VISIONES

SANLUISEÑAS

CARMEN QUIROGA DE CHENA

(Año 1967)

INDICE

PRELIMINARES...... 3 CAPITULO I—UN BAILE EN EL CLUB SOCIAL ...... 3 CAPITULO II—PROYECTOS ...... 7 CAPITULO III—LA PARTIDA...... 10 CAPITULO IV—LA FAMILIA DE CALDERON ...... 11 CAPITULO V—EL TENIENTE MARIO CASTRO ...... 15 CAPITULO VI—INQUIETUDES...... 17 CAPITULO VII—LA CHALLA...... 21 CAPITULO VIII—CARNAVAL ...... 23 CAPITULO IX—UN MALON DE MASCARITAS...... 25 CAPITULO X—LOS POBRES DE MISIA MANUELA ...... 26 CAPITULO XI—¿QUE ES AMOR? ...... 27 CAPITULO XII—SACRIFICIO...... 29 CAPITULO XIII—BENDITA JUVENTUD...... 29 CAPITULO XIV—HERMOSA TRILOGIA ...... 31 CAPITULO XV—VENID Y VAMOS TODAS...... 32 CAPITULO XVI—PEREGRINACION ...... 34 CAPITULO XVII—LA SERENATA ...... 35 CAPITULO XVIII—QUEBRADA DE LOS CONDORES...... 37 CAPITULO XIX—EN LA GRANJA...... 39 CAPITULO XX—NO PUEDO VERTE LLORAR ...... 41 CAPITULO XXI—DORMIR, QUE IRONIA!...... 43 CAPITULO XXII—ORGULLO Y AMOR ...... 46 CAPITULO XXIII—EN FLANDES SE HA PUESTO EL SOL...... 49 CAPITULO XXIV—SAN ANTONIO PAGANO ...... 51 CAPITULO XXV—SEREMOS INTIMOS ...... 54 CAPITULO XXVI—PESIMISMO ...... 55 CAPITULO XXVII—EVOCACION — BUENOS AIRES ...... 56 CAPITULO XXVIII—LA VIDA EN BUENOS AIRES ...... 57 CAPITULO XXIX—FACULTAD DE FILOSOFIA y LETRAS ...... 60 CAPITULO XXX—CARTA A JOSEFINA ...... 62 CAPITULO XXXI—CARTA A NICHA...... 65 REFLEXIONES...... 66 CAPITULO XXXII—EL CENTRO PUNTANO...... 69 CAPITULO XXXIII—VIAJE A LA ESTANCIA ...... 72 CAPITULO XXXIV—EN BUENOS AIRES...... 76 CAPITULO XXXV—EL REGRESO — NAVIDAD ...... 77 NAVIDAD...... 78 CAPITULO XXXVI—LA PLAZA PRINGLES...... 80 CAPITULO XXXVII—EXCURSION DE VERANEO...... 81 CAPITULO XXXVIII—HOSPITALIDAD PUNTANA ...... 84 CAPITULO XXXIX—EN EL VALLE...... 86 CAPITULO XXXX—PAPAGALLOS ...... 89 CAPITULO XXXXI—REFLEXIONES...... 91 CAPITULO XXXXII—UNA CARTA...... 92 CAPITULO XXXXIII—1905 — JALONES DE UNA VIDA EVOCADA EN SU CENTENARIO ...... 93

A LA MEMORIA DE MIS PADRES LINDOR LAURENTINO QUIROGA CARMEN LUCERO DE QUIROGA

PRELIMINARES

ESTE libro fue escrito en 1925 y guardado en el cofre azul de los . La lejanía del tiempo despliega sus cendales grises, violáceos, rosa desvaído; el oro brillante de la espiga en sazón se trueca broncíneo con la pátina verdinegro. La realidad es la misma, transformada en visiones. Su contenido es igual; relato novelado de costumbres de una sociedad provinciana, cuyos personajes se desenvuelven en su medio y en su tiempo con su propia educación y pensamiento. Muchos de ellos pueden aún identificarse y hasta fijar el momento de las escenas que se narran. Le anima un propósito nacionalista de difundir el conocimiento de la vida de una capital argentina, de una provincia mediterránea, ignorada, con frecuencia olvidada, San Luis, de cuya sociedad la relatora forma parte activa y es un fruto de ella, con los matices que le asignan diversas influencias ambientales experimentadas. Por tanto, se considera en plena posesión de conocimientos del medio físico y social del relato. Deliberadamente no se ahonda en los aspectos de la política, que sólo se trata superficialmente al fluir de la evocación.

CAPITULO I—UN BAILE EN EL CLUB SOCIAL

ENTONCES, como hoy, ser Maestra Normal no era ninguna novedad en San Luis. Circunstancias muy personales, determinaron a Nicha Calderón por estos estudios y un hecho tan frecuente en la sociedad puntana, cobró en su vida caracteres de acontecimiento. Nunca tuvo vocación; era sólo un propósito realizado. La última tarde de escuela de aquél mes de Diciembre (1904), en que se graduaba, antes de separarse definitivamente de sus compañeras, para seguir cada cual su destino, las invitó a tomar té en su casa. Quería celebrar en forma atrayente, que dejara gratas impresiones en el ánimo, la primera jornada de su vida. Para ella significaba, sobre todo, un éxito de carácter. Revivían sus recuerdos. Veía pasar su corta infancia, en sus entusiasmos juveniles, sus desencantos prematuros. Se había refugiado en los libros; fueron los caros amigos que la consolaron en muchas horas, la entusiasmaron, más aún, abriéndole horizontes, engendráronle un ideal. Senda alegre, llana, sin tropiezos, senda de la escuela que las chicas recorrían despreocupadamente, para Nicha se había enarcado en forma de áspera y tétrica montaña de prejuicios y desencantos. A la cima de ella, extraño deleite, encontraba evocando recuerdos de las íntimas luchas de su alma ignorada, en los días de aquellos tres años. Contrastaban sus impresiones y temperamento con la alegría ligera, liviana y comunicativa de las invitadas, en tanto que Nicha experimentaba satisfacción y contento, pero demasiado reflexivo, pesado analítico y filosófico. Cumplido estaba su esfuerzo pero auscultando su corazón en esta hora decisiva, ocurríasele pensar en su juventud. Qué haría de ella? Dejaríala irse fríamente? Esa noche se daba una tertulia de baile en el Club Social, en obsequio de un grupo de graduadas, entre las cuales se contaba. Iría al baile?; sus tristezas? Bah! sus tristezas... Las guardaría para ella sola. Desde que a la distancia vio los altos balcones del Club abiertos como otros tantos brazos dispuestos a la bienvenida, sintió agitársele dolorosamente el corazón. Por magia de fantasía acababa de ver en el trasluz del balcón, recortarse en sombras, dos siluetas de enamorados. El, un apuesto caballero, en su impecable uniforme blanco, chaleco rojo de seda otomana, (prenda de suma elegancia en la época); edad? la de Cristo, grado? Teniente postergado, por radical y revolucionario. Ella, una María de Jorge Isaacs, con una rosa roja en el cabello; una adolescente, una conjetura, quizá alguna promesa. Y aún percibió dos voces definitivas: jamás... imposible… Pero llegaban ya al recinto y Nicha hubo de realizar un esfuerzo para recomponer sus energías dispersas por la evocación y presentarse en el salón en condiciones festivas. Y, cosas extrañas, -reacciones femeninas-, nunca estuvo más comunicativa y espontánea, hasta dijéronle simpática e interesante. Feérico antojábasele el Club, resplandeciente de luces con su rica tapicería roja, galerías doradas y cortinados de encaje. Las grandes arañas de caireles de cristal adaptadas al gas, daban a las personas y a las cosas cierto encanto con su tonalidad verdosa y diáfana. Entre los salones sociales de capitales de provincias, los del Club Social de San Luis, gozaban de renombre por su lujo y confort. Además era costumbre que, en ocasión de fiestas, una comisión de damas se encargara de poner la nota de gracia, colorido y elegancia colocando adornos de flores en sitios convenientes y otros detalles. Su cometido abarcaba también lo referente al servicio del ramillete, toilet, fumoir, etc. Era la primera vez que Nicha concurría como señorita a un baile del Club. Según costumbre tradicional las niñas no frecuentaban los bailes sino terminados los consabidos estudios del magisterio. No tenía más que trece años cuando, una vez, su mamá le permitió ir a ver el baile, por empeños de las hermanas mayores. Otras mamás eran más condescendientes que misia Manuela y llevaban sus chicas a ver bailar, comer golosinas y molestar un poco. La orquesta inició el baile con los clásicos lanceros "Club del Progreso". Se formaron varios cuadros y aunque quedaban sentadas algunas niñas, no puede considerarse que hubiera plancha porque las jovencitas estudiantes en vacaciones no bailaban. Era un baile feliz por la armonía del elemento danzante. Por regla general se calculaba en ochenta la cifra de niñas de actuación social. Era una desesperanza para las niñas y las mamás y tal vez también para los papás. Nicha no había bailado lanceros nunca. Por eso no se excusaría naturalmente. Imitaría a las otras parejas y si se equivocaba, le echaría las culpas a su compañero Felipe Arias, muchacho simpatiquísimo a quien hablaba por primera vez, pero lo conocía desde que nació y eran de la misma edad. Lo había visto toda la vida; cuando, de pequeño, su mamá, Misia Clarisa le llevaba a casa de Calderón; cuando iba al colegio, cuando iba al correo, cuando iba a la iglesia, cuando iba a la plaza; en fin, como se conocían entonces en San Luis los jóvenes y las niñas, de verse pasar y no hablarse sino por casualidad en los bailes, que eran también una rareza. Felizmente para Arias, Nicha no se equivocó. Había visto bailar lanceros repetidas veces en reuniones familiares y en su casa misma. Era el único baile que, aún sin saberlo, Nicha bailaría con confianza de no incurrir en ridículo. El baile, pensaba, debía ser expresión de arte, de movimientos, de formas, de gracia y hasta de juventud. Que un gordo se pusiera a bailar sketing y polca militar era de morirse de risa en vez de encantarse. Igualmente una gorda, por bien embaladas que tenga sus carnes, desde el momento que lo es, perdió su línea y la gracia de movimientos. Los lanceros exigían menos requisitos para hacer buen papel; saber caminar correctamente, un poco de gracia y educación al dar la mano y hacer los saludos, y oportunidad en las figuras. El uso y la costumbre habían fijado el destino de cada una de las tres salas de baile. Simuladamente estaban divididas en los costados por un par de columnas estilo romano. Este detalle permitía la distribución de muebles en forma original. Quedaban así salvados de la rutinaria colocación costeando los muros y su aspecto era atrayente. La primera sala a continuación del toilet de señores era para las señoras. El siguiente para las señoritas, con frente al local de la orquesta. El último era el de las temporadas. A esta sala daba la puerta de la Secretaría, desde donde, veladamente por los cortinados, mosqueteaban la fiesta las damas que, por luto u otro motivo no concurrían a los salones. En una época la mosquetería llegó a ser temible y de cierta fama, por sus crónicas con "serpentinas y papel picado". Actualmente, dicho sea en obsequio de la cultura puntana, esta costumbre ha caído en desuso. Y recordando aquellos tiempos, muchas damas se felicitan de no haber concurrido nunca.

—x—x— De regreso y ya en su lecho, Nicha tardó en conciliar el sueño. Sintió dar horas y horas hasta el toque de diana en la policía. Diversidad de impresiones solicitaban su espíritu. Las del baile le habían dejado el alma turbada y triste. Verdad que había sido una distracción, un paréntesis novedoso en las preocupaciones habituales de su mente. Por otra parte quedaba de hecho incorporada a esta faz de la vida social en que se proponía desenvolverse. Por el momento, su pensamiento estaba absorbido por un gran proyecto destinado a repercutir en toda su vida. Quería ir a Buenos Aires a continuar estudios superiores en la Facultad de Filosofía y Letras. Buenos Aires, la ciudad maravillosa! La Capital Federal; la bulliciosa y alegre! La ciudad de hermosos palacios, avenidas, jardines y paseos, vidrieras que hechizan; lujosos carruajes con espléndidas yuntas... Mujeres elegantísimas, incomparablemente seductoras, como dicen sorprendidos los extranjeros que conocen la Argentina. Buenos Aires, ciudad de ensueño para los provincianos! Todo ésto ejercía las mayores sugestiones en el ánimo de Nicha. Un poco de voluntad y vería con sus propios ojos lo que sólo conocía porque otros lo vieron antes. No debía ser tan provinciana y sentarse a esperar resignadamente que la Divina Providencia le diera en el gusto y colmara sus aspiraciones. De San Luis, pocas mujeres iban a Buenos Aires a estudiar; tres o cuatro universitarias se contaban. El profesorado nadie lo seguía porque el título de Maestra era suficiente para todo. Cuatro años de exclusiva dedicación a los libros engendraron en su espíritu, ideales de cultura y anhelos de más amplios horizontes morales e intelectuales. Se guardó muy bien de hacer pública tamaña manifestación. Disonaba hasta el chillido en el ambiente rutinario de provincia. Cuando sus amigas le preguntaban con curiosidad, es cierto Nicha que te vas a Buenos Aires a seguir estudiando? -Ella contestaba con tono y gesto displicente como si se tratara de una cosa baladí. Pero su espíritu experimentaba una ansiedad insatisfecha. Quiere beber y beber en otras fuentes. En todo lo cual afianzaba su resolución. Aunque fuera con la boca seca y la garganta anudada hablaría. Qué cuesta arriba, qué falta de ánimo y confianza para hablar al padre! Por qué no sería ella como su hermana Aguedita, charlatana y vivaz que entre risas y ocurrencias decía todo lo que quería? O como María Amalia tan diplomática. Cualquiera creería que Don Laureano, padre de Nicha, era un hombre terrible que no permitía que sus hijos revelaran su personalidad. Don Laureano Calderón era el prototipo del provinciano culto, bondadoso, sencillo y sincero. Si Don Laureano, en su Larga actuación política, hubiera sabido desconfiar de la lealtad de los hombres, de los impacientes y ambiciosos, destinados a ser ingratos, hubiera evitado muchas inconsecuencias y reveces. Desde muy joven, Don Laureano venía siendo jefe de uno de los partidos políticos en que se dividía la opinión local, justamente una de las tendencias que en el orden nacional, se disputaban el predominio de la opinión y acción pública.

Don Laureano era conservador y era Mitrista.

CAPITULO II—PROYECTOS

EN tal carácter, Don Laureano, debía concurrir a una Convención que, a principios de Marzo se reuniría en la Capital Federal. La ocasión no podía ser más favorable a los proyectos de Nicha. A la mañana, tomando el desayuno, intencionadamente se retardó y quedó sola con su padre, que leía los diarios en la cabecera de mesa. Ya hablaba, ya le decía, pero no le salió nada. Entristecida y avergonzada de la derrota se fue a su pieza. Recriminóse, la falta de decisión y apocamiento de carácter para encarar una simple situación. Con ésta valentía pretendía salir de sus lares y ambicionaba extender su mundo? Era increíble! ¿Por qué ella era así tan tímida ante las gentes y sobre todo ante sus mismos padres? Porque así la habían educado. El respeto, la obediencia y sumisión eran las bases inconmovibles sobre las cuales se edificaron los viejos y honorables hogares puntanos. Iniciativas de salir del terruño para completar estudios correspondía a los hombres. Si Don Laureano, tan conforme con la vida provinciana, le decía: ¿pero adónde vas a ir...? Significándole que era una audacia suya o cuando menos una tontería, ella no tendría coraje de convencerle, porque bien comprendía que no merecía su aprobación. No diría una palabra más. Sacrificaría calladamente sus caros ideales del momento, como correspondía a una buena hija provinciana. No quiso ir a la plaza esa tarde. Cuando Don Laureano, dejando sus lecturas, según costumbre salió a sentarse mirando las arboledas de la plaza vecina, Nicha fue a hacerle compañía. Después de un rato de silencio, Nicha habló con el tono más achiquilinado, desabrido, sumiso y provinciano que dar se puede: — Papá: quiere que vaya a estudiar en la Facultad de Filosofía y Letras? Otro silencio y Don Laureano habló: — Bueno. Luego ella, tonificada con tal respuesta, con aires de competencia entró en detalles de los estudios. — Bueno, repitió Don Laureano, averigüen bien eso y prepárate, te llevaré en Febrero. Qué bueno era su Papá, pensaba Nicha y sentía impulsos de largársele al cuello y llenarle de besos la cabeza. ¡Lo adoraba! Ningún santo le inspiró nunca mayor adoración que su padre. Con su larga barba blanca tenía un aspecto patriarcal. Su noble y varonil figura cuidadosamente arreglada, sin afectación, lo hacía un tipo distinguido. Algo emanaba de su persona que imponía respeto y consideración. Nicha con la alegría desbordante en el pecho, con -vivacidad y diligencia en el andar, entró en la pieza próxima y salió por otra tarareando un vals en boga, en busca de su madre, que daba la última vuelta, a sus pollos y demás aves. De pocos saltos acortó la distancia y aproximándose sigilosamente, por detrás le tapó los ojos con las dos manos. — Pero loca! dijo Misia Manuela. Por toda respuesta y explicación, Nicha la besó estrepitosamente. — Mamita, sabe que papá me acaba de decir que sí, que bueno, que me lleva en Febrero? Y sin esperar respuesta volvió a sus cariñosos extremos. Le quitó la varilla que tenía en las manos y salió saltando de lado y muy liviano a correr los pollos. — ¿Cuál es el más rebelde? — ¿El blanquito, — Vamos, vamos y en un minuto todos estuvieron en el gallinero, que Nicha cerró nerviosamente diciéndoles, ahora a descansar. Y sin motivos largó al aire sus alegres carcajadas. Misia Manuela se había quedado debajo de una acacia mirando las travesuras de su locuela, tan infantil a pesar de sus años. Cuando estuvo cerca, fingiendo una preocupación y desencanto, le dijo con tono lleno de ternura: — Ay ¡mi futura filósofa y literata! — En despedida mamita; allá me voy a adormecer sentada; le prometo ser juiciosa. Volviéronse juntas al primer patio. Misia Manuela quedó conversando con Don Laureano, probablemente de los proyectos de Nicha, que a soto voce, era el asunto de familia en esos días, que salía a la luz pública una vez informado Don Laureano. Cuando Calderón dió su lacónico consentimiento, Nicha vio en toda la obra de su madre, tan madre en todos los instantes. Misia Manuela participaba decididamente de los ideales de su hija, eran sus propios anhelos. Estaba dispuesta a prestarle su cooperación, pero Habíale dicho: es preciso que tu misma hables a tu padre. Quería obligar a su hija a vencer cierta timidez exagerada que notara en ella de largo tiempo atrás. Nicha entró al dormitorio, rehizo ligeramente su toilete, fue a la puerta de calle a esperar a su hermana que paseaba con unas amigas en la plaza cercana. Se unió a ellas y prometiéndoles contar una gran noticia, invitólas a dar una vuelta por el primer paseo, no estaba en facha para ir por el redondo. — Cuenta Nicha, cuenta. — Pues que me voy a Buenos Aires, dijo Nicha haciéndose la gallega. — Que suerte la tuya ¡Dichosa! Haces bien, tu que puedes, sería una picardía que te quedaras en este pueblo tan triste, aburrido, horrible. — Todos los días corre viento: no sé cómo tenemos ojos. Ni riegan las calles, las veredas están llenas de pozos y basuras. — Las plazas a oscuras, los jardines son yuyales, da vergüenza pasear por ellas. — Una no tiene mas programa, hijita, que estudiar el piano y ser maestra y trabajar el sagrado año y toda la vida... — Hacer méritos para quedarse a vestir santos. O hacerse rezongona, mala y habladora. Y así cada una se apuntaba un gemido. Gemidos que salían del fondo recóndito de aquellas almas desencantadas. — Tenían razón. Pobres muchachas puntanas! Tan abnegadas, ingénitamente bondadosas y de porvenir tan mezquino. Bellas durmientes dijo Nicha, no desesperen, ya vendrá vuestro príncipe azul. Y para aligerar la conversación: Elíjanse ché, siquiera un tipo de catálogos. — El tipo ya está elegido, lo que falta es el hombre... já, já!. Que para tipos en San Luis es lo que sobra. Estaban terribles aquella tarde sus amigas las quejumbrosas. Al llegar a la esquina de la plaza se separaron. Comentando la explosión de desencantos de sus amigas Ramirez, Nicha encontraba perfectamente justificado el estado de ánimo. Las Ramirez eran cuatro niñas jóvenes; tres varones completaban la familia. Pertenecían a un hogar honorable y de buena posición económica. Las cuatro se graduaron de maestras después de haber perdido los padres. Andando el tiempo los jóvenes se doctoraron. La sociedad estaba convencida de que todo era obra de la perseverancia y aspiración de esas niñas y las tenía en alta estima. No eran bonitas, tampoco feas. Inteligentes, leían y comprendían mucho; una cultivaba la poesía, otra la prosa, eran chicas interesantes, sobresalían de la generalidad; recitaban de memoria trozos selectos enormes y monótonos, porque a nadie habían oído mejor. Rosita, condiscípula de Nicha deliraba por el teatro y cuando estuvo en posesión de su herencia, gastó gran parte en viajes y teatros. — ¿Para cuándo voy a guardar dinero? ¿Casarme? Ojalá! Pero nadie me lleva el apunte! Y era la pura verdad. Nadie les llevó jamás el apunte.

CAPITULO III—LA PARTIDA

Buenos Aires, (Febrero de 1905)

TRAS días de ansiedad, de angustias, de tristes preocupaciones, llega el momento de la partida, a un mismo tiempo deseado y temido, porque pondría fin a una situación penosa, quizá para dar comienzo a otra. Como si el dolor que agita el alma no fuera suficiente para hacer imperecedero el recuerdo de aquella noche, sopla un Chorrillero tan frío que también hace sufrir. A pesar del movimiento que se nota por los preparativos de viaje y las amigas íntimas que van a despedirnos, la casa está triste porque la emoción domina a sus moradores. Se siente la música; se conversa apresuradamente como si ya estuviéramos en el tren y sólo un minuto faltara para alejarnos. Miles protestas de afecto; promesas de escribirnos continuamente; juramentos de no olvidar, en fin, todo lo que el cariño dicta en tales ocasiones. Después, intervalos de silencio que nadie se atreve a interrumpir… Así pasa el tiempo y las visitas se retiran. Ahora la reunión es más íntima; la familia únicamente. Un cúmulo de , dolorosos en su mayor parte, me asalta. Voy a abandonar el triste terruño que conoce toda mi existencia y con él los seres mas caros a mi afecto. La dulce tranquilidad del hogar y aún aquello a que va unido un recuerdo querido que sólo puede transportar el pensamiento. Siento que lejos de todo eso que forma parte de mí misma, la vida me será mas indiferente... Pero es necesario imponer silencio al corazón y, como otras veces no vacilo en hacerlo. Los carruajes se detienen a la puerta. Es el momento impresionante de los adioses y despedidas! Un abrazo madre mía y ... hasta la vuelta. ¿A qué intentar decir lo que sentí, si hay estados de alma que la palabra más elocuente no consigue definir con exactitud, si es preciso sentir menos para pensar mas? Parte de la familia queda acompañando a mi madre; los demás van a la estación con nosotros. Los carruajes se ponen en movimiento y partimos. Aún me parece escuchar su acompasado rodar y las pisadas de los caballos que el silencio de la noche permite distinguir con claridad. Mi corazón va enviando adioses a todo cuanto encuentro al paso. Llegados a la estación e instalados en el tren, departimos un momento más. De pronto, suena una campanada que hace estremecer el corazón e interrumpir impensadamente la conversación. Luego darán la segunda... después la última. Mis hermanos se despiden y descienden. Un brusco tirón del tren indica que se pone en movimiento y partimos! Cuántas veces en mis sueños he vuelto a ver aquella ciudad dormida, bajo un azulado y puro cielo y la luna, cual madre cariñosa velando el sueño de sus amados hijos.

