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EPÍLOGO

Ese gol será a medias de Nayim y a medias de cada aficionado, de cada seguidor zaragocista, que comparte con el ceutí el orgullo de haber logrado la conquista de la Recopa de la forma más brillante e inesperada posible.

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Un orgullo

Dice Nayim que su zapatazo en el Parque de los Príncipes fue impulsado por miles de almas que lo guiaron hacia la portería de . Creo, más bien, que ese gol surgió de un gesto de calidad y, sobre todo, de la osadía y de la genialidad de un jugador distinto, empeñado siempre en abrir repertorios, en ofrecer alternativas al juego previsible. Por más que aquello pudiera envolverse de incomprensión.

Tiene ese gol el mérito indiscutible de su belleza; pero pasa a la Historia - con mayúsculas- del fútbol por los ingredientes que lo adornan: por el escenario, el instante y su trascendencia.

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En aquel ámbito, tuvo Nayim la valentía de ofrecer a su equipo, a su público, a su país, al mundo, esa chispa de magia que ya había sido capaz de brindar en la intimidad (a muchos de sus cercanos, ese gesto no les asombró). Rebuscó en su repertorio y no tuvo miedo a decidirse por lo más difícil, por aquello que parecía imposible. Para sorprender -“ese es el embrujo que ofrece el fútbol”- y convertir lo inimaginable en real.

Sí creo, en cambio, que esa parábola maravillosa fue acompañada por millones de almas que volcaron su ilusión en ese envío y lo hicieron propio, orgullosas de compartir con Nayim el diseño de la más bella página de la Historia del zaragocismo.

Porque ese gol será a medias de Nayim y a medias de cada aficionado, de cada seguidor zaragocista, que comparte con el ceutí el orgullo de haber logrado la conquista de la Recopa de la forma más brillante e inesperada posible.

La afición, indiscutible copartícipe de aquella maravillosa gesta, guarda en el corazón cada detalle de aquel golpeo, que hizo grande, muy grande, al .

La impresionante manifestación vivida al día siguiente en toda Zaragoza, con su núcleo central en la plaza del Pilar -donde se reunieron más de cien mil personas-, fue el reflejo del unánime sentir de una afición orgullosa. Aquel equipo -cada uno de esos hombres- se ganó, además de la Recopa, el cariño, el respeto y la admiración de cada aficionado. Por siempre.

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¡Hasta siempre!

Recuerdo la primera vez que le asalté. Gracias a un taxista, Patrick Queen, empedernido, orgulloso y entrañable seguidor del Arsenal, el fotógrafo del HERALDO Oliver Duch y yo habíamos conseguido desentrañar el misterio que conducía al campo de entrenamiento del equipo londinense, muy en las afueras de la capital inglesa. Eran los últimos días del mes de abril de 1995 y faltaban un par de semanas para que el Zaragoza disputara la final de la Recopa, en el Parque de los Príncipes de París.

La paz reinaba en aquel rincón de London Colney. Habíamos llegado casi antes que los jugadores. Y el entrenador, , nos recibió de

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143 uñas. Ya nos habían avisado de que la visita a un entrenamiento -a pesar de que nosotros habíamos solicitado permiso al club- se interpretaba como una tarea de espionaje. De hecho, unos días después, el técnico me recriminó mi insistencia y me expulsó de esos campos. Era el único periodista que había por allí y el único que, en su opinión, podía hacer vulnerables los secretos de sus estrategias.

En ese ambiente raramente hostil, encontré la alianza con David Seaman: “¿Tienes un momento, por favor?”. Acababa de finalizar el entrenamiento y una sonrisa disfrazada de humanidad se volvió para conocer qué se escondía detrás de aquella frase de inglés poco británico. Dialogamos. Se interesó por nosotros y el Real Zaragoza. Se entretuvo en ofrecernos su punto de vista acerca de la final, el temor por la ausencia obligada de su central Bold -sancionado después de la semifinal con la Sampdoria- y mostró un especial interés por la situación de Esnáider, el gran quebradero de cabeza de la retaguardia londinense.

A partir de entonces, en un territorio que el entorno del equipo quiso hacernos “enemigo”, siempre tuvo una palabra de cariño hacia nosotros. Era ya una institución: guardameta del Arsenal, portero de la selección inglesa y un personaje popular -era invitado y acudía a las puestas de largo de películas junto, por ejemplo, a Tom Cruise-. En aquellas días, tuve ocasión de entrevistar a tres cuartas partes de Arsenal: Dixon, Keown, Linigham -el “escondido” sustituto del central sancionado Bold-, Paul Merson, Ian Wright -ese ariete que siempre había marcado-, Winterburn, Parlour... Pero cuando dejé Londres para viajar a París, me había prendado de la calidad humana de Seaman.

