EN BÚSQUEDA DE FRONTERAS PERDIDAS. ALGUNAS NOTAS SOBRE LA CONSTRUCCIÓN POLÍTICA DE LAS “FRONTERAS NATURALES” EN LA REGIÓN PLATENSE SOBRE LA LECTURA DE VIEJOS MAPAS (1600 CA.- 1853) 2 INTRODUCCIÓN. 2 USURPACIÓN Y OCUPACIÓN 5 Entre el Paraná y el Uruaí. 7 Traición, entrega, estado-nación. 12 A manera de conclusión. Una construcción política de “fronteras perdidas”. 16 BIBLIOGRAFÍA Y FUENTES 17 ÍNDICE DE ILUSTRACIONES 20

EN BÚSQUEDA DE FRONTERAS PERDIDAS. ALGUNAS NOTAS SOBRE LA CONSTRUCCIÓN POLÍTICA DE LAS “FRONTERAS NATURALES” EN LA REGIÓN PLATENSE SOBRE LA LECTURA DE VIEJOS MAPAS (1600 CA.- 1853)

ARIADNA ISLAS*

INTRODUCCIÓN.

Una lectura nacionalista del tema de las fronteras y los límites en la región platense ha significado su supervivencia en la conciencia histórica del ciudadano común –y de muchos historiadores- en asociación con términos tales como usurpación, traición y entrega, refiriéndose con esta adjetivación a los procesos de negociación y firma de tratados de límites cuyo resultado fijó la conformación territorial de los distintos estados en la región. El origen de esta tradicional asociación suele remontarse a la competencia entre las monarquías española y portuguesa en la formación de sus imperios coloniales por el control y la población de una “zona frontera”, la llamada “”, que fue escenario de diversos procesos sociales de ocupación territorial y objeto de una conflictiva negociación política a través de multiplicidad de tratados. El estudio que se presenta avanza en la lectura de la representación gráfica de esa “zona frontera” en mapas antiguos, y su confrontación con otro tipo de fuentes, tales como los propios tratados, o el relato de los conflictos generados en la demarcación concreta de los límites en la larga duración. En ese contexto anota algunas consideraciones a propósito de la revisión de conceptos tales como el de “fronteras naturales” en una dimensión histórica, política y cultural de su construcción.1 La costa del Brasil

* Magister en Ciencias Humanas (UdelaR, )- Departamento de Historia del Uruguay, Facultad de Humanidad

Ciencias de la Educación, Universidad de la República, , Uruguay.