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Los provincianos, que como Nicha Calderón, en hora inolvidable, aguijoneados de inquietud espiritual, dejaron, terruño, hogar, una madre, afectos familiares, amigos de la infancia y algún secreto cariño, para lanzarse por fabulosa ruta, con la ilusión por escudo y con las armas de una rica imaginación, habrán sentido lo que ella sintió al partir y que consignó pálidamente en una página de su diario.

CAPITULO IV—LA FAMILIA DE CALDERON

CUANDO Don Laureano Calderón y su esposa Doña Manuela López de Calderón, dejaron la ciudad de... para establecerse en la Capital puntana, no tenían mas que dos hijitos, Jorge Laureano y Aguedita. Los demás, Isabel, Josefina, María Amalia, Luis, Ricardo, Manuela, a quien llamaron Nicha desde pequeñita e Ignacio, nacieron en San Luis. Jorge Laureano, primer hijo y primer varón fue también la primera grande esperanza de la familia y el primer inmenso dolor que desgarró el alma de todos. Misia Manuela vivió largos años con aquella herida abierta dentro del pecho. La muerte huraña había pasado por el hogar y segado de un solo guadañazo dos vidas jóvenes! Nicha, que entonces era pequeña, había visto, por las rendijas del portón de su casa, pasar en fila las niñas de la Escuela Normal, los jóvenes del colegio y todos los profesores, un gentío que llenaba la calle, y muchos coches. Tocaba la banda. Era el cortejo fúnebre que acompañaba a su cuñado. El mismo día y en igual forma, en una ciudad cordobesa otro cortejo al dar la despedida al bondadoso e inteligente galeno Jorge Laureano Calderón, ponía de manifiesto el aprecio que había merecido. Nicha, recordaba como si hubiera sido un sueño fantástico, lo que vió y oyó decir. La puerta de calle se cerró durante años y se enlutó con un moño de crespón que se usaba atado al llamador. El piano se cerró con llave, se le puso funda gris con trencillas negras. Aquello muy llamativo y alegre, era chocante y desapareció. Sus hermanas estaban cargadas de negrura, largos y anchos vestidos negros de telas opacas; la cara velada por un doble crespón, uno corto hasta la cintura y otro encima, largo hasta el ruedo del vestido que en la mitad de la cabeza se sujetaba por una jareta. Un manto grande, que por detrás llegaba al suelo, terminaba de cubrir la cabeza, dándole forma con unos plieguecitos que prendían debajo de la barba. Eran unas brujas sus hermanas, pensaba Nicha. De quienes más conservaba éste recuerdo era de Aguedita y María Amalia, que por sus obligaciones escolares salían a la calle ataviadas en forma tan grotesca. iQué horror de moda! Nicha había visto cajones llenos de coronas, cajas, roperos atestados, muchísimas tarjetas, telegramas, cartas, en fin tantos recuerdos de los muertos, que unido al ambiente habitual tétrico que tuvo su hogar en un tiempo, se le infiltró en lo más recóndito del alma, cierta predisposición a la melancolía. Sucedíale con frecuencia que la música la entristecía con deseos de llorar. Aguedita era la alegría en persona, vivaz y ocurrente, gustaba dar bromas y llamaba necios a quienes no resistían, pero acontecía a veces que ella se enojaba primero. Fué maestra normal. Isabel era la hermosa de la familia, la princesa, como burlonamente la llamara Aguedita; de fino espíritu artístico, cultivó la música y poseyó idiomas. Viajó a Europa repetidas veces. Josefina, alma anónima; su destino fué sembrar el bien; su patrimonio la abnegación, era inteligente. María Amalia, modesta y laboriosa, persona de criterio reposado, era con Aguedita de las mujeres intelectuales de San Luis. También se graduó de maestra. Luis, estaba llamado a ser el sucesor, de su hermano Jorge Laureano, pero abandonó los estudios universitarios. Ricardo, verdadero hijo provinciano, enterró su juventud formando y administrando la estancia que Don Laureano tenía a treinta leguas de la Capital. De alta estatura era elegante y bien parecido. Con pocos estudios del colegio nacional poseía, sin embargo, un espíritu culto por la asidua lectura a que se entregaba con pasión en los largos meses de estancia. Por sus prendas personales era un cumplido caballero. Nicha e Ignacio eran los menores de la familia. Ignacio fué, verdaderamente l'enfant terrible, travieso, voluntarioso, no se apocaba por nada, era audaz hasta hacer reír y por pura broma. Tenía gran talento. Había en la familia relatos de travesuras célebres de Ignacio y Nicha. Una vez, Ignacio tuvo seis días encerrado un gato en el caño de una de las columnas de hierro que Don Laureano compró para edificar la casa. En realidad la misión de éstas columnas no fué otra que descansar provincianamente durante 30 años arrumbadas junto a la pared. Travesuras por el estilo las hacía diariamente, desesperaba a sus hermanas. En la mesa tenía asiento al lado de Don Laureano, en la cabecera, Nicha ocupaba el primero de la izquierda al lado de su mamá. Don Laureano decía: qué chinos estos, así nomás, les voy a hacer. Y abría los brazos en ademán de abarcar a los dos insurrectos en un solo abrazo al revés. Era una verdadera penitencia tal distinción de asientos, la parejita terrible, la araña y el alacrán, como les decía Don Laureano, no podían ni moverse. Don Laureano bebía agua en vez de vino, agua fresca del aljibe que hizo construir en el centro del enorme patio de la casa. Los chicos encontraron en esto un motivo para dar desahogo a su energía nerviosa. Se bebían el agua para disputarse la atención de llenar de nuevo el vaso. El que ganaba la hazaña ya tenía para jactarse de mas diablo, durante toda la comida. Pero una vez Ignacio se quedó picado y para vengarse de Nicha, iba estirando las piernas poco a poco por debajo de la mesa hasta darle un puntapié. Repetidas veces hizo lo mismo y se quedaba muy contento y glorioso, hasta que Don Laureano le dijo con toda calma: ¿hasta qué horas me vas a patear? Si pues. ¡Enorme reprensión! Gran batata de Ignacio. Nicha se puso a deletrear distraídamente la palabra plancha. Cuando los ánimos estaban mas exaltados y los pibes llenaban la medida de prudencia y serenidad de Don Laureano, los hacia levantar de la mesa y "caballeritos de cara a la pared, cada uno en un rincón". Al pobre Ignacio se le alcanzaban las penitencias; largas horas de cama, encierros en su pieza; prohibición de ir a la mesa. Apenas recuperaba su libertad caía en otra. Este era el diario afán de los esposos Calderón, para educar aquél niño turbulento por su misma naturaleza pletórica de energías. Siendo un jovencito del último curso del colegio nacional llegó a poder de Don Laureano un memorandum anoticiándole la conducta de su hijito que por sostener, quizá, la tradición del instituto, se había escapado por los fondos del edificio. Don Laureano tomaba el mate de la tarde sentado en el patio, cuando, de regreso de clase, entró Ignacio en dirección a su dormitorio — Toma lee esto, díjole alargando el memorandum. Ignacio se quedó parado, cabizbajo, leyendo interminablemente el lacónico aviso. Parecía la estatua del bochorno. Quien sabe hasta cuando hubiera estado así, si el propio Don Laureano, dándose cuenta de la situación no le hubiera brindado la oportunidad de continuar su camino. — Y qué tanta lectura es esa? Llévala para que sigas leyendo. Las hermanas mayores protestaban por la simplicidad correccionaria de Don Laureano. Quien sabe lo que sería de éste muchacho! Sin embargo Don Laureano tenía en sus palabras, gestos y actitudes de incalculable poder educativo. Nunca corrigió de manera distinta y bien satisfecho debía sentirse, de que en su larga familia, ninguno salió tronado o perverso. Misia Manuela era de correctivos mas contundentes, de acuerdo con su carácter enérgico, resuelto y de acción, y el concepto clarísimo de su propia responsabilidad. Pero estos dos últimos hijos la tomaron un poco cansada y hubo Don Laureano, de portarse con su último vástago. Nicha, creada entre varones, de cuyos juegos participó, era voluntariosa, rebelde y altanera. No reconocía mas superiores que sus padres. De sus hermanos se burlaba y discutía sus observaciones. — Si he de hacer lo que a Uds. se les ocurra no me queda tiempo para hacer mi voluntad. En realidad era respetable el número de mayores. Se contaba que una vez en rueda de hermanos, cada uno se apuntaba un piropo, vale decir un reproche para Nicha que a falta de otro recurso mejor, daba talonazos al baúl, al baúl reliquia por haber pertenecido a su hermano Jorge Laureano, en el que se había encaramado y repetía: hablando con la pared. Con tanto entusiasmo golpeó para apagar las voces con el ruido, que al fin se fue para atrás entre el baúl y la pared. — No te pongas tantos polvos Nicha. — ¿Por qué, si me gusta ser blanca? — No te saques con agua los polvos de las mejillas, queda muy vivo el color, pareces pintada. — Aunque parezca, nadie lo creerá, porque no es lógico pensar que una pebeta como yo se pinte. Y si no papelón para quien crea. Nicha estaba en esa edad ingrata de las chicas, en que es ambigua su situación en familia y en sociedad, ni son chicas ni son grandes. — Ya no te pegan las muñecas. — Tanto salto y juguetes con pelotas y bolitas no quedan bien a una chica de tu edad. — Qué chica tan metida; es de lo más antipático que una mocosa esté en rueda de grandes oyendo conversaciones. — Pero hay chicas que son mas vivas que las grandes... aseguraba Nicha. Y con esa voluntadota que tuvo desde pequeña, que le llamaron capricho, que le llamaron terquedad, porfía y maldad, anunció su programa: haría su parecer, y quieras que no, la voluntad de sus padres. Las grandes por su parte resolvieron incorporarla al grupo y poco a poco fueron atrayéndola. Si bien no era sumisa, tratada con el tacto especial que requería su temperamento y vivacidad, se dejó conducir. Ignacio se sulfuró, sobre todo porque le disputaban la compañera de juegos. Por su parte tampoco tenía una situación muy lucida entre sus hermanos. La diferencia de edad no podía asociarlos. Buscó arrimo al lado de su padre. A la sazón, Don Laureano militaba activamente en la política en su calidad de jefe de partido. Las horas que se pasaba en docena con las visitas de su padre! Era inútil pretender sacarlo con engaños.

CAPITULO V—EL TENIENTE MARIO CASTRO

APROXIMASE carnaval. Sin embargo, en casa de Don Laureano Calderón nada lo anuncia. No tiene su aspecto habitual; está por el contrario silenciosa, muy quieta y casi desierta. Hace dos días, Aguedita, Isabel y Josefina, fueron a tomar baños serranos. Luis y Ricardo andan en larga excursión veraniega. Ignacio en la quinta de sus amigos González pasará ocho días. Sólo han quedado Don Laureano con su fiel Manuela, María Amalia, Nicha y Nelia, la primita que ha venido de la campaña y prepara su exámen de ingreso a cuarto grado de la Normal. Pero, todas las tardes viene Margarita Clapenk, íntima amiga de María Amalia, con quien pasea por la vereda, o la plaza. Las chicas también pasean y juegan, entran, salen, ríen y conversan; van y vuelven de la plaza. Hoy las gentes han salido más temprano a refrescarse en la calle o paseos, aprovechando que ha llovido un poco, como para aplacar el polvo; la atmósfera está fresca y saturada de olor a tierra mojada que lleva no sé qué regocijo al espíritu. Las chicas sienten el encanto de la tarde de verano y van a caminar por el parque vecino. A poco andar aperciben una silueta conocida; es Mario Castro que también pasea, sólo, por el paseo cuadrado. Nelia lo anuncia: — Viene ese jóven que estuvo anoche de visita en casa de tío. ¿Quién es? — El Teniente Mario Castro. — Parece porteño, no? — Es sanjuanino. — Uds. lo conocen hace mucho? — No, desde el día que vino a San Luis. Casualmente era una tarde como ahora, hace cuatro meses. Estábamos en la vereda cuando venían los coches de la estación. El parecía tener gran interés de conocer a las puntanas, porque al pasar frente a lo de Alonso, que estaban en la puerta, y por casa, donde también había un buen grupo, miraba con tal insistencia y curiosidad, que Aguedita se apuntó una broma y todas festejamos ruidosamente. Se alojó en el Hotel San Martín. Por cierto que tan vecino era de verle con frecuencia. La tentación era inevitable cada vez recordando la broma de Aguedita, que parecía haberle intrigado. Pasó Castro y se cambiaron un "buenas tardes". — Cómo te mira! dijo Nelia. Nicha no se dió por aludida de la particularidad de la mirada y contestó incrédula: — Sí? a las dos... porque no hay más en la plaza. — ¿Es muy festejador? — Así dicen las crónicas, que festeja en cada casa donde visita. Nicha incómoda varió la conversación. — ¿ Cómo te va con el programa de aritmética Nelia ? — No hables de cosas tristes; déjame descansar la cabeza siquiera este momento. A la noche le doy la última sacudida y descanso. — Pero, noto que descansas mas que estudias Nelia. Dime, ¿no te gusta estudiar? — Sí... pero... cuando siento que Uds. conversan, que hay visitas y están libres, ni entiendo lo que estudio. ¿Y a ti? — Mucho! Transcurren las horas sin sentir; ni me doy cuenta que otros se divierten. Se aproximaba Castro otra vez. Amigablemente preguntó: — Y María Amalia, ¿por qué no las acompañó? — Luego vendrá, respondió Nicha, quedó con una visita. — Qué bien, Ud. debería imitarla a atender sus visitas. — Y yo... hago lo mismo. — No la he visto; pero si es así me alegro mucho. Se alejaron. — ¿Por qué te dice eso? preguntó Nelia. Francamente, no sé. A qué visitas se referirá? preguntábase ella misma. Continuaron las primas haciendo comentarios. Nicha no quiso darle importancia y despreocupándose terminó: Son bromas suyas; he oído a las niñas de casa que es muy bromista. Pero, cuando de nuevo se enfrentaron, ella, le interrogó resueltamente, con gesto que traslucía su desorientación. ¿Por qué me dice que no atiendo mis visitas? — Porque no he tenido aún el placer de verla cuando voy a su casa. — Ah! pero como esas visitas no son para mí... Dijo ella cortada por la sorpresa. — Cuánto siento que así crea. Tiene que convencerse de lo contrario. — Ya veo que Ud. es muy gracioso, pero, dígame, de dónde cortó esas flores para buscar yo también? — No tiene necesidad porque éstas son para Ud. Nicha rió con toda franqueza pues deseando esquivar las anteriores galanterías provocaba otra. — No nos podemos quejar de la lluvia de hoy, no es cierto? Aceptó Nicha las flores, jazmines del país y margaritas puntanas, con un sencillo muchas gracias. Al alejarse, aspiró con deleite su perfume delicado, que fué como una liberación de las emociones disimuladas con risas, que provocaran las inesperadas manifestaciones de Castro. — Cómo se apunta el Teniente, nó? dijo Nelia, que era muy perspicáz. — Cierto, contestó Nicha. Se está pasando, yo creo; pero me la pagará! ya mismo. Rompo las flores y me voy a casa. — No seas loca! ¿Acaso no puede ser cierto lo que te ha dicho? — No importa... yo no lo encuentro más. Si quieres quedarte, ahí viene María Amalia y Margarita Clapenk. La cena no fué alegre; María Amalia estaba visiblemente preocupada y Nicha disimulaba sus impresiones con risas menos espontáneas que de costumbre. Después Nelia se entregó al estudio.

CAPITULO VI—INQUIETUDES

MARÍA Amalia y Nicha toman fresco en el toilet, en la suave penumbra de la luz contigua y de la luna que entra por la abierta ventana de la calle. Hablan poco y de cosas indiferentes; sin embargo, ambas tienen el mismo motivo de preocupación. Pasan grupos de paseantes al Parque Pringles; algunos comensales del Hotel próximo. Luego sienten el ruido acompasado de las pisadas que anuncian a Castro. Nicha hubiera querido disparar pero se queda como clavada en la ventana, cerca de la reja, donde está sentada con negligencia. El corazón le late muy rápido. María Amalia, apresura el vaivén de la hamaca en que descansa, también próxima a la ventana. Frente a ella interrumpe Castro su camino saludando de manera poco usual, sin quitarse la gorra. — Qué presumido, no quiere desperfeccionar su peinado, piensa Nicha. — Qué familiaridad, opina María Amalia, un tanto picada. Castro inicia una trivial conversación. ¿No salen esta noche? — No, contesta displicente María Amalia. — ¿Qué cuenta de nuevo María Amalia; cómo le va? — No tan bien como a Ud., responde ella intencionadamente. — Nicha finge mirar con curiosidad a la calle, pero cada vez siente: mas deseos de no estar. — ¿A mí? dice Castro sorprendido. Pues nunca como hoy he pensado lo contrario. Verdad que en San Luis encuentro familias hospitalarias que me honran con su amistad, pero... no hay mas crónica que hacer. Nicha no puede mas; supone una alusión por lo que hizo con las flores y simulando haberse oído llamar, se levanta y responde: mamá? Luego vuelvo agrega. Misia Manuela y Don Laureano se refrescan en el patio. Vá a hacerle una pequeña visita a su prima que se divierte en el comedor, nada menos que con la aritmética y una novela. De regreso al entrar en la pieza contigua al toilet, siente que la conversación es más animada, aunque han bajado la voz, distingue en Castro un tono vehemente y como si sellaran un pacto, él agrega: si Ud. me dice que es un imposible, mañana mismo me voy de San Luis. Nicha entra al toilet con intención de quedarse un poco alejada junto a la mesa de centro, pero María Amalia que está de pié, se aparta dándole su primitivo lugar. Así quedan de pié próximos los tres. El se retira por fin la gorra de donde saca un jazmín del cabo. Nicha dice con ingenuidad: ¿qué linda flor, nó? El la mira con un modo... que ella se arrepiente de haber hablado, y asiente con marcada intención: “sí... muy linda”. Busca, la mirada de ella, pero Nicha no quiere entender de qué se trata y se felicita de la penumbra que no pone en descubierto su turbación. El no se desprende de la flor. María Amalia a su vez dice: muy linda! Se ve que le gusta Teniente porque no quiere deshacerse de ella; ¿vendrá de tan buenas manos? Indudablemente. El mira a las dos niñas, fluctuando en su decisión. Por galantería y respeto se la daría a la mayor. Por espontaneidad de afectos a la menor. María Amalia interpreta la situación y la decide con un gesto y sonrisa diplomática. Nicha recibe la flor; no dice nada, aspira su perfume e impensadamente suspira desahogando el alma que siente demasiado oprimida. El tampoco habla. Se miran y se sienten. María Amalia se ha retirado hasta la mesa central donde arregla una jardinera. La amistad ha cedido su lugar al amor. Castro vuelve a la realidad y pregunta: entonces no salen ésta noche? — Hasta que regresen las niñas no podemos salir de noche, responde María Amalia. — Sería molesto si viniera luego a oír un poco de música?, interroga Castro. — Qué esperanza, ¿quiere pasar?, dice María Amalia; aunque no le garantizo la diversión con mi música. El irá al hotel, luego volverá. Cuando en una sociedad provinciana aparece un joven que, en primer lugar usa una indumentaria que no es común, que, habla y piensa y hasta camina de distinta manera también qué la generalidad, naturalmente, todas las miradas están puestas en él. Y si es joven, buen mozo y tiene carrera con más razón. Sobre todo, en el ambiente de provincia, chato, monótono, sin alternativas, forastero que sabe de lejanas regiones y otras vidas, está rodeado de la más atrayente sugestión. Pronto deja de ser un extraño, es un hijo más de la sociedad, y si también sabe de tierra adentro, es un hermano más. Y el forastero se aclimata, se habitúa reviviendo sus días provincianos. Tal el caso de Mario Castro. Nicha está desolada; será inevitable que vaya a la sala porque misia Manuela se recogerá temprano en cama. El pensará que le ha creído al pié de la letra las alusiones de la tarde. Además, María Amalia no toca música divina para que se escuche con devoción; es más bien un ruido agradable para acompañar las conversaciones. Ella no quiere conversar nada, nada con Castro, menos aún después de ese jazmín que acaba de regalarle en presencia, de su hermana mayor. Está deseando que llegue la hora de dormir para entregarse a sus pensamientos. Va a anunciar a Nelia la visita de Castro y le invita para que acompañen a María Amalia. Nelia ignora por completo la escena anterior. Se ponen polvos, arreglan el cabello, lavan las manos; luego se miran y dan su opinión. — Qué estás bonita! dice Nelia. Pareces pintada con ese riquísimo color! y qué brillantes te noto los ojos. Quien sabe si no me haces trampa. No seas mezquina, dame un poquito de color, siquiera para no parecer tísica. — Te doy todo lo que puedas sacar y aquí tienes mi cara responde Nicha poniéndose a su alcance. Pero, te garantizo que una rubia pálida es mas ideal. María Amalia que está en el escritorio recibe a Castro en la sala próxima. Conversan otra vez confidencial y misteriosamente. Las chicas entran y toman asiento retiradas de ellos. No tarde en presentarse la risa que a esa edad arregla todas las situaciones. Optan por hacer la guardia desde afuera frente a la puerta. Y, como el pueblo quiere saber de qué se trata, con pretexto de sacar sillas del escritorio, sucesivamente se aproximan a escuchar por la puerta de comunicación del escritorio con la sala. Nicha apenas se llega; recuerda que le han dicho en casa, que eso es una cosa horrible y por que, como si fuera su castigo, le parece que de ella se ocupan. Quiere detener a Nelia. Ella no le hace caso, pues no atribuye al hecho ninguna trascendencia moral ni filosófica. — Pícara, con que era de ti, no? se retira diciendo Nelia. — Inventora! responde Nicha. Vuelven a la sala. La conversación cambia de tono, se hace mas general. Castro se despide deseando "buenas noches". Las chicas quedan tentadas porque el joven les ha dado la mano, cumplimiento a que por sus pocos años no están acostumbradas. — Pobre dice Nicha bromeando. Creerá que acaba de dar la mano a la muerte con semejante manojo de huesos! refiriéndose a la mano larga huesuda y fría de Nelia. Las once da el reloj del comedor. Es hora conveniente de recogerse. Por fin Nicha estará sola con sus impresiones. Nunca ha anhelado tanto la tranquilidad del lecho como hoy que tiene el espíritu agitado. Cuando quedan solas, María Amalia nada le dice. ¡Qué suerte! Todas han sido bromas y alarmas. Volverá a jugar despreocupadamente. Pero, que farsante, regalarle flores, decirle que sus visitas son para ella. ¡Que abusivo! Luego la escena del jazmín en presencia de María Amalia que merece todo respeto. Está desorientada. No irá a la sala cuando vuelva y mañana no se hará ver.

