Análisis Económico ISSN: 0185-3937 [email protected] Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Azcapotzalco México

García Alba Iduñate, Pascual Paradigmas y extremismos, los economistas mexicanos en el siglo XX Análisis Económico, vol. XVII, núm. 35, primer semestre, 2002, pp. 3-42 Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Azcapotzalco Distrito Federal, México

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Pascual García Alba Iduñate**

Introducción

En el presente ensayo el concepto de paradigma, que no la teoría, es aquel popula- rizado por Thomas Khun en su obra La estructura de las revoluciones científicas, publicada en los años sesenta; y se refiere al conjunto de hábitos, técnicas, normas metodológicas, tendencias, valores, inquietudes, etc., que junto con determinadas teorías científicas, dominan en el seno de una comunidad. Dicho concepto va más allá de lo que englobaría una teoría determinada y puntualiza el modo en que la actividad teórica se lleva a cabo, el entorno relevante en el que se realiza y que, por tanto, afecta al propio proceso, a los problemas que estudia, a sus propósitos y hasta a sus conclusiones. Un paradigma incluye una concepción general del mundo, que aplicada a la realidad, la simplifica y permite el estudio de fenómenos concretos como desvia- ciones de esa percepción sintética. Su utilidad depende de la economía lograda en la categorización y especificación de los problemas bajo estudio, en la comunica- ción de ideas, experimentos y resultados entre los miembros de la comunidad cien- tífica. Lo apropiado del paradigma depende de su utilidad más que de su fidelidad hacia alguna visión casi metafísica de la realidad.

*Esta es una nueva versión de la ponencia presentada en el Primer Congreso Nacional de Historia Económica organizado por la Asociación Mexicana de Historia Económica, del 24 al 26 de Octubre del 2001 en la ciudad de México. El autor agradece a Leopoldo Solís y Adalberto García Rocha por sus comentarios a la versión preliminar, de igual manera a Gabriela Torres, quien mejoró sustancialmente su presentación. Las opiniones aquí vertidas son responsabilidad exclusiva del autor. ** Profesor del Departamento de Economía de la UAM-Azcapotzalco en diferentes periodos. En la actualidad se desempeña como comisionado de la Comisión Federal de Competencia.

3 Análisis Económico Cuando se aplica el concepto de paradigma al campo de la economía es innecesaria la concepción de Khun respecto a su condición antitética y a la imposi- bilidad para coexistir, de unos paradigmas con otros, aun cuando aborden fenóme- nos diferentes. Los paradigmas son construcciones de conveniencia y no realidades en sí. En este trabajo, se caracteriza como extremista conceptual a quien posee una forma de adherencia exagerada a un paradigma, de manera tal que transforma una herramienta o representación simplificada de la realidad para un propósito determi- nado, en símbolo o realidad verdadera y última, en sentido metafísico. La economía se vería enriquecida como ciencia si el extremismo concep- tual no fuera su condición de existencia. En este escrito se hace hincapié en la idea de coexistencia entre paradigmas como un medio para alimentar tanto la capacidad de operación empírica como de análisis económico. En efecto, los economistas utilizan a veces las herramientas de un paradigma, y en ocasiones las de otro. Las tensiones entre ellos se dan cuando lo que era de utilidad empírica se convierte en un ideal. Cabe realzar algunos ejemplos sobre la necesidad del uso flexible de los paradigmas en el campo de la teoría económica. El paradigma de la competencia perfecta es útil para analizar estructuras de impuestos. Sin embargo dicho paradig- ma supone pleno empleo y es por tanto inapropiado para analizar el desempleo involuntario durante las recesiones. También sería inútil aplicar el enfoque marxis- ta– que perseguía la destrucción del sistema capitalista–, para resolver los proble- mas de las empresas en dicho sistema. Asimismo, el paradigma keynesiano, al trabajar con funciones agregadas, poco sirve para proyectar la demanda de un pro- ducto específico. No dudo que la visión anterior puede ser tachada por algunos de pragmatismo simplista. No importa. Si se reconociera que los paradigmas son cons- trucciones de conveniencia y no realidades en sí, nos evitaríamos discusiones va- nas y enfrentamientos inútiles. Después de todo la economía en una ciencia social que como tal persigue el bienestar de la sociedad. Debe más que nada ser conside- rada como ciencia aplicada, y sus paradigmas aquilatados por su capacidad para entender y mejorar los procesos económicos. A pesar de quienes parecen suponer que como la matemática, sus teoremas no tienen que sujetarse a la confrontación empírica, sino sólo a la coherencia interna de sus razonamientos sin cuestionar sus axiomas. La convivencia entre paradigmas es posible. Ejemplos los hay, aunque a veces por razones sesgadas. El keynesianismo no siempre fue rechazado por eco- nomistas de tendencia marxista, quizá porque ambos tendían a favorecer la inter- vención del estado en la economía, en oposición a las versiones dominantes de la

4 economía neoclásica. Asimismo, en las escuelas se suele enseñar macroeconomía con un enfoque keynesiano y microeconomía con un enfoque neoclásico, aunque el tipo de keynesianismo que se enseña cada vez se parece más al paradigma neoclásico. Otro ejemplo de convivencia de paradigmas en el siglo XX se dio dentro del para- digma cepalino. Sus proponentes utilizaban conceptos y modelos matemáticos y econométricos del comercio exterior que podían ser entendidos y discutidos con los neoclásicos, al tiempo que desarrollaban conceptos como el de centro-periferia, propuesto por el ruso Bujarin en 1915 -antes de la revolución de octubre. Las tensiones surgidas en el seno de la comunidad científica de econo- mistas, son producto del desarrollo de la ciencia, pero también de tergiversaciones, donde la polémica entre diferentes paradigmas se convierte en una lucha fútil, que da pauta a otras acciones; por ejemplo, el que las masas sean azuzadas a combatir por un modelo que ni siquiera entienden, o bien que los economistas diseñen polí- ticas basadas en nociones que tercamente se contradicen con la realidad, produ- ciendo resultados desastrosos para millones. Este ensayo tiene como objeto mostrar los efectos, no siempre positivos, de aplicar en el campo de la política económica una concepción paradigmática rígida, propia del extremismo que lleva a percepciones irreales de los fenómenos y retrae la eficiencia de la política económica. Se encuentra dividido en dos partes, la primera de ellas se compone de cinco apartados, y hace un referente al campo de la teoría, a los paradigmas relevantes en el diseño de la política económica en México y América Latina. La segunda, la más extensa, abarca nueve apartados; en ella se realiza una interpretación de la política económica en nuestro país a la luz de las concepciones paradigmáticas prevalecientes, en situaciones extremas. Así, se ex- plican tanto los éxitos como las limitaciones de la política económica, en el trans- curso de nuestra historia reciente en términos de los objetivos de la economía, como ciencia conducente a mejorar las condiciones de bienestar social.

1. Los paradigmas en el mundo del Siglo XX

1.1 El fin de una polémica: el paradigma Marxista vs el Neoclásico

El marxismo nació en el siglo XIX, pero su influencia dramática se registra en el siguiente. Independientemente de la opinión de cada cual sobre el marxismo, no hay duda que pocos paradigmas movilizaron a tantos y afectaron a un número tan importante de seres y países durante el medio siglo siguiente a la revolución bol- chevique. En México el marxismo también tuvo cierto impacto, a pesar de no haber sido nunca un paradigma dominante, en el sentido de haber afectado

5 Análisis Económico substancialmente la política gubernamental, los negocios y las finanzas del país. Durante la primera mitad del siglo pasado, inspiró a diversos políticos y pensadores mexicanos como Vicente Lombardo Toledano –abogado y filósofo– y la retórica de tintes anarquistas de líderes obreros, como los hermanos Flores Magón. Influyó también, quizá, indirectamente, en las inclinaciones de Lázaro Cárdenas a favor de la propiedad social. En la segunda mitad del Siglo XX el marxismo impactó con fuerza el cam- po de la cultura y la ciencia penetrando en las universidades. En materia de la ciencia económica, desde los años sesenta fue eje de la enseñanza en diversas escuelas, y cautivó a una porción importante de las juventudes del país. En esa época existían círculos de estudio dedicados al análisis del marxismo, cuyos miembros eran además activistas políticos y militantes de organizaciones de izquierda; muchos de ellos se- rían posteriormente –incluso desde la presidencia de la república– los que formula- rían lo que vagamente se denomina en nuestro país como neoliberalismo. Si se determinara cuántos de los actuales economistas de la corriente mal llamada neoliberal fueron en algún momento simpatizantes o militantes marxistas, la proporción sería elevada. Es razonable pensar que sus años de idealismo de izquierda influyeron, para bien o para mal, en sus actos de años posteriores. Lo que aquí he llamado marxismo abarca más de lo que el propio Marx dijo. Extrañamente, en muchos aspectos el marxismo tuvo poco que ver con Marx, quien, por ejemplo, le profesaba más credibilidad al progreso que al nacionalismo. Así, al perder México la mitad de sus territorios ante Estados Unidos en 1848, el filósofo alemán sostenía que sumarse a un país que progresaba rápidamente era lo mejor que les pudo pasar a los habitantes de esos territorios. De igual forma se le cita afirmando que “el capital no tiene nacionalidad, sólo intereses”, lo que debiera ser indiscutible. Favorecer a capitales nacionales es un contrasentido, cuando los dueños de ese capital son individuos particulares, no las naciones a que pertenecen; para ellos y no para sus conacionales son los rendimientos. A ningún trabajador le importa más la nacionalidad de su empleador, que su salario y las condiciones labo- rales en que opera. Pero nuestros marxistas y los de otras partes del mundo fueron profundos nacionalistas. ¿Como explicar esta metamorfosis, qué privó a un paradigma de su aspecto universal para volverlo promotor de nacionalismos excluyentes, fuente de abusos contra muchos y de privilegios para pocos? La razón parece simple: más que un paradigma científico, el marxismo del siglo XX era un credo militante. Con tal de captar el mayor número de adeptos abanderó las causas más disímiles, para lo cual tuvo que nutrir los sentimientos más primitivos de las masas, como el naciona- lismo ingenuo. Y fue más allá. Al adoptar visiones y causas extrañas a su paradig-

6 ma original, su discurso acomodó los intereses de campesinos descontentos, de empresarios “nacionalistas”, de religiones perseguidas, de etnias marginadas y de cualquier grupo que elevara la fuerza política del movimiento. Todo esto le restó rigor científico y limitó su avance como ciencia. En contraste, durante el Siglo XX crecía la sofisticación de otros paradigmas, especialmente la del neoclásico, me- diante una enunciación cada vez más rigurosa de sus modelos y teorías. La razón del éxito del marxismo durante la mayor parte del siglo pasado reside en que se propuso solucionar los problemas de millones de seres humanos, ignorados por el paradigma dominante en los países capitalistas. Mientras los teóri- cos neoclásicos se desgastaban en demostrar de mil maneras que el resultado del sistema de mercado era compatible con la operación de la mano invisible, la cual asegura que todos al buscar su beneficio particular aumentan el bienestar social, en muchos países masas hambrientas se aprestaban a hacer la revolución socialista. Por su sofisticación y rigor matemático y por la claridad de su lenguaje, sus hipótesis y sus teoremas, la economía neoclásica resultó vencedora en el siglo XX. Pero si lo que se evalúa es la relevancia de los problemas a los cuales se dedicó es claramente la perdedora, a pesar de que al final el marxismo parece haberse desvanecido. Para los economistas neoclásicos es fácil ahora caer en la autocompla- cencia; a fin de cuentas quedaron como amos y señores de un campo práctica- mente abandonado por la competencia, especialmente la odiada competencia marxista. Pero no fueron los argumentos de los economistas neoclásicos los que derrotaron al marxismo. Los economistas de esta tendencia se encontraban bien pertrechados para aguantar aún mucho más de las reconvenciones de los teóricos neoclásicos. El derrumbe de las economías socialistas en los últimos años de la centuria pasada provocó la debacle marxista. Este elemento externo a la contien- da puramente teórica o ideológica, fue el determinante. Los neoclásicos, mientras tanto, continuaban encerrados en el estudio de problemas inventados, en lugar de resolver los problemas reales de una humanidad cada vez más confundida, y menos interesada en el lenguaje abstruso y los plantea- mientos irrelevantes del economista neoclásico tradicional. Como lo señaló Stiglitz (1994), recientemente galardonado con el Nobel de Economía, a mediados de los cincuenta nadie podía prever el derrumbe del so- cialismo “real”. Las economías socialistas, aunque con ingresos inferiores a los de las economías desarrolladas, crecían a tasas superiores. Para los países subdesarro- llados la opción marxista parecía la más indicada, los que adoptaron este sistema alcanzaron rápidamente un crecimiento que les negaba su sistema anterior precapitalista. Incluso en los años sesenta, a escasas tres décadas del derrumba- miento de la cortina de hierro, no era previsible el cambio radical que se avecinaba.

