Breve Historia Del Desarrollo De La Universidad En América Latina*
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121 Breve historia del desarrollo de la universidad en América Latina* Carlos Tünnermann Bernheim El fenómeno de la temprana fundación de universidades en el nuevo mundo El fenómeno de la temprana fundación de universidades en tierras del Nuevo Mundo, cuando aún no había terminado la Conquista y a pocas décadas del Descubrimiento, ha sido explicado de distintas maneras y desde diferentes posiciones. El sociólogo alemán Hanns-Albert Steger sostiene que tal vez este proceso se comprenda mejor, “si consideramos que la conquista se pude entender como una repetición, en la medida en que estaba investida con el carácter de una cruzada, de la Reconquista de la Península Ibérica que acababa de terminar”. A esta consideración Steer agrega, como punto de partida español para la fundación de Universidades, la misma concepción imperial de los Habsburgos, que en oposición al centralismo de los Borbones, siempre pensaron en una confederación o reunión de “reinos cerrados en sí mismos, que se mantenían unidos por la Corona, y no por una administración central. Sobre la base de esta concepción fundamental, se realizó tam- bién la incorporación de los reinos del Nuevo Mundo al Imperio Habsburgo”. De ahí que, posteriormente, esta noción condujo al pronto esta- blecimiento de universidades en los Nuevos Reinos y sustentó las voces que en todos los virreinatos, capitanías generales y audiencias pedían la creación de universidades cuando “aún olía a pólvora y todavía se trataba de limpiar las armas y herrar los caballos”, según la frase del cronista Vázquez. Explicaciones de carácter más bien pragmático señalan como fac- tores que determinaron las primeras fundaciones, entre otros, los si- guientes: * Publicado en La Educación superior en el umbral del siglo XXI, Caracas: Ed. CRESALC, 1996, pp-11-38. 122 a) La necesidad de proveer localmente de instrucción a los novicios de las órdenes religiosas que acompañaron al conquistador es- pañol, a fin de satisfacer la creciente demanda de personal eclesiástico creada por la ampliación de las tareas de evange- lización; b) La conveniencia de proporcionar oportunidades de educación, más o menos similares a las que se ofrecían en la metrópoli, a los hijos de los peninsulares y criollos, a fin de vincularlos cul- turalmente al imperio y, a la vez, preparar el personal necesa- rio para llenar los puestos secundarios de la burocracia colo- nial, civil y eclesiástica. Por otro lado, las dificultades de las comunicaciones, arriesgadas y costosas, aconsejaban impartir esa instrucción en las mismas colonias; c) La presencia, en los primeros años del periodo colonial, en los colegios y seminarios del Nuevo Mundo, de religiosos forma- dos en las aulas de las universidades españolas, principalmen- te Salamanca, deseosos de elevar el nivel de los estudios y de obtener autorización para conferir grados mayores. De ahí que las gestiones para conseguir los privilegios universitarios fue- ron con frecuencia iniciadas por estos religiosos de alta prepa- ración académica. Steer estima que estas consideraciones pragmáticas no son suficien- tes para explicar el fenómeno que analizamos, desde luego que las necesidades podrían haber sido satisfechas sin recurrir a las univer- sidades. Portugal no creó ninguna universidad en el Brasil durante la época colonial: la Universidad Portuguesa de Coimbra asumió buena parte de las tareas que en los dominios españoles desempeña- ron las Universidades coloniales. “También Inglaterra construyó un imperio sin que por ello otorgara importancia alguna a la fundación de universidades... España constituye, pues, una gran excepción en- tre las potencias coloniales, en lo que se refiere a la fundación de universidades europeas fuera de Europa”. Régimen legal de las universidades coloniales El funcionamiento de cada universidad fue autorizado en virtud de su propia real cédula o bula pontificia de creación, o por ambos dispo- 123 sitivos en el caso de las que eran a la vez “reales y pontificias”. Con todo, existió un cuerpo de preceptos que de manera general normó la vida de las universidades hispanoamericanas y que, en cierta forma, tuvo para ellas el carácter de legislación complementaria. Águeda María Rodríguez, O.P., quien ha publicado (1973) una extensa historia, muy bien documentada, de las universidades his- panoamericanas durante el periodo colonial, sostiene que “el dere- cho universitario español” y por ende el hispanoamericano, “arran- ca de las Siete Partidas del Rey Sabio, que a su vez no hicieron otra cosa que reproducir las costumbres de la vieja Universidad Salamantina”. En la ley primera aparece la célebre definición que del “estudio” enuncia Alfonso X: “Ayuntamiento de maestros de escolares que es fecha en algún lugar con voluntad de entendimien- to de aprender los saberes”. La palabra “universidad” no se mencio- na en este cuerpo legal, pues aún no era frecuente su uso, empleán- dose únicamente la de “estudio” que podía ser “general” o “particular”, según sus graduados recibieran o no el “ius abigue docendi”. Impor- tante es subrayar que las Siete