El Mundo GERMÁN CUERVO Onírico, Para Desplazarse a Otros Significados Y Construir Universidad Del Valle Una Metáfora Urbana
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l género fantástico no ha sido desarrollado en Colombia. La anécdota de “thriller” y narcotráfico Ees solo un pretexto para volar y viajar en el mundo GERMÁN CUERVO onírico, para desplazarse a otros significados y construir Universidad del Valle una metáfora urbana. Las casas son el mar. El planeta Nació en Cali, el primero de tierra está siendo inundado por el agua. En este otro diciembre de 1950. Ha vivido sentido, la novela adquiere cada día una mayor actualidad. “Quería hacer una novela de serie negra que principalmente en Bogotá, veo lo más parecida a nuestra realidad, pero las noticias París, Barcelona y Berlín. diarias de progresivas inundaciones, se fueron metiendo Ahora reside en el en el libro hasta que se me inundó la novela”. El autor corregimiento de Santa Elena, parte escarbando en el inconciente de una colectividad a Antioquia. Ha obtenido varios través de la experiencia de un solo individuo, hasta galardones literarios, entre realizar el deseo de la ciudad en una representación otros, el Premio de Poesía fantasmagórica de poseer un mar. Jorge Isaacs, 2006. Además El Mar es la única gran novela surrealista de El Mar, también ha colombiana . publicado Los Indios que Mató John Wayne e Historias de Amor, Salsa y Dolor. A propósito de El Mar, son famosos los cuadros de marinas rojas y verdeazules, pues Germán Cuervo posee ISBN: 978-958-44-1218-8 otra vida como pintor. 9 7 8 9 5 8 4 4 1 2 1 8 8 Universidad del Valle Ciudad Universitaria, Meléndez A.A. 025360 Cali, Colombia Teléfonos: (57-2) 321 2227 Telefax: (57-2) 339 2470 Universidad E-mail: [email protected] del Valle El mar Colección Artes y Humanidades 1 El genero fantástico no ha sido desarrollado en Colombia. La anécdota de “thriller”y narcotráfico es solo un pretexto para volar y viajar en el mundo onírico, para desplazarse a otros significados y construir una metáfora urbana. Las casas son el mar. El planeta tierra está siendo inundado por el agua. En este otro sentido, la novela adquiere cada día una mayor actualidad. “Quería hacer una novela de serie negra que veo lo más parecida a nuestra realidad, pero las noticias diarias de progresivas inundaciones, se fueron metiendo en el libro hasta que se me inundó la novela”. El autor parte escarbando en el inconsciente de una colectividad a través de la experiencia de un solo individuo, hasta realizar el deseo de la ciudad en una representación fantasmagórica de poseer un mar. El Mar es la única gran novela surrealista colombiana. 2 Germán Cuervo El mar Colección Artes y Humanidades 3 Cuervo, Germán, 1950- El mar / Germán Cuervo. — Cali : Universidad del Valle, 2007. 140 p. ; 22 cm. — Colección Artes y Humanidades Incluye índice. 1. Novela colombiana I. Tít. II. Serie. Co863.6 cd 21 ed. A1140740 CEP-Banco de la República-Biblioteca Luis Ángel Arango Universidad del Valle Programa Editorial Título: El mar Autor: Germán Cuervo ISBN: 978-958-670-602-5 ISBN-PDF: 978-958-5164-52-9 DOI: 10.25100/peu.528 Colección: Artes y Humanidades - Literatura Segunda Edición Impresa octubre 2007 Rector de la Universidad del Valle: Édgar Varela Barrios Vicerrector de Investigaciones: Héctor Cadavid Ramírez Director del Programa Editorial: Omar J. Díaz Saldaña © Universidad del Valle © Germán Cuervo Diseño de carátula: UV Media Este libro, o parte de él, no puede ser reproducido por ningún medio sin autorización escrita de la Universidad del Valle. El contenido de esta obra corresponde al derecho de expresión del autor y no compromete el pensamiento institucional de la Universidad del Valle, ni genera responsabilidad frente a terceros. El autor es el responsable del respeto a los derechos de autor y del material contenido en la publicación, razón por la cual la Universidad no puede asumir ninguna responsabilidad en caso de omisiones o errores. Cali, Colombia, diciembre de 2020 4 Este libro está dedicado a los amores que fracasaron en el intento por escribirlo, a los amigos que creyeron en él, a Diana que lo hizo posible y a los autores que lo inspiraron: los escritores de novelas de marinería. 5 PÁGINA EN BLANCO EN LA EDICIÓN IMPRESA 6 “Estamos hechos de la misma materia que los sueños y nuestra pequeña vida termina durmiendo”. Shakespeare 7 PÁGINA EN BLANCO EN LA EDICIÓN IMPRESA 8 Capítulo 1 LOS SOCIOS Colgué el teléfono y ella observándome como una gata curiosa. —¿Por qué tanto misterio?— preguntó. —¿Pero cuál misterio?— le respondí de inmediato. —Bueno, y ¿quién te llamó?— volvió a inquirir con frialdad. —Nadie... Era sólo un amigo — dije retrechero. —Pero ¿quién? —¿Y por qué tanta preguntadera? —¿Y por qué tanto misterio? —¿Pero cuál misterio?