Summary Sumari Dictatorships & Democracies 8 (2020) e-issn 2564-8829 dossier dossier ¿Ha terminado la Guerra Civil? España 1939–1953 Ursula Hennigfeld, Jenny Augustin, Raanan Rein & Joan Maria Tho�- màs, Presentación 9–10 DICTATORSHIPS & DEMOCRACIES Joan Maria Thomàs, La larga sombra de la Guerra Civil: España y las gran�- JOURNAL OF HISTORY AND CULTURE · 8 · 2020 des potencias (1939–1953) 11–26 Ursula Hennigfeld, La Legión Cóndor y la política exterior de la Repú-� blica de Bonn: relaciones germano-españolas durante el período de posguerra 27–45 Raanan Rein, Entre lo internacional y lo nacional-étnico: los voluntarios judíos de Palestina y Argentina en la Guerra Civil española 47–75 Julius Ruiz, «Menos Camboyas, Caperucita». Reflexión sobre la represión franquista, 1939–1953 77–94 Silvina Schammah Gesser & Irene Rincón Narros, En pos de una eco�- nomía de la memoria: el caso del Valle de los Caídos 95–126 Jenny Augustin, La memoria en tiempos globalizados: la Guerra Civil es-� pañola en dos novelas alemanas contemporáneas 127–158 Pablo Bornstein, La Reconquista islámica: el orientalismo de Miguel Asín Palacios y la participación de marroquíes en la Guerra Civil española 159–185 Santiago Navarro Pastor, Prolegómenos al estudio de la literatura me�- morialística de los refugiados españoles de 1939 en Argelia 187–211 JOURNAL OF HISTORY AND CULTURE AND HISTORY OF JOURNAL Xavier Casals, La influencia de Argelia en la violencia política de la Trans�-

ición española (1975–1982) 213–240 Rolf Kailuweit, El concepto de violencia como motivo agonístico en Por qué perdimos la guerra (1940), de Diego Abad de Santillán. Análisis de un discurso anarquista en la inmediata posguerra 241–263 reviews ressenyes Julio Ponce Alberca, Seminario Los gobernadores civiles durante el fran- quismo: gobernación, red gubernativa y personal político (Barcelona, 28– 29 de noviembre de 2019) 267–272 Paola Lo Cascio, Una exposició en plural. Feminismes! (CCCB. Barcelona, 19 de juliol del 2019 – 5 de gener del 2020) 273–275 punctum DICTATORSHIPS & DEMOCRACIES & DICTATORSHIPS universitat oberta de catalunya fundació carles pi i sunyer 8 · 2020

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DICTATORSHIPS & DEMOCRACIES JOURNAL OF HISTORY AND CULTURE · 8 · 2020

punctum universitat oberta de catalunya fundació carles pi i sunyer Dictatorships & Democracies e-issn: 2564-8829 · https://doi.org/10.7238/issn.2564-8829 Editor Direcció Olívia Gassol Bellet (Universitat Oberta de Catalunya, ) Editor-In-Chief Cap de redacció Francesc Vilanova (Universitat Autònoma de Barcelona & Fundació Carles Pi i Sunyer, Spain) Editorial Board Consell de redacció Martí Marín (Universitat Autònoma de Barcelona, Spain) Francesc Vilanova (Universitat Autònoma de Barcelona & Fundació Carles Pi i Sunyer, Spain) Olívia Gassol Bellet (Universitat Oberta de Catalunya, Spain) Scientific Committee Comitè editorial Jaume Claret (Universitat Oberta de Catalunya, Spain) Andrew Dowling (Cardiff University, United Kingdom) Martí Marín (Universitat Autònoma de Barcelona, Spain) Víctor Martínez-Gil (Universitat Autònoma de Barcelona, Spain) Conxita Mir (Universitat de Lleida, Spain) Manuel Risques Corbella (Universitat de Barcelona, Spain) Joan M. Thomàs (Universitat Rovira i Virgili, Spain) Editorial Secretary Secretaria editorial Laia Arañó (Fundació Carles Pi i Sunyer, Spain) Aram Monfort (Universitat Autònoma de Barcelona, Spain) Advisory Board Comitè assessor Maria Campillo (Universitat Autònoma de Barcelona, Spain) Marc Carrillo (Universitat Pompeu Fabra, Spain) Luciano Casali (Università di Bologna, Italy) Ángela Cenarro (Universidad de Zaragoza, Spain) Àngel Duarte (Universitat de Girona, Spain) Enric Gallén (Universitat Pompeu Fabra, Spain) François Godicheau (Université de Bordeaux 3, France) Jaume Magre (director de la Fundació Carles Pi i Sunyer i Universitat de Barcelona, Spain) Ludger Mees (Euskal Herriko Unibertsitatea, Spain) Enrique Moradiellos (Universidad de Extremadura, Spain) Renato Moro (Università Roma Tre, Italy) Xosé M. Núñez Seixas (Ludwig-Maximilians Universität, Germany) Paul Preston (London School of Economics and Pilitical Science, United Kingdom) Patrizio Rigobon (Università Ca’Foscari, Italy) Pere Ysàs (Universitat Autònoma de Barcelona, Spain)

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This work is subject to a Creative Commons Attribution 4.0 International Public License. Summary Sumari Dictatorships & Democracies 8 (2020) e-issn: 2564-8829 dossier dossier ¿Ha terminado la Guerra Civil? España 1939–1953

Presentación 9 Ursula Hennigfeld, Jenny Augustin, Raanan Rein & Joan Maria Thomàs La larga sombra de la Guerra Civil: España y las grandes potencias (1939–1953) 11 Joan Maria Thomàs La Legión Cóndor y la política exterior de la República de Bonn: relaciones germano-españolas durante el período de posguerra 27 Ursula Hennigfeld Entre lo internacional y lo nacional-étnico: los voluntarios judíos de Palestina y Argentina en la Guerra Civil española 47 Raanan Rein «Menos Camboyas, Caperucita». Reflexión sobre la represión franquista, 1939–1953 77 Julius Ruiz En pos de una economía de la memoria: el caso del Valle de los Caídos 95 Silvina Schammah Gesser & Irene Rincón Narros La memoria en tiempos globalizados: la Guerra Civil española en dos novelas alemanas contemporáneas 127 Jenny Augustin La Reconquista islámica: el orientalismo de Miguel Asín Palacios y la participación de marroquíes en la Guerra Civil española 159 Pablo Bornstein Prolegómenos al estudio de la literatura memorialística de los refugiados españoles de 1939 en Argelia 187 Santiago Navarro Pastor La influencia de Argelia en la violencia política de la Transición española (1975–1982) 213 Xavier Casals El concepto de violencia como motivo agonístico en Por qué perdimos la guerra (1940), de Diego Abad de Santillán. Análisis de un discurso anarquista en la inmediata posguerra 241 Rolf Kailuweit reviews ressenyes

Seminario Los gobernadores civiles durante el franquismo: gobernación, red gubernativa y personal político (Barcelona, 28–29 de noviembre de 2019) 267 Julio Ponce Alberca Una exposició en plural. Feminismes! (CCCB. Barcelona, 19 de juliol del 2019 – 5 de gener del 2020) 273 Paola Lo Cascio

Criteris editorials 277 Editorial Criteria 280 Criterios editoriales 283

dossier ¿Ha terminado la Guerra Civil? España 1939–1953

Presentación

Ursula Hennigfeld Heinrich Heine Universität Düsseldorf Jenny Augustin Heinrich Heine Universität Düsseldorf Raanan Rein Tel Aviv University Joan Maria Thomàs Universitat Rovira i Virgili

En abril de 2019 se conmemoró el octogésimo aniversario del final de la Guerra Civil. Como es sabido, aquella fecha, con la imposición en todo el territorio español del régimen franquista, no trajo ni paz ni reconcilia- ción. Poco después se iniciaría, además, la Segunda Guerra Mundial. Este reciente aniversario dio ocasión a la celebración de un simposio interna- cional —¿Ha terminado la Guerra Civil? España 1939–1953— que tuvo lugar en la ciudad alemana de Düsseldorf. El simposio se celebró bajo el patronazgo del Consulado General de España en Düsseldorf y del Minis- terio de Cultura y Deporte (programa Hispanex). Fue el fruto de la cola- boración de tres universidades, la Heinrich-Heine-Universität Düsseldorf, la Universitat Rovira i Virgili de Tarragona y la Tel Aviv University, y fue organizada por el Centro Interuniversitario de Estudios Culturales His- pánicos (CeHis). Los artículos aquí reunidos proceden de este simposio. En el encuentro no solo se abordó el estudio de 1939 como año de finali- zación de la Guerra Civil (1936–1939), sino que más bien se cuestionó (re- tomando la tristemente célebre frase del último parte de guerra, adoptada por Alain Resnais en La guerre est finie, de 1966) si aún puede afirmarse hoy en día, en vista del estado actual de la investigación y del debate inte- lectual en curso, que la Guerra Civil terminó en rigor en 1939. Con arreglo a esa idea, los organizadores propusimos prolongar esta etapa hasta 1953, año en el que, por una parte, Franco firmó un concordato con el Vatica- no con el que se pretendía poner fin al aislamiento internacional de Es- paña, y por otra, y ya en el marco de la Guerra Fría, se firmaron acuerdos con Estados Unidos para instalar bases militares en el país. De ese modo,

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9 [9–10] se pusieron los cimientos para una nueva reubicación política y econó- mica de España a partir de finales de los años cincuenta. Alargando el pe- ríodo estudiado hasta la década de 1950, incluimos en nuestro análisis la fase de la posguerra y, concretamente, las primeras etapas de la dictadu- ra franquista. En lo referente a 1939, fue pertinente considerar aspectos relativos al desarrollo y desenlace de la propia Guerra Civil. Los artículos aquí reunidos contribuyen al análisis de las dimensiones internacionales de la Guerra Civil y del franquismo. Ponen de manifies- to, por ejemplo, los nexos entre la Alemania nazi y la España franquista, tanto durante la Guerra Civil como durante el llamado «período de pos- guerra». Con ellos queremos contribuir a una reflexión crítica de este pasado común y de los respectivos discursos nacionales. La intervención de la Alemania nazi en la Guerra Civil ha sido objeto de abundante in- vestigación en España. En Alemania, por el contrario, este asunto se ha abordado mucho menos, hasta el extremo de negar, en ocasiones, una participación activa del régimen de Hitler en la contienda española. Am- bos países, además, no han enfocado hasta hoy de manera suficiente el compromiso político de los voluntarios judíos en la Guerra Civil. Fren- te a estos puntos ciegos de cada nación, estamos convencidos de que este pasado terrible y doloroso que une a los tres países, España, Alemania e Israel, necesita la estrecha colaboración de diversas disciplinas (la histo- ria, la filología) y desde luego unas formas de investigación que rebasen las fronteras meramente nacionales. De este modo podrán conjurarse las trampas del nacionalismo. La configuración y el cultivo de una memoria colectiva transnacional es imprescindible para promover la confianza mutua y una cooperación fructuosa entre nuestros países. Como investi- gadores y académicos, nosotros también somos responsables de llevar a la práctica una tarea de estas características. Por último, los organizadores del simposio queremos agradecer a Olívia Gassol Bellet, directora de Dictatorships & Democracies. Journal of His- tory and Culture, de la Universitat Oberta de Catalunya y de la Fundació Carles Pi i Sunyer de Barcelona, así como a Francesc Vilanova Vila-Abadal, la acogida que han brindado a la publicación de ponencias presentadas, ahora en forma de artículos, en la revista.

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10 [9–10] La larga sombra de la Guerra Civil: España y las grandes potencias (1939–1953)

Joan Maria Thomàs Universitat Rovira i Virgili (España) orcid.org/0000-0002-1231-1389

Presentación: 10 dic. 2019 | Aceptación: 25 mar. 2020 | Publicación: 31 oct. 2020

Cita recomendada: Thomàs, Joan Maria. 2020. «La larga sombra de la Guerra Civil: España y las grandes potencias (1939–1953)». Dictatorships & Democracies. Journal of History and Culture 8: 11–26. doi: https://dx.doi.org/10.7238/dd.v0i8.3171

Resumen: Este artículo analiza algunas de las sombras más alargadas que proyectó la Guerra Civil en el ámbito internacional con referencia a la España franquista entre 1939 y 1953. Estudia, en primer lugar, la importancia que tuvieron en la pervivencia del régimen de Franco las que en el texto se denominan no intervenciones de grandes potencias en dos momentos cruciales de la historia del régimen: la Guerra Civil y el período entre 1945 y 1947–1948. La primera no intervención acabó favoreciendo la victoria de Franco y per- judicando a la República. La segunda implicó la imposición de sanciones contra España, pero nunca llegó a plantear una acción proactiva para acabar con la dictadura como co- rolario de la victoria contra el Eje. En el artículo se examina, asimismo, la continuación hasta 1944 de la estrecha relación de los años 1936–1939 de la España franquista con la Alemania nazi y la Italia fascista, siendo una de sus manifestaciones más importantes, pero no la única, su intento de participar en la Segunda Guerra Mundial junto al Eje. Palabras clave: Guerra Civil española, Segunda Guerra Mundial, no intervención, antico- munismo, antifascismo

The Long Shadow of the : Spain and the Great Powers (1939–1953) Abstract: This paper analyzes some of the longest shadows that the Spanish Civil War casted on the international arena in reference to between 1939 and 1953. First of all, it studies the importance in the survival of Franco’s regime of what in the text are called non-interventions of great powers at two crucial moments in the history of the regime: the Spanish Civil War itself and the period between 1945 and 1947–1948. The first non-intervention ended up favouring Franco’s victory and harming the Republic. The second implied the imposition of sanctions against Spain, but it never proposed a proactive action in order to put an end to the dictatorship as a corollary of the victory against the Axis. This paper also looks at the continuation until 1944 of the close rela- tions that Francoist Spain held with Nazi Germany and Fascist Italy during the years 1936–1939, being one of its most important manifestations —but not the only one— its attempt to participate in World War II alongside the Axis. Keywords: Spanish Civil War, World War II, non-intervention, anti-communism, anti-fascism

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11 [11–26] J. M. THOMÀS · LA LARGA SOMBRA DE LA GUERRA CIVIL: ESPAÑA Y LAS GRANDES POTENCIAS (1939–1953)

I

Algunas de las sombras más alargadas (en términos de duración) que pro- yectó la Guerra Civil española tras su finalización y a lo largo de la larga postguerra que la siguió tuvieron que ver con la esfera internacional. Fue- ron consecuencia de la victoria del bando llamado «nacional» durante esa contienda, así como de la instauración de un régimen político dicta- torial como el franquista. Otras tuvieron que ver con cuestiones como la represión —iniciada ya desde el momento del estallido bélico a raíz del fracaso del golpe de Estado— o el exilio —los exilios, más bien—, entre otras. Estos últimos aspectos seguirían presentes durante toda la vigencia temporal de un régimen que no desapareció sino hasta fechas tan tardías como las de las elecciones democráticas del 15 de junio de 1977 y las de aprobación por referéndum de la nueva Constitución democrática del 6 de diciembre de 1978. No está de más recordar hechos como los produci- dos el 27 de septiembre de 1975, los últimos fusilamientos de presos polí- ticos por el Estado franquista, así como el enorme rechazo internacional que generó en la mayoría de capitales europeas y aún de otras de fuera del continente (Fonseca 2015). En relación con las sombras proyectadas en la política internacional, trataremos tres en concreto. En primer lugar, analizaremos la continua- ción durante los años de la Segunda Guerra Mundial de la relación forja- da durante la Guerra Civil entre la España franquista y sus dos principa- les aliados, la Alemania nazi y la Italia fascista. Las dos guerras, conviene recordarlo ahora, tan sólo están separadas por un cortísimo período de cinco meses, el que transcurrió entre el 1 de abril y el 1 de septiembre de 1939. En segundo y tercer lugar, nos referiremos a la extraordinaria im- portancia que para Franco y su régimen tuvieron las que calificamos como de no intervenciones que determinadas grandes potencias adoptaron en momentos históricos diferentes pero que fueron cruciales para el futuro del franquismo: el 18 de julio de 1936, tras el estallido de la Guerra Civil, y durante los primeros años que siguieron la Segunda Guerra Mundial, en concreto, entre el 1 de mayo de 1945 y el año 1948. Utilizamos, pues, la denominación de no intervención para referirnos tanto a aquella relacio- nada con la guerra de España —es decir, al acuerdo internacional firmado

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12 [11–26] J. M. THOMÀS · LA LARGA SOMBRA DE LA GUERRA CIVIL: ESPAÑA Y LAS GRANDES POTENCIAS (1939–1953) en Londres en agosto de 1936 (Moradiellos 1990; Jorge 2016) que contri- buyó a la victoria del bando franquista en la Guerra Civil—, como a aque- lla otra posterior que acabó significando, de manera similar a la primera, una ayuda indirecta para la supervivencia del franquismo. En este último caso, fue tras la derrota de Alemania e Italia en 1945, cuando todo parecía apuntar que a Franco y a los suyos les había finalmente llegado su hora. Afirmamos, así, que el llamado Generalísimo o Caudillo, que inaugu- raría un régimen en 1936 en una parte del país y en 1939 en todo él, pudo permanecer en el poder más de cuarenta años no sólo por dirigir una dic- tadura brutalmente represiva y por tener de su lado sectores nada des- preciables de la población —como cualquier otra dictadura, la suya no se sostuvo únicamente por la fuerza y el terror, sino que contó con dosis de consenso activo y/o pasivo—, sino también por la actitud de algunas grandes potencias destacadas ante su existencia y trayectoria. En concreto, el bando nacional no habría podido ganar la contienda civil sin las ayudas internacionales activas de la Italia fascista, la Alemania hitleriana y, en menor pero nada despreciable grado, de la Portugal del Estado Novo (García Pérez 1994; Rodrigo 2016; Pena 2017), desproporcio- nadas con respecto a las recibidas por la República. Pero tampoco hubie- ra sido posible tal victoria sin otras ayudas, pasivas e indirectas, deriva- das de la aplicación efectiva del Acuerdo de No Intervención auspiciado por Gran Bretaña, respetado escrupulosamente por ella y parcialmente por Francia, así como por Estados Unidos y por otros países (Moradie- llos 1990; Avilés 1994; Thomàs 2007), pero nada respetado ni por Italia, ni por Alemania, ni por Portugal, ni, en el otro bando, por la Unión So- viética (Kowalsky 2003). La desproporción de los realmente intervinien- tes jugó en favor de Franco; la de los no intervinientes jugó en contra de la República. Esto en cuanto a la primera de las dos no intervenciones a las que hemos hecho referencia. Nuevamente, en 1945, cuando finalizó la Segunda Guerra Mundial y seis años después del final de la Guerra Ci- vil, las actitudes mantenidas por algunas grandes potencias de la coali- ción antifascista (Seidman 2017) vencedora del Eje contribuyeron a que el régimen de Franco pudiese sobrevivir y perdurar. Se dio por entonces y durante un período de algo más de dos años una nueva no intervención que, de facto, acabó ayudando a la supervivencia del franquismo. Como

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13 [11–26] J. M. THOMÀS · LA LARGA SOMBRA DE LA GUERRA CIVIL: ESPAÑA Y LAS GRANDES POTENCIAS (1939–1953) consecuencia, y tras un corto período de aislamiento internacional, ya a partir de 1948 el régimen español iniciaría el camino hacia un reconoci- miento internacional que culminaría en la firma de los pactos militares con Estados Unidos en 1953; en la firma del concordato con el Vaticano ese mismo año y en su admisión en la Organización de Naciones Unidas (ONU) junto a Italia, Portugal, Grecia y otros países en 1955, admisión que no había sido posible en 1945. Muchos estados europeos occidenta- les que acababan de ser víctimas de los aliados nazifascistas de Franco lo aceptaron con reticencia. En cuanto a la ONU, recordemos que unos me- ses antes del final de la guerra mundial las intenciones de ingresar de Es- paña habían sido frustradas ya durante la conferencia de organización del organismo. El 19 de abril de 1945 México había logrado que se vetase el ingreso de aquellos regímenes «establecidos con la ayuda de las fuerzas militares de países que han luchado contra las Naciones Unidas en tan- to permanezcan en el poder» (Collado Seidel 2016; Thomàs 2011, 188). La referencia a España, sin citarla, había sido diáfana. Y efectiva.

II

La primera de las tres sombras a nivel internacional a las que hemos hecho referencia, la de la continuidad e incremento de la relación entre la España franquista y sus aliados nazifascistas durante la Segunda Gue- rra Mundial, se explica tanto por afinidades ideológicas como por inte- reses compartidos políticos e internacionales. Pero, como analizaremos seguidamente, acabarían difiriendo en cuestiones estratégicas claves, aunque sin que ello mermase la relación hasta en las postrimerías de la guerra mundial. De la segunda y la tercera sombra, las relacionadas con las no inter- venciones, se puede decir que la que se formó durante la Guerra Civil debe explicarse, en lo referido a Gran Bretaña y, con más matices, a Fran- cia y a otros estados europeos, en función de factores tales como, en pri- mer lugar, el hecho de que durante la mayor parte del período de entre- guerras entendido en sentido estricto —desde el 1917 de la Revolución Rusa hasta el 1939 del estallido de la Segunda Guerra Mundial— el pa- radigma dominante en la política internacional fuese el anticomunis-

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14 [11–26] J. M. THOMÀS · LA LARGA SOMBRA DE LA GUERRA CIVIL: ESPAÑA Y LAS GRANDES POTENCIAS (1939–1953)

mo. Este anticomunismo, al iniciarse la guerra de España en 1936, esta- ba en pleno apogeo, y los acontecimientos revolucionarios vividos en la llamada zona republicana no hicieron sino estimularlo, no ya sobre determinados gobiernos sino entre sectores conservadores y religiosos —especialmente católicos— del resto de Europa y aún del mundo. Otro factor fundamental del no intervencionismo sería la coyuntura europea, progresivamente agitada por la política exterior del régimen nazi, que se presentaba como generadora de paz y de estabilidad en el continen- te (pero sólo una vez que hubiese conseguido que las grandes potencias vencedoras de la Gran Guerra aceptasen reparar los agravios que habían infligido a su país en el Tratado de Versalles). Todo ello mientras se prepa- raba para guerras futuras. La política exterior de Hitler se estaba convir- tiendo en un factor de inestabilidad y la intervención alemana en España acercaba la posibilidad de un choque que británicos y franceses querían evitar, en medio como estaban de una crisis económica mundial de pro- porciones desconocidas hasta entonces, con consecuencias sociales gra- vísimas y un rechazo generalizado entre sus poblaciones a la posibilidad de una nueva guerra. De hecho, a lo largo de los dos primeros años de la Guerra Civil, los gobiernos europeos veían posible reconducir la política internacional nazi y evitar una nueva conflagración. Gran Bretaña dise- ñaría y aplicaría al efecto una política llamada de apaciguamiento —en inglés, appeasement— con Alemania y, en menor grado, con Italia. Por su parte, otras grandes potencias, como los Estados Unidos, se absten- drían de una intervención favorable a la República Española no porque su presidente, Franklin D. Roosevelt, creyera en el appeasement, ni por- que no fuera personalmente contrario al franquismo y al nazismo, sino por el radical aislacionismo que venía aplicando el Congreso y aún por cálculos electoralistas relacionados con el voto católico pro-Partido De- mócrata en las elecciones de 1936 (Bosch 2012; Thomàs 2007). Todo ello acabó jugando directamente en contra de la República Española e indi- rectamente en favor de Franco. Por el contrario, los intereses de las potencias que realmente estaban interviniendo en la guerra de España eran bien diferentes: Alemania e Italia veían en una futura victoria franquista la consolidación de un alia- do en el flanco sur de Francia, con la que tenían cuentas pendientes. Ade-

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15 [11–26] J. M. THOMÀS · LA LARGA SOMBRA DE LA GUERRA CIVIL: ESPAÑA Y LAS GRANDES POTENCIAS (1939–1953) más, con sus intervenciones hacían negocio, obtenían materias primas, tenían la oportunidad de probar armas y técnicas de combate y contri- buían a la conformación de un régimen ideológicamente afín dentro de una Europa occidental mayoritariamente democrática y en buena parte hostil. Por otro lado, la implicación de la Unión Soviética en favor de la República en tanto que su aliado fundamental era producto de la preo- cupación de Stalin por la política internacional nazi, por lo que tenía de amenaza para la existencia de su propio país y en medio de sus esfuerzos por lograr una alianza antifascista en la Europa occidental para frenar a Hitler, alianza que no se concretaría hasta años después, en 1941, tras ser finalmente atacado el país por Alemania. Entretanto acabaría optan- do, el 23 de agosto de 1939, una semana antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial, por el establecimiento de un acuerdo con Hitler, el lla- mado Pacto Ribbentrop-Mólotov. El antifascismo se convertiría durante unos pocos años en el paradigma de política internacional dominante. Después, en 1947–1948, se volvería al anticomunismo anterior, hasta los años 1991–1992, con la propia desaparición de la URSS. El antifascismo de esos años podía ser de izquierdas, centrista, o conservador pero su do- minancia fue efímera, como decimos, y al poco de la restauración de la democracia en la mayor parte de la Europa occidental tras la derrota del Eje en 1945, y de la instauración de dictaduras comunistas en la forma de democracias populares en la parte oriental del continente, se fracturó, volviéndose al anterior paradigma, ahora con la Guerra Fría y con la po- lítica de bloques enfrentados bajo el liderazgo del presidente estadouni- dense, Harry S. Truman. Es en este contexto en el que debemos entender la segunda no inter- vención, la de los años 1945–1947, en los años que siguieron la Segunda Guerra Mundial, cuando los Estados Unidos y Gran Bretaña, y en menor medida Francia, vetaron, en diferentes momentos, cualquier posible in- tervención aliada en contra del régimen de Franco, optando, en cambio, por unas políticas sancionadoras que, de hecho, no representaron nun- ca una amenaza real para la supervivencia del franquismo y que, por lo tanto, contribuyeron indirectamente a su permanencia y consolidación definitiva.

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16 [11–26] J. M. THOMÀS · LA LARGA SOMBRA DE LA GUERRA CIVIL: ESPAÑA Y LAS GRANDES POTENCIAS (1939–1953)

Estudiaremos la trayectoria internacional del régimen franquista du- rante estos años, distinguiendo los cuatro períodos que nos parecen fun- damentales. Pero antes debemos hacer referencia a una cuestión funda- mental para entender la capacidad que demostró el propio franquismo para adaptarse de manera oportunista a las diferentes coyunturas in- ternacionales con las que tuvo que lidiar. Nos referimos al hecho de que la propia dictadura de Franco es expresión de una coalición autoritaria formada por actores variados como el Ejército; la Iglesia católica; el par- tido único Falange Española Tradicionalista y de las JONS, creado en 1937 y hegemonizado por los fascistas —viejos y nuevos—; los carlistas de la antigua Comunión Tradicionalista —no siempre realmente integrados en el partido único—; los alfonsinos de la antigua Renovación Española; exmiembros del Bloque Nacional; exmiembros de la CEDA; sectores pa- tronales, empresariales, bancarios y de propietarios agrarios, y aún de- cenas de miles de medianos y pequeños campesinos y de clases medias urbanas y rurales, entre otros, todos ellos católicos (Thomàs 2016, 14–27; Thomàs 2019a). El régimen había creado en 1937 su propio partido único, por incautación y unificación de las dos principales fuerzas políticas que habían auxiliado el golpe militar —los fascistas de la Falange Española de las JONS y los carlistas de la ya mencionada Comunión Tradicionalista—, y lo había modelado a partir de la estructura e ideario del primero. Por ello mismo no resultaría extraño, sino todo lo contrario, que muchos de los miembros de este partido no se sintiesen identificados con el ideario fascista de la Falange, aunque formasen parte de un partido único susten- tado en tal ideología. Pero eso acabaría siendo una ventaja para la per- vivencia del régimen, cuyo líder podría echar mano, tras la derrota del Eje de 1945 y a la hora de formar gobiernos sin apariencias fascistas, de sectores del bloque político y social franquista más presentables ante los Aliados, como serían los católicos autoritarios u otros, mientras al mismo tiempo oscurecía y maquillaba la no supresión del partido único que de- mandaban los vencedores. En otras palabras, el régimen disponía inter- namente de un auténtico arsenal político-ideológico hasta cierto punto diverso que le permitiría configurar diferentes gobiernos para adaptarse a situaciones internacionales cambiantes, como estaba siendo la del año 1945 (Thomàs 2018, 23–42).

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Todo ello, por otra parte, nos permite tener en cuenta factores con fre- cuencia menospreciados por la historiografía, como fueron la capacidad de supervivencia del régimen, incluida la habilidad personal del dictador, o su oportunismo —suyo y de sus gobiernos—, característica que fue moneda corriente en los países neutrales europeos durante la Segunda Guerra Mundial, destacadamente, aunque no solamente, en cuestiones de comercio exterior con los dos bandos contendientes (Golson 2011). En el caso de Franco, se pone bien de manifiesto si analizamos la secuencia —contradictoria— de sus declaraciones de política exterior de esos años en relación con las coyunturas internacionales cambiantes. El Generalísi- mo, que en 1941 prometió solemnemente «un millón de bayonetas» para defender la capital del Tercer Reich, en julio de 1944 —tras el cambio de signo de la guerra mundial— afirmó —con la misma solemnidad— a la United Press que España nunca se había identificado con el Eje porque «no podía aliarse ideológicamente con naciones que no estuvieran guia- das por los principios del catolicismo». Asimismo, en 1953 se presentó a sí mismo como un «adelantado en la lucha contra el comunismo» al tiempo que era considerado el «centinela de Occidente» que vigilaba incansable- mente contra el comunismo mundial.

III

Los cuatro momentos de la trayectoria internacional del régimen fran- quista a los que he hecho referencia, y en los que la larga sombra de la Guerra Civil estuvo presente, fueron los siguientes.

1939–1944

La victoria franquista de 1939 había sido posible gracias a la ayuda militar ítalogermana —80.000 efectivos italianos, 19.000 alemanes de la llamada Legión Cóndor (una denominación de resonancias iberoamericanas más que españolas, que seguramente tuvo que ver con las estrechas relaciones del Ejército alemán del período de entreguerras con algunos ejércitos de países andinos, estos sí poblados por cóndores)— y tanto durante la gue- rra como en los primeros años de la postguerra las relaciones del nuevo

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Estado franquista con Italia y Alemania no hicieron sino estrecharse a nivel político, económico, de partido y policial. A nivel internacional se firmaron tratados secretos de amistad y cooperación en 1936 y en 1939 (García Pérez 1994; Saz 1986), y el 7 abril del segundo de estos años, el Pac- to Anti-Komintern. Seguidamente, España abandonó la Sociedad de Na- ciones. Por otro lado, los años de este período vieron igualmente la con- solidación de una gran herida franquista contra la URSS, contra Francia y contra Gran Bretaña, que entroncaba con la consideración de Franco y de todo un sector de la coalición autoritaria de que estos dos últimos eran los verdaderos culpables, históricamente hablando, de los males de España. Se culpaba, así pues, no sólo a la Rusia comunista sino también a «las plutocracias» británica y francesa, manejadas por la masonería y la judería internacional y en alianza con el comunismo internacional. Ni más ni menos. El estallido de la guerra en Europa permitió al régimen imaginar un nuevo escenario de participación militar a cambio de grandes logros te- rritoriales a costa de los dos enemigos de entonces de Alemania, Francia y Gran Bretaña. Desde octubre de 1939 comenzó a planificar —a partir de una mezcla de afinidades políticas y oportunismo descarado en política internacional— su entrada en la guerra (Ros Agudo 2002 y 2008). Fue algo que la fulgurante y sorpresiva derrota de Francia en los meses de mayo y junio de 1940 no hizo sino acelerar. En la propuesta confluían los intere- ses del dictador, del Ejército y del partido, y el objetivo principal de todos ellos era la creación de un imperio colonial y el fin delagravio histórico que representaba la posesión británica del peñón de Gibraltar. Pero no era sólo eso; también existían intereses de partido. En concreto, los falangis- tas fascistas veían la entrada española en la guerra como el paso definitivo hacia la fascistización completa del régimen. Pensaban que con tal entra- da y con la compenetración militar con los regímenes amigos de Alema- nia e Italia, el partido único adquiriría finalmente su ansiada hegemonía dentro del Gobierno y del Estado. Hasta ese momento lo que estaba ocu- rriendo era que compartía poder en tanto que un sector más de la coali- ción autoritaria franquista, pero sin tener en sus manos las palancas del poder efectivo —la dirección del Gobierno, de la política económica y la orientación general del Estado. Tenía el relacionado con el desarrollo de

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su propia organización y su irradiación sobre determinados sectores de la sociedad, pero la compartía con otros sectores, como la Iglesia, con la que chocaba en aspectos que pretendía hegemonizar, como la socializa- ción política de la juventud y de las mujeres, entre otros. También estaba encontrando resistencias patronales durísimas en determinados aspec- tos de la construcción de la Organización Sindical Española, en concreto los que afectaban a la integración de empresas y confederaciones patro- nales en el sindicato falangista oficial. En cambio, otras cuestiones sindi- cales, como el encuadramiento y control de las clases trabajadoras por el Sindicato Vertical, no planteaban ningún problema a los empresarios, sino todo lo contrario. En el Ejército el interés por la participación en la guerra junto al Eje estaba muy generalizado en tanto que vía para obtener nuevas colonias —que permitiesen resarcir al país de los (presuntos) latrocinios cometi- dos por Francia en Marruecos (las rectificaciones de las fronteras entre la zona española y la francesa de 1904, 1906, 1912 y 1926)— y para con- vertir al país en una nueva gran potencia al lado de las dos fascistas ami- gas. Sobre todo, tenían esta aspiración los sectores llamados africanis- tas, que podían tener actitudes políticas diversas pero que coincidían apreciando la oportunidad que el estallido de la guerra en Europa había abierto para la expansión territorial colonial de España. Por el contrario, podrían no haber compartido ese intervencionismo, en diferentes gra- dos, aquellos otros generales que eran monárquicos alfonsino-juanis- tas, como Kindelán, Orgaz y Aranda, o el coronel Galarza —subsecreta- rio de la Presidencia del Gobierno— y otros, todos ellos antifalangistas y que presentaban ante los británicos al concuñado de Franco y presi- dente de la Junta Política del partido único, Ramón Serrano Suñer, y a la cúpula falangista como la instigadora del intervencionismo. Sabemos —gracias a los trabajos pioneros de Denis Smyth (1986) y, recientemente, en 2013, gracias a la desclasificación de documentos de los archivos oficia- les británicos— que este grupo estuvo implicado en el soborno auspiciado por el Reino Unido y aparentemente promovido por el financiero espa- ñol Joan March desde el mismo junio de 1940 hasta más de tres años des- pués para conseguir evitar la entrada de España en la guerra junto al Eje. Esta operación fue diseñada por el embajador británico Samuel Hoare y

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20 [11–26] J. M. THOMÀS · LA LARGA SOMBRA DE LA GUERRA CIVIL: ESPAÑA Y LAS GRANDES POTENCIAS (1939–1953) el agregado naval Alan Hillgarth, que había encontrado enseguida el apo- yo de Churchill y se había llevado con enorme sigilo, ocultando a los ge- nerales el origen del dinero y presentándolo como una contribución de financieros y empresarios españoles agradecidos (Moradiellos 2005; Sáe- nz-Francés 2009; Viñas, 2016; Thomàs 2019c). Por su parte, la Iglesia católi- ca vivía con gran preocupación el estallido de la Segunda Guerra Mundial, iniciado con el ataque a la católica Polonia, así como la adquisición por parte de FET y de las JONS de atribuciones en determinadas esferas polí- ticas, socializadoras e ideológicas, y más aún las expectativas de una total falangización del régimen que el propio partido se encargaba de alentar Sin embargo, la ansiada entrada en la conflagración no se produjo por la negativa alemana a aceptar las condiciones españolas. Se produjo, no obstante, el envío de la llamada División Azul y se ayudó al Eje en múlti- ples aspectos de tipo militar, logístico, de espionaje y económico, entre otros. Era algo que los Aliados conocieron en buena parte y que en algu- nos momentos pudo haber acabado provocando la entrada en la guerra de España no por decisión propia, sino por ser atacada por los Aliados, convencidos de que el Estado franquista iba a participar en la contienda y dispuestos a adelantársele (Moradiellos 2005). Por otro lado, no nos pa- rece impensable en absoluto que la URSS hubiese podido responder con una declaración de guerra al envío de la División Azul.

1944–1945

Al general Franco y a los sectores más pro-Eje de la coalición autorita- ria les costó aceptar el cambio de signo, desfavorable al Eje, que tuvo lu- gar durante 1943. De hecho, los sectores fascistas más radicales nunca lo aceptaron, así como tampoco el giro que finalmente acabó dando el Caudillo, preocupado por el porvenir de su régimen en el nuevo mundo que se anunciaba tras la derrota de los fascismos y la reinstauración de la democracia en Europa. Antes fue necesario que los Aliados, liderados por Estados Unidos, le obligasen a interrumpir sus lucrativas ventas de wolframio a Alemania tras un embargo del suministro de productos pe- trolíferos (Thomàs 2010 y 2011). Pero ya en 1943 Franco explicaba a unos sorprendidos embajadores aliados su peculiar teoría de las tres guerras

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21 [11–26] J. M. THOMÀS · LA LARGA SOMBRA DE LA GUERRA CIVIL: ESPAÑA Y LAS GRANDES POTENCIAS (1939–1953)

—según la cual España era neutral en la contienda entre las democracias y el Eje, beligerante contra la URSS y deseosa del triunfo de Estados Uni- dos frente a Japón. También sorprendía y, más aún, irritaba, a los sectores más fascistas de la coalición autoritaria con sus declaraciones a la Uni- ted Press de 1944. Estos sectores podían responder, como ocurrió en Bar- celona en locales del Frente de Juventudes, tiroteando su retrato o agre- diendo a simpatizantes de los Aliados o a algunos de sus representantes consulares. Aún así, Franco empezó a comportarse con los enemigos de sus amigos nazifascistas: aceptó la aplicación de los Acuerdos de Bretton Woods y entregó espías y personal nazi y colaboracionista europeo a los Aliados —con importantes excepciones—, todo ello con la esperanza de congraciarse con ellos e incluso —ilusoriamente— de lograr que España jugase un papel destacado en la esfera internacional. Hasta que fue puesto en su sitio por los propios Aliados, pero desde la tranquilidad que le daba saber que ni el Reino Unido ni los Estados Unidos estarían de acuerdo con la adopción de medidas radicales —como una invasión del país— en contra de su régimen. Le pedían, eso sí, que prescindiese del partido úni- co y que dejase el poder, pero no estaban dispuestos a llegar mucho más allá. Y cuando llegó la derrota del Eje maniobró hábilmente, formando un nuevo gobierno que incluía a un prominente católico en la cartera de Asuntos Exteriores, y legisló una pseudocarta de derechos y libertades — el llamado Fuero de los Españoles— y una Ley de referéndum al tiempo que oscurecía y maquillaba el componente más fascista de la coalición —FET y de las JONS— dejando de reunir sus órganos más importantes durante una década, pero sin prescindir de él (Thomàs 2001). Todo ello no le sirvió para evitar el aislamiento que vivió el régimen, pero no cedió a las demandas de los Aliados. Tampoco, sin embargo, fue depuesto por ningún movimiento interno o urdido desde el exterior desde los exilios republicano o monárquico.

1945–1947

El trienio comenzó ya antes del fin de la guerra mundial con la aprobación de la exclusión de España de la ONU de San Francisco, y continuó en la Conferencia de Potsdam, donde Churchill y Truman se negaron a aceptar

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22 [11–26] J. M. THOMÀS · LA LARGA SOMBRA DE LA GUERRA CIVIL: ESPAÑA Y LAS GRANDES POTENCIAS (1939–1953) la proposición de Stalin de romper relaciones con España y de apoyar a las fuerzas democráticas españolas en contra de Franco, pero sí firmaron una declaración negando su entrada en la ONU y mostrándose contrarios a la existencia del Estado franquista. Comenzó entonces —aunque ya en- contramos algunos antecedentes en 1944— una no intervención británi- ca y estadounidense, apoyada con desigual interés por Francia y por una Unión Soviética dispuesta a dejar hacer a las potencias aliadas en el Oc- cidente europeo mientras exigía el mismo trato en su caso en la Europa oriental. Esta no intervención permitió al régimen franquista subsistir, al tiempo que se le sancionaba diplomáticamente. Sin embargo, mientras se sucedían estos acontecimientos negativos para España y se incrementaban por la publicación de documentos ha- llados en Berlín que comprometían gravemente a España por su relación con el Eje, por el cierre de la frontera francesa tras el fusilamiento a prin- cipios de 1946 de un líder de los maquis considerado un héroe en el país vecino, por una nueva declaración tripartita de los Aliados contra Fran- co y por la retirada masiva y acordada de embajadores en diciembre de ese mismo año (Hualde 2016; Liedtke 1998; Thomàs 2010 y 2011; Collado Seidel 2016), otra tendencia, más de fondo, se estaba configurando y aca- baría por favorecer a Franco. Me refiero al retorno del paradigma anti- comunista como elemento fundamental de la política internacional por las tensiones crecientes entre los Aliados occidentales y la URSS, a raíz de cuestiones como la configuración de los regímenes ocupados por el Ejército soviético en 1944–1945 y las suspicacias que fueron apareciendo a lo largo de los años 1946 y 1947, en los que el famoso Long Telegram de George F. Kennan orientaría la política estadounidense. Se adoptaría la Doctrina Truman en 1947.

1948–1953

Fue en este contexto en el que las fuerzas armadas estadounidenses comen- zarían a moverse, indirectamente la mayor parte de veces, para conseguir del presidente un cambio de política con respecto a España que permitie- se su integración en todo el cordón defensivo que, desde las Azores hasta Afganistán, se pretendía organizar para hacer frente al peligro soviético.

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El hito de la ruptura con la URSS serían el bloqueo de Berlín y la adquisi- ción por la misma Unión Soviética, ya en 1949, de la bomba atómica, así como la victoria de los comunistas chinos sobre Chiang Kai-shek en ese mismo año (Thomàs 2019b). Al siguiente, estalló la Guerra de Corea, que significaría un punto y aparte en lo que se refiere a la actitud de los Esta- dos Unidos hacia España. Sería en este contexto en el que se produciría el cambio de política de Truman y se abriría un camino que culminaría con la firma en 1953, ya con el presidente —y militar— Eisenhower en la Casa Blanca, de los pactos militares entre los dos países. Ese mismo año se firmó el concordato con la Santa Sede, y dos años después, ya en 1955, España sería admitida en la ONU junto con Italia, Grecia y Portugal. Todo ello fue interpretado por el propio Caudillo como una victoria personal y, si en 1945 su mano derecha, Luis Carrero Blanco, le había aconsejado «orden, unidad y aguantar» (Tusell 1993) ante la ofensiva de los Aliados, ahora se resarciría presentándose como un adelantado mundial en la lu- cha contra el comunismo. Concluiremos diciendo que la larga sombra de la Guerra Civil, de esa contienda ganada por un bando franquista beneficiado por la política de no intervención diseñada por Gran Bretaña y seguida por otras grandes potencias en 1936, se proyectó en los primeros años de la postguerra con la aspiración del Estado franquista de intervenir en la guerra mundial, as- piración basada en presupuestos políticos e ideológicos pero también y destacadamente en el oportunismo geopolítico. La estrecha relación con el Eje se fue quebrando en 1944 conforme la guerra mundial cambiaba de signo, y el régimen dio un nuevo giro oportunista, confiando en renta- bilizarlo ante los Aliados. No lo consiguió y tuvo que afrontar sanciones diplomáticas y exclusiones, pero su propia existencia nunca fue amena- zada, precisamente por la nueva no intervención propiciada por Gran Bretaña y Estados Unidos y apoyada desigualmente por Francia, ante la abstención estratégica de la URSS. El subsiguiente estallido de la Guerra Fría conllevaría la progresiva integración de España en el bloque occiden- tal. Fue una integración reticente por parte de las democracias europeas occidentales, pero integración al fin y al cabo en un cordón defensivo antisoviético a través de pactos con los Estados Unidos y con la posterior integración en la ONU, diez años después de que el acceso le hubiese sido

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24 [11–26] J. M. THOMÀS · LA LARGA SOMBRA DE LA GUERRA CIVIL: ESPAÑA Y LAS GRANDES POTENCIAS (1939–1953) vetado. Entonces se proyectó la sombra definitiva de la Guerra Civil: la pervivencia del régimen franquista durante las casi cuatro décadas pos- teriores a su instauración.

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26 [11–26] La Legión Cóndor y la política exterior de la República de Bonn: relaciones germano-españolas durante el período de posguerra

Ursula Hennigfeld Heinrich-Heine-Universität Düsseldorf (Alemania) orcid.org/0000-0002-0719-5520

Presentación: 24 en. 2019 | Aceptación: 11 jun. 2020 | Publicación: 31 oct. 2020

Cita recomendada: Hennigfeld, Ursula. 2020. «La Legión Cóndor y la política exterior de la Repú- blica de Bonn: relaciones germano-españolas durante el período de posguerra». Dictatorships & Democracies. Journal of History and Culture 8: 27–45. doi: https://dx.doi.org/10.7238/dd.v0i8.3184

Resumen: El artículo se centra en los vínculos entre España y Alemania durante la Guerra Civil y en la posguerra: después de un breve resumen de la intervención de la Alema- nia nazi en la Guerra Civil, se describe la política exterior de la República de Bonn en relación con España para demostrar que la Alemania occidental recurrió a todo tipo de contactos de la época del Tercer Reich, tanto a nivel diplomático como económi- co o militar. La tercera parte se dedica, a modo de ejemplo, a los nexos entre la Legión Cóndor y la ciudad alemana de Düsseldorf a través de cinco figuras (W. Beumelburg, W. Bodden, J. von Richthofen, H. Schweizer y H. J. Herrmann). Palabras clave: Legión Cóndor, Guerra Civil, Tercer Reich, política exterior de la Repú- blica de Bonn

The Condor Legion and the Foreign Policy of the Bonn Republic: Germany–Spain Relations During the Postwar Period Abstract: This article focuses on the connections between Spain and Germany during the Spanish Civil War and the postwar period. After providing a short summary of the Ger- man Nazi intervention in that war, the article describes the Bonn Republic’s foreign policy towards Spain. It shows the manner in which contacts from the period of the Third Reich were used by West Germany on a diplomatic, economic and military level. The third part is dedicated to the ties between the Condor Legion and the city of Düs- seldorf, based exemplarily on the life of five figures (W. Beumelburg, W. Bodden, J. von Richthofen, H. Schweizer, H. J. Herrmann). Keywords: Condor Legion, Spanish Civil War, Third Reich, the Bonn Republic’s foreign policy

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27 [27–45] U. HENNIGFELD · LA LEGIÓN CÓNDOR Y LA POLÍTICA EXTERIOR DE LA REPÚBLICA DE BONN

En el siguiente artículo quisiera ocuparme de los vínculos existentes entre la Guerra Civil, el nacionalsocialismo y —a modo de ejemplo— la historia de la ciudad de Düsseldorf. En la Universidad Heinrich Heine de Düssel- dorf participo como hispanista en un grupo interdisciplinario de inves- tigación que se ocupa del estudio de la etapa de la República de Bonn, en un marco tanto regional como internacional. Düsseldorf también fue el lugar de nuestro simposio internacional «¿Ha terminado la Guerra Civil? España 1939–53», en el que participaron colegas de Alemania, España e Israel en 2019 y del que proceden las actas aquí reunidas. Düsseldorf ha de servir, por tanto, a título de ejemplo, pero naturalmente el caso podría ampliarse a otras ciudades. En mi artículo me propongo poner de manifiesto algunos nexos entre Alemania y España en el período de posguerra y calibrar en qué medida este pasado común ha sido sometido a una reflexión crítica. Mi trabajo se inserta, así pues, en la investigación transcultural sobre procesos de memoria colectiva en ambos países. Mientras que en España la Guerra Civil representa hasta hoy en día una herida difícil de curar, en Alemania se ha olvidado casi por completo que el país participó en aquel conflicto de manera activa. En ambas sociedades de posguerra hay un elemento en común bastante significativo: incluso hasta mucho después del final de la Segunda Guerra Mundial, se negó la responsabilidad de la Legión Cón- dor en la destrucción de la ciudad vasca de Guernica, tanto en la Repú- blica Federal de Alemania como en la España franquista (Reig Tapia 2012, 909; Inal 2014, 105). Este ejemplo demuestra que la propaganda nazi y la franquista siguieron influyendo durante años en los discursos públicos y científicos.1 También se desmintió que submarinos alemanes estuvieran involucrados en la Guerra Civil. Hasta hoy se sigue negando (al menos la extrema derecha en Alemania, NPD) que se tratara de crímenes de gue- rra (NPD Bochum 2010; Oven 1978, 410).2

1 En su libro Spanien im Zweiten Weltkrieg, Ruhl (1975), por ejemplo, dedica varios capítulos a las filiaciones económico-militares y a la División Azul, pero las intervenciones de la Legión Cóndor en España se ocultan. 2 En el caso de Oven, no es nada sorprendente, ya que él mismo fue responsable de la sección de prensa de Goebbels y miembro de la Legión Cóndor. Véase Briesemeister (2004, 126).

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28 [27–45] U. HENNIGFELD · LA LEGIÓN CÓNDOR Y LA POLÍTICA EXTERIOR DE LA REPÚBLICA DE BONN

La intervención de la Alemania nazi en la Guerra Civil ha sido objeto de abundante investigación en España. En Alemania, por el contrario, este asunto se ha abordado mucho menos. Por eso presentaré brevemente, en el primer apartado, el estado actual de la investigación para ocuparme, en el segundo, de algunas interconexiones germano-españolas de pos- guerra seguramente poco conocidas. Con frecuencia, Alemania es consi- derada (también por parte de los españoles) como un caso modélico de Aufarbeitung, es decir, es visto como un país que aborda de forma crítica la historia del Tercer Reich con el objeto de plantear una política respon- sable y consciente de superación del pasado. Aunque este estereotipo (que es tanto heteroestereotipo como autorretrato) probablemente constituye un elemento distintivo de la identidad nacional alemana, quiero mostrar en lo que sigue que esa supuesta confrontación crítica modélica tiene cier- tas lagunas sistemáticas. A esas continuidades y partes silenciadas de la historia común de ambos países se dedica la segunda parte, que aborda ciertos aspectos de la política exterior de la República de Bonn en relación con España. La tercera parte ilustra, a título de ejemplo, las trayectorias de cinco militares vinculados a Düsseldorf que, en razón de su incorpora- ción a la Legión Cóndor, mantuvieron relaciones significativas con España.

1 Intervenciones de la Alemania nazi en la Guerra Civil: un repaso de la historiografía alemana actual

Es sabido que, ya antes de estallar la Guerra Civil, España era objeto de actividades bélicas y de espionaje organizadas por la Alemania nazi, por ejemplo, por parte de Wilhelm Canaris (Schüler-Springorum 2010, 61 y ss.).3 Posteriormente, se estima que Hitler envió, en apoyo a los golpistas y al futuro dictador español, unos 17.000 soldados de la Marina, el Ejér- cito y la Fuerza Aérea (Bernecker 1986). Contrariamente a lo que se sue- le creer en Alemania, no solo se produjeron operaciones de poca enver- gadura, en las que se experimentaba con el potencial bélico de la Fuerza

3 Para la política cultural de Alemania en España durante el período de entreguerras, véase De la Hera Martínez (2002).

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Aérea, sino que el apoyo recíproco entre los dictadores fascistas fue en aumento (Aschmann 1999). Me limitaré a mencionar en lo que sigue tres ejemplos: la denomina- da Operación Fuego Mágico, la Operación Úrsula y la Legión Cóndor. La Operación Fuego Mágico (Unternehmen Feuerzauber) es quizás la inter- vención alemana más significativa en la Guerra Civil. Como es notorio, se trató de una maniobra en la que la Alemania nazi envió, en las primeras semanas de la guerra, aviones de carga a Marruecos para trasladar, esta- bleciendo un puente aéreo, al Ejército africano de Franco a España. En- tre julio y agosto de 1936, los Junker Ju 52 transportaron desde el protec- torado español hasta la península un contingente de alrededor de 13.000 combatientes entre legionarios y regulares, soldados marroquíes al ser- vicio del Ejército español (Whealey 1989). Pero no se emplearon solo aviones para apoyar la política de Franco: la Marina alemana estuvo asimismo al servicio de los sublevados. Esta in- tervención, que en un principio fue secreta, se conoció bajo el código de «Operación Úrsula»; Úrsula era el nombre de la hija del comandante en jefe de la Marina alemana, Karl Dönitz (Herzog 1991, 5). Las fuentes relativas a esta cuestión que han pervivido son insuficientes, dado que la mayoría de documentos fueron eliminados y los implicados juraron por escrito guardar silencio, un voto al que aparentemente todavía se sentían sujetos durante la posguerra. Según las investigaciones de Bodo Herzog (1991, 2) para el semanal Die Zeit, entre 1936 y 1939 se hizo uso de doce torpede- ros alemanes, seis cruceros ligeros, tres acorazados y dos submarinos. Se calcula que, en total, se trasladó a España al menos una cuarta parte de la fuerza naval existente (Deutsches U-Boot-Museum, s. f.). Muchos comandantes que posteriormente participarían en la Segunda Guerra Mundial estuvieron ejercitándose en operaciones con submarinos en la Guerra Civil. Era entonces comandante en jefe de la Marina alemana en España el contralmirante Hermann Boehm. En 1936 se enviaron en mi- sión secreta dos submarinos a las costas aún controladas por los republi- canos en España. La misión se describió oficialmente como unas simples maniobras de entrenamiento. No obstante, en esa ocasión fueron ataca- das las fuerzas navales republicanas. Para los submarinos se utilizaron so- brenombres: los U-33 y U-34 se convirtieron en Tritón y Poseidón (Herzog

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1991, 6). Los magros resultados fueron más bien un motivo de deshonra para la Marina, al menos desde la perspectiva de la cúpula militar alema- na. Por este motivo, el ministro de la Guerra y comandante en jefe de las fuerzas armadas alemanas, el mariscal de campo Werner von Blomberg, ordenó detener la Operación Úrsula el 10 de diciembre de 1936. Pese a ello, dos días después de la resolución el submarino U-34 atacó y hundió un submarino republicano (Herzog 1991, 6). Oficialmente, la intervención de la Marina alemana concluyó a finales de 1938. Pero fue el 6 de junio de 1939 cuando Hitler recibió a los combatientes alemanes en España en la Cancillería. En el desfile triunfal de las tropas combatientes en España sonaron la Marcha de los bombarderos de la Legión Cóndor (en alemán, Bombenfliegermarsch der Legion Condor, con música de Hans Teichmann y texto del teniente Erich Schlecht) y la canción Surcamos el vasto mar (en alemán, Wir zogen übers weite Meer, con música de Wolfram Philipps y texto de Christian Jährig). Entre esas tropas se encontraba, por ejemplo, el lugarteniente y comandante de submarino Harald Grosse, condecora- do por Hitler con la Cruz Española de Oro (Herzog 1991, 14). La Operación Úrsula se puede calificar de guerra submarina ilícita contra la República Española. Hasta la fecha, estas operaciones militares no han sido suficientemente estudiadas por la historiografía oficial de la Marina alemana. Bodo Herzog escribió a propósito de esto en Die Zeit:

La historiografía de la Marina alemana ha eludido deliberadamente este tema, y autores de narrativa memorialista han ocultado o negado la verdad. El hun- dimiento del submarino español C-3 —antes del ataque terrorista en Guer- nica— fue el primer crimen de guerra de las fuerzas armadas alemanas, un acto vulgar y brutal, que en términos jurídicos de conflicto —y con arreglo al lenguaje de entonces— se tendría que llamar «piratería».4

El libro del comandante de submarino Günther Prien (Mein Weg nach Scapa Flow, 1940, con 900.000 ejemplares vendidos) y del capitán de corbeta Fritz Otto Busch (Narvik, 1940, con 600.000 ejemplares vendi- dos) se contaron entre los libros más leídos por los jóvenes en el Tercer

4 Todas las traducciones de fragmentos en alemán que se citan en este artículo son mías.

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Reich y demuestran el esfuerzo propagandístico para alimentar la fasci- nación por la Marina (Adam 2010, 150 y ss.). La propaganda nazi y, más en particular, los libros para jóvenes sobre la Legión Cóndor o activida- des como la Semana Española (organizada en 1938 en Fráncfort) tuvieron como efecto un auge considerable del aprendizaje del español en los insti- tutos de enseñanza media (Hausmann 2001, 218). El comandante de sub- marino Kurt Freiwald, que ordenó la destrucción del submarino repu- blicano, reanudó su carrera en la Marina alemana en los años cincuenta (Hausmann 2001, 218). La ofensiva más conocida es ciertamente el bombardeo de la villa de Guernica el 26 de abril de 1937 por parte de la Legión Cóndor y la Aviación Legionaria italiana.5 No fue solo Franco quien se alegró del supuesto éxi- to de la destrucción de Guernica; también Hermann Göring comprobó con satisfacción, a propósito de este cruento episodio bélico, que la Gue- rra Civil podía ser un útil banco de pruebas para el cuerpo de aviación militar alemán. Y no solo eso: en compensación, Hitler obtuvo de Franco el permiso de extracción de minerales en el País Vasco. A partir de enton- ces, la Alemania nazi pudo adquirir materias primas por debajo del pre- cio del mercado mundial. Así, la Sociedad Hispano-Marroquí de Trans- portes (HISMA), empresa fantasma del nacionalsocialismo, adquirió en 1937 los derechos sobre minas de hierro, plomo, wolframio, estaño, zinc, cobalto y níquel (Bernecker 1986, 45–46; Aschmann 1999, 32). Desde ese momento, cada vez que España quería establecer vínculos económicos con otras naciones, debía informar previamente a la Alemania nazi; en caso contrario, podía ser retirada la Legión Cóndor. El jefe del Estado Mayor, Wolfram von Richthofen, asumió la dirección de los combates aéreos hasta el año 1943 y murió en 1945, prisionero de guerra de los americanos. Concluida la Segunda Guerra Mundial, el pri- mer comandante de la Legión Cóndor, Hugo Sperrle, fue absuelto de to-

5 Esta perspectiva es problemática por su reduccionismo, como señala Joan Maria Thomàs: «Other tragedies, however, are sometimes obscured by circumstances elsewhere. This is the case of the “other Guernicas”: that is to say, the bombings of Otxandio, Durango and Elorrio in Biscay» (Thomàs 2019, 7), y aún podrían aducirse los casos de Madrid, Barcelona, Málaga, Almería, Alicante y otras muchas ciudades y pueblos. No obstante, me ceñiré al ejemplo de Guernica para revelar las huellas de la Guerra Civil que llegan a Düsseldorf.

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32 [27–45] U. HENNIGFELD · LA LEGIÓN CÓNDOR Y LA POLÍTICA EXTERIOR DE LA REPÚBLICA DE BONN dos los cargos en los Juicios de Núremberg. Muchos otros reingresaron en el Ejército de la República Federal de Alemania (RFA) después de la guerra. Por lo demás, conviene tener bien presente las palabras de Stefa- nie Schüler-Springorum, que afirma que la imagen mediática de España que había ofrecido la Alemania nacionalsocialista permanecería prácti- camente intacta en los años cincuenta y sesenta, y que la interpretación nacionalsocialista sobre la guerra y los combates aéreos estaría presente y se podría constatar en la prensa y ediciones de libros desde el período de la República de Bonn hasta los años setena (Schüler-Springorum 2010, 252; Lehmann 2006, 37).6 Alemania no se disculpó oficialmente por el ataque aéreo a Guernica hasta 1997. El municipio de Guernica solicita desde hace décadas, entre tanto, una comisión de investigación germano-española, a la que debería facilitarse cualquier documento que sirviera para el esclarecimiento de los hechos. Según tengo entendido, esta petición todavía no ha sido aten- dida (Bernecker 1986, 43).7

2 Políticas de intervención alemana en relación con España en la República de Bonn8

Después de la Segunda Guerra Mundial, tanto a España como a la Repú- blica de Bonn las seguía uniendo su postura anticomunista. El miedo del Gobierno de Adenauer al bolchevismo motivó el restablecimiento de una relación de cooperación con España. En los años inmediatamente

6 Es tanta la fascinación y el carácter emblemático de la aviación que la propaganda nazi hizo uso de ella a través de películas como El triunfo de la voluntad (Triumph des Willens, 1934, Leni Riefen­ stahl), en la que Hitler desciende como del cielo ante las masas, es decir, que aterriza en el congreso del Partido Nacionalsocialista en Núremberg. Pero en la literatura también se extendió el uso del mito del héroe aviador: en novelas y autobiografías se estableció el prototipo de un intrépido, apues- to y vigoroso caballero de los aires (véase Schüler-Springorum 2010, 38). 7 Para la repercusión internacional del bombardeo de Guernica y su presencia mítica en discur- sos actuales, véase Chihaia & Hennigfeld (2020). 8 La información que expongo a continuación está basada fundamentalmente en la monografía de Walter Lehmann Die Bundesrepublik und Franco-Spanien in den 50er Jahren («La República Fede- ral Alemana y la España franquista de los años cincuenta»), publicada en 2006, y en la de Birgit Asch- mann «Treue Freunde…»? Westdeutschland und Spanien 1945–1963 («¿Amigos fieles? La Alemania del Oeste y España, 1945–1963»), publicada en 1999.

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33 [27–45] U. HENNIGFELD · LA LEGIÓN CÓNDOR Y LA POLÍTICA EXTERIOR DE LA REPÚBLICA DE BONN posteriores a la guerra, España se encontró políticamente aislada, pues la constitución del régimen de Franco solo había sido posible años atrás gracias a la colaboración de la Alemania nacionalsocialista y la Italia fas- cista. Los países de Europa occidental fueron recuperando la democra- cia tras la Segunda Guerra Mundial, a excepción de los dos estados de la península ibérica. En cualquier caso, a España se la consideraba enton- ces como un remanente indeseable de la era fascista. En la Conferencia de Potsdam, Stalin se mostró a favor de suspender todo contacto con la España de Franco. En 1946 se inició un boicot, organizado desde la ONU, para retirar de Madrid a los representantes diplomáticos de casi todos los países. Solo Argentina, Portugal y el Vaticano consintieron que sus emba- jadores permanecieran en España (Lehmann 2006). Las políticas de la Alemania occidental en relación con España entre los años 1949 y 1960 se vieron influidas por la forma en la que los inte- grantes de la Legión Cóndor y la División Azul reclamaban sus derechos de pensión. En 1960 se incorporó la División Azul —formada, como es sabido, por voluntarios españoles que lucharon contra la Unión Soviética bajo mando alemán— a la Asociación de Soldados Alemanes (Aschmann 1999, 450). Después de todo, esta unidad de infantería estuvo en el frente oriental al servicio del Ejército alemán para combatir el bolchevismo. Los alemanes debían estar agradecidos por el apoyo militar, según expresó el agregado militar Achim Oster en 1960.9 Asimismo, desde los años cincuenta se produjo un acalorado debate acerca de cómo calcular el período de servicio de los voluntarios de la Le- gión Cóndor. En 1954, aunque los ataques de la Legión Cóndor se conside- raban violaciones del derecho internacional, los militares encuadrados en ella quedaron exonerados de toda culpa, alegando obediencia debida. Se consideró que la disputa en torno a la naturaleza de la intervención de la Legión Cóndor no debía perjudicar a los soldados implicados. Y fue así como el paso por la Legión Cóndor terminó considerándose válido, a efectos de cómputo de la pensión, como período de servicio militar a es- cala nacional (Lehmann 2006, 176 y ss.).

9 Hans Karl Joachim Achim Oster era hijo de Hans Oster, un estrecho colaborador de Wilhelm Canaris (Aschmann 1999, 354).

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En aquellos años se discutió, además, si los supervivientes españoles de los campos de concentración o sus familiares debían ser indemniza- dos. La decisión final fue la de negar las indemnizaciones para no poner en peligro las buenas relaciones con el Gobierno español, siendo aque- llos adversarios de Franco. A diferencia de otros países europeos, España renunció entonces a un convenio de indemnización de la República Fe- deral de Alemania. Y tampoco tuvo lugar ningún debate profundo sobre los alemanes que lucharon en ambos bandos en la Guerra Civil. De hecho, apenas se habló de los casi 3.000 alemanes antifascistas que combatieron en las Brigadas Internacionales del lado de los republicanos. Ninguno de ellos recibió prestaciones estatales por su servicio militar porque se supo- nía de forma generalizada su vinculación al comunismo. Hasta 1972 no se modificó a este respecto la legislación para la asistencia a las víctimas de guerra; a partir de entonces, se reconoció el derecho a solicitar com- pensaciones (Lehmann 2006, 176 y ss.). A nivel diplomático, se restablecieron muchos de los contactos perso- nales ya existentes antes de 1945 entre alemanes y franquistas. Muy pocos políticos alemanes de la década de los cincuenta compartían una visión antifranquista de la Guerra Civil; no era conveniente adoptar una pers- pectiva prorrepublicana, porque ese enfoque resultaría más bien afín al defendido por la República Democrática Alemana (RDA). En cambio, cada vez que se mencionaba la barbarie bolchevique se utilizaban el tono y los argumentos de la propaganda nacionalsocialista. Lehmann, entre otros, habla acertadamente de paradigmas que sobrevivieron a la época del na- cionalsocialismo, y lo ejemplifica con el fragmento de un discurso del mi- nistro de Asuntos Exteriores, Walter Hallstein, de 1952:

Al comienzo de la Guerra Civil española, en 1936, fueron los aviones alemanes de transporte los que llevaron las tropas africanas de Franco a la península, haciendo una contribución no menos importante que la de los voluntarios de la Legión Cóndor al éxito del levantamiento nacional. Esta ayuda militar no la ha olvidado el pueblo español. (Lehmann 2006, 37)

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Según indica Lehmann (2006, 36), en la República de Bonn de los años cuarenta y cincuenta no se suscitó ningún debate público sobre la imagen de España ofrecida por la propaganda nacionalsocialista.10 En cuanto al aspecto económico, cabe mencionar que en 1948, con arre- glo a los Acuerdos de Madrid, fueron expropiados los bienes y activos ale- manes en España: el Estado español tomó posesión de empresas, patentes y marcas comerciales, entre otros. Se trataba, sobre todo, de bienes y ac- tivos relacionados con la industria del sector químico (IG Farben) y eléc- trico (AEG, Siemens, Osram) (Lehmann 2006, Aschmann 1999, Bernecker 1986). Pero al poco tiempo la mayoría de estos bienes y activos volvió a estar en manos de entidades alemanas (sobre todo de AEG y las empresas sucesoras de IG Farben), que adquirieron de nuevo, de forma no oficial, sucursales y participaciones en dichos negocios. Desde los años cincuenta se constató una relación de reciprocidad, en la medida en que la República de Bonn contrataba a obreros inmigran- tes españoles y España se convertía en el nuevo destino turístico de no pocos alemanes. Pero también hubo en esa década otra forma de coope- ración, a saber, la de carácter militar. El ex teniente general, experto en armamento, Erich Schneider actuó como asesor del entonces ministro del Ejército, Agustín Muñoz Grandes, que había sido comandante de la División Azul y a quien se había concedido la Cruz de Caballero (Asch- mann 1999, 52). El propósito era modernizar la industria armamentísti- ca con ayuda de especialistas alemanes. Schneider vio en España el lugar ideal para el desarrollo y la producción de armamento de la República de Bonn, soslayando así las restricciones impuestas a Alemania por parte de los Aliados. La empresa Rheinmetall de Düsseldorf se fijó como empresa organizadora e implementadora de proyectos, disposición a la que se re- nunciaría posteriormente. En la misma década de los cincuenta, la aviación alemana aprovechó la oportunidad para trabajar de nuevo en el área de desarrollo de aeronaves, eludiendo las prohibiciones de los Aliados. Constructores y empresarios

10 Véase también Aschmann (1999, 332–333): «Podemos resumir que la República de Bonn apues- ta a todos los niveles por una relación de amistad con el régimen de Franco. […] Esto se manifiesta sobre todo con respecto a las relaciones militares».

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36 [27–45] U. HENNIGFELD · LA LEGIÓN CÓNDOR Y LA POLÍTICA EXTERIOR DE LA REPÚBLICA DE BONN del sector aeronáutico como Willy Messerschmitt y Claude Dornier, que en los años treinta habían trabajado exitosamente en los programas na- cionalsocialistas de producción de armamento, se establecieron entonces en España para desarrollar sus proyectos (Lehmann 2006, 149 y ss.; Rebok 2010, 371; Aschmann 1999, 335–336). Dornier dirigió en Madrid, de 1950 a 1955, una empresa constructora; Messerschmitt trabajó para el Minis- terio del Aire español —encargado de la aviación civil y militar— como consultor de la compañía Hispano Aviación en Sevilla (Rebok 2010, 373; Aschmann 1999, 336–341). Con respecto a las conversaciones exploratorias de los alemanes en Ma- drid, surgidas de la intención de posibilitar la formación y el entrenamien- to de las fuerzas aéreas alemanas, Lehmann se expresa justificadamente con desaprobación: «Aviones sobre España: una imagen que puede haber sido militarmente plausible, pero que solo se puede interpretar como una expresión de ignorancia histórica en relación con la intervención de la Legión Cóndor en la Guerra Civil española» (Lehmann 2006, 265). El historiador Carlos Collado Seidel ha señalado que, desde el año de la fundación de la República de Bonn, las élites políticas y sociales insistieron, en el caso concreto alemán, en abandonar las llamadas «medidas de depu- ración» y reiniciaron sus actividades sin plantear recriminación alguna.11 Esto también es visible en la rápida disminución de los casos penales pen- dientes. Por otra parte, las condenas fueron muy pocas; en lugar de ello, se propugnaron más bien la amnistía y la liberación de presos. Incluso en el tercer juicio del denominado «proceso Majdanek» (en contra de los encargados del campo de concentración del mismo nombre) se emitie- ron sentencias relativamente benevolentes. Los procesos de desnazifica- ción permitieron que, para abril de 1951, los funcionarios del Tercer Reich pudieran estar ya rehabilitados y haber recuperado su empleo al servicio del Estado. Es conocido el modo en el que Konrad Adenauer respondió ante las críticas por tener un Ministerio de Relaciones Exteriores ocupado por antiguos nazis: «El que no tiene agua limpia, que no derrame la sucia»

11 Véase también Rebok (2010, 379): «El estrecho intercambio establecido entre las dos dictadu- ras entre 1939 y 1945 conoció en los años siguientes vías de prolongación asentadas en las redes de relaciones personales entre científicos, técnicos y académicos de los dos países.»

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(Collado Seidel 2012, 90). Las políticas de reintegración de exfunciona- rios nazis coinciden temporalmente con la aprobación de la Resolución de indemnización por agravios del nacionalsocialismo a miembros de la Administración pública (Gesetz zur Regelung der Wiedergutmachung na- tionalsozialistischen Unrechts für Angehörige des öffentlichen Dienstes). En cambio, el acuerdo para compensar a las víctimas de la Shoah fue bastan- te controvertido y aprobado en el Parlamento por una estrecha mayoría. Aschmann (1999, 14) deduce que «el modo de relacionarse de la joven de- mocracia germano-occidental con la España franquista deja entrever las convicciones con respecto al propio pasado alemán».12 Bernecker (2009, 72) tiene una visión bastante similar de la justicia transicional española: «Hasta el final del Gobierno de Aznar, el ejecutivo obstaculizaba prácti- camente cualquier trabajo acerca de la memoria histórica al considerar que implicaba una condena de los crímenes franquistas».

