A Traque Barraque
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Alonso Zamora Vicente A traque barraque 2003 - Reservados todos los derechos Permitido el uso sin fines comerciales Alonso Zamora Vicente A traque barraque Quiero, para terminar, cuando estoy al borde célebre de la violencia, o lleno de pecho el corazón, querría ayudar a reír al que sonríe, ponerle un pajarillo al malvado en plena nuca, cuidar a los enfermos enfadándolos, comprarle al vendedor, ayudarle a matar al matador -cosa terrible- y quisiera yo ser bueno conmigo en todo. (César Vallejo, Poemas humanos). Habla poco, escucha asaz, y no errarás. (Correas, Vocabulario de refranes). -9- Infusiones Tertulia de la farmacia. Rebotica con innumerables cajitas -los específicos, ah, los específicos, dice reiteradamente doña Antoñita, la hermana del párroco-, y un estante con los formularios y el Diccionario de la Farmacopea española, Madrid-Barcelona, 1856, y un almanaque de propaganda: «Agua del Barrancón. Eupéptica. Tónica. Ferruginosa. Manantiales propios. Única contra las melancolías y los trastornos de la adolescencia». Don Facundo, el boticario, que hace mucho tiempo que le da lo mismo una cosa que otra, qué me van a contar a mí, yo, pues yo, que a mí no me la dan, que donde estén las infusiones, vamos, que no hay nada mejor, a ver si no, qué le pasó a don Rafael cuando se cayó del segundo piso, sí, su hermano, doña Antoñita, cuando perseguía al gato del herrero y se cayó sobre el emparrado del jardín, ¿eh?, ¿qué le pasó?, ¿eh? Pues, que si no es por las infusiones que yo le preparé, que palma, sí, señor, ya lo creo que palma, a buenas horas tanto vendaje y tanta... No, no se asuste, doña Antoñita, no voy a decir una mala palabra. ¡Hombre, delante de usted!... Pero, a lo que estamos: infusiones, infusiones... Y don Facundo, que ya -10- tiene tres duros y medio de edad y no ha pasado ni siquiera el sarampión, se echa un trago de salicaria nueva, con menta y con salvia, y con yerbaluisa, excelentes para los trastornos intestinales -ayer cené demasiado, tuvimos invitados, y ya se sabe, con los invitados...-, y mano de santo para la excitación nerviosa, no hay nada como esto, si lo sabré yo, igual que la menta y el orégano para el insomnio, y la flor de mandrágora para, bueno, a usted qué le importa para qué sirve la mandrágora, sería usted capaz de tomarlo a broma, y a mi edad... Y a veces acude a la tertulia, ya la tardecita cayendo, don Secundino, que estuvo de cabo primero en Filipinas, cuando lo de Cavite, ya nadie le hace caso, sus medallitas en la solapa, una geografía confusa, mil veces repetida, Barcelona, Suez, Adén, Malacañang, Caravaca, el monte Igueldo. Y también aparece por allí don Constancico, el secretario nuevo, que es de Jaén -este tío de Jaén siempre está de guasa, susurra muy misterioso el boticario- y le gusta sacar de quicio a don Secundino, y le dice que eso de Filipinas es un cuento, y que ya está bien, y a ver si cambiamos el disco, y que a ver si nos enteramos que para ir a Filipinas se pasa por Vigo, menudo puerto de mar... Y Constancio pone a todos nerviosos, sale al mostrador cada vez que entra una mozuela a comprar algo, y le hace propaganda de la receta y disfruta la mar pesándolas una y otra vez. Hoy estás más delgada, ¿a ver?, vuélvete, cada ocurrencia, y mucho, mi niña, hay que cuidar esta cinturita, mi niña, ¿eh?, vaya por Dios, has engordado en una semana, hijita... Y dale que te pego, y doña Antonia mueve el pie, algo irritadilla, y don Secundino entreabre la boca y la baba le resbala por la comisura de los labios, aquiescente Jesús, Jesús, este secretario, en mi tiempo... Y don Facundo invoca a sus tres duros y medio y afirma que lo cazan, vamos que si lo cazan, y, como lo cacen, la de infusiones -11- que se va a tragar éste, como me llamo Facundo que antes de un año tenemos boda. Como le pasó a don Silverio, el maestro, que llegó bromeando (y eso que es de Fregenal, que no debe ser mala tierra del todo), y ¡zas!, se quedó, y ahí está, lleno de críos y aficionado a la manzanilla amarga en ayunas. Vivir para ver. Claro que la Sonsolicas la de don Casto... Cualquiera no, con la Sonsolicas... Y tarde tras tarde, lo mismo. Vengan o no el médico, y el practicante, y la maestra, y la dueña del estanco, viuda de un héroe del Ebro, y Federico, que se ha hecho sastre de París por correspondencia, y Honorato, el telegrafista, que sueña con un mano a mano en la televisión con Adamo, ya tiene preparada la foto que va a poner en los discos, es una foto retocada, porque, la verdad, con este ojo que se queda algo atrás, así, ¿no ve?, contra el gobierno, es una pena, pero yo sé cantar mirando siempre hacia allí y no me lo notarán, ¿sabe?, cuestión de táctica, sí, señor, de