1 Este trabajo reconoce como antecedentes los estudios de Ana Frega “La constitución de la Banda Oriental como provincia. Apuntes para su estudio desde un enfoque local” en Historia y docencia. Año 1, Nº 1, Montevideo, 1994, pp. 47-56; y de Carlos Zubillaga, “Algunos antecedentes sobre acondicionamiento territorial en Uruguay (1611-1911)” en Cuadernos del CLAEH. Nº 4. 1ª. Serie, Montevideo, 1977, pp. 37-61. La cartografía que se usa como fuente en esta ponencia fue recopilada en el marco del proyecto “Renovación metodológica en la enseñanza de la Historia del Uruguay en la primera mitad del siglo XIX: manuscritos, cartografía histórica e imágenes de época en el aula” bajo la dirección de la Profesora Agregada Ana Frega y con apoyo de la Comisión Sectorial de Enseñanza- UDELAR, en mi calidad de asistente y con la colaboración del Ayudante Daniele Bonfanti. Debo agradecer a Hugo Nicolás Islas y a Jorge Sierra su asistencia en la digitalización de parte de la cartografía utilizada, así como a los funcionarios de la sección de Fotografía del Archivo General de la Nación de Buenos Aires, Argentina por la reproducción fotográfica de piezas seleccionadas de su colección. 2 La competencia entre las monarquías europeas por el control del comercio interoceánico generó diversas representaciones del mundo y de la región. (Portugalia Monumenta Cartographica, 1960, passim; Adonias, 1993, passim) La búsqueda de las rutas hacia Oriente, la discusión en torno a la naturaleza de las nuevas tierras descubiertas, en su consideración como parte de un continente conocido o de un nuevo mundo (Laguarda Trías, 2000, 2: passim; Avonto, 1999, 1: passim) a explorar, ocupar y expropiar registró un hito en la celebración del tratado firmado en Tordesillas (7 de junio de 1793) entre la monarquía castellana y portuguesa rectificando las concesiones establecidas en la bula “Inter caetera” del mismo año. Por este tratado se dividía el mundo en dos hemisferios según un meridiano a delimitarse de acuerdo a las instrucciones allí expresas, que consistían en el trazado de una línea imaginaria a trescientas sesenta leguas al oeste de la isla más occidental de Cabo Verde, y que determinaría los dominios de España al Occidente de esa línea, y los de Portugal al Oriente. (Calvo, 1862, I: 1-36) La discusión de los geógrafos que debieron proceder a su demarcación mostró la naturaleza política del establecimiento de la línea en todos sus detalles “técnicos”: la determinación del punto de referencia de partida para la medición, el tamaño de la legua a utilizar como unidad de medida de distancia, las distintas posibilidades para su trazado en tierras que se reputaban eventualmente como una parte desconocida del mundo “antiguo”. (Calvo, ibídem; Laguarda Trías, 2000, 2: 7-20, 51-56) Paralelamente a esta negociación “en abstracto” a propósito de las tierras “descubiertas” o “por descubrir”, que de hecho supuso una discusión en torno al derecho natural de gentes y al derecho de descubrimiento y conquista como componentes de una justificación ideológica para el proceso de expansión interoceánico de Europa, se procedía a la exploración de las tierras descubiertas por parte de navegantes de diversa procedencia contratados por las propias monarquías. La construcción conceptual de la noción de un “Nuevo Mundo” partió de la descripción más o menos certera o fantástica de la derrota de los sucesivos viajes, (Laguarda Trías, 2000, 1: 147-184) así como de la necesidad de la búsqueda o comprobación de la certeza de “utopías”, espacios míticos o percepciones teóricas sobre la naturaleza del mundo. (Avonto, 1999, 1 y 2; 2003: passim) Tuvo su correlato en la representación gráfica de las tierras más o menos incógnitas trazadas según las distintas “escuelas” cartográficas que se desarrollaron en servicio a los reyes europeos. En ellas se hacía una referencia lo más adecuada posible de las costas, los recursos, las poblaciones y las características de las tierras pasibles de ser ocupadas, apropiadas y explotadas. Al mismo tiempo aludían en clave o en forma decorativa a una percepción fantástica de América, tanto como a un proceso de construcción conceptual del continente como una tierra nueva. Así en la nomenclatura de las diversas representaciones, el “Nuevo Mundo” deviene las “Indias”, el “Brasil” o “América”. (Cortesao, Texeira de Mello, 1960: passim; Adonias, 1993: 18-22 y passim) La elección de una representación insular del Brasil, y de los dominios de Castilla como la “tierra firme”, supuso la definición inicial de una “costa del Brasil” que indicaría la percepción política de un territorio concreto e “isleño” delimitado por “fronteras naturales”, en oposición a una concepción abstracta – o 3 jurídica- del mundo dividido por los hemisferios acordados en el tratado de 1493. (Fig.1 ) Así “Brasil”, se opone a “Castilla” por el Plata y su eventual prolongación por el continuo de sus afluentes navegables cuyas características físicas señalaron los obstáculos y los caminos fluviales a las primeras expediciones en búsqueda de la sierra de la Plata: el Uruguay, el Paraná, el Paraguay, el río de las Amazonas. (Fig. 2 y 3) Conocimiento certero, espionaje, favor real, e intereses en pugna se mezclan en las diversas representaciones. (Adonias, 1993: passim; Laguarda Trías, 2000, 1: 167-193 y passim; Laguarda Trías, 2000, 2: 131-150 y passim) Las descripciones “geográficas” que acompañaron los mapas o los tratados justificaron el proceso de ocupación territorial, pero al mirarlos en conjunto aportan datos sobre las formas, los alcances y características de esta ocupación. La conformación de una frontera del Perú en el Paraná parece constituirse en el entorno de 1580, mientras que la fundación de la Colonia y la competencia de las capitanías de Río de Janeiro y San Vicente por la expansión hacia el sur y el interior marcan la misma frontera en el siglo siguiente. El avance sobre la “Banda de los Charrúas” y la construcción de las misiones del Tape refieren de uno y otro lado la colonización de una misma frontera. En este momento inicial parece no aplicarse con facilidad la máxima que inspira la interpretación tradicional del conflicto de límites entre Portugal y España durante el siglo XVIII según el cual España perdía por la diplomacia lo que ganaba por las armas. (Como un ejemplo típico entre otros, Azarola Gil, 1931: passim; Azarola Gil, 1976: 46-60). La imposibilidad del control efectivo del conjunto del territorio, el interés por eludir el monopolio peruano, la conformación del mercado regional de las rutas de abastecimiento y salida del Potosí, la competencia entre elites locales emergentes, generaron una situación de hecho que dio una autonomía virtual al desarrollo de la zona, que integraba su calidad de frontera como un componente estructural (véase por ejemplo Moutoukías, 1988: passim; Prado, 2002: passim) La interpretación tradicional que vio en la fundación de Colonia un “error” histórico (Azarola Gil, 1931: passim) o una disfunción a la unidad territorial (la referencia en Prado, 2002: 25-32) en una reiterada discusión/reivindicación de la frontera hipotética de Tordesillas no parece poder sustentarse, a la luz de los conocimientos actuales y no ya por meras consideraciones teóricas. Aún más, el tácito reconocimiento de la existencia de poblaciones originarias en la denominación usada por el gobernador Hernandarias en la carta al rey de 2 de julio de 1608, a saber “la Vanda del norte que es la costa de los charruas” (reproducida por Azarola Gil, 1976: 207-210) pone en cuestión la sola consideración del origen del “derecho” que eventualmente se evoca al considerar esta región como “res nullius”, o bien invocando el “uti possidetis juris de 1810”. (Díaz discutiendo a Vicente G. Quesada, 1944: 20-22) Incluso el derecho de descubrimiento, exploración y conquista invocado por el derecho de gentes, y por los autores nacionalistas del lado “español”, podría ser cuestionado por la precedencia portuguesa en la exploración del “Río de la Plata”, aún cuando se extreme la interpretación dentro de la propia corriente, al referir a las expedición portuguesa de 1511- 1512 como un “predescubrimiento”. (Laguarda Trías, 2000, 2: 163-165) 4 Sin embargo, la discusión en torno a la instalación de la Colonia, y en definitiva el tratado de 1681 vinieron a confirmar una forma de concebir la costa del Brasil. La consideración del territorio de la costa norte del Río de la Plata como un territorio no ocupado –¿un territorio “desierto”?, ¿una frontera abierta?, ¿un espacio en calidad de “res nullius”?- ambientó la expansión portuguesa al extremo sur de lo que podría llamarse la “costa del Brasil”. Mientras tanto, José de Garro gobernador de Buenos Aires, invocó de alguna forma el “uti possidetis juris” de acuerdo con el Tratado de Tordesillas, que revestía entonces más de un siglo. Fue remitida como prueba la carta de Joao Texeira de Albornoz. (Fig.4) Esta carta daba una interpretación de las posesiones portuguesas que evocaba la concepción insular del Brasil, en cuanto se extendían “desde Río de Janeiro hasta la embocadura del Río de la Plata, comprendiendo trescientas leguas de costa hasta Tucumán”. (Calvo, 1862, I: 179) La discusión entre los comisionados castellanos y portugueses designados para la demarcación correcta de la línea del tratado de Tordesillas (Fig.5) tras la toma de la Colonia por Buenos Aires, puso de manifiesto otra vez la posibilidad del “corrimiento” del meridiano según disquisiciones de corte geográfico y geodésico pero que en realidad resultaban políticas, en cuanto “decidían” los accidentes geográficos a considerar y la medida de la legua a utilizar a favor de las aspiraciones territoriales de una u otra corona. (Calvo, 1862, I: 182-183 y 190-302) La resolución del entredicho por el tratado provisional de 7 de mayo de 1681 (Calvo, 1862, I: 183-189) determinó la permanencia de la Colonia, y de hecho, la explotación de la campaña de esa banda por parte de los vecinos de ese pueblo y Buenos Aires: se había definido “jurídicamente” una zona-frontera para ambas coronas, más allá de las disposiciones impracticables –e incontrolables- referidas a las “prohibiciones del comercio por mar y por tierra, assí de los Castellanos en el Brasil como de los Portugueses en Buenos Aires, Perú y demas partes de las Indias occidentales [que] quedarán en su entera fuerza y vigor”. (Calvo, 1862, I: 187) Al problema de la extensión de la costa del Brasil se sumaba otro: el de la extensión de la campaña de Colonia.(Prado, 2002: 85-93) En ese aspecto, el tratado de Madrid o de “permuta” de 1750, señalaba los alcances admitidos comúnmente para este territorio si se atiende a la redacción de su artículo 13º, por el que Portugal cedía para siempre a la Corona de España la Colonia del Sacramento y todo su territorio adyacente a ella en la margen septentrional del Río de la Plata hasta los confines declarados en el artículo 4º, y las plazas, puertos y establecimientos que se comprenda en el mismo paraje, como también la navegación del mismo Río de la Plata, la cual pertenecerá enteramente a la Corona de España” (Calvo, 1862, II: 244-260). (Fig.6)

USURPACIÓN Y OCUPACIÓN

El desconocimiento de estas fronteras “teóricas” vino a comprobarse por la celebración de los tratados sucesivos que “movieron” la frontera al sur, y que muestran las alternativas políticas de un conflicto que

