La Cantabria Trasmontana En Épocas Romana Y Visigoda: Perspectivas Ecosistémicas
Total Page:16
File Type:pdf, Size:1020Kb
LA CANTABRIA TRASMONTANA EN ÉPOCAS ROMANA Y VISIGODA: PERSPECTIVAS ECOSISTÉMICAS Juan José García González (Area de Historia Medieval) Ignacio Fernández de Mata (Area de Antropología Social) (Universidad de Burgos) Presentación En forma tentativa, este trabajo aspira a delinear con la mayor rotundidad posible el perfil histórico de la Cantabria trasmontana en un importante segmento de la transi- ción entre la Antigüedad y la Edad Media y pretende insertar su trayectoria en una trama de aliento interpretativo superior al que le conferíamos en las aproximaciones que hace algún tiempo realizamos de forma introductoria. Tratábamos por entonces de probar que, durante el período de dominio de Roma, el sector cántabro de aguas al mar se desconectó hasta tal punto del proceso histórico pecu- liar del espacio meseteño que, tras la caída del Imperio, en el preciso momento en que los bárbaros intentaban hacer valer sus derechos fedatarios sobre la herencia romana en la Península, los cronistas suevos y, mucho más aún, los visigodos se toparon con serias difi- cultades para denotar con términos adecuados y precisos la realidad indubitable de un esce- nario que se había fraccionado en dos segmentos culturalmente diferenciados. A uno de ellos, el más meridional, le denominaron Cantabria a secas. Había razo- nes suficientes para proceder así: era la única voz de que disponían, designaba un terri- torio relativamente próximo y familiar, apuntaba a un escenario que miraba directamente al curso del lber, contaba con un indiscutible perfil arriscado y sus habitantes continua- 337 JUAN JOSÉ GARCÍA GONZÁLEZ E IGNACIO FERNÁNDEZ DE MATA ban manteniendo un carácter concordante —parcialmente, al menos— con su bien ganada fama de arcaizantes. Ese fue el segmento que conquistó Leovigildo con astucia el año 574: la Cantabria cismontana o Cantabria propiamente dicha. Por contra, la caracterización cultural y aun la precisa ubicación geográfica del segmento marítimo de la vieja provincia romana —harto desconocido para unos cronis- tas de perspectiva intelectual continental, meseteña, y de tendencia analítica centrí- peta— planteó un grave problema nominal, tanto al ser atacado el 572 por el monarca suevo —que, dueño de Galicia y Asturias, reclamaba el dominio del andén litoral cánta- bro para completar la Gallaecia creada por Diocleciano—, como al ser conquistado por Sisebuto por mar el ario 613. Para poder situar el espacio agredido por el rey Miro, el Biclarense tuvo que acuñar una expresión nueva, denotativa, ciertamente, del ambiente arriscado del litoral —inmerso en un desplome superior a mil metros en algunos casos y nunca inferior a seiscientos—, pero diferente, por supuesto, de Cantabria, voz que en su explanación historiográfica acababa de utilizar líneas antes para circunscribir el esce- nario sometido por Leovigildo tras denotar a los pervasores. No procedía, bajo ningún supuesto, utilizar idéntica denominación para uno y otro escenario, no sólo por la difi- cultad que iba a introducir a la hora de distinguir los dos segmentos geográficos, sino, sobre todo, porque afectaba a escenarios de idiosincrasia y personalidad diferente. El neologismo se imponía como una solución de emergencia, y el obispo gerun- dense no se retrajo a la hora de acuñarlo. Lo hizo, sin embargo, con sabiduría y sensibi- lidad. Debía dar cuenta de la existencia de un escenario geográficamente arriscado, repleto de peñas, rasas, marinas y sierras escalonadas, insertas en un contexto geomorfológico marcado por una caída excepcionalmente bravía de la cordillera. Había por tanto que batir un sucedáneo capacitado para dar cuenta de unas condiciones geográficas global- mente parecidas a las que denotaba la voz Cantabria, el antonomásico «país de las mon- tañas». La solución era un sinónimo, cuya diferencia formal proclamara inequívocamente la existencia de una diversidad de flancos, pero sin romper jamás la unidad sustancial de la generalidad del escenario montano. Resultaba, sin embargo, desaforado en términos intelectuales y aun técnicos acu- ñar para la posteridad una voz que, en realidad, iba a designar una fracción geopolí- tica que no sólo carecía de reconocimiento oficial sino que formaba parte de una enti- dad que, en el inmediato pasado romano, había gozado de total personalidad, que había integrado una sola y archiconocida provincia. La sabiduría, en efecto (elaboración ati- nada del neologismo), permitió al prelado gerundense cubrir con éxito el expediente (la inexcusable diferenciación), en tanto que la sensibilidad preservó el pudor intelectual: evitación de la repetición y aun del corónimo. Bajo tales matices, adquirió carta de natu- raleza histórica el etnónimo ruccones, que designaba expresamente a los colectivos humanos instalados en el flanco litoral —no al país— como rupigones: «nativos de las rocas». 