Dulcinea O El Ideal
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Dulcinea o el ideal Mariapia Lamberti Universidad Nacional Autónoma de México, México, D. F. ...y, así, eso que a ti te parece bacía de barbero me parece a mí el yelmo de Mambrino y a otro le parecerá otra cosa. (I, 25) Dulcinea representa el caso tal vez más desconcertante en la literatura occiden- tal. Es personaje y no lo es en la obra inmortal de Cervantes; ya que nunca se llega a ver ni a tener noticia certera de su existencia, y sin embargo llena de sí toda la obra, al punto que sería inconcebible el Don Quijote sin la «presencia» constante y subterránea de Dulcinea; al punto que hay quien puede afirmar que es la verdadera protagonista de la novela.1 Muchas son las obras de literatura que tienen como protagonista un elemento no humano (que por lo tanto no se puede definir «personaje»). Es el caso, por ejem- plo, de Moby Dick; otras obras se desarrollan alrededor de un personaje humano que aparece fugazmente, o del cual únicamente se habla, pero que no deja de ser el eje del acontecimiento relatado, su causa inicial, como Elena en la Iliada. Otras veces el protagonista verdadero es una entidad abstracta, como la Providencia en la obra cumbre de Alessandro Manzoni, I promessi sposi, que es a la vez tesis, tema y fuerza coordinadora de la novela: verdadero proto-agonistés, en el sentido griego de la palabra. Pero el caso de Dulcinea es diferente. Y lo es porque, contrariamente a los casos de Melville, Homero y Manzoni, no es creación del autor, de Cervantes, sino for- mación libre a un tiempo y necesaria del personaje principal. No es por ende Dul- cinea propiamente una «agonista» en las aventuras de Ingenioso Hidalgo, pues no actúa; no es un «personaje» porque no tiene máscara, aspecto e identidad definida fuera de la mente de Don Quijote. Él le da vida y desarrollo con sus palabras; Dul- cinea vive en su mente y en su corazón, y de allí se proyecta afuera hacia el lector. John J. Allen,2 en su estudio sobre el «desarrollo» de Dulcinea, se retracta en el texto afirmando: «Claro que no hay ningún «desarrollo» de Dulcinea en la obra de Cervantes, en el sentido corriente de la palabra, ya que no existe, ni siquiera como 1. Encuentro por ejemplo, en la vasta bibliografía, un texto de 1947, una conferencia dictada y edita- da en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, por Emma Prado de Arai, con un título que no deja dudas: «Dulcinea, protagonista invisible del Quijote». 2. John J. Allen, «El desarrollo de Dulcinea y la evolución de Don Quijote», Nueva Revista de Filología Hispánica, xxxviii, pp. 849-856. 10Comunicaciones.indd 421 26/06/11 23:04 422 Mariapia LaMberti un personaje «ausente» en la novela».3 A su vez, Julio Torres, en su estudio exhaus- tivo y minucioso sobre la relación en la novela de Dulcinea-Aldonza,4 definiéndo- la en el encabezado «personaje elíptico», precisa al inicio del segundo apartado: «Estoy llamando por comodidad personaje a Dulcinea, aunque intuyo que no es correcta la denominación».5 Más adelante, en el inicio del tercer apartado, comenta que no es un personaje, sino «una especie de esquema».6 La definiré entonces como «figura», ya que es precisamente esto: una imagen, una idea; pero una idea tan viva y vital, que pronto se escapa a su propio creador, Don Quijote, que la vive como algo real, o, si duda de su existencia, lo hace en términos totalmente objetivos: «Dios sabe si hay Dulcinea o no en el mundo, si es fantástica o no es fantástica y éstas no son de las cosas cuya averiguación se ha de llevar hasta el cabo» (II, 32).7 Olvida Don Quijote que Dulcinea vive en él, y si es fantástica o no, él solo puede saberlo; y es precisamente él quien nos aconseja dejar en un sagrado misterio la realidad de tan alta figura.8 En otro aspecto escapa Dulcinea a su creador: ella inicia su trayectoria vital cuando Alonso Quijano se transforma en Don Quijote. Vive en el alma del Caballero como Dama de sus pen- samientos; sin embargo no muere con él, no se desintegra al desaparecer la locura y el loco. Esta figura, creada magistralmente en forma indirecta por el genio de Cervantes, se nos presenta a primera vista en tres aspectos: real, trascendente y ficticio. De la relación entre los tres surgirá el valor simbólico-alegórico de la figura.9 Aspecto real. Me refiero con este aspecto a la campesina Aldonza Lorenzo, que es el punto de partida, la materia bruta de la cual se forma la espiritual Dulcinea. La presentación nos la hace el autor mismo; pero también en esta presentación, la «moza labradora» no aparece como un elemento de la vida de Alonso Quijano, como un recuerdo suyo; por lo tanto carece de personalidad y acción, es mera —y somera— descripción: «Y fue, a lo que se cree, que en un lugar cerca del suyo había 3. Ibid., p. 849. 