Fútbol Increíble Autor: Luciano Wernicke Registro De Propiedad
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Fútbol increíble Autor: Luciano Wernicke Registro de propiedad intelectual: 75.494 “Fútbol increíble” no sólo es una recopilación de anécdotas increíbles y casos curiosos del más popular de los deportes. Cada una de sus 400 historias fue seleccionada cuidadosamente para integrar diecisiete capítulos, en los que la pelota rueda por sitios como restaurantes, casinos, hospitales o baños; es jugada por perros o caballos; o simplemente actúa como testigo de expulsiones extrañas y los festejos de goles más alocados. Un árbitro que se autoexpulsó, un arquero que se dejó vencer porque detrás del alambrado un hincha lo apuntaba con un revólver, un exitoso delantero que firmó un contrato por chocolate y papas fritas, un sordomudo vio la roja por “insultar”, un perro que anotó un golazo, una dirigente despedida por enamorarse de un colega de un club rival y un defensor que llevaba una muñeca inflable a las concentraciones son algunos de los sucesos más sorprendentes incluidos en este libro. Festival de canes Aunque la palabra “perro” no fue contemplada en el reglamento del fútbol, no pasa un solo fin de semana sin que se haga presente en cada estadio o potrero, ya sea en boca de algún espectador “calentón” o de un irritado jugador ante un increíble gol perdido por un compañero. En la jerga futbolera, este vocablo es sinónimo de “tronco”, “burro”, “madera”, calificativos para pintar a quien posee pobres recursos técnicos. Los canes aparecen asimismo dentro de las canchas de la mano (o la correa) de la policía: en muchos coliseos del mundo mastines entrenados son llevados dentro del campo para amedrentar a los hinchas a no traspasar las cercas. No pocas veces esos animales, cargados de la tensión y el nerviosismo que reinan en el lugar, han clavado sus filosas dentaduras en la carne de algún atleta. Así le ocurrió, por ejemplo, al arquero Carlos Navarro Montoya, cuando Boca Juniors enfrentó a Colo Colo en el estadio Nacional de Chile por las semifinales de la Copa Libertadores de 1991. El “perro” brota además como apodo de jugadores, como en los casos del ex delantero de San Lorenzo y Belgrano de Córdoba Javier Arbarello, del ex volante de Lanús Oscar Mena, o del ex integrante del seleccionado campeón del Mundo en 1978 Daniel Killer. Pero los pichichos también se deslumbran con el rodar de la pelota, y de vez en cuando se atreven a cruzar la línea de cal para entreverarse con su “mejor amigo” en la disputa del esférico. No fue una buena mañana, aquella del 12 de julio de 1997, para Gonzalo Javier Vicente, zaguero de la sexta categoría de Argentinos Juniors. Su equipo perdía por uno a cero como local ante Unión de Santa Fe, los delanteros visitantes lo pasaban como a un poste y unos cachorros vagabundos -esos “marca perro”, que tenían como guarida el modesto estadio de Ferrocarril Urquiza, donde se desarrollaba el encuentro-se divertían a costa suya metiéndose cada tanto a la cancha para distraerlo. En eso estaban los chuchos cuando los chicos de Unión hilvanaron un nuevo ataque: Vicente salió a cortar el avance, pero por esquivar a uno de los perritos perdió la marca de un rival, al que debió correr desde atrás y cometerle una falta para que no quedara “cara a cara” con su arquero. Enfurecido contra el can, al que consideraba responsable de una nueva llegada santafesina, el joven defensor se desquitó: persiguió al animalito, lo tomó con sus manos y lo revoleó fuera del campo de juego. El inaudito gesto fue severamente recriminada por el árbitro Marcelo Bardelli, quien, además de mostrarle la tarjeta roja al defensor, lo reprendió: “Sos una bestia. ¿Cómo vas a tratar así a un perro?”. Vicente se fue a los vestuarios junto con su entrenador, José Malleo, quien insultó al referí por considerar injusta la sanción. Finalmente, Unión se impuso por 4 a 2, el Tribunal de Disciplina de la Asociación del Fútbol Argentino castigó con una fecha de suspensión a Vicente y con seis a Malleo, y los cachorros siguieron con sus morisquetas. Eso sí: primero esperaron a que se fueran los irascibles chicos de Argentinos. Otra víctima canina: a mediados de la década del 60, un hincha de Lanús, disconforme con los fallos del árbitro, le lanzó un perrito desde la tribuna. Un policía se acercó al agresor para repudiar su proceder, pero, lejos de mostrar arrepentimiento, le contestó: “Bah… era chiquito”. Estos dos casos refrescan el epitafio que Lord George Byron hizo inscribir en la tumba de su querida mascota: “Tenía todas las virtudes de los hombres, y ninguno de sus defectos”. En la ciudad española de Salamanca sucedió un caso asombroso. Mientras se enfrentaban dos combinados de menores de 16 años, un perro que no quiso ser menos que los adolescentes cruzó la línea de cal para correr detrás