3 Entre Guernica y Düsseldorf: cinco trayectorias

Existen varios nexos entre algunos miembros de la Legión Cóndor y la his- toria de la ciudad alemana de Düsseldorf en el Tercer Reich. A sabiendas de ello, revisé sistemáticamente las listas de miembros de la Legión Cón- dor y, a pesar de la dificultad relativa a las fuentes, pude rastrear algunas huellas y concretar algunos datos. Según la información que obtuve, hay dos personas vinculadas a Düs- seldorf que participaron en el bombardeo de Guernica como miembros de la Legión Cóndor. La primera de ellas es Werner Beumelburg, quien, nacido en Traben-Trarbach, combatió en la Primera Guerra Mundial, es- tudió luego ciencias sociales y ejerció posteriormente como corresponsal del Deutschen Soldaten Zeitung («Periódico de los Soldados Alemanes») del Ministerio de Defensa del Reich en Berlín (Schmigalle 1986, 207–208). En- tre 1924 y 1926 trabajó como redactor para el periódico Düsseldorfer Nach- richten («Noticias de Düsseldorf»). Este comandante de la Fuerza Aérea

12 Para una comparación germano-española de la memoria de la Guerra Civil en la literatura, la fotografía y el cine, véase Bannasch et al. (2005). La memoria histórica de ambos países las compa- ran también Olmos et al. (2009).

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38 [27–45] U. HENNIGFELD · LA LEGIÓN CÓNDOR Y LA POLÍTICA EXTERIOR DE LA REPÚBLICA DE BONN tuvo bastante predicamento como autor durante la dictadura nacionalso- cialista (Adam 2010, 140–141),13 lo cual se comprueba, por ejemplo, en su participación en la Academia Alemana de Literatura (Deutsche Akademie der Dichtung) y en la escritura de diversos documentos propagandísticos. En 1939, por encargo del ministro de Aviación, publicó el libro Kampf um Spanien. Die Geschichte der Legion Condor («La lucha por España. La his- toria de la Legión Cóndor»), que para 1942 contaba ya unos 70.000 ejem- plares vendidos (Schmigalle 1986, 207). En este libro escribe que la Legión Cóndor «ha sido, por el espíritu y la capacidad de su armamento, un tes- timonio de satisfacción y tranquilidad para los alemanes y sus aliados; y a su vez, una advertencia y una lección para nuestros enemigos» (citado en Schmigalle 1986, 207). Beumelburg no se retractó de su opinión des- pués de la Segunda Guerra Mundial. Por el contrario, en el período de la posguerra siguió publicando libros dedicados a su tema favorito: los com- bates aéreos. Su Kampf um Spanien de 1939 se reeditó, sin revisión alguna, en una fecha tan avanzada como el año 1980 (Briesemeister 2004, 126). El segundo personaje es Wilhelm Bodden, teniente de la Legión Cón- dor, del que se ha hallado poca información fiable. En las listas de muer- tos y desaparecidos de la Legión Cóndor se incluyen algunos datos sobre él: por el hecho de que sus padres vivían en Düsseldorf, se puede suponer que también él residía en esta ciudad antes de la guerra. En 1939 fue una de las veintiocho personas que recibieron la Cruz Española de Oro con Diamantes por su coraje y valentía (véase Lexikon der Wehrmacht, s. f.). Hugo Sperrle y Wolfram von Richthofen recibieron la misma condecora- ción. La muerte de Bodden el 24 de febrero de 1939, en un accidente aéreo cerca de Niza, conllevó que dicho galardón fuera concedido a título pós- tumo y enviado a Düsseldorf al domicilio de sus padres. El otro grupo de personas a las que me referiré a continuación se es- tablecieron en Düsseldorf después de su intervención en la Legión Cón-

13 Adam (2010, 140–141) opina que Beumelburg figura —junto con Edwin Erich Dwinger, Hans Zöberlein o Ernst Jünger— entre los autores más leídos en el período de entreguerras. Escribe esen- cialmente sobre las batallas de la Primera Guerra Mundial, sugiriendo que, por respeto a los muertos, se debería perseverar en su misma causa, aun a costa de futuros sacrificios bélicos. Entre sus libros más vendidos están la crónica Sperrfeuer um Deutschland (1929, con 363.000 ejemplares vendidos) y la novela Die Gruppe Bosemüller (1930, con 164.000 ejemplares vendidos).

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39 [27–45] U. HENNIGFELD · LA LEGIÓN CÓNDOR Y LA POLÍTICA EXTERIOR DE LA REPÚBLICA DE BONN dor. Joachim von Richthofen II fue constructor de aviones. Después de la guerra se mudó a Düsseldorf, donde falleció en 1981. En la Guerra Civil analizó para la Legión Cóndor el impacto de los bombardeos: informó a sus superiores con detalle acerca de la manera más efectiva de destruir poblaciones españolas. En 2003 Per Hinrichs escribió sobre esa cuestión en la revista Spiegel afirmando que Von Richthofen estudió minuciosa- mente el ataque a Guernica (Hinrichs 2003). Según los reportes de Von Richthofen, el bombardeo fue una operación pensada para desarrollar- se en varias fases. En primera instancia, se arrojaron bombas que provo- caron un gran número de incendios en la techumbre de las casas. Luego siguieron los ataques con bombas de 250 kilos de material explosivo, con las que se destruyeron las conducciones de agua para frustrar, así, la posi- bilidad de cualquier tentativa de extinción del fuego (Hinrichs 2003, 34). No se alcanzó un éxito total, según Von Richthofen, por el hecho de que algunas bombas cayeron, lamentablemente (como él mismo se ocupó de recalcar), en lugares deshabitados. Los resultados fueron expuestos con detallismo técnico y sin un ápice de compasión: «El nivel de destrucción alcanza un 75 % de la población, haciendo uso de 31.000 kg de explosivos arrojados desde una altura de entre 600 y 800 m» (Hinrichs 2003, 34). Heinz Schweizer fue un artificiero registrado en las listas de la Legión. Luego de su servicio en la Guerra Civil, se convirtió en comandante en- cargado de la brigada de explosivos del distrito de Kalkum en Düsseldorf, a comienzos de la década de 1940. Schweizer adquirió gran fama en el Tercer Reich por concebir nuevas técnicas de desactivación de artefactos explosivos no detonados, otorgándosele el apelativo de Der Mann mit den Stahlnerven («el hombre de nervios de acero») en la propaganda nacio- nalsocialista. En 1943 fue honrado con la Cruz de Caballero (Ritterkreuz) como primer militar de la Fuerza Aérea no aviador (Henkel 2016, 37). Heinz Schweizer es un personaje bastante ambiguo: por un lado, en ambientes militares estaba considerado como un héroe nacionalsocialista; por otro, era conocido por haber tratado bien a los prisioneros y por haber salva- do de la Gestapo a varios de ellos al final de la guerra. Después de un bre- ve período como prisionero de guerra, regresó a su casa familiar, donde murió en 1946, asesinado por soldados rusos ebrios que se disponían a saquear la vivienda (Henkel 2016, 37). Algunos de sus métodos aún se usan

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40 [27–45] U. HENNIGFELD · LA LEGIÓN CÓNDOR Y LA POLÍTICA EXTERIOR DE LA REPÚBLICA DE BONN para la desactivación de material bélico de la Segunda Guerra Mundial. En 2004 se publicó el libro Hauptmann (W) und Ritterkreuzträger Heinz Schweizer. Feuerwerker und Sprengkommandoführer («Heinz Schweizer, comandante y Cruz de Caballero. Artificiero y comandante de la briga- da de explosivos»), de Heinz Thamm. El autor es, asimismo, experto en bombas y excombatiente del Ejército alemán. Según afirma, se trata de un análisis histórico, si bien incurre en halagos a Schweizer absolutamente acríticos. En su libro se encuentran, por si fuera poco, anuncios publicita- rios de fabricantes de armas. Los beneficios recaudados por los anuncios y las donaciones se habían de destinar, según el autor, al mantenimiento de la tumba de Heinz Schweizer. El último exponente, Hans-Joachim Herrmann, no fue un miembro cualquiera de la Legión Cóndor. Herrmann fue nada menos que el cele- brado héroe aviador del Tercer Reich que hundió doce barcos y derribó nueve bombarderos. Fue, además, el inventor de lo que se denominó en la prensa de la posguerra la «táctica del combate aéreo radical», a la que los nazis y el mismo Herrmann llamaron la Wilde-Sau-Taktik («la táctica del jabalí») (Gunkel 2009; Irving 1965, 120), un procedimiento puesto en práctica en el año 1943 que consistía en atacar aviones de los Aliados por la noche y sin radar, y apuntando con reflectores al enemigo para que los aviones de caza de Herrmann pudieran hacer blanco en ellos (Gunkel 2009; Irving 1952, 120). Cuando ya se vislumbraba la derrota de los alemanes, Herrmann des­ arrolló otro controvertido plan, todavía más drástico: se propuso llevar a cabo ataques aéreos con pilotos kamikazes. En la base aérea militar de Stendal, se radicalizó a jóvenes pilotos y se les preparó para su última mi- sión con propaganda, chocolate, coñac, vino y cigarrillos. El 7 de abril de 1945 se consumó su monstruoso plan: un escuadrón de 183 aviones de combate ascendió a 11.000 metros de altitud y esperó a su adversario. La consigna Alle Geier und Falken – Angriff frei! («Buitres y halcones, ¡al ataque!») (Gunkel 2009) era la contraseña para lanzarse en picado sobre ellos a 800 kilómetros por hora. Desde el punto de vista nacionalsocia- lista, el ataque, calificado de éxito moderado, tuvo, sin embargo, un alto precio. Se estima que 133 de las 183 aeronaves fueron destruidas comple- tamente y que solo quince pilotos regresaron a su unidad militar. Justo

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después de esta misión, la aviación alemana solicitó permiso para llevar a término auténticas operaciones suicidas, dadas las mínimas posibilidades de supervivencia. A los pilotos se les llamó los «hombres SO», del alemán Selbstopferung («autoinmolación»). De conformidad con investigaciones de la cadena de televisión pública alemana ZDF, entre el 16 y el 19 de abril de 1945 había todavía unos treinta y seis de estos pilotos en activo (Gunkel 2009). Herrmann no modificó su actitud radical ni siquiera después de la guerra. En el período de la posguerra vivió en Düsseldorf, donde ejer- ció como abogado, defendiendo a nazis y a negacionistas del Holocausto. Hizo, además, campaña a favor del Partido Nacionaldemócrata Alemán (NPD) y del partido Unión del Pueblo Alemán (DVU), ambos de extrema derecha. Herrmann falleció en Düsseldorf en noviembre de 2010. En la página de internet del NPD se halla una nota necrológica exaltando «la so- lemne ceremonia de uno de los últimos héroes alemanes» (NPD Bochum 2010). Herrmann «nunca se apartó de su valiente postura» y se sacrificó «por los derechos y la justa causa alemana, pese a toda la hostilidad que tuvo que afrontar […]» (NPD Bochum 2010). El hecho de que no fuera se- pultado con honores militares pone de manifiesto, según esta web, «la de- gradación del Estado alemán actual» (NPD Bochum 2010). Esto demues- tra a las claras que Herrmann fue un nazi sin paliativos y lo siguió siendo hasta el final de su vida (véase también Gunkel 2009).

Conclusión

Espero haber mostrado algunos elementos de continuidad entre la Ale- mania del nacionalsocialismo y la posterior a su derrota en la Segunda Guerra Mundial en su trato con España y, en particular, con el régimen franquista. Durante la etapa de la República de Bonn, se recurre a todo tipo de contactos de la época del Tercer Reich. Además, diversas empre- sas involucradas anteriormente en negocios promovidos por la Alemania nazi fueron recuperadas con disimulo por la nueva Alemania occidental; se impulsaron en secreto, incluso, ambiciosos proyectos armamentísticos. Muchos militares alemanes que participaron de forma activa en la Gue- rra Civil (en las operaciones Fuego Mágico y Úrsula, y en la Legión Cón- dor) ingresaron durante la posguerra en el Ejército o la Marina de la RFA.

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Este capítulo todavía no ha sido suficientemente estudiado por la histo- riografía alemana. Ocurre igual con la explotación económica de España por parte de la HISMA (con el beneplácito de Franco). Miembros de la Le- gión Cóndor como Werner Beumelburg o Hans-Joachim Herrmann, que indudablemente fueron nazis convencidos, formaron parte —sin que se les dirigiera reproche alguno— de la sociedad alemana de posguerra. El libro de Beumelburg Kampf um Spanien, publicado en 1939, fue objeto de reediciones acríticas incluso hasta el año 1980. Hans-Joachim Herrmann, inventor de los vuelos kamikazes, trabajó como abogado y, vinculado a círculos de extrema derecha, siguió negando el Holocausto. Esto demuestra que en Alemania la confrontación crítica con el pasa- do nazi no fue siempre tan modélica como se afirma. Que la extrema de- recha en Alemania desgraciadamente esté en auge hoy en día resulta me- nos sorprendente cuando nos damos cuenta de que nunca dejó de existir. Es un hecho que, poco después de la Segunda Guerra Mundial, se reanu- daron viejas conexiones que no se habían cortado definitivamente. Los ejemplos aquí explicados confirman que aún queda mucho por hacer en materia de historia germano-española. Esta tarea, desde luego, requiere métodos rigurosos de estudio, y se deberían dedicar a ella conjuntamen- te investigadores de las áreas de historia y de estudios románicos. El co- nocimiento de los hechos históricos es un requisito previo para manejar responsablemente las memorias del pasado sin caer en la trampa de la desinformación propagandística. Todo esto nos recuerda dolorosamente la importancia del trabajo internacional sobre la memoria colectiva para el mantenimiento de la paz en la Europa contemporánea.

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Entre lo internacional y lo nacional-étnico: los voluntarios judíos de Palestina y Argentina en la Guerra Civil española

Raanan Rein Tel Aviv University (Israel) orcid.org/0000-0002-0249-6084

Presentación: 5 dic. 2019 | Aceptación: 11 mar. 2020 | Publicación: 31 oct. 2020

Cita recomendada: Rein, Raanan. 2020. «Entre lo internacional y lo nacional-étnico: los volun- tarios judíos de Palestina y Argentina en la Guerra Civil Española». Dictatorships & Democracies. Journal of History and Culture 8: 47–75. doi: https://dx.doi.org/10.7238/dd.v0i8.3169

Resumen: La Guerra Civil española provocó fuertes debates en todos los países de Occi- dente. La opinión pública internacional liberal y de izquierdas se movilizó en favor de la Segunda República y los valores que supuestamente representaba: democracia, pro- greso y justicia social. El apoyo a la República se manifestó también a través de la deci- sión de decenas de miles de voluntarios de todo el mundo de viajar a la península ibé- rica y defenderla en las trincheras. Para analizar este fenómeno desde una perspectiva global, hay que tener en cuenta que el número de voluntarios judíos que se enrolaron en las Brigadas Internacionales fue muy elevado. Aunque existe una bibliografía sobre los voluntarios europeos o estadounidenses judíos, hay una conspicua ausencia en la historiografía sobre la presencia de argentinos judíos que lucharon en la Guerra Civil española, y existen muy pocos trabajos sobre los voluntarios judíos que salieron de Pales- tina. Este artículo se centra en estos dos grupos y destaca algunas figuras judías que nos sirven para entender mejor el compromiso de miles de judíos con la República Española. Palabras clave: Guerra Civil Española, Argentina, Palestina, Brigadas Internacionales, vo- luntarios judíos, Mika Feldman, Pinchas Cheifetz

Between the International and the Ethnic-National Perspectives: Jewish Volunteers from Palestine and Argentine in the Spanish Civil War Abstract: The Spanish Civil War provoked heated debates in all Western countries. Lib- eral and left-wing public opinion mobilized on behalf of the Second Spanish Republic and the values it supposedly represented: democracy, progress, and social justice. Sup- port of the Republic was also expressed in the decision of tens of thousands of young people around the world to travel to the Iberian Peninsula and defend the Republic in the Spanish trenches. The number of Jewish volunteers who joined the International

Nota: Me gustaría agradecer al Israel Institute de Washington D. C. el apoyo prestado en la inves- tigación que tuvo como resultado este artículo.

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47 [47–75] R. REIN · LOS VOLUNTARIOS JUDÍOS DE PALESTINA Y ARGENTINA EN LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA

Brigades against the Nationalist rebels was very high. While there is a bibliography on Jewish European or North American Jews volunteers in the Spanish Civil War, there is a conspicuous absence of historiography about the involvement of Jewish Argentines in the Iberian conflict, and very little written on Jews from Palestine in the same regard. This article looks at volunteers from these two countries and their motivation for tak- ing an active part in the Spanish Civil War. Keywords: Spanish Civil War, Argentina, Palestine, International Brigades, Jewish Volun- teers, Mika Feldman, Pinchas Cheifetz

Desde el momento de su estallido, la Guerra Civil española adquirió una dimensión internacional. La intervención de la Alemania nazi y la Italia fascista en favor de los rebeldes, y el tardío e indeciso apoyo prestado por la Unión Soviética al Gobierno de la República hicieron a su vez de la gue- rra fratricida de la península ibérica un conflicto internacional (Rein & Thomàs 2016). La guerra provocó fuertes debates en todos los países de Occidente. La opinión pública internacional liberal y de izquierdas se mo- vilizó en favor de la Segunda República y los valores que supuestamente representaba: democracia, progreso y justicia social. Por otro lado, las fuerzas políticas conservadoras y de derechas, con todos sus matices, ex- presaron sus simpatías hacia la cruzada anticomunista de los nacionalis- tas dirigida por el general . El apoyo a la República se manifestó en campañas para recaudar fon- dos, alimentos y medicamentos, buscando asistirla de esta forma en el mo- mento en el que más lo necesitaba. Pero también se expresó a través de la decisión de decenas de miles de voluntarios de todo el mundo de viajar a la península ibérica y defender la República en las trincheras. Para analizar este fenómeno desde una perspectiva global, hay que te- ner en cuenta que el número de voluntarios judíos que se enrolaron en las Brigadas Internacionales para defender a la República Española de los rebeldes nacionalistas fue muy elevado. Según la mayor parte de las esti- maciones, oscila entre 4.000 y 8.000 de un total de 40.000 voluntarios lle- gados desde unos cincuenta países (Rodríguez de la Torre 2006; Hurtado 2013; Sánchez Cervelló & Agudo Blanco 2015; Claret 2016; Thomàs 1977). Resulta difícil establecer una estimación más precisa acerca del número total de los voluntarios en las Brigadas Internacionales. Esto es aún más difícil con respecto al número de los voluntarios de origen judío, ya que

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48 [47–75] R. REIN · LOS VOLUNTARIOS JUDÍOS DE PALESTINA Y ARGENTINA EN LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA estuvieron diseminados entre las diversas unidades nacionales, con la ex- cepción de aquellos que combatieron en la Compañía Naftali Botwin, lla- mada así en homenaje al comunista judío-polaco que había sido ejecutado por el Gobierno autoritario de Józef Klemens Pilsudski en 1925 (Zaagsma 2017; Lustinger 1991; Diamant 1979; Sichon 1988; González 2009). Martin Sugarman ha ofrecido una serie de estadísticas, y a pesar de que quizá son algo exageradas, nos dan una idea aproximada acerca de la participación judía en la defensa de la República (Sugarman 2014). De los 5.000 voluntarios polacos, 2.250, el 45 %, eran judíos. En aquel entonces, los judíos representaban tan solo el 10 % de la población polaca. En el caso de los EE. UU., Sugarman estima el número de voluntarios judíos en 1.250, es decir, el 38 % del total de americanos alistados en las Brigadas Inter- nacionales, en un tiempo en el que los judíos representaban solamente el 4 % de la población del país. El historiador Robert Rosenstone, por su parte, estima que 30 % de los voluntarios norteamericanos eran judíos (Rosenstone 1969, 368–69). Los 1.043 voluntarios franceses judíos consti- tuyeron el 15 % de todos los voluntarios del país, componiendo los judíos el 0,5 % de la población de Francia. Entre 200 y 400 judíos partieron de Gran Bretaña hacia la península ibérica, es decir, un 11–22 % de todos los voluntarios británicos, mientras que los judíos también en este caso re- presentaban solamente un 0,5 % de la población de este país. La propor- ción de judíos entre los voluntarios de cada país fue, en su mayoría, muy superior a su grado de representación dentro del total de la población de esos estados (Shindler 1986; Toch 1974). Con respecto a la Compañía Botwin, fue creada en diciembre de 1937, en el marco del Batallón Palafox de la XIII Brigada Dombrowski, polaca. Rápidamente se convertiría en un símbolo de la participación judía en la Guerra Civil, aunque la gran mayoría de voluntarios judíos no lucharían en sus filas (Zaagsma 2011, 393–397; Rothenberg 1980, 14–19). Designada oficialmente como una compañía judía, de hecho llegó a incluir también varios voluntarios no judíos, sobre todo polacos, alemanes y españoles, e incluso a dos árabes, uno de ellos un panadero de Palestina que hablaba ídish. La Compañía Botwin publicaba un boletín en el frente, llamado también Botwin, una publicación que glorificaba el apoyo judío al esfuer- zo bélico republicano y a la lucha antifascista (Nuñez Díaz-Balart 2006).

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La idea inicial de llamar a la compañía Bar Kojba (el líder de la rebelión judía contra el Imperio romano en el siglo ii) fue rechazada en favor de Botwin, quien había sido sentenciado a muerte tras disparar a un oficial de policía que se había infiltrado en las filas del Partido Comunista en Lviv. Botwin se transformó en un símbolo de sacrificio personal revolu- cionario para muchos de los afiliados al partido, judíos y no judíos por igual (Medem 1937). La postura de muchos de estos voluntarios era internacionalista, por lo que la idea de resaltar su identidad judía les era ajena. Pese a ello, en la práctica, tal y como se refleja en muchas de las cartas que enviaron desde las trincheras o en sus memorias, yo diría que el componente judío de su identidad sí tuvo un papel crucial en sus decisiones personales de partir hacia España. La mayor parte de los voluntarios buscó detener, incluso con sus propios cuerpos en caso de ser necesario, la ola nazi y fascista que estaba asolando Europa, defendiendo de esta forma causas tanto univer- sales como judías. Según Ethel, la esposa del médico canadiense Aaron Magid, la persecución de los judíos en Alemania fue una de las razones que empujaron a su marido a partir para España:

Bueno, estábamos escuchando todas estas cosas en Alemania acerca de lo que pasaba con los judíos, y nosotros queríamos luchar contra los fascistas, así que eso es lo que hicimos. (Petrou 2008, 38)

Obviamente, sería un error establecer ciertas generalizaciones acerca de un grupo tan numeroso de voluntarios judíos que provenían de dis- tintos países y contaban con bagajes personales muy diversos. La deci- sión de cada individuo estuvo marcada por una gran variedad de facto- res —políticos, sociales, económicos y psicológicos. De todos modos, la destacada presencia de judíos en las Brigadas Internacionales iba a con- tribuir fuertemente al fortalecimiento de estereotipos antisemitas entre los nacionalistas españoles, que a menudo equiparaban a los judíos con los bolcheviques, como puede verse en las publicaciones de la Falange du- rante aquellos años (Álvarez Chillida 2002, § IV; Rohr 2008, 3). Pese a ello, aunque es posible encontrar ya una bibliografía sobre los voluntarios eu- ropeos o estadounidenses judíos (a pesar de que queda aún mucho para

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50 [47–75] R. REIN · LOS VOLUNTARIOS JUDÍOS DE PALESTINA Y ARGENTINA EN LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA

investigar al respecto), hay una conspicua ausencia en la historiografía en relación con los argentinos judíos que lucharon en la Guerra Civil es- pañola, y existen muy pocos trabajos sobre los voluntarios judíos que sa- lieron de Palestina. Este artículo se enfoca en estos dos grupos y destaca algunas figuras judías que nos sirven para entender mejor el compromiso de miles de judíos con la República Española (Rein 2016).

La movilización en la Palestina judía a favor de la República Española

Desde su inicio a mediados de 1936, la Guerra Civil española provocó gran interés entre los judíos de Palestina. El conflicto generó una amplia gama de reacciones entre los pobladores judíos. Algunos simpatizaban con los rebeldes nacionalistas que buscaban liberar a España de lo que percibían como amenaza comunista. Otros preferían la neutralidad, si- guiendo el ejemplo de Gran Bretaña, potencia a la que la Liga de Nacio- nes había encomendado el mandato sobre Palestina. Sin embargo, la ma- yoría expresaba apoyo ferviente al bando republicano, un apoyo que se manifestó en colectas de dinero, alimentos y medicinas para paliar sus necesidades (Rein 2009). A pesar de estas muestras de solidaridad con la República, prácticamen- te cada grupo político del Yishuv judío, incluyendo a las diversas facciones de la izquierda sionista, se opusieron al envío de jóvenes para que se su- maran a los voluntarios de las Brigadas Internacionales. Eran los tiempos de la rebelión del movimiento nacionalista palestino y de los disturbios árabes antijudíos de 1936–1939, que se cobraron las vidas de centenares de árabes, judíos y británicos. Los argumentos habituales sostenían que «el Yishuv está combatiendo por su vida misma, no menos que la Repúbli- ca Española», y que «Hanita [un kibutz erigido en la frontera norte] tiene prioridad sobre Madrid» (Bachar 1998). Por aquel entonces, daba la impresión de que los medios de comunica- ción judíos conspiraban para silenciar la historia de los voluntarios que partían hacia España con el objetivo de no alentar a otros a seguir ese ca- mino. En los artículos que se publicaron sobre las Brigadas Internaciona-

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51 [47–75] R. REIN · LOS VOLUNTARIOS JUDÍOS DE PALESTINA Y ARGENTINA EN LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA les, brillaba por su ausencia toda referencia a los brigadistas de Palestina, en su gran mayoría comunistas. Hubo entre 180 y 250 voluntarios judíos que llegaron a España desde Palestina, en su mayoría miembros del Partido Comunista Palestino (PCP). Si se toma en cuenta que la población judía en Palestina por entonces no superaba la cifra de 400.000 personas, comprendemos que se trató de un número nada desdeñable. No obstante, con el correr de los años, el Parti- do Comunista trataría de exagerar el número de voluntarios para mejo- rar su imagen. La mayor parte de los trabajos escritos por miembros del PCP y sus simpatizantes sostuvieron que el número de voluntarios fue de entre 300 y 500 (Centner 1966; Levin 1987). Los primeros combatientes del PCP que llegaron a España fueron Chaim Elkon, Imri Yaacobi y Nahum Weiss. Elkon, exjugador de futbol del Hakoah Viena, Yaacobi, uno de los futbolistas más destacados de Palestina en aquel entonces, y Weiss llegaron a Barcelona para la Olimpiada Popular que de- bía comenzar el 19 de julio de 1936, organizada como protesta contra los Juegos Olímpicos de Alemania (Rein 2018). Cerca de 6.000 deportistas y unos 20.000 visitantes llegaron a Barcelona para estos juegos, que no llega- ron a realizarse, incluyendo una delegación compuesta por una veintena de atletas de la asociación deportiva judeo-socialista Hapoel de Palestina (Stout 2019). Los primeros voluntarios internacionales eran, por lo tanto, militantes antifascistas que se quedaron en Barcelona. ¿Por qué, entonces, resulta tan difícil establecer el número exacto de voluntarios que salieron de Palestina para luchar en el bando de la Repú- blica? ¿Eran judíos todos los voluntarios venidos de Palestina? En primer lugar, debemos especificar los criterios utilizados para determinar el nú- mero de voluntarios. ¿Debemos considerar solo a aquellos que salieron desde Palestina después del 18 de julio de 1936, o incluir también a aque- llos a los que el estallido de la contienda encontró en Europa, ya fuera por estudios, visitas familiares o viajes de placer, y que cambiaron sus planes para ir a combatir en España? Si adoptamos el primer criterio, el núme- ro no supera los 145–160. Según los datos que recopilamos de 145 volun- tarios, 131 eran varones y 14 mujeres. Como en el caso de Francia o de Bélgica, la mayor parte eran comu- nistas originarios de la Europa oriental o central. Eran muy jóvenes, de

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52 [47–75] R. REIN · LOS VOLUNTARIOS JUDÍOS DE PALESTINA Y ARGENTINA EN LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA entre dieciocho y veinticuatro años de edad, mientras que, según André Malraux, 60 % de los italianos voluntarios tenían más de cuarenta y cinco años, y, entre los canadienses, el 60 % tenían más de treinta (Jackson 1986, 107). Solo una docena de ellos, aproximadamente, eran sionistas socialis- tas. Al menos 45 de estos voluntarios murieron en los campos de batalla ibéricos y otros 14 perecieron poco después, en la guerra mundial. Estos datos no deben sorprendernos, si se toma en cuenta el hecho de que qui- zá la mitad de los voluntarios extranjeros murieron en España, sin contar los que murieron después. El oficial de mayor rango entre ellos fue Mor- dechai Milman, caído en combate junto al Ebro (Avi-Shaul 1945). De los 145, 133 eran judíos, 7 armenios, 4 musulmanes y 1 cristiano. O sea, había una amplia mayoría judía, aunque estaban representados diversos gru- pos religiosos y étnicos. Los historiadores ofrecen una variedad de explicaciones para entender la decisión tomada por estos individuos de dejar sus respectivos países para sumarse a las Brigadas Internacionales: identificación con el pueblo español, motivaciones ideológicas y económicas, un sentido romántico de la aventura. Todas ellas (y otras más) desempeñaron un papel impor- tante a la hora de racionalizar una decisión que tendría profundas con- secuencias que les iban a acompañar mientras vivieran. Sin embargo, vis- to en retrospectiva, no fueron las penurias económicas sino una fuerte sensación de alienación de las corrientes centrales de la sociedad judía en Palestina lo que cristalizó como la razón central para alistarse como voluntarios. En palabras de Dora Levin, que llegó a Palestina desde Polo- nia en 1933, cuando contaba con veintidós años de edad:

[…] Pasé unos pocos meses en el kibutz. No estaba adecuada a la vida allí, por lo que [me fui] y comencé a trabajar en todo tipo de trabajos manuales: obras de construcción, servicio doméstico. […] Vi cómo los árabes que vivían allí [en Palestina] eran explotados. Lo que más me molestaba era que tratábamos de imponernos en trabajos que tradicionalmente eran suyos. No podía seguir viviendo así.1

1 Entrevista de D. Levin con Eran Torbiner, Haifa, Israel, mayo de 2003. Agradezco a Torbiner por compartirla conmigo.

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Michael Baron, también él nacido en Polonia, se instaló con su familia en Rusia durante la Primera Guerra Mundial y allí pasó sus años escola- res, hasta que pudo regresar a su país natal en 1921. En 1929, con veinte años de edad, emigró a Palestina. Él mismo explica:

Era miembro del [movimiento juvenil sionista socialista] Hashomer Hatzair [fundado en la Europa del Este en 1913], y en 1929 llegué con mis compañeros a Palestina. Vinimos como un grupo y fuimos destinados a ayudar a los miem- bros de Karkur, un kibutz en crisis. […] No tenían suficientes mujeres entre sus miembros y la atmósfera no era buena. El movimiento sionista decidió en- viar algunos miembros nuevos de Hashomer Hatzair para mejorar la moral.2

Baron dejó Karkur para formar una comunidad más inclusiva y orien- tada hacia lo social en Shomria, pero quedó espantado por la discrimina- ción contra los trabajadores árabes de la que fue testigo:

Lo bueno [del kibutz] fue el aspecto colectivo del trabajo. La gente no tenía que preocuparse por nada. Todo era atendido. […] Pero comenzaron a excluir a los trabajadores árabes. El eslogan era: «Un judío emplea solo a un judío». Cuando vi eso, me puse furioso. Fui criado en los valores igualitarios del movimiento scout —el amor entre las naciones. Y aquí me topaba con odio y desprecio.3

Shmuel Shmulik Segal era más joven que Michael Baron. Su familia emigró a Palestina desde Polonia en 1926, cuando contaba con apenas ocho años de edad. Sus padres eran sionistas de larga data y su tío, Yaakov Berman, llegó a actuar como presidente del movimiento judío ortodoxo Hamizraji en Palestina. Segal recordaba el acontecimiento que lo llevó a sumarse al movimiento juvenil comunista:

Todo comenzó en la escuela secundaria, cuando llegamos a la edad en la que los estudiantes eran llamados para defender la noción del empleo judío. De vez en cuando nos convocaban para que nos presentáramos como voluntarios

2 Entrevista de Michael Baron con Eran Torbiner, Tel Aviv, noviembre de 2002. 3 Ibíd.

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54 [47–75] R. REIN · LOS VOLUNTARIOS JUDÍOS DE PALESTINA Y ARGENTINA EN LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA

para trabajar, de modo que no fuera necesario emplear a trabajadores árabes. Creo que me causó una gran impresión un anciano árabe, que trabajaba como guardián. Me preguntó: «¿Y qué será de nosotros? ¿No tenemos también el derecho a ganarnos la vida?». Eso tuvo un verdadero efecto en mí.4

No obstante, a pesar de que Michael Baron, Dora Levin, Shmulik Segal y la mayor parte de los demás voluntarios eran miembros del PCP, su via- je a España no se hizo en nombre de este partido. Pese a la versión propa- gada por algunos exbrigadistas (como, por ejemplo, David Ostrovsky), el Partido Comunista Palestino no alentaba a sus miembros a presentarse como voluntarios para las Brigadas Internacionales. El partido en sí era pequeño y debía hacer frente a los ataques tanto de las autoridades britá- nicas como del liderazgo del Yishuv. Tras el nombramiento del militante árabe Radwan al-Hilu como presidente del PCP en 1934, la lucha contra los imperialismos —el británico y el sionista— se convirtió en una prio- ridad para el liderazgo del partido, a costa de la lucha contra el fascismo, que era el núcleo del activismo de los partidos comunistas a lo largo y ancho de Europa. Los voluntarios judíos que salieron de Palestina, guiados por su fe y un fuerte sentido de compromiso político-social, partieron como pione- ros de la lucha antifascista. Algunos de ellos, sin embargo, se enrolaron en las Brigadas después de haber sido expulsados de Palestina por las au- toridades británicas. La actividad comunista estaba proscrita por las auto- ridades, y desde comienzos de la década de 1920 era frecuente que depor- taran a militantes nacidos fuera de Palestina (Beinin 1977; Dothan 1991; Ben-Zaken 2006; Zehavi 2005). Parece que en la segunda mitad de los años treinta, al menos varios comunistas estaban convencidos de que «luchar heroicamente en España es preferible a largos periodos en prisión». Un voluntario, Abraham Stockstill, relató a la comisión investigadora de la Liga de Naciones la forma en la que la policía secreta británica en Palesti- na lo forzó a presentarse como voluntario para luchar en España: «Estuve ocho meses en la cárcel en Palestina y S., el detective de la policía inglesa,

4 Entrevistas de Shmuel Segal con Eran Torbiner, Tel Aviv, 9 de junio de 2005, y con el autor, 26 de febrero de 2009, Tel Aviv.

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55 [47–75] R. REIN · LOS VOLUNTARIOS JUDÍOS DE PALESTINA Y ARGENTINA EN LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA vino a mi celda amenazándome que si no iba para España me tendrían preso durante años. Preparó los papeles y me dio dinero para mis gastos del viaje» (Centner 1966, 81 y 137). David Ostrowski estuvo en prisión tres años antes de ser deportado a Francia, camino a España. Son similares las historias de Dora Levin, Pinchas Cheifetz o Ali Abdeljalek (Yahav 2008, 164–165; Ramsis 2018).

Pinchas Cheifetz y su lucha por una sociedad más justa

La vida de Pinchas Cheifetz puede servirnos como una lente adicional, o un prisma, con el que examinar el mosaico de las identidades políticas y étnico-nacionales de comunistas judíos que salieron de Palestina (y de otros países) para detener la tenebrosa ola fascista que estaba por inun- dar Europa. No se trataba de una identidad híbrida, sino de un mosaico típico de componentes identitarios que se encontraban en negociación permanente, destacando uno u otro componente según el contexto en el que se encontraba actuando y en un determinado momento en el tiempo. Cada uno de los componentes que formaban estas identidades naciona- les, étnicas e internacionales de los voluntarios judíos se fortalecieron o se atenuaron antes de la Guerra Civil, durante su desarrollo y después de que finalizara. En el caso de Cheifetz contamos, por suerte, con un nú- mero relativamente grande de cartas que envió desde España, Francia y la URSS a sus familiares. Algunas fueron escritas en hebreo; otras en ídi- sh (Winter & Sivan 2000). Cheifetz nació en 1909, en el seno de una familia con raíces profundas en Jerusalén ya desde mediados del siglo xix. El padre de Pinchas, Chaim, falleció con apenas veintinueve años de edad, dejando a una joven viuda con dos hijos: Aharón, que entonces tenía nueve años, y Pinchas, de un año. Aharón dejó constancia en su diario de la angustia que aquejaba a la familia tras la muerte del progenitor:

Nuestra situación económica era penosa. El abuelo debía procurarnos a mi madre, a mí y a mi hermano Pinchas todo lo que necesitábamos para subsistir. Sufríamos mucho. Una vez a la semana comíamos un trozo de carne, y cada semana recibíamos por la mañana café negro con pan y mantequilla, al me-

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diodía pan y sopa de lentejas o patatas fritas y por la noche pan con aceite y un pedazo de ajo con un vaso de té y un terrón de azúcar. (Heifetz 2007, 30)

Después de un tiempo la madre resolvió dejar a los niños en el orfe- linato Beit Diskin en Jerusalén, por entonces el más grande que había en Palestina. Pinchas vivió en el orfelinato desde que tenía un año hasta los trece años, cuando huyó junto con su hermano mayor. Desde jóvenes, los Cheifetz desarrollaron una aguda conciencia social y política. Aharón se convirtió en sionista socialista y Pinchas en comunista y antisionista. Se sumó a las filas del PCP y luchó contra los intentos del «imperialismo sionista por dominar Palestina». Como militante, Cheifetz participó en numerosas y diversificadas ac- tividades organizadas por los comunistas, incluyendo manifestaciones, actos de protesta contra la campaña sionista que impulsaba «la mano de obra hebrea» y el reemplazo de obreros árabes por judíos, y la interrup- ción de eventos organizados por la Histadrut, la federación general de los trabajadores judíos. Durante los incidentes violentos entre árabes y judíos de 1929, Pinchas Cheifetz distribuyó junto con un camarada suyo panfletos antisionistas en la ciudad vieja. Para su sorpresa, fueron atacados por un grupo de ára- bes. Cheifetz fue acuchillado por uno de los árabes y herido en una mano, mientras que su camarada perdió la vida. Debido a sus actividades políticas, Cheifetz fue a menudo detenido en las cárceles del mandato británico de Palestina. Chaim Flechser, uno de los líderes del Consejo Obrero de Jerusalén, contaba: «Vi cómo los ingle- ses lo pisoteaban sobre la calzada». Meir Gottlieb, por su parte, recordaba que «Pinchas era perseguido y golpeado más que los otros». A esto, Moshé Horenstein añadía: «La policía puso sobre él su ojo y lo detuvo a menudo. Pinchas, que era un comunista orgulloso y de una fuerza física excepcio- nal, solía devolver los golpes a los policías británicos y por ello era confi- nado en aislamiento» (Heifetz 2007, 81–82). Por aquel entonces, el PCP, que había sido fundado por un grupo de ju- díos de la Europa oriental, pasó por un proceso acelerado de arabización, teniendo en cuenta la mayoría árabe dentro de la población de Palestina. En Moscú abrigaban la esperanza de que el partido liderara la lucha an-

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57 [47–75] R. REIN · LOS VOLUNTARIOS JUDÍOS DE PALESTINA Y ARGENTINA EN LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA ticolonial contra los británicos, con una propaganda que presentaba al sionismo como un movimiento nacionalista burgués que expropiaba las tierras de los árabes. Según los soviéticos, el capital judío y los fusiles bri- tánicos se habían unido (Budeiri 2010; Locker-Biletzki 2015). Como ocurrió con otros comunistas, también el camino de Pinchas Cheifetz a España fue el resultante de diversos factores, tanto de impulso como de rechazo. Si bien caben pocas dudas sobre su identificación con la lucha antifascista que se extendía entonces por Europa, la decisión de permanecer o no en Palestina y continuar con la lucha contra el sionis- mo o partir hacia la península ibérica se debió a restricciones y presiones tanto por parte del Partido Comunista como de las autoridades inglesas. En una de las oportunidades en que fue nuevamente detenido, el director de la cárcel lo llamó para mantener una conversación:

Escúcheme, Cheifetz; lamentablemente nunca vamos a poder deportarlo de aquí, pues nació en esta tierra. Pero puede estar seguro que mientras nosotros gobernemos aquí, usted no saldrá de la prisión… Le proponemos que salga en libertad si viaja por su propia voluntad al extranjero. En España hay ahora una dura guerra entre los hombres del gobierno socialista y los fascistas bajo el mando del general Franco, que se sublevaron contra el gobierno. Allí, en España, se constituyó una brigada internacional de socialistas y comunistas de todo el mundo, que se presentaron como voluntarios para combatir en el bando de los socialistas españoles y darles asistencia. (Heifetz 2007, 82–83)

Cheifetz no fue el único comunista judío del que la policía británica se deshizo alentándolo a salir a España, cuando se trataba de nacidos en Palestina, o deportándolos si habían nacido en otro lugar (Arielli 2011). Moshé Horenstein sostuvo: «El Comintern nos exigió enviar gente na- cida en Palestina. Pinchas Cheifetz era uno de ellos. Fue enviado a comba- tir con las Brigadas Internacionales en España». Es posible, pero a fin de cuentas se trataba de la decisión personal de Pinchas, quien sentía cada vez más limitaciones en la tierra que le vio nacer. De hecho, ya en abril de 1930 había tramitado su pasaporte, aparentemente una expresión de su voluntad de irse a otro lugar donde poder vivir con mayor libertad y obtener un empleo.

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La primera escala de Cheifetz en su camino hacia los campos de batalla ibéricos fue en París. El breve lapso en el que los voluntarios de Palestina permanecían en la capital gala fue muy significativo para ellos. Los acti- vistas del PCP, que había sido declarado ilegal y por ello debían manejar- se en la clandestinidad, se embriagaban con la sensación de libertad que respiraban en la Ciudad de la Luz. Se trataba de una estadía en la que la socialización y el adoctrinamiento eran particularmente intensos (Rein & Ofer, 2016). Desde París Cheifetz siguió su camino hacia los Pirineos, para llegar finalmente en septiembre de 1937 a la comarca catalana de Lérida, clave en la defensa de la República (Sagués San José 2001). A comienzos de no- viembre de ese año la zona fue bombardeada por la Legión Cóndor ale- mana, dejando 300 muertos. En los meses subsiguientes continuaron los bombardeos, hasta que entraron las tropas de Franco. En abril de 1938, Cheifetz fue herido en su cadera por una esquirla, pero continuó luchan- do. Poco después fue herido nuevamente y casi perdió la vista. Fue trasla- dado entonces a un hospital en París. Como muchos de los voluntarios judíos de las Brigadas Internacionales, además del componente identitario político-ideológico Cheifetz tenía un marcado componente identitario étnico judío. Diez años más tarde, conta- ría a Miriam Shtili en la embajada israelí en Moscú: «En España me encontré a mí mismo entre numerosos judíos. Había allí por lo menos 250 jóvenes judíos de Palestina. Entre ellos un porcentaje grande de nativos y otros que estuvieron allí muchos años. La mayor parte cayó. Cuando vi que de todos los países había batallones y compañías que llevaban el nombre de héroes —la unidad en la que yo estaba llevaba el nombre de un héroe polaco— propuse que la nuestra pase a llamarse Yehuda Hamacabi. Les dije que no tenía interés alguno en un héroe polaco, se llamase Cosziczko o como fuese, pero se negaron» (Heifetz 2007, 91–92). El periódico comunista Naie Presse, que se publicaba en ídish en París, informó el 11 de abril de 1939 sobre combatientes judíos de las Brigadas Internacionales que estaban a punto de partir hacia la «patria socialista» a fin de aliviar sus vidas «y garantizar el futuro de los héroes-combatien- tes contra el fascismo». Entre otros aparecía mencionado Pinchas Chei- fetz, nacido en Jerusalén, destacándose su participación en la compañía

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59 [47–75] R. REIN · LOS VOLUNTARIOS JUDÍOS DE PALESTINA Y ARGENTINA EN LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA judía Naftali Botwin, cuya importancia enfatizaba el periódico durante todo el transcurso de la guerra. Cuando la nota fue publicada, Cheifetz ya se encontraba en un buque soviético rumbo hacia la URSS. Estando a bordo escribió con emoción:

Hoy se concreta el sueño de mi vida, viajo hacia mi segunda patria, la Unión Soviética. Las autoridades rusas me han reconocido como héroe de la guerra en España y han acordado acogerme hasta el fin de mi vida en un sanatorio junto a Moscú, donde podré trabajar según mi capacidad limitada [carpinte- ría] y no deberé preocuparme más por mi sustento. No tengo palabras para expresar mi alegría y mi felicidad por dirigirme hacia la Unión Soviética, tierra de la libertad y del socialismo. Quizás pueda ser uno de los constructores de la sociedad socialista. Así también llegará el fin a todas las persecuciones, las prisiones y todos mis sufrimientos. (Heifetz 2007, 87)

Los problemas en las comunicaciones entre Pinchas y sus parientes en Palestina no deben sorprender, dado el contexto de la guerra mundial y de la censura en la URSS. Con el trasfondo de la invasión nazi de la Unión Soviética, parece que el componente identitario étnico, si no el nacional, se fortaleció en Cheifetz. Esto se reconoce no solo en su deseo de regre- sar a Palestina, sino también en su alusión a «tiempos tan difíciles para nuestro pueblo y para la humanidad toda».5 El contacto entre Pinchas y sus familiares se renovó en agosto de 1947, poco antes de la votación en las Naciones Unidas sobre la partición de Pa- lestina, periodo en el que las relaciones entre el movimiento sionista y la URSS mejoraron considerablemente, al punto de posibilitar el voto favo- rable de la Unión Soviética al plan de partición y la creación del Estado de Israel. Pinchas vio en esto una ventana de oportunidad que le permitiría quizás regresar a Jerusalén. En una carta redactada en ídish a su herma- no le transmitía datos sobre su fecha de nacimiento, fecha de emisión de su primer pasaporte y la fecha en la que había salido de Palestina. Detrás de ello se encontraba su deseo de obtener un pasaporte nuevo y válido con el que, probablemente, podría salir de la URSS (Heifetz 2007, 91–92).

5 Pinchas Cheifetz, carta a Aharón Cheifetz, 22 marzo de 1944, archivo del autor.

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60 [47–75] R. REIN · LOS VOLUNTARIOS JUDÍOS DE PALESTINA Y ARGENTINA EN LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA

Tras la declaración de la independencia y el establecimiento de rela- ciones diplomáticas bilaterales entre Israel y la URSS, se abrieron sendas representaciones diplomáticas en Tel Aviv y en Moscú. Cheifetz y sus pa- rientes en el nuevo Estado esperaban poder aprovechar las nuevas circuns- tancias políticas para conseguir la reunificación familiar. Pero todos sus esfuerzos fueron en vano. Por su visita a la embajada de Israel, Pinchas estaba sujeto al seguimiento de la NKVD y a menudo era molestado por los agentes de este cuerpo. La sensación de aislamiento y de ahogo que sentía fue aumentando y nuevamente se cortó el contacto con la familia. El 28 de octubre de 1958, esta recibió una carta lacónica del Maguén Da- vid Adom: «Muy señor nuestro, la Cruz Roja Rusa en Moscú nos ha solici- tado notificarle que Pinas sic[ ] Chaimowitz Cheifetz ha fallecido el día 27 de abril de 1951. Le acompañamos en el sentimiento».6 Las circunstancias en la que se produjo la muerte no quedan del todo claras. Yaakov Cheifetz escribió en su libro: «No pasaron muchos días y en un telegrama que re- cibimos de la Cruz Roja decía que el cadáver de Pinchas fue hallado sobre las vías del tren junto a Moscú» (Heifetz 2007, 94–95).

La Guerra española polariza la República del Plata

Buena parte de la literatura existente sobre las vivencias judías en Argen- tina se ha centrado en miembros de instituciones o comunidades orga- nizadas, y, por lo tanto, han ignorado a los voluntarios argentinos judíos que salieron a luchar en la península ibérica, la mayoría de los cuales se identificaba con el Partido Comunista Argentino (PCA) u otras corrien- tes de la izquierda no sionista. La historiografía argentina en torno a las reacciones al conflicto español en los países rioplatenses ha mostrado la misma actitud hacia estos argentinos judíos. Esto guarda relación con el hecho de que numerosos intelectuales de casi toda América Latina recha- zan la etnicidad como categoría analítica importante, excepto cuando afecta a pueblos originarios o indígenas o de afrodescendientes (Lesser & Rein 2007; Rein & Aizenberg 2012; Rein & Brodsky 2013). Además, buena parte de la historiografía sobre los partidos y movimientos de izquierda

6 Sh. Levin [de Maguen David Adom], carta a Ch. Heifetz, 28 de octubre de 1958, archivo del autor.

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61 [47–75] R. REIN · LOS VOLUNTARIOS JUDÍOS DE PALESTINA Y ARGENTINA EN LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA ha sido producida por intelectuales y académicos de izquierda, algunos de los cuales parecen sentirse incómodos cuando se trata de destacar la crucial presencia judía en estos marcos, particularmente durante la pri- mera mitad del siglo xx. Muchos argentinos judíos apoyaron a la República Española, pero no solo por una identificación ideológica con los partidos de izquierda en la península ibérica (Falcoff & Pike 1982; Quijada 1991; Montenegro 2002; Bocanegra Barbeco 2009). Como judíos, abrigaban una preocupación adicional sobre las posibles consecuencias catastróficas del fascismo en general y del nazismo en particular. Desde su punto de vista, el apoyo brindado a la rebelión nacionalista española por la Alemania de Hitler y la Italia de Mussolini era causa de gran alarma (Rein 2014). Por otro lado, manifestar tal solidaridad transnacional con la España asediada era ade- más una forma de promover causas sociales y étnicas en su propio país. Después de la breve experiencia traumática que supuso la dictadura de José Félix Uriburu (1930–1932), la solidaridad con España fungía incluso como recurso político para luchar contra el fascismo en Argentina. La experiencia judeo-argentina funciona aquí como un prisma a través del cual podemos discutir la relación entre la solidaridad transnacional y las formas en las que distintos grupos sociales se organizaron para promo- ver cambios políticos y sociales. Esta incluye a los argentinos de origen judío en las geografías de la solidaridad transnacional de los años trein- ta, por lo que aporta una dimensión étnica a una movilización política de alcance transnacional. La Guerra Civil en España polarizó a la sociedad argentina en bandos similares a los que se habían creado en el conflicto original. Mientras que en la Europa occidental y los Estados Unidos se veía la contienda como un enfrentamiento entre fascismo y democracia, los latinoamericanos la percibían en términos más complejos; la observaban utilizando el prisma de sus propios problemas internos, que, en muchos casos, se asemejaban a los de España en la década de 1930. Las dificultades que suponía la mo- dernización y los obstáculos para lograrla; la necesidad de reconciliar, tanto en lo social como en lo político, constituciones decimonónicas con formas de vida moderna; los problemas vinculados a la reforma agraria; la intervención de las fuerzas armadas en la vida política; la relación en-

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62 [47–75] R. REIN · LOS VOLUNTARIOS JUDÍOS DE PALESTINA Y ARGENTINA EN LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA tre Iglesia y Estado. Todos estos eran temas que estaban sobre el tapete en cada uno de los países hispanohablantes. En Argentina, quizás en mayor medida que en otros lugares de América Latina, la opinión pública se inclinaba a favor de los republicanos, aun- que hubo algunos elementos influyentes en la sociedad que simpatizaban con los rebeldes. Esto pudo notarse durante la presidencia de Agustín P. Justo y Roberto M. Ortiz, que apoyaban en mayor o menor grado la rebe- lión nacionalista liderada por el general Francisco Franco, en la creencia de que era el mejor servicio que podían dar también a los intereses nacio- nales de la Argentina. Sin embargo, la mayor parte de la opinión pública no estaba convencida de la necesidad de tal apoyo y continuó expresan- do cierto desagrado hacia la cooperación con Franco, incluso en los años que siguieron a la finalización de la contienda fratricida. No obstante, fue el PCA quien tendría un papel crucial en la moviliza- ción de apoyo, fondos y voluntarios para la causa republicana (Piemonte 2016). Cientos de voluntarios, la mayor parte de ellos comunistas, salieron de Argentina para combatir en España, a pesar de que la embajada de la República Española en Buenos Aires no tomó parte activa en la campaña de reclutamiento y de que el gobierno incluso les creó dificultades para ir.

Argentinos judíos y la causa republicana

Mientras que muchos argentinos simpatizaban con la República como parte de su lucha por una sociedad democrática, pluralista y socialmen- te justa en su propio país, los argentinos judíos tenían razones adiciona- les para justificar su apoyo a la causa. Por un lado, estaban preocupados por el destino de aquellos parientes que estaban en Europa y por lo que podría ocurrirles en caso de surgir otro régimen tiránico con la ayuda de la Alemania nazi y la Italia fascista. Pero además buscaban proteger a la vez su espacio en Argentina, en tiempos de creciente influencia de los nacionalistas de derecha en círculos políticos, militares e intelectuales, tal y como lo expresó elegantemente Samuel Glusberg, firmando con su seudónimo, Enrique Espinoza, en un artículo titulado «Por qué los judíos deben ayudar al pueblo español», publicado en la publicación mensual Judaica, que dirigía Salomón Resnick, en julio de 1937:

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Ante todo: por una razón de justicia, que en eso consiste ser hombre y ser ju- dío. Después, en defensa propia, porque el enemigo número uno del judío es el mismo del pueblo español. Finalmente, porque en la convivencia histórica durante siglos, solo la segunda república se apresuró a reconocer en forma oficial a los judíos. Contra esta República se levantaron precisamente, a los pocos meses de pro- clamada, los generales facciosos del rey, con Sanjurjo a la cabeza, para reducir al pueblo español a la misma condición que sus muy ilustrísimos antepasados habían logrado reducir al judío… Ahora bien, ¿puede el judío que, como el criollo, ha sentido por así decirlo en carne propia, los extremos a los que es capaz de recurrir la casta feudal y militarista en defensa de sus privilegios más odiosos, adoptar una actitud con- templativa frente a la guerra totalitaria que los últimos generales borbónicos están llevando hoy a sangre y fuego contra el pueblo español, en complicidad con las huestes negras del Duce y del Führer? De ninguna manera. El judío, para ser consecuente consigo mismo, debe de ponerse cuanto antes de parte del pueblo español en ese definitivo juego de vida o muerte y echar el resto, según la profunda expresión de nuestro idioma, en su favor. De lo contrario, tarde y temprano le ocurriría lo que al judío alemán que no supo sumarse a tiempo a la campaña contra Hitler. (Espinoza 1937)

La Comisión Israelita de Ayuda al Pueblo Español tenía quince sucur- sales a lo largo y ancho de Argentina, donde distribuyeron los panfletos que publicaba en ídish, y lograron recolectar no menos de 100.000 pesos en la comunidad (McGee Deutsch, 2012b, 181–182; González et al. 2008, 47). Destacados comunistas argentinos judíos tuvieron un papel impor- tante en el Comité de Ayuda a la España Republicana o en Socorro Rojo (por ejemplo, Elsa Lola Rabinovich).

Entre Moisés Ville y Madrid: voluntarios argentinos judíos

En lo que respecta a la movilización de apoyo material para la República Española, Argentina se encontraba entre los primeros países del mundo en proporción a su población. En cuanto al número absoluto de voluntarios que combatieron en España, fue el segundo en América Latina, después

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64 [47–75] R. REIN · LOS VOLUNTARIOS JUDÍOS DE PALESTINA Y ARGENTINA EN LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA de Cuba y antes que México. Investigaciones recientes han establecido que el número de voluntarios argentinos oscila entre los 500 y 600. No queda claro cuántos de ellos eran de origen judío. La lista más completa de voluntarios incluye 540 nombres de individuos que lucharon en las fi- las del Ejército de la República, las Brigadas Internacionales o las Milicias. Ninguno de estos voluntarios es identificado por los compiladores de la lista como judío, pero puestos en orden alfabético, los primeros son Ben- zión Abramson, Adelina Abramson y Paulina Abramson, y hacia el final se encuentran Zalman Izraelevich Yaselman e Hishel Zukerman. Cuando se pasa revista a los apellidos, resulta evidente que más del 10 % eran de origen judío. Obviamente, había también judíos en la Argentina, como en todas partes, que adoptaron apellidos que no son típicamente judíos. Así que la proporción de argentinos judíos entre ellos podría ser aún mayor. Según una importante autoridad en demografía judía, el nú- mero de judíos en Argentina en 1930 era de 191.400 dentro de una pobla- ción total de 12 millones, o sea el 1,6 % (Della Pergola 1987). Varios de los judíos que pudimos identificar en esta lista eran argenti- nos de primera generación nacidos principalmente en la Europa oriental. La provincia de Santa Fe y la ciudad de Córdoba estuvieron claramente sobrerrepresentadas entre los voluntarios argentinos judíos. Gobernada por el radicalismo, en la provincia de Córdoba las agrupaciones de ayuda a los republicanos españoles funcionaban legalmente, sin sufrir obstácu- los ni restricciones para el desarrollo de sus actividades ni persecuciones por parte de la policía. La misma afirmación acerca de una notable representación puede ha- cerse para determinadas profesiones, como médicos, enfermeras, y tra- ductores. Esto refleja que el PCA logró movilizar apoyo entre estudiantes y docentes judíos en las universidades de Buenos Aires y Córdoba, y en lo que se refiere a los traductores, muchos argentinos judíos eran bilingües o incluso trilingües. En la España Republicana, con numerosos asesores rusos y miembros de las Brigadas Internacionales provenientes de la Eu- ropa oriental, el poder comunicarse en español y también en ruso, pola- co, alemán o ídish era algo muy valorado. Gregorio Bermann, uno de los pioneros del psicoanálisis en la Argen- tina, se volcó de inmediato en participar en actividades en favor de los

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65 [47–75] R. REIN · LOS VOLUNTARIOS JUDÍOS DE PALESTINA Y ARGENTINA EN LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA republicanos en la provincia de Córdoba, una vez que estalló la guerra en España. Nacido en 1896, Gregorio era el menor de ocho hermanos de una familia judía que había emigrado de Polonia. Como joven estudiante había ejercido como presidente de la Federación Universitaria de Buenos Aires y participado activamente en la dirección de Reforma Universitaria de 1918. Luego ejerció la cátedra de medicina legal de la Universidad Na- cional de Córdoba, hasta que las autoridades surgidas del golpe de 1930 lo expulsaron por razones políticas. En 1932 fue candidato a gobernador de la provincia de Córdoba por su socialismo en la Alianza Civil. Hacia mediados de los años treinta ya se alejaba del socialismo y se acercaba al Partido Comunista, sin que llegase nunca a afiliarse. Al poco tiempo en- tendió que podía ayudar mejor a la República estando en la península ibé- rica, y ofreció sus servicios como médico psiquiatra al Gobierno republi- cano español. Publicó sus impresiones de la guerra en su libro Dialéctica del fascismo y su psicopatología. A finales de 1938 ya estaba de regreso en Argentina (Bermann 1937 y 1971).7 Al analizar la participación judía desde la óptica de los estudios de gé- nero, se nota claramente que la presencia judía fue sobresaliente entre las voluntarias argentinas. Sara Segal dejó la ya por entonces mítica colo- nia agrícola de Moisés Ville para irse a España junto con su pareja Samuel Joukovsky (Joukovsky 1998). Raquel Levenson, casada con el secretario de organización de la Federación Juvenil Comunista, Juan José Real, fue responsable del frente de educación de la Federación. Con solo veintiún años organizó el movimiento de solidaridad con España en Córdoba. Se- gún el testimonio de su hermano Gregorio:

Nuestra actividad era de agitación y, desafiando el terror de Justo, organizába- mos mítines callejeros, en los que mi hermana Raquel era la oradora infaltable, subida a un cajón, custodiada por una guardia de autodefensa integrada por rusos y polacos. Improvisábamos nuestros actos a la salida de las fábricas o en las esquinas concurridas. Antes de que llegara la policía, ya habíamos des-

7 José Luis Fitó, «Gregorio Bermann: reformista, pensador y psiquiatra», http://www.polemos. com.ar/docs/temas/Temas6/1%AA%20parte%20Gregorio%20Bermann.htm. [Recuperado el 4 de diciembre de 2019.]

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aparecido. Aunque siempre fue así, más de una vez nos sorprendió a mitad del acto y la ‘guardia’, con una fidelidad a toda prueba, contenía a los esbirros mientras nosotros huíamos como podíamos. (Levenson 2000).

Poco después se fue con su marido a España, y su embarazo no supuso un obstáculo para que continuara trabajando para el partido (Comisión de Redacción de PCA, 1972). De España pasó a la Unión Soviética, donde quedaría atrapada por la Segunda Guerra Mundial. Regresó a Argentina a finales de los años cuarenta. A Fanny Edelman le cupo un papel de liderazgo en el Comité Argen- tino de Mujeres Pro Huérfanos Españoles (Pieper Mooney 2013). En sus memorias, Banderas, pasiones, camaradas, cuenta que en España se de- dicó a trabajar para el Socorro Rojo, organización auspiciada por los co- munistas. A su regreso a la Argentina, Fanny fue promovida a miembro del Comité Central del Partido y responsable femenino del CC (Edelman 1996). Las hermanas Abramson, Paulina y Adelina, nacidas en Buenos Ai- res en el seno de una familia de inmigrantes judíos de Rusia, regresaron con sus padres a Moscú en 1932 y de allí fueron a España pocos meses des- pués del comienzo de la Guerra Civil (Abramson 1994). Berta Baumkoler ya había llegado a España en 1934 con su marido. En su libro, La lucha es vida, cuenta que no se limitó a enseñar en escuelas para soldados revolu- cionarios o a organizar comedores, sino que también realizó guardias en cuarteles comunistas (Baumkoler 2000). La legendaria figura de MicaelaMika Feldman (1902–1992), sin embar- go, ha atraído mayor atención en los últimos años. Nació en Moisés Ville, en la provincia de Santa Fe, a comienzos del siglo xx. Sus padres, rusos ju- díos, habían llegado a Argentina huyendo de los pogroms. Por entonces, su padre enseñaba ídish en la colonia, patrocinada por el barón Hirsch. Mika Feldman se convirtió en dentista y tuvo una larga trayectoria de actividad revolucionaria. El año 1919 y los episodios antisemitas de la Se- mana Trágica fueron decisivos para su carrera revolucionaria y la de su futuro esposo:

Llega así el año 1919 con su semana trágica del mes de enero. La huelga de Va- sena paraliza la metalurgia. La revolución rusa exaspera el antisemitismo de

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los reaccionarios. Por entonces todavía se llamaba rusos a los judíos. Entre Paso y Junín, de Corrientes a Tucumán, vive «la rusada». La gentuza respon- sable de los disturbios obreros, causante de la lucha que llevan los obreros de Vasena en una huelga que por su magnitud y firmeza hace temblar a la bur- guesía y desata el frenesí argentinista de la Liga Patriótica de Carlés. Detrás de los niños bien que forman la tropa de la Liga Patriótica, entra al barrio de los rusos el escuadrón de seguridad. Para escarmiento de esos bolcheviques subversivos que venden arenques salados y pepinos, son sastres o carpinteros, los jinetes del escuadrón arrastran entre sus caballos, atados por la barba a los viejos, uncidos a las monturas de los jóvenes. Las calles se manchan de sangre. Teníamos entonces de presidente a Hipólito Irigoyen, mediante una huelga que, por su dimensión y firmeza, hacía temblar a la burguesía. (Tarcus 2000)

Tras un breve período frecuentando círculos anarquistas en Rosario, Feldman se sumó al ala izquierda del PCA en 1923, en parte por su rela- ción con Hipólito Etchebéhère, un estudiante de ingeniería que milita- ba en el partido. Participó en el Comité Comunista Femenino, bregando por leyes laborales que protegieran a las mujeres trabajadoras, aunque no pasó mucho tiempo hasta que Feldman y Etchebéhère fueran expulsa- dos por su radicalización e inclinaciones trotskistas. Fue una de las fun- dadoras del Partido Comunista Obrero, organización que también termi- nó dejando para recorrer la Patagonia con un consultorio odontológico ambulante. En su autobiografía Mi Guerra de España, Feldman cuenta cómo a principios de la década de 1930 llegó con su pareja, Hipólito, primero a Alemania y Francia y luego a la península. Una vez allí se sumaron al Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), de orientación trots- kista. Cobró fama cuando, tras caer Etchebéhère, asumió el mando del regimiento y obtuvo el rango de capitán. La mayor parte de los artícu- los y sitios web dedicados a Feldman y a su carrera revolucionaria omi- ten su condición de judía. A lo sumo mencionan que sus padres eran in- migrantes de la Europa oriental y que nació en Moisés Ville (Feldman 2012). Feldman mantuvo su postura antifranquista muchos años después de la derrota de la República. Efectivamente, en el período posterior a 1939 fueron muchos los argentinos, incluyendo aquellos judíos, que en-

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68 [47–75] R. REIN · LOS VOLUNTARIOS JUDÍOS DE PALESTINA Y ARGENTINA EN LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA viaron dinero a refugiados españoles y protestaron contra las políticas brutales del general Franco (McGee Deutsch 2012a, 221–236; Rein 1993, 150–152 y 286). Entre los voluntarios argentinos judíos, el más famoso era Simón Ra- dowitzky. Nacido en el seno de una familia judía de trabajadores en Ucra- nia, Radowitzky estuvo muy involucrado en la política revolucionaria desde temprana edad. Llegó a Argentina en 1908, y pronto se unió a un grupo de anarquistas exiliados rusos. Después de la brutal represión de la manifestación del 1 de mayo de 1909, Radowitzky decidió eliminar al jefe de policía Ramón Falcón, de infame reputación reaccionaria y antisemita, asesinato por el que fue sentenciado a cadena perpetua. En 1930, como resultado de una larga campaña para asegurar su liberación, fue expul- sado de Argentina. Cuando estalló la Guerra Civil española, partió hacia la península ibérica. En Aragón se reunió con una división anarquista y, más adelante, trabajó en Barcelona para la división cultural del sindicato anarquista CNT. Con la victoria de Franco, tuvo que huir a Francia, desde donde partió a México (Martí 2010).

Conclusiones

Las Brigadas Internacionales se formaron a mediados de octubre de 1936. Sin embargo, como hemos visto, los primeros voluntarios extranjeros que se pusieron al servicio de la República fueron los atletas que habían llegado a Barcelona para la Olimpiada Popular. Entre estos voluntarios la presencia judía fue nada desdeñable, incluyendo algunos deportistas de la Palestina judía. El Comintern intentaba alistar solamente exsoldados experimentados, pero, como se notaba en los casos de la Argentina y Palestina, la mayoría de los voluntarios no habían tenido nunca un rifle en la mano antes de llegar a la península ibérica, en algunos casos por su joven edad. A diferen- cia de la propaganda nacionalista que sostenía que casi todos los volunta- rios eran comunistas, de hecho, como en el caso argentino, las Brigadas incluyeron también a liberales, socialistas y anarquistas, y el concepto de antifascismo tenia diferentes significados para los distintos voluntarios. El grupo de voluntarios de Palestina mostró también una cierta hetero-

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69 [47–75] R. REIN · LOS VOLUNTARIOS JUDÍOS DE PALESTINA Y ARGENTINA EN LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA geneidad, al incluir sionistas socialistas dentro de una mayoría comunis- ta. Sabemos que no todos en las Brigadas Internacionales eran extranje- ros, así como no todos los voluntarios extranjeros luchaban en el marco de las Brigadas Internacionales. Esta última afirmación es seguramente cierta para los que vinieron de Argentina. De la misma manera hemos visto que no todos los judíos luchaban en el marco de la Compañía Naf- tali Botwin, así como no todos los voluntarios que luchaban en el marco de esta unidad eran judíos. El apoyo a la República durante la lucha fratricida atrajo por aquellos años en Argentina mayor participación que cualquier otro movimiento político. En parte, esto se debe a las raíces españolas de muchos argenti- nos, pero también a la sensación de amplios sectores de que la República confrontaba desafíos similares a los de la sociedad argentina, que a la sa- zón veía la creciente influencia de grupos nacionalistas, de la Iglesia ca- tólica como institución y de los círculos militares. La presencia judía entre los argentinos que apoyaron al bando repu- blicano fue notoria. Muchos de los judíos participaban en movimientos sindicales y de izquierda del país ya desde antes, y en los años treinta con- sideraron vital enfrentarse y oponer resistencia a todo aquello que se pa- reciera al fascismo, dentro y fuera de Argentina. No debe sorprender, por consiguiente, que se sumaran a una variedad de manifestaciones de soli- daridad con la República Española, luchando por su supervivencia con- tra sus enemigos nacionalistas, que contaban con el apoyo de la Alemania hitleriana y la Italia de Mussolini. Al combatir la causa fascista defendían sus propios espacios en Argentina y luchaban por un mayor pluralismo, democracia y justicia social. Para ellos, como para tantos otros judíos en muchos países, se trataba de una lucha transnacional con metas nacio- nales (argentinas, francesas o estadounidenses). Desde la perspectiva de género y el enfoque biográfico de voluntarias como Dora Levin, Mika Feldman o Fanny Edelman, vemos que su actua- ción tenía que ver también con la lucha acerca del lugar de la mujer en la sociedad. Numerosos voluntarios en la Guerra Civil, independientemente de sus países de origen, eran de tendencias internacionalistas y no enfa- tizaban el componente judío en su identidad. No obstante, hay un pun- to que queda claro: la proporción de judíos entre los voluntarios de cada

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país fue, en la mayor parte de los casos, muy superior a su equivalente en la población general de ese país. Cuando se investiga la Palestina de la década de 1930 y las actitudes contemporáneas de los partidos políticos judíos, de diversas asociaciones civiles y de la prensa local, resulta evidente que una considerable mayo- ría se movilizó para apoyar a la República Española. La historiografía ha tendido a sobreestimar el compromiso del PCP en dicho apoyo y ha asu- mido que fue inmediato, inequívoco e incondicional. Simultáneamente hay una tendencia a subestimar el compromiso de la izquierda sionista con la causa republicana. Si bien es verdad que la mayor parte de los lí- deres sionistas, incluyendo los de izquierda, se opusieron a que jóvenes judíos de Palestina fueran a luchar a España, sí manifestaron su apoyo a la causa republicana en una amplia gama de maneras. El alcance de este compromiso fue tal que incluso diez años después de terminado el con- flicto armado, el Estado de Israel recientemente establecido dudaba aún si establecer o no vínculos formales con el régimen impuesto por el líder nacionalista, el generalísimo Francisco Franco, vencedor de la Guerra Civil.