5 tuvo el mundo por teatro. Pero aun si se enfoca solamente la región, los vocablos que evocan conceptos devienen opinables. Así como la fundación de la Colonia significó el avance portugués sobre un territorio que no estaba formalmente ocupado, y cuya explotación conjunta denotaba su carácter fronterizo, la firma del Tratado de Utrecht significó para la monarquía borbónica una expresión jurídica decisiva en el proceso de la ocupación de un territorio que no estaba efectivamente controlado por ninguna de las dos monarquías, y que por el contrario mantenía el estatuto de doble administración. El traslado de Santo Domingo Soriano a principios del siglo en una fecha no determinada (Barrios Pintos, 2000: 203-214), y la fundación de Montevideo en un proceso que comenzaría formalmente en 1724, que puede ser interpretada como uno de los efectos de la aplicación del tratado, junto con el acrecentamiento en la explotación ganadera por la concesión del asiento del tráfico de esclavos, podrían considerarse como la expresión más inmediata del avance de la frontera de la monarquía española en la región más allá del Paraná y del Uruguay (Zubillaga, 1977: 38-39), tal como previamente lo habría sido la Colonia en la expansión portuguesa hacia el sur (Prado, 2002: 35-74). Localmente, parece mejor significar un avance en el control del comercio platense por parte de Buenos Aires, que en la banda norte instala su fuerte, y su puerto, compitiendo así con Colonia y entrando directamente en la carrera de Río (Moutoukías, 1988, passim; Bentancur, 1997, 30-32) Contrariamente a lo expuesto por las interpretaciones nacionalistas más tradicionales, el tratado de Madrid de 13 de enero de 1750 (Calvo, 1862, II: 244-260) y sus consecuencias indicarían un avance en el dominio territorial de la Corona borbónica en la región platense: la fijación de la frontera del Paraná en el norte de la región con la expulsión de los jesuitas en 1767 tras la “guerra guaranítica” y el concomitante pasaje de los pueblos misioneros y su jurisdicción bajo administración directa de las autoridades coloniales tras la creación de la gobernación fronteriza de Misiones, subordinada como la de Montevideo a la jurisdicción de la Gobernación de Buenos Aires. Por lo tanto puede considerarse también como sus consecuencias la “consolidación provisoria” del Paraguay como un río interno, al tiempo que la entrada de las tierras de los pueblos de Misiones en la bolsa de las tierras “baldías”, que la aplicación de la Real Instrucción de 1754 ponía al alcance de las elites locales (Maeder, 1992: passim). En la banda norte del Río de la Plata, Buenos Aires extendía y consolidaba su dominio más allá de los límites de la gobernación de Montevideo allende las sierras de Maldonado, con la fundación de los pueblos de Maldonado y San Carlos (Barrios Pintos, 2000: 358-373, 393-401), estableciendo la frontera en la línea virtual de 1737, marcada por las fundaciones de los fuertes de Santa Teresa y San Miguel.(Fig. 7) Las campañas de Pedro de Ceballos para el sitio de la Colonia (Calvo, 1862, VI: 177-208) y la toma de los fuertes en 1763 (Calvo, 1862, VI: 230-237) y sus incursiones en Río Grande en 1776 y 1777 (Calvo, 1862, VI: 237-285) y el tratado de San Ildefonso- El Pardo en 1777 (Calvo, 1862, III: 128) que indicaría los límites del Virreinato recientemente creado, señalarían la extensión máxima de los dominios españoles en América, sobre una zona que había sido ocupada en forma conjunta, y en donde una y otra corona habían terminado 6 por aplicar el concepto de ocupación como fuente de sus derechos limítrofes. La gestión de las partidas de demarcación de la línea acusa este punto, sobre todo al describirse las características de las estancias de la frontera o bien al discutirse la denominación de los accidentes físicos como se consignan por ejemplo en la “Memoria geográfica de los viajes practicados desde Buenos Aires hasta el Salto Grande del Paraná por las primeras y segundas partidas de la demarcación de límites en la América meridional, en conformidad del tratado preliminar de 1777, entre las coronas de España y Portugal, con varias notas cronológicas de las poblaciones, circunstancias y estado actual de los países que se anduvieron, y algunas otras sobre la división de terrenos de ambos dominios” escrita por Andrés de Oyárvide, Piloto de la Real Armada con ejercicio de Geógrafo en la 2ª. partida de la demarcación (Calvo, 1866, X: passim) La cartografía abandonó entonces la representación de las fronteras naturales y atendió a la delimitación política del territorio. Tal es el caso de los mapas de América meridional incluidos en el atlas de John Cary, por ejemplo, que refieren las vicisitudes de la frontera, registrando los límites prescritos por los tratados, o la extensión del territorio alcanzado por los portugueses tras la invasión de 1801, (Cary, 1808) o el mapa del virreinato datado posiblemente en 1805, perteneciente a la colección de Andrés Lamas. (Fig.8)

Entre el Paraná y el Uruaí.