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No puede conciliar el sueño. Rememora muchas cosas que han ido pasando. La tía Claudia había dicho una vez que en rueda de familia comentaban las visitas y asiduidades del Teniente. “Para mí, la que le gusta al Teniente no está en la sala. Yo sé porque lo digo. — Será por Ud. tía que tanto veredea? respondió Aguedita. Algunas veces, después de los estudios de la tarde, Nicha se aproximaba a la ventana del toilet para distraerse mirando pasar y leer a hurtadillas la incomparable novela “María”, de Isaacs, que Aguedita tenía sobre la mesa. La tía Claudia paseaba por la vereda y solía llamarla. Castro pasaba a pié o en carruaje, dos, tres, muchas veces y miraba. ¿Qué miraba? Las niñas grandes paseaban en la plaza. ¿A la anciana? — ¿A la chica? Otra vez, la sobremesa se había prolongado nadie esperaba a Castro. María Amalia la mandó que atendiera hasta que ellas estuvieran dispuestas, comprándole la voluntad con elogios: vaya mi hijita, Ud. es bien viva y capaz de atender una visita. Ella salió corriendo, lo hizo pasar a la sala. — Estaban por salir de paseo? preguntó él. — Nó, las niñas no sabían que Ud. vendría y estaban un poco desprevenidas; y para tranquilizarlo de que no tendría mucho que esperar, agregó: luego vienen. El siguió conversando. — Ud. que retraída es; no le agrada pasear? ir a la plaza? Si Ud. supiera cuánto me gusta verla! — Sí? le había respondido ella con gesto picaresco y burlón y se puso a reír del descaro con que estaba bromeando. El también se rió, de la naturalidad con que le contestaba, sin ninguna presunción. Luego entró misia Manuela y disculpó muchísimo a las niñas y Nicha como ya estaba de más, se fué a tomar fresco en el patio con Don Laureano. Esa noche se divirtieron en grande en la sala y cuando fueron sus hermanas a recogerse hicieron alegres comentarios de la visita; todas lo elogiaban por su educación y perspicacia. Nicha lo conocía por estas referencias. Pero, ¿cuál de las cuatro sería la elegida? Este interrogante estaba pendiente en la casa y en la sociedad, pues de las familias con quienes se relacionara Castro, la de Calderón era asiduamente frecuentada.

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Nicha se durmió, al fin y al cabo, como una criatura. A la mañana siguiente se habían esfumado todas las visiones inquietantes. Una suerte! porque la familia no miraría con buenos ojos la situación.

CAPITULO VII—LA CHALLA

NICHA tejía ñanduty bajo la dirección de María Amalia. Sintieron golpear la puerta y ambas suspendieron la tarea. Misia Manuela que cortaba flores de los maceteros del jardín, para adornar a la Vírgen del Cármen, de su devoción, recibió un mensaje de la ordenanza que buscaba, que al ver a la señora avanzó y cuadrándose saludóla militarmente. —“De parte del Teniente Castro al señor Calderón y la Sra. si le permiten pasar con un amigo a jugar un poco de carnaval”. —“Como nó, con mucho gusto vamos a esperarlo”, fué la contestación de misia Manuela. Dirigióse al comedor donde Don Laureano leía los diarios de la mañana y palmeándole el hombro le dijo: prepárate viejo para que juguemos carnaval, acaban de anunciarme la visita de Castro, así es que voy a notificar a María Amalia. Maria Amalia se puso en traje de carácter para éstas lides carnavalescas; falda negra un poco gruesa, para no transparentar mucho las formas, si acaso la mojaban demasiado y blusa blanca. Estilo hormiga como diría Nicha. Al salir al patio María Amalia recomendó a las chicas que le ayudaran alcanzando bombas. Misia Manuela volviéndose hacia las aludidas con tono despectivo dijo: ¿que van a ayudar éstas chicas pavas? Ellas quedaron riéndose del poco caso que les hacían y del remache de misia Manuela. La challa se inició con palabras, pomos y papel picado; luego vinieron las bombas que las chicas tenían preparadas, llenas con agua, desde el día anterior. Las alcanzaban en auxilio de María Amalia o las arrojaban directamente. Con pretexto de pedir bombas, Castro se aproximó a la trinchera de Nicha. Aprovechando la oportunidad que los ponía al habla, lo primero que dijo después, de pedirle una tregua. Nunca hubiera creído que fuese tan... malísima... romper las flores que creí el más delicado intérprete... Y con tono resentido pero resuelto añadió: Dígame, quiere que me vaya de San Luis? Esta última parte desconcertó a Nicha completamente; recordó haberla oído la noche anterior en que Castro conversaba con María Amalia. No atinaba a decir más que monosílabos de excusa y había enrojecido hasta los ojos. Sin saber lo que hacía llevóse las manos a la cara como para aminorar el calor. El, que la observaba, exteriorizó aún su pensamiento con un elogio al rubor. Misia Manuela, con una estrategia que honraría al mejor militar, estaba ya a muy pocos pasos de ellos. Nicha temerosa de desagradar con su actitud, se puso nerviosa y al querer reanudar el juego arrojando sobre Castro la bomba que tenía en la mano, la reventó mojándose ella misma. Misia Manuela no dejó escapar la ocasión de burlarse. Qué bien juegas Nicha, te felicito. Gracias mamita, contestó ella en igual tono y aprovechando la oportunidad, se fue corriendo y riéndose a secarse las ropas. Pon fin, un momento de desahogo y libertad! Terminado el carnaval, mientras se servían un refrigerio, los jóvenes departían alegremente comentando las incidencias de la jugada. — Por lo menos, decía misia Manuela, habrán probado la firmeza de los colores. Alusión muy oportuna para desvirtuar un comentario en boga, atribuyendo a sus hijas costumbre de pintarse, sobre todo a Nicha, que empezaba a llamar la atención por su belleza juvenil. Despedíanse los jóvenes bajo la glorieta del emparrado; Nicha apareció en la puerta del toilet ataviada de nuevo, con sencillo traje lila, de vaporosa muselina, con largas cintas de terciopelo negro que pendían de la cintura, según modas de la época; suelta la cabellera castaño claro, apenas recogida en la parte superior de la cabeza con un broche. Castro se adelantó a despedirse hasta luego, pero con los ojos signifícóle el halago que emanaba de su visión. Poco se modificó la situación en los días subsiguientes entre Nicha y Castro. Pero María Amalia tenía largas y frecuentes conversaciones con su mamá. En adelante la señora siempre ostentó las visitas de Castro, aún las conversaciones de pasada en la ventana del toilet, únicas de las que Nicha participaba, en la penumbra y a la distancia. Alguna vez que se le ocurrió ir un momento a la sala misia Manuela le dijo muy cariñosamente: vaya mi hija a acompañar a su padre. Obedeció sumisa y salió de la sala, pero, comprendiendo el pretexto, varió de rumbo yendo a mirar por la ventana en compañía de Nelia después de terminados sus estudios. — Me parece que deberías ir a la sala Nicha, díjole ésta. — ¿Por qué?, si nunca voy y está mamá. — Por lo que te dijo Castro; mira que se puede disgustar, eh? — Sí... pero no iré. ¿A qué? si en cuanto entro hay un mandado que hacer? — Si fuera amigo mío yo le diría muchas cosas por ti, ¿te crees que no sería capaz? Pero a mi tía no se le escapa nada; piensas que no se dió, cuenta el día del carnaval? A ella seguramente más le agradará que festeje a una de las grandes, no es cierto? A Aguedita, a María Amalia... Que ocurrencia también, un joven grande fijarse en una pebeta... Yo no sé como te las vas a arreglar Nicha. Lo que es yo no le llevaría el apunte porque tendría miedo de que me farreara. Nicha guardaba silencio escuchando a su primita porque más de una vez habíanse presentado a su mente las mismas reflexiones. Pasó Castro que salía de la visita; las saludó. Fué hasta mitad de cuadra, volvió a pasar despacio; caminó veinte pasos y volvió. “Hasta mañana”, fué la despedida. Había en sus maneras, en su persona toda, en el afán de pasar y pasar, de hacerse sentir, un no se qué de conquistador. ¡Nicha! dijo Nelia impresionada, y que era muy espontánea en sus manifestaciones; ¡qué hombre tan atrayente! Yo no sé que tiene que sugestiona y atrae! Parece tipo de novela; no es cierto? Vas a tener que quererlo irremisiblemente! La ilusión fué como un bólido para Nicha. Entró misia Manuela y María Amalia. Quemáronse las alas de la mariposa; la realidad de la vida estaba presente. Aún se prolongó la velada hasta que misia Manuela insinuó el descanso.

CAPITULO VIII—CARNAVAL

UNA carta que anunciaba el próximo regreso a la ciudad de las señoritas de Calderón, modificó la situación apresurando los acontecimientos. A la vera de ellos presentáronse los clásicos días de carnaval. Las chicas debían acompañar a María Amalia a los corsos de la Plaza Independencia, a los bailes no concurriría. De este modo inesperado fracasaba el propósito que Nicha formulara por segunda vez de evitar relación con Castro. Mientras estuvo en el grupo de las chicas no hubo dificultad; vuelta al lado de María Amalia para acordar el regreso reuníoseles Castro, que en el transcurso de la tarde en varias ocasiones cumplimentó a María Amalia. Si Uds. me permiten las acompañaré, dice gentilmente, porque hay una aglomeración de público que solas no pasarán con facilidad; además les pueden echar agua. María Amalia se excusa un poco, esta galantería no está aún aceptada en las costumbres sociales puntanas. Se expondría a muchos comentarios; misia Manuela misma, quién sabe qué diría. Pero, la actitud de Castro es tan decidida y caballeresca que sería una ofensa oponerse, aparte de una ridiculez. Por otra parte María Amalia es muy diplomática. Van pués todos juntos, acompañan a Margarita Clapenk y continúan camino. Al pasar frente a casa de una presunta festejada de Castro, María Amalia le dirige una broma alusiva. El la elude invocando el testimonio de ella misma como conocedora de sus secretas intenciones. Nelia ha quedado al lado de Castro y tiene grandes deseos de cambiar con Nicha que marcha muy tranquila junto a su hermana, y, no encontrando una manera disimulada de complacerse, resueltamente dice y lo hace. Con permiso, me paso adelante. Añadiendo a tono de explicación: la vereda es muy angosta; cuatro no cabemos. Castro fíngese resentido: — Gracias, señorita, aunque me deja siempre muy bien acompañado. — Lo suponía. Nicha se queda rabiando por lo inesperado de la actitud que la deja en una situación violenta. Para vengarse, inventa que a Nelia le ocurrió algo en el corso: “Un fulanito le regaló un especial y ella estaba tan complacida que se lo aceptó incluyendo un dedo de él. El jóven no se queja de la prisión, pero ella se hace la que no sabe porqué no se separa del ramo y le pregunta: — Al fin, me lo regala o es amenaza? — El contesta: el ramo sí, el dedo no, la mano en tal caso. Ella dice que creyó que todo era tronco del ramo. Figúrense Uds. la paisanita, termina Nicha. Ahora es Nelia quien va rabiando. Sin embargo la conversación continúa alegremente hasta el domicilio de las niñas. Castro se apercibe que Nicha vuelve desprovista de trofeos del corso; le ofrece jazmines del país con la recomendación de no arrojarlos, como los que le habrán regalado en la tarde.

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Acaban de llegar las niñas de Calderón y en un instante han llenado de alegría y bullicio la casa, cual una enorme pajarera, rústica si se quiere, pero simpática por las tonalidades de sana vida que refleja. Pájaros serranos! cotorritas del alma, rayos de sol! debe decir el querer de misia Manuela. Los que llegan y los que esperan vuelcan su alma en el momento de volverse a ver. Aún no se han despojado las recién llegadas de su indumentaria de viaje, otro break se detiene en la puerta. Clemencia Funes, Teresita Comas, Lola Nuñez, Elvira Dominguez descienden graciosas. Es martes de carnaval y la juventud entusiasta se busca; después de las dos de la tarde habrá una gran jugada a balde en casa de Clemencia Funes. Continuaremos la frescura, dice Aguedita aceptando; los baños serranos nos han hecho chillar de frío. Que loquero... todas hablan; no se entiende lo que dicen ni lo que quieren decir. En fín, corrientes; después de las dos estarán presentes a la cita carnavalesca, bien provistas y con ropa de repuesto.

CAPITULO IX—UN MALON DE MASCARITAS

SON las cinco de la tarde; hace más de una hora que las niñas de Calderón se encuentran en casa. Hay gran actividad porque es necesario disponerlo todo para recibir convenientemente las visitas ofrecidas para la noche. Un malón de mascaritas. Llegan acompañadas de varios jóvenes, entre ellos Castro. Nicha también desea verlas; vá a la sala un momento. La visita se prolonga; después de mucho bromear y reír algunas máscaras se retiran y otras se descubren. Iníciase el baile. Castro acompaña a María Amalia. Después del primer lancero se detienen frente a Nicha que ha vuelto y está sentada próxima a la mesa de mármol que adorna una esquina. Se entretiene examinando una muñeca que ha tomado de la mesa. Castro le propone enseñarle a bailar. Agradece Nicha la atención dudando de que fuera capaz de repetirla en caso de ser ella señorita de baile. María Amalia se excusa de tener que dejarle, porque le piden que toque el piano. Castro se sienta al otro lado de la mesa. Pasa Aguedita; se ríe de la escena y dirigiéndose a Castro: — Qué hace Ud. Teniente, ¿está por jugar a las muñecas?... — Así parece, dice él, resignadamente. El Capitán Gutiérrez que acompaña a Aguedita, encuentra oportunidad para insinuarse en favor de su amigo y continuando el paseo se expresa: — Yo creo que Castro está en estado de jugar a todo por la dueña de la muñeca. Y, en realidad que la chica es una hermosa promesa. — Figúrese Nicha, cómo se ríen de mí, dice Castro entablando conversación. — Ud. se expone Teniente. — Exponerse no sería nada... si tuviera la seguridad... de lo que quiero tenerla, concluye mirando sostenidamente a su pequeña amiga. Ella se siente mirar y tal vez querer, pero piensa que creerlo y manifestarlo es una chiquilinada. Levanta pues, la mirada de la alfombra y ya repuesta de la impresión, le insinúa que vaya a bailar y a divertirse. Castro acepta. Comprende porqué quiere alejarlo y con igual reserva guarda silencio. Además, misia Manuela los observa en actitud poco alentadora. Se reúne con Aguedita. Esta pareja tiene siempre buen humor y divierte con su charla. Nicha se retira de la fiesta. Se recoge en el lecho, pero aún está despierta cuando vienen sus hermanas a los dormitorios. Fíngese dormida por temor de interrumpir, y oye las conversaciones. Aguedita, aunque bajando la voz comenta y ríe. El nombre de Castro se repite con frecuencia y alguna vez cree distinguir también el suyo. María Amalia, deshaciéndose el peinado se incorpora al grupo; habla en tono reposado. — No se puede negar que es muy caballero... Cierran la puerta de comunicación y quien sabe hasta qué horas están charlando. Cuando María Amalia vuelve a su dormitorio encuentra a Nicha profundamente dormida. La contempla y cual su madre pone un ósculo en su frente.

CAPITULO X—LOS POBRES DE MISIA MANUELA

MOMO descansa de sus pasadas locuras meditando quizá otras mayores para despedirse. Mientras tanto la vida se normaliza. Misia Manuela recuerda que hace cuatro días no visita a sus pobres. Manda enganchar el break y acompañada de Nicha se dirige al Norte de la estación del ferrocarril, barrio de sus protegidos. Allí Don Laureano posee una quinta que administra su esposa. Nicha queda en el coche leyendo revistas. Misia Manuela no quiere que vea tan de cerca las miserias humanas. Que sepa sí que existen y como se alivian. Ella no es rica, poco tiene que dar, pero es caritativa y trata de aliviar los males del prójimo. Las mujeres, ingeniosas por instinto, siempre tienen a disposición un recurso, cuando poseen voluntad para realizar una obra. Ropas usadas, preparadas por sus propias manos prolijamente remendonas, alimentos, unos cuantos centavos, muchos consejos y palabras de aliento, he ahí el caudal caritativo de que disponía misia Manuela. Al regreso refería como había hecho la distribución de sus socorros. Algunas veces había dado hasta el pañuelo de mano que llevaba en la cartera; para abrigarle el cuello a un niño; otras el chal que llevaba sobre los hombros. A muchas madres envolvíales los hijos, como la gente, para que aprendan a cuidarlos. Su ahijada de casamiento, Mamerta Gatica, era la más agradecida, tenía la triste historia de las jóvenes del pueblo que caen por amor o por necesidad. La encontró un día arrinconada en el rancho de una miserable vieja, aumentando sus pobrezas. Con la cara entre las manos y la barriga muy abultada. En primer lugar le dió un reto, suavecito, que parecía un consejo, luego ánimo y trabajo para ganarse el pan. —Quién es tu contrincante, preguntóle otro día que la vió con una aguja en la mano, remendando una pollera. — José Sosa, respondió la ingenuota, como si se confesara. Sabía que a misia Manuela no se le mentía; que si preguntaba algo no era en vano. Me alegro, dijo misia Manuela, porque José es un buen muchacho, lo conozco desde chico; Uds. deben casarse. Después, en su quinta encontró a José; le habló insinuándole que era preciso se casara. Allí, en la quinta, tendrían un rancho en que vivir, suelo para cultivar y Mamerta podría criar gallinas y tomar lavados. El muchacho y la chinita creían que había pasado junto a ellos un hada benéfica, derramando sus dones. No se equivocaban; era hada en la vida real de los humanos. Fue madrina de la pareja y luego del pequeño que nació.

CAPITULO XI—¿QUE ES AMOR?

— A qué vino Avelina de Lucero, qué estuvo tan poco? — A invitarnos para recibir un malón que le han ofrecido llevar unas máscaras amigas, esta noche, por ser vísperas de entierro de carnaval. Estaba apurada por eso se retiró luego. Le dejó saludos mamá. Pueden ir, si quieren, dice misia Manuela a María Amalia con quien conversa, brindándole su aquiescencia. Si Luis las acompaña mejor; yo quedaré con tu padre. Empezaban los preparativos para la fiesta y, aunque, veinte años atrás las puntanas eran tan sencillas en sus toiletes, es interesante en todos los tiempos observar a las niñas cuando se disponen para concurrir a ellas. Nicha mosqueteaba a sus hermanas. En un disimulado aparte, María Amalia propúsole llevarla al baile. — ¿Quieres ir con nosotros? — Mamá no querrá, respondió Nicha sorprendida de tal propuesta. — Eso corre de mi cuenta. Lo esencial es que tu quieras ir, porque, mira, además, Castro me ha pedido que te lleve. Está deseando hablar contigo. — Sí? Siempre me habla... cuando me encuentra. — Me lo ha dicho y se muestra encantado de tu discreción y lo señorita que eres. Pero, claro, él desea saber si tú lo querrías. — ¿Quererlo? Yo no sé... que es querer; pero me interesa su presencia. Sin embargo... no me animo a ir, será otra vez. ¿Qué papel haré yo entre las grandes? ¿Qué le diré? Por eso no; te aseguro que ninguno desairado. Además, Castro se resentiría si no te llevara; se lo he prometido. — Bueno, pero y mamá? Creerá que soy yo quien te ha pedido. — No, no; mamá ya ha dado su consentimiento. Arréglate, ahora todo depende de ti. Asustada ante tamaña responsabilidad, con dulce laxitud de ánimo, preparóse para el primer baile de su vida. Eligió el vaporoso vestido lila, el mismo, que prefirió la mañana de carnaval. El cabello dividido en dos partes, recogió arriba en un pequeño rodete; el resto en una trenza doblada muy corto con gran moño de cinta negra. Encuadrado el rostro por unos cuantos cabellos ondulados naturalmente. Nada de collares ni otras alhajas. Qué mejor adorno que la juventud con su espléndido color de aurora... Un par de ojos negros de dulce y hondo mirar provinciano? Así se lo manifestó Castro con cortesía y galanura de lenguaje. Sin embargo, para él, que conocía tanto mundo ella seria una insignificancia, insinuó Nicha. Suele ocurrir con las mujeres lo que con las flores. Las rosas nos conquistan mientras dura su hermosura. Y esplendor en momentos de alegría, corazón afuera. Los diminutos jazmines del país nos seducen corazón adentro, porque emocionan suave, dulce, quizá dolorosamente. Su perfume es de felicidad, de ensoñaciones, de añoranzas. Cual jazmín del país era para Castro su pequeña amiga. Y su afecto naciente una cosa nueva, deliciosa e incomparable. Cuéntase que aquella noche se enredaron dos almas en la más intrincada red de emociones. Pero la luna, que rielaba por los cielos, puso en ellas su nota de incurable melancolía. Si alguna vez el amor se mostró ciego probablemente fue en esta ocasión. Desde entonces fue para Nicha grata promesa la despedida hasta mañana que, a la puerta de su propia casa, pronunciara Castro al regresar del baile. ¿Qué era el amor? Igualmente para ella una cosa nueva, deliciosa e incomparable. Una divina inquietud. Pero mañana, quizá roto el encanto, cómo transcurrirían las horas? Estaba segura que misia Manuela no aceptaría esta relación. Continuaría siendo la chicuela de la casa. Y el blanco de los acontecimientos. Nicha es demasiado joven debe pensar y ocuparse de estudios, como las niñas de su edad. Su madre había concebido al respecto algún proyecto grande, tal era la decisión con que la defendía de apartarse de este camino. Por otra parte Castro no goza de buena salud. La familia que acepta la amistad se opone a los amores. Con clarividencia propia de las madres, doña Manuela presiente una fatalidad.

CAPITULO XII—SACRIFICIO

INESPERADO suceso reclamó una resolución definitiva. Un día, en pleno idilio naciente, Castro recibió orden de trasladarse a la Capital Federal. Ni política, ni diplomacia. Comprometerse? ¡Que ocurrencia! — Si su afecto es constante y verdadero lo mismo volverá, opinaba la madre. — La ausencia es incubadora de olvidos, pensaba tristemente la hija. — Otro vendrá mas afortunado a recoger los laureles de ésta lid del amor. Prefiero volver al cuartel, decía el galán. Por todo juramento una nueva despedida. Hasta alguna vez. No me olvides. Luego el silencio: ni una palabra más, ni una letra. Una carta? ¡Que horror! Que desacato a las costumbres! Imprudencia imperdonable y para colmo ofensa. Era echar a pique la nave. Nada. El sacrificio en toda la plenitud de su amargura. Con su cortejo de dudas y desencantos. Agonía de esperanza y de amor.

