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LAS EN EL SISTEMA NARRATIVO DE CERVANTES

MARIO CASTRO ARENAS

La interpretación comparativa de Don Quijote y las Novelas Ejemplares conduce a diseñar la narrativa cervantina como un ordenamiento total, coherente, vinculante, como un todo, por las estructuras del relato, vale decir, personajes, estilo, visión de España y del mundo del siglo XVI. Las Novelas Ejemplares, escritas entre 1590 y 1612, fueron publicadas en 1613; la segunda parte de Don Quijote apareció en 1616. La distancia cronológica es estrecha y atiende a destacar el universo narrativo como un proceso común de creación literaria. No se ha estudiado suficientemente la conectividad entre el Quijote y las Novelas Ejemplares, quizás debido a que se ha buscado, preferentemente, la preeminencia de los personajes del Quijote sin parar mientes en que la auténtica ejemplaridad narrativa reside en la variedad creativa de la novelística general de Cervantes y en los rasgos característicos, verbigratia, de personajes femeninos antinómicos a Dulcinea, Marcela, Camila, Dorotea-la Princesa Micomicona, las mujeres del partido, Teresa, la compañera de Sancho Panza etc.

La abrumadora notoriedad literaria de Don Quijote ha opacado en cierta manera las Novelas Ejemplares, universo paralelo en que se aprecia la compleja, densa, multifacética, riqueza narrativa de Cervantes, concebida en el tiempo casi simultáneamente. Cervantes no fue un diletante que tocó la flauta, inesperadamente, con Don Quijote. Muy al contrario, Cervantes fue un escritor profesional dedicado intensamente al ejercicio literario de géneros diversos, la novela por encima de los otros, que subyugó por la originalidad del Quijote como criatura sui géneris de tardío detractor de las novelas de caballería, pero buscó en la novela corta, poesía, entremeses, otras variantes de cultivo literario. Una de las afortunadas variantes del quehacer creativo son las “Novelas Ejemplares”.

, , las Dos Doncellas, el Amante Liberal, el Celoso Extremeño y la Española Inglesa” son resultado del empleo del recurso griego de la anagnórisis, esto es la revelación a veces tardía y en ocasiones fatal de la identidad (Edipo) o el reconocimiento de una persona por otra como se insinúa desde el inicio de la novela “La Gitanilla” cuando los habitúes de la posada ponen los ojos en Preciosa por la belleza, por sus maneras y dichos que rompen el estándar de las gitanas comunes y corrientes. Cervantes expone con crudeza las características morales de los como contraste a la Gitanilla Preciosa: “Parece que los gitanos y gitanas solamente nacieron en el mundo para ser ladrones, nacen de padres ladrones, críanse con ladrones, estudian para ladrones y finalmente salen con ser ladrones corrientes y molientes a todo ruedo; y la gana del hurtar y el hurtar son en ellos como accidentes inseparables, que no se quitan sino con la muerte. Una, pues, de esta nación, gitana vieja que podía ser jubilada en la ciencia de Caco, crió una muchacha con nombre de nieta suya, a quien puso nombre Preciosa, y a quien enseñó todas sus gitanerías y modos de embelecos y trazas de hurtar. Salió la tal Preciosa la más única bailaora que se hallaba en todo el gitanismo, y la más hermosa y discreta que pudiera hallarse, no entre los gitanos sino entre cuantas hermosas y discretas pudiera pregonar la fama. Ni los soles, ni los aires, ni todas las inclemencias del cielo, a quien más que a otras gentes están sujetos los gitanos, pudieron deslustrar su rostro ni curtir las manos; y lo que es más, que la crianza tosca en que se criaba no descubría en ella sino ser nacida de mayores prendas que de gitana, porque era en extremo cortés y bien razonada”. El contraste de vileza y virtud, desde las primeras frases, muestra la existencia de algo intrigante y desconocido en el retrato de Preciosa. Bailarina y cantante de coplas y romances, Preciosa atrae la admiración de galanes tanto por su desenvoltura artística cuanto por su belleza y garbo. La gitana vieja, que fungía como abuela, conoce y oculta el origen biológico de Preciosa, para especular mercantilmente con ambigüedad premeditada y recabar ganancias. Conoce el secreto, pero lo oculta a la misma Preciosa, que acepta la condición impuesta por la abuela putativa. Las coplas y romances que entona Preciosa transparentan la vena poética de Cervantes en ésta y otras novelas en las que enlaza su afición a los cantares populares, tal como hiciera Lope de Vega con las comedias.

En verdad, la concomitancia literaria de poesía popular y poesía tradicional es de antigua data. Menéndez Pidal señala que “la poesía popular florece siempre por efecto de un cultivo literario, cuando una moda, debida a cualquier circunstancia, invade a los poetas cultos y les inclina a un género propio del pueblo. El romancero español florece cuando se puso de moda en la corte de Enrique IV, de los Reyes Católicos, de Carlos V, y, ¿quién será tan incomprensivo que llame época de cultura indiferenciada o en estado natural a esa época española de refinamiento renacentista y crítico, que se sintetiza en nombres como “La celestina, el Lazarillo, Garcilaso, Guevara, Valdés?”. Menéndez Pidal Ramón. “Poesía popular y poesía tradicional” en “Mis páginas mejores”. Gredos. 1957. (1) Bien pudo Menéndez Pidal incorporar las “Novelas Ejemplares” de Cervantes, aunque no llegó a las alturas de la poesía culta de Góngora, quien, por cierto, cultivó, también, la copla popular.

LA GITANILLA

Volviendo a La Gitanilla” diremos que los versos no constituyen alarde artificioso para entremezclarlos con la corriente narrativa. Son la clave para llevar a Preciosa a la casa del teniente donde la conoce doña Clara, su mujer, que, con ternura barroca, describe a Preciosa como “niña de oro, y niña de plata, y niña de perlas, y niña de carbuncos, y niña del cielo”, en arrebato gongorino. El romance, obra de un admirador desconocido, aproxima la anagnórisis de Preciosa, frustrada por no recibir las monedas prometidas en casa del teniente. Al volver a Madrid acompañada de las mozas labradoras unidas para atajar asaltos si los hubiere, en el camino tropiezan con un mancebo aderezado de costosa vestimenta y daga y espada, que pidió platicar con la gitana vieja. Se presenta como hijo de un funcionario que pretende puesto en la Corte. Pero la razón de la plática es su admiración por Preciosa, gitana pobre y humildemente nacida, pero a la que no “desmoronan dádivas, ni me inclinan sumisiones, ni me espantan finezas enamoradas”. Preciosa plantea sus condiciones al pretendiente para demostrar que obras son amores, y no meras palabras. El teniente y la consorte prometen recompensarla mas no pasan de halagos. El funcionario habla de llevarla a la corte para que la oiga y conozca el rey. Con sorprendente madurez corta el hilo de los sofismas palaciegos, aclarando: “Querránme para truhana – respondió Preciosa – y yo no lo sabré ser, y todo irá perdido. Si me quisiesen para discreta, aún llevarme hían, pero en algunos palacios más medran los truhanes que los discretos. Yo me hallo bien con ser gitana y pobre, y corra la suerte por donde el cielo quisiese”. Ahí surge el escepticismo de Cervantes sobre el engañoso boato palaciego. No fue inquilino de palacios y lo restriega al lector.

Sintiéndose aludido por las mordaces frases de Preciosa, el mancebo extravagantemente ataviado solicita que ella y la gitana vieja escuchen la verdad de su propósito. Se presenta como hijo de un noble en busca de favores para ingresar a la corte, puntualizando que la requiere para que sea su esposa, adelantando cien escudos de oro como arra. Preciosa se mantiene en sus trece, insistiendo que debe vivir como gitano. “Habéis de dejar la casa de vuestros padres y la habéis de trocar con nuestros ranchos; y, tomando el traje de gitano, habéis de cursar dos años en nuestras escuelas en el cual tiempo me satisfaré yo de vuestra condición, y vos de la mía”. El mancebo no se arredra y se compromete a regresar en ocho días para confirmar su pretensión y vivir como un gitano, tal como le encarece Preciosa. Entretanto emerge un paje que entregó un manojo de romances a Preciosa, produciéndose un ligero debate sobre poesía y riqueza material con el trasfondo de la experiencia de Cervantes como poeta. Buscando la casa de Andrés en Madrid, Preciosa da con el padre que la halaga y le pide ofrezca una presentación de sus virtudes artísticas ante los caballeros de la casa solariega. Cervantes maneja con maestría narrativa estos pasajes que combinan lisonjas versificadas sobre Preciosa, los celos de Andrés por los versos del paje que trasiegan alabanzas que ponderan un conocimiento de la gitanilla anterior a sus cuitas, más las sospechas del padre sobre las mudanzas del color de Andrés al oír los versos. Finalmente, Andrés cumple lo prometido y se integra a la grey de gitanos de la tribu de Preciosa. Un viejo gitano toma las manos de Preciosa y se dirige al galán Andrés para explicarle cuál es la filosofía de vida de los gitanos, marginales del statu quo, ajenos a los convencionalismos morales, jurídicos y sociales, todo lo que los hace soberanos de sus leyes y estatutos; discurre sobre la lealtad de las gitanas, fieles como esposas, castigadas hasta la muerte si incurren en las malandanzas adulterinas. “Entre nosotros así hace divorcio la vejez como la muerte; el que quisiere puede dejar la mujer vieja, como él sea mozo, y escoger otra que corresponda al gusto de sus años. Con éstas y otras leyes y estatutos nos conservamos y vivimos alegres; somos señores de los campos, de los sembrados, de las selvas, de los montes, de las fuentes, de los ríos. Los montes nos ofrecen leña de balde; los árboles, frutas; las viñas, uvas; las huertas, hortalizas; las fuentes, agua; los ríos, peces; y los vedados, caza; sombra las peñas; aire fresco, las quiebras; y casas, las cuevas. Para nosotros las inclemencias del tiempo son oreos, refrigerio las nieves, baños la lluvia, música los truenos y hachas los relámpagos”.