7 Análisis Económico Fue en ese tiempo cuando la ideología marxista ganó un buen número de adeptos en el mundo occidental, en especial entre la juventud; lo que motivó que ésta fuera reprimida o favorecida, más que convencida, para que depusiera su activismo pro marxista. Sin embargo, los movimientos estudiantiles dejarían huella, básicamente como una actitud tolerante de la sociedad ante el compor- tamiento individual. Lo extraño es que ello fue logrado por multitudes que sus- tentaban una ideología implantada por países mucho más represivos que los de los propios manifestantes. Los neoclásicos en realidad le deben al marxismo más de lo que sus ex- ponentes están dispuestos a reconocerle. El economista neoclásico, proclive a con- fundir a la economía por necesidad una ciencia social atenta a la solución de problemas sociales reales con una especie de ramificación de las matemáticas, o al menos como una ciencia especulativa creadora de sus propios axiomas y que no los toma de la realidad, se vio obligado a tratar de manera más directa los problemas sociales ante la amenaza que para su coto representaba el marxismo. Como teoría económica el paradigma marxista incurrió en errores funda- mentales; el más importante tal vez sea el referente a su teoría de precios, parte sustancial de toda teoría sobre el funcionamiento de las economías en los países capitalistas. Falla que desde el siglo XIX diversos economistas manifestaron. Y es que aun si se deja de lado a los insumos naturales, cuyo valor sólo proviene de su escasez, es imposible explicar los precios sólo con referencia al factor trabajo. Los neoclásicos demostraron que cantidades iguales de trabajo tienen un valor distinto dependiendo de la fecha en que se incorporaron a la producción. Los precios de los bienes sólo podrían ser proporcionales a su cantidad de trabajo si el trabajo incorporado directa o indirectamente en las distintas mercancías tuviera las mismas fechas, o si la tasa de interés fuera nula. No obstante lo anterior, al Marxismo le debemos diversos avances en el desarrollo de las ciencias sociales en general. Entre ellos un enfoque que busca explicar los cambios históricos a través de las luchas por la hegemonía económica (Marx), o la hegemonía política (los marxistas italianos) y no por medio de anécdo- tas dinásticas o conjuras palaciegas. Quizá a las opciones de análisis habría que sumar la lucha por la hegemo- nía religiosa que en pleno siglo XXI parecen sugerir los acontecimientos en Afganistán y el enfrentamiento entre Occidente y el Islam. Actualmente podemos afirmar que la interpretación marxista de la evolución de las economías capitalistas resultó equi- vocada. Pero el método histórico marxista es en general más adecuado que los enfoques neoclásicos que, al suponer que el mismo modelo marginalista es aplica- ble por igual a la economía de los faraones que a la bolsa de valores de Nueva York,

8 no pueden explicar cómo Europa o los Estados Unidos transitaron de la servidum- bre o la esclavitud al capitalismo financiero. Estos logros del marxismo no borran el hecho de que en lo esencial falló como teoría económica, y eso no es lo grave. El máximo reclamo que se le puede hacer son los fanatismos y atrocidades que propició en términos de limitaciones a la libertad. Su renacimiento como sistema social, si llegara a darse, podría ser culpa de la corriente dominante, si olvida nuevamente los problemas de los mar- ginados del progreso, y continúa justificando a las políticas gubernamentales y sus beneficiados.

1.2 Los discípulos de la CEPAL

La CEPAL fue fundada en 1948 al interior de la ONU gracias al apoyo de Estados Unidos y Francia, y a pesar de la oposición inicial del resto de los países desarrolla- dos. Se propuso diseñar políticas “a la medida” de las economías latinoamericanas; sin embargo, dichas políticas se aplicaron en todos los países subdesarrollados, o en desarrollo como hoy se les llama. El enfoque cepalino contenía una retórica casi marxista, en cuanto consideraba que la riqueza de los países del centro sólo era explicable por la expoliación de los países de la periferia, lograda a través de una conspiración para volver en su contra los términos de intercambio entre materias primas y productos industrializados. Pero nunca representó una amenaza seria para el mundo capitalista y sus defensores ideológicos. En efecto, el paradigma cepalino legitimó a las clases capitalistas nacio- nales al proponer que sólo mediante la sustitución forzada de importaciones de bienes industrializados, procedentes de economías desarrolladas, por producción autóctona, los pobres de la tierra podrían liberarse de la explotación de que eran objeto. Para ello, los capitalistas nacionales recibieron no sólo protección comer- cial respecto de la competencia externa, sino toda clase de subsidios, tratamientos fiscales preferenciales y otros apoyos financiados por las arcas públicas; es decir, por la misma población que se veía impedida de comprar los bienes provenientes del exterior, aun cuando le resultaran más baratos, o mejores, como invariablemen- te era el caso. Así, la explotación de las poblaciones se aseguraba por partida doble, lo raro es que los cepalinos arropaban sus propuestas en una retórica revolucionaria y progresista. Difícilmente se puede imaginar a Marx aplaudiendo la explotación de los trabajadores por los capitalistas nacionales, en condiciones de monopolio respecto de los capitalistas foráneos, lo que les permitía– y les permite en los casos que

9 Análisis Económico seguimos sufriendo la resaca de esas políticas– abusar más de trabajadores y con- sumidores en ausencia de competencia externa. Había, de acuerdo con sus lineamientos, que impulsar una clase capitalista moderna. La opción de apertura al capital del exterior era impensable, pues ofendía sus profundos sentimientos nacio- nalistas. El mexicano a quien más se asocia con el pensamiento cepalino es Juan F. Noyola, egresado de la Escuela Nacional de Economía en 1946. La mayor parte de su vida trabajó fuera de México y colaboraba con el gobierno cubano cuando murió en 1962. En uno de sus trabajos, en donde analizó la economía mexicana, concluyó que la balanza de pagos obedece más a una tasa marginal a importar estructuralmente elevada que al tipo de cambio, idea que siempre atrajo a muchos cepalinos. Pero su contribución más famosa es la del enfoque estructural de la inflación, según el cual: “La concepción de la inflación como un exceso de demanda sobre oferta disponible ex ante no va más allá de una mera tautología. Para ir más allá y alcanzar la raíz real de la inflación, necesitamos un enfoque diferente. Este es no otro que la lucha de clases.” Muchos simpatizantes de la CEPAL no siguieron a Noyola en este enfoque más radical. El paradigma cepalino, en contraste con el marxista, no atrajo tanto a las masas de jóvenes idealistas, a pesar de que ambas corrientes de pensamiento ejer- cieron su influencia más o menos durante el mismo periodo. La influencia cepalina se dejó sentir en el gobierno –al formular las políticas económicas– y en los empre- sarios – cuyos intereses eran servidos por dichas formulaciones–. La armonía entre gobierno y empresarios era entonces perfecta, ambos marchaban de la mano en la construcción de un México industrializado –sin olvidar el engrandecimiento tam- bién de los capitales nacionales privados– bajo la inspiración del paradigma cepalino. La sustitución de importaciones es útil y hasta necesaria para estimular el desarrollo en sus primeras fases. El paradigma neoclásico la acepta bajo la idea de las industrias incipientes, según la cual la protección, para no volverse en contra de sus propios objetivos, debe ser temporal. No obstante para la corriente de la CEPAL el problema de los países en desarrollo es estructural y las estructuras no cambian de la noche a la mañana. Sin embargo, la necesidad de mantener esas políticas proteccio- nistas e intervencionistas por periodos prolongados fue siempre falsa. Los países que abandonaron pronto las estrategias de crecimiento mediante la sustitución forzada de importaciones y se volcaron hacia el comercio internacional, obtuvieron mejores resultados en el plano económico dentro del conjunto de los países en desarrollo.

10 1.3 El Keynesianismo como coartada

Hacia mediados de la década de los sesenta la sustitución forzosa de importaciones en nuestro país era cada vez más difícil, una vez concluida en los sectores de manu- facturas ligeras para el consumo. Al mismo tiempo, el apoyo a la industria tuvo sus costos. Por otro lado, el ritmo de crecimiento del sector agrícola comenzó a declinar, resultando cada vez más costoso extraerle recursos para apoyar al sector industrial. Al mismo tiempo, el gobierno enfrentó con sorpresa, a partir de finales de la década de los sesenta, una creciente oposición de las clases medias, presuntas beneficiarias de la estabilidad y el crecimiento acelerado ante lo cual se extrapoló el modelo, eliminando sus condiciones de estabilidad. Así, se continuó con el mo- delo de sustitución de importaciones, al tiempo que se relajaban las políticas mone- tarias y de gasto público. Tal vez la respuesta adecuada del gobierno hubiese sido un cambio radi- cal de estrategia hacia una apertura de la economía interna y del comercio interna- cional, pero si algo causó la presión del movimiento político de jóvenes e intelectuales fue desplazar, hacia la izquierda, o si se quiere hacia el populismo, a un gobierno pasmado y sin claridad con respecto a lo que había que hacer, y a una tecnocracia que, exitosa hasta entonces en sus recomendaciones y acciones, no tenía respuestas claras y políticamente aceptables para el momento. Más aún, las corrientes del pen- samiento económico dominantes en los propios centros del poder económico mun- dial tampoco estaban seguras de que su paradigma era el adecuado, y coqueteaban con otros. El paradigma keynesiano, solía ser parte del bagaje esencial de la ense- ñanza de la política macro. Eran los tiempos en que incluso economistas de derecha declaraban, como lo hizo Friedman, que “ahora todos somos keynesianos”. En efecto, algunas versiones vulgares del keynesianismo sirvieron para de- fender las políticas seguidas durante la etapa conocida como docena trágica (1970- 1982). Por ello, vale la pena hacer algunas precisiones sobre lo que se entiende por paradigma keynesiano. Keynes poseía una formación matemática. Sin embargo, en La teoría general de la ocupación, el interés y el dinero (1935–36) no utilizó solucio- nes matemáticas rigurosas del modelo completo y apenas incluyó algunas gráficas. A Keynes le ocurre lo que a Marx: que después de muchos años de muer- to, importantes estudiosos continúan discutiendo qué fue lo que realmente dijo, indicativo de su poca claridad. Pero en el caso de Keynes es evidente que no quiso ser claro, pues de utilizar una especificación formal de su modelo, dada su prepara- ción matemática, hubiera ahorrado innumerables discusiones a los economistas que le sucedieron. Por ello se puede especular que optó por la falta de claridad, debido

11 Análisis Económico a que no había resuelto sus ideas de manera rigurosa, y confió más en su intuición. Tal vez pensó que otros economistas podrían ocuparse de darle rigor al conjunto de ideas de las cuales estaba convencido. Quizá esto fue lo que realizó Hicks en 1937 en su clásico artículo Mr. Keynes and the classics: Á suggested interpretation, al proponer un conjunto de ecuaciones y un análisis gráfico de ofertas y demandas agregadas en los mercados de bienes y dinero: el conocido análisis IS–LM. Después se pensó que ser keynesiano era suponer ciertas pendientes de esas curvas, de manera que la política fiscal fuese más eficaz que la política monetaria para incrementar la demanda agregada. De lo contrario, se pertenecía al campo de los monetaristas (en su fase I). Esta disputa distrajo a los macroeconomistas y econometristas en la década de los sesenta. Se solían especificar modelos econométricos para determinar estadísticamente cuál de las dos políticas, la fiscal o la monetaria, tenía mayor impacto sobre el producto. Invariablemente el triunfo era de la versión más acorde con la inclinación del autor: keynesiana o monetarista. Si algo nos enseñó esta pugna fue la facilidad con que se abusa de la econometría. Después vino el monetarismo fase II, según el cual la política fiscal no tiene ni puede tener impacto alguno sobre la producción y el empleo, porque aun- que aumente el gasto público no aumenta la demanda agregada (la IS no se desplaza). Es el efecto que Friedman, con la teatralidad que le caracteriza, ilustró con aquello de there’s no such thing as a free lunch. La idea es que si el gobierno decide repartir desayunos escolares, los padres de familia dejarán de gastar en ello una cantidad de dinero exactamente igual a la que ahora entrega el gobierno para ese propósito. Tam- poco desembolsarán más en otros gastos, pues no tienen por qué sentirse con un mayor poder de compra, toda vez que como seres racionales saben que tarde o tem- prano, el gobierno aumentará los impuestos en una cantidad igual a la que el gasto público en desayunos escolares les ahorró. Si aumentaran su gasto en otros rubros sería equivalente a que antes de los desayunos escolares no maximizaban su utilidad y, por lo tanto, estarían actuando irracionalmente. Esta historia es tan artificial que sólo convence a los extremistas de Chicago y a sus simpatizantes. En el mundo no hay mercados completos, y por lo tanto no es posible suponer que el gasto público recae directa o indirectamente sobre los impuestos de las mismas personas. Tampoco se puede suponer que este gasto es sustituto perfec- to del privado, como desde un principio lo señaló Tobin en respuesta a esta primera formulación de lo que se convertiría en escuela, cuya característica fundamental es suponer mercados eficientes, con plena información. Luego vino el salto sorprendente, aunque no imprevisible, con la formu- lación del monetarismo fase III. Ahora los monetaristas dijeron que ni la política