La tesis de la nación prefigurada se pone a prueba también al considerar la historia de la región como la historia de una frontera en conformación. Una frontera en donde los “poderes locales” o las “elites” emergentes disputaron entre sí el dominio sobre espacios territoriales en definición, más allá de los límites que las coronas hubiesen acordado. Podría pensarse la región al oriente del Paraná como una zona- frontera en su conjunto, en cuanto puede ejemplificarse su uso como objeto de transacción en diversos tratados, así como en su propio proceso de conformación como una en un conjunto de provincias escindidas del espacio de la campaña de Buenos Aires en el período de las guerras de independencia, en particular en el caso del continente de Entre Ríos y la Provincia Oriental. Así, la crisis generada por la caída de la monarquía borbónica por la invasión napoleónica de la península puso en cuestión la organización política del conjunto de la región. El intento por consolidar estructuras estatales centralizadas en el Imperio del Brasil por Río de Janeiro o de Buenos Aires en las Provincias Unidas, como las capitales de los dominios de Portugal o del antiguo virreinato del Río de la Plata compitió más o menos exitosamente con la conformación de unidades políticas autónomas ligadas por distintos pactos de alianza más o menos estables entre entidades que se denominaron “provincias” y a veces “repúblicas”(Murilo de Carvalho, 1996: passim; Chiaramonte, 1996: passim). La constitución territorial de la Provincia Oriental como una de esas unidades a partir de 1813 merece algunas consideraciones en relación con sus límites para ese período. El territorio de la hasta entonces 7 “Banda Norte” o “Banda Oriental” no era en realidad un todo claramente definido. La referencia geográfica expresada desde Buenos Aires, refería posiblemente a la “banda norte del Río de la Plata” incluyendo la precisión, o no, de “al este del río Uruguay”. Con estos términos se aludía muy probablemente a la costa, con una extensión indeterminada entre el Paraná y los dominios de Portugal, o en expresión también al uso, la “banda oriental del Paraná” incluyendo entonces los territorios del “continente de Entre Ríos”. Sin embargo, esta denominación no parecía aplicarse hacia el norte más allá del Río Negro, en tanto ese territorio se relacionaba más con las estancias del pueblo de Yapeyú y de las otras misiones orientales. Después de la firma del tratado de 1777 se trataría a este espacio como la “frontera” con las fundaciones de Batoví y Belén, y de la misma forma aún después de la invasión de 1801, tras el Real Acuerdo de 1805 con los repartos de tierras realizados entre el Tacuarembó y el Ibicuy en el entorno de las guardias de Santa Ana, San Rafael, Cerro Largo y el Piray. En todo caso, se trataba de la frontera de la jurisdicción de Buenos Aires, en donde la gobernación de Montevideo, así como la de Misiones, con los regimientos de Blandengues de la frontera, marcaban la extensión que se pudiera asegurar, y que no se extendería más allá de una línea virtualmente ubicada entre las puntas del Ibicuy y la población de Belén entre el Uruguay y el Yacuy. De esta forma la denominación “Banda Oriental” parecería referirse inicialmente a una porción de la campaña de Buenos Aires al oriente del Paraná, al norte del Río de la Plata y al sur del Río Negro, en todo caso no más allá del pueblo de Paysandú, y muy posiblemente a uno y otro lado del río Uruguay. (Frega, 1994: passim). Por ejemplo, es la acepción que se le da en el tratado de pacificación entre el gobierno de Buenos Aires y el virrey Francisco Xavier Elío, firmado en Montevideo en 20-21 de octubre de 1811 (Archivo Artigas, 1963, V: 404-406). Por el artículo 6º se establecía que las tropas de Buenos Aires desocuparían enteramente la banda oriental del Rio de la Plata hasta el Uruguay, y por el artículo 7º, que los pueblos del Arroyo de la China, Gualeguay y Gualeguaichú situados entre ríos, quedarían de la misma suerte bajo el gobierno de Montevideo, mientras que los otros pueblos, permanecerían bajo el gobierno de la Junta. La denominación “Uruguay” parece haber sido más temprana, y referir al conjunto de las tierras vecinas al río del mismo nombre, al norte del río Negro entre las puntas de estos dos ríos y el océano, si se atiende a la ubicación que algunos mapas indican, a la grafía y a la tesis sobre el origen del término referido por Barrios Pintos (Barrios Pintos, 2000: 108). (Fig. 5 y 6) Por su parte, Pivel Devoto refiere al interés de Montevideo por ampliar y unificar bajo su jurisdicción al conjunto de la Banda Oriental en sucesivas reclamaciones como “los antecedentes coloniales de la autonomía y unidad de la provincia” (Pivel Devoto, 1990: IX). Sin embargo, podría profundizarse en una discusión a propósito de si estas solicitudes, al incluir la zona entre el Yi y el Negro, pero también las jurisdicciones de Soriano y Maldonado, al sur del Río Negro, y las dependencias de Yapeyú al norte del mismo río, no vendrían a significar una contradicción con el concepto básico de la “soberanía particular de los pueblos”, que inspiró la constitución autónoma de la provincia posteriormente. Los conflictos 8 jurisdiccionales entre estos pueblos y sus pueblos dependientes, con el propio Montevideo y con Buenos Aires, se manifestaron en numerosas ocasiones a lo largo del período colonial y durante las guerras de independencia, en una competencia por los alcances de dicho principio. La situación del gobierno de Buenos Aires en 1811 y su relación con el gobierno regentista de Montevideo tras la firma del armisticio de octubre sugiere algunas reflexiones en torno al problema de las fronteras. La ocupación de los pueblos a una y otra orilla del Uruguay por parte de este último gobierno, y el control de la boca del Río Uruguay por su flota, el avance del ejército portugués sobre el territorio en 1811 para acelerar el retiro de las tropas de la Junta, permiten pensar en un retroceso hacia la frontera del Paraná del territorio bajo el dominio efectivo de Buenos Aires, en tanto que el Uruguay marcaría otra de sus fronteras en la gobernación de Misiones, de acuerdo al texto del tratado citado más arriba. Esto parece indicar que la llamada “banda oriental” referiría para 1811 una porción del continente de Entre Ríos y el territorio entre el Río de la Plata y el Negro sobre el que Portugal avanzó en este lapso. La instalación de los orientales en el Ayuí, parecería indicar una guardia de frontera en el continente de Entre Ríos, en los confines de las jurisdicciones del cabildo de Corrientes y la gobernación de Misiones. La proclamación del principio de la “soberanía particular de los pueblos” como el “objeto” de la corriente “oriental” –la base propuesta para la organización política del conjunto de las provincias- al interior de la revolución iniciada en mayo de 1810 en el antiguo Virreinato, marcó el antecedente para la constitución política del territorio al oriente del río Uruguay como una provincia, en el marco de una proyectada unidad nacional a definirse en la Asamblea Constituyente reunida en Buenos Aires en 1813. Rechazada la forma de aplicación del reglamento de elecciones y la elección inicial de delegados para esa asamblea, el Congreso de diputados de los pueblos de la banda oriental reunido delante de Montevideo en 5 de abril de 1813 registró en el acta de la reunión en la condición 7ª. establecida para el reconocimiento de la Asamblea, la aceptación de su constitución política como una asociación de pueblos libres (Archivo Artigas, 1974, XI: 81). De la misma forma, por el artículo 8º de las instrucciones entregadas a los diputados, expedidas delante de Montevideo, en 13 de abril de 1813, se establecía la conformación de la Provincia Oriental por el territorio que ocupaban los pueblos desde la costa oriental del Uruguay hasta la fortaleza de Santa Teresa, en una asociación de pueblos libres y procediendo a su descripción territorial entonces, como la suma del conjunto de las jurisdicciones de los pueblos antedichos. Se incluían en ella, por el artículo siguiente los siete pueblos de las misiones orientales y su jurisdicción y las guardias fronterizas de Batoví, Santa Tecla, San Rafael y Tacuarembó ocupados “injustamente” por los portugueses, de suerte pues que la banda oriental resultaba una de las partes constituyentes de la Provincia Oriental (Archivo Artigas, 1974, XI: 103), cuya representación cartográfica parece ser la realizada por Larrañaga (Larrañaga, 1930: CXXXI). Este documento podría entonces ser datado también en fecha próxima a estos hechos, en cuanto se reivindicaba en él la frontera de San Ildefonso de 1777, y en tanto Dámaso Antonio Larrañaga había sido elegido como uno de los diputados por Montevideo ante la 9 Asamblea constituyente, y más tarde en misión ante el propio gobierno de Buenos Aires para resolver las diferencias políticas suscitadas con éste. (Frega, 1994: passim; Mañé- Islas, 1999: passim) (Fig.9) Sin embargo, esta definición de fronteras no parece poder mantenerse en el contexto de 1815. La integración del conjunto de los pueblos de