El elogio de la vida rural de los gitanos constituye tácito reproche a la ponzoña de la vida urbana, coincidiendo con el discurso de Marcela en el Quijote sobre su residencia en la pureza ecológica del bosque cual barrera protectora de las acechanzas de los frívolos galanteos de las ciudades. Preciosa ajusta la filosofía del anciano gitano a su sentido de la vida como mujer libre, pero casta y discreta, humilde y poderosa de las convicciones éticas de la gitanería. Advierte al buen Andrés del imperativo de acatar no sólo la legislación de la tribu sino de su voluntad de unirse a él si en los dos años de convivencia su conducta se adecúa a las prescripciones instituidas por ella misma.

Sin embargo, los discursos románticos son turbados por la presencia de un extraño que simula estar perdido en las cercanías del aduar y sufre las embestidas de los perros. Andrés lo hace curar de sus heridas, pero descubre las intenciones reales del paje, autor de los romances entregados a Preciosa, como pretexto para estar cerca de la gitanilla, ya preocupada y fatigada de los ardides de los galanes empeñados en seguirle los pasos, ora ingresando al mundo de los gitanos como Andrés, ora repartiendo dinero a raudales entre los codiciosos miembros de la tribu. El quid del asunto era seguir discretamente a Preciosa por donde fuese, Sevilla o Toledo, Valladolid o Madrid. Ganar su corazón era el desafío: Andrés conviviendo con los gitanos y seguir sus reglas; Clemente escribiendo versos sobre su belleza y exaltando sus cualidades. Otro de los desafíos es la versificación rimada. Acontecen pequeños percances alrededor de los pretendientes de Preciosa. La hija de la dueña de un mesón resulta seducida por la gallardía de Andrés y se arrebata para que la tome por esposa. Al responder que ha dado su palabra a los gitanos para casarse con Preciosa después de un lapso de dos años, la mesonera, despechada por las razones de Andrés, urde la intriga de denunciarle por la pérdida supuesta de valiosas joyas de su casa y así impedir que le siga los pasos a la gitanilla por doquiera. Andrés no puede librarse de la mala fama de los gitanos como ladrones y embusteros. La despechada grita a todo pulmón que le han robado valiosas alhajas que por años guardaba la familia, alhajas que sus secuaces habían plantado entre la ropa de Andrés. El alcalde del pueblo de Murcia, pariente de la denunciante, descubre las joyas plantadas. Andrés es detenido entre el descontento de los gitanos que conocen que Andrés no tiene las manos ligeras de la cofradía. En esta circunstancia de premeditación y alevosía estalla la reacción de Preciosa, dando fe de la honestidad de su galán, encarcelado por las bajas pasiones de la truhana. Un soldado lanzó una retahíla de vejámenes presentando al embelesado Andrés, que en mala hora fingió ser gitano y arrastrar así la leyenda negra. El altisonante abofetea en público al discreto mancebo, herido en su honra, que acometió con espada al maldiciente soldado y de estocada puntual le mandó a la tumba. Un alud de espanto y tristeza se abate sobre Preciosa al tomar conciencia de que era inevitable la separación del paciente novio. “¡Señor! misericordia, misericordia¡ Si mi esposo muere, yo estoy muerta. El no tiene culpa, y si la tiene, déseme a mi la pena” implora, desconsolada, la gitanilla. La situación, de pronto, desemboca, repentinamente, en un giro de tuerca, con el anticlímax narrativo de la anagnórisis urdido por Cervantes. La gitana vieja, aplastada por el fatal incidente que perturba seriamente el juicio de Preciosa, revela al corregidor y su esposa la identidad de la muchacha. Muestra documentos ajados por el tiempo que guardaba en un cofrecillo. Ahí estaban las pruebas de que Preciosa era Constanza de Azevedo y de Meneses, niña de noble alcurnia que ella robó y crio como si fuera la abuela. La corregidora cayó desmayada al verificar que la gitanilla era la hija que creyó perdida para siempre. La revelación alcanzó al mancebo al aclararse que no era un gitano sino don Juan de Cárcamo, hijo de don Francisco de Cárcamo, del hábito de Santiago. Recuperada quedó la ecuanimidad de los progenitores de la pareja que viró vertiginosamente del inminente dolor al esplendor de la máxima felicidad. La mesonera confesó que hilvanó el robo para desfogar el rencor. Concluye el talentoso narrador de “La gitanilla” que con el alborozo del matrimonio de Juan y Constanza “se enterró la venganza y resucitó la clemencia”.

LA ILUSTRE FREGONA

La peripecia del pícaro que duerme a la intemperie donde le coja la noche y transita a pie por los senderos rurales y experimenta una errática trashumancia constituye el telón de fondo social en “La ilustre fregona”, acompasado otra vez con el juego de las identidades. “No todo es como parece” es la premisa mayor del narrador en estas obras como en el Quijote, fundamentando las diferencias radicales entre la percepción externa de personas y cosas y la intimidad de sentimientos y la realidad que el ojo no percibe. Preciosa tiene la apariencia de una gitanilla, pero, en verdad, su origen es de cuna nobiliaria. Diego de Carriazo, retoño criado entre finos pañales, por amor a la libertad de la aventura individual, asumió a lo externo el ropaje y la línea de comportamiento de un pícaro. “Trece años, o poco más, tendría Carriazo cuando, llevado de una inclinación picaresca, sin forzarle a ello algún mal tratamiento de sus padres le hiciesen, sólo por gusto y antojo, se desgarró, como dicen los muchachos, de casa de sus padres, y se fue por ese mundo adelante, tan contento de la vida libre, que en la mitad de las incomodidades y miserias que trae consigo, no echaba menos la abundancia de la casa de su padre, ni el andar a pie le cansaba, ni el frío le ofendía, ni el calor le enfadaba. Para él todos los tiempos del año le eran dulce y templada primavera; tan bien dormía en parvas como en colchones; con tanto gusto se soterraba en un pajar de un mesón como si se acostara entre dos sábanas de Holanda. Finalmente él salió tan bien con el asumpto de pícaro, que pudiera leer cátedra en la facultad al famoso de Alfarache”. La descripción de Cervantes de la condición de vida del mancebo disfrazado de pícaro, y, asimismo, la alusión al personaje Guzmán de Alfarache de la novela picaresca presentan a Cervantes, por un lado, como un sociólogo avant la lettre, conocedor de los desbalances de la sociedad española del siglo XVII, y, por otro lado, como lector atento de la narrativa picaresca de su época, puesta de manifiesto, también, en “”. Al igual que en el capítulo de Marcela de “Don Quijote”, se advierte en “La ilustre fregona” que ciertos jóvenes urbanos de la sociedad del siglo XVII se sintieron tentados a experimentar los acaecimientos de la existencia pastoril, para bien o para mal de su destino. La pintura realista de los pícaros, reales o fingidos, trasunta su conocimiento directo de los estratos diferentes de la estructura social de España, polarizada entre pobres y opulentos, aventureros y sedentarios, pícaros y honestos. Así transmite con elocuente énfasis en este pasaje de “La ilustre fregona” :

“¡Oh pícaros de cocina, sucios, gordos y lucios; pobres fingidos, tullidos falsos, cicateruelos de Zocodover y de la plaza de Madrid, vistosos oracioneros, esportilleros de Sevilla, mandilejos de la hampa, con toda la caterva innumerable que se encierra debajo deste nombre pícaro! bajad el toldo, amainad el brío, no os llamaréis pícaros sino habéis cursado dos cursos en la academia de la pesca de los atunes. ¡Allí, allí, que está en su centro el trabajo junto con la poltronería! Allí está la suciedad limpia, la gordura rolliza, el hambre prompta, la hartura abundante, sin disfraz el vicio, el juego siempre, las pendencias por momentos, las muertes por puntos, las pullas a cada paso, los bailes como en bodas, las seguidillas como en estampa, los romances con estribos, la poesía sin acciones. Aquí se canta, allí se reniega, acullá se riñe acá se juega, y por todo se hurta. Allí campea la libertad y luce el trabajo, allí van o envían muchos padres principales a buscar sus hijos y los hallan; y tanto sienten sacarlos de aquella vida como si los llevaran a dar la muerte”.

En pocas palabras, mientras unos españoles del siglo XVI o XVII se jugaban la vida en las Indias o en los tercios de Flandes, otros se ganaban la vida como falsos ciegos, cojos impostores, limosneros apócrifos. Cervantes pudo quizás mencionar a picaros trocados en validos enriquecidos como Álvaro de Luna; ministros consejeros de los Habsburgos hurtadores de recursos de España; judíos conversos como los Pedrarias Dávila de Segovia que escalan en la sociedad monárquica a la sombra del poder político; eclesiásticos aprovechados del dinero de las indulgencias. En fin, Cervantes describe el corrupto retablo del dualismo de los pícaros que inventan discapacidades físicas para medrar engañando a los incautos compasivos, pero lo mismo pudo involucrar a los funcionarios de la burocracia colonial elevados a magnates con el oro de Indias dentro del remoquete quevedesco de “Poderoso caballero es don Dinero”. Gitanos, pícaros, burócratas, unos robando, otros engañando, otros despojando a los indígenas de los tesoros de los reinos americanos, todos participan en el festín de las bodas de Camacho, la zona oscura de la España de los Austria.