12 monetaria ni la fiscal pueden hacer nada para afectar de manera sistemática el nivel de empleo. El argumento es asombroso por lo sencillo, por no decir simplista. El análisis se basa en extender al mercado de trabajo el supuesto de que los mercados funcionan perfectamente; es decir, son completos y se equilibran de manera instan- tánea y con información completa. Sobre esta base concluyen luego circularmente que el mercado de trabajo se equilibra todo el tiempo, por lo que no puede haber desempleo que no sea friccional, y las políticas gubernamentales no pueden afectar su nivel. De tal suerte, quien piensa ahora que una política cualquiera –monetaria o fiscal– puede afectar de una manera determinada a alguna variable real, es keynesiano. Ser monetarista es negarle ese efecto a toda política, incluso a la propia política monetaria. Los monetaristas, como el aprendiz de brujo, después de des- aparecer todo lo que tenían enfrente, se desaparecieron a sí mismos. Un par de precisiones se imponen. El mecanismo que les permitió llegar a los resultados anteriores se basó en el supuesto de expectativas racionales, según el cual los agentes económicos tienen información completa y simétrica de cómo trabaja la economía, incluyendo los demás agentes económicos, entre ellos el go- bierno. Si en algún momento los agentes no disponen de esa información, pueden obtenerla rápidamente, pero este supuesto no es suficiente. Los monetaristas deben suponer también que no hay imperfecciones que impidan que los mercados funcio- nen eficientemente y sin fricciones, equilibrándose todo el tiempo. Lo anterior ha sido señalado por los mismos economistas (Lucas y Sargeant) que contribuyeron intensamente a la formulación rigurosa de la teoría. Se trata de una elaboración del paradigma para contrastar las situaciones reales, no para forzar la realidad a que se comporte igual que el paradigma con mercados e información perfectos. Sin embargo un grupo de extremistas se ha dedicado a pro- poner todo tipo de teoremas sobre la inefectividad de las políticas públicas, sin reparar en que no es válido concluir que los mercados trabajan eficientemente a partir de un modelo que en sus premisas supone lo mismo. Esos ejercicios han sido útiles en la medida que no se han querido llevar al extremo ultraliberal, pues han obligado a los demás economistas a repensar y afinar sus modelos y teorías. Hoy pocos suponen que las políticas públicas discre- cionales puedan utilizarse de manera rutinaria para eliminar fluctuaciones norma- les, sin que ello signifique abrazar el credo de los extremistas del mercado eficiente. La mayoría de estos economistas piensan que la intervención del Estado puede ser útil para situaciones anormales, como una depresión o un estado de guerra. Esta intervención será más eficaz entre menos se hayan desgastado los instrumentos de la acción gubernamental en una política de intervención discrecional permanente.

13 Análisis Económico La mayoría de los economistas suelen creer también, que se puede contribuir a estabilizar la economía mediante la introducción de estabilizadores automáticos en las políticas fiscales y monetaria. Si de lo que nos tratan de convencer los ultras es de que la intervención del estado es mala, hay que creerles y apoyarlos, pero si nos quieren convencer que la intervención es siempre el peor de los mundos, sin importar las situaciones especifi- cas hay que exigirles que caso por caso lo demuestren. Si algo se aprendió con la depresión de los treinta es que el extremismo promotor de la inactividad puede ser catastrófico en situaciones de emergencia. Al menos eso parece deducirse de las re- flexiones y medidas que actualmente se propone adopten los países desarrollados para enfrentar situaciones internacionales de apremio económico.

1.4. El paradigma neoclásico

La fuente por excelencia de los neoclásicos es Adam Smith, con su idea de la mano invisible, que en lo fundamental establece que cada cual buscando su propio bien- estar maximiza el bienestar social. Los neoclásicos desarrollaron su modelo del mercado bajo condiciones ideales (para el funcionamiento del propio mercado) y sus resultados provienen de suponer que los agentes económicos maximizan su bienestar, o sus ganancias tratándose de empresas. Los hombres son completamen- te egoístas, pero no envidiosos. Su bienestar depende de sus niveles de consumo, no de los consumos ajenos. Además de este supuesto de la motivación del comportamiento humano, así como del supuesto de que los mercados son completos (cualquier cosa de la que se derive utilidad para los individuos se vende y se compra); también supusieron que hay competencia perfecta (ningún agente puede manipular los precios a su favor; es decir, todos los agentes los toman como dados); existe información simé- trica y, en la mayoría de las elaboraciones del paradigma, información perfecta por parte de todos. Los neoclásicos lograron demostrar, a la sombra de estas suposicio- nes, que la intuición de Adam Smith era correcta. Concretamente, lo que demostrarían en especial Debreu y Arrow, fue que gracias a los planteamientos arriba mencionados, más otros de carácter técnico, como el hecho de que no existen economías de escala y que las preferencias de los consumidores están bien definidas y cumplen con ciertas condiciones convenientes desde el punto de vista de su representación matemática; los resultados del merca- do cumplen con lo siguiente:

14 1) Siempre existe por lo menos un equilibrio, entendido como un conjunto de precios, para los cuales las demandas en cada mercado son iguales a las res– pectivas ofertas. 2) El equilibrio del mercado es óptimo de Pareto; esto es, que no es posible aumen- tar el bienestar de ningún individuo sin perjudicar a otro (primer teorema del bienestar). 3) Cualquier óptimo de Pareto viable, dada la tecnología, puede ser resultado de un equilibrio de mercado si se distribuyera la dotación original de recursos de los individuos (segundo teorema del bienestar). Posibilidad que para algunos es suficiente para concluir que el mercado, aún sin redistribución, es siempre preferi- ble a la intervención del Estado, así sea puntual y con objetivos delimitados.

Los supuestos del paradigma neoclásico sirven para construir una serie de resultados en condiciones ideales,que pueden servir de referencia en situaciones reales. En este caso es necesario adecuarlo de conformidad con las situaciones con- cretas analizadas. Los supuestos siempre serán más simples que la realidad, pues de hecho teorizar es siempre simplificar. Pero ello no justifica que los supuestos contradigan flagrantemente la realidad. Es como la ley de la gravedad, la que bajo supuestos ideales, como el de ausencia de aire (vacío), predice que todos los cuer- pos caen de una altura determinada, sea una pluma o una esfera de plomo, en el mismo tiempo. Los físicos saben que en la realidad esto no es así, por lo que se deben corregir los resultados del paradigma, de acuerdo con las condiciones con- cretas, es decir, se debe tomar en cuenta la resistencia del aire a la caída de los diferentes cuerpos. De la misma manera en economía, si al paradigma neoclásico o cualquier otro, en su uso para situaciones concretas se le incluyen supuestos falsos se obtie- nen resultados de las mismas características. Como se dice en inglés, garbage in, garbage out. Esto lo entienden la mayoría de los economistas, excepto un grupo de radicales del mercado, pocos en términos relativos, pero vociferantes, para quienes los supuestos del paradigma en condiciones de funcionamiento ideal del mercado son algo más que herramienta; representan algo a lo que la realidad debe ajustarse, y si no, peor para la realidad. No es malo hacer supuestos para construir un paradigma. El paradigma neoclásico está basado en supuestos, su utilidad depende de las modificaciones que se le hagan para estudiar situaciones concretas. En esto algunos economistas son más realistas que otros, hay quienes piensan que el paradigma como tal, sin adecua- ciones, es aplicable a prácticamente cualquier situación concreta: un caso de extre- mismo agudo. Así por ejemplo, Friedman en su ensayo The methodology of positive

15 Análisis Económico economics, defiende el uso de los supuestos del paradigma sin modificaciones im- portantes, bajo el entendido de que tal proceder tiene como resultado buenas pre- dicciones. No importa, por ejemplo, que las empresas no sean atomísticas, si de todos modos se comportan como si se encontraran en una situación de competencia perfecta. Pero Friedman nunca compara empíricamente las predicciones del para- digma sin adecuaciones con las de otros enfoques que, para analizar situaciones concretas, por ejemplo, las oligopólicas que caracterizan a la mayoría de los merca- dos, modifican consecuentemente los supuestos originales del paradigma. Otros economistas sí realizan las modificaciones pertinentes al paradig- ma para la situación real concreta que se va a analizar. Por ejemplo, Stiglitz intro- dujo al análisis de distintos mercados y al estudio de ciertas cuestiones concretas, un supuesto más realista que el de la información perfecta, tal supuesto se refiere a que la información no sólo es imperfecta sino asimétrica entre agentes. De esa manera se concluye que cierta intervención estatal, por ejemplo, en la regulación bancaria o en la política antimonopolios, juega un papel para que los resultados del mercado sean eficientes. Mientras que del otro lado del espectro ideológico, los supuestos del paradigma sin adecuaciones lleva a quienes así proceden a rechazar este tipo de intervenciones. Para ellos el mercado funciona bien, y es conveniente no tocarlo. Tienen tal fe en el funcionamiento perfecto del mercado, que no reparan en las imperfecciones de la realidad. Pero aun sin considerar a los extremistas, se debe consignar que dentro del paradigma cabe un gran número de tendencias, apli- caciones y posiciones concretas, por lo que la misma idea de paradigma neoclásico es una generalización bastante laxa.

1.5 Los extremistas de hoy

Dentro de un paradigma pueden coexistir distintas teorías y visiones ideológicas. Como ya se citó, el concepto de paradigma es necesariamente vago, y va más allá de lo que propone una cierta teoría. Esto es especialmente cierto en el caso del paradigma neoclásico que abarca a economistas de tendencias políticas y sociales de todo tipo, desde Friedman hasta Samuelson, de Hayek a Stiglitz. El que algunos sean a veces keynesianos –por ejemplo Samuelson–, no los excluye de analizar otros fenómenos con el herramental neoclásico. El presente artículo no es una crítica a las teorías, está enfocado sí a los extremismos, formados en la exageración del paradigma hasta confundirlo con la realidad, o bien con lo que la realidad debiera ser desde una perspectiva normativa, en lugar de una aparato de análisis. Además, cuando se critica a los recientes econo- mistas articulados a la política, es preciso distinguir su base intelectual, de su actua-

16 ción como miembros de un grupo con un programa político. Quizá se pueda hablar de ellos más como políticos con título de doctorado en economía por alguna uni- versidad extranjera, que de economistas neoclásicos. Aunque no cabe duda de que al menos su discurso estuvo teñido de una retórica económica neoclásica y liberal. Exagerar ideas hasta confundirlas con la realidad es esencia de todo ex- tremismo: en esto los seguidores de las teorías de los mercados eficientes son insu- perables. Tomemos como ejemplo a un economista de esta tendencia, cuya versión de la misma le plantea el funcionamiento inmejorable de los mercados de forma tal que los monopolios se destruyen solos, sin la necesidad siempre indeseable de la intervención gubernamental; ello debido al incentivo que los elevados precios del monopolio representan para los posibles competidores, que atraídos por las altas ganancias entrarán al mercado respectivo destruyendo el monopolio. Entonces, si este economista se encuentra con un monopolio en el mundo real pensará que segu- ramente se trata de otra cosa, porque de ser verdad la existencia de un monopolio, el mercado, eficiente como lo es, de acuerdo a lo que estableció su corriente, ya lo habría destruido. Los extremistas del mercado eficiente, pueden dar con una situación real no prevista por su modelo, y no son capaces de reconocerlo, aunque su teoría se base en supuestos nunca corroborados. De ellos concluyen en un razonamiento completamente circular, que los supuestos de acuerdo con el modelo que los supo- ne son ciertos. Si se suponen mercados eficientes siempre equilibrados, entonces las situaciones de desequilibrio como el desempleo no son tales. Si se observa des- empleo en realidad no hay tal desequilibrio, lo que sucede es que los sin trabajo no quieren trabajar al salario vigente; o su situación es puramente transitoria, en la cual los trabajadores están en proceso de búsqueda de un empleo nuevo.