338 LA CANTABRIA TRASMONTANA EN ÉPOCAS ROMANA Y VISIGODA: PERSPECTIVAS ECOSISTÉMICAS Difícilmente cabe arbitrar una fórmula mejor para establecer la diversidad de los flancos montanos —de peñas al mar y de peñas al Ebro— sin lesionar la identidad geo- morfológica del conjunto de la cordillera. Con cierto carácter retrospectivo, pues, el escrú- pulo intelectual de un refinado cronista visigodo dejó constancia fehaciente de la inten- sificación diferenciadora que se había producido en época imperial romana entre los seg- mentos litoral y somontano de la Cantabria clásica, entre los nativos de aguas al mar —ruccones, nacidos entre peñas, rasas, marinas y sierras escalonadas— y los indíge- nas de aguas al Ebro: cantabri, naturales de las anfractuosidades. Para reseñar la cam- paña de Sisebuto por el litoral del año 613, San Isidoro no hizo otra cosa que tomar en préstamo la voz acuñada por el obispo gerundense y perfilarla etimológicamente, en apli- cación del peculiar método que le hizo célebre. Como ya establecimos al abordar este tema en el pasado, el segmento costero de la Cantabria clásica se incardinó pronto al desarrollo material y social en época visigoda, implicándose profundamente en la definición de la pequeña explotación agropecuaria familiar, fuerza productiva nueva cuya vigencia histórica quedó indirecta pero irrepro- chablemente certificada por dos vías: a través de su imperiosa repoblación –constitución de la superestructura que ella misma era incapaz de segregar por exclusión mutua de pro- ducción y protección en tal estado de desarrollo de las fuerzas productivas–, ejecutada por lo astures a mediados del siglo VIII, y por medio de la constitución de monasteria –modalidad comunitarista, refractaria al creciente individualismo que introducía la propiedad plena particular–, promovidos intensivamente en la Liébana con anterioridad a los arios setenta de la octava centuria. En ese contexto tenso, en plena inmersión de los norteños en los prolegómenos de un potente crecimiento, abandonamos a los ruccones en nuestra aproximación anterior. Introducción En este trabajo deseamos, en principio, ratificarnos en aquel posicionamiento. Entendemos, en efecto, que la lectura que realizamos de la dinámica histórica del flanco litoral cántabro durante la transición entre la Antigüedad y la Edad Media es congruente, y creemos, por ello, que no resulta arrogante nuestra presunción de haber sentado bases pertinentes para desbloquear la restitución histórica de un tiempo y un espacio que el seguimiento de los enigmáticos y evanescentes ruccones dispersaba por un arco geo- gráfico excepcionalmente inusitado, cuya proyección se alargaba por el nordeste hasta el valle del Roncal (Navarra) y por el sur hasta El Ronquillo (Andalucía). Presuponemos, igualmente, que nuestra interpretación de las crónicas de la época, tanto de Hispania como de la Galia, facilita su comprensión y eleva notablemente la cre- dibilidad del Fredegario Escolástico. Ello posibilita reducir a lógica histórica el trata- miento tan desigual que los cronistas peninsulares y foráneos efectúan de la trayectoria 339 JUAN JOSÉ GARCÍA GONZÁLEZ E IGNACIO FERNÁNDEZ DE MATA del litoral, al tiempo que permite naturalizar científicamente la existencia de un ducado tributario de los francos en el flanco costero a mediados del siglo VI. Sobre tales bases, pretendemos batir en este trabajo las líneas maestras de la evolución del litoral cantábrico durante la transición entre los siglos I y VIII d. C. Y lo haremo-s tomando como hilo conductor las constricciones que proyectaron sobre las comu- nidades humanas de la costa los factores de carácter estructural inherentes al escenario geográfico, es decir, sus condiciones ecológicas naturales, medioambientales. Y no, pre- cisamente, para poner un ejemplo de determinismo geofísico, sino para mostrar cómo las sociedades modulan continuamente las situaciones de hecho que les endosa el contexto habitacional y cómo aprovechan celéricamente las oportunidades nuevas que les ofrece el devenir de los acontecimientos. Tratamos con ello de probar, en fin, que la recons- trucción de la historia del escenario que centra nuestra atención durante la transición de la Antigüedad a la Edad Media requiere el planteamiento y resolución de la problemá- tica humana en términos de sistema. La tesis que aquí proponemos es muy simple y sus trazos mayores se pueden ade- lantar ya con cierta rotundidad. El sometimiento de la totalidad de la Cantabria clásica por Roma en un sólo movimiento bélico, aunque de materialización tan dispar —sin acri- tud en la costa y con ferocidad en el somontano—, denota la existencia de dos ecosiste- mas naturales diferentes en el punto de partida. En nuestra opinión,