Aunque “La ilustre fregona” es el personaje central de la novela, no escapa a la mirada crítica la visión de la pululante picaresca que recurre al trompe l´oeil para el embuste parasitario. Sin embargo, se despliega la sorpresa de los mancebos de buena casa que se disfrazan de pícaros para gozar la libertad de la aventura. Diego de Carrizo regresa al seno de la familia que lo festeja como el hijo pródigo de vuelta al redil. Pero le ha picado el gusanillo de la aventura. Convence a su amigo Tomás de Avendaño de trasvestirse como un pobre vagabundo para disfrutar otra vez las puertas de la libertad heterodoxa, ocultando su identidad. En el tráfago de los caminos conocen la leyenda de una bella mozuela de la posada del Sevillano, la ilustre fregona, que muchos anhelas, pero pocos o ninguno goza de sus favores, porque ella “es dura como un mármol y zahareña como villana de Sayago y áspera como una ortiga, pero tiene un cara de pascua y un rostro de buen año; en una mejilla tiene el sol y en la otra la luna; la una es hecha de rosas y la otra de claveles”. Desmenuzan los mancebos el proyecto de estudios en Salamanca avalado por el dinero de sus padres. Venden las mulas, engañan al ayo con una carta en la que confiesan que cambiarán Bruselas por la universidad de Salamanca y a España ´por Flandes. Se hospedan en la posada donde trabaja la hermosa fregona que encandila a frustrados admiradores. Avendaño echa por la ventana el proyecto de sus padres y emprende el desafío de los amoríos de la seductora fregona, que, en realidad, posee otra identidad que ella ignora. En puridad de verdad, los personajes tienen dos identidades, una volcada hacia afuera, otra sumergida en la entretela del auténtico origen, confirmando que “nada es lo que parece”, en el sistema narrativo de y Saavedra.

La mujer es el deus ex maquina en estas novelas ejemplares de naturaleza sentimental o romántica en las que el destino de los personajes masculinos puede cambiar como el viento, según lo disponga el karma de los amantes. La singularidad de Cervantes reside en la minuciosidad del relato, ora abriendo la intimidad de las familias españolas, ora enhebrando a la acción central personajes aparentemente secundarios – la Arguello, las gallegas del servicio doméstico, los aguadores, las autoridades civiles y policiales, los padres de Carriazo y Avendaño, el agresivo Lope Asturiano, el conciliador Tomás Pedro – que inciden en las subramificaciones de la trama. La novela picaresca contemporánea del Siglo de Oro es rica en los detalles humanos en las novelas de caballería, el Lazarillo de Tormes, la Pícara Justina, el Guzmán de Alfarache, acopiando antecedentes expresivos elocuentes en el Cantar del Mío Cid (la flagelación de las hijas del Cid en un robledal), el Libro del Buen Amor(los sortilegios amatorios de la Trotaconventos), la Celestina (los embaucamientos de la alcahueta- bruja), el Buscón (el dueño de la pensión y los estudiantes). Cervantes excede el género de la picaresca porque incorporó en las Novelas Ejemplares elementos literarios, psicológicos, románticos, filosóficos, históricos. Pienso que es limitada la influencia de Bocaccio del Decamerón sobre la narrativa cervantina, dado que la tradición literaria española le suministró modelos idiosincráticos de personajes, estilo, sátira, crítica social, visión del mundo en general, y otros factores provenientes de su experiencia vital. La inmensa aportación de Cervantes en Don Quijote y las Novelas Ejemplares es la mezcla de la realidad y la percepción fantástica de la misma, el contraste de la imaginación creadora con el análisis crítico de la sociedad española del siglo XVII bajo la sombrilla de los monarcas de la Casa de Austria. Súmase a ello el ensamble de coplas y romances insertados por el narrador en el contexto de la narrativa. Lope Asturiano canta ciertas coplas sobre el auge musical de la chacona en relación a Costanza, la ilustre fregona llamada ilustre porque friega vajilla de plata y no de simple loza: “Esta india amulatada/ de quien la fama pregona/ que ha hecho más sacrilegios / e insultos que hizo Aroba/ ´ésta a quien es tributaria/ la turba de las fregonas/ la caterva de los pajes/ y de lacayos la tropas/ dice, jura y no revienta,/ que a pesar de la persona/ del soberbio zambapalo,/ ella es la flor de la olla/ y que sola la chacona/ encierra la vida bona.”

Finalmente se despeja el caos de las situaciones al aclararse que Costanza es la hija de una peregrina de noble alcurnia que la dejó bajo el cuidado del dueño del mesón. El corregidor reconoce a Costanza como la hija que creyó perdida al desaparecer del mundo la infortunada madre que la parió y entregó al mesonero. Se repite la anagnórisis multiplicada: la ilustre fregona es señora nacida en cuna de oro; Carriazo y Avendaño no son los mesoneros humildemente ataviados para engañar a la gente y estar cerca de Costanza, sino mancebos de encajes y holandas. Como dice el estribillo, la vida es bona como la chacona.

LA ESPAÑOLA INGLESA

El sitio de Cádiz por la escuadra inglesa es el punto de partida de esta novela centrada en el rapto virtual de una niña española por Clotaldo, caballero inglés que la llevó a Londres para que su esposa la criara y educara en la excelencia de las buenas costumbres y así amortiguar la desobediencia del bando emitido por el Conde de Leste ordenando la devolución inmediata de quien, con el devenir del tiempo, se convirtió en la española inglesa. Los ingleses no solamente saquearon el puerto, incendiando bienes inmuebles, conventos y bibliotecas, sino que, además, secuestraron niños con el manto encubridor del puritanismo religioso. Sin embargo, el narrador no concibió la novela en tono de protesta por los desmanes materiales de la marinería británica, sino que envolvió el relato en las consecuencias del cisma antipapista del anglicanismo fundado por Enrique VIII y fortalecido por su hija la reina Isabel. La búsqueda de una dialéctica de unidad entre españoles y británicos fue instrumentada por Felipe II al desposarse con una inglesa para cicatrizar heridas, sin conseguirlo. De alguna manera Cervantes perseveró en la estrategia unitaria de Felipe II, presentando el amor de Ricaredo, hijo de Clotaldo, con la hija adoptiva Isabel, como un nuevo intento de unión o fusión de las monarquías de ambas naciones. La reina Isabel invitó a la bella española inglesa para conocerla en compañía de sus tutores. Pero al enterarse de los planes matrimoniales decidió separar la pareja, enviando a Ricaredo como capitán de una nave corsa a la vez que destinaba a Isabel como doncella de la corte.

Sostiene Georg Lukács que la novela histórica nació a principios del siglo XIX, aproximadamente, en la época de la caída de Napoleón. (El Waverley de Walter Scott se publicó en 1814) (1) Lukács Georg, “La Novela Histórica”, 1966. Era, México. Pero “La española inglesa” de Miguel de Cervantes es una novela histórica de principios del siglo XVII que Luckács no tomó en cuenta. “La española inglesa” se inserta en la veracidad del cuadro histórico del régimen de Isabel de Inglaterra. El romance, truncado al principio, de Isabel la española y de Ricaredo el inglés en el seno de la familia católica de Clotaldo responde a la inventiva de Cervantes, pero el escenario histórico, tanto inglés como hispano, es genuino, con las libertades consiguientes del narrador. La estrategia diplomática de Felipe II buscó el acercamiento con Inglaterra para contrarrestar las controversias bélicas con Francia, procedentes de las pugnas de Carlos V y Francisco I. Felipe II, como sabemos, se casó con María Tudor, antes la prometida temporal de su padre; pero se disolvió el matrimonio por la incompatibilidad de caracteres de Felipe y María Tudor, una unión forzada, además, por intereses diplomáticos. Curiosamente, relata Antonio Pérez, secretario de Felipe II, “el matrimonio se contrajo por poderes con el conde de Egmont, que, cumpliendo con el protocolo, compartió el lecho esa noche con la novia en presencia de la Corte; por supuesto, ella vestida, y él, cubierto con armadura hasta los dientes”(2) Gala Antonio, El pedestal de las estatuas. Se deduce que Cervantes pretendió, metafóricamente, restaurar la concertación diplomática de España e Inglaterra, frustrada por el fracaso del matrimonio de Felipe y María Tudor y por la ruptura con el catolicismo romano llevada a cabo por Enrique VIII. El autor modificó el rol histórico de Isabel de Tudor al presentarla como una especie de hada madrina favorable al enlace de la española Isabel con el británico Ricaredo, con la condición del alistamiento de éste en la marina de guerra de los corsarios al servicio de la corona y el ingreso a la corte de la bella española arrancada del hogar por el católico secreto Clotaldo. Ricaredo prometió regresar al cabo de dos años para desposar a Isabel. El proyecto matrimonial tropezó con el intento de asesinato de Ricaredo cuando dormía en un poblado italiano por los secuaces de su enemigo mortal, el Conde Arnesto. El criado del caballero inglés huyó por la ventana, creyendo que el amo había muerto al oír los disparos, difundiendo la noticia por todas partes. Abrumada por la dolorosa decepción, Isabel decidió ingresar a un convento como monja al enterarse de la desaparición del novio, desaparición alargada por el cautiverio a manos de piratas turcos que, tras capturar la goleta en la cual viajaba, lo encerraron en una prisión en Argel para extorsionar con un rescate Todos los detalles de las peripecias de Ricaredo que se presenta cuando se disipa la tristeza de Isabel, de vuelta al hogar de sus padres españoles, estando en trance de entrar al monasterio de Santa Paula para entregarse al servicio divino, son narrados con maestría en esta novela histórica, que abre, también, el pórtico de la novela inglesa de costumbres del siglo XVIII. Como precursor de la novela histórica, Cervantes cumplió a cabalidad la reflexión de Lukács en el sentido de que “poco importa, pues, en la novela histórica la relación de los grandes acontecimientos históricos; se trata de resucitar poéticamente a los seres humanos que figuraron en esos acontecimientos. Lo importante es procurar la vivencia de los móviles sociales e individuales por los que los hombres pensaron, sintieron y actuaron precisamente del modo que ocurrió en la realidad histórica”, ob. cit. El amor de un inglés y una española inventado por Cervantes venció a los estragos de la Guerra de los Treinta años, la destrucción de la Armada Invencible por el mar borrascoso del canal de la Mancha y la constitución de la iglesia anglicana. “Esta novela nos podría enseñar – dice Cervantes – cuánto puede la virtud, y cuánto la hermosura, pues son bastante juntas, y cada una de ellas de por sí, a enamorar aún hasta los mismos enemigos y de cómo sabe el cielo sacar, de las mayores adversidades nuestras, nuestros mayores provechos”.