2. Los paradigmas en la economía mexicana

2.1 Los economistas mexicanos a principios del siglo XX

Poco se puede decir de los paradigmas utilizados por los economistas mexicanos a principios del siglo XX, debido a que en general no utilizaban un esquema de análi- sis económico bien definido. Los economistas de México en la primera mitad del siglo eran abogados. Gómez Morín participó en el diseño de leyes para diversos sectores económicos e impartía cursos con temas de economía. Destacan asimismo las labores de Jesús Silva Herzog, organizador del Instituto Mexicano de Investiga- ciones Económicas, cuyo órgano fue la Revista Mexicana de Economía; de Daniel Cosío Villegas, fundador del Trimestre Económico (1934) y del Fondo de Cultura

17 Análisis Económico Económica, y presidente de El Colegio de México de 1957 a 1961; y de otros mu- chos. Algunos de estos abogados tomaron cursos de economía en el extranjero, pero en general, en sus escritos no utilizaron una metodología económica especia- lizada, dominando en cambio las consideraciones de tipo sociológico y político. El Banco de México, fundado en 1925, y la Secretaría de Hacienda, insti- tuciones que han tendido a representar al paradigma dominante en México, fueron asimismo dirigidas por abogados, durante la primera mitad del siglo. La carrera de economía fue establecida dentro de la Escuela de Leyes por en 1929. La Escuela Nacional de Economía fue fundada hasta 1934 y empezó a titular a un flujo importante de economistas varios años después. Uno de los primeros economistas de profesión mexicanos fue Víctor Urquidi, graduado por la London School of Economics en 1940. Estuvo ligado a la CEPAL de 1951 a 1958, y fue el presidente de El Colegio de México que más tiempo ha durado en su cargo, de 1966 a 1985, excepto por el primer presidente de esa institución, Alfonso Reyes (de 1940 a 1959), quien permaneció en el cargo algunos meses más.

2.2 El desarrollo estabilizador o cepalismo con disciplina monetaria

El periodo de influencia dominante del paradigma cepalino sobre las políticas eco- nómicas en México coincide con la etapa conocida como la de desarrollo estabili- zador. En esa etapa (1954–1970) existió una estrecha coordinación entre el Banco de México, dirigido por Rodrigo Gómez, y la Secretaría de Hacienda conducida primero por Carrillo Flores y, después la mayor parte de la misma, por . El contraste entre la escasa formación académica y el éxito de sus funciones, es lo singular en la vida de estas personas y ayuda a comprender no sólo este periodo, sino también a poner en perspectiva el legado de esa etapa. No es un secreto que muchos economistas influyentes dentro de la estruc- tura del Banco de México consideran a Rodrigo Gómez y a Antonio Ortiz Mena como los mejores economista mexicanos del siglo XX, y esto no deja de ser sor- prendente, pensando que el primero sólo estudió la primaria y un año de contabili- dad privada, en tanto que el licenciado Ortiz no era economista sino abogado. En relación con Rodrigo Gómez, el actual Secretario de Hacienda, Fran- cisco Gil Díaz, ha escrito que fue precursor del moderno enfoque de la balanza de pagos de Harry Johnson, así como de los modelos macroeconómicos de la balanza de pagos de Mundell y Fleming. El anterior gobernador del Banco de México, Miguel Mancera, afirmó que Rodrigo Gómez anticipó la formulación de la hipóte- sis de las expectativas racionales. Nada mal para un autodidacta, que además ex- presaba a sus íntimos que no soportaba las argumentaciones demasiado teóricas

18 o abstractas. La admiración que se le otorga a este dirigente puede entenderse, sobre todo cuando se comparan sus logros con el sostenido fracaso de la política monetaria y financiera fuera del periodo del desarrollo estabilizador. No es necesa- rio inventarle otros méritos que no tuvieron nada que ver con él, o que incluso contradicen su verdadera idiosincrasia. Ciertamente, al considerar la trayectoria de Rodrigo Gómez, no se puede sino concluir, de manera imparcial, que no cabría circunscribirlo en la corriente neoclásica, dominante hacia finales del siglo XX, sino en una más cercana a su tiempo. Esta afirmación provocará varias reacciones encontradas, pero si algún paradigma puede atribuirse a Rodrigo Gómez, éste no puede ser del todo distinto al cepalino. En ocasiones su discurso se asemeja más al de Prebisch, con quien parece haberse entendido bien, que al de personajes del pensamiento económico contem- poráneo. Fue, como todo hombre que hace historia, un hombre de su tiempo. Al igual que sus contemporáneos en los bancos centrales latinoamerica- nos, desconfiaba de la capacidad del mercado para asignar recursos, de ahí su entusiasmo con los esquemas de asignación selectiva del crédito, o por la banca de desarrollo. Su admiración por la integración económica de los países de Amé- rica Latina no es un antecedente del TLC que muestra su fe en el libre comercio, como también suelen decir sus admiradores, sino un intento compartido con Prebisch y demás cepalinos, por aumentar la capacidad de los países de la región para oponerse a las importaciones de productos industriales provenientes de los paí- ses desarrollados. Vale la pena citarlo para mostrar que ni su lenguaje ni su visión eran los de un neoclásico de finales del siglo XX. En relación con el mercado como asignador de recursos, todavía en 1967, hacia finales del desarrollo estabilizador –y de su vida– decía que:

En los países en desarrollo se presentan con gran claridad situaciones que hacen difícil esperar que el funcionamiento del mercado, por sí mismo, permita lograr la captación y asignación de los recursos financieros en forma óptima [...]

Respecto de la sustitución de importaciones y los motivos para promover la integración económica de América Latina, en 1960 Gómez pronunció un discur- so, en Montevideo, que Prebisch u otro cepalino sin dificultad hubieran suscrito. Entre otras ideas expresó que:

En la década que va de 1945 a 1955, o sea el periodo de ajuste de la posguerra, Latinoamérica pudo acelerar su ritmo de crecimiento económico porque estuvo en posibilidad de exportar,

19 Análisis Económico a buenos precios, grandes cantidades de productos que tradicionalmente formaban parte de su comercio exterior, pero en el último lustro los precios han descendido y el ritmo de crecimiento de nuestras economías ha disminuido notablemente y las perspectivas de mejo- rar nuestros términos de intercambio son cada día menos halagüeñas. [...] para levantar el nivel de vida de nuestras masas trabajadoras necesitamos industrializarnos y, para ello, requerimos cada día mayor cantidad de bienes de capital que todavía no producimos en volumen suficiente y que no podremos adquirir si nos atenemos exclusivamente a las divisas que obtengamos con las exportaciones de produc- tos primarios o con el aumento de nuestro endeudamiento. México, en los últimos 30 años ha hecho avances espectaculares en la sustitución de importaciones, pero se está acercando el punto de saturación en que cada día resulta más difícil lograrla [...] Pero ya a estos niveles de industrialización, dicha sustitución sólo será costeable si contamos con amplios mercados y no con los pequeños de cada uno de los com- partimientos estancos en que está dividida la América Latina. Para estos efectos, aun Argenti- na, Brasil y México siguen siendo compartimientos estancos [...] Necesitamos sustituir, en gran medida, la importación de bienes de capital por producción de dentro del área, para sólo importar de terceros países las máquinas que requieran técnicas muy altamente especializadas y algunas materias primas que no se produzcan al sur del río Bravo en este continente.

El resaltar las similitudes del crecimiento estabilizador con el paradigma cepalino no pretende irritar a simpatizantes de uno u otro enfoque. Busca entender el tiempo y su legado, sólo así se puede colocar en perspectiva lo que sucedió después de 1970, con el fin de determinar hasta qué grado se produjo un cambio de paradigma o si simplemente se intentó reforzar el anterior. Lo cual recuerda al español Ortega y Gasset cuando afirmaba que un conservador y un progresista de hoy se parecen más entre sí, que un progresista de ayer a un progresista de hoy. Los hombres son hijos de su tiempo y de su circunstancia. Por eso las etiquetas para establecer lega- dos, como la de neoconservadores, neoliberales o neocepalinos, usadas como armas descalificadoras sin contexto que las aclare, oscurecen más que iluminan el análisis:

Una generación es una variedad humana, en el sentido riguroso que dan a este término los naturalistas. Los miembros de ella vienen al mundo dotados de ciertos caracteres típicos que les prestan una fisonomía común, diferenciándolos de la generación anterior. Dentro de ese marco de identidad pueden ser los individuos del más diverso temple, hasta el punto de que, habiendo de vivir los unos junto a los otros, a fuer de contemporáneos, se sienten a veces como antagonistas. Pero bajo la más violenta contraposición de los pro y los anti descubre fácilmente la mirada una común filigrana. Unos y otros son hombres de su tiempo, y por mucho que se diferencien, se parecen más todavía. El reaccionario y el

20 revolucionario del siglo XIX son mucho más afines entre sí que cualquiera de ellos con cualquier de nosotros [...]

De Ortíz Mena no presentaré argumentación alguna. Su carrera es muy conocida. Pero su aporte a la economía bien podría considerarse quizá de una natu- raleza fundamentalmente aplicada. Su perfil es más de un hombre práctico. Bajo su gestión como secretario de Hacienda durante los sexenios de Adolfo López Mateos (1958-1964) y Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970), siempre hubo un buen entendi- miento entre esa dependencia y el Banco de México. En especial, contribuyó me- diante el ejercicio sobrio de las finanzas públicas a la estabilidad económica, objetivo que por el lado de la política monetaria apuntalaba el Banco de México. Antes de ocupar el puesto de secretario de Hacienda, el licenciado Ortíz Mena se desempeñó como director general del Instituto Mexicano del Seguro Social (1952-1958), y durante su gestión se extendió el régimen de seguridad social a todo el país y a los trabajadores del campo.

2.3 La docena trágica

El propósito de este artículo no se centra en la defensa o ataque de los gobiernos sino en la crítica de sus concepciones ecónomicas y de las consecuencias prácticas en el campo de la política económica. El populismo y la arrogancia de Echeverría y López Portillo no fueron ajenos a la magnitud de la debacle al término de sus man- datos, aunque sí a la debacle misma. Contribuyó también la complacencia de los economistas de la vieja guardia, al no haber propuesto alternativas a tiempo. Tam- poco sirvió de mucho que en ese entonces (finales de los sesenta) comenzara a crecer el número de economistas jóvenes con estudios en el extranjero, que ocupa- ban posiciones de responsabilidad en el gobierno y en el Banco de México. En ese contexto, se decidió combatir lo que en 1970 se llamó atonía económica, por medio de políticas expansivas de la demanda y un aumento de los apoyos a sectores con- cretos; fueron el medio de oponerse a las fuerzas del mercado, que no siempre eran, supuestamente, congruentes con los intereses nacionales. Todavía en 1975 el direc- tor del Banco de México, Ernesto Fernández Hurtado, sustituido posteriormente por Gustavo Romero Kolbeck en 1976, señalaba:

El Banco de México inició sus experiencias en la orientación selectiva del crédito, exclu- sivamente por actividades económicas, a principios de los años 40, a través del mecanis- mo de encaje legal. En los últimos años se ha acentuado crecientemente la finalidad de conciliar la utilidad económica con el beneficio social de amplios sectores de bajos ingre- sos de la población [...]

21 Análisis Económico Y más adelante argumentaba:

Un desarrollo importante en la institucionalización del crédito selectivo es el estableci- miento de fideicomisos financieros de fomento. Estos acompañan el crédito que concede la banca pública y privada a las actividades prioritarias, con asistencia técnica para la evaluación del proyecto, para la selección de la técnica más conveniente de producción, para la organización y educación de los acreditados en el manejo del proyecto y para la evaluación correcta del beneficio económico recibido y la consiguiente capacidad de pago. La intervención de los fideicomisos asegura que los plazos, el monto y demás condicio- nes del crédito se ajusten a las características de la inversión, asegurando su recuperación. También garantiza que los créditos se orienten de acuerdo con los programas sectoriales de desarrollo.

