multitud de clientes que abandonaban a los proveedores tradicionales de bienes y servicios para pasar a ser parte de “la familia DMG”, el periodista Daniel Coronell organizó un debate en televisión sobre el caso. Visto el cartel de contendores por quien no estuviera bien informado sobre el joven abogado, el programa se presentaba como una masacre, ya que De La Espriella enfrentaría allí a un peso pesado del derecho, Fernando Navas Talero, el curtido re- presentante a la Cámara por el Polo Democrático Alternativo, la izquierda con la bancada más beligerante de oposición al gobierno en el Congreso. La realidad fue todo lo contrario. Confiado en su capacidad y nutrido de los prejuicios que pululaban en los medios sobre la comercializadora DMG, Navas se presentó al debate sin haber preparado el tema. Y Abelardo

127 no perdonó. “Se suponía que él era un ícono del Derecho, director de consultorio jurídico y no sé qué más, y quizás por eso se confió”, evoca el triunfador del debate y explica “Navas cometió un error imperdonable: no se preparó. Improvisó todo el tiempo al aire, sin puntos de apoyo rea- les, sin ser consciente de que la mejor improvisación es la que se hace por lo menos con veinte días de anticipación. Supongo que este señor habrá pensado que yo era un jovencito, que no tenía mayor peso, y cuando se dio cuenta en la que estaba metido… ya era tarde para remontar el error. Eso lo descompuso, porque yo sí había trabajado el tema, cada argumento mío estaba profundamente sustentado, mientras que en muchos momentos él no sabía de lo que hablaba. Y como yo se lo hacía notar, se molestaba. Con mi seguridad lo saqué de su molde, lo desconcentré, se fue irritando y en las pausas comerciales me increpaba. Y para empeorar las cosas, yo no le prestaba atención. Así se fue tornando candente el debate, y tuvimos un cruce de palabras ásperas al final, porque el viejo no aceptaba que lo hubiese derrotado. Él llegó con un gran cartel como abogado, pero a mí me parece que quizás en el pasado habrá sido importante como jurista, pero hoy es más político que abogado, y por eso se cayó en el debate”. “Por supuesto que haber derrotado a una vaca sagrada como él, que se suponía era un gurú del Derecho, me llenó de satisfacción. Pero fíjate que su error, esa falta de preparación con la que llegó, no es solo de él, aquí hay muchos que se duermen en lo que alguna vez alcanzaron. Por ejemplo, a mí me impresiona, y hasta me sobrecoge, la falta de preparación de algunos reconocidos abogados y fiscales en las audiencias”. La comercializadora DMG fue lo que llegó a ser porque, proponiendo un trato muy diferente para la gente del común, intervino en territorios donde esta gente se sentía abusada. Por ejemplo, abusada por los costos excesivos de todos los servicios del gran sistema financiero, abusada porque este sistema le pagaba intereses miserables por su dinero, y cuando ellos necesitaban crédito se lo cobraba a precio de usurero. Habitada por estos sentimientos la gente retiraba sus depósitos de los bancos, vaciaba sus cuentas de ahorro, y compraba tarjetas prepago en DMG, donde además de acceder en condiciones muy favorables a los bienes que necesitaba, a cambio de su compromiso de difundir

128 las ventajas del sistema recibía puntos que se traducían luego en una rentabilidad que jamás había imaginado poder recibir. Murcia Guzmán, el fundador de DMG, era muy joven, había nacido en 1980, en Ubaté, un municipio de tradición lechera en el departamento de Cundinamarca, y siendo aún muy pequeño su familia debió migrar a Cúcuta en busca de fortuna, y de allí a otro lugar, y a otro y a otro más. Su sensibilidad venía de esa, que es la historia de la pobreza en el país. Pero su talento para crear un sistema como el que creó e hizo crecer, era algo difícil de creer para quienes no tienen memoria, por lo que hicieron carrera decenas de versiones atribuyendo el diseño de la operación a un ex director de la Dirección de Impuestos Nacionales, o a otros genios de aquí o del exterior. Al margen de esas especulaciones, los que tienen memoria reconocen en DMG conexiones con otros procesos exitosos que se dieron en diferentes momentos en el país. Un país con larga tradición de luchas entre el sistema financiero establecido, el oficial“ ”, y los recién llegados que ofrecen mucho más y hacen carrera hasta que el sistema los detiene, o se caen por un error de menor o mayor magnitud. En aquel año de 1980 en que nació Murcia Guzmán, el hombre más rico del país era un bogotano llamado Jaime Mi- chelsen Uribe, que provenía de una familia emparentada con los más altos círculos del poder. Ernesto Michelsen, su abuelo, había controlado con éxito las riendas de la banca nacional y al igual que su tío, Roberto Michelsen Lombana, ocupó por varios lustros la gerencia del Banco de Colombia, en ese entonces la entidad financiera privada de mayor cobertura en el país. Su padre, Er- nesto Michelsen Mantilla, a su vez, había sido director del Banco Central Hipotecario. A temprana edad, Jaime Michelsen Uribe comenzó a internarse en el mundo financiero, y a los 23 años, recién graduado de abogado, ingresó a la Compañía Nacional de Seguros, de la que llegó a ser subgerente para salir luego a crear su propia empresa, Grancolombiana de Crédito S. A., con la que puso las bases del entramado empresarial que se denominaría Grupo Grancolombiano.

129 En menos de veinte años este grupo llegó a cobijar más de cien sociedades que operaban de manera unificada: constructoras, empresas de servicios, fundaciones sin ánimo de lucro y empresas industriales. El Grupo creció de tal forma que adquirió gran parte de las acciones, y con ellas el control, del Banco de Colombia. Modernizó los servicios financieros que el banco ofrecía a sus clientes, innovó en muchos sectores, y Michelsen Uribe, con una corona de laureles en su sien y ante el resentimiento de los banqueros tradicionales y gran parte del empresariado patrio, se coronó emperador del sistema financiero nacional. Y una vez construido el nuevo escenario, el Grupo comenzó a apoderarse de pequeñas y medianas empresas a las que daba crédito, abriendo a través de esto la puerta para controlarlas una vez endeudadas. En ese 1980 que vio nacer a Murcia, el Grupo libraba la batalla por apoderarse de una de las más antiguas y tradicionales empresas del país, la Compañía Nacional de Chocolates, fundada en Medellín a comienzos de siglo. Esta había logrado consolidarse gracias a una política de democratización de sus acciones: trabajadores, obreros y operarios poseían en total unas cuatro mil acciones, y ninguno tenía más del diez por ciento, lo cual permitía un equilibrio entre los propietarios. Maniobrando sigilosamente entre viudas y herederos de acciones, Michelsen logró hacerse con buena parte de ellas, y así se acercó rápidamente a la posibilidad de tomar el control de la compañía. Ante esta situación los empresarios paisas se atrin- cheraron en sus influencias y forzaron al Estado a tomar medidas drásticas para evitar que la Nacional de Chocolates, o cualquier otra empresa paisa, quedara en manos del cachaco. En esas circunstancias, protagonizando una hábil maniobra de distracción de la opinión pública, el Grupo Grancolombiano centró sus esfuerzos en la creación de la Corporación Colom- bia 86, una entidad que bajo su dirección reunió a empresarios de todo el país alrededor de la idea de conseguir la sede para el Mundial de Fútbol que se realizaría en 1986. Y la consiguió. Obviamente la mirada de Michelsen iba más allá del Mun- dial, abarcando un gigantesco plan de urbanización que partía

130 de comprar a bajos precios los lotes vacíos existentes alrededor de las grandes ciudades del país y construir en ellos ciudadelas, parques y centros comerciales que tuvieran como epicentro los estadios en que se disputaría el Mundial. Es decir, Michelsen, con su habilidad empresarial y su capacidad de visión larga, ha- bía conseguido la sede del Mundial, algo que jamás soñó lograr Colombia, y con ello dispararía sus negocios a un nivel que nadie se había atrevido a imaginar. Tanto atrevimiento, tanta capacidad de crecer sobre la reali- dad era imperdonable en un país como Colombia. Por eso sus enemigos aceleraron en el tramado de los acuerdos necesarios, y lograron acumular la fuerza requerida para hacerle tropezar. En medio del ajedrez que jugaba Michelsen impecablemente, estalló la crisis con las denuncias del diario a través de 29 informes periodísticos que fueron poniendo a la luz pública autopréstamos y otras prácticas del Grupo, que aprovechaba las grietas del sistema legal para operar a su favor. Reaccionando a la presión, y sin planificar la acción, la Co- misión Nacional de Valores ordenó intervenir la organización de Michelsen, pero como su ejemplo había sido objeto de imi- tación por otros banqueros, rápidamente la crisis se extendió a esos grupos financieros. El Estado tuvo que tomar el control de diecisiete instituciones crediticias. Los escándalos y las corridas se volvieron el pan de cada día. La Caja Vocacional, que era un fondo pastoral promovido por la Iglesia Católica, se declaró en quiebra luego de que las autoridades no pudieron ocultar el hecho de que también captaba dineros utilizando los mismos métodos que las otras empresas intervenidas. Félix Correa Maya, uno de los más brillantes hombres de negocios de esa época, dueño de sesenta empresas financieras e industriales, un avión privado y el Banco Nacional, fue el primero en ser detenido y recluido en la cárcel Modelo. Le si- guieron Eduardo Uribe de Narváez, del Grupo Central, Jaime Mosquera, del Banco del Estado, y ad portas de la detención, Michelsen Uribe tomó un avión hacia Miami, donde se instaló

131 temporalmente antes de radicarse en Panamá. Todo parecía indicar que acababa de ser diseñada la conducta oficial a seguir ante los empresarios demasiado innovadores en medio de los amplios vacíos que dejaba la ley. Las medidas promulgadas por la Superintendencia Bancaria, y en particular el decreto 2920 de 1982, para muchos el ajuste de cuentas con Bogotá que diseñó el recién nacido Sindicato Antio- queño de empresas, y ejecutó a través del gobierno del también antioqueño Belisario Betancur, ahondaron una crisis económica sin precedentes en la historia del país, y mientras los banqueros ocupaban las cárceles, sus empresas, bancos, corporaciones de ahorro y aseguradoras, acabaron por quebrarse arrastrando a miles de ahorradores a la ruina. Esto al tiempo que Betancur anunciaba que el país renunciaba a organizar aquel Mundial de Fútbol que había logrado conseguir Michelsen, una especie de milagro si observamos lo que le ha costado a Italia, Japón, Francia, Alemania, Brasil lograr ser sede de ese torneo de tanta proyección. Oficialmente Colombia es un país que se mueve lentamen- te, en el que quien controla los diversos territorios o mercados no aprecia que otros vengan a innovar, y por ello aquello que sobresalta corre alto riesgo de romperse frente a la resistencia organizada del sistema dominante. O de ser reprimido y castigado por su osadía ante el más mínimo error, que nadie criticaría si fuera cometido por una corporación extranjera o alguien que ya esté establecido como parte del paisaje tradicional. Y no es que ese paisaje tradicional, ese país establecido y controlado por los herederos de los que ya han detentado el control, sea demasia- do eficiente ante los vaivenes de la realidad. Revisando el siglo XX se podría deducir que la economía colombiana ha vivido en una angustia permanente que comenzó durante el gobierno de Rafael Reyes, cuando la banca antioqueña protagonizó una crisis que solo acabó con una reforma monetaria. Años después, con el auge de la producción de café y la exportación del grano, incursiones en los mercados de valores hicieron estallar otra crisis que acabó de un tajo con la mayoría de las comercializadoras de

132 café radicadas en los Estados Unidos y se tradujo en una quiebra generalizada que paralizó a Manizales. Más tarde el sector financiero entró de nuevo en crisis, y de los 44 bancos que existían 26 cerraron sus puertas. Los que lograron mantenerse a flote se desplomaron durante la Gran Depresión internacional originada en Wall Street, de la que sólo el cinco por ciento sobrevivió. Y así siguió la historia, repitiendo un guión con variaciones. La caída de 1986 tendría una “ver- sión dos” trece años después, cuando el Banco del Estado, el del Pacífico, el Andino y el Banco Central Hipotecario resultaron salpicados por peculados, falsedades, sobregiros y autopréstamos que llevaron al Estado colombiano a declarar la “emergencia eco- nómica”, expedir la Ley 510 de 1999 y crear una Comisión de la Verdad para investigar y poner a la luz pública las oscuridades del sector financiero nacional. Esta tradición de la banca colombiana, además de su extrema ambición para “extraerle rentabilidad” al mínimo centavo del ahorrador, o de aquel que necesita crédito, para no pocos analistas explica por sí sola el nacimiento de fenómenos populares como la creación de David Murcia Guzmán, el desconocido camarógrafo que lograría poner nervioso al todopoderoso sistema oficial. Cuando Murcia cumplió los catorce años y su familia tomó la trascendental decisión de trasladarse a Bogotá, aún no tenía idea de lo que quería o podía hacer en la vida. Los Murcia llegaron a una casita en un barrio humilde de la capital, donde en un inicio fueron adoptados por familiares, y allí estuvieron hasta que pu- dieron arrendar una modesta vivienda, al tiempo que él entraba a estudiar en una escuela pública. Pero la situación económica de la familia se deterioraba mes a mes y el muchacho tuvo que emplearse como empacador en una fábrica de ponqués, el único empleo que pudo encontrar siendo menor de edad. Soñaba con convertirse en actor o director de cine, y hablando con un amigo, este le recomendó presentarse a una agencia de casting que buscaba actores y extras para televisión. Lo hizo, y en vez de lo que buscaba, como suele ocurrir en un país deter-

133 minado por el rebusque y la improvisación, encontró empleo como camarógrafo. El muchacho era rápido para comprender cómo funcionaban las cosas y qué había que hacer para mejorar los resultados, por lo que en poco tiempo se ganó la confianza de los dueños de la agencia y pasó a ser director de casting. Y un par de meses después se encontraba trabajando en algunas producciones de cine y televisión colombianas, entre ellas Bolívar Soy Yo, la película de Jorge Alí Triana. Su siguiente paso fue viajar a Santa Marta, y con el dinero ahorrado fundar la productora de videos DMG. En el año 2003, David Murcia descubre una posibilidad más amplia en el sur, y se traslada a Pitalito, en el Huila, donde pro- mueve rifas bajo una nueva versión de su productora de videos que lleva por nombre Red Solidaria DMG, y que destina parte de sus ingresos al subsidio de atención médica para personas de escasos recursos. Y entonces viene la etapa de La Hormiga, un pueblito en medio de la selva del Putumayo, cerca de la frontera con Ecuador, que fue territorio de los indios Cofanes antes de ser invadido por colonos llegados de todos los departamentos del país, que venían a trabajar como raspachines de coca. Colonos, ejército, guerrilla, paramilitares, narcos, desplaza- dos de otras regiones, buscavidas, prostitutas, desesperados, era el ambiente en que Murcia, oficiando de trabajador social de la Parroquia del Perpetuo Socorro, consigue coordinar un programa en la emisora comunitaria. Con este espacio como plataforma logra vender desde una crema para la belleza hasta una nevera, y a partir de aquí las cosas se disparan. Siendo rápido para com- prender, el hombre entiende qué detalles hay que modificar en los procesos, qué parte sumar a cuál, y su invento crece cada vez más vertiginosamente, hasta volverse el problema que se vuelve para aquellos dueños tradicionales de los negocios a los que poco les interesaba innovar. Cuando Murcia toma la determinación de trasladarse a Bogotá para impulsar la comercializadora DMG, lo hace con un cartapacio de éxitos en La Hormiga, Puerto Asís y Mocoa.

134 Tiene 25 años y corre el año 2005. Nadie supo cómo lo hizo, incluso hoy en día nadie sabe cómo fue, pero en cuestión de dos años se había regado por Bogotá aquello de “la familia DMG”. El cotilleo en los buses, las cafeterías, las filas de los bancos era el mismo: todo el mundo conocía a alguien que conocía a otro que había invertido en DMG y gozaba de muy buenas ganancias en cuestión de semanas o meses. Una abuelita que tenía 30 millones de pesos bajo el colchón, ahora tenía 50 o 60 porque superando su desconfianza hacia los bancos, o cualquier sistema que oliera parecido, llevó su capital a DMG. Y esto lo había hecho porque su vecina lo había hecho y le había ido bien. Y esta vecina lo hizo porque un cuñado lo había hecho. Un cuñado que lo hizo porque un primo, y todos comprando neveras y televisores, y además multiplicando su dinero, por lo cual no escatimaban buenos adjetivos a la hora de hablar a sus vecinos, compañeros de trabajo y parientes sobre las bondades del sistema DMG. La bola de nieve rodaba por el territorio nacional, y lo que empezó en regiones apartadas comenzó a tomarse las principales ciudades del país. En todas partes se hablaba de la comercializa- dora. Y todos y todas querían estar ahí, incluidos funcionarios del Estado, fiscales, jueces, soldados y oficiales del ejército y la policía que cada quincena corrían a meter una parte de sus sueldos en DMG, cuando no hipotecaban sus casas o vendían propiedades para poder estar ahí y ganar. Porque la rentabilidad en DMG ya llegaba al 200%, cuando la banca comercial ofrecía máximo el diez. DMG fue mucho más allá de atender a la gente olvidada en la base de la economía nacional. Con su éxito logró que decenas de miles que estaban un par de escalones más arriba que aquellos olvidados, retiraran el dinero de los bancos y lo confiaran a esta organización, sin conocerse casos de gente a la que, mientras estuvo funcionando DMG, no se le cumplieran los compromisos ni dejara de ganar. Pero, paralelo a su éxito, fueron proliferando en barrios y municipios del país diversas pirámides que ofrecían rentabilidad similar a corto plazo. Y entre DMG y estas, el gran

135 sistema financiero oficial fue viendo disminuir rápidamente sus pronósticos de incrementos en la utilidad, lo cual parecería ser el factor crucial de la ofensiva para acabar con Murcia en me- dio del ataque a los otros componentes alternativos del sistema financiero, las pirámides. En un texto anónimo que rodó de mail en mail por la red en esos días, se sintetiza así lo que pensó el país sobre estos hechos: “Supongamos que David Murcia Guzmán y los otros señores que operan pirámides sean sospechosos de ser presuntos testaferros de narcoindustriales, de paramilitares ya extraditados o de evasores. Pero insinuarle el Presidente de la República al Fiscal General que ha sido laxo y lento en el proceso de judicialización, no aceptándole la explicación de que no existen aún los indicios suficientes para intervenir a DMG ni a ninguno de los otros, e inmediatamente, atribuyéndose funciones judiciales, ordenarle a la policía irrumpir con violencia en las oficinas de estas compañías, sustrayendo frente a los ahorradores su dinero depositado, cometiendo en la práctica atracos a mano armada y como si esto fuera poco, decomisando elementos de oficina, archivos, discos duros, sin inventario ni constancias, y para colmo embestir a los damnificados de esa intervención a palo y bala en más de veinte poblaciones y ciudades originando disturbios que al generalizarse encimaron toque de queda en unos cuantos, esto es algo inaceptable en cualquier país que no sea este. Porque no estamos hablando de un ataque a guerrilleros por parte del Estado: estamos hablando de miles de personas naturales y civiles que ingenuamente o no, han quedado en la ruina luego de confiar en las garantías que supuestamente significan las Cámaras de Comercio y sus registros mercantiles, las licencias de funcionamiento de los gobiernos locales, el cobro de impuestos por parte de la DIAN, la supervisión de la Superintendencia de Sociedades. Y por si les falta, ahí va el decreto de la emergencia, para poder proceder a posteriori y crear mágicamente una legislación de bolsillo que le permita al gobierno justificar estas tropelías, argumentando que lo hace para repartir con celeridad los dineros incautados a los ahorradores que él, en su infinita capacidad, considere más afectados”. En la exhibición de razones para justificar el proceder oficial con respecto a DMG se filtraron, a través de algunas emisoras conversaciones grabadas en las que Murcia habla con su cuñado,

136 sobre un plan de apoyo a algunos políticos, en nada diferente a cualquier plan de gente de empresa que en Colombia “apuesta” por este o aquel senador contribuyendo a su campaña, confian- do en tener algún apoyo para sus intereses si el político que han patrocinado llega a “coronar”. Se denunció a David Murcia por destinar “millonarios dineros” a lobbys y pagos a miembros del go- bierno buscando la legalización formal de sus tarjetas prepago, hasta ahí legales por omisión, tanto como para que se hiciera una reforma financiera que amparara su operación. Al mismo tiempo en Panamá le salpicaron por supuestos vínculos con la candidata presidencial Balbina Herrera y un candidato a la alcaldía de la capital, llegándose a afirmar que había aportado a sus campañas dos millones de dólares. Y así montañas de denuncias, de rumores, de sospechas, fueron engrosando la acusación. Luego de investigar la legalidad del proceder de DMG, Abe- lardo había asumido la defensa de Murcia y su empresa ante sus atacantes legales, y fiel a su estilo dio la cara con vehemencia en los medios y en todos los escenarios donde le tocó actuar. Le pregunto cómo construyó su certeza sobre la legalidad de la actuación de su cliente y me responde “A mí me entregaron una cantidad de información, la mandé a analizar, y hubo otra información que mi equipo investigó, y de acuerdo a eso era claro que no había ninguna ilegalidad. Combinando elementos provenientes de diferen- tes experiencias, Murcia había dado con un sistema de alta eficiencia, enmarcado absolutamente en lo que era legal. Por eso sigo sosteniendo que era un modelo válido que, si se trabaja bien, puede funcionar muy bien, y lo estaba demostrando. Por eso lo que yo estaba diciendo, lo decía convencido. No tenía ninguna información que me permitiera inferir que se trataba de una pirámide. —¿Nunca hubo ahí captación ilegal…? —Desde un punto de vista jurídico exegético tengo perfectamente claro que no. El modelo comercial no se desarrollaba propiamente a través de la captación sino de las ventas y los puntos que estas generaban para los clientes. La ley penal colombiana no señala como un hecho constitutivo de captación ilegal el modelo descrito anteriormente. Por eso cuando le

137 cayeron a Murcia tuvieron que armar sobre la marcha todo un tenderete con más palabras que pruebas, para demostrar que aquello era ilegal. Lo cierto es que cuando se le va a aplicar el derecho penal del enemigo a una persona, y se le desconocen sus garantías, como lo hicieron con Murcia, cualquier cosa puede pasar. Y en el caso de Margarita Pabón y Daniel Ángel, que trabajaban con él, terminaron aceptando la responsabilidad en los delitos imputados para tratar de salir rápido del problema, pero en estricto derecho, en otras circunstancias, yo creo que ese proceso se hubiese podido sacar adelante. Pero no en una situación tan polarizada como fue esa, con el ataque centrado y dirigido por la cabeza del Estado, y con todos los medios alineados en esa posición. Abelardo asegura, que las actividades comerciales de DMG eran lícitas y que no estaban prohibidas por la ley. Que el de DMG era un negocio que dependía de la confianza, y que, como ocurrió en tantas crisis colombianas y mundiales, y en particular en la del sistema financiero estadounidense en 2008, donde ca- yeron algunas de las entidades con mayor tradición y la pérdida de confianza en el sistema arrastró a otras al caer sus cotizaciones en bolsa a niveles que nadie pensó jamás podrían caer, si alguien ataca duramente la confianza en una empresa, inevitablemente esta se derrumbará. Eso pasó con DMG una vez se detuvo en Panamá a David Murcia Guzmán, la policía allanó sus sedes, se secuestraron sus activos y en los medios se armó un coro, estilo linchamiento en el far west, acusando a Murcia de liderar una pirámide y asegurando que esta estaba a punto de caer. En la imagen sólo faltaban el árbol y la cuerda. Al tiempo que Abelardo como abogado defendía a capa y espada los negocios de DMG, desde internet Murcia Guzmán comenzó a denunciar los movimientos desestabilizadores de sus enemigos, asegurando que Luis Carlos Sarmiento Angulo y su grupo financiero Aval, el más poderoso del país, estaban detrás de esa estrategia. Así hasta que en un video colgado en Youtube y luego en una declaración radial, Murcia fue, quizás, mucho más allá de lo que era sensato arriesgar, si juzgamos por las reacciones que provocó. Retó al Presidente Álvaro Uribe a cumplir con la Constitución y a respetar a los millones de ciudadanos y ciudada-

138 nas miembros de “la familia DMG”. Unas cuantas horas después la orden de captura estaba en la calle, y el pedido de extradición rodaba por el sistema de Interpol. La policía ocupó las oficinas y negocios del holding DMG y el gobierno decretó Estado de Emergencia para poder emitir decretos con fuerza de ley que le permitieran maniobrar en me- dio del colapso que acababa de detonar en DMG, así como en una serie de empresas que operaban pirámides. Un par de días antes de la caída, el 18 de noviembre de 2008, Abelardo había declarado a dinero.com que el Presidente de la República, que lideraba una campaña en los medios haciendo sentir que aquello era un asunto personal contra DMG, se estaba extralimitando en sus funciones tomando decisiones en materia penal, y violando preceptos como el de la libertad de crear empresa. Y al tiempo reveló los nombres de reconocidos inversionistas de bienes raíces y construcción, brasileros, rusos y canadienses, que participaban de la operación internacional DMG. El mismo día, en radio Santa Fe, Abelardo afirmaba que el único responsable de las pérdidas para los usuarios de DMG era el Gobierno Nacional: “Nadie puede decir que DMG no le pagó o le quedó mal, pues tanto los ahorradores como los proveedores recibieron sus pagos hasta el momento en que el gobierno decidió intervenir la compañía”, para declarar luego “Acatamos los decretos emitidos por el gobierno, pero no los compartimos. Creemos que son inconstitucionales e ilegales. Ojala la Corte haga un estudio rápido de nuestras demandas para que no se afecten más los derechos de los usuarios y los propietarios de DMG. El presidente está regulando normas penales, lo que se constituye en un exabrupto jurídico. Con estos decretos se están violando, entre otros, el derecho a la presunción de inocencia y al principio de legalidad”. Por varios días los usuarios de los servicios de DMG se mani- festaron contra el gobierno interrumpiendo por horas el tránsito en las principales ciudades del país. Hubo manifestaciones de más de un kilómetro en las principales carreras de Bogotá, mientras la investigación judicial no dejaba flanco sin tocar, e iba mucho más allá de los directamente acusados. En un aparte del juicio contra Murcia la Fiscalía llegó a acusar a Abelardo De La Espriella de

139 recibir de forma irregular 760 millones de pesos que provenían de la captadora DMG. Seguimientos y vigilancias autorizadas por la Policía Judicial para la investigación, indicaban que la entrega del dinero se hizo a través de los camiones de DMG a las oficinas del jurista, y así avanzó la acusación, recibida por el abogado sin sobresaltos, en la convicción de que no tenía nada que ocultar. Meses más tarde la investigación sería cerrada ante las pruebas de la legalidad de su contrato y la facturación correspondiente. De su paso por este caso se puede decir que, aunque la para- política lo catapultó a las grandes ligas del derecho nacional, en el imaginario de la gente del común Abelardo De La Espriella será por un buen tiempo, “el abogado de DMG”. Su breve pero profunda actuación, aproximadamente diez semanas, dos meses y medio, fue un punto álgido de su carrera. Durante ese tiempo, el abogado hablaba casi a diario por todos los medios defendiendo los intereses de “la familia DMG” y la honradez de su propietario, David Murcia Guzmán, y la estrategia de apoyo a esta defensa por boca de la ciudadanía, que muchos analistas del acontecer nacional no dudan en adjudicarle, era poderosa: a cada ataque surgían más y más testimonios de ahorradores respaldando la confiabilidad de la operación DMG. Bajo esa presión todo fue confluyendo hacia el momento crucial, una pérdida de control nervioso en Murcia, una “pelada de cobre” de primíparo, dirían algunos. Abelardo lo ve así: “Sí, se presentó un punto de inflexión, un punto de quiebre en el proceso, un momento en el que supe que iba a ser un desastre, y fue cuando Murcia intervino en La W y retó públicamente al ex Presidente Uribe y habló contra sus hijos. Yo en ese momento entendí que todo se había ido al carajo, porque convirtió el asunto en un tema personal con el ex presidente, y eso con Uribe es desastroso. Esa fue la verdadera razón para salirme, supe que no habría garantías y quedarme era, de alguna manera, avalar todos los atropellos que al final terminaron cometiendo. No podía quedarme allí impávido, y servirles como validador de un proceso que no tuvo fórmula de juicio, y que fue escenario de la aplicación del derecho penal del enemigo”. Aunque DMG sacó un comunicado excusando la actitud desafiante de David Murcia, al otro día el Presidente Uribe en mensaje televisado ordenó el cierre inmediato de las captadoras ilegales en el país, y aunque no nombró a DMG se entendió que su orden no tenía otro destinatario directo, y que si otros caían solamente serían “efectos colaterales”. David Murcia Guzmán fue detenido en Panamá el miércoles 19 de noviembre de 2008 y pocas horas después llegó extraditado al aeropuerto militar de Catam, en donde las autoridades lo presentaron como a un trofeo de guerra. Esa tarde fue llevado a los calabozos de la Fiscalía y horas después Abelardo De La Espriella renunció a su defensa después de la audiencia de formulación de imputación. —¿Murcia fue un geniecito, un intuitivo brillante, o había una estructura detrás de él, que era la que pensaba? —No, sencillamente creo que Murcia fue un hombre muy hábil que recogió información de distintos negocios para armar aquello. DMG era una especie de colcha de retazos de otros procesos comerciales, como ese del multinivel, referir a otra persona, los puntos, una suma de muchas cosas, una mezcla de otros negocios… Y él tuvo la habilidad y la inteligencia para armar eso. Un tipo inteligente, eso no se le puede quitar. “Yo nunca vi a Murcia rodeado de personas extrañas, de bandidos. Tú sabes que el abogado desarrolla una habilidad para conocer al de- lincuente, en eso soy muy positivista yo, muy Enrico Ferri, muy Cesare Lombroso, y te aseguro que nunca vi al lado de Murcia una persona de corte raro, siempre lo acompañaba gente normal. Eso de que había dineros de la mafia es falso, no pudieron probar nada de eso, ni siquiera aquí en Colombia, donde le aplicaron el derecho penal del enemigo y todo fue muy burdo, como en el circo romano. Te puedo asegurar que en el tiempo que estuve como abogado de Murcia nunca advertí nada extraño, y si pasó yo no lo vi. Pudo haber ocurrido, pero yo nunca fui testigo de eso. —Este chico Murcia pasa a una situación en la que no es difícil percibir que lo clavan por esa razón más política que ju- rídica que mencionás, y ahí te retirás… —Confluyeron varias cosas, por un lado el no querer hacer parte del linchamiento que ejecutó el Estado, por otro una campaña de intimidación contra mi familia. De no haber ocurrido lo anterior, hoy seguiría siendo el abogado de Murcia.

141 —Jurídicamente lo que declaraba el gobierno era una su- cesión de clichés, frases que parecían hechas para producir un efecto por repetición, pero si uno observaba entre líneas, ahí no había más que un caso pegado con babas. —No había absolutamente nada, la Fiscalía no tenía una sola prueba contra Murcia en el expediente. Y en 24 horas montaron todo ese proceso kafkiano que se orquestó contra DMG. Me pasaron cosas como esta: yo me encontré en un foro académico con el Fiscal General de ese entonces, Mario Iguarán, quince días antes y le pregunté: doctor Iguarán, ¿usted ve algún problema con DMG? Ahí no hay nada, me dijo. Y quince días después Iguarán, al lado del Presidente de la República, ordenó la captura de Murcia. A mí esa actitud me indicó que era un proceso absolutamente político, mi presencia era una validación de ese atropello, de ese espectá- culo circense, de ese linchamiento que se impetró contra David Murcia, independientemente de si había responsabilidad penal o no. “Y yo no me iba a prestar para semejante despropósito, no iba a ser un convidado de piedra para validar una situación que era, a mi juicio, abiertamente política y no jurídica, configurando con ello la aplicación del “derecho penal del enemigo”, que no es otra cosa que la negación de las garantías procesales mínimas a las que tiene derecho un sindicado, empezando por la presunción de inocencia. De ninguna manera iba a validar esa infamia, y ante la imposibilidad de ayudarle a Murcia sentí, y lo hablé con él, que aportaba más creando un hecho político relevante como era apartarme de la defensa. En tres días armaron un expediente de más de 5.000 folios. Murcia llegó prejuzgado a las audiencias, y todos los medios haciéndole coro a los grupos financieros dominantes, montando un juicio paralelo de opinión contra Murcia. Un verdadero horror. —Es decir, con el jefe de Estado en los controles se pasó una topadora por encima de todo eso que fue DMG, quedaron unos millares de víctimas sembradas por ahí, y al sentir que no había ninguna garantía decidiste no convalidar con tu presencia lo que se venía. Pero paralelo a eso vos tenías cierta relación con Uribe… —Sí y no. La relación con el presidente la tiene mi padre, porque son amigos desde hace muchos años. Mi relación con él ha sido una relación distante, marginal si se quiere. Fíjate que yo creo que soy de

142 los pocos abogados que no ha ido nunca a Palacio a lagartear puestos y contratos, que es lo que en este país trama las relaciones entre la gente y el poder. Yo nunca he tenido un contrato con el Estado, y no me gané un peso con el Gobierno de Álvaro Uribe, ni con ningún otro. Si acaso lo veía una vez al año, en un acto público, y nos saludábamos respetuo- samente y pare de contar. Pero debo confesarte que su actitud con DMG me molestó muchísimo, porque yo insisto en que la liquidación y el cierre que hizo de la empresa fue absolutamente ilegal, violando todos los pa- rámetros constitucionales y legales. Él sabrá por qué lo hizo, y eso es de su fuero interno, pero a mí me parece que fue desmedida la actuación del presidente, y algún día habrá que preguntarle por qué hizo lo que hizo. Lo cierto es que mi compromiso como abogado era con Murcia, no con el gobierno. Y actué en consecuencia, y ante la imposibilidad de defenderle, decidí apartarme, porque estaba seguro que continuar con la defensa era validar lo que iban a hacer y que al final terminó ocurriendo: desconocerle todas sus garantías procesales. —Visto desde hoy, ¿seguís pensando lo que opinabas antes del desenlace, que DMG no era una pirámide sofisticada, como decían algunos, que todo era legal…? —Lo importante no es lo que yo opine. Lo realmente trascendental es lo que indican nuestras normas vigentes sobre el particular. El derecho es una ciencia que se fundamenta sobre todo en la prueba. En alguna oportunidad vi una película de Steven Spielberg que se llamaba Mino- rity Report, traducida aquí como “Sentencia Previa”, donde había un cuerpo policial que se adelantaba a la ejecución de los crímenes a través de lo que contaban unos videntes. Yo no tengo esa facultad, y no tengo conocimiento de que alguien en Colombia la tenga. Entonces no puedo decir que alguien va a delinquir o que estaba delinquiendo, cuando no hay una sola prueba de eso. “La conducta delictual, en el tiempo que yo estuve, no se concretó nunca. Murcia no le quedó mal a nadie, ni evadió jamás impuestos. Murcia pagó miles de millones de pesos en impuestos. En el juicio hablaron de narcotráfico y de un sinnúmero de imbecilidades que no pudieron probar, nunca se probó que hubo un peso de narcotráfico allí. Y Murcia no fue condenado por eso, él está condenado por captación ilegal de dineros y por

143 lavado de activos generado de esa captación ilegal, pero sin que exista una sola prueba. Lo que puedo decir es que el gobierno hizo lo que tenía que hacer de acuerdo a sus intereses y a su juego político. Cada quien tiene su propio juego político, no sé qué buscaban con eso, pero lo hicieron de cualquier manera. Y luego lo extraditaron para que la gente se olvidase de ese asunto, que tuvo un impacto social muy grande. Yo creo que los políticos hacen jugadas políticas siempre, por supuesto, con miras a cuidar su feudo electoral. Cuando la justicia es permeada por la política ocurren cosas desastrosas. Abelardo, que debido a su experiencia cree que en la ley no puede haber matices, y que todo es blanco o negro, lo que más lamenta de este caso es que se encuadra a la perfección en uno de sus pensamientos que más dolor le producen, y es que “en un país sin justicia con credibilidad nunca puede haber paz”. —¿Qué sensación, en lo profundo, te dejó ese caso? —Ese fue un punto de quiebre en mi carrera, ¿sabes?, porque a partir de ese momento empecé a cuestionarme sobre… el respeto a la profesión. O, más bien, sobre cómo se mira mi profesión desde el gobierno, desde el aparato judicial. Y me pregunté por muchos días cuál era la verdadera idea de justicia, y pensé en las terribles consecuencias que tenía para una democracia utilizar el derecho penal como un mecanismo para acabar con el enemigo. Es decir, empecé a replantearme muchas cosas de la profesión, incluso pensé hasta en retirarme, porque estaba decepcionado, de nada sirve lo que estudias, lo que trabajas, si al final del día los funcionarios públicos se pasan las leyes por la faja… Sentí que no había respeto por mi profesión, que no se respetaba el debido proceso, que no se respetaba al sindicado, que se aplicaba la ley del más fuerte, como en el lejano oeste… Y estuve a punto de dejar todo tirado, por cuenta de esa mala experiencia. —¿En alguna medida sentís este caso como un fracaso tuyo? —No…, creo que no. Fue más bien el fracaso del estado de derecho y de la democracia. —El triunfo, ¿qué es? —El triunfo es el premio al esfuerzo. Nadie que llegue donde yo he llegado, ha llegado porque sí, por suerte, o porque los astros estaban alineados el día de su nacimiento, o cualquier gilipollez de esas. Nada. El triunfo es el premio a la constancia, a la dedicación, al trabajo. Y para

144 mí el triunfo es necesario, no por lo que piense la gente, sino por la com- petencia conmigo mismo. Tratar de superarme todos los días es mi meta. —¿Y la derrota? —La derrota es el balde de agua fría que te despierta del efecto nar- cótico del triunfo. Es necesaria para entender que no tenemos el mundo a nuestros pies. Yo creo que la derrota de vez en cuando es buena para poner las cosas en su sitio y replantear la estrategia. —¿Te han derrotado? —No, en mi trabajo nunca me han derrotado. He perdido algunas batallas, pero las guerras al final las he terminado ganando siempre.N o siento que me hayan derrotado jamás. Quizás me sentiría derrotado de no haber puesto todo mi empeño, mi dedicación, mi esfuerzo, pero si pongo todo y doy todo, y hago lo necesario y sale mal, es algo por lo que no puedo responder. Fíjate que las derrotas que he padecido, han sido más desde el punto de vista personal, con los clientes, y no con los procesos mismos. Hay procesos que ganamos y no veo en el cliente el reconocimiento que debería tener nuestra labor: para mí eso es una ver- dadera derrota. Por eso cada día quiero más a los perros, a los caballos, y a los animales en general, que sin duda son más agradecidos que la gente. Haces tu trabajo bien, sacas al cliente de la cárcel… y se olvidan de inmediato de aquel que los liberó. Claro, hay otras veces que la gente es muy agradecida, pero puedes tener cien clientes agradecidos y uno solo desagradecido causa amargura. Ese tipo de actitudes definen muy bien lo que en realidad es la esencia de la condición humana. —¿Y no pensás que quizás fuiste responsable, por no tramar la suficiente relación con el personaje…? —Pero si lo saqué de la cárcel, ¿qué más podría hacer por él y su familia? —Carlos Mayolo tenía una frase, “¿qué te he dado para que me odies?”. ¿No habrá algo de eso? —(risa) Sí… Hay otra de Scott Fitzgerald que dice que no he peleado con mi vecino porque aún no le hecho algún favor, y hay otra, que es de mi cosecha: toda buena acción tiene su consecuente castigo. Yo no entiendo eso, quizás porque no soy así. Yo soy un tipo agradecido, leal. —¿Sufrís de culpa?

145 —No, en general, para nada. Sin embargo tengo un par de ellas, por no haber dicho que no en algunos procesos. Porque, ¿sabes?, creo que el éxito de este trabajo no está en tomar y sacar adelante los procesos, sino en saber decir que no. Y en esos casos no he sabido decir que no porque me entusiasmé, porque el problema era tan grande que me fascinó y olvidé que tenía que decir no. Procesos que no tienen connotación, pero que importan por otros aspectos, por las personas en particular. Al final terminé muy desilusionado de los clientes, y aunque tenía esa intuición desde el principio no dije que no y representé causas de las que no estaba convencido. —¿Ha habido clientes que, después de resuelto el caso, no te hayan querido pagar? —Sí, un cliente de la parapolítica, que le resolví el problema y resultó bien vivo, queriéndose quedar con una plata. Lo llamé y le dije hasta de qué se iba a morir, le dije eres un comemierda, un personaje despreciable. Y al día siguiente apareció la plata. Con ese personaje terminé la relación profesional muy mal, porque me quería robar. Algunos políticos son tan bandidos que hasta al abogado roban. ¿Cómo es posible que la gente actúe de esa manera? Su esposa también estaba en un proceso penal y la defendí, a él le conseguí una condena muy baja aceptando su respon- sabilidad, y a ella la saqué limpia de un problema gravísimo. Y el tipo, al final, a mamarme gallo con la plata, a decirme que no tenía, y todo el mundo viendo que estaba haciendo política y lanzando candidatos al Congreso, repartiendo plata. —Se cuenta en los juzgados que tuviste una clienta bastante célebre por muchos casos en que ha estado involucrada, que en un determinado momento tampoco te quiso pagar los honora- rios acordados. —Bueno, también está ella, la dama de negro. Tuve ese problema en el primer proceso que le atendí, en donde salió muy bien librada, yo dirigí la defensa de un equipo como de cinco abogados, todos ellos mayores que yo y con una gran animadversión hacia mí, porque yo era el que dirigía la orquesta y tenía facultades muy claras, porque esas habían sido las condiciones que puse… Salió muy bien el proceso y me fui a hablar con la señora, que estaba hospitalizada, y le dije bueno, salió todo bien

146 y tenemos pendiente un saldito. No, doctor, yo no le debo, ya le pagué a usted todo, me dijo ella. Ah, entonces sepa que se quedó sin abogado, no cuente para nada conmigo, y me dispuse a salir de la habitación, y ahí la vieja se tiró al suelo, me agarró de la pierna, y se arrastraba mientras yo caminaba. Como gritaba despavorida entraron sus escoltas para ayudarla, porque pensaban que yo le estaba haciendo algo. En ese momento ella se puso seria, y los mandó a salir del cuarto, y yo le decía suélteme señora que me voy, no quiero saber nada más de usted, lo que está haciendo es una falta terrible de respeto que no voy a soportar, yo no soy igual a los otros abogados que usted manosea, y la mujer seguía gritando no, doctor, no se vaya, no se vaya. Y de pronto me mira fijamente y me dice: doctor, es que yo a usted le tengo miedo (risa). Pero, por favor, recordemos que la procesada aquí, la que ha tenido historias terribles es usted, no yo, o sea que el que le debería tener miedo a usted soy yo... Y entonces me dijo: mire, doctor, me acabo de acordar que sí le debo esa plata. Y a los pocos días me la pagó. Obviamente nunca más tuve nada que ver con esa dama.

147

6 La pelea en el hombre, el hombre en la pelea

Cuando el estratega político Juan José Rendón necesitó un abo- gado penalista para que le defendiera en los pleitos que, en ciertos momentos, derivaban de su actuación profesional, su elección fue Abelardo De La Espriella. Le pregunté a JJ por qué se enco- mendó al abogado monteriano y me dio esta explicación: “Es lo más parecido a lo que yo era hace quince años. Me lo recomendaron, lo conocí, y reconocí en él ese ímpetu, esa energía con que yo miraba el mundo y sus problemas cuando tenía su edad. Abelardo es excepcional en su eficiencia como abogado, y al mismo tiempo una persona en la que se puede confiar absolutamente. Le he alquilado un piso del edificio donde tiene sus oficinas, para montar las mías en Bogotá, porque me parece ideal su vecindad”. Discípulo de Joseh Napolitan, el mentor de los más importan- tes asesores políticos norteamericanos de las últimas décadas, Juan José Rendón, a quien Napolitan bautizó como “JJ”, es un estra- tega político que comenzó su carrera motivando exitosamente el voto joven para consolidar la primera victoria presidencial de Carlos Andrés Pérez en Venezuela. Y en los años siguientes dise- ñó las estrategias de decenas de campañas ganadoras en México, Centro y Suramérica, incluida la del Presidente colombiano Juan Manuel Santos, de quien ha sido, según versiones muy cercanas a la presidencia, su más cercano asesor. Por su parte, Jota Jota ha asumido a Abelardo como más que su abogado, una especie de consultor sobre el mundo local. Y, me cuenta, le agrada en gra-

149 do sumo la relación con él, por “esa particular energía que tiene, su descarga, su pasión”. Esa energía que menciona Rendón viene desde la profunda infancia, opina él, y para demostrarlo cuenta una anécdota. Un día hubo una pelea entre el conductor del bus del colegio y el de un camión, y en medio de la pelea el niño Abelardo sacó un revólver y disparó tres veces al aire. Los del camión, que eran paisas, se quedaron quietos y rápidamente todo se arregló a favor del bus del colegio. Obviamente, la historia corrió como el fuego aquel del reguero de pólvora. Enterado su papá que Abelardo andaba armado, le quitó el revólver y le dio una muenda. Pero en cuanto las heridas restañaron volvió a meterse en cuanto pleito le cazaban sus primeros enemigos. Y así siguió, con episodios como la pelea en que, ya en los 15, le rompió una Costeñita en la cabeza a uno de 30. “Siempre me gustó la pelea”, confiesa. “Cuando había peleas entre amigos yo era de los que gritaba ¡no agarren a nadie, que se den puños!, y hacía el círculo para que se dieran muñeca. A mí me gusta la confrontación, por eso aprecio el boxeo, que es de los pocos deportes que me gustan. Pero eso ya se acabó, ahora todos andan armados. Los tiempos han cambiado, los puños son ahora balas. Pero también te gustan las armas, le digo observando el rifle que decora una de las paredes de su oficina, y que luego me cuenta compró en una subasta en Madrid a un viejo jefe de la resistencia de la Guerra Civil Española. —Sí, es prácticamente una tradición familiar. Las armas no son malas per se, las armas son malas dependiendo de quién las porte. La Constitución de Estados Unidos, por ejemplo, señala que en la medida que la ciudadanía esté bien armada hay mayor garantía para la soberanía de la nación. En nuestro país ocurre todo lo contrario, aquí se desarma a la gente decente mientras que los bandidos tienen acceso total e ilimitado al mercado negro de las armas. “Creo en la necesidad de que la gente buena pueda tener acceso a las armas legalmente amparadas por el Estado, pero lastimosamente viene haciendo carrera en las grandes capitales del país prohibir el porte de armas

150 para aquellos que tenemos salvoconducto, desconociendo que dicha prohi- bición no incluye a los criminales, dejando a todos aquellos que tenemos una situación de inseguridad en estado de indefensión. El monopolio de las armas debe estar en cabeza del Estado, eso no tiene discusión, pero lo que resulta evidente es que el Estado tiene la obligación constitucional de entregarle armas legalizadas a aquellos particulares que tienen problemas de seguridad que amenazan sus vidas y las de sus seres queridos. Su padre ve las armas como parte de un temperamento, un carácter familiar. “Los De La Espriella somos así, frenteros, y lo de las armas debe ser por el origen de nuestra familia. Los primeros De La Espriella fueron casi militares empíricos, pelearon, se inmiscuyeron en la lucha política con armas. A mi abuelo lo mataron en la finca, mi padre era amante de las armas, y yo también, he sido coleccionista de armas, me ha gustado desde siempre la cacería… Siempre hemos estado rodeados de ese tipo de cosas, pero nunca las hemos utilizado en contra de alguien. Y él ha heredado eso, y también la claridad de que lo importante es que la persona tenga la certeza de que las armas no se pueden utilizar en contra de nadie, sólo en legítima defensa”. Le pregunto a Abelardo si en su vida cotidiana se mueve con algún tipo de armas, y responde que tiene varias, “pero mi pistola, la de portar, es una Jericho 9 mm, fabricación israelí”. —¿Qué otros fierros te gustan? —Me gustan todas las armas, las largas, las cortas, las armas de asalto, los revólveres clásicos. Pero si es para cargarla conmigo, prefiero una buena pistola. También me gustan las escopetas, con las que cazo, que son Beretta, esas armas me parecen una fantasía… También me gusta una Derringer que tengo, de dos tiros, de esas que usaban las mujeres del viejo oeste, es- condida en la pierna, una belleza… Y hay unos revólveres divinos, el 357 Magnum, o un Colt 44 de 1890… Me fascinan las armas. Las armas igualaron la fuerza entre los hombres, y el Viagra igualó la edad (risa). “You never Know where Lady D. will pop up”, decía un cartel que publicitaba en el oeste norteamericano la pequeña pistola señoritera Lady Derringer. Recordando ese cartel, y hablando de todo esto, se vuelve inevitable pensar en las similitudes entre aquel far west y el nacional, este que se fue tomando a Colombia

151 como al descuido. Como si el país hubiera seguido los mismos pasos evolutivos de aquel west de las películas. La ley del más fuerte, la defensa armada de la tierra, ese “yo me cuido solo” con que algunos responden a la ausencia de Estado. Las sabanas de Córdoba son tierras de ganado, por consiguien- te de vaqueros. Aparte de las particularidades culturales obvias, a simple vista podría decirse que son pocas las diferencias entre esto y el far west. Una tierra de grandes terratenientes desde siempre, que con la incorporación de factores nuevos y la levadura de las diferencias sociales extremas, acabó siendo territorio de obvios enfrentamientos. En esa tierra se criaron los De La Espriella. Montería viene de la palabra que los españoles tienen para las tierras de caza. A estas tierras venían los chapetones a aprovisio- narse de carne, venados, chigüiros, dantas y aves. No muchas cosas han cambiado desde entonces. A las cuatro de la tarde Abelardo y un pequeño grupo de amigos se visten para salir de cacería, cargan munición en la cintura y parten llevando en los brazos las escopetas de dos caños. Dependiendo de la época cazan palomas, patos pisingos o barraquetes que emigran desde los Grandes Lagos. Allí están, entre otros, Bechara, campeón nacional de tiro, el gordo León que es veterinario, Juan Amaury Sánchez Mejía, ex alcalde de Montería, que es ingeniero. Por las tierras de la margen izquierda del río Sinú avanzamos hacia zonas de humedales donde hace veinte o treinta años aún cazaban tigres mariposos, como le dicen por aquí a los pumas manchados. Unos kilómetros adelante dejamos las camionetas 4x4 y comenzamos a caminar por planicies de ciénagas, seguidos por los recogedores y los que cargan la nevera con cervezas y frutas. Aquello parece un plan de la colonia inglesa, alemana o belga en África. Y Abelardo es ahí un niño feliz, silbando bajo los árboles, esquivando mierda de vaca, hablándole a los perros que les siguen. “Antes me gustaba salir a pescar, pero cada vez menos”, me dice, y agrega “ahora lo que más me gusta es la caza, este ritual. A tirar al platillo no le veo gracia”. Hablamos de su fuerte relación con los animales, su amor por ellos, su respeto, y me dice, sin ocultar un

152 dejo de emoción, “a mí los animales me gustan más que las personas. Me parecen más reales, me parece que tienen más grandeza, son nobles, fieles, responden al cariño con cariño, mientras muchos seres humanos responden al cariño con traición. Y además de eso los animales te quieren por lo que eres, no por lo que tienes. Cuando te conectas con los animales te transmiten mucha paz y tranquilidad, porque hay inocencia en ellos. Yo creo que en nuestros tiempos el ser humano ha perdido muchos, muchísi- mos valores, pero sobre todo ha perdido el más importante para mí, que es el de la lealtad. Y eso es lo que le sobra a los animales: lealtad. Y cariño. Además, los animales cuando matan, matan por hambre. Los hombres matan por odio”. Observo que, en contravía con su declaración, a veces los animalitos matan por juego, como el gato a las palomas, y los defiende “sí, pero no hay maldad, no hay dolo”. —Te gustan mucho los animales pero los cazás. Ahí hay una contradicción, ¿no? —Lo que ocurre es que soy un cazador nato. A mí, por ejemplo, lo que más me gustaba con las mujeres era la conquista, la caza, el cortejo, eso es lo que realmente llamaba mi atención y hablo en pasado, porque ya sabes que estoy desmovilizado (risa). Lo mismo me ocurre en los procesos, cuanto más complejos, más me gustan, porque de seguro me van a exigir más. Entre más grande el problema, mayor el esfuerzo. “Yo soy muy exigente conmigo mismo, soy muy competitivo, quiero estar siempre de primero en todo, si estoy segundo o tercero no me funcio- na. Me gusta evolucionar, cambiar, moverme, y de hecho si hay un tema parecido a otro en el que estuve trabajando no me genera ningún interés, prefiero siempre un tema nuevo que me implique un renovador horizonte intelectual y profesional. Lo de la cacería me encanta precisamente por eso, el ritual que implica equilibrar las ganas y el querer con la técnica. Jamás voy a cazar un elefante, y sería incapaz de dispararle a una jirafa o a un tigre, me parece una cosa terrible, y grotesca. Además hacemos cacería de animales que se pueden reproducir rápido, que no están en vía de extinción, y que son comestibles. —¿Comés lo que cazás? —No, hay algo que me lo impide, no me puedo comer nada de lo que yo cace. Es una cosa difícil de entender, cuando mato a un animal

153 prefiero que sean otras personas quienes disfruten del manjar…L o que más me gusta en realidad de la caza es todo el ritual que hay alrededor, la persecución, el traguito, la comida, el buen jamón, hablar con los amigos, el contacto con la naturaleza, la técnica y la paciencia para saber aguardar el momento adecuado. —¿Hacés polígono, pulís la puntería? —Suelo hacer polígono de vez en cuando, pero me gusta más estar aquí en la naturaleza viva, dispararle a lo real, la cacería. Además tengo muy buena puntería, algo así como natural, o que quizás viene desde chiquito, porque tuve carabina y tuve pistola, mi papá siempre me incentivó eso. Fíjate tú qué curioso, yo nunca hice siesta, soy un costeño raro, a mi la siesta no me gusta, y como no podía estar quieto, llegaba del colegio a la una, almorzaba y a las dos salía con mi carabina a disparar. Yo llegué a cazar libélulas, porque ya los otros blancos me quedaban muy fáciles. A mi abuelo siempre le gustaron las armas, tenía complejo de militar, y mi papá es así y yo soy así. Hay cosas que uno aprende y que nunca se olvidan. —Es como decir que la paranoia se carga en el ADN. —Totalmente, la paranoia se carga en la sangre. Yo creo que a mi abuelo lo marcó la muerte de su padre, y a mi padre y a mí nos ha condicionado la terrible situación de inseguridad que vive nuestro país. Ante un escenario tan terrible e incierto es necesario estar muy despiertos y alertas, para proteger la integridad de la gente que queremos. —Que eso es un poco el argumento original de las autode- fensas, de los paramilitares, ¿no? —Ya que mencionas el tema, quiero decir que el flagelo del parami- litarismo le ha hecho mucho daño al país, que esas personas cometieron muchas atrocidades, pero también creo que el gran responsable de todo el estropicio causado por los grupos armados ilegales, es el Estado colombiano, que con sus acciones y omisiones ha creado el caldo de cultivo, que a su vez ha dado origen a todas la formas de violencia que conocemos. Voy a proponer un juicio simbólico contra el Estado colombiano, con fiscales y jueces, para definir la responsabilidad delE stado en la creación y empo- deramiento de la guerrilla y de los paramilitares.