EL AMANTE LIBERAL El acoplamiento de autobiografía e historia decide la especificidad de esta novela en la que se imbrican los recuerdos de Miguel de Cervantes como cautivo de los turcos y la pérdida de Nicosia en el rejuego de las disputas de cristianos y mahometanos por el control de las islas del Mediterráneo. Las controversias bélicas son verídicas y están aliñadas con los diálogos del cautivo cristiano Ricardo con el turco Mahamut en las húmedas paredes del presidio, en los que reconstruyen su amor intenso con la hermosa Leonisa, causa de batallas y tormentas sentimentales. En el curso de los acontecimientos, ella desaparece aparentemente por el naufragio de la galeota que la tenía como pasajera, dándosele como muerta, pero pudo flotar viva y llegar a la orilla gracias a unos toneles que en medio de la tormenta le dio el turco Isuz. Leonisa, fiera y astuta como si el nombre fuera de hembra de león, reaparece como mujer esclava de religión cristiana vendida en un mercado turco, amante de bajaes, situación que muestra la entraña de mujer curtida y casquivana, para poder sobrevivir en medio de las relaciones humanas de musulmanes y cristianos.

El estereotipo de la mujer idealizada en “La gitanilla” y “La Española Inglesa” (émulas de la abstracción romántica de Dulcinea, creada por la los desvaríos de Don Quijote) se desfigura y agrieta con las resbalosas aventuras de Leonisa, demostrándose la ductibilidad del narrador en la creación de la galería diferente de personajes femeninos. La desenvoltura de Cervantes en el conocimiento de turcos y moros refleja, por un lado, los sinsabores que sufrió como rehén de los traficantes mahometanos; y por otro lado, igualmente, transparenta la convivencia normalizada por el tiempo de cristianos y musulmanes en los ochocientos años de permanencia en España. No todos los musulmanes odiaban a los cristianos; no todos los cristianos fueron despreciados o repudiados como infieles por no tener la creencia de Mahoma. Pero hubo (hay) intrigantes y perversos en ambos mundos dentro de la variedad infinita de la condición humana. El desenlace del retorno a tierra española en que Leonisa elige a Ricardo como esposo, como compensación a sus sufrimientos; no privilegia a sus admiradores Cornelio y Mario. Halima y Muhamut también se unen. Este final de la enrevesada historia parece un romanticismo de última hora, una concesión del narrador a los lectores.

EL CELOSO EXTREMEÑO

La panoplia de caracteres femeninos varía con la historia de la mujer joven, muy joven, vendida como esposa por padres pobres y ambiciosos a un carcamán que levantó fortuna en las Indias. El Nuevo Mundo – utopía inalcanzable a Miguel de Cervantes por el dogma de la limpieza de sangre – fue en los siglos XVI y XVII “refugio y amparo de los desesperados de España, iglesia de los alzados, salvoconducto de los homicidas, pala y cubierta de los jugadores (a quien llaman ciertos los peritos en el arte, añagaza general de mujeres libres, engaño común de muchos y remedio particular de pocos”. Ancha puerta de entrada de aventureros de diversa calaña, salvo a los judíos conversos, se cierra cuando aparecen sujetos de la insidiosa estirpe del hidalgo Filipo de Carrizales, quien partió en alas de la aventura desde el puerto de Cádiz a los 48 años de edad y regresó del Perú, veinte años después, convertido en un indiano de postín. A esta información sociológica de la realidad española agregó Cervantes la fantasía(o el realismo) del fracaso de los perdularios avejentados cuando a su regreso a España desposan (compran) mujer moza, pensando que “los frescos racimos de la carne” podrían ser la dádiva del destino a sus desvelos laboriosos en el imperio del oro y la plata. Pero lo que no pudo comprar Carrizales fue la discordancia entre la ancianidad y la juventud en asunto de amores. Para amortiguar sus desventajas se transformó en un ogro celoso de inconmensurable magnitud. Construyó una maquinaria de seguridad, de llaves y vasallos humanos, de alcobas herméticas y ventanas infranqueables, destinada a impedir lo que no logró en la Edad Media el fracaso realista del cinturón de castidad. Convertida en una cautiva a los catorce años de edad, Leonora aceptó la inviolabilidad del serrallo, con eunucos negros africanos, doñas y criadas, y todo lo demás, hasta que surgió la tentación en la forma de un galán disfrazado de mendigo. Se desmoronó la fofa seguridad alrededor de Leonora a los acordes de una guitarra preparada para conquistarla, que abrió todas las puertas, rompió las cerraduras, despejó las cortinas de los cuartos escondidos, y convirtió en cómplices a todos los empleados contratados. El fantástico engaño del vejete lo ridiculizó como a los reyes griegos lanzados a la conquista de Troya. Una copla de Cervantes dicta la lección contundente de los celos: “Quien tiene costumbre de ser amorosa/ como mariposa/ se irá tras su lumbre/ aunque muchedumbre / de guardas le pongan/ y aunque más propongan/ de hacer lo que hacéis etc.”.

Cervantes esbozó en “El curioso impertinente” de “Don Quijote” la realidad de la infidelidad de las mujeres causada por la estupidez de los maridos. “El celoso extremeño” ofrece una variante importante del mismo tema, en el que aparecen elementos de comicidad, sátira social, cuadro de costumbres, personajes polivalentes. El taller narrativo de Cervantes presenta las Novelas Ejemplares, en el caso de “El celoso extremeño”, como parte de una experimentación que renueva las premisas de la novelística de su tiempo y se proyecta al futuro de la literatura de otros siglos. El desdoblamiento de la identidad, la introducción de situaciones cómicas, la participación de personajes secundarios – criados, músicos, dueños de mesones – morigera el patetismo de la novela picaresca. Por otro lado, el contexto de las novelas se sustenta en la realidad histórica y social: el ataque inglés al puerto de Cádiz, los españoles enriquecidos en el Perú, la logística de las naves que zarpan de puertos españoles rumbo al Nuevo Mundo donde cambia el nivel económico y las relaciones humanas de los indianos.

La novelística inglesa del siglo XVIII se nutre de intrigas de mujeres astutas y ligeras de cascos, hijos de nobles venidos a menos que ascienden a las cortes y a la milicia, modificando el destino mediante la audacia y las simulaciones de identidad, en Daniel Defoe (1661- 1731), Henry Fielding, (1707- 1754), Lawrence Sterne (1713- 1768), Samuel Richardson (1689- 1761), Oliverio Goldsmith (1728- 1774), Liam Thackeray (1811- ). Cervantes es el precursor de la novelística inglesa del dieciocho, en un proceso parecido de asimilación de técnicas narrativas que también puede constatarse con la obra de Antonio de Guevara. Molly Flanders, Tom Jones y Barry Lyndon personifican esta tendencia narrativa que imbrica aventurerismo, arribismo, relajamiento de costumbres, sátira moral. Todo narrado “canendo y ridendo refero veras”.

LAS DOS DONCELLAS

La novela dialogada de “Las dos doncellas” engañadas por el mismo seductor arrastra como técnica narrativa el clásico precedente de Dionisio de Samosata y los antecedentes españoles de “La lozana andaluza” (1528), “La Celestina” (1502- 1514), “Cárcel de Amor” (1465 – 1492). Sumamente denso, pesado, confuso, y confesional, el diálogo de las burladas doncellas carece del simbolismo moral de “Cárcel de Amor” de Diego de San Pedro, el obvio esquematismo teatral de “La Celestina” de Fernando de Rojas y el desenfadado mundo de picardía prostibularia romana de “La lozana andaluza” de Francisco Delicado. Teodosia y Leocadia lucen vestidos masculinos tanto para ocultar su identidad real cuanto para aparentar que no son débiles para castigar al causante de su ruina moral. En esa dirección discurren ampulosamente sobre su origen; lo hacen con amenidad pero con discreción, como una especie de desahogo de sus decepciones. Hay un hermano, también disfrazado, que escucha con indignación y tristeza los discursos de las mujeres víctimas del precursor del burlador de Sevilla. El recurso narrativo de la novela dialogada constituye otra expresión del experimentalismo literario de las Novelas Ejemplares. Los diálogos son ricos en detalles y relatan episodios de acción como la reyerta entre los tripulantes de las galeras y la gente de la ciudad que los juzgaba pendencieros y reñidos con la conducta de las personas respetuosas. Acontece un vuelco de fortuna sobre los desmanes sentimentales de Marco Antonio. Golpeado y herido en el tumulto de la riña, las doncellas apoyan a Marco Antonio en su desgracia y en vez de recriminaciones escucha tiernos discursos. Confundido al principio por la ropa masculina de Teodosia y Leocadia, Marco Antonio contempla estupefacto la adversa situación en que está colocado. ¿A cuál de ellas elegirá en ese trance? Teodosia le confiesa su devoción y lo acorrala con sus mimos para que se decida por ella. Tercia en la encrucijada el hermano de Teodosia, don Rafael mostrándole su amor repentino y promesa de pretender a Leocadia como esposa, viéndola descolocada por el trance de Marco Antonio. Leocadia, con entereza, acepta a don Rafael diciendo: “Ea, pues, así lo ha ordenado el cielo y no es en mi mano ni en la de viviente alguno oponerse a lo que él determinado tiene, hágase lo que él quiere y vos queréis, señor mío”.