En buena medida, la respuesta a la desaceleración económica que causó el agotamiento de la estrategia de sustitución de importaciones o paradigma cepalino fue, no el abandonar esa estrategia, sino acentuarla, con el fin de compensar me- diante la acción directa del gobierno, o a través del aumento inducido de la deman- da agregada, la pérdida de empleos y la desaceleración económica. Fueron los tiempos que Carlos Tello calificó de desarrollo estabilizador vergonzante. Esa reac- ción del gobierno tenía que producir desequilibrios en las cuentas públicas y en los balances externos. En años anteriores, el banco central se hubiera opuesto firme- mente a estos desequilibrios. Pero desde 1971 la coordinación entre Banco de México y gobierno fede- ral, a través de la Secretaría de Hacienda, dio paso a la subordinación del primero. En ese año se inició la práctica de imponer al Secretario de Hacienda, como presi- dente del Consejo de Administración del Banco. Así, esa posición fue ocupada en ocasiones por personas de una idiosincrasia no sólo distinta sino hasta opuesta a la de los funcionarios del Banco, ejemplo de ello sería el siguiente presidente de la república: José López Portillo. Eran tiempos en que el presidencialismo se ejercía verticalmente en todos los ámbitos de la vida nacional, no era gratuito que Echeverría declarara que, en México, las finanzas públicas se decidían en los Pinos. Pudo haber agregado que la política monetaria también. Al inicio del sexenio de López Portillo, se intentó un cambio, incipiente si se quiere, hacia la apertura económica; pero el petróleo, y la abundante disponi- bilidad de créditos externos, nublaron la vista de propios y extraños. De modo que,dentro de la perspectiva de los hechos, debe reconocerse que aquéllos que otor- garon préstamos a México pensaban también que la estrategia era viable. Asimis- mo, los círculos académicos, de la corriente hegemónica, no siempre expresaron

22 una condena de manera tajante; al continuar influidos por una especie de keynesianismo vulgar, siguieron sin emitir un dictamen unánime y, en algunos ca- sos, hasta apoyaron las políticas seguidas. En la entonces Secretaría de Patrimonio y Fomento Industrial, un grupo de economistas que tenían nexos con la Universidad de Cambridge, entre ellos John Eatwell y Ajit Singh, contribuyó a crear con economistas mexicanos dirigidos por Vladimiro Brailovsky, un modelo de la economía mexicana de corte keynesiano para apoyar la planeación económica del sexenio de López Portillo. Este modelo carecía de un sector monetario y determinaba los precios a través de costos, lo que permitía suponer que era posible aumentar la demanda agregada, para promover el crecimiento y el empleo, sin causar inflación. Al mismo tiempo, en la hoy extinta Secretaría de Programación y Presu- puesto, un joven funcionario, más entusiasta que brillante como economista, de nombre Carlos Salinas, encabezaba un grupo de economistas mexicanos con ligas en la Universidad de Pennsylvania, en especial con el grupo de Lawrence Klein, que recurrían a un modelo agregado keynesiano, con el cual, hacia finales del sexenio de López Portillo, proponían aumentos en el gasto público y en la demanda agrega- da como medio de reactivar el ritmo de crecimiento que, pasado el impacto favora- ble del petróleo, había declinado significativamente. Siempre versátil, Salinas apoyaría los ajustes fiscales durante la segunda mitad del sexenio de . Para entonces Salinas era asesorado por un brillante economista francés, José Córdoba, quien posteriormente adoptó la nacionalidad mexicana. La condena de la profesión hacia las políticas de entonces no era mayori- taria, mucho menos unánime. Pero ciertas voces críticas entendieron lo que se esta- ba gestando. Como ejemplo destacable de ello podemos mencionar a Leopoldo Solís, quien inconforme con las políticas propuestas por la entonces Secretaría de la Presidencia, durante el sexenio de Echeverría, renunció a su trabajo en esa de- pendencia y se trasladó a la Universidad de Princeton, donde realizó diversos estu- dios críticos de la política económica mexicana. Un ensayo que sobre el tema escribió en ese entonces y que circuló inicialmente en copias, al que tituló: A monetary will– o’–the–wisp: pursuit of equity through deficit spending, sugerente del voluntarismo de la política económica mexicana de entonces, se convirtió en referencia obligada entre los economistas jóvenes que cursaban o recién concluían un doctorado en economía en el extranjero. Ya de regreso en México, durante el sexenio de López Portillo, Solís ins- piró y apoyó a un grupo de esos economistas jóvenes, muchos de ellos ligados inicialmente al Banco de México. Ese grupo se opuso, con más entusiasmo que éxito, a las políticas seguidas por el país durante el sexenio de López Portillo. Des-

23 Análisis Económico de la gerencia de estudios económicos del Banco de México, Carlos Bazdresch también apoyó a estos jóvenes y contribuyó con sus propias críticas. Cabe resaltar que algunos miembros de este grupo después habrían de ejercer puestos de máxima responsabilidad tanto en el Banco como en el gobierno federal. Uno de ellos, Er- nesto Zedillo, ocupó la presidencia de la república, otro, Guillermo Ortiz, es el actual gobernador del Banco de México, después de haber encabezado la Secreta- ría de Hacienda. De ese semillero, aunque sin nexos con el Banco, también surgie- ron Jaime Serra, artífice del TLC, y que, como Secretario de Hacienda, se convertiría en el más decidido promotor de las privatizaciones. Cabe señalar que una visión keynesiana moderna no apoyaría las estrate- gias seguidas de 1970 a 1982, cuando con políticas impulsoras de la demanda agre- gada y de intervención directa del estado en el sector productivo, se intentó compensar el agotamiento de una estrategia de desarrollo, situación que en realidad exigía un cambio estructural profundo, mismo que no se quiso o no se pudo reali- zar. Esta afirmación no contradice lo que antes se expuso, en el sentido de que en esos años, profesores de universidades de prestigio mundial e inversionistas ex- tranjeros importantes eran favorables a las estrategias seguidas y no dudaron de que México mantendría su capacidad de pago. La actuación de los gobernantes de entonces fue sin duda desastrosa, pero ello no justifica la exageración. Pareciera que exagerando se pretende, como a veces lo hicieron las administraciones poste- riores, y sus corifeos desde algunas universidades privadas, culparlos de todo lo malo que sucedió después y sucede ahora, a pesar de las décadas transcurridas. No fueron ni Echeverría ni López Portillo los responsables del FOBAPROA ni de la de- valuación de 1994, sólo para hablar de dos cuestiones muy publicitadas.

2.4 Gobierno que devalúa, se devalúa, 1994

No todos los economistas de la corriente dominante, y esto es necesario aclararlo, son adeptos a la teoría de mercados eficientes, ante cualquier situación y para el análisis de cualquier problema económico. Pero ciertas posiciones y acciones de política sólo se pueden explicar por una aplicación particular de la idea de merca- dos eficientes. Un buen ejemplo son las posiciones que niegan la utilidad de discu- tir la evolución del tipo de cambio real para determinar si es posible que estuviera groseramente sobrevaluado, porque esa circunstancia sería de desequilibrio y los mercados eficientes no la permitirían. Se fustiga incluso duramente a quienes se preocupan por el tema. Francisco Gil Díaz escribió antes de la devaluación de 1994 que:

24 El tipo de cambio real y las opiniones sobre su nivel adecuado es otro tema que ha inva- dido inexplicablemente la literatura y las discusiones de política económica. Se ha propa- gado [...] como un “sida” económico a todo género de campos académicos e ideológicos. El desarrollo de esta idea es inexplicable por tres motivos: a) porque abundan países en los que las variaciones en el tipo de cambio real han sido tan amplias y sostenidas a lo largo de tantos años, que dicha evidencia debería bastar para poner en crisis las teorías de quienes se han obsesionado por medir y seguir el tipo de cambio real; b) porque los problemas de medición y comparabilidad de tipos de cambio real son suficientes para inutilizar esta línea de pensamiento, y principalmente, c) porque conceptualmente es de- mostrable que fijar en términos reales alguna de las variables monetarias clave conduce a la hiperinflación.

Se puede y se debe conceder que es inconveniente la pretensión de man- tener un tipo de cambio real determinado. Pero en México el tipo de cambio real ha fluctuado de un extremo a otro más de 100 % en periodos demasiado breves, como para pensar que esos movimientos obedecieran a cambios en las condiciones sub- yacentes de productividad. También hay que aceptar que no es posible manipular el tipo de cambio real por periodos indefinidos; no obstante, por esa misma razón debe vigilarse que no se desalinee demasiado, ya que posteriormente tiende a recu- perar un nivel más adecuado de manera violenta, lo cual causa graves trastornos, como ha sucedido históricamente en todas nuestras crisis. Los argumentos de los responsables de la política económica durante los últimos años son ilustrativos de su forma de discurrir. La actitud contraria a cual- quier preocupación sobre el tipo de cambio fue común antes de la devaluación de 1994–y lo es todavía– entre las autoridades de la Secretaría de Hacienda, el gobier- no federal y con especial vehemencia el Banco de México. Después de la devalua- ción continuaron negando que el tipo de cambio se hubiera apreciado significativamente y, en consecuencia, que ello hubiese sido causa de la devalua- ción. Para ello utilizaron mediciones del tipo de cambio, mediciones que según ellos mismos no tienen sentido ni se pueden calcular adecuadamente. Cabe señalar dos ejemplos: Miguel Mancera mostró que si se excluía de los índices de precios a los bienes no comerciables con el exterior, como servicios y rentas –porque, dijo, no hay razón para que los precios de estos bienes tengan que igualarse con los externos–, entonces era falso que los precios hubieran crecido más en México. En realidad el ex gobernador del Banco mostraba que se cumple la ley de un solo precio para los bienes comerciables, pero no estaba calculando la evolución del tipo de cambio real, que depende del cambio en el precio relativo de comerciables a no comerciables con el exterior, mismos que excluyó de sus cálculos.

25 Análisis Económico Otro ejemplo se refiere al indicador utilizado de manera repetida por di- versos funcionarios del Banco de México para probar que el peso no se había apre- ciado significativamente antes de la devaluación. Para ello muestran que el costo laboral en México fue en moneda común más bajo que el de Estados Unidos, en comparación con el nivel relativo de un año base. Asombra el sabor marxista del argumento, sobre todo cuando lo utilizan personas a quienes de lo que menos se les puede acusar es de abrigar tendencias en este sentido. El que los salarios reales en México bajen, pero el precio relativo de lo producido suba, no implica una competitividad más alta. Lo que significa es un mayor valor de las rentas de los activos no comerciables y más elevados rendimien- tos al capital. Por otro lado, la teoría del comercio internacional señala que, en situaciones normales, no las de desequilibrio después de una devaluación súbita, a un tipo de cambio real más depreciado pueden corresponder mayores o menores salarios reales, dependiendo de si los bienes comerciables con el exterior son más o menos intensivos en el factor trabajo, que los no comerciables (Teorema de Stopler– Samuelson). Por otro lado, los economistas del Banco de México se niegan a utilizar el indicador de tipo de cambio real universalmente reconocido como el más satisfac- torio; es decir el precio relativo entre bienes comerciables y bienes no comerciables, evaluados ambos dentro del país. La reticencia se debe a que en México, este indi- cador siempre ha mostrado que, antes de las devaluaciones, el peso se encontraba demasiado apreciado, en comparación con su tendencia histórica. Este indicador es mejor que la comparación de precios internos y externos, puesto que mide directa- mente el impacto en México de los precios en el exterior. Un ejemplo ayudará a ilustrar esta afirmación: en el sexenio de Salinas el tipo de cambio real se depreció 18%, si se comparan precios internos con externos y se utilizan algunos de los cálculos del Banco de México. Pero durante el periodo se dio un histórico proceso de apertura comercial cuyo efecto no es captado por este indicador. En contrate si se utiliza el indicador adecuado, se observa que el precio de los comerciables se redujo a la mitad, respecto de los no comerciables; sin duda una apreciación importante en tan sólo seis años. Todos se percataron de que en México los bienes importados se habían abaratado, excepto los funcionarios del gobierno y del Banco quienes, no sólo se han rehusado a utilizar el indicador adecuado, sino que han criticado a quienes sí lo hacen, lo que les ha permitido anticipar el surgi- miento de problemas. El argumento que esgrimen es tan simplista que no se explica sino por un afán de justificar una posición preasumida contra viento y marea. Afir- man que si el precio relativo interno de los comerciables fuera indicativo de com- petitividad, entonces los países más desarrollados serían los menos competitivos y