táctica. Y todos escuchan admirados las virtudes del ruibarbo, de la ruda, de la mejorana, y de la celidonia, y de la matalahúva, de la adelfa seca, del polvo de adormideras con azúcar cande. Todos los días se aprende algo, modas, remedios, conjuros, trampas del juego y de los abogados, piropos, nombres de balnearios y de manantiales milagrosos, suspiros por coeficientes que no llegan, canciones de protesta, y noticias de enfermedades, de viajes, de loterías... y por qué no tienen sangre las hormigas, y por qué el ciempiés tiene tantas patas y don Crisanto, el alcabalero, solamente dos, y eso, vamos, eso es un decir... Y se habla también de «los nuevos», esa gente recién venida al pueblo. Sí, ya lo decía don Facundo. Ahora todo va de prisa y la gente no hace infusiones porque no tiene tiempo. Y eso pasó con el «nuevo», el que vino a las obras del embalse. Pasaba hacia su casa a media tarde, en el coche, la radio -12- altísima, polvareda tremenda, susto de gallinas, los chiquillos juguetones y mocosos refugiándose en los quicios, ensordecedora la sirena del auto. Los contertulios se asomaban a ver cómo doblaba el coche la curva del puente y tomaba a la derecha, donde estaba el chalé. (Oiga, pronuncie usted chaléttt, que así se escribe, sostenía Adolfo el cartero.) Una desesperación, ese tío nuevo. Ni siquiera tuvo curiosidad por la procesión del último Corpus, que se estrenaron estandartes, recién bordados, y los dos guardias municipales llevaban leguis y correajes nuevos, lo que había que ver, y esta gente llegadiza... No sabemos qué infusión tomarán a media tarde, ni si les gustará poner boldo en maceración para digerir tanta carne, porque de carne, comen un rato. Y de beber, no digamos. Ya lo dice la señora Eulalia, la carnicera, y el señor Roque, el verdulero, y... y... Y don Facundo se ríe por lo bajo y profetiza, ojos entornados, el día cercano, sin duda, en que, en vista de tales excesos, él tenga que intervenir y poner al nuevo y a toda su familia a un severo régimen de infusiones. Ya vendrá, ya, como me llamo Facundo que ése viene aquí un día a pedir árnica. Y prontito, prontito. Domingo, mediodía alto. Aire súbitamente sólido cuando el coche se paró delante de la farmacia, la radio clamorosa, los niños y el perro curioseando desde las ventanillas, medio mundo en la tienda, agolpados a la salida de misa. Y el nuevo pidió algo muy raro, Comprimidos... Carbonida... Alantoína. Acetarsol... Don Facundo se quedó lelo, con los paquetes de toronjil, de poleo, de cantueso, y de mate, en la mano, fósil la sonrisa. No, no hay de eso. Tampoco hay iodocloro-oxiquinolina o como sea eso que dice usted. Aquí no hay de eso, ¿se entera?, aquí hay... El auditorio asentía con la cabeza, tibiamente vengado de Dios sepa qué extrañas injurias. El nuevo, impasible: ¿Tampoco tiene usted -13- Hubermicrocetina dos? Es un diurético maravilloso. ¿Es posible que no conozca usted la Hubermicrocetina dos? ¡Caramba!, pero si no hay cosa mejor, se toma usted una cucharada y se tiene usted que levantar varias veces, hombre, no es posible... Y doña Antoñita, y Constancico, y Adolfo, y don Secundino, y Honorato (que, vaya por Dios, hoy tiene unas anginas de no te menees y no puede demostrarle al nuevo sus dotes) y Federico, que está dispuesto a copiarle las camisas al nuevo, se estremecen ante las extrañas solicitaciones. Y el nuevo prosigue, ya un tantillo malhumorado: ¿No me va usted a decir que aquí no hay más que manzanilla y yerbabuena para cocer? Y fue entonces cuando don Facundo, tres duros y medio de edad, placa de Beneficencia, perdió la cabeza y: Bueno, ya está bien. Hemos terminado. Sí, aquí hay yerbabuena, y manzanilla, y ¿qué pasa? El almanaque de propaganda Agua del Barrancón, se torció en su clavo, y la vieja escopeta de caza, herrumbrosa, de don Facundo, soltó un polvillo negruzco al ser montada de nuevo, inútilmente, el auto estaba ya muy lejos, ni siquiera se oía la radio, Señor, Señor, pretender la Hubermicrodosesa... Era la siesta crecidita cuando todavía estaba la farmacia llena de gente, amontonados chicos y grandes en la puerta, colectivo planto, Federico y Honorato y doña Antoñita revolviendo, locos, en los potes de don Facundo -salvia, romero, muérdago, azahar, tila, mágicos remedios en azul de Talavera- para calmarle la pataleta, tacita va tacita viene, seguramente ésta le calmará, me parece que era ésta la que tomaba los días de mal tiempo, hoy parece que no le hace mucha gracia, bébetela tú, Federico, hijo, no la vamos a tirar con lo cara que está el azúcar, ya me tomaré yo la próxima si tampoco la quiere, oye, Honorato, rico, a ver si ayudas y no te comes las pastillas de eucalipto, ten respeto a la muerte, que don Facundo ya no es un niño y a -14- lo mejor, a lo mejor..