Pero la boda de don Rafael y Leocadia no es el desenlace de la extrañísima aventura de la intriga concebida por Cervantes. Después de recorrer el camino de Santiago observan jinetes desconocidos enfrentados en un torneo de caballeros rivales con lanzas y adargas. Rafael y Marco Antonio descubrieron que los rivales eran sus padres obsesionados en limpiar las lesiones a su honra agraviada por el lance ya concluido. Los peregrinos se unen a los padres de Teodosia y Leocadia para celebrar el armonioso final. Cervantes tomó partido por la recuperación del honor momentáneamente ultrajado por dos doncellas honestas de buena casta, reparadas definitivamente por el matrimonio religioso. ¿En base a qué razones Miguel de Cervantes prefirió la defensa de las mujeres? La literatura clásica española oscila, puede decirse, entre el amor cuerdo y el amor loco. El Arcipreste de Hita y el Arcipreste de Talavera desplegaron exiemplos opuestos. Juan Ruiz escurrió el bulto a una decisión sobre el asunto, mostrando una casuística variada de mujeres buenas y mujeres no tan buenas en el punto de la fidelidad. En el “Corbacho”, el arcipreste de Talavera Alfonso Martínez de Toledo, basándose supuestamente en su experiencia personal, arremete contra las mujeres de carácter dual:

“La mujer ser de dos fazes e cuchillo de dos tajos non ay dubda en ello, por quanto de cada día veemos que uno dize por la boca, otro tiene al coracon. E non es ombre al mundo por mucha amistad, familiaridad, conoscencia, privanca, que con la mujer tenga que jamás pueda sus secretos saber, nin que fiel nin lealmente con el que usare la mujer fable. Toda vía se guarde, toda ora se teme; toda vía al rencón de su coracon guarda e retiene algund secreto que non descubre por no ser serñoreada, nin que otra toda su voluntad e coracon sepa”. Cervantes vio en toda mujer la Dulcinea del Toboso, y reservó sus cuitas personales, al decir de sus biógrafos.

EL CASAMIENTO ENGAÑOSO Y EL COLOQUIO DE LOS PERROS

El taller creativo de Cervantes en las Novelas Ejemplares se exalta con la experimentación de la dualidad de dos técnicas narrativas: el relato en primera persona de “El casamiento engañoso” y la narración dialogada de “El coloquio de los perros, enlazadas en uno de los proyectos narrativos más novedosos del siglo XVIII. Cervantes recurrió a la novela pastoril, la novela picaresca, la novela histórica, la novela de aventuras y costumbres, concierto armonioso de técnicas narrativas presente en Don Quijote. Añadió, como innovaciones singulares, la novela fantástica de “”, “El coloquio de los perros” y “Rinconete y Cortadillo” y la novela machihembrada de monólogo interior y diálogo filosófico de “El coloquio de los perros”.

“El casamiento engañoso” es el monólogo interior del desahogo de un marido afectado psicológica y físicamente por la unión con una mujer merecedora de las invectivas del Corbacho. El alférez Campuzano advierte, en forma tardía e irreparable, que no es verídico todo lo que se presenta como real. Por las flaquezas de su entendimiento, al final de cuentas, yació en un hospicio de Valladolid, aquejado de “catorce cargas de bubas que me echó a cuestas una mujer que escogí por mía, que non debiera”. Salió del hospicio enteco de carnes, amarillenta la tez, pobre de capilosidades, desocupada la memoria, la gallardía en el suelo, desvalijado de lo poco que atesoraba, a causa de una exprostituta que le arruinó la salud, le alojó en casa ajena, le llenó la cabeza de fuegos fatuos y le abandonó, cuando apareció la dueña de la casa. dejándole únicamente los recuerdos de los tiempos heroicos de Flandes. Como una forma de atemperar los desengaños, el alférez Campusano escribió febrilmente las conversaciones imaginarias de dos canes vecinos del hospicio de la Resurrección de las afueras de Valladolid. Entregó el cartapacio del manuscrito al amigo que le conoció en épocas de esplendor, para que leyera los coloquios, que no los ladridos, de Cipión y Berganza. Cervantes se apoya en los antecedentes literarios orientales y occidentales para atribuir sus pensamientos y juicios a especies zoológicas. La tradición árabe- persa de “Kalila y Dimna”, véase “Kalila and Dimna”, retold by Ramsay Wood, introduction by Doris Lessing. Inner traditions International, LTD. Rochester, Vermont, United States of America; “Las metamorfosis” de Ovidio (Publio Ovidio Nasón) (42 a de C- 19 d. de C.), “Las metamorfosis” de Apuleyo, d. de C. 125-180., “El Asno griego” de Luciano, constituyen las fuentes principales del “Coloquio de los Perros”, además de otras que Menéndez Pelayo estudió con erudición abrumadora en “Orígenes de la Novela”: “Todas las fábulas del Calila y Dimna están puestas en boca de animales; pero muchas, quizás las mejores, aunque por ventura no las más honestas, tienen protagonistas racionales y pueden considerarse como verdaderos cuentos. Su traducción debe estimarse como el más antiguo de ellos en nuestra lengua, y como antecedente forzoso de las obras originales del incomparable don Juan Manuel”.

La tendencia autobiográfica se vuelca en este coloquio en el que los perros recuerdan los trajines de su vida de guardianes del hospital de la Resurrección. ¿Por qué motivos Cervantes escogió la apariencia de dos perros para verter sus juicios? ¿Siguió antecedentes orientales como “Calila y Dimna”? De antiguo, los perros son símbolos de reflexiones juiciosas, la amistad y la fidelidad – reconoce el narrador – sin llegar al fondo del problema. Cipión cuestiona su rol aduciendo que nunca se había oído hablar ningún elefante, perro, caballos o mona. Berganza insiste en desenredar el hilo de recuerdos y cavilaciones a través de su apariencia canina. Recuerda, por ejemplo, que llegó al mundo en Sevilla en un lugar cercano al Matadero, lugar predilecto de los perros por el cúmulo de las vísceras que les regalan como sustento. En verdad, “El Coloquio de los perros” es un tour de force del novelista para revisar la existencia cotidiana y anecdótica de la baja calaña de los jiferos que, según el narrador, “con la misma facilidad matan a un hombre que a una vaca; por quítame allá esa paja, a dos por tres, meten un cuchillo de cachas amarillas por la barriga de una persona, como si acocotasen un toro”. (Los jiferos eran los oficiales que descuartizaban las reses. Se usaba el nombre, también, para designar los cuchillos filosos del descuartizamiento). Acaso Cervantes se refugió en el anonimato de los perros para denunciar los homicidios de bandas de malandrines sevillanos, que mataban seres humanos, abriéndolos como si fueran vacas). Ahí el relato entra a la cueva de la intriga. Berganza huye del alcance de su amo Nicolás el Romo, al entregarle a una hermosa desconocida la cesta de carne que él debió poner en las manos de su furioso patrón, que, en venganza, quiso asestarle una puñalada. Berganza puso pies en polvorosa, transformándose en guardián de rebaños de ganado, a la inmune intemperie de los campos. La historia de Berganza resume las leyendas griegas de Circe, Medea y Eritos, lo mismo que Las Mil y una Noche, informándonos del conocimiento de fuentes antiguas de apólogos orientales, cuentos de brujas, celestinas curtidas en el oficio de sortilegios y brebajes mágicos. Un Cosmos bulle en el magín del gran creador entre mataderos siniestros, cuevas donde se esconde, fuera del tiempo de los relojes de arena, la humanidad momificada, imperecedera, de caballeros y damas embrujadas. La literatura narrativa española armoniza temas reales y fantásticos en Don Juan Manuel, algunas novelas picarescas. Cervantes se inscribe en esa tradición. La diferencia es de enfoque narrativo.