154 —En algún momento justificaste a Mancuso, tal vez en una entrevista que publicó la revista Semana. —Lo que quise significar en realidad fue que Mancuso en un princi- pio lo que hizo fue defenderse, y repeler en el departamento de Córdoba la violencia guerrillera, y se echó encima una responsabilidad que era del Estado, porque simple y sencillamente no tuvo más opciones. El Estado lo abandonó a su suerte, y de alguna manera lo empujó a un camino del que jamás pudo regresar. Por supuesto que él también tiene su gran cuota de responsabilidad en todo lo que ha pasado. —Salvatore Mancuso reaccionó ante el atropello, dirías. —La legítima defensa es un derecho natural del ser humano ya codificado, si no hay Estado que garantice la protección de la integridad de una persona es absurdo pretender que quien se encuentra en una situación de vulnerabilidad permita, sin oponer resistencia alguna, que le hagan daño a él o a su familia. Es un absurdo, eso no tiene lógica. Si el Estado no me puede brindar seguridad, yo tengo la obligación moral de defenderme y defender a los míos de los ataques que se presenten. —Pero las autodefensas fueron mucho más allá, una salvajada absolutamente injustificable el nivel al que llegaron. —Sí, claro, ese fenómeno se deformó por completo y se volvió un monstruo de mil cabezas por cuenta del narcotráfico y las masacres, un verdadero horror, no estoy defendiendo semejante abominación, que quede claro, lo que quiero señalar es que muy seguramente, de haber estado en la misma situación de Mancuso, en ese primer momento, yo hubiese reaccionado igual, es lo más probable. No me hubiese dejado extorsionar, no me hubiese dejado matar. En la vida de todo hombre llega un día en el que los esquemas se cambian por completo. Algo debieron hacerle a Manuel Marulanda, a Mancuso y al resto de alzados en armas para que un día hayan decidido empuñar un fusil. En el lejano oeste de los Estados Unidos, los pioneros se hicieron a la tierra despojando a los indígenas de ella. Hicieron ranchos, levantaron establos y querían construir una vida en paz, trabajando para acrecentar la abundancia. Como la mayoría eran inmigrantes de una Europa devastada por el hambre, tenían malos recuerdos del pasado y no querían que se repitiera. Pero detrás

155 de la abundancia venían los buscavidas, vaqueros sin Dios ni ley que sembraban el terror por donde pasaban. La justicia, en aquel entonces, se hacía por mano propia. El Estado no tenía la infra- estructura suficiente para proveer comisarios a todos los conda- dos, mucho menos jueces. Así que los pioneros se armaron para enfrentar al delincuente y cayeron en desmadres, como si fuera ese el cauce natural. Con el paso del tiempo la Unión Americana se fortaleció y las ciudades cultas, como Nueva York y Boston, exportaron a todo el territorio el concepto de civilización, con jueces, abogados y comisarios que metían más miedo que los agrestes pistoleros, cuatreros y buscavidas. Más o menos esa es la teoría de la evolución, que permitiría explicar darwinianamente lo que sucedió y, en algunos casos, sigue sucediendo aquí. —¿Cuál es, para vos, el límite? —La ley. Cualquier otra elucubración hace parte del universo moral. La ley es el límite entre la legalidad y la ilegalidad, y por eso uno no puede pretender que una situación sea ilegal cuando no está contemplada como tal, o por lo menos no lo puedo hacer yo que soy abogado. —¿Y la ética? —Esa es una cosa diferente. Yo pienso que la ética es lo mismo que la moral. Esa es una discusión filosófica de muchos años. Yo aprendí el concepto de un maestro que me lo enseñó, Rodrigo Noguera Laborde, que fue mi profesor de Filosofía del Derecho. Tuvimos discusiones inter- minables sobre el tema, y yo llegué a la conclusión, al igual que él, que la moral es lo mismo que la ética. Es un código de conducta interno, que busca el perfeccionamiento de la vida individual. —La moral tendría que estar siempre de acuerdo con la éti- ca, ser algo de fondo, pero se abren en dos por un problema de adaptación a la época, a la conveniencia del momento… —Tal cual. Porque así como la idea de lo justo cambia todo el tiempo, lo que hoy es inmoral para alguien, mañana puede que no lo sea. —La ley no siempre refleja la ética. —La ciencia del derecho, que se expresa a través de las leyes, y la moral o la ética, son ordenamientos distintos de la conducta humana,

156 pero con estrechas relaciones entre sí. Mientras que el derecho busca el establecimiento del orden social encaminado al bien común, la preocupa- ción de la moral es la vida virtuosa, el recto obrar desde el punto de vista interno. La relación entre ambos ordenamientos opera en la medida en que el derecho crea un clima propicio para la observancia de la moralidad, porque fomenta el imperio del orden ético, y la mayor perfección moral de los hombres contribuye al orden social y a la realización del bien común. Suena a lugar común, pero definitivamente las planicies de Córdoba parecen África, por los lados de Kenia o Tanzania, y en estas tierras aún se huele a chumbimba y los ruidos del dolor flotan en el aire. Por allí caminó mucha gente armada, al tiempo que a las ciénagas las iban secando para poner ganado. Abelardo y sus amigos disparan 50 minutos exactos, como si aquello fuera una sesión de psicoanálisis. Y los niños recogedores corren y traen una treintena de palomas abatidas, algunas de ellas sólo heridas, a las que esos niños, actuando como profesionales, les estiran el cuello para que no sufran la vida lastimada. Por encima pasa una migración de buitres cabeza roja, que viajan entre Suramérica y el sur de Estados Unidos. En esta época, cuando empiezan las primeras lluvias aquí viajan hacia el norte en bandadas, me explica Juan Amaury Sánchez Mejía, y luego suelta, con ese estilo costeño rápido, de hablar en ráfagas, que “esto de las palomas es en esta época, porque si es en invierno vamos a la zona lacustre del departamento de Córdoba, como es la Ciénaga Grande, Lorica, Purísima, San Sebastián. Allá más que todo disparamos barraquete, que viene cíclicamente de Estados Unidos, y pato aliazul y pisingos, que son hermafroditas y por tanto tienen una tasa de reproduc- ción altísima. Nosotros disparamos dándole ventaja al animal, nunca disparamos a un animal quieto, solamente cuando está en movimiento. Y la gente que nos acompaña, como recogedores, que tiene este empleo temporal, sábados y domingos, se ganan un dinero y adicionalmente se quedan con el producto de la caza”. Interviene en la argumentación defensiva Abelardo y, dándole otra dirección a la transmisión de información, me explica que “en el tiro en movimiento nunca se le dispara a la presa sino hacia donde

157 va. Porque si le disparas a la presa, de lógica el tiro pasa por detrás. Tú tienes que hacer una serie de cálculos mentales muy rápidos, la distancia a la que va la presa, 25, 30 metros, porque a mayor distancia ya no puedes hacer cálculos, y entonces defines la trayectoria, calculas más o menos la velocidad que lleva dentro de esa trayectoria, y le apuntas unos 30, 40 centímetros delante. Y cuando son barraquetes, que te vuelan a 100, 120 kilómetros, apuntas metro y medio, y hasta dos metros por delante, para poder abatirlos”. Retoma la palabra Sánchez Mejía para aclararme que “cuando viene en picada no pierdas el tiempo, porque viene a más de 150 kiló- metros por hora, y ahí lo que haces es el ridículo. Ese es un animal muy rápido, es un espectáculo verlo volar, muy emocionante para el cazador. Es la mejor presa, porque es la que más velocidad y altura alcanza. El pato real es la presa de mayor tamaño, tiene eso de vistoso, pero es la más lenta. En el barraquete, por la alta velocidad, la trayectoria es recta, definida; en la paloma no, es rápida, pero viene columpiando, y te saca del vaivén de la escopeta, y si viene con el viento de cola peor”. Aquí vuelve a entrar Abelardo, entusiasmado: “La emoción de un tiro a 40, 50 metros de altura, cuando le das a un barraquete y viene cayendo en forma de caracol, es indescriptible, uno se emociona, uno grita. Hay otro tiro, que es el que nosotros llamamos el “tiro rey”, que es cuando el pato viene de frente, en línea recta, y tú calculas la trayectoria del disparo, de tal manera que en la curva descendente, cuando tú le das, te caiga al frente”. Abelardo se aleja hacia un caño, y me quedo escuchando a Sánchez Mejía: “Como te habrás dado cuenta esto genera una cofradía, una hermandad entre los tiradores, los recogedores, los perros, y es una distracción sana, una distracción histórico-cultural de nuestro departa- mento. A las tierras húmedas del medio y bajo Sinú venían los españoles desde Cartagena y de Tolú a cazar la danta, el chigüiro, los venados, los patos… O sea que históricamente los cordobeses hemos tenido una afinidad natural por la caza, y seguimos en esa cultura, respetando la reglamentación que hay hoy, de las instituciones medioambientales. La cacería de aves se practica con escopetas calibre 12, calibre 20, calibre 28, y los mejores tiradores cazan al aire con calibre 410; tienes que ser un excelente tirador para hacer un blanco con ese calibre. Y dentro de

158 los calibres, disparamos con munición número 7 y número 8, perdigón sumamente fino, para tratar de no destrozar el animal. Son velocidades de tiro del orden de los 1.200 pies por segundo”. El hombre es elocuente en la expresión de su particular credo ecologista, de la forma de conciencia de responsabilidad ambien- tal que se comparte por acá: “En muchas de las fincas de nosotros, o de nuestros amigos, se siembran cultivos de sorgo y de maíz con el fin específico de que las aves tengan cierto grado de alimentación en la época que escasea, como es en verano, y así logren reproducirse más. O sea que estamos contribuyendo indirectamente a la preservación de estas especies, para después distraernos con la caza. Si tú te das cuenta, estás viendo un paisaje que tiene 70.000 kilómetros cuadrados, únicamente interceptados por el color verde de los campanos, de 20 y 30 metros de diámetro foliar, de los santacruces, de los nísperos, y de esta vegetación tan exuberante con que nos premió Dios. Aquí las puestas de sol del valle del Sinú son un espectáculo, esa policromía majestuosa que se produce sobre las cinco y media de la tarde. Eso es lo que hace rico esto, aunque nos piquen las hormigas, los mosquitos, alguna que otra serpiente, las espinas, todo con lo que se defiende el medio ambiente. Todo eso es lo que enamora, lo que hace que mucha gente de Bogotá se venga al valle del Sinú. Aquí hubo personas ilustres cazando, el doctor Carlos Lleras Restrepo venía cuatro, cinco días a disparar barraquete, Germán Vargas Lleras viene, toda una cantidad de gente bogotana”. Abelardo aprendió a cazar junto a Sánchez Mejía, que le conoce de pequeño y recuerda de aquellos tiempos: “Mi amistad con el grupo familiar de Abelardo, con su padre, su madre y con él data de los primeros años 80s, cuando yo me desempeñé como alcalde de la ciudad de Montería y su padre fue mi principal apoyo, de ahí nace una amistad muy grande. Y Abelardo siempre ha sido un muchacho intrépido y necio, nos lo llevábamos de cacería y de pesca, porque también íbamos mucho a pescar a la zona de las islas de San Bernardo. El grupo de ca- zadores donde puedo decirte que se le enseñó, que se le abrió ese apetito y esa costumbre cinegética, lo conformamos Juan Julio Bechara, que fue campeón nacional, montereano, Salim Haddad, que es un excelente tira- dor, y también ha sido campeón nacional, Carlos Vega, Alfredo Bechara,

159 Ignacio Berrocal, mi persona, Víctor León y otros que por el momento se me escapan. Tenemos fincas grandes donde participamos en cotos privados, y desde pequeño él entró en ese concierto donde tu aprendes a caminar, a ubicarte, a hacer señas, a mirar los cruzaderos de los patos, a interpretar el vuelo, a llamarlo al pato con los pitos, a mirar cómo aterriza, cómo colea la paloma, a ubicar al recogedor, la escogencia del arma y todo eso que tienes que saber para ganar buenas presas”. De acuerdo a la página del Ideam, la caza de animales está prohibida en Colombia, según resolución 72 de 1969, pero en los cincuenta años que han transcurrido desde entonces, poco se ha cumplido aquello. Unos no lo hacen porque se saltan olím- picamente toda resolución, en tanto otros, como este grupo de Montería, porque toma iniciativas como aquella de los sembrados para aportar al equilibrio, y a cambio logran un permiso especial para cazar. No comparto el placer de cazar de ellos, pero sí el aire de libertad que se respira aquí, una sensación que poco se encuentra hoy en el mundo de los buenos modales y la correc- ción. Por eso, quizás, me viene a la memoria una conversación con Vergès, donde le pregunté algo refiriéndome a un concepto suyo que afirma que los hombres violan la ley para afirmar su libertad, y él me respondió: —Víctor Hugo dijo que la libertad es una pluma que cae del ala de Satán en su caída. Si yo creo en la Biblia, debo aceptar que nos sacaron del Paraíso porque saboreamos el fruto del conocimiento, del árbol del bien y del mal. Y como consecuencia ya no sabemos reconocer la alegría del animal, del pájaro en el cielo, del pez en el agua, que no tienen remor- dimiento porque nunca violan su instinto, y nunca sueñan, y no tienen libre albedrío. Nosotros saboreamos el árbol del conocimiento, soñamos y tenemos libre albedrío. ¿Qué sucede entonces? Sucede que estamos abo- cados a la transgresión. Si relees desde esta observación todas las novelas que te han gustado, compruebas que siempre hay transgresión, en Lolita la pedofilia, en el Infierno de Dante el adulterio de Francesca y Paolo, el asesinato en El cartero siempre llama dos veces, de James Cain… Y la literatura sagrada está llena de ejemplos. —Y los protagonistas son siempre los transgresores.

160 —Sí. Lo que es curioso es eso, que los personajes principales son siempre los transgresores, que el autor se interesa en quien comete la transgresión: Fausto, Don Juan, Gatsby, Otello… Y lo mismo podemos observar en la vida real. Podemos hablar de Bonnie Parker y Clyde Barrow, conocemos sus nombres, pero no tenemos ni idea de los nombres de sus víctimas. La atención está siempre en quien transgrede, y cuando se quiere representar a los transgresores en las películas siempre se utiliza a los mejores actores, Jean Gabin, Marlon Brando… En contraposición con eso está el discurso que censura al mal, donde se olvida que los cri- minales son personas parecidas a nosotros. El juez Falcone decía que si uno quiere ser eficaz en la lucha contra la mafia, no debe considerar a los mafiosos como monstruos sino como seres comunes y corrientes, porque si son monstruos no podemos conocer ni sus fuerzas ni sus debilidades, ni podemos adivinar sus motivaciones, mientras que considerándolos como seres humanos podemos entender sus intenciones y oponernos. —Lo que dice Levi. —Precisamente. Primo Levi, el escritor italiano judío que fue deportado a Auschwitz, decía lo mismo, nuestros victimarios no eran criminales que hubiesen nacido así, ni eran monstruos, eran personas comunes y corrientes. Un ejemplo muy interesantes es Jack the Ripper, el destripador. De él sólo tenemos una silueta: una persona elegante que se ve de espaldas, ante una iglesia en un barrio pobre judío, según el testimonio de alguien que lo vio a la luz de una lámpara del alumbrado público, en medio de la niebla de Londres, y cuenta que se acerca una prostituta y los dos se van por una calle. Y un poco más tarde encuentran a la prostituta muerta, desangrada, con sus intestinos al aire. En otro caso, otra joven prostituta, en otra calle, con el vientre abierto, pero esta no tenía ovarios. Luego, en un hotel de paso, una mujer estrangulada, los dos senos cortados y colocados uno en cada una de las mesitas de noche que flanquean la cama. “Toda la gente estaba aterrada, preguntándose cómo esto era posible. Porque admiten que se pueda matar por dinero, pero eso allí no era la razón, en los bolsos de las prostitutas estaba el dinero, no se los habían robado. La gente puede admitir que uno mate por celos o por cólera, pero si no había ninguna relación entre ellas y la persona que las mató tampoco era el caso. La opinión en Inglaterra se muestra entonces muy

161 preocupada, y todos desconfían, piensan si puede ser el vigilante, o su mecánico, y todos preferirían que sea alguien que venga de otro lugar, un foráneo, así que naturalmente se sospecha de un cocinero de Mali, que venía en un barco que había atracado en esos días en el Támesis. Si fuese esa persona, el cocinero, de todas formas era un caso horrible, pero era menos preocupante porque no lo había cometido nadie que se pareciera a uno. Sin embargo el cocinero tenía una coartada. “Entonces se sospechó de un judío y un polaco, pero ellos también tenían una coartada. Ahí la policía se enfoca en un joven abogado lleno de talento que se suicidó un día de esos, y nadie sabía por qué. También se pensó en un médico que acababa de morir, un médico muy respetado por todos, y se piensa en un miembro de la familia real británica, el duque de Clarence, hijo del rey Eduardo VII, que murió poco después de los asesinatos. Y Conan Doyle supone que pudo ser una mujer. Lo cierto es que cuando se comete un crimen horrible todos sospechan de todos, del cocinero, del carnicero, del príncipe. Y así el crimen se convirtió en una demonización, pero es el signo más poderoso de nuestra libertad. —La libertad también es un proceso de persistencia… —Ciertamente. Por ejemplo, las huelgas son prohibidas, y después de que los sindicatos organizan muchas huelgas, reprimidas una tras otra por la policía, con muertos, heridos y centenares de obreros detenidos, la huelga es reconocida como un derecho. Hace cincuenta años yo defendía a unas mujeres jóvenes, que habían abortado y eran consideradas como criminales, el fiscal decía “han destruido una vida humana, carne de tu carne”. El aborto era considerado un crimen, y las condenaron. Ahora el aborto en Francia es reconocido por la seguridad social, que reembolsa los costos de abortar, y todo se ha invertido. Hoy se condena a quien se oponga a un aborto, porque esa interrupción voluntaria del embarazo es un acto legítimo. Ahí vemos que, en el sentido jurídico, la repetición de esa transgresión en la historia ha provocado la transformación de la sociedad. —Entonces la idea de lo justo cambia todo el tiempo, es una lectura de un momento… —Claro que sí, es un criterio del momento, de la coyuntura, de un tiempo determinado.

162 —Y la verdad… —Tú sabes que Nietzsche decía que el mundo moral también tiene sus antípodas… La primera declaración de derechos humanos, dice que todos los hombres nacen iguales, pero el señor Washington tenia esclavos, y el señor Franklyn escribió “si el alcohol hace desaparecer a los pieles rojas, y es la voluntad divina, pues sigamos vendiéndoles alcohol”. Dentro de cada uno hay un mundo moral que tiene sus antípodas. En un libro de George Bernanos, que escribió sobre la guerra civil de España, “Los grandes cementerios bajo la luna”, Bernanos cuenta una historia donde el que acaba de tener relaciones sexuales con una prostituta, cuando se viste le hace el sermón, le dice no está bien que usted haga esto, no hay que volver a hacerlo. Son antípodas que se hacen presentes allí, en el mismo instante.

163

7 Un abogado exitoso en un país sin compasión

El avión sobrevuela la sabana costeña, y Abelardo evoca en ese instante, como al descuido, que en Sicilia, de donde proviene una parte de su sangre, hay ciertos códigos dramáticos, como cuando a la mesa de un “hombre de honor”, como un mensaje para el convidado, falta el pan, esto es la unión. O la sal que nombra a la valentía, o el vino que invoca la sangre y la fidelidad. O falta el ajo, símbolo del silencio. Y me dice: “En estas tierras donde crecí no hay esos ritos, pero se respira un aire que mezcla al Medio Oriente con el sur de Italia, y ese aire evoca honor, hombría, valor, lealtad…”. En el estacionamiento del aeropuerto espera un Mercedes Benz G-500 gris metálico blindado, con vidrios semi polarizados. Detrás, una camioneta Toyota blanca. Los conductores de ambos vehículos y un par de escoltas se encuentran conversando. Uno de ellos, de gafas oscuras, relata apartes de la película de karate que vio anoche en la televisión. En el momento que dice “y zás, le cascó al mancito, al que se lo quería cargar”, por la puerta principal aparece, vestido íntegramente de blanco, el joven jefe. “El Doctor Abelardo”, murmuran entre ellos y cada uno toma posición, como si estuvieran en una obra de teatro que llevaran ensayando por años. “El Jefe” habla a su blackberry, bromea, está de buen humor, y al tiempo que termina la conversación saluda a los maleteros con un movimiento de la mano. Un escolta lo acompaña, recogiendo su sombra. Otro carga su maleta y la aco-

165 moda en el portaequipajes del carro mientras el de gafas negras le abre la puerta. Cuando sube a la parte delantera, junto al que maneja, los dos escoltas se dirigen a la camioneta. Veintiocho segundos dura el episodio, y todo encaja como en un operativo comando planeado por el Mossad, o una coreografía de Ho- llywood ensayada a la perfección. El Mercedes Benz arranca a gran velocidad, y pisándonos los talones la camioneta con los guardaespaldas. Por las ventanas entran ráfagas de un aire húmedo que se siente pegarse a la piel. Como diría Kapuscinski, respirar equivale a tragar bolas de algo- dón empapadas en agua caliente. La vía está despejada y tomamos la salida norte. Al poco tiempo de marcha aparece a unos doscien- tos metros un carro, al costado del camino, con el capó abierto y de él saliendo humo negro y una llamarada que rápidamente se está agrandando. Yo, que voy en el asiento trasero del Mercedes pienso que eso no tiene remedio, observando la velocidad con que crecen las llamas. Junto al carro dos hombres desesperados hacen señas con una bayetilla. Pasa una flota y un taxi, que van delante nuestro, luego una moto y una camioneta que vienen en sentido contrario, pero nadie se detiene a auxiliarlos. “Oye, para”, ordena Abelardo y de inmediato, primero un carro, enseguida el otro, nos detenemos en seco. “No vamos a hacer la cachacada de dejar a este hombre solo”, dice y bajándose ordena al conductor que le pase el extintor, y se lo alcanza de inmediato a uno de los hombres desesperados, a quien el fuego que se des- prende del auto le altera las ya demacradas facciones del rostro. Pese a mi predicción, el chorro de espuma líquida acaba con el incendio, y en cuestión de segundos sólo quedan las marcas de hollín alrededor del motor y el olor a caucho quemado. Entonces el hombre del carro se desparrama a llorar, maldiciendo a todos y a todo. ¿Tú eres marica?, le increpa Abelardo para hacerle reaccio- nar, y agrega ¿no ves que estás sano?, ¿que no te ha pasado nada? El hombre se toma su tiempo para responder “tiene razón, está bien, sólo fue el susto, pudo ser peor”. “Seguramente el tipo no lo sepa,

166 pero también a Ferdinand Porsche, por allá en Stuttgart, los primeros automóviles se le incendiaban igual porque le explotaban los motores, quizás no se ha evolucionado tanto”, me comenta Abelardo al rato, riendo con afecto por el auxiliado que ahora lamenta “el carrito estaba casi nuevo”, mientras recupera del humo la estatuilla de la Virgen del Carmen que llevaba el carro pegada sobre la guan- tera. Y le cuenta al abogado, como en un confesionario, que aún debía unas cuotas, que estaba por terminar de pagar las últimas. Enseguida, ya más tranquilo, agrega: “Menos mal lo tenía asegurado, así que el daño es suave. Un par de quemones, nada más”. Y antes de despedirse suelta un suspiro: “Es que lo tenía tan bello al carrito…”, y vuelve a sus lamentaciones en una especie de exhibición de cierta cultura patria. Superado el incendio volvemos al Mercedes y al camino. Hay a bordo una sensación de bienestar por haber hecho la buena acción del día. Abelardo De La Espriella, según comen- tan por estas tierras quienes lo conocen de años, tiene alma de samaritano. Un alma que lo lleva a meter sus narices en donde nadie se lo ha pedido y aunque a veces, a lo boy scout, se ciñe al Manual del Cortapalos, otras se sale del libreto y sus actuaciones impredecibles pueden rozar las fronteras de la catástrofe. Si cree en que hay peligro a su alrededor, y por eso se mueve con blin- daje, pistola en la guantera y guardaespaldas, bien podría verse como una irresponsabilidad mayor el haberse detenido, porque podría haber sido una trampa, especulo para tantearle, y él se ríe “no, tampoco hay que pasarse de paranoia, yo no voy a dejar de ayudar a alguien por sospechar más allá de lo normal”. Avanzamos por un paisaje sabanero de belleza suave, poblado de campanos (samanes, como acacias de esas bajo las que se echan los leopardos en África), robles que florecen en rosado, polvillos que lo hacen en amarillo, bongas soltando bolas peludas que nublan la mirada. Atrás van quedando fincas ganaderas en las que se divisan búfalos de agua y ganado Brahman. Los árboles están cargados, los nísperos, los palos de mango, y los olores marcan zonas en el aire.

167 Recuerdo el tremendista Manuscrito Carmesí de Antonio Gala viendo un berenjenal de esos que los primeros “turcos” sembraron para suplir sus dietas foráneas: “Soy un fruto lascivo y redondeado que alimenta las aguas del jardín, ceñido por un cáliz rugoso parezco el corazón de un cordero en las garras de un buitre”. Al toque comenta Abelardo, aterrizando, “la berenjena a mí me encanta. Y me encantan las frutas, y en general los vegetales, todos. Yo me como dos piñas oromiel de un solo coñazo. Pero de noche como poco, un ceviche de pulpo como mucho, algo así. Ya lo dijo el Quijote de la Mancha: “Si quereis ver el despertare no yantare después de seis de la tarde”. A Abelardo le encanta la buena mesa, los buenos restaurantes, “pero sobre todo tapear”, algo que he- redó de su padre, quien, cuenta su hijo, en las correrías que debía hacer por los municipios de la Costa viajaba con una nevera en el carro, “una nevera que se conectaba al encendedor de la camioneta, y estaba repleta de jamón, queso manchego, aceitunas...”. De su padre aprendió a apreciar la calidad de los jamones y los quesos, y a escoger el momento y el estado de ánimo para un vino tanto como para la combinación ideal con un Manchego castellano o un Idiazábal de Navarra, no dudando en armonizar un Fiore sardo con una copa de Barbaresco, un Ansó pirineico con un vaso de Tempranillo, un Crutin al Tartufo piamontés con riguroso Nebbiolo, la Scamorza piamontesa con Pinot Grigio, o el Brin d`Amour corso con Pinot Noir. El paisaje afuera evoca aquellas islas en el Golfo que describía Ernest Hemingway: “Había una larga playa blanca con cocoteros al fondo. No había nadie en la playa y la arena era tan blanca que mirarla lastimaba los ojos”. Nos detenemos junto a un parque mecánico, justo donde hacia arriba una niña es un manchón entre los ocres de las sillas volando. Gira y gira bajo la mirada atenta, conmovida, de un hombre con aire de boxeador. Es su padre y dice a un amigo que le acompaña, que a veces la cercanía en el tiempo te hace familiares las cosas, y sin embargo, cuánto más cerca las tenemos más opacas son, menos sabemos. Sutilezas del alma sencilla Caribe. Nos hemos detenido allí porque dice Abelardo que hay un buen restaurante. Y sabe de lo que habla. Es un restaurante mo-

168 desto pero al mismo tiempo clásico, donde haciendo honor a las mezclas de estas tierras suena suave ese sonido dentro del sonido tan particular en la música que se cultiva entre Irán y Pakistán, el Qawwali. Podría apostar a que es Nusrat Fateh Ali Khan quien canta, pero no hay forma de comprobarlo porque la mujer que atiende no sabe de quién es la voz, únicamente que está en un CD sin marcas que les dejó, en agradecimiento por el sabor, alguien que alguna vez allí comió. La cocina popular, anónima, tradicional de cada región es como la mejor evidencia del nivel cultural de la gente que vive en ese lugar, dice Abelardo luego de recomendar qué pedir. Como a Vergès, el tema de la comida le produce gran placer. Así como puede hablar del punto de cocción en un sencillo pescado a las brasas o la justa intensidad del limón en un cebiche sin mayor pretensión, se puede explayar con pasión hablando de la langosta con ragú de trufa del Périgord, el toque de azafrán en la boullabaise marsellesa o la preparación de aquellos platos que le llegan de la España del apellido paterno. Ahí están los guisos manchegos, los asados castellanos, los revueltos campesinos, las fabadas asturianas, los espárragos trigueros, el pescado gallego, el arroz caldoso de alcachofas, meloso pero con los granos sueltos… Al calor de la conversación recuerdo El Rodaballo, la novela que Günter Grass escribió como un manual de cocina, donde nueve mujeres cocinando narran la historia del hombre en la tierra, partiendo de que cuando “el fuego venció a lo crudo, compren- dimos el gusto del humo, soñamos metales y comenzó, al principio como un presentimiento, la Historia”. Abelardo se entusiasma y evoca a aquel buscador del tiempo perdido que fue Marcel Proust, en su decir que “cuando nada subsiste ya de un pasado antiguo, cuando han muerto los seres y se han derrumbado las cosas, solos, más frágiles, más vivos, más inmateriales, más persistentes y más fieles que nunca, el olor y el sabor perduran mucho más, y recuerdan, y aguardan, y esperan, sobre las ruinas de todo”. Ante la falta de carácter de la sal que hay en la mesa, el tema de conversación evoluciona por ahí, y Abelardo cita las cuali-

169 dades de la sal de Bali recogida a mano luego del atardecer, y la compara con el carácter de la sal rosada del Himalaya, o con el fino sabor de los diamantes de sal de Kashmir sobre un pescado blanco. Luego derivamos a las pimientas y él evoca el perfume dulzón a bosque y flores de la pimienta salvaje de Madagascar, que armoniza tan delicadamente con el cordero. Y en el reco- rrido, inevitablemente, aparecen los chiles secos de Aleppo, en Siria, otra de sus tierras familiares. Pero en medio de lo que parece un mundo de sofisticación, a continuación me cuenta que, aunque aprecia en alto grado la creación en la cocina como una sublime experiencia vital, una de las experiencias que más le entusiasma en los viajes es senci- llamente comer en los puestos al borde de los caminos. O dete- nerse en “uno de esos chuzos de los que sale un olor sencillo, honesto, básico”. Gusta tanto de esto como de que lo sorprendan con la deconstrucción de una tortilla, o quizás más. Habitué en Bogotá de Harry Sasoon desde hace quince años, amante de la cocina peruana y de las pastas, a las que aprecia como “una cosa sencillamente sublime”, se entusiasma Abelardo hablando de experiencias gastronómicas: “Hay en Positano un restaurante del que no recuerdo el nombre, donde comí una pasta con trufas de chocolate, una ambrosía”. Y luego evoca España, y en el país Vasco, Arzak, pero también “en Madrid, en Casa Lucio, las patatas con huevos es- trellados, lo máximo. Y, ¿sabes?, muchas veces te cambio cualquier buen restaurante por el placer de comer quesos con aceitunas, esa combinación para mí es algo superior. Yo como aceitunas desde que tenía tres años, creo que era el único niño al que le encantaban las aceitunas a los tres, cuatro años. Y los quesos raros, el roquefort…”. Pero, pese a todos estos recuerdos y gustos, si hay una cocina que ama profundamente, esa es la árabe, “por cultura de familia, porque es la comida de mi casa, y también porque es la más rica, son cientos de años de tradición culinaria, eso no se improvisa”. Una semana atrás su padre me mostró el mapa de la herencia: “A mí no me gustan las cosas porque alguien dice que son buenas, sino porque me agradan cuando las he probado. Así me encantan los quesos

170 italianos, el peccorino, el parmesano, los quesos maduros, el vino toscano, el Brunello de Montalcino. Y de España los Rioja, los ribera del Duero, y me encantan el jeréz, pero, sobre todos los vinos, el oporto portugués. ¡Para mí eso es un regalo de Dios! Igual que los jamones, y entre ellos el pata negra, que lo prefiero al mejor prosciutto. En mi casa siempre ha habido provisión de todas esas cositas, porque cuando todavía no teníamos apertura, que no llegaban las delicatesses, yo las compraba en Miami o en Aruba, o las mandaba a buscar. Y a Abelardo le he inculcado eso, el gusto por la buena vida, el buen comer, que es como una tradición de familia, porque a mí también me inculcaron que uno no puede surgir para amontonar una fortuna o hacer un patrimonio sin que eso se refleje en su estilo de vida. “A nosotros nos acostumbraron a vivir bien, con mucha dignidad, a comer bien, a andar bien trajeados, pero siendo siempre eso producto del trabajo, del esfuerzo. Y yo se lo he inculcado, poniéndole claro que no debe la persona desbordar sus ingresos, que hay que ser supremamente equilibrado, gastar de acuerdo con lo que ganas, y no gastar todo lo que ganas, sino que quede algo para atesorar. Porque en el equilibrio está la clave del éxito. Y le he insistido también en que eso no puede sobrepasar unos límites, porque sobrepasarlos, además del deterioro patrimonial, pro- duce mucha envidia. Y eso es grave, sobre todo en nuestra sociedad donde la gente se parece tanto a los cangrejos. ¿Los ha visto? Usted coge en la playa una cantidad de cangrejos y los mete en un balde, y esos cangrejos no necesitan que nadie los cuide porque ellos mismos lo hacen: en la medida en que un cangrejo quiera salirse del balde, los que están abajo lo jalan. Entonces es mejor no aparecer tanto, porque eso despierta envi- dia, resentimiento en la gente. Allí es donde uno tiene que autoatajarse, porque si algo trae problemas en la vida es sacar la cabeza demasiado”. Como personaje de sensibilidad renacentista que es, y aun- que poco lo practica porque aún le falta tiempo para explorar más esa región de sus capacidades, Abelardo cocina y sabe ser contundente en los sabores, sacándole máximo provecho a los productos de la tierra y del mar. Con sólo echar un buen chorro de aceite de oliva sobre una merluza a la plancha logra un plato delicioso, pero también sabe ir más allá combinando sabores que otros no se atreverían a combinar, como mango en la sartén con

171 mantequilla y pasta de pimientas de Szechuan para rociar sobre ese mismo pescado. Su sangre lleva una parte árabe, por lo que tiene un talento natural para utilizar frutas y nueces en su cocina de sal logrando combinaciones memorables, armoniosas y equi- libradas, como, por ejemplo, unas croquetas de pescado con salsa de avellanas, con jalapeños secos y ahumados sobre una reducción de tomate de árbol. O esa expresión del cielo que son sus tapas de pulpa de cangrejo fresco con almendras picadas, coco y una lágrima de limón sobre una tostada de pan de centeno untada con aceitunas negras machacadas. Abelardo piensa que cada buen cocinero, además de un artesano es un artista, un creador. “Creo que el perfil del chef cambió, la profesión ganó estatus, glamour, pero en medio de eso hay que saber diferenciar a los grandes cocineros de los que ejecutan recetas, aunque tampoco es este un arte menor”, dice mientras explica su idea de que uno debe viajar a veces tan sólo para beber un vino en su tierra original, sin que este sufra transporte y cambie, agregando que también sería suficiente justificación para viajar el poder comer en determinado lugar. Y aunque le gusta hacerlo informalmente al borde de los caminos, en su lista de destinos, que encabezó por años Ferran Adrià y El Bulli en Girona, están en Guipúzcoa Martin Berasategui, en París los fogones de Pierre Gagnaire, en el número 6 de la rue Balzac, el Nobu de Nueva York… Indudablemente no se refería a alguien como él Shakespeare cuando escribió que “sufrimos demasiado por lo poco que nos falta y gozamos poco de lo mucho que tenemos”. Abelardo sabe gozar cada una de las situaciones que pone ante él la realidad, y las que no son puestas las construye, las siembra, las cultiva. La experiencia está hecha de todas las cosas, porque los campos del conocimiento se relacionan entre sí en algún lugar. Hablando del mundo que ha recorrido le pregunto qué ciudades le pare- cen fundamentales, donde sea que estén, y sin vacilar responde “Barranquilla es determinante en mi vida. Lo ha sido Bogotá, aunque no sea mi preferida para vivir, y afuera estoy entre Buenos Aires, New York y Roma, aunque Madrid también es una ciudad que me encanta, la vida nocturna, la comida. Podría vivir sin ningún problema y feliz en

172 Roma o en Madrid. Es decir, me siento maravillosamente bien en muchas ciudades. Y en la práctica, Miami es mi segundo hogar. Me considero un ciudadano del mundo”. En esa Barranquilla, que nombra en primer lugar, se mueve como con bata y pantuflas, sintiéndose absolutamente en su casa. Alberto Navarro Reyes, conocido por sus amigos como El Pollo, empresario barranquillero y amigo de Abelardo desde que este lo defendió hace años, me dijo “es que él es de aquí, porque uno es de donde se siente bien, y eso le sale aunque quizás no sea consciente. Él me defendió en un proceso, y ahí le conocí la fibra humana, la inte- ligencia. Salimos muy bien, como él me prometió cuando tomó el caso, pero lo más importante fue cuando después vino la amistad, y la verdad, me descrestó más como amigo que como profesional”. Y entrando en detalles, agrega “yo soy un cultor de inteligencias, y de Abelardo lo que más me llamó la atención es la claridad con que piensa y actúa. Es pragmático, transparente, en la amistad sobre todo. Te da idea de ser un tipo rudo, pero tiene un corazón enorme. Él es un viejo nuevo, un tipo que define las cosas como si tuviera una experiencia de vida larga, entre 60 o 65, o hasta 70 años en sus actitudes profesionales. Y en la parte personal es tan jóven como el que más, y es mi amigo, aunque yo soy de la misma edad de su papá… Pienso que el fenómeno de identificación con Abelardo es que tuvimos una juventud, o una niñez, rodeada con parámetros parecidos: todos mis amigos eran mayores que yo, 15 o 20 años mayores, conocidos de mi papá… Hoy sólo tengo cinco o seis amigos de mi edad, los demás siguen siendo muy mayores, y está Abelardo”. El padre del abogado explica la relación con amigos de mayor edad como algo que ha heredado. “Yo también fui amigo de gente vieja. Mis amigos de joven, todos, eran personas mayores, y actualmente mis mejores amigos son hombres de 80, 84 años. Entonces eso lo heredó de nosotros, de mi padre también, que él era igual, siempre anduvimos con gente mayor que nosotros, pienso que porque buscaba uno de dónde aprender, que eso es supremamente importante, porque la gente no aprende tanto leyendo como oyendo, observando. Yo creo que esa ha sido una inclinación que heredó de la familia él también, por eso tiene muy pocos amigos de su generación, de su edad. Además, porque en el momento en que se encuentra como profesional, y como hombre público

173 ya de talla nacional, encuentra que los amigos de su generación no están en esa onda, sino en una onda relacionada estrechamente con su edad. En cambio los triunfos profesionales que él ha tenido lo han llevado a una edad que no es la suya, refiriéndome a las relaciones que tiene como profesional y como ser humano”. Pensando en esa devoción con que se sirven algunas pro- fesiones, le pregunto a Abelardo si como abogado, como esa figura del que se pone a cargo de quien está en la indefensión, está disponible 24 horas, como un médico, o hace respetar sus tiempos. Me responde “con los clientes, como con los amigos, 24 horas, todo el tiempo, y es lo primero que les digo, siempre y cuando sea urgente, por supuesto, ahí estoy, siempre”. Cómo escogió sus socios de Miami, le pregunto, y me explica que “ellos me buscaron a mí, en realidad. Me propusieron la alianza, y yo tardé un tiempo en finiquitarla porque primero quería conocerlos, conocer a sus familias, hasta que ya me sentí cómodo, y cerramos el acuerdo. Desde entonces hemos hecho una buena relación de amistad y trabajo, todo muy sincronizado, porque son excelentes personas, hombres de familia. Eso es muy importante para mí. Fíjate, yo soy muy tradicional en eso, soy muy conservador en esas cosas, para mí eso es quizás lo más importante”. De La Espriella Lawyers Enterprise ofrece a sus clientes 20 abogados en Bogotá, 12 en Barranquilla y 10 en Miami, aunque Abelardo es el encargado de frentear la mayoría de los casos. En Estados Unidos trabajan negocios de inmigración, extradiciones y procesos con el sector público y privado, y frecuentemente viaja hasta allá para atender casos. En un artículo que le dedica el diario bogotano El Tiempo, asegura que su empresa jurídica está muy lejos de ser una de aquellas que se ocupan por sobre todo de lucir un buen discurso teórico, machacando a continuación uno de sus argumentos fun- damentales: “Reivindicamos la actividad del abogado litigante, dejamos la retórica jurídica y nos centramos en producir resultados”. Enterado ya de cómo fue en Miami, le pregunto cómo eli- ge en general a su equipo. La respuesta es “yo soy un cazador de talentos nato. La gente que hoy trabaja conmigo la he sacado de salones

174 de clase, otros los he descubierto en conferencias, por las preguntas que me han hecho, algunos llegan a mi oficina a decirme que quieren trabajar conmigo y les hago una prueba… Pero lo central es que en este tema del derecho creo que soy un cazador de talentos, tengo un olfato buenísimo para identificar a los mejores”. —¿Ves a Lombana en Colombia como el otro abogado im- portante de tu época? —Sí, porque Jaime es el precursor de la nueva forma de ejercer el derecho, y también por otras razones. Él entendió la importancia de los medios de comunicación en el ejercicio del derecho penal, entendió que los procesos debían socializarse por fuera de los tribunales también, y es un monstruo del derecho, un monstruo en audiencia, un hombre muy bien formado, un gran profesor universitario. Y es un buen tipo al que yo admiro, respeto y quiero mucho. Para ser un buen abogado se requiere ser una buena persona, parafraseando a y Lombana lo es. Quince años mayor que Abelardo, Jaime Lombana Villalba es para muchos entendidos uno de los baluartes actuales del derecho en Colombia. Estudió en la Universidad del Rosario y luego de ampliar sus conocimientos con estudios en psiquiatría y psicología se especializó en criminalística. Es, a todos luces, un gran combatiente que también se ha destacado de la mayoría de abogados en el país por actuar en pleitos multimillonarios como Dragacol, Comsa, Granahorrar, asumiendo la defensa del Estado colombiano, pudiendo ganar el triple de honorarios prestando sus servicios a la contraparte. Durante el Gobierno de César Gaviria fue viceministro de Agricultura, y luego ha defendido a clientes de todo tipo, pero tras la defensa de María Izquierdo en el Proceso 8.000 ha confesado, en varias ocasiones, como llegaría a confesar también Abelardo tras su propia experiencia años más tarde, que puede resultar un error defender a un político. En el Primer Congreso de Derecho Penal que organizó Abelardo, Lombana habló de la sensibilidad social que debe tener un abogado litigan- te, particularmente en “una sociedad llena de hipocresías y mentiras donde todos desconfiamos de todos”, y en la que “el colombiano no tiene confianza en el concepto de justicia”.