Entonces no pensé que su historia deportiva iba a estar tan firmemente ligada al Real Zaragoza. Porque, lo mismo que a Nayim -con la fantasía de esa parábola-, París marcó a David Seaman. El guardameta británico nunca podrá olvidar la magia de ese gol que no pudo imaginar un guión de cine.

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Y su nombre quedará por siempre ligado no sólo a la historia del conjunto aragonés, sino a la del fútbol europeo, a la del deporte mundial.

Seaman ha sido también protagonista en esa selección inglesa que eliminó a España en los penaltis en la Eurocopa de Inglaterra; ha perdido otras finales -la UEFA, ante el Galatasaray-; y su trayectoria está jalonada de los éxitos que asegura la militancia en un equipo grande. Pero su vida deportiva quedó sellada en el Parque de los Príncipes, un 10 de mayo de 1995.

Al anunciar su retirada del fútbol activo, Seaman subió a la grada con una gran trayectoria a sus espaldas, aunque también jalonada por dos errores históricos: el gol de Ronaldinho en el Mundial 2002, que dejó a Inglaterra fuera de semifinales y, sobre todo, ese tanto de Nayim, un gol que cayó del cielo.

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DE PERFIL

Nacido en , en 1966, Nayim se ha convertido en un hijo adoptivo de Zaragoza y todo el zaragocismo le guarda un hueco en el corazón

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Por el camino del fútbol

Mohamed Nayim Alí Amar, el mayor de una familia de tres hermanos, nació en Ceuta el 5 de noviembre de 1966. Su trayectoria le iba a mandar por el camino del fútbol, pero aún no lo sabía cuando inició los estudios de Enseñanza General Básica en el Colegio Convoy de la victoria de la ciudad ceutí.

Compartía andanzas infantiles con sus dos hermanos más pequeños, Imán Alí Amar y Jalid Alí Amar. Ya desde muy pequeño dio muestras de su sólida relación con el balón y se alistó en el equipo Pedro Lamata, del que dio el salto al referente de Ceuta, el Unión África.

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Fue su padre Alí el que le inculcó la pasión por el fútbol. Con él visitaba cada domingo el estadio del Ceuta para disfrutar de las gestas de la formación local. Y se permitía soñar con militar un día en esa su escuadra.

Avanzaba en los estudios y pasó al instituto. Aunque una circunstancia iba a cambiar su vida: un partido de fútbol. El Unión África mereció llegar a la final de y debía jugarse el título ante el Real Betis. El campo estaba lleno de ojeadores. Le llamó el Barcelona.

Apenas en edad juvenil, Nayim pasó a integrarse en la formación catalana y mientras progresaba en el fútbol y vivía en la escuela de formación de La Masía azulgrana aprovechó para iniciar estudios de Administrativo.

Dio el salto al primer equipo en el Nou Camp, en un duelo ante el Real Zaragoza, en el que militaba Frank Rijkaard. Se sentaba entonces en el banquillo Luis Aragonés. Con aquel Barcelona conquistó una Copa de la Liga y una Copa del Rey, aunque no pudo jugar aquella final.

Algunos problemas con el técnico Johan Cruyff le obligaron a abandonar el Barcelona y se refugió en el Tottenham, en donde mereció respeto y admiración. Allí coincidió con , con el que trabó una singular amistad.

Fue campeón de Copa inglesa en 1991 y compartió el título de la “Charity” con el Arsenal, tras concluir la final con empate (0-0) en Wembley. Tras cinco años de estancia en la “”, acepta la oferta del técnico Víctor Fernández para recalar, en 1993, en el Real Zaragoza. Esa misma temporada se incorpora al cuadro aragonés Santiago Aragón.

Vive Nayim una renovada gloria en la formación blanquilla: conquista con el Real Zaragoza la final de la Copa del Rey de 1994 -en los penaltis, ante

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148 el Celta- y, sobre todo, la Recopa de 1995 (10 de mayo), al resolver de forma genial un partido que caminaba hacia los penaltis. Es, sin duda, uno de los grandes protagonistas de la historia del conjunto aragonés.

Nayim se incorporó al Logroñés en la temporada 1996-97 y permaneció en la capital riojana durante dos años. Un compromiso personal le llevó a alistarse primero como jugador y más tarde como entrenador-jugador en el equipo del Serrayo, de Tercera, en donde acabó su trayectoria como futbolista. Está casado con Sanah y tienen dos hijos, Yusef (8 años) y Mehdi (2 años). En la actualidad (en el año 2006) se ocupa de la parcela deportiva del equipo de sus amores, el Ceuta.

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“No hay un día que no me recuerden mi gol en París. Es algo imborrable, que me llevaré conmigo a la tumba”

Mohamed Nayim Alí Amar

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