Donde Las Piedras Lloran: México 1961-1969*
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TESTIMONIO MARGARET RANDALL Donde las piedras lloran: México 1961-1969* ¿Es que acaso se vive de verdad en la tierra? ¡No por siempre en la tierra, solo breve tiempo aquí! Aunque sea de jade: también se quiebra; aunque sea oro, también se hiende, y aun el plumaje de quetzal se desgarra: ¡No por siempre en la tierra: solo breve tiempo aquí! Nezahualcóyotl n 1961, con mi primer hijo a cuestas y la sensación de que probablemente había traído de Nueva York todo lo necesa- Erio, me mudé a Ciudad México. Una década después sería a Cuba y, más tarde, a Nicaragua, hasta que a inicios de 1984 finalmente realicé mi último movimiento: establecerme en el paisaje de Nuevo México al cual mis padres nos habían llevado a mis hermanos y a mí cuando yo tenía diez años. El círculo se No. 299 abril-junio/2020 pp. 130-147 pp. abril-junio/2020 299 No. había cerrado. Son mis años en México los que ahora quiero evocar. Pero primeramente diré algo acerca de la otredad, de la ma- nera en que percibirme a mí misma como un ser diferente me ha * Fragmentos del quinto capítulo del aislado alguna que otra vez, aunque también me ha hecho más Casa de las Américas volumen I Never Left Home: Poet, Feminist, Revolutionary, Carolina del conciente de quien soy en relación con determinado sitio. Des- Revista Norte, Duke University Press, 2020. de que tengo uso de razón me he sentido extrañamente distinta 130 dentro de mi ámbito familiar: renuente o incapaz con el paisaje y sus habitantes. Dos imponentes de cumplir con las expectativas culturales y de volcanes cubiertos de nieve –Popocatépetl e clase, con la fachada construida por mis padres, Ixtaccihuatl– dominaban el horizonte hacia el incluso resentida con tal pretensión. Ciertamente sur de la ciudad. fui otra en España, aunque, debido a mi edad y Otro mundo, pero uno con el cual inmediata- falta de experiencia, principalmente relegada a mente me identifiqué. Mucho me atrajo lo que un reino de un extranjerismo superficial. Quizá vi de la presencia indígena, culturas múltiples y me equivocaba al pensar que entendía el país. Por generosidad de espíritu. Lo otro que capté fue otra parte, entre los artistas y escritores de finales la belleza natural de México: su gran diversidad de los cincuenta y principios de los sesenta, mi rural, las casas multicolores que se alineaban juventud y mi provincianismo me apartaban; junto a las calles empedradas. Púrpuras, rojas y sin embargo, experimentaba un sentimiento de blancas enredaderas de buganvilias, empinados pertenencia totalmente nuevo. árboles, cayendo en forma de cascada sobre vol- México subió la apuesta. Allí mi pequeño hijo cánicos muros de jardín y el encaje violeta de la y yo fuimos diferentes en aspectos tan confusos jacaranda expandiendo sus ramas… como desafiantes. Yo era la mujer gringa, ape- Y no fue solo la belleza física del país. Como tecida al mismo tiempo que percibida como otros con una población indígena considerable hostil. Como madre soltera en un sitio donde tal –Guatemala, Bolivia, Perú, África del Sur, Mali, condición era menos aceptada de lo que había sido China, Vietnam, Cambodia, Laos–, México es en Nueva York, poseía esa aura de blanco exotismo, un país de artistas. En cada pueblo pude ver que evoca superioridad y dominación. Mi hijo era expertos en la creación de bellos tejidos artesa- el rubiecito aclamado por todo aquel que lo veía. nales, alfarería, vidrio soplado, talla en madera Me recuerdo charlando con una vendedora en autóctona y objetos de plata, jade y ónice. En algún momento de mi primer año en el país. La los sesenta, aún el corrosivo gusto del turismo mujer notó mi acento y me preguntó si era de otra no había invadido el mercado en el cual ese parte de México. «No», mentí, «soy italiana». En caudal artístico era elaborado y puesto en venta, esa época no tenía idea de por qué había dicho y generaciones de espíritu creativo daban con- tal cosa. Por vergüenza, supongo, de pertenecer tinuidad a los antiguos métodos de producción, a una nación que tanto había explotado la que introduciendo a veces procedimientos de diseños ahora yo estaba por conocer… más contemporáneos. Arribé a la capital mexicana conciente de Durante la Colonia las iglesias mexicanas esta- que me recibirían escasos amigos y provista ban colmadas de tesoros y del penetrante olor del de dos importantes conexiones: el garabateado copal. La nación del maíz. El aire olía a nixtamal número de teléfono que Philip Lamantia puso y las mazorcas salpicadas con chile podían co- en mi mano cuando leí en Les Deux Megots, y merse en puestos callejeros. Las antiguas piedras una lista de nombres y números telefónicos que parecían hablar, contar historias que solo podían Nancy MacDonald me había dado, personas que ser entendidas por quien llegara a familiarizarse ella pensaba yo debía contactar. 