175 Abelardo y Lombana se conocieron en el caso Comsa, la concesión de la carretera a la Costa desde el interior del país que adjudicó el Gobierno Pastrana. Y que derivó en un gran enredo porque no se pudo concretar la obra, se enredó la plata y un largo etcétera de ahí en más. En ese caso Abelardo fue parte de un equipo que peleaba un pleito de 100 millones de dólares, donde, como recuerda, “querían meter preso a todo el mundo pero conseguimos que nadie fuera a la cárcel, se devolvió la plata y todo el mundo feliz, tranquilo, aunque Jaime Lombana, que representaba al Estado, la parte civil, trató hasta el último momento de encarcelar a nuestros clientes. Pero no pudo. Cuando llevé el proceso de Comsa tenía 24 años, y era el abogado de los barranquilleros, de Castro Tcherassi, del grupo Gerlein, y estaba en la defensa con Julio Andrés Sampedro, otro abogado penalista, amigo personal. Las audiencias eran muy fuertes, pero se logró conciliar, se devolvieron las platas con unos intereses, y todo se arregló después de cinco años de pleitos, en donde hasta el rey de España estuvo involucrado, porque intercedió por los españoles de Comsa ante el gobierno colombiano. Eso fue una locura, y también el dueño del Real Madrid estuvo involucrado en esa vorágine judicial. Ellos tenían sus abogados, litigantes muy fogueados, y yo era el pollo del equipo, un niño, pero estaba entusiasmado con ese escenario, intervenía en las audiencias, braveaba, peleaba, y sacamos eso adelante, fíjate. Y ahí me hice amigo de Jaime Lombana, un poco como consecuencia de que nos decíamos de todo en las audiencias, y luego salíamos e inevitablemente hablábamos, descubriendo todas las cosas que nos acercaban. Yo siempre lo admiré por ser el gran abogado que es, y él me aprendió a respetar porque me vio desde muy temprana edad trabajar en esos juicios… A partir de ahí hay una buena amistad, que se fundamenta en el respeto y la admiración mutua”. En una ocasión que nos presentó un amigo mutuo, le pregunté a Alfredo Tcherassi Guzmán, socio de Comsa, por qué habían contratado a De La Espriella, un muchacho, para participar en aquel caso. Me dijo que se lo había recomendado una amiga, y que nunca tuvo más que agradecimiento con ella porque descubrió “a un abogado muy sensato aun cuando arriesgaba; un joven brillante, eficiente y buen amigo, leal por sobre todo”. Otro cliente me lo definió

176 en otra ocasión como “un árbol con muchas ramas, exigencia estética, compromiso ético”. Y un juez que le ha observado actuando en los juzgados, reaccionando sobre la marcha sin dejar de reafirmar en cada improvisación su estrategia, me dijo que “su gran cualidad es algo raro en un hombre de tan poca edad: sabe escuchar”. Una cualidad de gran valor, porque, como diría un actor de películas serie B, “hasta puedes venderle sal a una babosa si la sabes escuchar”. Asociando una cosa con otra, con la naturalidad con que podría hablar del gusto por las olivas con champaña o el beluga con tequila helada, Abelardo dice de pronto: “A mí me gustaba la propuesta de Mockus cuando hablaba de la legalidad, del imperio de la ley. Yo creo que el país ideal para cualquier persona, pero sobre todo para quienes ejercemos el derecho, es aquel en el cual haya una clara visión de respeto absoluto por la ley, que se traduzca en una política de Estado. Porque la ley, a mi juicio, no puede tener interpretaciones, hay que aplicarla al pie de la letra, tal cual está consignada en el texto legal. Un Estado donde se sancione de verdad, con severidad, al funcionario público que viole la ley, sería el Estado ideal. He pensado siempre que el peor delincuente es el funcionario judicial que no respeta la ley para perseguir a un procesado. El imperio de la legalidad significaría una enorme evolución”. El domingo 6 de junio de 2010, tras el último debate de los candidatos presidenciales en televisión, Abelardo escribió en su columna en El Heraldo, de Barranquilla: “Lo digo sinceramente y con cierta tristeza: no hay derecho a tanta irresponsabilidad. Mockus desperdició por obra y gracia de su incongruencia, su falta de sindéresis y objetividad, la oportunidad histórica de cambiar la forma de hacer política en Colombia”. Y dos semanas después predijo que sería “elegido con una amplia ventaja el Doctor Juan Manuel Santos como Presidente de Colombia”, y luego de arriesgar esa sentencia agregó: “Me permito hacerle las siguientes sugerencias”, entre ellas que, después de asumir su cargo, de inmediato “programe un encuentro con los miembros de la Corte Suprema de Justicia, extiéndales la mano y termine de una buena vez con la absurda pugna en la que se ha trenzado el gobierno con el alto tribunal. (…) Olvídese, Presidente Santos, de la absurda idea

177 de convertir la Fiscalía en un apéndice del gobierno, la justicia debe ser totalmente independiente para que opere adecuadamente. La estructura de la división de los poderes no es un embeleco, es un mecanismo —pro- pio de los estados de derecho— que permite que las distintas ramas del poder público actúen con autonomía, ajustándose a la ley y sin usurpar funciones de las otras, ni qué decir del respeto que hay que guardar por las decisiones judiciales”. El domingo 27 de junio de 2010, Abelardo escribe en El Heraldo otra muy comentada columna, que se anticipa a lo que ocurrirá en pocos días: “El nuevo inquilino de la Casa de Nariño va a demarcar una gran diferencia con su antecesor. Santos cree que la concertación es el camino más apropiado, mientras que Uribe (…) con- sidera que tal forma de gobernar —concertando con todos los sectores— constituye la negación del liderazgo. El bienestar de la Nación no tiene color político: lo bueno es bueno, así lo proponga o ejecute el contradictor, la importancia de las iniciativas no proviene de quien las hace sino de lo que contienen y buscan”. Sus columnas muestran, como mínimo, la gran sintonía del abogado con el curso de los grandes hechos nacionales. En la lec- tura de algunos, su gran influencia en el curso de algunos de esos hechos. Algo que explicaría el por qué de un incidente extraño que ocurrió en esa campaña presidencial. A contrapelo con su posición de respaldo a Mockus en la primera vuelta presidencial, el 5 de mayo de 2010 apareció en Facebook un grupo con la convocatoria: “Me comprometo a matar a Antanas Mockus antes del 30 de mayo”, acompañada de una fotografía de Abelardo De La Espriella en primer plano, insinuando su adhesión a la propues- ta, e incluso sugiriendo que era él su autor. Aunque tres horas después el grupo fue retirado de la red social, las consecuencias fueron de corte mayor, llegando a que Marina Silva, la aspirante verde a la presidencia de Brasil, cancelara su viaje a Bogotá para un encuentro con el candidato verde colombiano, porque la creación de ese grupo en Facebook indicaba “que la situación en Colombia era de alta tensión”, como informaba el 8 de mayo un cable de la agencia Efe generado en Brasilia.

178 El director de la Dijín, general Ramírez Calle, se apresuró a informar a los medios que se estaba trabajando en coordina- ción con agencias de seguridad norteamericanas, investigando esta acción terrorista en la web, y el Presidente Uribe saludó a la bandera declarando que “las herramientas para el progreso de la humanidad, como es Internet, no se pueden poner al servicio del crimen ni al servicio del odio”. (El Espectador, 6-5-10), y pidiendo una sanción ejemplarizante para aquellos que propongan, a través de estos medios, asesinar a un ciudadano. Pero como el incidente se conectaba con otro que involucró a los hijos de Uribe, en el ojo del huracán, Abelardo radicó una denuncia por el delito de amenazas, y los de instigación a delin- quir, violación a datos personales agravado, calumnia y falsedad en documento privado. Y en la cadena radial Caracol declaró “yo espero que con la misma diligencia que se actuó en el caso de la persona que amenazó al hijo del presidente, se atienda este caso, porque esto quizás es más grave, ya que se utiliza mi nombre para amenazar a un candidato presidencial”. Reaccionando ante estos hechos, Rafael Pardo, can- didato liberal a la presidencia, exigió a las autoridades celeridad en las investigaciones, refiriéndose al mismo caso reciente a que se refirió el abogado: “Si la policía en tres días logró saber quién fue una persona que abrió un sitio de Internet para amenazar al hijo del presidente, espero que por el hecho de que Mockus sea un candidato de oposición, no se demore más”. “A veces las heridas vienen de donde menos imaginas”, me comenta Vergès riendo. Sabe de lo que habla, ya que las únicas suyas, cuan- do peleó contra los nazis en la Resistencia francesa comandada por Charles De Gaulle, se las hizo él mismo abriendo ostras.

179

8 Del humanismo a la violencia, pasando por la magia

“Tal vez el rasgo principal de la personalidad de un buen abogado litigante sea una confianza innata en sí mismo, que es lo que más se necesita para actuar con rapidez y decisión cuando no hay tiempo para consultar a los demás, ni alguien que te aconseje. El ejercicio de la pro- fesión como abogado litigante en los momentos definitivos, cuando debes tomar una decisión urgente, no da espera para consultas, ni para análisis o para asesorarse de un perito. Hay que pensar por sí mismo, actuar por sí mismo y prever la próxima jugada del oponente, ser un visionario que se adelante a los acontecimientos, y al tiempo ser un arma de batalla, un excelente peleador”. Abelardo dice esto, y a continuación se refiere a que muchos“ procesos penales tienen, además de connotación nacional en los medios de comunicación, incidencia en aspectos importantes del manejo del Estado o de sectores sensibles de la sociedad, del estamento público militar o eco- nómico, y el abogado termina granjeándose una cantidad inimaginable de enemigos. Es claro que, al defender una causa, se generan malquerencias por parte de los enemigos de esa causa, pero el abogado debe asumir que, siempre, ganará más enemigos que amigos al defender las causas penales. Quien no entienda eso o quien se atemorice por ello no puede ejercer la labor de abogado litigante. Lo que está en juego en un proceso es algo muy serio, y a veces extremadamente peligroso. Un abogado litigante es, en muchos sentidos, y esta es una alusión metafórica, productor, director y actor principal de un drama, en el cual lo que está en juego es algo muy real”.

181 Abelardo dice esto y observo que tanto a él como a Vergès les apasiona el arte, la literatura, el teatro. Vergès ha llegado incluso a escribir y protagonizar sus propios espectáculos teatrales, one man shows, logrando llenos reiterados en París, boleterías agotadas con varios días de anticipación por espectadores que viajaban de toda Europa para verle y escucharle. Y en las pausas de estos días de trabajo en Colombia, se dedicaba al texto de un nuevo montaje, esta vez a partir de Nietzsche, que decía: “Contamos con el arte para que la verdad no nos destruya”. En una de esas pausas, fumando un habano y compartiendo un añejo ron guatemalteco me dice Ver- gès que para él su trabajo es, por sobre todas las cosas, un trabajo humanista, que también tiene su estética. Chupa el cigarro, suelta el humo, y yo, que he masticado su frase, le pregunto: —Jacques, ¿cuál es el papel de esa estética, de la elegancia, en el trabajo del abogado defensor? —Producir un buen expediente, un buen caso, más allá de su función directa también es una obra literaria, la mejor de las obras literarias. Por- que el proceso es una metamorfosis, siempre. Es como la preparación de un plato: una cosa es lo que hay cuando comienzas, otra cosa cuando ya lo has cocinado y lo sirves. Cuando a mi cliente le dedican una película (el caso Bouhired, n. de r.), no cambia su realidad ordinaria, pero cambia en otro nivel, porque ahora se convierte en una leyenda. Ahí hay una novela. Yo doy el ejemplo de Juana de Arco, que llega al proceso en medio de una situación de guerra, durante el proceso se va produciendo esa metamorfosis, y cuando sube a las llamas es una santa. El proceso hizo que se diera una transmutación, y se generara una novela. Entre la realidad y la obra literaria siempre hay un vaivén, en el que se mueve el novelista que hay en cada defensor. “Y también el poeta”, aporto y él me mira dudando. Entonces agrego, esforzándome en mi mal francés, “si observo tus casos, los sobresaltos con que juegas, las rupturas, las imágenes que usas, el gusto por ir más allá y más hondo en los temas evidentes, los recuerdos que te gusta evocar, tu estar más allá de la moral, la capacidad de síntesis sobre el mundo, tu capacidad de transgresión, no puedo dejar de ver poesía en tu actuación, en tu pensamiento”. Me replica “Eso no lo digo yo”, y

182 aparece en él algo así como pudor. Mariam, su hija, que nos ob- serva, ríe aprobando. Y para romper con el tema que le provoca esa turbación, él vuelve a lo que venía diciendo: —En Francia, en el siglo XVIII un comerciante protestante fue condenado a muerte, se llamaba Calache. Voltaire se ocupó de su caso y demostró que estaban acusando a este hombre por un crimen que no había cometido, solamente porque era protestante. Estamos aquí ante un escritor que se vuelve juez de instrucción. Con Dreyfus nadie quería entender mucho de qué se trataba su caso, preferían seguir la ola que le condenaba sin preguntarse si había otra cosa detrás. Entonces Zola hace una provocación, acusa a los generales y al Presidente de la República provocando un escándalo mayor. Lo que quería era que lo persiguieran, que lo llevaran a un tribunal para durante el proceso tener la oportunidad de decir lo que pensaba, y ahí generar una reacción en los ciudadanos. El caso al que se refiere Vergès ocurre en la Francia de 1894. Se acusa de espionaje para Alemania a un capitán de ascendencia judía, Alfred Dreyfus, y se le condena a prisión en un Consejo de Guerra basado en pruebas fabricadas, con el apoyo de una opinión pública fanáticamente antisemita. El escritor Émile Zola, convencido de la inocencia de Dreyfus, se enfrenta a la opinión pública desde el diario Le Figaro, que más tarde, ante el calor creciente del conflicto, le cierra sus puertas. Zola decide dar la lucha con sus propios medios, afirmando: “La verdad está en marcha y nada ni nadie podrá detenerla”. Entonces dirige una carta abierta al Presidente Faure, publicada en el diario L´Aurore, que dirige George Clemenceau, bajo el título J´Acusse, yo acuso, donde tras exponer sus pruebas, concluye en su parte final: “La verdad está en marcha y nada la detendrá. (…) Lo dije en otro lugar y lo repito aquí: cuando sofocan la verdad bajo tierra, ésta se concentra, adquiere tal fuerza explosiva que, el día en que estalla, salta todo con ella. (…) Sólo tengo una pasión, que se haga la luz en nombre de la humanidad que tanto ha sufrido y que tiene derecho a la felicidad.” Los 300.000 ejemplares que excepcionalmente tira el diario con la carta, se agotan en horas, y el eco de esa publicación dividirá por décadas a Francia.

183 Zola es procesado, se le cierran todos los espacios, se le di- fama, lo que le lleva a huir a Inglaterra, y allí recibe la condena en rebeldía mientras su causa moviliza adhesiones en todo el mundo. En 1902, ya nuevamente en su patria, el escritor muere, y en su entierro Anatole France pronuncia un emotivo discurso, reivindicándole como un monumento a la conciencia humana y afirmando que la lucha por la verdad y la justicia de Zola, en defensa de Dreyfus, le valieron los mayores ultrajes “que hayan producido jamás la estupidez, la ignorancia y la maldad”. En 1906 el proceso a Dreyfus es anulado, y se le reincorpora póstumamente al ejército con restitución del grado y honores militares. Estudioso apasionado de la historia, Vergès retoma el tema que dejó en Voltaire y su paso de la literatura a los juzgados: “Los escritores podían hacerse jueces de instrucción, y frecuentemente allí produ- cían algunas de sus mayores piezas literarias. Por ejemplo, en Saint Just y Louis XVI, el requisitorio es una obra maestra, una belleza literaria: “Louis reinó y entonces es culpable, no se puede reinar inocentemente”. El proceso de Luis XVI (noviembre de 1792-enero de 1793) fue un enfrentamiento entre girondinos y montañeses en el que, en su discurso, Saint Just situó el debate en el terreno político: “Los mismos hombres que van a juzgar a Luis XVI tienen una República que fundar, quienes den alguna importancia al castigo justo de un rey no fundarán jamás una República… Para mi no hay término medio: este hombre debe reinar o morir… No se puede reinar inocentemente; la locura es demasiado evidente. Todo rey es un rebelde y un usurpador”. —Yo estoy terminando, en un par de semanas lo voy a entregar a la prensa universitaria de Francia, un libro de 500 páginas, “Justicia y Literatura”. Por ejemplo, Antígona, el símbolo universal de la tragedia y del proceso judicial. En Francia, Juana de Arco tenía un compañero de armas, Gilles de Rais, un joven de 25 años, un aristócrata que trató de ayudar a Juana a escapar en Rouan. De Rais era un pedófilo sádico, lo habían acusado una y otra vez de decenas de casos de asesinatos de niños y luego fue perseguido y llevado ante la justicia, y toda la gente se mostraba hostil, pero él hizo de su proceso un acto de contrición (citado en un capítulo anterior, n. de r.), exigió que le colgaran de primero,

184 y toda la multitud le acompañó entonando cánticos. Entonces lo recoge Perrault, en un cuento que habla de él describiéndole como una persona dulce que mataba a sus mujeres, y está la ópera de Bartók, donde Bar- bazul, esto es De Rais, se convierte en un príncipe melancólico que llenó un lago entero con sus lágrimas. La vida de Juana de Arco, la Doncella de Orleans que escu- chaba voces, va de 1412 a 1431. Convenció al rey Carlos VII de expulsar a los ingleses de Francia, logrando que este le confiara sus ejércitos, en los que tuvo como su más fiel escolta y protec- tor a Gilles de Montmorency, barón de Rais, que durante esta guerra amasó una gran fortuna, la segunda más importante de Francia. Al retirarse de la milicia, tras la inmolación en la hoguera de Juana, De Rais, que tenía una exacerbada fe cristiana y a los 25 años había sido proclamado Mariscal de Francia gozando de la reverencia de sus compatriotas, que le consideraban héroe de la patria, cometió los más espantosos crímenes, teniendo como víctimas principales a centenares de niños que mandaba secuestrar y asesinaba en su castillo, en medio de una corte de alquimistas, videntes, brujos que lo asesoraban. Lector afiebrado de los poemas de Ovidio y el relato que Suetonio hace de los sacrificios necesarios para calmar al diablo, siguiendo aquella idea de San Agustín, “Felix culpa!”, dichosa culpa, el noble francés, famoso antes por su audacia y violencia en los combates, se entregaba a orgías donde, escuchando en éx- tasis cantos gregorianos o música de órgano, abría los estómagos de los niños y se quedaba horas ensimismado ante la sangre y las entrañas, para luego acariciar la culpa cayendo en profundas depresiones. Los azulados reflejos de su negra barba dieron pie a que el pueblo le llamara Barba Azul y temblara ante su nombre, mientras su exaltación religiosa le valía ser designado canónigo de Saint Hilaire de Poitiers, donde se rodearía de una comitiva de cin- cuenta eclesiásticos que pasó a acompañarle en todos sus actos, junto a sus 200 soldados de caballería cuya base era la capilla de los Saints Innocents, en Machecoul, Bretaña, su tierra. Finalmente,

185 luego de torturar y asesinar en unos pocos años (1432-1440) a más de mil niños de entre 7 y 14 años previamente secuestrados por sus hombres, el héroe de Francia fue juzgado por una corte eclesiástica y condenado por asesinato, sodomía y herejía. El príncipe rechazó la gracia real, el perdón a la pena a que le daba derecho el ser Par de Francia, y fue decapitado en el prado de la Madeleine, en Nantes, siendo enterrados solemnemente sus restos en la iglesia de las Carmelitas, en esa ciudad, como había solicitado. Abelardo, que ha estado pendiente de las palabras de Vergès, interviene aquí en la conversación diciéndole “yo creo que lo que hemos aprendido de usted maestro en estos días, además de lo que ya hemos leído en sus obras, es que el abogado debe ser ante todo un humanista que entienda, que comprenda el dolor de quien delinque y que a su vez tenga claro que cuando aflora la parte oscura del alma, cualquiera puede convertirse en un criminal, incluso uno mismo”. A lo que Vergès responde “usted conoce la frase que dijo Cristo cuando hablaba de la mujer adúltera: quien no ha pecado, que lance la primera piedra”. Retomo a Abelardo y dirigiéndome a Vergès pregunto: —El humanismo, ¿es una posibilidad o una utopía? —Es una posibilidad que construimos. Yo creo que lo que me guía es el sentimiento de la dignidad humana, y hablo de dignidad antes que de los derechos. Que un hombre tenga derecho a votar por un candidato o que no tenga derecho al voto no me importa, pero me choca que lo humillen, que no tenga ese derecho por humillación. Yo no me movilicé contra la pena de muerte a Saddam Hussein, pero me chocó cuando lo mostraban abriéndole la boca, o con personas que lo maltrataban. Yo es- cojo respetar a un hombre en su dignidad, como cuando al mariscal Ney, durante el terror blanco, le autorizaron a que llevara su propio pelotón de fusilamiento, y él mismo ordenó ¡Atención! ¡Fuego! Murió, pero su dignidad no fue atropellada. En un país de constante violencia, como ha sido y es Colom- bia, en marzo de 1979 el ex presidente Alberto Lleras Camargo escribió en El Tiempo, de Bogotá, reflexionando sobre los niños que deambulan por las calles: “Cuando la violencia general cayó sobre

186 el país, sin limitaciones y amparada en los deberes de partido, huyeron las familias a las grandes ciudades. A buscar refugio cerca de los poderes públicos, que eran, precisamente, quienes desataban la sangría. Las gran- des ciudades, que estaban recibiendo las olas de campesinos perseguidos, miraron con indiferencia a esos chiquillos, ladrones, hambrientos y vagos. Pero era, también, la primera vez que no se les perseguía. Esos son los gamines. Producto de una tradición, que no se ha roto una sola vez, de crueldad, violencia, asaltos y barbarie en las relaciones humanas de los colombianos”. Y más adelante observa: “Tenemos una tradición cruel, cultivada, con algunas alternativas, desde finales del siglo XV. Y a falta de otra escuela sistemática, correctora y suavizadora de las costumbres, y de leyes y jueces que logren poner un freno a la barbarie, destapada u oculta, la tremenda tendencia nacional, que en último término se estrella contra los niños, dondequiera, pero más, mucho más, contra los niños pobres, es la de la crueldad”. Le menciono el texto a Abelardo y opina: “Las condiciones que describe Lleras no corresponden sólo a Colombia. Desde la época de Víctor Hugo y sus miserables, e incluso desde antes, Roma misma, ninguna ciudad ha sido ajena al espectáculo criminal derivado de las miserias humanas. Y en ninguna, tampoco, ha dejado de ser el crimen uno de los espectáculos que más atrae por la sangre y el lenguaje en que esta ha sido derramada, el tipo de arma, puñal o sierra eléctrica, por la forma en que la víctima fue vejada, el lugar, la hora, la habilidad conque se deshizo el criminal del cadáver. O el túnel con que entraron a las bóvedas del banco, los secretos que se llevaron, la forma en que amordazaron a los empleados, el miedo que generaron”. Abelardo es aterrizado de una forma particular, anfibia, con los pies en el agua, más que en la tierra. Porque sabe que todo se está moviendo, todo está permanentemente cambiando de posición, y por eso lo que importa es la flexibilidad con que uno se planta ante el cambio. Su línea de llevar los casos a los medios, ponerlos en el aire, orearlos, oxigenarlos, que la gente tome partida y el que juzga sienta que no está solo en lo que juzga, ha generado un reconocimiento amplio hacia sus capacidades y más allá, hacia su nombre, que ha pasado a funcionar como una marca.

187 Al preguntarle con qué relaciona su éxito, me responde “es la suma de muchas cosas, como una marca registrada. Cuando uno compra un Mercedes Benz no compra solamente el nombre, compra un buen motor, compra una buena cojinería y compra una buena carrocería, compra un buen carro, compra una historia. Cuando la gente me contrata, contrata a un abogado que es muy acucioso, disciplinado y bueno en lo que hace, pero contrata también un nombre, una marca de éxito. Además, fui yo quien instituyó la moda de poner la cara en los procesos, y la mayoría de las personas valoran ese talante frentero que me caracteriza. La gente me busca y me dice mire, yo quiero que sea mi abogado porque usted pone la cara, yo no le voy a pagar 600 millones de pesos a otros para que figure un segundón. No, yo se los pago a usted porque usted actúa de frente. Y de eso sí pueden estar seguros quienes me buscan, poner la cara en los procesos es parte fundamental de mi marca y mi talante. Bajo ninguna circunstancia seré jamás un abogado vergonzante”. Él ha comprendido desde bien temprano que, como en el caso de Vergès, la imagen de marca de un abogado es lo que genera confianza en sus potenciales clientes. Y sabe que el marketing, del cual es uno de los más brillantes pioneros en su profesión, es una batalla de percepciones más que de realidades. En el caso de los abogados la imagen de ser los mejores se hace, en gran medida, de haber ganado muchos pleitos, y aquí Abelardo tiene en su historial un número grande de triunfos. Pero eso no es lo determinante. Si el servicio que presta se percibe racionalmente, su marca, como toda buena marca, se percibe emocionalmente. Lo que define la posición del abogado en la mente del mercado es el liderazgo que proyecta. Algo sutil, hecho de muchos elementos, adonde ha llegado Abelardo innovando, proyectando diferencias notables de actitud, arriesgando. Una marca, en el campo del derecho, como ocurre en el campo comercial, no sólo añade valor al producto o servicio que respalda, sino que se derrama sobre muchos otros campos, como, por ejemplo, la de Vergès hacia el teatro. Así la marca de Abelardo De La Espriella se expande más allá de su campo específico de actuación, que es el derecho, relacionándose con

188 el poder, con el éxito. Y, en un país que se paraliza cada año en noviembre admirando a las reinas de belleza departamentales, se relaciona con las mujeres más impactantes, junto a las que se exhibe en un reportaje a varias páginas que le hizo una revista y él ha enmarcado. En una sociedad que responde al espectáculo, como observaba el situacionista Guy Debord, Abelardo es un abogado-espectáculo. Es un hombre que escuchó de niño aquel llamado de An- dré Bretón, cuando convocaba a acabar con el divorcio entre el sueño y la acción, y que parece encarnar cada día, con absoluta conciencia, todas las contradicciones del mundo, ese que tantos puritanos quisieran ver bajo límites absolutamente controlados. “Llevo en mí, de un modo frágil, el amplio mundo; me ha sido con- fiado para el tiempo en que viva”, escribió Peter Handke, como si se refiriera a quien vive su profesión mezclando conocimiento, disciplina, intuición, cierta fina ironía, y un poco de sal gruesa en su trato con el riesgo de la certeza al tomar decisiones en ese frágil territorio donde se mezclan la ley, la culpa, la mentira, su hermana la verdad, y la frágil justicia. Claude Lévi-Strauss hablaba de sociedades “frías”, que a través de los siglos se mantienen idénticas a sí mismas, perseverando en su carácter mediante el uso del rito y el mito. Y, frente a ellas, sociedades “calientes”, basadas en el cambio, y en las que incide fuertemente el avance en la tecnología, tanto como el cuestio- namiento constante de la memoria histórica. Sociedades donde, utilizando los aforismos de Jorge Wagensberg: “La verdad es para encarar el futuro”, “la mentira es para soportar el pasado”, y en las que “las verdades se descubren, las mentiras se construyen” (A más cómo, menos por qué, Tusquets, 2006). Entre esos dos mundos se mueve Colombia, y en ella Abelardo. Estamos en Coveñas, la casa de sus suegros a orillas del mar, de donde cuando va no sale en días. Descalzo, porque le gusta caminar sintiendo la arena, así como le gusta captar tarde en la noche o bien temprano el olor, el color, el sonido del mar, allí en Coveñas durante el día se instala a que lo arrulle el mar en

189 una hamaca horas, leyendo y releyendo a Wilde, o A Sangre Fría, esa joya de Capote. Ama la vida en hamaca, tanto que una tarde, hablándome desde algún lugar en Manhattan, me comentó que a Nueva York le faltaba hamaca, y que la Cityguide Vuitton debería señalar si existe alguna, porque sólo una señal como esa huma- nizaría a esta ciudad. Y lo expresó con la misma contundencia fresca, natural, con que subraya lo evidente cuando afirma en un bar pobre de pueblo, “yo pude ser un niño bonito, pero elegí no serlo”. Hablamos del crimen en general y observa “fíjate que hay crímenes que arrastran un atractivo especial, que regresan en las conversa- ciones desprevenidas, que se vuelven parte de la historia de la gente, que son recogidos por el arte, como la pintura de Jean-Paul Marat asesinado por una muchacha girondina, en la bañera donde vivía sumergido por su enfermedad en la piel. O los dibujos de William Blake, de Degas, de Goya. Tan grande es la fascinación de la gente con el crimen que este año en el Museo de Orsay montaron una exposición sobre esto como tema del arte, y había colas enormes todos los días. Hay belleza en ciertos críme- nes, como por ejemplo cuando se comete un delito por amor. Los únicos actos realmente despreciables son aquellos que se realizan por dinero”. Salimos temprano y desayunamos en el camino, donde Abelar- do conoce el lugar preciso de la mejor arepa e´ huevo y la carimañola con chicharrón, y conoce a la señora que las hace. Esa especialidad costeña que es la arepa con el huevo dentro está deliciosa, pero él desayuna “sólo frutica”, para cuidarse. “Este es el tipo de lugar que me gusta, y me paro en todos cuando viajo, comer un mango ahí, un níspero allá, eso me gusta, este cuento en las carreteras, en los pueblos, aquí e incluso en España, en Italia”, cuenta. Unos meses atrás llevó a su mujer a que conociera la Costa Amalfitana, uno de sus lugares preferidos en el mundo, y en una orilla de la carretera sobre el bello mar había unos ventorrillos. Abelardo recuerda que fue feliz deteniéndose y comprando en cada una de las ventas, porque como buen bacán que es no deja de gozar de esos pequeños detalles que aderezan la vida. “Es que, hermano, había unos limones enormes, unos ajíes de este tamaño, y a mí eso me encanta. Yo quería tener un camión para traerme todo para acá. Eso es lo que más me gusta, en realidad. No me gusta ir a

190 centros comerciales, ni ir a restaurantes llenos de gente… A mi me gusta la tranquilidad. Entre más solo estoy, mejor. Por eso me encantan los ventorrillos de las carreteras que venden frutas, limones, picantes, quesos y viandas en medio de la nada”. Abelardo es alegre, afectuoso con la gente que vende. Se en- tusiasma con ellos y las cosas que le ofrecen, las comenta, prueba, aprueba, compra sin regatear. Aunque en Bogotá puede dar la impresión, a quien no le conoce, que lo que en él predomina es eso con lo cual Quintiliano, el gran retórico, describía a sus colegas abogados, “verbosos, gesticulares y vanidosos que convertían una pequeña causa en cuestión de Estado y de un asunto mísero sacaban buena ocasión para hacer rimbombantes discursos”, aquí en el Caribe muestra claramente que su realidad humana es otra. Una característica suya es la cálida familiaridad con que se co- munica con la gente que trabaja para él, incluso con compinchería. Jesús, su jefe de seguridad en la Costa, portador permanente de gafas oscuras, más que un empleado pareciera por momentos un amigo de años. Bromean, se hacen chanzas, aunque siempre sin saltarse la raya del límite entre patrón y empleado. Le pregunto por los hombres que lo cuidan, ese gran grupo que lo acompaña a todas partes, de día y de noche. Me cuenta que son recomendados por algunos clientes o amigos, o por los mismos empleados: los que ya trabajan con él de tiempo atrás. Regresamos al carro. “¿Y este moña qué, cuadro?”, le pregunta a Jesús respecto a una canción que suena y no le gusta. No ne- cesita dar muchas explicaciones, ni pedir: “Por favor, ¿cambias esa emisora?”, su chofer le entiende y rueda el dial. Pasa de largo por varias músicas hasta que emerge un tema de Diomedes Díaz. El Cacique de la Junta canta: “Ay, ay, ay amor, yo sé bien que tú me adoras, lo sé bien”, de Aurelio “Yeyo” Núñez. Abelardo sale al paso, la canta y su voz sobrepasa la potencia del hombre del diamante en el diente. “No soy muy vallenatero, salvo en las parrandas, pero esta me encanta…”, explica. Prefiere cantar boleros y rancheras, son cubano, tango. Afirma que El día que me quieras, de Carlos Gardel con letra de Alfredo Le

191 Pera, es lo mejor que se ha escrito. La música le gusta tanto que algunas veces le viene a la mente esa pregunta de ¿por qué no me habré dedicado a eso?, aunque sabe que es un típico hombre de destino y ya tomó el camino. En la palma de su mano no se encuentran las líneas del cantante de ópera ni del cancionero popular, y así se le pegue a la melodía, y le suene bonito, tampoco le deparaba el futuro convertirse en estrella del canto. Cuentan entre Barranquilla y Montería que le gusta de vez en cuando deleitar a sus amigos con su vozarrón envidiable. Uno de ellos, Miguel Torres Badín, posee una colección única con sus mejores interpretaciones. “Cada vez que llego a Cartagena me voy para la casa de Miguel, departimos, cantamos. Él tiene un equipo de grabación poderoso y me pone a cantar, porque dice que está haciendo los éxitos míos, y que un día los va a rematar en una subasta y no sé qué. Y cada vez que se emborracha me llama y me los pone, y también llama y se los pone a otra gente, que después llaman y me dicen te escuché can- tando, qué bien lo haces, coño, ¿dónde?, en la casa de Miguel Torres”. Su amor por la música se manifestó desde temprano y Abelardo llegó a ser socio de en una disquera, donde tenía el 20 por ciento y el hijo del ex ministro Crispín Villazón el 80. La disquera se llamaba Valduparí Records, y en esa época, estando aún en la universidad, fue apoderado de estrellas vallenatas, manager y productor ejecutivo de la disquera. “Acompañaba las giras y orga- nizaba los conciertos nacionales e internacionales. Yo quería cambiarle la cara al , y lo logramos. La producción de Villazón era impecable: vestuarios de diseñador, montajes en tarima perfectos y videos musicales que nunca antes se habían hecho. De Villazón aprendí mucho y todo eso me ha servido para el desarrollo de mi vida personal y profesional”, cuenta. Este mismo día, a las dos y media de la tarde, mientras roda- mos, Iván Villazón llama desde Valledupar. Su voz suena a que ha estado bebiendo desde la tarde del día anterior. Se encuentra el cantante vallenato en compañía de Poncho Zuleta, y ambos le saludan a coro. Abelito, lo llaman. Con voces igual de turbias le cantan a dúo el mismo tema de Diomedes que hacía unas horas escuchábamos en la radio. Él ríe y me comenta: “Mira a estos,

192 cantando un disco de Diomedes”. ¿Qué tanto te ha dado por tomar trago?, le pregunto y me responde “me tomo mis tragos, claro, pero muy suave, nunca fui un gran bebedor, porque entendí siempre que esto del derecho es incompatible con el licor en exceso eso sí, suelo desconfiar de todo aquel que no se toma un trago”. —Si elegís una bebida, ¿cuál? —Champaña, sin duda. Me encanta. Las burbujas me encantan, y el color, la suavidad. Ya lo definía el benedictino más notable deF rancia, Dom Pérignon, cuando decía que en cada sorbo de champaña uno tiene la sensación de estar bebiendo estrellas. Me encanta la champaña. El whisky a mí no me pasa. Me gusta un buen vino con la comida, y si se trata de algo más fuerte, tequila, el mejor trago de todos, un trago muy noble que conocí hace muchos años por un tío político, el esposo de una hermana de mi mamá, un empresario mexicano. Pero yo soy muy mesurado y disciplinado con el licor. Mi papá tampoco ha sido muy bebedor, y en las fiestas aplico la misma técnica de él, tomo poco y la vacilo bastante. Hablando sobre hamacas su padre, que cumplió 59 años en enero de 2012, y después de una extensa carrera en Córdoba fue notario en Cartagena y ahora lo es en Bogotá, rememora que la hamaca “ha sido una tradición muy De La Espriella, todos nuestros parientes coleccionaban hamacas, y las vivían, dormían en hamacas”. “Un gran buena vida”, opina del notario Germán, tío materno de Abelardo, quien muchas veces ha acompañado al padre en expe- diciones por la Costa colombiana y aún no deja de sorprenderse cuando, ante un paisaje con un río, al hombre se le nubla la vista, ordena detener el carro y conmovido, se mete al agua y “pide que le bajen el jeréz y los escargots, el paté, el jamón serrano”. Entonces el hijo comenta “mi papá es un hombre extraordinario, sabe exprimirle a la vida cada detalle. Es camaleónico: en Córdoba finquero, en Bogotá notario, y en Cartagena bohemio, con mochila para arriba y para abajo, escuchando champeta y boleros con los amigos. Él no es terrenal, por eso en la Notaría es el que firma, pero mi mamá es la que maneja todo, la que torea los problemas, la del motor”. Abelardo padre nació y creció en Sahagún, “un pueblo que se detuvo en el tiempo”, según su hijo, que vivió allí parte de su ni-

193 ñez. Un lugar donde se vive de la envidia y la intriga, “un pueblo politiquero”, un pueblo que evidentemente no quiere para nada, quizás porque ahí se quedó solo con su abuela cuando su padre se fue a estudiar a Alcalá de Henares. Y la madre le seguiría poco después, luego que la abuela Carlina la convenciera que se fuera detrás del marido con un argumento tremendo: “No vaya a ser que el hombre se regrese de allá con una española”. La abuela Carlina lo cuidó por esos días y Abelardo hizo todo lo posible por sacarle canas. Era desobediente y altanero, rebelde por naturaleza. En esos días ella tenía farmacias, y la casa contaba con un pequeño taller en la parte posterior, con anaqueles repletos de elementos químicos, potes de bicarbonato, probetas, envases. Y el niño, como el viejo José Arcadio Buendía, se sintió tentado a hallar la fórmula para convertir cualquier elemento en oro. En ausencia de la abuela, el futuro abogado se metía a la trastienda y amparado por la soledad de la casa, como aprendiz de mago, probaba todos los elementos: “Hacía mezclas y se las inyectaba a los animales, me sentía mago, científico e invertor”. Los apellidos de su mamá son Otero Aldana. “Sahagún fue fun- dado por ellos, los Otero y los Aldana”, afirma Abelardo y agrega yo“ saqué el voltaje de esa rama, los Aldana, porque los De La Espriella son de vida más oligárquica y tranquila”. Cuando sus padres regresaron de España se establecieron en Montería, en el barrio La Castellana, uno de los más tradicionales de la ciudad, y allí el joven se crió en una casa grande y espaciosa, en la que siempre sonaba música y había baile. Y para reponer fuerzas, pernil asado y postre de piononos. Una mañana en Sahagún aparece la señora Ana de Dios, 82, que la llaman así por su papá, porque ella es Ana Clotilde Salcedo, aclara. Se enteró de que el niño Abelardo andaba por el pueblo y consiguió que la trajeran en una moto para verlo. Abelardo abraza a la anciana y le pregunta por el burro Menequito, en que se tranquilizaba montando cuando niño. Ella le cuenta que está bien, pero que ya no sale de la finca. Cuando se despiden él le deja unos billetes de cincuenta mil en la mano, que ella agradece con risas y lágrimas.

194 Media hora después un anciano que vende “el mejor guarapo del mundo”, según Abelardo, hecho de piña con caña, reconoce a aquel personaje que probablemente en otros tiempos le sacó canas. Se saludan con franca alegría, hablan de aquellos años, ríen juntos, y después de comprobar que el refresco sigue siendo tan bueno como en sus recuerdos de infancia, le paga al guarapero con un billete de diez mil los 1.200 pesos que cuesta lo que hemos bebido, y le deja el vuelto, despidiéndose de abrazo. “El sabor de ese guarapo es de las cosas que no se me olvidan. Esta vaina con tequila debe ser lo máximo”, comenta cuando nos alejamos y me cuenta: “Tengo una idea con Manuel Riveira, el manager de , y con mi tío político mexicano, de traerlo en barricas, un muy buen tequila, y envasarlo aquí en Colombia, embotellarlo”. Al tequila se le atribuye en México la propiedad de hacer olvidar, y quienes han aprendido a beberlo con prudencia dicen que fomenta las relaciones románticas, elimina la timidez, levanta el ánimo, quita la angustia, mata lombrices, acerca gentes, afina la voz, aumenta la alegría, y si se excede un poco quien le bebe, hasta capaz es de extinguir culpas. La marca que para ese tequila tienen pensado es “Don Abelardo”. Riveira fue el de la idea, y cuando le pregunto por qué me dice “porque A-be-lar-do me parece un nombre mágico, mucho más mágico que el Don Julio, por ejemplo. Entonces la idea es un muy buen tequila, con un gran nombre, Don Abelardo”. Le pregunto entonces a Manuel de dónde lo conoce al abogado: “De la vida, como lo debes conocer tú, Ángel. Para mí Abelardo es un personaje mítico, de facetas opuestas, muy sensible para unas cosas, muy insensible para otras, muy amigo para todo. Y muy amigo de muchas cosas, del arte, de la poesía, del sibaritismo, que eso hoy en día también está como pasado a recoger, porque la tacañería del mundo tiene relegado el disfrutar lo que vale. Yo creo que la vida misma me mostró el camino de Abelardo, y nos encontramos sin ningún tipo de cita, ni de planificación, totalmente natural”. A veces deprime tener que elegir tanto, me dijo una vez en África un hombre mayor que iba manejando y tenía delante un camino que se abría hacia la izquierda, otro a la derecha. Lo

195 mismo parece pensar el hombre que maneja ante una “Y” donde venden bananas. “Oye, compremos”, propone Abelardo antojado y el hombre, con la decisión por el momento solucionada, pisa el freno. Los estudiosos de la banana cuentan que se cultiva en el sudeste asiático desde hace más de cinco mil años, que de ahí se expandió a la India y África, y que fue el gran Alejandro Magno quien la introdujo en Occidente, y finalmente llegó a América en 1516 portada por el sacerdote Tomás de Berlanga. Sin embargo, en la Costa colombiana esto suena a mentira pura, porque a nadie se le ocurriría pensar que esta fruta no es de aquí, así como a los italianos les cuesta aceptar que el tomate no es de allá. La banana ha sido desde siempre el logotipo oficial del Caribe, así como la representación más obvia del falo, sin necesidad de recurrir a Freud ni a los manuales de etiqueta de la época victoriana que recomendaban a las damas jamás comer esta fruta entera, sino hacerlo en pedacitos, “para no incurrir en pérdida de decencia”. Seguimos avanzando con un sutil aire de bananas en el aire, y mientras mastico el fruto que debió haber sido el prohibido en aquella historia adánica, me viene a la cabeza una frase de Paul Auster: “Un día hay vida. Por ejemplo, un hombre de excelente salud, ni siquiera viejo...” en el comienzo de la segunda parte de su libro de la memoria, hablando del hombre casi invisible que es su padre, que vive cada día ocupándose de asuntos inmediatos mientras sueña con la vida que tiene por delante, y de pronto un pequeño suspiro, se desploma y solamente queda ese dolor que nunca aprenderemos a llorar bastante. Quizás por eso Soren Kiergekaard decía que la vida debe vi- virse hacia delante, aunque sólo se comprenda hacia atrás. En todo caso algunas veces se prefiere el cara o cruz de una moneda, o el impulso sin razón que va detrás de un nombre mágico, Senegal, Vladivostok, Samarkanda, antes que el análisis, el evaluar, el con- cluir, la decisión. Por ejemplo, cuando uno decide abandonar su barrio y cortar su vida en busca de otro aire, por llamar de alguna forma a esa inquietud que expulsa, a ese impulso indescifrable. Y

196 de pronto el rumbo lo establece una fotografía donde una mujer te mira de cierta forma y el epígrafe te dice dónde está, o lo define el enterarte que entre los emberas del Chocó no hay concepto de joven, solamente niños y ancianos, y el resto es gente que trabaja. Y dan ganas de vivir esa mirada. Una razón que me movió hacia estas tierras, evoco mirando por la ventana el paisaje que se mueve con nosotros, fue en la niñez el tropezarme con los libros de Emilio Salgari, y un tiempo después, en un museo, con la palabra “Caribe” que aparecía en un mapa dibujado en 1656 por el cartógrafo del rey de Francia, ubicando a los indios Caribes cerca de donde el Orinoco des- emboca y advirtiendo su condición caníbal. Eso era digno del Corto Maltés: degustadores de carne humana, algo ante lo que, con un escalofrío, la fantasía se disparaba. Y junto a ese mapa otro. trazado cien años más tarde por Juan Bautista Burguignon d`Anville, donde Caribe es el nombre de un mar rodeado de islas, un mar cercado. Mi infancia transcurrió atravesada por esas marcas, y en cuanto pude tomé el rumbo. “A eso le llamamos destino”, me dice Abelardo con sonrisa de viejo. A esos hilos que se cruzan y al anudarse arman tramas que al final son el mapa de tu rostro, como escribió Borges: “Un hombre se propone la tarea de dibujar el mundo. A lo largo de los años puebla un espacio con imágenes de provincias, de reinos, de montañas, de bahías, de héroes, de islas, de peces, de habitaciones, de instrumentos, de astros, de caballos y de personas. Poco antes de morir, descubre que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara”. “Cada cierto tiempo, el horizonte se llenaba de veleros, cruceros y transatlánticos, se llenaban los puertos y desembarcaban gentes nuevas, ideas nuevas, ecos de revoluciones lejanas”, escribe sobre el Caribe Andrés Bansart y cuenta que “las damas blancas confiaban a las nodrizas negras el cuidado de sus hijos. Estas criaban a los pequeños blancos con gestos africanos. Les cantaban suavemente canciones de cuna que venían desde más allá de sus propias memorias. Los mecían con los mismos gestos de sus abuelas y tatarabuelas”, para afirmar más tarde que “hablar de la cultura en el Caribe es mencionar raíces cortadas, ge-

197 nocidios de indígenas, trata de esclavos, viajes y exilios, relaciones entre dominadores y dominados, antagonismos y divisiones, pero también multiplicaciones, encuentros y mestizajes. Si se quiere hablar aquí de identidad cultural, es necesario poner el término en plural, porque no existe una sola identidad en la región, sino un tejido de identidades que se fueron diseñando durante varios siglos, que se van moldeando ahora y que seguirán definiéndose en el futuro como una identidad singular y plural a la vez, múltiple y multiplicadora”. Posiblemente por todo eso estamos aquí, dentro de esta habi- tación rodante que es el Mercedes en que avanzamos bordeando el Caribe y donde suena Daniel Santos, pero, por esa riqueza universal que se mantiene caliente como un caldo en este mar, podría estar sonando La forza del destino, la ópera de Verdi, o Steppenwolff en Born to be wild, aquel riff de guitarra sobre la melcocha de un órgano Hammond, y el carro, nosotros, todo parecería una nueva versión del western de los 60s que fue Easy rider, donde Peter Fonda era Wyatt, por Wyatt Earp, y Dennis Hopper era Billy, por The Kid, aquellos personajes del far west, y el monstruo de la perfección alemana haría el papel del caballo contemporáneo, como lo hicieron las motocicletas en aquel film. Caribe hasta la médula, con sangre asturiana, siria y siciliana corriendo por sus venas, Abelardo De La Espriella nunca fue niño a ojos emberas. Trabaja, a su manera, desde los siete, ocho años, y en muchos sentidos vive como un anciano. El padre cuenta que de pequeño su hijo siempre fue un niño inquieto, “a tal punto que tuvimos que matricularlo en dos colegios diferentes al tiempo, por la mañana iba a uno y por la tarde, después de almorzar, iba a otro, porque su temperamento no le permitía quietud”. Abelardo hijo permanentemente procuraba estar lo más cerca posible de Abelardo padre, acompañándole a todos los sitios, y particularmente a las actividades derivadas de la iniciación en política del padre junto a Luis Carlos Galán, con quien fundó el Nuevo Liberalismo en la Costa. Evoca el notario: “Éramos muy pocos los amigos de Galán, cabíamos en un Suzuki que teníamos, que yo acondicioné con una bocina para ir pasando permanente los discursos

198 de Galán, recorriendo los pueblos de Córdoba. Yo lo llevaba a él, que era un niño de seis, siete años, y él se aprendía apartes de los discursos y en las reuniones con los amigos los repetía”. Comenzando la década de los 80s el poder político regional era reconocido a dedo en Colombia desde la capital de la Repú- blica, nombrando el presidente gobernadores y altos funcionarios, por lo general terratenientes locales o sus representantes. Esto en un escenario donde había irrumpido el narcotráfico, la bonanza marimbera de la Costa Atlántica, sus excesos y sus mitos. Un mundo de dólares, armas, avionetas y barcos ilusionaba con sus luces a los menos favorecidos por la fortuna, tentándolos con la posibilidad de conseguir cierto bienestar del que jamás hubieran imaginado poder gozar. La guerrilla de entonces, aunque llevara más de veinte años en escena, no había logrado conmover a las clases populares. Las FARC eran un ejército pobre que operaba en el sur del país, el ELN tenía su zona de influencia en el norte de Antioquia y Santander, y el M-19, aunque operaba en áreas rurales del sur, más que guerrilla parecía una estrategia de corte publicitario, destinada a la opinión pública de las ciudades. Y aunque estas or- ganizaciones subversivas, sumadas a su versión paisa en las sabanas costeñas, el EPL, lograban esporádicamente poner en jaque al gobierno central, la mayoría de la gente del país rural, como me dijo un campesino en el Magdalena medio, pertenecía “al ACP: Arréglate Como Puedas”. Un dicho que bien podría afirmarse explicaba, a lo ancho y largo, la realidad de los habitantes de todo el territorio nacional. De Pablo Escobar supo el país cuando ya era un capo. Había corrido mucha agua bajo el puente desde la época del folklore marimbero guajiro, y el hombre comandaba un cartel que mo- nopolizaba las rutas de cocaína hacia Estados Unidos. La abundancia marcaba esos años: abundancia de droga, de dinero, de armas, de muertes, de excesos, y muy cerca siempre alguien, o un vecino, un pariente lejano, un amigo de colegio, un conocido, tenía que ver con el negocio ilegal. El dinero se sentía

199 en las calles a borbotones, y las muchachas soñaban con ser invi- tadas a las discotecas que presentaban a las estrellas del momento, los muchachos con trabajar para ellos, y las madres, confundidas, no sabían si aceptar o negar aquello. Y venían detrás otros narcos a disputarle rutas a don Pablo, porque cómo así que todo para él solo. De manera que una vez organizados los nuevos competidores, la guerra entre carteles se fue disparando. Mientras ese enfrentamiento crecía, en el Magdalena Medio, Córdoba y Sucre, sobre todo, los narcotraficantes compraron enormes extensiones de tierras y ganado, y se mimetizaron con los ganaderos tradicionales, haciendo sus casas de recreo en mu- nicipios como Caucasia y El Bagre, muy cerca de la capital de Córdoba. Eran sabanas ganaderas atravesadas, literalmente, por ríos de oro que aún hoy siguen manando fortunas, aunque para otras manos. Cocaína, ganado y armas fue lo que exportó Antio- quia entonces hacia las sabanas de Córdoba, convirtiéndolas en un bastión de los narcos que, de paso, con sus matones a sueldo ofrecían cierta seguridad a los ganaderos tradicionales ante la guerrilla, que venía ganando terreno y capacidad de combate gracias a sus ingresos por la ley del gramaje, el impuesto que cobraban a los cultivadores de coca. En conclusión, los espacios se estrechaban y como nunca antes en la historia del mundo, estaban dadas las condiciones para una guerra de todos contra todos: el Estado colombiano y los Estados Unidos contra los carteles; los Carteles contra el Estado, contra ellos mismos y contra la guerrilla; la guerrilla contra el Estado y contra los narcotraficantes que ahora eran multimillonarios y se adueñaban de las mejores tierras. Y era tanto el dinero circulando, que había cotizaciones de actualización diaria indicando el costo de soplones, agentes de la DEA, policías, políticos, lo que hacía posible la impunidad y la ley del más bravo. Así como la guerra en el oeste norteamericano recrudeció con la fiebre del oro de mediados del siglo XIX, la guerra en nuestro petit far west recrudeció por esa bonanza de riqueza que campeaba. Entonces secuestraron al padre de Escobar y el capo inauguró