— le respondí en el tono de voz más suave que pude hallar. Lo cierto es que ella había comenzado a sospechar algo desde el día en que escondí los paquetes; segu- ramente mi comportamiento comenzó a cambiar. Empezaron las llamadas importantes por teléfono, la preocupación, el hablar dormido. Anna Bell no es que fuera exactamente mojigata como parecía con su habladito de virgen consentida, pero yo sabía que no resistiría la tensión del asunto, ya era suficiente con la mía. Por eso, lo mejor era no decirle en qué andaba. Estaba seguro de que si en ese momento lo hacía su nerviosismo entorpecería por completo la acción, además, tenía el temor de que al contarle, las cosas no salieran bien. Esto último de no contar las cosas hasta que no se hicieran, hasta que navegaran en asegurado curso, era algo más 9 que una arraigada superstición, era una certeza verificada por la experiencia de cómo debían manejarse los negocios. “Te conozco mosco, yo sé que estás raro”, me decía ella al principio, juguetona. “Yo sé que algo está tramando esa cabecita.” Pero yo no podía contarle. Las cosas se complicaron con la visita de “mis socios” un do- mingo por la tarde. Me pareció la casa el mejor sitio para hablar con ellos; un sitio cálido, doméstico, tranquilo, sin interferencias. ¿Qué lugar mejor para ponernos de acuerdo a vuelo de pájaro en un posible trato? Ellos estaban en capacidad de comprarla toda, lo que era ideal. Era gente conocida del barrio y sólo vendrían de visita. No pensé que mi mujer fuera una molestia. ¡Craso error! A eso de las cuatro de la tarde llegaron en un discreto Renault 4. Eran dos, se bajaron y me abrazaron. “¡Entonces qué hermano! Dicho me han que usted...¡Ahora sí vamos a fajarnos!” Se llamaba Julio García y me miró arqueando las cejas como un enamorado de película italiana. Al otro le decían el Tártaro. Los había conocido desde muchacho en las canchas de fútbol del antiguo Sears. Julio García era el más alto y grueso. Vestía usualmente guaya- bera y tenía unos 55 a 60 años, la cara como un personaje de dibujos animados después de haber venido corriendo a toda velocidad y estampillarse contra una pared; una cara como de papa aplastada. Sobre esta plasta, la nariz tendía no a sobresalir, sino a pegarse, a incrustarse en ella, intentaba esconderse entre unos cachetes como orejas de perro; nariz de poros grandes, dilatados y alcohólica. García hablaba con una voz enredada de cucarrón, al mismo tiempo latosa, carrasposa como si las palabras se le restregaran contra la garganta. También reía constantemente y lo hacía con una risa que parecía forzada pero que era natural en él. El Tártaro era morenito, bajo, flaco, muy velludo, con voz metálica, nervioso, agravado por una irascibilidad de drogadicto consuetudinario. Bluyines Levis, camiseta Burdines, al pecho un cordón de oro con una “G” de William, Güilian. —¿Quiénes son?— preguntó de inmediato Anna Bell. 10 —Son unos amigos de hace tiempo.— respondí. Ella continuó mirándome, como solía hacerlo cuando una res- puesta no la convencía del todo. —Te había dicho que iban a venir unos amigos— repliqué —, ¿no es cierto? —Cierto, pero se te olvidó decirme, cuáles amigos. —Pues son estos —. Le dije —Ya no puedo cambiarlos por otros. Son mis amigos, los he invitado a la casa y ahora tengo que atenderlos —. Saqué unas copas y una botella de vino blanco chileno de la cocina. William exclamó: —¡Ve...ve...verraco, este sitio, verdad? William era tartamudo, por eso le decían “el Tártaro”. Anna Bell trató de ayudar, pero se le notaba el esfuerzo, su intento por sobreponerse al disgusto. —¿Quieren acompañar el vino con algo?— preguntó. —Bueno— acepté. Trajo de la cocina un trozo de queso amarillo y aceitunas. Se le notaba la dificultad para seguir la conversación arrevesada y explosiva de los visitantes. Durante un rato estuvo preguntando, ¿Qué? ¿Cómo?, siempre que García hablaba. No entendía y fruncía el entrecejo. Más tarde fue a la cocina, decidió retirarse de aquella mesa y compañía que no le traían más que dificultad y tensión. La pude observar tras los vidrios. Se puso a lavar la loza. De tanto en tanto levantaba la vista y nos miraba. Los posibles “socios” estaban interesados en el negocio, sin embargo, no podíamos ponernos de acuerdo en cuanto a entrega ni precios, discutíamos, terminaban poniéndose de pie y me abra- zaban. Anna Bell nos observaba con recelo. De todas formas no podía hablar con la deseada tranquilidad teniendo su inquisidora mirada sobre mí. Desde que ella se sentó con nosotros, supe que al rato tendría que pararse e ir a la cocina o a algún otro lugar de la casa. Me daba la impresión de que estuviera descifrando mis pensamientos tras los cristales mudos, como si estuviera leyendo al 11 pie de la letra las palabras en mis labios. Esperaba el momento en que terminara por cansarse y se fuera a la alcoba a leer o a dormir.