CAPITULO XIII—BENDITA JUVENTUD

TRAS largos soliloquios con las estrellas, las nubes, las sombras, la soledad y su propio corazón, también inesperadamente una tarde de Abril, mas que de ensueños, de realidades placenteras, un silbato, un fragoroso rodar en rieles, anunció la llegada del tren. Bendito quien inventó el tren conductor hasta de amor y felicidad. Corazón desbordante de dicha, ¿dónde están ahora tus penas? Esfumadas con el primer rayo de esperanza. Bendita Juventud! Era entonces verdad el amor. Una misión que permitía reposo propicio a su delicada salud traía a Castro a San Luis. La diplomática María Amalia entró en juego. Cambiados los saludos de bienvenida, Castro hizo su primera visita. Franco y cordial recibimiento de los dueños de casa. Galante y cortés actitud del visitante. Nicha, irá a la sala. ¿Cómo hará su presentación? ¿Qué dirá? Desde que él se fue no ha hablado jamás con un mozo. Imaginativamente sí, con él ha conversado tanto en tres años... Pero, si será este Mario el mismo de sus fantasías... Conversación general. Furtivas miradas. Quien precisará el matiz de la emoción que conmueve dos corazones que vuelven a sentirse? Mario piensa que la promesa, va realizándose. Tiene ella diez y seis años. Es aún pimpollo de flor. Casualmente ha venido Nicha a ocupar un asiento próximo. Entre tanto Misia Manuela conversa con su hijo Luis. Mario se permite un aparte. Cuánto tiempo Nicha! ¿Hay mucho olvido? No... no... responde conmovida y turbada por el tono de voz con que él habla y, porque acaba de comprender que nunca podrá olvidar. ¿Qué hizo en mi ausencia? ¿Se divirtió mucho? ¿Divertirme? Resulta ridículo decirlo pero, la verdad es que aun no sé lo que es divertirse. Hice la voluntad de mamá, estudiar, estudiar, y la mía, recordando; mejor dicho, fantasear. Tuve siempre noticias suyas. ¿Por quién...? El diálogo se corta. Ni novios consagrados por todos los formulismos sociales de la época podrían permitirse más largo aparte sin faltar al respeto y educación. El novio, en tales casos, debía sus atenciones y mayores cumplidos a los futuros suegros y parientes. La novia debía conformarse con ésta consideración, reflejo del afecto de su prometido. Ya tendrían tiempo de conversar largamente, cuando se casaran... Sin duda que de estas exageraciones de la educación, emanaban el recato familiar y social. Favorecían el pudor femenino y mantenían el respeto masculino. El amor era menos sentido y parafraseado. El idilio más delicado y romántico. Mas tonto y desabrido opinaría una modernista bataclánica, que sin duda prefiere los picantes a la dulzura.

CAPITULO XIV—HERMOSA TRILOGIA

ENTRE los estudios, la escuela, oh! la escuela! el amor y la esperanza íbanse los días de la vida tan dulcemente monótonos. Estudios, amor y esperanza, hermosa trilogía. Después de la tarea de la mañana casual encuentro, amable saludo, algunas miradas... eran la inmediata compensación de la labor renovada a la tarde. Pronto fue del dominio social la noticia de éste amor extravagante. Y, a la tardecita, al toque de la oración entre vuelta y vuelta por el Parque Pringles, para amenizar el consabido paseìto de las puntanas, se echaban a rodar los comentarios. Crees tú que es amor...? No hay que sorprenderse de sus bromas. Es tan travieso, según cuentan nuestros amigos poetas. — Yo no creo... y vas a ver que es por divertirse, por reírse de ella... qué chica tonta creerle a un forastero... y militar para colmo. — ¿...... ? Yo no le llevaría el apunte porque tiene una cara de farsante... que da miedo... y rabia. A Mayuca Dominguez también la festeja. A Tila B... a Tola C... a Tula D... a Tala F... — Que suerte para las T, no? Así ya no dirán que nadie las festejó nunca. —Y qué vas a comparar... Claro, Maluca es una linda niña, más en armonía con su edad, y diabla, eh? — Coqueta del diablo querrás decir; no conozco otra mas creída. Se piensa que tiene las llaves del cielo para abrir todos los corazones, y coquetea a medio mundo, y que las demás no somos personas. Vas a ver, a que luego nomás viene a hacerle coco a Nicha? Por lo visto habíale tocado el turno a Lolita contra Mayuca. Después de la zarandeada que Petronila tuvo a bien propiciarle al Teniente y a Nicha. Estaban en vena esa tarde estas lindas provincianas, que de todo hay en la viña del Señor.

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El curso escolar tocaba a tu término con gran contento de Nicha que se sentía distanciada de los estudios por mas amables preocupaciones. Vendrían las vacaciones, las retretas provincianas, bajo la fronda de los eucaliptos del Parque, de las casuarinas de precioso ramaje, de los pimientos enormes y de los aromos en flor, los olmos en forma de abanico de las callejas diagonal, saturado el aire con el perfume de las flores. Bajo el encanto de la luz de la luna. Hasta los Intendentes municipales eran sensibles a estas seducciones del ambiente y, habiendo plenilunio o solo cuarto creciente se suprimía el alumbrado público. La banda de policía situada en un kiosco en el centro de la plaza ejecutaba buena música, porque, gracias a Dios, siempre tuvo buenos directores, sobre todo por su espíritu musical. Así, alternaba lucidamente con la numerosa banda del 9 de Infantería, destacado en la ciudad. Ah! qué felicidad ir a la plaza, sentarse en la penumbra a escuchar la música y dejar vagar, con las, notas, el pensamiento por la región azul del ensueño. Nicha poco participaba de ésta satisfacción. Tenía que estudiar! Y más de una vez, ante su misma mesa de estudios se encontró ausente. ¿Quién sabe a dónde se va el alma cuando se ensueña con la música? Y, después de esto ponerse en comunicación espiritual con Ricaldoni. Un verdadero tour de force de voluntad. Misia Manuela, por otra parte no era muy pródiga en sus permisos. Nicha no se expondría a una segura negativa que la haría rabiar grandemente. Pero, como la casualidad es el gran aliado, sobre todo en el círculo vicioso de la vida provinciana, ella por ver si pasa, y él por ver si está en la puerta, ella y él se ven, se miran, se saludan. Mañana empezará de nuevo la jornada, Los exámenes de fin de curso preocuparon mucho a Nicha que ya había sentido decir, que sus atenciones de orden sentimental la tenían distraída de los estudios. Se puso delgada y un poco tonta. Mario aprovechó la ocasión para reiterar sus insinuaciones de cortar la carrera. Que locura, nunca, pensaba para si Misia Manuela, e igualmente pretendía hacérselo comprender a su hija, y en voz alta respondía: no señor, hay tiempo para todo; ya veremos. Con una calma comunicativa que disipaba toda inquietud.

CAPITULO XV—VENID Y VAMOS TODAS

PASADAS las fiestas de Navidad, en cuyas comisiones estaban comprometidas Aguedita y Maria Amalia, la familia se trasladaría a la Granja, a pocas cuadras de la ciudad. Navidad en San Luis era la fiesta de las niñas, necesario coronamiento de la función de un mes, que las Hijas de María preparaban cuidadosamente y realizaban con esplendor. La parte musical y hasta el arreglo del templo estaba confiado a sus iniciativas. Durante un mes, el mes de María, desfilaban ante el altar mayor todas las niñas sociales de San Luis, porque era privilegio de esta clase, formar parte de la Congregación. Noche a noche en grupos determinados en largas listas colocadas en el mismo templo la juventud femenina ofrendaba flores a la virgen. Gentiles señoritas, suaves y delicadas, moderadas, Generalmente vestidas de blanco y colores claros llegaban al pié de la imagen de la Purísima, a depositar primorosos ramos, artísticas liras, originales canastas de azucenas blancas o rosadas, diminutos jazmines del país o del cabo, y con ellas las exquisitas expresiones de almas sencillas, buenas y creyentes. El 5 de Diciembre correspondióle a Nicha llevar flores en compañía de cuatro chicas amigas. Estaba radiante bajo la capelina con florecillas celestes como su traje y un lazo de cinta de igual Color caía para atrás. El coro entonaba la ingenua canción:

Venid y vamos todas Con flores a María Con flores a porfía Que madre nuestra es.

Al descender las gradas para ocupar de nuevo su asiento, después de haber ofrendado a la Virgen. Nicha estaba transfigurada, poseída de intensa emoción. Figurábase envuelta en los tules de ilusión de las desposadas descendiendo las gradas del templo después de haber pronunciado juramento solemne de fidelidad. No era, sin embargo todo dicha en estas palabras. Confusamente algo vislumbraba su juvenil pensamiento en el arcano del porvenir. Junto a la primera columna estaba magnífico su novio. Sonrió Nicha en una mirada. Qué tonta temer al porvenir... Acaso no tenía una madre más en la Virgen? Entonada con la fe y el amor, su rostro recobró los colores de la vida y su corazón la alegría de la esperanza. Cupido estaba entre su asiento y el pilar en su propio afán de tejer redes entre los corazones. Oh Cupido! no te canses jamás para que la humanidad sea más buena y feliz. En la visita de la noche, la mamá y el novio convinieron para el día de la Virgen el cambio de los anillos simbólicos. Fué corta, de una hora. Nicha tenía que estudiar. Felizmente, por el momento, su entrevista no era con Ricaldoni. Mas cortas aún fueron en los álgidos días de exámenes de 1er. año normal. que por fin pasaron, con el correspondiente éxito para Nicha. Y la satisfacción maternal, de haber sido obedecida calladamente por una hija de carácter altivo y orgulloso, que no comprendía la humildad. Todo campo es propicio para un labrador inteligente. Fructificaba en Nicha la semilla de educación moral depositada con habilidad por discreta mano materna. En ello estribaba el más alto significado del éxito.

CAPITULO XVI—PEREGRINACION

MEDIABA Diciembre. El calor era sofocante. Hacía más de un año que no llovía en San Luis. Los campos estaban exhaustos y las haciendas perecían de hambre y de sed. No había cultivos. En la ciudad el aspecto era lamentable. La tierra estaba reseca, el aire ardiente y el Chorrillero en su apogeo, empolvaba hasta los últimos rincones domésticos. Las gentes, de natural aguantadoras no podían más. La vida se hacía imposible. Surgió entonces el ideal salvador y fué el ideal de la fe que inspiró, la idea de una rogativa al Supremo Hacedor, para que hiciera llover. Y con la lluvia volviera la vida a sus cauces normales de tranquilidad y un poco de trabajo en paz. La procesión debía salir a la madrugada es decir en las Primeras horas del día. Desde la Iglesia Matriz recorrería por la calle Junín hasta donde la intercepta el boulevard Lafinur. Después una cuadra por ésta al Norte tomando luego Bolívar al naciente hasta el dique Chorrillo convertido en simple charco. Presidían la procesión la Virgen María y San Roque. Luego el elemento representativo de sociedades religiosas seguido de numeroso pueblo que se aumentaban en el trayecto de 25 cuadras que el dique dista de la ciudad. El dique encajado en las sierras del Chorrillo, casi natural, completado por un murallón de 11 metros de ancho y 4 de alto y una profundidad que no pasa de 7 metros. A la vera del dique en un montículo próximo, agrupáronse los peregrinos alrededor de los santos, ante el altar de la naturaleza que expresaba con inimitable elocuencia, el ruego por el agua. Cuando el sacerdote impresionado por el espectáculo de la naturaleza muerta clamaba por la lluvia vivificante, coreado por la muchedumbre, rasgáronse las nubes y apareció el sol. Hubo un momento de confusión en los espíritus. Empezó el Chorrillero a soplar con furia. Era la tormenta, había que regresar en seguida para escapar a la lluvia que caería abundante. El Chorrillero llevó a empujones a los peregrinos a la ciudad, envueltos en espesas nubes de polvo y arena que se levantaban airadas. No se sabe porqué no llovió. Hubo que disculpar a los dioses como a los hombres. Al regresar llevaba Nicha la impresión imborrable de haber conocido un dique de verdad, sobre el cual, en la escuela había aprendido muchas cosas, hasta recordaba que el año 1887 se inauguró. — ¿Viste el dique Mario? díjole Nicha. — Casi nada, respondió éste con intención. — Ya sé que se te van los ojos por la Virgen, supongo que harás distinciones con San Roque. — Soy devoto de la Virgen del Buen Aire, pero en Tierras sanluiseñas lo soy de la Virgen de los aires chorrilleranos. — Gracias por la Virgen. Pero fuera de bromas es buena obra, eh? Ya lo creo, de granito, su solidez es incuestionable, un poco chico, pero suficiente para los puntanos. Algunos hay sedientos, te prevengo. Mas arriba, en las sierras del Potrero de Funes, hay otro dique de mayor capacidad, magnífico por el panorama que lo circunda. Llegados los peregrinos a la ciudad, María Amalia, Margarita Clapenk, Nelia y Nicha fueron directamente a casa de Calderón acompañadas por Mario quien rehusó pasar adelante porque se suponía con tres kilos de tierra por lo menos, dada la furia desplegada por el chorrillero y el aspecto que presentaban las doncellas acompañantes.

CAPITULO XVII—LA SERENATA

LA luna reina soberana en el cielo azul de una noche de verano. Ansias de abrirse, de dilatarse para sentirla plenamente, inspira su placidez y hermosura. Noches claras y serenas están llenas de poesía. Son las noches preferidas para las serenatas, las músicas nocturnas provincianas. Turbar el sueño de la amada con una endecha de amor es una romántica galantería y una sentimental ofrenda. A lo lejos aún, a varias cuadras, percíbense notas, arpegios y rasguidos de cuerdas y voces humanas. Es la caravana de trovadores galantes que luego se detendrá al pié de la ventana. Como lo había prometido Mario al regresar de la plaza esa noche, a las dos da la mañana, estaría frente a la reja de su ventana, convertido en alondra de luz, como dijera el poeta antes que él. Con la consiguiente inquietud de ésta promesa, Nicha ha dormido soñando con la serenata, y creería que el sueño se prolonga con los preludios de la música, sino fuera la inconfundible voz de Mario que la despierta. Jorge Rodríguez, el cantor de la muchachada, que tiene fibra de artista, trovador y juglar, es el intérprete de los sentimientos que unen a Nicha y Mario. En el terceto con Daniel Lucero y Marcelo Funes, captan un romance de ausencia: Una Lágrima de Amor: Condenado a los tormentos Angustiosos de la ausencia Se desliza mi existencia Sumergida en el dolor, Y por cada amarga queja Que me arranca este martirio Te consagro con delirio Una lágrima de amor, Qué música tan sentimental y penetrante! Nicha profundamente conmovida ha realizado la ofrenda de una lágrima de amor, y no sin gran esfuerzo solo ha podido pronunciar muy bien, que fué apagado por los acordes de una nueva canción de despedida:

Ya me voy, ya me lleva el destino ay! Como hoja que el viento arrebata ay! Hay de mí, tu no sabes ingrata ay! Lo que sufre este fiel corazón.

Agradecida la atención, el grupo continúa en animada algarabía que se suspende al llegar a otra ventana amiga. La situación sentimental en cada caso es conocida y la poesía responde a ella; cuantas veces una serenata, en redes invisibles y misteriosas, ligó para siempre comunes destinos. Si el sueño se fué floreció el ensueño en imágenes de amor de ilusión y de melancolía, porque la serenata provinciana es la expresión romántica que parece conjurar la poesía sideral del paisaje y del corazón con un dejo de vaga tristeza, que ennoblece la sensibilidad. Aquellas estrofas prendiéronse por siempre, jamás, en el sentimiento de Nicha, como si el destino las hubiera burlado, y, al primer encuentro con Mario díjole: ¿por qué cantaron anoche angustias de ausencia? — Fué una sorpresa de los muchachos que me lleno de pena y obligó a pensar... y meditar... que eso puede suceder. ¿De quién son esos versos que así hablan de un destino humano? De todos y de nadie, pues el cantor modifica la letra adaptándola a la música y a las circunstancias, y con el andar del tiempo ni el mismo autor las reconocería. Las serenatas se inspiran en el amor y el dolor, que son patrimonio del corazón humano. Ella asintió quedamente cual si sobre sus cabezas se extendiera una sombra fatídica. Como en las rondas iniciales de la juglaría hispánica, la letra y la música de los cantares populares se modifican al pasar de boca en boca, de generación en generación, adaptándolas a las circunstancias y el primitivo autor cae en el anonimato.

CAPITULO XVIII—QUEBRADA DE LOS CONDORES

POR la calle Bolívar, recta y en partes ancha, que desde la ciudad conduce a la montaña, pasa por la Granja, desviando ligeramente en el Puente Blanco, el break rueda con un rodar muy particular, propio de terreno duro y firme, característico de lugares serranos. Las pisadas de los caballos denuncian también esta condición. Sólo tres cuadras se han alejado de la Granja y ya atraviesan pleno campo inculto. Nicha ignora porqué. Sus hermanas dicen que falta agua. A Castro, aunque forastero, le parece esto muy extraño, porque sabe que hay dos diques y las grandes acequias que llevan agua a la ciudad, con frecuencia están rotas y vuelcan el precioso líquido haciendo charcos, que en las afueras fructifican en sapos, ranas y mosquitos. La proximidad de las sierras del Chorrillo les ofrece más amable distracción. Aguedita y Maria Amalia, que son maestras, que tienen aficiones literarias expresan su admiración por las montañas en frases elegantes e inspiradas. Aguedita describe las bellezas de las sierras de San Luis, en la Estancia Grande, donde ha visto casas de piedras, estalactitas, helechos como palmas, arroyos, ojos de agua, y todo con una exageración infantil de percances ocurridos, que hace morir de risa. María Amalia que conoce Mendoza ha visto los Andes. Para Castro que es sanjuanino, los panoramas serranos son familiares. Después de almorzar en casa del doctor Ramírez, en las Chacras, irán a la Quebrada de los Cóndores, ponderada por su majestuosa hermosura. La compacta alameda de San Roque pone una nota de intenso colorido verde que está indicando la fertilidad de esas tierras. El camino cambia de dirección hacia el noreste y se hace pesado por el lecho seco del río de las Chacras. El panorama natural es cada vez más atrayente. De la casa de Osorio que ocupa el doctor Ramírez, la quebrada dista solo pocas cuadras. El camino es horrible y peligroso, con grandes piedras arrastradas por la lluvia, zanjas y árboles que lo enangostan y repechando sensiblemente al andar. Mario asegura ser muy práctico para conducir breck por las sierras y propone manejar. Ocupa el pescante en compañía de Nicha, las muchachas se acompañan con las Ramírez. El cochero irá a caballo por si algo se necesita; así lo ha dispuesto misia Manuela. Las niñas inclusive Nicha tienen mucho miedo de que el coche vuelque y van nerviosas, desconfían de la habilidad de Castro. Aguedita le llama la atención diciéndole: Recuerde Castro que aún no tenemos novio. Lo siento de veras responde el burlonamente. Con ello provoca risas, pues ya suponen que se trata de alguna broma. Comprendiendo la intriga, Aguedita traduce su pensamiento recomendando esas vidas tan importantes que aún tienen que vivir su romance. Sacudidas por el coche y por las impresiones del paisaje, prefieren bajar y continuar a pié, deteniéndose por momentos a contemplar las maravillas de las montañas que forman la Quebrada de los Cóndores. Nicha no ha visto nunca cosa tan magnífica que llama por los ojos, en forma extraña a su espíritu; tiene miedo de avanzar, le parece que después del recodo de las sierras de la izquierda, las montañas se juntan cerrándoles el camino. Detiénense frente, abajo mismo de la enorme montaña, que el instinto de algún paisano dió morada al cóndor. Ave símbolo, de altura, de fuerza y vigor, ave selecta que vives en lo alto en contacto con lo incognoscible, que tienes en los ojos una inquietud perénne, un ensueño, una cuita, un secreto, yo te admiro... ¡Qué quietud más inquietante! ¡Qué paz más llena de zozobras! De repente la montaña ha ocultado el sol y cuesta saber a dónde van y quienes son. Es que entre dos altas montañas la mirada no tiene extensión, entonces, con ella, el pensamiento se eleva y ennoblece el corazón. El hombre se olvida de sí mismo para identificarse con la naturaleza. Pero estas emociones son tan intensas que el corazón estalla en interjecciones de admiración y suspiros de alivio. Nicha para convencerse que es ella, para reconocerse la voz, grita con todas sus fuerzas ¡Cóndor! y el eco responde varias veces en forma confusa. Pero el rey Cóndor no aparece. ¿Por qué te has ido? Así se han desprendido del éxtasis y continúan andando camino arriba entre las montañas y el arroyo, de a uno, agarrándose de las piedras. Luego las sierras de la izquierda se retiran y bajan un poco; el sol ilumina de nuevo el camino. Aguedita ha exclamado: ¡Oh sol, yo te saludo! Es temprano aún y no parecía. El terreno se empina nuevamente y por sus laderas, junto al arroyo suben hasta un malecón que une las dos sierras. ¡Qué espectáculo hermoso y tocante! De improviso, en inesperada aparición, se ofrece a la vista el dique del Potrero de los Funes, con su maravillosa perspectiva de lomadas que da amplitud a la vista, por ello el paisaje contrasta con el anterior. Las lomas alternando con las cañadas bastante simétricamente producen una línea ondulada. Algunos sauces enormes en la otra orilla indican que por allí vive el hombre. En lo alto, con el muro por pedestal, las muchachas forman un conjunto extravagante, de leyenda, los ve, los protectores contra el sol ondulan graciosamente al viento; así evocan figuras mitológicas semejantes a vírgenes de las montañas que hubieran salido a regocijarse de hermosura, de paz y de rumores. Mario Castro declara que no ha visto paraje serrano de más variada atracción. Tienen las montañas de la Quebrada de los Cóndores la majestuosidad de la altura y de los enormes bloques desnudos color rosáceo. La gracia de la vegetación arbórea de espinillos y molles, mil pequeñas plantas y enredaderas dan flexibilidad al paisaje; el arroyo da movimiento y frescura; hierbas olorosas y medicinales crecen en profusión en sus orillas y luego viene la melopea, el alma hecha música, y cantan los pájaros y canta el zorzal, canta que es una gloria de libertad. El Cóndor vive invisible y representa lo majestuoso, pero el zorzal es la realidad sonora, armoniosa, palpitante, fugitiva, que une al hombre con el paisaje. Y por sobre todo el azul, el azul intenso y límpido Del cielo puntano; luz, aire y sol, una atmósfera pletòrica de elementos vivificantes. En las altas montanas, el sol se oculta pronto y apresura el anochecer. Los excursionistas regresan por el mismo camino con mayor facilidad. Al salir del recodo de la Quebrada de los Cóndores, l valle se ensancha, hay todavía bastante claridad, pero ellos emprenden el regreso con adioses a las montañas, al arroyo, al monte y a los pájaros. Y, a la noche, cuando cierren los ojos llamando al sueño, aún verán vívido el paisaje, tan hondas son las sensaciones con que toca el corazón la hermosura de la naturaleza.

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Nota: Los trabajos camineros a la Quebrada y al Dique, y el automóvil, han hecho más accesibles estas bellezas, y parece cosa de maravilla, encontrarse de repente en pleno corazón de las montañas, sin peligro y con tranquilidad para solazarse en su contemplación.