200 una forma de combatir la criminalidad con ejércitos privados, logrando rescatar a su padre sano y salvo. Luego secuestrarían a una hermana de “los Ochoa”, otros capos, y se institucionalizaría el sistema con la creación del grupo Muerte a Secuestradores, MAS, sentándose las bases de lo que sería el fenómeno del paramilita- rismo colombiano. Belisario Betancur, Presidente de Colombia 1982-1986, llamado “El poeta de Amagá”, por su pueblo de origen, prometía pacificar el país, diálogos con la guerrilla y no extradición a narcos. Ajustándose, en un principio, a su palabra, firmó una paz efímera con los grupos guerrilleros y amnistió a sus combatien- tes encarcelados. Se pintaban palomitas blancas en las paredes de pueblos y ciudades, y todos querían imaginar que la paz ya sería una realidad por siempre. Pero con el asesinato de Rodrigo Lara Bonilla, en 1984, cambió por completo la política de Betancur y su talante: extradición inmediata para todos los narcotraficantes del país, mientras los militares volvían al combate con los guerri- lleros, y con estos hechos se rompían los diálogos. Luego vendría la toma del Palacio de Justicia por el M-19, su retoma, el fuego quemando jueces y guerrilleros por igual, y todas las promesas del “poeta” se hundieron en el barro. En tanto el Estado perseguía a Escobar, se fortalecía el cartel de Cali. Y también la guerrilla en los Montes de María y la Sie- rra Nevada de Santa Marta, lo que ponía en riesgo el bienestar reinante en las sabanas de Córdoba y Cesar. Y en esa escalada se fueron tejiendo la mayoría de las desgracias que aún se sufren en Colombia. De entonces vienen las muertes que se siguen in- vestigando cada tanto, así como equipos de fútbol que lograron alcanzar glorias de la mano de dineros raros, muchachas que ocu- paron las pantallas gracias a siliconas que les pagaban sus amantes narcos, tenebrosos sicarios que se volvieron estrellas abriendo su boca frente a las cámaras. La oscuridad de los años 80s ha venido develándose lenta- mente en el siglo XXI, tal vez porque desaparecieron algunos de los principales capos que silenciaban a quienes podían contar

201 algo, porque otros fueron enviados a Estados Unidos y hablaron hasta lo que no les preguntaban, porque los gatilleros se redimie- ron en apariencia y quisieron ganar indulgencias para salir del purgatorio, porque se desmontó en alguna medida el fenómeno del paramilitarismo y los comandantes hablaron ante los fiscales, porque los políticos, como víboras, comenzaron a echarse al agua, o porque, sencillamente, está llegando un tiempo de renovación sincera y se hacen necesarias las verdades para la catarsis nacional. Crímenes no resueltos en Colombia son casi todos, aunque en la mayoría de los casos que tenían que ver con el destino político y social del país las víctimas fueron abaleadas de un modo u otro frente a los ojos de todos. Como Luis Carlos Galán, de quien aún hoy algunos cuantos nostálgicos recuerdan sus discursos llenos de ese vigor santandereano tan de plaza pública, tan de arenga y consigna. Cuando cayó, como era costumbre, todas las miradas apuntaron al sospechoso de siempre: Pablo Escobar Gaviria. Y esta vez no estaban equivocados. El Patrón había ordenado “quebrarlo” para ver si la clase política dejaba de usar la extradición como bandera de campaña. De los muchos arrestados por el asesinato de Galán a las apuradas, “para los noticieros de las 7 pm”, casi todos han queda- do libres luego de unos años, porque los jueces no encuentran méritos para acusarlos de nada. Pero un buen día los ventilado- res se encendieron y comenzaron a hablar personas cercanas a Escobar, particularmente su amante, Virginia Vallejo, que además de afirmar que Pablo era “un perverso pero también un filántropo”, acusó a Alberto Santofimio Botero de ser el autor intelectual del asesinato de Galán. Y al mismo tiempo Popeye, el tenebroso matón que voló un avión de Avianca en pleno vuelo, también lo señaló frente a cámaras. Santofimio es uno de los mejores oradores que ha dado la política colombiana. Desde muy joven este abogado tolimense incursionó en la plaza pública apoyando a Alfonso López Michel- sen, aquel presidente que arrasó a su openente en la elección, y por eso le llamaron “el presidente del mandato claro”. Fue Santofimio titular del Ministerio de Justicia en 1974, y luego parlamentario

202 durante varios periodos, primero en la Cámara de Representantes y luego en el Senado. Con Jairo Ortega, decano en esos días de una facultad de derecho en Medellín y luego Representante a la Cámara, conoció a Pablo Escobar, suplente de Ortega en la lista, quien promulgaba solucionar con dinero de su propio bolsillo algunos de los problemas de los barrios populares de Medellín y organizaba verbenas, en las que regalaba bolsas repletas de plata. Distanciado de Escobar luego del paso de este a la ilegalidad, Santofimio sería precandidato presidencial del Partido Liberal para el período 1990–1994, compitiendo con Ernesto Samper y Luis Carlos Galán, asesinado el 18 de agosto de 1989. Ocho años después Santofimio fue condenado por recibir dineros calientes en su campaña política y pagó cuatro años de cárcel. Su accidentada carrera política recibe otro golpe el 12 de mayo de 2005, cuando la Fiscalía expide una orden de captura en su contra por el asesi- nato de Galán, casi veinte años después de que este ocurriera, y es detenido en la ciudad de Manizales “como presunto coautor de los delitos de homicidio con fines terroristas, en concurso con lesiones personales con fines terroristas y concierto para delinquir”. En el documento de acusación el fiscal argumenta que Santofimiotenía “ capacidad para influir de manera perversa la mente” de Pablo Escobar. Por este asunto, el 11 de octubre de 2007, el político fue condenado a pasar los próximos 24 años en prisión, pero unos cuantos meses después se le otorgó la libertad y salió de la cár- cel La Picota, donde se encontraba recluido, acompañado de su familia y su abogado, como informaron diversos medios. “Se está haciendo justicia”, comentó a las cámaras Abelardo De La Es- priella que le acompañaba, en tanto la familia de Galán recibía con indignación el fallo, declarando que acudirían ante la Corte Suprema en casación, recurso extraordinario que busca anular una sentencia judicial alegando incorrecta aplicación de la ley, o un procedimiento que no ha cumplido las solemnidades legales. Le pregunto a Abelardo cuál fue su participación en la defensa, y me explica que “en el caso Santofimio conformamos un grupo de abogados del cual yo hacía parte porque tengo una buena amistad con Alberto, pero, fundamentalmente, porque ese proceso me pareció desde el primer momento una gran infamia, pues la acusación no tenía sustento

203 probatorio alguno. La familia Galán ha utilizado el proceso contra San- tofimio como un pretexto para mantenerse vigente, ante la falta de ideas e inteligencia de sus delfines sin gracia y brillo. Los Galán han vivido de la muerte del caudillo liberal, explotándola hasta la saciedad. Es el muerto que más puestos ha dado, una cosa impresionante. Yo creo que el más decepcionado con todo lo que está pasando con sus hijos sería el propio Galán, porque eso de recibir los honores en bandeja de plata y sin mérito es todo lo contrario a lo que siempre propuso, y va en contra de los idearios liberales”. —Es una coincidencia casi de literatura rusa que siendo tu papá jefe del Nuevo Liberalismo en Córdoba y amigo personal de Galán, su hijo, el que de niño recitaba de memoria los dis- cursos del asesinado, termine enfrentado con la familia Galán, defendiendo al supuesto victimario intelectual. —Sí, así es, con respecto al proceso era evidente que jurídicamente no tenían nada contra él, por eso mucho antes del fallo yo dije en una entrevista que Santofimio saldría indefectiblemente liberado. Porque el fallo debe guardar relación con las pruebas, y no había una sola que jus- tificara el encarcelamiento de Alberto.E l proceso contra Santofimio tuvo mucha presión desde varios frentes, de los medios, y de la familia Galán. Ellos vivían intrigando y presionando en torno al proceso, y cuando las decisiones les eran favorables aceptaban el fallo, pero cuando les eran des- favorables decían que la justicia no servía para nada. Es lamentable que los hijos de Galán, no tengan más discurso que la muerte de su padre. —¿No te pareció algo arriesgado afirmar que Santofimio saldría libre, antes de que el juez se pronunciara? —No, porque, a diferencia de lo que mucha gente piensa, yo creo que el derecho es una ciencia muy exacta, muy parecida a las matemáticas: cuando se cumplen ciertos presupuestos fácticos y jurídicos el resultado es previsible. Cuando se cumplen ciertos requisitos probatorios, el resultado debe ser exacto, en estricto derecho deben fallarlo así, si no hay mani- pulación del proceso. Y ahí estuvo, al mes lo absolvieron, porque no era posible otro desenlace. En otras ocasiones he dicho que alguien va a ser condenado, y lo condenan, porque si conozco el proceso y veo que hay unas pautas dadas, el resultado, si se falla en derecho, es predecible. Es que en derecho eso de la interpretación no existe, porque a la ley no hay

204 que interpretarla, hay que aplicarla. Punto. Eso es matemático. El de Santofimio fue un proceso más político que jurídico. Tengo la certeza de que Santofimio no tuvo absolutamente nada que ver con lo de Galán, porque además nadie podía ser el determinador de Pablo Escobar. Pre- tender tal cosa sería tanto como dar por sentado que Santofimio era jefe del Cartel de Medellín, lo cual es otro absurdo. A Escobar no lo mandaba nadie, él hacía lo que le daba la gana. Pero la justicia en Colombia viene y va. Y el 29 de agosto de 2011 la Sala Penal de la Corte Suprema de Justicia ratificó la condena de 24 años por homicidio que impuso en 2007 un juez especializado, y que por “duda razonable” había tumbado el Tribunal Supremo de Cundinamarca, y Santofimio volvió a la cárcel. Retomé entonces el tema con Abelardo, que me comentó: “Respeto el fallo, pero no lo comparto. Considero que las decisiones de la Corte Suprema no son infalibles y que son susceptibles de ser revisadas por organismos internacionales de justicia, que estoy seguro algún día le darán la razón a Santofimio”.

205

9 Entre el drama y la comedia

Con el vertido de petróleo incontrolado en el Golfo de México, la mancha destructora se extendía sobre los humedales del río Mississippi y las costas de varios estados norteamericanos, ame- nazando las de Cuba y México, al tiempo que los voceros de la BP anunciaban cada semana, como magos sacándose conejos de las mangas, nuevas soluciones creadas por sus ingenieros para taponar la fisura que llevaban semanas sin saber cómo. En tanto esto ocurría, y se continuaban multiplicando las maniobras desesperadas de BP por “tapar” la fuga y ocultar su verdadero alcance, Internet se volvía un río de imágenes del de- sastre y kilómetros de textos comentándolo. Fotografías de pájaros empapados de crudo en Louisiana; información detallando que en el afectado delta del Mississippi, el mayor ecosistema marino de Estados Unidos, estaban en grave peligro las más de quince mil especies catalogadas en el área; textos de científicos indepen- dientes alertando sobre la creación de una inmensa “zona muerta” como consecuencia del abusivo uso de dispersantes derramados en la superficie para “romper” el petróleo en pequeñas gotas y facilitar su hundimiento. En una comparecencia del presidente de BP ante la Cámara de Representantes de EE.UU., un congresista demócrata le presentó la larga lista de catástrofes de BP, revelando que son cientos, miles, las plataformas petrolíferas que funcionan en condiciones dudosas

207 en todas las regiones del mundo, y que el “riesgo residual” de las perforaciones a gran profundidad parte del desconocimiento liso y llano de qué puede pasar si algo falla. “Si la tecnología de seguridad fracasa, BP calcula que pasarán de dos a cuatro años hasta que la totalidad del petróleo termine vertiéndose al mar”, me comenta Abelardo, quitándose las gafas oscuras, y agrega “aquí hay un daño enorme, gigantesco, que se habría podido evitar. Cada día las noticias van mostrando con mayor claridad que la petrolera contaba con los elementos para hacerlo, pero probablemente de- cidió ignorarlos en nombre de una operación más rentable, ¿te das cuenta del nivel de irresponsabilidad ambiental de esta gente?”. Abelardo usa gafas oscuras todo el tiempo, incluso, cuando está en un espacio interior. “El sol me molesta mucho en los ojos, y me he acostumbrado a usarlas, tengo no sé cuántos pares” dice y agrega riendo, “pero además, como los ojos son el espejo del alma es mejor no dejárselos ver. No entiendo cómo todos estos ejecutivos de las petroleras no las usan. Probablemente es porque no tienen alma, ¿no crees?”. En el lugar donde estamos ahora, aguardando para entrar a una reunión con clientes suyos, hay una pantalla y en ella un noticiero en el que, a raíz de alguna noticia, aparece el primer ministro de Italia. Abelardo, que es capaz de pasar del drama a la comedia en un fragmento de instante, exclama: “¡Berlusconi me encanta! Es un personaje increíble. Tiene 75 años pero parece de 55, es el hombre más rico de Italia, tiene un combo grandísimo de amigas en donde la más vieja tiene 20 años, y para acabar de completar es el primer ministro de esa maravilla de país que es Italia. Es el gobernante que más estabilidad ha traído a Italia. Antes de Berlusconi no había primer ministro que durara más de seis meses en el poder. Me parece un tipo fascinante, su historia, sus ideas, su humor negro. Y su forma de vida también, porque Berlusconi trabaja, pero vive bien, disfruta los placeres de la vida. Berlusconi es la prueba de que puede haber trabajo y diversión al tiempo, y esa también es mi filosofía de vida, trabajo y dolce vita. Una cosa no sustrae a la otra. Él es la prueba viviente de que la inteligencia puede ir bien adornada, con gran estilo y estética”. En la pantalla Berlusconi iba acompañado de una mujer memorable, con unos bellos zapatos de tacones abismales. En esa

208 ensalada que suelen ser las conversaciones con Abelardo, donde una cosa lleva a otra y esta a otra, le pregunto si le presta atención a los zapatos de las mujeres, y me responde afirmativamente, agregando una razón: “Porque del cuerpo de las mujeres lo que más me gusta son las piernas, que sean gorditas y muy moldeadas, y el to- billo grueso. Las manos pequeñas y los pies pequeños. Me encantan las manos pequeñitas de las mujeres, una mujer con las manos grandes me impresiona, y los pies grandes me sacan de onda”. ¿Un ideal de mujer? “La mujer ideal es la que te entiende. Cuando la mujer te interpreta, y te acepta, se convierte en la mejor mujer del mundo, es la gloria”, responde sin dudar y abro el cuadro: —¿Qué es la gloria para vos? —Es el otro nombre que tiene la felicidad. La felicidad plena se alcanza cuando estás enamorado con toda el alma de la mujer que tienes al lado, y del oficio que desempeñas.E l mayor tesoro es el amor, porque reivindica la humanidad del hombre. Yo tengo la gloría conmigo, Ana Lucía me trajo la luz. —Entonces más que un momento es una atmósfera en la que vivís.. —Una atmósfera que transforma tu universo y te impulsa a tratar de ser cada día un mejor ser humano. —Nada que ver con el cielo de los católicos. —Nada que ver. Yo estudié en colegio de curas, soy lasallista, y mis cuestionamientos frente a la fe y la idea de un ser superior me asalta- ron desde muy temprano. De niño no entendía y le preguntaba a los hermanos lasallistas: ¿por qué si Dios existe se muere la gente buena, por qué si existe hay tragedias naturales, por qué a tantos malos les va bien y a tantos buenos les va mal?, y por eso tuve muchos problemas en mi colegio, por cuestionar la fe. De hecho, prácticamente fui obligado a hacer la primera comunión y la confirmación. Y me casé por la iglesia con Ana Lucía, mi esposa, porque ella es muy creyente. Por eso le dije mira, esta es una gran prueba de amor, lo hago porque te adoro, y el amor lo puede todo. Eso sí, hablé con el cura antes y le pedí que la ceremonia se extendiera lo menos posible, y duró exactamente 38 minutos.

209 En diciembre de 2008 fue la fiesta en Cartagena, en el Baluarte de San Francisco. “Sylvia Tcherassi vistió a la novia y las damas de honor, y Ricardo Pava al novio y otros familiares; José Luis Botero hizo peinados y maquillaje, y Gilberto Santarrosa y otros cinco grupos mu- sicales se encargaron de endulzar los oídos de los setecientos invitados”, comentaban las crónicas sobre el evento. Repasando su distancia con la Iglesia, Abelardo dice “aunque no creo en Dios, en diversos aspectos de mi vida actúo mejor que muchos cristianos que dicen ser creyentes, porque soy un buen miembro de familia, un buen hijo, un buen amigo, un buen esposo, un buen jefe en el trabajo, un buen patrón, le pago a mi gente bien, atiendo sus requerimientos… Entonces, suponiendo que exista, yo creo que estoy más cerca de Dios que muchos católicos que se dan golpes de pecho en el púlpito y salen a señalar al prójimo. Además se supone que soy la oveja descarriada, así que al llegar al reino de los cielos él me va a acoger, ¿no crees?”, y enmarca la pregunta en una carcajada. —¿Tenés deudas, en dinero? —No, ninguna. Yo no soy de la cultura del crédito, no me gusta deberle plata a nadie, y mucho menos a los bancos, porque terminas pagándoles las cosas cinco y diez veces más. En Colombia hay más desplazados por el UPAC que por la violencia. Y si repasas la historia, las razones para no tener trato con los bancos se multiplican más que los panes aquellos de los Evangelios. —¿Alguna vez has tenido dudas sobre tu capacidad de pro- veer, o de proveerte…? ¿Alguna vez tuviste temor de pobreza? —Jamás. Mientras viva y tenga fuerzas para trabajar produciré todo cuanto quiera. Pese a su rechazo al mundo político, Manuel Riveira, que le conoce bien, no duda que el futuro del abogado es la política. “A una persona exitosa a la edad que él tiene, adonde ha llegado, como ha llegado, siendo eficiente en su capacidad de servirle a la gente en problemas graves, de generar justicia, ¿qué le falta por venir? Servir al resto de gente. Y la única profesión que te permite hacerlo es la política, entendida no como el arte de robar, como lo entendemos aquí, sino como

210 el arte de servir, el arte de ser justo. Porque a una persona rica, con poder, que ha vivido, que ha experimentado todo de joven, ya de mayor sólo le queda servir al prójimo. ¿Y cómo sirves tú al prójimo? No a través de una Fundación o cualquiera de esas escenografías, sino de frente, con todo. El dice que no, que él es enemigo de la política, pero así es como yo lo veo. Eso le va a llegar, le va a tocar la puerta algún día de su vida y no podrá decir que no”. El padre de Abelardo recuerda cuando el rector de la Univer- sidad Sergio Arboleda, el doctor Noguera Laborde, “que apreciaba mucho a Abelardo, lo candidatizó para Edil de Chapinero, teniendo mi hijo 18 años. Y él hizo una muy buena campaña, de la mano del doctor Álvaro Gómez y de la mano del doctor Emiliani Román, Raimundo Emiliani Román, que fue uno de los grandes patriarcas del conserva- tismo en Colombia, ministro varias veces, embajador en la Santa Sede, tratadista de derecho civil, presidente del Senado. Eso lo perdió Abelardo por 18 votos, porque se enfermó en los días anteriores al debate, que son definitivos, y así, afortunadamente, fracasó en esa intentona que le habría podido marcar la vida en otra dirección”. ¿Te ves jugando algún papel político en el futuro?, le pregunto a Abelardo. —No. Me moriré como abogado litigante o como profesor y periodista. Yo no me veo haciendo política, no puedo con eso. Por mis manos han pasado los problemas más delicados de la última década en nuestro país, y no he conocido nada más complejo, sucio y deleznable que el mundo de la política. Es la condensación, la suma, la síntesis de la miseria humana. La peor de todas las mafias es la política, peor que cualquier otra. Los políticos son tan jodidos que acabaron con los mafiosos en Colombia, acabaron con las reinas de belleza, acabaron con los guerrilleros, acabaron con los paramilitares. Son tan contaminantes que todo lo que tocan lo destrozan. Siento una gran aversión por la actividad política, y no me metería jamás en eso. La política envilece el alma. —Ese rechazo tuyo a la política, ¿tiene algo que ver con la experiencia de tu padre? —Si, eso me marcó. Mi padre fue el magistrado más joven que tuvo Colombia, por concurso, se ganó el concurso y fue magistrado del Tribunal Contencioso Administrativo… Mi papá era conocido, cuando vivía en

211 Córdoba, como la conciencia jurídica del departamento, era el abogado más respetado de la región, aquel al que todo el mundo consultaba. Fue magistrado como a los 35 años, y renunció a ese puesto para aspirar a la gobernación, porque él tenía una idea utópica de la política, aquella según la cual son los mejores los que deben responder al llamado del servicio público y no se qué. Y gana la elección, le atraviesan 1.200 votos fantas- mas, y lo derrotan. Porque en este pais los votos no se ganan, se compran. La resistencia del hijo a involucrarse en la política la explica el padre en relación a que “la política en la Costa, desde un punto de vista práctico, es casi una actividad delincuencial. Es una actividad que se ejerce sin principios, sin nobleza, con el ánimo de ganar sin importar los métodos. El Estado colombiano ha sido totalmente irresponsable en ese sentido, deja que la gente haga política como quiera y después se encarga de meterlos presos por otros asuntos, nunca por los que tienen que ver con la compra de votos, con la compra de contratos. Las grandes campañas políticas salen del erario local, departamental, se pagan desde allí, y el Estado, a través de todas sus autoridades, se hace el ciego, no ve ni oye lo que se sabe y comenta en la calle. En nuestros departamentos el comercio político es descarado. Mire dónde se invierten los grandes dineros de las transferencias, las regalías, allí no encuentra obras, no encuentra nada, lo que encuentra en los pueblos es que las casas más grandes, las más bonitas, son de los empleados municipales, de los empleados departamentales, sin que existan investigaciones sobre enriquecimiento ilícito ni nada. “Eso es un desorden horrible. Hay excepciones, por supuesto, pero en la mayoría de los casos los que llegan a los cargos son personas sin formación y sin escrúpulos. Es increíble cómo ha cambiado el país en ese sentido. Antes teníamos en la Costa la mejor clase dirigente de Colom- bia, Miguel Escobar Méndez, Araujo Grau, Emiliani Román, Chepe de la Vega, Evaristo Sourdis. Ahora no tenemos gente importante en la Costa, muy poca, y esa poca que hay no se mete en política por miedo, y por no competir de la misma manera con la contaminación, porque no tendría sentido llegar de la misma forma. Yo creo que el fracaso que tuve como político, como aspirante a la Cámara, al Senado, a la Gobernación de Córdoba, lo hizo rechazar esa actividad a Abelardo. No obstante, nosotros llevamos eso en la sangre, nuestros antepasados fueron gente

212 dedicada a la política, desde el rubio De La Espriella, Juan Antonio De La Espriella, que fue el primer presidente que tuvo el Estado Soberano de Bolívar y uno de los primeros presidentes que tuvo el Consejo de Estado en Colombia. “Nosotros somos una familia de abogados y de políticos por tradición, eso lo llevamos en la sangre, pero estamos acostumbrados a hacer política de manera decente. Y como no se puede hacer política de manera decente, tuvimos que retirarnos de ella, y en mi caso terminé de notario cuando nunca en la vida pensé serlo. Es que, infortunadamente, en Colombia uno llega a posiciones con las cuales no ha soñado nunca, y por eso todo está invertido, y al Congreso y a los altos cargos del Estado llegan personas que nunca se prepararon para estar en ese ambiente, que no se formaron para eso, que van al Congreso a buscar negocios, no a servir al país. Yo he creído siempre, y le he inculcado a mi hijo, que la política tiene que ser una actividad de la inteligencia, una realización humana, no un medio para enriquecerse. Es lo que pienso, aunque se que esto suena un poco cursi en un país donde la gente piensa que tiene que llegar a las altas esferas del Estado no para servir sino para servirse”. En frío, el joven abogado niega la política, pero cuando mira a su alrededor no puede ser indiferente a lo que pasa, y aunque no quisiera participa. Por eso su columna dominical, quizás desde una profunda nostalgia, al tiempo que haciendo honor al legado de su padre, al pensamiento del notario, dice cosas como: “La mediocridad y la ignorancia son los referentes de gran parte de la política colombiana actual. Gentecillas que hoy fungen como “dirigentes”, hace veinte o treinta años no habrían tenido cabida en el juego democrático. La decadencia es evidente: el ejercicio de la política dejó de ser hace mu- chos años una actividad de la inteligencia para convertirse en una orgía incestuosa de negociados y chanchullos de toda índole. (…) El problema no es solamente legal, de inoperancia de la justicia, sino también cultural, pues la doctrina del “todo vale” se ha enquistado en nuestra sociedad y al parecer ha hecho metástasis: el bandido es acogido y prohijado como si se tratara de un príncipe”. (El Heraldo, Barranquilla, 12-9-2010) Hay una especie de aristocracia costeña que Abelardo posee, que se ve claramente que no es nueva, que viene de lejos, que es

213 herencia de ese proceso de generaciones practicando el ejercicio del buen vivir, aquello que se practica en la Costa con poco o con mucho, y que no es un arte fácil de ejercer. Debe haber allí mucho amor por lo que hay, por esa riqueza que veía Marx en quien tiene conciencia de que rico es aquel que necesita más: horizontes grandes, paisajes bellos, música hermosa, amaneceres intensos en aromas, majestuosas puestas de sol. Eso es lo que hay en las sabanas de Córdoba y Sucre, la Costa del mar Caribe, los pueblos de caserones señoriales donde se hace culto de las buenas conversaciones, la buena comida, la conciencia de que el tiempo es para vivirlo, saborearlo, apreciarlo, y no para correr como en el altiplano bogotano. Los costeños tienen un sentido de pertenencia excepcional, como una impronta en el alma que no se les borra jamás. Por eso, cuando regresan a su Caribe, lo hacen con una risotada evidente, aunque aparentemente no rían. Aquí en la Costa, el costeño que vive en el interior se suelta y parece respirar mejor. “Aquí la cojo más suave, me bacaneo más”, confiesa Abelardo, y luego se queda mirando por la ventanilla del carro el paisaje, mientras tararea aquel porro de Pablito Flórez, que aún vive en algún lugar de estas tierras, y que dice: “Mi porro me sabe a todo lo bueno de mi región, me sabe a caña, me sabe a toros, me sabe a fiesta, me sabe a ron”. Entonces, de pronto, se voltea y comenta, como pensando en voz alta, “a veces la gente espera de mí comportamientos diferentes, como si yo me tuviera que comportar como un cachaco, posar de hombre importante, o de estrella del cine y tal. Y yo no soy eso, de ninguna manera. Yo sólo soy el mismo bacán de toda la vida”. El término “bacán”, que algunos originan en el siglo XVII y la clase trabajadora de Milán, como una forma de nombrar a los patrones, cuando migró al río de la Plata estaba impregnado de otra cosa. Esa cosa que recogió Gardel en Garufa, aquel tango que hablaba de un personaje que era lo que en lunfardo se de- nominaba un bacán: “Durante la semana meta al laburo y el sábado a la noche sos un doctor, te encajás las polainas y el cuello duro, y te venís al centro de rompedor”.

214 Pero aunque este abogado tenga de bacán lo suyo, al compartir los días con él se comprende que quizás, y aunque pudiera sonar contradictorio con su evidente ego, la palabra que mejor le des- cribiría, haciendo pie en la etimología, sería “humildad”. Porque humildad proviene del latin “humus”, que significa “tierra”, y se refiere a quien no pierde contacto con el suelo. Le pregunto si se siente poseedor de esa cualidad que es la humildad, y me responde: “Pienso que la humildad es parte de la bacanería. Yo he tratado siempre de ser una persona tranquila, de ser un hombre humilde, porque pienso que eso es lo natural, y que el primer requi- sito para que le vaya bien a uno en la vida es ese, ser un bacán. Y creo que ser el mismo bacán de siempre me abre muchas puertas. Así como pienso que el abogado litigante debe ser un gran ajedrecista, con gran habilidad para el análisis, la lógica y todo lo demás, te podría decir que quizás más importante que lo anterior es que sea comprensivo, cordial, amable, que se gane la simpatía de todos, que tenga don de gentes. Nada de lo que tengo y he logrado me ha tomado por sorpresa, siempre supe que estaría en el lugar que estoy, es por eso que el dinero y el reconocimiento no han surtido ningún efecto en mí. El poder y el dinero no dañan a nadie, simplemente muestran a las personas tal cual son”. En la región Caribe, la palabra “bacán” es por definición popular, la denominación adecuada para un hombre de mundo que tiene el abanico de cualidades que definen a un buen ser hu- mano. Hugo González Montalvo ha desarrollado una definición valiéndose de encuestas callejeras, investigaciones y entrevistas a intelectuales caribeños varios. Palabras más, palabras menos, según sus observaciones, la bacanería es un fenómeno cultural y debe ser entendida como un profundo sentimiento de fraternidad. Un actuar elegante, ético y decente. Le pido a Abelardo que me defina lo que expresa con la pa- labra “bacán” y dice: “Un bacán es la suma de muchas cosas, consiste en ser una persona buena nota, tranquila, relajada, desprevenida, que no se cree más que nadie, que entiende sus fortalezas pero también sus limitaciones, una persona que sabe reconocer y apreciar las habilidades de los demás. Una persona que no atropella a nadie, pero que tampoco

215 se deja atropellar, y que se goza la vida a cada instante. Por ejemplo, soy exigente, psicorígido en lo que se refiere a mi trabajo, pero trato de ser siempre una buena persona con la gente, con mis clientes, con los pe- riodistas, con todos en general. Y no, no es ningún esfuerzo o impostura, no, me sale natural ser un bacán. Y eso es tan cierto que a veces me las tengo que tirar de serio para no desentonar”. La bacanería se asemeja a una levedad en la forma de encarar la vida, y podría estar emparentada con las filosofías y religiones más vitalistas de todos los tiempos. Es que un “bacán” tiende a desacralizar lo sagrado y a volver sagrado lo mundano, viviendo relajado en un ahora perpetuo, un presente continuo. Pero a di- ferencia de ese sumergirse en el ruido del mundo que caracteriza a los bacanes tipo Garufa, aquel cantado por Gardel, Abelardo no gusta del barullo, de las aglomeraciones, ni de los cocteles tan bogotanos. “Es que no puedo moverme entre la multitud, tengo una fobia por los sitios con mucha gente… Tengo diez años que no voy a un supermercado, y no puedo con los cines, aunque me encanta el cine, pero no voy a los teatros porque estar entre tanta gente me produce escozor”, es su explicación. Por otra parte, contrario a esa idea del interior, donde al cos- teño se le ve como una persona perezosa o, en su mejor lectura, un adicto al acto contemplativo, Abelardo es un Caribe adicto a la acción, que en su caso se relaciona con el trabajo unas veces, y otras con otros escenarios. Es tanta su adicción a la acción, y a ese frente particular de ella que es el trabajo, que cuando duerme demasiado siente remordimiento. Por eso no hace la siesta, por evitar sentir que pierde el tiempo. “En eso soy obsesivo, tengo una compulsión que me obliga a ser productivo todo el tiempo”. Abelardo retoma en esto esa tradición que registran de He- ródoto a Voltaire, y de este a Anatole France, cuando describen en detalle la obsesión de los abogados. Más contemporáneo, ahí está Mandrake, el singular personaje creado por Rubem Fonseca, el escritor brasilero. Abogado litigante bautizado como héroe de comic, se gana la vida destapando las ollas podridas del bajo mun- do carioca: políticos corruptos, bicheiros y asesinos. En la novela

216 El Gran Arte, a la salida de un cine, Mandrake es atacado por un cuchillero que por poco le quita la vida. Lejos de espantarse, y luego de resolver con elegancia la situación, el abogado se pone a trabajar investigando a fondo todo lo relacionado con el manejo del sable y el cuchillo. Y al mismo tiempo siente que no puede vivir sin saber lo que hay detrás de aquel ataque, y decidido a encontrar a su atacante lo persigue por meses hasta dar finalmente con él muy lejos de Rio de Janeiro, allá en Bolivia. En el camino por esas sabanas ganaderas, parando aquí y allá, se van mezclando en la conversación amigos y referencias, Fonseca, Conrad, Borges, Kawabata, Kurosawa, Polanski, Nietzs- che, Beethoven, Saroyan… Es sorprendente, como mínimo, la exuberancia, y también como fluye de la manera más natural. La conversación es una bonga, ese gran árbol que como en el centro de África los baobab, da sombra, abriga y convoca a la experiencia de la unidad de los hombres y el mundo. Sin tener claridad en el cómo, el tema va derivando de aquí hacia allá. Y así de pronto nos encontramos hablando del taller de gastronomía molecular que hizo en Sicilia el físico húngaro Nicholas Kurti en los 90s para estudiar la transformación de los alimentos con la cocción, y su obvia relación con los trabajos de Adrià en su espacio de creación cerca de Roses, en esa cala donde hizo leyenda el que fuera hasta su cierre el restaurante número uno entre los favoritos de Abelardo en todo el mundo. Un lugar donde el chef hizo crecer la técnica de cocinar en frío con nitrógeno líquido que aprendió de Heston Blumenthal, el dueño del Fast Duck inglés. Inevitable que en la conversación ingrese aquí el aire de agua de mar, y poco después se hable de la metilcelulosa, el falso semen de las películas porno, un gelificante que emplea en sus platos el catalán. Respecto a esto de la comida hablada, James Graham Ballard, el autor de esa retorcida historia erótica sobre la que David Cro- nenberg hizo la película Crash, reconocía no saber si a la larga la experiencia fundamental en la vida era el sexo o la comida. Lo comento y él se lo queda pensando, como evocando la primera

217 vez que miró a Analu, su esposa, con el corazón en blanco, como si nunca lo hubiera tenido que lavar de una relación que dolió o hizo daño. Y alrededor de esa mirada se despertó un vapor intenso de deseo y todo eso, sigue evocando en silencio y ríe con otro tipo de risa entonces, y escoge el sexo, pero sigue hablando de la mesa. Lo que a uno le gustaba de El Bulli no era la comida, era la ironía, la alegría visual, la estética en los platos, la extravagancia, coincidimos, hablando yo del yogurt de ostras con flor de sauco y Abelardo recordando las flores nitrogenadas y un cocktail mar- garita en spray, en tanto él recorta con su tenedor un trozo del sencillo pargo frito del pequeño comedero al borde del camino en que estamos. Si no se quiere recorrer el agitado camino de montaña que marca 170 kilómetros al norte de Barcelona, dirección Pirineos, en la página web de El Bulli están las coordenadas náuticas para llegar en yate o velero a la cala Montjoi, donde la playa se mezcla con el azul transparente del Mediterráneo y en la mesa esperan esferificaciones con forma de aceitunas que en la boca explotan, como explotan los explosivos moshis de gorgonzola. Una vez en el restaurante, la memoria se pegaría por años a los ravioli de sepia y coco al jengibre, las sopas heladas y las fresas al Campari con un toque de sansho, esa pimienta elaborada con las vainas del fresno espinoso bonsai, que por un instante anestesia dulcemente el paladar. Evocando aquello, de pronto, probablemente saturados de tanta extravagancia, derivamos hacia una cocina más normal, y me cuenta de unos ravioles rellenos de calabaza asada a la brasa mezclada con peccorino que preparó el anterior domingo, ade- rezados con una emulsión de mantequilla y miel de romero, y entonces hablamos de cómo reaccionan al calor la cebolla larga o el tomillo, o de cómo el agua que ha cocido mucha pasta se comporta como un espesador de salsas, uniendo elementos con su almidón. Abelardo conoce ese detalle que pocos fuera de Italia cono- cen: que a un restaurante hay que llegar cuando ya ha pasado

218 mucha pasta por la olla, porque el sabor de los spaghetti es otra cosa cuando el agua se ha vuelto densa. Es un conocedor de detalles íntimos de la cocina italiana, como el de cuándo se po- nen a saltar los tortelloni en la sartén con la salsa, y luego el de esperar para retirarlos a que esta deje en el borde de la sartén esa huella que indica, como por magia, el momento en que la salsa se adhirió a la pasta. En la mesa de los ricos de Milán, Florencia y Nápoles, en medio de la creatividad renacentista, Italia tuvo en los siglos XIII y XIV la primera alta cocina, que dio origen a la haute cuisine francesa cuando en 1553 la introdujo Catalina de Medici al casarse con quien sería Enrique II de Francia. Luego ocurrió un fenómeno del tipo del que se dio en nuestra conversación, pasando de lo sofisticado a lo más cercano: mientras los franceses evolucionaban, los italianos regresaban a los fogones de la mam- ma, y solamente se permitían sofisticar sus platos agregándoles, como mucho, un alla para evocar el francès à la, risotto alla mila- nese, fettuccini all`amatriciana. Mientras en 1903 la cocina francesa se codificaba en el libro Guide Culinaire, de Auguste Escoffier, chef de los restaurantes de César Ritz, que como un detalle de su refinamiento describía dos centenares de formas de preparar una salsa, en la península con forma de bota Pellegrino Artusi compilaba La Scienza in Cucina e l`Arte de Mangiar Bene, el libro de recetas tradicionales de la casa, de la mamma, de la nonna, simple, noble, rústica, aparentemente improvisada. En la primavera de 1473 Leonardo Da Vinci se hizo cargo de la cocina de la taberna Los 3 Caracoles, cerca del Ponte Vecchio, en Firenze, y puso en marcha una revolución culinaria. Servía pequeñas porciones, haciendo desaparecer del caldo los trozos de carne clásicos de la cocina medieval. Lo echaron a patadas, pero Leonardo persistió e inventó lo que al final de sus días consideró su más importante aporte al mundo, una especie de spaghetti que llamó spago mangiabili, y cinco años después de su despido en la taberna de Firenze, junto a su amigo Sandro Botticelli abrió “La huella de las tres ranas de Leonardo y Sandro”, entre cuyas

219 propuestas estaba un bien presentado plato de zanahorias con anchoas. Otro fracaso, que sin embargo le valió que Ludovico Sforza, conde de Milán, le nombrara Maestro de Banquetes de su Corte, dándole absoluta libertad para crear y sorprenderle. Da Vinci y Botticelli veían el Renacimiento como una pri- mavera. Lo que no hay debe crearse, pensaba el gran Leonardo, y así inventó, entre otras ayudas para la cocina, un asador auto- mático y un “moledor de ganado” que necesitaba veinte hombres para accionarlo. Como buen renacentista, Da Vinci comprendía que lejos de fragmentarse en una especialidad, el hombre debía cultivar su naturaleza de ser integral, y haciendo honor a esa mi- rada, además de arquitecto, pintor, inventor de objetos voladores, tanto como de armas y todas esas artes por las que conserva fama, fue un gran cocinero, y vivió sus últimos años cocinando con el rey Francisco I, en Francia. Tan importante es este aspecto de su obra, que se cuenta que Leonardo fue la gran influencia que recibió Bartolomeo Scappi, el autor del famoso almuerzo para el emperador Carlos V en Roma, así como de la torta bianca favorita del papa Julio II y de los ocultos placeres de su sucesor Ghisleri. Gran Inquisidor electo Papa en 1566, con el nombre de Pío V, negando en público las tentaciones de la explosión de creatividad gastronómica que estaba generando el Renacimiento, el domi- nico Antonio Michele Ghisleri daba ejemplo del comer frugal y censuraba a quienes se permitían placeres más allá de satisfacer la necesidad de alimentación. Pero en su cocina tenía como chef a Scappi, de quien quedó fama de ser el mejor de su siglo y un pilar de la gastronomía occidental, dejando como testimonio de eso “Opera”, su tratado culinario en seis tomos. Veníamos ocupados en este tema la última hora de camino con Abelardo, en medio de una conversación más amplia com- partiendo el pensamiento de Leonardo, reflexionando sobre el hecho de que uno no puede limitarse a un fragmento de lo que puede ser, de la potencialidad que carga. Y ahí el radio, que emi- tía una música como de chupar caramelos, la hizo desaparecer dando paso a una locutora que comenzó a hablar de Edward

220 Hite, el astronauta que en 1965 perdió en el espacio un guante. Contó la mujer, joven por la voz, que durante un mes viajó el guante por el espacio a 28.000 kilómetros por hora, y que se desintegró después. La imagen de ese guante que cobijó a una mano allá, tan lejos, dejó una rara sensación de desolación en todos los que íbamos en el carro. “¿De dónde coño habrá sacado ese tema esta mujer, en qué andará pensando?”, pensó en pregunta Abelardo y lo expresó en voz alta. En distintas versiones, desde el que conducía el carro hasta yo lo estábamos pensando.

221

10 Langosta con guarapo junto al mar

Karl Popper aconsejaba penetrar en la lógica de toda situación antes de hacer movimiento alguno, digo por comentar algo, y Abelardo me trae a colación a Averroes, aquel sabio de la Córdoba del siglo XII que, como buen adelantado del pensamiento que era, comprendió que la verdadera racionalidad es la aplicación sistemática del principio de causalidad, como pensó Aristóteles. Y apoyado en esto sentencia que la lógica más efectiva es que si uno descubre la causa de un efecto, ya. El carro rueda a una velocidad indefinible desde dentro, que el velocímetro traduce como algo más de 100 kilómetros por hora. De cerca nos sigue la camioneta con guardaespaldas. Ambos vehículos se deslizan con suavidad por pueblos con colonias árabes detenidos en el tiempo, por los que se desparrama la familia De La Espriella dividida en dos ramas: los galleros y los intelectuales, según Abelardo. Los De La Espriella son una dinastía asturiana, que ha tenido notable figuración durante siglos en ámbitos que van desde la polí- tica, las artes, la religión, hasta el periodismo y la diplomacia. Y han sido una de las familias más influyentes de la historia de Colombia y América Latina, ocupando en momentos claves posiciones de alta relevancia, como Ricardo De La Espriella, que fue Presidente de la República de Panamá 1982-1984, y Abel Pacheco de La Espriella, Presidente de la República de Costa Rica 2002-2006.

223 Y en Colombia, enumera con una memoria vertiginosa Abelardo, “Juan Antonio De La Espriella, primer Presidente del Estado Soberano de Bolívar, Manuel Zenón De La Espriella, Presidente del Consejo de Estado; Guillermo Mendoza Diago, Fiscal General de la Nación; Ramiro De La Espriella, senador y periodista; Alfonso De La Espriella Espino- sa, gobernador del Departamento de Córdoba 1978-1980; así como los senadores de la República Emilio Lebolo de La Espriella, Joselito Guerra De La Espriella, Antonio Guerra de La Espriella, Rodrigo Burgos de La Espriella, y la ministra de Comunicaciones María del Rosario Guerra de La Espriella, que lo fue durante la segunda administración de Álvaro Uribe Vélez. Y hay también miembros destacados de la familia en otras ramas de la vida del país, donde, por citar algunos, están el historiador Alfredo de La Espriella, el pintor Miguel de La Espriella “Noble”, el neurocirujano Remberto Burgos De La Espriella, el cantante Andrés Cabas, el compositor Alfonso De La Espriella Osio, el músico Juancho De La Espriella, la modelo y presentadora de televisión Adriana Tono”. En esa misma zona, que pasa a raudales por las ventanillas, hace tres generaciones sus otros ancestros, los sirios, fundaron la tierra prometida, cuando llegaron con las manos vacías a ese nuevo mundo y revolucionaron la vida local con sus costumbres, sus telas, sus mercancías milagrosas, sus remedios para todos los males, su tristeza y su alegría. De Marmarita, esa aldea con más de 500 años en la región de al-Nasarah, cerca de la frontera con Líbano, que la historia cuenta que renació después de haber sido destruida en el siglo VI por una erupción volcánica, y en donde la familia se remonta a los fenicios, quedó cierta nostalgia por el clima suave y asoleado, y quedaron los sabores que cada vez que aparecen alborotan el alma. El Mercedes Benz se estaciona en una fonda del camino y al abrirse la puerta un olor, que evoca el olor que debía emanar del paraíso, impregna el ambiente. Estamos en Cereté ante dos clásicos: el kibbe con leche cortada y las empanadas de berenje- na, y el lugar es el puesto que preside la fotografía de la anciana Deyanira, una leyenda costeña en kibbes y carimañolas de queso. Abelardo se siente en casa, entra a la cocina, husmea en las ollas,

224 toma un kibbe, le pone picante, pide a la muchacha un agua con gas, e invita a kibbe al que vende lotería. Un par de kilómetros después nos acercamos a una caseta rudimentaria, donde un señor de piel ocre revuelve una palan- gana. Abelardo pide que le muestren los haberes. Repasa con su mirada la mercancía y compra galletas de limón cocinadas en fogón de leña para Analu. Y estando en esas se antoja de choco- late, y comenta mientras compra, “de los sabores que nunca se me olvidan, el chocolate de bola”. Por esos caminos conoce todo: sabe dónde venden la mejor rosquita, el ventorrillo que tiene la mejor panela con coco, y compra para convidar o para regalar a su esposa, o a su mamá, o a algún amigo, dando la impresión que lo que más le impulsa es poder sacar el clip robusto de billetes para concretar: “Cuando el clip está flaco no me gusta”, me comentó en otra ocasión. Pocas veces compra algo para él. Y menos veces come. Aunque sabe apreciar bocados, Abelardo es mesurado. “Me cuido mucho, procuro no engordar porque fui gordillo de pelaó, nací muy gordo, pesé 12 libras y media, imagínate, un peso exageradísimo para un bebé. Y mi papá es obeso. Yo no quiero ser gordo nunca, por estética, que es algo que cumple un papel determinante en mi vida. Entonces me cuido, de lunes a viernes no ceno de noche, no como dulces, y el fin de semana me como las harinitas, los dulces y tal”. Un señor se baja de su carro a comprar algo, luciendo en un dedo una esmeralda que es un escándalo. Abelardo lo mira, como todos los que allí estamos, y me pregunta, “¿te conté que vendí esmeraldas en Nueva York? Un compañero de universidad, que era hijo de un esmeraldero, me las daba en consignación, y yo, a través de otro amigo allá establecí contacto con unos joyeros japoneses. Entonces iba a Nueva York y Miami, una o dos veces al mes, con mis esmeraldas, las negociaba con ellos y con mi utilidad compraba relojes, y tenía aquí mi negocio de vender relojes bien montado. Esa plata me permitió conocer gente y viajar, porque aprendí rápido de esmeraldas, mirarlas a contra luz, tenía mis pinzas y toda la película. Estos joyeros japoneses no querían venir a Colombia por la inseguridad, pensaban que esto era una especie

225 de Vietnam, así que en cada viajecito me quedaban dos o tres mil dólares, luego de pagar los gastos al más alto nivel. Tenía diecinueve años y en Nueva York me quedaba en el Waldorf Astoria tomando champaña y comiendo ensalada de langosta, lo mismo que pedía Liz Taylor cuando se hospedaba allí. Y a comprar caprichos en la 5ta Avenida. “En un año con eso tuve plata para el carro, porque mi papá me había dicho siempre: “Uno tiene que tener carro el día en que le duela estrellarlo”. Con lo de las esmeraldas y los relojes compré mi Monza, mi Monzita. Después me compré un BMW 325 negro, que no lo tenía casi nadie en esa época en Bogotá, y un día recogí a mi papá en el aeropuerto. Quedó azul cuando me vió en el BM y le dije mira, ya lo compré y me duele si le pasa algo. El viejo era encantado, no joda, yo siempre quise este carro y nunca me lo compré, decía. “Yo mezclaba mi actividad comercial con mis estudios, y además de eso trabajaba en la Sergio Arboleda, el único puesto que he tenido, era el asistente del vicerrector, y luego fui asistente del rector. Estudiaba de 7 a 1, y de 2 a 7 trabajaba en la universidad, y tenía mis negocios, traía perfumes de Panamá, ropa de Estados Unidos, y además tenía una venta de whisky con unos amigos de la Guajira. Después puse el almacén de ropa, siempre con ganas de trabajar porque vi eso en mi casa, mi mamá es una mujer muy emprendedora y muy activa, ella es de las que todavía viaja a Estados Unidos y trae ropa y le vende a las amigas, siempre tiene que estar vendiendo algo para estar en paz. Mi papá no, él está negado para los negocios. Yo me parezco más a mi mamá en esa parte, cambala- ches, negocios… Pero fíjate que nunca se me dio por hacer nada ilegal o chueco, sólo trabajar duro, serio, consciente de que la plata está hecha y hay que buscarla. Nunca me acostumbré a ser un niño de papi y mami. Pude haberlo sido, ese era el camino más fácil, pero de haberlo hecho hoy no sería quien soy. Desde siempre tuve mis propios proyectos y un plan de vida, desde los 16 años no sé lo que es un peso de mis padres”. “A medida que los hijos crecen, la madre debe disminuir de tamaño”, decía Clarice Lispector, cuestión que la mamá de Abelardo tiene clara, y aunque es evidente que él es su respiración, le deja todo el espacio. Otro tanto hace el padre, que ahora, ante mis preguntas, evoca aquellos días del hijo: “En la universidad él tuvo, hasta que se

226 graduó de abogado, un amigo muy leal, que hoy es Magistrado de la Corte Constitucional, el doctor Jorge Pretelt Chaljub, eran como hermanos. Y ese respaldo que le dio este amigo le ayudó a conectar con una formación diferente a la que yo le había dado en la provincia. Él tomó aquí otro aire y otro estilo, diferente al mío, y el día menos pensado se nos fue de las manos. Claro que siempre fue muy independiente, desde niño… “Una vez me invitó a una oficina que tenía, no había terminado la universidad, y para sorpresa mía era el gerente de una empresa disquera. Yo le dije esto no es lo tuyo, tú tienes que encaminarte por el derecho, no te vayas por las ramas. No le veía un solo libro de derecho en el apar- tamento, pura literatura, era un lector desbordado de literatura latinoa- mericana y europea, así que le tuve que decir mira, con esto tú no vas a ejercer tu profesión, tienes que estudiar más derecho, comprar obras, y lo fui guiando en eso. Porque la aspiración inicial de él era estudiar derecho y periodismo, y yo le dije no, usted no puede ser periodista graduado porque eso le restringe otros campos de acción: estudie solamente derecho, que el abogado puede ser al mismo tiempo periodista, pero el periodista no puede ser abogado. Y poco a poco se fue convenciendo que el derecho era lo suyo, lo importante en su vida, y alquiló una oficinita y nosotros lo acompañamos a comprar los muebles a la 30, donde se compran los muebles populares aquí en Bogotá. Hoy los trae de Europa. “Compró sus muebles, montó su oficina y en medio de eso un día me dijo que quería incursionar en unas actividades relacionadas con la paz, y yo le aprobé. Total que hizo una fundación para buscar la rehabilitación de personas incursas en la violencia política en Colombia, y organizó en varios sitios del país conferencias. Eso le trajo problemas, le trajo denuncias en su contra, algo que era inevitable, porque la gente no entiende que la persona que está en esto, por supuesto que tiene que relacionarse con quie- nes están en la violencia, porque para buscar una reconciliación hay que hablar con quienes son protagonistas de la violencia. Él tuvo que hacerlo y tuvo problemas con eso, porque hay gente que vive de desconfiar y acusar. Pero bueno, después ya se dedicó a su profesión, al tiempo que hacía sus postgrados en derecho administrativo, en derecho penal y una maestría. “Algunas personas han comentado, para descalificarlo, que la actividad de él como litigante carecía de profundidad intelectual, desde el punto

227 de vista del derecho penal, pero no, él se formó muy bien, no sólo desde el punto de vista teórico sino desde el práctico, comprendiendo algo que yo siempre le he dicho, que lo importante del penalista es resolverle la situación jurídica a sus clientes, a sus poderdantes. Que usted nada hace pontificando sobre el derecho penal, y sobre sus corrientes en el mundo, si no tiene resultados en el ejercicio de su profesión. Lo que marca la pauta en el ejercicio profesional son los triunfos profesionales, y el triunfo profesional del penalista consiste en sacar del problema a quien le da poder para que lo defienda. Y él ha sido exitoso en eso. “Siempre le he insistido en que siga en su profesión, que ese es su futuro, que no se ocupe de otras cosas: usted ejerza su profesión que yo me dedico a la ganadería, a la agricultura, a las fincas. Para mí lo que él hace es una satisfacción, y es una realización que no pude tener yo, porque me quedé en la provincia. Yo siento que él es una continuidad de lo mío. Los hijos son eso, una extensión de la vida de sus padres”. Unos diez kilómetros adelante nos detenemos en una gasoli- nera donde atiende un hombre enano. “¿Tú sabes que los mafiosos utilizaban a los enanos para que les trajeran suerte?” pregunta Abelar- do, y agrega que “en los ochenta todos cargaban enanos llenos de oro y enfierrados”. El comentario me trae a la memoria a un grupo de enanos con fusiles M-16, que vigilaban a las muchachas y sus clientes en un prostíbulo del estado de Guerrero, no muy lejos de Acapulco, adonde iban los empresarios mexicanos y sus em- pleados de alto nivel, sembrando costumbres que heredarían un par de décadas después los grandes capos de Sinaloa y Durango. Antes de que apareciera en el sur italiano la mafia, hacia mediados del siglo XIX existían en varias zonas de aquel país pequeños grupos de bandidos que impartían orden y justicia, arreglaban los pleitos familiares, y por esos servicios cobraban una especie de impuesto popular a los labriegos. Se les llama- ba gabellottis, y controlaban la mayoría de los productos de los mercados locales, especulando con los precios. Con estas activi- dades, no exentas de violencia, fueron ganando peso hasta que, durante la unificación de Italia, Giuseppe Garibaldi los identificó como “mafia”, cuando en su intento de integrar Sicilia a la Ita-

228 lia continental fue recibido por estos hombres a perdigonadas de luparas, aquellas escopetas de cañón recortado que usaban contra los lobos. Pero la palabra “mafia” venía de muy atrás, de las iniciales de un grito que se volvió consigna contra los fran- ceses opresores, en el siglo XII: “Morte alla Francia, Italia anela”: muerte a Francia anhela Italia. Y hay historias que cuentan que desde aquellos tiempos los enanos traían suerte a los hombres que vivían sumergidos en el riesgo. El término mafia, hoy asociado a ilegalidad, violencia, te- rror y poder (“Michael, somos más poderosos que la U. S. Steel”, le confirma Meyer Lansky, en boca de Lee Strassberg, a Corleone hijo, en El Padrino II) fue alguna vez una expresión toscana para definir a la miseria. Y Maffia, que también significaba opresión, se pronuncia de forma cercana al sustantivo árabe mu’afah, que traduce protección de los débiles. La mafia, más allá de una organización criminal y de todos sus bemoles, ha dejado un legado estético, así como una estela de comportamientos morales. ¿Qué mirada tenés sobre la mafia?, le pregunto a Abelardo y él responde: “La mafia italiana del siglo pasado es algo fascinante porque tenía un criterio estético inmejorable. Primero, no era una cosa de drogas, se trataba de negocios de mujeres, licor y tabaco, actividades que actualmente están legalizadas por completo. Los mafiosos italianos de esa época serían hoy unos prósperos, ilustres y respetables empresarios. Eso quiere decir que fueron injustamente perse- guidos (risa). Y, segundo, ese mundo sórdido era surcado por la elegancia, la estética, la ritualidad alrededor de la comida y los amigos… Hay que aclarar que no es lo mismo un mafioso italiano que un mafioso colombia- no, los de aquí comen fríjoles con arroz y toman aguardiente, así tengan toda la plata del mundo, en tanto allá la cosa es diferente, un buen vino, una buena bolognesa, una elegante corbata. Un mundo diferente, una forma de ver la vida muy distinta. Por eso, para mí, don Vito Corleone es el filósofo moderno más importante (risa). Si lo analizas en detalle comprenderás que se trata de un pensador muy agudo. Aveces podemos encontrar comportamientos mas éticos en los delincuente que en personas del común. Es lo que yo llamo la moral del delincuente”.