26 enfatizan el caso de Japón, en donde los arrendamientos y los servicios alcanzan niveles de precios sumamente elevados. Este argumento ignora que los indicadores de tipo de cambio no se utilizan para hacer comparaciones de competitividad entre pares de países. Nadie ha pretendido utilizar el precio relativo de los no comerciables para contrastar la competitividad de Japón con la de México. Para hacerlo sería necesa- rio corregirlo por la productividad relativa de ambos países en la producción de comerciables. El problema de competitividad de un país surge cuando sus comerciables se abaratan relativamente sin que haya habido un cambio correlativo en la productividad. Japón es tan productivo en la producción de comerciables, que puede abaratarlos en términos de sus no comerciables más que México, sin perder competitividad. Una última consideración sobre el asunto cambiario. Se afirma que con el tipo de cambio flotante, que no libre, actualmente vigente en nuestro país, el tipo de cambio no puede desalinearse, porque ahora lo determina el mercado; nada tan falso. Rodrigo Gómez, sin haber hecho estudios de doctorado, lo sabía. Los merca- dos cambiario y monetario son vasos comunicantes. Si se aumenta el crédito inter- no, se tiende a deteriorar la balanza de pagos, si el tipo de cambio es fijo; o a depreciar la moneda si es variable. Esto lo sabe cualquier economista, pero parece que las posiciones son primero y los argumentos son medios de defenderlas, no de analizarlas rigurosamente. Con lo anterior no afirmo que el tipo de cambio actual esté hoy sobrevaluado, o que un régimen cambiario sea superior a otro. Tampoco que la estabilidad cambiaria, que no necesariamente coincide con un determinado régimen cambiario, no sea indispensable para el desarrollo del país. Precisamente porque lo es, se hace indispensable considerar el efecto de las acciones sobre todas las variables económicas, incluyendo una de la mayor relevancia, como lo es el tipo de cambio real, para asegurar que la estabilidad cambiaria sea duradera y a un nivel adecuado para el desenvolvimiento de los distintos sectores. Pero ahora nos dicen que ni siquiera se debe hablar del asunto.

2.5 El impacto inmediato de las políticas seguidas

En el periodo durante el cual los economistas alcanzaron una mayor influencia en las decisiones gubernamentales (más o menos de 1983 a 1997), llegaron a la función pública con un portafolio de recetas para su aplicación a rajatabla al país, en la primera oportunidad posible. Así, introdujeron un conjunto de medidas para priva- tizar empresas, transferir a particulares la prestación de servicios públicos, eliminar regulaciones, dejar al mercado el mayor número de decisiones económicas, reducir

27 Análisis Económico el gobierno a su mínima expresión, y algunas otras por el estilo. Supusieron que como su versión del paradigma dictaba que los mercados funcionan siempre mejor que cualquier otra opción, la simple adopción de los principios de mercado como guía para todas las acciones de gobierno, sin piedad por las circunstancias y obstá- culos institucionales, aseguraba que esas acciones producirían resultados satisfac- torios inmediatos. Al objetivo de una mayor apertura y un aparato económico más moderno pocos oponen hoy reparo alguno. Podemos decir, parodiando a Friedman, que “ahora todos somos liberales”. El problema fue el extremismo que se manifestó por su ingenuidad y propició más problemas que soluciones. Como consecuencia, se desreguló el sector financiero en un proceso sin límite aparente, y terminamos en la peor crisis financiera; se privatizaron empresas bajo la premisa de que en cualquier circunstancia el sector privado las administraría mejor, y el gobierno terminó resca- tándolas a un costo varias veces superior a todo el ingreso proveniente de las privatizaciones, incluyendo las exitosas; se transfirieron monopolios públicos al sector privado, con amplios beneficios para quienes los adquirieron, pero con un estancamiento, en relación con el resto del mundo, en sectores estratégicos para el desarrollo en los tiempos modernos. Si comparamos la actual situación económica de México con la de hace dos décadas, encontramos que el ingreso per cápita en términos reales es similar al de entonces, con una salvedad: está peor distribuido. Debido a una privatización sesgada, entre otras causas, la concentración del capital en los distintos mercados es más elevada, con la consecuente mella a la competencia. A cambio, tenemos más mexicanos en el grupo de Forbes 500. La poca participación en el ingreso de los mexicanos en condiciones de pobreza extrema no puede ser ni es ajena a este fenó- meno de concentración en los estratos de altos ingresos. A fin de cuentas la tiranía de la aritmética obliga a que las participaciones sumen siempre cien por ciento; si la participación de algunos sube, la de los demás baja. Cuando el ingreso se estanca, ello se traduce en peores condiciones de vida para los perdedores. En esa situación, la política social, a la que el gobierno concedió una prioridad explícita, en la prác- tica se convirtió en un paliativo. De ninguna manera se podría culpar a los últimos gobiernos de la pésima distribución del ingreso en México, una de las peores del mundo. Ésta es efecto de causas múltiples y complejas, incluso sus raíces en el caso de nuestro país podrían encontrarse en periodos tan lejanos como el Prehispánico y la Colonia. En el siglo XX los distintos paradigma agravaron todavía más las injusticias. La sustitución de importaciones extrajo recursos de los sectores menos desarrollados, como el agrí- cola para impulsar al sector industrial. Los estímulos al capital redundaron en me-

28 nores ingresos para los demás factores de la producción, en especial el trabajo. Durante la “docena trágica” la situación empeoró, pues a dichos efectos se sumó el de la inflación sobre la población de menores ingresos, menos capacitada para de- fenderse de ella. A los últimos gobernantes se les podría acusar de no actuar eficaz- mente para corregir la situación y de que, incluso, durante su gestión se deterioró adicionalmente, a cambio de muy poco. Los objetivos fueron correctos, la manera de perseguirlos, equivocada; además del efecto perjudicial de las políticas macroeconómicas que tercamente se aplicaron aún después de que era evidente que no estaban funcionando. Ni siquiera en términos de estabilidad financiera y de precios los resultados fueron mediana- mente aceptables. En las últimas dos décadas del siglo XX los precios se multiplica- ron 760 veces y el tipo de cambio nominal se devaluó casi cuarenta mil por ciento. Por supuesto, esta evaluación se refiere sólo al impacto inmediato y evidente de las políticas, sin considerar los cambios con perspectiva de más largo plazo o estructu- rales. Pero que de cualquier manera no justifican las enormes pifias en el manejo macroeconómico. Al preguntarse cómo fue posible que personas tan inteligentes y bien pre- paradas cometieran tantos errores y, peor aún, que prevalecieran en ellos contra viento y marea, Weintraub (2000), atribuye este comportamiento a la arrogancia. Sea como sea, los resultados fueron poco defendibles; nada de que sentirse orgullo- sos. El problema es que no sólo desprestigiaron el extremismo ultraliberal del mer- cado que los inspiró, sino al liberalismo auténtico que como tal rechaza los extremismos. No sólo eso: hoy la gente confía poco en los economistas, y con razón, después de la pérdida de bienestar que le infringieron.

2.6 La autoevaluación

Contra toda evidencia, los responsables niegan que las políticas seguidas hayan causado la crisis de 1994, incluso afirman que las políticas previas, que ellos mis- mos diseñaron y ejecutaron, eran las mejores posibles. En realidad, quienes fueron responsables debieran ser más objeto del análisis que analistas, pero han producido múltiples ensayos en donde concluyen que sus actos fueron impecables. Su versión ha sido apoyada por análisis de investigadores, usualmente de universidades priva- das, basados en el paradigma ya criticado: los mercados funcionan bien siempre y de manera instantánea, quienquiera que actúe con esta idea no puede equivocarse. Así, según ellos, el tipo de cambio no estaba sobrevaluado porque nunca puede estarlo, toda vez que los mercados se equilibran siempre. Pero más impor- tante en la gestación de los problemas, la privatización y desregulación bancaria no

29 Análisis Económico pudo contribuir a la crisis, porque si se le dio más peso al mercado, éste no falló, ni siquiera en la transición. Interpretación que defendieron y continúan defendiendo, a pesar de la evidente inflación de activos financieros, no correspondida con un aumento de activos reales, que propició la desregulación súbita y a ultranza de principios de los años noventa y que creó una burbuja que sólo esperaba el momen- to adecuado para reventar. Pero si entonces se les argumentaba que los aumentos de la cartera de créditos bancarios del 30% anual en términos reales, contratados a tasas activas de más del 50% real eran impagables, ellos respondían, aludiendo a la sabiduría del mercado: que ése era el genio de la desregulación que habían llevado a cabo, más avanzada incluso que la de los países desarrollados. El estallido de la burbuja financiera en diciembre de 1994, fue resultado de la acumulación de desequilibrios en años anteriores, que sólo esperaba aconteci- mientos desfavorables, como fueron los escándalos políticos de ese año. Entonces las tasas de interés ya eran más bajas y el crecimiento de los activos financieros se había moderado, pero el daño estaba hecho. El saldo, que no el flujo, era lo insoste- nible. La situación de los bancos los hacía vulnerables a cualquier ajuste importan- te en las tasas de interés o el tipo de cambio, a pesar de que éste fuera necesario para enfrentar los ataques especulativos desatados por los acontecimientos, y que en otras condiciones hubieran sido manejables. No obstante lo que ahora afir- man, esto influyó seguramente en el estupor que paralizó a los tomadores de decisiones durante 1994. Pero para ellos los acontecimientos políticos referidos fueron la causa única de la burbuja, y no la ocasión propicia para que hiciera explosión. De hecho para quienes siempre creen en los mercados eficientes, el simple concepto de burbuja es una aberración, puesto que el mercado la detonaría antes de que se formara. Para fundamentar su posición, construyeron una explicación que asocia las pérdidas de reservas de divisas a sucesos particulares de 1994, en especial al asesinato de Colosio en el mes de marzo. Pero en otros países el asesinato de figu- ras clave, como los de los primeros ministros de Suecia y de Israel, no llevaron a crisis como la nuestra. Algún factor especial debió estar presente en la situación mexicana que lo explique, pero el análisis del Banco de México, en su informe anual correspondiente, ni siquiera se lo planteó. Si fueran consistentes al aplicar ese análisis simplista del tipo ex propter hoc, propter ergo, debieran haber conclui- do que el levantamiento zapatista de principio de ese año atrajo un flujo importante de divisas. Su análisis justificante les llevó a conceder más importancia a las ame- nazas de renuncia de Carpizo, el secretario de Gobernación, que al triunfo claro de Zedillo en las elecciones presidenciales, sin que se dieran los conflictos postelectorales que muchos anticipaban. Si su análisis económico fue hueco, el

30 análisis político de estos aprendices ocasionales de ciencia política fue realmente superficial y acomodaticio.

2.7 La manipulación de indicadores

Las bondades del paradigma de los mercados perfectos dependen de diversos su- puestos, como el de información perfecta y simétrica, así como el de racionalidad de los agentes económicos. Sin embargo, los economistas llegados al poder son inmejorables como manipuladores de información. Y es que se piensan partícipes de una especie de cruzada para impulsar un paradigma, y como en la guerra todo se vale, suponen que hasta traicionar los principios de ese paradigma es acepta- ble, con tal de ganar la lucha. Pero también parecería que están colocando en entredicho el axioma de la racionalidad ilimitada de la gente, pues si éste fuera cierto, no podrían engañarla. No sólo lo han intentado, sino que lo han logrado en algunos casos, al menos conjuntamente con diversos analistas económicos que han aceptado sus historias. En las siguientes páginas consideraré tres casos de manipulación, que van desde escoger el indicador que da el ángulo más conve- niente para ellos, al evaluar alguna de sus acciones, hasta el burdo falseamiento de las cifras. El primer caso es el reporte de las cifras de balance de las finanzas públi- cas. El déficit financiero no es una variable de política, porque depende de la infla- ción, que es endógena. En consecuencia, una misma corriente de gastos e ingresos públicos reales refleja un déficit financiero mayor cuando –y por el sólo hecho de que– la inflación sea mayor. Esto se debe a que los pagos por intereses nominales serán mayores para una misma tasa de interés real, si el aumento de los precios, y por tanto el interés nominal, es más grande; sin embargo, la acumulación de deuda real será la misma. Precisamente para eliminar este velo inflacionario, durante la gestión de Miguel de la Madrid se publicaban, además del déficit financiero, otros indicadores, como el balance primario, que al excluir los intereses de la deuda públi- ca, medía la verdadera restricción fiscal en los gastos e ingresos del gobierno que se generaban en un periodo determinado y excluía las obligaciones por deudas con- traídas en periodos anteriores. De acuerdo con este indicador –y otros, como el déficit operacional, que no discutiré aquí–, hacia el final del sexenio delamadridista se alcanzó el mayor ajuste fiscal de la historia de este indicador registrada en nuestro país. Como parte del ajuste se eliminaron rezagos en precios y tarifas públicos y se cancelaron subsi- dios. El impacto inmediato fue inflacionario, lo que provocó que el déficit financie- ro creciera. De esa manera, el mayor ajuste fiscal de la historia se acompañó, de