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75 [47–75] «Menos Camboyas, Caperucita». Reflexión sobre la represión franquista, 1939–1953

Julius Ruiz Universidad de Edimburgo orcid.org/0000-0002-3122-2349

Presentación: 15 feb. 2020 | Aceptación: 1 abr. 2020 | Publicación: 31 oct. 2020

Citació recomanada: Ruiz, Julius. 2020. «“Menos Camboyas, Caperucita”. Reflexión sobre la repre- sión franquista, 1939–1953». Dictatorships & Democracies. Journal of History and Culture 8: 77–94. doi: https://dx.doi.org/10.7238/dd.v0i8.3183

Resumen: Este artículo examina críticamente los debates actuales sobre la represión fran- quista tras la victoria incondicional de Francisco Franco sobre la Segunda República en 1939. Analiza la tesis de que el tratamiento del régimen a los vencidos era producto de una política de exterminio y cuestiona la validez de la frecuente afirmación de que solo Camboya tiene más fosas comunes que España. Destaca la importancia de la ins- titucionalización de la represión a partir del invierno de 1936–1937 y concluye que, si bien el Nuevo Estado franquista estaba decidido a castigar a los anti-españoles, no hubo una política de exterminio. Palabras clave: represión política, Guerra Civil, régimen franquista, memoria histórica

«Less Cambodia, Little Red Riding Hood». Reflection on Franco’s Repression, 1939–1953 Abstract: This article critically examines the current debates on the repression following General Franco’s unconditional victory over the Republic in 1939. It analyses the claim that the regime’s treatment of the vanquished reflected a policy of extermination, and questions the validity of the frequent claim that Spain is second only to Cambodia in the number of mass graves. It stresses the significance of the institutionalisation of the repression in the winter of 1936–1937, and concludes that although the Francoist New State was determined to punish anti-Spaniards, it did not exterminate them. Key words: political repression, Spanish Civil War, Franco regime, historical memory

Las portadas de los periódicos nacionales fueron muy parecidas el 2 de abril de 1939: advirtieron que con Franco no llegaba la paz, sino la victo- ria. Publicaron el parte oficial de guerra firmado el día anterior en Burgos por un generalísimo acatarrado: «En el día de hoy, cautivo y desarmado el ejército rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos

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militares. La guerra ha terminado». Tal y como ABC proclamó desde el re- cién liberado Madrid, ese sábado fue «el Día de la Victoria».1 Tres semanas después, en Málaga, el caudillo explicó: «Han acabado las jornadas de la guerra; de la guerra visible, de la guerra airosa; pero el enemigo no está muerto. No hemos luchado con españoles».2 Para el jefe de Estado, la re- conciliación con los vencidos sería una traición a España. Después del des- file de la victoria en Madrid el 19 de mayo con la participación de más de cien mil combatientes, Franco recordó a los españoles a través de la radio: «Lo que significa nuestra victoria lo sabéis vosotros mejor que nadie: la existencia de nuestra Patria». Luego advirtió que el 1 de abril «terminó el frente de la guerra, pero sigue la lucha en otro campo… la revolución an- tiespañola no se extirpa en un solo día». Y prometió un castigo a los que habían sometido a España «a un yugo extranjero y bárbaro enfangado en la charca criminal del marxismo». Un castigo que debería ser largo por- que aseguraba que «el triunfo de la revolución antiespañola fue posible por la inconsciente inhibición de tantos españoles».3 Es bien sabido que la extirpación de la «revolución antiespañola» por parte de los rebeldes no empezó en 1939 sino con la rebelión militar en julio de 1936. Sin duda, el terror y la represión han sido los temas más po- lémicos de la Guerra Civil. Como ha escrito Javier Rodrigo, el conflicto fue una «guerra al civil».4 La retaguardia fue más peligrosa que las líneas del frente. De las más de 300.000 víctimas del conflicto, la mitad fueron civiles. En la zona republicana, unos 50.000 fascistas fueron fusilados, mientras los rebeldes eliminaron unos 100.000 rojos.5 Aunque las cifras son espeluznantes, el conflicto español no fue la única guerra civil en Europa durante el siglo xx donde el número de fusilamientos de civiles se aproximó o superó las bajas militares. En la guerra civil finlandesa de

1 ABC [Madrid], 2 abr. 1939. 2 ABC [Madrid], 20 abr. 1939. 3 ABC [Madrid], 20 may. 1939. 4 Javier Rodrigo, «Guerra al civil. La España de 1936 y las guerras civiles europeas (1917–1949)», dentro Javier Rodrigo, coord., Políticas de la violencia. Europa, siglo XX (Zaragoza: Prensas de la Uni- versidad de Zaragoza, 2014). 5 Stanley G. Payne, The Spanish Civil War (Cambridge: Cambridge University Press, 2012), 244– 245; Francisco Espinosa, coord., Violencia roja y azul. España, 1936–1950 (Barcelona: Crítica, 2010), 77–78. Santos Juliá Díaz, coord., Víctimas de la guerra civil (Madrid: Temas de Hoy, 1999), 411–412.

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1918, menos de 10.000 soldados murieron en los frentes, mientras 10.274 civiles fueron ejecutados.6 De las 108.000 bajas en la guerra civil griega de 1943–1949, 67.000 fueron de civiles.7 Tampoco es sorprendente que los contrarevolucionarios matasen a más personas que sus enemigos; los ro- jos finlandeses, por ejemplo,solo fueron culpables de 1.649 fusilamientos. Resulta también evidente que, después de veinte años de la llamada proceso de la «recuperación de la memoria histórica», la historiografía sobre la represión rebelde ha superado con creces la de sus adversarios. Como dice Fernando del Rey en 2019, «por el volumen de estudios rea- lizados, hoy existe un manifiesto desequilibrio a favor de la historia de la represión franquista».8 Los esfuerzos de historiadores como Gutma- ro Gómez Bravo, Conxita Mir, Javier Rodrigo y Juan Carlos García Funes, entre muchos más, han puesto al descubierto los mecanismos represivos del primer franquismo.9 En octubre de 2019, el tema volvió a ocupar el primer plano con la ex- humación de Franco del Valle de los Caídos; «la democracia española», de- claró El País, «ha derribado su último tabú».10 Pero el debate actual sobre la represión rebelde parece más interesado en los primeros meses de la guerra —sin duda los meses más sangrientos— que en la posguerra. Por ejemplo, solo uno de los trece capítulos de El holocausto Español de Paul Preston —considerado por defensores de la tesis del «genocidio franquis- ta» como el libro de referencia sobre el tema— analiza lo que pasó des- pués de la victoria de Franco.11

6 Stanley G. Payne, La Europa revolucionaria. Las guerras civiles que marcaron el siglo XXI (Ma- drid: Planeta, 2011), 56 y 61. 7 Stathis N. Kayvas, The Logic of Violence in Civil War (Nueva York: Cambridge University Press, 2005), 249. 8 Fernando del Rey, Retaguardia roja. Violencia y revolución en la guerra civil española (Barcelo- na: Galaxia Gutenberg, 2019), 20. 9 Gutmaro Gómez Bravo, El exilio interior: cárcel y represión en la España franquista, 1939–1950 (Madrid: Taurus, 2009); Conxita Mir, Vivir es sobrevivir: justicia, orden y marginación en la Cataluña rural de posguerra (Lleida: Milenio, 2000); Javier Rodrigo, Hasta la raíz. Violencia durante la guerra civil y la dictadura franquista (Madrid: Alianza, 2008); Juan Carlos García Funes, A recoger bombas. Batallones de trabajo forzado en Castilla y León (1937–1942) (Sevilla: Foro por la Memoria de Sego- via/Atrapasueños, 2016). 10 El País, 25 oct. 2019. 11 Paul Preston, El holocausto español. Odio y exterminio en la guerra civil y después (Barcelona: Debate, 2011). Antonio Mínguez Macho, «Genocidio franquista», La genealogía genocida del franquis-

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En el ámbito político dominan las referencias a los fusilamientos sin juicio y a las fosas comunes. Se ha repetido hasta la saciedad el supuesto hecho de que solo Camboya tiene más fosas comunes que España, sobre todo por parte de políticos nacionalistas y de la izquierda. En un debate parlamentario de diciembre de 2016, por ejemplo, el portavoz del Partido Nacionalista Vasco, Aitor Esteban, reprochó al gobierno de Mariano Rajoy que no cumpliese la Ley de memoria histórica de 2007 de este modo: «No hay una oficina, no hay presupuestos, hay más de 140.000 en las cunetas, es el segundo país después de Camboya con más desaparecidos».12 Parece que esta afirmación la publicó por la primera vez Miguel Ángel Rodríguez Arias, profesor del Instituto de Derecho Penal Europeo e Internacional de la Universidad de Castilla La Mancha, en agosto de 2009.13 En este artículo, Rodríguez Arias hablaba de «143.353 desaparecidos del franquismo», aun- que posteriormente el autor bajó la cifra a «114.266 desapariciones forza- das» desde 17 de julio de 1936 a diciembre de 1951, que es la misma citada en el famoso auto de Baltasar Garzón de 16 de octubre de 2008 contra el franquismo.14 En todo caso, la afirmación de Rodríguez Arias ha sido cri- ticada por muchos historiadores y no historiadores, entre ellos el escritor Arturo Pérez-Reverte, que pidió «Menos Camboyas, Caperucita» en un ar- tículo de octubre de 2019.15 En su defensa, el abogado sostiene que «se le malinterpretó», alegando que muchos se han confundido el concepto de desapariciones forzadas con el de fosas comunes. Aquel lo «inventaron los nazis»: «Se coge a una persona y se la llevan, como decía el mariscal Wilhelm Keitel, al Nacht und Nebel, noche y niebla. Esa persona la elimi- nan y la hacen desaparecer, habitualmente en una cuneta o en una fosa».16

mo. Violencia, memoria e impunidad (Madrid: Abada, 2014). 12 La Vanguardia, 21 dic. 2016. 13 Salvador López, «Seguimos siendo el segundo país del mundo en cifras de desaparecidos, tan sólo por detrás de la Camboya de Pol Pot», entrevista a Miguel Ángel Rodríguez Arias, Rebelión, 30 ag. 2009, http://www.rebelion.org/noticia.php?id=90703. 14 Baltasar Garzón, auto de 16 de octubre de 2008, Administración de Justicia, Madrid, ht t p:// www.latinreporters.com/espagneGarzonFrancoLorca16102008M.pdf. Rodríguez Arias rectificó en El Confidencial las cifras que había dado el 6 de noviembre de 2019. 15 Arturo Pérez-Reverte, «Menos Camboyas, Caperucita», XLSemanal, 13 oct. 2019, https://www. xlsemanal.com/firmas/20191013/perez-reverte-menos-camboyas-caperucita.html. 16 El Confidencial, 6 nov. 2019.

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Dejando de lado consideraciones morales sobre la validez de estable- cer rankings de sufrimiento, la tesis de Rodríguez Arias es problemática por varias razones. En primer lugar, la mayoría de los detenidos bajo el decreto alemán Nacht und Nebel fueron deportados a Alemania, donde muchos fueron juzgados por el Tribunal del Pueblo (Volksgerichtshof); no es conocido el número de los deportados, pero es indudable que mu- chos murieron en las cárceles y campos de concentración nazis, y no en una cuneta.17 Más importante para la cuestión que nos ocupa, la cifra de 114.266 desapariciones forzadas es poco fiable porque está basada en in- formes recopilados por las asociaciones de memoria histórica, y no en investigaciones de historiadores profesionales.18 De hecho, la visión de la represión rebelde defendida por Rodríguez Arias ignora por comple- to los resultados fundamentales de más de cuarenta años de estudios lo- cales y provinciales. Por esa razón, hay que volver a El holocausto Español de Preston. Uno de sus argumentos más interesantes (y quizás olvidado por la polémica sobre el título) es su conclusión sobre el número de víctimas de la pos- guerra. En su apéndice gráfico que señala los muertos por regiones, Pres- ton concluye que se fusilaron unos 20.000 republicanos.19 Esto es muy significativo. Hace veinte años, muchos historiadores, sobre todo anglo- sajones, hablaban de 200.000.20 Es decir, la cifra actualizada representa el diez por ciento de la anterior. Esto subraya el hecho de que la investi- gación ha demostrado que la cronología es una de las claves para enten- der la represión del bando rebelde. En otras palabras, la gran mayoría de víctimas se fusilaron durante la guerra misma, o para ser más exactos, en los primeros meses de guerra antes de la proclamación de Franco como el jefe del Estado en octubre de 1936. Julián Casanova ha demostrado que más de cincuenta por ciento de todas las ejecuciones antes de la muerte

17 Ian C. B. Dear y Michael R. D. Foot, dir., The Oxford Companion to the Second World War (Oxford: Oxford University Press, 2001). 18 Sobre las deficiencias del auto de Garzón, véase Julius Ruiz, «¿El genocidio español? Reflexio- nes sobre el auto de Garzón», Noticiero de las ideas 37 (2009), 60–67. 19 Preston, El holocausto español, 817–823. 20 Véase, por ejemplo, Michael Richards, A Time of Silence. Civil War and the Culture of Repression in Franco's Spain, 1936–1945 (Cambridge: Cambridge University Press, 1998), 11.

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81 [77–94] J. RUIZ · «MENOS CAMBOYAS, CAPERUCITA». REFLEXIONADO SOBRE LA REPRESIÓN FRANQUISTA, 1939–1953 de Franco en noviembre de 1975 tuvieron lugar entre julio y octubre de 1936.21 Los fusilamientos fueron más elevados en términos absolutos y re- lativos en las zonas agrícolas conquistadas al principio de la guerra que en los centros urbanos ocupados en 1939, independientemente de facto- res como el número de habitantes o la pujanza de las organizaciones del Frente Popular. Con la excepción importante de Málaga (7.471 víctimas), las provincias con más de 6.000 muertos habían sido total o parcialmen- te ocupadas por los rebeldes en 1936. Están en Andalucía (Sevilla, 12.507; Córdoba, 9.579; Huelva, 6.019), Extremadura (Badajoz, 8.914) y Aragón (Zaragoza, 6.000). Las provincias ocupadas por los franquistas en 1939 están muy por debajo en el ranking, entre ellas Madrid (3.204), Valencia (3.128) y Barcelona (1.716).22 ¿Cómo se pueden explicar las diferencias entre provincias? No hay duda de que el discurso franquista no cambió sustancialmente durante los años de guerra y los primeros años de posguerra. Los llamamientos a la depuración o a la purificación de España fueron una constante. El pro- pio Franco le dijo al periodista Manuel Aznar en enero de 1939 que era imposible «devolver a la sociedad, o como si dijéramos, a la circulación social, elementos dañados, pervertidos, envenenados políticamente y mo- ralmente» sin antes «tomar precauciones» pues representarían «un peli- gro de corrupción y de contagio para todos, al par que el fracaso históri- co de una victoria alcanzada a costa de tanto sacrificio».23 Casi cinco años después, en diciembre de 1943, el ministro de Justicia Eduardo Aunós, en el prólogo del avance de la Causa General, la investigación franquista de los «crímenes rojos», arremetió contra «las masas enfebrecidas por la ola de crimen y de sangre que abrió el marxismo y sus aliados».24 El declive de fusilamientos, tanto en términos absolutos como relativos, en modo alguno refleja una política de reconciliación. En realidad, algunos estudios provinciales indican una relación entre la institucionalización de la represión y el descenso de ejecuciones. Este proceso creó antes del fin de la guerra un entramado burocrático dedica-

21 Juliá, coord., Víctimas de la guerra civil, 64–65. 22 Espinosa, coord., Violencia, 77; Preston, Holocausto, 817–823. 23 Informaciones, 11 abr. 1939. 24 Ministerio de Justicia, «Causa general: la dominación roja en España» (Madrid, 1943), 6.

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do al castigo de los vencidos. Los procesamientos judiciales estaban basa- dos en una ficción legal: los republicanos eran los culpables de la guerra. Como Ramón Serrano Suñer admitió en sus memorias, fue «la justicia al revés».25 En el centro estaban los consejos de guerra que condenaron los vencidos por el supuesto delito de rebelión militar; pero también había los tribunales de Responsabilidades Políticas, que incautaron los bienes de los derrotados, las depuraciones sociolaborales, y a partir de marzo de 1940, el Tribunal Especial para la Represión de la Masonería y el Co- munismo (TERMC), dedicado al castigo del llamado «contubernio ju- deo-masónico-comunista». En paralelo, el régimen franquista prometía la redención de los presos, o sea la conversión de rojos a españoles a tra- vés del trabajo forzoso. El resultado de todo este proceso represivo ma- sivo es claro: cientos de miles de procesados y condenados. Sin embargo, el régimen franquista también tomó una serie de decisiones destinadas a liquidar buena parte de aquel proceso represor durante los años cua- renta. Esto no supone, por supuesto, que no hubiera represalias después o que la división entre vencedores y vencidos hubiese desaparecido. De hecho continuó la persecución despiadada de la oposición antifranquista, sobre todo de los maquis.26 La derrota de la lucha guerrillera y los acuer- dos con el Vaticano y los Estados Unidos en 1953, que supusieron el fin del aislamiento internacional del régimen después de 1945, no marcaron un antes y un después en la división ideológica de España entre los buenos y los malos.27 Se mantuvieron los ritos de la victoria y el culto a los llamados «mártires» sin solución de continuidad; las delirantes denuncias de Fran- co contra «una conspiración masónica izquierdista en la clase política, en contubernio con la subversión comunista-terrorista en lo social» en su

25 Ramón Serrano Suñer, Entre el silencio y la propaganda, la historia como fue. Memorias (Bar- celona: Planeta, 1977), 245. 26 En relación a la persecución de la oposición antifranquista en los años cuarenta sigue sien- do fundamental el libro de Hartmut Heine, La oposición política al franquismo (Barcelona: Crítica, 1983). Hay muchos estudios sobre los maquis, por ejemplo, el de Secundino Serrano, Maquis. His- toria de la guerrilla antifranquista. Madrid: Temas de Hoy, 2001), o el de Jorge Marco, Guerrilleros y vecinos en armas. Identidades y culturas de la resistencia antifranquista (Granada: Comares, 2012). 27 Javier Rodrigo, Cruzada, paz, memoria. La Guerra Civil en sus relatos (Granada: Comares, 2013), 53–98.

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último discurso público el 1 de octubre de 1975 demuestran que el cau- dillo defendió su cruzada contra los enemigos de la patria hasta el final.28

II

Si es difícil establecer una línea divisoria en la represión de posguerra, es imposible analizarla sin hacer referencia a los acontecimientos de 1936. No cabe duda de que los rebeldes estaban dispuestos a todo para garanti- zar el éxito de la rebelión. La primera instrucción reservada de su direc- tor general Mola en mayo no deja dudas al respecto; en ella advertia que «la acción ha de ser en extremo violenta para reducir lo antes posible al enemigo» y que «desde luego serán encarcelados todos los directivos de los partidos políticos, sociedades o sindicatos no afectos al Movimiento, aplicándoles castigos ejemplares a dichos individuos».29 Son bien cono- cidos los discursos y exacerbación de la violencia de los dirigentes de la rebelión en el verano de 1936, y Baltasar Garzón reproduce algunos en su auto de 2008, como una alocución en Radio Sevilla del general Queipo de Llano que decía: «Yo os autorizo a matar, como a un perro, a cualquiera que se atreva a ejercer coacción ante vosotros: que si lo hiciereis así, que- daréis exentos de toda responsabilidad».30 Las cuantiosas matanzas de los primeros meses de guerra fueron selectivas, dirigidas contra militares y policías leales al Gobierno republicano, dirigentes y activistas de todas las organizaciones del Frente Popular, y también contra republicanos de izquierda, librepensadores y cualquier otro asociado con la obra secular de la República.31 Para muchos historiadores, la conclusión es innegable. Como Secundino Serrano escribió en 2008: «En su conquista del país, los rebeldes se vieron obligados a pacificar la retaguardia y, como no disponían de las fuerzas necesarias para ello, utilizaron la violencia como parte de la estrategia militar. La oleada de terror que sacudió a las provincias conforme triun-

28 ABC [Madrid], 2 oct. 1975. 29 Alberto Reig Tapia, Ideología e historia: sobre la represión franquista y la Guerra Civil (Ma- drid: Akal, 1984), 146. 30 Garzón, auto de 16 de octubre de 2008, 12. 31 Preston, Holocausto, capítulos 5–6.

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84 [77–94] J. RUIZ · «MENOS CAMBOYAS, CAPERUCITA». REFLEXIONADO SOBRE LA REPRESIÓN FRANQUISTA, 1939–1953 faba la sublevación seguía esas pautas: impedir la reacción de los venci- dos, invitarlos a la rendición sin condiciones. En la mentalidad de los je- fes sublevados no cabía negociación alguna. El corolario parecía evidente: no sólo era una guerra civil, sino también un programa de exterminio».32 ¿Pero existía realmente ese programa? En teoría, la España rebelde es- taba bajo el estado de guerra, declarado en toda la zona el 28 de julio de 1936.33 En realidad, y a pesar de esa declaración, la gran mayoría de los asesinatos fueron extrajudiciales, perpetrados por civiles como falangis- tas y carlistas con el consentimiento de las autoridades militares.34 Du- rante el verano sangriento de 1936, en general los tribunales militares solo condenaron a militares y políticos republicanos destacados.35 En Se- villa, por ejemplo, por lo menos 433 personas fueron fusiladas antes del primer consejo de guerra en agosto.36 El primer inculpado fue el general Miguel Campins, comandante militar de Granada. Su ejecución dos días más tarde refleja la fragmentación de poder en la zona rebelde: Queipo de Llano, el llamado virrey de Andalucía, rechazó un intento de Franco de salvar la vida de su amigo.37 El terror de 1936 no es una violencia espontánea, pero tampoco es una represión institucionalizada. De hecho, el desarrollo lento de la institucio- nalización de la justicia militar solo empezó en el invierno de 1936–1937 como consecuencia de la tendencia a centralizar el poder en las manos de Franco después de su investidura como comandante en jefe del Ejército alzado y como jefe de Estado, y de la creación de una nueva administra- ción −la Junta Técnica del Estado− en octubre.38 Es indicativo, también, del optimismo general existente entre los rebeldes sobre la marcha de la guerra después de la caída de Toledo a finales de septiembre, cuando

32 Secundino Serrano, «Génesis del conflicto: La represión de los huidos. La Federación Guerri- llera de León-Galicia», dentro José Aróstegui y Jorge Marco, coord., El último frente. Resistencia ar- mada antifranquista en España 1939–1952 (Madrid: Catarata, 2008), 101–102. 33 Boletín Oficial de la Junta de Defensa Nacional de España, 30 jul. 1936. 34 Juliá, coord., Victimas, 81–116. 35 Véase, por ejemplo, Juan Ortiz Villalba, Del golpe militar a la guerra civil: Sevilla 1936 (Córdo- ba: Vistalegre, 1998). 36 Alfonso Braojos et al., Sevilla, 36: sublevación fascista y represión (Sevilla: Muñoz Moya y Mon- traveta editores, 1990), 252–253 37 Ortiz, Del golpe militar a la guerra civil, 190–195. 38 Boletín Oficial del Estado, 2 oct. 1936.

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85 [77–94] J. RUIZ · «MENOS CAMBOYAS, CAPERUCITA». REFLEXIONADO SOBRE LA REPRESIÓN FRANQUISTA, 1939–1953 la victoria definitiva era considerada inminente. En noviembre de 1936 establecieron por decreto un organismo jurídico militar con el nombre revelador de «Auditoría del Ejército de Ocupación» para aplicar la jus- ticia militar en el Madrid liberado.39 Después del fracaso de la ofensiva franquista sobre la capital, se disolvieron las esperanzas de una victoria rápida y se ordenó por decreto en enero de 1937 la expansión masiva de la justicia militar en la zona franquista.40 Eso no significa que podamos marcar una clara línea divisoria entre represión arbitraria y legal en 1937. La construcción del Nuevo Estado fue gradual: el primer gobierno franquista no se estableció hasta enero de 1938.41 Se pueden ver los límites del proceso de la institucionalización de la justicia militar en Málaga después de la toma de la ciudad en febrero de 1937: la debilidad de las autoridades centrales en la implementación de la justicia contribuyó a una represión brutal, con más de 3.000 víctimas en los diez primeros meses de la ocupación.42 No obstante, es indudable que el invierno de 1936–1937 es el punto de inflexión en el número de fu- silamientos en las provincias ocupadas al principio de la guerra; solo en- tre el diez y el veinte por ciento tuvo lugar después de diciembre de 1936.43 También parece indudable que la gran mayoría de los fusilamientos de posguerra fueron consecuencia de sentencias de muerte por rebelión militar dictadas por los consejos de guerra.44 Hay que subrayar de nuevo que el fin de la guerra no significó ninguna novedad: el estado de guerra perduró en España hasta abril de 1948.45 Las fuerzas policiales que entra- ron en las ciudades antes republicanas fueron llamadas «columnas de orden y ocupación», y los consejos de guerra en Madrid actuaron bajo la

39 Boletín Oficial del Estado, 5 nov. 1936. 40 Boletín Oficial del Estado, 26 en. 1937. 41 Stanley G. Payne, The Franco Regime, 1936–1975 (Madison: University of Wisconsin Press, 1987), 163–196. 42 Para la represión en Málaga, véanse, por ejemplo, las obras de Antonio Nadal, Guerra civil en Málaga (Málaga: Arguval, 1984), y de Encarnación Barranquero Texeira, Málaga entre la guerra y la posguerra (Málaga: Arguval, 1994). 43 Juliá, coord., Victimas, 65. 44 Julius Ruiz, «A Spanish Genocide? Reflections on the post-war Francoist repression»,Contem - porary European History, vol. 14 (mayo 2005), 179. 45 Manuel Ballbé, Orden público y militarismo en la España constitucional (1812–1983), (Madrid: Alianza, 1985), 409.

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86 [77–94] J. RUIZ · «MENOS CAMBOYAS, CAPERUCITA». REFLEXIONADO SOBRE LA REPRESIÓN FRANQUISTA, 1939–1953 jurisdicción de la Auditoría del Ejército de Ocupación. Por lo tanto, el ré- gimen franquista trató su nuevo territorio como si fuera tierra extranjera. En especial, Madrid, como reconocía el ABC en marzo de 1940 con mo- tivo del primer aniversario de la toma la ciudad, «planteó un gigantesco problema».46 La capital de España había resistido a los ataques franquis- tas durante más de dos años y su lucha había sido celebrada por antifas- cistas de todo el mundo. En mayo de 1939, Serrano Suñer, el ministro de Interior, proclamó: «Hay que hacer un Madrid nuevo… Un Madrid donde nunca más puedan cometerse las vilezas que aquí se cometieron en el do- minio rojo». El cuñado de Franco pidió ayuda «para que todos podamos acabar con la españolería trágica del Madrid decadente y castizo, aunque hayan de desaparecer la Puerta del Sol y ese edificio de Gobernación, que es un caldo de cultivo de los peores gérmenes políticos».47 Así pues, uno de los dilemas a los que se enfrentaba el régimen de Franco en los primeros meses de paz era el de si una ciudad como Madrid, con semejantes con- notaciones rojas, debía continuar siendo la capital de España. A lo largo de 1939, en los altos círculos gubernamentales se barajaron y debatieron posibles candidatas alternativas.48 Serrano Suñer asegura que él fue el principal defensor de trasladar la capitalidad y que su candidata favori- ta era Sevilla.49 Al parecer, la decisión final de mantener la capitalidad de España en Madrid se fundamentó en la tradición imperial de la ciudad.50 Merece la pena reflexionar más sobre un proceso represor basado en la lógica de la justicia al revé, es decir, en el castigo de republicanos como rebeldes. No fue solo una represión de las derechas contra las izquierdas. Fue esto y mucho más. Cualquier servicio al Estado republicano, aunque hubiese sido forzado, significaría una condena. Por este motivo muchos quintacolumnistas fueron a la cárcel por su trabajo en pro de la Republi- ca, aunque en realidad servían la causa franquista. Basta un ejemplo. En enero de 1940, el Consejo Supremo de Justicia Militar dictó sentencia con- tra el comandante Manuel Albarrán Ordóñez. Tras fracasar en su intento

46 ABC [Madrid], 28 mar. 1940. 47 Informaciones, 20 may. 1939. 48 Julius Ruiz, La justicia de Franco (Barcelona: RBA, 2012), 78–79. 49 Serrano Suñer, Entre el silencio, 247–248. 50 Santos Juliá et al., Madrid. Historia de una capital (Madrid: Alianza, 1994), 431.

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de escapar a la zona rebelde en el verano de 1936, Albarrán fue obligado a organizar las fuerzas republicanas en el frente de Somosierra durante un tiempo antes de ingeniárselas para ser relevado de su puesto por una baja por enfermedad (fingida) en noviembre de 1936. Tras participar en actividades quintacolumnistas a partir de ese momento, acabó siendo detenido por la policía republicana en octubre de 1937 y sentenciado a la pena capital, condena que posteriormente le fue conmutada. Liberado de una cárcel republicana el 28 de marzo de 1939, tuvo que comparecer ante un consejo de guerra el 8 de septiembre de 1939. Después de ser ab- suelto, su causa fue remitida por el auditor de guerra al Consejo Supre- mo de Justicia Militar por discrepancias con el veredicto. En una nueva sentencia que imponía a Albarrán una pena de dos años de prisión por «auxilio a la rebelión», el alto tribunal castrense recordaba al infortunado quintacolumnista que todo oficial de carrera «tenía el deber de llevar al sacrificio su vida antes que prestar servicio a los enemigos de la Patria».51 La consecuencia lógica de este tipo de criterio judicial fue la incoación de cientos de miles de expedientes judiciales militares. En Granada, por ejemplo, más de 60.000 causas fueron incoadas después de marzo de 1939.52 Las cárceles estaban abarrotadas. En Madrid, había unos 50.000 reclusos a finales de diciembre de 1939, y 240.000 en toda España en octubre de 1940.53 Por lo tanto, la justicia militar franquista de posguerra fue brutal y cruel, basada en la farsa legal de la justicia al revés. ¿Pero refleja ello «un programa de exterminio», como sostiene Secundino Serrano? Como he dicho, las investigaciones locales no respaldan esa tesis. Bien al contra- rio, las sentencias de muerte siempre fueron una minoría. En Albacete, por ejemplo, Manuel Ortiz Heras estima que solo el tres por ciento de las condenas terminaron con la muerte del condenado.54 Incluso la feroci- dad de los consejos de guerra se redujo con el paso del tiempo. El bienio

51 Archivo General de la Administración (Alcalá de Henares), Ministerio de Justicia (Fondo de Responsabilidades Políticas), 30.510. 52 Rafael Gil Bracero, «La justicia nacional y el Tribunal de Responsabilidades Políticas de Grana- da: las fuentes y primeras conclusiones», Justicia en guerra (Madrid: Ministerio de Justicia, 1990), 606. 53 Documentos inéditos para la historia del Generalísimo Franco (Madrid: Fundación Nacional Francisco Franco, 1992), vol. 2(i), 386–387. 54 Manuel Ortiz Heras, Violencia política en la II República y el primer franquismo (Madrid: Si- glo XXI, 1996), 370–371.

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1939–1940 fue en el que se dieron el setenta por ciento de las ejecuciones en Madrid y en Levante, y el ochenta y cinco por ciento en Barcelona.55 Así pues, no se puede establecer una relación clara entre el declive de fusila- mientos y una situación internacional cambiante. Algunos dicen que los franquistas terminaron los fusilamientos en masa para lavar la cara del régimen ante la derrota del Eje en la Segunda Guerra Mundial.56 Es decir, se hubiese continuado el exterminio si no hubiese sido por la victoria de los Aliados. Pero es evidente que el proceso empezó cuando la Wehrma- cht alemana aún dominaba el continente europeo; la ferocidad de la re- presión franquista claramente disminuyó antes de la victoria soviética en Stalingrado y de la Operación Torch en el invierno de 1942–1943, que cambiaron la situación estratégica de la guerra por completo. Sin embargo, como hemos visto más arriba, no se aplicó únicamente la lógica de la justicia al revés en los consejos de guerra. El régimen fran- quista creó otras jurisdicciones especiales para castigar a los vencidos. Y también en esas esferas el fin de la guerra supuso una intensificación de los procesos represivos iniciados durante el conflicto. Tomemos como ejemplo la esfera de responsabilidades políticas. En septiembre de 1936, todas las organizaciones del Frente Popular fueron declaradas fuera de ley y se incautaron sus bienes. Según el preámbulo del decreto, el Fren- te Popular fue la culminación del antipatriotismo «que, bajo apariencia política, envenenó al pueblo» y culminó en la «absurda resistencia soste- nida contra el movimiento nacional» a partir de julio de 1936.57 Apenas una semana después de la caída de Cataluña, en febrero de 1939, el régi- men publicó la tristemente famosa Ley de responsabilidades políticas. Su artículo primero declaraba «la responsabilidad política de las personas, tanto jurídicas como físicas, que desde primero de octubre de mil nove- cientos treinta y cuatro y antes de dieciocho de julio de mil novecientos treinta y seis, contribuyeron a crear o a agravar la subversión de todo or- den de que se hizo víctima a España y de aquellas otras que, a partir de la

55 Ruiz, «A Spanish Genocide», 177–178. 56 Véase, por ejemplo, Richards, Time of Silence, 223. 57 Boletín Oficial de la Junta de Defensa Nacional de España, 16 sept. 1936.

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89 [77–94] J. RUIZ · «MENOS CAMBOYAS, CAPERUCITA». REFLEXIONADO SOBRE LA REPRESIÓN FRANQUISTA, 1939–1953 segunda de dichas fechas, se hayan opuesto o se opongan al Movimiento Nacional con actos concretos o con pasividad grave».58 Esto es de nuevo la justicia al revés en su forma más extrema: actos pa- sivos desde la revolución de octubre de 1934, o sea dieciocho meses antes de la rebelión misma, bastaban para ser culpable. No fue la única nove- dad: el mismo mes, el régimen anunció las normas para la depuración de los funcionarios de la Administración estatal, esgrimiendo el mismo criterio que la Ley de responsabilidades políticas.59 Los franquistas ya ha- bían purificado el magisterio con la siguiente justificación: «El hecho de que durante varias décadas el Magisterio en todos sus grados y cada vez con más raras excepciones haya estado influido y casi monopolizado por ideologías e instituciones disolventes, en abierta oposición con el genio y tradición nacional, hace preciso que […] se lleve a cabo una revisión total y profunda en el personal de Instrucción Pública, […] extirpando así de raíz esas falsas doctrinas que con sus apóstoles han sido los principales factores de la trágica situación a que fue llevada nuestra Patria».60 El resultado de todo esto fue el esperable: cientos de miles de expedien- tes. Unos 60.000 maestros y maestras de escuela tuvieron que demostrar su lealtad al régimen para que se les permitiera enseñar en la España de Franco.61 En el ámbito de responsabilidades políticas, más de 189.000 ex- pedientes fueron incoados hasta septiembre de 1941, pero, como muchas de las investigaciones fueron colectivas, el número real de inculpados fue mayor.62 A pesar de ello, el celo represor del Nuevo Estado franquista su- peraba con mucho sus propias capacidades; el régimen no tenía los re- cursos necesarios para castigar a tanta gente. En ese mismo año empezó el proceso de liquidación de la represión masiva. Se aceleró el proceso de sobreseimiento de las causas militares y 47.000 penados salieron en li- bertad condicional en 1941. A finales de 1943, cuando el régimen decretó la libertad condicional a todos los penados salvo a aquellos culpables de

58 Boletín Oficial del Estado, 13 febr. 1939. 59 Boletín Oficial del Estado, 14 febr. 1939. 60 Boletín Oficial del Estado, 11 nov. 1936. 61 Francisco Morente Valero, La Escuela y el Estado Nuevo: la depuración del Magisterio Nacional (1936–1943). (Valladolid: Ámbito, 1997) 62 Archivo General de la Administración (Alcalá de Henares), Ministerio de la Presidencia, caja 4.022.

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«crímenes de sangre», 134.000 ya habían salido de la cárcel. En febrero de 1952, solo había unos 800 condenados por crímenes de guerra en pri- sión.63 Del mismo modo, una reforma de la Ley de responsabilidades po- líticas de febrero de 1942 archivó la gran mayoría de las investigaciones. Finalmente, la ley quedó derogada a efectos prácticos por un decreto de abril de 1945, aunque solo se decretó «la prescripción de todos los delitos cometidos con anterioridad al 1 de abril de 1939» con ocasión del trigési- mo aniversario de la victoria franquista.64 Para justificar públicamente un proceso tan masivo como el de la liqui- dación del legado penitenciario de la Guerra Civil, el régimen recurrió a los lemas católicos de la redención y la caridad. Los prisioneros puestos en libertad, habiendo expiado ya su pecado de apoyo a la República, estaban listos por fin para reintegrarse en la comunidad nacional. El preámbulo del decreto de 17 diciembre de 1943 que extendía la libertad condicional a los penados con sentencias de veinte años y un día, retrataba una «Pa- tria» benevolente, «una gran familia regida en su espiritualidad por los más puros principios cristianos, [que] induce [al régimen] a extender ge- nerosamente los preceptos legales de perdón … [y a] incorporar a la vida nacional y familiar un considerable número de españoles que inducidos por insensatas propagandas abandonaron los caminos del bien».65 La redención no fue solo la característica clave del proceso masivo de puesta en libertad condicional, sino de la política penitenciaria de los fran- quistas en general. Los penados podían reducir sus sentencias mediante el trabajo. Franco estableció el criterio del programa de la redención de penas por el trabajo por decreto en mayo de 1937. Basado en el principio de que se tiene el derecho y la obligación de trabajar, subyacente en la creación (unos días después) de los batallones de trabajo de prisioneros de guerra, el proyecto entró en vigor el 1 de enero de 1939. Los vencidos proporcionaron al Estado franquista y a la industria privada una fuen- te barata de mano de obra. Parte de los trabajos se realizaban en talleres instalados en las propias prisiones. El primero de los que se creó bajo los

63 Ruiz, La justicia de Franco, 174. 64 Ibíd., 234–240 & Boletín Oficial del Estado, 1 abr. 1969. 65 Boletín Oficial del Estado, 20 dic. 1943.

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91 [77–94] J. RUIZ · «MENOS CAMBOYAS, CAPERUCITA». REFLEXIONADO SOBRE LA REPRESIÓN FRANQUISTA, 1939–1953 auspicios del programa fue inaugurado por el padre Pérez del Pulgar, di- rector y avalador ideológico del Patronato Central para la Redención de las Penas por el Trabajo, en la Cárcel Central de Alcalá de Henares, en agos- to de 1939. Como no podía ser de otro modo, los primeros productos allí fabricados fueron bancos de iglesia y 15.000 crucifijos de escuela. En sep- tiembre de 1943, había ya 800 presos redimiendo su pena en ese taller.66 No obstante, el trabajo realizado fuera de las cárceles fue mucho más im- portante. Sin duda, el ejemplo más famoso fue la obra privada (aunque bajo el control general del Estado) en Cuelgamuros, en las inmediacio- nes de El Escorial. Tres empresas privadas (San Román, Molán y Banús) se encargaron de la construcción del Valle de los Caídos, el monumento conmemorativo que Franco dedicó a los muertos de guerra; en 1943, tra- bajaban allí 250 reclusos.67 Sin embargo, un grupo fue siempre excluido de los programas franquis- tas de redención: los masones. De hecho, la represión de la masonería se intensificó durante los años cuarenta. Las opiniones de Franco sobre ellos son bien conocidas. Según su versión de la historia, eran responsables de todos los males de la patria, tal y como rezaba el preámbulo de la Ley so- bre represión de la masoneria y el comunismo de marzo de 1940: «Aca- so ningún factor, entre los muchos que han contribuido a la decadencia de España, influyó tan perniciosamente en la misma y frustró con tanta frecuencia las saludables reacciones populares y el heroísmo de nuestras Armas, como las sociedades secretas de todo orden y las fuerzas interna- cionales de índole clandestina. Entre las primeras, ocupa el puesto más principal la masonería».68 Hay que subrayar que, a pesar de su título, la ley de marzo de 1940 es- taba dirigida casi exclusivamente contra los masones. Entre los casi 700 madrileños condenados por su Tribunal Especial antes de 1945, por ejem- plo, el 96% eran masones; y de las más de 2.000 sentencias emitidas por el Tribunal Especial contra exiliados hasta la derogación de la ley en 1963,

66 José Manuel Sabín, Prisión y muerte en la España de postguerra (Madrid: Anaya & Muchnik, 1996), 169–197. 67 Daniel Sueiro, La verdadera historia del Valle de los Caídos (Madrid: Sedmay,1976). 68 Boletín Oficial del Estado, 2 mar. 1940.

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el 98% fueron de condenas por masonería y solo en doce casos por comu- nismo. Como en el de Juan Negrin, que ni siquiera era militante del PCE.69 Es también interesante observar que, a diferencia de los mecanismos institucionales de las otras jurisdicciones de la represión, la ley antima- sónica se mantuvo sin reformas hasta su derogación en 1963. Más aún, la persecución se intensificó durante los años de aislamiento internacional de España después de la Segunda Guerra Mundial. Entre las casi 27.000 causas abiertas por el Tribunal Especial entre 1941 y 1953, el 58% tuvie- ron lugar después de 1946.70 Estos fueron los años de los artículos de Ja- kim Boor, o sea del propio Franco, en Arriba denunciando los llamados «manejos turbios de la masonería internacional», dirigidos por el presi- dente estadounidense y gran maestre Harry S. Truman. Como el caudillo escribió el 9 de agosto de 1949, «al ocupar la Presidencia, por la muerte del anterior Presidente [Roosevelt en 1945], Mr. Truman, de gran abolen- go masónico, se acerca a aquella meta deseada con la elevación de éste al más alto grado de la masonería americana». Entonces aprovecha «la ma- sonería el ascenso de los Estados Unidos al primer puesto rector del Oc- cidente, como consecuencia de la victoria [en 1945]… y como inmediata consecuencia de la ofensiva a España».71 En conclusión, ¿cómo se puede explicar la represión durante el primer franquismo? Es patente, como demuestran las instrucciones de Mola en 1936, que los rebeldes estaban dispuestos a utilizar una violencia extre- ma para salvar España. Pero eso no significa que los fusilamientos obe- decieran a planes de exterminio. El terror en la España rebelde, como en la España leal, fue consecuencia del fracaso de la rebelión militar y de la fractura del poder. Como hemos visto, se produjo una caída relativa de ejecuciones después de la institucionalización de la represión en el in- vierno de 1936–1937. Es decir, mientras el objetivo general de la represión —el castigo de la anti-España— fue constante, la manera de conseguir esta meta cambió con la fundación del Nuevo Estado. El final de la guerra no cambió mucho las cosas en este sentido. El régimen estableció nuevas ju-

69 Ruiz, La justicia, 299–306. 70 Centro Documental de la Memoria Histórica (Salamanca), TERMC, caja 1.257. 71 Jakim Boor [Francisco Franco], «Alta masonería», Arriba, 9 ag. 1949, reproducido en ht t p:// www.conoze.com/doc.php?doc=5345.

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93 [77–94] J. RUIZ · «MENOS CAMBOYAS, CAPERUCITA». REFLEXIONADO SOBRE LA REPRESIÓN FRANQUISTA, 1939–1953 risdicciones represivas en los últimos meses de la guerra que empezaron su labor después de la derrota de la República, como la Ley de responsa- bilidades políticas de febrero de 1939. A pesar de ello, el régimen no dis- ponía de la capacidad para castigar a tantos republicanos, y miles de los vencidos salieron de las cárceles a partir de 1941. Esta liquidación de la represión masiva no tenía nada que ver con la reconciliación; el régimen no cesaba de perseguir a la oposición antifranquista con saña y feroci- dad. El antifranquismo continuaba siendo sinónimo de criminalidad; o según el decreto de abril de 1947, de bandidaje y terrorismo.72 El discurso franquista mantuvo la división entre españoles y antiespañoles, que per- duraría hasta la muerte del dictador. Pero la liquidación de la represión masiva es significativa. En ello encontramos una explicación de la longe- vidad del régimen: la capacidad de adaptarse a las circunstancias sin re- pudiar formalmente su ideología.

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72 Boletín Oficial del Estado, 6 may. 1947.

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94 [77–94] En pos de una economía de la memoria: el caso del Valle de los Caídos

Silvina Schammah Gesser Instituto Salti para el Estudio del Ladino, Universidad de Bar Ilán (Israel) Instituto S. Harry Truman para la Promoción de la Paz, Universidad Hebrea de Jerusalén (Israel) orcid.org/0000-0002-2449-8996

Irene Rincón Narros Instituto de Lenguas y Culturas del Mediterráneo y Oriente Próximo (ILC), CSIC (España) orcid.org/0000-0003-0407-2514

Presentación: 6 mar. 2019 | Aceptación: 15 jun. 2020 | Publicación: 31 oct. 2020

Cita recomendada: Schammah Gesser, Silvina, y Irene Rincón Narros. 2020. «En pos de una eco- nomía de la memoria: el caso del Valle de los Caídos». Dictatorships & Democracies. Journal of His- tory and Culture 8: 95–126. doi: https://dx.doi.org/10.7238/dd.v0i8.3186

Resumen: Este artículo analiza las formas en que la memoria traumática colectiva se tra- duce, entre otros procesos, en bienes materiales. Sostenemos que la producción de me- moria es también un proceso económico que involucra la inversión de recursos con la expectativa de obtener beneficios. Por lo tanto, las manifestaciones de la memoria pública (p. ej., fechas conmemorativas, monumentos, mausoleos, museos y espacios de conmemoración, así como actividades de infoentretenimiento que fusionan informa- ción, esparcimiento y consumo, publicaciones y representaciones artísticas, audiovi- suales o literarias a gran escala) dependen de la asignación de recursos como tiempo, espacio y dinero. A pesar del estatus sin precedentes que los estudios de memoria han alcanzado dentro de las humanidades y las ciencias sociales, el carácter económico de la memoria, especialmente de la memoria traumática, ha recibido escasa atención (Sha- uli & Schammah Gesser 2016–2019). Si el recuerdo colectivo consume tiempo, espacio, insumos y otros recursos, y, además, produce no solo beneficios políticos, sociales, cul- turales y simbólicos, sino también económicos, resulta necesario investigar la gestión de su producción, de su mantenimiento y difusión, así como la de su mercantilización y consumo. A partir de estas premisas, el presente artículo ofrece una lectura econó- mica del Valle de los Caídos.

Nota: Este artículo forma parte del proyecto Does it Pay to Remember? The Economy of Memory in Comparative Perspective: Cases from Southeast Asia, South America and Southern , financiado por el Instituto S. Harry Truman para la Promoción de la Paz de la Universidad Hebrea de Jerusalén, codirigido con el Dr. Ran Shauli de la Universidad de Bar Ilán y desarrollado en Israel entre 2016 y 2019.

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95 [95–126] S. SCHAMMAH & I. RINCÓN · EN POS DE UNA ECONOMÍA DE LA MEMORIA: EL CASO DEL VALLE DE LOS CAÍDOS

Palabras clave: economía de la memoria, Valle de los Caídos, topografía fascista, patrimo- nio, inversión, usufructo

Towards an economic reading of the Valley of the Fallen Abstract: This article analyzes the ways in which collective traumatic memory translates, among other processes, into material goods. We claim that memory production is also an economic process that involves the investment of resources with the expectation of obtaining benefits. Therefore, manifestations of public memory (e. g., commemo- rative dates, monuments, mausoleums, museums and commemoration spaces, as well as large-scale educational activities, publications and artistic, audio-visual or literary representations) depend on the allocation of resources such as time, space and money. Despite the unprecedented status that memory studies have achieved within the hu- manities and social sciences, the economic nature of memory, especially traumatic memory, has received little attention (Shauli & Schammah Gesser 2016–2019). We ar- gue that collective memory, which consumes time, space, supplies and other material resources, not only produces political, social, cultural and symbolic benefits, but also economic ones. This implies managing its production, maintenance, dissemination, commodification and consumption. Elaborating on this perspective, the article offers an economic reading of the Valley of the Fallen. Keywords: economy of memory, Valley of the Fallen, fascist topography, heritage, invest- ment, profiting

Más allá del auge de la memoria Cuatro décadas después de la publicación del monumental proyecto de Pierre Nora, Lieux de mémoire, el campo de los estudios de la memoria ha alcanzado un estatus sin precedentes dentro de las humanidades y las ciencias sociales (Winter 2000; Confino 2002; Kansteiner 2002; Su- leiman 2006; Corning & Schuman 2015). Una primera ola de estudios se centró en el Estado-nación como marco de análisis. Los temas abar- caron desde «la búsqueda de un modus vivendi tolerable frente a un pa- sado traumático» hasta la representación de este pasado en las prácticas museísticas, en los monumentos, en las artes y en las narrativas (Forbes et al. 2009; Sorensen & Viejo-Rose 2015). No menos estudiada ha sido la manera en que las memorias históricas han condicionado las relacio- nes sociales, redefiniendo las políticas nacionales y los espacios públi- cos (Sevcenko 2011, 114–123; Sion 2008). Otra gran vertiente de análisis se ha enfocado en el potencial que tienen los lugares de memoria traumá-

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96 [95–126] S. SCHAMMAH & I. RINCÓN · EN POS DE UNA ECONOMÍA DE LA MEMORIA: EL CASO DEL VALLE DE LOS CAÍDOS tica para fomentar memorias multidireccionales y agonísticas, aunque también antagónicas.1 No obstante, la masa crítica de los estudios de memoria ha pasado por alto el carácter económico de la memoria traumática y, aún hoy, conta- mos con pocos trabajos sistemáticos que analicen el raciocinio económico detrás de las manifestaciones concretas de la memoria colectiva (Finkel- stein 2000; Bilbija & Payne 2011). Sabemos que no hay una memoria indi- vidual sin una memoria grupal que reitere y refuerce nuestros recuerdos, como ya lo estableció Maurice Halbwachs en 1925. La reminiscencia indi- vidual depende de la existencia de la memoria colectiva para la retención, la comparación y la verificación de los recuerdos personales. Más aún, la decisión racional de los individuos, como agentes de la memoria, de rea- lizar una inversión y un esfuerzo mental y emocional los convierte en un eslabón indispensable de lo que se puede designar un «abordaje econó- mico de la memoria». Dicho de otro modo, si recordar un hecho traumá- tico es doloroso, el individuo, como agente racional, recuerda un pasado traumático cuando puede esperar algo a cambio. Esta recompensa puede consistir en bienes sociales intangibles como la empatía, el reconocimien- to y la aceptación, la legitimidad y el encontrar un propósito en la vida, o bienes tangibles como reparaciones y subvenciones. Partiendo de esta premisa, argumentamos que la inversión en la producción de memoria y en las políticas públicas dependen tanto de la voluntad de los individuos como de la disposición de actores colectivos, sean estos organizaciones comunales, ONG, instituciones dentro y fuera del Estado-nación, como podrían ser las comunidades diaspóricas de memoria, u otros organismos supra- o transnacionales (Shauli & Schammah Gesser 2016–2019). Es este también el caso de los gobiernos y de sus administraciones a nivel local, municipal, regional y nacional, que dan recursos de diversos tipos, así

1 La memoria multidireccional, concepto acuñado por Rothberg, rechaza las relaciones jerár- quicas y competitivas que afirman que los recuerdos de un grupo, de una cultura o de una nación tienen más peso o significado que los de otro, y establece que están siempre sujetos a negociación y a referencias cruzadas. La memoria agonista va más allá, en tanto que explora las condiciones que fomentaron la violencia y busca la participación de todos los grupos para forjar un nuevo discurso. En contraposición, las memorias antagónicas tienden a ser exclusivistas y verticales, asumiendo que las víctimas son solo del grupo al cual se pertenece (Rothberg 2009; Berger et al. 2017).

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97 [95–126] S. SCHAMMAH & I. RINCÓN · EN POS DE UNA ECONOMÍA DE LA MEMORIA: EL CASO DEL VALLE DE LOS CAÍDOS como el de una gran variedad de empresas, inversores y actores privados que encuentran en las políticas públicas de la memoria un canal idóneo para proyectar y hacer negocios. A su vez, la presencia de la memoria colectiva traumática en el espacio público implica, al menos, tres variables. La primera se centra en una vi- sión del tiempo y de sus ciclos: las celebraciones, los calendarios y los días conmemorativos. Una segunda variable es el lenguaje. Pensemos en aque- llos conceptos que permiten nombrar y dilucidar el trauma: «memorias agónicas», «genocidio», «antropología forense», «topografía del terror». Lo mismo podemos decir de los conceptos de orden terapéutico, tanto colectivos como individuales, y que van desde la «justicia transicional» hasta la ya clásica terminología en referencia al trauma, la pérdida y la ausencia, como acting out y working through (LaCapra 1999). Una terce- ra variable nos remite a los lugares de memoria. Estos pueden ser centros de detención, tortura y exterminio, como la ESMA en la ciudad de Buenos Aires; cárceles, como la de Carabanchel en los alrededores de Madrid (Or- tiz 2013); campos de batalla y ruinas, como las de Belchite (Michonneau 2017), o predios monumentales y mausoleos, como es el caso del Valle de los Caídos en Cuelgamuros. En tanto que la producción de la memoria depende de la asignación de recursos a las variables de tiempo, de lenguaje y de espacio, no solo pro- porciona reparaciones y beneficios políticos, sociales, culturales y simbó- licos. La memoria colectiva traumática también implica la gestión de su producción, de su difusión, de su consumo y de su mantenimiento. Como tal, las manifestaciones públicas de memoria traumática deben también ser analizadas dentro de un marco económico, donde la inversión de re- cursos conlleva la expectativa de rendimientos. A su vez, mapear, cuan- tificar y sistematizar las manifestaciones y la mercantilización de la me- moria traumática permite entender cómo el mercado de la memoria es sensible no solo a los desmanes de conflictos sociopolíticos, ideológicos o generacionales, sino también a los auges y procesos de crisis y de des- aceleración económicas. Para analizar la economía de la memoria que se establece en sitios tan paradigmáticos como la cárcel de Carabanchel, las ruinas de Belchite o el Valle de los Caídos en Cuelgamuros es necesa- rio considerar una serie de variables. Son, entre otras, las siguientes: a) la

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98 [95–126] S. SCHAMMAH & I. RINCÓN · EN POS DE UNA ECONOMÍA DE LA MEMORIA: EL CASO DEL VALLE DE LOS CAÍDOS ubicación y las características tipo del sitio y de su demarcación; b) las fechas y los motivos de construcción, de inauguración, de clausura, de reinauguración o de demolición; c) la labor de arquitectos, así como la contratación de constructores, de servicios de proveedores de insumos y de mano de obra; d) la historia de la propiedad, su estatus legal y las for- mas de su administración; e) la evolución del debate en torno al lugar y los procesos de mitificación que lo han acompañado;f ) los usos públicos iniciales y potenciales del espacio y de sus instalaciones; g) la historia del valor del mercado inmobiliario del sitio y el seguimiento tanto de las in- versiones como de la trayectoria de los inversores involucrados; h) la dis- tancia entre el lugar y los asentamientos rurales, los complejos urbanos o las ciudades en expansión; i) el perfil socioeconómico de los habitantes en las áreas aledañas, y j) la presencia o la falta de actividades rentables en el sitio y en sus alrededores —p. ej., transporte público, visitas guiadas, tarifas de admisión, hotelería, alquiler de salas de convención, espacios de exhibición, cafeterías y demás. Dado que el valor monetario de la memoria es un concepto complejo que solo se puede cuantificar de manera indirecta, las variables enumera- das anteriormente ofrecen una estimación relativa del valor económico alternativo de los lugares de memoria traumática. El análisis de los meca- nismos de oferta y demanda de los productos básicos de memoria median- te una mayor especificación de las variables —como el valor inmobiliario de los espacios y sitios de memoria antiguos o emergentes, la inversión en industrias de recuperación de la memoria que mezclan la información con el entretenimiento, los ingresos de estas empresas y el aumento del turismo de patrimonio incómodo asociado al dolor, a la muerte y a los conflictos— permiten dilucidar los cambios en el valor de la propiedad de la tierra, los impuestos y la planificación en torno a lugares de memo- ria traumática tan diversos como son el Valle de los Caídos, las ruinas de Belchite o la ya demolida cárcel de Carabanchel. Partiendo del abordaje económico de la memoria traumática aquí es- bozado, en los siguientes apartados se analizará el proyecto del Valle de los Caídos como paradigma de exaltación arquitectónica en la nueva to- pografía fascista que implantaría el nuevo régimen franquista una vez finalizada la contienda fratricida. En segundo lugar, se abordarán los en-

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99 [95–126] S. SCHAMMAH & I. RINCÓN · EN POS DE UNA ECONOMÍA DE LA MEMORIA: EL CASO DEL VALLE DE LOS CAÍDOS tramados que aglutinaron el lucro empresarial y el trabajo forzado, pie- zas claves que ponen de relieve las similitudes entre el fascismo hispano, el nacionalsocialismo alemán y el fascismo italiano. En tercer lugar, se examinarán los cambios en la propiedad y la administración, y el poste- rior usufructo de los predios que constituyen el complejo del Valle de los Caídos. Todo ello permitirá abordar la tensión entre los distintos actores involucrados —organismos estatales como Patrimonio Nacional; entida- des religiosas como la abadía benedictina de la Santa Cruz del Valle de los Caídos; partidos políticos; particulares, y asociaciones provenientes de la sociedad civil—, así como el rol que, a lo largo de los años, han tenido los distintos jerarcas eclesiásticos y priores de la abadía.

1 Voluntad-de-arquitectura y topografía fascista: entre la exaltación y el colaboracionismo

El fascismo está saturado de espacio. Como sostiene muy acertadamente Nil Santiáñez, sus rasgos constitutivos se cristalizan en sus megarepresen- taciones y prácticas espaciales (Santiáñez 2007). La importancia otorgada al espacio por los jerarcas e ideólogos fascistas halló su máxima expresión en la voluntad-de-arquitectura. Ello se plasmó en una serie de discursos, de representaciones y de prácticas casi obsesivas en torno a las edifica- ciones monumentales, cuyo objetivo sería simbolizar e imponer un uni- verso estático y atemporal que reflejase la grandeza nacional y el poder absoluto (Santiáñez 2013). En España fue la pluma de Ernesto Giménez Caballero la que popularizó en Arte y Estado la representación fascista del espacio ibérico (2009). La recreación de una topografía fascista del pai- saje tanto urbano como rural, que Giménez Caballero ensalzó siguiendo los pasos de Joseph Goebbels —ministro de Propaganda de Hitler— y que se convirtió en el primer manifiesto de estética fascista en España, tendrá en Cuelgamuros, el valle que separa Madrid de Segovia, a sesenta kilóme- tros de la capital y ubicado en la región montañosa de Guadarrama, una cita obligada. Su objetivo sería la construcción de un monumento para inmortalizar los caídos del bando nacional muertos en combate. Sabemos que hacia el final de la guerra fueron muchas las localidades españolas que comenzaron a erigir pequeños monumentos y cruces ho-

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100 [95–126] S. SCHAMMAH & I. RINCÓN · EN POS DE UNA ECONOMÍA DE LA MEMORIA: EL CASO DEL VALLE DE LOS CAÍDOS menajeando a los héroes y mártires de la contienda civil. Los nombres de los caídos en cada localidad estaban siempre encabezados por el de José Antonio Primo de Rivera y no pocos ayuntamientos planearon realizarles un gran monumento. Tal fue el caso de la ciudad de Burgos, convertida en sede de la Junta de Defensa Nacional al inicio de la guerra, que compitió con la capital isleña de Las Palmas de , de donde Franco, por entonces a cargo de la Comandancia General de Canarias, había partido el 18 de julio de 1936 hacia Marruecos, dando así inicio a la sublevación que conduciría a la Guerra Civil (Castro 2008). No obstante, en agosto de 1939, el Gobierno central decretó la suspen- sión de cualquier iniciativa. La Inspección General de Suscripciones or- denó a todos los ayuntamientos que hubiesen obtenido fondos para tales proyectos, como fue el caso de Burgos, que había recaudado 231.175 pesetas, transferirlos al Estado. El motivo era claro: Franco se había reservado para sí el liderazgo de tal emprendimiento. El primer abad del monasterio de la Santa Cruz del Valle de los Caídos, el benedictino fray Justo Pérez de Ur- bel, historiador y prolífico periodista de ideología falangista y totalitaria, como lo demuestran sus ensayos en la prensa afín a este ideario (Pérez de Urbel 1938) se aseguró de difundir en varias ocasiones el haber escucha- do en boca del propio general Franco el relato de cómo encontró el para- je de Cuelgamuros y el porqué de su elección.2 Pero más allá de los mitos y las narrativas que se difundieron en torno a la ubicación del mausoleo, el Valle de los Caídos fue, desde sus inicios, una elección de transcenden-

2 Pérez de Urbel transcribe la narración de Franco en su guía del Valle de los Caídos (1959, 4) de la siguiente manera: «Un día, ya en los comienzos de 1940, le dije a Moscardó: “¿Quieres que vaya- mos a buscar el Valle de los Caídos?”. Porque el Valle debía existir y seguramente por esta zona. Lle- gamos hasta el Alto del León, descendimos hasta Guadarrama, tomamos la carretera que lleva a El Escorial y a los dos o tres kilómetros nos detuvimos para examinar una hondonada que se abría en dirección a la sierra. […] Seguimos hasta llegar a un cerro pedregoso. El guarda que nos acompañaba nos dijo que se trataba del cerro del Altar Mayor, nombre que nos impresionó. Trepé hasta la cima, no sin cierta dificultad. El paisaje me agradó sobremanera. “Sube”, grité a Moscardó, que sudaba y jadeaba cuesta arriba. Algo más al norte pude observar otra cima más alta todavía, un haz de riscos calvos de color dorado, entre cuyas grietas asomaba el verdor de algunos árboles raquíticos. “Es el cerro de La Nava”, dijo el guarda. El nombre es menos sugestivo que el de la altura en que estamos, pero su forma me parece más majestuosa. “No nos harás subir también hasta allí”, dijo el héroe del Alcázar de Toledo. “No es necesario por ahora, pero subiremos algún día y me atrevo a esperar que subirán muchos españoles”».

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101 [95–126] S. SCHAMMAH & I. RINCÓN · EN POS DE UNA ECONOMÍA DE LA MEMORIA: EL CASO DEL VALLE DE LOS CAÍDOS cia política, ideológica y propagandística sin igual. Las extraordinarias características geográficas buscadas para dar el marco adecuado al mau- soleo solo confirmaron el peso de su importancia (Méndez 1959, 1982). El paraje natural conocido como el risco de la Nava, situado en la sie- rra de Guadarrama, a una altitud de entre los 985 y los 1.758 metros, que se alcanzan en lo alto del monte Abantos y a una cota de altura de unos 1.398 metros, fue el sitio elegido para erigir la basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos. El monumento, cercano al monasterio de San Loren- zo de El Escorial, y a 58 kilómetros de la capital, que finalmente ocuparía 1.365 hectáreas, se situaba en el cruce de rutas que comunican el monte Abantos, uno de los más importantes de la sierra de Guadarrama, con las ciudades de Toledo, de Ávila, de Segovia y de Madrid. No cabía duda de que, con el paso del tiempo, el Valle de los Caídos se convertiría en un ex- ponente único dentro de la nueva topografía fascista, transformándose, varias décadas después, en un eslabón central dentro del circuito español de turismo cultural.3 Al aproximarse la fecha de su inauguración, el régimen franquista in- tentó maquillar el objetivo inicial del mausoleo: perpetuar únicamente la memoria de los caídos en la guerra del bando nacional. Así lo expre- só la circular del Ministerio de Gobernación en 1958, que dictaminó que el objetivo del monumento era «dar sepultura a quienes cayeron en la Cruzada, sin distinción del campo en el que combatieron». La medida implicaba que soldados de ambos bandos de la Guerra Civil, muertos de 1936 a 1939, fuesen enterrados en su basílica (La Vanguardia Españo- la, 30 mayo 1958). Sea como fuese, la brecha entre la fecha de inicio de la construcción, el 1 de abril de 1940, y la inauguración final, el 1 de abril de 1959, que simbolizaban el Día de la Victoria, no permitiría distorsionar la verdadera vocación del Valle de los Caídos: eternizar la victoria de los nacionales contra la Segunda República. Se desvirtuaba, de esta manera, la supuesta reconciliación en que tanto insistían las altas jerarquías ecle- siásticas del momento.

3 Desde el 1 de agosto de 1958, día de su apertura, hasta hoy lo han visitado más de cincuenta mi- llones de personas, convirtiéndose, por tanto, en uno de los monumentos más visitados de España y parte del motor económico y cultural de la zona.

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Junto al aval eclesiástico del que gozó durante dos décadas la construc- ción del Valle, fue clave el papel de los arquitectos, los escultores y los ar- tistas al servicio de la exaltación del nuevo régimen. De hecho, la idea de realizar un monumento que eternizase a los caídos obsesionó a no pocos pensadores, creadores e intelectuales. Un caso pionero fue el de Luis Moya Blanco, arquitecto miembro de la Academia de Bellas Artes. Moya, junto al escultor Manuel Álvarez-Laviada y el militar Gonzalo Serrano y Fernández de Villavicencio, vizconde de Uzqueta, habían desarrollado diseños en el Madrid de los años 1936–1937 y dieron a conocer su diseño faraónico, ti- tulado «Sueño arquitectónico para una exaltación nacional», en la revista falangista Vértice ya en 1940. Aun así, Moya, que había sido responsable de la construcción de la Universidad Laboral de Gijón, del Museo de Améri- ca y de la reforma del Teatro Real en Madrid, no tuvo éxito en los concur- sos públicos, que no llegaron a acordar a un ganador (Moya 1940, 7–12 y 61). Fue finalmente el arquitecto Pedro Muguruza Ontañón —de familia oriunda de Elgoibar, conservador en lo político y clasicista en cuanto a su perfil artístico— quien tomó las riendas del proyecto de la construc- ción del Valle de los Caídos. Muruguza había regresado a España en abril de 1937, después de haber partido hacia Inglaterra al inicio de la guerra. Muguruza, que ya gozaba entonces de una muy importante reputación profesional,4 organizó en Burgos una asamblea de arquitectos nacionalis- tas presidida por el ministro falangista Raimundo Fernández Cuesta. El objetivo era discutir la creación de un Ministerio de Arquitectura y Urba- nismo. De tal maniobra surgió la creación de la flamante Dirección Gene- ral de Arquitectura, dependiente del Ministerio de Gobernación, en 1939. Muguruza, como su primer director, miembro de la Comisión de Estilo de las Conmemoraciones de la Patria y comisario general del Servicio de Patrimonio Artístico Nacional, dejó constancia de su postura ideológica en no pocos escritos y conferencias públicas, como la revista Horizonte en 1940 y los diarios ABC y Arriba en 1942. En el discurso pronunciado en

4 Muguruza contaba ya con una distinguida trayectoria, que incluía la construcción del Palacio de la Prensa, en la plaza del Callao de Madrid; la restauración de la casa de Lope de Vega y de las car- tujas de El Paular y de Miraflores; la reconstrucción arqueológica de Sagunto; la reforma del Museo del Prado, del Palacio de Santa Cruz y de las Cortes, y una destacada labor en el monumento a Cer- vantes de la plaza de España, en Madrid.

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103 [95–126] S. SCHAMMAH & I. RINCÓN · EN POS DE UNA ECONOMÍA DE LA MEMORIA: EL CASO DEL VALLE DE LOS CAÍDOS el acto de clausura de la Exposición Nacional de Bellas Artes, realizada en Barcelona en 1942, el arquitecto exaltó las ideas arquitectónicas del Caudi- llo afirmando que «la arquitectura española estaba llamada a desarrollar un estilo imperial, el único acorde con el momento histórico de Cruzada liberadora que había vivido la nación». Su poder de retórica, sus capaci- dades profesionales, así como la incapacidad de otros candidatos de po- der satisfacer las veleidades del dictador, convirtieron a Pedro Muguruza en el elegido de Franco para llevar a cabo los proyectos de construcción del monumento. Al cabo de un año, el 1 de abril de 1941, comenzaron las obras. La lentitud y las dificultades a la hora de iniciar la extracción y la acumulación de toneladas de roca obligaron a Franco a crear por decre- to el 31 de julio de 1941 un Consejo de Obras del Monumento a los Caídos. El consejo, compuesto por ocho personas, fue encabezado por el propio Muguruza; por el marqués de Lozoya, entonces director general de Bellas Artes, y por el comisario general de Abastecimientos y Transportes para controlar los ritmos de trabajo y el avance de la obra. A los diez años del inicio de la construcción, Muguruza, que ya había iniciado la preparación de la infraestructura del Valle de los Caídos, las excavaciones de la cripta y la construcción del monasterio tras el risco de la Nava, se vio en la necesidad de buscar un sustituto para continuar la di- rección de las obras debido a su deteriorado estado de salud. Se convocó un concurso en que participaron miembros de la Junta de Dirección de las Obras del Valle, saliendo ganador su discípulo, el arquitecto Diego Mén- dez. Este modificó la obra iniciada por Muguruza, muy especialmente la cruz, la cripta, el monasterio y la explanada, duplicando las dimensiones iniciales programadas para lograr el aspecto colosal que tanto deseaba Franco, siendo el responsable de la conclusión del proyecto en su totalidad. Tanto Muguruza como Diego Méndez recibieron altas remuneraciones, que se correspondieron con la total adhesión de ambos al Caudillo y a su proyecto político-ideológico. Sin embargo, la invitación a participar en la construcción del mausoleo al escultor Juan de Ávalos, que se encontraba exiliado en Portugal desde 1942, resultó singular. En su caso, fue básica- mente el peso de la remuneración económica y el capital social y simbó- lico que le proporcionaría ser el escultor principal del proyecto del Valle de los Caídos, y que le abriría nuevas posibilidades de trabajo tanto en Es-

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104 [95–126] S. SCHAMMAH & I. RINCÓN · EN POS DE UNA ECONOMÍA DE LA MEMORIA: EL CASO DEL VALLE DE LOS CAÍDOS paña como en el extranjero, los que determinaron su participación.5 Vale la pena recordar que Juan de Ávalos cobró del Consejo de las Obras del Monumento Nacional a los Caídos 13.740.752,25 pesetas en efectivo, que, unidas al importe del transporte y al valor del estudio-taller, se acercaban a los 17 millones de pesetas. Junto a la disponibilidad de arquitectos, de escultores y de artistas, debe- mos considerar la disponibilidad, más crucial aún, de capitales y de inver- sores, de empresas constructoras y de proveedores de insumos. Rastrear y analizar esta disponibilidad es fundamental, ya que la memoria colec- tiva traumática, que implica la gestión de su producción, se traduce en la realización de transacciones, en convenios y en inversión de recursos que conllevan la expectativa de rendimientos. Dado que el Valle de los Caídos costó a las arcas públicas durante sus veinte años de construcción 2.421 millones de pesetas de la época, es fundamental, por tanto, esclarecer las rutas de dinero y de capital que hicieron posible el inicio de las obras del mausoleo.6 Estas iban a responder a iniciativas muy variadas. Una de ellas la podemos rastrear en el decreto de 1940 que disponía que la financia- ción de la compra del lugar y de la construcción del monumento fuesen financiadas a través de una suscripción nacional. Ya en la primera página del número 14 del Boletín Oficial de la Junta de Defensa Nacional de Espa- ña, fechado en Burgos el 30 de agosto de 1936, el concepto de suscripción nacional se había definido como «la cooperación entusiasta otorgada a la Junta de Defensa Nacional por parte de los buenos patriotas», es decir, el «Ejército, las milicias voluntarias, las corporaciones, la industria y el comercio, los funcionarios públicos y la población civil en masa». A esta suscripción nacional se uniría una contribución única por parte de los funcionarios del Estado, de los militares, de los civiles en activo y de las

5 En palabras de Ávalos, recogidas por Daniel Sueiro, este se define liberal y profundamente cris- tiano, a la vez que confirma haber tenido con el Caudillo relaciones puramente circunstanciales, aun cuando sabía que Franco estaba muy satisfecho con su obra. Muy agradecido por las nuevas oportu- nidades y por el respeto que despertó en mucha gente por su labor como escultor en el Valle de los Caídos, Ávalos enfatiza hasta qué punto sus esculturas exhibidas en el Valle le abrieron puertas en Estados Unidos, en Europa y en Rusia, pero sobre todo en América (Sueiro 1976, 79). 6 Para entender la magnitud de la obra conviene comparar su coste con otras partidas de los pre- supuestos. Así, hasta 1970 el Estado había dedicado 2.339 millones de pesetas a educación, explica Mariano Sánchez, autor de obras como Los Franco, S. A. o Los banqueros de Franco.