LA SEÑORA CORNELIA

Dos hidalgos españoles llegan a Bolonia, ciudad italiana, con fines de curiosidad y estudio, pero de pronto se ven envueltos en lances de capa y espada, pugnas armadas de bandos, raptos de niños, mujeres acosadas, nobles que parecen villanos, y otros ingredientes del género de novelas de aventuras que testifican las incursiones de Cervantes en una temática novedosa en el siglo XVII, ampliamente desarrollada en Francia e Inglaterra, en épocas posteriores. “La señora Cornelia” es un punto aparte en la producción novelística de Cervantes. Es ejemplo del profesionalismo de un escritor del siglo XVII que producía para las masas de lectores antes que treparse a un pedestal académico. Los acontecimientos se suceden unos tras otros, tumultuosamente, para captar el interés del lector que acepta la oscuridad temporal de las situaciones a la espera de los desenlaces que expliquen las confusiones. Un mecanismo de intriga que se convirtió en un cliché en las novelas de aventuras de Walter Scott y Alejandro Dumas. Al final de la novela sabremos por qué doña Cornelia de Bentibolli, una dama de abolengo, entregó su hijo por error a un desconocido que pasaba circunstancialmente por la casa. Por qué los personajes ocultan su identidad; qué temen que los obliga a disfrazarse. Don Juan de Gamboa y Don Antonio Insunza son herederos de la estirpe de las novelas de caballería del Amadís de Gaula, y el Tirant lo Blanc, que aprobó el Quijote en el inventario de las obras. Don Alfonso de Este, duque de Ferrara, personaje verídico de las casas grandes de Florencia, desvirtúa las confusiones y ratifica la paternidad de la hija con la suntuosa boda con Doña Cornelia. Escrita con una prosa adobada con clasicismo castellano, esta novela corta reivindica sus valores por lo que significa como pionera de un género muy cultivado por generaciones de novelistas franceses y británicos. En sí misma, como dechado literario, no vale gran cosa.

LA FUERZA DE LA SANGRE

La tendencia al melodrama se ratifica en este relato sobre los abusos de jovenzuelos contra la honra deshilachada de mujeres españolas atacadas al azar. Sobreponiéndose a la ofensa, Leocadia, la víctima, pronuncia un discurso sorprendente al violador Rodolfo, encareciéndole borrara de su memoria el infame incidente y no pretendiera buscarla, conocer su identidad ya que ella lo tomaría como una pesadilla antes que repudiable realidad. Los padres de Leocadia, testigos del arrebato de su hija, asumen sus razones. Nada harían por perseguir al desatinado mozuelo, arrastrado por “ímpetu lascivo”. Con el apoyo de sus padres, Rodolfo emprendió viaje fuera de España, en Roma, Nápoles, con dos camaradas de juergas, para saciar en otras mujeres el erotismo desordenado, desconociendo las secuelas de la deshonra de Leocadia, que se refugió en una oscura aldea para dar a luz el fruto de su infortunio, Luisito, el hijo que se transforma en el eje del cambio de fortuna. Un accidente fortuito lleva a Luisito a la casona de los padres de Rodolfo, que advirtieron el parecido físico, empeñándose en conocer a su madre Leocadia. Menudean lágrimas, regocijos, reconciliaciones, el regreso de Rodolfo y la aceptación de la culpa de su juventud atropellada. No escasean los ingredientes de este gazpacho cervantino que, al paladearlo ahora, no disfraza su sabor rancio.

EL LICENCIADO VIDRIERA

No sabemos la fecha de la escritura de esta novela corta para establecer cuánto la separa de las otras en la concepción narrativa de Miguel de Cervantes. Cualquiera que fuera el lapso de la cronología novelística, la historia del hombre que se creyó de vidrio posee las cualidades universales de la diferencia de la esencia y la apariencia. La imaginación de Cervantes voló en alas de una fantasía posible en la creación del singular personaje que, desde su paupérrima condición social de las riberas del Tormes, pasó por la universidad de Salamanca y emprender viajes por Italia para graduarse como una especie de enciclopedia ambulatoria. Dijo alguna vez Jorge Luis Borges que los escritores memorables crean sus precursores. El licenciado Vidriera es Funes el Memorioso y éste aquél. Existe una visible interrelación entre el estudiante salmantino y el gaucho argentino, que Borges aprovechó. Tullido por el maleficio de una vil morisca, que le dio a comer un membrillo por encargo de la despechada dama que pretendió tenerlo como ilustrado consorte, Tomás Rodaja fue el enigmático personaje que respondía todas las preguntas, como una esfinge benévola. Al conocimiento alcanzado en las aulas salmantinas durante ocho años, gracias a sus benefactores, anexa Tomás la experiencia de vida alcanzada en Italia, en Nápoles, Milán, Palermo, Lombardía, Florencia, Génova. Como un sensualizado gourmet, alaba los manjares de la mesa italiana y las diversas calidades del vino: “allí conocieron la suavidad del Treviano, el valor del Montefrascón, la fuerza del Asperino, la generosidad de los dos griegos Candia y Soma, la grandeza del de las Cinco Viñas, la dulzura y apacibilidad de la señora Guarnacha, la rusticidad de la Chéntola, sin que entre todos estos señores osase parecer la bajeza del Romanesco”. Sin duda, Cervantes degustó los productos de las viñas italianas en las giras que Vidriera llevó a cabo, visitando ruinas, puentes, templos, cual un cicerone enciclopédico. Mientras discurría largos discursos sobre las ciudades nimbadas por el Renacimiento, Vidriera no permitía que nadie se le acercara y le tocara alguna parte del cuerpo, temiendo destrozos. Se convirtió en un fenómeno de circo o de retablo callejero, respondiendo preguntas de variada índole: truhanes, mozos de mula, jueces, letrados, alguaciles, escribanos, párrocos. Se burla de los alardes de los cristianos viejos, y de los repetidores mecanizados de citas del antiguo y el nuevo evangelio, filtrándosele su condición de converso. Apiadado de la anomalía de la mente, un religioso de la orden de San Jerónimo se hizo cargo de la situación de Vidriera con la experiencia de curar locos. Pero la cordura lo marchitó. Pocos le consultaron por entonces. A partir de la curación dejó de ser el licenciado Vidriera para asumir la nueva identidad del licenciado Rueda. Fue un abogado más, sin el atractivo de otrora. Decepcionado del cambio pronuncia el discurso del fracaso: “¡Oh Corte, que alargas las esperanzas de los atrevidos pretendientes, y acortas las de los virtuosos encogidos, sustentas abundantemente a los truhanes desvergonzados y matas de hambre a los discretos vergonzosos”. Partió a Flandes a buscar suerte como soldado, donde murió en defensa de la corona.

¿Qué lecciones amargas se desprende del licenciado Vidriera? Dándole vueltas a la libre interpretación podría decirse que es una alegoría metafórica que exalta la locura y deprime la cordura, como en el caso de Don Quijote, caballero andante por los caminos de la sinrazón, pero desvalorizado como el pobre hidalgo Alfonso Quijano el Bueno.

RINCONETE Y CORTADILLO

Cervantes descorrió el cortinaje del submundo de los pícaros – materia prima de la novela picaresca- a través de la incursión de dos ladroncillos a la busca de aventuras entre los caminos de Castilla y Andalucía. Su meta es conseguir el sustento birlándole las talegas a los incautos, de sacristanes a tahúres, sastres y buleros. Rinconete y Cortadillo abreviaron los nombres de Rincón y Cortado sugeridos por Manipodio, el gran chambelán de la cofradía de todos los pícaros a la redonda. “Parecía de edad de cuarenta y cinco a cuarenta y seis años, alto de cuerpo, moreno de rostro, cecijunto, barbinegro y muy espeso; los ojos, hundidos. Venía en camisa, y por la abertura de delante descurbía un bosque; tanto era el vello que tenía en el pecho. Traía cubierta una capa de bayeta casi hasta los pies, en los cuales traía unos zapatos enchancletados, cubríanle las piernas unos zaragüelles de lienzo, anchos y largos hasta los tobillos; el sombrero era de los de la hampa, campanudo de copa y tendido de falda; atravésabale un tahalí por espalda y pechos a do colgaba una espada ancha y corta, a modo de las del perrillo; las manos eran cortas, pelosas y los dedos cortos, y las uñas hembras y remachadas; las piernas no se le parecían, pero los pies eran descomunales de anchos y juanetudos. En efeto, él representaba el más rústico y disforme bárbaro del mundo. Bajó con él la guía de los dos, y, trabándoles las manos, los presentó ante Manipodio”.

El retrato de Manipodio de cepa velasqueña ratifica el genuino talento de Cervantes para describir personajes, principiando por su autorretrato. Por otro lado, la visión del capitán y buen maestre de los pícaros, Manipodio, aporta su conocimiento de la existencia subterránea de miles de españoles cuyo oficio multitudinario era engañar al prójimo para subsistir en los desnivelados engranajes de la sociedad del siglo XVII. Como funcionario del aprovisionamiento de los galeones que navegaban hacia puertos americanos y también como recaudador de impuestos y gabelas, Cervantes recicló literariamente la experiencia directa de una realidad histórica y social sumergida pero actuante. El robo fue producto de una docencia malévola articulada como una profesión o, si se quiere, un oficio, cuyo aprendizaje conllevaba pago de tributos, reservas de pensiones de jubilación, distribución de áreas de rapiña y hasta cultos religiosos. “El coloquio de los perros” ostenta una visión superficial de las peripecias de los pillos suburbanos. En “Rinconete y Cortadillo” aflora la organización precursora del delito organizado en Sevilla, trascendiendo los límites del pillaje espontáneo y eventual del Lazarillo de Tormes, el Guzmán de Alfarache, y de la Pícara Justina. Sin embargo está lejos de configurarse como un escritor de un realismo enlazado al ámbito de la crítica social de su tiempo. Quizás en algunas Novelas Ejemplares se transparentan testimonios históricos como la toma de Cádiz y la descripción de las mazmorras donde los rehenes españoles convivieron torvamente con musulmanes. Creemos que, además de un indeliberado proyecto testimonial de carácter sociológico, Cervantes vació la experiencia sevillana, fundamentalmente, en la riqueza de su sistema narrativo integral en el que aflora, asimismo, la vida cotidiana de hidalgos y mujeres de la nobleza en “La ilustre fregona”, “La gitanilla”, “La española inglesa”, “Las dos doncellas” y “La señora Cornelia”.