CAPITULO XIX—EN LA GRANJA

LAS ocho de la mañana de un día de Diciembre. Aunque es temprano, presiéntese ya la canícula meridiana. Hay un concierto de cantos de pájaros que gozan la frescura de los álamos y sauces próximos, de agua que corre en abundancia, de silbidos de insectos. La chicharra entona su adormecedora canción de leyenda, porque es así, por mas que se la busque y aunque parezca cerca, no se la encuentra y está siempre lejos. Qué simpáticas son las chicharras, tienen un cuerpecito que parece una caja de música y vibra todo entero cuando cantan. Y son constantes para cantar y cantar, a veces cantan con delirio malogre las protestas de los dormilones y nerviosos desocupados que llegan a crujir en el paroxismo de su irritación. Y son amables amenizando la tarea de los laboriosos. Y son modestas, prudentes y misericordiosas porque se esconden, hacen el bien que pueden y no esperan recompensa. Con su canto prodigan consuelo de compañía; su canción es sedante en la fatiga física y en los desencantos del espíritu. Esto se observa y se siente en el jardín de una casa solariega situada a pocas cuadras de la ciudad, camino de la sierra. La Granja, es una casa quinta, estilo colonial alejada de la carretera por un jardín que cierra una reja de hierro negro. Una gran puerta, también de hierro, da acceso a esta casa, a la cual se llega caminando solo quince metros bajo un emparrado abovedado que proyecta buena sombra. Esta sombra protege de ardientes rayos solares rojos y blancos claveles, geranios multicolores, malvafinas, dispuestos en maceteros sobre calicanto que apenas se levanta unos centímetros del suelo, a los dos lados del parral. En las alas del jardín hay violetas en profusión tal que sustituyen el césped dando un matiz verde oscuro. En medio de ellas se levantan algunos arbustos de rosas, aljabas, margaritas reales, un enorme pino y un níspero sirven de cubierta a su correspondiente cuadro. No hay simetría en éste jardín; las plantas han crecido donde nacieron; los caminillos casi han desaparecido por el avance de las violetas y trébol de flor rosada de las borduras. El jazmín de Jujuy no quiere saber nada con las pequeñas cosas de la tierra, y se ha encaramado por el tronco y ramas del pino, camino del azul; en cambio, el jazmín del cielo pone su nota celestial junto a los mortales extendiéndose por la reja de cuadritos de madera que encuadra la galería del frente de la casa. A simple vista es un jardincito insignificante. Pero qué aromas deliciosas brinda, porque hay una variedad de plantas que aún cuando no son violetas, confunden en el ambiente los encantos de sus aromas y colores. Alelíes blancos, alelíes color oro, verbenas azules, bellas celestinas y... todas las demás. En uno de los cuadros hay un rústico juego de agua, un simple caño terminado por un chisme que como tal desparrama el agua a los cuatro vientos y salpica de límpidos diamantes las hojas. Qué nota armoniosa pone el murmullo del agua en un jardín! Y, en las noches de luna, después, del bochorno de todo el día, quién resiste de entregar cuerpo y alma a las seducciones de un jardín? El cuerpo está allí, en un cómodo sillón bajo el parral, gozando del frescor que emana de las, plantas y del surtidor en actividad. Y, el alma? Ah! quien supiera adonde se ha ido el alma envuelta en perfumes y luz en vuelo de poesía y emociones! Pero, penetremos en esta casa solariega; por la puerta de una pieza pasamos a otra que parece pegada por la espalda con aquella y salimos a una amplia galería que abraza todas las habitaciones. A un lado termina por la despensa, al otro por un zaguán que cae sobre un callejón particular, el cual conduce verdaderamente a La Granja, de donde viene el nombre a toda la propiedad. Esta galería da el frente al sur sobre un patio toldado por parrales y glicinas, que alternan en el tiempo sus racimos. Viene luego la quinta, fraccionada en dos por un parral que, va hasta el fondo mismo de ella, después de la cual continúa la quinta de La Granja hasta el canal que pasa al terminar el fundo. La quinta de la casa es como el jardín del frente plantado al azar; alternan higueras y perales con copos de nieve, granados de flor, tiene tanto de huerta como de jardín. De un lado el suelo está alfombrado de violetas de todas clases y colores, y, en el borde de la acequia de regadío para la hortaliza, los más variados juncos y margaritas dobles. La novedad de la nueva mansión ha hecho asomar a Nicha ala ventana del dormitorio y tras la reja examina el jardín del frente y el paisaje de sauzales y arboledas del contorno con las sierras azulosas tan cerca que antójasele al otro lado del puente, con tal claridad distingue sus enormes piedras y el verdor de la vegetación. Abstraída en la contemplación se sorprende al ver de improviso detenerse frente a la puerta, a un jinete. Verlo y reconocerlo es todo uno. — Buenos días, dice Mario. — Buenos días, responde Nicha, sintiendo que la sorpresa le ha hecho subir a la cara una oleada roja. — Buenos... érase un guapo jinete en brioso alazán... muy mañanero. — Erase una doncella más guapa que mañanera — Recién te levantas...? — Vamos al Chorrillo? está delicioso. Al reclamo dirigiese Nicha a la puerta de reja; tras ella viene Don Laureano que anda reconociendo la casa. Conversan del tiempo, tema salvador de situaciones. Qué dureza para llover. Y qué calor! La siesta promete ser sofocante. — ¿Quieres que vuelva después? — Qué pregunta! lo que quiero es que no te vayas. — Engañadora! hasta más tarde, te dejo mi recuerdo en estas flores, tan frescas como tú. A Don Laureano mas le entretienen las lecheras que desfilan pausadamente a los potreros a reponer sus fuerzas, que ésta pareja de chiflados, y Mario tiene que insinuarse abiertamente para despedirse.

CAPITULO XX—NO PUEDO VERTE LLORAR

LA elevada temperatura reinante ha precipitado el traslado de la familia de Calderón a La Granja, lo que no ha impedido a las niñas cumplir sus compromisos en las fiestas de Navidad. Castro y Nicha están encantados con la nueva residencia, que dejando de lado el protocolo ha hecho su trato más frecuente y familiar. Pero, la sombra de una fatalidad ensombrece la limpidez del cielo. Día a día adviértese una decadencia en la delicada salud de Castro. Los ánimos, por esta razón están intranquilos y preocupados. Solo la pareja optimista piensa en acortar distancias, porque están acordes en que un noviazgo largo, para la familia es como el alcanfor. Persigue hasta el sueño. Augurándose felicidad con su novia, Castro había propuesto un corto paseo en carruaje para el día siguiente, por ser primero de año nuevo. El proyecto no encontró ambiente. La diplomacia de María Amalia se estrelló contra los prejuicios y la estrechez de la educación social provinciana... La gente hablaría! Doña Manuela contestó: hay que decirle a tu padre. Don Laureano respondió: ¿para que tanto exhibicionismo...? Atardecía el último día de Diciembre, con un atardecer dulce, apacible, cálido, perfumado. Regresaban del paseo habitual hasta el Puente Blanco, donde habían gozado el soberbio espectáculo de belleza que el sol, en su descenso ofreció aquella tarde con coloridos extraordinarios. Nicha y Mario iban del brazo, adelante. Al aproximarse a la casa, a cuya puerta estaban sentados Don Laureano y Doña Manuela, por un instintivo movimiento de respeto, Nicha dejó el brazo de su novio. — No te sueltes Nicha... ¿Qué pensarán de mi tus papás que nos observan? Y de nuevo le dió amplias seguridades de su caballerosidad. — Perdón... te prometo no hacerlo más. Llegados a la casa María Amalia quedó con ellos las otras hermanas entraron al jardín. — Y, María Amalia, ¿en qué quedó el paseo de mañana? Iba aproximándose la hora de retirarse; Mario deseaba conocer el programa del día siguiente. Por mi parte con mucho gusto pero mamá, Ud. conoce, no se separa de su viejo, si acaso las muchachas quisieran, voy a decirles. Hablaban en el jardín. Por desgracia llegó claramente a oídos de Nicha y de Mario, con quien estaba, la respuesta negativa que hizo innecesaria la vuelta de María Amalia. No debemos exponernos ni exponerlos... aquí no se usa que los novios paseen juntos. Si Nicha sola hubiera oído se sentiría más fuerte que sus impresiones, pero Castro había oído todo. No podía resistir más se le rodaron las lágrimas. Disimulando aproximóse a la reja, se sentó en el sobrante ancho, como un estrado. Mario la siguió. ¿Lloras? Por favor, no llores más, no puedo verte llorar. Se enjugó las lágrimas con el pañuelo que él le ofreció y oh ¡sorpresa cuando le vieron manchado con sangre! La conmoción nerviosa prodújole una hemorragia nasal, a que Nicha era predispuesta. — Vamos adentro Nicha; un poco de agua fresca te hará bien. Se negó; no quería que nadie la viera llorar. Sólo cuando su ánimo recobró un poco de calma accedió a las insinuaciones de Mario, porque, además, el pañuelo que era todo su recurso y la oscuridad de la noche que avanzaba, se habían puesto al imposible. Efectivamente, el agua fresca y la Colonia fueron excelentes reanimadores de cuerpo y alma. Volvió Nicha acompañada de María Amalia que la había atendido. Mario departía amistosamente con los señores viejos. Un momento después, prescindiendo de ingratas impresiones se despedía, como de costumbre. Misia Manuela, que en apariencias había permanecido ajena a lo sucedido, pero bien informada por su natural perspicacia y tocada quizá, por la solicitud que Castro demostrara por su hija, tuvo la amable iniciativa de invitarle a cenar. Naturalmente, Mario agradeció la invitación, que declinó para otro momento cualquiera, pretextando una diligencia inmediata. Partió pues, al paso de su caballo. Nicha se quedó sola y extraña. Si pudiera, encerrarse en su pieza a sufrir y llorar. Pero tenía que ir a la mesa; que fastidio; como si le importara algo comer! En la casa jamás nadie faltaba a la mesa ni a dormir bajo ningún pretexto. ¿Cómo daría ella esta nota disonante? Imposible! Vamos pues a la mesa. Los señores silenciosos y tranquilos. Las niñas caras largas y preocupadas; Nicha como ratón ahogado, con la cabeza empapada, el rostro descolorido y la procesión por dentro. Solo el diablo de Ignacio con muchas ganas de reír. El tono picante y salado como era su ingenio, hablo del mar, de su fauna y flora, de los lindos y enamorados marineritos, sin alusiones, por cierto. La risa es contagiosa y en pocos minutos las caras se desarrugaron y los ánimos se levantaron. María Amalia llegó a llorar de risa. Los papás en su papel de presidir toda escena doméstica sin inmiscuirse directamente. Y hasta Nicha fue vencida en su premeditado esfuerzo de sustraerse y también se rió. Santa alegría del hogar, paz y concordia! Si su amor no fuera tan inmenso, si no estuviera incrustado en el corazón y en el cerebro, como su misma edad, tentada estaba de sacrificarlo, y, que de nuevo la Paz reine en Varsovia.

CAPITULO XXI—DORMIR, QUE IRONIA!

ERAN las nueve, eran las diez, eran las once. Acababa de darlas la campana de la quinta vecina. Mario no vino. La velada, otra vez en la vereda de la calle tocó a su fin. Era hora de dormir y descansar. Dormir! con qué ironía le sonaba esta palabra. ¡Dormir y soñar que grandes bendiciones son! Para Nicha hacía tres años que empezaron las largas, interminables, nunca bien descriptas horas de insomnios. Tiene el hombre una psicología muy particular en estos momentos. Los mejores y peores pensamientos que andan por el mundo, nacieron quizá en horas de insomnio. Hasta el gallardo alazán que montaba Castro estaba en su contra esa tarde. Apenas puso las narices para el lado de la ciudad quiso volarse. Buenas sofrenadas llevóse de su dueño que no tenía ningún apuro por llegar, y la violencia del andar contrariaba sus meditaciones. Fué directamente al alojamiento de la oficina que estaba a sus órdenes. Al hacerse cargo del animal el asistente le preguntó: ¿debo guardarlo para luego? — No déjelo en libertad. ¡Hun! se dijo el asistente, malos vientos han soplado por el Chorrillo. Con ese presentimiento al sentir dar las 10, pensando que el Teniente no había cenado en casa de la novia, ni en el hotel, fué a ofrecerle sus servicios. Castro había suspendido los paseos por la pieza y escribía. Le aceptó una tasa de café. Contento y animoso fue el ordenanza a llenar su cometido. La racha vá pasando, se dijo, y esa carta lo arreglará todo. Pero de nuevo se perdió en conjeturas cuando el Teniente dijo que no saldría, que si él quería ir a pasear con su familia esa noche y esperar el año nuevo, quedaba franco. — Qué raro teniendo una novia tan linda, que prefiriese quedarse solo en casa, además, la retreta en el Parque Pringles debía estar espléndida. En fin, cosas de enamorados paquetes que él no entendía bien, algún “resentimiento”. El ordenanza se fue bendiciendo a su Teniente, que en vez de mandarlo al diablo, dado el disgusto que indudablemente sentía, le hubiese brindado la libertad. Eran frecuentes en su trato estas manifestaciones de carácter bondadoso que hasta afecto había conquistado entre sus subordinados. Sobre todo Osorio, el ordenanza puntana que desde su llegada tomara Castro, era un decidido servidor. Dios sabe como pasaron la noche los enamorados. La escena de la tarde no fué más que la gota de agua que rebalsa el cántaro. Para Nicha el cántaro de penas había rebasado en lágrimas y sangre. Para Mario Castro la situación era ya insostenible, su orgullo de hombre no le permitía más silencio; se retiraría. Rememoró las incidencias desagradables ocurridas en el transcurso de esta relación. Encontraba hasta cierto punto justificada la actitud de la familia, cuando, recién llegado, era un tipo desconocido, con cierta fama de diletante afortunado en el amor, derrochador y despreocupado, que no inspiraba confianza. Pero después de tres años de una constancia y asiduidad de que él mismo se sorprendía, casi al llegar al pináculo de sus aspiraciones y promesas, no alcanzaba a comprender el porqué de tales cosas. Bastante equilibrados estaban en su educación los sentimientos sociales y no era persona de introducir cizaña en el seno de una familia, así fuese o no honorable. Fríamente, sesudamente su deber era retirarse. Pero, y Nicha, su novia, su amor, este amor desconocido y divino que se le había infiltrado tan hondo... Si hubiera querido, desalojarlo, habría tenido que despedazarse el alma. Irse... dejarla. . . . . Imposible! Además, él había tenido la satisfacción incomparable de iniciarla en las lides de Cupido, en cuyas redes se sentía fuertemente enredado el mismo. Derrumbáronse sus orgullosos castillos. Se sentó en el sillón del escritorio y rompió la carta en mil pedazos. Cuando levantó la cabeza, su mirada se encontró con la fotografía de Nicha. Qué enojada estaba, con los ojos blanqueando y la boca como haciendo pucheros. No pudo menos que reírse al recordar el motivo y el momento en que fue tomada. Era en un pic-nic en el amplio salón agreste que forman los sauces del Chorrillo, lugar predilecto para excursiones. Cuántas veces se disparó ella del círculo de concurrentes por que él no quería retratarse. Empezaban a llamar la atención general y a molestar. Tuvo él que hacer la parada, pero se retiro a tiempo. Queda retratada mi protesta, le dijo ella blanqueándole los ojos y se fue sin esperarlo. El la siguió y obligó a detenerse bajo un espinillo en flor. Qué linda estaba así con la cara coloradísima de indignación y los ojos relampagueantes! Llegaron los demás. ¿Qué le pasó al buen mozo que no quiso hacerse retratar? preguntó Aguedita. — Gracias por el piropo, sin embargo cualquiera no se atreve a salir con cara de abuelo al lado de Nicha Y se excusó de estar indispuesto. — Se le conoce, replicó Aguedita implacable, está hoy un poco desabrido. ¿Y esto no lo agradece. .? — De antemano, todo cuanto Ud. dice le agradezco. Qué terrible era esta Aguedita, siempre tenía una burla, una pifia como aprendida de memoria, que no había más que aguantar, y con buena cara y ánimo. Si uno no supiera que lo hace sin intención maligna, por pura ironía burlona, sería como para disgustarse. Evocando estos recuerdos perdió, por un instante la noción de la realidad del momento. Era preciso, sin embargo, resolver la situación. Su primer propósito había sido derrotado por el amor a Nicha. No se arrepentía, porque el amor propio jamás alcanza la sublimidad del amor al prójimo, máxime cuando éste se llama novia. Pero no tenía cara para volver como si tal cosa. Dejaría pasar cuatro, seis, ocho días.... Se fingiría enfermo, escribiría a María Amalia, su confidente y amiga, el ángel tutelar de sus amores, para que llevara tranquilidad al ánimo de Nicha. María Amalia... i Qué alma de mujer! Nunca había visto en una joven tal temperamento. Era una madre, era una hermana, era una amiga, era un ángel.

CAPITULO XXII—ORGULLO Y AMOR

MIENTRAS tanto en La Granja otra víctima del insomnio, tras aguda crisis de sentimientos, había entrado en serenidad. Nicha sería generosa con su novio y ella misma le facilitaría el alejamiento. Se amarían en silencio. Qué romántico y divino parecíale esto! Amaneció el tan decantado primer día de año nuevo. Bajo qué tristes augurios se iniciaba para ella. Después del desayuno, envuelta en amplia gasa rosa, fuese a vagar por los sauzales que bordeaban el canal, en el fondo de la propiedad. El aire matinal era fresco aún y saturado de mil olores de flores silvestres. En los alrededores de la quinta había campos incultos llenos de “chinitas” amarillas como mirasol es en miniatura; en los cercos enredaderas de lonconte y violetas silvestres, poleos, muchos álamos en el otro costado del canal y abundante vegetación propia de la tierra, en cuya clasificación hubiera pasado horas muy entretenidas un botánico estudioso. Olor a tierra, olor a agua, olor a ganados que pastaban en los potreros de El Bajo cercano. Con qué fruición solía ella aspirar aquellos saludables aires puntanos, llenar los pulmones de oxigeno y el espíritu de alegres sensaciones. Pero ahora resultábale penoso ese deleite. Para ella sola sin tener con quien asociar sus impresiones. Si estuviera Castro a su lado, era muy diferente; allí sentados en la gran piedra que imitaba amplio sofá. Seguramente, ya estaría ella con una corona de sauce en la cabeza. Tenía el afán de adornarla frecuentemente con jazmines blancos de Jujuy que los había en profusión, por todas partes y se habían entretejido en la reja de la calle. Un día se puso a regar la planta con una vasija que encontró en el surtidor del jardín, para que dé flores dignas de mi novia. ¡Qué ingenuidad! ¿Como podían llamarle frívolo según el cuento que inventaba Ignacio? Podrían amenizar en un mismo espíritu éstas dos modalidades...? Estaba violenta, Primero por que no acostumbraba salir sola, después Porque el perro de La Granja ladraba furiosamente; si se largaba, ¿qué haría ella sin tener quien la defendiera? Emprendió el regreso sigilosamente. Cuando entró al patio, María Amalia golpeaba la puerta del dormitorio de Ignacio. — Despierta dormilón, son las once. Abre la puerta. — No puedo, Porque estoy durmiendo. Déjate de bromas y abre la puerta. — ¿Qué se te ofrece? — Quiero saludarte porque es año nuevo. — ¿Por qué no me avisaste el año pasado, es decir ayer? Ya adentro, María Amalia le dió cariñosos sacudones en la cama, abrió los postigos y la luz inundó la pieza. Adiós sueño y pereza, se fueron irremisiblemente. — Levántate, ¿Quieres ir al pueblo? — Si; ¿Quien va? — Nadie, pero el coche chico está atado, y tengo un encargo que hacerte. — Ah, no, yo no quiero saber nada con encargos. — Valiente, ¿no vas a ser capaz de entregar a un cochero una tarjetita para Castro? — Ah, no, no, no hay caso con Castro ni sin él. Meditando....Qué hormiguita incansable ésta.... — Dime ¿cuando vas a descansar? — Dios dirá. — Entonces dile a Dios que le lleve la esquela a tu protegido. Lo que es por mí, me voy a casa a buscar un libro que necesito y si acaso llevo la tarjeta, la pierdo por el camino. — Vamos, déjate de bromas, levántate, te sirvo el desayuno y te vas. — Eso es, muy bien, pero no llevo la tarjeta. En esta inquietud e incertidumbre la tuvo hasta que subió al coche y ella le puso la tarjeta en el bolsillo. En las costumbres puntanas la comida de año nuevo es comida de familia, como en los onomásticos y no se festeja más que el triunfo de la vida sobre la muerte; la fortuna, la prosperidad financiera es cuestión muy secundaria y aunque complemente los votos que se formulan, no tienen la intensidad de lo primero. Mario Castro cumplía su propósito declinando la invitación al almuerzo familiar de año nuevo, que Misia Manuela le enviara, convenientemente preparada por María Amalia, attaché ante los señores padres.

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Transcurría la tarde del tercer día. Nicha empezaba a flaquear en su heróica determinación, cuando apareció Castro, al paso de su caballo, como se había ido, con aire desganado. Después de los cumplimientos de ocasión, matizados con las humorísticas ocurrencias de Aguedita, se encontraron en el jardín, apartados del grupo. — ¿Estás enfermo Mario? — De cuerpo y alma. — Siento mucho. — No me parece. — ¿Por qué? — Por que, ¿quién sabe si después de todo no es Nicha la causante de este estado? Y por primera vez se franqueó manifestándole su desagrado por la actitud hostil que notaba en la casa. Habló el orgullo; Nicha, traicionándose en la voz replicó: — Tienes razón, por que yo, hace tiempo que debí ser generosa contigo, desligándote de compromisos que te violentan... Pero... es qué... No pudo continuar, se quedó muda de emoción. No es extraño, las grandes emociones sentimentales no se expresan con palabras sino con silencios. Huyó el orgullo y de nuevo se enseñoreó el amor de idéntica manera que pasadas noches Castro fuera vencido en una determinación semejante. Haciendo suyo el estado de su novia, Castro dijo: es inútil pensar en separarnos y hoy mismo hablaré con tu señor padre para determinar el día de nuestra boda, para dentro de dos semanas, si te parece. — No lo hagas, contestóle Nicha, un plazo tan imprevisto contrariaría el programa veraniego de los padres, sobre todo que han consentido, en salir después de muchas instancias. Convinieron en que sería cuando regresaran a la ciudad. Y se entregaron a alegres e ilusorios proyectos de felicidad. ¡Qué espléndida vas a quedar, velada en tules de ilusión y los tradicionales azahares de las desposadas! Un poco pálido por la emoción pero mucho fuego en los ojos y en los labios. Y yo... mi Dios, que orgulloso voy a estar a tu lado. Después… después quisiera llevarte a viajar por el mar, pero también tengo ansias de que te conozcan en San Juan y te quiera mi familia. Pasaremos la luna de miel en la finca, tendrás montañas, cielo, estrellas, luna y sol, y hasta el zonda de cuando en cuando. Cuadro propicio a tus fantasías. Haremos excursiones a caballo por las sierras: — ¿Te gusta el programa, Nicha? Ella no contestó con palabras, pero estaba muy emocionada. Atrayéndola suavemente él le insinuó, y ahora mi futura esposa, no sería capaz de inmolar algún inservible prejuicio y corresponder amablemente mis promesas de ventura? Y una vez más en la vida, en la penumbra de un modesto jardín provinciano, perfilábanse las siluetas simbólicas de Julieta y Romeo.