de la pelota. La atrevida acción fue interrumpida por el árbitro, quien llamó al invasor con su silbato y le mostró la tarjeta roja. El bicho sorprendió a todos con su aparente conocimiento de las reglas del juego: dio media vuelta y, sin chistar (ni ladrar), se retiró por la línea final. A mediados de noviembre de 1997, pocos días después de obtener su quinto campeonato local consecutivo, el club uruguayo Peñarol lanzó una intensiva campaña para engrosar su número de socios. El reclutamiento careció por completo de restricciones, al punto que se aceptó la solicitud de un perro presentada por su dueño. El presidente “mirasol”, José Pedro Damiani, explicó que, frente a la anormal petición, la comisión directiva debió revisar los estatutos. “Como nada lo inhibía, resolvimos autorizarlo”, explicó Damiani. Seguramente, el récord en esta materia lo ostenta el club Deportivo Morón, que cuenta con tres ovejeros alemanes entre sus asociados. Ellos son Lourdes y Melanie Martin, carnets números 52.466 y 52.467 respectivamente, y King, socio 52.469. Las dos primeras fueron inscriptas por su dueño, Javier Ignacio Martin -un fanático seguidor de la institución albirroja del oeste del conurbano bonaerense-el 11 de marzo de 1998. King fue anotado una semana después por su propietario, un amigo de Martin. Los tres animales pertenecen a la categoría “menores de doce años”, por lo que pagan una cuota mensual de cinco pesos. Lanús, el puntero del Nacional B, había conseguido un empate importantísimo ante Colón, en Santa Fe, a sólo dos fechas del final del campeonato. La igualdad, que tuvo lugar el 16 de mayo de 1989, dejaba al equipo local a cinco puntos del “granate”, muy lejos del ascenso directo. El mal sabor de boca dejado por el triunfo que no llegó se amargó aún más para el “sabalero” Néstor Toledo. Mientras se retiraba del campo de juego, el jugador se cruzó con dos policías de la División Perros que, con sendos canes, corrían a dos intrusos que habían saltado el alambrado. Mal llevado por su olfato, uno de los enfurecidos mastines clavó sus colmillos en la pantorrilla izquierda de Toledo, quien debió ser socorrido por sus compañeros. El futbolista debió ser llevado a un centro asistencial, y a causa de la lesión provocada por la mordida quedó fuera del partido siguiente, ante Banfield. A principios de siglo, el Club Atlético San Isidro (en ese entonces participante de los campeonatos de fútbol) tenía como mascota a un simpático sabueso llamado “Can”, al que se consideraba un talismán de buena suerte que atraía los triunfos del equipo. Un día el pichicho fue atropellado por un automóvil y, a pesar de ser sometido a una intervención quirúrgica, perdió una de sus patitas. Convencidos de que el perro efectivamente llamaba a la buena fortuna, se decidió enterrar la extremidad en el medio de la cancha, la misma que hoy se utiliza para practicar rugby. Can murió en 1917 y sus restos fueron sepultados a un costado del campo de juego. El 20 de marzo de 1966, pocos meses antes del inicio del Mundial que se disputó en Inglaterra, el trofeo Jules Rimet desapareció misteriosamente de las vitrinas de la tienda londinense Westminster Hall. El enigmático robo del premio de oro macizo puso en vilo al prestigioso cuerpo de policía Scotland Yard, que a pesar de poner en el caso a sus mejores hombres no logró obtener una sola pista. Desesperada por el bochornoso suceso, que hacía trizas su arrogancia, la Football Association encomendó en secreto al orfebre Alexander Clarke la realización de una copia para sustituir al premio original. Pero antes de que el artista terminara su trabajo, un perro de raza Collie llamado Pickle salvó el orgullo inglés al hallar la preciada copa, oculta dentro de diarios en un jardín del suburbio Bealah Hill. Pickle fue declarado de inmediato héroe nacional y su propietario, David Corbett -un barquero del río Támesis de 26 años-, recibió una recompensa de tres mil libras esterlinas. Finalmente, el trofeo fue entregado por la Reina Elizabeth al capitán Bobby Moore minutos después de que el seleccionado local venciera al de Alemania por 4 a 2. El famoso collie murió en 1973 y su desaparición fue seguida por el llanto de miles de hinchas. A poco de llegar a China para incorporarse al plantel del Beijing Guoan, el delantero paraguayo Jorge Luis Campos (quien integró la selección guaraní en el Mundial Francia ‘98) salió una noche a cenar a un restaurante que ofrecía platillos regionales. Poco conocedor aún del idioma local, Campos ordenó una comida que, según creía haber aprendido, era pollo. Pocos minutos después llegó el mozo con la bandeja, y sobre ella había un trozo de carne que a simple vista distaba bastante de ser de un ave. El futbolista pinchó el manjar para confirmar lo que presumía: ni el color ni la textura del producto tenían algo que ver con una presa de pollo.