Sátira Sonriente Y Ficcionalización De La Historia En El Seductor De La Patria De Enrique Serna
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EL COLEGIO DE MÉXICO CENTRO DE ESTUDIOS LINGÜÍSTICOS Y LITERARIOS SÁTIRA SONRIENTE Y FICCIONALIZACIÓN DE LA HISTORIA EN EL SEDUCTOR DE LA PATRIA DE ENRIQUE SERNA TESIS QUE PARA OBTENER EL TÍTULO DE DOCTOR EN LITERATURA HISPÁNICA PRESENTA: CARLOS ROBERTO CONDE ROMERO ASESOR: DR. RAFAEL OLEA FRANCO MÉXICO, D. F. 2013 1 2 SÁTIRA SONRIENTE Y FICCIONALIZACIÓN DE LA HISTORIA EN EL SEDUCTOR DE LA PATRIA DE ENRIQUE SERNA 3 4 A la memoria de Renato Prada Oropeza, en testimonio de gratitud, admiración y amistad. 5 6 A los escritores de este siglo, las hadas les otorgaron en la cuna el don de horrorizar a sus semejantes, demostrando de paso que sus semejantes son horrorosos. Virgilio Piñera C’est nerveux. Tous les drames atroces me font rire. Pierre Desproges 7 8 AGRADECIMIENTOS Esta tesis debe mucho al apoyo constante y comprometido del Dr. Rafael Olea Franco, quien en todo momento se mantuvo al pendiente del avance y buen término de la investigación. Su contribución ha sido animosa, diversa y capital y le estoy profundamente agradecido. Fue también de enorme ayuda el ojo crítico de mi esposa, Penélope Cartelet, siempre dispuesta a leer borradores, corregir gazapos y aportar ideas valiosas. Agradezco también la atenta lectura y sugerencias de la Dra. Luz Elena Gutiérrez de Velasco y la Dra. Raquel Mosqueda Rivera. También es preciso mencionar con gratitud a amigos queridos como Alma Miranda, quien me ayudó a localizar algunos artículos no disponibles en la Biblioteca Daniel Cosío Villegas, y Alí Calderón, quien amablemente puso a mi disposición su tesis de maestría. Quiero señalar también la inestimable ayuda de la Dra. Graciela Estrada Vargas: gran parte de la reflexión sobre humor, ironía, sátira y el funcionamiento que podían tener en el interior de El seductor de la patria fue desarrollada a partir de mi asistencia como oyente a su Seminario Optativo sobre la Ironía que impartió en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM durante la primavera de 2011. Su consentimiento para que pudiera asistir se vio acompañado por su amable disposición a compartir conmigo una gran cantidad de material bibliográfico que al final resultó decisivo en mi reflexión. De modo más abstracto, pero no menos significativo, esta tesis no hubiera podido plantearse si no fuera por el gran impacto que mi estancia en El Colegio de México supuso para mí: las múltiples conversaciones tanto con los profesores e investigadores del Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios como con los miembros de la Promoción 2008 del Doctorado en Literatura Hispánica, generación de la que formo parte con orgullo, enriquecieron mi juicio y mi criterio. Mencionaré especialmente al Dr. Aurelio González y Pérez, por la gratísima oportunidad de haber intercambiado ideas e impresiones, y le doy las gracias. 9 10 INTRODUCCIÓN 1. n el curso de su presentación en el coloquio “Historia y novela histórica”, celebrado en el E Colegio de Michoacán en agosto de 2001, Fernando del Paso procuró esbozar, desde su experiencia de creador, el subgénero de la “novela histórica”. Sus ágiles trazos hacen patentes las lógicas tensiones que surgen de la confrontación entre la narración histórica y la literaria. Por ejemplo, ¿qué resulta más conveniente para el creador literario? ¿Privilegiar la verosimilitud de su historia o, por el contrario, la recreación fiel de la Historia? El autor de José Trigo se resiste, inicialmente, a “pintar su raya” epistemológica, pero no tarda en tomar la segunda alternativa, probablemente porque mantiene una visión de lo histórico dentro de lo literario acorde a las consideraciones de José Emilio Pacheco1 y tantos otros, según la cual toda novela es histórica “en la medida en que refleja, con mayor o menor exactitud, o recrea, con mayor o menor talento, las costumbres y el lenguaje de una época, los hábitos y el comportamiento de una sociedad o de una parte de ella”.2 Para Del Paso, esta reconstrucción escrupulosa y minuciosa del pasado hasta en sus más mínimos detalles tiene, pues, un peso mayor a la invención literaria. Se entiende así que, al valorar la sentencia de Mario Vargas Llosa, según la cual “el novelista no tiene la obligación 1 “La novela ha sido, desde sus orígenes, la privatización de la historia […] historia de la vida privada, historia de la gente que no tiene historia […]. En este sentido, todas las novelas son novelas históricas” (José Emilio Pacheco, “Prólogo”, en José Emilio Pacheco (comp.), La novela histórica y de folletín, Promexa, México, 1985, pp. v-vi, apud Seymour Menton, La nueva novela histórica de América Latina 1979-1992, FCE, México, 1993, p. 32). 2 Fernando del Paso, “Novela e historia”, en Conrado Hernández López (coord.), Historia y novela histórica: coincidencias, divergencias y perspectivas de análisis, El Colegio de Michoacán, Zamora, 2004, pp. 91-99 [la cita, p. 91]. 