CAPITULO XXIII—EN FLANDES SE HA PUESTO EL SOL

TARDE otoñal. La campana de la escuela de niñas marca termino a la tarea de la tarde. Minutos después la juventud escolar pone su nota de animación en las calles de la ciudad. El Chorrillero se divierte con bromas muy pesadas, a veces, sobre manera indiscreta descubriendo las piernas de las muchachas más de lo prudente. A los muchachos, quitándoles el sombrero les obliga, a lanzarse a la carrera en su persecución. Hay para contar de las sorpresas del Chorrillero y sus chanzas. Desde la ventana del toilet, con las cortinas levantadas, Nicha, silenciosa y mustia, hundida en un sillón de respaldo alto, mira pasar indiferente y melancólica. Sus hermanas no lo están menos. Verdad es que la tarde descolorida y fría se presta a las añoranzas. Pero, ¿cómo las chicas que pasan están alegres, no tienen frió, ni les importa el otoño ni el invierno próximo? ¡Ah! es que tienen el alma en plena primavera, henchida de ilusiones, que son como la savia de la vida espiritual. Sin embargo, Nicha es como ellas; ayer no mas, de regreso de la escuela, al quedarse en casa, despedìase con ruidosa alegría de sus compañeras que pasaban. ¡Que pronto en Flandes se ha puesto el sol! Y qué puesta de sol más melancólica... ¿Qué ha ocurrido en el transcurso de tres meses? Una imprudencia casual, bromas carnavalescas han producido una crisis en la delicada salud de Castro obligándole a ausentarse a Buenos Aires de donde llegan noticias desconsoladoras, que tienen en perenne angustia el alma de Nicha, plena del sentimiento de su novio ausente. Castro, enfermo y triste, sobreponiéndose a su propia desventura, piensa que es crueldad sin nombre entretener angustia semejante y tiene el heroísmo de poner un calderón en la nota dolorosa con que vibra la sensibilidad de su amada. La duda, la terrible y huraña duda reclama su derecho de lacerar un alma, dolorida y allí sienta sus reales hiriendo los sentimientos más caros a la personalidad, la dignidad y la fe. En la casa el nombre de Castro no se pronuncia más. El olvido seria una bendición; pero en su corazón vive incólume su recuerdo. Y, en las tardes otoñales como en las magníficas puestas de sol; en las noches de luna; en las enervantes horas de insomnio, lejos el uno del otro, imaginativamente represéntense el proceso de sus novelescos amores. Fuera de ellos no hay nada que satisfaga a Nicha; ha renunciado a los estudios, a las relaciones y diversiones. Su vida antójasele largo camino lleno de sombras magras, por donde ella irá a tientas, con paso incierto... Ha destruido su porvenir. Castro pasa los días entre la esperanza y la duda. ¿Se habrá olvidado? Si acaso vuelve, encontrará el amor que dejó? Las mujeres son veleidosas por natural coquetería. Y el despecho es siempre mal consejero. Si Nicha no ha comprendido su heroico silencio, todo esta comprometido. Pero también es inteligente y sincera a carta cabal. Imposible continuar así; le escribirá explicándose, no puede permitir que Nicha dude un instante de su palabra y de sus sentimientos. Aquella tarde, cuando le visitó en el hospital el Dr. D. su médico de cabecera, encontróle moralmente abatido, lo examinó con más detención; no tenía fiebre. Mostróse satisfecho de la mejoría que se acentuaba en la salud del enfermo. Pues amigo, le dijo, alégrese, está Ud. en condiciones de dejar este recinto que tanto le apenas y buscar un clima favorable. San Luis, insinuó maliciosamente, San Juan, o alguna provincia del Norte. Por el rostro de Castro pasó una sombra y con tono sereno respondió categóricamente. Iré a Salta; a San Luis, ya sabe Ud., no puedo volver sino completamente sano, y a San Juan cuando haya de morir, si tengo tiempo; quiero evitar sufrimientos a cuantos amo. El Dr. D. además de ser amigo era comprovinciano y pariente, estaba en antecedentes del noviazgo de Castro a quien estimaba con gran afecto. En la larga conversación que tuvieron en esa visita, quedo convenida la salida de Castro del hospital y el tratamiento a seguir durante un año. Clima seco y templado. Reposo, método, mucho cuidado, tranquilidad, tranquilidad, tranquilidad, fueron las fundamentales prescripciones facultativas. Desde luego empezó Castro a formular in mentí, una carta para su novia. A veces llena de optimismo, rayana en felicidad; en otras volcaba el abatimiento de su alma, como cáliz desbordado. El día que tomaba el tren para Salta, el mismo depositó en el poste restante una carta para Nicha. Y ella, que tanto había anhelado aquella carta se resistió a abrirla, prejuzgando su contenido: disculpas, excusas, más que todo indiferencia, un poco de olvido y mucha piedad. Ser la gran amiga de su corazón desventurado glorioso había sido su excelso anhelo. Y él, tan mundano y conocedor de la psicología femenina no le habría comprendido a ella sincera y romántica criatura? Demasiado altiva para aceptar a cambio una misericordia, por espacio de tres días guardó la carta cerrada, entre las páginas del libro, que jamás terminaba de leer, porque su pensamiento se escapaba en pos de una ilusión volandera. Hasta que un día, satisfecha de su valor y resistencia, sosegado el orgullo, sintió muy honda la ausencia abrió la carta y se quedó perpleja, avergonzada de su crueldad e injusticia, y extasiada ante la nobleza sensibilidad que ella reflejaba. La carta contenía éstas expresiones. Siento en el alma tener que decirle que en vez de acercarme a Ud., como es mi dulce anhelo, me alejo en busca de la salud que me falta para cumplir la palabra de honor que tengo empeñada con Ud. y los suyos. Hablaba de sacrificio, de destino, de algo inevitable y fatal. Nicha ya no distinguía las palabras, tenía los ojos nublados y algo horrible pasó por su cerebro que no pudo entender nada. La cabeza echada atrás apoyóse en el respaldo del sofá. El papel había rodado por el suelo. ¿Qué eternidad vivió en la inconciencia? Cuando abrió los ojos creyó haber soñado; tenía la impresión de una pesadilla, pero, el suspiro que exhaló su pecho, fue un, reactivo que la volvió a la realidad. ¡Ah! por qué no se quedó dormida para siempre... Si a su lado y en la sublimidad del amor, él le hubiera dicho: nuestro amor es un imposible...¿ quieres que nos muramos? Ella le habría respondido: Sí, como si morir a su lado fuera extraña forma de la dicha. “Perderse, abismarse, desvanecerse sin conciencia en la infinita palpitación del alma universal”.

“Suprema Voluptuosidad”.

Aún no había recogido la carta cuando se presento su prima Nelia, que, de regreso de la escuela, buscaba a Nicha para conversar. ¿Qué dices? interrogó, apreciando de una ojeada la situación. Por toda respuesta Nicha le alargó la carta que Nelia leyó sentada a su lado, y juntas lloraron aquella tarde el derrumbe de una quimera juvenil.

CAPITULO XXIV—SAN ANTONIO PAGANO

MUCHOS días como éste pasaron, tristes, tristes. Nicha tenía espíritu algo místico y meditativo, busco esperanzas y consuelo en lo sobrenatural y fue devota y religiosa. En compañía de María Amalia y Nelia hizo los martes de San Antonio, en la capilla, al lado del almacén de Pagano, que a cambio de protección y celebridad, le dió su apellido y San Antonio Pagano, fue en San Luis, más popular que el de Pádua. Después de una caminata de once cuadras, estaban en presencia del santo milagroso, bromista y caprichoso, según decía Aguedita que solía rigoriarlo con penitencias y desaires como a los hombres para conquistar su voluntad y adhesión. Aguedita aseguraba que no eran invenciones suyas, sino misterios, idiosincrasias del santo varón, de que le habían informado sus amigas las cordobesas, que hasta correspondencia escrita sostenían con el gran amigo de las muchachas casamenteras, por intermedio del confesor táctica establecida de común acuerdo, para evitar confusiones en el cúmulo de demandas. Nicha creía que eran picardías de la graciosa Aguedita, pero habría deseado saber si el santo les contestaba sin embargo no se atrevía a preguntarle, porque de seguro, le reprocharía la curiosidad. Ella no le buscaba en esta instancia sino Como abogado de los bienes perdidos. El oratorio Pagano era una pieza cuadrada Con tres puertas; la de la calle frecuentemente cerrada; otra daba al almacén y a pesar de su clausura permitía sentir el murmullo de las conversaciones y los ruidos propios del negocio; la tercera puerta, al interior de la casa ubicada próxima al portón de entrada. El piso, más bajo que el umbral era de tierra dura y despareja; las murallas ofrecían vestigios de pinturas diferentes, el techo no tenia cielo raso. El santo era de bulto y muy buen mozo, estaba colocado sobre una mesa a guisa de altar. La primera vez que Nicha penetró en aquél tugurio, Algo oscuro y olor a cera, experimentó extrañas impresiones; hincó las rodillas en el santo suelo, que le pareció más cruel que nunca. Ello bastó para pensar en el sacrificio que ha santificado tantas vidas, y, por esa columnita llegó a la divinidad prescindiendo de todo, de todo, que un bien perdido y recuperado vale dos veces. Pero en cuestión religiosa ningún sacrificio valía tanto para Nicha como la confesión. Se había confesado a los catorce años, una niña moza y conservaba impresiones de desagrado, de disgusto, de humillación y rebeldía. No comprendía por qué razones la mujer tenía que vaciar su alma a un prójimo desconocido. Igualmente los hombres tienen un espíritu, un alma que cuidar, ¿por qué no la limpiaban de culpas en la misma forma? Se perdía en conjeturas en el laberíntico dominio de tan alta filosofía. Su madre no era exageradamente religiosa en sus prácticas y creencias. En el cumplimiento de los deberes de esposa y madre veía un modo de practicar la verdadera religión de amor y sacrificio, esencia sublime de la religión de Jesús. Prefería la misa de los domingos, a primera hora, en la capilla del Hospital, aprovechando la salida para saludar, de paso, a las hermanas de caridad que atendían el establecimiento y visitar los enfermos recomendados. Tenía sus devociones, sus santos preferidos, que no se ostentaban por todas partes, porque el mismo respeto que les profesaba les había destinado, un sitio dentro del hogar. Las primeras oraciones que pronunciaron sus hijos vinieron de sus labios, antes de mandar a un hijo a confesar sus faltas le aconsejaba no cometerlas; y las penitencias impuestas no fueron nunca rezos y oraciones, y, difícilmente se producía el caso de orden dada que no fuera cumplida. Don Laureano y los varones eran religiosos como la generalidad de los hombres. Lo notable era que en un hogar provinciano, de costumbres ejemplares, la mujer, la madre de muchos hijos, la sacerdotisa del hogar hubiera usado con tanta moderación los recursos religiosos. Una lógica nacida de su natural inteligencia, educada en la observación interesada de las cosas y los hechos, habíale dado concepto propio sobre religión. Por otra parte, la imperiosa obligación de los deberes de su numerosa familia, no le permitieron entregarse a la frivolidad de la religión.

——————— Después de la labor de todo el día, a la noche, serenando el cuerpo y el alma, sentada en el patio de la casa de sus afanes, al lado del compañero de su vida, bajo la bóveda estrellada, lléganle los ecos de juvenil alegría de las hijas, que en la sala familiar, hacen música y se divierten. En tanto otras voces envían a sus oídos las mas complicadas definiciones, con que sus niños escolares martirizan los cerebros para saber, para poder en la vida. Doña Manuela se conmueve y piensa en Dios. Los labios modulan palabras muy hondas que nacen del corazón y en, imperceptibles columnitas de incienso se van arriba, en acción de gracias y, suave y consoladora emoción de paz inunda su espíritu y templa su valor. Es así el misticismo de misia Manuela, sincero y sencillo, sin fantasmagorías.

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Aguedita era religiosa a su modo, muy graciosamente con un fondo de bondad cristiana. Isabel y Josefina, muy reservadas en sus ideas nada particular las revelaba, tenían el tono ambiente, ni exageradas ni indiferentes. A veces hablaban de religión, de creencias, pero ni el ejemplo ni la elocuencia de María Amalia ni las practicas religiosas, a que asistían con tanta frecuencia y voluntad convencía a las chicas, rebeldes y curiosas y María Amalia, terminaba renunciando a hablar cosas serias con chicas tan ignorantes, irreverentes, mal educadas y audaces, lo que provocaba gran hilaridad, fingiendo desconsuelo y arrepentimiento. Nelia aseguraba su anhelo de creer, de creer en todo, pero cómo hacer para conseguirlo? No entiendo nada, decía con desesperación. Además, tenía un miedo horrible al infierno, al purgatorio, a la condenación eterna; había oído hablar mucho de estos parajes celestiales en San Pedro y en el Tránsito, en la Provincia de Córdoba. En el fondo, desentrañándolas cuanto era posible, de la maraña de prejuicios que envuelven estos asuntos y las confusiones propias de una mente de adolescente, las ideas de Nicha eran optimistas, infundían esperanzas y tranquilidad. Naturalmente, la religión era para Nicha, un lenitivo, un consuelo muy santo y espiritual, que cumplía su misión de humanidad, pero no bastaba para acomodar su vida en la realidad de la existencia. Abstracciones, fantasías, divagaciones sobraban en su cerebro de adolescente y llamada a resolver el problema de su nueva situación individual, dió vueltas y mil vueltas a las ideas más encontradas y extravagantes. Su juvenil corazón fue teatro entonces de un drama silencioso y heroico en que se debatían dolorosamente, las condiciones de su personalidad en gestación.

CAPITULO XXV—SEREMOS INTIMOS

Imposible dormir. Tenía una idea fija que le obsesionaba la mente, alejaba el sueño y la tranquilidad. Con impaciencia rabiosa, esperó el nuevo día. Se levantó, abrió los postigos y sentada frente a la puerta, se puso a contemplar el cielo. Y como estaba disgustada se encaró con la luna. Eres impávida, ni se sabe si estás alegre o triste, te lo llevas contemplando las vidas ajenas. Sin duda eres hermosa, pero hoy no quisiera verte así tan tranquila... Hoy quiero ver nubarrones, tormentas con truenos, relámpagos cargados de electricidad que conmuevan a los impasibles, como tú. El cansancio la venció y volvió a la cama; durmió unas horas; se levantó tarde. ¡Ah! pero no pasaría este día como ayer y los anteriores pensando qué haría de su vida. -¿El claustro? se lo había propuesto alguna vez, entre los peores pensamientos de las horas de insomnio. — Que ocurrencia! sin vocación, era refugio sólo para los débiles y desamparados; pero ella tenía un hogar que amaba mucho y un sentimiento de independencia innato, incompatible con la vida claustral. La frivolidad de la vida social no la atraía. ¿La actividad de las sociedades filantrópicas? Era muy joven aún, tendría que esperar a ponerse vieja para adquirir experiencia y competencia de años muy estimada en la época. Sólo la vida intelectual despertaba su interés y abríale un horizonte más amable. Volvería entonces al punto en que se separo de sus compañeras de estudio y seguiría por el mismo caminito...! A la escuela, pues y con expresión de luna impávida, para que nadie sepa si estás triste o alegre. Reanimada por el pequeño descanso y el desayuno, salió envuelta en una gasa rosa que como sus sueños, estaba descolorida. Paseábase por el patio Don Laureano, en espera de los diarios matutinos. Aproximóse a él diciéndole; voy a la escuela a ver si me permiten seguir los cursos... —como mamá no está y se hace tarde. . . — Sí, anda nomás, contestó Calderón, denotando a pesar del laconismo, la buena impresión que le producía tan inesperada resolución. Aunque a todas luces era esto lo conveniente, nadie en la casa se había animado a proponérselo; era de todas conocidas su ninguna inclinación por la carrera y Nicha se había vuelto tan hermética, silenciosa y taciturna, que era difícil conocer los pensamientos y sentimientos provocados por esta situación. La mayor parte del día pasábase entre los libros, leyendo y copiando versos de amor y desventura, de aquí su gran amistad con los poetas. Había en una biblioteca vieja de la casa, en una pieza poco frecuentada, unos libros muy curiosos, por otra parte sus hermanas eran tan afectas a la lectura que tenían a su alcance buenos libros. Con la poca ilustración que poseía cursando primer año normal, éstas lecturas acicateaban su interés obligándola a auxiliarse con el diccionario para la comprensibilidad de lo leído, así se impresionaba como si fuera descubriendo algo misterioso, que le producía gran placer. Esta práctica originó su amistad y predilección por los libros y la resolución de orientar con ellos sus actividades. Fue una sorpresa en la casa y en la sociedad. Pero, Nicha, era tan rara que solo a ella se le ocurría desafiar los prejuicios y comentarios. Prójimo que dirás...? Lo que es? tienes razón y derecho. Lo que no es, lo que supones é imaginas, lo torpe lo ridículo, lo insignificante. Si no alcanzas a ver nada más, pobre hermano... Pues bien, te compadezco y tolero. Así discurría Nicha en compañía de sus amigos libros que la alentaban, entusiasmaban y ofrecíanle una sonrisa en lontananza. Seremos íntimos, respondía ella efusivamente. Y cada día cumplía su palabra.

CAPITULO XXVI—PESIMISMO

Una mañana de Octubre, a la Salida de clase, una de sus compañeras de Cuarto año, de relación de Castro llegó corriendo a su lado y atropellándose con las palabras y actitudes, le dejó un diario. Perdóname Nicha, no sé si hago bien o mal, pero te quiero; léelo en tu casa. Y desapareció. ¡Fue como si se le hubiera hecho un hueco en el corazón; ya no quedaba más que una cosa horrible que sucediera, y sucedió. Un artículo necrológico fue su almuerzo de ese día; Y avara de su propio sentimiento no lo participó. Sus pensamientos entonáronse en la gama del dolor el amor y la muerte y un pesimismo sutil penétrábasele en el ánimo. Quisiera ser flor, pájaro, estrella, luz, sombra, perfume.... Blanca flor de jazmín del país, diminuta, delicada y fragante, plantada al borde de una tumba, enlazada a una cruz, símbolo de amor y sublime renunciamiento. Su sentimiento no había servido para nada. Elevaría un trono a la voluntad seca y rebelde y ella presidiría ahora su vida. A cambio de las dulces cadenas del amor triunfante tendría los halagos de la libertad... Rebeldías, fatuidades de juventud orgullosa que alienta tu fisiología exuberante, cuán lejos estás noble juventud, de comprender el engaño de estos espejismos. La libertad es un mito, una concepción muy personal. Las perspectivas lejanas, los horizontes inalcanzables, como fuegos fatuos que se esfuman con la proximidad, remedio cruel y triste del destino humano, eso. . . eso conquistaba su empeño. Bajo el imperio contradictorio y cruel de estos pensamientos y la obligación escolar pasó Nicha los últimos meses y llego al final de la carrera. Muy lejos de ser una compensación al bien perdido, el título que acababa de adquirir. Había tomado ese rumbo como antes la rutina de la religión, por costumbre, por consuelo, por recurso, ahora con intuición práctica, para conquistar su libertad, que los sueños, sueños son, pero como sueños tienen dulce y hondo encantamiento. El romanticismo de Werther, de Poe, de Acuña, de Heine, de Baudelaire, de tantos otros espíritus soñadores, líricos, insatisfechos, eternamente inquietos con un ansia enorme de vida, de felicidad, atormentados por no sé qué cosa inmensa, le diluían el alma como el viento a las nubes. Un verdadero suicidio estaba produciéndose en su espíritu. El mal goethiano la hipnotizaba; la enfermedad wagneriana la fascinaba. Moría su entusiasmo sin haber vivido. Así lo comprendía, cuando en un supremo esfuerzo, para combatirse, resolvió tan inopinadamente, concurrir al baile del Club aquella noche de Diciembre, en que quiso festejar su éxito normalista con frívola alegría. ¿Qué le importaba de nada? Cuán taciturno fue su regreso.

CAPITULO XXVII—EVOCACION — BUENOS AIRES

Las sombras del atardecer envolvían a la naturaleza desdibujando la forma de los objetos, motivo que exaltaba la imaginación para crear esos mundos maravillosos, donde la dicha no es una quimera. Ligeramente apoyada en el balcón de mi ventana, había lanzado a vagar la mirada, y el pensamiento iba lejos, muy lejos. Como de costumbre en aquella temporada veraniega, en agradable desorden, alegre y bulliciosa recorríamos una parte del camino que conduce a la montaña, objeto obligado de nuestra contemplación, pues la llevábamos de frente. Llegamos al puente, término habitual del paseo. Hora de paz de recogimiento, de sugestiones generosas, de nobles meditaciones. El hombre se aparta de la realidad; olvida las mezquinas pasiones del vivir y libre como los pájaros, tiende silenciosa y suave las alas de su fantasía. Hora de ensueño. Las risas desaparecieron de los labios contemplando por un lado, la sierra fantástica con sus vaporosas envolturas, por otro la campiña vestida de esmeralda, a lo lejos el sol que moría y por todas partes algo grandioso y sublime que se infiltra suavemente en el alma arrobándola. Mi compañero estaba triste. Su mirada melancólica se fijaba con insistencia en el sol poniente. Después mirando a la montaña, con voz pesarosa díjome: habéis visto tras esas lomas aparecer el sol de la mañana, hermoso y riente, porque en sus sueños, solo ve los encantos de la aurora? Así eres tú, mi dulce bien. Y ese otro sol próximo a la muerte, aún tiene fuego para una carrera más larga, pero resignado baja a la tumba; esa es el arma que ha de esgrimirse contra el destino fatal. Un sol que nace, otro que muere; así se esfuma la existencia. En sus miradas había ensueños tristes. En mi alma reinó la noche del dolor. Luego el frío de un aleteo. Era la esperanza que batía las alas. Sólo el amor quedó. Algo importuno vino a sacerme de abstracción y sentí la abrumadora realidad. Mi infancia había pasado con sus risas y alegrías; yo estaba lejos del hogar, en la gran ciudad, en la bulliciosa capital, sola, escuchando la voz de una quimera.