Partidas sancionaron el reconocimien- to de la potestad papal para crear “estudios” en los dominios españo- les, lo que en determinado momento permitió el funcionamiento de universidades autorizadas únicamente por el pontífice. En las Siete Partidas encontramos algunos antecedentes que prefiguran ciertas características de la actual universidad latinoamericana: las disposi- ciones que establecen el fuero especial de los miembros de la comuni- dad universitaria y la facultad concedida a los estudiantes de elegir su rector, de clara estirpe boloñesa. Los modelos Salamanca y Alcalá de Henares, las dos universidades españolas más famosas de la época, fueron los modelos que inspiraron las funda- ciones universitarias en el Nuevo Mundo. Entre ambas existieron diferencias bastantes significativas, que se proyectaron en sus filia- les del Nuevo Mundo, dando lugar a dos tipos distintos de esque- mas universitarios que prefiguraron, en cierto modo, la actual divi- sión de la educación universitaria latinoamericana en universidades “estatales” y “privadas” (fundamentalmente católicas). Salamanca, por entonces la más importante y añeja universidad peninsular, rivalizaba en prestigio con las universidades europeas más famosas. Prácticamente era “la primera de España, la de mayor 124 rendimiento y la que mantuvo, entre todas, la hegemonía durante medio milenio” No es pues extraño que a ella recurrieran los pode- res ecuménicos (Emperador y Papa) para moldear las nacientes ins- tituciones. Aunque dentro de la línea de Bolonia, Salamanca respon- dió en sus orígenes a la idea de una universidad al servicio de un “estado-nación”, concepto que recién surgía en España (siglo XIV). En este sentido, en una primera etapa de su existencia tuvo un carác- ter más local que sus congéneres europeos. No fue sino hasta siglos después, y al recibir estudiantes de todas las naciones, que acudían a ella atraídos por el prestigio de sus catedráticos, que asume el perfil más ecuménico, tanto en su quehacer como en lo referente a los te- mas de sus preocupaciones y enseñanza. La organización y estructuras académicas de Salamanca, repro- ducidas luego con muy pocas modificaciones por sus filiales ameri- canas, podemos describirlas, en pocas palabras, de la manera siguien- te: el claustro pleno de profesores era la máxima autoridad académica, el cual incumbía la dirección superior de la enseñanza y la potestad para formar los estatutos. Al maestrescuela, llamado también canci- ller o cancelario, le correspondían las importantes funciones de juez de los estudios, la colación de grados y la autorización de las incor- poraciones. Este cargo, generalmente reservado a una alta autoridad eclesiástica, tenía facultades que realmente superaban a las del pro- pio Rector, a quien se confiaba la representación de la corporación universitaria y la supervisión de la docencia. El Rector estaba aseso- rado por dos consejos: el claustro de conciliarios, con funciones elec- torales y de orientación, y el de diputados, encargado de adminis- trar la hacienda de la institución. Todo el edificio de la transmisión del conocimiento descansaba sobre la cátedra, cuya importancia era tal que con frecuencia se confundía con la misma Facultad, desde luego que en ciertos momentos toda una rama del saber dependió de una sola cátedra. Se otorgaba mediante concurso de oposición. El latín era el idioma universitario, cuya suficiencia era requisito de ingreso a cualquier Facultad. Andando el tiempo, algunas materias comenzaron a explicarse en romance. El método de enseñanza con- sistía en la lectio o lectura viva voce por el catedrático o lector del texto señalado, seguida de las correspondientes explicaciones. La lectio se complementaba con la disputatio, que activaba la docencia por la participación de los estudiantes en la formulación de obje- ciones o argumentos en relación con las conclusiones que proponía el profesor. Los actos de conclusiones eran programados periódi- camente y representaban una oportunidad para ejercitar las capa- cidades dialécticas de los estudiantes, principalmente en material 125 como teología y filosofía. Con el tiempo degeneraron en arduas dis- cusiones sobre temas baladíes, donde los alardes de memorización despertaban gran admiración, como demostración de la más alta sabiduría. El otro modelo lo proporcionó la Universidad de Alcalá de Henares, creada por el regente Cardenal Cisneros sobre el esquema del Colegio Universidad de Sigüenza, autorizada por bula pontifi- cia. La preocupación central de la universidad alcalaína fue la teolo- gía, material que sólo en épocas posteriores ocupó un lugar relevan- te entre los estudios salamantinos. Su organización correspondió más bien a la de un convento-universidad, siendo el prior del convento a la vez rector del colegio y de la universidad. Esta circunstancia le daba a la institución una mayor independencia del poder civil. Fundaciones universitarias del periodo colonial La primera universidad erigida por los españoles en el Nuevo Mundo fue la de Santo Domingo, en la Isla Española (28 de octubre de 1538). La última fue la de León de Nicaragua, creada por decreto de las Cortes de Cádiz el 10 de enero de 1812.