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105 [95–126] S. SCHAMMAH & I. RINCÓN · EN POS DE UNA ECONOMÍA DE LA MEMORIA: EL CASO DEL VALLE DE LOS CAÍDOS clases pasivas, de los funcionarios de la Administración local y de los de- pendientes de bancos oficiales y de empresas que administrasen mono- polios del Estado o que se encargasen de la realización de servicios públi- cos. El decreto estipulaba, a su vez, el nombramiento de la comisión que administraría la construcción del monumento.7 En cuanto a la construcción del Valle propiamente dicha, es fundamen- tal en el ámbito de este estudio prestar atención a las entidades privadas contratadas por el Gobierno franquista para tal propósito, ya que confor- man una pieza clave en la inversión, en la producción y en la explotación de las políticas públicas de la memoria traumática.

2 Vasos comunicantes: el lucro empresarial y los trabajos forzados

La guerra de la posguerra, iniciada en abril de 1939, se caracterizó por la total y perseverante exclusión de los vencidos. La represión, como conti- nuación del mecanismo militar y como control sociopolítico de primer orden, legitimó la implantación de un sistema de explotación económica que perduró hasta bien entrada la década de los cincuenta. La reconstrucción diferencial y sesgada de la España de la posguerra impuesta por Franco se basó en una economía autárquica, de autoabas- tecimiento y de supuesta autoeficiencia. Este dirigismo económico nacio- nalista ha sido cuidadosamente estudiado, entre otros, por el historiador británico Michael Richards, que hace hincapié en esta doble estrategia que es, al mismo tiempo, un mecanismo de represión y de reconstrucción di- rigida desde el poder (Richards 2001). Siguiendo el análisis de Richards, argumentamos que, si la economía actuó como foco central de las políti- cas de represión ante todo aquello que representó la Segunda República, dicha estrategia se transformó a su vez en botín y recompensa, benefi- ciando principalmente a los grupos económicos que apoyaron la rebelión

7 El decreto fue firmado por Francisco Franco el 1 de abril de 1940, primer aniversario del fin de la guerra, en el Palacio de El Pardo, recién restaurado por el que sería el segundo arquitecto del Valle de los Caídos, Diego Méndez González. Esa misma tarde, tras haber presidido el primer Desfile de la Victoria en el paseo de la Castellana y el almuerzo de gala en el Palacio de Oriente junto a los emba- jadores de Alemania e Italia, Franco se trasladó a Cuelgamuros para asistir a la simbólica inaugura- ción de las obras, como informó el diario ABC.

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106 [95–126] S. SCHAMMAH & I. RINCÓN · EN POS DE UNA ECONOMÍA DE LA MEMORIA: EL CASO DEL VALLE DE LOS CAÍDOS primero y el franquismo después, como bien lo recoge el parte del debate historiográfico (Sánchez & Tascón 2003; Torres 2003a, 2003b; Pires 2006). El cambio de guardia empresarial, bancaria, financiera y comercial que se produjo en 1939 facilitaría y convertiría en totalmente legítima la obtención de beneficios por parte de la oligarquía y de la alta burguesía, cómplices del régimen. De hecho, el debate historiográfico sobre la rela- ción del empresariado con el franquismo ha sido muy intenso (Cabrera & Rey 2002; Sánchez & Tascón 2003; Toboso Sánchez 2007). Si bien hay posturas que sostienen que el régimen de Franco fue hostil a la empresa privada porque empeoró sus expectativas, dificultó su modernización y la obligó a competir con las empresas públicas, investigadores como Tobo- so Sánchez argumentan que la arbitrariedad que caracterizó al régimen hizo que la política económica que rigió a las empresas no se basase en la racionalidad económica, sino en decisiones discrecionales que se subor- dinaron a los intereses y a la supervivencia de la dictadura. El trato indivi- dualizado a los empresarios fomentó la conformación de lo que Glicerio Sánchez definió como las redes sociales de intereses del primer fraquis- mo (Sánchez 2003). Todo ello ayudó al surgimiento de un grupo empre- sarial significativo que recurrió a medios extraoficiales y a mecanismos informales para promover sus negocios. Los estudios prosopográficos han realzado hasta qué punto contactos, amigos o parientes; nepotismo, arbitrariedad o simplemente corrupción, junto al mantenimiento de es- trechos lazos con las autoridades, fueron cruciales para sellar el éxito de los negocios de un empresariado que, en no pocos casos, era de menor envergadura pero que crecería de forma exponencial después de 1939. Tal es el caso de las empresas constructoras que se lucraron y enrique- cieron a través de las licitaciones que otorgaba el Estado y con la conse- cuente acumulación de riquezas. Casos paradigmáticos fueron los de aquellas empresas que participaron en la construcción del Valle de los Caídos, entre las cuales figuran las constructoras San Román, Estudios y Construcciones Molan y Banús, a las que siguieron los proveedores de servicios e insumos como Marmolería Bilbaína y Huarte y Compañía, to- das ellas entidades con las que Franco mantuvo un intercambio asiduo y una red de intereses y de mutua complicidad. Este tipo de estructuración facilitó en las décadas de los años cuarenta y cincuenta la profundización

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107 [95–126] S. SCHAMMAH & I. RINCÓN · EN POS DE UNA ECONOMÍA DE LA MEMORIA: EL CASO DEL VALLE DE LOS CAÍDOS del modelo dirigista y autárquico del régimen, y el enriquecimiento, ca- pitalización y expansión de las entidades involucradas.8 La división del trabajo fue la siguiente: la empresa San Román, funda- da en 1927 por Alejandro San Román y José María Aguirre Gonzalo bajo el nombre de San Román y Aguirre Ingenieros, se encargó de la perfo- ración en la roca del cerro de la Nava. La Unión Española de Explosivos (Madrid) y Patricio Gamella (Alpedrete) suministraron los explosivos. Estas suministradoras recibieron un primer pago de 335.000 pesetas de su presupuesto inicial, que les fue otorgado por el Consejo de Obras del Monumento a los Caídos, creado por decreto el 31 de julio de 1941. Ese monto contrasta con las irrisorias 1.301 pesetas que en el mes de junio de ese mismo año se había pagado en concepto de salarios a los trabajadores que realizaban las obras en el Valle (Olmeda 2009, 40–44). San Román empezó trabajando con 25 empleados, ampliándose este número, de forma progresiva, hasta llegar a 250. La empresa pagaba los traslados semanales de los trabajadores a Madrid, así como la compra de materiales a otras empresas, incluyendo suministros de primeros auxi- lios y demás. No obstante, los presupuestos de las empresas implicadas en la construcción del Valle se vieron severamente afectados por las dificul- tades propias de trabajar en un área rural sin acceso a servicios básicos. Dados los constantes problemas de abastecimiento eléctrico, San Román se vio obligada a comprar compresores para trabajar durante el verano y mantener un pequeño poblado con servicios básicos como cocina, enfer- mería y capilla, que se convirtieron en el «centro de vida de Cuelgamuros» (Olmeda 2009, 81). Esto permitió a algunas de las familias de los presos que fuesen trasladadas a vivir en el Valle.

8 El intervencionismo implicaba, entre otras medidas, la fabricación de productos básicos, fi- jando los precios e imponiendo el racionamiento de alimentos. El 14 de mayo de 1939, se implantó la cartilla de racionamiento, que se presentaba como una medida temporal, pero que se mantuvo vigente durante trece años. En el preámbulo del decreto que estableció esta medida excepcional, el Gobierno de Franco apeló a «la necesidad de asegurar el normal abastecimiento de la población y de impedir que prospere el acaparamiento de mercancías». Las consecuencias del racionamiento fueron exactamente las contrarias: produjo un abastecimiento anormal y fomentó de tal manera el acapara- miento que se generó un inmenso mercado negro. En este comercio ilegal, los precios de productos básicos para la alimentación como el trigo, la harina, el pan y el aceite duplicaron y hasta triplicaron las cifras establecidas por el Gobierno para el mercado oficial (Moradiellos 2000).

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La empresa Estudios y Construcciones Molan fue la encargada de la construcción del monasterio. Esta empresa recibió en un segundo pago del Consejo de Obras del Monumento a los Caídos la suma de 154.261 pesetas, que se destinó a la construcción de barracones (Olmeda 2009, 43). Molan, como otras empresas implicadas en la construcción del Valle, utilizó la mano de obra de 140 presos, además de personal especializado para que hiciera los trabajos que no sabían hacer los primeros, como fue el caso de la construcción de canteros (Olmeda 2009, 97). La empresa Banús, liderada por los hermanos Juan y José Banús, se en- cargó de realizar la carretera de unión con el risco de la Nava. Este era uno de los trabajos más duros, puesto que para picar la piedra se trabajó con muy escasa tecnología. La gestión de Banús tuvo que hacer frente a no pocas dificultades, dada la incompetencia de la empresa. Entre ellas estaba el no contar con mano de obra suficiente para realizar tal brutal tarea, la ausencia de medios para que los presos del destacamento pudie- sen subir al monumento, la falta de alimentos y la escasez de carburantes para realizar las tareas básicas. Aludiendo a que la obra tenía un déficit del 40 %, dada «la incapacidad de aprovechar materiales y la falta de es- pecialización de los presos», la empresa Banús pidió compensaciones, lo que le permitió obtener un aumento del 30,09 % sobre los precios fijados en el contrato inicial (Olmeda 2009, 90–92).9 La empresa Huarte y Compañía inició su intervención en la construc- ción del Valle de los Caídos en el año 1952 tras ganar por concurso la aco- metida de la explanada delantera, beneficiándose así de la rescisión del contrato anteriormente contraído con la empresa Francisco Casas Sa- garra, que perdió la adjudicación de la ampliación de la cripta (Olmeda 2009, 147). La intervención de Huarte en las obras de la cripta comenzó el 24 de octubre de 1953, avanzando a gran velocidad en comparación con los constructores anteriores. La titularidad de las empresas que participaron en la construcción y sus historias previas permite rastrear a aquellos empresarios menores que crecieron cuando terminó la contienda del 1939, llegando a la pleni-

9 En varias ocasiones José Banús fue acusado de «acaparamiento y subida abusiva de precios» (Olmeda 2009, 39, 56, 74, 88).

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109 [95–126] S. SCHAMMAH & I. RINCÓN · EN POS DE UNA ECONOMÍA DE LA MEMORIA: EL CASO DEL VALLE DE LOS CAÍDOS tud de su trayectoria en las décadas posteriores. Los casos más paradig- máticos son las empresas de los hermanos Banús y la constructora de Fé- lix Huarte Goñi. Tras la construcción de la carretera que daba acceso al Valle de los Caí- dos, los hermanos Banús se mantuvieron bajo el amparo del régimen. En el caso de José, estableció relaciones tan estrechas con El Pardo que fue conocido como «el constructor del régimen». José Banús se convirtió en uno de los primeros promotores de los nuevos núcleos poblacionales que iban a rodear Madrid. Banús edificaría, en un tiempo récord y a costa de una edificación deficitaria en términos de calidad —que no de ventas de inmuebles—, los barrios obreros de la Concepción, El Pilar, Simancas, San José de Valderas y Villamil, que darían acogida a las masas de emigran- tes llegados a la capital. Si bien José también se ocupó de barrios de lujo de Madrid y de la costa malagueña, su proyecto más ambicioso se con- cretaría gracias a la autorización concedida por Franco para realizar un puerto deportivo, al que puso su nombre (Gutiérrez Molina 2017). Puerto Banús, que se inauguró en 1970 con el fin de transformarse en una atrac- ción turística de lujo de alcance internacional, se concibió a partir de una arquitectura de ensalzamiento de la estética neopopular andaluza, cuya artificialidad sería luego producto de consumo del turismo más masivo. Sea como fuese, la estrecha relación de José Banús con el régimen, que tanto marcó sus negocios, le hizo merecedor de numerosas distinciones, como la Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo, la Gran Cruz del Mérito Civil y la Gran Cruz al Mérito Turístico (Herrera Gil 2013). En el caso de la empresa Huarte y Compañía, oriunda de Navarra y dedicada a la construcción, fue creada por Félix Huarte Goñi en 1927 en Pamplona. Tras las primeras obras allí, Huarte se trasladó a Madrid, don- de la empresa participó en la construcción de la Dirección de Sanidad en la plaza de España en 1929. Durante la Segunda República, realizó la cons- trucción de la Facultad de Filosofía y Letras y los Nuevos Ministerios. No obstante, es tras la Guerra Civil cuando Félix Huarte consolidó su presen- cia en el ámbito empresarial. En los años cincuenta impulsó un grupo de empresas que incluyó a Industrias Metálicas de Navarra (Imenasa), crea- da en 1953, que fabricaba grúas y carpintería de aluminio con licencias de la compañía alemana Liebherr. Hacia 1959 Imenasa ya era proveedora

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110 [95–126] S. SCHAMMAH & I. RINCÓN · EN POS DE UNA ECONOMÍA DE LA MEMORIA: EL CASO DEL VALLE DE LOS CAÍDOS de las principales fábricas españolas, suministrando embragues y direc- ciones a la Empresa Nacional de Autocamiones y frenos a la importante empresa automotora Nueva Montaña Quijano. A su vez, nuevas empresas se añadieron a la red familiar, como Tornillería Fina de Navarra (Torfina- sa), fundada en febrero de 1955; Material Auxiliar de Petróleos (Mapsa), que apareció en octubre de 1956, y Fabricantes Auxiliares del Automóvil (Fadesa), creada en abril de 1962, que fue, posteriormente, proveedora de AUTHI, la empresa española de Automóviles de Turismo Hispano-Ingle- ses que estuvo activa en la última década del régimen. Cabe recalcar que, además de su capacidad para hacerse con los con- cursos de obras públicas de las instituciones del Estado (desde universi- dades y ministerios hasta hospitales, carreteras y monumentos como el Valle de los Caídos), lo que favoreció su vertiginosa acumulación de ca- pital, Huarte participó activamente en varios consejos de sociedades de ámbito nacional. En 1964 fue elegido diputado por la Merindad de Pam- plona, y ocupó el puesto de vicepresidente; fue procurador en Cortes en representación de la Diputación de Navarra entre 1964 y 1971, y desempeñó, entre otros puestos, el cargo de presidente de la Caja de Aho- rros de Navarra, el de vocal del Consejo Técnico Asesor del Patronato Alonso de Herrera del CSIC y el de consejero de la Unión Eléctrica Madri- leña. También fue miembro del Consejo de Patronos para los centros de estudios civiles de la Universidad de Navarra. Sus contactos políticos y su acceso a información sobre los ciclos económicos le permitieron conso- lidar la red de fábricas adheridas al Grupo Huarte, conformada por una veintena de sociedades mercantiles e industriales que perdurarían hasta finales de los años noventa (Eusko Ikaskuntza, s. f.; Torrús 2012). De esta manera, el Grupo Huarte se convertiría en una de las grandes fortunas del empresariado español en la segunda mitad del siglo xx. El periodismo de investigación ha rastreado el entramado empresarial, financiero, político e institucional que arropó al régimen, y cómo dichas empresas se beneficiaron del trabajo forzado (Maestre 2019; Pascual 2019). De hecho, en la construcción del Valle, que en sus comienzos llevaban a cabo trabajadores especializados contratados, se incorporó desde el año 1942 el trabajo forzoso de prisioneros de guerra y prisioneros regulares, convirtiéndose, así, en uno de los casos más paradigmáticos de la explo-

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111 [95–126] S. SCHAMMAH & I. RINCÓN · EN POS DE UNA ECONOMÍA DE LA MEMORIA: EL CASO DEL VALLE DE LOS CAÍDOS tación de trabajo esclavo en la posguerra. A su vez, una nueva serie de tra- bajos académicos constata la manera en que la represión y la implacable exclusión de los vencidos legitimaron un mecanismo militar y de control sociopolítico de primer orden, a la vez que generaron un sistema de ex- plotación económica que se mantuvo más allá de la contienda. El uso del trabajo forzado como elemento represivo constituyó una forma más de hacer política y de cimentar un régimen represivo y excluyente, convir- tiendo el usufructo del trabajo forzado en una de las más claras similitu- des entre el franquismo, el nazismo y el fascismo italiano. El conjunto de unidades creadas para someter a prisioneros republicanos y presos en trabajos esclavistas llevaron varios nombres: Batallones de Trabajadores, Batallones Disciplinarios de Soldados Trabajadores, Batallones Discipli- narios de Soldados Trabajadores Penados, Regiones Devastadas, Destaca- mentos Penales y Colonias Penitenciarias. Trágicamente famosos serían los Batallones Disciplinarios de Soldados Trabajadores Penados, como el Batallón núm. 95, existentes hasta 1948 (Beaumont Esandi & Mendiola Gonzalo 2004, 40). Todas estas unidades paramilitares conllevaron un importante bene- ficio económico válido en sí mismo, que iba más allá de la supuesta ree- ducación, necesaria para el apuntalamiento ideológico en la posguerra (Mendiola Gonzalo 2013). El trabajo forzado, basado en la explotación de los prisioneros y presos republicanos, estableció un mercado de ofer- ta de mano de obra del que unos fueron gestores y proveedores, y otros, arrendatarios. Entre los agentes del mercado estaba el propio Ejército rebelde, el naciente Estado y sus acólitos, una larga lista de instituciones provinciales y locales, así como la Iglesia católica y un sinfín de empresas privadas, industriales y terratenientes. Entre los administradores de esa mano de obra se encontraba la Inspección de Campos de Concentración de Prisioneros (ICCP), órgano que ocupó un puesto primordial en la su- pervisión de los Batallones de Trabajadores Especialistas, los grupos que trabajaban en industrias militarizadas y los Batallones Disciplinarios de Soldados Trabajadores. Pero la ICCP no fue la única entidad que partici- pó en este lucrativo servicio; también lo hacían las grandes unidades mi- litares, el Servicio de Colonias Penitenciarias Militarizadas y la Dirección Nacional de Regiones Devastadas. Esta última, que inició su labor a inicios

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112 [95–126] S. SCHAMMAH & I. RINCÓN · EN POS DE UNA ECONOMÍA DE LA MEMORIA: EL CASO DEL VALLE DE LOS CAÍDOS de 1938 y dependió primero del Ministerio del Interior y posteriormente del Ministerio de la Gobernación, dispuso de sus propios destacamentos de trabajadores, destinados a tareas de reconstrucción en diversos pun- tos de la geografía peninsular (Gómez Bravo 2008; González Cortés 2011). El periodista Rafael Torres, autor de Los esclavos de Franco, cifró en 20.000 los presos republicanos que participaron en la construcción del Valle de los Caídos, con salarios muy por debajo del mercado y en condiciones de cuasi esclavitud.10 De hecho, las tres principales empresas, San Román, Molan y Banús, junto a la constructora Huarte y Compañía, dispusieron de mano de obra semiesclava para sus negocios privados por concesión del régimen de Franco.11 De ellos, un número indeterminado murió por accidentes de trabajo, por hambre y por enfermedades.12 Esta participa- ción se sostuvo con el eufemismo de «la conmutación de sentencias por el trabajo realizado». El costo de facto por cada trabajador era de 0,50 pese- tas diarias, aunque el salario real era de 13–14 pesetas.13 En muchos casos los prisioneros destinados al trabajo en el Valle eran seleccionados según sus capacidades físicas por las mismas empresas contratistas, como es el caso de Banús.14 Nicolás Sánchez-Albornoz, director del Instituto Cer-

10 No se sabe con exactitud cuántos presos participaron en la obra. Las cifras varían según la fuente que se consulte entre 2.000 y 20.000 (Olmeda 2009, 54). 11 Según sostiene Alejandro Torrús en su artículo, «Del Valle de los Caídos al Ibex 35,» publicado en Publico.es en 18/11/2012, actualizado en 01/06/2017 y accesible en https://www.publico.es/espana/ del-valle-caidos-al-ibex.html: «[…] En 1943 Agromán disponía de 250 presos republicanos trabajando en el monumento, 100 en las obras de El Escorial Aguas y del Arca de San Juan, y otros 140 en obras repartidas en cuarteles y monasterios. Banús, disponía de 125 presos trabajando en la carretera que da acceso al Valle de los Caídos, 90 presos construyendo la estación de trenes de Chamartín (Madrid) y de 50 más en la base militar de Torrejón.» Según recoge Olmeda en su investigación, en 1943 había 141 batallones de presos republicanos repartidos en diferentes obras a lo largo del territorio español. 12 El número de fallecidos es indeterminado porque no se tomaron en consideración en las cuen- tas oficiales los fallecimientos fuera del Valle como consecuencia de las lesiones producidas en él. Esta circunstancia se aplica tanto a los trabajadores libres como a los presos (Olmeda 2009, 75–78). 13 Aparecen casos de presos que consiguen trabajos ajenos a la construcción, lo que les supone sueldos más elevados. Es el caso, por ejemplo, de Alejandro Sánchez Cabezudo, que conmuta la pena trabajando como escribiente del Valle, con un sueldo mensual de 500 pesetas (Olmeda 2009, 63). 14 El periodista Isaías Lafuente (2002) cuantificó en su libroEsclavos por la patria los beneficios obtenidos por el franquismo a costa de utilizar presos políticos para la realización de obras: más de 130.000 millones de pesetas, unos 780 millones de euros. Ello se deduce del estudio de las memorias anuales remitidas a Franco por el Patronato para la Redención de Penas entre 1939 y 1970, conserva- das aún en los archivos de la Dirección General de Instituciones Penitenciarias (Sánchez 2003, 104).

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113 [95–126] S. SCHAMMAH & I. RINCÓN · EN POS DE UNA ECONOMÍA DE LA MEMORIA: EL CASO DEL VALLE DE LOS CAÍDOS vantes de 1991 a 1996 y miembro de la RAE, fue uno de los condenados a trabajos forzados por el régimen en 1947. Víctima del negocio realizado entre las empresas y el régimen de Franco en torno a la explotación de los presos trabajadores, Sánchez-Albornoz declaró haber estado «alquilado» a Huarte y a Banús por 10,50 pesetas al día en tanto que los reclusos, por su parte, percibían 50 céntimos (Calleja 2009).

3 Propiedad, administración y división de poderes: la discordia infinita

La historia de la propiedad, del estatus jurídico y de la administración del Valle de los Caídos han sido siempre un tema complejo, se podría decir que incluso premeditadamente pensado para crear confusión y agujeros negros. Inicialmente, la finca en el pinar de Cuelga Moros, posteriormen- te denominado de Cuelgamuros, había sido propiedad de don Gabriel Pa- dierna de Villapadierna, marqués de Muñiz, y de sus herederos, los con- des de Villapadierna. A partir de la ley decretada el 7 de octubre de 1937, el bando sublevado estableció la expropiación forzosa, lo que autorizó procedimientos rápidos de ocupación. La ley que facultaba a los goberna- dores civiles a prestar auxilio a representantes de la Administración para efectuar dichas tareas de ocupación negaba, a su vez, el recurso de apelar a la Administración para modificar la cuantía de la indemnización que percibirían los afectados. En el caso de la finca de Cuelgamuros, la Admi- nistración abonó a los Villapadierna 653.483,76 pesetas por la expropia- ción (Sueiro 1976, 7). La información exacta acerca del estatus legal de la propiedad del Valle de los Caídos en los años que duró su construcción, desde 1940 hasta 1957, sigue siendo una incógnita a pesar de que al fina- lizar la Guerra Civil se promulgaron dos leyes el 15 de junio de 1939 y el 7 marzo de 1940 que crearon el organismo de Patrimonio Nacional, ante- riormente llamado Patrimonio de la República. Este, a su vez, había reem- plazado al Patrimonio de la Corona, vigente hasta 1931. La promulgación de las dos leyes franquistas incorporó los conventos y monasterios del pa- tronato real segregados en 1932 durante la República, y eliminó cualquier referencia monárquica o republicana al nuevo Patrimonio Nacional. No obstante, no se han encontrado referencias exactas respecto al estatus de

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114 [95–126] S. SCHAMMAH & I. RINCÓN · EN POS DE UNA ECONOMÍA DE LA MEMORIA: EL CASO DEL VALLE DE LOS CAÍDOS la propiedad donde se construyó el complejo del Valle de los Caídos hasta mediados de 1957. Fue entonces cuando la situación jurídica del Valle se determinó a través de un decreto ley emitido por el régimen el 23 de agos- to que atribuía la titularidad y la administración del lugar a la Fundación de la Santa Cruz del Valle de los Caídos, cuyo patronato y representación correspondían al jefe de Estado (Comisión de Expertos sobre el Futuro del Valle de los Caídos 2011). Entre los fines de la fundación como figura jurídica se incluía el «rogar por las almas de los muertos en la Cruzada Na- cional y promover la paz entre los hombres sobre la base la justicia social cristiana». Sea como fuese, la situación jurídica se complicaría aún más a partir del convenio especial suscrito el 29 de mayo de 1958, por el cual la fundación pasaba a ser administrada por la abadía benedictina de Santo Domingo de Silos, después de que el papa Pío XII emitiera un decreto de erección de dicha abadía, fechado dos días antes, el 27 de mayo, a petición del Estado español (Comisión de Expertos sobre el Futuro del Valle de los Caídos 2011, 4). Asimismo, la fundación delegaba sus funciones a los reli- giosos, quienes deberían responder por el mantenimiento del culto con un mínimo de veinte monjes, con la promoción de una escolanía, con la dirección de un centro de estudios sociales y con el cuidado de una hos- pedería. Sea como fuese, estas jurisdicciones fueron objeto de disputa a finales del franquismo, especialmente, entre los años 1969 y 1973, a raíz de los desacuerdos entre Luis Carrero Blanco, por entonces vicepresiden- te de Gobierno, y el abad, Luis María Lojendio (Torres 2016). Las disputas se prolongaron hasta después del asesinato de Carrero Blanco, en 1974, y se mantuvieron una vez establecida la democracia. El poder de la fundación sobre el Valle de los Caídos fue intervenido a partir de la nueva Ley de Patrimonio Nacional, decretada el 16 de junio de 1982, que lo redefinió como una entidad pública y secular que pasaría a administrar todos los patronatos reales, que, entre muchos otros pre- dios, incluía «temporalmente» todos los activos del Valle de los Caídos.15 Si

15 Si bien la administración del Valle por Patrimonio Nacional sería «aparentemente provisio- nal», según la disposición final tercera de la ley 23/1982, de 16 de junio, la orden benedictina recibía de la entidad una transferencia bancaria de unos 350.000 euros anuales para realizar tareas de con- servación y mantenimiento, transacción que fue bloqueada en febrero de 2019 a la espera de que la orden presentara un presupuesto detallado de sus gastos e ingresos.

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115 [95–126] S. SCHAMMAH & I. RINCÓN · EN POS DE UNA ECONOMÍA DE LA MEMORIA: EL CASO DEL VALLE DE LOS CAÍDOS bien el reglamento de Patrimonio Nacional fue aprobado por real decre- to en 1987, ni el gobierno socialista de Felipe González ni ninguno de los sucesivos gobiernos democráticos hasta la sanción de la Ley de memoria histórica de 2007, bajo la Administración de José Luis Rodríguez Zapate- ro, profundizó en el problema. Fue el 27 mayo de 2011 cuando, por acuerdo del Consejo de Ministros, se creó el Comité de Expertos para el Futuro del Valle de los Caídos. A parte de analizar las posibles resignificaciones del Valle, se intentaron esclarecer las irregularidades referentes a la ordenación jurídica, a las funciones, a la administración, a los gastos y a las ganancias del mausoleo. Compuesto por expertos de un amplio espectro de disciplinas, el comité, no exento de críticas y polémicas en la esfera pública (González Cuevas 2016), propuso varias líneas de acción que permitiesen desacralizar y re- definir el futuro del mausoleo. Entre otras cuestiones polémicas, se abría el debate sobre la necesidad de exhumar los restos del dictador. El infor- me de la comisión de expertos, entregado al ministro de la Presidencia el 29 de noviembre de 2011, establecía, entre otras recomendaciones, una resignificación integral y una relectura completa del complejo, lo que im- plicaría la exhumación de los restos de Franco a un lugar que la familia designase, el cambio de la ubicación de la tumba de José Antonio Primo de Rivera, la inscripción del nombre de todas las víctimas allí enterradas, el derecho moral de las familias a la posibilidad de exhumar, identificar y dar sepultura a sus muertos y la negociación de un nuevo convenio con la Iglesia, entre otras reivindicaciones. Con la llegada al poder del Partido Popular en 2012, bajo el liderazgo de Mariano Rajoy, con la profundización de la crisis económica iniciada en el 2008 y con las protestas sociales masivas que caracterizaron este período, se desdibujó la crispación en torno al futuro del Valle. El debate público fue desviándose hacia los temas más candentes, lo que permitió al PP suspender cualquier presupuesto que hubiese sido estipulado por la Administración socialista. A su vez, el constante desentendimiento del Gobierno popular, regido por el lema de «el olvido es lo mejor», dio lugar a una inercia que también se reflejó en el funcionamiento de Patrimonio Nacional, que no abordó el compromiso ni mucho menos la hoja de ruta requerida por el informe del comité de expertos.

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3.1 ¿Patrimonio Nacional, un cajón de sastre? A partir del año 2016, las premisas de clarificar el estatus y la administra- ción del Valle, resignificar el mausoleo y exhumar los restos del dictador se transformaron en el mandato estrella de la oposición liderada por el PSOE, que había pedido un informe al Tribunal de Cuentas del Estado. La maniobra fue gestionada por Antonio Hurtado, diputado socialista en el Congreso. En sus consultas dejaría constancia del estado irregular de las cuentas relacionadas con los distintos predios que conformaban el com- plejo, de la falta de una jurisdicción clara, del déficit presupuestario y de la incompetencia para hacerse cargo de la administración del mausoleo. Según el testimonio de Hurtado, hasta el año 2016 no existía dentro de Patrimonio Nacional una contabilidad propia que estableciese los gastos del Valle de los Caídos. Hasta entonces, este órgano, que administraba un gran número de entidades que incluían todos los patronatos reales (p. ej., iglesias, conventos, monasterios, palacios reales), no contaba con una contabilidad diferenciada para cada uno de ellos. Al no tener sus cuen- tas claras, se hacía muy difícil saber qué era de un patronato real y qué era de otro. En palabras de Hurtado, todo ello terminaba convirtiendo a Patrimonio Nacional en una especie de «cajón de sastre con muchos fle- cos». Para Hurtado, el hecho de que la asignación que recibía esta entidad dentro de las rúbricas de presupuestos generales del Estado fuese bajo la entrada de «imprevistos» explicaba de por sí el desorden que acompaña- ba su contabilidad. No obstante, el Valle, al estar incluido dentro de los muchos y diversos patronatos que gestiona Patrimonio Nacional, no tie- ne una entidad propia. Por tanto, es este el órgano responsable de llevar el inventario de los bienes muebles e inmuebles y otorgar el presupuesto a la fundación/abadía que gestiona el Valle (Hurtado 2018). Gracias a la presión ejercida por el PSOE y a los informes realizados por el Tribunal de Cuentas, quedó confirmado que la suma de los valores catastrales de todos los bienes muebles histórico-artísticos que reúne el Valle es de un total de 614, que asciende a 21 millones de euros. A su vez, se especificó que la subvención que Patrimonio Nacional otorgó a la abadía benedictina en los años 2014, 2015 y 2016 fue de 340.000 euros anuales. Los montos reconocidos por venta de entradas fueron de un promedio de 1.300.000 euros anuales, y el total de los gastos de explotación —gas-

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117 [95–126] S. SCHAMMAH & I. RINCÓN · EN POS DE UNA ECONOMÍA DE LA MEMORIA: EL CASO DEL VALLE DE LOS CAÍDOS tos de personal, gastos corrientes en bienes y servicios y transferencias e inversiones— fueron de 2.064.000, de 2.546.190 y de 1.836.350 euros, respectivamente. Según Hurtado, el informe que presentó el Tribunal de Cuentas del Va- lle en esos años, y que arrojó un déficit estructural de 1 millón de euros, dejaba claro que eran todos los ciudadanos españoles los que finalmente abonaban tal pérdida, lo que obligaba a investigar el manejo administra- tivo del mausoleo de acuerdo con las normas de transparencia que exige el Estado. La urgente necesidad de cambio en la administración de Patrimonio Nacional implicaría registrar de forma separada las facturas que llegaban del Valle. En otras palabras, se debería presentar una contabilidad propia singularizada, aplicable no solo al Valle, sino a cada uno de los patronatos reales. Sea como fuese, Patrimonio Nacional era y sigue siendo solo uno de los actores involucrados.

3.2 La abadía de la orden benedictina: entre vocación de servicio, rentas y Booking.com

El decreto de 1957 impuesto por Franco permitió que los monjes perte- necientes a la «Gloriosa Orden de San Benito» fuesen los gestores del con- junto monumental mediante la creación de un instrumento netamente franquista y opaco: la Fundación de la Santa Cruz del Valle de los Caídos. Según los deseos del dictador, debían irse a vivir al Valle de Cuelgamu- ros al menos veinte monjes, con el fin de cumplir los siguientes manda- tos: «mantener el culto en todo su esplendor», «dirigir la escolanía», «re- copilar la doctrina de los pontífices» y «rogar a Dios por las almas de los muertos en la Cruzada Nacional». A cambio de estas labores, los monjes de la abadía iban a ser mantenidos con fondos públicos, situación que se alargó hasta el año 2018. Los mandatarios a cargo de la abadía benedictina fueron, primero, fray Justo Pérez de Urbel, fallecido en 1976. Había sido consejero de Falange, luego del Movimiento y, más tarde, procurador en las Cortes. El segundo abad, Luis María de Lojendio, fallecido en 1987, había sido militante de la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), además de

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director de la Oficina de Información Diplomática en la dictadura. Los abades Emilio María Aparicio, fallecido en 1988, y Ernesto Dolado, falle- cido en 2004, a quienes se les atribuye un intento de desideologizar la co- munidad para imprimir en el Valle otro carácter, fueron seguidos por fray Anselmo Álvarez Navarrete. Este volvió a adoptar una postura ultracató- lica y franquista. Su renuncia en el año 2014 fue seguida por la asunción del prior y nuevo administrador Santiago Cantera, que se enfrentaría a la exhumación de los restos del dictador, acaecida el 24 de octubre de 2019.16 En una entrevista personal concedida a las autoras de este artículo meses antes de la exhumación, el prior había insistido en que toda la gestión del Valle, su entorno natural y los monumentos deberían ser gestionados por la orden religiosa, por ser una concesión papal. Según Cantera, «el único régimen jurídico legítimo del Valle está representado por la Fundación de la Santa Cruz del Valle de los Caídos, que es “la verdadera propietaria del mausoleo”, en tanto que la abadía es la encargada de realizar los “fines fundacionales”». Por tanto, para el religioso, que se basa en los documentos que en su momento configuró el Caudillo, «el Valle no es ni de Patrimonio Nacional, ni del Estado español», sino que «es una fundación pía erigida en su momento por la máxima autoridad eclesiástica, Pío XII, y, como tal, es autónoma» (Cantera 2018). En otras palabras, el prior sostenía que la verdadera propietaria del Valle no es la abadía ni tampoco Patrimonio, sino la Fundación de la Santa Cruz, abalada por el derecho pontificio, en la que los benedictinos mantienen una gestión especial de la basílica pon- tificia por delegación de Juan XXIII y, anteriormente, Pío XII. El problema, según el prior, es que no se acatan los «documentos fundacionales», en los que se especifican todas las cláusulas relacionadas con la gestión de la finca, el monumento, la abadía y demás; y, por tanto, ha habido «una fal- ta de cumplimiento de una de las partes desde 1958» (Cantera 2018). Una situación similar atañería a todos los ingresos del Valle, ya que estos son «bienes de la fundación». En ese sentido, Cantera se opone al concepto de subvención. Insiste en que la abadía recibe una «asignación de bienes

16 El nuevo lugar de enterramiento, el cementerio de Mingorrubio, recibirá 51.546 euros durante los próximos dos años en concepto de seguridad por parte del Gobierno debido a su «evidente singula- ridad», según un artículo del 27 de abril de El País disponible en https://elpais.com/espana/2020-04-27/ el-gobierno-justifica-nuevos-gastos-en-el-panteon-de-franco-en-su-evidente-singularidad.html.

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119 [95–126] S. SCHAMMAH & I. RINCÓN · EN POS DE UNA ECONOMÍA DE LA MEMORIA: EL CASO DEL VALLE DE LOS CAÍDOS para cumplir con los fines fundacionales». La confusión, según él, es ex- plotada por los medios de comunicación. Lo mismo sucedería con el ar- gumento de que el Valle es deficitario: «El problema es que las ganancias que se perciben por el Valle son redirigidas a otros monumentos que sí son deficitarios, como lo es el Palacio de Aranjuez». Asimismo, en la entrevista reiteró que «no se había entendido, y más aún, que se había tergiversado la auténtica y original vocación de recon- ciliación y concordia del Valle de los Caídos, idea que, junto al concepto de justicia social, habían sido el propósito del Centro de Estudios Socia- les». También se quejó de la estigmatización y de los estragos que había sufrido el Valle al ser sacado de las rutas turísticas y de los paquetes que lo incluían en las visitas al monasterio de El Escorial, y, luego, por su cie- rre entre los años 2009 y 2012. En su opinión, la imposibilidad de visitar la cruz, la clausura del funicular y, más tarde, la elevación de la tarifa de visita de cinco a nueve euros dejaron al Valle en un estado deficitario y en una situación de desventaja cuando antes había sido el tercer monumen- to más visitado de España (Cantera 2018).17 Más allá de la narrativa propuesta por el prior para solventar el con- trol de la orden sobre el Valle, no deja de ser llamativa la forma en que re- sumió la complejidad de la cuestión, que pone a los monjes en el ojo del huracán: «El Valle es una patata caliente y nosotros estamos en el medio de la polémica» (Cantera 2018). Sea como fuese, queda claro que hay una serie de actividades por presta- ción de servicios, como la hospedería anunciada en portales comerciales como Booking, y que supone alojamiento, comidas, organización de even- tos y demás, que no presentan acuse de recibo. Lo mismo sucede con la administración de la escuela, el internado donde duermen los pupilos, así como con la realización de bodas y de ceremonias religiosas en la basílica, y con la organización de seminarios y de actividades empresariales que se publicitan en distintas plataformas.18 Si en enero del 2018 el prior Santia-

17 En 2018 visitaron el Valle 378.875 personas, un 33 % más que en 2017, según Patrimonio Na- cional. Las cifras están lejos del más de medio millón de personas que pasaron por el monumento franquista en 2001 (La Vanguardia, 10 oct. 2019). 18 Véase, entre muchos otros, el artículo de Asier Martierena, «500 Euros, el precio de casarse en el Valle de los Caídos» (La Vanguardia, 18 jul. 2017).

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120 [95–126] S. SCHAMMAH & I. RINCÓN · EN POS DE UNA ECONOMÍA DE LA MEMORIA: EL CASO DEL VALLE DE LOS CAÍDOS go Cantera admitió que la situación administrativa del Valle era confusa, un año después el gerente del Consejo de Administración de Patrimonio Nacional, Ernesto Abati, aludió a las dificultades a que se enfrentaba su organismo, dada la falta de cooperación de la comunidad benedictina: la compañía religiosa no presentaba ningún informe de cuentas referente a sus gastos e ingresos con respecto a la abadía, a la escolanía y a la hospe- dería. La falta de claridad en sus cuentas obligó a Patrimonio Nacional a suspender en febrero de 2019 las transferencias a la orden benedictina. Según Abati (2019), la no publicación de las cuentas se debe a la falta de acuerdo sobre la gestión del Valle, anomalía no resuelta que correspon- de al Gobierno solucionar a partir de una ley que defina su carácter fiscal. Desde la sociedad civil, es ilustrativa la queja de Eduardo Ranz, aboga- do y querellante en defensa de las víctimas del franquismo y avalado por la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica. Ranz hizo público el malestar ciudadano y la necesidad de exigir al Estado que pi- diese una contabilidad detallada a la Fundación de la Santa Cruz del Va- lle de los Caídos. Según este querellante, la fundación no contó con CIF ni cuenta corriente hasta el año 2015, uno de los motivos que dificultaba un seguimiento apropiado de sus gastos e ingresos. Más aún, Ranz criti- có en el año 2017 que los datos ofrecidos por el Gobierno sobre el Valle de los Caídos revelaban que las entidades involucradas no publicaban sus cuentas y que la abadía no declaraba las operaciones comerciales y la explotación de los negocios que se llevaban a cabo en el Valle, como tam- poco las donaciones que recibía de los fieles o de entidades. Al no decla- rar donaciones (entre ellas las recibidas de las comunidades autónomas en concepto de mantenimiento del Valle) no era posible verificar que no hayan sido usadas para otros fines, ni que no entrasen en conflicto con la subvención anual de 340.000 euros de Patrimonio Nacional. Frente a su total omisión de la Ley 19/2013 de transparencia, acceso a la informa- ción pública y buen gobierno, Ranz denunció la opacidad que envolvía al Valle diciendo que era «un paraíso fiscal en plena meseta» (Velasco 2017). Más allá de las exageraciones, la acusación sigue siendo una asignatura pendiente tanto para las autoridades estatales como para la sociedad civil.

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4 Observaciones finales

El Valle de los Caídos, el mayor cementerio de la Guerra Civil según el in- forme de la Comisión de Expertos para el Futuro del Valle de los Caídos, funciona como un sismógrafo que nos permite apreciar la intensidad del debate en torno a los aciertos y a las deficiencias de la nueva democracia española. La exhumación de los restos del dictador que tuvo lugar el 24 de octubre de 2019, y que representaba una de las principales demandas de los familiares de víctimas republicanas enterradas en el Valle, tuvo lu- gar sin mayores inconvenientes. Más allá del ruido mediático y de las ga- nancias políticas inmediatas de un partido o de otro, el hecho no dejaba de ser un buen presagio para un futuro complejo y desbordante de desa- fíos. Es de esperar que la pandemia desatada por el coronavirus y la con- secuente crisis sanitaria, económica y sociopolítica que están afectando al Estado español desde marzo del 2020 no reviertan, aunque necesaria- mente desaceleren, el ímpetu de los cambios que la Administración del gobierno de coalición socialista tenía inicialmente en su agenda para re- habilitar y resignificar el conjunto del Valle de los Caídos. Asumimos, no obstante, que la economía de la memoria se entrelaza con los ciclos económicos nacionales y globales, con resultados diversos. La ESMA (Escuela de Mecánica de la Armada), el mayor centro de represión clandestino durante la última dictadura militar argentina y considerada hoy como un ejemplo paradigmático de resignificación y de educación democrática dentro de la justicia transicional, inició su largo proceso de reconversión en los primeros años del nuevo milenio. Para entonces, Ar- gentina estaba inmersa en uno de sus peores ciclos de crisis social, eco- nómica y política, desatado en diciembre de 2001, con la imposición de las medidas bancarias conocidas popularmente con el diminutivo «co- rralito». La profunda resignificación de la ESMA, iniciada en el caótico contexto argentino, no deja de ofrecer un destello de esperanza para que también los españoles, sean cuales sean las dificultades coyunturales —políticas, económicas o de otra índole—, puedan decir de forma uná- nime: «Nunca más».

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126 [95–126] La memoria en tiempos globalizados: la Guerra Civil española en dos novelas alemanas contemporáneas

Jenny Augustin Heinrich-Heine-Universität Düsseldorf (Alemania) orcid.org/0000-0002-6931-1267

Presentación: 29 dic. 2019 | Aceptación: 5 jun. 2020 | Publicación: 31 oct. 2020

Cita recomendada: Augustin, Jenny. 2020. «La memoria en tiempos globalizados: la Guerra Civil española en dos novelas alemanas contemporáneas». Dictatorships & Democracies. Journal of His- tory and Culture 8: 127–158. doi: https://dx.doi.org/10.7238/dd.v0i8.3180

Resumen: En este trabajo se analizan dos novelas alemanas contemporáneas que aportan una perspectiva transnacional a los debates de la conmemoración de la Guerra Civil y del nacionalsocialismo alemán: Blutorangen (Boos 2015) y Archipel (Mahlke 2018). Tras presentar los conceptos de «memoria cosmopolita» (Levy & Sznaider 2002), «memoria multidireccional» (Rothman 2009) y «memoria transareal» (Ette 2010), se analizará si se pueden aplicar a ambas novelas. Además, se estudiará qué imagen transmiten sobre la Guerra Civil, el franquismo y la sociedad española. Palabras clave: Guerra Civil, nacionalsocialismo, Holocausto, novela alemana, memoria multidireccional, Verena Boos, Inger-Maria Mahlke

Memory in Global Times: The Spanish Civil War in Two Contemporary German Novels Abstract: This article analyzes how two recently published German novels contribute a transnational perspective to the debates on remembrance of the Spanish Civil War and German National Socialism: Blutorangen (Boos 2015) and Archipel (Mahlke 2018). After introducing the concepts of «cosmopolitan memory» (Levy & Sznaider 2002), «multi- directional memory» (Rothman 2009) and «transareal memory» (Ette 2010), it will be considered whether these concepts can be applied to both novels. Furthermore, the article will examine how the two German novels portrait the Spanish Civil War, Fran- coism and Spanish society. Keywords: Spanish Civil War, National Socialism, Holocaust, German novel, multidirec- tional memory, Verena Boos, Inger-Maria Mahlke

Desde hace algunos años se están conmemorando los grandes aniversa- rios de sucesos históricos que han cambiado nuestra convivencia a nivel global, como el septuagésimo aniversario del fin de la Segunda Guerra

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Mundial en 2015 o el octogésimo aniversario del final oficial de la Guerra Civil española y del inicio de la Segunda Guerra Mundial en 2019. Otro hito importante es el trigésimo aniversario de la caída del muro de Berlín con la posterior disolución de la Unión Soviética, la reunificación de las dos Alemanias y la fundación de la Unión Europea. Los debates que domi- nan el discurso europeo hoy día son: ¿cómo hemos convivido en el pasa- do, cómo queremos convivir en el futuro y qué Europa queremos tener?1 Tanto en Alemania como en España, el tema de la memoria histórica tiene una presencia irrefutable en los debates colectivos (Olmos 2009, 7). El cine y la literatura ficcional contribuyen a estos discursos y son de suma importancia, ya que contribuyen a nuestra noción sobre el pasado (Gómez López-Quiñones 2006, 283). En el campo literario alemán de las primeras décadas del siglo xxi se puede observar un claro interés por te- mas vinculados a la memoria histórica, como, por ejemplo, los retos de la reunificación Unterleuten( , Zeh 2016), la migración desde el este europeo hacia Alemania (Herkunft, Stanišić 2019) y el nacionalsocialismo, tema constantemente presente desde hace unos cuarenta años.2 En la actuali- dad, el debate se centra especialmente en cómo las jóvenes generaciones valoran la vida de sus abuelos durante el nacionalsocialismo, ya sea como víctimas (Die Fische von Berlin, Hummel 2005) o como verdugos (Him- melskörper, Dückers 2003).3 En este campo literario brevemente esboza- do, están surgiendo novelas que resultan especialmente interesantes para revaluar el pasado, pues abordan la temática desde una perspectiva que

1 Algunos ejemplos de estos debates actuales son el incremento de la inmigración a partir de 2015, la creciente influencia de partidos euroescépticos de derechas, como la AfD en Alemania o en España, y el brexit de 2020. Véase la reciente publicación de Ramiro Troitiño et al. (2020) sobre los retos a los que se enfrenta la Unión Europea actualmente. 2 Asimismo, en el cine alemán surgen regularmente películas nuevas que tematizan el nacional- socialismo, la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto. En cuanto al género, en los últimos años han predominado los dramas judiciales (Im Labyrinth des Schweigens, Ricciarelli 2014; Der Staat gegen Fritz Bauer, Kraume 2015) y las adaptaciones de la literatura testimonial (Als Hitler das rosa Kanin- chen stahl, Link 2019, que está por estrenarse en los cines de España). Para un análisis sobre la repre- sentación del pasado en el cine alemán reciente, véase Fiedler (2006). 3 Forkel (2019) ofrece una panorámica de las novelas contemporáneas alemanas sobre el nacionalsocialismo.

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no se limita únicamente a un entorno nacional.4 Las novelas Blutorangen (Naranjas de sangre), de Verena Boos (2015), y Archipel (Archipiélago), de Inger-Maria Mahlke (2018), ocupan una posición peculiar, pues también tienen en consideración la historia española, creando así vínculos entre Alemania y España.5 El objetivo de este artículo es examinar si los conceptos de «memoria cosmopolita» (Levy & Sznaider 2002), «memoria multidireccional» (Roth­ man 2009) o «memoria transareal» (Ette 2010) se pueden aplicar a las no- velas Blutorangen (Boos 2015) y Archipel (Mahlke 2018) y, además, analizar la imagen que estas transmiten de la Guerra Civil, del franquismo y de la sociedad española. Por último, esto nos llevará a reflexionar sobre la función del texto literario en los debates colectivos: ¿puede la literatura ayudarnos a ampliar nuestros conocimientos sobre el pasado histórico? ¿Qué límites tiene el texto ficcional con tema histórico? Mahlke y Boos son dos escritoras que representan la generación de los alemanes nacidos a finales de los años setenta que de pequeños presen- ciaron la caída del muro de Berlín y que, más tarde, probablemente apro- vecharon el programa de intercambio europeo Erasmus. Las dos tienen vínculos biográficos con España.6 Elegí estas dos novelas hasta ahora poco estudiadas7 para contribuir, con su análisis, a las investigaciones sobre la percepción que tiene la novelística alemana contemporánea sobre el pa- sado de los países europeos vecinos y las consecuencias que ello tiene para la propia identidad histórica y para la creación de una memoria compar- tida y de un futuro común.8

4 Para más información sobre la influencia transnacional en la narrativa española sobre la Gue- rra Civil, véanse Hansen (2015) y Jünke (2015). 5 Desde el inicio de la Guerra Civil, han surgido textos narrativos y testimoniales tanto en Ale- mania como en otros países europeos que han abordado esta temática desde distintas perspectivas (véase Bannasch & Holm 2005; Asholt et al. 2009). En cambio, la narrativa actual no está escrita por testigos o combatientes que participaron en la Guerra Civil, sino que son las jóvenes generaciones las que toman la palabra. 6 Boos vivió en Valencia y Barcelona (Verena Boos, s. f.). Inger-Maria Mahlke, hija de una tinerfe- ña y un alemán, creció entre Lübeck y (Rohwohlt, s. f.–a). 7 Véanse Auweiler (2019) y Domínguez (2019). 8 Marco Thomas Bosshard (2016) analiza la perspectiva contraria, es decir, la representación del nacionalsocialismo en la literatura española. Esta manera de estudiar las perspectivas transnacio- nales también tiene un considerable interés a nivel europeo: un buen ejemplo de ello sería la novela

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Además de por sus temas paralelos, el corpus elegido se adecua a este análisis porque ambas novelas fueron publicadas recientemente y conta- ron con una recepción favorable en Alemania,9 lo que aparentemente se debe, entre otras cosas, a su carácter europeo: en 2018, el jurado del presti- gioso Premio Alemán del Libro alabó el modo en el que Mahlke tematiza la «historia de las dictaduras europeas del siglo xx» (Deutscher Buchpreis, s. f.). Se trata, pues, de mostrar los vínculos que existen entre los fascis- mos en Alemania y España. Por un lado, tal afirmación es problemática por provenir de una organización alemana, ya que desvía la atención de la propia culpa de Alemania. Pero, por otro lado, subraya un hecho suma- mente importante: la imposibilidad de entender las historias nacionales sin considerar el contexto europeo. En cuanto a la recepción de las novelas en España, la novela de Boos ha sido traducida al español como Naranjas de Sangre (Plataforma, 2017) y al catalán como Taronges de sang (Bromera, 2017). La autora participó en varias presentaciones en España10 y se publicaron unas cuantas reseñas del libro (Nopca 2017, Llopart 2017).11 En cambio, la novela de Mahlke, que es más reciente, aún no ha sido traducida al español.12 De todos modos, hubo reacciones favorables en los medios de comunicación catalanes y ca- narios ante la premiación de esta obra (Suomi 2018, La Vanguardia 2018). A continuación, en el primer apartado, se ofrecen algunas observacio- nes sobre las distintas teorías para precisar las particularidades y retos de la memoria en tiempos globalizados. Después, en el segundo y en el francesa Pas pleurer, de Lydie Salvayre, galardonada con el Premio Goncourt en 2014, que trata sobre la Guerra Civil española y que mezcla el francés con el castellano. Véase Arraéz (2017). 9 Verena Boos ganó el Mara-Cassens-Preis, el Debütpreis des Buddenbrookhauses, el Gerhard- Beier-Preis y el Grimmelshausen-Förderpreis con su novela Blutorangen (Boos 2018). Mahlke ganó el Premio Alemán del Libro en 2018. 10 Se pueden ver los vídeos de sus presentaciones en el Librerío de la Plata y en el Goethe-Institut de Barcelona en los siguientes enlaces: https://www.youtube.com/watch?v=abrA2lLHGT4; ht t ps:// www.youtube.com/watch?v=cs2Hfkvro0E. 11 Resulta interesante que las reseñas mencionen los vínculos históricos de ambos países, tal y como se puede advertir en Nopca (2017), que toma una cita de la autora como título para su artículo: «Verena Boos: “Espanya i Alemanya tenen una història de violència compartida.” L’escriptora connec- ta Hitler i Franco a la seva primera novel·la, Taronges de sang». 12 No obstante, la página web de la editorial alemana anuncia que la editorial Vegueta adquirió los derechos para la traducción al español y al catalán (Rowohlt, s. f.–b). Resultaría fructífero anali- zar la recepción de la novela en España una vez haya sido traducida.

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130 [127–158] J. AUGUSTIN · LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA EN DOS NOVELAS ALEMANAS CONTEMPORÁNEAS tercero, se analizará cómo las novelas Blutorangen, de Boos, y Archipel, de Mahlke, experimentan con el concepto de la memoria y lo sitúan en un contexto europeo.

1 La memoria en tiempos globalizados

Según el sociólogo francés Maurice Halbwachs, cada individuo pertenece a varios marcos sociales que forman su identidad, y las memorias indivi- duales crean una memoria colectiva que no es homogénea (Halbwachs 1976, 146 y 296).13 Las observaciones de Halbwachs se pueden transferir a la actualidad del siglo xxi, en la que la acelerada globalización influye en los procesos de memoria, creando nuevos marcos sociales: «[I]t has become impossible to understand the trajectories of memory outside a global frame of reference» (Assmann & Conrad 2010, 2). En los estudios sobre este tema, han surgido varios intentos de definir la influencia de lo global en los procesos de memoria.14 Los sociólogos Daniel Levy y Natan Sznaider (2002) proponen salir del marco nacional para analizar la lla- mada «memoria cosmopolita» (cosmopolitan memory). No se trata de bo- rrar la perspectiva nacional, sino de reparar en las fuertes interacciones existentes entre el nivel global y el nivel local (Levy & Sznaider 2002, 92). La cosmopolitización de la memoria permite la identificación con repre- sentaciones culturales que han surgido en otros países, para así asumir otro punto de vista que tenga en cuenta la historia y la memoria ajenas (Levy & Sznaider 2002, 103). Para ejemplificar el concepto de «memoria cosmopolita», los autores emplean la conmemoración del Holocausto en

13 Conforme a Jan Assmann (1988), existen dos niveles de memoria: la memoria comunicativa y la memoria cultural. La memoria comunicativa se basa en los recuerdos transmitidos a través de las generaciones y tiene un alcance de aproximadamente 80–100 años (Assmann 1988, 11). El concepto de «memoria cultural», en cambio, se refiere al nivel institucional de la memoria y abarca elementos como los rituales, monumentos o textos. La memoria cultural se define por las siguientes caracterís- ticas: siempre está vinculada a un grupo determinado; representa una reconstrucción del pasado; se manifiesta en el lenguaje, las imágenes y los rituales; se define por un alto grado de organización; es normativa, y es reflexiva (Assmann 1988, 13–15). 14 Para una panorámica de las políticas actuales de la memoria entre lo global y lo local, véase Guixé i Coromines (2016).

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Alemania, Estados Unidos e Israel:15 a principios de este siglo, los gobier- nos de distintos países firmaron la Declaración de Estocolmo, en la que reconocieron su responsabilidad compartida a la hora de conmemorar el Holocausto y se comprometieron a velar por los derechos humanos en el futuro.16 Se puede constatar, entonces, que los procesos de memoria no solamente tienen que ver con el pasado, sino que son fundamentales para la construcción de un futuro en común (Levy & Sznaider 2002, 100 y s.). Michael Rothberg, por su parte, propone aplicar el concepto de «me- moria multidireccional» (multidirectional memory) para caracterizar las interacciones interculturales de los distintos procesos de memoria: «[I]t has the potential to create new forms of solidarity and new visions of justi- ce» (Rothberg 2009, 5). Así pues, la literatura podría desempeñar un papel decisivo, ya que ofrece un espacio para reflexionar, criticar y experimen- tar con las posibilidades y consecuencias de la memoria en tiempos glo- balizados. El filólogo alemán Ottmar Ette analiza cómo las llamadas no- velas «transareales» (2010, 167 y 196) ponen a prueba las distintas formas de convivencia, no solo a nivel nacional, sino también a nivel europeo e incluso a nivel global.17 Para concebir el mundo en continuo movimiento, Ette emplea la metáfora de la isla. Al ampliar el sentido de «isla» se crea

15 No obstante, Aleida Assmann y Sebastian Conrad aciertan en advertir que la memoria del Ho- locausto no es compartida universalmente, sino que es importante entender el marco cultural es- pecífico en el que tiene relevancia. En cambio, muchos países del llamado «sur global» desarrollan una memoria compartida ante el telón de fondo de una violenta experiencia colonial (Assmann & Conrad 2010, 8 y s.). 16 Se puede leer el texto de la declaración en la página oficial de la Alianza Internacional para la Memoria del Holocausto (2000). En lo que concierne al Estado español, Alfons Aragoneses (2017, 192) muestra cómo, a partir de 2005, las instituciones españolas han colaborado en la construcción de una conmemoración transnacional del Holocausto. No obstante, señala que la integración del es- tudio del Holocausto en el currículo escolar a partir de 2014 se limita a concebirlo como un fenóme- no ocurrido fuera de España. No está previsto, por ejemplo, estudiar la historia de los republicanos españoles deportados a los campos de concentración nazis, aspecto que sería esencial para llegar a una verdadera conmemoración transnacional del Holocausto. 17 En ZusammenLebensWissen, Ette (2010, 165–198) ofrece un análisis de la literatura sobre el Ho- locausto (Semprún, Wajsbrot) para mostrar cómo construye la visión de una Europa multilingual y multicultural que podrá surgir a condición de que se establezca una nueva política memorial. Según Ette, es imposible escribir sobre la literatura europea sin tener en cuenta los distintos movimientos transareales. Analiza, por ejemplo, la obra de José F. A. Oliver, un español que creció en la Selva Negra alemana y cuya literatura no se reduce a una etiqueta nacional (Ette 2010, 186 y s.).

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[…] a world consisting of islands of all types of locations and sizes, shapes and figures. The dominating worldview is not a continental one, unified and con- tinuous […], but a highly discontinuous and fragmented worldview […]. It is […] a highly complex, fragmented world of islands that evades the command of a single power and escapes the continuities of human history and religious salvation. Despite the fact that every island is an element of an interconnected world, they nevertheless maintain their specific perspective within the un- questionable spherical unity of the planet. (Ette 2012, 23)

En vez de concebir el mundo como una entidad homogénea, Ette pro- pone entenderlo en su complejidad, tomando en consideración su frag- mentariedad («discontinuous and fragmented worldview»). Con ello, se despide de las grandes narrativas y de su linealidad, dando paso a una perspectiva insular. Al percibir el mundo como un conjunto de muchas islas, es posible combinar dos perspectivas: por un lado, cada isla tiene su singularidad («specific perspective»), mientras que, por otro, todas las is- las del mundo están conectadas entre sí («every island is an element of an interconnected world»). De este modo, Ette concibe el mundo como una red que se encuentra en un estado de continuo movimiento. ¿Cómo se pueden canalizar estas teorías en una metodología para el análisis literario? Para analizar si los conceptos de «memoria cosmopo- lita», de «memoria multidireccional» o de «memoria transareal» se pue- den aplicar a una novela específica, podemos explorar varios niveles del texto. A nivel extratextual, la traducción de una determinada novela y su presencia en los campos literarios de otros países son factores que influ- yen en la posible cosmopolitización de la obra. Esto nos lleva al segundo nivel, el paratexto (Genette 1987): se puede examinar si los escritores o las escritoras aluden a una memoria multidireccional en las entrevistas que ofrecen. Asimismo, también se puede estudiar si las peculiaridades del título, el diseño del epígrafe y las citas o fuentes mencionadas pueden sugerir el carácter transareal de la obra en cuestión. A nivel intertextual e interdiscursivo, una novela cosmopolita tiene vínculos intertextuales con obras de la literatura mundial, y es imprescindible preguntarse a qué sucesos históricos y discursos memorialísticos remite la novela. El idio- ma utilizado y el code-switching, por su parte, son criterios intratextuales,

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133 [127–158] J. AUGUSTIN · LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA EN DOS NOVELAS ALEMANAS CONTEMPORÁNEAS como también lo son el espacio y el tiempo en el que se sitúa la trama y la posible biografía transnacional de los personajes. Asimismo, los campos semánticos empleados pueden hacer referencia a los procesos de memo- ria. A nivel del discours, sería interesante analizar desde qué perspectiva se narra la historia; si hay, por ejemplo, un cambio de instancias narrati- vas o una estructura ácrona que rompe la secuencia cronológica median- te el empleo de analepsis o prolepsis.18 En este artículo se emplea el método del close reading para poder, de este modo, vincular los distintos niveles de la narración. A través del aná- lisis de escenas particulares y detalles de la historia, se puede demostrar cómo el texto literario trabaja con el concepto de memoria y así deducir hasta qué grado la obra se puede considerar cosmopolita, multidireccio- nal o transareal. En el siguiente apartado, empezaré con el análisis de la primera novela, Naranjas de sangre (Boos 2015).

2 De las fronteras nacionales a las fronteras ideológicas: Blutorangen (Naranjas de sangre)

El título de la novela, Naranjas de sangre, evoca una imagen con distin- tos matices. Visualmente, el rojo de la sangre hace alusión a la violencia. Es común asociar este color llamativo con el peligro. En cuanto al gusto, las naranjas de sangre difieren de las naranjas dulces porque tienen un sabor ácido y más amargo. Podemos entender esto de modo metafórico y considerar el sabor como «impresión que algo produce en el ánimo» (RAE 2014). Y de sabor amargo son los recuerdos de los sobrevivientes de la Guerra Civil y de la Segunda Guerra Mundial. Al cuerpo de la obra lo precede un árbol genealógico de la familia es- pañola de Maite, la protagonista, y la familia medio alemana y medio es- pañola de Carlos. Las dos quedan entrelazadas con el matrimonio de es- tos personajes. El árbol genealógico abarca tres generaciones, el espacio temporal que alcanza, según Jan Assmann (1988, 11), la memoria comu-

18 La terminología empleada en el análisis de los textos literarios se basa en las definiciones ela- boradas por Genette (1972). Véase también la lista elaborada por Astrid Erll (2017, 191–212) de los conceptos de «memoria cultural» y «memoria comunicativa» en el texto literario.

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134 [127–158] J. AUGUSTIN · LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA EN DOS NOVELAS ALEMANAS CONTEMPORÁNEAS nicativa. Con ello se tiene la impresión de que la novela se centra en los procesos de memoria individuales y familiares. No obstante, durante la lectura se hace patente que la memoria individual de Maite sirve de re- trato de la sociedad española en un contexto europeo. Otro aspecto paratextual que llama la atención es el apartado de «Fuen- tes y agradecimientos» que Boos (2017a, 377–379) ha añadido al final del libro, donde cita las obras historiográficas usadas. En cierto modo, esta parte del libro sirve como autolegitimación, ya que intenta subrayar que los hechos históricos mencionados se basan en investigaciones actuales y que su trama no es meramente ficticia. La escritora busca vincular su novela con el contexto sociopolítico. A partir de las fuentes elegidas por la autora podemos determinar si Naranjas de Sangre es un libro compro- metido con la memoria cosmopolita: junto a las obras historiográficas ale- manas sobre la Guerra Civil, también se mencionan fuentes anglófonas y españolas.19 Esto confirma que el modo de trabajo de Boos es multilin- güe y multidimensional. Además, la escritora alaba el trabajo de organi- zaciones no gubernamentales como la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica e incluso menciona haber participado en una exhumación en España (Boos 2017a, 378). Esto demuestra que la autora se familiarizó con las prácticas y los debates actuales en el país, adoptan- do, así, una posición clara a favor de la ARMH. Para los lectores alemanes con escasos conocimientos sobre la historia y las víctimas españolas del Holocausto, la mención de estas fuentes es de especial importancia, pues les posibilita llenar este vacío. Empleando los términos de Levy y Sznai- der, se puede deducir que la lectura de esta novela logra que los lectores alemanes empaticen con las víctimas de España y sean conscientes de que la historia de su país está vinculada a la historia española.20

19 Las obras mencionadas son: Spaniards in the Holocaust, de Wingeate Pike; Gegenwart der Ver- gangenheit – Die Kontroverse um Bürgerkrieg und Diktatur in Spanien, de Pichler; Kampf der Erinne- rungen: Der Spanische Bürgerkrieg in Politik und Gesellschaft, de Bernecker y Brinkmann, y Desenter- rar las palabras: Transmisión generacional del trauma de la violencia política del siglo xx en el Estado español, de Valverde (Boos 2017, 377 y s.). 20 En su reseña, el prestigioso periódico nacional Frankfurter Allgemeine Zeitung comenta que la novela recuerda los vínculos históricos entre Hitler y Franco, de los que hoy día muchos alema- nes son poco conscientes (Teutsch 2015). Auweiler (2019, 255) incluso considera la novela como una contribución alemana a la literatura de la memoria española.

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La trama se centra en Maite, una joven valenciana que se va a estudiar a Múnich con una beca Erasmus en los años noventa (Boos 2017a, 297). En este viaje descubre el pasado siniestro de su padre, que luchó en la Di- visión Azul durante la Segunda Guerra Mundial y trabajó como guardia civil durante los años de posguerra (Boos 2017a, 156).21 Maite se enamora y se casa con Carlos, hijo de un español y de una alemana. En algún mo- mento la protagonista conoce al abuelo de este, un español que, estando exiliado en Francia durante la Guerra Civil, fue detenido en un campo de internamiento en Angulema, desde el que fue deportado al campo de concentración de Mauthausen (Boos 2017a, 86 y s.).22 No obstante, tuvo suerte y pudo escapar del tren antes de llegar a este destino. Dialogando con Antonio, el abuelo, la protagonista descubre el pasado entrelazado entre España y Alemania y empieza a entender la historia violenta de su propio país. La instancia narrativa hetero- y extradiegética asume la focalización interna de distintos personajes, cambiando frecuentemente la perspec- tiva. Así, a nivel narrativo, se crea la posibilidad de concebir una memo- ria multidireccional de acuerdo con Rothberg. La mayoría de las veces, la focalización interna se centra en Maite. Algunos de los personajes nunca se focalizan: el hijo de Antonio y la cocinera de la familia de Maite solo aparecen a través de los pensamientos de los demás personajes. De este modo, no forman parte de la memoria colectiva y asumen una posición marginal que no abandonan ni siquiera al final de la novela. A veces se producen cambios narrativos en los que el narrador se diri- ge a Antonio en segunda persona. Esto ocurre por primera vez en un ins- tante decisivo y traumático, en 1940, cuando Antonio se da cuenta de que ha perdido a su esposa e hijo (Boos 2017a, 100 y s.). Con la pérdida de su familia, se queda sin una red social. Además, el hijo ausente personifica el futuro imposible. Los cambios narrativos a la segunda persona se vuel-

21 Sobre la División Azul, unidad de soldados españoles que Franco envió a Alemania durante la Segunda Guerra Mundial, véase Moreno Juliá (2012). 22 La novela plasma un acontecimiento real: la deportación en tren de aproximadamente 900 hombres, mujeres y niños españoles de Angulema a Mauthausen, donde los hombres bajaban para permanecer en el campo de concentración mientras las mujeres y los niños seguían el camino has- ta ser entregados al Gobierno franquista en la frontera entre Francia y España (Brenneis 2018, 10).

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136 [127–158] J. AUGUSTIN · LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA EN DOS NOVELAS ALEMANAS CONTEMPORÁNEAS ven a producir en 2004, cuando Antonio se enfrenta a su pasado traumá- tico al viajar a su pueblo natal para la exhumación de su padre —quien representa el pasado perdido— de una fosa común:

Estás en tu antigua casa, muchos años después, y querrías tener tu bastón o una silla en la que poder reflexionar sobre este monstruoso lapso del tiempo, […] volver a ser un niño, todos esos veranos, dos hermanos, padre y madre, la noche, la casa, la huida (y piensa, eso es lo que ocurre), la noche en la que arras- traron a su padre delante de dos faros (eso es lo que ocurre cuando se muere), el campo de refugiados y aquel tren, todo te pasa por delante, este brazo pe- sado y el vacío en los pulmones […]. (Boos 2017a, 288)23

La sintaxis peculiar de esta frase larga en la que predomina el asíndeton muestra cómo el regreso a la casa natal desencadena una ola de recuerdos que inunda la mente de Antonio. Los recuerdos fragmentarios («la noche, la casa, la huida») se ven interrumpidos por sus pensamientos conscientes, marcados por los paréntesis, en los que reacciona ante el impacto de los recuerdos. El narrador alterna entre la tercera y la segunda persona («es- tás», «piensa», «te pasa»). Estos cambios marcan el reencuentro de Anto- nio con su propio pasado y con los momentos traumáticos que ha estado remprimiendo a causa de su gran carga violenta. Por un lado, muestran la disociación de la personalidad de Antonio; por otro, crean una cerca- nía con el personaje que posibilita empatizar con él. Esta escena refleja lo doloroso que puede ser el proceso de recuperación del pasado, que frecuentemente hace que vuelvan a surgir los recuerdos traumáticos.24 El arduo regreso del personaje a España se equipara con el regreso a la casa («estás en tu antigua casa»), que funciona como pars pro toto del país

23 «Du stehst in deinem alten Haus, so viele Jahre danach, und wünschst dir deinen Stock oder einen Stuhl, auf dem du deine Gedanken über diese monströse Zeitspanne denken könntest, […] Kindsein, all diese Sommer, zwei Brüder, Vater und Mutter, die Nacht und das Haus und die Flucht (und er denkt, so ist das doch), die Nacht, da man den Vater an zwei Scheinwerfern hinauszog (so ist das doch, wenn man stirbt), das Lager und dieser Zug, alles zieht an dir vorbei, dieser schwere Arm und die Leere in den Lungen […]» (Boos 2018, 312). 24 Véase, por ejemplo, el documental El silencio de otros (Carracedo & Bahar 2018), que acompa- ña a varias familias durante las exhumaciones de sus seres queridos, enterrados en fosas comunes durante la Guerra Civil.