Misiones como constituyentes de una provincia al “Sistema de los pueblos libres”, y la guerra contra Portugal sostenida por esa comandancia en el frente oriental plantean el dilema de la pertenencia de las Misiones Orientales a un ordenamiento territorial alternativo a la Provincia Oriental, que sí conservaba entonces como pueblos constitutivos la región de Paysandú hasta la zona de la villa de Purificación donde se ubicó el cuartel general y la capital de la “Confederación de Oriente” o “República Oriental” hasta que fue invadida por los portugueses en 1818, y las guardias fronterizas que dependían directamente del cuartel general (Frega et al., 2004). Pero en 17 de junio de 1815, según la contrapropuesta de Buenos Aires presentada por los comisionados Blas José Pico y Bruno Francisco de Rivarola a los términos propuestos por José Artigas para un tratado de paz, se vuelve a apreciar el carácter de una zona-frontera negociable al oriente del Paraná por parte del gobierno de Buenos Aires, tal como lo había sido en 1811 en las circunstancias de la guerra contra el regentismo montevideano, y en la larga duración en períodos anteriores. En efecto, por dichas cláusulas, se proponía la independencia de la Provincia Oriental, y la libertad de las provincias de Entre Ríos y Corrientes para ponerse bajo el gobierno que prefiriesen, en uso del “uti possidetis juris” de 1810, y con el interés de conservar bajo el dominio de Buenos Aires todos aquellos territorios al occidente del Paraná. (Archivo Artigas, 1994, XXVIII: 233-235). En 27 de enero de 1816 el Cabildo de Montevideo realiza una consulta a José Artigas a propósito de la división departamental de la provincia, en la que los departamentos aparecen constituidos como una asociación de pueblos, a los efectos de regular la elección de los Ayuntamientos en los pueblos cabeza de departamento. No se establecen entre ellos límites precisos, dando pues por conocidos aquellos sancionados por la costumbre. Tampoco se incluyen en este caso los pueblos de las Misiones Orientales, nombrándose al norte, en la margen derecha del Río Negro, los pueblos de Paysandú, Belén, y el Salto hasta la línea de la frontera, que no se especifica pero se presume relativa a la “jurisdicción” de estos pueblos en donde se designarían jueces sin dependencia de ninguna cabeza de departamento, y por lo tanto directamente sujetos al Cuartel General dado su carácter “fronterizo” (Archivo Artigas, 1987, XXI: 190-191) . La invasión de 1816 y la organización de la administración “” de la provincia, puso nuevamente en cuestión el tema de los límites. Por el tratado llamado “de la farola” de 1819 (AGN-ACM, 1941, XV: 337-353) firmado entre el Capitán General Lecor y el Cabildo de Montevideo, este último se atribuía el gobierno del conjunto de un territorio que aún no controlaba en su totalidad, y proponía el establecimiento de límites entre las capitanías del Río Grande de San Pedro y de “Montevideo” por la concesión del territorio entre el Ibicuy y el Arapey a cambio de la construcción de un faro en la isla de Flores. El tratado 10 tuvo efectos prácticos inmediatos: fueron designados comisionados para la delineación correspondiente, y ésta fue representada gráficamente, según una línea limítrofe que comenzaba en el mar, en la línea al oeste de los fuertes de Santa Teresa y San Miguel hasta el arroyo San Luis en la confluencia con la laguna, por la margen occidental de la laguna Merim hasta el Yaguarón, por el Yaguarón hasta las nacientes del Yaguarón chico, y siguiendo el rumbo del NO. hasta el rio Negro más allá de la confluencia del Virahí hasta Itaquatia –zona que se transformó en la ribera derecha del Río Negro hasta su confluencia por el Tacuarembó, y de las puntas de éste a las del Arapey- y desde allí costeaba en rumbo O.N hasta el Arapey. El tratado remitía aproximadamente al statu quo de 1801. El Congreso de representantes de los pueblos convocado por la administración portuguesa para decidir el asunto de la anexión al reino de Portugal, Brasil y Algarbes en el marco de la discusión de las Cortes de Lisboa por la reforma de la monarquía (Pivel Devoto, 1936) y de la resolución de la cuestión diplomática pendiente planteada entre las coronas de España y Portugal en la Conferencia de París en 1818 (Calvo, 1865, IV: 270-284). Más allá de las anotaciones que puedan hacerse a propósito de los vicios en la elección de los diputados, que habrían garantizado el voto favorable a la incorporación de la provincia bajo el nombre de Cisplatina al reino de Portugal, el congreso manifestó la voluntad de la anexión con condiciones, entre ellas la de la admisión del límite del Cuareim con la Capitanía del Río Grande de San Pedro. La sugerencia de este límite parecería suponer una razón intermedia entre el Arapey del tratado de la Farola y el Ibicuy de 1777, resignando el conjunto de la zona misionera oriental al Uruguay para la capitanía de Río Grande, y remitiendo posiblemente a los límites de 1815 en cuanto tanto el pueblo de Belén se ubicaba entre el Arapey y el Yacuy. (Fig.10) Las acciones en el marco de la guerra entre el Imperio del Brasil y las Provincias entre diciembre de 1825 y agosto de 1828, pondrían en cuestión una vez más el tema de los límites. La guerra había sido declarada por el Imperio tras la proclamación de la independencia de la Provincia Cisplatina en 1825, quien al mismo tiempo recuperaba su denominación de “Oriental” y decidía su unión a las Provincias de la América del Sur, tras la aceptación de esta incorporación por parte del Congreso constituyente reunido en Buenos Aires, en octubre del mismo año. Las tropas orientales lograron el control de la campaña y del puerto de Maldonado, mientras la administración cisplatina controlaba Montevideo y Colonia. La resolución de la “campaña de las Misiones” realizada por Fructuoso Rivera en 1828 por la obligación de la desocupación de los territorios por parte de los ejércitos en conflicto de acuerdo con las cláusulas de la Convención Preliminar de Paz de 27 de agosto de 1828 y su retiro a las fronteras del Cuareim darían sanción a la propuesta del Congreso Cisplatino de 1821. Sin embargo, la reclamación quedaría pendiente por lo menos en forma hipotética, al no establecerse los límites en el tratado en cuestión. Así parece consignarlo la carta geográfica dedicada por el cónsul de Francia Aimé Roger en 1841 a Fructuoso Rivera, entonces presidente del Estado Oriental del Uruguay cuya organización había sido prevista por el mismo tratado. (Fig. 12) 11 La amenaza al orden interior del Imperio que la guerra generó sobre las fronteras, en particular el riesgo de una escisión republicana en el sur similar a otras que se habían gestado en años anteriores en la propia región platense, como en las circunstancias de la independencia del Brasil, entre 1822 y 1823, o en el norte, como la rebelión de Pernambuco, años antes (Calvo, 1865, IV: 290-309), se vio reflejada en una amenaza del Imperio sobre la frontera de las Provincias. La política de Lecor frente al gobernador Lucio Mansilla en el Entre Ríos primero, y la representación cartográfica del escenario de la guerra en 1827, reavivaron la idea de la frontera del Paraná como “frontera natural” del Imperio, pero más aún política, en cuanto esa amenaza resultaría la garantía para la conservación de su unidad territorial en el momento, neutralizando una posible “conexión republicana” que habría de manifestarse pocos años más tarde, con la formación de la “República de Río Grande”. Asimismo, el establecimiento de la libre navegación de los ríos tributarios del Plata por el artículo adicional al texto de la Convención Preliminar de Paz firmada el 28 de agosto y ratificada el 4 de octubre de 1828, el Imperio garantizaba el acceso a los territorios sureños interiores, así como su participación en el comercio en el conjunto de la región platense, en los confines de una “costa del Brasil” a un tiempo hipotética e histórica. (Fig. 11) La guerra entre el Imperio y las Provincias que encontró una solución preliminar en la Convención de 1828 dejó abierto el problema de los límites como expresión del proceso de conformación territorial de los estados que se gestaban en la región, y por lo tanto de la difícilmente sostenible tesis de la nación prefigurada como una explicación histórica plausible, sino mejor como una historia de tesis, o lisa y llanamente, como un uso ideológico del conocimiento histórico. Provincias y fronteras perdidas fueron reivindicadas en la historiografía de corte nacionalista como un cercenamiento territorial en términos de traición y entrega, en la construcción de un continuo histórico nacional en marcos políticos diversos que aún así, prefigurarían las naciones actuales. Los límites de 1777, establecidos entre dos gobiernos expulsados de la región por las guerras de independencia se volvieron una aspiración mítica de acuerdo con el llamado “uti possidetis juris” de 1810, para una República Argentina anacrónica o como el paradigma de la “frontera perdida” para el Estado Oriental del Uruguay cuya existencia política como tal no podría datarse convincentemente antes de 1830.