229 —El cine, como espejo donde uno ve situaciones, reconoce, se identifica, donde te sentís reflejado a veces, o sentís reflejadas cosas que te gustan, ¿te ha dejado marcas? —Muchísimas. Yo soy un amante del buen cine, y efectivamente algunas películas han dejado una huella indeleble en mi espíritu.… En el nombre del padre, Cuestión de Honor, Casablanca, Ciudadano Kane, todas las de Almodóvar. Y las películas de gangsters. Entre esas El Padrino es mi preferida, sin duda alguna. Y hay una que me marcó en lo que hago, El Abogado del Diablo, la de Al Pacino, que es un filme en donde se hace gala de la fuerza que tiene la palabra, la posibilidad de convencer a la contraparte con un argumento irrebatible, estar en una audiencia y transmitir el pensamiento de una manera clara, contundente y eficaz, y todo eso gracias a la consistencia de un carácter definido y especial, que es absolutamente necesario para desarrollar la labor del abogado litigante. En El Abogado del Diablo, Al Pacino, el dueño del mejor “pool” de abogados de la ciudad de Nueva York, contrata los servicios de un joven y talentoso colega, interpretado por Keanu Reeves. Este, después de defender y dejar libres a los peores criminales de la ciudad, logra pasar la prueba final, defender a su jefe, quien resulta ser Satanás. Seguimos nuestra marcha y emerge de la radio la banda sonora perfecta para ese paisaje interminable. El sonido sencillo, honestamente primario de la caja, la guacharaca y el acordeón nos acompañan un rato, y Abelardo cambia el dial. “Por aquí ma- taron a Gacha”, me muestra unas tierras al costado izquierdo del camino donde cayó aquel temido narcotraficante apodado “El Mexicano”, y luego canta con José Feliciano “que de mi amor te has olvidado…”, después una balada, y enseguida una ranchera… “Las escucho una o dos veces y se me quedan”, explica su conocimiento de las letras. Por los verdes montes de María compramos guama, y en la tarea de chupar las pepas llama su esposa y la trata dulce, a punta de “Ajá, muñequita, dime, mi reina…”. Cuando cuelga me dice “¿te conté que Analu por el lado de su mamá, además de descender de árabes, desciende del sueco George Dahl, que fue el primer ictiólogo que

230 conoció Colombia? Dahl es el bisabuelo de Analu, y fue el que clasificó por vez primera los peces del Sinú y el Magdalena”. Al borde del camino se suceden las ofertas de patilla criolla, con sus rayas irregulares entre los robles en flor, y sin darme cuenta ya estamos arribando a Cartagena de Indias, la ciudad Heroica, el “Corralito de Piedra”. Cartagena es una ciudad de contrastes, ricos con yates y casas enormes, pobres descalzos que piden monedas en los semáforos. Nos detenemos en el barrio Getsemaní y entramos en un restaurante que tiene muy pocas semejanzas con sus favoritos de Europa. Sin ninguna intención peyorativa, más que restaurante estamos en un chuzo, el comedero de Senen Jaraba, en la Calle Larga. Caldo de pescado, guisado de caracol, langosta, arroz con camarones. Con guarapo. “Es un sitio al que vengo hace muchos años, Senen es mi amigo. Y a mí me gustan mucho los sitios así, donde están las cosas buenas sin importar el empaque. Ahora, si se tratara de una cosa buena con un empaque bonito, doblemente buena, ¿no? Yo no me cierro a eso, pero el empaque solamente no sirve, y es lo que te ofrecen en la mayoría de los sitios. Es indispensable que confluyan la forma y el fondo, esa es la mezcla perfecta, y es lo que he tratado de hacer con mi carrera y conmigo mismo”. En este ambiente y ante esos manjares me dice una vez más Abelardo que en cinco años se quiere hacer a un lado del agite, ser rector de una universidad en la Costa, tal vez, hacer periodismo de opinión y entrevistas “para preguntar lo que nadie pregunta. Probar otras posibilidades, no seguir repitiendo la que ya te sabes bien, aunque haya variaciones. Atreverte a aquello en lo que aún no te has probado”. Aunque, después de quedarse unos minutos ensimismado, agrega: “Pero quién sabe si alguna vez me aparte del mundo jurídico, porque indudablemente el derecho es mi vida, y mi verdadera vocación”. En Cartagena su familia tiene un piso en el ángulo en que Castillo Grande se funde con Bocagrande. Un piso 10 con un gran balcón terraza que impacta agradablemente la brisa del mar, el cerro de la Popa al frente, los barcos, la gente hablando a los gritos allá abajo en la calle… Desde hace veinte años Milena

231 trabaja allí para ellos, y cubriendo las tareas del segundo plano una señora mayor, Arlette, que al día siguiente, al despedirse, le recomendará: “Le dice a su mamá que cuando la recuerdo siento que la quiero mucho”. Ha venido a Cartagena para una reunión con los hijos de un cliente en problemas. Todo parece relajado, pero a cada rato el teléfono suena y sobresalta. La mayoría de las veces es trabajo, otras es su madre, la abuela Carla o Analu. Abelardo tiene una relación constante y fluida con ellas, que más que relación de familia parece de clan. Con la gente de su equipo la relación es otra, amigable, cordial, pero el afecto se comporta diferente ahí. Le llaman para hacerle preguntas, buscando orientación para el actuar. Está en una de estas llamadas, y luego de hablar un par de minutos, suelta una exclamación: —¡Qué agua tan helada! Algo se complicó donde no lo esperaba. Todo el tiempo en su trabajo hay cambios vertiginosos de jugada. Esta vez van a dictarle captura a un cliente, y debe moverse rápido para ganar tiempo. “Es mucho más complicado todo con un cliente preso”, me explica infor- mándome que debe regresar a Bogotá. Le ha sucedido tener que cancelar un vuelo cuidadosamente planeado a Madrid o Roma para atender una emergencia, así como decenas de viajes no tan preparados. Por otra parte, a cada ciudad que llega, donde tiene clientes, en cuanto estos se enteran, le caen en busca de algo que no es muy claro. Como si fueran a un gurú, al que es necesario ver en persona, escuchar en directo sus palabras. —Me oyen y se calman, quedan tranquilos, así estén a punto de ir a la cárcel. El abogado penalista se convierte, en un momento dado del proceso, más en un psiquiatra, en un psicólogo, en un terapeuta, que en un defensor. ¿Sabes?, ocurre que el cliente, o el familiar del cliente, con sólo verlo a uno se tranquilizan, y si uno le transmite unas palabras de aliento se aferra a eso para creer que todo va bien. Y es lo que tiene que tratar de hacer el abogado, porque manejar la angustia del cliente y la de la familia es algo muy duro desde el punto de vista humano. Lo viene a ver a uno la esposa, le caen los hijos, lo llama el cliente llorando, la

232 mamá que está enferma, y te toca sortear ese tipo de cosas, y hablarles para darles sosiego, sin venderles jamás falsas esperanzas. Por eso yo he dicho siempre que el abogado penalista tiene que ser, además de un buen peleador, un humanista, una persona muy considerada en el trato hacia los demás. —¿Y eso es así todo el tiempo? —A toda hora la gente preguntando y volviendo a preguntar lo mismo, cosas que son obvias, dime algo para quedarme tranquilo, todo está bien. Y tú dices eso y la gente se tranquiliza. Llaman las novias, las amantes, las mujeres, los papás, los tíos, los sobrinos, es una locura. Pero uno tiene que comprender eso y saber manejarlo para no desesperarse. Es humanidad básica y cívica elemental: no puedes dejar de ser considerado con el cliente y su familia, que están en una situación en la que nunca habían imaginado estar, así que debes explicarles una y otra y otra vez, las veces que sean necesarias. De tal manera que lo que le queda a uno es darles cierta idea de lo que está pasando con el proceso, una tranquili- dad más espiritual que técnica, al cliente y a su familia. Por eso te digo que el que quiera ser abogado debe ser una persona con unos valores humanos que le permitan entender la angustia de los demás. Ese es un punto de partida básico. La gente que le escucha pasa rápido de la preocupación a la calma, e incluso evoluciona hacia la risa despreocupada. Com- prendo aquí que, antes que cualquier otra cosa, Abelardo es un gran seductor, y recuerdo el último artículo que publicó Edoardo Sanguinetti en Il Corriere Della Sera, días antes de fallecer, donde decía que “todo seductor sabe que para conquistar al objeto viviente del deseo debe dosificar bien los movimientos, la situaciones, las dosis, para llevarlo a la risa o al llanto, según sea más conveniente”. Y me pregunto si Abelardo tendrá tan bien calculadas sus jugadas.

233

11 La tierra donde aún no se sembró el olvido

A través de una aldea se puede contar el mundo, fue una tradición literaria rusa. En la misma dirección, a través de la vida de una región, y algunos hombres y el pensamiento desarrollado por su árbol familiar, se puede contar muy bien a un país. Y este es el fondo por el que es tan interesante el caso de Abelardo. Si bien sus primeros años estuvieron signados por esa bur- buja costeña de bacanería, las conversaciones en casa de su padre siempre tuvieron al país de por medio. Porque al país violento era imposible desconocerlo, se abría paso a dentelladas por la vida de todos. Imposible desconocer la guerra entre carteles que hacía explotar una bomba día de por medio en Medellín, Cali y Bogotá. Imposible, incluso en Montería, desconocer que las tierras cercanas eran propiedad de hombres extravagantes, cuan- do la extravagancia era una palabra proscrita del diccionario de la gente cordobesa. Nada peor para un afortunado costeño que encontrarse de frente con la estridencia esa de gruesas cadenas de oro, billetes lanzados al aire y whiskys aporreados contra las mesas. Abelardo era un niño en esos días, pero no se perdía nada. Un amigo de su familia, funcionario de Naciones Unidas y tra- ductor de Ezra Pound, aquel que en la segunda década del siglo pasado inventó en Inglaterra la poesía moderna potenciando al eliminar, para aumentar la carga expresiva, todo aquello que de ornamental había, y luego se radicó en Italia, y a la sombra del Duce pasó años escribiendo sus Cantos, me cuenta en Montería:

235 “A Abelardo lo conozco de cuando estaba muy chiquito, porque su padre es muy amigo mío. Era un niño muy inteligente, recitaba cosas y hablaba de temas que eran raros hasta en los adultos. Guardo de él un recuerdo muy particular, porque era un niño demasiado especial. Cuando se cumplieron los 500 años del descubrimiento de América, yo trabajaba con el Banco de la República y dicté un ciclo de conferencias en Centroamérica, que después se replicó en varias ciudades de Colombia, entre ellas Montería. “El tema era una teoría que he esbozado, que los españoles no llegan aquí, al noroccidente de Colombia, Urabá, el río Sinú, buscando oro, sino buscando tierras planas, con agua, para cultivar. Y me llamó la atención que él era un muchachito como de…, estamos hablando del año 92, o sea, tenía él trece años y apareció por ahí. Fue a todas las conferencias, y también estaba en una mesa redonda a la que fui, participando activa- mente, preguntando cosas, algo que no lo vi en toda América. Ese es uno de los recuerdos más vívidos que tengo de él, que iba en compañía de un anciano, un hombre de ochenta y pico de años, que era el secretario de la Academia de Historia. Él llegaba con ese señor anciano, siendo un niño, y hablaba todo el tiempo de historia con el viejo. Me impactó mucho”. Después me contó que creía recordar que el abogado ganó en su infancia un concurso de cuentos. Se lo comento a Abelardo y lo confirma: “Sí, me gané un concurso departamental de cuento que hacía la Casa de Cultura departamental entre todos los colegios privados y públicos. Fíjate que siempre me ha gustado escribir, siempre me ha gustado la poesía, y de hecho, si hubiese sido algo diferente a lo que soy hubiese podido ser escritor, o poeta. Pintor no, porque no tengo la habilidad. Nací con la posibilidad de poder admirar el arte, tengo la sensibilidad artística pero no tengo la habilidad para pintar, me hubiese gustado”. Me cuenta que ya no escribe poesía y agrega, en tono de explicación: “Lamentablemente el rigor de esta profesión no me deja tiempo para la poesía. Pero, como el hijo pródigo, algún día volveré a los caminos del verso”. —¿El derecho te vuelve demasiado racional? —Muy racional, y eso se convierte en un problema a veces. Pero además del exceso de racionalidad, te vas acostumbrando a ver cosas te- rribles e inhumanas, y aquello va creando una coraza, que te torna duro e

236 inflexible hasta cierto punto.L a clave está en no perder la sensibilidad del todo, pues es un elemento determinante para el ejercicio de cualquier oficio. Le pregunto cuál era el tema del cuento aquel que escribió a los 12 años: “Era sobre mi abuelo, que se llamaba Abelardo De La Espriella también, por eso el cuento tenía por título “Don Abe”, un cuento como de 25 o 30 hojas sobre la historia de mi abuelo, que fue medio novelesca, porque quedó huérfano de padre a los 15 años, cuando en una de sus fincas lo asesinaron. Él fue siempre un hombre reconocido como un baluarte moral de la sociedad en nuestra región, un símbolo de respeto y admiración. Yo advertí desde pequeño cómo la gente lo trataba con gran reverencia, pero sobre todo con el respeto que infunde haber llevado una vida transparente, haber sido un hombre de bien siempre, y a mí eso me marcó mucho. Él murió de 75 años, pero parecía un hombre de 60, entero, no quería siquiera que le manejaran, tenía un gusto exquisito, le encantaban las guayaberas Dior, los zapatos Bally, los perfumes Channel, las gafas Persol y sobre todo la buena mesa. Aprendí muchas cosas de mi abuelo. Era un hombre prudente, inteligente, de historias fantásticas y anécdotas geniales. El viejo Abe siempre tenía un clip en su bolsillo con mucho efectivo, tradición que yo conservo”. El clip es un gancho, un sujetador. Una rudimentaria billetera que, a diferencia de las billeteras de cuero, deja al descubierto los billetes. Fue muy popular en los años treinta, antes de la Gran Depresión, y se hicieron de oro y de plata. “Mi abuelo me reco- mendaba cada vez que algo lo traía a cuento, usted tenga siempre plata en el bolsillo, no dependa de nadie”. El abuelo fue un líder político y cívico, dedicado además a la actividad empresarial y a las varias fincas que tuvo por los alrededores de Sahagún, esa población cordobesa de tradición ganadera que fue creciendo a partir de que, en el siglo XVI, Antonio de la Torre y Miranda montara por allí un sitio de paso para sus esclavos. Y aquello resultó con el tiempo, gracias a ser un terreno sin mayores elevaciones, un sitio ideal para el cultivo y el pastoreo al que en la primera mitad del siglo XIX llegaron los De La Espriella, los Otero, y encabezados por el bisabuelo Francesco, los Marsiglia, esto es tres de los apellidos centrales del árbol genealógico de Abelardo. El bisabuelo sirio se

237 casó en Sahagún, a principios del siglo pasado, con su bisabuela, que era hija de un italiano de Sicilia. Él murió en 1962 y ella al año siguiente. Mientras se dividía el poder entre liberales y conservadores, y la violencia partidista se iba desatando como una fiebre que gol- peaba a todas las familias, el abuelo Abelardo construyo una casa, con un patio grande, en plena plaza del pueblo. Por aquellos años los pájaros, como llamaban a los conservadores, entraban a hurtar, robar, violar en casas de los liberales, y estos, para contrarrestar los ataques, creaban sus células armadas. Y así se mataban unos a otros en una espiral que duró décadas y dejó bajo la tierra, en esta y otras regiones, a más de dos millones de colombianos. Como secuelas de tantos muertos, de tantos odios, de tantas ganas de vengar a tantos parientes, la violencia se fue con el tiempo organizando y algunos descendientes, así como algunas víctimas de estos pájaros y chulavitas, optaron por agruparse en bandas. En ese proceso, patrocinados por las ideas de izquierda en auge tras la segunda gran guerra, y particularmente después del triunfo de la guerrilla cubana, los autodenominados Ejército de Liberación Nacional, Ejército Popular de Liberación, Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, decidieron arremeter contra el mundo de los dueños de la tierra, de las fincas, del ga- nado. Los cercaron, los extorsionaron, los robaron, los jodieron. A quienes se resistían a los pagos se les retenía y llegado el caso de que aún así no pagaran, se les asesinaba. Este sistema de terror fue un factor determinante del rápido ascenso de los grupos para- militares en aquella región, cuyos excesos se conocieron después, cuando firmaron acuerdos de desmovilización y poco a poco se prendieron los ventiladores, y las verdades fluyeron comenzando a manchar aquí y allá. Una etimología común une madre, mar, materia. Sin embargo, a partir de 1789 coge fuerza y se irradia sobre el mundo desde el pensamiento alemán aquella idea de la Vaterländer, la tierra de los padres, la patria, en contraposición al sentimiento de pertenecer a una región madre, a un país de la madre, la Mutterländer, raíz

238 de aquel lema Blud und Boden del sur alemán: sangre y tierra, que cuestionaría la juventud de la primera posguerra denominándose a sí misma wandervögel, pájaros en migración, libres, sin apegos. Porque presentían que ese sentimiento de sangre y tierra destruiría familias y sembraría el espanto. Córdoba son tierras de ganado. Para comprender la dinámica de su pensamiento es preciso comprender este tema. El negocio de la carne desde 1880 impuso en los campos los alambrados para limitar el movimiento de las reses y controlar la calidad de su carne. Luego entraron al cuadro las nuevas razas para cruzar con el ganado local y mejorarlo, y entraron el desarrollo del transporte, la concepción del campo como empresa. Pero superpuesto a esto permanecía, como algo primario, la defensa, al costo que sea, de la propiedad de la tierra y el mantener la mano de obra barata, un punto donde los intereses de los distintos actores comienzan a confrontarse. En regiones con grandes extensiones de campo barato lo verdaderamente caro pasa a ser la fuerza de trabajo, y es aquí donde el interés de optimizar costos del ganadero choca con los intereses del trabajo. Y así los conflictos se expanden hasta írsele a todos de las manos. “En lo que ocurrió influyó mucho el narcotráfico”, explica Abelardo padre, “porque la droga salía por las costas, inicialmente por aire, después por mar. Y entonces la guerrilla de otros territorios hizo coaliciones con mafiosos, que eran del interior de laR epública, no de la Costa, porque el hombre Caribe era un hombre pacífico, sano. Y de pronto nos encontramos con que en un departamento como Córdoba se fundaba el Ejército Popular de Liberación, pero no por cordobeses sino por paisas, en su mayoría, y vallunos y gente del eje cafetero. Después comenzaron a incursionar otras guerrillas, y la gente de Córdoba se armó siguiendo el ejemplo de la gente del interior, hacendados que tenían sus fincas en Córdoba y en Sucre, para enfrentarse a toda esa guerrilla, de tal suerte que a pesar de que el hombre Caribe es un hombre pacífico, noble, de buenos sentimientos, la violencia tuvo eco en toda la Costa Atlántica, precisamente por su cercanía con el mar, que fue utilizado por las mafias, en complicidad con la guerrilla, para exportar la droga que venía del interior”.

239 El gran conflicto detrás de los conflictos siempre ha sido la tierra. Y en nombre de ella no hay un sitio en el planeta que no haya sido cubierto de sangre y espanto. Sin embargo la mirada que juzga no usa siempre la misma balanza. “Por lo mismo que en Estados Unidos o Europa no dudan en afirmar que lo que ha ocurrido en Colombia es barbarie, cuando se trata de Israel, por ejemplo”, opina un hacendado cordobés formado en leyes e ilustrado en histo- ria, además de cuidadoso en eso de mantenerse actualizado, “la misma mirada no ve nada de malo en que para asegurar el control sobre la tierra se hayan atacado niños y ancianos con helicópteros artillados, se hayan aplastado poblaciones civiles con tanques, se las haya bombardeado, cercado con muros, y se los haya desplazado de sus tierras aplicándoles desde 1950 legislaciones salvajes, como la Ley del Retorno, y la Ley de Propiedades Ausentes, la de Ciudadanía en 1952, la Ley del Estatus el mismo año, la de Administración de Tierras de Israel en 1960, y así hasta llegar a la ley “temporal” de 2002 que prohíbe el matrimonio entre palestinos residentes en Israel y palestinos de los territorios ocupados. Y no hablemos de la orden militar “de prevención de la infiltración”, que en abril del año 2010 definió como “infiltrado” a cualquier palestino que esté en Cisjordania, su tierra milenaria, sin un permiso israelí. Es que tomar esas medidas es una necesidad de supervivencia para Israel, dicen quienes todo lo justifican temiendo que si critican caerán en la calificación de “antisemitas”. Pero eso no puede impedir que miremos la relatividad con que se lapida una actitud en tanto se ensalza otra, particularmente si el lapidado es aquel que ha reaccionado para no dejarse acabar”. Los cordobeses se describen como gentes sencillas, buenas, campesinos entre la finca y el pueblo. Por eso la primera reacción detrás de aquel cerco de la guerrilla fue sentir la impotencia, resignarse a vender lo que era a millón por cien mil, y huir para dejar atrás a esos violentos cuya fuerza natural les impulsaba al todo o nada. Luego llegó el decir basta, y vino todo lo demás. Hablamos del fenómeno de las migraciones de gente de sus tierras hacia la nada, esa saga de desplazamientos que vivió el país, y Abelardo opina: “Bueno, siempre se habla mucho del campesino, pero los desplazados en Colombia no han sido solamente ellos, también

240 fueron los dueños de tierras, los propietarios de haciendas, de fincas.N o- sotros durante muchos años no pudimos ir a nuestras propiedades, y las fincas quedaron perdidas en el monte, en la manigua. Y tú sabes que el ojo del amo es el que engorda al ganado, así que como el ganadero no podía estar allí las fincas se perdieron.D espués algunos las recuperaron, cuando terminó esa época de violencia. De tal manera que no solamente fueron desplazados los campesinos sino también los propietarios. En este país hay gente que ha sido desplazada varias veces, por el Estado, por la guerrilla, por los paramilitares, por los grupos emergentes… A nosotros nos desplazó de nuestras tierras el EPL, después el ELN, y hay gente campesina que ha vivido desplazamientos durante todas sus vidas y son nómadas que vagan sin un lugar fijo en el mundo, y eso es terrible. Y todo ese fenómeno terminó afectando muchísimo el desarrollo rural y agropecuario, porque esa gente es la fuerza de trabajo. “Esos campesinos, a falta de oportunidades, terminaron sembrando cultivos ilícitos, coca y amapola, lo que ha degenerado en todo el problema social que hoy tenemos. Dicho sea de paso, a esa gente no se la puede perseguir, por eso he propuesto en distintos foros académicos que a esos campesinos que siembran coca se les compren los cultivos, porque no se les puede sacar del negocio a los coñazos, de un día para otro, esa es una gran irresponsabilidad, porque la gente se queda sin sustento, los culti- vos ilícitos son el medio de subsistencia para muchas familias humildes colombianas. Si se les procesa y se les persigue, lo más probable es que busquen un mal mayor para ellos y para la sociedad en general, que no es otro que armarse con un fusil y tomar el camino de la guerra. Si el Estado colombiano no les compra a los campesinos las más de 60.000 hectáreas sembradas con cultivos ilícitos, y se les ofrece una alternativa laboral, el problema social será de dimensiones bíblicas”. Abelardo me cuenta que el nivel de rencores fermentados, de irracionalidad de la guerrilla con los ganaderos, era tal que en una ocasión abalearon sesenta reses en el Valle de Ariguaní, a una hora de los Montes de María, como un mensaje duro para los terratenientes de la zona. “Si así matamos el ganado que no nos ha hecho nada, imaginen lo que podemos hacer con ustedes”, venía a ser el mensaje que como un detonante generó la decisión de

241 resistencia, cuando la que se quedó, “esa gente cercada y acosada en la orfandad de Estado, dijo hasta aquí. Y se organizó, se armó y salió a frentear”. Esa es la lectura de Abelardo, y de otros que vivieron aquel momento. Una lectura que no excluye el después, cuando se atravesó el negocio narco y todo comenzó a escaparse de las manos: “El paramilitarismo fue un ejército de resistencia antisubversiva, hasta que se degeneró y se corrompió por la influencia del narcotráfico”. Con la muerte de Pablo Escobar en 1993 las rutas de ex- portación de cocaína desde los golfos de Morrosquillo y Urabá quedaron sin dueño, y un avispero de matones aprendices de ma- fiosos comenzó a darse bala a pleno día. Y a punta de bala fueron instalándose los nuevos señores de la coca, entre ellos los hermanos Castaño que por entonces ya tenían un ejército de autodefensas, un frente paramilitar tropeleando con la guerrilla que se abría paso por los Montes de María, la serranía de San Lucas y más allá la Sierra Nevada de Santa Marta. Aquello fue una guerra atroz, que los sabaneros y vallenatos sintieron como nadie en Colombia. En el libro Breve historia del Salvaje Oeste, de Gregorio Doval, hay una escena que bien puede describir a los Castaño: “Como la mayoría de los pistoleros más conocidos, los Earp aparecen como nobles sustentadores de la ley o como forajidos sin principios según de qué lado estén los escritores o quienes se hayan interesado por los informes que existen sobre sus actos y sus trayectorias. A Wyatt se le ha caracterizado como el personaje principal de la familia, pero todo parece confirmar que el líder natural del clan fue Virgil Earp. No obstante, han sido las hazañas de Wyatt las que han inspirado la admiración o la polémica que han rodeado a la familia durante generaciones, al sintetizar y simbolizar todo cuanto de ambiguo hubo en el comportamien- to de unos hombres para quienes entre la defensa de la ley y su trasgresión no había más que una sutil línea divisoria”. Mirando desde una orilla todo lo que en los últimos años pasó por el río Sinú, desde esa distancia necesaria que describía Marc Augé diciendo “si el flujo une, la orilla aísla”, Abelardo me da su pensamiento, basado en que para resolver el pasado y poder

242 avanzar, “tenemos que asumir que tanto las víctimas como los victima- rios son nuestros, de aquí, colombianos. Es la única forma catártica que tenemos de poder construir una nación. Mientras no aceptemos que tanto los victimarios como las víctimas son nuestros, de una violencia nuestra, engendrada por nosotros en nuestra historia, un parto natural, un parto lento de muchos años, no nos vamos a asumir como pueblo y no se van a cerrar las heridas, no va a haber cicatrices. La única forma catártica de esto que estamos viendo, es que dejemos de leer la historia con un ojo solamente. Hay que leerla con los dos. Porque aquí hubo empresarios armados, pero también hubo sindicalismo armado. Aquí hubo parami- litarismo, pero también hubo primero una guerrilla de cincuenta años, absolutamente cruel, que ha tenido una metamorfosis, que ha pasado por diversas etapas, ha sido en ocasiones terrorista, en otras ha combinado las formas de lucha, en otras ha sido narcotraficante, en otras justicialista, vindicativa… En un inicio fue una respuesta, tiene un origen explicable, entendible, que es lo de la exclusión, un pacto entre los dos grandes partidos de Colombia donde esa gente quedó excluida de la política colombiana, como si fuesen invisibles, como una casta de leprosos… “Después se dejó por fuera de la nación colombiana a la periferia esa de la pequeña burguesía de provincia, las élites locales de la periferia. Y esa gente no contó con un ejército protector, no tuvieron policía, no tuvieron justicia, no tuvieron Estado que los defendiera. Entonces se armaron, como lo hizo la guerrilla, por eso, porque los excluyeron del Estado. Fíjate que el origen de toda la violencia es la caricatura de Estado que hemos tenido, la deformidad del Estado.Y yo digo que eso viene desde cuando nos separamos de una España que no tenía rey, que aquí éramos antimonárquicos y allá no había rey, ni Fernando VII ni nada, sólo un señor que había invadido desde Francia, lo que hacía que fuéramos antinada. Y ahí el espejo convexo comenzó a reflejar una figura que era más corta y más ancha, a deformar la verdad. Comenzó la historia deforme y así siguió. Entonces, volviendo a la actual Colombia, si aquí no hay un proceso realmente catártico, de aceptación de que hay grandes masas de población que son invisibles, no haremos nada que sirva; y seguiremos jugando a una epistemología deforme, a través de espejos deformes que se deslizan, como en una idea borgiana, shifting mirrors, aquella idea de Saroyan…”.

243 Los años 80s fueron de película. Unas veces comedia, muchas drama, y progresivamente terror. Escobar compraba hipopótamos en África y en las pistas no demasiado clandestinas del Magdalena medio aterrizaban junto con elefantes, jirafas, cebras y cuanto ani- malito raro nombrara alguien a los oídos del patrón. Sotto vocce se rumoreaba que Lehder había llevado a los Rollling Stones a una rumba privada en su Posada Alemana, con vírgenes fletadas desde Río de Janeiro, Sao Paulo y Buenos Aires; que a Héctor Lavoe casi lo matan en un caserón de Ciudad Jardín porque estaba em- baladísimo y no podía cantar, hasta que se voló por una ventana y echó a correr por Cali; que en cierta finca de Rodríguez Gacha los orinales eran de oro; que Pablo pagaba policía quebrado a dos mil dólares y agente de la DEA a diez; que Gardel vivía y era un anciano protegido en una finca de los Ochoa; que los de Cali le habían puesto precio a una jirafa, el amor de Pablo; que el primo del vecino coronó y está regalando plata; que Lehder está armando un ejército revolucionario “neonazi guevarista” en el Guaviare. Noticias y rumores mezclaban lo provinciano y lo cosmopolita, el horror y la bacanal, lo sagrado y lo mundano, como si nada, como si todo fuera igual. Así era la Colombia en que creció Abelardo, y donde su adolescencia pasó sin etapas intermedias de Tom Sawyer a Scarface. Pero aunque medio país de los 80s estuviera comprometido en una guerra intestina, su infancia y adolescencia estuvo blindada por el bienestar y el confort. Aquellos días eran de tomar jugo de mamoncillo bajo el sol junto a la piscina, con un ventilador moviendo aire hacia el cuerpo de quien se acababa de echar bronceador. Y era la buena carne del ganado entre los dientes, y eran los caballos que acudían al llamado de un silbido, como Plata. Pero cada día más y más se iban filtrando esos que en el recuerdo de Abelardo son los muertos de la niñez, el sonido de las motos de alto cilindraje anunciando “pilas”, la señora que alertaba a la muchacha de la casa: “¡Entra a los niños, que están disparando!”. De película era todo en esos años 80s, felicísimos al tiempo que miedosísimos. Después pareció que el delirio se diluyó con el tiempo, pero los tentáculos de esa mafia tan brava abrazaron a lo

244 Padrino casi todas las instancias del poder patrio. Uno lo observa desde la distancia y lo que quedó parece la calma provinciana paseándose por la plaza Politeama, por la Via Della Libertà que atraviesa Palermo, conectando las grandes villas con los barrios miserables cuando se vuelve Via Maqueda y más allá está el mer- cado, y luego la Via del Mare. Si todo esto tuviera como objetivo hacer la biografía del personaje Abelardo, no puedo dejar de pensar que me vendrían en tal caso a la mente, como posibles lenguajes, la autobiografía de Nathalie Sarraute en Enfance, con aires de interrogatorio policial, y en otros el reportaje con que nos cuenta su personaje central Norman Mailer en Los ejércitos de la noche. Pero también sería una buena posibilidad el diario personal, como el de Cesare Pavese (El oficio de vivir), o el mosaico de cartas con que Antonio Tabucchi nos narra su Se está haciendo cada vez más tarde. Pensando en eso pienso en lo mucho que cuesta no comparar, por ejemplo, esas existencias apacibles europeas, en ciudades y pueblos donde la vida se puede contar sin muchos sobresaltos, y, frente a ellas, la inestabilidad de los significados, la atmósfera laberíntica, la inevitable multiplicación de interpretaciones que es una vida en estas tierras que habitamos. Hablamos del cambio de gobierno, y comento mi percepción de que, con la presidencia de Juan Manuel Santos, el país bajó de la pelea a una gestión presidencial de perfil suave, que se salió del sobresalto, de la agresión constante, y se entró en otro nivel. Y que, paralelo a eso, observo que los casos que el abogado está manejando, como en línea con ese nuevo momento del país, son casos de otro corte, más de sociedad civilizada… —Completamente de acuerdo. Colombia es un país de gente violenta, donde en cualquier esquina de cualquier barrio un grupo de personas se arma y monta una bandola. Y si esa agresividad y esa violencia viene por cuenta del primer mandatario, pues yo creo que tiene un gran influjo en toda la población, en la sociedad, exacerbando los ánimos de todo el mundo. Yo creo que Colombia era un país mucho más agresivo y polari- zado en la era Uribe, que en esta era Santos, eso es evidente.

245 —Santos es sobrio en su estilo de ejercer el poder. —Me gusta eso, que, ejerza el poder con sobriedad, que delegue, que haya sabido armar un buen equipo, y apoyándose en esa realidad se tome su descansito de vez en cuando. Porque no todo puede ser tra- bajar, trabajar, trabajar. En el tiempo que lleva la gestión de Santos, se han generado iniciativas importantes, como, la ley de víctimas, la ley de tierras, que constituyen un gran avance en dirección a un país más justo. Estos temas en particular, hacen posible la materialización del Estado social de derecho. ¿Cómo nos podemos preciar de ese Estado social de derecho si no les reconocemos los derechos a las víctimas de la violencia? Y más aún teniendo en cuenta que la violencia ha sido patrocinada en este país por el mismo Estado. El Estado colombiano, en el fondo, no está respondiendo por las acciones de la guerrilla y de los paramilitares, está respondiendo por sus innumerables omisiones. Santos tiene un sólo problema, que prodría ser todos a la vez, es demasiado cachaco y eso lo lleva a creer que Colombia es sólo Bogotá y sus alrededores. Indepen- dientemente de quien esté al mando del gobierno, lo que espero de todo corazón, es que este país sea mas justo y menos excluyente en el futuro. —Al interior de ese país mas justo y menos excluyente, co- mienzan a emerger temas que parecían muy poco importantes, menores, pero que tienen una trascendencia grande, que están en el campo de la responsabilidad social, tanto de los individuos como de las empresas, como tu caso del niñito que perdió dos dedos de su pie en una escalera eléctrica de Unicentro. —Un caso de tremenda importancia. —Ese caso lo asumiste como causa social, presentaste una denuncia penal contra el representante legal de Unicentro a titulo culposo, y una demanda civil por los daños materiales y morales a través de un proceso policivo, pero no cobraste honorarios, ¿no? —No, no cobramos, y es el mejor proceso que he tenido en mi vida. El que más satisfacciones me ha dado, porque, lamentablemente, los abogados no tenemos muchas oportunidades de defender buenas causas incuestionables, como la de Jorge Andrés. Lógicamente el abogado no puede hacer juicios de valor sobre sus procesos, pero sin duda es mucho más gratificante defender a un niño al que una escalera eléctrica, que no

246 estaba funcionando bien porque no tenía buen mantenimiento, le amputó tres dedos del pie izquierdo, y atacar un centro comercial tan grande como Unicentro que pensó que podía salir del problema fácilmente, burlándose del niño y su familia, toda vez que el gerente declaró ante los medios de comunicación que emprenderían una campaña pedagógica para evitar que los padres dejarán jugar o utilizar inadecuadamente las escaleras eléctricas a sus hijos. Cuando aparecí en el camino, Unicentro se había lavado las manos, y gracias a nuestra participación las cosas se enderazaron y logramos una indemnización multimillonaria, que, si bien no le devuelve los tres deditos al niño, es un paliativo para superar el trauma que ha sufrido, y a su vez se transmite un mensaje muy importante para toda la sociedad. Fíjate que ahora, en todas las escaleras eléctricas, de todo el país, hay campañas de prevención. —Es decir, lograste dos objetivos, el directo de conseguir justicia para el niño, y el rebote, incentivar la responsabilidad en la sociedad… —Eso es parte de la función social que debe cumplir el derecho. Generamos un precedente que evitará que situaciones tan lamentables como esa vuelvan a ocurrir, y por eso yo me siento satisfecho. Cuando me entregaron el cheque de la indemnización, y se lo dí a Jorge Andrés, y el niño me abrazó, te juro que fue sobrecogedor. Creo que no tendré nunca un proceso tan lindo, hermoso, y gratificante como ese. Es la pri- mera vez que en Colombia se paga una suma tan alta en un proceso de responsabilidad civil extracontractual, y dicho precedente judicial ha creado conciencia sobre la necesidad de darle un buen mantenimiento no solamente a las escaleras eléctricas, sino a los ascensores, las motos, los carros, etcétera… El tema de la responsabilidad civil está muy incipiente en Colombia todavía, la gente cree que no tiene derechos cuando ocurren ese tipo de cosas, y sí los tienen. Un caso como el de Jorge Ándres abre los ojos, y hace que se ponga muchísimo más cuidado en todo. —Tuviste otro caso donde hubo involucrado un niño, y en el que se manifestó, podríamos decir, un choque de culturas, el caso de … —Hay de todo un poco en ese proceso. Primero la intención de un pobre hombre, a quien nadie conoce, de buscar figuración, me refiero

247 al abogado que denunció el hecho, porque la familia del niño no lo denun- ció, y el denunciante ni siquiera conoce al niño. Luego está la situación en sí. Aunque la actitud de Silvestre no parece anormal en algunos lugares de la Costa, eso no significa que esté bien, y por tanto es válido un re- proche social. Pero lo que no puede existir bajo ninguna circunstancia es un reproche penal, porque de acuerdo a la ley y la jurisprudencia, lo que ocurrió no tiene la entidad suficiente para considerarse como un delito. La ley ha determinado que para que una actuación humana se configure como delito debe ser típica, antijurídica y culpable. Se requiere en este caso de una intención lasciva, sexual, que afecte de manera determinante el bien jurídico protegido por la ley, que es la integridad sexual del menor, y aquí de eso evidentemente no hubo nada, pues el menor fue evaluado satisfactoriamente por psicólogos y psiquiatras de medicina legal que así lo certifican. “Las costumbres y los usos sociales no tienen nada que ver con el derecho, cuando una conducta está tipificada como delito hace parte del mundo del derecho, cuando pertenece al comportamiento individual de una persona hace parte de la moral. Y cuando eso se exterioriza en la convivencia, hace parte del uso social. Lo que se considera justo, que a su vez constituye el principio fundamental del derecho, evoluciona, cambia cada cierto tiempo. Por ejemplo, la homosexualidad fue delito, a Oscar Wilde lo juzgaron y estuvo encarcelado por eso, en tanto hoy podría ir a la cárcel alguien que les negara sus derechos a los homosexuales. El derecho cumple una función, que es regular las conductas. Pero a medida que la sociedad avanza, el derecho evoluciona. Pretender que Silvestre Dangond es un abusador de menores, es devolvernos a las cavernas del oscurantismo jurídico a la involución. Probablemente la actitud de Silvestre merezca una sanción social, pero es absurdo pretender que sea castigado penalmente. —En el caso este el acto sexual abusivo se tipificaría sólo si hubiera existido una intención dolosa… —Claro, Silvestre no tocó al menor con ánimo lascivo. Fue un gesto, producto de la efusividad y emoción del momento. Silvestre es un muchacho de 30 años, serio, sano, un padre consagrado, que además ha creado una fundación para niños con cáncer, es un hombre que tiene gran

248 sensibilidad social. Por otra parte, seamos sensatos: si Silvestre hubiese tenido la intención de abusar del menor lo hubiera hecho tras bambalinas, de manera subrepticia, no iba a actuar frente a una multitud, en un esce- nario, con más de diez mil personas como testigos… Él actuó de manera espontánea, sin mala fe, ha pedido disculpas por ese acto, lo ha enfrentado sin esconderse, en un país donde nadie da la cara. En el fondo todo este escándalo se armó porque hay un componente cultural, que no es otro que la eterna disputa entre la Costa y el interior del país, el interminable problema entre los costeños y los cachacos, y yo como costeño debo decir que los cachacos aprovechan cualquier circunstancia para atacarnos. —Para hacerlos sentir primitivos, bárbaros… —Los cachacos, en el fondo, quieren ser costeños. No hay un cachaco que se emborrache con un costeño, y a las 5 de la mañana no quiera hablar con nuestro acento, sin poder lograrlo. Hay una especie de complejo espejo. Aparentemente desprecian a los costeños, pero en el fondo todos quieren ser costeños. El tema cultural pesa, el choque regional salta a la vista. Debo decir tambien que hay cachacos excepcionales como personas, grandes amigos y parranderos inmejorables. Así no le guste a más de uno, el gesto de Silvestre hace parte de la tradición costeña, que no tiene nada de malo, si se realiza con esa intencion. Y pretender penarlo es un disparate, por eso finalmente, atendiendo nuestros argumentos, laF iscalía General precluyó el proceso. Pero debo decirte, por ejemplo, que cuando yo era pequeño y llegaban a la casa amigos de mis padres, y me agarraban de los cojones y decían ¿cómo va la cosa?, eso nunca tuvo nada de raro o retorcido. La gente de la montaña es flemática y alambicada, no captan sutilezas y tienden a confundir todo con un manto de misterio. No es lo mismo nacer a la orilla del mar que en medio de la loma. Además, quiero decirte, los grandes violadores, los grandes abusadores de menores de este país han sido del interior, lo dicen los registros de Medicina Legal y de la Fiscalía… —Pero al abrir este proceso, este abogado, que no tenía nada que ver con la familia, perjudicaba al niño, porque lo volvió partícipe pasivo de una cosa sucia, como dicen las señoras… —¡Claro! El escándalo mediático ha sido más lesivo para el niño que el hecho en sí mismo; pero bueno, independiente de la mirada que

249 se tenga sobre el tema, lo cierto es que este escándalo tuvo el efecto de reprimir esa costumbre, Silvestre me ha dicho a mí, que no actuó de mala fe, y que nunca volverá a hacer eso. Y fue un gesto de cariño, de efusividad, porque le pareció que el pelado era un verraco, en esa tocadita no hubo ninguna intención lasciva. Pero la gente retorcida piensa que la hubo, como ese abogado que denunció. En una emisora de radio está sonando la cantante mexicana Paulina Rubio, y el tema da pie para hablar de “la chica dorada”, como se la conoce en toda América Latina, que es otra de sus defendidas. ¿Cómo llegó a ser tu clienta?, le pregunto. “Paulina indagó sobre muchos abogados y se decidió por mí, firmamos el con- trato y la estoy defendiendo en un caso donde le pretenden cobrar una indemnización que es exagerada, veinte veces mas de lo que costo su contratación, pero además de eso no se están teniendo en cuenta varios factores. Primero ella no se presentó en el concierto por un evento de fuerza mayor. No le facilitaron un avión que la transportara de Bogotá a Tunja, y la única ópcion que le dieron era viajar durante tres horas por tierra, siendo que ella tenía 7 meses de embarazo, situación que hizo imposible su traslado. Segundo, hemos descubierto en el transcurso del proceso que los organizadores del concierto están cobrandole a Paulina gastos que nunca se ocasionaron, aprovechándose así de la imagen pública de ella. Detrás de todo este entuerto, hay una empresa críminal conformada por funcionarios públicos y particulares que pretenden estafar a Paulina y al patrimonio público. —¿La demanda se está tramitando en Estados Unidos? —Así es, pero también estoy estudiando la posibilidad de denunciar en Colombia a los empresarios y servidores públicos por todas las irre- gularidades que hemos venido descubriendo. Ya le solicité a la Fiscalía, a la Procuraduría y a la Contraloría, que investigue de dónde salieron los fondos para el concierto y si estos fueron invertidos realmente, o terminaron en el bolsillo de un combo de bandidos de cuello blanco. Más tarde, viendo noticias, y a propósito de una de ellas, co- mento que últimamente lo que dice cualquier delincuente se ha vuelto la prueba reina para acusar de cualquier cosa a cualquiera, y le pregunto qué piensa de eso.