CAPITULO XXVIII—LA VIDA EN BUENOS AIRES

Pródiga en impresiones y sugerencias fue para Nicha la vida en Buenos Aires. Nacida y criada en una provincia del interior, en una capital provinciana, por donde no pasaba más ferrocarril que el B.A.P., es decir, en un rincón de la República, del que había salido, solo por cortas temporadas ya pueblos de menor importancia que su misma capital, ¡qué distintas modalidades de vida notó! La vida de capital de provincia, de tranquilidad resignada, calma y quietud incomparables, de aspecto invariable de ciudad vieja, daba la impresión de un pronunciado ausentismo de iniciativas y de acción. De una vida confiada; de vivir porque sí. Una simple ojeada a la gran urbe, su edificación, las calles, la actividad inquietante de las gentes, le revelaban un deseo, un afán, un porqué, en una palabra, una voluntad. Desde el primer momento simpatizó con la vida porteña y, a medida que conoció las personas le resulto más atrayente el medio. Instalada en Avenida Alvear, la arteria de lujo de la metrópoli, el espectáculo de la vida elegante porteña llegó a serle familiar. Aunque clamando una seria refección, la casa, de ricos en bancarrota, era una espléndida mansión de dos pisos con verja a la calle, rodeada de jardines con árboles de parque. Desde la terraza baja gustaba Nicha presenciar el diario desfile de vehículos que iban y venían del próximo paseo de Palermo. Era un torneo de gracia, de elegancia y lujo. Sobre todo de tarde, a la hora del regreso, apreciado en conjunto era soberbio! Ella misma se tenía lástima al pensar que había vivido casi veinte años en ayunas de tales cosas. Naturalmente surgía el parangón con manifestaciones similares de la vida provinciana y no podía menos que reírse de los coches, caballos y cocheros de su provincia y de los simulacros de hait life que hacían en San Luis. Los coches ¡parecían hechos por zapateros, tantas piezas tenían!; los caballos ¡el que no era tuerto era manco y tenían un pelaje tan raro! Los cocheros! nunca estaban limpios ni tenían todos los botones necesarios y una ráfaga del Chorrillero los desvestía, interiorizando al pasajero de toda la nudería con que sujetaban la ropa. Estas impresiones Nicha las reproducía en su correspondencia, que generalmente escribía en ese mismo momento y lugar, destinada a su familia y a algunas amigas íntimas que le habían clamado por sus cartas con cosas de Buenos Aires, y ella misma que se había ido harta de San Luis, todo lo encontraba digno de atención y susceptible de traducirse en impresiones interesantes, y su correspondencia fue frecuente. Por otra parte, ella satisfacía en algo, la necesidad de expansión é intimidad que había originado en su espíritu, con caracteres imperativos, la ausencia del hogar paterno. Ah ¡la voz del hogar, con qué fuerza le atraía! Su madre, su dulce madrecita lo resumía todo. La casona vieja, de patio enorme recuadrado de piezas; el jazmín del país a la puerta de su dormitorio, las glicinas del segundo patio; los parrales, la huerta, las acacias, el naranjo y el laurel rosado... Se le saturaba el alma de dulzura y placidez encantadoras con las evocaciones. Al fin, era lo único cierto que tenía en la vida. Y dejaba caer, sin reparos un raudal de lágrimas, con que amenizaba sus largas horas de soledad. Qué había soñado ella cuando dijo que quería venir? Qué inocente fue que no se quedó a gozar sus bienes provincianamente. ¿O lo era ahora que no se adaptaba a las circunstancias? ¿Qué haría?, ¿Volvería al terruño? Planteado estaba el singular debate de dos influencias poderosas; el espíritu estático y contemplativo de la provincia y el dinámico imperativo de la metrópoli, que sin consultar incorporaba factores a su corriente de acción. El fantasma del aburrimiento puntano la espantaba. Pensaba en su madre tan bondadosa y discreta, de tantas energías morales. Nunca había manifestado ni la más simple inquietud por el porvenir. Le había dejado amplia libertad; cosa extraña, porque hasta por su propia tranquilidad de madre podía haberla retenido a su lado. Había confiado en ella; estaba en el deber de corresponder. En posesión del título de Maestra, su primera alumna sería ella misma. Aprendería a usar de la libertad; rompería con los prejuicios, que como tentáculos le aprisionaban el pensamiento y se conduciría por su propia voluntad, convencida de que ésta condición es fuerza y movimiento; por ella había dado dos pasos ascendentes, había dejado el rincón provinciano y aproximándose a las puertas de la civilización y del progreso. No había venido a divertirse ni a lamentarse. Su interés era conocer otra vida y ser de otro modo más útil que el molde provinciano de entonces. Sí, sí, pagaría su tributo a la experiencia, pero cumpliría su propósito. Así pensando entraba un poco de tranquilidad y sosiego en su espíritu atribulado por la nostalgia del hogar. No era extraño, sobre todo en los últimos tiempos, su vida había sido puramente de familia y de escuela. Decididamente Nicha poseía un temperamento afectivo y una sensibilidad delicada, poco común, en extremo afinada por circunstancias espacialísimas. Despertada a la vida sentimental desde temprana edad, su niñez fue trunca. En plena juventud su corazón era un búcaro roto. ¡Qué honda tristeza! En aquel medio indiferente reveláronse con mayor fuerza sus sentimientos contenidos y disimulados. Presente siempre su exquisito, romance sentimental, un sonido, un perfume, un rayo de sol, una palabra o una escena producíale una evocación. No podía explicarse cómo había ocurrido el derrumbe ni de que manera podría reedificar sus castillos tan hermosos... tan queridos. Ella que había confiado en la alegría de todos para aturdir sus penas... Iba como sonámbula a todas partes! Por acompañarse con una amiga estudió idiomas. Nicha eligió francés, porque inglés le pareció demasiado “extranjero”, para ella que venía de tierra adentro, que no tenía nada absolutamente de extranjero, que ni tipos ingleses conocía. El francés por lo menos se lo habían enseñado y aprendido provincianamente en San Luis y alguna que otra vez había oído a los pocos gringos llegados a la ciudad hablar en la calle: Bon Jour moncieur, comentest le vous? Y les había comprendido todo! Claro, ella podía seguir estudios en francés. Era tan fácil, decían en su provincia, que posiblemente por eso nadie se dedicaba a él, ni los mismos profesores que enseñaban en las escuelas. Era suficiente con la “tirita” más o menos francesa que tenían en su familia. Y como Nicha “era tan rara” según empezaban a calificarla en San Luis, no podía menos que dedicarse al extranjerismo y se embarcó en francés. La idea de salir sola a la calle la desconcertaba. Lo corriente era andar así, pero ella contrariaba una costumbre de prejuicios, propia del ambiente en que se había criado y de sus gustos particulares. Con su prima Herminia Aguilar de Robles, con quien vivía, se había acompañado algunas veces, luego la puso en relación con chicas que hacían igual recorrido como alumnas de la misma escuela. Después de los estudios tenía varias horas libres; para escapar a los pensamientos tristes que le estaban minando el ánimo leyó, con preferencia de literatura y arte y estudió música. Música metódica, qué aburrimiento; mas la apasionaba la música del viento, del agua que corre, el canto de los pájaros que ella imitaba tan bien con el silbido, aunque nunca, como su hermana Aguedita que decía entender su lenguaje y de ellos contaba historias. Verdad que parecía tener no sé que atracción particular, que con frecuencia llegaban hasta sus propias habitaciones y muy confiados escuchaban sus remedos.

CAPITULO XXIX—FACULTAD DE FILOSOFIA y LETRAS

INVITOLA Herminia a concurrir a la Facultad de Filosofía y Letras donde ella estudiaba. La Facultad, desprovista, por cierto de la algarabía juvenil que caracteriza al ambiente normalista en que Nicha había hecho sus estudios, la impresionó como un claustro con sensaciones de recogimiento, casi de renunciamiento a las alegrías propias de su edad; de consolador refugio, lejos del mundanal ruido ingrato. No pasaban de cuatro las Doctoras graduadas ahí y todavía no existía confianza sobre el porvenir de la Facultad. Otro tanto ocurría en la escuela Nº 2, y lógicamente, Nicha sintió la influencia del escepticismo latente en estos centros educacionales, pero siguió tirando empujada por los prejuicios que había traído de su provincia, y que las timoratas le llamaban prudencia y hasta discreción. Niñas jóvenes, como ella, no seguían el doctorado, las mujeres eran, en su mayoría casadas, hacía rato que habían pasado los treinta abriles y algunas se aproximaban bastante a los cincuenta otoños; entre los jóvenes había mas juventud. Cinco años de estudios para salir hecha una enciclopedia y dictar cátedras, comentaban los estudiantes dudando aún de ser preferidos. Oh! una reforma se imponía. En su provincia no necesitaba nada de esto para llegar a lo mismo, porque, claro, con los humitos provincianos, que le halagaban, no se quedaría mientras tanto, de Maestra en Buenos Aires, como lo estaban la mayor parte de las concurrentes. Bajo el cielo provinciano tenía su plaza al sol donde, entre las cosas raras que pensaba, se le ocurría que hacía más falta que en la metrópoli. Una noche, al regreso de la Facultad, conversando íntimamente con Herminia, al notarla mas silenciosa que de costumbre, le preguntó: Que te ocurre Nicha, has tenido noticias malas de San Luis? Nada de eso, querida, las gentes viven allá tranquilamente, mosqueteando lo que los curiosos hacemos en la capital... Me ocurre que no me satisface nada de lo que hago en Buenos Aires; es decir para el porvenir, en forma definitiva. Por el momento en la escuela, en la Facultad, todos los estudios despiertan mi interés, mi curiosidad y siento placer en saber; la literatura, la filosofía, la psicología, los idiomas me encantan, ofrecen a mi espíritu horizontes tan vastos que me incitan a andar, a seguir, pero este deleite no puede ser norma de conducta. Y lo que ya me molesta es la obligación de rendir cuenta de mi sabiduría. Esos exámenes que acabo de dar en 4to año, aún persiguen mi sueño como una pesadilla, y a ti, que tienes tan buenas condiciones para lucirte, no me negarás que te tienen medio loca. Por otra parte, sobre el achaque sentimental que padezco, una intoxicación intelectual con semejantes programas para cinco años de Facultad, es caso clavado de alguna neurosis célebre, como diría tu Profesor Ramos Mejía... y francamente, aquí entre nos, cuídate del contagio, porque he notado síntomas en algunas de esas viejas, con posturas de mozas, que concurren a esperar la muerte célebre o el doctorado inútil. La conversación había tomado así un giro risueño, no desprovisto de observaciones de fundamento. Herminia Aguilar de Robles era una persona de múltiples atenciones, con una familia numerosa, con varios empleos en el magisterio, estudiante en la Facultad de Filosofía y Letras, pocos momentos tenía disponibles para charlar. Recién se conocían con Nicha, pero congeniaron admirablemente; de carácter expansivo y alegre, se parecía mucho y hasta físicamente, a su hermana Aguedita Calderón. Nicha la observaba con interés; a su lado aprendió a no ser vacilante y tener perseverancia. Su ejemplo fue saludable para Nicha cuyas condiciones de carácter, reveladas, claro está en cosas nímias, desde chicuela, eran, sin embargo, desde luego, una promesa. Con un modestísimo título de Maestra Normal, y Voluntad por lema, guiada por su clara inteligencia, se avía lanzado a la conquista del porvenir que ambiciono. Consecuente con la tradición provinciana, a cuya estirpe pertenecía, su ideal, su ambición dinámica fue amplísima, conduciendo a toda su larga familia que, dotada de iguales condiciones para la lucha, triunfaba en Buenos Aires. En el fondo de aquél cuadro, Nicha, percibía una figura alegórica encarnando el dinamismo femenil provinciano. Una mujer cuya presencia física denota energía, salud y gracia, con un libro abierto afirmado al pecho, como un escudo, y en la mano una luminaria, avanza con resolución y seguridad por el camino que, hacia adelante, vislumbran sus ojos hermosos, que están diciendo de no sé qué sueños interiores.

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Tú estás en excelentes condiciones para triunfar. Mas joven que yo, sin preocupaciones de dinero y bienestar, podrías llegar a donde quisieras; le dijo en cierta ocasión. —¿Te parece? respondió Nicha, dudando, quien sabe si de lo accesible del éxito, de sus fuerzas de ánimo, de la posibilidad de ser feliz o de todo a la vez. — Ya lo creo, la cuestión es decidirse por las preferencias, aunque no lleguen a vocación, y, ser perseverante. El momento psicológico porque atravesaba Nicha no era propicio ni a preferencias, ni a vocación, ni a constancia. Qué podría halagarle después de todo, con tanta decisión? Qué estímulo tenía para empeñarse en algo que demandara lucha? En su provincia las gentes, sobre todo las niñas como ella, eran muy conformes, se allanaban sin esfuerzos a una felicidad mediocre; del porvenir, Dios diría y ellas aceptarían. Por qué no se conformaría también con ser una simple Nicha, una insignificancia como su nombre, aunque con ciertos, los mejores relieves sociales. Al pensar así, sentía que se empequeñecía, que se anulaba y todas las rebeldías dormitadas en el fondo de su alma, surgían a la superficie en reclamo de sus derechos. Tenía razón su prima. Ella podría llegar a donde quisiera y llegaría, a pesar de sus momentos de duda, indiferentismo y vacilación, que eran solo pasajeros, como otras tantas impresiones de un espíritu decepcionado. La ambición, la inquietud espiritual, son fuerzas que impelen la personalidad hacia adelante, hacia arriba, y Nicha poseía también estas condiciones. Además, la vida en un medio, distinto y desconocido, iba ofreciéndole ideas y problemas que en el terruño no había tenido motivos para considerar, que a veces la desorientaban. Su amor al estudio jamás se había unido a ninguna idea especulativa que en la vida porteña imponíase hasta a los niños. Por primera vez se le ocurrió pensar: Soy pobre o soy rica? Y se pasó una larga tarde balanceándose, es decir, haciendo balance del haber de su familia. Porque en realidad, al presente, no era ni valía nada más que por su familia, era de ella un miembro...izquierdo. Los valores le resultaron muy relativos, y el problema tan difícil que no lo pudo resolver definitivamente. Con criterio provinciano llegaba a conclusiones inaplicables como porteña. Sin embargo, en algunos puntos hizo la luz.

CAPITULO XXX—CARTA A JOSEFINA

MI querida Josefina: Cada día encuentro un nuevo encanto en estas benditas porteñas y... porteños no, porque no conozco más que provincianos aporteñados. Qué bonita me parece la tonada porteña... aunque ellas juran que esta es patrimonio de provincianos, pero hay que oír las escalas que sigue la voz cuando hablan. Indudablemente agradable por las tonalidades y la pronunciación límpida de letras y palabras, aunque hablen una pavadita o varias, resultan interesantes, por la gracia y espiritualidad que emana de su charla. Con ellas hablamos de tonadas y hasta discutimos. Ya se sabe qué calor y entusiasmo hay en las discusiones de la juventud, máxime se revive algún tradicional antagonismo. Ellas dicen que nosotros decimos io por yo; carrrro en vez de carro, etc. Es muy cierto. Y, Uds. que me tenían por tan llena de puntos, te confieso que recién reparo en este de la i del io. A mí me da como un escozor de amor propio, ante la evidencia del papel de más o menos poca cosa que hacemos, a causa de este defectillo. Porque eso de no saber hablar y comer correctamente, a mi juicio, es cuestión que se presta a muchas conjeturas. Tengo en francés una compañera y amiga que viene de Catamarca; la pobre tiene un físico endiablado y una tonada desastrosa. Ella se disgusta más visiblemente que yo, por que, naturalmente, a mi me duele menos. Una persona que escribe versos desde los quince años, que ya goza de cierta fama, de literata de postales cuando menos, es de suponer que no tiene un lenguaje tan descuidado y así, con estos laureles caseros; me alcanzan menos las críticas porteñas. Con ella son las encaradas buenas. Tiene su parte de razón la catamarqueña, porque de ación y dotor, odjeto, nunca fueron provincianos, y en cuanto a modismos o expresiones locales hay tanto en provincias como en la capital, con la diferencia de que aquí se renuevan con frecuencia y se proclaman de moda. Indudablemente es encantadora la tonada porteña y me la voy apropiando. Soy también muy compañera con una rubia descendiente de alemanes, entusiasta admiradora de lo nacional. Si la vieras montada en la mesa del banco, con sus largas piernas y brazos en acción, recitando al compás del galope los versos más criollos de nuestros poetas nacionales; parece una Moreira con su cabellera al viento. Su tipo extranjero y su lenguaje tan criollo, resulta divertidísimo para una hora de asueto. Detesta a los alemanes por egoístas e intrigantes, dice, y adora a los argentinos por leales y afectuosos; está de novia con uno, por el momento quizá, porque tiene carácter para varios juntos. Este capitulo de los afiles también es interesante con las porteñas. Han venido de San Nicolás, tres niñas amigas; están de pensionistas en la misma casa, y las tres se han enamorado del niño de la familia, que, por supuesto, es novio de las tres. Una es romántica, sentimental y se, desmaya. Otra es vehemente apasionada y la disputa. La tercera es cachacienta y convencida, el triunfo es de ella y no se inquieta. Debe ser matador el tipo! Otra de las que se franquean conmigo, me ha contado sus cuitas, está soberanamente enamorada de un literato inspirado y seductor, que frecuenta la casa por los sabrosos tallarines de los Domingos! ¡Irremediablemente! ...también ella es mas feúcha, que cualquiera prefiere los tallarines. Me han hecho revelaciones inesperadas; dicen que tengo en la boca una sarta de perlas. Y, qué precio tienen aquí la ¡perlas!, y yo, que en provincia, jamás soñé con este tesoro, supondrás el justo motivo de estar deslumbrada. Ojos intrigadores, sugerentes, misteriosos y a la postre picarescos... y qué se yo. Si todo esto lo dijera una sola persona creería que es poeta o loco. Para la semana de Mayo se anuncia una fiesta en el Centro puntano, en el local del Círculo Militar. Te prometo crónicas. 0lvidaba contarte: he tenido un pequeño éxito literario. La profesora de Historia de la Literatura Castellana es una Doctora en Filosofía y Letras. Ha tenido la gentileza de ofrecerse para guiamos en composición literaria, que está fuera de programa. Yo que me siento atraída para ese lado llevé una hojita de mi diario. “La Partida”, escrita pocos días después de mi viaje a ésta; ¿y, qué te cuento? ante las dos divisiones, de inglés y francés, reunidas en esa clase, se dió lectura, agregando frases elogiosas y de estímulo, como ésta, escrita al pié del pliego: “Muy bien!”. Es una página del corazón, que, como tuvieron razón de llamarle, es un "libro hermoso". Francamente, tuve un momento de confusas e inexplicables emociones y, soñé! Van tan lejos a veces nuestros sueños! Pero, considerando con más serenidad el suceso, quien sabe sino precisó algún punto de mira allá en el horizonte lejano del porvenir. Veremos... algún día... Por este motivo me encontré en excelente estado de ánimo el Domingo; como de costumbre vino papá a almorzar y, a las cuatro infaliblemente regresa. Estoy muy contenta; me ha dicho que irá a la estancia con mamá y los muchachos, Luis y Ricardo y el decidido amigo Peiret... a quien de paso le alaba el gusto. Después las traerá a Uds. a pasar una temporadita en la Capital. Se está portando Don Laureano, te prevengo, eh? A la despedida me ha dejado un “canario”, que no me cantará largo tiempo, porque pienso hacerlo cantar de un golpe. Luego vino Ignacio y con Herminia me farrearon todo el tiempo a causa del pajarito. La una decía: “Que ganas de comer bombones; si tuviera cien pesos compraría un paquete grande, pero bien grande, regrande y me sentaría a comer en aquél banco de la avenida. — El otro decía, con curiosidad; que lindo debe ser tener cien pesos en el bolsillo; si ya mismo los tuviera, las invitaba a tomar helados. — Yo no me animo a acompañarlos, deben estar muy helados. Con lo único que puedo convidarlos es con una carcajada, y a favor del ruido de los coches, brindé a la salud del público en general. El buen humor nos duró toda la velada y aún alcanza para la crónica. La verdad que esto de tener plata me produce emociones desconocidas, porque, francamente, puedo jactarme de haber vivido hasta el presente sin manejar nunca un centavo! Estoy cayéndome de sueño. Van mis cariños para todos y un abrazo enorme para la madre. Siempre Nicha.

CAPITULO XXXI—CARTA A NICHA

QUERIDISIMA Nicha: Hemos tenido una gran satisfacción con tus noticias. Imaginarás el contento de la madre. Escribe mas seguido; recuerda que papá es muy lacónico. Danos siempre noticias de Ignacio, porque ese sí que es haragán para escribir. Ayer, al salir de casa, para ir a misa, me encontré con las chicas del Dr. Barroso que están fresquitas de Buenos Aires. Seguimos juntas conversando. Me contaron que te vieron en la confitería “El Gaz”, que las impresionaste como una porteñita; así que te felicito por la conquista. Con toda irreverencia Ricardo se ha reído de tu éxito literario y ha tenido motivo para chichonear a la madre durante una hora, por este estilo: ¿Qué dice Ud. señora de su hijita literata?, ¿no ve que ya está creyéndose autora? — Y, por qué no m' hijo, si estudia y es capaz no solamente eso puede ser. — Eso es, déle cuerda nomás Ud. y ya verá lo chiflada que se va a poner. Y Ud. por tener una hija selecta... Cómo irá volver!... dicen que está reporteña, que cuando habla es como si volaran pajaritos, el ruido rrr y puro yo y ya, no más. — Psh, que tiene eso de extraño? —Ya puede ir preparando la vitrina en que va a poner esos condecitos; una literata y un leguleyo ¡esto va a ser de pagar balcones! Verdaderamente, estuvo impagable en sus burlas, que terminaron con un “cállate pavo”; porque la madre ya no sabía qué argumentar en defensa tuya y de Ignacio. Para hacer las paces la invitó a pasear a la quinta de Aguedita, para que de paso le anunciara la buena nueva. Isabel ha escrito que irá a Buenos Aires. Ojalá que nosotros también estemos entonces en esa, así formamos la cáscara rueda. Vieras qué desairada está nuestra mesa tan grande y a veces solo mamá y yo en cada extremo, porque eso sí, suceda lo que suceda no puedo vivir sin cabecera. Luis pasa casi todo el tiempo en La Granja, con Aguedita, por comodidad de sus atenciones; solo cuando toca visitar la novia le tenemos de comensal. Por hoy Ricardo es el niño de la casa que alegra y pone un poco de movimiento; hasta toca el piano. Anda en las crónicas una habladuría horrible; no me animo a repetírtela, porque me la contó Teresita Comas, aunque al fin creo que no es nada mas que una pasajera enfermedad al oído de una niña pulcra, que le hizo ¡daño una mala palabra, oída en noche muy oscura. Yo no tengo la culpa, adivina si puedes. La plaza continúa siendo el centro social preferido de tarde, de noche y hasta de mañana, después de la última misa. En el próximo mes de Octubre empiezan las retretas de tarde, pero te aseguro que será para los bancos, porque no estamos por ir a la siesta a paseamos como puebleras endomingadas y con las fámulas en asueto. Las protestas de los papás y mamás es grande, porque concurrimos casi de noche, pero ya sabes cuantas mujeres hay en cada casa. La retreta del último Domingo estuvo espléndida, muy concurrida, y después, un conjunto de niñas tan bien puestas que la plaza parecía un enorme salón. Casi todas estaban con los mismos trajes que tú ya vistes, que usaron para Navidad, Carnaval y año nuevo. Parece demasiada paquetería para una retreta, pero es claro, luego viene el invierno y se acabaron las fiestas y los vestidos no hacen mas que pasarse de moda colgados en los roperos esperando una ocasión propicia y, después a reformarlos. Los hombres como de costumbre ocuparon con tiempo los asientos, en su papel de espectadores; parece que tienen vergüenza de demostrar juventud. El consabido cantón de los viejos croniqueros del Club estaban en su apogeo, resguardándose la espalda con la iglesia. Otro detalle de la retreta fue la entrada por Rivadavia de un grupo de quince a diez y ocho niñas del barrio Norte, que se han puesto de acuerdo para acompañarse mutuamente, porque las señoras madres están cada vez más sedentarias. Viene el terrible Ricardo, muy capaz de garabatearme el pliego de crónicas provincianas que te mando. Recibe de mamá un abrazo y varios consejos, cariños de todos y un beso de

Josefina.