Traición, entrega, estado-nación.

Los límites entre el Estado Oriental del Uruguay y el imperio del Brasil no se constituyeron jurídicamente hasta la firma de los tratados de alianza entre el gobierno de Montevideo y el Imperio del Brasil en octubre de 1851 en el marco de la llamada Guerra Grande en la Confederación Argentina, conflicto en el que se involucraron las distintas facciones políticas al interior del Estado Oriental, y su voluntad de confederación más o menos laxa con otras entidades políticas en el ámbito regional. Debería quizás 12 pensarse su acción en términos comparativos, en una forma similar a la experimentada por el conjunto de las llamadas “provincias” pero que de hecho actuaban como estados independientes estableciendo diversos pactos de alianza durante el período (Chiaramonte, 1996: passim), tesis ésta que debería probarse, y que propondría una mirada claramente diversa de la versión tradicional y nacionalista que ve en la marcha de la guerra desde el Estado Oriental la “internacionalización” de un conflicto interno difícilmente explicable –y sobre todo incomprensible- fuera del marco regional (Pivel Devoto, 1942, I: 121-200; Pivel Devoto- Ranieri de Pivel, 1956: 93-176). En el marco de la guerra, la “Carta geográfica del Estado Oriental” levantada por el general José María Reyes y dedicada al Presidente Manuel Oribe, no registra límite alguno entre este estado y el imperio, remitiéndose a un registro de los accidentes físicos en el territorio al noreste de la República hasta el Ibicuy (Fig. 13) marcando el correlato con la carta de Aimé Roger de 1841 antes citada. El conjunto de estos tratados fueron publicados en folleto en 1853 (¿Lamas?, 1853 ca.) y en igual período defendidos acérrimamente en términos patrióticos por el Dr. Andrés Lamas en su “Memorandum sobre los límites de la República Oriental del Uruguay” (Lamas, 1911: 161-178; 1952, III). El Dr. Andrés Lamas fue encargado extraordinario para su negociación en su carácter de ministro plenipotenciario de la República Oriental del Uruguay (en realidad de uno de sus gobiernos, el de la Defensa de Montevideo) ante el Emperador del Brasil. Desde el punto de vista historiográfico, fueron justificados como “los sacrificios de la alianza” con el Imperio en oposición a la tiranía de Rosas –cuya intervención había sido propiciada por el gobierno “blanco” de Manuel Oribe- en una orientación “colorada” de la historiografía nacionalista (Acevedo, 1919, III: 548-552). En la versión “nacionalista” blanca los tratados fueron juzgados como la responsabilidad “colorada” del gobierno de la Defensa en la intromisión del Brasil en los asuntos internos de la República, y de la mutilación de los derechos territoriales, al decirse respecto del tratado de límites que “consagraba la renuncia de los derechos legítimos, emanados del Tratado de San Ildefonso” (Pivel Devoto, 1956: 170). Su consideración como un acto de entrega y traición persiste en la memoria histórica común. El tratado de límites establecía en su primer artículo y de común acuerdo, “reconocer rotos y de ningun valor los diversos tratados y actos en que fundaban los derechos territoriales, que han pretendido hasta el presente en la demarcacion de su límites, y en que esta renuncia jeneral se entienda muy especialmente hecha de los que derivaba el Brasil, de la convencion celebrada en Montevideo con el cabildo gobernador el 30 de enero de 1819, y de los que derivaba la República Oriental del Uruguay de la reserva contenida al final de la cláusula segunda del tratado de incorporación de 31 de julio de 1821” (¿Lamas?, 1853 ca.: 2), cuya referencia y discusión puede verse en el parágrafo precedente, en cuanto aquí se alude al llamado “tratado de la Farola” y a la cláusula correspondiente de las bases para la incorporación. Por ella se establecían los límites del conjunto del Estado Cisplatino como los que tenía y se le reconocían al principio de la Revolución, y que para el caso que nos ocupa, habrían sido por el norte: el río Cuareim 13 hasta la cuchilla de Santa Ana, “que divide el río Santa María, y por esta parte el Arroyo Tacuarembó Grande, sigue á las puntas del Yaguarón, éntra en la Laguna del Miní, y pasa por el Puntal de San Miguel á tomar el Chuí que entra en el Oceano”, mientras que los pueblos de las Misiones y las guardias de Santa Tecla y Batoví estaban ocupadas entonces por los portugueses. Se reservaban sin embargo, los derechos que pudieran corresponderle en el caso que se discutiera en el congreso general del reino respecto de los campos comprendidos en la última demarcación practicada en tiempo del gobierno español, es decir de acuerdo con el tratado de San Ildefonso (Pivel Devoto, 1936: 290-291), y cabría agregar, con la descripción territorial de la Provincia de 1813. (Ver ut supra, 4. Entre el Paraná y el Uruaí: 10-11) De acuerdo con la tesis interpretativa de Pivel Devoto, estas convenciones a que se hace referencia en el primer artículo del tratado de límites no revisten el carácter de tratados internacionales, en cuanto operan como acuerdos de límites entre dependencias al interior de un mismo estado, el Reino de Portugal, Brasil y Algarbes. Las gestiones para la incorporación realizadas en 1817 por el Cabildo de Montevideo ante la corte en Río fueron interpretadas como la apertura de una etapa de la diplomacia oriental que tuvo por finalidad el aprovechamiento político de la invasión portuguesa para la organización institucional de la provincia y, “aún en el sometimiento”, el resguardo de su autonomía. Al mismo tiempo esta política significó el momento de un “divorcio definitivo entre un grupo de montevideanos y los demás ciudadanos Orientales fieles a los ideales artiguistas” (Pivel Devoto, 1990: XVI), contexto en el que se suscribieron estas “convenciones”. Al considerarlas de este modo, el único tratado “internacional” de límites entre dos estados soberanos en la región, que podría verse como antecedente del de 1851, era el tratado de San Ildefonso. Por el segundo artículo del tratado de límites de 1851, las partes reconocían como base que debía regular sus límites el “uti possidetis” entendido pues como la ocupación efectiva del territorio, al 31 de julio de 1821 y en los mismos términos entonces establecidos, rechazando de hecho pues, el “uti possidetis juris de 1810” (Díaz, 1944) que remitiría a los límites acordados en 1777, y que correspondería a la descripción del territorio de la Provincia Oriental descripto en las instrucciones a los diputados a la Asamblea Constituyente reunida en Buenos Aires en 1813. Por el artículo 3º se especificaban las rectificaciones de la línea en sus detalles, que otorgaban al Imperio la soberanía exclusiva en la navegación de la Laguna Merim, y el río Yaguarón y los territorios adyacentes a las puntas del Yaguarón y el Negro, siguiendo los accidentes especificados en la carta del vizconde de San Leopoldo y su correlato en la de José María Reyes, quedando algunos puntos sin una definición precisa, como el gajo del Cuareim denominado arroyo de la Invernada, y las islas o islas que se hallan en la embocadura del Cuareim en el Uruguay. Además, por el artículo 4º, se cedían territorios con extensión de media legua de terreno en una de las márgenes de la embocadura del Cebollatí y del Tacuarí en la laguna, autorizándose al imperio a levantar allí construcciones y fortificaciones. Esta y otras cláusulas fueron rectificadas por el protocolo de acuerdo al que se firmó el tratado de 15 de mayo de 1852, con la garantía de la Confederación Argentina 14 (Lamas?. 1853 ca.: 31-35; 36-38), que en la neutralidad ponía a resguardo la frontera del Uruguay, por el acto de garantía de igual fecha (Lamas?, 1853 ca.: 39-40). Frente a diferencias surgidas en la demarcación en la zona del Puntal de San Miguel, en la Laguna Merim, y según el protocolo preparado para la conferencia de 22 de abril de 1853, se recurrió a la demarcación realizada por José María Cabrer de acuerdo con la comisión designada al efecto por disposición del tratado de San Ildefonso de 1777. Los otros tratados que establecían la alianza entre los dos estados eran en mayor o menor medida lesivos para la soberanía del Estado Oriental. Establecidos los límites del nuevo estado, no se reconocía el exclusivismo jurídico en el territorio, en particular en el tratado para la entrega recíproca de criminales, desertores, y devolución de esclavos al Brasil (Lamas?, 1853 ca.: 20-24) ; o en el de comercio y navegación, por la supresión de todo derecho acordada a la extracción de ganado en pie o a la devolución de bienes confiscados (Lamas?, 1853 ca.: 15-16), por citar apenas ejemplos. A su vez, por el artículo catorce del tratado de comercio y navegación, se establecía la libre navegación del río Uruguay para ambas partes, y la de los afluentes de este río que les pertenecían a una y otra. Por el artículo quince, “ambas partes contratantes se [obligaban] á invitar a los otros Estados ribereños del Plata y sus afluentes á celebrar un arreglo semejante, con el fin de hacer libre para los ribereños la navegación de los ríos Paraná y Paraguay.”(Lamas?, 1853 ca.: 18). Paralelamente, por el convenio de 29 de mayo de 1851, “celebrado entre el Brasil, la República Oriental del Uruguay, y Entre-Ríos para una alianza ofensiva y defensiva, á fin de mantener la independencia y de pacificar el territorio de aquella República” (Lamas?, 1853 ca.: 25-30), los gobiernos de Entre-Ríos y Corrientes (si este ratificara el convenio) consentirían a las embarcaciones de los estados aliados la libre navegación del Paraná en la parte en que aquellos gobiernos eran ribereños, sin perjuicio de lo estipulado por la convención preliminar de paz de 27 de agosto de 1828, que venía a desconocer el “uti possidetis juris de 1810” que de acuerdo a los tratados de Madrid de 1750 y de San Ildefonso de 1777 establecían el dominio y la navegación exclusiva del Río de la Plata para el Virreinato. Buenos Aires había invocado este derecho como capital de la Confederación Argentina hasta 1852 atribuyéndose el carácter de virtual heredera de ese dominio, pero siendo, como lo era claramente cuestionado por la existencia de distintos estados ribereños en la propia conformación de la Confederación y más aún tras la segregación de Buenos Aires después de Caseros. Sin embargo, la consideración de la Banda Oriental como la costa septentrional del río podría poner en cuestión su derecho al dominio sobre el mismo, y por ende a su navegación, objeto de la negociación entre el Imperio del Brasil –que reputaba haber tenido derechos en virtud de la posesión de la Colonia, y de la incorporación de la Provincia Cisplatina en 1821- y de las Provincias Unidas, por la unión de la Provincia Oriental, la Confederación Argentina y/o Buenos Aires, según la interpretación que se diera del punto. (Díaz citando a Antokoletz, 1944: 158; Díaz, 1944: 159) Pero el Estado Oriental también podía atribuirse el “uti possidetis juris de 1810” sobre el Río de la Plata y el Uruguay, lo que vino a justificar sus demandas de dominio sobre dichos ríos. (Díaz, 1944 citando a De Vedia y Palomeque:161). Sin 15 embargo debe separarse la negociación de la libre navegación de los ríos del acto concreto de dominio sobre las aguas consideradas como parte del territorio del estado. El régimen de la libre navegación de los ríos fue planteado nuevamente en relación con la discusión de la Constitución de 1853 de la Confederación Argentina y la firma del tratado de libre navegación y comercio por el que Gran Bretaña, Francia y los Estados Unidos reconocían virtualmente a la Confederación como un estado soberano. El sistema de comercio anterior fue interpretado por Juan Bautista Alberdi, sosteniendo que la libertad de comercio había existido de nombre y solamente para el puerto de Buenos Aires, realidad que venía a alterarse en el momento de constituirse la Confederación, signarse el tratado y permanecer la segregación del Estado de Buenos Aires. El mapa de la Confederación Argentina impreso en París en 1853 (Fig. 14) sin embargo, no representaba separadamente el Estado Oriental del Uruguay tal cual estaba delimitado según los tratados de 1851 con las rectificaciones garantizadas por la Confederación en 1853, sino que remitía al mapa trazado de acuerdo a los originales de José María Cabrer y Francisco Joao Roscio como geógrafos de la comisión demarcadora bipartita designada según el tratado de 1777: se trataba en fin de una representación gráfica del “uti possidetis de 1810” como reclamo histórico de una “frontera perdida”.