31 Análisis Económico manera más o menos simultánea, del más elevado déficit financiero del sector pú- blico, ambos como porcentajes del producto. Pero este ajuste fiscal fue necesario para la reducción subsiguiente de la inflación, ya en el gobierno de Salinas. Durante ese sexenio hubo un relajamiento relativo de las finanzas públicas, pero el déficit financiero bajó hasta convertirse en casi cero, lo cual se debió exclusivamente a la baja de la inflación que hizo posible el ajuste de las financias públicas logrado en los años previos. Aquí el punto es que los mismos economistas oficiales, que introdujeron los conceptos de finanzas pú- blicas que corregían por inflación, dejaron de publicarlos y sólo mantuvieron el concepto de déficit financiero, con el único propósito de presentar un panorama favorable a la actuación de los gobiernos de Salinas y Zedillo en el campo fiscal. Lo asombroso es que distintos economistas, basados en esas cifras mani- puladas, concuerden en que el ajuste fiscal se hizo durante los dos gobiernos men- cionados y que el de Miguel de la Madrid fue indisciplinado y dispendioso. A estos economistas, por otro lado, les gusta suponer que los agentes económicos son siempre racionales, cuando su inocencia muestra que ni ellos mismos lo son. Pero la mani- pulación no se detuvo ahí, también se eliminaron de la contabilidad pública los flujos netos de la banca de desarrollo. El argumento que utilizaron tanto el Banco de México como la Secretaría de Hacienda era sesgado. Declaraban que los présta- mos de la banca de desarrollo no eran pérdidas sino inversiones recuperables, con lo cual negaban que el concepto de déficit público no es un estado de pérdidas y ganancia del gobierno, sino una medida de los recursos corrientes inyectados al resto de la economía por el gobierno. El argumento oficial fácilmente se reduce al absurdo. Si la medida adecua- da del déficit debiera excluir a la banca de desarrollo, también debería excluir la inversión de paraestatales como Pemex y CFE, al fin y al cabo sus inversiones son más recuperables que los créditos de Banrural. En realidad los argumentos eran lo de menos, lo importante era la urgencia de darle más recursos a los programas del go- bierno, como lo indica el hecho de que al eliminar el candado fiscal, el déficit de la banca de desarrollo se multiplicó entre 1992 y 1994 por cuatro. El segundo tipo de manipulación se refiere también a registros de finan- zas públicas, sin embargo, este caso va más allá de una presentación sesgada de cifras, hasta constituirse en un verdadero engaño. Me refiero a la manipulación de los registros del gasto público. Puesto que durante la gestión de Salinas se dio importancia a la presentación de resultados favorables en la evolución de las finan- zas públicas, pero al mismo tiempo se deseaban realizar proyectos importantes, se recurrió al expediente de lo que se conoció entonces como gastos extrapresupuestales. La idea era que en lugar de que el gobierno le pagara de inmediato a un constructor

32 por una nueva planta para la CFE – para utilizar el uso más socorrido en ese entonces–, dicho constructor obtuviera financiamiento por su lado, y entonces se decía que el gasto no era público sino privado, a pesar de que el gobierno adquiría compromisos de pago futuro al constructor con los que éste garantizaba y cubría su deuda. Es decir, el que a fin de cuentas se estaba endeudando en términos netos y absorbiendo la mayor parte del riesgo, era el gobierno y no el contratista. Probablemente, durante la administración salinista este accionar fue ile- gal. Zedillo corrigió la posible ilegalidad, reformando la ley, con lo que los extrapresupuestales pasaron a llamarse Pidiregas, o programas de impacto diferido en el registro del gasto, pero el engaño se mantuvo (y se mantiene en la administra- ción de Fox.) Cabe resaltar que entre esta manipulación del gasto y el cambio de conceptos, se había llegado a ocultar, hacia 1994, año de la explosión de la crisis cambiaria en diciembre, un déficit que con la metodología tradicional y sin trucos alcanzó quizá alrededor del seis por ciento del producto. Pero luego a los mismos que inventaron la alquimia se les olvidó, y en su análisis de las causas de la crisis cambiaria, que según ellos se debió sólo a las historias de crimen y horror de 1994, se creyeron su propio cuento de que las finanzas públicas al final del sexenio de Salinas estaban equilibradas. La tercera y última manipulación tiene que ver con el tipo de cambio real. Hasta la crisis cambiaria, el Banco de México venía publicando una serie de tipo de cambio real, medido a través de la relación del índice general de precios de México con un promedio de los índices generales de precios de los países del resto del mundo. Sin embargo, este indicador puede ser manipulado si se cambia la manera de promediar los precios externos: con flujos de comercio mundiales, flujos de comercio con México o el producto interno bruto de cada país. Este riesgo consti- tuiría una razón más para preferir el indicador de precios relativos entre comerciables y no comerciables con el exterior, y que no requiere información de precios exter- nos. Cuando el dólar estadounidense se deprecia respecto de las monedas de otros países, la manera de ponderar hace una diferencia significativa para la medición de los precios relativos externos, respecto de los internos. Hay argumentos a favor de una u otra forma de ponderar. Lo que es im- portante resaltar aquí es que el Banco de México cambió la serie después de la devaluación, cuando la nueva serie al señalar una depreciación o devaluación de 18% real durante el sexenio de Salinas, era aparentemente más congruente con su idea de que no se había apreciado el tipo de cambio real antes de la devaluación. La serie antigua señalaba una apreciación real relativamente ligera de 17%, pero aprecia- ción al fin y al cabo. Más recientemente, sin explicación alguna, volvieron a la serie antigua. Pero la situación se aquilata mejor con el otro indicador de tipo de cambio,

33 Análisis Económico el de precio relativo de los no comerciables, debido a la apertura comercial. Sin embargo, muchos analistas cayeron en la trampa, empezando por los mismos que la elaboraron.

2.8 El liberalismo corporativista

Otra característica de los economistas gobernantes fue su inclinación a apoyar sus políticas en las organizaciones corporativas de la sociedad; conducta poco liberal, toda vez que el liberalismo busca más el sostén del ciudadano que el de las organi- zaciones intermedias de la sociedad. La contradicción es grande si consideramos que las organizaciones a las que convocaron en general no se caracterizan ni por su representatividad social, ni por la democracia en la toma de decisiones. En esto quizá no hicieron sino seguir a los gobiernos precedentes, a fin de cuentas proce- dían de un mismo partido político. Pero ahora las organizaciones jugaron un papel más central, al grado de influir en la dirección e intensidad de algunas de las políti- cas emprendidas, en tanto que el partido político quedó relegado. Esto se debió a que en realidad las bases de ese partido nunca apoyaron las políticas liberales intro- ducidas por los gobiernos de economistas, y a estos les parecía más fácil presionar o congraciar a las organizaciones corporativas oficialistas para que apoyaran las acciones emprendidas, que convencer a sus compañeros de partido. A fin de cuen- tas, ellos llegaron al poder mediante una carrera burocrática, durante la cual trata- ron con empresarios y sindicatos, no a través de la labor partidista. El problema es que los grupos con intereses económicos concretos difí- cilmente actúan sin sacar provecho. De manera a veces descarada, otras sutil, no desaprovechan ocasión para medrar. Existe una interpretación que, sin pronun- ciarme respecto a ella, dejo aquí consignada: los economistas en el gobierno qui- sieron cambiar todo pero sin afectar a los intereses creados, que eran su misma base de apoyo. En 1994, en su libro Liberalismo autoritario, Lorenzo Meyer escribió:

Desafortunadamente “los que mandan” poseen una visión del mundo económico, políti- co, social o cultural, que poco o nada tiene que ver con la propia de un sistema liberal y democrático. En realidad, no por su discurso pero sí por su forma de actuar, tenemos derecho a suponer que el proyecto de los que mandan es prolongar lo más que se pueda el arreglo que tan buenos frutos ha dado para ellos: el del México autoritario, el del México donde un partido que es imposible diferenciar del gobierno, es también la garantía del mantenimiento de la estabilidad y de la continuidad de compromisos en la que se sostie- nen los grandes intereses creados.

34 En primer lugar, y encabezando al conjunto, la alta burocracia gubernamental, ésa que llegó a la presidencia o al gabinete no por la vía del PRI sino siguiendo las reglas y códigos de la propia hermandad burocrática, lo que muestra bien a las claras que el PRI mismo no es fuente de poder sino básicamente un instrumento [...] Luego está ese grupo que controla las corporaciones en que se montó el sistema de poder posrevolucionario: los líderes sindicales, los agrarios y los de todas las agrupaciones que forman la compleja red corporativa que, finalmente, el neoliberalismo imperante recicló pero no eliminó [...] Obviamente, en el centro de esta élite están aquellos personajes... que controlan las gran- des acumulaciones de capital, y no hay ninguna de las empresas que ellos comandan que no haya sido, al menos en parte, resultado de “una relación especial” con el gobierno del régimen de partido de Estado [...].

La manera tan fácil en que los grupos de interés se sumaron a la administra- ción del presidente Fox, surgida de un partido diferente, parece darle la razón a Meyer, en el sentido de que para esos grupos el PRI era más un instrumento que una fuente de poder. A continuación se enumeran un par de ejemplos acerca de la inclinación corporativista de los economistas enrolados en el gobierno de los últimos tres sexenios. El primer ejemplo se refiere al Pacto, nombre con el cual se designó el programa para combatir la inflación, introducido a un año y meses del fin de la gestión de Miguel de la Madrid. Este programa incluyó un ajuste fiscal violento, que llevó al balance primario en 1988 y 1989 a un superávit de casi el 9% del PIB. Además, se registró una apertura unilateral casi completa del comercio internacio- nal, al tiempo que prácticamente se fijó el tipo de cambio. Asimismo, el gobierno mantuvo una presión constante para que los incrementos salariales se mantuvieran bajos, de conformidad con el objetivo de reducir la inflación. Estas acciones, por sí solas, hubieran sido suficientes para reducir la inflación a partir de 1988. Pero el gobierno también introdujo lo que llamó concertación social, pero que en realidad fue concertación con las cúpulas sindicales y patronales. Probable- mente la motivación fue más política que económica, pues programas similares en Brasil y Argentina habían inicialmente despertado un gran apoyo popular, que se revirtió cuando su fracaso fue evidente. Con esas cúpulas, los funcionarios del go- bierno mexicano se reunían regularmente para simular que las políticas eran dise- ñadas en conjunto y que eran aprobadas por la sociedad. Con ese mismo propósito las reuniones eran ampliamente difundidas a través de los medios, pero nunca se efectuó una sola que fuera abierta a otros actores, como por ejemplo, a miembros del Congreso o de organizaciones distintas a las oficialistas. En realidad lograron poco en este sentido.

