Memorias Del Padre Germán
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MEMORIAS DEL PADRE GERMÁN Comunicaciones obtenidas por el médium parlante del centro espiritista LA BUENA NUEVA de la ex villa de Gracia COPIADAS Y ANOTADAS Por AMALIA DOMINGO SOLER UNDÉCIMA EDICIÓN EDITORIAL KIER S.A. Santa Fe 1X0 1088 Buenos Aires 2 1ª a 7ª edición argentina. Editorial Kier S.R.L., Buenos Aires 8ª edición argentina. Editorial Kier S.A. 1967 9ª edición argentina. Editorial Kier S.A. 1970 10ª edición argentina. Editorial Kier S.A. 1976 11ª edición argentina. Editorial Kier S.A. 1979 Tapa BALDESSARI LIBRO DE EDICIÓN ARGENTINA Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723 © 1979 by Editorial Kier, S.A. Buenos Aires Impreso en Argentina - Printed in Argentina 3 PRÓLOGO El 29 de abril de 1880 comencé a publicar en el periódico espiritista La Luz del Porvenir las memorias del padre germán, larga serie de comunicaciones que por su forma a veces (al parecer novelesca) instruyeron deleitando. El espíritu del Padre Germán fue refiriendo algunos episodios de su última existencia, en la cual se consagró a consolar a los humildes y a los oprimidos, desenmascarando al mismo tiempo a los hipócritas y a los falsos religiosos de la Iglesia Romana; esto último le proporcionó (como era natural) disgustos sin cuento, persecuciones sin tregua, crueles insultos y amenazas de muerte, que más de una vez estuvieron muy cerca de convertirse en amarguísima realidad. Fue víctima de sus superiores jerárquicos y vivió desterrado en una aldea el que indudablemente por su talento, por su bondad y por sus especiales condiciones hubiera guiado la barca de San Pedro a puerto seguro, sin haberla hecho zozobrar. Mas no por vivir en un apartado rin- cón de la tierra vivió oscurecido; que así como las violetas ocultas entre las hojas exhalan su delicado perfume, la religiosidad de su alma exhaló también el delicado aroma de su sentimiento religioso, y fue tanta su fragancia, que se aspiró su embriagadora esencia en una gran parte de la tierra, y fueron muchos los potentados que, aterrorizados por el recuerdo de sus enormes crímenes, acudieron presurosos y se prosternaron humildemente ante el pobre sacerdote pidiéndole que sirviera de intermediario entre ellos y Dios. El padre Germán recogió a muchas ovejas descarriadas, guiándolas solicito por el estrecho camino de la verdadera religión; que no es otra cosa que hacer el bien por el bien mismo, amando al bueno porque por sus excepcionales virtudes merece ser tierna mente amado, y amando al delincuente, porque es un enfermo del alma en estado gravísimo, que sólo con amor puede curarse. La misión del padre Germán en su última existencia fue la misión mas hermosa que puede tener el hombre sobre la tierra; y como cuando el espíritu deja su carnal envoltura, sigue sintiendo en el espacio lo mismo que sentía en la tierra, él sintió al verse libre de sus enemigos la misma necesidad de amar y de instruir a sus semejantes, y buscó todos los medios para llevar a cabo sus nobilísimos deseos. Esperando ocasión propicia, llegó el momento de. encontrar a un médium parlante puramente mecánico, al que él profesaba entrañable afecto hacía muchos siglos; pero este hallazgo no era bastante: necesitaba que aquel médium tuviese un amanuense que sintiera, que comprendiera y que apreciara lo que el médium refiriera, y este amanuense lo encontró en mi buena voluntad, en mi vehementísimo deseo de propagar el Espiritismo, y los tres trabajamos juntos en la redacción de sus Memorias hasta el 10 de enero de 1884. Sus Memorias no guardan orden perfecto en la relación de los acontecimientos de 4 su vida; tan pronto relata episodios de su juventud (verdaderamente dramáticos) como se lamenta de su abandono en la ancianidad; pero en todo cuanto dice hay tanto sentimiento, tanta religiosidad, tanto amor a Dios, tan profunda admiración a sus eternas leyes, tan inmensa adoración a la naturaleza, que leyendo los fragmentos de sus Memorias, el alma más atribulada se consuela, el espíritu más escéptico reflexiona, el hombre más criminal se conmueve, y todos a su manera buscan a Dios convencidos de que Dios existe en las inmensidades de los cielos. Uno de los fundadores de La Luz del Porvenir, el impresor espiritista Juan Torrents, ha tenido el buen acuerdo de reunir en un libro las Memorias del Padre Germán, y yo he adicionado a ellas algunas comunicaciones del mismo espíritu por encontrar en sus páginas inmensos tesoros de amor y de esperanza, esperanza y amor que son los frutos sazonados de la verdadera religiosidad que el padre Germán posee desde hace muchos siglos; porque para sentir como ¿I siente, y amar como él ama, y conocer tan a fondo las miserias de la humanidad, se tiene que haber luchado con la impetuosidad de las pasiones, con las asechanzas de los vicios, con los irresistibles halagos de las mundanas vanidades. Las grandes, las arraigadas virtudes y los múltiples conocimientos científicos no se improvisan: son la obra paciente de los siglos. Sirvan estas líneas de humilde prólogo a las Memorias del Padre Germán, y sean ellas las hojas que ocultan un ramo de violetas cuyo delicadísimo perfume aspirarán con placer los sedientos de justicia y los hambrientos de amor y de verdad. Amalia domingo soler Gracia, 25 de febrero de 1900. 