LA GALATEA Y LA NOVELA BIZANTINA

La novela pastoril española e italiana fue un subproducto derivado de la antigua novela griega y bizantina creada durante la fusión del imperio romano de occidente y el imperio romano de oriente. Constantino el Grande conquistó la provincia griega de Bizantion, que llevó el nombre latino de Bizancio, hasta que se convirtió en Constantinopla. De la ósmosis grecolatina sobrevivieron estructuras culturales perdurables de la mitología griega. “Las etiópicas”, las aventuras de “Leukippé y de Kleitofón” y el poema narrativo de “Kallimachos y Chrisorroé” constituyen la destilación del cruce de culturas en el que se yerguen personajes extraídos de antiguas fábulas en escenarios bucólicos de estilizada poesía. “Las etiópicas” de Heliodoros fue una novela griega, traducida en Francia, en 1647, en la que un idilio tortuoso debido a la masacre de bandidos egipcios a los pasajeros de una nave, imantó al italiano Torcuato Tasso. Largo y embrollado relato de los amores de Charikleia y Teagenes en los que se mezclan el idilio de una pareja bordeada de aventuras y guerras, flotillas de barcos, arqueros y honderos, en las orillas cenagosas y las corrientes oscuras del Nilo, fronterizos del realismo fantástico. En la confusa mezcolanza de batallas y ritos, monstruos y hechiceras de Egipto y Etiopía, sobrevive la castidad de Charikleia y el valor de Teagenes hasta que se produce el ansiado enlace en medio de la apoteosis de los dioses. La novela bizantina es el amor salpimentado de fantasías tóxicas, precedente de la novela pastoril inflamada de amores platónicos, pero seca de maravillas.

“Leukippé y Kleitofón”, escrita, según parece, en el siglo V por Aquiles Tatitus, sacerdote nombrado obispo en la vejez, tiene como eje central el amor de esta pareja que transcurre entre Fenicia, Egipto, y otras regiones afrorientales, en un azaroso ambiente de piratas, naufragios, choques de bandoleros, que representan desafíos que el idilio está condenado a enfrentar. La hiperfantástica novela recoge fábulas orientales de insólitos diálogos entre mosquitos y leones, ruiseñores y golondrinas, canibalismo, muerte y resurrección, elementos que reaparecen en las aventuras de Kallimacos y Chrisorroé, presentes en manuscritos de dudosa antigüedad y originalidad. Editadas en 1965, por Juan B.Bergua, se atribuye estas novelas bizantinas como las fuentes grecolatinas que alimentan la novela pastoril. Menéndez Pelayo registra al paso – es importante advertirlo – las mencionadas novelas bizantinas. “El Quijote y la cultura literaria de Cervantes” en “Estudios de crítica histórica y literaria”. Buenos Aires. 1944. Más bien atribuye a Boccacio el enlace de las novelas pastoriles italianas “Ninfale Fiesolano y el “Ninfale d´Ametto o Comedia delle ninfe Fiorentine”: “Una y otra están enteramente penetradas por el espíritu de la antigüedad clásica, y abundan en imitaciones directas y deliberadas de los poetas y aún de los prosistas latinos, pero no recibieron en ningún grado la influencia de los bucólicos griegos, que Boccacio no conocía ni hubiera podido leer en su lengua, puesto que el conocimiento que alcanzó del griego fue muy incompleto y tardío”, Orígenes de la Novela. La Novela Pastoril. Tomo II. Espasa Calpe Argentina. Véase “Menéndez Playo y sus estudios sobre las novelas griegas y latinas, antes y en sus “Orígenes de la novela” de Carlos García Gual. Ponencia en el Encuentro Nacional Centenario de Marcelino Menéndez Pelayo de Santander. 2006. “La novela griega: proyección de un género en la narrativa española” de Ana L. Baquero Escudero. Universidad de Murcia. “La novela griega antigua” de María Cruz Herrero. Akal Clásica. 1987. “La novela bizantina de la Edad de Oro” de Javier González Rovira, Gredos. 1996.”La Novela Bizantina en España” de Emilio Carilla. Revista Filológica de España. 1966. “El Quijote y la cultura literaria de Cervantes” de M. Menéndez Pelayo. “Estudios de crítica histórica y literaria”. Buenos Aires. 1944. “Deslindes cervantinos” de Juan Bautista Avalle- Arce. Madrid. “Elementos bizantinos en tres Novelas Ejemplares” de María José García del Campo. Asociación cervantina.

A partir de Meléndez Pelayo, los críticos españoles aceptan que la novela pastoril española desciende de la “Diana” de Jorge Montemayor y la “Diana enamorada” de Gaspar Gil Polo. “” de Miguel de Cervantes, obra de juventud, aproximadamente publicada en 1583, recibió la influencia de Montemayor, Polo, y la “Arcadia” del italiano Sannázaro, influencia que envuelve la atmósfera poética de las églogas de Garcilaso. Debe mencionarse “Las Pastorales” de Longo o Longus, escrita en época indeterminada como la identidad del autor, según unos, de origen de la isla de Lesbos, otros aseguran fue un esclavo de un romano que al liberarlo le dio su nombre. Dentro del modelo de novela bucólico pastoril está “Dafni y Chloe”, usada musicalmente por el músico francés Ravel de la escuela impresionista. Véase “La novela griega” de Juan B. Bergua, editor de Clásicos Bergua. Por su lado, Valbuena Pratt estima que “La Galatea”, como novela, es una obra mediana, lánguida y de poco interés de acción; sin el modelo de escenario típico y estilo entonado de época, de las obras de Montemayor y Gil Polo. Pero el interés no radica en la misma trama pastoril, sino en ensayos de idioma, en las ideas platónicas del amor, en el constante artificio ideal que descubre el alma renacentista de Cervantes”. “Historia de la literatura española”. Tomo III. Siglo XVII.

“Los trabajos de Persiles y Sigismunda” poco tiene de la ambientación poética de “La Galatea”. Más bien en sus capítulos se aglomera la herencia de la atosigante convulsión narrativa de las novelas griegas y bizantinas, especialmente “Las etiópicas”. Hay críticos que insinúan que es superior a Don Quijote, opinión realmente repulsiva, así lo haya pensado Cervantes en la declinación de los años, poco antes de su muerte. Desde el inicio “Los trabajos...” indudablemente aturden al lector – no al estoico crítico literario obligado a leerlas- por la desordenada, caótica sucesión de episodios del mancebo cristiano cautivo por unos piratas de baja estofa llamados “bárbaros”. Liberado del presidio, el mancebo es arrojado a una embarcación endeble de leños mal ajustados. A partir de este hecho surgen episodios atropellados, verbigratia, el de Auristela, mujer de supuesto linaje, capturada y vendida como esclava. Adquirida en subasta por Arnaldo, hijo heredero del trono de Dinamarca, embelesado por su belleza y origen la toma como esposa. Aparece un tal Periandro, héroe repentino que promete rescatar a la irredenta Auristela de los bárbaros traficantes de personas.

Resulta una proeza de agobio y pereza continuar leyendo – o analizando- este rapto de mujeres que desde “La Odisea”, la novela griega, la novela bizantina, la novela romana, posee menoscabada originalidad, alentando el escepticismo del viejo Herodoto sobre supuestos secuestros de mujeres. Véase “La novela griega”, traducción, noticias preliminares y notas de Juan B. Bergua, “La Novela Bizantina en España” de Emilio Carilla. Revista de Filología de España.1966; “La Novela Bizantina de la Edad de Oro” de Javier González Rovira. Gredos. 1996. “Deslindes cervantinos” de Juan Bautista Avalle- Arce. Madrid. 1951. “Elementos bizantinos en tres Novelas Ejemplares” de María José García del Campo. Asociación cervantina.

Ante la inocuidad de la novela editada póstumamente por la viuda de Cervantes, quizás podría teorizarse si utilizó en las Novelas Ejemplares y en “Don Quijote” la intensidad narrativa de la exuberante novelística greco-bizantina y la novela pastoral tediosamente contemplativa, estéril de aventuras, derivada de la primera etapa creativa de Bocacio en “La Galatea” y “Los trabajos de Persiles y Sigismunda”. Cervantes, sin duda, conoció la narrativa italiana bucólica de Bocacio, la Arcadia de Sannázaro, extractando el modelo lírico afín a su temperamento poético. Si hincó colmillos en el relajamiento de frailes obesos desde su óptica crítica de converso Cervantes no descendió a puerilidades de contra el clero. Es admisible que Cervantes llegara a conocer en el viaje a Italia las obras de la primera etapa de Bocacio, a saber, “La caza de Diana”, poema erótico de 18 cantos; “El Filocolo”, novela extensa de los enamorados Florio y Biancifiore, con rasgos de novela bizantina; “El Filostrato” sobre los amores clásicos de Troilo y Crésida,, tomados del Roman de Troya, de fuentes medievales, material aprovechado por Chaucer; “La Teseida”, poema épico del héroe griego Teseo y de los jóvenes tebanos Palemón y Arcita, enfrentados por el amor de Emilia, hermana de la reina de las amazonas; “Ninfale d´Ameto”, comedia de las ninfas florentinas, “Comedia delle Ninfe”, en la que la poesía y la prosa se combinan en el escenario bucólico de bosques mitológicos donde residen pastores románticos; “Amorosa visión”, “Amorosa Visione”, escrita presumiblemente en 1342, poema alegórico de 50 cantos sobre el sueño de una mujer que guía a un poeta entre las tinieblas, como Virgilio a Dante; “Elegía de Madonna Fiammetta”, novela psicológica que esconde el drama real de Boccacio por una amada imposible, como Garcilaso y tantos otros; “El Corbacho” de título similar al del Arcipreste de Talavera, obra de la fluye el despecho de Bocacio. El lugar común de pastores apasionados en parajes eglógicos empezó en Italia en el siglo XIV, influyendo en la obra primera de un fervoroso discípulo de Petrarca, con quien sostuvo larga amistad y correspondencia. Ver Branca Vittore. “Bocacio y su época”. Nota introductiva y notas de Luis Pancorbo. Alianza Editorial. Madrid. 1975. Esta etapa de Bocacio influyó en la novela pastoril de Montemayor, Gil Polo y Cervantes.