35 Análisis Económico La inconformidad de la gente casi le costó la presidencia al candidato del PRI en 1988, Carlos Salinas, quien fue electo con el porcentaje más bajo hasta en- tonces de la votación total para un presidente emanado de ese partido. Al mantener- se hasta finales de 1994, el Pacto restó flexibilidad a la política económica, sobre todo en materia de política cambiaria, la cual era comprometida por el gobierno, mediante la firma con los “sectores sociales” de compromisos de no devaluar, así como de no ajustar los precios y tarifas públicas en más de lo estipulado en los documentos negociados. Cuando fue necesario e inevitable cambiar el programa, en diciembre de 1994, el Pacto se convirtió en un lastre, que dificultó la respuesta eficaz del gobierno ante la coyuntura. El gobierno tuvo que “negociar” la devalua- ción, lo que motivó que los inversionistas extranjeros se quejaran de que las autori- dades dieron información privilegiada a los inversionistas mexicanos. Sin duda una acusación grave. El otro ejemplo se refiere a la erróneamente llamada federalización edu- cativa, efectuada durante el sexenio de Salinas por el entonces secretario de educa- ción pública, . La idea de descentralizar los servicios públicos viene de la observación de que quienes están en mejor situación para evaluar dichos ser- vicios y premiar o castigar la eficiencia o ineficiencia en su prestación son, precisa- mente, quienes los reciben. Es decir, las personas situadas en el estado o municipio donde se presta el servicio respectivo. Sin embargo, para no disgustar a la poderosa cúpula sindical del magisterio, se mantuvo el compromiso de que las cuotas sindi- cales retenidas por el gobierno fueran entregadas al Comité Ejecutivo Nacional del sindicato de maestros. La estructura de incentivos quedó así centralizada. Además, el gobierno se comprometió a apoyar con recursos fiscales la homologación sala- rial de los maestros entre estados de la república, así como la de los maestros antes estatales con los antiguamente federales. Se negó así, a la pretendida federalización educativa, todo viso de una descentralización auténtica. Hoy los aumentos de los salarios se negocian en el ámbito nacional básicamente. El gobierno no se ha animado a introducir los exá- menes nacionales para educación básica, para no molestar a los maestros. Las trans- ferencias presupuestales se hacen de acuerdo a una planeación efectuada por el gobierno federal, sin que exista una fórmula que propicie el involucramiento de los estados en el mejoramiento educativo. Cabe señalar que más tarde, ya con Zedillo como presidente, cuando se federalizó el sistema nacional de salud, ni siquiera se hizo un simulacro de descentralización de la relación laboral. Estos ejemplos son muestra de los costos del corporativismo, y la incon- gruencia de gobiernos aparentemente liberales, al mantener relaciones paralelas con grupos que no representan los intereses de la sociedad, sino los de sus miem-

36 bros. Pero no se les podía en justicia pedir otra cosa. Ellos llegaron al poder con el apoyo de esos grupos, y mantenerse en él requería no confrontarlos. En realidad hicieron bastante al enfrentar las estructuras menos progresistas del partido en el poder, para lograr la modernización económica del país en diversas esferas, en especial la apertura comercial, misma que supieron vender incluso a los empresa- rios nacionales, afectados adversamente por la misma. Lo anterior, cabe subrayar- lo, sin entrar en la discusión de los campos en donde se justifica la centralización, y aquellos que deben ser manejados en el ámbito local; ni tampoco sobre cuál debe ser el papel de las instituciones intermedias en una democracia representativa.

2.9 Los avances innegables

No sería justo terminar estos comentarios sin señalar los aciertos, aunque se hayan alcanzado con mayores costos que los necesarios. Finalmente se introdujo el cam- bio estructural que demandaban los tiempos. Hoy la economía mexicana es más abierta en lo interno y lo externo, y aunque padece de pesados resabios, es más eficiente y cuenta con más capacidad de adaptación a las circunstancias. Existe también un mejor diseño institucional con mayores contrapesos a los actos de los funcionarios públicos, desde dentro y fuera del gobierno. Cabría destacar la conso- lidación de la autonomía del Banco de México, que algunos dudan haya sido efec- tiva en 1994, el primer año de su vigencia. El tipo de cambio flexible no evita necesariamente, pero dificulta, la manipulación cambiaria en circunstancias de ata- que especulativo. Esto último sería un factor a considerar para no transferirle, al banco central, la responsabilidad exclusiva de la política cambiaria. Todo mundo debe tener sus contrapesos, incluyendo la burocracia del Banco. Pero el avance más importante es también el más sorprendente. El cambio democrático fue obra de los presidentes economistas, o tecnócratas como a veces les dicen, pero que al haber hecho avanzar el sistema político más que los supuestos gobernantes políticos han desmentido el mote. Una mayor democracia es un progreso indiscutible, pero no necesariamente en la capacidad de introducir reformas que deban pasar por el legislativo. La democracia es un contrapeso para la discrecionalidad de los gobernantes, lo cual puede ser benéfico si se toma en cuenta que los grandes errores fueron más de comisión que por omisión. Afortunadamente, muchas de las reformas que se requerían ya se efectuaron en las administraciones de Salinas y Zedillo; depen- derá de los nuevos gobernantes y de sus economistas que esas reformas no se reviertan. El haber clasificado a los gobiernos de finales del siglo XX como extremistas del mercado, es sin duda injusto para algunos de los economistas involucrados, sea como analistas oficiales o como funcionarios públicos. Pero esto

37 Análisis Económico es inevitable. También se cometen injusticias al catalogar a la “docena trágica”, o al paradigma cepalino, o al desarrollo estabilizador. Toda clasificación es necesaria- mente una simplificación que no refleja la diversidad de los elementos de cada categoría. Pero sin una clasificación no es posible resaltar características importan- tes para iluminar a grandes rasgos los elementos que explican la generalidad. En el caso de los economistas neoclásicos es todavía más clara la disyuntiva entre lo específico y lo general, habida cuenta de la diversidad de posiciones que caracteri- za a ese paradigma. Tomemos por ejemplo la presidencia de Ernesto Zedillo, durante la cual ciertas decisiones en el terreno económico pueden entenderse por la lógica de los mercados eficientes, con la que a veces parecían proceder los funcionarios de ésa y de las dos administraciones precedentes. Esto de ninguna manera significa que todo se explique así, mucho menos que todo sea criticable, al menos en términos relativos con otros episodios de la vida nacional. La administración de Zedillo, voluntaria o, como afirman algunos, involuntariamente –eso es lo de menos–, ha pasado a la historia como la administración en la que se alcanzó la consolidación plena de la democracia, mediante el inicio de la alternancia en el poder, lo cual no es poca cosa. Pero además, ello se logró en un ambiente de certidumbre y estabi- lidad económicas. No obstante el monumental cambio político con que remató su gestión, por primera vez en treinta años el sexenio terminó sin graves sobresaltos, con inflación a la baja y después de varios años de crecimiento económico. Esto sin dejar de reconocer que subsistieron problemas, como el de un tipo de cambio relativamente apreciado, aunque quizá sin alcanzar los niveles de sobrevaluación de 1994, dependiendo de la forma en que se mida y con un régimen de tipo de cambio flotante que dificulta la manipulación. Pocos avizoraban este panorama después de la profunda crisis económica y financiera con que inició el sexenio. Tampoco ahora, ya de manera ex post, el avance ha sido aquilatado adecuadamente, pero los grandes cambios no suelen ser evidentes de inmediato. También es cierto, del otro lado de la balanza y tomando la perspectiva general de los últimos veinte años, que se infringieron costos innecesarios a la pobla- ción, debido a errores de política, por razón de cierto extremismo en la aplicación del paradigma. Al no reconocerlo, y sostener que sus acciones siempre fueron las mejo- res, y que los problemas se debieron a causas externas o a cuestiones políticas y criminales, de alguna forma repitieron la actitud de López Portillo cuando respecto al manejo de la crisis de 1982 dijo: “Soy responsable del timón, no de la tormenta”.

38 Conclusiones

El paradigma neoclásico es flexible y contiene muchas tendencias opuestas. Ade- más de un herramental, hay también en el paradigma neoclásico, considerado de una manera general y hasta vaga en el sentido de Khun, una inclinación a favor de la libertad. De todos los paradigmas, si hay alguno que ha tendido a acompañar a las tendencias liberales, es precisamente éste. Pero una cosa es afirmarse liberal y otra es serlo; o serlo sólo cuando conviene. En México, es probable que todavía no hayamos tenido un gobierno realmente liberal. Los de los últimos años, en buena medida, fueron neoclásicos en el discurso, pero no siempre su comportamiento fue liberal en el fondo, es decir, a favor de la libertad y de la transparencia. En términos más universales, si a la vuelta del milenio uno de los paradigmas parece haberse impuesto a los otros como el claro paradigma dominan- te, cabe hacerse dos preguntas: ¿Triunfó el más apto, como lo supondría el darwinismo aplicado a los paradigmas económicos? ¿Con el triunfo del paradigma ahora dominante se llegó al fin de la historia de los paradigmas? La impresión es que, en general, el rigor analítico del modelo neoclásico lo hace superior a las de- más alternativas, pero el economista actual no debe cerrarse a lo que en sus análisis los otros paradigmas pueden aportarle, pues el paradigma dominante no es ni com- pleto ni perfecto, y para ciertos propósitos los otros paradigmas se han mostrado mejores. ¿Será que el futuro nos depara una especie de síntesis a partir de la teoría neoclásica? Se oye bien, pero hay que considerar que ni los físicos parecen estar cerca de lograr la teoría unificadora, y a fuerza de ser honestos debemos reconocer que su ciencia es más rigurosa. El futuro ya no es como antes. Lo sabemos mejor que nadie los econo- mistas, que cada vez erramos más en los pronósticos del crecimiento, las tasas de interés y tantas otras variables. Pero aquí el propósito es más modesto. Se trata de pronosticar si el paradigma dominante llegó para quedarse. La respuesta es no. Ningún imperio es eterno y tiende a derrumbarse cuando más fuerte parece. Lo difícil es pronosticar qué viene y cuándo llegará. Mientras tanto, es necesario traba- jar con lo que tenemos. Para hacerlo adecuadamente, no debemos obsecarnos con ninguno de los paradigmas disponibles, sino con un pragmatismo científico, sacar provecho de cada uno de ellos; siempre tomando en cuenta los objetivos y los pro- blemas a que, como economistas al servicio de la sociedad y no de una escuela de pensamiento, nos enfrentemos. En estas circunstancias, hasta el escepticismo hacia los economistas que actualmente invade a la sociedad es saludable, si el realismo nos lleva a reconocer que no todo está bien en la disciplina, y a dudar de todo paradigma convertido en doctrina o en acto de fe.

39 Análisis Económico En las condiciones actuales, lo que más daño le hace a la economía como ciencia es la tendencia a uniformar el pensamiento y a leer y escribir trabajos ali- neados en un solo paradigma. Como ciencia que es, pero no exacta, más vale abrir el abanico de opciones que presentemos a la sociedad para que ella sea la que escoja. Sin diversificación no hay debate entre economistas. El debate sobre la economía mexicana tiende entonces a darse entre periodistas, historiadores, soció- logos y politólogos. Aunque éste es un fenómeno que se observa también en otras partes del mundo. Gran parte de los estudios más influyentes sobre la economía mexicana de los últimos años no han sido realizados por economistas. Estos se han dedicado a escribir estudios esotéricos con la intención de publicar, en inglés, en revistas especializadas de corte abstracto. En la medida en que favorece la afinación de capacidades para analizar la economía, ello es positivo. Lo que no es correcto es que esas capacidades no las pongan en práctica nunca. Se corre el riesgo de que los economistas nos volvamos socialmente redundantes, si no es que perjudiciales cuan- do compartimos las decisiones con el gobierno. Cabe señalar que un número considerable de los trabajos más leídos so- bre la economía de los últimos cinco sexenios fueron escritos por intelectuales como Cosío Villegas, en el caso de Echeverría, más en su carácter de politólogo que de economista; como Enrique Krauze, historiador, sobre la crisis económica de finales del sexenio de López Portillo; Jorge Castañeda, politólogo, que aborda los últimos sexenios, y sobre temas especializados como la reforma fiscal y el comer- cio exterior, aunque con posturas contradictorias. Destaca la intuición económica de los análisis de Gabriel Zaid, ingeniero y poeta. Lorenzo Meyer, historiador, es invitado como orador principal a seminarios sobre la economía mexicana. Sin embargo, la crónica y la crítica desde otros ángulos no pueden, ni deben, sustituir el análisis económico cuidadoso, que no es lo mismo que esotérico. Algunos reconocidos economistas de distintas tendencias siguen escri- biendo sobre temas relevantes, como Leopoldo Solís, Víctor Urquidi, Carlos Tello y David Ibarra, aunque a veces sólo de manera ocasional. Pero los economistas de las nuevas generaciones suelen rehuir a los análisis aplicados, con algunas excep- ciones, pero se concentran en temas muy sofisticados, y sus contribuciones son en general ocasionales y para revistas especializadas. Incluso hay grupos que menos- precian el trabajo aplicado de otros. Las instituciones académicas y el Sistema Na- cional de Investigadores evalúan mejor alguna contribución marginal al desarrollo de alguna compleja y a veces inaplicable teoría económica que sea publicada en inglés, que un libro de análisis sobre el desarrollo de algún sector de la economía mexicana, en especial si no contiene complejas ecuaciones ¿No estaremos repitien-

40 do la historia de principios de siglo, cuando la economía la hacían abogados, siendo que ahora la economía aplicada para su difusión la realizan sociólogos y politólogos? Sólo que ahora sí hay economistas, lo que escasea son estudios con pies en la tierra. De nuevo: la economía es una ciencia social y los economistas no debieran ignorar las reacciones sociales, a riesgo de perder relevancia.

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