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137 [127–158] J. AUGUSTIN · LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA EN DOS NOVELAS ALEMANAS CONTEMPORÁNEAS natal que no fue nido de protección, sino el lugar del que Antonio tuvo que huir. El movimiento que implican las palabras «huida», «refugiados» y «tren» contrasta con la reclusión forzosa que se insinúa mencionando el «campo», sabiendo que se trata de un tren de deportación. El cuerpo de Antonio, impactado por los recuerdos, sufre y anhela tener un lugar de reposo («bastón», «silla»). En vez de ser cronológica, la estructura temporal de la novela se caracte- riza por entrelazar el presente con frecuentes analepsis hacia el pasado. El presente se sitúa entre los años 1990 —cuando Maite empieza a descubrir los vínculos entre su padre y la Wehrmacht— y 2004, momento en el que la familia viaja a España para la exhumación. Los capítulos intercalados que se sitúan en el pasado abarcan un periodo de tiempo de cuatro años, de 1939 y a 1942. Estos capítulos se centran en las experiencias de Anto- nio en España, Francia y Alemania (p. ej., Boos 2017a, 100–119) y de Fran- cisco, el padre de Maite, en Rusia y España (p. ej., Boos 2017a, 167–178).25 Las secuencias situadas en el pasado nos acercan a la vida sentimental de estos personajes, ambos marcados por el sufrimiento y las experiencias de guerra que tuvieron lugar en un espacio transnacional. El lector con- cibe, así, las distintas perspectivas históricas de izquierdas y de derechas, perspectivas contrarias y encarnadas por Antonio y Francisco. Interca- lando el pasado y el presente, la estructura temporal subraya los proce- sos de conmemoración y de recuperación del pasado desde el presente. También se muestra que las heridas del pasado siguen abiertas. El padre de Maite es de opiniones firmes e intenta justificar las acciones violentas cometidas por el bando de derechas durante la Segunda Guerra Mundial al ser confrontado por su hija:

25 Los nombres de ambos personajes aluden a figuras históricas de España que también se cono- cen en Alemania: Antonio comparte el nombre con Machado. Evoca la triste experiencia del escritor en su huida a Francia y la posterior muerte en Colliure, el pueblo donde yace su tumba, que, según El País, se puede considerar como «icono de la memoria republicana» (Rodríguez Marcos 2019). Fran- cisco, el padre de Maite, lleva el mismo nombre que Franco, convirtiéndose así en la encarnación del discurso derechista. La elección de estos nombres en la novela facilita la adscripción de los personajes a distintos bandos políticos, pero a la vez puede ser criticada como una reafirmación de estereotipos.

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138 [127–158] J. AUGUSTIN · LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA EN DOS NOVELAS ALEMANAS CONTEMPORÁNEAS

—En Rusia ahorcaron, fusilaron y deportaron a la gente. Además, también de- portaron a españoles a Mauthausen y Buchenwald. —¡Estaba en su derecho! —Clavó el cuchillo y el tenedor en el pavo—. ¡Nues- tro enemigo era el bolchevismo, que amenazaba con arrasar Europa! ¡Nues- tra guerra fue una cruzada de las personas que creen en Dios! […] ¡Eran gente sin fe y sin moral! Ya vimos aquí lo que eran capaces de hacer. […] ¡Diez mil mártires en el Paracuellos! —¡Eso es mentira, son muchos menos! […] —Habían atacado a nuestra patria desde el interior y tuvieron que ser extraí- dos como un cáncer. —Su mano se dispara hacia arriba como una serpiente detrás del pavo. (Boos 2017a, 252 y s.)26

En la discusión con Maite, el padre se comporta de manera violenta («clavó el cuchillo y el tenedor en el pavo») y los utensilios en sus manos parecen ser armas («cuchillo», «tenedor», «se dispara»). El pavo de Navi- dad alude, en este caso, a las víctimas anónimas mencionadas por Maite. La comparación del movimiento del padre con el de una serpiente, ani- mal asociado a la traición y al mal, confiere una connotación negativa. Las numerosas interjecciones subrayan su estado de ira. Además, apare- cen conceptos centrales de la jerga derechista («bolchevismo») y cristia- na («cruzada», «mártires») creando así una visión binaria entre el noso- tros («nuestro», «vimos») a un lado y el enemigo al lado opuesto. Llama la atención en esta cita que el padre hable de «nuestra guerra», sirviéndose de una imagen transnacional que equipara la Guerra Civil con la Segunda Guerra Mundial, así como la causa franquista con el nacionalsocialismo alemán. Las fronteras, en este caso, no se sitúan entre los españoles y los alemanes, sino entre la gente de derechas y la de izquierdas. Al repetir el padre de Maite la problemática metáfora del «cáncer», utilizada por los

26 «“Die haben in Russland die Leute erhängt, erschossen, deportiert. Die haben übrigens auch Spanier deportiert, nach Mauthausen und Buchenwald.” “Das hatte seine Berechtigung!” Er rammt das Messer und die Fleischgabel in den Truthahn. “Unser Feind war der Bolschewismus, er drohte Europa zu überrollen! Unser Krieg war ein Kreuzzug der Menschen, die an Gott glauben! […] Das waren Leute ohne Glauben und ohne Moral! Man hat hier ja gesehen, was die anrichten. […] Zehn- tausend Märtyrer in Paracuellos!” “Das ist eine Lüge, es sind viel weniger!” […]“Sie hatten unser Vater- land von innen befallen, und man musste sie wie einen Krebs herausschneiden.” Seine Hand schießt wie eine Schlange hinter dem Truthahn hervor» (Boos 2018, 272 y s.).

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139 [127–158] J. AUGUSTIN · LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA EN DOS NOVELAS ALEMANAS CONTEMPORÁNEAS nacionalsocialistas para justificar las matanzas del enemigo retratándolo como un ser degenerado y peligroso (Musolff 2010, 24), el texto crea un personaje anacrónico y estereotipado. Tal y como se puede observar en el texto citado arriba, los lectores acompañan a Maite en el momento en el que se enfrenta al pasado de Es- paña y a los vínculos del país con Alemania. La mención explícita de los campos de concentración muestra a los lectores que los alemanes nazis también asesinaron a habitantes de otros países («españoles a Mauthau- sen»). Maite se ha informado y sabe descifrar la «mentira» pronunciada por su padre. Se niega a creer el mito de Paracuellos, representando así a las jóvenes generaciones que se liberan del poder de las antiguas élites y que cambian la percepción del pasado histórico. Los conflictos ideológi- cos se convierten en un conflicto de memoria. Un aspecto problemático de la novela es que se centra con tanta vehe- mencia en los sucesos atroces ocurridos en España que parece implicar con ello que la labor de superación del problemático pasado alemán ya está prácticamente rematada. Esto se hace patente en la forma de carac- terizar a los verdugos en la novela. La mayoría de ellos son anónimos, y casi todos son españoles. El único verdugo alemán que tiene nombre en la novela es el «tío Hans», miembro de la SS. Es un personaje unidimen- sional, retratado como hombre antipático y violento que muere poco después de la Segunda Guerra Mundial (Boos 2017a, 132). La continuidad nacionalsocialista en la sociedad alemana tampoco se presenta con más detalle. Es más, se pone énfasis en la ayuda que diversos alemanes ofre- cieron a Antonio al encontrarse perdido en Múnich en 1940 (Boos 2017a, 110–119). Parece ser un caso extremadamente hipotético: a la poca pro- babilidad de huir con éxito de un tren de deportación,27 se añade la poca

27 La historiadora Tanja von Fransecky (2014) analiza los intentos de fuga de los judíos de los trenes de deportación en Francia, Bélgica y los Países Bajos, mostrando que hubo más de 750 hui- das documentadas. No obstante, explica que la mayoría de las personas que pudieron escapar tenía algún contacto con grupos o redes de resistencia, lo que les facilitó la decisión de escapar por tener una mayor capacidad de actuar y de informarse. Otro aspecto que menciona Von Fransecky es que la población alemana era considerada enemiga por los presos judíos, causa por la que no hubo tantos intentos de fuga en este territorio (Von Fransecky 2014, 335–340). Visto de este modo, la fuga de An- tonio, motivada por asuntos personales, casi sin voluntad propia y en medio de Múnich, no parece verosímil, sino marcada por muchas casualidades.

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140 [127–158] J. AUGUSTIN · LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA EN DOS NOVELAS ALEMANAS CONTEMPORÁNEAS probabilidad de recibir ayuda de múltiples desconocidos en una sociedad dictatorial. Aunque sí hubo resistencia y personas que ayudaron a las víc- timas, esta combinación que se da en la novela parece ser demasiado hi- potética. La asimetría entre el verdugo español que hasta el día de hoy no ha cambiado de opinión y el gran número de alemanes buenos hace que el texto pierda complejidad.28 En una novela en la que uno de los temas es el Holocausto, este factor puede diluir la cuestión crítica de la culpa alemana, equiparándola con las circunstancias españolas —que en este caso incluso parecen ser peores. No se debe olvidar que Naranjas de san- gre, en primer lugar, se dirige al público en Alemania, y por eso existe el riesgo de banalizar el pasado de este país.29 Un motivo dominante en la novela es el silencio y el consecuente acuer- do familiar para mantener en silencio el pasado conflictivo.30 Funciona como metonimia del consenso colectivo, remitiendo al así llamado «pac- to del silencio». El campo semántico de «silencio» domina toda la narra- ción.31 La fotografía, por su parte, es la metáfora de un pasado latente. No hace ruido, pero contiene informaciones e historias que esperan ser des- cubiertas: al darse cuenta de la similitud entre la fotografía de su padre de cuando era soldado de la División Azul y la del tío Hans en la Wehr- macht, Maite se embarca en un proceso de recuperación del pasado de su familia y de España. De este modo, la estancia en otro país inicia un cambio fundamental en la personalidad de la protagonista. De acuerdo con Levy & Sznaider (2002, 103) podemos considerar este proceso como

28 El especial énfasis dado al pasado español se hace visible al comparar entre el número de men- ciones que hay de «Mauthausen» (8), «Dachau» (5), «campo de concentración» (5) y «Hitler» (30), y entre las que se hacen de «Guardia Civil» (59) y «Franco» (48). 29 Tal como señala Andrea Bies (2017, 141 y s.), la novela contemporánea alemana que trata de España frecuentemente tematiza los conflictos de memoria en este país. En mi opinión, existe cier- to riesgo de que las novelas no tomen en consideración el problemático pasado alemán, lo cual se debería comprobar en cada caso particular. 30 Leopoldo Domínguez (2019, 79) señala que la novela de Boos remite al así llamado «pacto del silencio» en España y menciona la novela del escritor español Ignacio Martínez de Pisón, Dientes de leche (2009), como obra comparable en cuanto a trama y a personajes transnacionales (Domínguez 2019, 75). Sin embargo, no analiza ni la perspectiva transnacional ni la memoria del Holocausto en Naranjas de sangre. 31 En el original alemán de la novela, la palabra schweigen/Schweigen, que se puede traducir como «callarse» (schweigen) o como «silencio» (Schweigen), aparece 49 veces (Boos 2018).

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141 [127–158] J. AUGUSTIN · LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA EN DOS NOVELAS ALEMANAS CONTEMPORÁNEAS elemento de la memoria cosmopolita. Según estos autores, la autoidenti- ficación con la historia del Otro puede ayudar a las personas a desarrollar una perspectiva crítica hacia su propia historia. Al final de la obra, la exhumación del padre de Antonio de la fosa co- mún se entrecruza con la muerte del padre de Maite (Boos 2017a, 354–357). Ella regresa a casa después de una ausencia de muchos años. La defunción del padre da paso a la voz de la madre, que por primera vez habla de su pasado traumático y silenciado (Boos 2017a, 361). Con la muerte de las antiguas élites, personificadas por el padre, las víctimas podrán, por pri- mera vez, hablar por sí mismas y ser escuchadas. De este modo, la novela implica que ahora, en la actualidad del siglo xxi, es el momento adecua- do para prestar atención a las víctimas y volver a hablar sobre el pasado. Al descubrir que la parte materna de su familia fue asesinada durante la Guerra Civil, Maite se da cuenta de que ella misma pertenece a una fami- lia con víctimas y victimarios. Sin embargo, eso no la lleva a reconciliarse con su padre muerto. En las últimas líneas de la novela, Maite se vuelve narradora en primera persona al despedirse del cuerpo de su padre: «Le meto la foto del partisano asesinado en el bolsillo del pecho. Esta deuda debe ir con él. Debe acompañarlo […]. Dejo caer un guijarro y un poco de tierra de la fosa común en su cuello. Le picará» (Boos 2017a, 375).32 Con ello la protagonista asume una nueva función, y, a partir de este momen- to, dominará el discurso, dando así comienzo a una futura restitución de las víctimas. En un acto simbólico, Maite le echa al muerto una piedrecita de la fosa común y le mete la foto de un partisano asesinado en el bolsillo, subrayando con ello que la muerte del perpetrador no le libera de su culpa y que sus crímenes no han prescrito («esta deuda debe ir con él», «le pica- rá»). La foto se vuelve testigo de la muerte del partisano y de todo lo que nunca se dijo, pero que resonará para interrumpir la paz de los muertos. Las fronteras ideológicas que marcan las líneas entre los buenos y los ma- los siguen vigentes, porque una vida en común no será posible.

32 «Ich stecke das Bild des ermordeten Partisanen in seine Brusttasche. Diese Schuld muss er mitnehmen. Sie soll ihn begleiten […]. Ich lasse einen Kiesel und etwas Erde aus dem Massengrab in seinen Kragen fallen. Es soll ihn kratzen» (Boos 2018, 407).

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3 Memorias insulares: Archipel (Archipiélago)

El título de la novela de Inger-Maria Mahlke, Archipiélago, se puede enten- der de modo geográfico, pues remite a las Islas Canarias, donde se desa- rrollará la trama de la historia. Estas islas están aisladas, en el sentido de que tienen una posición periférica. No obstante, las islas son el punto de encuentro para el comercio, el turismo y la política globales. Esto nos posibilita interpretar el título en sentido metafórico, aplicando el con- cepto de «isla» desarrollado por Ette a la novela de Mahlke para mostrar cómo crea un conjunto de memorias que se pueden calificar comoinsu - lares: se entrelazan a múltiples niveles, pero se definen por su perspecti- va específica. De manera similar a la novela de Boos, al texto de Archipiélago le precede una lista de los personajes que tiene cierto parecido con un árbol genea- lógico. Llama la atención que la cronología empiece en orden invertido, con las generaciones más jóvenes. Se omiten las ramas que normalmen- te sirven de conexión para dar un orden. Por un lado, esta parte del libro sirve de orientación, pero, por otro, ya se deja entrever que los lectores están obligados a participar activamente en la construcción de sentido, pues ellos mismos tendrán que crear y entender los vínculos existentes entre los personajes. La falta de conexión y orden deconstruye la linea- lidad y cronología implicadas generalmente en un árbol genealógico. Se hace patente que la historia se produce a partir del presente y que se tra- ta de un proceso continuo interminable. La novela concluye con un glosario que se dirige a los lectores alemanes y en el que se recopilan las expresiones castellanas que han aparecido a lo largo de la novela junto a su traducción, y donde se explican el contex- to histórico o las particularidades tinerfeñas (Mahlke 2018, 425–429). El glosario parece tener una función didáctica: de modo similar a Boos, Ma- hlke sitúa su novela en un contexto sociohistórico concreto y ayuda a los lectores a informarse sobre lo que acaban de leer. No obstante, Mahlke, a diferencia de Boos, no menciona las fuentes consultadas.33 El glosario

33 Aunque no se mencione ninguna en el glosario de la novela, se puede suponer que Los salones de Fyffes, del cineasta tinerfeño David Baute (2005), es una de las fuentes consultadas. Este documen-

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143 [127–158] J. AUGUSTIN · LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA EN DOS NOVELAS ALEMANAS CONTEMPORÁNEAS clarifica las ambigüedades del texto literario, como se puede observar en el siguiente ejemplo:

Fyffes: nombre oficial, Prisión militar Costa Sur, […]; campo de concentración fascista en Santa Cruz. Por la noche se llevaban a cabo las denominadas sacas: se leían las nóminas para, a continuación, ejecutar a los presos en Las Caña- das, en el Barranco Santos y en otros lugares. La mayoría fueron fusilados o llevados a mar abierto en barcos y arrojados por la borda. Hasta el día de hoy se desconoce el número exacto de las víctimas.34

El glosario está escrito en un tono científico que retoma los elementos del texto ficcional para relacionarlos con el contexto histórico. Mientras que el texto literario no siempre hace referencia a la violencia explícita- mente, el glosario sí lo hace («ejecutar», «fusilados», «arrojados»). Estos hechos se describen usando el pretérito imperfecto, pero la última frase crea un vínculo directo con el presente («hasta el día de hoy»), mostran- do que aún quedan vacíos no resueltos. Las víctimas siguen siendo anó- nimas. Al mencionar el Fyffes, una exportadora de plátanos irlandesa, se critica implícitamente la manera en la que actúa el comercio global, rele- gando la política a un segundo plano por detrás del dinero.35 Esta crítica puede equipararse a los actuales debates sobre la ética de comerciar con países dictatoriales. En contraste con el glosario, el epígrafe al inicio de la novela crea un vínculo con la escritora y su propia historia familiar: «Ya voy llegando a mi casa, donde muero y vivo yo. Las paredes me conocen, pero los bienes de mi vida no. (sagt meine Abuela)» (Mahlke 2018, 5). El epígrafe se caracteriza tal muestra cómo los hangares de la exportadora de plátanos fueron transformados en un campo de reclusión. Las definiciones que se ofrecen en el glosario deArchipiélago y el hecho de que el apellido Baute es dominante en la novela son dos indicios que apoyan esta hipótesis. 34 «Fyffes: offiziellPrisión militar Costa Sur […]; faschistisches Konzentrationslager in Santa Cruz […]. Nachts fanden sogenannte Sacas statt (von sacar: herausholen): Namenslisten wurden verlesen und die Häftlinge daraufhin in Las Cañadas, im Barranco Santos und an anderen Orten ermordet. Die meisten wurden erschossen oder mit Schiffen aufs offene Meer hinausgefahren und über Bord geworfen. Die genaue Anzahl der Opfer steht bis heute nicht fest» (Mahlke 2018, 427). 35 También se ofrece un ejemplo de los años treinta, en los que las compañías enviaban sus pro- ductos al mercado alemán sin importarles que el gobierno del país fuera nacionalsocialista (Ma- hlke 2018, 375).

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por el code-switching empleado entre el español y el alemán («sagt meine Abuela», o sea, «dice mi abuela»). La alusión a la oralidad, la rima (entre «yo» y «no») y la mención a la abuela permiten considerar el epígrafe como un lema que se transmite a través de las generaciones. Con esto también se remite a la memoria comunicativa, en este caso transnacional, que la abuela española pasará a su nieta alemana. Al igual que en la novela de Boos, aparece el motivo de la casa, que puede entenderse tanto como la casa natal o como el país en el que alguien ha nacido. El sentimiento de pertenencia a un lugar concreto en la vida y en la muerte contrasta con la diversidad lingüística del fragmento. El concepto de identidad transmiti- do aquí puede interpretarse mediante la metáfora de la isla: la identidad vacila entre lo singular y lo entrecruzado, entre el origen y el movimien- to. La mención de la muerte antes de la vida («muero y vivo») invierte el orden cronológico y ya es un indicio para la cronología de la narración que sigue. Esta empieza en 2015 y recorre casi un siglo entero hasta con- cluir en el año 1919. La estructura acrónica de la narración rompe con la linealidad del tiempo y con la manera de concebir la historia como una evolución constante y progresiva. Cada capítulo del texto narrativo lleva un año como título (p. ej., «2015», «1975», «1936», etc.) y se divide en frag- mentos de unas pocas páginas. En cada fragmento, el narrador extra- y he- terodiegético focaliza los pensamientos de uno de los personajes, creando así una visión íntima de sus temores y sueños en el respectivo año. Como el narrador nunca asume una posición autorial, siempre transmite de forma fiel la complejidad psicológica de los personajes. Conforme a Ro- thberg, esta estructuración narrativa permite crear una visión multidi- reccional del pasado. No obstante, el texto se niega a dar explicaciones y el lector se ve obligado a hacer su propia evaluación de lo que se cuenta y de lo que no se cuenta. De esta manera, la novela se despide de los llama- dos «metarrelatos», creando así una perspectiva multifocal. Archipiélago es un retrato de tres familias que viven en Tenerife: las fami- lias Bernadotte, Baute y Morales. Mientras que los Bernadotte pertenecen a la clase más alta con dinero y propiedades heredados, los Baute son de clase media. La familia Morales representa la clase baja de las empleadas domésticas. A finales del siglo xx, estas tres familias se entrelazan con el matrimonio de Felipe Bernadotte y Ana Baute, que tienen una hija, Rosa.

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A lo largo de la narración, los lectores acompañan a los distintos miem- bros de las tres familias, así como a sus antepasados. Los grandes sucesos y procesos históricos, como la Guerra Civil, la Segunda Guerra Mundial y la globalización, influyen en la vida de los protagonistas de distintas formas. El personaje central a lo largo de estos años es Julio Baute, el abuelo de Rosa, nacido en el año 1919, es decir, al final de la narración. Al inicio de la misma, se presenta al personaje como un anciano de 94 años que está viviendo en un asilo y que no parece tener una buena relación con su fa- milia: «“¿Por qué nos odia el abuelo?”, preguntó Rosa un día. “El abue- lo no nos odia.” La voz de Ana, severa».36 Esta cita ejemplifica la falta de entendimiento mutuo entre las generaciones. Ana no quiere saber por qué su hija tiene la impresión de ser odiada. Tampoco intenta explicar el comportamiento frío del abuelo. No hace más que contradecir a su hija y mostrarse severa, con una total falta de empatía. Las frases cortas —la última incluso es elíptica— subrayan el poco espacio que ocupan los sen- timientos y el verdadero diálogo dentro de la familia. Igual que en la no- vela de Boos, aquí la familia se puede interpretar como un pars pro toto de la sociedad española. La comunicación fracasada apunta hacia los en- frentamientos entre los distintos grupos sociales y la relación conflictiva con el pasado histórico. No es hasta que Julio empieza a charlar con Amalia, una de las habitantes del asilo a la que le han diagnosticado demencia senil, que empezamos a sospechar lo que podría ser la causa de su comportamiento distante. Cada vez que Amalia se encuentra con Julio, ella le pregunta por un tal Mario:

—¿Se llama usted Mario? Julio Baute vuelve a bajar la mano. —No —dice, percibiendo lástima en su voz. —Yo conocía a un Mario —dice Amalia González Herrera—. Pero, si lo pienso bien… —Hace una pausa—. Creo que tuvo un accidente con el camión. —Lo lamento. ¿Se quiere sentar? […]

36 Todas las traducciones de la novela de Mahlke son mías. Texto original: «“Warum hasst Opa uns?”, hat Rosa irgendwann gefragt. “Opa hasst uns nicht.” Anas Stimme streng» (Mahlke 2018, 30).

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—Era falangista. El azul le quedaba bien. —Disculpe, quiero ver esto —dice Julio Baute y toma el control remoto. Menú aparece en la pantalla, sus dedos no parecen responder, Salida, por fin dan con el botón. Julio sube el volumen.37

La mención del color azul y de la afiliación política de Mario marcan un momento decisivo. Julio reacciona intentando controlar sus emociones («toma el control remoto») y huyendo («Salida», «sube el volumen»). Las palabras de la mujer desencadenan una avalancha de recuerdos que Julio había reprimido y cuyo repentino surgimiento pone en riesgo el control de sus emociones. Aquí se pueden observar dos maneras distintas de tratar la memoria. Por un lado, por su demencia, Amalia comparte informacio- nes privadas sin tener en cuenta la reacción de sus interlocutores, estan- do así condenada a revivir los momentos del pasado continuamente. Por otro lado, Julio intenta a toda costa controlar sus emociones y recuerdos, reprimiéndolos y, con ello, manteniendo el pasado a distancia. No obstan- te, hemos visto ya que esto complica la comunicación con su familia. En cierto modo, Julio también está condenado a sentir los efectos del pasa- do en su vida actual. El lector empieza a percibir el pasado problemático del protagonista, que poco a poco vuelve a aflorar. Las heridas del pasado siguen complicando el diálogo de Julio con su familia. No será hasta casi 300 páginas más adelante que, después de un viaje de ochenta años en el pasado —regresando al año 1936—, los lectores descubrirán que Julio fue encarcelado y llevado a lo que se llama el Guano:

Para algunos hay sentencias en el Guano, para algunos hay cursos, para otros solamente la voz. No es la misma cada noche, una viene de Cataluña, otra de

37 «“Heißen Sie Mario?” Julio Baute lässt die Hand wieder sinken. “Nein”, sagt er und hört Bedau- ern in seiner Stimme. “Ich kannte mal einen Mario”, sagt Amalia González Herrera. “Aber wenn ich recht überlege”, sie macht eine Pause, “ich glaube, er ist mit dem Lastwagen verunglückt.” “Das tut mir leid. Möchten Sie sich setzen?” […] “Er war Falangist. Blau stand ihm gut.” “Entschuldigung, ich möchte das sehen”, sagt Julio Baute und nimmt die Fernbedienung. Menü erscheint auf dem Bild- schirm, seine Finger wollen nicht richtig, Exit, endlich haben sie die Taste. Er stellt den Ton lauter» (Mahlke 2018, 94).

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147 [127–158] J. AUGUSTIN · LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA EN DOS NOVELAS ALEMANAS CONTEMPORÁNEAS

Andalucía, pero la mayoría de las veces es de aquí. La voz lee de forma lenta y siempre idéntica, como si quisiera hacerle justicia a cada nombre, es floja y aun así se escucha hasta en el rincón más alejado. Los que rezan, lo hacen en silencio, nada más que el sonido suave de labios juntándose apresurados. […] «Hemorragias internas», escribe el médico meticulosamente al día siguiente, no sin antes quitar la tinta excedente de la pluma, para no dejar manchas en el formulario, meticuloso y limpio. «Causa de la muerte: hemorragias internas».38

El motivo de la voz domina este pasaje. En vez de gritos violentos, pre- dominan los sonidos tenues. La sintaxis paralela crea un ritmo constante que subraya el flujo de los presos que entran en el Guano. La multitud de nombres que proclama la voz contrasta con el hecho de que el narrador no los nombra. De este modo, marcan un vacío, metáfora del anonimato y de la incapacidad de determinar un número exacto de víctimas. Mien- tras que ciertos detalles se describen minuciosamente, hay cosas que son silenciadas y no se cuentan. Por ejemplo, la «tinta», que se asemeja a la san- gre. El movimiento cuidadoso de la pluma contrasta con el trato brutal que probablemente causó las «hemorragias internas» del muerto —pero esta parte no se cuenta y el muerto no tiene ni nombre ni presencia física. La cita ejemplifica el modo en el queArchipiélago trata la violencia, que la mayoría de las veces aparece de manera implícita. Cuando al final la vio- lencia ya aparece de manera explícita, el lenguaje del ámbito médico le da un barniz científico, crea una distancia que alude a la falta de empatía que predomina en el Guano. En relación con la historia española, el texto remite a distintos temas que hoy día siguen siendo centrales, como, por ejemplo, los niños robados

38 «Für einige im Guano gibt es Urteile, für einige Kurse, für andere nur die Stimme. Es ist nicht jede Nacht die gleiche, eine stammt aus Cataluña, eine aus Andalucía, meistens aber ist sie von hier. Die Stimme liest langsam und gleichmäßig, als wolle sie jedem Namen gerecht werden, leise und ist doch bis in den hintersten Winkel zu verstehen. Diejenigen, die beten, tun es still, nur die weichen Laute hastig aufeinandertreffender Lippen. […] Innere Blutungen, schreibt der Arzt sehr ordentlich am nächsten Tag, streicht vorher die überschüssige Tinte von der Feder ab, um keine Flecken auf dem For- mular zu hinterlassen, ordentlich und sauber. Todesursache: innere Blutungen» (Mahlke 2018, 371 y s.).

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148 [127–158] J. AUGUSTIN · LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA EN DOS NOVELAS ALEMANAS CONTEMPORÁNEAS por la Iglesia39 o las exhumaciones40 (Mahlke 2018, 135 y 324). No obstante, como muchas veces solamente se trata de alusiones, es probable que los lectores —sobre todo si son alemanes— no siempre las vayan a percibir. La gran cantidad de datos y la inversión del orden cronológico hacen que se pierda la atención. Otro aspecto problemático es que, por un lado, en el glosario se explican cosas tan básicas como quién es Franco (Mahlke 2018, 427), pero, por otro, se mencionan tantos detalles sobre la historia española que la novela a veces resulta algo confusa. Dudo, por ejemplo, que todos vayan a entender el doble sentido de un título como «El carna- val de 1981», que se refiere al 23-F (Mahlke 2018, 203). A lo largo de la novela, los vínculos entre el pasado alemán y español surgen con la mención del buque Robert Ley (Mahlke 2018, 296), que pasó por Tenerife en 1939 con el programa nazi Kraft durch Freude (Kludas 1999, 134–136).41 La novela demuestra que la tendencia alemana a conside- rar Tenerife como un lugar para pasar unas vacaciones agradables —sin preocuparse de la sociedad o la ecología— es una constante histórica que continúa hasta el día de hoy. Archipiélago logra mostrar otra imagen de la isla. Sin embargo, no se mencionan los campos de concentración alema- nes en los que también se mataba a españoles. Esta novela hace muchas menos alusiones a la historia compartida de Alemania y España que la de Boos. No obstante, la novela contribuye a cambiar la percepción superficial sobre Tenerife, mostrando a los lectores alemanes un mundo narrado di- ferenciado y complejo. Empleando los términos de Levy y Sznaider (2002, 103), se puede decir que con la novela se tiene en cuenta la historia ajena. A primera vista, la novela da la impresión de ser un ejemplo de recon- ciliación colectiva, por el matrimonio entre la familia Baute y Bernadotte. Felipe, el hijo del militar, es un historiador con una visión crítica sobre su legado familiar, mientras que Ana es diputada del Partido Popular a pe-

39 Gimber & Rodríguez (2012, 15) señalan que tanto en la RDA como en España se siguió una política represiva en lo que se refiere a las adopciones forzadas. En el artículo se muestra cómo las novelas y películas que retoman estos hechos forman parte de los debates nacionales, aportando a estos una perspectiva singular y empática (Gimber & Rodríguez 2012, 20–26). 40 Para un análisis de las diversas repercusiones actuales de las exhumaciones de fosas comu- nes, véase Ferrándiz (2014). 41 Véase el artículo de Olaya (2019) sobre la presencia de la Marina de Guerra alemana en Cana- rias durante la Segunda Guerra Mundial.

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sar del pasado traumático de su padre Julio. El mensaje implícito es que las opiniones políticas se pueden cambiar. Aunque nadie está obligado a seguir la afiliación política de su familia, es imposible negar que el pa- sado histórico influye hasta hoy día en la postura política de los españo- les.42 La decisión de ambos personajes de romper con su pasado histórico desemboca en conflictos familiares y, en el mundo narrado, la reconci- liación fracasa: Felipe se vuelve alcohólico y Ana se ve involucrada en un caso de corrupción (Mahlke 2018, 56). De este modo, los dos personajes, con sus diferentes intereses, representan la colaboración fracasada de la historiografía con la política. En Archipiélago, la corrupción disminuye considerablemente el poder de la política (Ana), mientras que la historio- grafía crítica es condenada a la irrelevancia (Felipe). El tercer grupo es el de las empleadas domésticas, que representan la clase social más baja de la sociedad. Ellas nunca lograrán salir de su situación precaria y no son incluidas en ningún proceso de reconciliación. Con estos ejemplos, Ar- chipiélago muestra el peligro que trae consigo la falta de comunicación, remitiendo así a la sociedad extraliteraria. Archipiélago se lee como una invitación a escuchar lo que nos cuentan los abuelos y últimos sobrevivientes. El texto literario puede dar vida al pasado y hacer que veamos lo jóvenes que han sido nuestros antepasados —con planes para una vida entera. Nos ayuda a sentir empatía con las víc- timas del pasado. También podemos aprender mucho al prestar atención al modo en el que se manifiesta la demencia, como se ha visto en el per- sonaje de Amalia: con ella vuelven a luz los momentos más impactantes y los detalles silenciados del pasado. En cambio, una sociedad en la que se mantienen los recuerdos bajo control total y se reprimen los momentos dolorosos (Julio), no llegará a hacer las paces con el pasado. La manera especial de Archipiélago de contar la historia al revés logra aislar distintos momentos de la vida de cada personaje. La vida es un archipiélago de mu- chas islas que normalmente intentamos conectar entre sí para producir una visión homogénea del pasado. Entendido de este modo, el relato li-

42 Este conflicto sobre la valoración del pasado franquista se ha podido ver con los debates en- torno a la Ley de memoria histórica de 2007 (Bernecker 2008) y recientemente con los debates acer- ca de la exhumación de Francisco Franco del Valle de los Caídos (García de Blas & Junquera 2019).

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150 [127–158] J. AUGUSTIN · LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA EN DOS NOVELAS ALEMANAS CONTEMPORÁNEAS neal y homogéneo siempre se crea a posteriori. El texto literario nos obliga a observar cada isla en sí misma, aceptando los fragmentos y las cesuras que no encajan en la linealidad. La combinación de los detalles íntimos presentados en el texto literario y del lenguaje historiográfico y científico empleado en el glosario logra transmitir una visión compleja del pasado.

4 Conclusiones

En los últimos años, en las investigaciones sobre la memoria han surgido conceptos que intentan definir el efecto que tiene la globalización en los procesos relacionados con esta: tres ejemplos de ello son la memoria cos- mopolita (Levy & Sznaider), la memoria multidireccional (Rothberg) y la memoria transareal (Ette). Los cuatro teóricos concuerdan en que este nuevo marco de la memoria es una oportunidad para fomentar la solida- ridad con las historias ajenas. En el espacio europeo actual, en el que se acaban de celebrar los grandes aniversarios históricos, esta perspectiva multifocal es imprescindible para reevaluar el pasado histórico y crear la base para un futuro común. Las obras ficcionales contribuyen a estos debates, ya que influyen en nuestro imaginario colectivo. Siguiendo esta premisa, en el presente ar- tículo se ha analizado qué imagen de la Guerra Civil, la Segunda Guerra Mundial y el franquismo transmiten las novelas alemanas contemporá- neas Naranjas de sangre (Boos) y Archipiélago (Mahlke), y de qué manera contribuyen a la perspectiva de una memoria cosmopolita, multidirec- cional o transareal.43 Ambas novelas logran dejar atrás una perspectiva nacional con sus narraciones multifocales, con personajes con biografías transnacionales y con la tematización de la historia compartida europea.

43 Para investigaciones futuras resultaría interesante analizar un fenómeno nuevo del género po- licíaco, que es la escritura colaborativa transnacional. La trilogía policíaca de las dos escritoras Rosa Ribas, española, y Sabine Hofmann, alemana, se sitúa en la Barcelona de los años cincuenta. Cada escritora redactó su contribución en su respectiva lengua, lo que llevó a la publicación casi simultá- nea de las novelas tanto en español (Ribas & Hofmann 2013, 2016, 2017a) como en alemán (Ribas & Hofmann 2014a, 2017b, 2018). Ribas y Hofmann han publicado un diario donde documentan este peculiar proceso de escritura transnacional (Ribas & Hofmann 2014b).

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De este modo, las novelas impulsan la empatía con las víctimas y son un ejemplo de que hay relatos más allá de lo nacional. Al deconstruir la linealidad, ambas novelas se despiden de la visión de la historia como un progreso continuo, tal y como se puede observar en su estructura temporal: mientras las frecuentes analepsis en Naranjas de sangre hacen que el pasado se entrelace con el presente y se cree una visión íntima de las emociones de los personajes, Archipiélago cuenta la historia al revés, eliminando toda posible continuidad, por no ser un re- lato homogéneo. Con los árboles genealógicos, las novelas retoman elementos del géne- ro de la saga familiar. Los personajes representan distintos grupos socia- les y su memoria comunicativa, mostrando así que la memoria colecti- va se forma mediante los distintos recuerdos individuales. No obstante, ambos textos deconstruyen la genealogía implicada habitualmente en una saga familiar: Naranjas de sangre se centra en la reconciliación del presente con el pasado, mientras que Archipiélago opta por la fragmen- tación de la historia. A nivel paratextual, las novelas añaden información sobre el contexto histórico español y alemán, señalando los vínculos entre ambos países. Archipiélago lo hace en forma de glosario; Naranjas de sangre mencionan- do fuentes historiográficas en distintas lenguas (inglés, alemán, español). Esta última aboga por un diálogo historiográfico internacional y multi- lingüe. Ambas novelas ayudan al lector a informarse sobre las alusiones hechas en el texto y se posicionan en un contexto sociohistórico concre- to. De este modo, los lectores alemanes tienen la posibilidad de aprender más sobre las dimensiones europeas de su propia historia y de sentir em- patía con las víctimas españolas. Ambas obras remiten a los vínculos históricos entre la Alemania nazi y la España de Franco, mostrando que los nacionalsocialistas asesinaron a españoles en los campos de concentración (Boos) y que la controverti- da mirada turística de los alemanes hacia España tiene una continuidad histórica (Mahlke). A través de las historias vividas por los personajes, las novelas contribuyen a formar una memoria transareal que no se limita únicamente a un marco nacional. No obstante, se ha podido mostrar que la mayoría de los personajes que representan a los verdugos son unidi-

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152 [127–158] J. AUGUSTIN · LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA EN DOS NOVELAS ALEMANAS CONTEMPORÁNEAS mensionales y estereotipados. De este modo, corren el riesgo de crear la imagen de un mal ajeno y ahistórico que es separado por nuevos límites de los buenos. En cuanto a su valoración de los actuales debates de memoria histórica en España, la novela de Boos claramente se posiciona a favor de las vícti- mas y de la Asociación para la Recuperación de la Memoria. En el texto de Mahlke la postura política es más ambigua y la focalización interna de personajes de distintos bandos políticos evita que la historia se limite a un mundo en blanco y negro. No obstante, evoca un presente similar, en el que la reconciliación fracasa a causa de la falta de comunicación tan- to entre las generaciones como entre la política (Ana) y la historiografía (Felipe). Otro motivo literario dominante que apunta hacia esta interpre- tación y que aparece en ambas novelas es el silencio, que remite al pacto del silencio, implicando que sigue vigente en la sociedad española. En la novela de Boos, no será hasta la muerte de las antiguas élites (el padre) que las víctimas (la madre) y las generaciones jóvenes (Maite) obtengan su propia voz. La novela substituye las fronteras nacionales por fronteras ideológicas con las que una verdadera convivencia no parece ser posible. Además de estas fronteras, existen límites sociales que se ponen de ma- nifiesto a través de las empleadas domésticas marginalizadas. Por lo ge- neral no cuentan su versión de la historia y nadie las quiere escuchar. En Naranjas de sangre, nunca se focaliza la empleada, lo cual crea un vacío que no se llena hasta el final. Las empleadas no quedan integradas en el consenso, por lo que no asumen ningún papel en la creación de una me- moria cosmopolita. Mientras que las afiliaciones y el poder político pue- den cambiar (Mahlke), los grupos más pobres nunca llegan a adquirir otro estatus social. Hasta que esto no cambie, una verdadera reconcilia- ción con el pasado y entre los grupos sociales fracasará. Con este mensaje implícito, se delega la responsabilidad a los lectores. Se trata de entablar un diálogo que no se limite a lo nacional, sino que también considere los límites sociales, entendiendo que, para cultivar la memoria colectiva, es imprescindible tener en cuenta la individual. Asimismo, las novelas demuestran que lo importante es mirar hacia el pasado desde una perspectiva que tome en consideración los vínculos en- tre los distintos países europeos. Por lo menos a nivel binacional, entre

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Alemania y España, podemos concluir que las novelas logran narrar una historia compartida. No obstante, la novela de Boos tiende a reproducir ciertos estereotipos atribuidos a España (las naranjas, Francisco contra Antonio). Aun así, fue traducida al español y al catalán y recibida con in- terés en España aunque no fuese premiada allí. En cuanto se publique la novela de Mahlke en España, resultaría interesante analizar su recepción en los medios españoles y si se producen debates sobre su manera de re- tratar el pasado histórico. Por último, las novelas de Boos y Mahlke sugieren que el pasado solo puede ser entendido a través del diálogo entre la ficción y la historiogra- fía. Mientras que la última se caracteriza por crear relatos lineales y por hacer referencia a los hechos explícitamente, no siempre logra dar vida al pasado. Es precisamente aquí donde la narración ficcional desempeña un papel imprescindible a la hora de crear visiones íntimas del pasado y encontrar un lenguaje que transmita la compleja violencia traumatizante a través de metáforas. La vida de los personajes ficcionales sirve como ele- mento de identificación y permite a los lectores sentir empatía con perso- nas con las que no necesariamente empatizarían en la realidad. Entendi- do de este modo, el texto literario puede contribuir considerablemente a la creación de una memoria cosmopolita, multidireccional o transareal, ya que hace accesible y comprensible la historia del Otro. La literatura es capaz de influir en el imaginario colectivo y en la percepción de la histo- ria europea compartida que va más allá de un punto de vista nacional.44

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44 Agradezco a Sonia López su valiosa ayuda lingüística y estilística en el proceso de escritura.

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158 [127–158] La Reconquista islámica: el orientalismo de Miguel Asín Palacios y la participación de marroquíes en la Guerra Civil española

Pablo Bornstein Universidad de Tel Aviv (Israel) orcid.org/0000-0003-0972-9087

Presentación: 31 dic. 2019 | Aceptación: 3 abril 2020 | Publicación: 31 oct. 2020

Cita recomendada: Bornstein, Pablo. 2020. «La Reconquista islámica: el orientalismo de Miguel Asín Palacios y la participación de marroquíes en la Guerra Civil española». Dictatorships & De- mocracies. Journal of History and Culture 8: 159–185. doi: https://dx.doi.org/10.7238/dd.v0i8.3182

Resumen: El artículo examina el discurso franquista en torno a la presencia de marroquíes musulmanes en el Ejército nacional durante la Guerra Civil española, analizando cómo la justifica el arabista Miguel Asín Palacios (1871–1944). Además, vincula dicha justifi- cación, hecha durante la posguerra, con la trayectoria académica anterior a la guerra de Asín Palacios. Sostiene, finalmente, que la argumentación de Asín Palacios sobre las motivaciones de las tropas marroquíes para luchar en España es inseparable de la inter- pretación histórica que el propio arabista aragonés había desarrollado durante varias décadas, en relación con el estudio de los préstamos culturales entre el mundo islámi- co y el mundo cristiano durante la edad media. La particular visión de Asín Palacios sobre la existencia de afinidades teológicas profundas entre el islam y el catolicismo permitió a la propaganda franquista justificar la presencia de tropas musulmanes en la guerra en función de una idea de cruzada religiosa supuestamente compartida por ambas confesiones, en lucha contra el materialismo ateo de las fuerzas republicanas. Palabras clave: orientalismo, Guerra civil española, franquismo, colonialismo, protecto- rado español de Marruecos

The Islamic Reconquista: the Orientalism of Miguel Asín Palacios and the Moroccan Involvement in the Spanish Civil War Abstract: This paper analyzes the Francoist discourse regarding the presence of Muslim Moroccan troops in the Nationalist Army during the Spanish Civil War, attending to how it was justified by Arabist scholar Miguel Asín Palacios (1871–1944). It also posits that Asín Palacios’ postwar justification was conceived against the backdrop of his ear- lier academic works, and argues that the rationale behind his thesis connected with his peculiar interpretation of the history of cultural transferences between the Mus- lim and the Christian worlds during the Iberian Middle Ages. Asín Palacios’ particu- lar understanding of the theological affinities between Islam and Catholicism helped

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Francoist propaganda in portraying the participation of Muslim troops in the Spanish Civil War as stemming from a joint religious crusade against the materialist, godless forces of the Spanish Republic. Keywords: Orientalism, Spanish Civil War, Francoist regime, colonialism, Spanish pro- tectorate in Morocco

La masiva presencia de soldados marroquíes de confesión islámica en el conflicto que asoló España entre 1936 y 1939, bajo el mando de unas au- toridades militares que luchaban al amparo de la Iglesia católica, y que definían su empresa bélica como una cruzada, no deja de producir cierta extrañeza a día de hoy.1 La propaganda franquista, tanto durante la pro- pia contienda como en los años posteriores, invirtió grandes esfuerzos en intentar despejar la aparente contradicción que esto suponía. El alto mando franquista contaba con una abrumadora presencia de generales africanistas que habían desarrollado buena parte de su carrera militar en el protectorado español de Marruecos, combatiendo la resistencia antico- lonial de las tribus locales. A pesar de que la visión que esta oficialidad afri- canista tenía sobre los nativos marroquíes fue construida en gran medida sobre la base de estereotipos racistas muy arraigados en el imaginario co- lectivo español, la incorporación de tropas nativas en el Ejército colonial, y el apoyo de ciertos notables indígenas a la acción militar española en el protectorado, favorecieron la consolidación de una imagen más positiva de los nativos, vinculada a la figura del «moro amigo», que, sin embargo, se mantendría en constante tensión con los fuertemente arraigados pre- juicios negativos (Velasco de Castro 2014). La incorporación del «moro amigo» en la cruzada desplegada a partir de julio de 1936 iba a exigir en cualquier caso una reelaboración discur- siva especialmente compleja. La noción religiosa implícita en la concep-

1 Existe una importante bibliografía en torno a la participación de tropas marroquíes en la Gue- rra Civil española. Pueden consultarse, entre otros, Madariaga (2006), Mesa (2004), García Cruz (2002), López Barranco (2006) y Wright (2020). Un panorama general sobre esta producción histo- riográfica, en el que se plantea el estado de la cuestión en torno a diversas problemáticas, tales como la cuantificación del número total de combatientes marroquíes o el tratamiento que se ha dado al estudio de las motivaciones de los marroquíes para combatir en la contienda, lo podemos encon- trar en Mechbal (2011).

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160 [159–185] P. BORNSTEIN · EL ORIENTALISMO DE M. ASÍN PALACIOS… ción franquista de «cruzada» no iba a ser elaborada ya como una lucha entre distintas confesiones, sino que iba a quedar definida como un en- frentamiento sin cuartel entre el idealismo religioso de la auténtica Es- paña, fiel a su tradición católica, y entre un materialismo que presunta- mente llevaba siglos minando la espiritualidad de la nación española, y que encontraba en el marxismo con el que supuestamente había quedado infectada la España republicana su más atroz encarnación. En esa con- flagración, la España verdadera encontraría un improbable aliado en el mundo musulmán, en el que repentinamente se descubría una sensibili- dad religiosa cercana a la española. Con el objetivo de facilitar este giro discursivo, la propaganda franquista se apoyaría sobre la producción académica del orientalismo español, y, de hecho, iba a encontrar en Miguel Asín Palacios (1871–1944), uno sus más destacados representantes, a un inestimable colaborador. En 1940 Asín Palacios publicaba en el Boletín de la Universidad Central de Madrid un artículo titulado «Por qué lucharon a nuestro lado los musulmanes ma- rroquíes», sin duda alguna la más elaborada justificación teórica del ban- do franquista sobre la presencia de las tropas moras en la llamada cruzada nacional. En nuestro análisis subrayamos la estrecha relación que existe entre algunas de las problemáticas planteadas por el arabismo español en las primeras décadas del siglo xx y los argumentos usados por Asín a la hora de explicar «uno de los espectáculos que más viva sorpresa pro- dujo [la Guerra Civil] en el ánimo del observador medianamente curioso» (Asín 1948, 127). En esas décadas, Asín se erigió de forma indiscutible como la principal figura del arabismo español, gracias a una serie de estudios de marcado carácter esencialista en los que se valoraba, desde una pers- pectiva inédita, la profundidad telúrica de las transferencias culturales entre el islam y el cristianismo en la España medieval. Se hace necesario atender a ese recorrido historiográfico para poder comprender en todo su sentido la manera en la que Asín llegó a concebir la insólita presencia de tropas musulmanas en la «reconquista de la España sovietizada» pro- tagonizada por el Ejército franquista (Asín 1948, 127). Tras trazar un breve esbozo sobre el desarrollo del orientalismo espa- ñol moderno, analizaremos la justificación que usa Asín Palacios para explicar la presencia de tropas marroquíes en el Ejército franquista a la

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161 [159–185] P. BORNSTEIN · EL ORIENTALISMO DE M. ASÍN PALACIOS… luz de la propia evolución de su obra académica y de su trayectoria como arabista. En la parte final de este artículo consideramos el peso que tuvo la heurística historiográfica del arabista aragonés en la formulación del ideario del primer franquismo respecto al mundo islámico. Un aspecto que se detecta a simple vista tras una primera lectura del artículo de Asín sobre las tropas marroquíes es su evidente falta de detalle acerca de las condiciones, tanto sociológicas como económicas, bajo las que se produ- jeron los reclutamientos. Esto se percibe de forma aún más clara al con- trastar la situación dibujada por el arabista aragonés con la realidad que se desprende de las investigaciones históricas más recientes en torno a la experiencia de las tropas marroquíes en el Ejército franquista. La inter- pretación hecha por Asín aparecía, así, como el corolario de unos plan- teamientos teóricos elaborados durante décadas por una historiografía orientalista obnubilada por el deseo de revelar el carácter español de la cultura andalusí. Respondía de esta forma a las necesidades de un dis- curso nacionalista devenido ahora en legitimación intelectual de la nue- va España franquista, y no a un esfuerzo por analizar las consecuencias empíricas de la dominación colonial española sobre el norte de Marrue- cos. Este artículo se centra, por tanto, en la producción académica de ese orientalismo, en el que Asín destacó sin lugar a dudas como la figura de mayor relieve durante las dos décadas anteriores a la guerra. Sus trabajos demuestran un profundo nivel de erudición y una complejidad teórica que le granjearon un considerable prestigio a nivel internacional. Y, sin embargo, no dejaron de verse animados por un deformador esencialis- mo historiográfico, que alcanzó quizá su máxima expresión en el amargo contexto de la Guerra Civil.

La configuración de la disciplina orientalista en España. El giro hacia la historia interna de al-Ándalus

A lo largo del siglo xix, la implantación en España de un marco de estudios orientales modernos provocó todo un proceso de revaloración del pasado musulmán y judío de la península ibérica. Por encima de otras conside- raciones, este desarrollo fundamentó una reflexión de fondo por la que se problematizaba bajo nuevas perspectivas la relación que ese pasado

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162 [159–185] P. BORNSTEIN · EL ORIENTALISMO DE M. ASÍN PALACIOS… semítico guardaba con la historia percibida propiamente como españo- la. Figuras como José Antonio Conde (1766–1820), Pascual de Gayangos (1809–1897), José Amador de los Ríos (1816–1878) o Francisco Fernández y González (1833–1917), entre otros, fueron consolidando a través de sus obras un verdadero debate de amplio alcance en torno al grado de per- tenencia de las letras árabes y hebreas en el patrimonio cultural de la na- ción española (López García 2011; Rivière Gómez 2000). Si bien es cierto que esta problematización de la historia medieval abrió nuevas vías por las que poder plantear la influencia del legado dejado por musulmanes y judíos sobre la propia conformación cultural de lo hispano, el orien- talismo tendió en general hacia un historicismo por el que iba a quedar configurado como una herramienta auxiliar del gran proyecto historio- gráfico decimonónico: el relato nacional. Lo importante era lo que este orientalismo podía decir sobre aspectos hasta entonces más o menos desconocidos de la historia verdaderamente nacional, y esta no dejaba de ser la historia que se había construido sobre el hacer de las poblacio- nes cristianas medievales que habían protagonizado la Reconquista, un concepto historiográfico que precisamente estaba cristalizando en esta época (Ríos Saloma 2011). El orientalismo historicista encontró su máxima expresión en la obra de Francisco Codera (1836–1917). Movido por una rigurosidad positivis- ta digna de encomio, aunque rayana en lo obsesivo, Codera consagró su carrera a contrastar el corpus documental del medievalismo español con las fuentes árabes de carácter historiográfico de las que pudo hacer uso, buscando tanto certificar la veracidad factual del relato nacionalista como iluminar algunos aspectos hasta entonces poco estudiados de la historia nacional, tales como el origen altomedieval del reino aragonés (Viguera 2004). La clave, por tanto, residía en poner la historia andalusí al servi- cio de la narrativa nacional, bajo saludables propósitos de precisión his- toriográfica, eso sí. Por ello, Codera no cesó de insistir en la necesidad de formular una agenda de investigación para el orientalismo español ba- sada en el escrutinio de la historia externa de al-Ándalus (Codera 1890), haciéndose eco de la terminología historiográfica del momento, lo que suponía renunciar al estudio de diversos aspectos culturales para cen- trarse exclusivamente en las fuentes relativas a la historia política de la

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presencia islámica en la península. Este planteamiento tendría una gran influencia sobre la práctica del orientalismo español durante las primeras décadas de la Restauración. En esos años, el énfasis en la historia exter- na que demandaba Codera iba a causar que quedase atenuada de forma considerable la sensibilidad que el orientalismo español de mediados de siglo había mostrado hacia la búsqueda de influencias semíticas en el de- venir de la cultura española, ya fuera en forma de prestamos lingüísticos, de emulación de modelos literarios, o de adopción de figuras administra- tivas e instituciones políticas. En cualquier caso, la posibilidad de que se hubieran producido contactos o influencias de este tipo al nivel del dis- curso teológico entre cristianos, judíos y musulmanes, o el que hubiera podido surgir alguna forma de hibridación en las formas de religiosidad ibéricas, había quedado generalmente al margen de los debates decimonó- nicos. Serían los discípulos de Codera, Julián Ribera (1858–1934) y Miguel Asín Palacios, quienes abrirían de nuevo dentro del orientalismo español la investigación en el campo de la historia interna a través del estudio de las formas culturales específicas de la experiencia histórica andalusí. Y lo harían precisamente dando un papel privilegiado al análisis de la religio- sidad y la teología islámica. Quizá el hecho más peculiar dentro de este giro culturalista en el orien- talismo español, que se inició precisamente en los años del cambio de si- glo, es que iba a ser abordado desde posiciones netamente conservadoras (Bornstein 2019; García Sanjuán 2016). Y, sin embargo, tendría como re- sultado la mayor vindicación hecha en España del valor del pensamien- to y obra de diversos autores musulmanes, llegando incluso a afirmar la determinante influencia que estos habían tenido sobre el desarrollo del escolasticismo cristiano. Tanto Ribera como Asín Palacios eran intelec- tuales profundamente católicos (Asín, de hecho, se había ordenado sacer- dote en 1895). Su incursión en el complejo estudio de las transferencias culturales entre el islam y el cristianismo medieval quedaría mediatiza- da por la vinculación de ambos autores con un movimiento transnacio- nal que se estaba desplegando por Europa en favor de una denominada «ciencia católica». Se trataba de un movimiento de apologética católica que, desde una postura radicalmente crítica hacia algunas de las conse- cuencias filosóficas de la ciencia positivista y evolucionista, defendía, sin

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164 [159–185] P. BORNSTEIN · EL ORIENTALISMO DE M. ASÍN PALACIOS… embargo, la necesidad de que los católicos participasen en actividades de investigación científica, buscando así dar respuesta a algunas de las aporías que el imparable proceso de secularización generaba dentro de aquellos sectores del mundo católico más interesados en la ciencia mo- derna (Motzskin 1989). Desde un planteamiento muy general —a la vez que poco definido—sobre el tipo de actividades y disciplinas que consti- tuían el concepto de ciencia que estos autores manejaban, y que sin duda alguna incluía de forma central a las humanidades —a las que, de hecho, daban una posición privilegiada—, los adalides de la ciencia católica bus- caban redefinir la conflictiva relación entre religión y ciencia moderna en base a los términos de armonía entre razón y fe que había manejado tradicionalmente la escolástica tomista (Rodríguez de Cepeda 1897). De esta forma, los esfuerzos del movimiento por la ciencia católica se enmar- caban dentro del proyecto neotomista propugnado por el pontificado de León XIII (1810–1903). La aparente paradoja que se desprende del hecho de que fueran preci- samente autores católicos conservadores quienes llegaran más lejos a la hora de reivindicar la importancia del legado musulmán para la España cristiana, exige una interpretación historiográfica sobre el curso que tomó la investigación arabista en España a principios del siglo xx a partir de la profundización en el estudio de la historia interna andalusí. La explica- ción ex post facto dada por Asín en 1940 sobre la presencia de tropas ma- rroquíes en el bando franquista se hace incomprensible sin atender a la trayectoria de los discípulos de Codera. Independientemente del grado de manipulación que la propaganda franquista hiciera del corpus biblio- gráfico del orientalismo español, o del nivel de oportunismo que el propio Asín pudiera haber mostrado en el marco de la inmediata posguerra, su artículo «Por qué lucharon a nuestro lado los musulmanes marroquíes» refleja con gran precisión una serie de ideas y nociones historiográficas sobre las que venía trabajando desde hacía décadas. Un hito destacado en la nueva orientación que iba a tomar el arabismo español tuvo lugar con la participación de Ribera y Asín en un volumen homenaje a Marcelino Menéndez Pelayo (1856–1912), organizado en 1899 por diversos intelec- tuales conservadores, lo que a su vez pone de relieve la proximidad ideo- lógica que estos arabistas iban a guardar con el autor de la Historia de los

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165 [159–185] P. BORNSTEIN · EL ORIENTALISMO DE M. ASÍN PALACIOS… heterodoxos españoles. Los trabajos de Ribera y Asín en ese volumen se centraron en analizar la presencia de elementos orientales en la obra del místico medieval Ramon Llull (1232–1315), pero a la vez guardaban una relación directa con los trabajos que Ribera venía elaborando desde hacía algunos años acerca de las instituciones educativas en el mundo islámi- co (Ribera 1893). Según aclararía el mismo Ribera unos años más tarde, estas investigaciones le habían llevado a convencerse de que a lo largo de los siglos x y xi habían penetrado en el mundo islámico claras influencias de diversas escuelas monásticas cristianas orientales, dentro de las cuales había perdurado a través de los siglos un fondo de filosofía griega clásica. Ribera aseguraba entonces que «la vida monástica de los musulmanes y las reglas de sus órdenes religiosas se derivan de las cristianas de los ritos orientales, [y por tanto] se puede enlazar eslabón tras eslabón la cadena que une todas las tradiciones» (Ribera 1904, 16). Tanto para Ribera como para Asín, la obra de Llull podía y debía ser estudiada como una manifestación más de esa sucesión de intercambios religiosos que hacían de España un punto clave para la comunicación entre Oriente y Occidente. La singularidad del pensamiento del místico mallorquín y su difícil catalogación dentro de las corrientes de la esco- lástica del siglo xiii animaban a Ribera a buscar elementos externos al marco cristiano que permitiesen aportar nueva luz sobre la génesis de su obra. Y los encontraría en la figura del místico sufí murciano Ibn Ara- bi (1165–1240). Los paralelismos que Ribera veía entre ambos autores le llevó a sugerir la existencia en la obra de Llull de un claro deseo de emu- lación de los conceptos utilizados por el místico andalusí, hasta el punto de describir a Llull como un «sufí cristiano», y a su imitación del mode- lo sufí nada menos que como «el punto de arranque de la mística cristia- na» (Ribera 1899, 215). Asín, por otra parte, exploraba en su texto la veta abierta por Ribera, con la intención de ahondar en el complejo campo de esas transferencias teológicas. El hallazgo de Ribera, poniendo en rela- ción a Llull con Ibn Arabi, permitía realizar un nueva interpretación del pensamiento del sufí murciano, percibido ahora por Asín como un siste- ma sincrético en el que se fundían distintos elementos orientales bajo el denominador común del neoplatonismo alejandrino. Recogiendo la hi- pótesis central de Ribera, según la cual el cristianismo oriental, a través

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de escuelas como la nestoriana, había conservado ese fondo de filosofía clásica, que luego habría pasado a los pensadores peripatéticos musulma- nes en la edad media, Asín fundamentaba el gran mérito de Llull en «ha- cer entrar en la corriente de las ideas cristianas medioevales, purificado de su levadura musulmana, un producto que quizá no era otra cosa más que transformación muslímica de antigua filosofía cristiana» (Asín 1899, 254–255). Esta cadena de intercambios religiosos tenía a España como el eslabón clave que permitía unir a Oriente y Occidente, gracias a figuras como Llull e Ibn Arabi. Se ha señalado ya la vinculación de estos arabistas con los planteamien- tos de León XIII. Asín concluía su colaboración en el volumen homenaje a Menéndez Pelayo precisamente aludiendo a la encíclica Aeternis Patris, de 1879, que animaba a la recuperación de la escolástica tomista. Justificaba de esta forma una línea de investigación que potencialmente podía sus- citar incomprensión en un público católico poco acostumbrado a mirar con buenos ojos el legado musulmán. A pesar de ello, Asín argumentaba que, al igual que algunos autores medievales como Llull no habían dudado en adoptar de la filosofía árabe «lo que en ella encontraban de utilizable para adaptarlo a la dogmática cristiana», igualmente «debemos en nues- tros días aprovechar todo aquello que de legítimo progreso aparezca en la literatura filosófica contemporánea, seguros de que así haremos avanzar a la filosofía cristiana más y mejor, que permaneciendo petrificados en los textos que ya pasaron» (Asín 1899, 255–256). En esa empresa, Asín recibi- ría el valioso respaldo de Menéndez Pelayo, quien en 1902 prologaba con «verdadera satisfacción patriótica» la publicación de una obra del joven arabista aragonés sobre el filósofo y teólogo persa Al-Ghazali (1057–1111), expresando la importancia que tenía esta obra para poder sondear la fi- losofía oriental, «sin la cual serían ininteligibles los orígenes y desarrollo de la nuestra» (Menéndez Pelayo 1901, 9). Según Menéndez Pelayo, la de- fensa del sentimiento religioso de Al-Ghazali dentro de sus planteamien- tos filosóficos reflejaba la profunda moralidad de un «hombre en suma que merecería haber sido cristiano». Al igual que había hecho Asín en su alusión a la encíclica papal, Menéndez Pelayo también se veía en la nece- sidad de justificar la publicación de una obra que podía causar estupor entre un público católico, manifestando que «para nadie debe ser moti-

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167 [159–185] P. BORNSTEIN · EL ORIENTALISMO DE M. ASÍN PALACIOS… vo de escándalo la singular historia de un místico musulmán que viene a través de los siglos suministrando armas a los más sabios defensores del dogma cristiano» (Menéndez Pelayo 1901, 36–37). A lo largo de las primeras décadas del siglo xx, Asín seguiría profundi- zando en la concepción del cristianismo oriental como mediador entre el neoplatonismo clásico y el pensamiento islámico medieval, tesis que compartía con Ribera. En 1914 Asín publicaba una obra sobre Ibn Masa- rra (883–931) —basada en su discurso de recepción de ese mismo año en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas—, un místico cordo- bés a quien daba el crédito de haber introducido el sufismo oriental en al-Ándalus. El arabista aragonés retomaba en ese texto el problema de la génesis del misticismo islámico, razonando que el islam proponía una teología tan insuficiente, tanto desde un punto de vista filosófico como de vivencia religiosa, que había forzado a los pueblos no árabes que ha- bían ido quedando bajo su dominio a reelaborar los dogmas islámicos siguiendo modelos externos al islam. El resultado había sido una prolife- ración de movimientos ascéticos, extraños a los fundamentos originales del islam, que debían mucho al contacto con el mundo cristiano orien- tal: «Para mí, el sufismo en sus orígenes es un simple caso de imitación, que tiene mucho de consciente, del monacato cristiano oriental» (Asín 1914, 13). Partiendo de esa conexión, Asín esbozaría la existencia dentro de la escolástica medieval occidental de una tendencia marcada por una fundamentación más neoplatónica que aristotélica, y que, por tanto, era deudora en buena medida del pensamiento de Ibn Masarra y de Ibn Arabi, fiel seguidor del místico cordobés. Fue un argumento que le daría fama internacional a Asín—no exenta de gran polémica— cuando en 1919 in- cluyese a Dante Alighieri (1265–1321) dentro de esa corriente, señalando la supuesta influencia de Ibn Arabi y de la escatología islámica en laDi - vina comedia (Asín 1919). Dando un salto en su producción académica, en 1931 el arabista arago- nés iba a ofrecer en su obra El islam cristianizado la versión más elaborada de su interpretación teórica sobre los puntos de convergencia teológica entre el islam y el cristianismo. El prólogo de esta obra incidía de nuevo en la filiación cristiana del ascetismo islámico, apuntando Asín que la na- rración coránica de la vida de Mahoma no permitía concebir un ideal de

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vida mística, por lo que los sufíes se habían visto forzados a reelaborar con posterioridad la imagen del profeta, cristianizándola. Tomando a Ibn Arabi como modelo ideal de la mística islámica, la obra buscaba señalar «las posibles analogías que esta ofrezca con la cristiana», confirmando así la existencia de una espiritualidad islámica «con caracteres estrechamen- te análogos a los de la cristiana» (Asín 1990, 7). Aún más, según Asín, el propio Tomás de Aquino (1225–1274), el gran representante de la escolás- tica cristiana, se habría inspirado a la hora de teorizar diversos dogmas cristianos —tales como el de la visión beatífica— en la obra de autores andalusíes como Averroes (1126–1198) y Avempace (1085–1138), quienes a su vez habían recibido cierto influjo del misticismo sufí. El monacato cristiano oriental se presentaba claramente ante los ojos de Asín como la indiscutible matriz que habría dado forma tanto a la ascética islámi- ca como a la cristiana occidental. A través de la emulación consciente de autores musulmanes, los teólogos cristianos medievales como Aquino o Llull demostraban «la fundamental analogía que para ellos existía entre las dos espiritualidades, cristiana e islámica» (Asín 1990, 11). Vemos entonces que ya en 1931, varios años antes de sentir la necesi- dad de justificar la presencia insólita de tropas marroquíes en el bando franquista durante la guerra, Asín se estaba planteando la posibilidad de salvación de los musulmanes como un problema teórico central, en una obra a caballo entre tratado teológico y monografía sobre la historia del misticismo islámico. Convencido de la capacidad de perfección espiri- tual de algunos místicos sufíes, Asín evocaba la actitud de aquellos teólo- gos cristianos —entre los que contaba al Doctor Angélico— que habían planteado que la salvación era posible fuera del cristianismo, siempre que mediara la creencia en un Dios creador, providencialista y remunerador. A esto Asín añadía la cercanía que los místicos musulmanes sentían ha- cia la figura de Jesucristo, considerado como profeta por el islam a pesar de la negación del dogma de la Trinidad, y cuya vida era idealizada como modelo de perfección moral entre los sufíes. De esta forma, el sacerdote arabista planteaba desde un punto de vista teológico la existencia de me- dios de salvación alternativos a los métodos ordinarios establecidos por la Iglesia «para aquellos individuos a quienes por razones geográficas o históricas la economía del plan general de la Providencia no hay manera

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169 [159–185] P. BORNSTEIN · EL ORIENTALISMO DE M. ASÍN PALACIOS… que les aproveche». Un caso paradigmático de esa economía de salvación se podía descubrir entonces en «la historia del sufismo musulmán». Según Asín, la adopción abierta del cristianismo había sido un imposible den- tro de un marco social regido por la ortodoxia islámica, de forma que la divina providencia actuaba por otras vías para facilitar la conversión de los sufíes «del islamismo puro y simple, a un cristianismo parcial, velado por apariencias musulmanas en lo dogmático, pero eficaz en lo moral y en lo ascético» (Asín 1990, 24–25).

De la guerra colonial a la Guerra Civil

La presencia de tropas marroquíes en la Guerra Civil es un fenómeno indisociable de la historia colonial española en Marruecos. Dentro de la situación estructural de guerra colonial en la que se produjo la inter- vención española en el país norteafricano, la incorporación de nativos marroquíes en el Ejército español precedió incluso a la creación en 1912 del protectorado español. Ese mismo año, significativamente, el líder tribal que dirigía la resistencia rifeña a las tropas españolas, Mohamed Ameziane (1859–1912), caía muerto a manos de uno de los nuevos reclu- tas indígenas que habían ido quedando integrados en el Ejército desde el año anterior (Madariaga 2009, 92). La lucha colonial iba a proporcionar el contexto fundamental para la gradual militarización de un discurso africanista que, a inicios de siglo, había espoleado la penetración colo- nial en África presentándola como una forma de contribuir a la regene- ración nacional a través del comercio y la acción civilizatoria. A medida que el protectorado se fue convirtiendo en feudo de la oficialidad africa- nista, esta llegaría a conformar una mentalidad propia, articulada sobre la idea de que en Marruecos se encontraba la posibilidad de redención nacional para una patria española en decadencia (Iglesias 2016, 99–104). La debacle de Annual en 1921, que dejó millares de muertos españoles en los campos marroquíes, acentuó el creciente distanciamiento entre el Ejército colonial y la clase política española. Bajo el telón de fondo de la guerra colonial se forjó el núcleo duro de una oficialidad africanista que tendría posteriormente gran representación entre los líderes del que lla- maban Alzamiento Nacional de julio de 1936. Fue en Marruecos donde

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Franco estableció vínculos con varios de estos oficiales, y la experiencia de la guerra colonial iba a tener un gran peso en el desarrollo de la Gue- rra Civil (Casals 2006; Macías Fernández 2019). A pesar del relato sublimado de algunos de los oficiales africanistas so- bre su experiencia vital en África, como el del propio Franco, la visión que estos tenían de los nativos distaba de ser positiva. Esta visión se estructu- raba frecuentemente en base a una serie de prejuicios históricos de mar- cada islamofobia. Las necesidades de guerra a partir del verano de 1936 iban, por tanto, a exigir una resignificación forzada de las representacio- nes habituales de los moros, ahora convertidos en una de las mejores ar- mas del Ejército nacional (Velasco de Castro 2014). En ese nuevo contexto bélico, las ideas historiográficas del arabismo representado por Asín se demostrarían muy útiles para la propaganda franquista. La prevalencia hasta entonces de estereotipos negativos seculares en el discurso africa- nista quedaba claramente plasmada en el frecuente uso del término «re- conquista» para aludir al esfuerzo militar por recuperar el control sobre el protectorado marroquí tras Annual, uso que enraizaba bien con el de- seo de venganza que se extendía por buena parte de la sociedad española en 1921 (Nerín 2005, 14). Tras la pacificación del territorio entre 1925 y 1927, un reforzado sistema de intervenciones militares, apuntalado por el general José Sanjurjo (1872–1936) desde su cargo como alto comisario, buscaba hacer de los caídes y líderes tribales locales los ejes del control colonial sobre el Rif, recurriendo al soborno como medio principal de persuasión. Los caídes quedaban, así, convertidos en funcionarios de la Administración colonial, recibiendo pagas regulares. Este sistema orga- nizado en torno a los notables tribales sería clave a la hora de movilizar reclutas marroquíes durante la Guerra Civil (Madariaga 2006, 153–160). La intervención de soldados marroquíes en acciones militares en la me- trópoli no fue un hecho exclusivo de la Guerra Civil. Gobiernos de distinta orientación habían hecho uso de ellos con anterioridad para sofocar le- vantamientos contra el orden republicano, en 1932 con motivo de la San- jurjada, y en 1934 ante la revolución obrera en Asturias (Mesa 2004, 25–26). A lo largo de su trayectoria en el Ejército colonial, las tropas nativas fueron empleadas fundamentalmente como tropas de choque, una función que también cumplirían en la Guerra Civil. Su participación en la contienda

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171 [159–185] P. BORNSTEIN · EL ORIENTALISMO DE M. ASÍN PALACIOS… tuvo lugar desde un primer momento, siendo clave su presencia en las acciones de primera hora para asegurar el control del protectorado ma- rroquí por parte del bando sublevado (Mesa 2004, 28–32). En las vísperas del golpe del julio de 1936, se calcula que el Ejército de África contaba con cerca de cuarenta mil efectivos, diecisiete mil de los cuales eran nativos marroquíes. Estos últimos asumirían un papel especialmente destacado en las acciones bélicas iniciales en el protectorado marroquí debido a la desconfianza que guardaban los mandos africanistas hacia las tropas de leva, sospechosas de simpatizar con la República. Las estimaciones sobre el número total de marroquíes que participarían en el conflicto entre 1936 y 1939 oscilan entre sesenta y setenta y cinco mil (Madariaga 2006, 165, 171–172). El franquismo haría insistentemente alusión a la voluntariedad entusiasta de los soldados marroquíes, fruto de una comunión de valores compartidos con la causa nacional, algo que choca frontalmente con la interpretación del historiador marroquí Abdelhajid Benjellon, quien ve el reclutamiento de marroquíes en el marco de la Guerra Civil como una forma extrema de explotación colonial, y la supuesta voluntariedad de los mismos «determinada por su condición objetiva de colonizados, uti- lizados como simples medios» (Benjellon 1988, 528). María Rosa de Ma- dariaga ha puesto de manifiesto la importancia del contexto de penuria económica en el Rif como telón de fondo de los reclutamientos, iniciados tras dos años de malas cosechas dentro de una sociedad eminentemente agraria (Madariaga 2006, 166). A medida que la guerra avanzaba, se fue haciendo cada vez más difícil para los mandos franquistas mantener el ritmo de alistamientos, a la vez que se producían actos de protesta en el protectorado, e incluso circulaban rumores de un posible levantamiento general en el Rif contra la Administración colonial. Ante esta situación, los métodos de reclutamiento se volverían cada vez más coercitivos, in- cluyendo el fusilamiento de cadíes que se habían mostrado contrarios a los mismos (Madariaga 2006, 174–176, 184–186).