Investigando fuentes más próximas a la novela pastoril del siglo XVI no erraremos si nos remitimos a la poesía de Garcilaso, en la que aparecen los pastores altamente estilizados Salicio y Nemoroso, paciendo rebaños de ovejas en las riberas del Tajo. Contrariados debido a que la pastora que ambos aman prefiere a un tercer pretendiente, Salicio y Nemoroso personificaron la decepción amorosa poetizada por Garcilaso, el famoso vate nacido en Toledo en 1501, como sabemos. Biógrafos puntuales de la vida del diplomático al servicio de Carlos V que, como guerrero, perdió la vida en un trance bélico, aseveran que Salicio es el alter ego poético de Garcilaso y Nemoroso el alter ego del poeta portugués Sa de Miranda. Aconteció que ambos estaban enamorados de la hermosa portuguesa Isabel Freyre, casada con un caballero portugués; ella llegó a España en la comitiva de la reina Isabel de Portugal, para desposarse con el emperador Carlos V. Casado con Elena de Zúñiga, Garcilaso dedicó 38 inmortales sonetos al amor en la penumbra de Isabel Freyre. El soneto XXIII del célebre introductor del endecasílabo del soneto petrarquista a las letras hispanas ponderó la hermosura de la Freyle : “En tanto que de rosa y azucena/ se muestra la color en vuestro gesto/ y que vuestro mirar ardiente, honesto/ enciende al corazón y lo refrena;/ y en tanto que el cabello que en la vena/ del oro se escogió con vuelo presto/ por el hermoso cuello blanco, enhiesto/ el viento mueve, esparce y desordena/ coged de vuestra alegre primavera/ el dulce fruto, antes que el tiempo airado/ cubra de nieve la hermosa cumbre/ marchitará la rosa el viento helado/ todo lo mudará la edad ligera/ por no hacer mudanza en su costumbre”.

Significativamente, la “Diana de Montemayor” y la “Diana enamorada” de Gil Polo ostentan amores efímeros y tornadizos de pastores con abundante aliño versificado al estilo garcilasista de procedencia italiana. “La Galatea” de Cervantes, si perseveró en la novela estilizada de Boccacio, Montemayor, Gil Polo, recibió, asimismo, el reciclaje transparente de la vena lírica de Garcilaso de la Vega. CONCLUSIONES

El connatural instinto narrativo de los seres humanos se transparenta en los signos pictóricos rayados en las cavernas; en mitos cosmológicos, religiosos, astronómicos; en las fábulas milenarias de las principales civilizaciones asirio- babilónicas, egipcias, minoicas, griegas, romanas,, judías, islámicas, cristianas, incaicas, aztecas, mayas, buriladas en ladrillos, papiros, tumbas, ánforas, recipientes cerámicos, tejidos de algodón, cordeles, lienzos, tapices; en relatos históricos griegos como la “Ciropedia” de Xenofante y “Las guerras del Peloponeso” de Tucídides. El hombre fabula sobre sus dioses, sobre fenómenos de la naturaleza que lo rodean, sobre batallas, sobre sistemas de pensamiento. Quiere saber quién es él y quién es el “otro” de las vecindades o de las regiones más remotas, en una espesa trama de búsqueda de hechos reales y ficciones.

En esta perspectiva de rastreo y exploración cultural, la novela griega responde a los primeros intentos de la civilización occidental greco-romana de organizar una respuesta literaria a los mitos, fábulas, relatos históricos que sustentan su origen, sentimientos, quimeras, esperanzas. “La Odisea” y “La Iliada”, como poemas épicos, constituyen el sedimento constructivo de la llamada novela griega, anterior al uso italiano y francés de la novela medieval y renacentista como género literario autónomo expresado en prosa. Es por ello que para llegar a las obras de Cervantes publicadas a partir del siglo XVII y valorizar las fuentes que lo antecedieron no resulta arbitrario investigar la novelas griega, la novela bizantina, la novela romana, la novela italiana renacentista para ponderar las continuidades temáticas, el encadenamiento de las estructuras narrativas, la ascendencia de los personajes, no para subestimar la originalidad sino para situarlo en las principales corrientes de la literatura universal que conducen a las Novelas Ejemplares, la Galatea y Los trabajos de Persiles y Sigismunda.

“Podría esbozarse una morfología de la tradición literaria; pero aún para esto le falta a la sciencia infima de la historia literaria el instrumental de conceptos de este tipo; son como troncos, bastos, gruesos, y sin pulir… la tradición puede transmitirse sistemática y literalmente, como en la escuela medieval. La recepción, por su parte, puede ser imitadora, como en los siglos VIII y IX, o bien productiva, como en el xi y el XII; puede tropezar con la oposición malhumorada (Florebat olim…), con la rebelión abierta, con la apatía; pero suele ocurrir también un consciente retorno a los legados distantes, y para ellos suelen saltarse siglos enteros” preceptúa Ernst Robert Curtius. Literatura Europea y Edad Media Latina. FCE.

La lectura orgánica de “Las Efesíacas” de Xenofón de Efesos, “Las aventuras de Chaireas y Kalirroé” de Chariton de Afrodisia, “Vida de Apollonios” de Filostratos, “Dafnis y Chloe” de Longo, “Historia Verdadera” de Loukianos nos presentan la novela griega como pionera de historias de amor interrumpidas o truncadas. Cuando leemos a continuación modelos de la novela bizantina como “Las etiópicas” de Heliodoros, las “Aventuras de Leukippé y Kleitofón” de Aquiles Tatius, “Novela de Kallimachos y Chrisorroé” de autor anónimo apreciamos la continuidad de la misma secuencia narrativa del idilio de parejas trastornadas por aventuras fantásticas encontramos un terreno abonado para asentar una tradición literaria que no hace otra cosa que inspirarse en la unidad idílica de hombre y mujer arraigada en la especie humana. Podemos preguntarnos si los amores atormentados constituyen una tediosa, insoportable imitación; o si, por lo contrario, forman parte de una estructura narrativa milenaria cuya subsistencia y valorización es dependiente de la amenidad, el drama, la tragedia del arte verbal de los autores en el repertorio de una copiosa morfología estilística arcaica y moderna.

La lingüística estructural desarrollada por Roman Jackson suministra a la teoría literaria los conceptos de sincronía y diacronía que podrían auxiliarla en una laboriosa investigación sobre constantes temáticas y verbales a partir de la novela griega y la novela bizantina. Véase Jacobson Roman, “Arte verbal, signo verbal, tiempo verbal”. FCE. “En una comunidad lingüística, es inconcebible que las modificaciones se realicen de un día para otro, de golpe. El principio y el final de cada cambio siempre se reconocen como tales durante un período de coexistencia en la comunidad. Sin embargo, el punto de partida y el punto final pueden estar distribuidos de maneras diferentes. La forma más antigua puede ser característica de una generación más vieja y la nueva de una más joven o bien ambas pueden pertenecer desde el principio a dos estilos distintos del lenguaje, subcódigos distintos de un mismo código común, en cuyo caso todos los miembros de la comunidad tienen competencia para percibir y elegir entre las variantes. En otras palabras, repito que la coexistencia y la modificación no sólo no se excluyen, sino que están indisolublemente ligadas entre si”, Jacobson.

En la etapa dilatada de absorción lingüística del griego al latín y de éste a la Romania, el castellano del Siglo de Oro español adquirió en las estructuras narrativas de Cervantes caracteres distintivos. Dichos caracteres atravesaron el alambique verbal y estilístico que destila en el siglo XIII con Boccacio y Sannázaro, quienes decantaron la continuidad instituida en las Novelas Ejemplares del siglo XVII. Cervantes se jactó de ser el pionero de la novela corta escrita en castellano, pero al remarcar el espacio lingüístico del castellano volcado a la novela corta asumió tácitamente el precedente de la novella italiana nutrida por la griega, bizantina y romana. Las Novelas Ejemplares constituyen el subcódigo diferente del código de la comunidad narrativa. Cervantes repitió el código general del idilio de la pareja, añadiendo el subcódigo de “La gitanilla”, “La ilustre fregona”, “La española inglesa”, “Las dos doncellas”, “El amante liberal”, “La fuerza de la sangre”, “La señora Cornelia”. Otra de las variantes significativas de las Novelas Ejemplares es la revelación de la identidad, ya de doncellas robadas, ya de amantes disfrazados, ya de caballeros confundidos como villanos, variantes de anagnórisis del drama griego clásico. Las Novelas Ejemplares trajeron a tierra los enigmas de Don Quijote, cuya misión aparencial fue el desvelamiento de los héroes apócrifos de las novelas de caballería, dentro de la filosofía general de su sistema narrativo subterráneo descriptivo de la felicidad ajena de los personajes de las Novelas Ejemplares y el oxímoron de la narrativa de su vida real de cristiano converso.