131 La lista de Nancy merece explicación adicio- país, en parte fundada por el gobierno. Orfila era nal. Su hermano Selden Rodman y ella habían un referente cultural y un hombre de gran huma- desembolsado una buena parte del dinero de nismo. Laurette era una de las antropólogas que la familia para ayudar a intelectuales judíos en esa época exploraba el pasado precolombino a escapar de la Europa ocupada por los nazis del país sin forzarlo a través de lentes reduccio- durante la Segunda Guerra Mundial. En ese nistas contemporáneos. Sus libros resultaron empeño ambos habían formado parte de una verdaderas revelaciones. De más está decir que red internacional compuesta por individuos de tenía tantos enemigos como fieles admiradores. varios países. México hacía ya mucho era una Al no tener conocimiento de nada de esto, una nación que acogía a inmigrantes en peligro. El vez que Gregory y yo nos establecimos en un famoso dictamen de Benito Juárez, «El respeto pequeño apartamento de la Colonia Narvarte, y al derecho ajeno es la paz», no era mera retórica. descubrí que Arnaldo y Laurette vivían a unas Este se puso en práctica con la acogida de miles cuadras de distancia en Avenida Universidad, de refugiados de la Guerra Civil española, del di el paso decisivo. No tenía su número telefó- fascismo europeo y, años después, de aquellos nico, solo su dirección, por lo que Gregory y que se vieron obligados a huir del genocidio en yo caminamos el trayecto una tarde y tocamos Latinoamérica. Fue en el contexto de esa red de a su puerta. Debido al puesto de dirección de refugiados que Nancy conoció al expresidente Arnaldo en el Fondo de Cultura Económica, la mexicano Lázaro Cárdenas, al sicoanalista ale- pareja vivía en un amplio apartamento encima mán Erich Fromm, al editor argentino Arnaldo de sus oficinas. Orfila Reynal, entre otros. Estos figuraban en la Ninguno se encontraba en casa. Una cordial lista de aproximadamente doce nombres que ella anciana indígena que trabajaba para ellos nos me entregó antes de despedirnos. abrió la puerta. Dejé una breve nota explicando Yo era aventurera pero además tímida. A la que era amiga de Nancy. Yo sabía que Nancy y hora de contactar a las personas de la lista de su hermano habían abonado dinero para ayudar Nancy no fui capaz de llenarme de valor y llamar a Laurette cuando ella y su anterior esposo, a un expresidente o a un sicoanalista conocido Víctor Serge, huyeron de la Francia ocupada. mundialmente. No reconocí el nombre de Arnal- Solo unas horas después de la visita tentativa, do Orfila Reynal o el de su esposa, la antropóloga sonó mi propio timbre de la puerta y Laurette francesa Laurette Séjourné. De haberlo hecho y Arnaldo aparecieron sonrientes. Creo recor- igualmente hubiera vacilado en contactarlos. darlos portando una caja de chocolate como Arnaldo, argentino, tuvo activa participación en gesto de bienvenida. Ellos estarían entre mis la Reforma Universitaria en la ciudad de Córdo- más cercanos amigos durante los ocho años ba, un movimiento que mantiene un perdurable que viví en México. impacto en la manera en que hoy se concibe la En los sesenta el país se caracterizaba por universidad en Latinoamérica. Cuando llegué una serenidad mezclada con desesperación. a México él era director del Fondo de Cultura El ritmo era más lento que en Nueva York. La Económica, la casa editora más importante del gente trabajaba duro, pero dentro de un sentido 132 del tiempo más azaroso. Manhattan siempre me Yo fui culpable de esa conducta. La razón de había parecido un enrejado, un entrecruzamien- peso por la que dejé Nueva York es que que- to de líneas rectas, explosivas cajas de energía. ría estar más tiempo con mi hijo. En México, En contraste, Ciudad México se componía de más que resolver juntos las posibilidades de la círculos concéntricos que se movían en espiral crianza, podía contar con una doméstica que lo en discretos puntos de coincidencia. Uno cami- cuidara cuando necesitaba trabajar o salir. Fue naba hacia dentro y fuera de las dimensiones una solución bien acogida, y la aproveché al temporales, sin saber cuándo iba a encontrarse máximo. Y sí, yo también justificaba el acuerdo habitando otro plano. Allí el pulso marcaba un pensando que trataba a Antonia y luego a Er- tiempo diferente: más antiguo, menos intencio- melinda y luego a Juanita y luego a Concha, a nado, mágico… su hermana Helena y a su madre Serafina con Tuve suerte de encontrar inmediatamente a absoluto respeto. Me esforcé en limitarme a no personas que no eran solo serviciales sino ade- preguntar nada en relación con su tiempo libre, más extremadamente interesantes, que figuraban aunque en verdad en aquel sistema no existía entre las mejores y más creativas mentes de lo que podía llamarse tiempo libre.