250 —Me parece gravísimo, y me parece más grave que no se evalúe la prueba integralmente. Es decir, que no se revise el historial de las personas que declaran, que no se tengan en cuenta las pruebas de descargo frente a ese testimonio, sino únicamente las pruebas de cargo que incriminan a alguien. Nuestra legislación penal obliga al funcionario judicial a que realice una valoración integral de la prueba, y si bien cualquiera puede declarar, la autoridad judicial debe, con los elementos que la propia ley le entrega, depurar esas declaraciones, y verificarlas de acuerdo a otros materiales probatorios, documentales, fílmicos, testimoniales, analizar la información en conjunto, de manera integral. Lo que no se puede hacer es darle a un solo testimonio la credibilidad que se le está dando, volviéndolo determinante para encarcelar a una persona. Eso que está ocurriendo es gravísimo, porque vulnera principios fundamentales del derecho penal. —¿Y no te parece que, en cierta forma, está ocurriendo esto porque los medios inmediatamente hacen un gran coro, una caja de resonancia, y el aparato de justicia es permeable a eso? —Claro, los medios han sido responsables en parte. Está bien que los medios hagan control social, pero lo que no puede pasar es que pre- sionen a los operadores judiciales a tal punto, que estos por miedo tomen decisiones que son contrarias a la realidad procesal. Eso es gravísimo. Es decir, los medios pueden ser parte del control social, pero de ninguna manera pueden transformarse en tribunales. —Cambiando de tema, ¿cómo es tu relación con Juan José Rendón? —J. J. y yo nos parecemos mucho, somos igual de neuróticos, igual de psicorígidos, perfeccionistas, y hemos hecho muy buena empatía, a pesar de que peleamos de vez en cuando, y nos decimos una que otra cosa, y tal. Pero nos apreciamos mucho, tanto que él va a ser uno de los padrinos de mi hija, de Lucía. Trabajar con Jota ha sido interesantísimo, porque he aprendido muchísimo de estrategia política, de estrategia de medios, que es su especialidad. Yo algo sé de eso, pero obviamente él tiene un conocimiento más técnico al respecto, y también he aprendido a su lado de marketing. Lo he acompañado en algunas discusiones, he asistido a algunos de sus talleres, y me he ido convirtiendo también en una especie de manager, porque todo mundo me llama para tener contacto

251 con él, en busca de asesoría. Ha sido un ejercicio bien interesante, y una gran relación, porque es un excelente ser humano, un hombre generoso, supremamente querido, con un altísimo sentido de lealtad, tú lo conoces bien, amigo de sus amigos, como toda la gente seria, y como yo mismo lo soy, buen amigo y mejor enemigo, como debe ser. —¿Cómo fue la historia del robo a Jota, y tu papel de de- tective ahí? —Estaba en una diligencia, en el bunker de la Fiscalía, y me lla- maron a informarme que se habían metido a robar en su apartamento. Yo salí disparado para la escena del crimen, y cuando llegue ya había un par de abogados de mi equipo allí, estaba la policía y estaba la asistente de JJ, con un golpe en un ojo y llorando desconsolada. Yo la saludé, y en dos segundos capté lo que había ocurrido, llamé a mi gente, a quien comandaba la operación de la policía, el teniente Pineda, y les dije esta señora está metida en el robo. ¿Pero por qué lo dice? No me pregunten por qué, pero hay algo que me dice que Andrea está implicada en el robo. Supongo que como litigante he desarrollado cierta habilidad que me permite ver más allá de lo evidente. Y entonces le dije a la sospechosa: te espero en mi oficina a las 12, tráeme ciertas pertenencias de Jota, porque él me pidió el favor que le mandara unos documentos a Miami. Y le dije al teniente que habia que indagar entre los escoltas de Jota, porque un robo de ese nivel no habría podido ejecutarse en solitario. —¿Cómo te pillás todo eso? —Porque le pregunté a la asistente de Jota las circunstancias del robo, y todo resultaba muy extraño y contradictorio; entonces pensé automa- ticamente que Andrea estaba implicada, y se lo dije a Peñaredonda… —¿Daniel, el abogado que está en tu equipo? —Sí, y al teniente Pineda, y a Wilson Caballero, que también estaba ahí. —Pero los escoltas de Jota eran asignados por el Ministerio de Defensa… —Sí, pero no eran miembros de la fuerza pública, pertenecían a una empresa de seguridad que contrata el Ministerio de Defensa, em- presa que ya está demandada, por supuesto, como terceros civilmente

252 responsables en todo ese entuerto. Entonces yo me fui para mi oficina y le dije a Andrea que llegara allá. Cuando Andrea Castañeda apareció en la oficina acompañada por uno de los escoltas de Jota, éste no pudo ocultar sus nervios y fue cuando supe que era cómplice del robo. La hice pasar a la sala de juntas y le dije al tipo que saliera, y le expliqué que había una serie de cosas que no cuadraban, no sin antes manifestarle que confiaba en ella, pero era necesario hacer un polígrafo, para descartar cualquier eventualidad. —¿Y el polígrafo se lo hizo la policía? —No, nuestra poligrafista, una empresa que nos hace los polígrafos a nosotros desde hace diez años. Luego de más de tres horas en el polí- grafo me llamaron y me dijeron: doctor De La Espriella, es más fácil que resulte inocente Osama Bin Laden que esta señora. Entonces la cité el lunes a las 12, y aquí, en esta misma mesa, le dije tú hiciste esto y esto, el polígrafo salió así. Y ella no, que yo no he sido, ese polígrafo salió mal. Mira cariño, le digo, si cooperas te doy mi palabra de que voy a ayudarte, pero si no, te prometo que vas a pasar los próximos diez años de tu vida tras las rejas. Y va a ser lo peor que te pueda ocurrir en tu vida. En ese momento se derrumbó y aceptó su participación y la del escolta en el robo a JJ. Le dije, ¿esa es la verdad? Sí, esa es toda la verdad me contestó. Mira, una sola mentira y te acabo. No, esa es la verdad. Perfecto, fantástico, la despaché, fui a Fiscalía en mi calidad de apoderado general de Jota, me asignaron un fiscal muy diligente, de reacción inmediata, la policía llegó, aportó pruebas, yo entregué la grabación de la reunión que tuve con ella. “Ese mismo día en la noche fue citada por la Fiscalía, y dió la misma declaración que me entregó a mí, aceptando todo ante el Fiscal. Al día siguiente, a las 5 de la mañana la policía capturó al guardaespaldas, al bandido, y el tipo aceptó, que él había colaborado en el robo, pero diciendo que quien había ideado aquello era Andrea Castañeda. A las 2 de la tarde Andrea también estaba capturada. Tuve olfato e intuición para descubrir el plan criminal, pero fallé en algo, pensé que era el tipo quien la había utilizado a ella, y fue al revés, la mujer sedujo al escolta, es decir Andrea fue la determinadora del plan y el escolta un instrumento. —¿Cuál fue el botín? —Cuatrocientos millones de pesos, de los cuales recuperé cien, y un reloj que le había regalado Christian Toro a Jota, que apareció en Cali…

253 El proceso fue una acción coordinada entre policía, fiscalía y represen- tante de la víctima, y es el ejemplo perfecto de cómo puede funcionar de bien el nuevo sistema penal acusatorio si las víctimas, la policía judicial y la fiscalía cooperan y actúan armónicamente como corresponde. Es el ejemplo perfecto, en 48 horas estaba aclarado todo, resuelto el robo, más celeridad imposible. —¿Cómo se tomó Jota que su empleada de confianza le clavara una traición así? —Le costó aceptarlo. Cuando le llamé y le dije esta niña, tu asistente, Andrea Castañeda, está metida en el robo, me dijo no, Abe, cómo vas a creer, trabaja conmigo hace años. Está metida en el robo, apuesto mi tarjeta profesional. Eso no puede ser, tú estás equivocado, es una persona de total confianza, no puede ser. Pues al final del cuento se resolvió todo, y yo viajé a Miami como a los tres días, JJ me mandó a recoger en limousina al aeropuerto con champaña y todo, llegué a su casa, me dio un abrazo y me dijo: yo pensaba que tenía intuición con la gente y que podía reconocer conductas, pero me quito el sombrero con esta vaina. —¿Cómo llegó Jota a vos? —Llega como han llegado la mayoría de clientes, recomendado por otros clientes satisfechos, hace seis años recibí una llamada, en ese momento él no era muy conocido en Colombia, y me pidió que nos reunieramos en su hotel. Yo no suelo atender a los clientes fuera de mi oficina, pero él me dijo que no podía ir y me pidió que hiciera una excepción. Y así fue, nos reunimos y me habló de una denuncia en su contra, que había interpuesto el representante a la Cámara por Bogotá Nicolás Úribe. Tiempo después el proceso fue archivado a favor de Jota y el resto es historia. 12 Los peligros que acechan al abogado, y otros temas.

Comenzando el siglo, cuando su presencia no era tan marcada en la escena mediática y se movía de forma más relajada, lo inten- taron secuestrar. “Eso fue en el año 2002, yo salía de mi oficina en la zona T, en esa época no tenía seguridad, escolta, porque aparentemente no había ningún problema, y un tipo me agarró, me puso una pistola contra el cuerpo y me montó a un taxi, en el que había otro tipo y un tercero manejando. Quedé en medio de dos, uno a cada costado, y después me tiraron al piso del taxi, mientras me decían que era un secuestro. Pero con mi papá tenemos un pacto, y es que nos hacemos matar el día de un secuestro, porque yo no podría estar amarrado, y que luego paguen una plata por mi rescate y al final me maten, y mi papá igual, lo mismo, él se hace matar. Entonces iba ahí en el suelo y pensé bueno, si me van a matar que me maten aquí y se acabó la maricada. Y les dije miren, déjenme sentar, me estoy ahogando, muerto no les voy a servir de nada. Está bien, siéntate, y me sentaron, otra vez en medio de los dos. “Cuando íbamos pasando debajo del Paraíso, ¿te acuerdas de ese barrio por la Circunvalar?, veo que el tipo de la derecha bajó la pistola y el de la izquierda iba sin mucha atención, supongo que pensaron este es un “niño bonito”, no hay que preocuparse, esto va a ser fácil, el padre pagará el rescate. Y ahí, en una reacción muy rápida, le pegué un codazo en el cuello a uno. Increíble la fuerza que te sale en esos momentos, qué cosa tan brava, el tipo quedó medio desmayado y le agarré la mano al otro, al de la pistola, que estaba al costado izquierdo, que era más grande que yo y aún así no pudo conmigo. La pistola se disparó varias veces

255 impactando el techo, el carro en movimiento, y el bandido que manejaba no podía frenar porque íbamos por la Circunvalar… Le pegué un cabe- zazo y la pistola cayó debajo del asiento de adelante. Entonces traté de cogerla, pero no pude porque se había ido bien debajo del asiento, y en esas abrí la puerta y me tiré del carro en movimiento. “Una actuación absolutamente estúpida, si la miras después, porque estábamos en la Circunvalar, eran las siete, ocho de la noche, hora pico, y esa es una vía de alta velocidad, pudo haber venido un carro detrás y te estaría echando el cuento en una silla de ruedas ahorita. Me zafé dos costillas, me fracturé la clavícula, pero en ese momento yo no sentí nada, caí y con el mismo impulso me paré y me tiré por un hueco que había al costado, un basurero. Caí entre desperdicios y mierda, y los bandidos siguieron, no se podían regresar porque era la Circunvalar, no hay cómo. Me incorporé entre la basura y salí por detrás de la Javeriana, Chapinero, me metí en una tienda, cogí un teléfono y llamé a la policía. Una experiencia muy fuerte, no pensé que algo así podía pasar… Ese episodio me cambió la vida, a partir de ese momento la seguridad se convirtió en una prioridad”. —Lo único seguro que tenemos es la muerte, el resto es riesgo. —Sí, totalmente. Y esa no es la única que me ha tocado. Creo que soy un sobreviviente en toda la línea, fíjate que yo casi me llamo Moisés “Salvado de las Aguas”, mi mamá me quería poner así porque me salvé de morir con ella ahogados. Para tenerme a mí fue un lío, mi madre tuvo tres o cuatro abortos espontáneos antes, no podía concebir, entonces cuando por fin pudo quedar embarazada y todo iba bien, ya con ocho meses, en plena Semana Santa nos fuimos a una de nuestras fincas, a la que en aquella época sólo se podía llegar por agua… Era uno de esos paseos familiares, la lancha iba con sobrepeso y se hundió. Mi mamá quedó atrapada debajo de la lancha en un mecedor en el que venía sentada por su avanzado estado de embarazo, mi papá, que se había comido una cantidad babilónica de fritos, se metió a sacar a mi mamá y lo consiguió, la sacó a flote, después de 3 o 4 minutos de estar ella bajo el agua, el resto de la familia ya habían salido a flote…P ero después de que logró sacarnos del agua a mi mamá y a mí, a mi papá le dio un síncope y se quedó en la profundidad del río, ya sin aire, y unos lugareños que estaban

256 en la orilla se echaron al agua y lo sacaron, lo revivieron afuera. Estuvo casi muerto, y mi mamá también, y de paso yo. Por cuenta de ese episodio, mi mamá pensó en llamarme Moisés “Salvado de las Aguas”, imagínate el doctor Moisés. Así que, como puedes ver, soy un sobreviviente, hermano, desde el vientre de mi madre vengo peleando, por eso no me asusta nada. Estamos en esa Córdoba rural de su relato, y poco parece haber cambiado en todos estos años. Corren las primeras horas de la tarde y como si fuera lo más natural bebemos jugo de piña, yerbabuena y manzana, digestivo y antiestrés, y van cayendo amigos que me va presentando. Inmersa en esa atemporalidad de estas tierras la conversación viene y va alrededor del Presidente Núñez, que gobernó en los años 80s del siglo XIX, con la pasión que uno asociaría a temas que están ocurriendo en este instante. Evocan tiempos en que los caimanes abundaban en los caños y luego, como en una deriva natural de cierto desgano, de pronto están hablando de poetas. Entonces uno de los amigos de Abelardo sentencia: “Poeta St. John Perse, porque los del Caribe no son poetas, son guaracheros”, se arma un remolino de voces y opiniones, y en ese tono evoluciona la tarde. Si algo define a los costeños es que están hechos para pensar, hablar, discernir y reír en un flujo que no para. Quizás su fama de perezosos y vagos les venga de que no son los más alborotados para el trabajo físico duro, pero, argumentan, ¿quién carajos trabaja bajo el sol del mediodía en el Caribe? Los costeños colombia- nos y los griegos tienen muchas semejanzas, los unen el mar, el clima, los matices de la tierra. Para el costeño, el hombre Caribe, la filosofía es un conjunto de ideas carentes de gravedad, y sus pensamientos, aunque hondos, revisten absoluta levedad. Algo similar sucedía entre los presocráticos: ajenos a siquiera imaginar que moldearían el mundo con su pensamiento, se la pasaban preguntándose qué coños ocurría cuándo uno tomaba un baño en el río, si el agua era la misma de ayer hoy, si la sustancia y la materia servían para hacer juntas un caldo. El intelectual costeño tiene claro que antes que matarse por encontrar una verdad está la posibilidad de dar un par de

257 vueltas por las ramas. La vida pasa despacio y así la gente pasa. La hermandad costeña, en la mayor parte de la región Caribe colombiana, anula las distancias sociales y económicas porque se sabe por aquí que aquello de la cuna es algo que toca en suerte, mera casualidad. Nadie ha nacido rico o pobre por elección y a todos, sin excepciones, nos toca transitar por el mismo camino hacia allá, hacia donde al fin de cuentas vamos, me explicará una de estas tardes, con una risa amplia como una vela de barco, uno de estos amigos que conocí hoy. Abelardo se voltea y me dice, como explicando la reunión, “El afecto es muy importante, la nobleza. En Bogotá cada día me siento más en el lugar equivocado, es una ciudad hostil y distante. Es fantástica la forma en la que el cariño se prodiga aquí en la Costa, la desprevención de nuestra gente, la familiaridad que ronda en el ambiente. Creo que ser un hombre Caribe ha sido una de mis grandes fortalezas. Me han querido estigmatizar por ser costeño, pero esa ha sido mi gran fortaleza, en el fondo. Otra hubiese sido mi historia de no haber sido de estas tierras…”. Viniendo hacia la Costa, en el avión, volando sobre las montañas de la cordillera central, pensando en los conflictos tan fuertes para la historia reciente del país en que había tenido protagonismo este abogado tan joven, le pregunté si tenía alguna visión particular sobre los problemas de Colombia, y en caso de tenerla cuál era. —La necesidad de Colombia no son las grandes obras, lo que hay que hacer es una revolución de las cosas pequeñas, aquí hay que llevarle educa- ción, trabajo, salud y vivienda digna a la gente más pobre, y repatriar a los campesinos, ganaderos y agricultores a las tierras que les fueron arrebatadas por los violentos. El día que en Colombia haya una revolución social de este tipo, habrá paz. Pero para que eso ocurra se requiere voluntad política e importantes recursos, y una de las formas de obtenerlos, por ejemplo, es hacer una reestructuración de los avalúos catastrales de todos los predios rurales y urbanos, para que la gente pague lo que efectivamente debe pagar. Con eso se puede hacer: “La revolución de las cosas pequeñas”. —¿Cuál es la desproporción entre lo que se paga y lo que debería pagarse?

258 —En Colombia se paga por un predio de diez mil millones, sólo uno o dos millones de pesos al año en impuestos, porque esos avalúos no están actualizados y ajustados al valor comercial del bien. Y esto no se modifica porque hay grandes y poderosos intereses que lo impiden. Con esa plata se podría crear un fondo de inversión social para llevar desarrollo a las regiones más vulnerables, para sacarlas del abandono en el que están. Yo tengo fincas, y si me toca pagar la mitad de esas fincas para que eso ocurra, lo voy a hacer con mucho gusto. Porque eso es lo justo, lo correcto, lo más decente, que la gente pague el impuesto real que corresponde a las posesiones que tienen. Es una vulgaridad que sigamos pagando una bicoca por unas tierras extensísimas, porque no están actualizados los avalúos y porque hay intereses que no permiten que eso suceda. En este país hay gente que de verdad pasa muchas necesidades, y mientras no se arregle eso en Colombia no va a haber una paz sostenible, duradera. Así como no va a haber paz hasta que no se aplique justicia con equidad, porque ese es otro de los grandes generadores de violencia, la aplicación de la justicia selectiva, dependiendo de quién sea el personaje. Hasta que no se resuelva ese deuda social, y tengamos funcionarios de verdad comprometidos con la aplicación de justicia en derecho, sin intereses políticos, la paz nos será esquiva. —Pero supongo que hay gente que puede saltarse la inercia y hacer algo. —Por supuesto, pero los que pueden hacer algo no quieren, no hay voluntad política real, te dan cualquier razón, dicen que no es un tema prioritario. ¡Imagínate! En algún momento se me ocurrió que en vez de extraditar tanto mafioso a otros países, lo que hay que buscar es que sean juzgados en nuestro país, que purguen cárcel aquí en Colombia con penas serías y por ese beneficio de no enviarlos a una cárcel en el exterior, adonde ni la familia los va a poder visitar por veinte o cuarenta años, quedarían obligados a entregar el 95 por ciento de sus bienes, y con esa plata finan- ciaríamos gran parte de la revolución social que necesita con urgencia el país. Lo propuse, y me llovieron rayos y centellas, aunque la propuesta es muy sencilla y lógica. En Colombia está prohíbido opinar sobre ciertos temas. Sócrates privilegiaba el método que luego se conoció como la mayéutica, que conduce al interlocutor a descubrir sus propias verdades a partir del responder a sus preguntas con preguntas que

259 vayan abriendo la comprensión. Caminar por una calle del Ca- ribe es eso, un ejercicio mayéutico donde a cada paso te diluyes entre los árboles que te dicen buenos días, ¿cómo vamos?, y el que vende sandías con sólo mirarte te interroga sobre el por qué dejar para más tarde ese mordisco, en esa complicidad del tomarse la vida sin complicaciones, sin pretensiones de un después. En cambio la gente del interior, los cachacos, que por centurias se han inventado formalidades, creen que siempre hay que andar con vueltas, que para conseguir lo que quieren tienen que apelar a una sucesión de “mientras tantos”, a la falsa cordialidad y los modales. Y solamente después de todo eso llegarle al grano. En una calle de Montería o Valledupar si no llevas reloj sin más rodeos le sueltas a cualquiera: “Dame la hora ahí”. En Bogotá, la cosmopolita, o en Medellín, capital de la amabilidad, es necesario usar muchos buenos días, disculpe la molestia, qué pena con usted, muy amable, antes de dar con la bendita hora. Si no apelas a esos convencionalismos puede que te quedes en la ignorancia, porque no te darán porque sí, como suena que pretendes, la posición de la Tierra alrededor del sol. Algunos historiadores estudiosos de la vida de Bolívar y Santander comentan que una de las razones que agravaron sus diferencias fue este choque cultural. Mientras Bolívar, sin pelos en la lengua, daba una orden, los señoritos que formaban el séquito de Santander tenían que hacer decretos, leyes, códigos, papeles, y colocar timbres para obtener lo que el caraqueño lograba con un grito, a veces, o un murmullo, otras. El discurso de Bolívar en el Monte Sacro ha sido tan repetido que convertido en paisaje hoy a pocos les parece sospechoso que un hombre del Caribe, de apenas 22 años, se fajara semejante parrafada frente a su amigo del alma y mentor, Simón Rodríguez, como la que dicen se fajó. “¿No te parece que para que Bolívar hu- biera logrado lo que logró en América, tuvo que ser un hombre sin rodeos, frentero?”, me pregunta Abelardo, y argumenta sobre lo imposible de tragar que ese caraqueño díscolo, idealista y caminante haya comenzado esa conversación entre amigos con un “¿con que éste

260 es el pueblo de Rómulo y de Numa, de los Gracos y de los Horacios, de Augusto y de Nerón, de César y de Bruto, de Tiberio y de Trajano? Aquí todas las grandezas han tenido su tipo, y todas las miserias su cuna”. Semejante pieza literaria, por más instrucción que tuviera Bolívar, no era propia de un joven del Caribe, argumenta Abelardo y agrega “yo creo que esa versión la dio Rodríguez porque así tenía que hablar en Quito, que eran todos atildados, y como este Rodríguez sí era muy afrancesado, y experto en retórica, pues no dejaría que su pupilo corajudo se expresara ante la historia con sus propias palabras. Yo pienso que aquello de “juro por mi honor, juro por Dios y juro por mi patria, que libertaré a la América del dominio español y no daré descanso a mi vida ni a mi brazo, hasta que no deje allá ni uno solo de esos opresores de pueblos…”, es obra de Simón Rodríguez, acomodando el lenguaje del libertador para que no le diera pena a las señoras de cachacolandia”. La sospecha es válida, porque nadie, en este lado del mun- do, va a salirle con un discurso de esos a su amigo. Los amigos conversan simplemente, y entre palabra y palabra se dicen cosas importantes. Así que, haciendo un ejercicio de especulación histórica, las palabras de Bolívar a su amigo debieron ser más o menos así, propone Abelardo: “Cónchale, Simón, estoy mamado de estos malparidos chapetones. Si por mi cuenta corre, vale, no dejaré allí a ninguno de esos carajos”. Y Rodríguez, como un precursor de aquello que mucho después se llamaría “asesor de imagen”, modi- ficó el texto para que luciera puro y diáfano, quitándole de tajo la verdadera vida, la chispa. Esa pacatería heredada, sin duda, de pretendidas condesas y duquesas criollas que hacían gala de alguna consanguinidad con la metrópoli, quedó incrustada en el imaginario institucional de la patria. Y para muestra de coherencia, aquello de que en los albores de la República se alcanzó a redactar una Constitución política en francés. Es decir, puede que no la entienda nadie, pero que se vea bonita y elegante, que el francés lo aporta. Desde entonces esconder lo propio es una práctica normal en el in- terior del territorio nacional, y todo aquel que va de frente, de inmediato es señalado.

261 Conversando con ese cierto desgano que impone el clima, hemos llegado a Barranquilla. En los barrios que vamos pasando, ingresando a la ciudad, las mujeres se abanican en las sillas sacadas a la calle, en tanto los niños corren detrás de una pelota y los señores juegan cartas o dominó en las mesas de las tiendas. Nos detenemos en una esquina al tiempo que, con un grito, alguien pregunta por otro alguien en la calle, y la respuesta tiene ese natural extraño para quien no es de por acá: “Ese se mató la semana pasada en un carro, chapeto, disparando”. En esa mezcla de espacio-tiempo tan particular de la Costa, un instante más allá nos interrumpe un amigo o un cliente, no es muy claro, que le saluda abrazándole y besándole la mano, al tiempo que exclama:“¡Mi abogado salvador!”. Y Abelardo asume el humor y suelta la risa llena de esos dientes más blancos que el blanco, que parecen tallados por un judío de los que tallaban diamantes y marfil en Budapest, antes que el Reich alemán los acabara. Y todo parece parte de una trama cinematográfica. Como buen amante de las películas de gangsters y en par- ticular de El Padrino primera, segunda y tercera parte, Abelardo conoce toda la historia de Corleone, ese pueblo de doce mil habitantes al sur de Palermo, hacia el centro de Sicilia, donde Tommaso Buscetta instaló el “Tribunal Supremo de la Mafia”. Allí los jueces mafiosos resolvían las cuestiones interiores y establecían penas que iban de la lupara bianca, ese tipo de homicidio del que no quedaba absolutamente ningún rastro, a la muerte ritual por estrangulamiento, incapretatti, donde el sentenciado es atado de tal forma que muere extenuado por la fatiga que le van produciendo los nudos en sus músculos. Quien conoce aquella saga que filmó Coppola a partir de la novela de Mario Puzo, sabe que en el otro plato de la balanza mafiosa siempre está el lado del hombre de poder que vela por la familia amplia, que cuida los valores heredados. El capo mafioso es también, en ese lado, una especie de sacerdote del culto a la moral del clan, y al mismo tiempo un benefactor que direccio- na las necesidades de unos a las posibilidades de satisfacerlas de otros. Como si fuera parte de ese mundo, el teléfono de Abelardo

262 suena más de una vez en el día trayendo necesidades de amigos, conocidos, recomendados. Le pregunto si a la gente que le llama a pedirle favores, y a él que sale a hacerlos, les une una amistad de tiempo atrás, o es gente que le remiten otros. Me responde: “Las dos, algunos son amigos de antes, otros son gente que acabo de conocer y hay química, y necesitan algo y sienten que yo los puedo ayudar, entonces me piden que les colabore, y si veo que puedo, simplemente lo hago. Me llaman para conseguir cupos en universidades, para que no se les lleven los hijos al ejército, a prestar el servicio militar, para que les agilicen papeles en un ministerio. Incluso la gente cree que soy una bolsa de empleo que puede darle trabajo a todo el mundo… La mitad de las solicitudes, son de tipo jurídico y la otra mitad nada que ver con mi profesión, pero algo de manzanillo he de tener porque siempre hago la gestión. Trato de servirle a la gente lo que más puedo, es lo que siempre he hecho”. En 1971 Gay Talese publicó Honrarás a tu padre, una crónica épica sobre el ascenso y la caída de la familia de Joseph Bonanno, en la que Talese, penetrando magistralmente en la psicología de los personajes, identifica y pone al alcance del lector el código genético de la violencia y el honor. Y lo hace permitiendo que el tiempo interior fluya y converja con el tiempo exterior, a través de la familia de este hombre de la clase alta siciliana que emigró a Nueva York siendo un niño, regresó a Sicilia, fue perseguido por la policía de Mussolini, volvió a Estados Unidos durante la prohibición del licor, se hizo jefe de jefes, y puso en manos de su hijo Salvatore, “Bill”, la tarea de honrarle en toda la dimensión de la palabra “honrar” cuando entre sicilianos se aplica al padre. En 1964 Joseph es secuestrado, lo que da lugar a una de las guerras más salvajes que se vivieron en Nueva York, un derra- me de emociones en el que Talese entra con su bisturí de tinta, urgando con afecto para llegar al corazón del asunto, eso que solemos llamar “verdad”, de lo que tanto se habla pero que muy pocos quieren conocer “de verdad”. Su material de trabajo es Bill Bonnano, que en 1965, cuando Talese era reportero de The New York Times, entra en contacto con él, se desarrollan afinidades entre ambos a través de la conversación, exploran temas, repasan

263 la saga de los Bonanno y el mundo que les rodea, recibe Talese confidencias, detalles, claves en medio de esa amistad. Y un acuer- do de amigos que permite al periodista orear aquello, ponerlo a la luz y mostrar, al margen de los prejuicios y los clichés de la compleja moral, la intimidad de aquella violencia, de aquel honor. El libro generó miles de especulaciones sobre cómo el pe- riodista había logrado penetrar en el sagrado silencio de la mafia, y saber tanto sobre ella. Por eso en el epílogo Talese se ocupa de aclarar su amistad con Salvatore, y utiliza también la ocasión para declarar su respeto por él, su comprensión de aquellas vidas. Y cuento esto porque en algunos sentidos he tomado como perfume para este libro el trabajo de Talese, la mezcla de la investigación fría con la narrativa cálida de ficción, las bifurcaciones de la his- toria, el explorar en la familia, en los amigos, el repasar sin juicio las virtudes, las flaquezas. Y la intención de observar, a través de todo eso, la forma en que el inmigrante es asimilado por su nueva patria, se desarrolla, se afirma, crece y marca con su voluntad el territorio en que se ha hecho la fusión. Nuevamente estamos en el camino. Ahora dejando atrás la costa que huele a mar y entrando en las sabanas que marcan el comienzo de una Colombia de transición, esa que evoca el Sahel africano, las riberas del Niger, la fertilidad. La camioneta se detiene frente a un letrero que dice Hacienda Montecristo. Los escoltas bajan y abren la reja. Al cruzar la entrada los faisanes se alborotan avisando de la llegada, y más allá chilla una guacamaya. Hay ganado lechero alrededor de la hermosa casa, rodeada de algunas matas y árboles de los que cuelgan nísperos y mangos. Más arriba está la fincaQuitasueño , en Sucre, la prefe- rida del abogado entre las suyas individuales y las de la familia. Y más allá está Polonia, con un caño que la atraviesa y micos que se apretujan en los árboles. “Este olor es delicioso”, dice Abelardo abriéndose al aire impregnado de ganado, en busca de algunos caballos de paso y otros de trocha que tiene allí. Los trabajadores dejan sus oficios y se acercan para saludar al patrón, mientras los escoltas bajan de la camioneta bolsas con

264 comestibles y otras respuestas para las necesidades de la finca. Y ni bien entramos a la casa, después de las efusiones del encuentro, la abuela Carla Greta, como la llama su nieto, una muchacha en los setentas, se mezcla entre los escoltas y dispone lo que debe hacerse con cada bolsa. Lleva un vestido de flores y un Marlboro humeando entre los labios. Cada tanto la gente en la Costa siente que debe repasar el orígen, como oreándolo, pasándole un plumero, poniéndolo en limpio. Los De La Espriella fueron dos hombres y una mujer que no tuvo descendencia, me informa la abuela, y Abelardo cuenta que llegaron de Asturias a Cartagena a finales del siglo XVIII, y se fueron radicando con el tiempo a lo ancho de los llanos de Bolí- var. La otra rama de la familia inmediata son los Aldana. Carlina es Aldana. Carga un bolso en donde esconde un 32 antiguo, que “cuando lo dispare le va a dar gangrena al que le acierte”, opina el nieto. Carlina monta a caballo, dirige con mano firme cada aspecto de cada trabajo, y ahora, como en juego pero pareciendo en serio, busca motivos para renegar de su yerno, el papá de Abelardo, por una cosa u otra. En el caso de hoy lo justifica explicando “es muy terco, nunca me hace caso, yo sé más de fincas que él”. Cada día a las seis de la mañana parte ella de Sahagún hacia su fincaL as Alpujarras, a manejar el tambo. Uno pensaría que por su edad merecería reposo, pero esta mujer no es “de esas”. Mucho en ella recuerda a doña Francisca Baptista de Bohórquez, quién en la Conquista llegó a estas misma tierras recomendada por el rey de España. En medio de tanto hombre codicioso, doña Francisca se propuso conquistar “como un varón” la porción del territorio donde habitaban los temidos Zenúes. Nadie esperaba éxitos de su empresa, pero se cuenta que desde Chuchurubí hasta San Se- bastián, usando como armas la fuerza de carácter y su intuición femenina, logró apaciguar los conflictos, las disputas entre negros, las querellas de los blancos, e inclusive los desafueros de una co- lonia de judíos conversos. De la vida de doña Francisca Baptista se ha escrito muy poco, pero cabe resaltar las líneas que le dedicó Orlando Fals Borda en el trabajo La Historia Doble de la Costa. Esta

265 mujer, cuenta el investigador, recorrió medio valle del río Sinú inspirando obediencia y respeto, trabó amistad con las naturales de la zona y fue una Cacica más para los pueblos indígenas. Y así, aunque nació en España, se nacionalizó de estas tierras, donde murió a edad avanzada. Como Francisca, doña Carlina inspira respeto. Mientras ella se encarga de instruir a los empleados sobre los quehaceres de la casa, el abogado dandy se transforma y aparece en su cabeza el sombrero vueltiao, y el poncho angosto en su hombro. Se calza el sobrepantalón de cuero y monta un caballo bayo, de paso, con gruesas patas, cola y mechón negros. El caballo lleva por nombre Fugitivo, y tiene dos meses sin que nadie lo monte. “No se aguan- ta la rienda, hay que montarlo una vez por semana, si no se pierde el animal”, les ordena a los empleados de la finca. Luego me aclara: “Estos caballos son unas reinas de belleza, todas las semanas hay que trabajarlos, montarlos bien para que estén a punto”. Ante algo que le cuenta su montador mientras mueve de aquí para allá al bayo, de un negocio involucrando unas yeguas que eran del ex presidente Uribe hasta hace poco, corta la rienda, detiene a Fugitivo, se gira y me comenta: “De lo que más sabe Uribe es de caballos, de ganado y de tierras, de eso sabe con cojones”. ¿Qué pensás de Uribe?, le pregunto, y luego de meditar un momento define “Uribe es un líder tan humano como cualquier otro, con grandes aciertos y muchos errores; no es el Dios que quieren hacerle parecer sus seguidores, pero tampoco es el diablo que pintan sus detractores”. —¿Qué opinión tenés de Chávez, y cuál de Lula? —Chávez es un comemierda irredimible, un tirano inmejorable, un payaso estructural, un dictadorzuelo de pacotilla. Lula es un político importante. Me parece que Lula es la nueva cara de la izquierda de- mocrática, un hombre serio, sin duda, un gran presidente, un gran líder. Admiro a Lula, y aborrezco por completo a Chávez. Desprecio a todo aquel que desprecia la democracia. La tarde ha ido cambiando de colores, ganando progresiva- mente esa transparencia mágica que tanto aprecian los fotógrafos, y comienza a oscurecer. A esta altura del día Abelardo no ve bien

266 porque tiene astigmatismo, “todo empieza a hacerse degradé”. Balan- ceándose suavemente en la hamaca lleva dos horas escribiendo notas en un par de cuadernos iguales a los que guarda por decenas en su oficina bogotana. Escribe reflexiones sobre el derecho penal, que algún día espera publicar, como un aporte a la formación de los abogados litigantes del país. Me pasa el cuaderno y leo: “El principal problema con los abogados litigantes es que comienzan muy tarde, ya que por lo general lo hacen después de haber egresado de la universidad. El momento ideal para iniciar el proceso de preparación es durante los años de estudio en la facultad de derecho, cuando las personas son más susceptibles de ampliar sus horizontes con rapidez, cuando son una especie de esponjas que absorben todo. Por eso es necesario crear facultades de derecho para formar única y exclusivamente abogados litigantes. Facul- tades dirigidas por litigantes, y en donde enseñen litigantes y no eruditos del derecho. Litigantes que sepan lo que es el litigio, que entiendan cómo pasar de la teoría a la práctica, y que tengan la habilidad para sacar de la cárcel a sus clientes. Porque la capacidad del litigante en materia penal se mide por los problemas que resuelve, por las personas que saca de la cárcel. “Los penalistas nos dejamos influenciar todo el tiempo por personajes respetables, científicos del derecho que suponemos son el parámetro y el paradigma a seguir ante un problema jurídico, gente como Jacobs, Roxin, Carnelutti, y para dar un nombre nuestro, Fernando Velázquez. Pero, yo pregunto: ¿a cuántos clientes sacaron de la cárcel esos científicos del derecho? No nos digamos mentiras: la teoría es necesaria, pero lo funda- mental es saber aplicarla, tener éxito en la práctica. “El criterio jurídico se forma a través del estudio y la disciplina, y va de la mano de la aplicación de la lógica y del conocimiento que se debe tener en diferentes ramas del derecho, que son importantes para forjar al abogado. Hay que saber de dogmática penal, de derecho probatorio, hay que conocer de pé a pá las garantías constitucionales, la teoría del acto administrativo, el proceso judicial en general, porque ese cúmulo de cono- cimientos le permitirá estructurar al abogado un criterio jurídico. Tratar de llevar un litigio sin tener la preparación y las habilidades necesarias, no tiene más sentido que dedicarse a ser pistolero sin haber dominado las técnicas del oficio, sin saber desarmar una pistola, limpiarla, cargarla o montarla.

267 “Los abogados debemos ser siempre un polo a tierra y, particular- mente, el ancla que aterrice a los clientes que, por lo general, están en las nubes, pensando en soluciones improcedentes para su problema jurídico, cavilando estrategias jurídicas inviables, en la nebulosa de las hipótesis constantes. Los abogados tenemos la obligación de decir a los clientes lo que hay que hacer en realidad, cuáles son las verdaderas probabilidades y posibilidades jurídicas de un proceso. “El abogado debe ser muy serio al momento de definir cuál es la estrategia, cuál es la decisión a tomar frente al proceso, y hacer valer su criterio frente al cliente. Al tomar un caso hay que dejarle claro al cliente que, si bien él es quien paga, es el abogado quien manda, quien decide qué camino tomar, porque es quien conoce y sabe manejar el tema. En este punto Abelardo, que lee a un tiempo lo que leo, me aclara, “es que ocurre que cuando ha transcurrido cierto tiempo en el proceso, y han leído algunas cosas, han escuchado otras tantas, los clientes suelen creer que saben de derecho, y es en ese momento cuando el aboga- do debe sacarles del error con claridad, de forma contundente: el cliente no sabe de derecho, quien sabe es el abogado. Así como un paciente no puede en la mitad de una operación, en la que ha confiado su vida al conocimiento y experiencia de un médico, pararse y decirle a ese médico: “No suture allí, doctor”, o “haga la intervención de esta manera”; igual ocurre en el derecho. Si al médico le confían la vida, al abogado le confían la libertad. Y como sin libertad la vida no tiene sentido, el abogado en realidad tiene la vida del sindicado, y la de su familia, en sus manos. Y con eso no se juega, ni se debe permitir jugar; la confianza en el médico y en el abogado es fundamental y determinante. Sin confianza no hay trabajo que se pueda llevar a cabo de forma satisfactoria”. Mientras leo en voz alta Abelardo me comenta entre risas: “Al abogado hay que darle espacio para que haga su trabajo. Las únicas que trabajan con el cliente encima son las putas”. Y sigo leyendo: “El poder que se le entrega a un abogado es sagrado. Cuando se firma un contrato o cuando se recibe un proceso, el abogado recibe también la custodia de la tranquilidad, la esperanza, la vida, la libertad de una persona y el futuro de su familia. Esa confianza hay que honrarla con la propia vida, de ser necesario. No puede intervenir en la ejecución de ese compromiso, abso-

268 lutamente nada distinto a los intereses y el bienestar del cliente. No se puede traicionar la confianza entregada por el cliente, cediendo a presiones familiares, de amistad, económicas o de cualquier otra índole en un momen- to determinado. Los buenos abogados litigantes son simple y llanamente personas decentes que lucharán con ahínco de una manera limpia y sin mezquindad”; continúo leyendo sus apuntes y luego de hacerlo pienso, y le comento, que aparte del criterio jurídico, en un país como este hay otra cosa particularmente importante, y es que un buen abogado también tiene que ser un tipo valiente. —Por supuesto, esa es una condición sine qua non. En el ejercicio de esta profesión, del derecho penal, hay que tener cojones, y bien puestos. Quien no los tenga es mejor que se dedique al laboral, a otras cosas, pero para esto hay que tener cojones, nervios de acero, una voluntad in- quebrantable de trabajo, y además de eso, mucha paciencia y garra para soportar los ataques, para llevar los procesos, para tratar de comprender por qué la gente piensa que el abogado es igual al cliente. Es frustrante que no lo entiendan. El abogado no hace parte del problema, el abogado hace parte de la solución. Vergès lo explica muy bien señalando que los abogados no defendemos el crimen, sino a la persona, y aclara que no hay personas indefendibles en una democracia. Eso es así, aunque no lo quieran entender. Esta es una profesión bien compleja, riesgosa, pero el vértigo y la adrenalina que produce, son sensaciones inigualables. El abogado defiende a sus clientes y luego debe defenderse a si mismo. —En medio de tus defensas, en estos años te aplicaron in- vestigaciones varias por lavado y una serie de historietas, ¿las interpretás como intimidación? —Mira, la primera investigación por lavado en contra mía la solicitó Mario Aranguren, exdirector de la UIAF, hoy procesado por la justicia. Él le mandó a la Fiscalía una solicitud para que se me investigase porque yo era abogado de los parapolíticos, es decir, pidió que me investigaran por ejercer mi profesión. Y la Fiscalía me investigó durante siete, ocho meses, y archivaron el proceso porque revisaron mis cuentas y estaba todo perfectamente claro. Ese proceso en mi contra se inicia cuando Eleonora Pineda y Rocío Arias empiezan a declarar contra ciertos parlamentarios de la coalición de gobierno. ¡Qué casualidad!. Ese fue un síntoma evidente

269 de la persecución que había y sigue habiendo en mi contra. De hecho puse una queja ante la Comisión Interamericana de Derechos Huma- nos por esos hechos, para que de una buena vez se obligue al Estado colombiano a respetar mi ejercicio profesional, porque yo he sido y estoy siendo perseguido por ser abogado. “Luego me montaron un testigo que decía que yo era ideólogo de las autodefensas, un testigo que ni siquiera era un desmovilizado sino un estudiante que le hacía los mandados a Gordolindo. Con ese testimonio de octava abrieron un proceso de primera, interrogaron a los jefes para- militares, les recibieron declaración a los que están en Estados Unidos, y a los jefes paramilitares que están presos aquí en Colombia. También le tomaron declaración al ex ministro Sabas Pretelt, y hasta declaró el Co- misionado de Paz de la época indicando cuál fue mi papel en el proceso de paz con las autodefensas… Yo tengo las cartas donde el gobierno me agradece, donde me autorizan para los acercamientos que hice. “En realidad, le presté un gran servicio a mi país, algo que volvería a hacer a pesar de todos los problemas que me trajo. Me abrieron primero esa investigación por lavado, solicitada por el señor Aranguren, que hoy está preso, luego la de concierto para delinquir, que también me la precluyeron, después la compulsa por mis honorarios en lo de DMG, que también fue archivada. La intimidación en mi contra ha venido de varios sectores, por una parte de algún sector del Gobierno de Uribe que veía en mí a un personaje incómodo. Y por otra, por parte de algunos miembros de la rama judicial que no aceptan, que no se acostumbran a la idea de que un hombre de mi edad tenga el éxito que tiene y, por algún complejo, enfermedad o resentimiento, les parece que hay que atajarme. Y así ocurre también con algunos abogados, a quienes la envidia los carcome… De hecho he sabido de colegas que se han paseado por varias cárceles, ofreciendo plata a unos desmovilizados para que me incriminaran en actos ilegales. Han recurrido a toda suerte de entuertos para judicializarme y sacarme del camino; in- cluso algunos oscuros personajes cercanos al Gobierno de Uribe llegaron al extremo de ofrecerme hacer parte de un complot contra la Corte Suprema de Justicia y el exfiscal Iguarán. Situación que rechacé de plano lo que por supuesto agudizó la persecución en mi contra. Lo más grave es que se aliaron con algunos desmovilizados para fraguar esa infamia.

270 “Además de lo anterior se suman a mi larga lista de malquerientes, los dueños de las Empresas Prestadoras de Salud, los miembros de las Corporaciones Autónomas Regionales y los propietarios de Electricari- be, todos ellos denunciados por los innumerables atropellos y desmanes ocasionados a sus usuarios. Pero mis enemigos, que son bastantes, van a necesitar mucho más que las sucias componendas que han armado para acabar conmigo y mi carrera. —Lo que pretenden, ¿es que dejes de ejercer? —Por una parte, y por otra, a lo mejor, encarcelarme, castigarme, acabar- me moral e incluso físicamente. Porque he recibido muchas amenazas, no sé si de la misma gente. Lastimosamente la envidia en Colombia es un cáncer que carcome el alma e impulsa y aflora el lado más terrible de las personas. Faltan más montajes en mi contra, pero estoy listo para enfrentarlos. Un patriarca costeño, viejo amigo de la familia De La Esprie- lla, me dice que le complace que Abelardo sea hoy “una figura del derecho, de su profesión, que sea una figura nacional, porque se lo merece, porque ha trabajado duro en ese campo un poco estéril, el derecho, que no tiene las satisfacciones que dan, por ejemplo, la literatura y el arte… Pero eso le ha permitido a él proyectar su inteligencia, esa capacidad de trabajo. Sin embargo ocurre que ese hecho de triunfar socialmente en su profesión genera mucha envidia. Decía un filósofo, de esos de periódico, a los que por decirles algo se les llama filósofos, pensadores populares, que aquí en Colombia la gente no se muere del corazón, ni de enfermedades graves, sino que se muere de envidia. El éxito aquí genera envidia mal- sana, porque también hay envidias buenas, ¿no? Yo, por ejemplo, siempre le he envidiado a Richard Burton la voz, o a Ricardo Montalbán, así como he envidiado el sentido común de tu paisano Perón, que era un monstruo del sentido común, impresionante, las respuestas de Perón no tienen comparación. Pero regresando a Abelardo, no me gusta que, con su éxito, se exponga a que le puedan hacer daño, físico, moral, o que lo persigan porque ha tocado algunos callos, porque ha tocado cosas muy sensibles de la clase dominante en Colombia, o porque provoca envidia y no le perdonan que sea un muchacho de provincia inteligente y tal, que triunfe en donde otros no han podido triunfar, o que triunfe antes que otros que han tenido todo en bandeja de plata”.

271 Pongo sobre la mesa aquel involucrarse de Abelardo en las negociaciones de paz con los grupos de autodefensa, y pregunto la visión de este viejo amigo de la familia sobre eso. La respuesta expresa, como me confirmarían otros costeños, un sentimiento regional: “Ese muchacho demuestra allí que tiene valor de torero, que se arrima. Él se arrimó al toro, y el toro pasaba y le manchaba la bra- gueta de sangre. Y eso tan joven. O sea, es precozmente valiente. Los hombres demasiado jóvenes no son reflexivamente valientes, sino son es irreflexivamente retadores, que es distinto a ser valientes, pero él aguantó, y la diferencia entre los hombres retadores y los hombres valientes, es que los hombres valientes aguantan. Los retadores no aguantan. El valiente aguanta parado ahí. ¿Te acuerdas de aquel personaje de la novela Sangre y Arena, de Vicente Blasco Ibáñez, que se llamaba Juan Gallardo, que le quería demostrar a los amigos que él aguantaba un toro de 500 kilos y un día se paró en la carrilera del tren, y esperó que el tren viniera y no se movió, y el tren tuvo que frenar? Así hizo él, en ese proceso de paz. Aguantó. Por eso exalto su valor. Él aguanta. Es un muchacho que es protagonista de sí mismo, lleva su propia antorcha alumbrándole la cara. Y además de eso es testigo de una época convulsa, llena de violencia, llena de cambios para que todo siga igual. Como esos personajes de Joyce, o de Proust más bien, protagonista de sí mismo y testigo de una época. Él no determina los cambios en la sociedad, pero condiciona algunos, eso sí”. “En el discurrir del proceso de desmovilización, la etapa de Ralito y el tiempo posterior, algunos jefes de las autodefensas se dieron cuenta de que los planteamientos que les hacía Abelardo, a pesar de ser tan joven, eran planteamientos absolutamente aterrizados, sin pasión, muy objetivos. Asi que comenzaron a confiar en él, y él los convenció de la posibilidad de que hubiese una salida jurídica benevolente para ellos si cumplían una serie de acuerdos. A su vez también cumplió un papel muy importante con el gobierno, con la Fiscalía y las entidades que estaban haciendo el segui- miento, el apoyo al proceso de desmovilización. Ese papel de Abelardo fue sumamente positivo, pero luego vino el desastre, un proceso que se vió trunco, que no acabó porque se confundió la salida política con la salida jurídica. “En un momento determinado se mezclaron las aguas, el ex presi- dente Uribe hizo tábula rasa de los acuerdos. Había unos hombres que

272 eran inocentes de unas cosas y otros que eran culpables, pero todos no eran culpables en la misma medida. Abelardo siempre sostuvo la teoría de que en el derecho penal las responsabilidades son individuales, a pesar de que era un proceso colectivo. Pero predominó esa idea represiva, de penalizar todo el proceso, que tenían ciertos filósofos, entre comillas, del Estado colombiano. “El planteo de Abelardo era claro, pragmático, y tuvo más recono- cimiento a nivel internacional que local. No era un planteo teórico, era práctico, por eso tuvo incluso acogida a nivel de comandantes paramilitares de segunda línea, que son unos hombres no tan listos, de cortedad en el análisis, hombres como aquellos de la cosa nostra siciliana, primitivos. Aquellos hombres de Italia se parecen mucho a los paramilitares antio- queños de las montañas, y a los de Cundinamarca y el llano, que son montaraces, como lo son los comandantes de la guerrilla. La mayoría son hombres con una lógica de caballo y revólver. Y un hombre tan joven como Abelardo aprendió a caminar en el filo de la navaja, porque si él se desli- zaba, por cualquier inexperiencia, le iba a costar muy caro, y si mostraba exceso de confianza también podía costarle caro, porque el Estado o los comandantes de las autodefensas podían pensar que estaba retando, que era un gallito de pelea. Él supo manejar ese difícil equilibrio”. ¿Cuál es tu versión sobre esa vinculación que tuviste con el tema de Ralito, que ha dado pie a tantas especulaciones?, le pregunto a Abelardo después de hablar en extenso con aquel hombre importante de la Costa, a quien le respeto que no con- sidere necesario protagonizar identificando su testimonio. —¿Qué pasó en Ralito? Sobre ese punto en particular puedan hablar y dar fe Sabas Pretelt de la Vega, a la sazón ministro del interior y de justicia y el Comisionado de Paz de la época, Luis Carlos Restrepo, incluso los mismos desmovilizados. A mí siempre me ha interesado aportar a la pacificación y reconciliación del país.N o he conocido la paz, quiero que mis hijos tengan esa oportunidad. Cuando se dio el proceso de paz con la guerrilla de las FARC, en el año 98, me encontraba cursando mis estudios en derecho y organicé un viaje con un grupo de estudiantes para ir al Caguán, a escuchar los planteamientos de la guerrilla, con la intención de aportar ideas que ayudaran a sacar adelante el proceso aquel.