4. Julio Torres, «Dulcinea del Toboso. El personaje elíptico», Revista de Filología Románica, n. 14, vol II, 1997, pp. 441-455. Los últimos dos estudios citados se remiten en su interior a varios estudios previos sobre el tema. Las interpretaciones de Dulcinea se multiplican en forma exponencial. 5. Ibid., p. 444. 6. Ibid., p. 446. 7. Empleo para las citas la edición del Instituto Cervantes dirigida por Francisco Rico: Miguel de Cer- vantes, Don Quijote de la Mancha, Barcelona, Instituto Cervantes-Crítica, 1998. Como es habitual, indicaré únicamente con números romanos la parte primera o segunda, y con arábigos el capítulo en el que se encuentra el pasaje citado. 8. Julio Torres, en el artículo citado, sugiere en varias ocasiones que Don Quijote es perfectamente consciente de estar creando juegos, consciente de que «todo es una farsa» (p. 454), incluyendo su pro- yección de Dulcinea. 9. Para una función irónica o humorística de Dulcinea pueden verse los trabajos de Anthony Close, «Don Quixote’s love for Dulcinea. A study of cervantine irony», Bulletin of Hispanic Studies, 54 (1973), pp. 237-255 y de Gemma Roberts, «Ausencia y presencia de Dulcinea en el Quijote», Revista de Archivos, Biblio- tecas y Museos, 82 (1979), pp. 809-826. 10Comunicaciones.indd 422 26/06/11 23:04 Dulcinea o el ideal 423 una moza labradora de buen parecer, de quien él un tiempo anduvo enamorado aunque, según se entiende, ella jamás se dio cata de ello. Llamábase Aldonza Lo- renzo [...]» (I, 1). «A lo que se cree», «según se entiende»: frases que alejan la perspectiva a un segundo plano, ya dudoso y fabuloso. Se esfuman los contornos de ésta que no es Dulcinea, pero es sin embargo un necesario origen. Es la primera y única vez que el autor10 nos habla directamente (aunque detrás de los escudos antes señalados) de ella. La misma técnica de alejamiento la usa en I, 9, donde, al referir el descubri- miento del texto de Cide Hamete, dice el autor que el muchacho que se lo vendió, le leyó entre risas una glosa al margen del manuscrito, de mano desconocida: «esta Dulcinea del Toboso, tantas veces en esta historia referida, dicen que tuvo la mejor mano para salar puercos que otra mujer en toda la Mancha» (I, 9).11 Ya se mencio- na a Dulcinea, pero en términos de Aldonza. Pero entre el autor y ella está Cide Hamete, un muchacho que lee, una glosa aljamiada de un desconocido que dice que «dicen». Aldonza vuelve a aparecer en boca de Quijote y Sancho, ya en su dimensión de figura, es decir de su creación. Cuando el Caballero se retira en su penitencia en la Sierra Morena (I, 25), en un coloquio que tiene con Sancho a propósito de la Señora de sus pensamientos, las dos imágenes —Aldonza y Dulcinea— se separan para siempre. Sancho se sorprende que la que «debía ser alguna princesa» sea la «moza [...] de pelo en pecho» hija de Lorenzo Corchuelo. Afirma: «Bien la conozco», y nos da de ella una descripción detallada, en términos de robustez y fuerza hombruna. Su descripción está en plena antítesis con la idealización que desde siglos se hacía de la mujer, y que el neoplatonismo y petrarquismo renacentista había codificado: ser etéreo, delicado, cuyas características físicas desaparecen bajo el velo de las metáforas tópicas. Los detalles que nos da Sancho, relativos a la fuerza física y de carácter, no contradicen sin embargo, dejándola sencillamente a un lado, la suges- tión escueta que nos había dado el propio autor: «moza de muy buen parecer». Don Quijote, que todavía acepta la idea concreta de Aldonza, en su contestación nos da la clave de su idealización, y de toda idealización. Empieza con un panegí- rico que rivaliza en corpulencia con la descripción de Sancho. Pero la conclusión es trascendente: «Así que, Sancho, por lo que yo quiero a Dulcinea del Toboso, tanto vale como la más alta princesa de la tierra». Para estar enamorado hay que ser «hombre que tiene valor para serlo». Es un eco claro de las teorías sobre el amor desde Guinizzelli hasta Marsilio Ficino. Nombra al fin Quijote a Aldonza por la última vez: «Y así bástame a mí pensar y creer que la buena de Aldonza Lorenzo es buena y honesta [...] y para concluir con todo, yo imagino que todo lo que digo es así, sin que sobre ni falte nada, píntola en mi imaginación así en la belleza como en la principalidad, y ni la llega Elena, ni la alcanza Lucrecia, ni otra alguna de las famosas mujeres de las edades pretéritas, griega, bárbara o latina» (I, 25).