Por qué lucharon los marroquíes del lado de Asín Palacios

Como ya se ha señalado, la propaganda franquista dedicó enormes esfuer- zos a explicar la presencia de las tropas marroquíes en función de una su-

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172 [159–185] P. BORNSTEIN · EL ORIENTALISMO DE M. ASÍN PALACIOS… puesta comunidad de ideales. La gran importancia militar que tuvieron los marroquíes en el desarrollo de la guerra se manifiesta en la constante negativa de Franco a retirarlos del escenario bélico, a pesar de que, ante las presiones del Comité de No Intervención, sí llegase a aceptar la salida de voluntarios italianos y portugueses (Nerín 2005, 171). Las autoridades franquistas trataron por todos los medios de mantener la moral entre las unidades africanas destacadas en la península, procurando satisfacer en todo momento las necesidades religiosas de los soldados (Wright 2020). Entre la batería de argumentos a la que la propaganda franquista recu- rría para explicar la entusiasta movilización de los musulmanes marro- quíes, primaba la idea de que estos habían respondido a la necesidad de defender los valores tradicionales de familia, patria y religión, amena- zados por el marxismo antirreligioso de los republicanos. Es cierto que en los meses anteriores al conflicto el movimiento nacionalista marro- quí había visto con desconfianza ciertas políticas del Gobierno del Fren- te Popular en materia religiosa, y que una vez iniciadas las hostilidades, los cadíes al servicio de la red de interventores militares proclamaron en las cabilas la necesidad de alistarse en el Ejército franquista, apoyándose en un discurso religioso que incitaba a la yihad contra los ateos infieles (Mesa 2004, 120–124). Sin embargo, y pese a reconocer la posibilidad de que se llegase a desarrollar un verdadero sentimiento de apego a Franco y una manifiesta hostilidad hacia losrojos entre las cabilas rifeñas, María Rosa de Madariaga insiste en que, más allá de la propaganda religiosa, la realidad efectiva que propició los reclutamientos masivos estuvo funda- mentalmente motivada por la necesidad económica de los marroquíes. Señala, de esta forma, que la participación de combatientes marroquíes en la Guerra Civil respondía a una tendencia que fue general en toda la historia del protectorado marroquí, por la cual la colaboración con el Ejército colonial repuntaba en años de malas cosechas (Madariaga 2006, 167–170). Esta afirmación es consistente con el hecho de que las misivas que los reclutas marroquíes enviaban a sus familiares desde el frente ape- nas hacían alusión a temas políticos o religiosos, mientras que sí manifes- taban una constante preocupación por comprobar que los destinatarios habían recibido envíos de dinero (Nerín 2005, 219).

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El propio Franco definió en noviembre de 1937 el conflicto como una guerra religiosa compartida: «Nosotros, todos los que combatimos, cris- tianos y musulmanes, somos soldados de Dios y no luchamos contra hom- bres, sino contra el ateísmo y el materialismo» (citado en Casals 2006, 214). Esta interpretación sería asumida por Asín Palacios en «Por qué lucharon a nuestro lado los musulmanes marroquíes». La mirada ofrecida por el arabista aragonés en ese artículo de posguerra trascendía, sin embargo, el mero análisis de un episodio coyuntural en la lucha contra el materia- lismo. Asín, por el contrario, creía ver en la participación de los moros en la Guerra Civil la confirmación de su heurística historiográfica, la armo- nización entre el evento histórico y su particular esquema providencia- lista de economía de salvación. Haciendo honor al pronombre interro- gativo del título del artículo, Asín iniciaba su indagación cuestionando las posibles razones que podían haber motivado la «fervorosa adhesión» de los marroquíes «a nuestro Ejército y a nuestra Causa» (Asín 1948, 127). El arabista descartaba de plano los móviles materiales, aduciendo que la modesta paga que recibían los marroquíes no podía considerarse como razón suficiente, sin dar en ningún momento detalle alguno sobre lo que percibían los reclutas, ni hacer referencia de ningún tipo al contex- to económico del Rif. Descartaba igualmente motivaciones políticas, sin aludir a las declaraciones ambiguas de la propaganda franquista duran- te la guerra sobre la posibilidad de conceder algún tipo de autonomía al protectorado marroquí tras el conflicto, dirigidas a ganarse el apoyo, o al menos el silencio, de los nacionalistas marroquíes de cara a su continuo reclutamiento. Curiosamente, en este respecto parecía incluso contrade- cir el discurso oficial en el protectorado, el cual ensalzaba constantemen- te los beneficios que la población nativa obtenía de la tutela colonial, ya que en su argumentación Asín aseguraba que la voluntad nacional de un pueblo sometido a un régimen colonial debía naturalmente tender a su autonomía o a su independencia. Bajo ese punto de vista, Asín mantenía que a pesar de que la benevolencia de las autoridades coloniales españo- las hacia los marroquíes había conseguido neutralizar los intentos de in- surrección anticolonial fomentados por el marxismo internacional, la participación de marroquíes en el conflicto peninsular no favorecía los intereses nacionales de los marroquíes. Concluía, de esta manera, el ara-

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174 [159–185] P. BORNSTEIN · EL ORIENTALISMO DE M. ASÍN PALACIOS… bista aragonés que la popularidad de los reclutamientos no se podía ex- plicar en función de razones conscientes, haciéndose necesario, por tanto, una interpretación fundamentada en estímulos inconscientes, aquellos que «arrastran al hombre en dirección contraria a la que dicta su interés» (Asín 1948, 127–129). La acción bélica de los marroquíes quedaba, así, de- finida en términos de sacrificio. El artículo de Asín parecía también poner en cuestión uno de los argu- mentos clásicos del africanismo español, que desde finales del siglo xix había justificado el derecho español de colonizar Marruecos en base a la existencia de una supuesta identidad racial compartida entre españoles y marroquíes, forjada a lo largo de siglos de historia en común que se re- montaban por lo menos a los siglos de la conquista islámica. Asín admitía la importancia de la mezcla de elementos étnicos tras siglos de convivencia medieval. Sin embargo, alegaba que incluso en el caso de dar por buenas las ideas racialistas, por las que a cada grupo étnico cabía atribuirle una mentalidad específica, la noción de «raza pura» no podía ser más que un mito en un caso como el español, en el que tantos pueblos habían contri- buido a conformar el carácter físico de sus habitantes. No quedaba, por tanto, más que entender el sacrificio de los marroquíes como resultado de una afinidad de tipo espiritual con los valores de la España tradicional, amenazados por la utopía soviética que enarbolaba el Ejército republica- no (Asín 1948, 128–130). Asín, por supuesto, era consciente de lo paradó- jico que podía resultar tal interpretación en un país donde la identidad colectiva se había forjado durante siglos en torno a una narrativa que exa- cerbaba el enfrentamiento entre moros y cristianos. Y, sin embargo, sus propias investigaciones orientalistas ponían de manifiesto lo inexacto y prejuicioso de esa visión de alteridad radical. Ante «la investigación sere- na y objetiva de los hechos culturales latentes bajo la historia externa de las gestas guerreras», no cabía más que afirmar que «el Islam en general, y más concretamente el español, del que es hermano legítimo el marroquí, ofrece afinidades muy estrechas con la cultura occidental y, sobre todo, con la civilización cristiana española» (Asín 1948, 131). En función de esa insospechada afirmación sobre la afinidad entre el islam y el catolicismo español, especialmente imprevisible en tanto que proveniente de un sacerdote, Asín buscaba demostrar la coherencia lógi-

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175 [159–185] P. BORNSTEIN · EL ORIENTALISMO DE M. ASÍN PALACIOS… ca del compromiso adoptado por los marroquíes en el conflicto español y la armonización entre la realidad de los reclutamientos y el discurso franquista, de corte maurrasiano, que aunaba nacionalismo y religiosi- dad bajo los valores de familia, patria y religión, un discurso que había sido sustentado durante la guerra por buena parte del alto clero español (Nerín 2005, 96–97). La lucha entre España y la anti-España, exacerbada como conflicto religioso, era planteada no ya en términos de Guerra Ci- vil, sino, como el propio arabista aragonés afirmaba, de «Reconquista». Solo que en esta ocasión no se trataba de una lucha de cristianos contra musulmanes, sino que los defensores de ambas confesiones, herederos de una espiritualidad común, protagonizaban un mismo combate sagra- do contra las huestes del materialismo ateo en su afán por subvertir los principios de la civilización occidental, cuya defensa paradójicamente recaía, al menos parcialmente, en los mismos moros contra los que se ha- bía invocado al apóstol Santiago durante siglos. La Guerra Civil aparecía así no solo como cruzada, sino que, siguiendo la lógica de este discurso, podía interpretarse igualmente como yihad. Para sustentar la analogía entre ambas espiritualidades, Asín pasaba entonces a desarrollar punto por punto aquellos elementos en los que cristianismo e islam guardaban una mayor cercanía dogmática. Según él, los teólogos de ambas religio- nes compartían argumentos similares a la hora de demostrar la idea mo- noteísta. Asimismo, concedían a la divinidad atributos similares, a la vez que defendían la libertad y responsabilidad moral de los hombres. Las semejanzas se extendían también sobre conceptos como la revelación, la resurrección de los muertos, el juicio final, o la cuestión de las penas y castigos de ultratumba (Asín 1948, 132–133). Pero si todos estos puntos de encuentro entre ambas religiones permi- tían reconocer la verosimilitud de una hermandad espiritual construida sobre unos dogmas muy próximos entre sí, había un escollo muy difícil de salvar en la negativa islámica a reconocer la divinidad de Cristo, y por tanto del dogma de la Trinidad. Es en este punto donde la originalidad de las investigaciones de Asín y del orientalismo español servían para di- sipar la confusión. Junto con el Corán, el islam considera las tradiciones sobre la vida de Mahoma o hadices como fuentes de la revelación divina, y Asín señalaba que existía toda una corriente muy extensa de narraciones

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176 [159–185] P. BORNSTEIN · EL ORIENTALISMO DE M. ASÍN PALACIOS… de este tipo dirigidas a acentuar la alta espiritualidad y perfección moral de Jesucristo. Eran narraciones de filiación monástica y cristiana, en su opinión, que evidenciaban por encima de cualquier otro hecho la cadena de contactos culturales medievales que tanto él como Ribera (fallecido en 1934) se habían esforzado en poner de manifiesto durante años, des- de que en 1899 habían defendido la proximidad entre las ideas de Llull y de Ibn Arabi en su contribución al volumen homenaje a Menéndez Pela- yo. La veneración islámica de la figura de Jesucristo, consecuencia de es- tas hibridaciones teológicas, explicaba un hecho tan insólito como el ver la imagen del Sagrado Corazón de Jesús en el pecho de algunos reclutas marroquíes durante la guerra, algo que, según Asín, había generado gran perplejidad entre los españoles y que, sin embargo, no era sino «supervi- vencia inconsciente de esa veneración religiosa que los musulmanes to- dos profesan a Jesucristo y a su madre la Virgen María» (Asín 1948, 136). Asín añadía que la emulación de modelos monásticos y ascéticos cristia- nos había sido especialmente pronunciada entre los místicos sufíes, y mantenía que muchas prácticas de vida ascética de origen cristiano aún perduraban entre las cofradías religiosas del norte de Marruecos, parti- cularmente populares en las regiones de donde eran naturales la mayor parte de los soldados marroquíes. Lo cierto es que los mandos franquis- tas tuvieron que recurrir a algunas de estas hermandades religiosas para facilitar los reclutamientos en el Rif en los momentos en los que se dio una mayor oposición local a los mismos, y que incluso una delegación de estas cofradías viajó en cortejo a Tetuán —capital del protectorado— en diciembre de 1937 para mostrar su adhesión a la causa franquista (Ma- dariaga 2006, 181, 244). Destaca en el artículo de Asín la voluntad de desterrar prejuicios sobre el islam que estaban hondamente arraigados en la mente de los españoles. De la misma forma que combatía la extendida opinión sobre el fatalismo musulmán, incidiendo sobre la importancia que se daba a la responsabi- lidad moral del creyente, Asín rechazaba también el habitual estereotipo sobre la sensualidad desbocada de los musulmanes. Asín contraponía esta prejuicio con una alusión a la supuesta frecuencia con la que los reclutas marroquíes en España desviaban sus miradas de fotografías con desnu- dos femeninos, a la vez que atribuía a calumnias de la prensa marxistas

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las acusaciones de violaciones realizadas por estos durante su estancia en la península (Asín 1948, 145). Lo impostado de la argumentación de Asín, en su voluntad de enraizar la acción militar de los marroquíes con su teorización sobre la compartida espiritualidad entre musulmanes y cristianos, llegaba a un paroxismo cómico con su alusión al testimonio de un periodista que había sido presuntamente testigo del asalto de un combatiente marroquí en una trinchera enemiga en Madrid al grito de: «¡Tú no estar de Mahoma!¡Tú no estar de derechas!» (Asín 1948, 145). Sea como fuere, la insólita participación de los marroquíes en el teatro de guerra español, a los ojos del sacerdote arabista, reflejaba por encima de todo la existencia de una afinidad subterránea entre el islam y la cultura occidental, forjada gracias a la convivencia religiosa que durante ocho si- glos había tenido lugar en la España medieval:

Bajo la áspera corteza de esos rudos y valientes soldados marroquíes palpita un corazón gemelo del español, que rinde culto a unos ideales ultraterrenos, no muy dispares de los nuestros, y que siente las vivas emociones religiosas que nosotros sentimos, porque profesa muchos de los dogmas cristianos que nosotros profesamos y que el marxismo ateo repudia y persigue con ensaña- miento. (Asín 1948, 148–149)

Epílogo

La obra historiográfica de Asín —y especialmente su artículo de 1940— se erigió durante el primer franquismo como uno de los referentes centra- les a la hora de consolidar la narrativa sobre la participación de comba- tientes marroquíes en la Guerra Civil, así como para apuntalar la nueva aproximación diplomática de España hacia el mundo árabe e islámico (Velasco de Castro 2014). Una clara señal de la consideración que mos- tró el régimen franquista hacia el arabista aragonés fue su nombramien- to como vicepresidente del nuevo Consejo Superior de Investigaciones Científicas, creado tras la guerra en sustitución de la antigua Junta para la Ampliación de Estudios (Marín et al. 2009, 283). El peso del marco in- terpretativo de Asín durante el primer franquismo se percibe de forma especialmente clara en la obra de Tomás García Figueras (1892–1981), un

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178 [159–185] P. BORNSTEIN · EL ORIENTALISMO DE M. ASÍN PALACIOS… militar africanista que iba a tener una participación destacada en la con- figuración del nuevo discurso franquista sobre el islam. Cercano a Franco, García Figueras se había labrado una carrera como interventor militar en el área vinculada a la ciudad marroquí de Larache antes de la guerra, y posteriormente ocuparía un destacado papel en el equipo que preparó el encuentro del caudillo con Hitler en Hendaya en 1940, que culminó con el conocido fiasco para las expectativas del dictador español de conseguir el apoyo de la Alemania nazi para hacerse con los territorios del Imperio francés en el norte de África (Jensen 2016, 184–185, 190). En 1939, García Figueras publicaba Marruecos (La acción de España en el norte de África), una obra que le haría merecedor al año siguiente del Premio Nacional Francisco Franco, y que iba a tener diversas reediciones a lo largo de los años. Concebida como una obra de divulgación sobre la relación histórica entre España y Marruecos, se convertiría pronto en el principal soporte ideológico de la acción colonial franquista en Marruecos, argumentan- do que la acción colonial española estaba alimentada exclusivamente por un ideal espiritual, algo que la diferenciaba del colonialismo materialis- ta de otras potencias europeas. Según el propio autor, el motivo princi- pal que le había impulsado a escribir ese libro había sido la constatación de la persistente perplejidad que causaba entre los españoles la partici- pación de marroquíes en la Guerra Civil. Se propuso entonces poner de manifiesto la existencia de una realidad fraternal entre ambos pueblos, en gran medida desconocida, por diversas razones, tanto en la España nacional como en la España roja, y que permitía llegar a la conclusión de que «el Islam está mucho más cerca del Cristianismo que de los sin Dios» (García Figueras 1955, 7). Antes aún de que Asín publicara en 1940 su explicación de corte histó- rico-teológico sobre los voluntarios marroquíes en la Guerra Civil, Gar- cía Figueras razonaba que se hacía necesaria una nueva lectura historio- gráfica de la relación de España con el islam, en la línea ya propuesta por el arabista aragonés en sus obras de preguerra, para poder comprender las nuevas realidades que se estaban conformando gracias a la presencia española en Marruecos. Frente a la estereotipada idea de una enemistad secular entre ambas religiones, si se analizaba más profundamente la rea- lidad histórica medieval de la convivencia entre cristianos y musulmanes,

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«como lo ha hecho Asín Palacios», se podía constatar «que entre ambas religiones no existen tan grandes diferencias que justifiquen el odio exa- cerbado de ambos pueblos» (García Figueras 1955, 32). La situación bajo la nueva España de Franco, encarnación de la «España auténtica», resur- gida precisamente gracias a la generosa acción del Ejército en Marrue- cos, permitía restablecer la hermandad espiritual entre ambos pueblos como un primer paso hacia una nueva era en la que España y el mundo islámico forjarían una nueva alianza contra el imperante materialismo. El sacrificio de los marroquíes en la Guerra Civil sellaba, según García Figueras, esa fraternidad, que desde entonces caminaba unida «contra los hombres sin Dios que amenazaban hundir en el caos una cultura de Occidente de la que la hispanidad y el arabismo habían sido los mejores artífices» (García Figueras 1955, 10, 244). García Figueras se mantendría como un fiel colaborador de la política de Franco en Marruecos, desde donde continuaría insistiendo en la singularidad del colonialismo espa- ñol, gracias a una extensa obra que abarcó también la narrativa de ficción, y que estaba dedicada a sostener la idea de la compatibilidad entre islam y cristianismo (Jensen 2016, 198). En 1953 elaboró incluso un extravagan- te compendio de composiciones poéticas sobre el Alzamiento Nacional en el que destacaba la alta proporción de piezas dedicadas a los solda- dos marroquíes, incluyendo poesías de autores como José María Pemán (1897–1981) o Agustín de Foxá (1906–1951). Como se ha visto, el régimen franquista haría un uso extensivo de los esquemas interpretativos de autores como Asín Palacios o García Figueras. Esta instrumentalización, realizada con el fin de fomentar un discurso de cercanía con el mundo islámico, se volvería especialmente útil a medida que el creciente aislamiento internacional de España tras la derrota de los países del Eje en la Segunda Guerra Mundial forzaba al Estado franquista a orientar sus relaciones diplomáticas hacia los países árabes (Rein 1999). En este sentido, cabe destacar la tarea de la Casa de Marruecos en el Cairo, creada por las autoridades franquistas durante los años de la Guerra Civil con el objetivo de difundir la imagen de Franco como defensor del islam, apoyada precisamente sobre la noción de la espiritualidad compartida entre España y esta religión frente al rampante materialismo, y tomando la experiencia de los combatientes marroquíes en la Guerra Civil como

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180 [159–185] P. BORNSTEIN · EL ORIENTALISMO DE M. ASÍN PALACIOS… un hito fundamental en esta empresa común (Madariaga 2006, 356). Pa- radójicamente, García Figueras afirmaba que la obra de España en el pro- tectorado marroquí debía servir como el modelo hacia el que podían di- rigir con ilusión sus miradas los millones de musulmanes que luchaban en el mundo para liberarse del colonialismo (García Figueras 1955, 369). Sin embargo, los estrechos límites de esta renovada fraternidad auspicia- da por el franquismo —limitada exclusivamente al ámbito discursivo— se revelan de manera incuestionable en el trato extendido a los reclutas marroquíes tras el fin del conflicto. Mientras que Asín defendía que el -sa crificio realizado por los marroquíes exigía reconocer el derecho a la ciu- dadanía española a quienes hubiesen combatido por la causa nacional, y a pesar de que muchos de ellos mostraron su voluntad de quedarse en la península, las autoridades franquistas procedieron a una política gene- ral de repatriaciones forzadas (Nerín 2005, 188). Si es cierto que se creó un organismo estatal para asistir a los veteranos marroquíes que habían sufrido mutilaciones como consecuencia de su servicio al Ejército fran- quista, el Benemérito Cuerpo de Mutilados de Guerra Marroquíes, dota- do con un servicio de pensiones que se sostuvo en buena medida por las necesidades diplomáticas del régimen, las pensiones fueron siempre infe- riores a las recibidas por los mutilados españoles, y quedaron suprimidas tras la independencia de Marruecos en 1956 (Wright 2020). En gran medida, la propaganda franquista no hizo sino instrumenta- lizar las ideas de proximidad espiritual entre el islam y el cristianismo en función de sus más imperiosas necesidades prácticas durante la Guerra Civil, algo que había prefigurado ya el africanismo español a la hora de justificar la colonización de Marruecos. Esta función fue posteriormente exacerbada como resultado de las necesidades diplomáticas dentro del escenario internacional de la posguerra mundial. No obstante, la expli- cación de Asín sobre la participación de marroquíes en la contienda no puede entenderse meramente en función de ese reduccionismo oportu- nista. Existe un hilo argumental que recorre toda su obra y que encuentra en su artículo de 1940 la culminación de una teorización historiográfica sobre las transferencias culturales entre Oriente y Occidente, y que, en un giro teologizante, problematizaba estas cuestiones dentro de un esquema de economía de la salvación. Este artículo de posguerra es incomprensi-

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181 [159–185] P. BORNSTEIN · EL ORIENTALISMO DE M. ASÍN PALACIOS… ble sin toda su producción académica anterior, y, realmente, apenas hay referencias en él a hechos concretos del conflicto o a aspectos sociológi- cos relativos a las poblaciones de donde provenían los combatientes ma- rroquíes. Para el arabista aragonés era difícil sustraerse a la tentación de analizar el fenómeno de los reclutamientos desde el propio esquema in- terpretativo que él mismo había construido a lo largo de varias décadas. En este sentido, la conceptualización que hizo el primer franquismo de la hermandad espiritual de España con el mundo islámico es un resulta- do directo del propio desarrollo del orientalismo español, un desarrollo mediatizado por el encuentro entre la investigación del pasado medieval y las preocupaciones presentistas de sus actores principales. Miguel Asín pensó genuinamente que un anhelo común y una historia compartida unía a españoles y a musulmanes, y, motivado por una serie de preocupaciones intelectuales que fueron también mutando a lo largo de varias décadas, reivindicó la importancia del impacto profundo que tuvo el legado musulmán andalusí en la vida española. Algo similar pue- de decirse de Tomás García Figueras, quien, inspirado por la obra del ara- bista aragonés, llegó a convencerse de que existía una conexión latente entre españoles y musulmanes por debajo de los prejuicios antagonistas seculares. Ambos manifestaron que el franquismo ofrecía la posibilidad de profundizar la hermandad espiritual que de alguna manera había per- durado de forma inconsciente a través de los siglos. La revisión historio- gráfica de la historia interna andalusí iniciada por Ribera y Asín encon- traba, así, una oportunidad histórica en la nueva España de Franco para deshacer las imágenes tradicionales de alteridad, a través de la recupera- ción del supuesto ideal medieval por el cual habían vivido «bajo la tute- la tolerante del Estado Católico las mezquitas y las sinagogas, acogidas al espíritu comprensivo de la España católica» (Asín 1948, 151). Es bastante dudoso que esa invocación a la tolerancia, encuadrada dentro del supre- macismo teológico del nacionalcatolicismo, tuviese alguna capacidad de desarraigar unos prejuicios sobre la identidad nacional que estaban muy enquistados en España. No obstante, resulta innegable que la idea de la convivencia medieval ibérica recibió un impulso decisivo a la sombra del orientalismo español de la primera mitad del siglo xx. En este contexto, mediatizado en buena medida por el conservadurismo católico y por los

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182 [159–185] P. BORNSTEIN · EL ORIENTALISMO DE M. ASÍN PALACIOS… problemas vinculados a sus intereses y a preocupaciones como las que dirigían el movimiento por la ciencia católica, se fue gestando una for- ma de entender el pasado medieval español, que luego se transformaría en agria polémica con las obras de Américo Castro (1885–1972) y Claudio Sánchez-Albornoz (1893–1984).

Bibliografia

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Prolegómenos al estudio de la literatura memorialística de los refugiados españoles de 1939 en Argelia

Santiago Navarro Pastor Heinrich-Heine-Universität (Düsseldorf) orcid.org/0000-0001-8696-1053

Presentación: 16 dic. 2019 | Aceptación: 8 abril 2020 | Publicación: 31 oct. 2020

Cita recomendada: Navarro Pastor, Santiago. 2020. «Prolegómenos al estudio de la literatura me- morialística de los refugiados españoles de 1939 en Argelia». Dictatorships & Democracies. Journal of History and Culture 8: 187–211. doi: https://dx.doi.org/10.7238/dd.v0i8.3173

Resumen: Este artículo se centra en la literatura testimonial elaborada por quienes aban- donaron España al final de la Guerra Civil española en 1939 y se establecieron acciden- talmente en la Argelia francesa, donde muchos de ellos afrontaron experiencias en campos de internamiento como trabajadores forzados. En el trabajo se caracteriza su- mariamente este corpus, que abarca unos treinta títulos, la mayoría de los cuales son obra de escritores no profesionales. En segundo lugar, se presta atención a un ejemplo de esta literatura, las memorias de Carlos Jiménez Margalejo (2008), con el objeto de destacar su singularidad dentro de este grupo de textos, escritos en su mayoría en es- pañol o francés. Palabras clave: exilio español, 1939, Argelia, Alicante, Orán, Stanbrook, literatura testimo- nial, autobiografía, experiencia concentracionaria, memorias, cautiverio, campos de internamiento, Djelfa, Max Aub, Carlos Jiménez Margalejo, Antonio Martínez López, José Muñoz Congost, Antonio Blanca, Segunda Guerra Mundial

Prolegomena to the Study of the Testimonial Literature of Spanish Refugees in Algeria (1939) Abstract: This paper focuses on the testimonial literature created by those who left Spain at the end of the Spanish Civil War in 1939 and accidentally settled in French Algeria, where many of them were subject to forced labor in internment camps. An effort will be undertaken to summarily describe this corpus that includes about thirty titles, most of which were written by non-professional authors. As a second aim, some attention will be brought to one example of this literature, namely the memoirs of Carlos Jimé- nez Margalejo (2008), in an attempt to underline its singularity within this group of texts, written mostly in Spanish or French. Keywords: Spanish exile, 1939, Algeria, Alicante, Oran, Stanbrook, testimonial literature, autobiography, concentration camps experience, memoirs, captivity, internment camps,

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Djelfa, Max Aub, Carlos Jiménez Margalejo, Antonio Martínez López, José Muñoz Con- gost, Antonio Blanca, World War II

Los últimos días de octubre de 2019 se celebró en Argel y Orán, organiza- do por la Embajada Española y el Instituto Cervantes, el seminario titula- do Memoria del exilio español en Argelia. Este encuentro vino precedido, dos años antes, por unas Jornadas Internacionales sobre el Exilio Repu- blicano de 1939 en Argelia, que tuvieron lugar en la Universitat Autòno- ma de Barcelona en abril de 2017.1 Se mencionan aquí dos simposios re- cientes, programados cuando contamos ya con un aporte abundante de conocimientos sobre la materia específica del exilio español de 1939 en el norte de África. Ese conjunto de contribuciones requiere una recapitu- lación o sistematización crítica, un primer balance académico. Las líneas que siguen, obviamente, no pueden ofrecer este arduo trabajo de síntesis. Se centrarán en un sector específico de ese campo, el de la literatura me- morialística, con el ánimo de brindar una panorámica bibliográfica que pueda servir, en definitiva, de incitación a su estudio.

I

La literatura memorialística de los refugiados republicanos españoles de 1939 en el norte de África, y especialmente en Argelia, presenta hasta ahora una treintena larga de títulos. Con toda seguridad, existe aún ma- terial inédito, y de hecho algunas piezas de este acervo van publicándose de cuando en cuando en forma de libro o divulgándose en revistas y pu- blicaciones especializadas. En conjunto, se trata de un ramillete de obras muy desiguales, que, por lo general, no se deben a escritores profesionales. A diferencia de otros exponentes del exilio republicano de 1939 (o del de 1936, o de quienes se expatriaron en el transcurso de los tres años de Gue- rra Civil), en contraste con no pocos exiliados que recalaron en centros universitarios estadounidenses, de México u otros países de Iberoamérica,

1 El número 20 de la revista Laberintos (2018, 187–392) reúne, en una sección especial titulada El exilio republicano en Argelia, las ponencias presentadas en aquel encuentro.

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188 [187–211] S. NAVARRO · LA LITERATURA MEMORIALÍSTICA DE LOS REFUGIADOS ESPAÑOLES DE 1939 EN ARGELIA o en la propia Francia metropolitana, en el caso de los que llegan a Arge- lia en marzo de 1939 predomina el testimonio de firmas prácticamente desconocidas. El escritor Max Aub constituye una excepción a esta nor- ma y es indiscutiblemente la figura que mayor interés ha suscitado hasta el momento entre estos autores establecidos en el espacio magrebí: por el hecho de que haya dejado literatura de creación sobre su etapa en el cam- po de internamiento argelino de Djelfa (Aub 1944, 1955, 1963, 1965) y por la trascendencia del autor para la literatura en lengua española. Los ejemplos más característicos de esta familia de textos (Mercadal 1983; Muñoz Congost 1989; Beltrán 1989; Lizcano 1989, 1991; Blanca 1991, 2018; Martínez López 2004, 2006; González Beltrán 2006; Jiménez Mar- galejo 2008) se difundieron entre los años ochenta del siglo xx y la prime- ra década del xxi, si bien se publicaron testimonios tempranos desde los cuarenta en el exilio (Cabezas 1940; Palencia 1946; Castillo 1956; Esteve 1957). Otros empezaron a conocerse en los sesenta, primero en el extran- jero (Vilanova 1969) y, desde principios de los setenta, en España (Baldó 1970, 1973, 1977). Su recuento es todavía una tarea en marcha, como re- vela el censo que vienen realizando los hispanistas franceses Bernard Si- cot (2008, 2010) y Joël Delhom (2009). Se trata de un corpus de escritos primordialmente en español, también en francés (Martínez López 2004; Blanca 2002, 2014) y en menor número en catalán (Ros i Martí 1989, 1991). Nos encontramos comprensiblemente ante obras de escasa circulación y, con salvedades, publicadas por editoriales sin apenas visibilidad, incluidas las patrocinadas por instituciones oficiales. En ocasiones, son ediciones de autor o ligadas a asociaciones políticas o culturales de radio de acción bastante limitado. En el ámbito académico, esta literatura apenas ha recibido atención hasta hace poco por parte de la filología y los estudios culturales. Con- tamos ya, eso sí, con dos sólidos monografías: Nadia Bouzekri (2012) y Danae Gallo González (2018a). La literatura memorialística ha sido leí- da, como es lógico, en su función ancilar de documento-fuente para los historiadores. De hecho, en el caso específico del exilio en Argelia, el re- lativo auge de estas publicaciones a partir de los ochenta se vio favoreci- do por la iniciativa de los especialistas en historia contemporánea, con- cretamente después de la aparición de un artículo del catedrático de la

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Universidad de Murcia Juan Bautista Vilar que hizo época: «Relación nominal de los militantes republicanos evacuados de Alicante por el bu- que inglés Stanbrook con destino a Orán en 28 de marzo de 1939» (Vilar 1983). Ese nombre, el del carguero Stanbrook, uno de los últimos barcos que abandonaron los puertos españoles del Mediterráneo con refugiados en los días finales de la Guerra Civil, se ha convertido, en el transcurso de los últimos tres decenios, en una referencia constante en todo lo que guarda relación con el exilio de los republicanos españoles en el norte de África: el nombre del barco y su imagen se difunden en publicaciones de varia índole, en entregas académicas y periodísticas, en documentales televisivos y radiofónicos (Sella 2006; Albert 2012; Murga 2016), en exposi- ciones (Barciela & Ródenas 2016) y en ejemplos de novela gráfica incluso (Roca 2010). La lista de pasajeros del buque británico se reproduce en más de una decena de libros, y fotos de la embarcación repleta de emigrados figuran en la portada de numerosísimos impresos. Estamos ante un sin- gular fenómeno memorial, que se ha revelado como un asunto de gran fecundidad. Todo ello tiene en buena medida su punto de arranque en la investigación archivística del historiador Vilar, que encuentra en los Ar- chivos Nacionales de Ultramar de Francia, en Aix-en-Provence, la lista en cuestión, dando inicio a una cadena de trabajos que han ido iluminando la cuestión desde el campo de la historiografía y propiciando, asimismo, la aparición de un abundante número de memorias personales, familia- res, de organizaciones políticas, etc. Estas aportaciones están restituyendo una imagen cada vez más completa de un episodio histórico que no era el más conocido en el cuadro de los estudios sobre el exilio español vincu- lado a la Guerra Civil. No era esa, desde luego, la primera ocasión en que se leía en letras impresas el nombre del Stanbrook. Ya en la obra pionera de Antonio Vilanova, Los olvidados (1969), se pudieron ver testimonios de refugiados de aquella evacuación de marzo de 1939. Y, aun antes de la muerte de Franco, el periodista Eduardo de Guzmán publicó en Madrid la parte inicial de un extenso ciclo autobiográfico,La muerte de la espe- ranza (Guzmán 1973). En ella se hablaba de la salida del barco y de la ex- periencia de aquellos a los que se llamó «náufragos del Stanbrook», esto es, del drama que vivieron en el puerto de Alicante quienes quedaron a la espera de unos buques que nunca llegaron después del 28 de marzo, entre

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190 [187–211] S. NAVARRO · LA LITERATURA MEMORIALÍSTICA DE LOS REFUGIADOS ESPAÑOLES DE 1939 EN ARGELIA ellos el propio Guzmán. Tanto la partida del barco como la tragedia del puerto en los días finales de la guerra fueron objeto de un extenso repor- taje de este mismo escritor, publicado en 1976 en el semanario Triunfo (Guzmán 1976). A este segundo asunto dedicó también un documentado trabajo académico Aline Santonja (1984) en fechas cercanas al artículo seminal de Vilar. Justo es recordar, asimismo, el primer título autónomo importante sobre la experiencia concentracionaria española en el Ma- greb, Internamiento y resistencia de los republicanos españoles en África del Norte durante la Segunda Guerra Mundial, libro colectivo aparecido en España poco antes, elaborado a partir de testimonios de refugiados que pasaron por los campos de internamiento franceses de Argelia, Túnez y Marruecos (Santiago, Lloris & Barrera 1981). Como sea, la colaboración entre labor historiográfica y aporte testimonial no necesita de muchas justificaciones. La constitución de los saberes históricos y culturales es un proceso lento y colaborativo en que carece de sentido establecer fronteras disciplinarias rígidas. Aquí solo se ha querido hacer referencia a un ejem- plo de influjo mutuo entre disciplinas. A este respecto, se deja constancia de la manera en que la investigación historiográfica ha actuado de estí- mulo, dando pie a un filón de literatura testimonial que, a su vez, retro- alimenta la tarea de los historiadores, capacitados para aquilatar —con un tipo de conocimiento diferente al del testigo— una materia, como la memorialística, que necesita del foco crítico de la ciencia histórica y, en general, de las humanidades. En este trabajo se plantea una tentativa de tipificación de esta produc- ción, sobrevolándola, y se dedican, por último, algunas consideraciones a una muestra, las Memorias de un refugiado español en el norte de África, 1939–1956, de Carlos Jiménez Margalejo (2008), que ocupa un puesto im- portante dentro de esta colectánea.

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Cuadro 1. Corpus de textos memorialísticos por décadas y países

Década 1940 Cabezas, Felipe A. «Viaje épico. Los expatriados del CU 1940 Stanbrook» MX 1943 Aub, Max. «¡Yo no invento nada!» MX 1944 Aub, Max. Diario de Djelfa UK 1946 Palencia, Isabel de. Smouldering Freedom…

Década 1955 Aub Max. «El limpiabotas del Padre Eterno» MX 1950 1957 Esteve, Arturo. Búsqueda en la noche AR

Década 1963 Aub, Max. «El cementerio de Djelfa» ES 1960 1965 Aub, Max. Historias de mala muerte MX 1968 Ros, Antonio. Horas de angustia y esperanza MX 1969 Vilanova, Antonio. Los olvidados FR

Década 1970 Baldó, Ricardo. Un cuento escrito en la arena ES 1970 1972 Baldó, Ricardo. Del negro al amarillo. Relatos del exilio ES 1974 Hernández Tomás, Jesús. Yo fui un ministro de Stalin ES 1976 Mera, Cipriano. Guerra, exilio y cárcel de un ES anarcosindicalista ES 1976 Ros, Antonio. Diario de un refugiado republicano ES 1977 Baldó, Ricardo. Exiliados españoles en el Sahara, 1939–1943

Década 1981 Internamiento y resistencia de los republicanos españoles en ES 1980 África del Norte ES 1983 Mercadal Bagur, Deseado. Yo estuve en Kenadza. Nueve años ES de exilio ES 1989 Ros i Martí, Germinal. «Els camps de concentració a l’Àfrica ES del Nord…» ES 1989 Ros i Martí, Germinal. Anys negres. Crònica lliure dels anys ES de guerra, 1939–1945 1989 Muñoz Congost, José. Por tierras de moros. El exilio español en el Magreb 1989 Soriano, Antonio. Éxodos. Historia oral del exilio republicano en Francia 1989 (2016). Beltrán Alcaraz, Isabel. ‘Stanbrook’. Vivencias de un exilio

Década 1991 Lizcano, Conrado. «Crónica en vivo de los exiliados ES 1990 españoles en el norte de África» 1991 Ros i Martí, Germinal. «El començament de l’exili. Anys ES negres…» ES 1991 Blanca, Antonio. Cuaderno del destierro (fragmentos)

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Década 2002 Blanca, Antoine. Itinéraires d’un républicain espagnol FR 2000 2002 Escudero Galante, Francisco. Pasajero 2058* ES 2003 Gonzalez, Georges. Mais l’Algérie vivra toujours FR 2004 Martínez López, Miguel. Casbah d’oubli… FR 2006 Martínez López, Miguel. Alcazaba del olvido…** ES 2006 González Beltrán, Helia, y Alicia González Beltrán. Desde la ES otra orilla. Memorias del exilio 2007 Marco Botella, Antonio. La odisea del ‘Stanbrook’ ES 2008 Jiménez Margalejo, Carlos. Memorias de un refugiado ES español en el norte de África ES 2009 Cuesta Suárez, Nieves. Simplemente mi vida ES 2009 Alonso Sellés, José. Desde la otra orilla. Recuerdos de un niño exiliado

Década 2014 Blanca, Antoine. Les trois voyages d’Abel, fils de républicain FR 2010 espagnol ES 2014 Gassó, Laura. Diario de Gaskin ES 2014 Beneyto Poveda, Milagros. Desterrados ES 2016 Camacho Samper, Yénia. De Orán y del regreso ES 2016 Serna Alba, Ricardo. Diario de Orán*** FR 2016 Espinós Beviá, Antonieta. 2016. ¡Ya se va el vapor! 19 de ES marzo de 1939… 2018 Blanca, Antonio. Diario de Antonio Blanca (campos de Argelia 1939)

* La obra se reedita en 2006 con el título El último barco del exilio. ** Es la versión española del título de 2004 del mismo autor. *** Editado por Ricardo Montes Bernárdez, José A. Sánchez Hernández y Enrique Serna Rodríguez en el volumen Ricardo Serna Alba y «El Liberal». Exilio en Orán. Murcia: Colegio de Periodistas 2016.

En el cuadro anterior figura un recuento, sin ánimo exhaustivo, de los textos memorialísticos que acreditan experiencias de refugiados espa- ñoles en Argelia. Su presentación tabular persigue mostrar con alguna precisión la distribución temporal de estas aportaciones. Es innegable, a primera vista, la abundancia de títulos que ha habido en los dos últimos decenios, aunque también llaman la atención los exponentes del género publicados en España en décadas anteriores. Este aluvión memorial no comienza, pues, en los últimos años, después de que supuestamente la generación de los nietos hubiera desatado finalmente el nudo gordiano que había impedido hasta hace cuatro días la libre expresión sobre este

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193 [187–211] S. NAVARRO · LA LITERATURA MEMORIALÍSTICA DE LOS REFUGIADOS ESPAÑOLES DE 1939 EN ARGELIA asunto. Este elenco de publicaciones, que se inicia relativamente pronto, enlaza, además, desde la década de 1970, con la larga batería de estudios generales sobre el exilio (Abellán 1976; Rubio 1977; Rafaneau-Boj 1995; Dreyfus-Armand 1999, por citar solo algunos). Esta plétora de obras (es- tudios y memorias), editadas algunas incluso antes del final del franquis- mo y que sin duda esperan aún una lectura atenta, atestigua un interés, un esmero y un respeto por la cuestión del exilio que no se compadecen con la supuesta existencia de un pacto de olvido o silencio sobre esta ma- teria en los años de la Transición.

II

Este caudal de testimonios se ha ido vertiendo por cauces muy diversos. Caracterizando a vuelapluma este corpus de memorias, podrían fijarse las siguientes categorías, que no deben tomarse como compartimentos estancos. Literatura de creación. Se ha hecho referencia al inicio de estas notas a Max Aub, quien en su poemario Diario de Djelfa (1944) y en varios rela- tos dio la versión literaria que más ha circulado sobre los campos de in- ternamiento y de trabajo franceses en Argelia. Otros dos autores que, al igual que Aub, reelaboran experiencias similares en entregas con volun- tad literaria son Arturo Esteve en su novela Búsqueda en la noche (1957) y Ricardo Baldó en tres colecciones de relatos publicadas en España en los setenta: Un cuento escrito en la arena (1970), Del negro al amarillo (1973) y, pese a su título aparentemente ensayístico, Exiliados españoles en el Sahara, 1939–1943 (1977). Las agrupaciones que siguen se refieren, por el contra- rio, a contribuciones en prosa de enfoque autobiográfico y que, con una sola excepción, no se presentan como textos de creación. Testimonio en libros de historia. La actividad memorialística se enmar- ca inicialmente, como queda dicho, en monografías de historia. Es el caso del estudio de Vilanova, Los olvidados (1969), y de Éxodos. Historia oral del exilio republicano en Francia, de Antonio Soriano (1989). Son testimonios que responden, por lo general, a una entrevista oral grabada o resultan de la contestación por escrito a un formulario planteado por un histo- riador. Algo similar puede verse en las exposiciones, más extensas, que se

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194 [187–211] S. NAVARRO · LA LITERATURA MEMORIALÍSTICA DE LOS REFUGIADOS ESPAÑOLES DE 1939 EN ARGELIA integran en números de revistas dedicados al asunto del exilio. Es el caso de Laberintos (2018) o el del monográfico de la revistaCanelobre (1991), Alicantinos en el exilio, que reúne varios textos de refugiados en Argelia, difundidos en parte previamente, de Conrado Lizcano (1989), Germinal Ros i Martí (1989) y José Muñoz Congost (1989). Testimonio extenso en libro: memorias de comunidad política. Esta lite- ratura testimonial se emancipa, por su extensión, del manual de historia o de la revista especializada y se configura en libro. En este apartado, cabe mencionar el ya citado libro colectivo Internamiento… (Santiago, Lloris & Barrera 1981), de inspiración comunista; títulos como el de Deseado Mercadal, periodista menorquín que militó en el socialismo, Yo estuve en Kenadza. Nueve años de exilio (1983); el de José Muñoz Congost, Por tie- rras de moros. El exilio español en el Magreb (1989), o el de Miguel Mar- tínez López, Alcazaba del olvido…, en francés (2004) y en español (2006). En estas obras, se integran, junto al relato autobiográfico, testimonios de otros internados en campos argelinos, o bien se encuentra una galería de retratos de miembros de la comunidad política en que se inscribe el autor. De ese modo, con la descripción de un conjunto amplio de gentes, la publicación adquiere un carácter misceláneo. Los dos últimos nombres representan al llamado «movimiento libertario español», del que se tra- za un retrato-homenaje y se documentan sus actividades en el norte de África. En este campo del testimonio de fuerte impronta política, pero sin ánimo de rendir tributo a una comunidad en particular, se hablará más adelante de las memorias de Carlos Jiménez Margalejo (2008). Memorias familiares. A diferencia del apartado anterior, los exponen- tes de esta sección dan cuenta de un tipo de memoria más privada. Son retratos de familia en que las declaraciones de índole política ceden paso a consideraciones de orden más personal. Contienen el relato de los ava- tares de un grupo familiar trasplantado a tierras argelinas, testimonio no forzosamente ajeno a las notas ideológicas de afirmación y solidari- dad genérica con la causa republicana. Son característicos de esta sección el libro de Isabel Beltrán, ‘Stanbrook’. Vivencias de un exilio (1989); el de sus hijas Helia y Alicia González Beltrán, Desde la otra orilla. Memorias del exilio (2006); y el casi homónimo de Alonso Mallol, Desde la otra ori- lla. Recuerdos de un niño exiliado (2009). Cabría, asimismo, situar en este

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195 [187–211] S. NAVARRO · LA LITERATURA MEMORIALÍSTICA DE LOS REFUGIADOS ESPAÑOLES DE 1939 EN ARGELIA

grupo los textos de la familia de Antonio Blanca, sobre los que se volverá brevemente, no obstante, en otros apartados. Diarios. No son muchos los diarios de exiliados que se conservan (o que se han dado a conocer hasta ahora). Los tres más extensos son el del aviador republicano Antonio Gassó, preparado para la edición por su hija Laura (Gassó 2014); el del periodista alicantino Antonio Blanca, publica- do fragmentariamente en España (Blanca 1991), aparecido años después en versión íntegra traducido al francés (Blanca 2009) y en su original es- pañol, en una edición cuidada por Bernard Sicot y Danae Gallo González (Blanca 2018), y el del periodista murciano Ricardo Serna (2016). El diario, por su capacidad de sugerir una mayor cercanía a los hechos, posee un poder icástico y presupone un marco de confidencialidad que lo singu- larizan frente a otros textos de naturaleza memorialística. Novelización del testimonio. La reelaboración de testimonios previa- mente existentes, subsumidos en un nuevo conjunto en formato de no- vela, es otra modalidad de este conjunto de textos. Ejemplos notables de ello son dos contribuciones del diplomático francés Antoine Blanca, hijo del exiliado español Antonio Blanca, recién mencionado. Antoine Blanca es autor de Itineraires d’un républicain espagnol (2002), texto a medio ca- mino entre la novela y el testimonio en que se trasfunden los diarios de su padre en una vaga trama novelística. A Blanca hijo debemos también un segundo título de enfoque similar: Les trois voyages d’Abel, fils de répu- blicain espagnol (2014). En forma novelística se encuentran muestras de la segunda generación de exiliados, al igual que aportaciones de nietos de los refugiados de 1939, que, residiendo en España y al calor del llamado «movimiento de recuperación de la memoria histórica», ofrecen su con- tribución al género. Basten dos apuntes: Pasajero 2058 (en referencia al número de uno de los ocupantes del Stanbrook), del periodista Francisco Escudero (2002),2 una especie de memorias noveladas, y Desterrados, de Milagros Beneyto Poveda (2014), narración en que se reescriben las me- morias del abuelo de la autora, Antonio Poveda Sanjuán, uno de los escri- tores inéditos a los que se aludió al inicio de estas notas.

2 Reeditado con el título de El último barco del exilio (2006).

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Epistolarios. Se está empezando a estudiar con criterio académico la co- rrespondencia de algunos exiliados. En este apartado, presentan interés especial algunos repertorios epistolares que, por no haber sido concebidos para su envío postal inmediato, asumen carácter de diario. Es el caso del epistolario de José Sánchez Candela, estudiado por Cayetano Mas (2012). La expresión fluye en ellos sin las cortapisas de la autocensura y sin tener que recurrir a las estrategias de expresión elusiva, trueques de personali- dad incluso, que se ven en la correspondencia inédita de otros exiliados en Argelia, que temen justificadamente la fiscalización de sus cartas por parte de la censura postal franquista o la francesa. La clasificación anterior establece seguramente distinciones que po- drían reorganizarse de otro modo. Es obvio que una división fundamental pasa por agrupar, de una parte, aquellos textos memorialísticos de quienes, pese a las penosas condiciones del exilio, afortunadamente no hubieron de pasar por el duro trance de los campos de trabajo y, por otra parte, las memorias de aquellos refugiados varones que sí lo hicieron, esto es, va- rios miles de entre los más de 10 000 refugiados en que se cifra el núme- ro de exiliados llegados a Argelia durante el mes de marzo de 1939 (Alted Vigil 2005). Un criterio razonable en los trabajos acerca del exilio español de 1939 aconseja, por lo demás, el escrutinio diferenciado (o comparado) de los testimonios de la primera y la segunda generaciones de refugiados. A ello sigue, como sector que obviamente requiere un examen aparte, el de las reelaboraciones recientes de esa memoria por parte de integrantes de la tercera y la cuarta generaciones, o simples interesados en la materia que, por edad, se equiparan a las generaciones de nietos y bisnietos de los refugiados. En última instancia, un conocimiento solvente de esta cues- tión exige una atención particular a cada texto, puesto que en este cor- pus la casuística es verdaderamente amplia. Eso no debería estar reñido con la aplicación de la norma heurística recomendada por Javier Sánchez Zapatero (véase la bibliografía) de abordar la experiencia concentracio- naria como un fenómeno universal (y lo mismo podría decirse del exilio en general), sin dejar de tener en cuenta por ello las peculiaridades geo- gráficas, generacionales, de género, de duración del periodo de destierro o de otro tipo, o posibles configuraciones míticas (o de otra índole) del discurso testimonial (Penef 1988). Es evidente, además, que en el estudio

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197 [187–211] S. NAVARRO · LA LITERATURA MEMORIALÍSTICA DE LOS REFUGIADOS ESPAÑOLES DE 1939 EN ARGELIA de esta materia es fundamental abandonar toda tentación de enfoque reverencial, preservando la independencia de criterio y la distancia crí- tica frente a lo que pueda estipular la agenda política de cada momento en cuanto a memoria oficial.

III

Las Memorias de un refugiado español en el Norte de África, 1939–1956, de Carlos Jiménez Margalejo (2008),3 son un documento excepcional dentro de esta producción. Lo son por su extensión y detalle (alrededor de cua- trocientas densas páginas), así como por su grado de autoconciencia (en lo psicológico, en lo ideológico) y por el rico análisis personal, colectivo e histórico que brindan. Las Memorias son la segunda parte de un volumen publicado en 2002, Los que teníamos dieciocho años, que el autor presenta como relato, según reza el prefacio, «hilvanado con la licencia de la nove- la» (Jiménez Margalejo 2002, 5). La primera entrega versa, en lo esencial, sobre su intervención en la Guerra Civil española como oficial del ejérci- to de la República. Las Memorias conectan directamente con ese primer título; así, las páginas finales del libro de 2002 se reproducen, sin cambios, al inicio del de 2008. Nada distingue en su entonación y modo de narrar el primer tomo del segundo, en lo relativo al menos al punto de vista adopta- do, que es el de la primera persona característica de un texto confesional. Estos dos amplios conjuntos, escritos en Venezuela a partir de 1963, re- presentan un extraordinario ejercicio de escritura. Asombra en ellos, en primer término, una memoria prodigiosa, capaz de evocar lo vivido, en ocasiones casi día a día, con gran precisión y a más de veinte años de distancia; en segundo término, una admirable capacidad de verbalización de ese turbión de vivencias y sucesos. Es cierto que no todo en ellos deriva de la facultad memorística y se entretejen ahí componentes de otra natu- raleza: abundante información histórica, momentos de reflexión perso- nal de orden político o ideológico, la mostración de un amplio espectro de estados de ánimo (lo que imprime a su discurso una fuerte impronta

3 Se han ocupado de la obra ante todo Bouzekri (2012, 136–137), Sicot (2015b, 28–30) y con más detenimiento Gallo González (2018a, 207–281).

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198 [187–211] S. NAVARRO · LA LITERATURA MEMORIALÍSTICA DE LOS REFUGIADOS ESPAÑOLES DE 1939 EN ARGELIA emocional). Pese a tal diversidad de elementos, el espesor, la viveza y la minuciosidad de lo expuesto en cuanto a experiencia estrictamente perso- nal son impresionantes y hacen pensar en un testigo veraz, dueño de una retentiva excepcional. El manifiesto desinterés por transmitir una imagen heroica de aquellas vivencias recalca, además, la sensación de autenticidad. Las Memorias se desenvuelven en dos planos: el de la descripción del proceso personal que afronta el autor desde el final de la Guerra Civil hasta 1956 (un dificilísimoiter vital expuesto en términos muy poco au- tocomplacientes) y el de las convulsiones políticas e históricas de ese pe- riodo. De hecho, el libro va ilustrando, con una notable capacidad reflexi- va, la huella del proceso histórico en el personal, un desarrollo expuesto de forma pormenorizada y con todo el dinamismo y la complejidad que ignoramos hoy en día cuando, incurriendo en una simplificación teleo- lógica, nos referimos a la Segunda Guerra Mundial como aquella guerra en que una alianza de países vence felizmente a las potencias del Eje. El friso histórico que ofrece Margalejo, en especial el relativo a los años de la conflagración mundial, lo vemos bullir ante nuestros ojos con el grado de incertidumbre sobre su desenlace que es propio de quien está siguien- do con zozobra unos acontecimientos cuyo final desconoce y en los que se juega mucho. En ese aspecto, su discurso está dotado de los atributos de suspense y emoción de una obra narrativa que sabe administrar con eficacia la indeterminación de su punto de llegada. Estas Memorias se leen, pues, en cierto modo como un manual de his- toria, dado que se vertebran en gran medida al galope de los avatares po- líticos de aquellos años tan procelosos y de la repercusión de orden psico- lógico, moral e ideológico que tienen en la vida del autor. No hay en ello, obviamente, un rasgo de absoluta novedad, pues esa práctica obedece a las reglas del género. Aquellos sucesos son, resumiendo: el fin de la Gue- rra Civil y la implantación general del régimen franquista, el pacto ger- mano-soviético de agosto de 1939, el ataque alemán a Polonia y el inicio de la Segunda Guerra Mundial, el armisticio de junio de 1940 y el estable- cimiento del régimen de Vichy, la Operación Barbarroja, el desembarco aliado en el norte de África en noviembre de 1942, la gradual neutraliza- ción de Vichy en Argelia, la conclusión del conflicto mundial en 1945 y el proceso independentista en Marruecos. Este acontecer de la historia

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199 [187–211] S. NAVARRO · LA LITERATURA MEMORIALÍSTICA DE LOS REFUGIADOS ESPAÑOLES DE 1939 EN ARGELIA externa tiene un impacto interior en la exposición de la aventura perso- nal del refugiado: su evacuación desde Alicante a Orán, con el relato del penoso período de obligada permanencia de varias semanas a bordo del Stanbrook; la estancia, en régimen semicarcelario, en dos centros de albergue para refugiados (primero en Orán y después en Boghari, al sur de Argel); su ingreso forzoso en las Compañías de Trabajadores Extran- jeros (CTE) con la entrada de Francia en la guerra en septiembre de 1939; su traslado al campo de Colomb-Béchar para trabajar en la construcción del ferrocarril transahariano; un período de castigo en una compañía disciplinaria; su paso, en 1943, al este de Argelia (región de Constantina), en la etapa de descomposición del régimen colaboracionista francés; su deserción de las CTE y establecimiento clandestino en Orán en 1944. Por último, la reseña del periodo de la posguerra mundial se concreta en una larga estancia en Casablanca, que concluye con su marcha a Venezuela lue- go de la independencia de Marruecos en 1956. En este trenzado de acon- tecimientos históricos y proceso biográfico personal, el autor consigue transmitir con gran plasticidad la fluctuante tesitura anímica (marcada primordialmente por la perplejidad, la indignación, la decepción, el des- ánimo, la angustia) en que va viéndose el protagonista en cada una de las fases mencionadas, cuya enumeración, simplificando, se refiere, en lo fun- damental, al hecho de haber perdido la guerra, la deplorable reclusión en el Stanbrook (que puede entenderse como preludio de su experiencia concentracionaria posterior), la incomprensión ante la hostil acogida por parte de las autoridades francesas, el miedo a ser deportado a Espa- ña, el agravamiento paulatino de la situación de los refugiados después del inicio de la guerra mundial, con el cortejo de desgracias que conlleva el paso por varios campos de trabajo, hasta la decepción final que signi- fica la comprobación de que la derrota de las potencias del Eje no va a su- poner la caída de Franco. En buena parte del libro, cada nueva página del decurso histórico tiene su reflejo elocuente en el estado de ánimo cada vez más sombrío del narrador. A diferencia de las memorias de comunidad política a que se hacía re- ferencia más arriba, en esta obra se constata un desamparo ideológico parejo al desvalimiento vital general que describen sus Memorias. La bio- grafía de Margalejo es encuadrable en lo que en historiografía literaria

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200 [187–211] S. NAVARRO · LA LITERATURA MEMORIALÍSTICA DE LOS REFUGIADOS ESPAÑOLES DE 1939 EN ARGELIA llamamos «generación del 36» o «primera generación de posguerra», en la que abundan las trayectorias profesionales truncadas por la guerra. Ese elemento de vida mutilada, que, en rigor, puede aplicarse a cualquier exi- liado, está muy presente en este volumen. En sus páginas se aprecia una orfandad radical, de la que el aspecto ideológico es únicamente una face- ta más. Se menciona aquí solo por la insistencia con que de ello habla el autor. Sin constituir un caso único (podría aducirse también, a este pro- pósito, el ejemplo de Arturo Esteve),4 la construcción ideológica de su tes- timonio difiere en ese sentido de otras muestras de este tipo. Todo él está traspasado por el empeño en cobrar espacios de independencia y libertad individual, tomando distancia con respecto a la facción política en que vivió integrado durante la Guerra Civil. Describe, en pocas palabras, un proceso de distanciamiento del movimiento comunista, concretamente de la hipoteca vital que implica la férrea obediencia que en aquellos años exige la militancia de ese signo. Tiene el libro no pocos remansos medita- tivos en que ofrece reflexiones muy expresivas sobre la mentalidad y con- ducta del militante comunista, para las que, según explica, solo encuentra parangón en el mundo de las vocaciones y el espíritu de abnegación del religioso convencido (Jiménez Margalejo 2008, 101 y passim). Sintetizando, aun a costa de sacrificar muchas otras consideraciones importantes, podría decirse que, si la obra permite ser leída en esos dos estratos a los que se ha hecho referencia (el itinerario personal y el dio- rama histórico), las Memorias de Margalejo presentan una doble dimen- sión. Son, por una parte, un texto de fuerte carga emotiva, en lo que tiene de exposición dilatada del impacto sobre la personalidad de una laceran- te experiencia de exilio y, en concreto, del paso por los campos de inter- namiento y de las lastimosas condiciones de vida y muerte en ellos. Las notas con que se retrata el autor (depauperación física e intelectual, ani- quilación anímica y moral) son, desde luego, plenamente acordes con lo que sabemos a partir de la literatura concentracionaria. Por otro lado, las Memorias constituyen un documento histórico-político en que pue- den distinguirse varios aspectos. Ante todo, se encuentra en el texto una

4 De hecho, Gallo González (2018, especialmente 234–282) dedica a ambos autores, haciendo una contraposición, penetrantes análisis realizados desde una perspectiva psicoanalítica.

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201 [187–211] S. NAVARRO · LA LITERATURA MEMORIALÍSTICA DE LOS REFUGIADOS ESPAÑOLES DE 1939 EN ARGELIA interpretación maximalista e internacionalizada de la Guerra Civil espa- ñola en cuanto causa de salvación universal frente al nazismo y ocasión perdida por la comunidad de países democráticos, que en su lenidad con el hitlerismo se verán abocados a la guerra mundial (el clásico motivo de la denuncia de la no intervención). Junto a ello, el autor presta atención, desde una postura crítica, al proceso ideológico de los distintos grupos políticos españoles en el exilio, en especial al comunista; la voluntad de preservar su independencia personal y política, frente justamente a sus cofrades comunistas, no impedirá, pese a todo, que se retrate, en cierto modo, como su compañero de viaje. Comprensiblemente, hay también rá- fagas de diatriba antifrancesa, expresada con una dureza que en algunos pasajes se modera en juicios más ecuánimes y desapasionados. Es percep- tible una conciencia alerta ante el desarrollo de la política internacional (no solo en relación con España) durante y una vez finalizada la Segun- da Guerra Mundial. Se advierte, asimismo, un esfuerzo por ponderar la situación interna española (concretamente, la represión franquista) en comparación con las condiciones de cautiverio en los campos de trabajo argelinos. Cuando el autor tiene ocasión de conocer, ya fuera de los cam- pos, la vida de la Argelia francesa (y eso no ocurre hasta prácticamente 1944), aporta interesantes observaciones, contrastando la condición de la clase obrera argelina y la de la española. En lo relativo a la población nativa del Magreb, Jiménez Margalejo tiene una comprensión clara de la situación que conducirá a la emancipación política de Túnez, Marrue- cos y Argelia. Por último, la obra, como otros ejemplos de esta literatura, contiene algunos rudimentos de sociología de la Argelia colonial (singu- larmente, la descripción del mosaico de grupos de población que carac- teriza a la Argelia de entonces) y algunos apuntes de índole antropológica sobre las comunidades musulmana y judía, vista en especial la primera con un desdén indisimulable. Las Memorias de Carlos Jiménez Margalejo son, en suma, un documen- to muy destacado dentro del muestrario de textos presentados. Testimo- nio de una experiencia profundamente afligente, escrito con gran poder de elocuencia, ilustra de forma paradigmática una de las varias caras de aquel exilio español en el norte de África, que poco a poco va conocién- dose con mayor detalle.

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La influencia de Argelia en la violencia política de la Transición española (1975–1982)

Xavier Casals Universitat Ramon Llull (España) orcid.org/0000-0003-1931-8337

Presentación: 16 dic. 2019 | Aceptación: 8 jun. 2020 | Publicación: 31 oct. 2020

Cita recomendada: Casals, Xavier. 2020. «La influencia de Argelia en la violencia política de la transición española (1975–1982)». Dictatorships & Democracies. Journal of History and Culture 8: 213–240. doi: https://dx.doi.org/10.7238/dd.v0i8.3172

Resumen: Este artículo analiza la influencia de la Guerra de Independencia de Argelia (1954–1962) y de la Argelia independiente en tres ámbitos de la violencia política de la Transición española. En primer lugar, muestra cómo el golpe de Estado del 23 de febre- ro de 1981 (23-F) se inspiró en el que tuvo lugar en Argelia en 1958. En segundo lugar, examina el apoyo de Argelia al nacionalismo saharaui y canario. En tercer lugar, estu- dia cómo la Guerra de Argelia fue un referente tanto de ETA como de integrantes de comandos anti-ETA. El objetivo del trabajo es mostrar la doble importancia de Argelia en los temas expuestos (como referente y actor político). Palabras clave: Violencia política, España, Argelia, ETA, 23-F, Islas Canarias, MPAIAC

The influence of Algeria in the political violence of the Spanish Transition (1975–1982) Abstract: This article analyzes the influence of the Algerian War of Independence (1954– 1962) and that of the newly independent Algeria in three cases associated with the political violence of the Spanish Transition. Firstly, it shows how the coup d’état of February 23, 1981 (23-F) was inspired by a similar coup d’etat that took place in Alge- ria in 1958. Secondly, it examines the relevance of Algeria’s support for Saharawi and Canarian . Thirdly, it studies how the Algerian War of Independence was a benchmark for ETA and also for members of the commandos who fought against it. The objective of this work is to show the double significance of Algeria both as a refer- ence point and as a political actor. Keywords: Political violence, Spanish Transition, Algeria, ETA, 23-F, , MPAIAC

Este trabajo examina la influencia de la Guerra de la Independencia de Argelia (1954–1962) y de la Argelia independiente en la violencia política del tardofranquismo y la transición a la democracia (la Transición desde ahora), pues su importancia fue relevante —y en algunos aspectos deci-

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213 [213–240] X. CASALS · LA INFLUENCIA DE ARGELIA EN LA VIOLENCIA POLÍTICA DE LA TRANSICIÓN ESPAÑOLA (1975–1982) siva— en tres casos.1 Nos referimos al golpe de Estado fallido del 23 de fe- brero de 1981 (23-F), inspirado en el de los militares franceses insubordi- nados en Argel en 1958 que encumbró a la presidencia al general Charles de Gaulle; al apoyo instrumental de Argelia tanto al nacionalismo saharaui como al independentismo canario que exaltó la africanidad del archipié- lago y pugnó por su descolonización, y a la «guerra sucia» que desde los cuerpos de seguridad del Estado se hizo contra la organización armada vasca Euskadi Ta Askatasuna («Euskadi y Libertad», ETA). En ella se dio la paradoja de que la guerra de independencia argelina fue un referente tanto de ETA, que quiso emularla, como de miembros de los comandos anti-ETA, que previamente habían luchado en Argelia para preservarla como colonia. A continuación, examinamos estas tres cuestiones a partir de la bibliografía disponible para ofrecer una visión global de la influen- cia de Argelia que refleje su importancia, ya que ha pasado desapercibida al estudiarla por separado en los casos apuntados.

1 El 23-F de 1981: el espejo argelino del golpe de Estado

El golpe de Estado del 23-F de 1981 tuvo su referente en el Putsch efectuado en Argel por militares que en mayo de 1958 llevó a De Gaulle a la presiden- cia de la República (Ferriot 1965; Winock 1976). La inspiración argelina del 23-F se detalla en la bibliografía que trata el golpe militar, y nuestro análisis destaca sus líneas de fuerza y, sobre todo, muestra que el País Vas- co, en el que anidó la violencia de ETA, desempeñó en aquel golpe fallido un rol análogo al de la Argelia insurgente en el de 1958. Lo afirmamos no porque sus situaciones fuesen comparables en sentido estricto, sino en la medida en que esta organización estuvo «en disposición de cometer un atentado cada dos días y un asesinato cada cinco» (Segura 2009, 91). Ello resultó altamente desestabilizador en términos políticos, ya que estimu- ló el pretorianismo en el seno del Ejército. A fin de contextualizar el golpe de Estado del 23-F, recordamos la impor- tancia que tuvo la Guerra de Argelia en la trayectoria de De Gaulle. Este

1 Este estudio tuvo su origen en la investigación El terrorismo europeo en los años de plomo: un análisis comparativo (HAK 2015-650B-P).

