Homilías Sobre El Año Litúrgico
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HOMILÍAS SOBRE EL AÑO LITÚRGICO P. Steven Scherrer Año A (II) 2007-2008 PREPARÁNDONOS CON ALEGRE EXPECTATIVA PARA LA VENIDA DEL SEÑOR 1 domingo de Adviento Is 2, 1-5; Sal 121; Rom 13, 11-14; Mt 24, 37-44 Hoy empezamos el tiempo bien amado de Adviento. Durante este tiempo la Iglesia, en su liturgia, nos da para nuestra meditación una abundancia de bellas imágenes sobre la venida del Señor. En la primera parte del Adviento, las imágenes son sobre todo sobre la segunda y gloriosa venida del Señor en el último día, y nos enseñan la necesidad de prepararnos ahora para aquel gran día. En la última parte de Adviento, meditamos sobre la encarnación de Dios en la tierra en su nacimiento en Belén, para que nosotros nazcamos de nuevo en él como personas de la luz. En a segunda lectura hoy, san Pablo nos da el tema que debe dirigirnos durante Adviento, especialmente durante la primera parte de Adviento. Dice: “Y esto, conociendo el tiempo, que es ya hora de levantarnos del sueño; porque ahora está más cerca de nosotros nuestra salvación que cuando creímos” (Rom 13, 11). Esta salvación que “ahora está más cerca de nosotros…que cuando creímos” es la segunda y gloriosa venida de Jesucristo en las nubes del cielo en gran luz con todos sus santos y ángeles (Mt 16, 27). Este es el día sobre todo que anhelamos durante Adviento. Queremos estar preparados para ver aquella gran luz y ser invitados a juntarnos con los santos cuando Cristo aparezca en su gloria con ellos en el último día. Estamos cada día más cerca de aquel día de nuestra salvación final. Debemos, pues, darnos cuenta del tiempo y despertarnos del sueño antes de que sea demasiado tarde, para que cuando aquel día venga no nos encuentre no preparados. Estamos más cerca de aquel día este año que fuimos el año pasado, y por eso si todavía estamos dormidos, ahora es ya hora de despertarnos y levantarnos del sueño. En otro lugar, san Pablo nos enseña que “el tiempo es corto” (1 Cor 7, 29) y “la apariencia (o forma) de este mundo se pasa” (1 Cor 7, 31), y por eso “los que usan este mundo sean como si no lo usaran” (1 Cor 7, 31). La forma de este mundo se pasa, por eso debemos “poner nuestra mirada en las cosas de arriba, y no en las de la tierra” (Col 3, 2), y vivir en este mundo sin ser de este mundo (Jn 17, 14.16), viviendo en “expectación de las cosas que sobrevendrán en la tierra” (Lc 21, 26), usando el mundo por lo necesario, pero como si no lo usáramos (1 Cor 7, 31), y con nuestros corazones libres para el Señor. Esto es vivir en alegre expectativa por las cosas que vendrán. Y “levantarnos del sueño” (Rom 13, 11) quiere decir: rechazar la absorción en este siglo actual de noche (Rom 12, 2; Moo, 821), evitando la conformidad a este siglo malo actual (Moo, 821). “No os conforméis —dice san Pablo— a este siglo, sino 2 transformaos” (Rom 12, 2). Este es un “llamado a un modo totalmente nuevo de vivir a la luz de la situación escatológica” (Moo, 821) en que vivimos. “La noche está avanzada —continúa san Pablo— y se acerca el día. Desechemos, pues, las obras de las tinieblas, y vistámonos las armas de la luz” (Rom 13, 12). La noche que está avanzada es la noche en que vivimos ahora, a la espera del día que se acerca. Y aquel día que se acerca es el día de nuestra salvación final, en que Cristo volverá con sus santos ángeles en gran luz para pagar “a cada uno conforme a sus obras” (Mt 16, 27). Si estamos tan cerca de aquel día que san Pablo dice que “se acerca”, debemos estar preparados ahora, desechando las obras de las tinieblas. “Así, pues, debemos adoptar un comportamiento apropiado para los que viven ya de antemano en la luz de aquel gran día de salvación final que ha de amanecer” (Moo, 818). De verdad, el acontecimiento de Cristo que sigue inmediatamente después de Pentecostés es la Parusía, el último misterio de Cristo que todavía esperamos para el futuro (Murray, 168). En este sentido, está cerca. Es el próximo acontecimiento de Cristo en la historia de la salvación. Aquel día se acerca, y su luz ya nos ilumina ahora en el presente. Vivimos en su luz. Esta es nuestra motivación para rechazar nuestro modo antiguo de vivir. Aquel día ya nos ilumina y llena de alegría al andar conforme a la vida nueva que tenemos en Jesucristo. ¿Y