A manera de conclusión. Una construcción política de “fronteras perdidas”.

A través de este estudio se procuró revisar los concepto de “fronteras naturales” y “límites políticos” en un marco cronológico de larga duración entre la conformación de los dominios coloniales español y portugués en la región del Río de la Plata, la crisis de las guerras de independencia y los comienzos de la conformación de los estados en la “banda oriental y sus regiones adyacentes”. Una de las conclusiones que de este estudio podría avanzarse es que la construcción del concepto de una “frontera natural” nunca alcanzada para el Imperio del Brasil, o de una “frontera perdida” para las repúblicas del Plata resultó de una representación política de los territorios coloniales, en términos de descubrimiento, exploración y conquista, y nunca de su mera descripción “geográfica” o “técnica”. Otra, podría resumirse en que todas las fronteras y límites en la conformación de los estados en la región fueron convencionales, y obedecieron a las circunstancias históricas determinadas por la ocupación del espacio platense por las sociedades coloniales, el dominio y desplazamiento sufrido –y resistido- por las poblaciones originarias y las guerras que se entablaron entre unas y otras sociedades en este proceso. Por último, la dificultad para sostener a ultranza una interpretación nacionalista tradicional sobre la base de la esencia de la nación prefigurada más allá de la historia al intentar construir una historia de la conformación de las fronteras. A través de un enfoque que intente explicar los procesos, “fronteras” y “límites” devienen una construcción histórica y cultural en la secuencia de la formación de los estados- nación en la región. 16 BIBLIOGRAFÍA Y FUENTES

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19 ÍNDICE DE ILUSTRACIONES Figura 1. Mapamundi de Luis Teixeira. Realizado aproximadamente en 1600, puede verse la representación “isleña” del Brasil, ya que el Río de las Amazonas se junta a través del Orinoco con una gran laguna que, a su vez, se une con el Río de la Plata a través del Río Paraguay. Nótese la asignación de dominios políticos por el uso de los escudos y banderas: el escudo de Portugal en Brasil, el de Castilla al sur del Río de la Plata, la bandera de Castilla en el Perú. [82 x 98 cm; pluma, tinta china, oro sobre nankin; CORTESAO-TEIXEIRA DE MELO, 1960, III, figura 360]

20 Figura 2. Primera carta del Atlas do Brasil de Joao Teixeira Carta marítima en la que se representan las costas del Brasil entre la línea equinoccial y el Río de la Plata. En la descripción de su contenido se anota: “Descripçao detodo o maritimo da terra de S.Cruz chamado vulgarmente, O Brazil feito por Joao Teiseira cosmographo de Sua Magestade Anno de 1640”. Debe notarse que el Río Pará se junta hacia el sur con el Río de la Plata, otorgando al Brasil un carácter “isleño”. [29,6 x 41,6 cm, pluma, tinta china; CORTESAO-TEIXEIRA DE MELO, 1960, IV: figura 426]

21 Figura 3. Río de la Plata por João Teixeira Albernaz, el viejo En este mapa de 1631, la costa se extiende desde el Cabo de San Antonio hasta la zona de Castillos Pequeños, los blasones de Portugal y Castilla indican la soberanía territorial de cada corona, atribuyendo a Portugal la costa norte del Río de la Plata. [61 x 39 cm; pluma, tinta china y acuarela; ADONIAS, 1993:381, l.285]

Figura 4. Mapa de Brasil de Joao Teixeira Albernaz, el joven En este mapa de 1666 se representa una extensión exagerada de la costa este-oeste, y el estuario del Plata con un desvío hacia el este. Se incluye una rosa de los vientos exquisitamente ornamentada con la flor de 22 lis que indica el Norte y presenta la escala de latitudes a la derecha. El blasón portugués indica la posesión territorial del conjunto del territorio representado. Posiblemente se trate de uno de los mapas utilizado en las negociaciones del tratado de 1681. [59 x 41 cm; pluma, tinta china, oro; ADONIAS, 1993: 60, L. 018]

23 Figura 5. Mapa de América Meridional de Nicolas Sanson d’Abbeville. Amérique Méridionale divisée en ses principales Parties ou sont distengués les uns des autres Les Estats suivant quils appartiennent presentement aux François, Castillans, Hollandois Realizado entre 1600-1667, este mapa de la América meridional muestra Muestra el Brasil dividido en capitanías, el lago de Xaraiés y las provincias castellanas de Guairá y Paraguay. Extensión este-oeste exagerada, con errores de varios grados. Fue usado como referencia por los comisarios y geógrafos al servicio de la monarquía castellana en las negociaciones de distintos tratados, en particular en 1681, en cuanto fija el límite del Brasil en la capitanía de San Vicente. Se usa el nombre Uraguay, para designar una amplia región entre el Ibicuy y la Los Patos, más allá del Río de San Pedro. [88 x 56 cm; grabado; ADONIAS, 1993: 40, L. 008]

Figura 6. Mapa de la América del Sur de Hermann Moll Mapa de América del Sur aproximadamente hacia 1750. Dedicado al Conde de Sunderland y Barón de Spencer de Wormleigton, Secretario de estado de su Majestad británica. Señala las principales subdivisiones políticas en los dominios coloniales de España y Portugal, como capitanías, virreinatos y otras denominaciones regionales. También aparecen localizadas algunas naciones indígenas, vientos y corrientes marinas, y la ruta de algunos de los viajes de descubrimiento y exploración. Insertado en el ángulo inferior izquierdo una lámina del Cerro de Potosí. El conjunto de la costa septentrional del Río de la Plata se incluye como una capitanía, y el “Uraguay” al norte del Río Negro en la región de “La Plata”, tal como otras. La denominación “Río de la Plata” se atribuye al curso medio e inferior del río Paraná, hasta su desembocadura en el océano. [77 x 55 cm; Grabado; ADONIAS, 1993: 31, L. 004]

