El Prodigio De Un Pueblo
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30-J EL PRODIGIO DE UN PUEBLO José Sant Roz EL PRODIGIO DE UN PUEBLO © JOSÉ SANT ROZ - 2017 Depósito Legal: ME2017xxxx ISBN: 978-980-XX-XXXX-X Diseño y diagramación Luis Ruiz / [email protected] Corrección Impresión IMMECA / Imprenta de Mérida, C.A. 0274 - 251.03.21 / Mérida – Venezuela El Prodigio de un Pueblo Índice EL PRODIGIO DE UN PUEBLO EL DENSO AIRE DE LA AUTÉNTICA NADA 5 PRENSADOS POR LA PRENSA DE DERECHA 17 LA GUERRA DESDE LOS CONDOMINIOS 44 LA HUMILLACIÓN A MARCO RUBIO Y OTRA GRAN DERROTA AL DEPARTAMENTO DE ESTADO 48 EN UN TERRITORIO AJENO Y HOSTIL 58 EL 1º DE MAYO DE 2017 70 • Un análisis sobre nuestra constituyente y el llamado de Bolívar a la Convención de Ocaña en 1828 72 NUESTRAS “BOMBAS” SON MÁS TEMIBLES 80 • La Asamblea Nacional Constituyente y el combate desde el Estado contra las fuerzas insurgentes: La estrategia 82 ENTRE MANIGUAS Y LUCIÉRNAGAS 86 HERVIDERO DE PUEBLO HACIA LA PLAZA DE TOROS 96 LUCES PARA CIEGOS 102 CERCANO AL POLVORÍN 112 A TRES DÍAS DE LA BATALLA DECISIVA 120 EN EL POTRO DE TORTURA DE DOLARTODAY 125 EL PRODIGIO INESPERADO FINAL DE TODOS LOS PRINCIPIOS 137 HUYENDO DE NUESTRAS CASAS 144 EL VOTO QUE ATERRA A TRUMP 153 DE LA APOPLEJÍA DE LA MODERNIDAD 172 A LA ESpeRA DEL TOQUE DE DIANA 191 CENAGOSAS TINIEBLAS 192 LLUVIA SAGRADA Y AMADA 203 • Aberrantes antecedentes de la quema de negros o chavistas 211 • El desprecio de Santander por los esclavos 224 LOS LATINOS EN EL NORTE 227 LA PARTE FINAL (TESTIMONIO DE MACUPATRA) CRÓNICA DE DOMINGO DE CONSTITUYENTE 235 • Crónica de domingo de Constituyente 237 • EL TESTIMONIO Entre asesinos y barricadas. Pedro Pablo Pereira M. 241 • La carnavalada del marzo sangriento 246 • Caracciolo León es confidente de la Disip, aseguró a la prensa el abogado Ramírez López 250 • Es un honor ser “sapo” 252 3 EL PRODIGIO DE UN PUEBLO El Prodigio de un Pueblo El denso aire de la auténtica NADA El odio es hijo de un alma ignorante... Tennesse Williams A l principio fue un estruendo de voces desde las venta- nas de algunos edificios: “¡Mueran los chavistas!”. Llegaba un olor a éter o formol, no sé por qué, en aquellos días de un calor endemoniado. Hubo también un estallido de fuegos de artifi- cio como si estuviéramos en Noche Buena. Pero era el 10 de febrero de 2014. Al mediodía, el sol entró como plomo derreti- do y se acentuó el calor con humaredas de llantas quemadas a lo largo de toda la avenida Eleazar López Contreras. Qué cosa más rara, nunca se habían visto protestas en La Pedregosa Sur y los gritos y las peroleras (cacerolas sonando) semejaban los zagaret que había escuchado en mi viaje a Damasco. Luego vinieron unas “trancas” (colocando obstáculos en la vía) que se extendieron por varios lugares residenciales. Eran irrup- ciones voltaicas (volcánicas) que estallaban en los tumefactos cerebros de los merideños desde centenares de centros elec- trónicos del mundo. –Si al menos cayera una lluviecita les pasara un poco esta hidrofobia–dije a mi mujer. Era así, como una repentina peste de mal de rabia. –Pero no son pestes que las provoca el mal tiempo. Son irradiaciones magnéticas de chicharras cibernéticas. Se percibía un día de siniestros silencios nunca visto en tantas convulsiones ocurridas en nuestra ciudad. Ni siquiera 5 josé sant roz cuando sufrimos los hechos terribles del 13 de marzo de 19871 que se dieron únicamente en el centro, podían compararse con el estado de agitación que ahora se esparcía en más de veinte puntos diferentes de Mérida2. Nos tocó (a mi esposa y a mí) ese día 10 de febrero, hacer un largo recorrido desde la parte sur de la ciudad (sector La Pedregosa), hasta el extremo norte, en Belén. Salimos a buscar a nuestra perra Solita, recién operada. El cuadro que presen- taba la ciudad era del todo fantasmal: la gente iba sonámbula por las calles como presagiando una emboscada, algún golpe artero, una celada; unos marchaban como poseídos por aque- lla alucinación homicida (suicida), que se expandió durante los primeros días de diciembre de 2002 en la Plaza Altamira, en Caracas. “¿Hasta cuándo estas encerronas de holgazanes lapidarios azuzados por el señuelo de unos cuantos rollos de papel toalé, de unos cupos en dólares para comprar virguerías electrónicas, sueños Disney o terrores de Hollywood?”. Paciencia. Todo en aquellos días mostraba un rostro distinto, un bo- chorno de tediosas vaguedades combinado con una extraña petrificación. Salimos a la calle en medio de mil conjeturas. Al salir de nuestro conjunto residencial estuvimos dudando si subir yéndonos por la avenida Los Próceres o bajar cogien- do por El Enlace. “Pero, carajo, aquí arreciaba ese repugnante olor a formol”. Casi llegando al Puente de la Pedregosa, vimos a cuatro muchachones, todos idénticos, con sus gorritas trico- lor recién compradas (u obsequiadas por el alcalde), debutan- do como halcones galácticos. Arrastraban una enorme valla vial. Llevaban el pelo cortado a cepillo y a la vez engominado, como acicalados para una rumba matinal. Se habían colocado pañuelos en la cara y parecían como clonados del personaje Flashback. –¿No te huele a formol? –Para nada. 1 Leer lo que ocurrió en esa fecha en el capítulo LA PARTE FINAL, “LA CAR- NAVALADA DEL MARZO SANGRIENTO”. 