5 EL REMORDIMIENTO ¡Con cuánto sacrificio, con qué santa fruición celebré por vez primera el sacrificio de la misa! Yo nací para la vida religiosa, dulce y contemplativa. ¡Qué grato era para mí enseñar la doctrina a los pequeñuelos! Cuanto me deleitaba escuchar sus vocecitas, destempladas unas, chillonas otras, débiles aquéllas; pero agradables todas, porque eran puras como sus almas inocentes. ¡Oh, las tardes! ¡Las tardes de mi aldea viven siempre en mi memoria! ¡Cuánta ternura, cuánta poesía tenían para mí aquellos momentos, en que dejaba mi querido breviario y acompañado de mi fiel Sultán me dirigía al cementerio a rogar ante la Cruz de piedra por las almas de los fieles que dormían en torno a mi! Los niños me seguían de lejos, y me esperaban a la puerta de la casa de los muertos; cuando terminaba mi oración salía de la mansión de la verdad y recordando las divinas palabras de Jesús, decía: "¡Vengan a mí los pequeñitos!", y un enjambre de chicuelos me rodeaba cariñosamente y me pedía que les contara cuentos. Yo me sentaba a la sombra de un venerable olivo. Sultán se echaba a mis pies y los niños se entretenían, primero, en tirarle de las orejas a mi viejo compañero, que sufría resignado aquellas pruebas de infantil cariño y de alegre travesura. Yo les dejaba hacer, me complacía en verme rodeado de aquellas inocentes criaturas que me miraban con ingenua admiración, diciéndose unos a otros: "Juguemos al muerto con Sultán, que el Padre no nos riñe"; y mi pobre perro se dejaba arrastrar sobre la hierba, mereciendo al final, en premio de su condescendencia, que todos los chicos le dieran algo de su merienda; después, restablecida la calma, todos se sentaban en torno a mí y escuchaban atentamente el suceso milagroso que yo les contaba. Sultán era el primero que daba la señal de marchar; se levantaba, inquietaba a los chicuelos con saltos y carreras y volvíamos todos juntos a nuestros pacíficos hogares; y así pasé muchos días, muchos meses de paz y de amor ignorando que hubiera criminales en el mundo. Mas ¡ay! la muerte se llevó al padre Juan y entonces entré en propiedad de aquel curato, y nuevas atenciones vinieron a turbar el sueno de mis noches y el sosiego de mis días. Sin darme cuenta de por qué, siempre había rehusado la confesión de los pecados de otro. Encontraba una carga muy pesada el guardar secretos de los demás. Mi alma, franca e ingenua, se abrumaba con el peso de mil culpas y le asustaba aumentar la carga con los pecados de los demás. Mas la muerte del padre Juan me obligó a sentarme en el tribunal de la penitencia, o mejor dicho, de la conciencia humana, y entonces... ¡oh! entonces me horrorizó la vida. 6 ¡Cuántas historias tristes...I ¡Cuántos desaciertos... ¡Cuántos crímenes...! ¡Cuánta iniquidad...! Una noche, ¡oh! aquella noche jamás la olvidaré. Me preparaba para descansar, cuando Sultán se levantó inquieto, me miró atentamente, apoyó sus patas delanteras en el brazo de mi sillón y parecía decirme con su inteligente mirada: "No te acuestes, que alguien llega". Cinco minutos después sentí el galope de un caballo y pasados algunos momentos vino el viejo Miguel a decirme que me quería hablar un señor. Salí a su encuentro y Sultán le olfateó sin demostrar el más leve contento, y se acostó a mis pies en actitud defensiva. Parece que aún veo a mi visitante. Era un hombre de edad mediana, de semblante triste y de mirada sombría. Me miró y me dijo: —Padre, ¿estamos solos? —Sí, ¿qué queréis? —Quiero que me escuchéis una confesión. —¿Y a qué venís a buscarme cuando tenéis a Dios? —Dios está muy lejos de nosotros, y yo necesito oír una voz más cercana. —¿Y vuestra conciencia nada os dice? —Pues porque escucho su voz vengo a buscaros. No me han engañado al decirme que erais enemigo de la confesión. —Es verdad: el horror de la vida me abruma; no me gusta escuchar más que las confesiones de los niños, porque sus pecados hacen sonrreír a los ángeles. —Padre, escuchadme; porque es obra de caridad dar consejo al que lo pide. —Hablad, y que Dios nos inspire a los dos. —Prestadme toda vuestra atención. Hace algunos meses que, junto a las tapias del cementerio de la ciudad D... se encontró el cadáver de un hombre con el cráneo levantado.