cómo andaremos como hijos del día? “Andemos honestamente —dice san Pablo hoy—; no en glotonerías y borracheras, no en lujurias y lascivias, no en contiendas y envidia, sino vestíos del Señor Jesucristo y no proveáis para los deseos de la carne” (Rom 13, 13-14). “Ningún derecho debe darse de modo alguno a la carne y sus tendencias” (Käsemann, 363). Este es el camino del día, de los hijos del día, de los que no son de la noche de este siglo malo actual. Ellos conocen el gozo de espíritu que viene cuando uno vive sólo para el Señor, absteniéndose de las alegrías de este mundo que dividen, oscurecen, y entristecen el espíritu. “La forma de este mundo,” de este siglo de noche, “se pasa”, dice san Pablo (1 Cor 7, 31). “La noche está avanzada y se acerca el día. Desechemos, pues, las obras de las tinieblas” (Rom 13, 12). “Vestíos del Señor…y no proveáis para los deseos de la carne” (Rom 13, 14), dice san Pablo hoy, porque “el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne” (Gal 5, 17 ). No hay alegría más grande, creo, que vivir a la luz de aquel gran día, que ha de amanecer, de una manera sobria y vigilante, preparándonos cada día más, para ser lumbreras en el mundo “en medio de una generación maligna y perversa” (Fil 2, 15). Y Jesús dice hoy: “Por tanto, también vosotros estad preparados; porque el Hijo del Hombre vendrá a la hora que no pensáis” (Mt 24, 44). Y su venida será como en los días de Noé. Sólo Noé y su familia estuvieron preparados. Todos los demás fueron destruidos por el diluvio al no estar preparados. “Así será también —dice Jesús hoy— la venida del Hijo del Hombre” (Mt 24, 39). Estemos, pues, preparados, y conozcamos la alegría de espíritu de vivir ya de antemano a la luz del día que se acerca, no conformándonos al siglo malo actual, sino transformándonos (Rom 12, 2), y siendo testigos en la noche de este siglo malo (Fil 2, 15), del día que se acerca, viviendo preparados y en alegre expectativa para la venida del Señor. 3 REFERENCIAS Ernst KÄSEMANN, Commentary on Romans, Eerdmans, Grand Rapids, MI, 1980. Douglass J. MOO, The Epistle to the Romans; The New International Commentary on the New Testament, Eerdmans, Grand Rapids, MI, 1996. John MURRAY, The Epistle to the Romans; Eerdmans, Grand Rapids, MI, 1965. DIOS TRATA BIEN A LOS QUE LE OBEDECEN Jueves, 1ª semana de Adviento Is 26, 1-6; Sal 117; Mt 7, 21.24-27 Una vez que somos justificados por nuestra fe en Jesucristo —y no por nuestras obras—, si queremos permanecer en esta justicia y paz con Dios y crecer aun más en ellas, tenemos que hacer la voluntad de Dios, como él nos la revela en sus mandamientos y por su voz interior en nuestra conciencia. Si no lo obedecemos, él nos castigará en su ira (Rom 1, 18; 2, 5); y su luz y amor en nosotros disminuirá o se extinguirá. Así Jesús nos enseña hoy, diciendo: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mt 7, 21). Entonces, Jesús nos da dos ejemplos de esta enseñaza. El del hombre que edificó su casa sobre la roca es el “que oye estas palabras, y las hace” (Mt 7, 24). Y el que edificó su casa sobre la arena es el “que oye estas palabras y no las hace” (Mt 7, 26). Si no hacemos las palabras de Jesús, es decir, si no hacemos su voluntad, si no hacemos lo que él quiere que hagamos, la casa de nuestra vida caerá, en el sentido de que caeremos fuera de su amistad íntima. Pero si hacemos lo que él quiere que hagamos, la casa de nuestra vida permanecerá, es decir: seremos sus amigos íntimos, y seremos el “hombre prudente” (Mt 7, 24). Si fallamos en algo, tenemos que admitirlo, confesarlo, arrepentirnos, y pedir el perdón de Dios; y entonces tratar con más empeño en el futuro de obedecerlo más perfectamente en este asunto. Así crecemos en la perfección y en la paz y luz y amor del Señor. Jesús dijo: “El que me ama, guardará mi palabra” (Jn 14, 23), y “El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama” (Jn 14, 21), y “si me amáis, guardad mis mandamientos” (Jn 14, 15), y “si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor” (Jn 15, 10). Y san Juan dijo: “el que guarda su palabra, en éste verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado” (1 Jn 2, 5), y “el que guarda sus mandamientos, permanece en Dios, y Dios en él” (1 Jn 3, 24), y “este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos” (1 Jn 5, 3).