Père Gil, Cronista De La Peste De Barcelona De 1589, Escribió
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LUES, LUMINARIAS, LUJURIA Y LUCRO EN ROMA RENACENTISTA José Enrique Pons 1. Cataclismos inminentes En 1524 ningún romano podía sentirse objetivamente optimista. Desde bastante tiempo antes toda Italia estaba en convulsión. Los astrólogos peninsulares se habían sumado a una alarma que atravesaba Europa, desde que en 1522 se publicó en Venecia la primera edición italiana del Almanaque de Efemérides de Johann Stoffler (FIG 1). Esa imponente obra se había editado originalmente en 1499 y en ella se advertía que en febrero de 1524 se produciría una conjunción de planetas en el signo de Piscis. De los cenáculos eruditos, donde acaloradas discusiones crispaban a los sabios astrólogos, el debate se había expandido, alcanzando al público general. Todo el mundo debatía ardorosamente lo que semejante cataclismo astral significaría para la humanidad (3) (5). Solamente en Italia, las diversas ediciones del Almanaque superaron las 100.000 copias. Stoffler, basándose en sus predicciones sobre las posiciones planetarias que ocurrirían en los años subsiguientes, pronosticaba para 1524: "Durante el mes de febrero habrá veinte conjunciones pequeñas, medianas y grandes y de éstas, dieciséis ocuparán signos de agua…". Mal podía extrañar, entonces, que se temiera un nuevo diluvio universal. En la polémica participaban "médicos, teólogos, filósofos y todos aquellos que por un lado o por otro, por sus estudios universitarios, tenían destreza en la técnica astrológica" (3). Las interpretaciones se sucedían contraponiéndose unas a otras: que el matemático sólo hablaba de lluvias copiosas…, que eso indudablemente significaba un diluvio…, que en realidad se equivocaba y que nada ocurriría… Pero lo cierto es que Stoffler estaba convencido de que lo que se avecinaba era una catástrofe universal, aunque con un fin luminoso, porque predijo que lo que comenzaría por lluvias (quizás un diluvio), culminaría con la segunda venida de Cristo, lo que ocurriría el 20 de febrero de 1524 (1). No puede extrañar que entre quienes opinaban sobre estos hechos se vieran médicos. La astrología era en ese entonces ciencia imprescindible para cualquier médico que se preciara. Aún más, la magia, que había sido condenada por la Iglesia en la Edad Media, comenzó a ser transformada a partir del siglo XV, para resultar rehabilitada en el Renacimiento. La razón fundamental para estos cambios fue el conocimiento e interés que despertó el gnosticismo, expuesto sobre todo en la literatura hermética y cabalística (16) culminando en la obra de figuras de la talla intelectual de Pico della Mirandola y, de mayor interés para nosotros, Ficino, que era médico. Ficino había "resuelto" un problema trascendente para su época conciliando la magia con el cristianismo. Esa solución era también trascendente para su vida, ya que cualquier alejamiento muy ostensible de los dogmas eclesiásticos podía significar la hoguera. Lo hizo a través de la separación neta entre la magia demoníaca, reprobable, de la "magia natural", útil y necesaria, ya que captaba y dirigía las fuerzas celestes en beneficio de los cuerpos terrestres (16), entre ellos los seres humanos (FIG 2). Los médicos, por tanto, debían conocer magia y astrología y ello justificaba su opinión autorizada en querellas como las del posible diluvio. 2. El año predestinado Pero regresemos a 1524. Febrero llegó y con él volvió el carnaval. El bullicio de la fiesta hizo olvidar los presagios. La gente se dedicó a los placeres profanos propios de una fiesta que no ocultaba sus orígenes paganos y orgiásticos y lo que debió ser objeto de respetuoso temor, se transformó en cosa de burla: el diluvio fue tema central de los desfiles de carros alegóricos (3). Pero los designios de las estrellas son impermeables a esas minucias. En los mismos días de ese carnaval los planetas se encontraron en su inexorable cita celeste y el destino se materializó en tragedias. Una epidemia de peste sacudió a Europa e Italia no fue excepción. En Milán, donde era usual recordar las epidemias de peste con nombres referidos a acontecimientos contemporáneos, se la llamó "peste de Carlos V", por la proximidad con la invasión de Italia por el Sacro Emperador Romano Germánico (5) (6). El terror ante la peste hizo que quienes podían abandonaran sus ciudades para intentar refugio en el campo, lejos de los enfermos contagiosos, ya que la medicina se demostraba incapaz de vencer el mal (FIG 3). Otros medios de amparo resultaban igualmente inútiles. La religión oficial, el catolicismo, apenas podía acercar el consuelo de la salvación del alma, pero esa promesa ya no estaba en manos del vicario de Cristo. El 19 de noviembre de 1523 había sido electo papa Clemente VII. El sumo pontífice era por entonces también soberano temporal de los Estados de la Iglesia, por lo cual reinaba sobre los romanos. Pero una peste diferente había caído también sobre Roma, demostrando