273 Después, cuando se presenta el proceso de paz de Ralito, hice lo mismo: le propuse al Gobierno Nacional, directamente, promocionar unos foros en las universidades, con los jefes paramilitares, los miembros del gobierno, la academia y la sociedad civil para socializar el proceso de paz, con el único objetivo de que todo el país se enterara y participara activamente en las distintas propuestas de solución para superar el conflicto y el post conflicto. Todo fue publico y cubierto por los medios. Un ejercicio neta- mente académico. Estos foros, que identifica como actividades académicas, fue- ron ampliamente criticados por algunos sectores a través de los medios de comunicación, cuestionando su papel como director de la ONG Fipaz, al tiempo que le atribuían el promover un referendo contra la extradición, llegando a insinuar el periodista Daniel Coronell en la revista Semana, que esto le había abierto relaciones que le significaron pasar de ser una pequeña firma de abogados, a un gran bufete al que pocos años después consorcios empresariales no dudaban en pagarle honorarios por miles de millones de pesos. Abelardo es enfático cuando responde a estas acusaciones. —Sí, me atacaron alegando que, supuestamente, estaba promovien- do un referendo contra la extradición. Se trató de un simple ejercicio académico en uno de los foros, en el cual se me preguntó qué opinaba sobre la extradición frente a los procesos de paz, incluyendo guerrilla y paramilitares, y dije que creía que era un gran obstáculo para la paz, que la extradición había que abolirla para aquellas personas que se desmo- vilizaran como consecuencia de un proceso de paz y que la extradición únicamente podría hacerse efectiva en caso de que el desmovilizado reincidiera en alguna conducta penal. Es absurdo supeditar la paz de un país a los pedidos y necesidades de otros. Frente a los delitos de lesa humanidad que se han perpetrado en Colombia por miembros de los grupos alzados en armas, el narcotráfico viene a ser un delito menor, no hay lugar a comparaciones. Pero lo fundamental es que cuando se da un proceso de paz no se debe extraditar a las personas que de él participan, toda vez que se genera un precedente terrible para futuros procesos de paz. A mí el gobierno me designó como miembro de la Comisión Civil

274 acompañante, que era un grupo de personas que operaba, prácticamente, como un puente entre las autodefensas y el gobierno para el proceso de paz, como un cuerpo consultor que apoyaba la gestión del Comisionado. Debo ser enfático en señalar que yo no conocía a ningún jefe paramilitar cuando fui a Ralito, los conocí ya instalados en la mesa de negociación, de la mano del Gobierno Nacional y de frente al país. Al minuto corrige “no, sí conocía a uno, a Salvatore Mancuso, que era mi paisano y vecino de barrio. Nunca tuve amistad con él, por la diferencia generacional de más de 15 años. Cuando lo vi en Ralito en su papel de comandante, habían pasado más de 14 años desde la última vez que lo vi volando por los aires, con su motocicleta”. Salvatore Mancuso, campeón nacional de motocross antes que jefe paramilitar, descendiente de italianos, estudió siete se- mestres de ingeniería civil en la Universidad Javeriana, se graduó de Administrador Agropecuario, estudió inglés en la Universidad de Pittsburgh. Al regresar de allá ganó en 1982 el Campeonato Nacional de Motocross, categoría 125 c.c., y probablemente no se conocería más que por eso de no ser porque administrando una finca familiar, con sus conocimientos la fue transformando en una muy rentable hacienda, lo que le valió un intento de extorsión por parte del Ejército Popular de Liberación. Como respuesta, en 1995, Mancuso ingresó a las autodefensas Campe- sinas de Córdoba y Urabá, grupo que desde abril de 1997 dio origen a las Autodefensas Unidas de Colombia, AUC, que se organizaron como agrupación político-militar para enfrentar la acción guerrillera. Eso es lo que uno encuentra en los medios o en Internet sobre Mancuso, como antecedentes de su detención y posterior extradición a Estados Unidos. Abelardo sigue: “Gracias a la gestión que hicimos, ese grupo de colombianos que formábamos la Comisión Civil Acompañante se pudo dar la desmovilización, y algún día el país sabrá lo importante que fue mi aporte para la paz… Todo de mi parte ha sido transparente, nunca me oculté, siempre puse la cara y actué de frente al país, siendo consecuente con mi talante, al punto que en la mesa de negociación le reclamé a Mancuso, oye, ¿tú recuerdas que amenazaste a mi papá?, y él me respondió bueno,

275 tú sabes cómo es la política y tal, y yo le dije: “Te quiero decir que yo no tengo ningún rencor por eso, y que estoy aquí para ayudarles a ustedes y al gobierno para que encontremos juntos una salida negociada a todo este desastre. Las vueltas que da la vida, fíjate tu. Con gusto le volvería a prestar ese servicio a mi país, en negociaciones con la guerrilla, las bacrim, y por qué no, con narcotraficantes que quieran entregarse”. Así como cuando se habla con Vergès es inevitable referirse a sus defensas de militantes del Frente de Liberación Nacional arge- lino o de los diferentes movimientos de resistencia palestina, con Abelardo es inevitable volver una y otra vez a su protagonismo en aquel momento del país. Porque el 15 de julio de 2003 se iniciaron formalmente las negociaciones de paz entre el Gobierno Nacional y las AUC, y la firma del Acuerdo para la Paz de Colombia en Santa Fe de Ralito le dio un protagonismo que no tenía antes de eso, como abogado y mediador. En los foros que organizó al frente de Fipaz los auditorios se colmaban de gente, y Salvatore Mancuso respondía inquietudes y Ernesto Báez proclamaba la necesidad de encontrar una salida negociada al conflicto. Según dice Abelardo, nunca se hizo apología a la organización parami- litar, al delito, “todo lo contrario, lo que tratamos, y con lo que siempre quisimos colaborar nosotros, fue con la desmovilización de más de veinte mil hombres armados, objetivo que al final se logró. La actuación de la Comisión Civil Acompañante y la sensibilización del proceso a través de los foros de Fipaz, fueron determinantes para conseguirlo”. De lo determinante es difícil evaluar sus alcances, pero lo que sí se puede asegurar es que él tuvo un puesto en la primera fila de aquel proceso, donde, como cuenta, “se presentaron momentos muy, muy tensos de la negociación, en las que me pedían, el ministro Sabas Pretelt y el Comisionado, que fuese a hablar con los comandantes paramilitares, porque consideraban valiosa mi capacidad para negociar y acercar posiciones. Yo salía de mi oficina o de mi casa en Bogotá cuando me requerían, sin importar la hora y el día, en un avión de la Fuerza Aérea rumbo a los campamentos, a la zona de ubicación, a convencerles a los comandantes paramilitares, de no levantarse de la mesa de negociación. Lo que digo puede ser corroborado no solamente por los ex funcionarios del Gobierno

276 Uribe, sino también por los desmovilizados de las autodefensas. Como yo vengo de una familia reconocida y respetada, y de un hogar con un padre absolutamente intachable, con una tradición familiar a la que no le cabe ningún reproche, no había nada que pudieran utilizar para desprestigiarme, así que se agarraron de aquel protagonismo que tuve en el proceso de paz para decir que yo era paramilitar, e ideólogo de las autodefensas. Nada más alejado de la realidad, porque jamás apoyaré nada que vaya contra mis principios o que afecte y ponga en riesgo la seguridad del Estado”. —Y de lo que vino luego, de un país supuestamente soberano entregando a la gente, que deben juzgar sus instituciones, para que las juzgue otra justicia, ¿qué pensás? —Un desastre. Este es el único país que entrega a su gente y no pregunta ni cómo, ni a quién, ni por qué. Estados Unidos nunca entrega a su gente, en cambio Colombia entrega a cualquier ciudadano sin ni siquiera investigar si hay razones para que lo juzguen en otro país. En Colombia, con el requerimiento de cualquier país y la verificación de los datos de la persona solicitada, se individualiza, la capturan y la despachan como a un paquete. Es inconcebible que no se siga un proceso previo donde se practiquen pruebas para evitar grandes injusticias, como extraditar a gente inocente que no tiene nada que ver en los hechos que se investigan. La historia de la política colombiana podría definirse como la historia de la traición, siguiendo el título de Laura Restrepo en su libro sobre la primera negociación que firmó el gobierno con el M-19. El mismo presidente que protagonizó aquello, Belisario Betancur, no apoyaba la extradición pero recostado en que mataron a su ministro de Justicia, Lara Bonilla, automáticamente comenzó a despachar nacionales a los Estados Unidos. Así extraditó a Her- nán Botero de forma espectacular, con grilletes, esposado, vestido de overol naranja, como en esas series de televisión que hacen apología del FBI. Y eso se volvió rápidamente paisaje. A Gilberto Rodríguez, que para evitar la extradición se acogió a sentencia anticipada, tan pronto cumplió la condena que negoció apareció una nueva acusación, y fue enviado al norte junto a su hermano Miguel. Y a los que acordaron desmovilizarse en Ralito y comenzar un proceso de reinserción, una mañana el Presidente Uribe deci-

277 dió enviarlos como una “remesa de paras” hacia los juzgados de la Unión Americana. Extraditar se volvió un verbo de uso cotidiano en ese gobierno, que llegó a enviar gente que ha sido devuelta por la justicia estadounidense por no ser culpables de nada. —Nosotros tuvimos un caso de esos, William Gil, un muchacho que trabajaba en el aeropuerto de Cali. Este muchacho fue capturado en una operación antidrogas, y le ponen un tipo de la DEA que le dice te tenemos grabado, acepta. Yo no voy a aceptar nada que no he hecho, no tengo nada que ver con este pastel, dice él. En una visita a la cárcel de Cómbita me encuentro una mujer embarazada, como de 22 años, que me dice doctor, usted cayó como mandado del cielo, necesito que vea a mi esposo, le digo mira, voy tarde, y ella doctor, por favor, se lo suplico por este hijo que llevo en el vientre, y lloró. Me conmovió, y fui a ver al muchacho. Doctor, ayúdeme, yo no tengo nada que ver con esto de lo que me acusan, me dijo. Tan pronto lo vi supe que estaba diciendo la verdad, y accedí a ayudarlo. No tenía ni para pagar las fotocopias, entonces reci- bimos su caso como parte de la política de servicio social que tenemos en nuestra firma, a través de la cual dedicamos gran parte de nuestro tiempo a casos de gente que no tiene medios para defenderse. “En ese proceso solicité una serie de pruebas que me negaron, porque la Corte hace lo que la ley les indica, el problema es de la ley, no de la Corte. En Colombia, de acuerdo a nuestra legislación, no se puede hacer un debate probatorio para evitar la extradición. Yo pedí un cotejo de voces, porque escuchamos la grabación y William me dijo que la voz que aparecía registrada en esa grabación, y que había dado pie para su captura, no era la suya, entonces hicimos una grabación con William, con unos técnicos de Bogotá que fueron hasta la cárcel, y efectivamente, no se trataba de la misma persona. Pero la Corte no aprobó hacer el cotejo de voces formalmente al interior del proceso, y autorizó la extradición de William, después de haber estado un año preso en Cómbita. Llegó a Estados Unidos y lo asistió uno de los miembros de nuestra firma allá, quien pidió el cotejo de voces. Se lo aprobaron como a los cinco meses y claro, era el clásico “falso positivo” de la Fiscalía colombiana en equipo con la DEA y la Fiscalía americana. El cotejo demostró que no era la voz del hombre y lo soltaron, lo montaron en un avión y lo despacharon

278 de vuelta. Un año y medio en eso. Aberrante, ¿o no? Ahora está en Cali, rehaciendo su vida y demandando por los perjuicios causados, en Estados Unidos y aquí en Colombia. Si hubiesen hecho la prueba que yo pedí en Colombia nunca habría sido extraditado. —¿Cuál es tu mirada sobre esa extradición en grupo que hizo el gobierno, Jorge 40, Cuco Vanoy, Don Berna, Mancuso…? —Me parece un precedente terrible para la historia de los procesos de paz. Con la extradición de los jefes paramilitares se le hizo un daño terri- ble al esclarecimiento de la verdad, afectándose sustancialmente el derecho de las víctimas a conocer exactamente qué fue lo que ocurrió con sus seres queridos que resultaron asesinados o desaparecidos en este absurdo conflicto, situación que claramente impide que haya una reparación integral por los daños materiales e inmateriales que han sufrido. Creo además que fue un error judicializar un proceso que es, en esencia y por definición, político: un proceso de paz no puede ser un proceso judicial, por eso todo este enredo que hoy tenemos con Justicia y Paz. Pienso que no se puede hablar de una ley de perdón y olvido, pero sí de una pena y una indemnización, pero a través de un mecanismo más expedito y menos draconiano. “Hay un factor humano y social muy importante, Colombia no está preparada para conocer toda la verdad, en lo que va de este proceso no se ha dicho ni la mitad de lo que pasó y la sociedad en pleno tiene un ánimo vindicatorio y revanchista. El verdadero problema de Colombia no son los hombres malos que portan las armas, nuestra gran tragedia son los hombres que dicen ser buenos y cuyos corazones no han sido desarmados. De otra parte considero que las autodefensas incurrieron en un error grandísimo, que consistió en no negociar la extradición a través de una enmienda constitucional, antes de desmovilizarse. Yo en el lugar de ellos nunca hubiera entregado el fusil si la Constitución no decía que se prohibía la extradición para quienes se acogieran a un proceso de paz. —Ahora, lo que mencionaba antes, se extradita por tráfico de drogas, por lavado de dinero, pero ¿y los asesinatos en serie, las masacres que quedan atrás sin juicio? —Visto desde un punto de vista criminológico y político, los gobier- nos de turno le dan gusto a los Estados Unidos extraditando gente para que los condenen allá por el menos malo, el menos grave de todos los

279 delitos por los cuales se les investiga, que es el narcotráfico. Y ahí viene la pregunta que tú haces, ¿y las matanzas, las masacres, los crímenes de lesa humanidad? Lo más grave se queda impune en Colombia, y eso es absurdo, porque los delitos tienen importancia en la medida en que afecten ciertos derechos protegidos por la ley… Los derechos del ser humano están estratificados, hay unos fundamentales y hay otros que son de segundo rango. Debe ponderarse con equilibrio qué delito es más grave, para que la persona en primer lugar responda ante la autoridad por esa transgresión de la ley. Hacer lo contrario es una imbecilidad que consulta los intereses externos, y afecta las prioridades internas. —Alguien se carga a trescientos, cuatrocientos, mil hombres, mujeres, niños, acepta que lo hizo y esos delitos que cometió aquí, que son espantosos, se vuelven secundarios ante la prioridad de enviarlos a Estados Unidos porque en algún tribunal de allá hay una denuncia de que metió en el mercado un kilo de cocaína, y eso, según ellos, es más grave que haber regado el país con miles de cadáveres de gente aserrada, despellejada, violada delante de sus hijos… —Exacto. Es una imbecilidad en estado puro, que refleja el grado de arrodillamiento y la falta de sentido de pertenencia que tenemos como nación. Sobre este tema de las drogas ilegales hay mucho de qué hablar. Y sobre su penalización, mucho más. Y sobre la forma en que opera la justicia norteamericana aún más. Montesquieu, autor de aquel texto fundacional que tituló De l`Esprit des lois, decía que la liber- tad y la igualdad son resultado de una conjunción frágil de leyes, valores, formas de ser y contextos sociológicos. En Estados Unidos la moral, como la ley, son flexibles a un nivel que entre nosotros sería difícil aceptar, y aquí es bueno recordar que el término moral procede del latín mores, costumbres, por lo cual describe lo que una sociedad acepta como bueno, no significando eso que lo sea en ese plano universal al que se refiere la ética. La moral es local, en tanto la ética es universal, determinando desde su punto de vista si una norma es justificable racionalmente o no, independiente de su aceptación por una sociedad en particular. Por eso es posible

280 observarlo, como se observó en Estados Unidos cuando se acabó con la Ley seca, o como en algún futuro ocurrirá con respecto a la marihuana y quizás otras drogas, que las leyes suelen cambiar con la moral recién cuando esto conviene a un sector de la sociedad, aunque el peso de la lógica las hubiera hecho caer muchísimo antes. “Para que algo se vuelva interesante basta con observarlo en detalle”, decía Flaubert. Un ejemplo de la conducta histórica de los países dominantes en el tema del narcotráfico, es el caso chino. Durante el siglo XVI la dinastía Ming enfrentaba la presión expansionista europea y los ataques de los piratas japoneses sobre sus costas. So- brepasados por estas y otras amenazas, los emperadores Ming renun- ciaron a dirigir la corte a partir de 1582, y el poder pasó a manos de los eunucos, su ejército y su policía secreta, que aterrorizaron tanto a los funcionarios como al pueblo, al tiempo que imponían altos impuestos. Comenzando el siglo siguiente estallaron una serie de levantamientos, y finalmente uno de los líderes rebeldes, Li Tzu-ch´eng, tomó Pekín en 1644. El último emperador Ming se suicidó, y se estableció la dinastía Ch´ing, de origen manchú, que gobernó con eficiencia durante un siglo de paz y prosperidad. Entre los siglos XVI y XVIII la población china se había tri- plicado, llegando a 300 millones, y el área apta para la agricultura, ensanchada con la introducción de nuevos cultivos: maíz, camote, tabaco, maní, estaba totalmente ocupada, limitando la capacidad de respuesta a las nuevas necesidades de alimentos. Inevitablemente esta situación derivó en escasez, encarecimiento, privaciones, lo que trajo levantamientos y sublevaciones incitadas por sociedades secretas, como la del Loto Blanco en las riberas montañosas de Szechuan, Shensi y Hupeh, en 1795 y 1804, la de la secta de los Ocho Trigramas, en Shangung, y pocos años después, en Hunan, la de la Doctrina Celestial. El caos iba expandiéndose por China, y aprovechando esta situación, hacia el final del siglo XVIII, las potencias europeas que hoy sostienen con Estados Unidos la prohibición de las drogas, introdujeron el opio en China desde la India y el Medio Oriente, como medio para reducir costos pagando a bajo precio sus compras,

281 algo que lograron fomentando la adicción masiva de los chinos para, controlando la oferta, encarecer el precio de venta y con ello aumentar la rentabilidad del opio. En 1830 las importaciones chinas de opio sobrepasaban sus exportaciones de té y seda, expandién- dose en proporciones peligrosas la fuga hacia el exterior de plata, el principal medio de pago del imperio, algo que impactó negati- vamente la economía y las finanzas del Estado, sumiéndolo en la corrupción y la ineficiencia. Minado así un imperio que en esos años era el más grande y poblado del planeta, cuando el gobierno chino quiso prohibir el opio que ahogaba a su país las potencias occidentales le declararon la guerra, de la cual salieron beneficia- das imponiendo todas sus condiciones, entre ellas la colonización británica de Hong Kong. Esa ha sido la conducta histórica de las grandes potencias en el usufructo de las prohibiciones. Volviendo al tema de la “desmovilización” paramilitar, viene al caso repasar algunos antecedentes, en ese terreno de los “buenos propósitos”. La Asamblea General de Naciones Unidas, como un compromiso para lograr que adhirieran los países del denominado socialismo real, declaró en 1948 una serie de “derechos económicos y sociales”, entre ellos “la satisfacción de las necesidades exigidas por el desarrollo de la personalidad” (art. 22) y “unas justas y favorables condiciones de trabajo” (art. 23), donde evidentemente se confundían aspiraciones con garantías para generar un cierto piadoso enga- ño. De manera que, visto a la sombra de estas ramas, no es para espantarse que en Colombia la Ley de Justicia y Paz que salió de aquellos acuerdos de Ralito, como tantas, se haya caracterizado por un alto grado de irrealidad traducida en impunidad, arro- jando que de los 35.353 paramilitares que se han desmovilizado, solamente 698 han sido procesados por los delitos cometidos. Abelardo me recuerda que en su Utopía, publicada en 1516 en Lovaina, Tomás Moro escribía que “no es por la controversia trabada con las armas en la mano, sino por la suavidad y por la razón que la verdad se libera por sí misma, luminosa y triunfante, de las tinieblas del error”. Y que dos siglos después escribió Voltaire en su Tratado sobre la tolerancia: “Tolerancia es la consecuencia necesaria de constatar nuestra

282 falibilidad humana: errar es humano, y algo que hacemos a cada paso. Perdonémonos, pues, nuestras mutuas insensateces”. Éste es el primer principio del derecho natural, repite con Voltaire el abogado, y con esto me ratifica su creencia en lo válido de aquel proceso que apoyó en sus primeros tiempos de Ralito. Luego, ampliando la explicación del por qué participó en aquello, trae a colación el discurso del ex guerrillero Tupamaro José Mujica, cuando asumió la presidencia de Uruguay, donde Mujica observa que el diagnóstico de concertación y convergencia es más correcto que el de conflicto, y que sólo con el diagnóstico correcto se puede encontrar el tratamiento correcto, y luego dice que las batallas por el todo o nada son el mejor camino para que nada cambie y para que todo se estanque, y pide ser “más sinceros en nuestro discurso político, llevando lo que decimos un poco más cerca de lo que de verdad pensamos, y un poco menos atado a los que nos conviene. Y ser más valientes para explicarle, cada uno a su propia gente, los límites de nuestras respectivas utopías”. Luego de un silencio prolongado en que nos quedamos, digiriendo lo conversado, me surge preguntarle: —¿En qué circunstancia, en tu lectura, existe un crimen de lesa humanidad? —Un crimen de lesa humanidad se configura cuando se vulneran los principios y postulados contemplados por el Estatuto de Roma y la Corte Penal Internacional, eso es absolutamente claro. Y qué bueno que pones el tema, porque recientemente a la Fiscalía General le ha dado por el embeleco de decretar ciertos crímenes como de lesa humanidad, colocándonos frente a un exabrupto jurídico que tiene más un interés mediático y político que cualquier otra cosa, y que se hace con el fin de dejar contentos a ciertos sectores de la sociedad y de los medios. Es ab- surdo, por ejemplo, pretender que el crimen de Luis Carlos Galán, el de Bernardo Jaramillo, el asesinato de Carlos Pizarro, la voladura del avión de Avianca, o la toma del Palacio de Justicia a manos del M-19, puedan ser considerados delitos de lesa humanidad, por razones tan sencillas como ésta: primero, en ese momento Colombia no había suscrito su adhesión al Estatuto de Roma, por lo cual procesar a esas personas con base en una legislación no existente en el momento de los hechos materia de

283 investigación, implicaría vulnerar el principio constitucional y el derecho fundamental al debido proceso, en lo que se refiere a la irretroactividad de la ley desfavorable. Dos, los crímenes de lesa humanidad tienen unas pautas, entregadas por la misma ley internacional, que no se cumplen en esos crímenes que he señalado. “En síntesis, me parece que eso es un adefesio, que es violatorio de todos los principios constitucionales, del debido proceso, del juez natural, de la preexistencia de la ley para el juzgamiento, que es un principio universal del derecho penal, que hace parte de todas las legislaciones de- mocráticas del mundo. Y una interpretación tan aberrante de la ley sólo se da en los regímenes totalitarios. Tú ves que en el tema del derrame de petróleo, de la catástrofe ecológica provocada por la petrolera y la falta de control por parte del Gobierno de Estados Unidos, el enfoque del ejercicio que hacíamos podía ajustarse a la legislación existente, porque entre los once tipos de actos que pueden constituir crímenes de lesa humanidad el Estatuto de Roma incluye el exterminio, refiriéndose a la imposición intencional de condiciones de vida. Al escoger entre la responsabilidad o la rentabilidad por esta última, se está imponiendo intencionalmente algo que al ocurrir produce, o puede producir, la privación, inmediata o futura, del acceso a alimentos a un grupo humano, que es lo que hace un derrame de la envergadura de este al acabar con la vida en el mar, por ejemplo. “Y eso permite considerar que esas nuevas condiciones de vida impuestas por el derrame pueden causar la destrucción de parte de una población. Es decir, es algo encuadrado perfectamente en la legislación existente. En nuestro país padecemos una terrible inseguridad jurídica, por cuenta de estas descabelladas decisiones judiciales. Lo más absurdo de todo esto, es que la competencia para decretar un crimen como de lesa humanidad está en cabeza de los jueces y no de la Fiscalía. ¿Cómo se puede enseñar a un estudiante derecho cuando se presentan situaciones como estas, que contrarían por completo la lógica y el deber ser jurídico? —La justicia penal militar. ¿Estás de acuerdo que exista una justicia particular para los militares, propia de ellos, cuando sus acciones son sobre los civiles? —Es una situación complicada. Yo soy muy respetuoso de la ins- titucionalidad del ejército, admiro al Ejército Nacional, pero al mismo

284 tiempo soy consciente de que han incurrido en errores, que hay problemas. Creo que es una fuerza inmejorable, pero… considero al tiempo que no hay mucha objetividad ni imparcialidad cuando ellos son procesados por sus pares. Creo que no debe haber Justicia Penal Militar, los miembros de la fuerza pública deben ser procesados por la justicia ordinaria, pero no ante jueces penales especializados o jueces penales del circuito, sino ante tribunales superiores, o ante la Corte Suprema, por ejemplo. Lo que sí me parece es que deberían tener un fuero, que implique mayores garantías de imparcialidad. —¿Y aceptás como argumento válido la obediencia a la je- rarquía, esa “obediencia debida”, como la denominan? —Pero ¿frente a qué? ¿Cómo causal eximente de responsabilidad? —Sí. —No, de ninguna manera. Y de hecho la ley no lo contempla. Es absurdo que un teniente diga que mató a una persona desarmada porque se lo ordenó su capitán. Eso es inaceptable, y no se puede tener como una causal excluyente, o eximente de responsabilidad, bajo ninguna circunstancia. —En tu campo, lo penal, ¿cómo ves el tema de los falsos positivos? —Me parece abominable. Es de las cosas más terribles que han su- cedido en este país, y eso es mucho decir. Es incomprensible que a unos muchachos que estaban departiendo en una esquina, los hayan secuestrado, los asesinan, y luego los disfrazan de guerrilleros para presentarlos como subversivos dados de baja. Me parece que hay una responsabilidad política por parte de los mandos militares y del gobierno de turno, que debieron asumirla de inmediato. Si bien la responsabilidad penal es individual, es evidente que hay una responsabilidad política insoslayable. Pero no creo, sinceramente, que esas órdenes las hayan dado el ex presidente, o el ex ministro Santos, o el general Freddy Padilla, tal conclusión es absurda. Creo que ni los peores detractores de Uribe contemplan esa posibilidad. —Es decir, sentís que ahí hubo una iniciativa individual, di- gamos de “viveza criolla”, de aprovechar una presión por mostrar resultados en cadáveres de guerrilleros, lo que llaman “bajas”, para conseguir beneficios.

285 —Por supuesto, se trata de las actuaciones de unas manzanas podridas que contagiaron a otras manzanas y la epidemia se extendió. Lo cierto es que es lamentable lo que ocurrió, y hay una responsabilidad política en cabeza del gobierno, porque el comandante supremo es el Presidente de la República. Pero la responsabilidad penal es individual, y a las personas que cometieron esos crímenes tan deleznables les debe caer todo el peso de la ley. —Hagamos un ejercicio de laboratorio. Volvamos atrás, al horror visto desde cierto ámbito profesional, la defensa legal, eso. Tomemos un episodio extremo: cuando el sitio de Leningrado por los alemanes, hubo decenas de casos de antropofagia entre la población sitiada. Y había juicios sumarios al que agarraban en eso, pero como el hambre era brutal eso prosperó, y se generó un mercado negro de carne humana… Digamos que ahí estamos ante una circunstancia excepcional, un límite como el de los jugadores de rugby uruguayos, del avión que cayó en los Andes. Pero hay otros casos, como aquel famoso del antropófago de Rotterdam, y muchos otros, que topan con tabúes muy fuertes, límites de lo aceptable, donde el tema se vuelve siquiátrico y la defensa siempre va por el recurso de plantear la enfermedad mental del acusado… —En el primer caso se podría centrar la defensa en una extrema necesidad y hacer un paralelo doctrinal y jurisprudencial con el hurto famélico, se trata de justificar la conducta señalando que no había alter- nativa distinta para subsistir; en el segundo escenario, evidentemente, un comportamiento de ese tipo va de la mano de una patología siquiátrica, nadie que esté en sus cabales come carne humana. Debe haber una pato- logía siquiátrica, y eso eventualmente atenúa o exime la responsabilidad, dependiendo de las circunstancias particulares de cada hecho. —Entonces ahí, ¿ese tema de lo patológico, no puede ser convertido en un recurso jurídico en casos de esos en que al- guien corta a otro con una sierra eléctrica, lo despelleja, esas barbaridades…? —Bueno, hay que revisar caso por caso, y entender la realidad y el contexto del proceso, y si encuentras que en la historia del cliente hay unos antecedentes clínicos que revelen esa patología, hay que utilizarlo para defenderlo. Cada proceso es un universo diferente.

286 —En el caso de los paramilitares, una vez sacados del contexto político, judicializados: las masacres horribles, los crímenes espan- tosos, ya puestos en un terreno no político sino penal, pregunto por sencilla curiosidad, ¿no podían haberse defendido con este argumento, lo patológico en el criminal extremo? —Yo creo que no. El fenómeno paramilitar fue una barbarie ejecu- tada a conciencia. Lo que sí te repito es que me parece que no se pueden judicializar los procesos de paz, porque la gente quiere conocer la verdad de la guerra, pero cuando la conoce se espanta. Por eso un proceso de paz debe ser por esencia y definición político, y no jurídico, situación que no implica necesariamente el desconocimiento de los hechos ocurridos y la respectiva indemnización a las víctimas. —Cuando conoce la verdad, la gente quiere castigo, ojo por ojo, diente por diente. En esto el tiempo, desde el Antiguo Tes- tamento a hoy, no ha transcurrido. —Sí, ese es el problema. El gran problema de la sociedad colombiana es que no tiene capacidad de perdón. Aquí hay un odio terrible en el co- razón de todo el mundo, en el ambiente, por eso siempre he sostenido que antes que desarmar a la guerrilla, a las autodefensas, hay que desarmar el corazón de la gente que se cree buena y se presenta como buena, pero que en realidad tienen un alma oscura y proterva. —Si tu momento como abogado hubiera sido el proceso del Caguán… —También habría participado… Creo que a un proceso, ya sea en calidad de defensor o negociador, no se le pueden introducir condiciona- mientos ideológicos, eso es claro para mí. Los procesos de paz no pueden sortearse desde un punto de vista ideológico, sino desde un punto de vista social, político y pragmático. De haber estado activo como abogado en los tiempos de aquella negociación con la guerrilla de las FARC pues muy seguramente habría ayudado también y hubiese asesorado el desarme, y si tenía que sentarme con Tirofijo a hablar por el bien del país, no hubiera dudado en hacerlo. De hecho, como ya te dije, con un grupo de amigos fuimos al Caguán en su momento, buscamos la posibilidad de participar activamente de ese proceso. En alguna oportunidad, durante el proceso de paz con las autodefensas promoví, en mi calidad de miembro de la

287 Comisión Civil Acompañante, una reunión entre el ex jefe del ELN Pacho Galán y el otrora jefe político de las autodefensas Ernesto Báez, nos reunimos en la Casa de Paz de Antioquia, fue una velada mágica, increíble, en donde nos sorprendió el amanecer hablando sobre la paz. 13 Un derrame del tamaño de Manhattan acechando al Caribe, y en el horizonte Japón

En un momento durante la última reunión, antes de tomar su vuelo a París, Vergès comentó: “Creo que la justicia nunca es justa, pero es necesaria, porque sin justicia no hay orden público, sería la anar- quía completa. La justicia es un instrumento formidable en la lucha para salvar al hombre de sus errores”. El Wall Street Journal informó en junio 2010 que BP utilizó en la plataforma accidentada el diseño más económico, conocido como “hilera larga”, el mismo que utiliza en la tercera parte de sus pozos en aguas profundas del Golfo de México. Un diseño de pozo que los investigadores del Congreso estadounidense consideraron “riesgoso”, luego de investigaciones que aclararon que el diseño más costoso cuenta con salvaguardas adicionales para contener fisuras. Al mismo tiempo Tyrone Benton, trabajador de la plataforma Deepwater Horizon, declaraba a la BBC que no se había reparado el dispositivo de prevención de explosiones dañado, porque esto “hubiera implicado la suspensión temporaria de las perforaciones durante el tiempo que llevara el arreglo, ocasionando pérdidas que los responsables de la plataforma consideraban inaceptables para los intereses de la empresa”. También se sabía ahora que el organismo federal estadouni- dense encargado de regular las perforaciones en alta mar, esto es el Servicio de Administración de Minerales, omitió repetidas veces implementar las recomendaciones de sus propios expertos para minimizar el riesgo de fallas en la protección de la última

289 zanja del pozo, denominada técnicamente ariete de corte ciego. Si el ariete hubiera sido adecuado, podría haber cortado la tubería para sellar el pozo luego de la explosión. Es decir, comenzaba a protagonizar la información necesaria para determinar las res- ponsabilidades en el grave daño que se había ocasionado. Macondo es el nombre con que bautizaron a este pozo, quizás porque el director ejecutivo de BP en Houston, a cargo de la operación, antes lo fue de la filial colombiana de la petrolera. Si no hubiera ocurrido el “accidente” sería un pozo más en medio del Golfo de México, uno entre 56.000 pozos que hay, lo que significa que “para los estándar de la industria, presentaba, en porcen- taje, un 0,0017% de posibilidades de que algo saliera mal”, me había argumentado un asesor de petroleras en un debate de televisión sobre el caso al que fui invitado. De manera que, en el pensa- miento de la industria, dado un porcentaje de riesgo tan escaso, era lógico no haber incurrido en los enormes gastos necesarios para preparar cuidadosamente todas las respuestas imaginables en dirección a evitar la posibilidad de que se produjera lo que se produjo. La lógica inversionista es tan clara como lo es el escenario en que se inserta lo ocurrido. Ante el crecimiento internacional de la demanda y el declive de las reservas tradicionales de crudos dulces, con poco azufre, cercanos a la superficie, las nuevas prospecciones se hacen en las aguas más profundas de los océanos, alejadas de la Costa, en siete zonas: el Golfo de México, el de Guinea, el mar del Norte, el de China, Brasil, el Mediterráneo y Australia. Y hay mucho dinero invertido en esas perforaciones, cuyo costo es sig- nificativamente más alto que en tierra. Es decir, se involucran allí capitales calientes que presionan por resultados y con su presión incrementan los riesgos de seguridad. En ese escenario ocurrió el gran desastre. ¿Cambiará algo después de esto? La revista Science (20-8-2010) informa sobre el primer es- tudio independiente en profundidad sobre el derrame, elaborado por un grupo de científicos de la Institución Oceanográfica Woods Hole de Massachusetts. Tras tomar 57.000 muestras de

290 agua a lo largo de diez días a bordo de un barco, y hacer múltiples análisis y proyecciones, los científicos concluyen que los 4,9 mi- llones de barriles de petróleo que se vertieron al océano después del accidente en la plataforma Deepwater Horizon crearon una columna de crudo del mismo tamaño que la isla de Manhattan. Una isla viscosa que, presionada por las corrientes cálidas de superficie, se sostiene hundida a un kilómetro de profundidad. Una isla de 35 kilómetros de largo y 1,5 de ancho, concluye el informe contradiciendo las declaraciones de la BP y la Casa Blanca, que remontando el malestar de la opinión pública el 4 de agosto de 2010 anunció que ya había desaparecido un 74% del crudo que emanó de la fisura, en parte evaporado, en parte quemado o recogido, y en parte disuelto y degradado en el agua. Los científicos citados por Science también explican que no se detectan manchas a simple vista en la superficie porque el pe- tróleo emanado del pozo es del tipo ligero, y que los disolventes químicos utilizados por BP probablemente han hecho que el crudo se divida en pequeñas gotas que tienden a sumergirse. Pero que esté diluido no significa que haya desaparecido, advierten, concluyendo que ahí sigue, a merced de las corrientes del Golfo. —Pienso que en algún momento próximo habrá jaleo en los juzgados de medio mundo alrededor de este escenario de críme- nes contra el planeta, y, por consiguiente, contra los humanos. Es decir, que este ejercicio especulativo que hicimos sobre el caso de la British y su derrame, es muy probable que se convierta en un principio de entrenamiento para tus próximos grandes casos. —No lo dudo, el derecho es una disciplina de alta vitalidad, y el mundo es una dinámica de cambios, y esta, como van las cosas, muy pronto será una especialidad de trabajo, ya verás. En abril de 2011, un par de semanas antes de celebrarse el aniversario del derrame en el Golfo de México, la Tokyo Electric Power (Tepco), propietaria, entre otras, de una central nuclear en Fukushima, en la Costa nororiental de Japón, comenzó a verter en el océano Pacífico miles de toneladas de agua radiactiva, al tiempo que el gobierno anunciaba que estaba reforzando los

291 controles sanitarios para las algas, pescados y mariscos, impres- cindibles en la dieta japonesa, luego de haber establecido cuáles eran los límites “aceptables” en las dosis de radiactividad presentes en esos alimentos. Esto, según la agencia de noticias Kyodo, tras haber detectado 4.090 becquerelios por kilo en anguilas de arena pescadas al norte de Tokio. El becquerelio, unidad derivada del Sistema Internacional de Unidades para medir la actividad radiactiva, equivale a una desintegración nuclear por segundo, y el límite establecido por el Gobierno japonés es 500 becquerelios por kilo para el cesio, y 2.000 becquerelios/kilo para el yodo radiactivo. Según anunció Tepco, el nivel de yodo radiactivo analizado en aguas marinas próximas a Fukushima, era ya 5 millones de veces superior al límite “aceptable”, en tanto la presencia de cesio-137, que demora más de 30 años en semidesintegrarse, era 1,1 millones de veces superior a ese límite. El agua radiactiva vertida al océano procedía de una grieta en el segundo reactor nuclear de Fukushima, en el que los in- tentos de sellarla, primero con hormigón, luego con polímeros absorbentes, como en el caso del derrame en el Golfo de Méxi- co habían fallado por semanas. También, como en el Golfo, la compañía que provee de energía eléctrica a Tokio fue inventando posibles soluciones sobre la marcha, regando con agua de mar desde helicópteros los reactores recalentados, probando luego inyectar silicato de sodio en la grava por debajo del fondo del reactor, para endurecerla, en la creencia de que era por allí que se filtraba la radiación, etcétera. En las zonas directamente afectadas, dentro del radio de exclusión de circulación humana, 20 kilómetros alrededor de la central nuclear, vivían unas cien mil personas, que tuvieron que abandonar sus hogares. Por otra parte, como consecuencia del impacto del terremoto, el Tsunami y la radiación, se paralizaron allí la agricultura, la pesca y otras actividades en las que traba- jaban más de 800.000 personas, ahora desempleadas. Y eso era solamente el comienzo, reconoció el presidente de la Comisión

292 de Energía Atómica japonesa, Shunsuke Kondo, profesor emérito de la Universidad de Tokio, que tras declarar públicamente que la crisis contradecía el argumento de que la energía nuclear es segura, decidió suspender el trabajo de la Comisión hasta que la investigación sobre el accidente “obtuviera respuestas confiables”. ¿Se pueden obtener esas respuestas?, es la pregunta que queda en el aire. “En el mundo hay cerca de 450 reactores atómicos, de los que más de cien están en Estados Unidos, y cuatro en la Costa de California, un estado atravesado por una falla… ¿Te imaginas un 9 grados Richter en California, el colapso de la provisión de alimentos en Central Valley, las evacuaciones forzosas de San Diego y Los Ángeles?”, aterriza Abelardo el potencial de significado de lo que está ocurriendo. La “sociedad del riesgo controlado”, esa que ha demostrado suce- sivamente sus falencias, traducidas en crisis financiera, agujero de ozono, cambio climático, derrames de petróleo y químicos en ríos y mares, con la radiación en el aire y en el océano estaba dando un nuevo paso hacia el abismo, que para muchos se presenta cada día más claramente como el próximo escenario. El 7 de abril los técnicos advertían sobre un nuevo foco de riesgo: alta acumulación de hidrógeno en los reactores accidentados, que, en contacto con grandes cantidades de oxígeno, podría provocar nuevas explosiones, similares a las tres que ocurrieron en el complejo tras el terremoto y el Tsunami que el 11 de marzo de 2010 destruyeron los sistemas de refrigeración de los reactores, generando un proceso que liberó grandes cantidades de radiactividad a la atmósfera. Ante este nuevo efecto colateral no contemplado, felizmente a los técnicos se les ocurrió inyectar un gas inerte, nitrógeno, para desplazar al oxígeno, lo que funcionó. Ganada esa batalla, y en tanto continuaba escapándose radiación a la atmósfera y la empresa Tepco no lograba enfriar los reactores y estabilizarlos, tras un mes de una crisis sin visos de solución inmediata, Yokio Edano, portavoz del gobierno, explicaba a los periodistas que, como gran medida, este había encargado a un grupo de expertos estudiar qué hacer para contrarrestar una exposición prolongada de la población a la radiación; es decir, no había respuestas planeadas.

293 Como resultado de la crisis, los analistas económicos comen- zaron a pronosticar que Japón entraría en recesión; las empresas líderes, Toyota, Nissan, al igual que muchas otras, anunciaron que demorarían meses en recuperar su nivel de producción; en Wall Street las firmas calificadoras de riesgo manifestaron que, inevi- tablemente, la deuda de Japón, que en enero 2011 Standard & Poor´s había rebajado de AA a AA-, sería castigada, encareciendo la financiación para reconstruir el desastre. Pero si todo eso es grave en lo local, lo peor va más allá, porque las consecuencias de Fukushima no están delimitadas territorial, temporal ni social- mente, como analiza Ulrich Beck, que observa que este tipo de riesgos es difícil de imputar conforme a las actuales normas de causalidad, culpa y responsabilidad, así como no es compensable ni asegurable, porque, como en el caso de la ingeniería genética, el peligro siempre traspasa la frontera de lo calculable. Escribe el profesor emérito de la Universidad de Múnich y de la London School of Economics: “Desde el siglo XVIII, lo que se había logrado era alcanzar un consenso sobre los riesgos tempranos de la era industrial en la medida en que tales riesgos se basaban en un sistema de compensación anticipada de sus consecuencias: cuerpos de bom- beros, compañías de seguros, atención psicológica y sanitaria, etcétera. La conmoción que embarga a la humanidad, vistas las imágenes del horror que nos llegan de Japón, se debe a otra idea que se va abriendo paso: no hay institución alguna, ni real ni concebible, que esté preparada para la catástrofe nuclear máxima y que sea capaz de garantizar el orden social, cultural y político en ese momento decisivo. (…) Los dramáticos acon- tecimientos de Fukushima echan por tierra ese mito de la seguridad de la racionalidad técnica. Lo que también nos lleva a plantear la pregunta por el valor de un sistema jurídico que regula hasta el ínfimo detalle de los pequeños riesgos técnicamente manejables, pero que, en virtud de su autoridad, legaliza, y nos hace asumir a todos, en tanto que “riesgos residuales” aceptables, los grandes peligros que amenazan la vida de todos, en la medida en que no sean susceptibles de una minimización técnica”. (Ulrich Beck, La industria nuclear contra sí misma, 5-4-2011). Mientras en Tokio se detectaba contaminación en el agua y en diversos alimentos, investigadores del Instituto Central de

294 Meteorología y Geodinámica de Viena, utilizando una red de medidores de radiación de alcance mundial, diseñada para detectar pruebas clandestinas de armamento nuclear, detectaban que las emisiones diarias de la planta nuclear japonesa dañada eran más graves que las provocadas por el desastre de Chernobyl, en 1986. Y lo mismo los riesgos a futuro, principalmente relacionados con un dato: mientras el reactor de Ucrania tenía almacenadas sólo 180 toneladas de combustible nuclear nuevo o usado, los de Fukushima almacenan 1.760 toneladas, y que en caso de arder, el calor producido elevaría la radiación a altas capas de la atmósfera, esparciéndola a todo el planeta y generando un aumento drástico en el riesgo de contraer cáncer de tiroides, leucemia infantil y otros procesos mortales en la población, obviamente sin límite alguno de fronteras. Pero, además, uno de los reactores de Fukushima utilizaba MOX, combustible procesado a partir de materiales radiactivos de viejas bombas nucleares, que tiene un riesgo extra, ya que introduce plutonio a la cadena de combustión, un detalle cuya importancia reside en que, en caso de accidente, se arrojará a la atmósfera la sustancia de mayor poder letal conocido, plutonio. Aspirar una mínima partícula puede derivar en un cáncer de pulmón mortal inmediato. Lo que se ha estudiado en sobrevivientes de Hiroshima y Nagasaki, es que la persona que, como algunos trabajadores de Fukushima, recibe una dosis de radiación superior a lo asimilable, esto es a 100 o 200 milisieverts (msv), comienza a ser afectada de inmediato en su ADN. Se pueden detectar en su sangre estas modificaciones muy por encima de lo normal en el organismo humano, que oscila entre una y dos alteraciones cada dos mil células. Con la radiación superior a ese nivel de miliseverts, se liberan niveles de energía en el interior del cuerpo que multipli- can aquellas alteraciones por cinco y hasta diez, con lo que esas células tienden a cometer errores, por ejemplo introduciendo en la reproducción del código genético desajustes que pueden propiciar procesos cancerígenos en los próximos meses o años.