2 En abril de 2017, este horror se multiplicaría por cuatro. 6 El Prodigio de un Pueblo –Qué raro. –¿Seguro? –Seguro. Seguimos andando cada vez más de prisa. Sonó el celular, era Carmenza preguntando por un pollo que se había queda- do fuera del congelador. Todos los rostros poseídos por mensajes que llegan a través de chicharras digitales, van sacudidos como veletas que se en- sombrecen. Llevan estas chicharras como seres sonámbulos, entre fragores de asmas junto con los ruidos paranormales de las motos y esos raros olores que llegarán quizá de la estratos- fera. Porque ya, los sentidos los tenemos trastocados, oímos por la nariz y escuchamos sólo chicharras. ¿O será acaso la tétrica compacidad de la NADA que traen esos vientos secos absurdos, inexplicables?: porque nada se sabe explicar, nada se entiende. Sin embargo lo que muchos parecieran tener muy claro es que en pocos segundos el go- bierno caerá. En esos delirios de la nueva posesión diabólica ya no esta- ban funcionando aquellos cuatro canales del apocalipsis, los mismos que anunciaron el fin del gobierno en 2002; el papel lo asumían ahora, insistimos, las diabólicas chicharras conec- tadas al sistema cerebro-espinal, las que expanden a la velo- cidad de la luz crímenes imaginarios “evidentes”, “netos” y “comprobados”. El otro cerebro conectado a la fibra óptica, digo. El que ordena. Entonces se comienza a vivir otra realidad paralela mucho más poderosa: la de los ríos de histerias y cuentos, “me lo di- jeron”, “lo vi con mis propios ojos”, “hágame caso, tenga fe, esto se acaba hoy…”. Por las calles, como jaranas en pena, digo. No conseguía- mos taxis, y decidimos hacer un trayecto de quinientos me- tros, hasta cerca del Cementerio La Inmaculada. Los rostros de los comerciantes (de licorerías, bares, ferre- terías y abastos), estaban desencajados, como trasluciendo un 7 josé sant roz acuartelamiento de megalomaniasis; iban los peatones de pri- sa dirigiendo sus miradas hacia las columnas de humo que se alzaban al fondo de la avenida Los Próceres. Humo que semejaba al dios Cronos engulléndose a su porfiado hijo, el que hoy, precisamente, quería ir a la escuela pero no pudo. De la otra nada de la realidad surgió un carro al que le sacamos la mano. El conductor creyó que nos conocía: –¿Ramón, Alicia? Miró vacilante: –Suban –supo que se había equivocado–. Nos quedamos hablando por la ventanilla, sin atrevernos a subir. El hombre también llevaba en la mano su chicharra iluminada y trataba de hablar con dos mundos distintos al mismo tiempo: –Sí Mary, creo que no voy a poder subir, yo te llamo en un momentico; sí, así es, no vayas a salir de la casa, mira que hay varios cuarteles alzados –y dirigiéndose a nosotros–: ¿Ustedes bajan o suben? –Subimos. –¿Ya esto como que cayó, verdad? –No sabemos nada, amigo. Allá abajo sí tumbaron unos árboles. –De pasar está pasando lo de siempre; es decir, nadie sabe qué está pasando –agregó María Eugenia. –Bueno, yo me voy a devolver. Qué vaina, me están lla- mando otra vez. Sí, ranita, ahora sí como que cayó, pon la te- levisión, a CNN. –Tenga cuidado señor –el tipo golpeó la acera y sonó bien feo el parachoques. Luego aceleró girando en redondo, y cogió en contravía; nosotros sí estábamos decididos a no devolvernos. “Nunca nos hemos devuelto”, es un decir, en esto de las conmociones. La Avenida Los Próceres estaba desolada, sólo con tres perros callejeros que nos adoptaron (“seguramente –le dije a María Eugenia–: intuyen que vamos a buscar a una perra 8 El Prodigio de un Pueblo muy perra”, y mi esposa contesta: “…pero para nada prosti”). Anduvimos tres kilómetros hasta llegar a la zona de los ricos, la urbanización Belensate. Otro perraje pero de baja calidad que estaba colocando propaganda en los árboles, y agitando banderines y pancartas. Los perros que nos seguían se metie- ron en una manigua, como evitando la candela. “Belensate es clase aparte”, y chuchos muy “educados y finos” salían con trajes deportivos, adecuados para la ocasión, agitando tam- bién banderas de Venezuela y de Estados Unidos. Mostraban pancartas en las que se leían ingeniosas y muy creativas fra- ses: “S.O.S. ando peluda xq no hay cera”, “Estoy harta de guardarme el celular en la QK”, “Maduro, métase su felicidad suprema por el QLO”, “Falta poco para que Venezuela sea de 1”, “Mientras China vive el año del Caballo, Venezuela vive la era del burro”, “Siento que si duermo amaneceré sin país”, “Mamá me fui a luchar por Venezuela si no regreso me fui con ella”, “Es hora de que los militares se quiten las pantaletas”, “los huevos no están escasos, los tenemos los estudiantes”.