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Figura 7. Mapa de los límites de Portugal en Brasil. Una de las tres copias portuguesas del mapa original preparado bajo orientación de Alexandre de Gusmão, fechado en 1749. Vulgarmente llamado Mapa das Cortes porque fue utilizado por los Ministros Plenipotenciarios de Portugal y España durante las negociaciones de los términos del tratado de París. En el recuadro a la derecha dice “Mapa de los confines de Brasil con las tierras de la Corona de España en América Meridional. Lo que esta en amarillo es lo que se halla ocupado por los Portugueses. Lo que está en color de rosa es lo que tienen ocupado los Españoles. Lo que queda en blanco esta asta el presente por ocupar. Hecha en el año de 1751.” [60 x 54 cm; pluma, tinta china, acuarela; ADONIAS, 1993: 67, L.25]

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Figura 8. Mapa del Virreinato del Río de la Plata. Mapa del Virreinato del Río de la Plata, impreso en Londres en 1806. Forma parte de la colección de documentos del Dr. Andrés Lamas. Representa el territorio del Virreinato y sus fronteras, de acuerdo con el tratado de 1777. En la campaña de Buenos Aires se ubican las ciudades de Colonia del Sacramento, Montevideo, y Maldonado, en la costa septentrional del Rio de la Plata al Sur del Río Negro. Se indica alguno de los pueblos de las Misiones Orientales, en particular San Miguel, en la frontera, el río Ibicuy y el río Ignacio (¿por San Ignacio, refiriéndose a la jurisdicción de este pueblo misionero?), posiblemente el Arapey. [42 x 25 cm; Impreso; Argentina. Archivo General de la Nación. VII, 2637]

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27 Figura 9. Mapa del territorio de la Banda Oriental de Dámaso Antonio Larrañaga En este mapa puede observarse el conjunto del territorio de la Banda Oriental, en la que se incluye parte de la banda oriental del Paraná y de la región misionera. No se representan los pueblos de Batoví y Belén, por lo que se le puede atribuir una fecha próxima a la firma del tratado de San Ildefonso de 1777, anterior a 1801 en que ya se habían fundado esos pueblos como parte del plan de fundaciones del Virrey Avilés para la ocupación de la frontera acordada por el tratado, e inmediatamente invadidos por los portugueses. También puede corresponder a una fecha próxima a 1805, en cuanto el Real Acuerdo aprobado entonces estableció disposiciones relativas a la administración de los espacios de frontera, en particular en la zona de Santa Tecla. También puede corresponder a 1808, en cuanto en esa fecha Dámaso Antonio Larrañaga inició su “Diario de Historia Natural”, trabajo monumental en el que se reúnen descripciones de especies de y flora, grupos étnicos, materiales geológicos, registros meteorológicos, anotaciones sobre recursos, usos y costumbres del país, etc., con numerosas ilustraciones realizadas a pluma y lápiz y realzadas con tinta china y acuarela. La representación corresponde asimismo a la extensión territorial aproximada de la Provincia Oriental, descripta en el articulado de las instrucciones dadas a los diputados a la Asamblea constituyente reunida en Buenos Aires, delante de Montevideo, en 13 de abril de 1813 entre quienes se contaba el autor. [25,1 x 15 cm; pluma y aguada; LARRAÑAGA, 1930: L. CXXXI]

28 Figura 10. Planta del territorio lindero de la línea divisoria de las capitanías de Rio Grande y Monte Video, entre el océano y el Rio Uruguay realizado por Francisco Pereira Coutinho, (copista) Señala la línea correspondiente a la convención de límites de 1819, acordada entre el Capitán General Carlos Federico Lecor y el Cabildo de Montevideo, por el río Arapey, el río Tacuarembó y el río Negro, Cordobés y Olimar, las puntas del Pelotas y el San Luis hasta la línea de los fuertes y el Océano. Asimismo se señala la línea de 1821, por el río Cuareim. Copia realizada en 1865 del original existente en el Archivo Militar. [50 x 28 cm; pluma, tinta china, acuarela; ADONIAS, 1993: 331, L.252]

Figura 11. Novo Mappa Geographico que contem as Provincias de S.Pedro, Cisplatina, Entre Rios, Paraguay e Paises adjacentes. Esta carta fue realizada en 1827, en el marco de la guerra entre las Provincias Unidas y el Imperio, y dedicada al emperador Pedro I. Nótese que ubica las fronteras del Imperio del Brasil sobre el Río Paraná, en cuanto parte de las letras que corresponden a esta denominación figuran sobre el territorio del Entre Ríos, mientras que las otras provincias son indicadas como “países adyacentes”, en una reformulación de la antigua imagen “isleña” del Brasil. La libre navegación de los ríos tributarios del Plata fue uno de los puntos discutidos, y finalmente establecidos, en la negociación del tratado que puso fin a la guerra, punto que Brasil reclamaría en tratados sucesivos. [96 x 73,3 cm; reproducción fotográfica, Argentina- Archivo General de la Nación. X, II-256]

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30 Figura 12. Carta Geográfica del Estado Oriental del Uruguay y posesiones adyacentes trazada según los documentos más recientes y exactos bajo la dirección de Aimé Roger. Esta carta fue publicada en París en 1841, y realizada por dirección del cónsul de Francia, Aimé Roger, quien la dedicó al Presidente Fructuoso Rivera. Como puede observarse, realiza una representación del territorio incluyendo la zona de Misiones, que Fructuoso Rivera había invadido en 1828, y que fuera desalojada con motivo de la firma de la Convención Preliminar de Paz, que replegó la frontera al Cuareim. La cuestión de los límites se planteaba doblemente en la frontera sur, con la escisión republicana y la reivindicación virtual de la “frontera perdida” de San Ildefonso. Asimismo permite suponer un ordenamiento territorial alternativo en la región platense, ensayado entre las repúblicas litoraleñas, con exclusión de Buenos Aires. [85 x 58 cm; litografía, Museo Histórico Nacional- Archivo y Biblioteca Pablo Blanco Acevedo. Carpeta 3. Cartas geográficas Generales de la República. Lámina Nº 5]

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Figura 13. Carta topográfica de la República Oriental del Uruguay En esta carta geográfica fue realizada por el Coronel de Ingenieros José María Reyes mientras se desempeñaba como responsable de la construcción de las fortificaciones del Sitio de Montevideo y dedicada al Presidente Manuel Oribe en 1846, durante la Guerra Grande. Trazada de acuerdo con lo establecido por la Convención Preliminar de Paz, no se establecen los límites del estado, a excepción de los convencionales y consagrados por la costumbre, tales el río Uruguay y el río de la Plata, y se incluyen en ella los territorios comprendidos hasta el Ibicuy, evocando el uti possidetis juris de 1810 –los límites acordados en San Ildefonso- de que el Estado Oriental podía ser beneficiario, sobre todo si se lo ubicaba en el marco de la alianza que lo unía a la Confederación Argentina en ese entonces. [110,5 x 85,5 cm; impreso, Museo Histórico Nacional, sala 20, vitrina 20]

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34 Figura 14. Carta esférica de la Confederación Argentina y de las Repúblicas del Uruguay y del Paraguay. Publicada en París en 1853, es atribuido a José María Cabrer, desde el momento que en la explicación al margen refiere a las tareas de las comisiones demarcadoras españolas y portuguesas del mando de José Varela y Ulloa, Diego de Alvear y Sebastían Xavier da vega Cabral da Camara y el Coronel Francisco Juan Roscio, constituida en 1802, en cumplimiento del Tratado Preliminar de Límites del 11 de octubre de 1777. Así, el territorio de la Confederación Argentina se representa anacrónicamente, remitiendo pues a una parte del antiguo virreinato, y a los límites pactados entre España y Portugal en las postrimerías del período colonial. A pesar del año en que fue editada, que justifica la atribución de tal título a un mapa realizado con mucha anterioridad, no se consignan los límites establecidos para el Estado Oriental del Uruguay, acordados entre el gobierno de Montevideo y el Imperio de Brasil en 1851.[102

35 x 71 36 cm; Litografía, Argentina- Archivo General de la Nación, X, II-264]

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