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214 [213–240] X. CASALS · LA INFLUENCIA DE ARGELIA EN LA VIOLENCIA POLÍTICA DE LA TRANSICIÓN ESPAÑOLA (1975–1982) general acaudilló las fuerzas de la Francia Libre durante la Segunda Gue- rra Mundial y en 1944 fue presidente del primer gobierno del país. Lideró un ejecutivo de unidad hasta que dimitió en 1946 en desacuerdo con el sistema político vigente. Decidió retirarse de la lucha partidista, aunque sus seguidores se organizaron en el Rassemblement du Peuple Français (RPF), al que sucedieron otras siglas. Salió de su retiro político por el im- pacto de la Guerra de Independencia de Argelia, que empezó en 1954 con la insurrección del Front de Libération Nationale (FNL) y la represión de su guerrilla, lo que creó una espiral de acción-represión que dio lugar a una verdadera guerra (Horne 1987; Pervillé 2007; Stora 2004). Sin em- bargo, Francia no la reconoció oficialmente como tal: el Gobierno evitó emplear este término para designar el conflicto, al considerarlo una «ope- ración de mantenimiento del orden». Así las cosas, el 13 de mayo de 1958 se alzaron en Argel civiles y militares opuestos a la emancipación de la colonia contra la debilidad del Gobierno y reclamaron el retorno de De Gaulle al poder, convencidos de que preservaría la colonia con una política de firmeza. Para imponer su demanda, los rebeldes enviaron el día 24 un contingente de paracaidistas a Córcega, listo para avanzar sobre París. Bajo tales presiones el presidente de la República, René Coty, llamó a De Gaulle y este asumió la presidencia el 29 de mayo. El general tuvo entonces el apoyo de los alzados en Argel y también de quienes vieron en él un dique capaz de parar un golpe castrense. El 1 de junio fue investi- do con poderes para gobernar Argelia, la cual se comprometió a preser- var como territorio francés, formó un gobierno de unión nacional mul- tipartidista y pidió gobernar seis meses con manos libres y elaborar una nueva constitución que pondría fin a la Cuarta República. Convocó un plebiscito el 28 de septiembre de aquel año sobre su reforma institucio- nal que cosechó un amplio apoyo, fue elegido presidente de la República durante siete años y consiguió la mayoría en el Parlamento. Pero en sep- tiembre de 1959, contrariando su compromiso, asumió la posibilidad de conceder la independencia a Argelia ante la dificultad de preservarla. Un referéndum celebrado en enero de 1961 sobre la concesión del derecho de autodeterminación a sus habitantes tuvo un amplio apoyo favorable. Entonces los sectores militares y civiles opuestos a la emancipación de la colonia constituyeron aquel mes en Madrid un ente clandestino armado,

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215 [213–240] X. CASALS · LA INFLUENCIA DE ARGELIA EN LA VIOLENCIA POLÍTICA DE LA TRANSICIÓN ESPAÑOLA (1975–1982) la Organisation de l’Armée Secrète (OAS).2 A la vez, se produjo un nuevo golpe de Estado en Argel el 21 de abril, ahora contra De Gaulle, que fracasó. Sin embargo, la inminente independencia de la colonia hizo que la OAS gozara del apoyo total de los europeos residentes en Argelia y desplegó una actividad intensa. La independencia se materializó en 1962, después de que el Gobierno provisional argelino y el ejecutivo francés firmaran los Acuerdos de Évian. Acabó, así, un conflicto que comportó el despla- zamiento a la colonia para combatir de 2,3 millones de jóvenes franceses, causó 15.583 muertos en combate y 7.917 por accidente, así como 200.000 heridos (Rotman y Tavernier 1992, 14). De Gaulle continuó en la presiden- cia hasta 1969, cuando dimitió al perder un plebiscito de reforma insti- tucional; falleció en 1970. El predicamento político de De Gaulle en España se advirtió ya en 1972, cuando el exministro Manuel Fraga, en una conferencia en Toledo, presen- tó a De Gaulle como modelo para superar divisiones partidistas y garanti- zar una democracia (Fraga 1972, 33). Tras este hecho puntual la estela del gaullismo afloró un quinquenio después, pero de forma más persistente. Sucedió tras las elecciones de junio de 1977, en las que Alianza Popular (AP), partido que entonces enarbolaba un proyecto neofranquista con el que ambicionaba liderar la Transición, solo captó el 8.2 % de los votos. El gran vencedor fue Adolfo Suárez al frente de la Unión de Centro Demo- crático (UCD) con el 34.4 % de los votos, que formó un ejecutivo mono- color. Entonces en ambientes de derecha se empezó a orquestar un clima de opinión en contra de Suárez y a explorar vías para desbancarle políti- camente, trama que el historiador Roberto Muñoz Bolaños sintetiza así:

A partir de 1977, los tecnócratas, junto con un sector de la élite empresarial, periodística, política y militar, perteneciente a la derecha conservadora pu- sieron en marcha distintas operaciones con objeto de moderar el sistema po- lítico que se esteba creando […]. De este grupo destacaron dos miembros. El primero fue […] [Laureano] López Rodó [entonces dirigente de AP], que sería el encargado, por sus enormes conocimientos de Derecho, de elaborar los in- formes jurídicos y proyectos de reforma de las leyes, en los que se apoyaría el

2 Sobre la OAS existe notable bibliografía (Henissart 1973; Kauffer 1986; Duranton Crabol 1995).

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futuro gobierno […]. El segundo, Luis Maria Anson, periodista monárquico y conservador, pariente de Armada […], y que si bien no pertenecía al Opus Dei, tenía excelentes relaciones con el mismo, a través de su hermano, Rafael Anson […]. [Luis María] Anson, que luego aparecería en el gabinete [de gobierno] de Armada [que debía formar al llegar a la presidencia], tuvo una participación activa en todas las reuniones conspirativas que tuvieron lugar en los meses previos al golpe de Estado del 23-F. Por el contrario, López Rodó nunca reco- noció su participación en esas reuniones. (Muñoz 2015, 74–75)

El motivo que, según L. M. Anson, justificaban la substitución de Suárez y de su gobierno era la necesidad de formar un ejecutivo fuerte para luchar contra la crisis económica y contra ETA, y para evitar el debilitamiento de la Corona, asumiendo de forma progresiva como referente para cambiar la situación el golpe en Argel de 1958 (Medina 2006, 88–117). Según Juan María de Peñaranda, que en la época era miembro del Centro Superior de Información de la Defensa (CESID), ya en octubre de 1977 Anson (presi- dente de la agencia EFE) difundió un plan que debía materializarse en di- ciembre para evitar que las izquierdas sumieran el país en una crisis grave:

La fórmula preveía que […] el monarca convocara en la Zarzuela al presidente Suárez para que preparase su dimisión y […] el Consejo del Reino propusiera un nuevo jefe de Gobierno, […] un técnico sin compromiso político alguno. […] Sería declarado el estado de excepción —[…] durante un par de años, hasta convocar nuevas elecciones—, con la finalidad fundamental de salir del ma- rasmo político. (Peñaranda 2012, 302–303)

Este plan tuvo «amplia difusión entre la clase dirigente», al ser expuesto a «grupos de militares» y «directores de agencias» que creyeron que pro- cedía «de instancias superiores», y el CESID lo llamó Operación Golpe de Timón. En enero de 1978 el rey conoció la trama sin darle importancia y Suárez propuso sin éxito al ministro de Cultura que hiciera dimitir a Anson de EFE, lo que hizo pensar que avalaban al periodista «fuerzas ex- tragubernamentales». Este siguió amasando el plan, y en julio de aquel mismo año señaló que lo debían ejecutar las fuerzas armadas «siguiendo quizá el camino de De Gaulle cuando exigió a la Asamblea Nacional vo-

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tar el cambio de Constitución», pues contempló redactar una carta mag- na (Peñaranda 2012, 312). De este modo, la trama que desembocaría en la «operación —o plan— De Gaulle» empezó a tomar forma y los rumores en torno a ella ya no cesarían hasta el 23-F (Grégorio 2008). Sin embargo, el gran catalizador de los discursos y las conspiraciones políticas y cas- trenses no radicó en la inestabilidad política, en la institucionalización de las autonomías o en el temor al ascenso de las izquierdas, ni —menos aún— en la necesidad de preservar a la Corona, sino en la intensidad que tomó el terrorismo de ETA: de 37 atentados en 1976 pasó a 43 en 1977, 155 en 1978, 161 en 1979 y 215 en 1980 (Belloch 1998, 62). Además, los etarras tenían un importante apoyo social, ya que en un sondeo de 1979 el 40 % de encuestados de Álava, el 51 % de Vizcaya y el 41 % de Guipúzcoa les ca- lificó como «patriotas» o «idealistas» (Linz 1986, 632–633). Asimismo, en- tre 1978 y 1979 el 63 % de sus víctimas mortales fueron uniformados. Por consiguiente, el único motivo de entidad en el que podía ampararse un eventual golpe de Estado o una reconducción política de gran calado era la necesidad de aplastar el terrorismo etarra. En este aspecto se ha seña- lado con razón que el 23-F fue el «mayor éxito» de ETA por su capacidad de desestabilizar con la violencia (Domínguez 2000, 293 y 299).

1.1 La sombra alargada de la guerra de Argelia

En este escenario el ejecutivo de Suárez fue el blanco de los sectores involu- cionistas, especialmente cuando en 1979 la situación se agrió al negociarse el estatuto de autonomía vasco. Aquel 12 de junio José Pedro Pérez-Llorca, ministro de Presidencia, explicó que el Gobierno se debatía entre aceptar el texto estatutario «sin discusión o entrar en Vascongadas a cañonazos». Al día siguiente, el jefe del Alto Estado Mayor, Emiliano Alfaro, reunió «a los generales del Estado Mayor Conjunto de la Defensa […] para tratar del tema vasco y de la inevitable participación de las Fuerzas Armadas en un plazo inmediato». El comandante Manuel Fernández-Monzón, que habría asistido al cónclave, creyó que existía un plan «preparado y controlado por un Estado Mayor “en la sombra”». Se trataba de «cubrir el territorio vasco con unidades especiales profesionales […] para impedir el apoyo po- pular al terrorismo […]», operación que «debería durar años» y en la que

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«se preveía marcar un toque de queda, imponer una vigilancia intensiva y recuperar la censura en la región» (Peñaranda 2012, 297–298). Todo ello recuerda a la Guerra de Argelia, pues en enero de 1957 París tenía 450.000 soldados en ese territorio, con una población total de 9,5 millones de ha- bitantes. De hecho, sería interesante conocer hasta qué punto las técnicas que se emplearon contra ETA en Euskadi eran parecidas a aquellas a las que recurrió el Ejército francés contra el FLN.3 Pero en realidad el plan mencionado habría sido un ardid de Suárez para negociar el Estatuto vas- co cortocircuitando amenazas militares:

Suárez se mostraba satisfecho con la forma en que había llevado el asunto [el Estatuto] con los mandos del Ejército, muy reacios […] a la autonomía vasca. Primero los reunió para asegurarles que el Estatuto respetaría escrupulosa- mente la Constitución y que, en caso contrario, estaba dispuesto a ocupar mi- litarmente el País Vasco. Como prueba […] ordenó el diseño de la operación, incluyendo la fabricación de maquetas […]. En los días siguientes […] fue lla- mando uno a uno a todos los tenientes generales para hacerle creer a cada uno de ellos que tenía pensado encomendarle […] dirigir la ocupación […]. Uno tras otro se declararon indignos de tan honrosa misión y […] cuando se conoció el feliz desenlace de las negociaciones con el PNV [Partido Nacionalista Vasco], todos […] dejaron de lado sus objeciones iniciales. (Fuentes 2011, 301)

No obstante, pese a que el Estatuto llegara a buen puerto, las presiones militares no cesaron y la Operación De Gaulle devino un lugar común po- lítico. Lo ilustra el hecho de que desde instancias opacas se sondeara a la cúpula de AP para participar en una iniciativa aparentemente inspirada también en la Guerra de Argelia. Su secretario general, Jorge Verstrynge, fue convocado por Antonio Cortina (hermano de José Luis Cortina, agen- te del CESID) «bastante antes del 23-F» y sostuvieron esta conversación:

3 En la lucha contra ETA en algún momento se recurrió a métodos de contrainsurgencia como el cuadrillaje, que favoreció la represión indiscriminada (Iglesias 2009, 443–445), inspirado en la Gue- rra de Indochina y desarrollado en la de Argelia para detectar a guerrilleros del FLN (Robin 2008, 67).

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«¿Podría AP colocar a 30.000 personas en Burgos? […]»; «[…] De allí, la colum- na iría a pie hacia el País Vasco. Fraga se pondría al frente…»; «Pero habrá enfrentamientos…»; «Claro, conforme nos acerquemos a Vitoria. Cuando la columna quede bloqueada por los contramanifestantes, un helicóptero em- barcará a Fraga para Madrid. Y […] quedaría encargado de formar gobierno.» (Verstrynge 1999, 110)

Más allá de desconocer la continuidad de estas conversaciones (Fraga las asumió de forma privada y no transcendió su contenido), nos intere- sa destacar que, según Verstrynge, tal acción quería imitar una manio- bra que organizó la OAS en la Rue d’Isly de Argel el 26 de marzo de 1962:

La OAS dirigió una manifestación masiva de franceses de Argelia, por la calle d’Isly de la capital hacia el barrio musulmán dominado por el FLN. La idea era que el Ejército francés se interpondría, que se provocaría al FLN median- te tiradores ocultos y que, cuando éste replicase, el Ejército dispararía contra los musulmanes. […] El ejército francés no cayó en la trampa y disparó contra los manifestantes […], produciéndose una matanza de europeos (Verstrynge 1999, 110).

La paradoja de este escenario era que la Guerra de Argelia era un refe- rente para quienes querían acabar con ETA, cuando esta organización en sus albores —al buscar referentes en las guerras del Tercer Mundo— asu- mió en gran medida tesis inspiradas en la lucha del FLN, como se explica en el tercer apartado.

1.2 Una Operación De Gaulle bifronte

En 1980 el general Alfonso Armada se afianzó como el beneficiario de una Operación De Gaulle de carácter constitucional. Esta pasaba por efectuar una moción de censura contra Suárez planteada por un colectivo de di- putados de diversos partidos (incluyendo a tránsfugas de la UCD) que, tras vencer, llevase un nuevo presidente —Armada— a la Moncloa con un ejecutivo de unidad. Por esta razón, la Operación De Gaulle también fue designada Solución —u Operación— Armada. Este militar concilió

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220 [213–240] X. CASALS · LA INFLUENCIA DE ARGELIA EN LA VIOLENCIA POLÍTICA DE LA TRANSICIÓN ESPAÑOLA (1975–1982) voluntades de políticos y militares en su favor y logró igualmente que las redes castrenses que planeaban ejecutar un golpe de Estado cesaran su actividad entre noviembre de 1980 y enero de 1981, al darles a enten- der que él accedería a la presidencia en una operación con el aval del rey (Muñoz 2016, 22–24). Este apoyo regio era creíble para sus compañeros de armas debido a su trayectoria. Nacido en Madrid en 1920 en el seno de una dinastía castrense de impronta católica y aristocrática, Armada combatió en su juventud en la Guerra Civil y en la División Azul. Desde 1955 estuvo vinculado al futuro monarca, pues ese año pasó a formar par- te de la casa del príncipe; en 1965 devino el secretario de esta, y en 1976, ya instaurada la monarquía, de la del rey. Dejó este cargo en octubre de 1977, al mantener una pugna con Suárez por influir en el monarca que se resolvió desfavorablemente para él (Casals 2016, 304–305), lo que debió crearle animadversión contra el presidente y líder de UCD. A la vez, Ar- mada admiraba a De Gaulle. Cursó dos años de estudios en la Escuela Su- perior de Guerra de París (1959–1961) y estuvo en la capital francesa cuan- do este general regresó al poder debido a la sublevación de Argel, hecho que plasmó así en sus memorias: «[Los franceses] Culpan a la política de los desastres y quieren un “cambio”. En 1958 el Ejército llama a De Gau- lle al poder. Los franceses, cuyos sentimientos patrióticos están por en- cima de cualquier opción política, lo reciben con alegría» (Armada 1983, 62). Sin embargo, junto a la Operación De Gaulle constitucional, Armada meditó otra alternativa que Muñoz Bolaños denomina «pseudoconstitu- cional» y que pasaba por «crear una “situación de excepcionalidad”, que obligase a los líderes políticos a elegir a un nuevo presidente del Gobier- no que lideraría un ejecutivo de concentración nacional». Por esta razón, pidió a uno de los generales implicados en tramas golpistas que se suma- ron a la Operación Armada, Jaime Milans del Bosch (capitán general de Valencia), «que congelase las operaciones militares que había en marcha, pero que, a su vez, las estudiase por si alguna podría utilizarse en el futu- ro» (Muñoz 2015, 84 y 114). Suárez, consciente de las maniobras en su contra y de su pérdida de apo­ - yo regio, dimitió el 29 de enero de 1981 para conjurar la moción de cen­ sura y propuso como su sucesor a Leopoldo Calvo-Sotelo, sugerencia que el monarca aceptó. La decisión del rey cerró la puerta a las aspiraciones

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221 [213–240] X. CASALS · LA INFLUENCIA DE ARGELIA EN LA VIOLENCIA POLÍTICA DE LA TRANSICIÓN ESPAÑOLA (1975–1982) de Armada de llegar al poder por la vía constitucional, lo cual abrió las compuertas de la pseudoconstitucional. Esta implicaba una actuación castrense que creara una situación de excepcionalidad capaz de justificar el acceso de Armada a la jefatura del gobierno por vías extraordinarias. Cuando Suárez dimitió esta posibilidad ya se sondeaba en círculos políti- cos y militares, partiendo otra vez de un escenario basado en el golpe en Argel de 1958 y en el que el País Vasco hacía la función de Argelia españo- la, al ofrecer una coartada para el golpe: ante la débil acción del Gobier- no frente al terrorismo etarra, los militares exigirían un nuevo ejecutivo que le plantara cara con firmeza. Así, dos o tres días antes de la dimisión presidencial, el comandante José Luis Cortina, responsable de la Agrupa- ción Operativa de Misiones Especiales (AOME) del CESID (luego proce- sado y absuelto por su presunta implicación en el 23-F), tuvo un encuen- tro con Ignacio Sotelo, miembro del comité ejecutivo del PSOE. En él le comentó que «existía la posibilidad cierta de un golpe» y que en el norte podían levantarse «oficiales como motor de una petición de un cambio». El Ejército «no haría nada contra ellos, dejando así patente la prueba de su enfado con el gobierno» y «esto […] provocaría una gran crisis». Era lo que el CESID designó «supuesto anticonstitucional máximo» (SAM). Sote- lo explicó el encuentro a sus compañeros de partido sin que tal propuesta les sorprendiera, por lo que creyó «que más gente de la Ejecutiva cono- cía aquello» y tuvo la impresión de que Cortina «habló también con más gente» (Medina 2006, 305–308). Y es que en la época los líderes socialis- tas «discutieron a menudo el papel que el ejército podía desempañar en situaciones de emergencia como la que según ellos atravesaba el país, lo que no dejaba de ser una forma de señalizar la pista de aterrizaje de la in- tervención militar» (Cercas 2009, 66). Escogida la vía pseudoconstitucional, Armada necesitaba una crisis que le permitiera erigirse en el De Gaulle español y activó el asalto al Congre- so que protagonizó Antonio Tejero (un teniente coronel de la Guardia Civil al que marcó políticamente su destino en el País Vasco), al frente de 265 hombres. Este contingente irrumpió por sorpresa en el hemiciclo du- rante la segunda sesión de investidura de Calvo Sotelo el 23-F (la prime- ra fracasó el día 20). Tamaña crisis aparentemente permitió maniobrar a Armada como el «hombre de la situación», ya que acudió al lugar «a tí-

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222 [213–240] X. CASALS · LA INFLUENCIA DE ARGELIA EN LA VIOLENCIA POLÍTICA DE LA TRANSICIÓN ESPAÑOLA (1975–1982) tulo personal» con un encargo del rey: «Por la presente vas al Congreso de los diputados, los sacas y no me mezcles a mí» (Cuenca Toribio 2001, 148). Armada, emulando a De Gaulle, quería proponerse como presidente de un ejecutivo civil de unidad ante los diputados y recabar su voto para evitar un golpe militar duro, lo que no dejaba de ser chocante cuando los parlamentarios estaban secuestrados por guardias civiles armados. Si los parlamentarios validaban la propuesta de Armada con su voto pondrían fin a su secuestro y conjurarían la eventual instauración de un gobierno castrense. Pero las cosas se torcieron para el general cuando, ya en el in- terior del hemiciclo, topó con la oposición de Tejero a su proyectado go- bierno de concentración.4 El oficial de la benemérita lo consideró «una chapuza» y dijo «que para eso él no había dado esa “campanada”». Asimis- mo, explicitó a Armada su lógica perplejidad ante su propuesta de ser in- vestido presidente por un parlamento secuestrado: «Si sale Vd. Presidente del Gobierno, ahora está protegido por las armas que tenemos, pero esto no es lógico» (Muñoz 2015, 271–273). En suma, si la dimisión de Suárez acompañada de la propuesta de Cal- vo-Sotelo como presidente frustró la vertiente constitucional de la Opera- ción De Gaulle, la oposición de Tejero al plan de Armada hundió la pseu- doconstitucional. El desenlace final del 23-F sorprendió a quienes habían apoyado la Solución Armada en su vertiente constitucional, como el ex- presidente de la Generalitat Josep Tarradellas: «Me esperaba la operación De Gaulle, pero no la astracanada de [Antonio] Tejero», afirmó al asistir al 23-F (Farràs & Cullell 1998, 227). De hecho, las posturas de Tarradellas y Armada reflejaban respectivamente dos lecturas políticas distintas que podían hacerse del retorno de De Gaulle al poder en 1958: exaltar un go- bierno presidencialista de unidad en una situación excepcional y llevar al poder a un general para evitar un golpe de Estado con aprobación del Parlamento y sin pasar por las urnas (Casals 2016, 482–483). En todo caso, es indiscutible que el proceso de maduración del golpe de Estado de 1981 tuvo un molde argelino en el que la violencia etarra que emanó del País

4 Según Cercas, el conflicto entre Armada y Tejero se inició cuando el segundo supo que Milans no estaría en el Gobierno (Cercas 2009, 317). Por su parte, Armada negó haber comentado tal lista (Cuenca Toribio 2001, 144).

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223 [213–240] X. CASALS · LA INFLUENCIA DE ARGELIA EN LA VIOLENCIA POLÍTICA DE LA TRANSICIÓN ESPAÑOLA (1975–1982)

Vasco desempeñó un rol análogo al de la Guerra de Argelia en el golpe de Estado de 1958 (sin equiparar por ello ambos escenarios).

2 Argelia y su apoyo al nacionalismo saharui y canario

Argelia también estuvo presente en violencia política española, al brindar apoyo instrumental al nacionalismo saharaui y canario. En este aspecto, Argel fue la base logística del Movimiento por la Autodeterminación e In- dependencia del Archipiélago Canario (MPAIAC), liderado por Antonio Cubillo. Este abogado, exmiembro del Partido Comunista de España (PCE) y vinculado al movimiento nacionalista canario, se instaló en Argelia en 1963 con el beneplácito de su gobierno y teorizó un nacionalismo canario inserto en un marco «africano y colonialista» (Cabrera & López 233–239; Pomares & Pérez 2017, 3–4). No obstante, conservó elementos america- nistas visibles en su atención por la Cuba castrista y por las guerrillas de liberación de Venezuela.5 De este modo, Cubillo constituyó el MPAIAC en 1964 e hizo bandera de la africanidad de las Canarias, lo que no era nove- doso, pues en 1960 el delegado soviético en la ONU planteó que España tenía tres colonias: «Ifni, Sáhara y Canarias». Dado que la Argelia recién independizada era un faro revolucionario del llamado Tercer Mundo, Cu- billo se relacionó allí con líderes africanos como Amílcar Cabral, Sékou Turé o Kwame Nkrumah. En enero de 1968 logró su «éxito más sonado» consiguiendo que el Comité de Liberación de la Organización de la Uni- dad Africana (OUA), reunido en Argel, apoyase una resolución favorable a descolonizar las Canarias.6 Asimismo, Cubillo valoró «crear un frente armado canario-sahariano que lograse emancipar a estos dos territorios del “colonialismo español”», en sintonía con el proyecto de los estrategas argelinos de impulsar un estado saharaui y otro canario que «abrirían paso a Argelia hacia el Oeste» (Utrera 1996, 4, 22, 26 y 52). Por esta razón Argelia también socorrió el nacionalismo saharaui, y en 1970 el servicio de información militar español señaló que Cubillo podría

5 Cubillo contó con apoyos en Venezuela (Pomares & Pérez 2017, 9) y a inicios de los años ochen- ta quisieron entrenar militarmente allí elementos del MPAIAC (Rodríguez 2015). 6 Ello no era una novedad, pues esta cuestión se debatió ya en 1956 en el seno de la ONU (Arco- nada et al. 2019, 271–273).

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224 [213–240] X. CASALS · LA INFLUENCIA DE ARGELIA EN LA VIOLENCIA POLÍTICA DE LA TRANSICIÓN ESPAÑOLA (1975–1982) haberlo apoyado enviando un activista al Sáhara (Rodríguez Jiménez 2015, 163). El primer líder nacionalista fue Basiri (Bassir Mohamed uld Hach Brahim uld Lebser), que dirigió el Movimiento de Vanguardia para la Li- beración del Sáhara; las fuentes disponibles indican que los militares es- pañoles lo asesinaron en junio de aquel año. Cuando en 1973 se constituyó el Frente Popular de Liberación de Seguía el Hamra y Río de Oro (Frente Polisario), un autoproclamado movimiento de liberación saharaui que seguía la estela del anterior, Argelia lo apoyó igualmente. España conoció entonces en el Sáhara una diminuta guerra sin nombre de contornos ar- gelinos, pues Madrid evitó reconocer allí un conflicto armado (recorde- mos que Francia nunca reconoció la existencia de una guerra en Argelia) y sus tropas recibieron consignas de no hacer prisioneros, ejecutando su- mariamente a guerrilleros saharauis (Bárbulo 2002, 66–93 y 224–225; Ro- dríguez Jiménez 2015, 163–164 y 245–246; Reinlein 2002, 80–82). Sin em- bargo, esta casuística se ignora en el análisis de la violencia política de la Transición, pese a que el Sáhara era oficialmente una provincia española. A la vez, allí —al igual que en la Guerra de Argelia— se conformó un lo- bby antiabandonista de civiles peninsulares y militares «muy reticente a todo cambio y la mayoría de sus componentes estaban ciegamente con- vencidos de que España iba a eternizar su presencia en el Sáhara», con- formando un metafórico «búnquer de arena» (De Dalmases 2010, 102).7 Pero lo que aquí nos interesa destacar es que el apoyo argelino al Fren- te Polisario marcó el destino del Sáhara, pues impulsó las pretensiones de Marruecos sobre el territorio, al temer Madrid que un estado saharaui independiente favorecería el expansionismo de Argel y, asociado a él, el influjo de Cubillo. La CIA elevó un informe intimidador en este sentido al presidente Carlos Arias: «Una República independiente del Polisario, apoyada por Argelia, haría que se extendiera la influencia del MPAIAC» (Soto-Trillo 2011, 73). Así las cosas, en noviembre de 1975 —en plena ago- nía de Franco— se precipitó el abandono español del Sáhara mediante un acuerdo con Mauritania y Marruecos, mientras que el Frente Polisa-

7 Cuando se cedió el territorio a Marruecos un comandante puso explosivos en el parador de El Aaiún «para hacerlos estallar cuando entrasen los oficiales marroquíes». Las autoridades militares los quitaron al conocerlo (Reinlein 2002, 144–145).

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225 [213–240] X. CASALS · LA INFLUENCIA DE ARGELIA EN LA VIOLENCIA POLÍTICA DE LA TRANSICIÓN ESPAÑOLA (1975–1982) rio proclamó la República Árabe Saharaui Democrática (RASD) con apoyo argelino e inició un conflicto con Marruecos aún inacabado. Concluida la descolonización del Sáhara de modo abrupto, el conten- cioso de las Canarias se complicó en 1976, al crear el MPAIAC las Fuerzas Armadas (FAG), que impulsaron una campaña de propaganda armada, la «guerra de las pulgas» (Luis León 2016: 256–272). Estas se die- ron a conocer públicamente el 1 de noviembre de ese año, al estallar un artefacto casero en la fachada de Galerías Preciados de Las Palmas. Hasta enero de 1979 el colectivo protagonizó setenta acciones violentas, general- mente con explosivos artesanales (Baby 2012, 134). Pero una de ellas tuvo un colofón sanguinario inesperado el 27 de marzo de 1977. Ese día explotó una bomba en una floristería del aeródromo de Gran Canaria que causó nueve heridos. Al anunciar el MPAIAC la existencia de otro artefacto, las autoridades desviaron el tráfico aéreo al Aeropuerto de Los Rodeos y dos aviones que cambiaron de aeródromo chocaron allí, lo que produjo 583 muertes, que el Tribunal Supremo vinculó al MPAIAC en 2014 por haber colocado el mencionado artefacto en el aeropuerto de Gran Canaria. Tras la tragedia el grupo continuó sus acciones armadas. Era difícil de desarti- cular, ya que carecía de organización (Pomares & Pérez 2017, 2), y cuando afluyeron a sus filas integrantes con antecedentes por delitos comunes, Cubillo lo justificó invocando precisamente la trayectoria del FLN:

Alí Lapointe, héroe de la batalla de Argel, había sido procesado más de 20 veces por delitos comunes cuando sólo tenía 21 años. Las principales calles de Argel llevan nombres de luchadores que fueron delincuentes comunes durante la colonización. El delincuente es un rebelde contra una situación social injus- ta. El MPAIAC prefiere delincuentes patriotas que intelectuales esbirros de la clase dominante. (citado en Utrera 1996, 94)

En enero de 1978 la conferencia de ministros de Exteriores de la OUA en Trípoli, en la que Cubillo tenía el apoyo de cuarenta y siete países y solo dos en contra, definió a las Canarias como «territorio africano no autónomo» con derecho a independizarse y aconsejó ayudar al MPAIAC (Cabrera & López 2011, 240). Asimismo, pidió al ejecutivo español que una comisión de la ONU viajara al archipiélago para analizar su eventual

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226 [213–240] X. CASALS · LA INFLUENCIA DE ARGELIA EN LA VIOLENCIA POLÍTICA DE LA TRANSICIÓN ESPAÑOLA (1975–1982)

situación colonial. Suárez se negó a ello (Arconada et al. 2019, 282–284) y desplegó esfuerzos para contrarrestar el discurso de Cubillo y Argelia, pues la africanidad de Canarias se debatiría en la cumbre de la OUA de Jar- tum en julio: allí la ratificación de lo acordado en Trípoli «suponía trasla- dar el “caso Canarias” al Comité de Descolonización de Naciones Unidas» (Utrera 1996, 285). En marzo un explosivo del MPAIAC mató a un policía (Luis León 2016, 267). En este contexto, Cubillo fue víctima de un inten- to de asesinato en Argel el 5 de abril del mismo 1978, apuñalado por dos individuos pocos días antes de que planteara el derecho de las Canarias a la autodeterminación en la Asamblea General de la ONU. Según Cubillo, su éxito allí (que era posible, al apoyarle cincuenta y un países entre los que figuraban China y la URSS) podía ser «el último paso para que la ONU exigiera a España un calendario de descolonización». A su juicio, estas cir- cunstancias precipitaron el atentado contra él (Cubillo 2012). El crimen tuvo éxito político, porque, si bien Cubillo no murió, este y el MPAIAC «fueron incapaces de recuperarse de este ataque, que minó a ambos y ter- minó por provocar un declive progresivo» (Cabrera & López 2011, 240) y sus FAG cesaron de actuar (Luis León 2016, 268). Aunque el atentado tensó las relaciones hispano-argelinas, sus impor- tantes lazos comerciales se impusieron. A la vez, la reivindicación de la africanidad de Canarias perdió fuelle con la Operación África, que or- questó el Gobierno español: organizó una gira de diplomáticos y polí- ticos por ese continente en busca de apoyos, con vistas a la cumbre de Jartum (Pomares & Pérez 2017, 2; Arconada et al. 2019, 285). No obstante, el ejecutivo español se inquietó en la vigilia de aquel evento, al anunciar Cubillo que «poseía “zonas liberadas” en el archipiélago». Este mensaje hizo temer que militantes del MPAIAC ocupasen las islas canarias de Lo- bos y la Graciosa con ayuda del Frente Polisario, pero nada de ello ocurrió (La Vanguardia 1978). En Jartum Argelia fracasó en su intento de hacer triunfar la tesis de la africanidad del archipiélago, y la muerte del presi- dente argelino Houari Boumédièn en enero de 1979 abrió el camino de la normalización de las relaciones del país con España. Su sucesor, Chadly Bendjedid, fue receptivo a la propuesta de Suarez de visitar oficialmente Argelia si se suspendían las emisiones de radio de Cubillo, lo cual se hizo. Después del periplo presidencial, la africanidad de las Canarias empezó

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227 [213–240] X. CASALS · LA INFLUENCIA DE ARGELIA EN LA VIOLENCIA POLÍTICA DE LA TRANSICIÓN ESPAÑOLA (1975–1982) a eclipsarse en la agenda argelina. Además, el rey también hizo un viaje por África. De ese modo, en la cumbre de la OUA que se celebró en Mon- rovia en julio de ese año ya no se debatió la africanidad de las Canarias. En suma, la espinosa cuestión se eclipsó por la vía que Madrid había in- tentado evitar: una encuesta de una comisión de la OUA. Esta se realizó en el archipiélago canario en junio de 1981 por el secretario general del ente, Edem Kodjo, y tres delegados. Tras entrevistarse con portavoces de parti- dos isleños y una delegación independentista, Kodjo acudió a la cumbre de la OUA de aquel mes en Nairobi y puso fin al problema, al explicitar que «aunque Canarias está geográficamente en África, no cabe duda de la españolidad de las islas». La normalización definitiva de las relaciones españolas con Argelia llegó en 1982 con el Gobierno de Felipe González, pues envió un aviso claro cuando debía negociar una abultada factura de gas con el país del Magreb: daría por zanjadas las negociaciones si Argel apoyaba al MPAIAC (Utrera 1996, 329–355). La amenaza que este grupo representaba desapareció definitivamente cuando Cubillo regresó a España en 1985, donde fundó el Congreso Na- cional de Canarias (CNC), un partido testimonial. En 1986 este aboga- do presentó una denuncia contra el confidente policial Luis Espinosa, al creerle responsable de su atentado, e implicó en el episodio al ex minis- tro de Interior Rodolfo Martín Villa. Este último se querelló contra Cubi- llo, y en julio de 1987 el abogado canario fue procesado por un presunto delito de calumnias del que fue absuelto en 1990. Aquel año la Audiencia Nacional condenó a Espinosa a veinte años de cárcel como inductor del fallido asesinato, aunque quedó en libertad en 1996. La sentencia consi- deró probado que Espinosa y otras personas «pertenecientes al aparato policial español de aquella época» decidieron asesinar al líder del MPAIAC y «actuaron desde las mesas de sus despachos». Cubillo habría sido, así, la única víctima de terrorismo de Estado durante la Transición reconocida en España, y reclamó una indemnización concedida en 2003 que ascen- día a 150.253 euros (Casals 2016, 453). En síntesis, sin el papel que tuvo Argelia no se explica la descoloniza- ción traumática del Sáhara, ni la amenaza exterior más importante de la Transición que gravitó sobre España; una eventual pérdida de las Ca- narias, a la que se ha atribuido potenciales consecuencias catastróficas:

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Esta cuestión [el debate sobre la africanidad de las Canarias] supuso una ame- naza para la dictadura franquista, para el Gobierno de Unión de Centro De- mocrático y, en definitiva, para la propia unidad nacional, ya que pudo haber supuesto el fracaso tanto de la descentralización territorial como, paralela e indisolublemente, de la Transición a la democracia que estaba teniendo lugar. (Arconada et al. 2019, 289)

3 Argelia: referente de ETA y germen de la guerra sucia anti-ETA

Una paradoja del influjo argelino en la violencia política de la Transición es que se hizo patente tanto en el terrorismo etarra como en la «guerra sucia» que desde determinadas esferas del Estado se desplegó como res- puesta. De este modo, sin Argelia es imposible explicar la historia de ETA: sus primeros integrantes buscaron inspiración en la lucha del FLN contra Francia y posteriormente este país ofreció un refugio a sus activistas. A la vez, elementos de la OAS refugiados en España se hallarían en los orígenes de la lucha contraterrorista parapolicial contra ETA y habrían integrado sus comandos durante largo tiempo, como exponemos a continuación.

3.1 Argelia, un escenario fundamental en la historia de ETA

ETA se constituyó en 1959, cuando la Guerra de Argelia ya hacía cinco años que duraba. Así las cosas, la lucha y el triunfo del FLN en 1962 impactó en la organización terrorista vasca. Contribuyó a ello la teorización del País Vasco como colonia de Francia y España que difundió el influente ensayo Vasconia (1963), de Federico Krutwig, «la biblia de ETA» (De Pablo 2012, 279). Este —entre otros aspectos— establecía un paralelismo entre Argelia y Euskadi: «Unos pocos años antes de la independencia de Arge- lia, el solo hecho de hablar de ello era un delito contra la seguridad del Estado […]. En derecho internacional se trataba de un problema interno francés, tal y como la independencia de Vasconia, se trata hoy a los ojos de los españoles y franceses de problemas internos de los Estados opre- sores» (Bruni 1987, 35). Paradójicamente, este internacionalismo de cuño tercemundista no estaba exento de racismo: «Una mezcla de vascos con elementos negríticos desvirtuaría la raza vasca y difícilmente se podría

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229 [213–240] X. CASALS · LA INFLUENCIA DE ARGELIA EN LA VIOLENCIA POLÍTICA DE LA TRANSICIÓN ESPAÑOLA (1975–1982) tratar de vasco a un negro», afirmaba Krutwig (Fernández Soldevilla & López Romo 2012, 56). De este modo, el caso argelino conoció «un inten- to de emulación e incluso cierta fascinación», al verlo «aplicable con ma- tices a Euskadi» (De Pablo 2018, 196):

A la hora de aplicar estos modelos [de independencia], ETA se fijó, más que en el África subsahariana, en la mediterránea, y sobre todo en Argelia. El folleto La insurrección en Euskadi (1964) [ponencia de Julen de Madariaga que apro- bó la Tercera Asamblea de ETA] estudiaba la estructura militar del Ejército de Liberación Nacional de Argelia [brazo armado del FLN]: comandos militares por barrios, red de fabricación y colocación de bombas, etc. El texto adaptaba esta táctica al País Vasco y en concreto a Durango, donde, siguiendo el mode- lo argelino, debía haber un jefe político, que se encargaría del «terrorismo», recogida de fondos, propaganda e información sobre la Guardia Civil, etc. En los alrededores habría un jefe político-militar, con funciones de «control fir- me de la población» y aprovisionamiento y alojamiento de «guerrilleros». Por último, en la zona montañosa adyacente otro dirigente se encargaría de segu- ridad, depósitos y escondrijos. (De Pablo 2012, 281)

Aquel mismo 1964 dos etarras expulsados por Francia, Eneko Irigarai y Julen Madariaga, escogieron Argelia como destino (Egaña 1992, 114). La Cuarta Asamblea de ETA (1965) consideró poco viable la estrategia de Ma- dariaga, tanto por la enorme distancia que separaba el País Vasco de los países africanos como por la penuria de medios de ETA, aunque cristali- zó la tesis de crear una espiral de acción-reacción (Fernández Soldevilla 2016: 238–239). Eduardo Teo Uriarte, entonces militante de ETA, describió así el patchwork ideológico que resultó del cónclave:

Seducción por los movimientos revolucionarios del Tercer Mundo —Argelia, Cuba, Vietnam e Israel […]— y mitificación del proceso armado, importando las teorías del argelino Frantz Fanon, cuya obra Los condenados de la Tierra se convirtió en libro de cabecera. Ahí estaba la sacrosanta idea de la espiral ac- ción-represión-acción como vehículo de la concienciación del pueblo, su pos- terior movilización y la consiguiente revolución triunfante. Se adoptó como un dogma de fe. (Uriarte 2005, 67)

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La Quinta Asamblea (1966–1967) perseveró en la línea tercermundis- ta, pero pronto se advirtió la dificultad de casarla con la realidad y con el tiempo se abandonó el afán de emular a la guerrilla del FLN, al constatar que la situación argelina no encajaba con la vasca (De Pablo 2018, 196).8 El atractivo que el FLN suscitó en ETA se reflejó también en la leyenda que rodeó a la pistola con la que en 1968 se asesinó al guardia civil José An- tonio Pardines, primera víctima de ETA, y que empleó su verdugo y pri- mer mártir etarra, Txabi Echebarrieta. Una fabulación que circuló dotó al arma de una genealogía que hermanaba el pretendido combate de li- beración vasco con el argelino y que Xabier Bareño (elegido diputado de Herri Batasuna en 1983) codificó en 1988, al afirmar: «Había pertenecido a algún oficial de gudaris de la guerra del 36. No se sabe por qué caminos, llegó a manos de un grupo de apoyo al FLN argelino. Tras su aportación a la lucha de Liberación Nacional de Argelia, volvió, vía París, a manos eus- kaldunes. Fue la última compañera de Txabi Etxebarrieta». En realidad, todo era falso: el arma, una pistola Astra modelo 600-43, fue producida en España en 1943 a demanda del Ejército alemán (Casquete 2018, 177–181). No obstante, no se debe magnificar la influencia argelina inicial. Mario Onaindia, que perteneció a ETA, contestó así al preguntarle si Argelia fue un modelo para la organización: «No. En los años sesenta había mucha gente que estaba loca por tener una actividad clandestina, pero casi nadie sabía robar un coche o cómo conseguir una pistola. Desde siempre había- mos tenido relación con el FLN, aunque su influencia había sido escasa» (Ibáñez 1996, 191). De hecho, la influencia de la guerra de emancipación de Argelia fue un referente importante en los albores de ETA, pero inse- parable de otros movimientos de emancipación (como el Irgún sionista, el castrismo y el guevarismo o el Viet Minh) y de las teorizaciones de gue- rra de guerrillas de Mao Zedong, Carlos Marighella o Fanon. Este pósito dejó su impronta en ETA:

La huella del tercermundismo quedó impresa en, al menos, cuatro facetas: en la concepción de Euskadi como una colonia conquistada y explotada por

8 Sin embargo, se ha señalado que el ejemplo argelino ya habría entrado en crisis en la Cuarta Asamblea de ETA, celebrada en 1965 (Fernández Soldevilla 2018, 87–90).

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dos metrópolis (España y Francia); en la idea de que, por medio de una gue- rra de guerrillas, una minoría de patriotas valerosos y decididos era capaz de derrotar a una gran potencia imperialista; en el diseño organizativo del movi- miento: una vanguardia revolucionaria dirigiendo un amplio frente nacional interclasista; y en el plano ideológico, en el cual se planteó una combinación entre el nacionalismo y algún tipo de socialismo. El Tercer Mundo era uno de los muchos temas de interés de ETA, pero a partir de 1962 su presencia se hizo notoria. (Fernández Soldevilla 2016, 236)

Sin embargo, al inicio de la Transición Argelia cobró una importancia relevante para ETA, al ofrecer preparación militar a sus miembros. En- tre 1974 y 1975 la organización vasca había establecido contactos con Ar- gelia que permitieron que se entrenaran allí militantes etarras, y en 1976 Argel elevó esta ayuda, que incluyó a las dos ramas de ETA surgidas a raíz de una crisis interna en 1974: la ETA militar (ETAm) y la ETA político-mi- litar (ETA pm). Se realizaron, así, tres cursos en la Academia de Policía de Souma, a los que asistieron 63 activistas. Entre los asistentes figuraron futuros líderes de ETA, como Ignacio Gracia Arregui (Iñaki de Rentería), Faustino Estanislao Villanueva (Txapu), Eugenio Etxebeste Arizkuren (Antxon), Félix Alberto López de la Calle (Mobutu) o José Antonio Urru- tikoetxea Bengoetxea (Josu Ternera). Allí desarrollaron diversas habilida- des: «Adiestramiento físico (gimnasia, artes marciales, pista americana), instrucción militar (uso de armamento y explosivos, clases de guerrilla rural) y otras enseñanzas como topografía, planimetría, transmisiones y conservación de armamento» (Domínguez 1998, 118). El resultado fue un salto cualitativo de la acción de ETA: «Cada miembro de ETA tuvo la opor- tunidad de efectuar alrededor de cuatro mil disparos con las diferentes armas de fuego. Además, pudieron arrojar cuatro granadas de mano […] y aprendieron a preparar artefactos explosivos con trampa y a colocar mi- nas». ¿Por qué Argelia procedió así? Fue una maniobra para desestabili- zar al ejecutivo español, al estar insatisfecha con el acuerdo tripartito de España, Mauritania y Marruecos sobre el Sáhara, y optó por fomentar al MPAIAC y ETA (Domínguez 2006, 65–67). Esta preparación de los etarras permitió afianzar la estrategia de guerra de desgaste que aprobó la Sexta Asamblea de ETApm en 1975. Esta descartó por inviable el triunfo de una

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232 [213–240] X. CASALS · LA INFLUENCIA DE ARGELIA EN LA VIOLENCIA POLÍTICA DE LA TRANSICIÓN ESPAÑOLA (1975–1982) guerra de guerrillas ante la solidez de las fuerzas del Estado y abogó por un enfrentamiento continuo que las erosionase. Tal planteamiento se ex- tendió con el tiempo y el órgano del grupo, Zutik, en 1978 explicitó que se trataba de forzar con «una lucha prolongada de desgaste físico y psico- lógico a que [los ocupantes] abandonen por agotamiento y aislamiento nuestro territorio» (Sánchez-Cuenca 2001, 101). Argelia siguió siendo un referente esencial de ETA, pues en 1986 el co- lectivo negoció que acogiera a sus activistas expulsados de Francia y allí se conformó una diáspora de refugiados vascos (Egaña 1992, 114–115). Asi- mismo, en 1989 el país del Magreb acogió unas negociaciones relevantes entre la organización y enviados del Gobierno español. Argelia, en defi- nitiva, aún tenía un marcado ascendiente en ETA: «Si en los años sesenta y setenta había sido la forma de hacer la guerra contra Francia lo que ad- miraban los etarras del FLN, a finales de los ochenta será el modo en que habían llevado las negociaciones para conseguir la independencia» (Do- mínguez 1998, 121). Todo ello explica que en una fecha tan tardía como 2008 el etarra Juan Ibón Fernández Iradi (Súsper) hiciera esta declaración cuando fue juzgado: «Somos combatientes vascos por la democracia y la libertad de nuestro país, como lo fue el FLN contra la agresión francesa en Argelia» (Iturribarría 2008). Debe destacarse que el influjo del FLN y de Argelia se hizo igualmente patente en el nacionalismo gallego (Iglesias 2018) y en el catalán, aunque en el último caso carecemos de un estudio específico del tema.9

3.2 Los soldados perdidos de Argelia y la guerra sucia anti-ETA

La Guerra de Argelia es también inseparable de la guerra sucia contra ETA, al afluir exmiembros de la OAS a los comandos parapoliciales. No obstante, las fuentes sobre esta cuestión son limitadas y difíciles de contrastar por la opacidad que rodea la violencia anti-ETA. Por lo tanto, a continuación solo apuntamos los aspectos más relevantes de esta implicación.

9 Solo existen alusiones genéricas a la influencia de las revoluciones cubana, argelina y vietna- mita (Buch 2012, 14).

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233 [213–240] X. CASALS · LA INFLUENCIA DE ARGELIA EN LA VIOLENCIA POLÍTICA DE LA TRANSICIÓN ESPAÑOLA (1975–1982)

España tuvo un protagonismo importante en la OAS, pues se creó en Madrid y el Gobierno de Franco utilizó a la entidad para presionar al eje- cutivo francés con el fin de que obstaculizara las actividades de los exilia- dos republicanos. Acabada la contienda argelina, España, para mantener sus buenas relaciones con Francia, procedió a deportar a exmiembros de la OAS que pretendían continuar su lucha en Portugal y en países latinoa- mericanos como Venezuela, Paraguay y Uruguay (Torres 2018, 99–124). No obstante, en España se conformó una reducida diáspora que gozó de la protección de círculos falangistas, siendo su trayectoria poco conocida, especialmente en lo relativo a contactos o nexos con esferas de la seguri- dad del Estado. Sabemos, por ejemplo, que un comando de la OAS lidera- do por Nicolas Géli colaboró brevemente con la Guardia Civil en Salou (Tarragona) en un fallido proyecto contra ETA. Asimismo, algunos ex-OAS residentes en España se enrolaron a través de Aginter Press, una agencia de prensa con sede en Portugal que dirigía el exmilitar francés y exmiem- bro de la OAS, Yves Guillou (Yves Guerin-Serac), con destino a las guerras coloniales de África, como Jean-René Souètre (Dulphy 2013, 129–142). También se ha señalado, sin haberse confirmado, que el almirante Luis Carrero Blanco recibió una propuesta de «un alto militar francés que tuvo una destacada actuación en los trágicos hechos de Argelia» para suprimir a ETA con el mismo sistema empleado en Francia «para aniquilar a la OAS» y le presentó «un plan de actuación que requería 500 millones de pesetas y libertad absoluta de movimientos», plan que Carrero habría rechazado (Garriga 1981, 362). Sin embargo, sobre esta cuestión no hay fuentes sóli- das (Casals 2016, 107–116), y se ha señalado también que el almirante con- fió la tarea de impulsar el terrorismo antietarra al hijo de un compañero de promoción, Juan Manuel Rivera Urruti (Pedro el Marino), ya fallecido (Pascual y Rilo 2019, 50). En este marco especulativo se ha afirmado que la actividad armada clandestina contra ETA la habrían podido iniciar mer- cenarios procedentes de la OAS, pues se ha señalado que a inicios de 1970 empezó «una campaña de tensión psicológica en el sur de Francia» que habría liderado el citado Guillou.10 Este, ayudado por servicios españoles

10 Pascual & Rilo afirman que Guillou pertenecía a la red anticomunista Gladio, lo que conside- ramos erróneo, porque tal red no existió en España (Casals 1998, 171–199). Por nuestra parte, desta-

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234 [213–240] X. CASALS · LA INFLUENCIA DE ARGELIA EN LA VIOLENCIA POLÍTICA DE LA TRANSICIÓN ESPAÑOLA (1975–1982) y franceses, habría logrado colocar a otro ex-OAS, Jean Rogue, en la direc- ción de una empresa de capital francés, Telma, en Pamplona. Allí Rogue adoptó como guardaespaldas a los hermanos Jean-Pierre y André Nöel Cherid (otros dos ex-OAS) y al estadounidense Jay Simon Salby, dedicán- dose a «amedrentar y atacar a los vascos vinculados con ETA refugiados en el sur de Francia». El ultraderechista Mariano Sánchez Covisa —pre- sunto líder de los llamados Guerrilleros de Cristo Rey (GCR)— les habría relacionado con industriales que pagaron sus servicios (que consistirían en «extorsiones, amenazas, provocaciones, y muy poco tiempo después, atentados mortales» en el sur de Francia para «liberar económicamente la región») y les pasó fichas de etarras. Los «servicios secretos españoles» ampararon este modo de proceder para forzar al Gobierno galo a no aco- ger etarras (Pascual y Rilo 2019, 50–52). No podemos contrastar esta in- formación, aunque en 1984 «altas fuentes policiales españolas» manifes- taron que los primeros comandos anti-ETA los formaron esencialmente exmiembros de la OAS y «especialistas de los servicios paralelos españo- les» (García 1984). Esta implicación de ex-OAS habría obedecido a dos razones. Por una parte, a que existían contactos entre estos y esferas de la seguridad del Estado. Por otra parte, la persecución de la OAS en Francia hizo que sus componentes se instalaran en España en busca de protección (Segura 2004, 244–289). En consecuencia, exmiembros de la OAS «facilitaron in- formación a los servicios y emplearon las armas contra ETA a cambio de permisos de residencia en España y elevadas cantidades de dinero» para huir de su persecución en Francia (Miralles y Arqués 1989, 118–119). In- cluso en 1974 un grupo de ex-OAS liderado por Athanase Georgopoulos, Tassou,11 se habría ofrecido a actuar gratuitamente contra ETA en agrade- cimiento a la protección dispensada por España (Domínguez 2006, 60– 62). Paradójicamente, esta protección a los ex-OAS influyó en la falta de

camos que Guillou creó en Lisboa la Aginter Press en 1966, que oficialmente era una agencia de pren- sa conectada con los servicios salazaristas, pero reclutó a mercenarios e intelectuales neofascistas y anticomunistas para analizar técnicas de «subversión marxista» (Laurent & Sutton 1978, 117–138 y 169–170; Sceresini 2017; Duarte de Jesus 2012). 11 En la fuente original se alude a Constantino Geropulos, Tassú, pero entendemos que ello es una transcripción errónea del nombre verdadero, que es el que hemos reproducido.

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235 [213–240] X. CASALS · LA INFLUENCIA DE ARGELIA EN LA VIOLENCIA POLÍTICA DE LA TRANSICIÓN ESPAÑOLA (1975–1982) cooperación del Gobierno galo en la lucha contra ETA (Casanelles 2014, 145–146) cuando precisamente las acciones clandestinas en el sur de Fran- cia pretendían forzarla. La actividad contraterrorista de los ex-OAS fue duradera, pues, según el subcomisario José Amedo (implicado en la «guerra sucia» contra ETA), el nombre de Batallón Vasco Español (BVE), empleado en acciones contra ETA entre 1976 y 1981, recurrió a ex-OAS y apuntó que entre el BVE y los Grupos Antiterroristas de Liberación (GAL, acrónimo empleado en actos contra ETA entre 1983 y 1987), hubo «una conexión clara», al compartir algunos integrantes (Amedo 2006, 30). Esta dilatada actividad parapoli- cial plantea una cuestión de interés sobre los canales que vincularon a los ex-OAS con las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado (FCSE), ya que, según la viuda de Cherid, en la cadena de mando de su esposo figuraron el citado Pedro el Marino, el inspector de policía Antonio González Pa- checo y luego Manuel Pastrana, de la Guardia Civil (Pascual & Rilo, 2019 28–29). De ser cierto, la violencia anti-ETA de estos comandos habría esta- do organizada de forma mucho más sistemática de lo que puede parecer.

4 Conclusión

Ateniéndonos a lo expuesto, constatamos que los avatares de la Guerra de Argelia y la política exterior de la Argelia independiente influyeron de forma importante en la violencia política de la Transición. Por una parte, este influjo se tradujo en dos graves crisis exteriores que estuvieron en- trelazadas y que afrontaron los ejecutivos españoles: la descolonización del Sáhara y la amenaza de una descolonización del archipiélago canario. Esta última, además, estuvo jalonada por la actividad armada del MPAIAC, vinculada al accidente de Los Rodeos (la mayor tragedia aérea mundial en su momento) y al asesinato frustrado de Cubillo, único crimen de Es- tado reconocido judicialmente como tal durante la Transición. Por otra parte, círculos pretorianos y civiles hallaron en el golpe de Estado llevado a cabo en Argelia en 1958 la inspiración para una reconducción política del país desde 1977, que desembocó en la fallida Operación De Gaulle el 23 de febrero de 1981. Por último, ex-OAS bregados en la Guerra de Arge- lia habrían sido un elemento esencial de la primera guerra sucia contra

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ETA, y nutrieron comandos parapoliciales en el sur de Francia. A la vez, para sus adversarios etarras Argelia fue un referente de primer orden de connotaciones cambiantes: emularon su guerrilla y sirvió como campo de adiestramiento militar, como lugar de exilio y como marco de nego- ciación con el ejecutivo español. Pese a lo señalado, esta doble influencia de Argelia como actor y referente en la violencia política de la Transición no ha sido correctamente evaluada (posiblemente por influir en áreas muy diversas), por lo que esperamos que este trabajo contribuya a resti- tuirle su importancia.

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240 [213–240] El concepto de violencia como motivo agonístico en Por qué perdimos la guerra (1940), de Diego Abad de Santillán. Análisis de un discurso anarquista en la inmediata posguerra

Rolf Kailuweit Heinrich-Heine Universität Düsseldorf orcid.org/0000-0002-8795-2121

Presentación: 12 feb. 2020 | Aceptación: 18 jun. 2020 | Publicación: 31 oct. 2020

Cita recomendada: Kailuweit, Rolf. 2020. «El concepto de violencia como motivo agonístico en Por qué perdimos la guerra (1940), de Diego Abad de Santillán. Análisis de un discurso anarquista en la inmediata posguerra». Dictatorships & Democracies. Journal of History and Culture 8: 241–263. doi: https://dx.doi.org/10.7238/dd.v0i8.3181

Resumen: En este artículo analizamos el concepto de violencia en Por qué perdimos la gue- rra, de Abad de Santillán, en el que explica la actuación anarquista durante la Guerra Civil. Basándonos en un enfoque de análisis del discurso foucaultiano, mostraremos que el texto actualiza los discursos legalista e ilegalista del siglo xix. No obstante, estos reaparecen de forma modificada, puesto que los anarquistas ya no se oponen al poder estatal, sino que comparten este poder e incluso participan en el Gobierno. Nos cen- traremos en motivos agonísticos que representan posiciones opuestas sobre temas po- lémicos. La forma en que se expresan estas posiciones muestra si un discurso es histó- ricamente hegemónico o no. Palabras clave: violencia, poder, anarquismo, análisis del discurso, agonismo

The concept of violence as an agonistic motive in Por qué perdimos la guerra (1940), by Diego Abad de Santillán. Analysis of an anarchist discourse in the immediate post- war period Abstract: In this paper we analyze the concept of violence in Abad de Santillán’s Por qué perdimos la guerra, which explains the conduct of the anarchists during the Spanish Civil War. Basing our approach on the Foucauldian discourse analysis, we will show that the text updates the 19th century’s legalist and illegalist discourse. However, these reappear modified, since the anarchists no longer oppose state power but share it and even participate in government. We focus on agonistic motives representing opposite positions on controversial issues. The way in which these positions are expressed shows whether a discourse is historically hegemonic or not. Keywords: violence, power, anarchism, discourse analysis, agonism

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241 [241–263] R. KAILUWEIT · EL CONCEPTO DE VIOLENCIA EN POR QUÉ PERDIMOS LA GUERRA (1940), DE D. ABAD DE SANTILLÁN

A Klaus Adomeit, in memoriam1

1 Introducción

El presente artículo se dedica al concepto de violencia y a su contextuali- zación en el libro Por qué perdimos la guerra. Una contribución a la histo- ria de la tragedia española, publicado en 1940 en el exilio argentino por el exlíder de la Federación Anarquista Ibérica (FAI) y ex consejero de Eco- nomía de la Generalitat de Cataluña, Diego Abad de Santillán. En el mo- mento de la derrota se dirige a un público de sobrevivientes republicanos dispersos en el exilio o marginalizados en la clandestinidad durante los años de plomo de la dictadura franquista. En el libro resume los princi- pios de la lucha anarquista desde el siglo xix hasta el inicio de la Guerra Civil y justifica la actuación anarquista frente a la insurrección militar, a la Generalitat de Cataluña y a los partidos independentistas, así como frente al Gobierno central y a los partidos socialistas y comunistas. Mostraremos que la obra de Abad de Santillán, al abordar el tema de la violencia y su justificación, actualiza los discursos legalista e ilegalista ya presentes en el siglo xix. Sin embargo, estos discursos aparecen modifi- cados, ya que las posturas anarquistas frente al poder (o frente a la lucha contra el poder) cambian en el momento en que los anarquistas defien- den la República contra el fascismo e incluso participan en el Gobierno regional y en el central. Aplicamos un método de análisis del discurso basado en los escritos de Michel Foucault. No obstante, hacemos hincapié en el hecho de que los discursos solo se construyen a través de la perspectiva subjetiva del in- térprete en un proceso de contextualización hermenéutica. En nuestro

1 Dedico este artículo al profesor Klaus Adomeit (1932–2019), catedrático de derecho civil y la- boral y filosofía del derecho en la Universidad Libre de Berlín y primer presidente de la Asociación Hispano-Alemana de Juristas. En 1990 me propuso un trabajo sobre el concepto de violencia en el anarquismo español del siglo xix, del que se publicó un resumen en la revista Tranvía ese mismo año (Kailuweit 1990). Ironías del destino, en 1996 el domicilio privado de Adomeit fue el objetivo de un atentado con bomba, cuyos autores, de extrema izquierda, criticaron sus posturas neoliberales en el campo del derecho laboral (Adomeit 1999). Solo hubo daños a la propiedad.

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242 [241–263] R. KAILUWEIT · EL CONCEPTO DE VIOLENCIA EN POR QUÉ PERDIMOS LA GUERRA (1940), DE D. ABAD DE SANTILLÁN análisis nos centraremos en motivos agonísticos, es decir, en temas en los cuales el texto revela tensiones discursivas acerca de la pretensión de vali- dez de presunciones básicas. Mostraremos que, al presentar las posturas defendidas en el texto, las estrategias retóricas vacilan. Dado que el texto refleja en 1940 el triunfo revolucionario de julio de 1936 y las luchas in- ternas que condujeron a la neutralización de los anarquistas y a la pérdi- da definitiva de la Guerra Civil en 1939, observamos que recurre tanto a estrategias propias del discurso dominante y hegemónico como a estra- tegias propias del discurso marginal o subversivo.

2 Análisis de discurso: motivos agonísticos2

En lo que sigue, nos basamos en la conceptualización del discurso que formula Michel Foucault en Las palabras y las cosas.3 Las formaciones dis- cursivas constituyen recursos de conocimiento en el habla, que en cierta medida se interponen entre el nivel de la percepción y la práctica y el ni- vel de la reflexión científica teórica. Los discursos son «verdades» que no requieren ninguna justificación teórica para orientar la acción:

Así, entre la mirada ya codificada y el conocimiento reflexivo, existe una región media que entrega el orden en su ser mismo: es allí donde aparece, según las cul- turas y según las épocas, continuo y graduado o cortado y discontinuo, ligado al espacio o constituido en cada momento por el empuje del tiempo, manifies- to en una tabla de variantes o definido por sistemas separados de coherencias,­ compuesto de semejanzas que se siguen más y más cerca o se corres­ponden especularmente, organizado en torno a diferencias que se cruzan, etc. Tanto que esta región «media», en la medida en que manifiesta los modos de ser del orden, puede considerarse como la más fundamental: anterior a las palabras, a las percepciones y a los gestos […]; más sólida, más arcaica, menos dudosa, siempre más «verdadera» que las teorías que intentan darle una forma explí- cita, una aplicación exhaustiva o un fundamento filosófico. Así, existe en toda

2 Este apartado desarrolla y modifica consideraciones teóricas que se abordan de manera aná- loga en Kailuweit (en prensa). 3 Citamos la traducción española de 1968. El original francés (Les mots et les choses) data de 1966.

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243 [241–263] R. KAILUWEIT · EL CONCEPTO DE VIOLENCIA EN POR QUÉ PERDIMOS LA GUERRA (1940), DE D. ABAD DE SANTILLÁN

cultura, entre el uso de lo que pudiéramos llamar los códigos ordenadores y las reflexiones sobre orden, una experiencia desnuda del orden y sin modos de ser. (Foucault 1968, 6)

En nuestro campo de análisis, esta «región media» se manifiesta en de- claraciones («enunciados» en el sentido de Foucault en La arqueología del saber)4 sobre la violencia, la fuerza, el poder, etc., en diferentes géne- ros textuales. El discurso como región media se distingue de la práctica (la lucha anarquista) a la que sirve de orientación. Además, siendo más «verdadero», no necesita justificaciones basadas en teorías exhaustivas de fundamento filosófico (como las de Proudhon, Bakunin, Kropotkin, etc.). El discurso consiste en «segmentos de conocimiento» (Busse 2019, 41) que se pueden encontrar en textos particulares, entendidos como pro- ductos de enunciaciones, y que se pueden asignar a diferentes tradiciones textuales. Según Foucault (2002, 131–145), debe distinguirse la enuncia- ción de los enunciados, que no están vinculados a una forma lingüística concreta. Aunque los enunciados pueden traducirse básicamente a dife- rentes idiomas y manifestarse en diferentes tipos de texto, la forma lin- güística concreta no parece que sea irrelevante para su efecto discursivo. A este respecto, la elección del idioma, del tipo de texto y del estilo siem- pre deben reflejarse en la lingüística del discurso a la hora de determinar los efectos discursivos. Contrariamente al pasaje citado de Las cosas y las palabras, que sugiere la existencia de capas de diferentes órdenes (lenguaje y percepción, co- nocimiento como discurso y reflexión teórica), enLa arqueología del sa- ber Foucault hace hincapié en que los discursos constituidos por signos son «prácticas que forman sistemáticamente los objetos de que hablan» (Foucault 2002, 81). Partiendo de esta base, consideramos el discurso una práctica «plana» de enunciaciones encadenadas que no se basa en una estructura discur- siva «profunda» que forma competencia lingüístico-cognitiva de los ha- blantes (Kailuweit en prensa). Al igual que Busse y Teubert (1994, 5), con- sideramos el análisis del discurso como una disciplina hermenéutica, ya

4 Citamos la edición argentina de 2002. El original francés (L’archéologie du savoir) data de 1969.

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244 [241–263] R. KAILUWEIT · EL CONCEPTO DE VIOLENCIA EN POR QUÉ PERDIMOS LA GUERRA (1940), DE D. ABAD DE SANTILLÁN que las relaciones discursivas no pueden existir como relaciones de sig- nificado independientemente de su interpretación. La constitución del discurso siempre presupone el proceso interpretativo de los investigado- res. Sin embargo, el trabajo interpretativo no libera el significado de las manifestaciones discursivas, y mucho menos la intención del autor, sino que las coloca en un contexto (abierto) de cadenas discursivas. Cabe señalar que la aplicación de métodos cuantitativos para analizar estas cadenas es de uso limitado, particularmente en el contexto históri- co. Esto se debe tanto a la heterogeneidad de los tipos de texto como al carácter arbitrario de la tradición histórica. El análisis aquí presentado se basa en una aclaración del potencial discursivo de las formaciones tex- tuales inmanentes en el libro de Diego Abad de Santillán Por qué perdimos la guerra sobre la base de una visión interpretativa subjetiva. Los aspectos cuantitativos, la cuantificación de ocurrencias y colocaciones, se incluyen en la interpretación, pero no son prevalentes. El análisis, pues, está basa- do en datos (data based), pero no determinado por los datos (data driven). Recordemos que la verdad que Foucault atribuye a los discursos en Las palabras y las cosas no es objetiva, sino retórica. Se impone, según el «prin- cipio de la agonística» (Lyotard 2009, 40), no como mejor argumento en el diálogo, sino por el éxito de estrategias retóricas. Presentar sus presun- ciones básicas como verdades irrefutables indica la hegemonía retórica de un discurso, que puede darse el lujo de ignorar a los demás, a los contra- discursos. Los discursos no hegemónicos deben formular su pretensión de validez en contraste con los discursos hegemónicos. La oposición entre diferentes discursos, muy a menudo jerárquica, se manifiesta, según Fel- der (2015, 111), en «centros agonísticos». Estos centros pueden identificar- se en los discursos como dicotomías abstractas de conceptos que guían la acción. Los discursos anarquistas del siglo xix, por ejemplo, se organizan en torno a dicotomías como desigualdad-igualdad, esclavitud-libertad, injusticia-justicia, etc., que describen la sociedad (Kailuweit 1990, 74). La presentación de estas dicotomías deja entrever que hay discursos compe- titivos que luchan por imponer su visión de la realidad política y social. El término «centro» que propone Felder sugiere que se identifique un tema central, alrededor del cual gira la discusión. No obstante, no parece muy acertado referirse al agonismo comparándolo con un movimiento circu-

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lar. El tema o concepto controvertido parece ser más bien un motivo para desarrollar estrategias agonísticas. Por eso, prefiero hablar de «motivos agonísticos» en lugar de «centros agonísticos». Cabe distinguir una contienda retórica, donde se oponen agonistas, de una contienda física entre antagonistas. En el agón no se pretende la eli- minación física del adversario. Los protagonistas respetan ciertas reglas, entre las cuales destaca que el enfrentamiento tiene que ser retórico y no físico y que el destinatario del texto tiene que decidir sobre la validez de la argumentación. Esto no excluye que los agonistas recurran a la propa- ganda y a estrategias de manipulación retórica, cuyos límites pueden ser objeto de perpetua redefinición. No es necesariamente el mejor argumen- to, según un juicio objetivo, el que se impone, pero lo que se impone sigue siendo un argumento. El agón silenciado por la censura y la represión se convierte en antagonismo.5 Quien quiera silenciar al otro o incluso exter- minarlo no es un adversario, sino un enemigo.

3 Anarquismo y violencia

El examen matizado de la reducción del anarquismo a la violencia terroris- ta tiene un papel importante en la investigación española historiográfica después de Franco. Debido a la gran cantidad de estudios que hay sobre el tema, el objetivo de esta sección no puede ser proporcionar una des- cripción detallada de esta investigación.6 Nos limitaremos a dar una bre­ ve descripción de la historia del anarquismo en España y del motivo de la violencia, que por falta de espacio tendrá que ser sumaria. Fue Pierre-Joseph Proudhon (2005, 220) quien en su libro ¿Qué es la propiedad? (Qu’est ce que la propriété?) de 1840 definió la anarquía como «ausencia de señor, de soberano». Los anarquistas rechazan el poder (es- tatal) y la autoridad social impuesta por la fuerza sobre el individuo en nombre de la libertad y de la justicia social.

5 «El antagonismo es lucha entre enemigos, mientras que el agonismo es una lucha entre adver- sarios» (Mouffe 2003, 115). 6 Vadillo (2019) proporciona una orientación sobre el estado de la cuestión.

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Los orígenes del anarquismo en España se remontan al revolucionario italiano Giuseppe Fanelli, que por iniciativa de Mijaíl Bakunin viajó a Espa- ña para reclutar miembros para la Asociación Internacional de Trabajado- res o Primera Internacional (fundada en Londres en 1864). La Federación Regional Española de la Asociación Internacional de Trabajadores (FRE- AIT) fue fundada en 1870 en el Congreso de los Trabajadores de Barcelona (Esenwein 1989, 15–21) y representó tanto a corrientes marxistas como al anarquismo, que se expandió por España (López Estudillo 2002; Paniagua 2012, 67–98). Después del triunfo del golpe de Estado de enero de 1874, con el que terminó el Sexenio Democrático, la FRE-AIT desarrolló sus activi- dades en la clandestinidad. Durante este tiempo experimentó un proceso de radicalización que llevó a su disolución en 1881 (Esenwein 1989, 51–77; Paniagua 2012, 94–98). Ese mismo año, el gobierno dirigido por Práxedes Mateo Sagasta aprobó la Ley de asociaciones y legalizó las actividades de las organizaciones de trabajadores. Entonces se fundó una nueva organiza- ción jurídica, la Federación de Trabajadores de la Región Española (FTRE), en que se impuso la fracción de los anarcosindicalistas, que, rechazando la violencia como estrategia de lucha política, optó por planteamientos moderados y reformistas (Esenwein 1989, 80–82; Paniagua 2012, 99–106). Durante los años ochenta se intensificó el cisma entre los moderados y los que abogaban por la llamada «propaganda por el hecho» (del fran- cés propagande par le fait). Esta estrategia se había discutido en el movi- miento anarquista internacional a partir de los años setanta del siglo xix. Las acciones ejemplares deberían despertar a la sociedad, basándose en el supuesto de que el impacto de una acción genera más repercusiones que la mera palabra (Avilés 2009, 170). Con la proliferación de los atentados con bombas y los asesinatos, la expresión «propaganda por el hecho» se convirtió cada vez más en sinónimo de ataques violentos y terroristas. En la década de los ochenta, la justificación o el rechazo de la lucha armada se equiparaba también con la oposición entre, por una parte, el llamado «anarcocomunismo», inspirado por las teorías de Piotr Kropotkin, que dominaba en las zonas rurales, y, por otra, los anarquistas vinculados con el movimiento obrero de los sectores urbanos e industriales, que opta- ron por un sindicalismo moderado y eran más propensos a la organización colectivista (Paniagua 2012, 102–106). En 1882 se cometieron asesinatos en

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247 [241–263] R. KAILUWEIT · EL CONCEPTO DE VIOLENCIA EN POR QUÉ PERDIMOS LA GUERRA (1940), DE D. ABAD DE SANTILLÁN la comarca de Jerez atribuidos a una sociedad secreta anarquista llamada Mano Negra. Independientemente de si esta sociedad secreta realmente existió, es significativo que los asesinatos fueran rechazados por el sector moderado del anarquismo español (Avilés 2009, 172). El escenario cambió en la década de 1890, cuando una serie de ataques y la posterior represión estatal desencadenaron una espiral de violencia y contraviolencia en Cataluña (Casanova 2005, 82). La propaganda de los hechos se complementó con la propaganda de la represión y del martirio. En particular, la detención de numerosas personas inocentes después del atentado con bomba en el Liceo en 1893, de quienes se obtuvieron falsas confesiones mediante torturas bestiales, llevó a solidarizarse con los már- tires, incluso en los círculos anarquistas que habían condenado el uso de bombas (Avilés y Herreín 2010, 175–186). La oposición fundamental entre la opción ilegalista y el sindicalismo moderado continuó en el siglo xx. La Confederación Nacional del Trabajo (CNT), fundada en 1910, optó por estrategias que permitieran actuar en la legalidad, aunque mantuvo una postura antipolítica y continuó rechazan- do al Estado y sus instituciones. Se convirtió en el sindicato español más importante durante las décadas posteriores.7 En su seno hubo también tendencias que rechazaban posturas reformistas, defendiendo el espíritu espontáneo revolucionario de las masas. En 1927, el crecimiento de este sector anarquista más radical condujo a la fundación de la Federación Anarquista Ibérica (FAI), que se definía como la vanguardia inspiradora del sindicato y abogaba por la coordinación orgánica entre la CNT y otras organizaciones anarquistas que no excluían la violencia como estrategia política (Bernecker 1978, 22; Paniagua 2012, 142–165).