295 Aquí comenta Abelardo: “Yo me pregunto, si hay decenas de estudios, de las más diversas fuentes, indicando que el camino más apto y seguro para resolver el tema energético es la energía solar, la eólica, la térmica oceánica, ¿por qué el lobby nuclear, de esta industria de capital altamente concentrado, sigue machacando argumentos maquillados, para sostener su negocio pese a Chernobyl y Fukushima? ¿Qué les pasa, no son acaso ellos también seres humanos? ¡Es increíble al grado de estu- pidez que puede producir la obsesión con el lucro!”. ¿Qué otra cosa esperar?, le respondo, luego de repasar las actitudes de los inver- sores, como la que al día siguiente del Tsunami, obligó al Banco Central japonés a inyectarle al sistema 15 billones de yenes, algo así como 185.000 millones de dólares, para darle liquidez porque operadores financieros, trabajando como aves carroñeras, en las horas que siguieron al drama comenzaron a desplegar ataques especulativos varios, buscaban sembrar ese pánico que se traduce en retiro masivo de depósitos, al tiempo que en pérdida general de confianza. Un detalle a observar en el caso Fukushima es, como en el del derrame de la plataforma BP, el de las responsabilidades. Las previas, tanto como las posteriores, esas actitudes que se desplie- gan frente a lo irremediable. En este caso, mientras la embajada francesa en Tokio recomendaba a sus ciudadanos residentes en la ciudad no salir al exterior “porque el viento que sopla hacia la capital puede arrastrar partículas radiactivas”, y los locutores de la televisión y la radio advertían a la población en general que lo mejor era cerrar ventanas, y no utilizar sistemas de ventilación, el primer ministro Naoto Kan en cada intervención pública se concentraba en tratar de reducir la percepción de la gravedad de los hechos. En tanto todos los analistas del mundo veían un accidente de gravedad 6 (“accidente importante” según la Escala Internacional de Sucesos Nucleares), e incluso de gravedad 7 (“accidente grave”, como Chernobyl, un grado que al fondo de los días el gobierno debió aceptar para el caso Fukushima), el primer ministro insistía en que era de gravedad 4. Y así, un cuarto de siglo después, re- plicaba la actuación del gobierno comunista de Moscú cuando,

296 en 1986, guardó silencio total sobre la tragedia en Chernobyl durante días, y la gente, que estaba siendo impactada por la ra- diación, como mucho sospechaba que estaba ocurriendo algo anormal cuando se ordenó enviar a los niños a campamentos de vacaciones, y al pueblo comunista de la zona beber vodka, “porque era buena contra las enfermedades”. En cuanto a las responsabilidades previas, según uno de los ca- bles del Departamento de Estado revelados por el sitio Wikileaks, Japón únicamente revisó la seguridad de las medidas antisísmicas de sus centrales nucleares tres veces en 35 años. Menos de una revisión por década, aunque sus centrales estuvieran ubicadas en sitios con actividad sísmica constante. La última advertencia, según estos cables, la hizo el Organismo Internacional de la Energía Atómica al Gobierno japonés en diciembre de 2008, indicándole que tenía un “serio problema” en sus centrales nucleares, y que, en referencia al terremoto de magnitud 6,8 que el 16 de julio de 2007 dañó la mayor central nuclear del mundo, Kashiwazaki-Ka- riwa, también propiedad de Tepco, “recientes seísmos han sobrepasado en algunos casos el diseño con que fueron construidas algunas plantas, y esto es un serio problema hacia el que ha de dirigirse ahora el trabajo sobre seguridad”. Y sin embargo, concretamente, no se hizo nada. Tokyo Electric Power (Tepco), la compañía eléctrica más grande de Japón, tiene un largo historial de escándalos. En 2002 su presidente y cuatro altos dirigentes más, fueron obligados a renunciar tras revelarse la falsificación de documentos sobre se- guridad nuclear en que había incurrido la empresa. Cuatro años después estalló un nuevo escándalo, esta vez al descubrirse otra falsificación de documentos, esta vez relativos a las temperaturas del agua de enfriamiento en su central Fukushima-Daiichi en 1985 y en 1988. “Una perfecta trayectoria de irresponsabilidad constante, y es claro que ahí hay elementos para un caso”, concluye Abelardo. Observamos todo esto desde Colombia, un país con una enor- me tradición de desastres, particularmente cuando llegan las lluvias de cada año. El año 2010 las trajo torrenciales, desbordaron los ríos y una vez más se volvió evidente la falta de acción de quienes son

297 responsables de tomar medidas para que eso no sea una constante. Rompiendo con la tradición de aceptar los hechos, quejarse y no hacer nada, Abelardo denunció penalmente a los directores de las Corporaciones Autónomas Regionales (CAR) del país, por la omisión y negligencia que presentaron sus despachos para prevenir y atender las emergencias ocurridas a causa del invierno. La denuncia fue instaurada ante la Fiscalía General de la Nación, alegando que, como explicó el abogado al ser entrevistado por un medio radial, “los servidores públicos están en la obligación de responder no sólo por sus acciones, sino por sus omisiones. La tragedia invernal en el país es terrible y necesariamente tiene que investigarse penalmente a los directores de las CAR, especialmente los de la Costa Atlántica, como son los departamentos del Magdalena, Sucre, Bolívar y Atlántico, por la desidia y la omisión con que vienen actuando”. —Al revés de lo que habíamos hablado con Vergès sobre el caso del Golfo de México, aquí actuaste en tu solo nombre, sin representar a nadie, pese a que hay millones de damnificados que podrías estar representando. —Sí, esa denuncia la instauré como ciudadano colombiano que tiene la obligación legal y moral de defender del oprobio a los más débiles. Lo hice a nombre de aquellos ciudadanos que no tienen voz y que han perdido todo por la falta de diligencia y cuidado de los funcionarios que tenían a su cargo la prevención de este tipo de desastres, y la asistencia cuando ocurren. La catástrofe que ha vivido Colombia durante 2010 y 2011 bajo las aguas del cielo y los ríos desbordados refleja, más allá de lo inmediato, una falta de visión de quienes han administrado el país, y una desidia profunda en las autoridades específicamente a cargo de estos temas, que se suma a una corrupción administrativa de alto vuelo. El resultado es la carencia de políticas ambienta- les, que ha hecho posible la deforestación de las cordilleras, ese desmonte que ha anulado la capacidad de retención de agua de lluvia que la misma naturaleza ha tramado, permitiendo que la tierra, al no existir árboles que la retengan, se deslice hacia abajo como baba. Y es la falta de planificación en la infraestructura,

298 que deriva en vías estrechas, sin drenajes, repitiendo antiguos trazados que respondían a otras realidades. Y son los predecibles derrumbes, las montañas sepultando viviendas, y las urbaniza- ciones que acabaron los humedales que regulaban los flujos de aguas de lluvias, ahora inundadas en la Sabana bogotana. Y en la depresión momposina, donde los ganaderos secaron ciénagas, desplazando al sistema natural que regulaba las aguas del Mag- dalena, lo mismo, y el ganado ahogado. Es decir, estamos ante una larga secuencia de irresponsabilidades, de esas que cada año tienen como consecuencia predecibles un amplio espectro de desgracias en el corto plazo, y en el largo costos monumenta- les: sólo en lo referente a vías, los alegres funcionarios hablan a mano alzada que la reconstrucción implica más de 100 billones de pesos. Reconstrucción que, siguiendo las desgracias, sin duda estará llena de oportunidades para nuevas corrupciones varias, costosas investigaciones, escasas conclusiones, etcétera. —¿Cuál es el curso de esta denuncia que hiciste a los direc- tores de las CAR? —En derecho penal existe una figura que se conoce como “laP osición de Garante”, que es aquella que adquiere un funcionario público cuando tiene la obligación legal por el rol que desempeña, de responder por la integridad física y la vida de un determinado grupo de personas, siempre y cuando tal situación dependan de decisiones que él pueda tomar. Por ejemplo, en este caso, los directores de las CAR omitieron el deber de cuidado en lo que se refiere a los trabajos que debían hacerse, frente a las campañas de prevención, frente a los mecanismos de contención de la tragedia invernal que vivió Colombia el año 2010 y que sigue haciendo estragos todavía. Esos funcionarios, de las CAR, se han dedicado a la manzanilla, a la política, a la burocracia, a nombrar a los amigos, a sa- quear esas entidades a través de oscuros contratos, y olvidaron, que debían proteger a la ciudadanía. No hay expertos en las CAR, no hay técnicos que conozcan de medio ambiente, lo que hay son cuotas burocráticas. “En el mundo el tema del medio ambiente tiene un papel impor- tantísimo hoy día, en tanto en este país se le ha dado un tratamiento de cuarta, pues los directores de las entidades encargadas de la guarda del

299 ecosistema, no son técnicos especializados, sino politiqueros de poca monta. El resultado es que ellos omitieron su deber, desconocieron groseramente su posición de garantes. Toda esta tragedia invernal ocasionó muertes y lesiones en la población afectada, y frente a esos hechos los directores de las CAR tienen una responsabilidad de orden penal, y eso fue exacta- mente lo que denuncié, para que se les investigue por lesiones personales culposas, y homicidio culposo, debido a que ellos pudieron haber evitado el fatal resultado que hoy el país conoce. “La denuncia está en trámite en la Fiscalía, la Policía Judicial ha hecho unas visitas, y ha ejecutado varios allanamientos, la cosa está caminando. No me cabe duda de que ese proceso terminará con cárcel para esa gente. Yo estoy haciendo el seguimiento porque soy el denunciante, estoy esperando que me llamen a ampliar la denuncia, y voy hasta el final con esto, porque además me duele, porque yo conozco los impactos devastadores ocasiona- dos por la omisión de estas entidades, tengo en la Mojana sucreña una finca que se inunda desde hace 30 años por la desidia delE stado, porque allá no hay Estado. Y la gente todos los años tiene que salir a la vera del camino en unos cambuches a dormir, a malcomer, a malvivir, porque cada año con las lluvias se repite la historia… Y eso es así porque no han hecho una represa en Antioquia, que desvíe el cauce del río Cauca, no la han construido porque hay intereses económicos de unos empresarios mineros que son los mismos que vierten al río los sedimientos que provocan las inundaciones, y hay además intereses políticos. Y los perjudicados siempre son los más pobres, la gente que vive alrededor de mi finca por ejemplo, gente que lleva treinta años durmiendo cada invierno sobre los techos de sus casas, desplazados por el agua hacia los caminos, y el Estado nunca aparece. De milagro en este país no hay más violencia. “Solamente cuando se inunda Cundinamarca, Mosquera, Chía, la Sabana de Bogotá, el gobierno se pellizca… Mientras que a la Costa se le aplica la doctrina del “Sálvese quien pueda”. Cuando el agua se llevó una cantidad de vacas y caballos en Mosquera, cuando se les metió el agua a las fincas y casas en Chía, la oligarquía bogotana se despertó, y se movieron. Pero durante treinta años nadie voltió a ver a las regiones, a ver que en muchos lugares de Colombia la gente sufre por el abandono del Estado y por la indolencia de una sociedad centralista y excluyente.

300 —Hay muchas cosas a las que no se presta atención aquí, y otras muchas que se hacen sin mucho debate, como estas con- cesiones mineras a cielo abierto, que impactan de una manera brutal regiones y ecosistemas, y nadie se entera hasta que llega una tragedia… —Sí, claro. Colombia es un país que está a medio hacer, un país que lleva sólo doscientos años de historia republicana, en tanto que los paises europeos tienen siglos y siglos encima… Nosotros somos un país en vía de evolución, un país en construcción, y en un país así todo está chueco. Tengo la certeza de que en cien o doscientos años más esto será otra cosa, una gran nación, pero hoy somos un remedo de país. Tal vez ni siquiera somos un país, sólo un lugar en el mundo, un sitio. Esto está patas arriba, pero es normal, hay que construirlo, y, por supuesto, reconocer los errores, que es parte de la solución. —Y encima de eso está la corrupción… —Los índices de corrupción son inigualables, en eso somos campeones. Yo he sostenido siempre, que lo peor que puede haber para un país, y sobre todo para uno pobre como el nuestro, es la corrupción. La corrupción es una peste, es el peor de todos los males porque engendra toda suerte de desastres y tragedias. Pero espero sinceramente que algún día esta sea una gran nación, aún a pesar de nosotros mismos. De su escritorio tomo una de las libretas con apuntes que guarda, y la abro en el lugar en que un recordatorio anotado al costado habla de una conferencia que dará a estudiantes de una facultad de derecho en la Florida. Abelardo apunta temas que quiere tocar en esa conferencia: “Sócrates decía que los jueces debían “escuchar cortésmente, respon- der sabiamente, ponderar prudentemente y decidir imparcialmente”. Los primeros tres postulados de su máxima son aplicables también al abogado litigante, que debe ser una persona ponderada, dueña de una sindéresis particular, consciente de la causa que defiende y de la responsabilidad que tiene con el cliente y la familia de éste”. “Las facultades de un abogado litigante le otorgan un poder tremendo que fácilmente puede volverse abusivo, si no se equilibra y se pondera a

301 través de un sentido de responsabilidad e integridad personal. Porque, como decía Shakespeare: excelente es tener la fuerza de un gigante, pero usar de ella como un gigante es propio de un enano”. “Todos tenemos la posibilidad de entablar litigios en contra de alguien, con el pretexto más pueril o trivial: para paralizar sus recursos, para cau- sarle ansiedad y gastos jurídicos, y, de manera general, hacerle miserable la vida. Yo quisiera decir que estos casos son extraños, pero desgraciada y desafortunadamente no es así: muchos de los que ostentan el título de abogado hacen precisamente eso, con el propósito de buscar unos cuantos pesos para lograr un acuerdo extrajudicial con alguien que no puede permitirse el tiempo ni la incomodidad de acudir ante la justicia. La conducta de este tipo de “profesional del derecho” explica con creces por qué el público en general mira al gremio de los abogados con suspicacia y poco afecto. Porque es cierto: existen los mercaderes del derecho. Que no son muchos, pero de que los hay, los hay”. Hablamos sobre estos apuntes que estoy leyendo, y amplía: “Lamentablemente, así como algunos abogados faltan a la ética para ganar o perder un litigio, algunos jueces y fiscales también lo hacen. Y muchas veces ni siquiera es por un interés económico, sino solamente por vanidad, por ego. He visto casos terribles, deplorables, en los que un fiscal o un juez cree que debe ir hasta las últimas consecuencias, hasta el peor de los extremos, para condenar a alguien a quien le ha seguido un proceso o un juicio, y no vacila en apelar a cualquier cosa, incluso a recurrir a un testimonio falso para lograrlo, para imponer su criterio y no admitir la derrota. Eso es lamentable, terrible, y abominable: no es posible pensar en un acto más vergonzoso que encarcelar a una persona con base en una evidencia fabricada, simplemente porque no se le reconoce el hecho de haber ganado, o porque el funcionario judicial detesta al procesado, o a su abogado. Ese tipo de cosas son más normales de lo que uno creería, y a ese despropósito es a lo que yo le llamo “aplicación del derecho penal del enemigo”, un concepto creado por los nazis, que a mi juicio se puede implementar también cuando se hace referencia a un proceso en el que se desconocen las garantías constitucionales y legales que tienen todas las personas en una democracia”. Se asemeja Abelardo a un personaje de novela negra, con su mezcla de pragmatismo y moral particular, así como por su

302 culto a la lealtad, la familia, la amistad. Solidario, servicial, pero a la vez cínico, absolutamente natural al comentar sobre un clien- te que acaba de sacar de la cárcel: “Se habrá cargado a otros, no lo dudo, pero a este por el que le acusan no”. Quizás por eso alguien que lo conoce de largo tiempo lo definió como una síntesis rara de moro sibarita, quijote barranquillero y padrino siciliano. Su vida y sus actuaciones están circunscritas a un código moral que nunca quebranta. Como en la mafia, los valores para él son fundamentales, y la familia es el cimiento en el que se sostienen los principios. Cualquiera que se atreva a romper con estas tácitas reglas se somete al más duro castigo de su parte, el desprecio. —La lealtad es esencial para mí, es fundamental, por eso ante la deslealtad yo cierro y cancelo. Se me sale esa persona y ya. Uno en eso tiene que ser fundamentalista, pero no soy rencoroso: he tratado de odiar a cierta gente y no he podido. ¿Qué es el mal?, le pregunto y en él, que siempre responde rápido, se produce aquí un silencio extenso, del que sale repitiendo la pregunta, ¿qué es el mal?, y luego de otro silencio responde: “No necesariamente es ir contra la ley, porque se puede actuar mal sin ir contra la ley… El mal es… la proyección del lado oscuro del alma humana, la materialización de lo peor que tiene el ser humano. Yo creo que nadie está a salvo, que tenemos esa maldad implícita en nuestra condición. Es parte de la vida, cualquier ser humano puede ser el más malvado en el momento menos esperado. Es importante señalar que así como el concepto de lo justo cambia todo el tiempo, lo que se considera malo puede también dejar de serlo en un momento determinado”. —Está el mal, y habría una variante que es “lo malo”, ¿no? El mal como raíz, como profundidad, y lo malo que es manifesta- ción, lo que entra o no en la ley. ¿Tomás en consideración estas categorías cuando estructurás una defensa? —Es muy complejo, el abogado no puede hacer juicios de valor, juicios éticos o morales, porque entonces no podría defender a nadie. La situación del abogado es compleja, porque no puede condenar a su cliente sin que lo haya hecho su juez natural, es inapropiado ese tipo de juicios a priori, sin tener en cuenta las variables que rodean al proceso. Lo que le

303 corresponde a uno, sin duda, es defender al cliente y ser muy consecuente. Yo en eso he sido muy estricto, cuando advierto que hay responsabilidad, y que está probada, busco el mal menor, un preacuerdo, una sentencia anticipada, una rebaja de ley, una aceptación de cargos. Pero cuando me percato de que la causa se puede defender acudo hasta la Corte Celes- tial de ser necesario. Esa es mi obligación. Lo que no es aceptable para mí, desde el punto de vista ético, es hacerle creer al cliente que le puedo defender frente a un proceso que sé, por mi experiencia, y por el material probatorio que hay en el expediente, que es insalvable. Conozco muchos abogados que le dicen al cliente que pueden sacar avante un proceso, con el único propósito de quitarles plata, porque ellos saben bien que desde el punto de vista jurídico están frente a una causa que no tiene futuro. Yo no puedo con eso, hermano. —En general, ¿los clientes te hacen caso en todo? —Por lo general sí. Con algunas contadas excepciones, en que los clientes hacen lo que les da la gana, y entonces yo me hago a un costado y abandono la causa. Tuve un cliente al que la mujer lo denunció por tratar supuestamente de envenenarla, a ella y a sus hijos, porque estaban separándose y no sé qué. Este señor me busca para que lo defendiera, y el abogado de la señora era Jaime Lombana, quien interpuso la denuncia. Yo revisé el material probatorio, el tipo me explicó que el líquido que le suministró a su familia no era ningún veneno, que era agua bendita, y se las había dado para salvar su matrimonio, porque se había metido en un grupo de oración y le habían recomendado que hiciera aquello, una mariconada de esas que suele hacer la gente desesperada. Y, efectivamente, no era veneno, porque así lo certificó MedicinaL egal y más bien todo el problema era un cuento de la esposa para vengarse del tipo. Pero él con lo primero que me llega, cuando le tomo el poder, es con una carta de Lombana donde le dice mire, usted hizo esto y lo vamos a denunciar. Y el tipo me dice Jaime Lombana me está amenazando con esta carta y yo le respondí que no había tal amenaza, y que Lombana estaba haciendo su trabajo, le dije que estuviera tranquilo, que guardara esa carta o la botara, porque ahí no había nada que denunciar. Para resumirte el cuento, se logró probar que efectivamente mi cliente no había tratado de envenenar a su familia y ganamos el proceso.

304 “Pero entonces el cliente me pide que denuncie a su esposa por falsa denuncia, y le dije que me parecía completamente inadecuado hacerlo, pues se trataba de la madre de sus hijos. El cliente me reclamó, y argumentó que era mi obligación hacerlo en virtud del contrato que habíamos suscrito. Ya habíamos ganado el proceso, todo salió perfecto, pero él quería seguir y denunciar a su ex esposa. Un día, como al año de haberla denunciado, me dice mi dependiente judicial, doctor, imagínese que el cliente radicó un memorial diciendo que Jaime Lombana lo amenazó, con esa carta de hacía no sé cuánto tiempo ya. Cuando me enteré de eso pensé: “Este es un comemierda”, lo llamé y le dije mira, te quedaste sin abogado. ¿Pero por qué?, me dice él. Porque yo no te di autorización para que hicieras eso, además Jaime Lombana nunca te amenazó, así que no quiero saber más nada de ti. Un abogado decente no puede permitir que hagan eso con un colega. —¿Pasa mucho en tu campo que la gente piensa con el deseo? —Todo el tiempo. La gente piensa con el deseo y no con la realidad fáctica y jurídica. Mira, hace años fui abogado de varios de los propietarios de algunos de los más emblemáticos predios de las islas del Rosario. Me buscaron, fui a Cartagena, hablé con ellos, les expliqué que en Colombia nadie podía ser dueño de una isla porque la Constitución lo prohibía. Entonces me argumentaban que tenían un derecho adquirido sobre esas propiedades, por cuenta y gracia de Fernando VII y Felipe IV, las cédu- las reales de Sevilla y no sé qué puñetas, porque los cartageneros tienen cierta veleidad con el cuento de las monarquías y se creen de sangre azul. “Yo les aclaré que tal cosa era un imposible jurídico y les aconsejé buscar un acuerdo con el Estado colombiano, a través del cual tuvieran la posibilidad de quedarse usufructuando las propiedades por medio de un contrato en el que se reconocía la titularidad de los bienes en cabeza del Estado, y de otra parte se le otorgaba a los particulares los derechos de ex- plotación y usufructo sobre los mismos. Ellos estaban buscando un abogado que les dijera mentiras, y al final terminaron zafándome, porque yo les dije la verdad. Contrataron a otro abogado, de Cartagena, que les dijo que se iba para Sevilla a buscar las cédulas reales. Y efectivamente se fue para Sevilla por cuenta de los clientes, un mes a comer buen jamón y deliciosas tapas, regresó y los siguió enrollando, hasta que tres años después terminó

305 sucediendo justamente lo que yo les había planteado al principio. Todos sin excepción firmaron a regañadientes los respectivos contratos con elE stado, pagando unos arriendos y reconociendo la titularidad de los bienes en ca- beza del Estado colombiano, eso sí, después de perder un cojonal de plata. —¿Qué tanto asumís como personal lo de tu cliente? —Con eso tengo un problema… En todos los casos termino invo- lucrándome en demasía con el proceso y afectándome, somatizando la tragedia del cliente. Pero dejo que sea así porque he comprendido que en esa medida puedo hallar más rápido la solución. Cuando siento que el problema es mío el horizonte se aclara. Esa es mi clave para encontrarle la salida a los problemas de mis clientes. Abelardo tiene una finca en Cundinamarca, y otras tres en Córdoba y Sucre. Una de estas es la familiar, la otra es sólo suya y de su padre. Fincas donde pastorea “ganado de leche, Gir, importado, y también ganado de carne, Cebú. A mí me gusta más el negocio de la carne, aunque el ganado de leche da platica para mantener la finca y no tienes que sacar de tu bolsillo, en tanto al ganado de carne permanentemente hay que invertirle más. Pero a mí me gusta este ganado porque el otro, el de leche, es flaco, escuálido, mientras el ganado Cebú de engorde es robusto, bonito… A mí, me embelesa la belleza, la estética, la hermosura de la naturaleza. Me encanta ir a mis fincas y tener contacto con la naturaleza, sentir el olor del campo y la pureza del ambiente. El hombre se pasa la vida buscando cosas innecesarias para ser feliz, y al final del día se da cuenta de que la felicidad está en las cosas más sencillas. Hay animales majestuosos, como el pavo real, que me parece una obra de arte viviente, el ganado rojo gordo y los toros de lidia. ¿Sabes que me encantan las corridas?, la fiesta brava representa la lucha del hombre contra la bestia, en esa guerra puede morir cualquiera. Los gallos también me llaman la atención, aunque no me fascinan. Como yo soy un hombre de pelea me gusta la confrontación”. El origen de las peleas de gallos se remonta a la más lejana cultu- ra árabe, aunque hay ciertos indicios de que en China se celebraban este tipo de combates 2.500 años antes de Cristo. Abelardo retoma aquí la tradición familiar, y me cuenta que una rama de su familia es de galleros, esa gente que le dedica tiempo y trabajo a la crianza

306 de los gallos para convertirlos en espíritus guerreros. Y de los toros me dice que para él son un lenguaje, y como todo lenguaje tiene una gramática donde cada gesto significa algo, y cada ausencia de gesto también te habla. Ahí está, para él, la magia, en ese fluir de ese lenguaje, en su flexibilidad, en el juego. Una tarde en Cartagena de Indias, entre sorbo y sorbo de ron y toreando con la palma de la mano, Alejandro Obregón me explicaba la mirada del Miura, cómo observa al hombre, el diseño del cuello largo para penetrar el aire volando en la embestida. Esto haciendo una pausa en la tarea de pintar de memoria un poderoso toro negro. Construyendo un rojo con la punta del pincel me escuchaba después hacer una observación sobre el sufrimiento, a propósito de ese borbotón de color que uno ve en el vómito del toro herido en su respiración, y levantando el pincel hacia la tela divagaba Obregón, como desde el corazón de las tinieblas de Conrad, sobre la necesidad de la sangre, ese vino, y el ritmo en el color cuando la vierten la femoral, la yugular. Me saca del recuerdo Abelardo que pregunta: “¿Tú sabes que fueron los jesuitas los que trajeron los toros bravos aquí, en el mil seiscientos y algo, para cuidar sus fincas?”. Es un tema complicado el de la llamada fiesta de toros. Pen- sando en ella pienso en Sartre, que en su Teoría de la Emoción observa a esta como una brusca caída de la conciencia en lo mágico, un modo de existir de la conciencia. Hay que tener una sensibilidad particular para dejarse resbalar hacia lo mágico ante un animal apuñaleado en un corral redondo. Ortodoxamente, si no se ha recibido influencia de ese lado de la llamada cultura ibérica, para uno el toro es un animal que te remite al buey Apis en Egipto, a la serenidad del toro alado asirio, a Pasífae enamorada del toro blanco y luego embarazada del minotauro, cabeza de toro y cuerpo de hombre, al que los cretenses sacrificaban siete jóvenes y siete doncellas cada tanto. Y si a uno le ha interesado sólo intelectualmente el tema, es más posible que ponga su atención en aquella prohibición de las corridas por el Papa San Pío V en 1567, bajo pena de excomunión, o en el toro del Guernica o el

307 conflicto de Catalunya con España, que acaba de derivar en la prohibición de la “fiesta brava” en aquella región. Pero si uno es sensible a la magia, hay algo que inevitablemen- te llama desde ese drama bajo el sol de la tarde, esa posibilidad de toreros naufragando en la arena bañados en sangre, Joselito en Talavera liquidado por un toro burriciego de nombre Bailaor, Ignacio Sánchez Mejías en Manzanares, Manolete en Linares… Y en esa búsqueda del conocimiento de la magia puede uno aproximarse al apreciar, aun cuando no se esté siempre de acuer- do. Porque es difícil ser indiferente a ese “sobre la arena pálida y amarga, / la vida es sombra, y el toreo, sueño”, que describe Gerardo Diego. O a esa “sonora soledad lejana, fuente sin fin de la que insomne mana la música callada del toreo”, de Rafael Alberti, que recoge José Bergamín para explicar que la música del toreo es para los ojos del alma y para el oído del corazón. —Hablando de gallos, o de toros, de ciertos desbalances que muchas veces se ven en esos enfrentamientos, que uno dice ahí hay tigre contra burro amarrado…, para vos, ¿es un hecho que hay justicia, o la justicia sólo es una fantasía para darle seguridad a la sociedad y permitirle la cohesión? —El valor más importante del derecho es la justicia. El derecho penal cumple una función fundamental, porque, como dice el profesor Jakobs, el derecho penal es la garantía de la estructura normativa de la sociedad y su función se refiere a la orientación de conductas.E l derecho desempeña una función social, que no es otra que determinar lo que se puede y lo que no se puede hacer. Ahora, la ley a veces es injusta, pero es la ley. Es lo primero que le enseñan a uno en la universidad. El derecho refleja la lucha constante del hombre, a través de los tiempos, por ordenar la vida en sociedad con miras a buscar el bien común. Lamentablemente la justicia nunca alcanza su perfección porque es ejercida y operada por humanos, pero aún así cumple una misión determinante para controlar y regular el comportamiento social. Sin justicia nuestro mundo sería aún más caótico de lo que lo conocemos. La justicia es fundamental para la existencia del Estado, si hablamos de un Estado moderno, un Estado social de derecho, no de un Estado absolutista, porque en ese tipo de países nada es justo.

308 —Ahora, tu función, por lo menos algunas veces, es defender a alguien que no ha respetado, de una forma u otra, las normas esas que establecen lo que no se puede. —En apariencia, la sociedad suele juzgar a priori, sin conocimiento de causa. Pero una cosa es lo que dicen los medios y lo que la gente cree, y otra muy distinta es la información que reposa en el expediente. Yo no me puedo guiar por nada distinto a lo que hay en el expediente. Si bien los abogados somos auxiliares de la justicia, la responsabilidad primera se debe tener con el cliente. Mi obligación es con el cliente. Puede ocurrir que la verdad real sea distinta a la verdad procesal, y que la verdad procesal te dé por cierta una cosa que en realidad no ocurrió. Es decir, la dinámica es supremamente compleja, y es por ello que el abogado debe ser muy cuida- doso y celoso con la información que el cliente aporta. En todo caso, como dice el maestro Vergès: “El abogado defiende al ser humano, no al delito”. —Entonces, hablando de las reglas sobre las que se mueve la sociedad, en un plano más amplio, ¿qué es la justicia? —Me gusta la definición de Ulpiano, muy práctica por lo demás: “Constante y perpetua voluntad de dar a cada uno lo que le corresponde”. —En la mayoría de los casos, ¿funciona el ideal de justicia? —Hmmmm…, es difícil. Por eso, prácticamente, es una químera la definición que te acabo de dar, porque hay miles de culpables en las calles, y miles de inocentes presos. En este oficio de la defensa se produce una gran paradoja, y es que a veces lo más complicado es defender a un inocente. Increíble, pero es cierto. —¿Por qué? —Siempre que hay un inocente de por medio el proceso se torna más enredado, más complejo. No sé, no sé por qué, pero es así, algo muy jodido y tal vez inexplicable, pero yo, en mi caso personal, por mi experiencia laboral, lo he podido comprobar. —En los casos de gente que come prisión y luego sale libre… ¿Cómo salen? —Muy mal. Luego del encierro las personas sufren una afectación física y psicológica inimaginable. Como ya lo he señalado, una es la persona que entra a la cárcel y otra muy distinta la que sale.

309 Uno de los casos más sonados en la Costa Caribe ha sido el que involucró a Alfonso Hilsaca por los presuntos delitos de concierto para delinquir agravado, nexos con grupos paramili- tares para financiar campañas políticas y el asesinato de cuatro trabajadoras sexuales junto a la Torre del Reloj, en Cartagena, de quienes se rumoreó que robaban con escopolamina a turistas que se hospedaban en un hotel propiedad de Hilsaca. —Este caso fue uno de los más calientes que has llevado, ¿no? —Sí, el de Alfonso Hilsaca fue uno de los procesos más complejos que he tenido a mi cargo, porque había mucha presión, muchos intereses de empresarios y políticos de Cartagena, e incluso de funcionarios de las altas esferas de la Fiscalía, para condenarlo a como diera lugar, mas allá incluso de la evidencia probatoria. En enero de 2009, un desmovilizado del Bloque Héroes de los Montes de María de las autodefensas, acusó a Hilsaca de haber ordenado el asesinato de las cuatro prostitutas. Alfonso Hilsaca Eljadue fue detenido el 15 de julio. ¿Quién era? Durante mucho tiempo fue empleado de Ecopetrol en diferentes municipios de Bolívar, luego se trasladó a Cartagena donde montó negocios, entre ellos una célebre discoteca, y comenzó a apoyar candidatos a la alcaldía del municipio y a otros cargos, ganándose en ese y otros caminos nutridas enemistades. —¿Cómo lo sacaste a Hilsaca? —Ese fue un trabajo probatorio inmejorable, gracias a mi equipo, un grupo de trabajo bárbaro, los mejores abogados, todos jóvenes, pupilos míos, para quienes he sido su tutor durante estos años en que han aprendido muy bien la lección, incluso superándola. Hicimos un trabajo probatorio excelente, de recaudo de información. Después yo mismo asistí a todas las diligencias, enfrenté a los testigos, y terminó triunfando la verdad procesal, que es lo que debe imperar en todos los procesos al final de cuentas.E se proceso tuvo muchas injerencias de todo tipo, y presiones también desde los medios de comunicación para hacer condenar a Hilsaca. Muchísima presión, y a mí me tocó afrontar el tema jurídico y el tema mediático, y batirme como un león en esos dos frentes.

310 —Cuando decís “batirme como un león”, ¿hasta qué punto? —Yo tengo un compromiso insoslayable con el ejercicio de mi profe- sión y con mis clientes y sus familias: si tengo que ir al infierno a hablar por un cliente, allí estaré. Voy donde sea que tenga que ir, sin importar los memoriales que tenga que presentar, ni las peleas que deba dar o las intervenciones mediáticas que deba encarar, y lo hago con gusto, con sen- tido de pertenencia y bajo el entendido de estar cumpliendo a cabalidad mi compromiso ético en la defensa de los intereses de mis clientes. Por la vehemencia de mi actuar profesional me he ganado un rosario intermi- nable de enemigos, a los que me he enfrentado públicamente sin titubear. —¿Los seguís más allá del caso? —A los enemigos hay que acabarlos por completo, no se les puede dar tregua. Yo soy el mejor amigo, el más leal, pero soy aún mejor enemigo. No tomo descanso cuando de perseguir a un enemigo se trata. En el caso Hilsaca, Abelardo logró demostrar ante los tribu- nales que era un montaje contra su cliente, porque ninguno de los que había declarado fue testigo directo del crimen, siendo todos testigos de oídas del mismo. Pero para lograr el resultado, debió apelar a su oficio de comunicador nato. —¿Cómo funciona en tu caso ese tema de “sensibilizar” a la prensa? —En estos tiempos de globalización, en donde el mensaje mediático tiene gran importancia y relevancia en el acontecer diario, el abogado litigante debe tener conciencia y claridad de que los procesos jurídicos se ganan en los tribunales, pero los medios de comunicación tienen una gran influencia en los funcionarios que toman las decisiones. Por eso se hace necesario socializar los procesos con la prensa. Si los periodistas no están bien informados no pueden opinar con objetividad, pero opinan en todo caso. Por lo general no investigan a profundidad y concienzudamente, y el abogado debe contribuir a resolver esa debilidad en la información. El abogado debe acercarse y responder al llamado de los medios. A esta altura, en la misma línea, nuestro amigo Jacques se ha zambullido en nuevas aguas turbulentas, ahora en Costa de Marfil, defendiendo al presidente que se aferra al poder, Laurent Gbagbo.

311 Mientras en Beirut la edición local de la revista TimeOut anuncia a “the notorious French lawyer Jacques Vergès” como una de las máxi- mas atracciones del Garden Show & Spring Festival 2011, Jacques se comunica con Abelardo y cuenta de sus nuevos casos en la cresta de las olas. En línea con sus defensas del fallecido Omar Bongo, Presidente de Gabón, los Presidentes de Mali, Moussa Traoré, el de Chad, Idriss Déby, así como la de un guardia suizo del Vatica- no acusado de haber dado muerte a su superior, ahora, en Côte d’Ivoire, se ocupa de defender a Gbagbo, proclamado presidente reelecto por el Constitutional Council del país en las elecciones de noviembre 2010, al tiempo que derrotado, según la comisión electoral marfileña y la ONU, por su rival Ouattara. Vergès lo representa, en equipo con otro octogenario, Roland Dumas, ex ministro de Asuntos Exteriores de François Mitterrand y ex pre- sidente del Tribunal Constitucional francés. Hijo de un policía, educado en un humilde hogar católico en la zona productora de cacao del oeste del país, Gbagbo destacó en la escuela por su pasión por los libros y el latín, que le valió el apodo Cicerón, nos cuenta Vergès. Doctorado en Historia, pasó años en la cárcel acusado por el primer presidente del país independiente, Houphoët-Boigny, de educar a sus alumnos en “la subversión”. Convencido de que su misión era guiar a Costa de Marfil hacia la modernidad, Gbagbo, que gobernó el país durante once años, se atrincheró en su palacio de Abidjan, mientras sus abogados reclamaban el recuento de votos bajo supervisión internacional, constituyéndose en los únicos diques contra la presión de Estados Unidos, la Comunidad Europea, las Naciones Unidas, la Unión Africana y, fundamentalmente, Francia. He aquí la clave, explica Vergès: “Los políticos y hombres de negocios de Francia están fuertemente ligados a sectores de la antigua metrópoli colonial en relaciones de esas que suelen denominarse “inconfesables”, alrededor del negocio del cacao. Más de medio millar de empresas francesas controlan la economía del país más importante de África Occidental, además del puerto de Abidjan, el agua, el petróleo. Es decir, estamos ante una red de intereses muy bien tramados. Total tiene el petróleo, Bolloré el puerto y Bouygues el agua”.

312 Vergès y Dumas aducen, al pedir el recuento de votos, que en la segunda vuelta de la elección presidencial, en un gran número de colegios electorales de las regiones controladas por Ouattara, el rival del presidente que defienden, hubo graves“ irregularidades”, fraudes, manipulaciones, incluidos colegios electorales donde aparecieron muchos más votos que personas inscritas. Y condenan “la injerencia” del Presidente francés, Nicolas Sarkozy, en las elecciones presiden- ciales marfileñas, declarando a la prensa europea Dumas: L“ o grave es que el Presidente francés se convierta en juez de las elecciones en Costa de Marfil.E l Presidente Gbagbo nos ha explicado que el mismo día de las elecciones, Sarkozy le telefoneó diciéndole “ya está. Ouattara ha ganado, debes irte”. Pienso que es una manera de actuar un poco arrogante para un jefe de Estado”. Vergès nos explica: “Gbagbo representa una nueva África, una África que no se inclina, una África de personas adultas, que es independiente… Gbagbo no se va a dejar gobernar desde el exterior”. El 11 de abril, tras miles de muertos y más de un millón y medio de desplazados, una ofensiva de artillería por parte de dos batallones de la ONU y ataques desde helicópteros del ejército francés sobre el palacio presidencial de Abidjan, dieron como resultado la captura de Gbagbo. Recluido en una habitación de hotel con su esposa, Simone, que aparece aterrada en fotografías difundidas en la prensa internacional, rodeada de soldados que la manosean mientras posan junto a su trofeo, Gbagbo se entrega a su suerte, mientras varios de los integrantes de su equipo de gobierno son golpeados con brutalidad en los alrededores de su reclusión. En medio de esta situación, mientras el secretario general de la ONU, Ban Ki Moon daba el apoyo al nuevo go- bierno, y la Secretaria de Estado Hillary Clinton declaraba que la detención de Gbagbo era un mensaje a “todos los dictadores” en el sentido de que “no pueden desoír la voz de su pueblo”, el 20 de abril Vergès anuncia a la radio Europe 1 que entablarían una denuncia contra Alassane Ouattara, el posesionado nuevo Pre- sidente de Costa de Marfil, y las fuerzas armadas francesas por crímenes contra la humanidad luego de las masacres cometidas durante la ofensiva para derrocar a Gbagbo.

313 Hablando de esta nueva intervención de nuestro amigo, y de los casos jurídicos en general, Abelardo los compara con su relación con los caballos: “Yo soy caballista, me encantan los caballos, llego a un lugar donde hay caballos y siempre pido el más brioso, el que haya tumbado a todo el mundo. Ese es el que me gusta, y si me tumba me gusta más, porque se convierte en un reto poder domarlo, como me ocurrió hace poco que me caí de un caballo, lo que me ocasionó un esguince de cuello, y con esguince y todo lo volví a montar y ahí me sostuve hasta que se quedó quieto. Me gustan los retos, tengo cierto apego por el peligro, y así le ocurre a Vergès con sus casos”. Recordando un puesto en el mercado barcelonés de La Bo- quería, que vende carne equina, se me ocurre preguntarle si la ha comido y me responde con un gesto de dolor: “No, jamás, jamás. Nunca comería carne de caballo, ni comeré en mi vida tortuga…”, y luego agrega, ablandando la reacción apasionada, “yo fui vegetariano, macrobiótico, diez años, hasta hace un par de años. No comer carne me ayudaba a que el temperamento se relajara un poco. Pero volví a comerla porque esta turca con la que me casé cocina espléndido, absolutamente todo. Pero carne de caballo jamás. Los caballos, para mí, no se comen. Sobre el lomo de esos nobles animales la humanidad libró sus grandes batallas”. Abelardo De La Espriella tiene muchos enemigos, que lo detestan tanto como podría decirse que él los detesta. A ninguno le teme, y les suele decir en la cara las cosas que piensa sobre ellos. “Mis enemigos me mantienen en pie de lucha, no sé qué sería de mi sin ellos”, piensa y lo expresa riendo. Hay dos hechos que marcaron fuertemente a Abelardo. Uno fue el intento de secuestro aquel del que pudo volarse arrojándose de un taxi. Otro fue el paquete bomba que le enviaron las FARC, y que los encargados de la seguridad de sus oficinas consiguieron desactivar. ¿Qué es la muerte para vos?, le pregunto recordando aquello, y me responde, después de un silencio extenso: “La muerte es la consecuencia inevitable de la vida”. Y por un momento se queda ensimismado. En una pantalla, en su despacho, rueda sin sonido la tercera parte de El Padrino. Las torres gemelas aún viven en Nueva York, y Michael Corleone, junto a la ventana desde la que se ve

314 el downtown de Manhattan, la zona financiera alrededor de Wall Street, el barrio chino y, cruzando la calle Canal, la Pequeña Italia, escribe: “La única riqueza de este mundo son los hijos, más que todo el dinero y el poder de la tierra”. —Ahora tienes a Lucía, tu hijita. ¿Qué se ha modificado en vos? —Es un universo completamente nuevo… Todos me habían dicho que así como la madre quiere a sus hijos desde el primer momento de la concepción, uno, como padre, empezaba a querer a los hijos cuando nacían. Pero a mí me pasó algo completamente diferente, y es que adoro a mi hija aun desde antes de haber nacido. Mi amor por ella es inconmensurable, hermano, y te puedo decir, con certeza, que Lucía es el verdadero amor de mi vida. Eso es lo que siento, porque todo el tiempo pienso en ella, desde el embarazo de Analu le empecé a comprar sus cuadros, a hacerle su colección de arte, he empezado a coger las cosas más suaves para de- dicarme a ella, cambiarle pañales, acompañarla en su crecimiento, estar con ella, llevarla al colegio… Creo que es muy probable que el mundo del derecho me puede perder, porque el oficio de papá me parece mucho más importante y gratificante. —Además de Lucía, ¿querés tener más hijos? —Claro, tres mujeres más. Ojalá todas sean mujeres, me encantan las mujeres, me parecen seres superiores, con unas ventajas enormes frente a nosotros los hombres, las mujeres pueden ver en uno lo que ni uno mismo puede ver… Y me encantaría llegar a mi casa y encontrarme con cinco mujeres, incluyendo a mi mujer. Sería fantástico. Además, con ellas puedes ser un poco más laxo, más cariñoso, con el hombre debes exigirle, ser más severo, y eso para mí es complicado, porque yo quiero ser un papá acolitador, no quiero ser un papá represivo. Si tengo hijos varones, los querré también con el alma, pero voy a tener que ser un padre más estricto, porque la crianza de un varón implica una formación completamente distinta a la de una mujer… Además, hay otra ventaja en que sean niñas, y es que no me van a pedir que juegue fútbol, porque detesto el fútbol. Las nenas de seguro me pedirán, que me deje pintar las uñas, hacerme el blower o maquillarme, y yo feliz, me dejaré hacer todas esas cosas. Después que nació Lucía, Abelardo escribió un artículo en El Heraldo, titulado “El amor más grande”, en donde resume con un

315 romanticismo profundo, como de otra época, los innumerables sentimientos que el nacimiento de su primogénita ocasionaron en él: “Sin conocerla empecé a adorarla, como si mi vida estuviese signada por su existencia, como si la historia de mis días hubiese sido escrita de su puño y letra. De la noche a la mañana, todo empezó a tener sentido, y lo que creía importante, era una ilusión, comparado con su brillo. “Cuando la sentí por vez primera, mi corazón se aceleró, el ritmo cardiaco se transformó en el recorrido fulgurante de una estrella fugaz. Anhelada y decisiva fue su llegada. Su alma se asentó en la mía, y yo, manso y convencido, me dejé poseer por la suya. Me entregué sin medidas y ataduras, sin prevención y lleno de alegría, perdí la razón, y el criterio del que me ufanaba se transmutó en un capullo de su risa. “Al tenerla entre mis brazos, abracé la eternidad; comprendí lo pequeños que somos y lo inmenso que es el amor; acepté con humildad que hay cosas inexplicables que se pueden entender con gran facilidad. La racionalidad que me caracterizaba alcanzó para un rato: al mirar sus ojos azulados, me adentré en un mundo mágico y surrealista del que no pienso salir en esta vida. “Es su amor el que me hace grande, el que me impulsa a luchar contra el mundo entero por defenderla, de ser necesario; el que me obliga a ser su héroe, el que me llena de responsabilidad y orgullo, el que me alimenta a diario, mientras la arrullo. Nunca se sabe cuánto nos aman nuestros padres, hasta que se tiene un hijo. “Hijo eres, padre serás” es la regla de la vida que no podemos olvidar. “Eres tú, Lucía, hija del amor, retoño de mi vida, el amor más puro y tierno, porque no hay amor más grande e incondicional que el que se profesa por los hijos que vienen a este mundo. Quiero vivir de tal manera, hija de mi alma, que, cuando pienses en integridad, cariño y justicia, te acuerdes de tu padre. El amor que me une a ti es más fuerte que la vida misma. Serás mi religión y mi refugio, y, donde quiera que tú estés, mi corazón estará al lado tuyo. “Yo sé que haberte procreado no me convierte en padre: ese lugar sabré ganármelo con el ejemplo de mis actos y el inmenso amor que tengo para darte. No te voy a sobreproteger: te enseñaré a vivir; no te evitaré las dificultades: te prepararé como una guerrera para enfrentar las adversidades.

316 “Gracias, Madre querida, por darme la vida cargada de afecto; gracias, esposa mía, por señalarme el rumbo con tu amor eterno y entregarme de tu vientre la mezcla perfecta de nuestras almas y cuerpos, que será para siempre el tesoro más grande que poseo. “El éxito, el reconocimiento y el dinero no significan nada, comparados con la dicha que has traído a mi vida, amor sincero. Ya no me interesa ser el mejor abogado del mundo: ahora solamente aspiro a ser un buen padre para ti, el faro que te guíe hacia tu destino, el motor que impulse tus deseos, el abrigo que calme tu frío, las alas de tus fantasías, el amigo en quien podrás confiar, el cómplice perfecto. Serás mi prioridad y mi aliciente para soportar estos tiempos delirantes y excluyentes. “Te daré todo mi amor, pero no mis pensamientos; custodiaré tu cuerpo, pero dejaré que tu alma sea libre como el viento; trataré de ser como tú y no buscaré que te parezcas a mí; no propenderé por lo que yo quiera, sino por aquello que sea conveniente para ti; no serás la proyección de mis anhelos, sino la protagonista de tus sueños”. El 6 de diciembre de 2011, unas semanas después de la publicación de esta nota, las agencias de noticias emitieron un cable desde Washington, informando que British Petroleum, BP, acusó a Halliburton Energy Services Inc., una de las contratistas en la operación de la plataforma Deepwater Horizon, de haber “destruido intencionadamente” pruebas sobre sus responsabilidades en el mayor vertido de petróleo de la historia en territorio de Estados Unidos. En el documento, presentado ante un tribunal federal en New Orleans, también acusa BP a Halliburton, el se- gundo proveedor de servicios petroleros más grande del mundo, de ocultar “evidencias” sobre la catástrofe para evitar que sean utilizadas en su contra en el juicio que comienza en febrero de 2012. Allí se juzgará la acusación a las empresas involucradas en la explotación petrolífera, de actuar de manera irresponsable con el propósito de ahorrar costes en la explotación. La investigación, abierta en su momento por el Gobierno Fe- deral, en su informe final, luego de apuntar la existencia de erro“ - res evitables” por parte de BP y “fallos sistémicos” de la industria petrolera, estableció que “muchas de las decisiones que tomaron las

317 empresas elevaron el riesgo de un estallido del pozo para ahorrar a esas compañías tiempo y dinero”. Y, como un pequeño triunfo romántico, Vergès comenta con Abelardo lo bien planteados que han estado los argumentos que habíamos desarrollado. Los hombres de leyes al estilo Atticus Finch, el personaje inter- pretado por Gregory Peck en Matar un Ruiseñor, no son frecuentes en nuestros días. Aquellos defensores comprometidos por las causas justas se cuentan con los dedos y una nueva generación de aboga- dos ambiciosos, al estilo del personaje que encarna Tom Cruise en La Firma (1993), han hecho carrera siguiendo los parámetros de Hollywood. Abelardo es una combinación de ambos, lo reconoce, y es un escándalo la profunda alegría que emite su madre cuando le observa, tranquilo, seguro, reconociendo aquello y desde allí dominando escenarios. Triunfando, como lo ven sus ojos. —La imagen, la percepción que la gente tiene sobre vos, independiente de los procesos que llevás, ¿qué tanto influye en tus honorarios? —Influye muchísimo, porque cuando uno tiene proyección como hombre público, ese reconocimiento, cuenta a la hora de facturar. A la gente le encanta tener como abogado a alguien que es exitoso, famoso, reconocido y apasionado por su trabajo, y que a su vez asesora a otra gente poderosa. Es un asunto aspiracional y en ese sentido la imagen es determinante. Todo lo anterior redunda en el monto de los honorarios. Una buena marca implica necesariamente un alto costo, y si además de forma hay contenido, puedes cobrar lo que quieras. A mí, contrario a lo que puedan pensar algunos, me mueve más la satisfacción y el recono- cimiento que me produce un oficio como el mío, que todo el dinero del mundo. Podía ejercer gratis el derecho. Juan Mari Arzak, el chef del pastel de krabarroka, el menhir de ostras y los helados de lentejas, tres estrellas Michelin sostenidas durante 21 años, ante la pregunta de un periodista: “¿Qué es un cocinero de alto standing?”, respondía que “con formación básica, for- mación especializada, trabajo, aprendizaje continuo, sacrificio y mucha humildad, llegas al notable, que no está mal. Pero para llegar a sobre- saliente necesitas todo lo anterior... y además haber nacido para esto”.

318 Después agregaba que lo fundamental para sentirte siempre bien en lo que estás haciendo, es la capacidad de asombro, el entusias- mo ante lo nuevo, y sentenciaba: “El día que pierda la capacidad de asombro me retiro. El día que deje de pensar como un niño lo dejo, porque si piensas como un niño, el mundo nunca se acaba”. Reconociendo a ese niño en la pasión con que se entrega a cada caso, le pregunto a Abelardo si está de acuerdo con lo que dice el cocinero vasco. Ríe alegre y me responde, “claro, siempre”. La pasión fue considerada durante mucho tiempo un defecto que algunos no dudaron en calificar como la enfermedad del alma por excelencia. Para los estoicos, Zenón de Elea, Séneca, Epicteto, sólo existía dicha en la impasibilidad, por lo que consideraban la pasión poco menos que el mal absoluto. Hacia 1649 Descartes escribió un Tratado de las pasiones, donde distingue seis: el amor, el odio, el deseo, la admiración, la alegría y la tristeza. Asocia el origen de la pasión al cuerpo y propone que la voluntad y la razón deben dirigir con profundo cuidado estas pasiones, y convenientemente reprimirlas. Pero luego abre una ventana: las pasiones son útiles en cuanto fortifican y hacen durar en el alma unos pensamientos que son en sí mismos útiles. Aunque si esos pensamientos se conservan más allá de lo necesario, las pasiones hacen daño. Vino luego la revolución romántica, que instaló la pasión en la acción, atribuyéndole la función de motor interior, hasta el punto de llegar a afirmar Hegel, el primero que intentó, con su dialéctica, dotar de una estructura inteligible a la historia, que nada grande puede hacerse sin pasión. Para Hegel, al igual que para su contemporáneo Beethoven, el hombre que actúa bajo el impulso de la pasión es atravesado por una fuerza histórica que le supera y le engrandece. Siguiendo a estos dos grandes alemanes, y después de haber compartido algunos días con Vergès y mu- chos más con Abelardo, puedo afirmar que detrás de cada buen abogado litigante se oculta siempre un romántico.

319