11 de serle fiel a la historia”, el autor mexicano afirme primero suscribir el dicho, aunque, inmediatamente después, no dude en matizarlo en sentido inverso: “esto desde luego no quiere decir que el novelista tenga la obligación de serle infiel a la historia”.3 Se trata, por otra parte, de una postura que Del Paso ya había dilucidado incluso en alguno de los capítulos de Noticias del Imperio, en donde el autor implícito se hace presente y examina la alternativa (casi aristotélica) de Jorge Luis Borges sobre la relación literatura-historia, tomando sus componentes como dos opuestos que hubiera que conciliar: El escritor mexicano Rodolfo Usigli […] decía […] que si la historia fuera exacta, como la poesía, le hubiera avergonzado haberla eludido. […] Jorge Luis Borges manifestó que le interesaba “más que lo históricamente exacto, lo simbólicamente verdadero”. […] ¿qué sucede –qué hacer– cuando no se quiere eludir la historia y sin embargo al mismo tiempo se desea alcanzar la poesía? Quizá la solución sea no plantearse una alternativa, como Borges, y no eludir la historia, como Usigli, sino tratar de conciliar todo lo verdadero que pueda tener la historia con lo exacto que pueda tener la invención.4 Curiosamente, el mismo coloquio donde del Paso vertió sus observaciones contó también con la presencia de otro escritor, quien, igualmente desde la reflexión creativa, rompió una lanza en favor de la importancia de lo simbólicamente verdadero, de la invención y de su coherencia interna sobre la reconstrucción erudita del pasado, recogiendo, por así decir, el testigo dejado por Borges. Se trata de Enrique Serna, autor de El seductor de la patria, novela de la que estas páginas van a ocuparse y que gira en torno a la vida de Antonio López de Santa Anna, célebre dictador mexicano del siglo XIX. Cabe mencionar que, en alguno de los ensayos incluidos en Las caricaturas me hacen llorar, Serna ya había criticado, incluso con sorna, las consecuencias creativas de la elección de 3 Ibid., p. 95. 4 Fernando del Paso, Obras II: Noticias del Imperio – Linda 67 Historia de un crimen, El Colegio Nacional – FCE, México, 2000, p. 770. 12 del Paso: “Gracias a que la investigación predomina sobre la ficción, por momentos [Noticias del imperio] parece un ameno libro de historia”.5 En su ponencia “Santa Anna en la historia y en la ficción”, el autor de El seductor de la patria se abstiene de toda polémica, pero deja en claro su visión de la relación historia-ficción, opuesta a la de Del Paso. Si éste cuestionaba, con ciertos matices, la “infidelidad” a la historia de Vargas Llosa, Serna señala más bien la importancia que esa posible “infidelidad” tiene para la recreación estética del hecho histórico: “los críticos acusaron a Alejandro Dumas de tergiversar los hechos históricos y él contestó: «Es verdad que violo la historia, pero la violo para crearle hijos hermosos»”.6 Su respaldo es sumamente lúdico no sólo por el ingenio, del que la autoridad citada hace gala, sino también por cuanto la actitud de ésta implica una conciencia del artificio y del juego estético. Para el autor de El miedo a los animales, la novela y la historia, discursos con una común forma narrativa, se distinguen por buscar verdades diferentes, subjetiva en el primer caso y pretendidamente objetiva en el segundo (dada la aspiración de la historia a la condición de ciencia). Por lo tanto, pretender que una novela, un discurso estético, refleje “al pie de la letra” una época determinada (con sus costumbres, lenguaje, hábitos, comportamientos) carece de sentido: si una y otra buscan verdades diferentes, ¿qué caso tendría para la literatura ser por completo fiel a la verdad que la historia ha enunciado? De cualquier manera, es claro que, para Serna, la reconstrucción guarda una importancia sensiblemente menor frente a la coherencia interna del texto y su unidad estética. Pensemos en el tema de la reconstrucción que el autor de El seductor de la patria realiza sobre las cartas de Santa Anna así como las de otros personajes históricos: 5 Enrique Serna, “La ordenada locura de Carlota”, en Las caricaturas me hacen llorar, Editorial Terracota, México, 2012, pp. 289-94 [la cita, p. 292]. 6 Enrique Serna, “Santa Anna en la historia y en la ficción”, en Hernández López (coord..), op. cit., pp. 167-82 [la cita, p. 168]. 13 Yo no podía reproducir, en muchos casos, las cartas y documentos a los que tuve acceso porque es muy difícil que embonen a la perfección dentro de un rompecabezas literario. El escritor tiene que pulir, tiene que usar la lima de modo que la lectura sea placentera, pues tal y como están en los archivos, los documentos son un nembutal para cualquier lector. [Por ejemplo, la] declaración [de Santa Anna] ante el notario ocupa un capítulo de mi novela. Por supuesto, documentos así no pueden existir, pero lo que me interesaba a esas alturas no era la verosimilitud, sino sostener a toda costa el interés y la altura literaria del texto.7 La historia y la ficción no serían, por lo tanto, extremos opuestos ni instancias en relación de subordinación, sino, simplemente, vías distintas de acceder a la verdad y al conocimiento.