4 Las opciones discursivas anarquistas con respecto a la violencia

En Kailuweit (1990), presenté los resultados de un trabajo académico de filosofía del derecho sobre el concepto de violencia en los discursos anar-

7 Según Casanova (2005, 80), con la fundación y consolidación de la CNT como movimiento po- pular, España comenzó a ser atípica, porque por entonces el sindicalismo revolucionario, antipolí- tico y de acción directa había desaparecido del resto del mundo.

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248 [241–263] R. KAILUWEIT · EL CONCEPTO DE VIOLENCIA EN POR QUÉ PERDIMOS LA GUERRA (1940), DE D. ABAD DE SANTILLÁN quistas en el siglo xix. Opté por un análisis del discurso foucaultiano, ya que el anarquismo español no ha generado una teoría cerrada de la lucha de clases. Los manifiestos, artículos, memorias y declaraciones de anar- quistas españoles de la época tampoco son fragmentos a partir de los cua- les se pueda reconstruir una teoría de esa naturaleza. Se sitúan más bien en la región «media» descrita por Foucault (1968, 6). Se trata de enuncia- dos que manifiestan un orden en la conceptualización de la sociedad que no necesitan un fundamento teórico sofisticado. Operan con dicotomías sencillas, motivos agonísticos que se oponen, a través de la fuerza retó- rica, a la conceptualización dominante promulgada por las autoridades estatales y eclesiásticas. Para analizar este discurso, me basé en un gran número de actas de con- gresos, panfletos, artículos de prensa y memorias de activistas, compilados por Clara E. Lida en sus libros de 1972 y 1973 Anarquismo y revolución en la España del xix y Antecedentes y desarrollo del movimiento obrero espa- ñol. Textos y documentos. También recurrí a la Contribución a la historia del movimiento obrero español (1962), de Diego Abad de Santillán, y a El proletario militante (1939), las memorias de Anselmo Lorenzo. Llama la atención que los enunciados actualizados en estos textos mues- tren una gran uniformidad y a menudo sean idénticos en sus enuncia- ciones. Constituyen un discurso que opera básicamente entre los polos de la contingencia y la necesidad. Desarrollan una dicotomía entre la so- ciedad presente, contingente, y la que vendrá por necesidad histórica. La sociedad presente está caracterizada por atributos (rasgos) que obtienen valores negativos, a los que corresponden respectivamente atributos de valores positivos en la sociedad del porvenir.

Tabla 1. Dicotomías en el discurso anarquista del siglo xix

Contingencia Necesidad

Sociedad presente Sociedad del porvenir

Leyes Derechos/deberes

Injusticia Justicia

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Contingencia Necesidad

Desigualdad Igualdad

Política Administración

Propiedad individual Propiedad colectiva

Guerra Paz

Esclavitud Libertad

Mentira Verdad

Corrupción Moralidad

La injusticia de la sociedad presente es contingente, ya que no tiene justificación religiosa o secular. Las leyes vigentes son una expresión de la arbitrariedad de los que están en el poder. Son incompatibles con los derechos naturales, que inevitablemente se impondrán en la sociedad futura. No obstante, los derechos también corresponden a los deberes, especialmente al deber de trabajar, que la clase dominante evade. La so- ciedad en la que todos los que trabajen puedan disfrutar de sus derechos será igualitaria y justa. Será una sociedad donde reine la libertad, la ver- dad y la moralidad, en contraste con la sociedad presente, caracterizada por la corrupción, la mentira y la esclavitud de los trabajadores. La transición de la sociedad presente a la del porvenir se conseguirá por medio de la lucha y la revolución. Sin embargo, no se indica si la lucha y la revolución están vinculadas al uso de la violencia o no. La cuestión se resuelve de manera diferente dependiendo de si los locutores argumen- tan desde la posición de legalidad o de ilegalidad. Podemos distinguir, así pues, dos subdiscursos: uno ilegalista y otro legalista.8

8 La oposición entre ilegalismo y legalismo se encuentra sobre todo en la historiografía francesa del movimiento obrero (Maitron 1975, 409–ss.; Chambost 2017). Si bien el término «ilegalismo» tam- bién se usa en la historiografía española (López Estudillo 2009; Marin 2014, 139–ss.), un discurso que aboga por actuar dentro del marco de la legalidad se define comúnmente con el adjetivo «moderado». Con los términos «ilegalismo» y «legalismo» nos referimos a formaciones discursivas que actualizan diferentes sujetos de la enunciación en diferentes momentos. No es una atribución ideológica que debería servir para caracterizar a individuos o grupos de personas. Esto quedará claro en el análisis de Por qué perdimos la guerra, que contiene enunciados que actualizan uno u otro discurso. No su-

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Para el discurso ilegalista, el enemigo de clase es un parásito y un ase- sino. Con él no se comparte ningún sistema legal. Los que no están uni- dos por el derecho están en estado de guerra. La guerra solo puede termi- nar por la fuerza. La violencia es necesaria y no constituye una respuesta contingente a medidas arbitrarias. Es legítima porque sirve para luchar contra el enemigo y construir una sociedad justa. Cualquiera que acepte el sistema legal existente no es un anarquista, sino un ilusionista, un re- accionario o un cómplice del sistema vigente. Para el discurso legalista la violencia, como hecho contingente, es ultima ratio en momentos de extrema represión. Los derechos naturales tienen vigencia eterna. Por eso, se aplican tanto a la sociedad presente como a la del porvenir. Los actos de violencia son crímenes. Los autores de atentados son nihilistas y locos que invocan erróneamente el anarquismo. La lucha es pacífica y se lleva a cabo con las armas de la razón. La revolución tiene lugar en las mentes a través de la educación y la iluminación. A continuación veremos cómo los discursos ilegalista y legalista reapa- recen en Por qué perdimos la guerra.9

5 Autor y obra

Diego Abad de Santillán, protagonista clave del movimiento anarcosin- dicalista español, nació en 1897 en Reyero, en la provincia de León, y mu- rió en 1983 en Barcelona. Se llamaba, en realidad, Sinesio Baudilio García Fernández. En 1905 emigró con sus padres a Argentina y regresó a España en 1912 para cursar el bachillerato. Entre 1915 y 1917 estudió filosofía y le- tras en Madrid, donde entró en contacto con los círculos anarquistas. Fue

ponemos que el texto permita reconstruir una posición ideológica coherente del autor y, en ausen- cia de esta, no vemos ninguna razón para criticarlo. En este sentido, el nuestro difiere de enfoques historiográficos menos fundamentados en el análisis del discurso. 9 En la presente contribución, nos limitamos a un análisis de este libro de Abad de Santillán, y no solo por razones de espacio. No es nuestro objetivo reconstruir los cambios en el posicionamiento ideológico del autor analizando toda su obra, sino más bien mostrar cómo se actualizan y modifican discursos históricos sobre la violencia en Por qué perdimos la guerra, que se publicó en el período in- mediatamente posterior a la Guerra Civil. Es de esta manera como quisimos contribuir al tema del simposio ¿Ha terminado la Guerra Civil? España 1939–1953 (Düsseldorf, 18 y 19 de octubre de 2019), en el que presentamos las ideas principales de nuestro enfoque.

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251 [241–263] R. KAILUWEIT · EL CONCEPTO DE VIOLENCIA EN POR QUÉ PERDIMOS LA GUERRA (1940), DE D. ABAD DE SANTILLÁN condenado a un año y medio de cárcel por su participación en la huelga general de 1917. Puesto en libertad, se exilió a Argentina en 1918, donde militó en la Federación Obrera Regional Argentina (FORA), a la que re- presentó en 1922 en Berlín en el congreso fundacional de la Asociación Internacional de los Trabajadores (AIT). Entre 1922 y 1926 cursó estudios de medicina en Berlín, donde conoció a su futura esposa, Elise Kater, hija del anarquista Fritz Kater. En años posteriores, vivió entre México, Argen- tina, Uruguay y España. En 1933 se instaló en Barcelona y dos años después fue secretario del Comité Peninsular de la FAI. Después de la victoria de las fuerzas libertarias en julio de 1936, entre diciembre de ese año y abril de 1937, fue consejero de Economía de la Generalitat de Cataluña. En el momento de la derrota, se exilió a Argentina. Regresó a Barcelona en 1977, donde vivió hasta su muerte (Elorza 1976, 9–12; Fernando de la Rosa 2012, 24–27; Migueláñez Martínez 2013). Abad de Santillán es autor de varios libros de teoría económica del anar- quismo y de historia del movimiento obrero en España, Argentina y Mé- xico. Publicó Por qué perdimos la guerra en Buenos Aires en la inmediata posguerra, en 1940. En 2018, la obra fue reeditada por la editorial Almu- zara de Córdoba (España). Hemos trabajado con la versión en PDF de la primera edición argentina.10 Esta versión constituye un corpus de 120.268 palabras. Hemos utilizado el programa AntConc, versión 3.5.7 (2018), para los análisis cuantitativos.

6 El concepto de violencia en Por qué perdimos la guerra, de Abad de Santillán

El libro de Abad de Santillán es de especial interés en cuanto al concepto de violencia en el discurso anarquista, porque actualiza enunciados que se refieren al uso de la fuerza no solo desde abajo, es decir, desde la pers- pectiva del movimiento obrero reprimido en contra de las autoridades estatales, sino también desde arriba, desde el punto de vista de los anar- quistas victoriosos en el poder.

10 Disponible en http://www.fondation-besnard.org/spip.php?article882.

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El término «violencia» y sus derivaciones no son frecuentes en la obra. Contamos solo 17 ocurrencias para la búsqueda de «[violen*]». La búsque- da de «[luch*]», incluyendo el substantivo «lucha» y las formas del verbo «luchar», obtiene 169 resultados, de los cuales 105 corresponden a la forma nominal. Casi siempre se refiere a la lucha armada, es decir, al uso de la violencia. Las colocaciones son muy heterogéneas. Aparecen «lucha san- grienta» (tres ocurrencias), «lucha armada» (dos ocurrencias), «lucha in­ testina» (dos ocurrencias) y «lucha violenta» (una ocurrencia). Los substantivos más frecuentes son «guerra» (568 ocurrencias), «go- bierno» (366 ocurrencias), «España» (311 ocurrencias) y «pueblo» (234 ocurrencias). Por medio de estos nombres, se puede resumir el tema ge- neral de la obra, aunque «guerra» y «gobierno» no tengan un referente único a causa de los abundantes excursos históricos que hay en el libro. En líneas generales, Por qué perdimos la guerra trata sobre la guerra con- tra la sublevación militar, a la que los anarquistas, como representantes del pueblo, se opusieron, mientras que el papel del Gobierno (central y regional) queda en posición dudosa:

Los gobiernos, los despotismos, las tiranías, los regímenes políticos de privi- legio pasan, pero un pueblo como el nuestro, que no ha desaparecido ya, es de una vitalidad única que le ha hecho persistir contra los embates de los que porfiaron en todos los tiempos por desviar el sentido y la dirección de su histo- ria […]. Si la sublevación militar de los generales ha desembocado en una gran guerra, se debe todo ello a nuestra intervención combativa. No fue la Repúbli- ca la que supo y la que fue capaz de defenderse contra la agresión; fuimos no- sotros los que, en defensa del pueblo, hemos hecho posible el mantenimiento de la República y la organización de la guerra. (Abad de Santillán 1940, 3 y s.)

Después del fracaso de los intentos revolucionarios faístas de 1932 y 1933, Abad de Santillán se centró en cuestiones económicas y se mostró más abierto a la colaboración estratégica con otras fuerzas de la izquierda (Elorza 1976; Migueláñez Martínez 2013). Sin referirse a posturas perso- nales, en Por qué perdimos la guerra el sujeto del enunciado describe este proceso como un cambio de rumbo en que estaba implicada la gran ma- yoría de los militantes anarquistas. Describe el enfrentamiento violento

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253 [241–263] R. KAILUWEIT · EL CONCEPTO DE VIOLENCIA EN POR QUÉ PERDIMOS LA GUERRA (1940), DE D. ABAD DE SANTILLÁN con las instituciones republicanas, que caracterizó la posición cenetista en 1933, con una construcción elusiva de pasiva refleja (a la que añade, no obstante, un complemento agente): «Una violenta campaña antielectoral se desarrolló en todo el país, por parte de nuestras organizaciones» (Abad de Santillán 1940, 21). Pasa después a la construcción activa con la men- ción del agente colectivo «nosotros», en el que se incluye:

Evitamos la repetición de la campaña antielectoral de noviembre de 1933 […] sin otro objetivo que el de contribuir, de este modo, a desalojar del Gobier- no a las fuerzas políticas de la reacción fascista y el de libertar a los presos […]. Sin la victoria electoral del 16 de febrero no hubiéramos tenido el 19 de julio. (Abad de Santillán, 24)

Deja entrever al final un motivo agonístico al referirse, de forma he- gemónica, a aquellos que mantuvieron una postura antipolítica: «Los es- fuerzos de algunos pseudo-puritanos para contrarrestar nuestra manera de ver, fueron frustrados fácilmente» (Abad de Santillán, 24).

6.1 La justificación de la violencia

Sin embargo, para justificar la oposición violenta al fascismo, el texto re- curre a motivos conocidos del discurso ilegalista. Es la «justicia» que se enfrenta con «los poderes de las tinieblas y de la esclavitud»: «Lo más flo- rido, lo más generoso e inteligente de un pueblo moría con la sonrisa en los labios, desafiando a los poderes de las tinieblas y de la esclavitud, pues- ta la esperanza en el triunfo de la justicia» (Abad de Santillán, 2). «Pueblo» resulta otra vez el concepto clave del discurso. El pueblo aparece como unidad indivisible, como se ve con mayor claridad en el siguiente frag- mento referido a los acontecimientos barceloneses de julio de 1936: «No había partidos, no había organizaciones, aun cuando se circulaba bajo la insignia roja y negra de los vencedores. ¡Había solamente un pueblo en la calle! Un pueblo con un solo pensamiento, con una sola voluntad, con un solo brazo» (Abad de Santillán, 34). El pueblo y las masas trabajadoras y campesinas no están dividas en defensores y en opositores del fascismo.

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Debe observarse que la instancia de la cual habla el sujeto del enuncia- do, el «nosotros» (257 ocurrencias),11 no es idéntica a la de «pueblo», pero sí está estrechamente conectada con él: «Teníamos un arma de que el Go- bierno central carecía: la adhesión activa del pueblo» (Abad de Santillán, 74); «Teníamos la seguridad de ser los únicos que aún podríamos galvani- zar la voluntad de las masas trabajadoras y campesinas, tanto por la canti- dad como por la calidad de nuestros militantes» (Abad de Santillán, 224). El concepto de pueblo implica además que la guerra no se considere civil. El término «guerra civil» solo se menciona siete veces en la obra, de las cuales solo cinco se refieren a los años entre 1936 y 1939. Solo una vez aparece el término «ciudadano», y eso solo al inicio de la obra. El hecho de que el texto apele al ciudadano como instancia neutra, que es el obje- tivo de los discursos agonísticos, contrasta con el concepto de pueblo al que se adhieren las ideas del movimiento anarquista:

Es casi un deber, después de todos los horrores que se han divulgado sobre la actuación de los hombres de la Federación Anarquista Ibérica, antes y después de julio de 1936, para todo ciudadano del término medio, atribuirnos todos los defectos y echarnos a la espalda todas las maldades […]. ¿No se ha de permitir ahora, cuando estamos vencidos, que alguien que ha tenido en esa organiza- ción revolucionaria los más altos cargos […] levante un poco el telón y diga la verdad? (Abad de Santillán, 3)

Cabe señalar que el agonista que «divulga horrores» sobre la actuación de los anarquistas no es partidario del franquismo —este es el enemigo—, sino que representa al partido republicano y a las fuerza socialistas y co- munistas que estuvieron en el Gobierno entre 1936 y 1939. El hecho de que el sujeto del enunciado subraye que toma la palabra para rectificar las mentiras difundidas por otros indica que su posición discursiva no es la dominante. Son los que «divulgan horrores» quienes dominan el discurso, y la falsedad de su retórica la que hace que sea necesario tomar posición.

11 La referencia de este «nosotros» resulta vaga. Podemos suponer que denota en su extensión más amplia a la CNT, que contaba en 1936 con 550.000 afiliados, y a la FAI, con 30.000 militantes.

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No obstante, como veremos más en detalle a continuación, la relación entre el movimiento anarquista y el poder republicano durante la gue- rra no es de plena oposición, sino que resulta más ambigua. En aparente contradicción con los principios del anarquismo, los anarquistas forma- ron parte del Gobierno y respetaron cada vez más el sistema legal sobre el cual se fundaba la República. Eso ya comenzó con la renuncia a la abs- tención electoral en febrero de 1936. En este contexto, llama la atención que el texto justifique también la lucha antifascista en términos puramente legalistas. En el siguiente frag- mento, recurrir a la violencia contra los rebeldes militares franquistas no se justifica porque representaban «los poderes de las tinieblas y de la esclavitud», sino porque habían violado las leyes republicanas en un acto de alta traición:

No negamos a nadie el derecho a la rebelión contra lo que se juzga inapropiado para asegurar una convivencia más justiciera y más digna. Nosotros mismos nos hemos rebelado contra la República en varias ocasiones, y desde antes de su proclamación habíamos manifestado nuestra entera independencia, sa- biendo por anticipado que no sabría ni podría dar solución a los eternos pro- blemas del país. Pero los militares no estaban, sin embargo, en nuestro caso. Nosotros no habíamos jurado ni empeñado nuestra palabra de honor, ni ad- quirido ningún compromiso de fidelidad al régimen republicano. Los milita- res que se rebelaron habían jurado esa fidelidad, estaban en cargos de la máxi- ma responsabilidad a sueldo de la República. La conspiración tenía su primer peldaño en la traición a los propios compromisos […]. (Abad de Santillán, 24)

En esta línea, argumenta que ya no son los anarquistas quienes recu- rren a la violencia, justificada en la tradición del discurso ilegalista. El texto enfatiza que es el pueblo el que usa la violencia sin ser incitado por los militantes de la CNT o la FAI. Los argumentos del discurso ilegalista reaparecen para hacer comprensible estas acciones y se introducen aquí de una manera retóricamente sofisticada a través de una cita del autor romántico Mariano José de Larra, que se refiere, como es natural, a otro contexto histórico, la quema de conventos en 1836:

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No hemos impedido que las iglesias y conventos fuesen atacados como re­ presalia por la resistencia hecha desde ellos por el ejército y los siervos de Dios. […] El pueblo, por propia iniciativa, tomó sus venganzas bien comprensibles […] Ni la C. N. T. ni la F. A. I. dieron aliento a esa acción estéril, de mera revancha. Lo decimos porque esta es la verdad, y si no hubiésemos procedido así, tam- poco habría sido un delito como para arrepentirnos. Recordamos unas pala- bras de Mariano de Larra […] refiriéndose precisamente a excesos populares semejantes: «Tales escenas de incendio y carnicería podrán ser terribles, pero su explicación es justa y sencilla […] esas escenas mortíferas no son, como se quiere suponer, efectos de feroces caprichos y de un instinto ciego y desorde- nado, sino la consecuencia llevada al extremo solamente del derecho de de- fensa que tiene toda sociedad al verse acometida […]». (Abad de Santillán, 36)

Si bien aquí se muestra una posición de observación neutral, en el si- guiente fragmento la instancia «nosotros» se convierte en un agente que suprime el uso de la violencia si la considera excesiva. Representa su eje- cución como un medio justo de castigo, aunque los responsables de los «excesos» fueran «compañeros y amigos». Es curioso leer que el sujeto del enunciado, en nombre de los anarquistas, defienda el monopolio estatal de la violencia cuando los anarquistas se hicieron cargo de las fuerzas del orden en los meses que siguieron a la victoria de julio de 1936: «Hicimos advertencias serias con vistas a reprimir todo exceso, y por si llegaba a creerse que esas advertencias no alcanzaban a todos, fusilamos a algu- nos compañeros y amigos nuestros que se habían extralimitado» (Abad de Santillán, 42). La ambigua relación con el poder se muestra también en la descripción de los acontecimientos en Cataluña después de la victoria en julio de 1936. El sujeto del enunciado justifica mediante el ideario anarquista el hecho de que las fuerzas libertarias dejaran a la Generalidad al frente del poder y esta lo compartiera con representantes anarquistas y de los partidos so- cialistas y comunistas: «Nosotros no creíamos en la dictadura cuando se ejercía contra nosotros y no la deseábamos cuando la podíamos ejercer nosotros en daño de los demás» (Abad de Santillán, 35). Este compromiso lleva a una cadena de acciones de retaguardia a par- tir de 1937. No es este el lugar para seguir de cerca el enfrentamiento re-

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257 [241–263] R. KAILUWEIT · EL CONCEPTO DE VIOLENCIA EN POR QUÉ PERDIMOS LA GUERRA (1940), DE D. ABAD DE SANTILLÁN tórico con el comunismo, con los agentes rusos y con sus representantes en el Gobierno central antes y sobre todo después de que Juan Negrín tomara el poder en mayo de 1937. En el apartado siguiente solo nos con- centramos en la manera de justificar que los anarquistas renunciaran a oponerse violentamente al Gobierno republicano. Veremos que, a causa de la guerra, en el texto aparecen argumentos diferentes de los que carac- terizaron el discurso legalista en el siglo xix.

6.2 La justificación de no rebelarse ante la contrarrevolución

El primer argumento aducido para no rebelarse contra la llamada «con- trarrevolución republicana» es que tal rebelión habría dañado la lucha antifascista. El sujeto del enunciado explica la aceptación de la disolución del Comité Central de las Milicias Antifascistas de Cataluña en octubre de 1936, por la cual los anarquistas perdieron gran parte de su influencia en la organización estatal. Sostiene que, «no teniendo otro dilema que ce- der o empeorar las condiciones de la contienda, puesto que tampoco se quería recurrir a procedimientos de fuerza para obtener lo que nos co- rrespondía, nosotros, que teníamos más razón, hubimos de ceder» (Abad de Santillán, 83). En mayo de 1937 estalló un conflicto violento en Barcelona: «Luchaban fuerzas libertarias populares contra los comunistas y sus aliados» (Abad de Santillán, 97). El enfrentamiento terminó con la retirada de los anar- quistas. En retrospectiva, el sujeto del enunciado califica la renuncia a la violencia como un error táctico: «Nos acusamos de haber sido causa principal de la suspensión de la lucha. No con orgullo, sino con arrepen- timiento» (Abad de Santillán, 98). El fragmento siguiente explica que la instancia «nosotros», los representantes de la CNT y la FAI en Cataluña, temía «la pérdida total de la autonomía catalana y de la pérdida de la gue- rra como consecuencia», por lo cual «era hora todavía de oponerse a ese desenlace y de dejar a las cosas mejor situadas» (Abad de Santillán, 100). El sujeto del enunciado deja entrever que esta decisión se motivó en pri- mer lugar por la desunión entre los líderes anarquistas en Cataluña y los representantes de la CNT en Madrid: «No nos faltaba la fuerza material […] nos faltaba confianza en los que se habían erigido en representantes

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258 [241–263] R. KAILUWEIT · EL CONCEPTO DE VIOLENCIA EN POR QUÉ PERDIMOS LA GUERRA (1940), DE D. ABAD DE SANTILLÁN de nuestro movimiento» (Abad de Santillán, 100). A pesar de sus críticas iniciales, la CNT decidió volver a participar en el Gobierno republicano dirigido por Negrín. En el texto se comenta de la manera siguiente:

Se había caracterizado al Gobierno Negrín en mayo de 1937, en común acuerdo con todo el movimiento libertario, como «gobierno de la contrarrevolución». Unos meses más tarde, cuando la contrarrevolución no era una tendencia sino un hecho generalizado, solo muy pocos quedábamos fieles a las propias convicciones […] nuestras queridas organizaciones compitiendo en celo gu- bernativo con los demás partidos y organizaciones, consintiendo voluntaria- mente en servir de meros instrumentos pasivos a disposición del Dr. Negrín. (Abad de Santillán, 156)

En resumen, el sujeto del enunciado lamenta la lealtad de los anarquis- tas con respecto al Gobierno republicano: «El mayor error de que se nos acusará ha de ser el de haber sido leales y sinceros en toda nuestra actua- ción pública, incluso mientras se afilaba en las sombras el puñal de la trai- ción de los que se sentaban a nuestro lado» (Abad de Santillán, 54). Dado que, en principio, los anarquistas no respetaron las leyes de la República, es curioso que el sujeto del enunciado represente la lealtad y sinceridad en la actuación política como valores morales y no solo como una posi- ción táctica para no perder la guerra. Tal vez la ambigüedad retórica se explica por el hecho de que el texto se dirige a un público de extranjeros y «ciudadanos del término medio» que se oponen al fascismo identificán- dose con la República Española en general, sin opinar en detalle sobre la justicia de su organización política y económica.

7 ¿Ha terminado la Guerra Civil?

Por qué perdimos la guerra no solo analiza los acontecimientos entre 1936 y 1939 para determinar las razones de la derrota y explicar y justificar la actuación anarquista. También abunda en consideraciones históricas y especulativas que pueden considerarse perspectivas lúcidas sobre las razones de los conflictos violentos que sufre España, tanto en el pasado como en el presente siglo xxi.

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Aparece varias veces el tópico de las dos Españas, pero de una manera inusual y original. La historiografía generalmente establece un contras- te entre, por un lado, un entorno urbano progresista, anticlerical, liberal, republicano y democrático, y, por otro, un entorno rural conservador, ca- tólico, tradicionalista, autoritarista y monárquico (Juliá 2004). En cambio, el sujeto del enunciado avanza la tesis de que las dos Españas no corres- ponden a esta oposición. Hace hincapié en que «esas dos Españas no se identifican por los términos corrientes y en boga de izquierdas y derechas, liberales y conservadores; muy a menudo vemos en unas y en otras las mis- mas contradicciones, la misma repulsión interna» (Abad de Santillán 1940, 9). El sujeto del enunciado pone en contraste «dos herencias que luchan por sobrevivir en nuestro suelo: Europa y África» (Abad de Santillán, 10) y considera los verdaderos destinos de España «más ligados a lo africano que a lo europeo» (Abad de Santillán, 10). La Iglesia católica romana, así como las dinastías de los Austrias y de los Borbones, se encuentran entre las influencias europeas que introdujeron el centralismo en España. En el contexto de la inmediata posguerra, se consideran europeístas tanto al franquismo, dependiente del fascismo alemán e italiano, como a los (ex) representantes de la República que se fiaban o bien de la Unión Soviética comunista, o bien de los gobiernos democráticos de Francia y Gran Bre- taña. La España más tradicionalista, es decir, la que forma parte de un es- pacio cultural «africano», está representada por la defensa de los fueros por parte de las regiones e incluso por el carlismo del siglo xix. El término «tradición» aparece aquí como motivo agonístico. Con un gesto de deconstrucción —a la manera derridiana (véase Derrida 1977)—, el sujeto del enunciado se opone a los que pretenden representar el tra- dicionalismo en España y deconstruye la dicotomía entre una derecha tradicionalista y una izquierda progresista, atribuyendo al movimiento anarquista ser el verdadero representante de la tradición íbero-africana:

Se llaman tradicionalistas justamente los que menos se apoyan en la tradición española, los partidarios de las monarquías importadas, Austrias o Borbones, los partidarios del catolicismo romano […]. Si hay tradicionalistas en España, los que van a la cabeza de la tradición somos nosotros, que no vemos para nuestros viejos problemas más que soluciones españolas, tan lejos del comu-

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nismo ruso, como del fascismo ítalo-germánico o del fofo liberalismo francés. (Abad de Santillán, 10 y s.)

El texto llega incluso a decir que los anarquistas están más cerca de algunos de sus adversarios conservadores de la derecha, y en particular, por ejemplo, de Primo de Riviera, que de las fuerzas europeístas de la iz- quierda: «Fue un error de parte de la República el fusilamiento de José Antonio Primo de Rivera; españoles de esa talla, patriotas como él no son peligrosos, ni siquiera en las filas enemigas. Pertenecen a los que reivin- dican a España y sostienen lo español aun desde campos opuestos» (Abad de Santillán, 12). A pesar de esta postura atrevida, Por qué perdimos la guerra sigue sien- do instructivo cuando trata de los conflictos que desgarran a España en estos días. Pone de relieve que es la desigualdad económica la que sigue motivando muchos de los profundos conflictos actuales y contribuye al debate sobre la memoria con su minuciosa descripción de los aconteci- mientos de la Guerra Civil. No obstante, a mi parecer, la contribución más ingeniosa se refiere al federalismo, puesto que el centralismo se identifica como una de las prin- cipales causas que llevaron a la derrota de la Segunda República. Según el sujeto del enunciado, «la conducta del Gobierno de Madrid» está carac- terizada por la «hostilidad no disimulada a todo lo procedente de Cata- luña» (Abad de Santillán, 73). Constata que la Segunda República «había sido forzada a dar una apariencia de autonomía a Cataluña y a Euzkadi» (Abad de Santillán, 74). Sin embargo, «siguió apegada a la tradición cen- tralista de la historia antiespañola» (Abad de Santillán, 74). Precisamente por eso, no aboga por la independencia de Cataluña. Deconstruye la opo- sición entre un españolismo de unidad y un federalismo que conduce a la desintegración. Al contrario, según el autor, «la solución política más acertada y la más eficaz habría estado en una España federal, en la que cada región tuviese la más completa autonomía para expresar libremen- te su sentido de la solidaridad nacional». Lamenta que «esa idea no ha[ya] prosperado, o no fue[ra] comprendida» (Abad de Santillán, 82). Ojalá que se entienda ahora para evitar más violencia.

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reviews ressenyes

Seminario Los gobernadores civiles durante el franquismo: gobernación, red gubernativa y personal político (Barcelona, 28–29 de noviembre de 2019)

Julio Ponce Alberca Universidad de Sevilla (España) orcid.org/0000-0002-9715-7113 doi: https://dx.doi.org/10.7238/dd.v0i8.3185

A finales de noviembre del año 2019 se celebró en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Barcelona el primer seminario que se conoce en nuestro país sobre la historia de los gobernadores civi- les. La iniciativa fue el producto de la convergencia de dos proyectos de investigación diferentes pero que compartían intereses comunes, como el de la articulación centro-periferia en la España franquista.1 Resultaba oportuna y conveniente una reunión científica de esta naturaleza, puesto que el estudio de los gobiernos civiles ha recibido una atención creciente durante los últimos lustros. Fue en 1972 cuando apareció el primer estudio historiográfico sobre los gobernadores civiles gracias a un trabajo de Bernard Richard titulado «Étude sur les gouverneurs civils en Espagne de la Restauration à la Dicta- dure (1874–1923). Origine géographique, fonctions d’origine et évolution d’un personnel politico-administratif» (publicado en Mélanges de la Casa de Velázquez, tomo 8). Pasarían aún bastantes años para que se retoma- ra esta línea de investigación a través de los trabajos de Gómez Navarro y González Calbet, ya en los años ochenta y centrados en la dictadura pri- morriverista. Sólo a partir de la última década del siglo xx (salvo algunos precedentes excepcionales, como el de García Mañá sobre los goberna- dores de Ourense) comenzaron a aparecer estudios sobre gobernadores civiles en un período en el que esta figura adquirió una notable fuerza: el franquismo. Todo un elenco de autores supo ver la importancia de los

1 Se trata del proyecto de investigación HAR2015-63657-P, Transiciones a la democracia en el sur de Europa y en América Latina: España, Portugal, Argentina y Chile (MINECO-FEDER, UE), y del pro- yecto de investigación HAR2015-63662-P, Poder central, poderes locales y modernización en España (1958–1979): un estudio desde la historia comparada (MINECO-FEDER, UE).

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267 [267–272] RESSENYES gobiernos civiles en la configuración de la dictadura franquista, como Or- tiz Heras, Nicolás Marín, Calvo Vicente, Cajal Valero, Risques, Mercadal Bagur, Mirambell i Belloc, o Sanz Alberola, por citar algunos de ellos. El propio Ministerio del Interior publicó una obra colectiva sobre la histo- ria de los gobiernos civiles en 1997, el mismo año en que desapareció esta institución para ser sustituida por las delegaciones y subdelegaciones del Gobierno en virtud de la Ley Orgánica de Organización y Funcionamien- to de la Administración General del Estado (LOFAGE). Desde comienzos del siglo xxi se han venido intensificando las investi- gaciones sobre los gobiernos civiles a lo largo del franquismo (entendido éste en un sentido amplio, es decir, incluyendo la Guerra Civil y los prime- ros compases de la Transición). Probablemente hay varios factores que han favorecido este impulso. Uno de ellos es, obviamente, el final histórico de los gobiernos civiles y la catalogación de sus fondos históricos en muchas provincias. La puesta en valor de estos fondos no sólo es de interés para el estudio interno de los gobiernos civiles, sino que es también relevante para enfoques historiográficos de muy diverso tipo (orden público, po- lítica local, políticas públicas, coordinación de las delegaciones ministe- riales, etc.). El segundo factor se vincula a los procesos de recuperación de la memoria histórica que han situado en la agenda pública revisiones de nuestro pasado reciente, especialmente de la Guerra Civil, del primer franquismo y de la Transición democrática. En ese contexto no resulta di- fícil entender que el papel de los gobiernos civiles siguiera atrayendo la atención de los especialistas en el franquismo y la Transición. De ahí los trabajos de Clara, Serrallonga, González Madrid, Marín Corbera, Tébar Hurtado, Vega Sombría, Cerón Torreblanca, Grandío Seoane, Rodríguez González, Sanz Hoya o Ponce Alberca. Tras todo lo anteriormente expuesto, cabe preguntarse: ¿en qué situación se encuentra esta línea de investigación a estas alturas, en el año 2020? A nuestro modo de ver —y pese a lo mucho que se ha avanzado—, queda reco- rrido por hacer. Para muestra, un botón: pese al tiempo transcurrido apenas disponemos de un puñado de monografías centradas en el estudio de los gobiernos civiles. Son los casos de Ourense (García Mañá), Girona (Miram- bell), de Alicante (Sanz Alberola), de Las Palmas (Pérez García – Alcaraz Abe- llán), de las provincias andaluzas (Ponce, García Bonilla, Ramos Sánchez)

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268 [267–272] RESSENYES o de Barcelona (Tébar, Risques, Marín, Casanellas). Y, con todo, presentan análisis cronológicamente diversos, pues algunos autores abordan estudios de larga y media duración (Risques sobre la Barcelona del siglo xix o Pérez García sobre el período 1927–1997), mientras la mayor parte de los demás han pivotado en torno a la dictadura franquista, ya sea incluyendo la Gue- rra Civil y la Transición, o bien centrándose sólo en el primer franquismo. Otro rasgo de esta línea de investigación es la dispersión y disconti- nuidad de los trabajos disponibles en forma de artículos y comunicacio- nes a congresos. La dispersión no sólo es geográfica o temporal, sino que también responde a metodologías muy diversas. Y el asunto se complica aún más por las propias trayectorias investigadoras de unos autores que en su día trataron los gobiernos civiles para la elaboración de sus tesis doctorales pero que no han vuelto a transitar estos territorios. A todo ello se añaden las aportaciones que, procedentes de otras áreas de cono- cimiento (notablemente, el derecho), se centran en la historia legislativa recorriendo amplios períodos de tiempo aunque presentan carencias en cuanto a la aplicación de enfoques multidisciplinares y la incorporación de las últimas investigaciones (como, por ejemplo, el reciente libro titu- lado El gobernador civil en España, de Ignacio y José Luis Martín Conty). Puede decirse pues que la heterogeneidad es dominante en este campo de estudio, lo cual es positivo en términos de riqueza pero —no nos en- gañemos— presenta problemas a la hora de coordinar análisis y poder avanzar en forma de monografías globales. Unos especialistas tienen el propósito de extender el estudio de los gobernadores a todo el siglo xx, en- tendiendo que hay muchos elementos comunes que permiten un análisis comparado en el tiempo, más allá de regímenes políticos. Otros tienden a centrar sus esfuerzos en un período sin duda relevante como fue la dic- tadura franquista, a la vista de la fuerte autoridad que adquirió el gober- nador civil. Han comenzado a realizarse algunos estudios comparativos con otros países. ¿Qué estrategia o estrategias de investigación podrían resultar adecuadas para proseguir los trabajos? No resulta fácil responder de manera concluyente a esta cuestión, pero lo que sí parecía conveniente era concentrarse en el período franquista debido al número de trabajos disponibles sobre esta materia y de autores en activo que la tratan. Con este propósito surgió la idea de celebrar un

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269 [267–272] RESSENYES seminario a partir de dos proyectos de investigación que incorporan el estudio de los gobernadores entre sus contenidos. Ciertamente —y es de todos conocido— los primeros lustros de la dictadura, lo que se conoce como «primer franquismo», han recibido mucha más atención que los años cincuenta o sesenta. Esta acotación temporal también se ha dejado sentir en los estudios sobre gobiernos civiles, pero creemos que es preciso un análisis cronológicamente más amplio para observar con mayor funda- mento las relaciones centro-periferia durante la dictadura. Si contempla- mos períodos breves de tiempo, carecemos de perspectiva para verificar evoluciones y posibles reacciones o adaptaciones ante circunstancias polí- ticas siempre cambiantes. Si la elección de períodos de observación cortos viene acompañada de un contexto excepcional (el final de una guerra civil y el entusiasmo de la victoria), es posible que sea difícil sustraernos a los sesgos propios de coyunturas de cambio intenso, por no decir traumático. Siendo conscientes de esa presencia historiográfica del primer franquis- mo, era evidente que una parte de las ponencias de este seminario iban a centrarse en este lapso de tiempo. Fue el caso de las intervenciones de Té- bar Hurtado o Risques Corbella sobre los gobernadores en Barcelona, la de Grandío Seoane sobre Galicia, la de Rodríguez González sobre León o, den- tro de un marco más global, la de Sanz Hoya. A lo largo de todas ellas, y muy especialmente en la de Sanz Hoya, se destacó uno de los problemas clave: el significado y alcance de la doble condición de gobernador civil y jefe pro- vincial del Movimiento durante la dictadura franquista. Son bien conocidos los conflictos que suscitó hasta 1945 la presencia de un gobernador civil y de un jefe provincial, puestos que recaían en personas diferentes. A partir de 1945 se generalizó la simultaneidad de estos cargos, que ya se inició con relativo éxito en algunas provincias desde 1938. Allí donde los cargos recaían en la misma persona disminuían los conflictos partido-Estado, aunque no llegasen a desaparecer del todo. Ahora bien, ¿el doble cargo de goberna- dor – jefe provincial era la expresión del control del Estado por parte del partido o, por el contrario, fue una estrategia de domesticación inicial de las estructuras provinciales del Movimiento por parte del Gobierno central? Esta es una cuestión no resuelta del todo. La complejidad interna del Movimiento, su notable heterogeneidad y su laxa textura ideológica (que permitía diversas interpretaciones de su significado) dificultan el esclare-

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270 [267–272] RESSENYES cimiento de este asunto, más aún si no fijamos nuestra atención sólo en el primer franquismo. Lo que sí sabemos es que el Movimiento evolucio- nó profundamente y que para los años sesenta pocos podían considerar más importante el cargo de jefe provincial que el de gobernador civil, ni siquiera los espíritus más adheridos al falangismo. Otra cuestión es que muchos gobernadores fuesen empleados del Movimiento (letrados sindi- cales, por ejemplo) o que hubiesen sido reclutados a partir de una carrera política iniciada en cargos del partido. No puede negarse la importancia del papel del Movimiento en ciertos sectores del Estado, ni tampoco el control de los sindicatos, pero de ahí a pensar en un predominio del par- tido hay una distancia, sobre todo al contemplar todo el período dictato- rial hasta la disolución del Movimiento en 1977. La presencia del Movimiento sin duda introduce un elemento de con- fusión a la hora de analizar el propio régimen franquista y su articula- ción en las provincias. Por ello fue muy conveniente y esclarecedora la ponencia de Joan Maria Thomàs, titulada precisamente «Gobernadores falangistas». En esta pudimos comprobar que, aunque todos los gober- nadores lo eran —oficialmente a partir de 1945—, en realidad sólo po- día utilizarse ese calificativo con respecto a un grupo específico dentro del conjunto, por mucho que todos —insistimos— fuesen jefes provin- ciales. Una prueba de la profunda evolución que experimentaron los go- bernadores la expuso Casanellas en relación a los de Barcelona durante el cambio político de los años setenta. Hasta 1977 los gobernadores aún eran jefes provinciales, pero esa doble condición no les impidió apoyar el tránsito político de acuerdo con las indicaciones del Gobierno de Adolfo Suárez, cuyos miembros —comenzando por él mismo— procedían del falangismo. Parece razonable pensar que si el partido hubiera tenido el control del Estado a esas alturas, la Transición no se hubiera producido. Cerraron las intervenciones del último día Marín y Ponce, con exposi- ciones globales de la dictadura. Es obvio que el régimen presenta una clara cronología (1939–1975), pero, a efectos de este tipo de investigaciones, am- bos coinciden en prolongar el marco hasta las elecciones de 1977 al menos. Incluso es de advertir que los gobiernos civiles siguieron siendo una fuente de información y control del Gobierno central —con finalidad partidis- ta— hasta los inicios de la década de los ochenta. No es posible entender

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271 [267–272] RESSENYES el encauzamiento del referéndum sobre la Ley para la Reforma Política o la configuración de la UCD en algunas provincias sin la colaboración de los gobiernos civiles, que mantuvieron la herencia de ser herramientas al servicio del Gobierno. Ambos autores ofrecieron datos cuantitativos de los perfiles de los gobernadores basados en recopilaciones paralelas, que se acordó poner en común para ponerlos definitivamente a disposición de los investigadores. Esa plataforma cuantitativa resulta fundamental para pro- ceder a otro tipo de estudios que profundicen en otros asuntos que creemos de interés, como, por ejemplo, los modos de actuación de los gobernadores (en otras palabras, ¿gobernadores de procedencias ideológicas distintas llevaron a cargo su cometido de manera diversa?). Marín mostró, además, un ángulo de análisis muy interesante ampliando el ángulo de enfoque me- diante el estudio de los cargos directivos del Ministerio de la Gobernación. Sin riesgo de equivocarnos el balance del seminario fue muy positivo, al poner en contacto a los investigadores, enriquecernos con los debates y abrir líneas de colaboración futuras. El seminario también reveló que es mucho lo que aún queda por dilucidar. ¿Por qué un mismo goberna- dor registró éxitos en una provincia y fracasó en otra? ¿Se atuvieron a es- trategias de adaptación o, por el contrario, el gobernador se consideraba una especie de poncio de poderes ilimitados? ¿Representó realmente la presencia de militares al frente de gobiernos civiles una pretorianización administrativa de las provincias? ¿Cómo fue la relación del gobernador con el poder central y con la provincia de destino? De momento, la primera colaboración derivada del seminario ha sido la revisión de la base de datos ya publicada sobre gobernadores civiles, in- corporando una serie de columnas para establecer y esclarecer la comple- ja militancia y adscripción políticas de estos cargos intermedios.2 Espe- remos que a esa colaboración sigan otras, en la confianza de que este no será el último seminario que se celebre en torno al papel de los gobiernos civiles en nuestro pasado reciente.

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2 Podéis consultarla en http://grupo.us.es/estadoypoder/index.php?page=Base-de-datos-de-­ Gobernadores-Civiles.

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272 [267–272] Una exposició en plural. Feminismes! (CCCB. Barcelona, 19 de juliol del 2019 – 5 de gener del 2020)

Paola Lo Cascio Universitat de Barcelona (Espanya) orcid.org/0000-0002-1565-5566 doi: https://dx.doi.org/10.7238/dd.v0i8.3188

Una part decisiva del missatge que vol transmetre l’exposició Feminis- mes!, que es va poder veure des del juliol fins al gener al Centre de Cul- tura Contemporània de Barcelona (CCCB) —es va prorrogar uns mesos per la bona acollida que va tenir—, està continguda en el plural del seu títol. No deixa de ser tota una declaració de principis, no només perquè intenta connectar experiències del moviment de les dones al llarg del temps (amb els dos nodes importants dels anys setanta i de les primeres dècades del nou mil·lenni), sinó també perquè incideix en la diversitat de les formes d’expressió escollides i en l’evolució plural que ha tingut el moviment en els últims cinquanta anys, incorporant noves lluites, noves agències i noves fites. Feminismes!, en realitat, està dividida en dues exposicions diferencia­ des, connectades per una passarel·la que reconstrueix la cronologia de l’evolució dels moviments feministes des dels anys setanta fins avui en dia. La primera recull les obres de la Verbund Collection de Viena, una col· lecció privada formada sota la iniciativa de la companyia elèctrica homò- nima. S’hi poden admirar les obres, amb diferents formats —des del figu- ratiu fins al performatiu, l’audiovisual i el fotogràfic—, de més de setanta artistes nascudes entre 1928 i 1958. Aquesta primera exposició s’organitza en diferents àmbits, que englo- ben aspectes centrals del moviment en els anys setanta: la superació de la representació de la dona com a mare, com a mestressa de casa i com a espo- sa; la reclusió i l’evasió; l’alter ego i la representació d’aquests papers com a farsa, paròdia i joc de rol, i la sexualitat femenina enfront de l’objectivació i dels dictats de la bellesa normativa. En definitiva, reflecteix l’eclosió -se minal de la politització de l’esfera privada, que ha estat el motor de canvi plantejat pel feminisme de la segona onada. Entre les artistes seleccionades

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273 [273–275] RESSENYES hi ha una gran diversitat de noms i de formes d’expressió artística. Entre elles cal remarcar l’obra audiovisual d’Annegret Soltau pel que fa a l’eix de la maternitat; la de l’holandesa Margot Pilz, que amb una sèrie fotogràfi- ca impactant treballa la reclusió (també hi ha obres de diferents artistes sud-americanes que incideixen en el caràcter sexualitzat de la repressió viscuda a les dictadures d’aquella època a Xile o a l’Argentina, i de Pilar Ay- merich en el cas de Catalunya); o, encara, en l’àmbit de la sexualitat, la de Lydia Benglis, que va trencar motlles amb un autoretrat amb un enorme consolador entre les cames, i la de Penny Slinger amb els seus autoretrats de núvia, on mostra la seva vagina dins d’un pastís de noces de cartró; o la d’Eva Patrum, artista polonesa que a mitjan anys setanta jugava amb el ma- quillatge per impugnar les formes de la bellesa imposada pel patriarcat i per reivindicar una nova estètica feminista, alliberada dels dictats masculins. La proposta artística feta en aquesta primera exposició —comissaria- da per Gabriele Schor, austríaca, publicista, escriptora, crítica d’art i fun- dadora i directora de la col·lecció vienesa Sammlung Verbund— recull i amplifica l’experiència de més de setanta trajectòries de dones artistes. Com a dones implicades en el moviment d’aquell moment i, alhora, com a artistes, reivindiquen la seva agència en un món històricament mascu- linitzat (encara al final dels anys vuitanta es calcula que només un 5 % de les seccions d’art modern dels museus acollien obres de dones) desplegant un arsenal disruptiu tant pel que fa als continguts i a les mirades com a les formes d’expressió. La passarel·la conceptual que porta a la segona exposició està constituï- da per una secció amb plafons en què es reconstrueix l’evolució del movi- ment de les dones des dels anys setanta fins a l’actualitat a Catalunya, amb una atenció especial a l’afirmació del còmic i de la novel·la gràfica feta per dones. La secció compleix bàsicament dos objectius: resseguir com s’han multiplicat les reivindicacions del moviment i observar el seu caràcter multiforme —que mentre s’enriqueix no perd la capacitat de vincular passat, present i futur—, i preparar a qui està experimentant (més que no pas visitant) Feminismes! per a la seva última exposició, centrada en l’obra d’una vintena d’artistes catalanes i del conjunt d’Espanya. Aquesta segona exposició, «Coreografies del gènere», ha estat comis- sariada per Marta Segarra, catedràtica de literatura francesa i d’estudis

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274 [273–275] RESSENYES de gènere a la Universitat de Barcelona i directora de recerca al Labora- toire d’Études de Genre et de Sexualité (LEGS) al Centre National de la Recherche Scientifique, i recull l’enfocament que ha sabut donar el mo- viment feminista als reptes del nostre temps. La interseccionalitat és ab- solutament central en aquesta exposició, com es reflecteix en les seccions que la componen: «Ser dona no és natural, desconstrucció del binarisme de gènere»; «Travessar fronteres, estendre ponts, descolonitzar el feminis- me»; «Sexualitat i violència»; «Recosir-nos al món, ecofeminisme i posthu- manitat». Així, sobresurten Helena Cabello i Anna Carceller, que fan una lectura performativa de l’obra de Judith Butler inclosa en la secció sobre la desconstrucció del binarisme; o Daniela Ortiz, que denuncia a través de la fotografia el racisme institucional en la secció de descolonització del feminisme; o, encara, Maria Llopis, l’obra de la qual forma part de la secció dedicada a la sexualitat i a la violència. No sembla pas una casuali- tat que el recorregut de l’exposició es clogui amb La cara B del turisme a Barcelona, una obra sobre l’explotació de les kellys realitzada per diferents artistes amb les mateixes treballadores, probablement el recordatori més eficaç que la intenció del conjunt deFeminismes! és poder parlar més del que passa a fora del CCCB que no pas del que passa a dins. En aquest sentit, i més enllà de la selecció de les obres, el dibuix concep- tual del conjunt de les dues exposicions ens parla de la vitalitat del mo- viment, que sembla haver estat més capaç que altres experiències reivin- dicatives de travessar la modernitat líquida amb un cert èxit, conservant els vincles amb les lluites del passat però projectant-se cap al futur. Això no vol dir pas que no hagi tingut, no tingui i no tindrà els seus debats in- terns, sovint extremadament durs. Tanmateix, avui en dia sembla ser un dels vectors de democratització més forts a escala global. La seva recepta, probablement, ha estat la que es fa patent en el títol del conjunt expositiu: la pluralitat —de subjectes, de lluites, de mirades, de formes de reivindi- cació i d’expressió— com a element clau a l’hora d’entomar de forma efi- caç la fragmentació i la pèrdua de certeses del nostre temps.

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275 [273–275] Criteris editorials Presentació d’originals Els articles, estudis bibliogràfics i ressenyes que es proposin a la redacció s’han de trametre des de l’adreça https://www.dictatorships-democracies.com. En qualsevol cas, hi haurà de constar el nom de l’autor, el seu codi ORCID (http://orcid.org), la ins- titució acadèmica a què pertany i, si escau, l’identificador del projecte que ha finan- çat la recerca. Pel que fa als articles que es presentin a la secció «Dossier», «Estudis» i «Estudis bibliogràfics», han d’anar acompanyats d’un resum en la llengua de l’arti- cle i un altre en anglès, d’un màxim de 600 caràcters amb espais cadascun, i d’una relació de paraules clau, també en ambdós idiomes. S’admetran textos en qualsevol llengua romànica i en anglès. Els arxius han de tenir un format Microsoft Word, RTF o Open Office. El text s’ha de presentar amb un interlineat simple i un cos de lletra de 12 punts, excepte les ci- tacions que no vagin inserides en el text, que hauran de ser d’una mida un punt infe- rior. Els gràfics, taules o iŀlustracions van intercalats en l’article, i no al final, i seguits d’un peu d’imatge que n’identifiqui la font. Els textos han de complir els requisits bibliogràfics i d’estil indicats en aquest do- cument .

Recepció i acceptació d’originals Els articles que s’enviïn a la revista han de ser originals i inèdits, i no han de trobar-se simultàniament en revisió en altres revistes. Dictatorships & Democracies sotmet tots els articles a un procés de revisió de do- ble cec i a l’aprovació posterior del comitè editorial. A aquest efecte, la revista dis- posa d’una xarxa de revisors, que amplia quan és necessari per mitjà de la base de revisors internacional Publons. Un cop finalitzada la revisió científica dels articles, l’autor rebrà per correu electrònic els dos informes de revisió. La revista es compro- met a prendre una decisió sobre la publicació dels textos rebuts en un termini no superior a quatre mesos. Per a dubtes o consultes es pot enviar un correu electrònic a dictatorshipsdemo- [email protected].

Avís de copyright Els continguts publicats a Dictatorships & Democracies estan subjectes a una llicèn- cia Creative Commons de Reconeixement 4.0 Internacional. Correspon a l’autor gestionar els drets dels gràfics, taules, iŀlustracions i textos editats dels articles que en tinguin.

DICTATORSHIPS & DEMOCRACIES 8 (2020) · E-ISSN: 2564-8829 · PUNCTUM, UNIVERSITAT OBERTA DE CATALUNYA & FUNDACIÓ CARLES PI I SUNYER 277 Revisió lingüística i d’estil Tots els articles publicats en aquesta revista són revisats lingüísticament i estilística, i editats per adaptar-los al format. Es demanarà als autors que revisin i aprovin les compaginades del seu article al final del procés.

Normes de citació 1 Criteris generals Les citacions, quan són breus, van inserides en el text amb cometes baixes (« ») i en rodona; quan són llargues, van separades amb una línia en blanc, en rodona, sagna- des i en un cos de lletra inferior. Les cometes altes (“ ”) es reserven per marcar citacions internes a altres citacions o per a usos metalingüístics. Els termes amb valor afegit (ironia, significat especial) es marcaran en cursiva. Les notes van al peu de la pàgina, i les crides de les notes, després de la puntuació.

2 Referències bibliogràfiques Les referències bibliogràfiques es donaran segons els criteris establerts perThe Chi- cago Manual of Style, i s’aplicarà, preferentment, el sistema autor–data. A les referències abreujades al cos del text s’hi recollirà entre parèntesi el nom de l’autor en rodona, l’any de la publicació i, si escau, la paginació precedida de coma. A les referències del mateix any s’hi afegirà una lletra en cursiva (a, b, c…) per diferen- ciar-les. El número del volum s’especificarà en números aràbics, precedit d’una coma, després de l’any i abans de la paginació.

(Affron & Antliff 1997) (Arendt 1951, 78–79) (Campillo 2010) (Colomer 1978, 2: 18–19) (Evans 2015) (France-Presse 2015) (Futscher Pereira 2012, 420) (González Oliveros 1944) (Molinero & Ysàs 2010a) (Molinero & Ysàs 2010b) (Popa 2016, 678 n. 1) (Trachtenberg 2008, 95) (Vicens Vives 1951)

DICTATORSHIPS & DEMOCRACIES 8 (2020) · E-ISSN: 2564-8829 · PUNCTUM, UNIVERSITAT OBERTA DE CATALUNYA & FUNDACIÓ CARLES PI I SUNYER 278 La bibliografia al final de l’article s’ordenarà alfabèticament pel cognom dels autors. Si hi ha més d’una obra del mateix autor, s’ordenaran cronològicament. Quan sigui rellevant, s’haurà d’indicar la data de l’última consulta dels documents electrònics en línia. També s’haurà de fer constar la URL completa de les referències en línia i el nú- mero doi dels articles. Dels documents d’arxiu inèdits se n’haurà d’esmentar, sempre que en tinguin, el fons de què formen part, el topogràfic i el nom de l’arxiu complet en la primera citació i siglat en les posteriors.

Affron, Matthew, i Mark Antliff, ed. 1997. Fascist Vision: Art and Ideology in France and Italy. Nova Jersey: Princeton University Press. Arendt, Hannah. 1951. The Origins of Totalitarianism. Nova York: Harcout, Brace and Co. Campillo, Maria, ed. 2010. Allez! Allez! Escrits del pas de frontera, 1939. Sèrie Història. Barcelona: L’Avenç. Colomer, Josep M. 1978. Els estudiants de Barcelona sota el franquisme, 2 vol. Barcelo- na: Curial. Evans, Richard J. 2015. «The anatomy of hell». The New York Review of Books, 9 jul. ht t p:// www.nybooks.com/articles/2015/07/09/concentration-camps-anatomy-hell/. France-Presse. 2015. «Poland may sue over claim poles killed more Jews tan Germans during war». The Guardian, 16 oct. https://www.theguardian.com/world/2015/oct/16/ poland-anger-over-claim-that-poles-killed-more-jews-than-germans-during-war. Futscher Pereira, Bernardo. 2012. «Salazar e os interesses de “Europa”». A diplomacia de Salazar (1932–1949), 419–449. Alfragide: Dom Quixote. González Oliveros, Wenceslao. 1944. Carta a José Félix de Lequerica. 17 oct. R–1.59/24. Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores, Madrid. Molinero, Carme, i Pere Ysàs, ed. 2010a. Construint la ciutat democràtica. El moviment veïnal durant el tardofranquisme i la transició. Barcelona / Bellaterra: Icaria / UAB / Memorial Democràtic. —. 2010b. «1981: cap a la ruptura del PSUC». L’Avenç 360: 52–58. Popa, Ioana. 2016. «La pensée antitotalitaire». Dins Christophe Carle i Laurent Jean- pierre, dir., La vie intellectuelle en France, 2. De 1914 à nos jours, 674–679. Paris: Seuil. Trachtenberg, Marc. 2008. «The United States and Eastern Europe in 1945: A Reas- sessment». Journal of Cold War Studies 10 (4): 94–132. doi: https://doi.org/10.1162/ jcws.2008.10.4.94. Vicens Vives, Jaume. 1951. «Toynbee en Barcelona». La Vanguardia Española, 20 oct., 5.

DICTATORSHIPS & DEMOCRACIES 8 (2020) · E-ISSN: 2564-8829 · PUNCTUM, UNIVERSITAT OBERTA DE CATALUNYA & FUNDACIÓ CARLES PI I SUNYER 279 Editorial Criteria Submission of Originals All papers, bibliographic studies and reviews proposed for publication must be sub- mitted through the website https://www.dictatorships-democracies.com. The doc- ument must include the author’s name and the academic institution to which they belong, the ORCID code (http://orcid.org), and, if relevant, the identifier of the pro- ject financing the research. Regarding those papers submitted to the section “Dos- sier”, “Studies” and “Bibliographic Studies”, they must be accompanied by an abstract in the article’s language and another one in English, both of them up to 600 charac- ters long (including spaces), and a set of keywords, in the two languages as well. The papers can be written in any romance language and in English. The submitted file must be in Microsoft Word, RTF or Open Office format. The manuscript must be presented single-spaced and in font size 12, except for those quotations set off from the text, which must be one point smaller. Charts, tables or illustrations mustn’t be placed together at the end of the document, but separately throughout the paper, and must be followed by a caption specifying the source. All manuscripts must meet the stylistic and bibliographic requirements estab- lished in this document.

Reception and Acceptance of Originals All papers submitted to this journal must be original and unpublished, and they can’t be under consideration by any other journal at the same time. In Dictatorships & Democracies each one of the manuscripts undergoes a double- blind review process and must be later approved by the editorial committee. To that end, the journal has at its disposal a reviewers’ network, which is broadened when necessary through Publons, an international reviewer database. Once the scientific review of the papers is completed, the author will receive by email the two review reports. The journal is committed to make a decision about publishing the received manuscripts within a period no longer than four months. For doubts or inquiries email [email protected].

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DICTATORSHIPS & DEMOCRACIES 8 (2020) · E-ISSN: 2564-8829 · PUNCTUM, UNIVERSITAT OBERTA DE CATALUNYA & FUNDACIÓ CARLES PI I SUNYER 280 Linguistic and Stylistic Revision All papers published in this journal are linguistically and stylistically revised, and also edited to adjust their format. After they have been proofread, the authors will be asked to revise them for approval.

Citation Rules 1 General Criteria Quotations, when short, are included in text enclosed in quotations marks (“ ”) and in roman font; when long, they are indented and set off from the text, separated by a blank line, in roman font and in a smaller font size. Single quotation marks (‘ ’) are restricted to marking off quotations within quota- tions and the metalinguistic use of words or expressions. Those terms used ironically or in any other special way must be written in italics. Notes are placed at the bottom of the page, and footnote indicators follow punc- tuation marks.

2 Bibliographic References All biographic references must be written according to the criteria established by The Chicago Manual of Style, using, preferably, the author–date system. In-text shortened citations must include within brackets the author’s name in ro- man font, the year of publication and, if necessary, the page numbers preceded by a comma. Italicised letters (a, b, c…) are used to distinguish two or more references from the same year. The volume number must be specified in Arabic numerals after the year of publication, preceded by a comma, and before the page numbers.

(Affron & Antliff 1997) (Arendt 1951, 78–79) (Campillo 2010) (Colomer 1978, 2: 18–19) (Evans 2015) (France-Presse 2015) (Futscher Pereira 2012, 420) (González Oliveros 1944) (Molinero & Ysàs 2010a) (Molinero & Ysàs 2010b) (Popa 2016, 678 n. 1) (Trachtenberg 2008, 95) (Vicens Vives 1951)

DICTATORSHIPS & DEMOCRACIES 8 (2020) · E-ISSN: 2564-8829 · PUNCTUM, UNIVERSITAT OBERTA DE CATALUNYA & FUNDACIÓ CARLES PI I SUNYER 281 The bibliography at the end of the paper must be arranged alphabetically, by the sur- names of the authors. If there is more than one work by the same author, these must be put in chronological order. When relevant, the last date in which online documents were consulted must be indicated. The full URL of online references must be speci- fied as well, in addition to the papers’ doi number. Regarding unpublished archive files, their record group and call number must, if possible, be indicated, along with their names written in full when first cited and abbreviated in subsequent citations.

Affron, Matthew, and Mark Antliff, ed. 1997. Fascist Vision: Art and Ideology in France and Italy. New Jersey: Princeton University Press. Arendt, Hannah. 1951. The Origins of Totalitarianism. New York: Harcout, Brace and Co. Campillo, Maria, ed. 2010. Allez! Allez! Escrits del pas de frontera, 1939. Sèrie Història. Barcelona: L’Avenç. Colomer, Josep M. 1978. Els estudiants de Barcelona sota el franquisme, 2 vol. Barcelo- na: Curial. Evans, Richard J. 2015. “The anatomy of hell”. The New York Review of Books, 9 jul. ht t p:// www.nybooks.com/articles/2015/07/09/concentration-camps-anatomy-hell/. France-Presse. 2015. “Poland may sue over claim poles killed more Jews tan Germans during war”. The Guardian, 16 oct. https://www.theguardian.com/world/2015/oct/16/ poland-anger-over-claim-that-poles-killed-more-jews-than-germans-during-war. Futscher Pereira, Bernardo. 2012. “Salazar e os interesses de ‘Europa’”. A diplomacia de Salazar (1932–1949), 419–449. Alfragide: Dom Quixote. González Oliveros, Wenceslao. 1944. Letter to José Félix de Lequerica. 17 oct. R–1.59/24. Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores, Madrid. Molinero, Carme, and Pere Ysàs, ed. 2010a. Construint la ciutat democràtica. El movi- ment veïnal durant el tardofranquisme i la transició. Barcelona / Bellaterra: Icaria / UAB / Memorial Democràtic. —. 2010b. “1981: cap a la ruptura del PSUC”. L’Avenç 360: 52–58. Popa, Ioana. 2016. “La pensée antitotalitaire”. In Christophe Carle and Laurent Jean- pierre, dir., La vie intellectuelle en France, 2. De 1914 à nos jours, 674–679. Paris: Seuil. Trachtenberg, Marc. 2008. “The United States and Eastern Europe in 1945: A Reas- sessment”. Journal of Cold War Studies 10 (4): 94–132. doi: https://doi.org/10.1162/ jcws.2008.10.4.94. Vicens Vives, Jaume. 1951. “Toynbee en Barcelona”. La Vanguardia Española, 20 oct., 5.

DICTATORSHIPS & DEMOCRACIES 8 (2020) · E-ISSN: 2564-8829 · PUNCTUM, UNIVERSITAT OBERTA DE CATALUNYA & FUNDACIÓ CARLES PI I SUNYER 282 Criterios editoriales Presentación de originales Los artículos, estudios bibliográficos y reseñas que se propongan a la redacción de- ben enviarse desde la dirección https://www.dictatorships-democracies.com. En el documento tendrán que constar el nombre del autor, su código ORCID (ht t p://orcid . org), la institución académica a la que pertenece y, si es pertinente, el identificador del proyecto que ha financiado la investigación. En lo referente a los artículos que se presenten a la sección «Dosier», «Estudios» y «Estudios bibliográficos», deben ir acom- pañados de un resumen en la lengua del artículo y otro en inglés, de un máximo de 600 caracteres con espacios cada uno, y de una relación de palabras clave, también en los dos idiomas. Se admitirán textos en cualquier lengua románica y en inglés. Los archivos deben tener el formato Microsoft Word, RTF o Open Office. El texto tiene que presentarse en un interlineado simple y un cuerpo de letra de 12 puntos, exceptuando las citas que no vayan insertadas en el texto, que serán de un tamaño un punto inferior. Los gráficos, tablas o ilustraciones van intercalados en el artículo, y no al final, y seguidos de un pie de imagen que identifique su origen. Los textos deben cumplir los requisitos bibliográficos y de estilo indicados en este documento.

Recepción y aceptación de originales Los artículos que se envíen a la revista tienen que ser originales y inéditos, y no deben encontrarse simultáneamente en revisión en otras revistas. Dictatorships & Democracies somete todos los artículos a un proceso de revisión a doble ciego y a la aprobación posterior del comité editorial. A tal efecto, la revis- ta dispone de una red de revisores, que amplía cuando es necesario por medio de la base de revisores internacional Publons. Una vez finalizada la revisión científica de los artículos, el autor recibirá por correo electrónico los dos informes de revisión. La revista se compromete a tomar una decisión sobre la publicación de los textos reci- bidos en un plazo no superior a cuatro meses. Para dudas o consultas puede enviarse un correo electrónico a dictatorshipsde- [email protected].

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DICTATORSHIPS & DEMOCRACIES 8 (2020) · E-ISSN: 2564-8829 · PUNCTUM, UNIVERSITAT OBERTA DE CATALUNYA & FUNDACIÓ CARLES PI I SUNYER 283 Revisión lingüística y de estilo Todos los artículos publicados en esta revista son revisados lingüística y estilística- mente, y editados para adaptarlos al formato. Se pedirá a los autores que revisen y aprueben las compaginadas de su artículo al final del proceso.

Normas de citación 1 Criterios generales Las citas, cuando son breves, se insertan en el texto con comillas bajas (« ») y en re- donda; cuando son largas, se escriben separadas por una línea en blanco, en redonda, con sangría y en un cuerpo de letra inferior. Las comillas altas (“ ”) se reservan para marcar citas internas dentro de otras citas o para usos metalingüísticos. Los términos con valor añadido (ironía, significado es- pecial) se marcarán en cursiva. Las notas van al pie de la página, y las llamadas de nota, después de la puntuación.

2 Referencias bibliográficas Las referencias bibliográficas se escribirán según los criterios establecidos por The Chicago Manual of Style, y se aplicará, preferentemente, el sistema autor–fecha. En las referencias abreviadas en el cuerpo del texto se recogerá entre paréntesis el nombre del autor en redonda, el año de la publicación y, si es pertinente, la pagi- nación precedida de coma. En las referencias del mismo año se añadirá una letra en cursiva (a, b, c…) para diferenciarlas. El número del volumen se especificará en nú- meros arábicos, precedido de una coma, después del año y antes de la paginación.

(Affron & Antliff 1997) (Arendt 1951, 78–79) (Campillo 2010) (Colomer 1978, 2: 18–19) (Evans 2015) (France-Presse 2015) (Futscher Pereira 2012, 420) (González Oliveros 1944) (Molinero & Ysàs 2010a) (Molinero & Ysàs 2010b) (Popa 2016, 678 n. 1) (Trachtenberg 2008, 95) (Vicens Vives 1951)

DICTATORSHIPS & DEMOCRACIES 8 (2020) · E-ISSN: 2564-8829 · PUNCTUM, UNIVERSITAT OBERTA DE CATALUNYA & FUNDACIÓ CARLES PI I SUNYER 284 La bibliografía al final del artículo se ordenará alfabéticamente por el apellido de los autores. Si hay más de una obra del mismo autor, se ordenarán cronológicamente. Cuando sea relevante, tendrá que indicarse la fecha de la última consulta de los do- cumentos electrónicos en línea. También deberá hacerse constar la URL completa de las referencias en línea y el número doi de los artículos. De los documentos de archivo inéditos se tendrá que especificar, si es posible, el fondo del que forman parte, el topo- gráfico y el nombre del archivo completo en la primera cita y siglado en las posteriores.

Affron, Matthew, y Mark Antliff, ed. 1997. Fascist Vision: Art and Ideology in France and Italy. Nueva Jersey: Princeton University Press. Arendt, Hannah. 1951. The Origins of Totalitarianism. Nueva York: Harcout, Brace and Co. Campillo, Maria, ed. 2010. Allez! Allez! Escrits del pas de frontera, 1939. Sèrie Història. Barcelona: L’Avenç. Colomer, Josep M. 1978. Els estudiants de Barcelona sota el franquisme, 2 vol. Barcelo- na: Curial. Evans, Richard J. 2015. «The anatomy of hell». The New York Review of Books, 9 jul. ht t p:// www.nybooks.com/articles/2015/07/09/concentration-camps-anatomy-hell/. France-Presse. 2015. «Poland may sue over claim poles killed more Jews tan Germans during war». The Guardian, 16 oct. https://www.theguardian.com/world/2015/oct/16/ poland-anger-over-claim-that-poles-killed-more-jews-than-germans-during-war. Futscher Pereira, Bernardo. 2012. «Salazar e os interesses de “Europa”». A diplomacia de Salazar (1932–1949), 419–449. Alfragide: Dom Quixote. González Oliveros, Wenceslao. 1944. Carta a José Félix de Lequerica. 17 oct. R–1.59/24. Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores, Madrid. Molinero, Carme, y Pere Ysàs, ed. 2010a. Construint la ciutat democràtica. El moviment veïnal durant el tardofranquisme i la transició. Barcelona / Bellaterra: Icaria / UAB / Memorial Democràtic. —. 2010b. «1981: cap a la ruptura del PSUC». L’Avenç 360: 52–58. Popa, Ioana. 2016. «La pensée antitotalitaire». En Christophe Carle y Laurent Jean- pierre, dir., La vie intellectuelle en France, 2. De 1914 à nos jours, 674–679. París: Seuil. Trachtenberg, Marc. 2008. «The United States and Eastern Europe in 1945: A Reas- sessment». Journal of Cold War Studies 10 (4): 94–132. doi: https://doi.org/10.1162/ jcws.2008.10.4.94. Vicens Vives, Jaume. 1951. «Toynbee en Barcelona». La Vanguardia Española, 20 oct., 5.

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