que la conjunción de tantos astros en Piscis era agobiadoramente funesta. Esa "peste" era la guerra entre Francia y España. Con la última se alineaba el resto de los territorios imperiales, ya que en 1519 el rey Carlos I de Castilla y Aragón había sido electo Sacro Emperador Romano Germánico, sucediendo a su abuelo Maximiliano I, como Carlos V. Esto significó un fracaso para el rey de Francia, Francisco I, que también aspiraba al trono imperial. Pero mucho más que eso, significaba un peligro para Francia, ahora completamente rodeada por territorios imperiales y con abiertas manifestaciones de Carlos reivindicando su derecho a Borgoña y su oposición a las pretensiones de Francia sobre Italia (20). Tan pronto como Clemente ascendió al solio y se hizo evidente que patrocinaría el poder político de su familia (la rama Cafaggiolo de los Médicis), la familia rival Colonna inició una movilización contra él, obligándolo a refugiarse en Castel Sant’Angelo (14), el nuevo nombre para el dodecacentenario Mausoleo de Adriano, que había sido transformado en prisión de estado por Teodorico en 520 y luego en bastión capaz de resistir un ejército. Clemente estaba demasiado ocupado en cuestiones políticas como para preocuparse por las almas que la peste enviaba por miles al más allá. Tampoco aprendió la lección cuando los españoles lo liberaron de su cuasi prisión. Tomó partido por Francia, desestimando las amenazas de guerra que profería el Imperio. Más le hubiera valido tomarlas en cuenta. No sólo hubo guerra, sino que a comienzos de 1525 Francisco I fue hecho prisionero y mantenido en cautiverio en Madrid, y poco después (1527) Roma fue tomada y saqueada por el ejército imperial (20). Como si todo esto fuera poco, no resultaba banal pensar en otra "peste" que amenazaba a toda la Europa cristiana. El martes 29 de mayo de 1453, hacia el mediodía, Constantinopla había caído definitivamente en poder de los turcos y el Imperio Romano de Oriente dejó de existir. El sultán Mehmet II sería desde entonces conocido como "el Conquistador" (18). A partir de entonces, la expansión del Imperio Otomano resultó irresistible y sus conquistas territoriales se sucedieron las unas tras las otras. En 1520 ascendió al trono Solimán y rápidamente demostraría la razón para que la historia lo recuerde como "el Magnífico". El 29 de agosto de 1521 Solimán conquistó Belgrado y en 1522 tomó Rodas tras la rendición de los Caballeros Hospitalarios de San Juan (9). El riesgo de la caída de toda la cristiandad era tangible. 3. Promesas de salvación En tales circunstancias, no llama la atención que aparecieran profetas y redentores de todo tipo, que ofrecían salvación para almas y cuerpos aplastadas por el peso de tantos castigos divinos. En el mismo febrero de 1524, junto con los primeros casos de peste, llegó a Italia un viajero judío, que solo hablaba hebreo, rezaba y ayunaba mucho. El capitán del barco en el cual viajó, lo puso en contacto con la comunidad judía de Venecia y ese hombre contó a sus jefes que venía de la comarca de Jaibar, al norte de Arabia, donde existía un reino independiente. El rey era su hermano Yosef y él, que se llamaba David, era el comandante del ejército. Como descendía de la tribu de Reuben llevaba el apelativo Reubeni (23). David, según su propio relato, había sido enviado por su hermano el rey, en misión diplomática ante los soberanos cristianos de Europa, para conseguir de ellos armas de fuego para reconquistar Israel del poder de Turquía. David rogaba mantener el secreto hasta poder reunirse con el Papa. Aclaraba, eso sí, que él era un simple mortal y que además era un guerrero que había derramado mucha sangre, por eso no era ni podía ser el Mesías. Su proyecto pareció magnífico a la comunidad judía de Venecia, que no quiso quedar al margen de la magna obra proyectada y proveyó todo lo necesario para enviar a David a Roma. Allí, Reubeni fue recibido por el Papa, que se entusiasmó con la idea de la cruzada que eliminaría el peligro turco, pero los acontecimientos políticos que lo agobiaban lo obligaron a desistir. David recorrió otras cortes europeas, encontrando cierto eco en el rey de Portugal y hasta en el propio Carlos V, pero finalmente se hizo sospechoso a la Inquisición, que terminó con sus andanzas encarcelándolo en España hasta su muerte, ocurrida algunos años más tarde, en un momento poco preciso. 4. Pestes en tropel La peste bubónica era una lúes, en el sentido latino del término: "peste", "epidemia", "enfermedad contagiosa". El latín que utilizaban cotidianamente los medios cultos y académicos europeos admitía asimismo el mismo término "lúes" para las calamidades graves, como la guerra o el hambre. Esa designación cuadraba tanto a la nefasta guerra entre estados cristianos como a la aciaga propagación de la infidelidad mahometana por las victorias turcas. Pero la posteridad ha conservado el nombre lúes como sinónimo de sífilis. La "lúes venérea" (peste del amor) era por entonces una recién llegada a Europa.