REFLEXIONES

OPORTUNA fue la llegada de esta carta para Nicha, que, según su propia expresión ese día había amanecido con el alma nublada. Fue como un rayo de sol que disipó las nieblas y puso una nota de alegría y color. En aquella baraúnda de la gran Capital su alma no estaba sola. De muy lejos, como dulce melodía difundida en el ambiente, llegábale el eco de afectos incomparables. Ah! que inmensa dicha poseía ella que a veces se resentía de soledad espiritual. En todas las luchas de la vida, qué gran consuelo es tener madre y hogar... Para ella, la madre era como el ángel tutelar de sus acciones. “Honrarás a tu padre y a tu madre”, había dicho el sublime hombre mártir. Inagotable fuente de sabiduría y de amor. Algún día, cuando sus ocupaciones se lo permitieran escribiría un capítulo sobre éste mandamiento cristiano. Por lo pronto la carta y sus reflexiones le inspiraron gran alegría y bondad. Almorzó contenta y con apetito, y emprendió el diario y largo recorrido a la escuela. Fue saboreando las crónicas provincianas de su hermana Josefina. Unas la entretenían, otras la divertían, solo una la hirió; era la espina de la flor, “Anda en las crónicas una habladuría horrible”. No se preocupó de saber quien era la víctima, que había ocurrido; no tenía curiosidad ni interés de adivinar, pero no podía pasar indiferente ante esta manifestación, que encerraba un aspecto de la vida provinciana, así chocante y vulgar. Era inútil, aunque la tildaran de rara, de selecta, de intangible, etc., etc., no comulgaría jamás con tales cosas. Estaba segura; aquello tan horrible que le contaba su hermana Josefina no era más que una bola de nieve marca Comas. La familia de Comas pasaba por ser la mas ingeniosa para inventar cuentos y juegos de ingenio, charadas, adivinanzas, etc., pero la bola de nieve resultaba de mayores atractivos, por el numeroso personal puesto en acción. Las desprevenidas como Josefina, eran elemento impagable para propagar la bola y darle carácter de veracidad. Teresa Comas se llevaba la palma por su habilidad para este juego, aunque las otras Comas no desmerecían en nada el parentesco. En síntesis, era una familia encantadora que se había metido en el corazón mismo de la alta sociedad puntana. Que tenían inteligencia y carácter para ello, todo el mundo lo reconocía y ya nada se podía hacer sin las Comas. Como maestras en las escuelas tenían su círculo y manejaban la batuta; otras como alumnas reclutaban las chicuelas. A Nicha, como no había querido dejarse arriar, la habían despreciado por idiota. Misia Camila Baigorrí de Comas era dama de la Sociedad de Beneficencia y después de cada sesión a que concurría hacía crónicas bien meditadas y con comentarios, en que no escapaban ni los zapatos de las consocias; era tan inteligente misia Camila, que su cooperación se imponía en toda comisión. Aumentaba el prestigio de la familia, la hermosura de las niñas, puñado de confites que tenía misia Camila; su pasado esplendor financiero, su residencia de algunos años en Buenos Aires y en la madre patria de Don Alvaro Comas, que habían hecho olvidar a Misia Camila que hasta los quince años ella era en San Luis, la chicha Camila Baigorrí, de la panadería, de quien se quedó prendado el comisionista Comas, casándose con ella. Pero sus contemporáneos que habían quedado en el terruño sin tan variadas impresiones, conservaban muy buena memoria. Empezaba a inquietarse misia Camila por colocar sus confites, que con ser tales, nadie se apresuraba a gustarlos y a esto respondía la actividad inusitada que desplegaba la familia con sus ingeniosidades, loterías, chocolates y otras atracciones. La bola de nieve, la chismografía, la intriga y demás congéneres, llegó a ser una plaga y la familia Comas, un poco, que tenía el poder terrible de atracción. Así se comentaba entre los contertulios del club Social que no tenían motivos ¡para envidiar a las Comas. Tuvo pués la familia Comas su largo cuarto de hora de moda, hasta que Laurita, el mayor de los confites, jugando y chanceando, se puso a cantar arroz con leche, me quiero casar, con éste sí, con éste no, con éste me caso yo. Y descaradamente, pero muy graciosa le quitó el novio a su íntima amiga Clemencia Funes. Este fue el momento para los contertulios del Club Social. Misia Camila le había dicho emocionadamente a Laurita: mi hija, te doy mi bendición por la obra de caridad que has hecho con ese pobre mozo, tan lindo, librándolo de clavarse con la papanata de la Clemencia, que lo iba a hartar a zapallo con leche. Vos, no seas tonta, dale merengues de cuando en cuando, mira que un doctor no es cualquier cosa, y... ser viva y generosa, y, no te preocupes del qué dirán, que yo y las chicas lo hemos de arreglar todo. Efectivamente, madre e hijas arreglaron la situación, callándose la boca! Heroísmo increíble! Aceptaron también su cuarto de hora de silencio y olvido social. Que bien valía la pena el pobre mozo tan lindo, que se caloteó Laurita y llevó a Buenos, Aires. Nicha recordó todo esto que había sido del dominio público, estaba en el ambiente. ¿Qué había de extraño en esto? Absolutamente. En San Luis, hubiera sido difícil, sino imposible, determinar un límite entre lo privado y lo público. La numerosa sociedad puntana, no era más que una gran familia con vínculos de parentesco, de amistad tradicional, de compañerismo de escuela de sociedades de ocupaciones y hasta de distracciones. Ocultar y averiguar eran dos cosas imposibles, la una por difícil, la segunda por innecesaria. — Le había llegado la hora a otra de las Comas? Posiblemente, la bola que habían echado a rodar era preludio del cántico macabro. Verdad que el problema matrimonial era un quebradero de cabeza en San Luis, para un buen candidato a marido había lo menos ocho perlas. Cuando se anunciaba un compromiso, la imaginación social se exaltaba de una manera sorprendente y las conversaciones parecían cuentos fantásticos, pues en estas ocasiones salían a relucir novedades, descubrimientos, cosas ignoradas, tapujos, en contra en general, de los novios y sus familias, tanto, que costaba identificarlos. Engolfada en estas provincianerías, Nicha se sorprendió de llegar tan pronto al término de su trayecto en tranvía.

CAPITULO XXXII—EL CENTRO PUNTANO

La colonia de residentes en Buenos Aires era numerosa. Tenía un centro social constituido con fines similares a otros centros provincianos. Se trataba en aquel momento de reorganizarlo, dando participación activa a las damas, más expertas en cuestiones de sociabilidad. Uno de los fines del Centro se había falseado; repetidas veces sucedió, que la mayoría de los asistentes a las fiestas no eran puntanos, y lo más expectable de la colonia brillaba por su ausencia. La reacción del Centro fue brillante y duradera; desde entonces, realmente, fue un exponente de la sociabilidad puntana. Bajo estas perspectivas, realizóse una gran fiesta en el Círculo Militar. Un observador indiferente, que pudiera serlo cualquier asistente a la fiesta, juzgando por las apariencias, opinaría que Nicha Calderón se divirtió extraordinariamente. Nunca observador indiferente expresaría un juicio más acertado. Desde la llegada, un poco en retardo, se la vio reír, una mala pisada en el piso encerado del toilet, le predispuso el ánimo a la risa. Aunque no era mal intencionada por temperamento, sintió un placer maligno de que fuera una porteña la del accidente. Al pasar al salón de baile, le preguntó Robles, su pariente. — ¿Qué les pasa que están tan risueñas? — Un percance, no se alarme. — ¿A quién, a ti? A mí no. A Ud. le pasa, en este momento, porque se ha equivocado. Y continuó callada, más lejos de la risa que de la reflexión. ¿Por qué se le ocurriría a Robles que tendría que ser ella la del accidente? Por que era provinciana, acaso, y en provincia no se usaban esos refinamientos de buen gusto y de lujo? ¡Qué gracioso el descubrimiento de Don Robles! Entonces, los provincianos, estaremos destinados a caernos de todas las escaleras de Buenos Aires, porque en provincias se edifica de una planta y son contadas las casas de más pisos? Así se lo dijo cuando la ocasión los puso cerca. — No te ofendas, yo creía. .. — Por lo de provinciana, no me ofendo, por la calidad espiritual que se me atribuye, si. Le doy plazo de un mes, para que se convenza hasta la raíz del pelo, de que los provincianos no somos tontos. Y guárdese muy bien de venir a contar que le ha sucedido a Ud. porteñísimo, nacido en la Plaza de Mayo en 1810 porque me voy a reír hasta que Ud. llore de rabia. En el grupo que hablaban, todos se reían, de la indignación de Nicha y figurándose la cara de Robles, bañada en llanto. Terminados los números de concierto, la concurrencia se diseminó por las diferentes salas, produciendo cierta confusión. Herminia, Nicha y demás acompañantes, trataban de pasar a otro local más amplio. En el preciso momento, Nicha se sintió abrazada efusivamente por dos robustos brazos. ¿Quién la quería tanto? Aún no había podido distinguir ninguna cara conocida ¡Era su madrina! Efectivamente, debía quererla mucho, porque no bastó un primer abrazo, acompañado de palabras afectuosas y cierto balanceo, como cuando se quiere dormir a un bebé. Desde que era pequeña, Nicha, no veía a su tía y madrina, pero fue suficiente una mirada para recordarla. Su madrina tenía un inconfundible e inolvidable lunar en la punta de la nariz y una pronunciada tonada mendocina. La tía Penépole descendía de la familia Villanueva y estaba casada con un puntano, el Doctor López, tío y padrino de Nicha. Vinieron las presentaciones, los cumplimientos, las recordaciones. Y, cuando el rostro volvió, vió casi a su lado, a otro espectador, menos indiferente, que sonreía ante la escena. Era un médico puntano que le habían presentado a la entrada. Como todos los que conoció esa noche, a ella la conocían de chica; ella no se recordaría; conocían a su familia, a su papá, Don Laureano. ¿Ah, si, quién no lo conocía? Era verdad; algunos puntanos no habían vuelto a San Luis más que cuando se ofrecía una candidatura. Entonces sí que eran más puntanos que los que vivían en el mismo terruño. La distancia y la ausencia no habían aminorado en nada el recuerdo de las cosas y casos locales que, por otra parte, anualmente revivían en las fiestas del Centro. En consecuencia el Doctor Terreno, que desde ese momento fue acompañante de Nicha, evocó sus días de terruño, allá en su lejana niñez, con sincero afecto y dolor, como algo ido tempranamente. Nicha así lo interpretó. Como precisando un recuerdo en la memoria, Nicha se aventuró a decir, con aire ingenuo que acentuaba la picardía de la intención. — Si la memoria no me engaña, creo haber visto alguna vez en San Luis al Doctor....cuando la candidatura del Doctor... para gobernador. .. La cara del Doctor Terreno se iba poniendo más larga que cuaresma, con el inoportuno y preciso recuerdo. Nicha, implacable, porque le divertía la cuaresma en plena fiesta, y por que, decididamente, esa noche estaba por los placeres malignos, añadió, como epílogo, recordando el fin de ese episodio político de su provincia ¿Qué originales son los puntanos para elegir gobernador; verdad? Sobre todo ahora, que ha entrado la moda de los encargados contra reembolso, resultan de primera. Las mujeres tenemos, en San Luis, la manía ni más ni menos, de encargamos los vestidos, los sombreros, los zapatos, las medias, etc., etc.,. y aunque resulten un mamarracho, nos quedamos conformes, porgue son cosas que vienen de otra parte. Ahora han tomado los hombres en encargarse los gobernadores, algo así como un sport de la política. Verdad que es el único que tienen allá. El doctor Terreno, a fuerza de ser galante, asentía risueñamente lo que él calificaba ocurrencias de Nicha, porque, dada su juventud, no le atribuía criterio en política olvidando que era hija de político. Como que él era puntano, pero no elegía a nadie; ni tenía nada que ver con sus cosas. Estaba en excelentes condiciones para ser candidato y, justamente, había sido candidato a ministro, a jefe... de repartición, etc., de aquél gobierno que recordaba Nicha. Pero, naturalmente, ser ministro en San Luis no valía la pena más que para los intervencionistas, que así conseguían puesto. Dejar las comodidades del medio metropolitano y los varios empleos de segura y pingüe remuneración, era cosa que no hablaba en favor de un criterio de hombre. Al fin, el patriotismo es un sentimiento que se acomoda en cualquier lado. Por la posición social y económica de que gozaba él y su familia en la Capital Federal, era un honor para la provincia nativa. Mientras tanto, la casa paterna, en el terruño, iba convirtiéndose en inmundos ranchones, destinados a boliches de turcos. Tampoco valía la pena de invertir ni un centavo en ella. Mejor negocio era comprar casas en Buenos Aires, tener stud en Palermo, etc., y además, era muy chic. Este reflejo de elegancia y buen tono era cuánto el patriotismo de tal puntano daba a su terruño. Ser gobernador era otra cosa. Las perspectivas eran halagüeñas. Vendrían luego las combinaciones políticas; años de puntanear en tal alta esfera, era hasta higiénico. Nunca falló el patriotismo par a gobernar a los puntanos. Por pura flatterie, el doctor Terreno agregó, en tono confidencial. — Francamente Nicha, los puntanos lo único que eligen bien, es mujer. — ¡Que hazaña, sino, tienen como equivocarse! Le festejó la salida, que catalogó entre las ocurrencias y que, justamente con la escena de la madrina, rodearon a Nicha de cierta espiritualidad desde su debut social en la Capital Federal, por lo menos en el concepto del doctor Terreno. A ello contribuía, además de sus cualidades, espirituales, la falta de presunciones. Presumir es defecto que aminora grandemente los encantos femeninos morales y físicos. Colocada en un ambiente menos estrecho que en provincia, y por tanto más tolerante, su libertad de manifestarse tal cual era, no se coartaba más que por la buena educación y la discreción. Sin conocer al dedillo los prejuicios y criterio de cada concurrente, se decía: “A que me juzgue tu bondad me entrego”. Hablar de amor en serio era para Nicha, en estos momentos, un imposible; su ánimo no era propicio para asociar tan delicado sentimiento e íntimas emociones. Hablar de amor en broma era algo que la divertía increíblemente. Con razón le había dicho, uno de sus primos, muy bromista, muy chichón. — Tú eres un barullo por dentro. Con qué sinceridad se había reído ella, por que acertó... Le vino a la memoria este recuero o de pocos días antes, porque empezó a notar cierta marcada solicitud en su maduro acompañante y muy pronunciado festejo a sus gracias. Ella estaba ausente en este sentido. Quería sólo un poco de aturdimiento y olvido. El barullo interior empezó a agitarse y, poco a poco, fue adoptando su aire displicente, que equivocadamente la presentaba orgullosa y antipática, como si menospreciara las personas y las cosas. Con gran satisfacción de Nicha la velada tocó a su término. Estaba cansada de divertirse. Así lo manifestó cuando le preguntaron por sus impresiones. Y tantas como las personas que la oyeron, fueron diferentes los juicios sobre su personalidad. ”Es una pretenciosa”. “Se hace la interesante”. “Es una consentida”. “Es una tonta; nada le gusta y siempre quiere mejor”. Mientras tanto, en el silencio de la noche y la soledad de su alcoba, Nicha experimentaba una enorme laxitud. Cómo había fantaseado en provincia, que creyó que la capital encerraba todos los secretos de la alegría!.

CAPITULO XXXIII—VIAJE A LA ESTANCIA

Hacía un cuarto de hora que Don Laureano Calderón estaba en la puerta de su casa provinciana divisando al Norte, a lo largo de la calle San Martín. A tres cuadras precisamente en la parte más recta de la arteria, se insinuaba una polvareda que avanzaba. No había duda, esa nube de tierra la levantaban los animales que todos en la casa estaban esperando. Se aproximaban, él los vio bien; los traía Nicomedes, el capataz, antiguo y fiel servidor y Leiva, el cochero. Entró contento y exteriorizando su emoción, desde el patio gritó: “arriba mujeres”; expresión originalísima con que Don Laureano invitaba a las mujeres de su casa a ser diligentes y activas. Golpearon el portón con el cabo del rebenque y a pesar de lo rústico del golpe, una corriente eléctrica apresuró los latidos del corazón y el paso de toda la familia, que al anuncio de Don Laureano, se había encaminado hacia el segundo patio, para ver la entrada triunfal de las valerosas mulas que debían conducir el convoy de los viajeros a la estancia, allá en los límites de la hermosa y lejana San Juan de la frontera. Pronto estuvo el sitio perfectamente transformado en un campamento. ¿A qué horas saldrían? Por el momento había que almorzar, después ultimarían los fardos y cajones para cargar el carro. Los canastos, líos y mantas irían a la mano en el break, el break paquete con parabrisa de cristal que Don Laureano acababa de adquirir en Buenos Aires. ¡Qué contenta estaba misia Manuela! Qué ilusión por aquel viaje al campo como si dejáramos a la Capital Federal, para una niña. A pesar de que era necesario recorrer 35 leguas, sentados en un break cuantas horas fuera posible aguantar al día, para llegar alguna vez, aparte de las innumerables molestias de las largas travesías por las deplorables carreteras de San Luis de 1900 y tantos. Huellas que tenían más de 30 centímetros de hondo, con un lomo de tierra dura y seca al medio! Entre las indispensables previsiones, al lado de los abrigos para cualquier cambio de temperatura, figuraban en primera línea las herramientas adecuadas para abrir caminos cortados y reparar desperfectos comprometedores. Pero Dios les ayudaría y todo iría con felicidad. ¿A qué hora saldrían? Don Laureano ya no tenía apuro, con ver los preparativos, empezaba su gozo del viaje. El carro que salga a la tarde, a las 4 hrs. y que pernocte en el Puesto, campito de propiedad de Don Laureano, a una legua de la ciudad; mañana que madruguen los conductores. Era la opinión de Don Laureano. Gran jornada de una legua, a la orilla del pueblo! Misia Manuela se burló de la lerdura, diciéndole que a ese paso llegarían el 25 de mayo y estaban a principios de abril. Empezaron a cargar el carro personalmente dirigido por doña Manuela, experta en dirección y mando, como que hacía años que tenía la responsabilidad de una familia numerosa y una casa grande, de puertas abiertas a la humanidad. Ponga aquí los baúles; luego los cajones con comestibles; asiente ese fardo de costado, aquÍ, aquí, insistía. Pero hombre grande no sea tan de mal discurso, no ve que va a reventar ese canasto con un fardón encima? El catre colóquelo a un lado que se romperá el elástico. Las niñas de la casa se acercaban por instantes a mosquetear y luego se retiraban haciendo crónicas de los chistes y rabietas de Doña Manuela con Don Laureano, porque no hacía más que opinar pitando en chala, y, con los peones y chinitas que capitaneaba, por inútiles y torpes. Era inútil, no podría salir el carro a las 4. Hubo que modificar algunos fardos y agregar las mil pequeñas cosas de última hora. Misia Manuela continuó con sus ayudantes la tarea de prepararlo todo al resguardo del galpón; y los peones fueron a buscar pasto para dar a los animales que quedarían esa noche. Y en la noche, en plena ciudad y capital provinciana, en el fondo de una casa de prez, se desarrollaba una escena típicamente nacional. A la lumbre de una hermosa fogata en que cantaba la pava circulaba el mate en la rueda de peones en que por momentos alternaban amigablemente los hijos del patrón. A Ricardo que era como dueño de la estancia, le llamaban el patroncito, porque desde jovencito la administró y ayudó a formar. Luis que había estado en Buenos Aires estudiando Derecho, era el doctor. Miguel Peiret, el íntimo amigo que les acompañaría en la temporada de estancia, había terminado el bachillerato y debía ir a Buenos Aires para seguir quien sabe qué carrera y era tal su entusiasmo que prácticamente había cambiado su domicilio. Descendía de Gobernadores y Jueces. Por el momento, al lado de los muchachos de la casa, se le consideraba un hijo más de misia Manuela, que, en sus atenciones y cuidados de madre no hacía distinciones. Y era alegre, ocurrente y mentiroso, de mucha verba y poses, inmejorable compañero... por lo menos para un viaje al campo. Acompañaba el mate la narración de las mil y una hazañas del paisano; ya se refería a la pialada ejemplar de talo cual rodeo, que tenía suspenso al auditorio; ya a la doma del potro más mentado por su orgullo salvaje; o el entrevero en la pulpería; las leyendas de fantasía agreste cuyos personajes son siempre ánimas y aparecidos y pájaros de mal agüero. — Bárbaro julepe lindo que me llevé los otros tiempos, chei... empezó a contar el cochero Leiva, con un resoplido por suspiro que puso en movimiento una rama de la tusca que les servía de techumbre. — Cómo fue ché Leiva?, interrogó Peiret. — Qué... Cómo... Qué é . . .? Dijeron a una voz los tres muchachos puebleros imaginando algo raro e interesante en el relato de Leiva, que gozaba de cierta fama por la sal y pimienta de sus cosas y casos. — Puee fijensen Uds., que una noche que había estado en la pulpería, un poco tomao:, claro, con loj otros amigos, me sucedió una disgracia... Y Leiva se cubría la cara con las dos manos, como si quisiera esquivar la visión de un fantasma, lo cual, unido a los gestos y tono con que hablaba hizo reír a todos. — Gueno pués, monté como y cuando pude en mi mancarrón y me larguí puande el quiso llevarme, pero cuando me dispertí ya no estaba en el caballo, sino tirau sobre un montón de tierra entoavía medio floja, que tenía por cabecera, Dios nos guarde ¡una cruz! Santa Bárbara bendita, quien sabe que dijunto estaba acostau mismo abajo e mí. Fué santo remedio pa la tranca, ni gusto e vino me quedó en la boca. Hijito e mi alma, parecía que el dijunto me agarraba con rabia, de la centura pa meterme al hoyo con él y yo por disparar hice tanta jueza que me pasó otra disgracia... reventé la faja y salí juyendo, sujetándome los pantalones con las manos, y, juro y rejuro que el finau me corría y me chiflaba d' iatrás, como si le debiera algo. Me encomendé a mi madre que haitar en el cielo, porque era reguena y le pedí su ayuda, con tanta devoción que ahicito no más m ' hizo el milagro y se me apareció el malacara. No me olvidaré nunca deste susto. — Ricardo... dijo alguien desde la puerta de reja del segundo patio. ¿Señora? contestó el aludido. Vengan hijos a dormir, es tarde, ya está bueno de cuentos. — Ya vamos, ya, contestó Ricardo que fue el primero en disponerse a dar por terminada la reunión... repitiendo al mismo tiempo las últimas órdenes para el día siguiente. En efecto, quien hablaba era misia Manuela que, discretamente velaba aún a sus niños, permitiéndoles aquella expansión propia de la edad. Solo Josefina hacíale compañía en el comedor, acondicionando chalas para el padre, mientras misia Manuela, terminaba los canastos con provisiones y menesteres. Pero señora, todavía anda Ud. urdiendo? díjole Ricardo cariñosamente; vaya a descansar, agregando suaves palmadas en el hombro a manera de despedida, lo que repitieron Luis y Miguel, con un hasta mañana mamá Manuela. Don Laureano descansaba plácidamente con la seguridad de que en su casa moraba la felicidad, de día y de noche, con aquél ángel tutelar, que en forma de mujer tienen muchos hombres la suerte de encontrar en el camino de la vida. Orgulloso Ricardo con tan distinguidos huéspedes en la estancia, lógico es que quisiera agasajarlos de la mejor manera. — Qué tal le parece papá, si carneamos la mocha overa, que vino ayer al agua? díjole un día a Don Laureano. Alardeando de criollo le contestó: cómo no, meterle cuchillo nomás, que después de ésta vida no hay otra. Y, con tal motivo, a los pocos días de llegados, reunieron la hacienda. Fue éste momento de fiesta, de sanas alegrías, en un ambiente incontaminado por las pasiones, del que, la juventud debería participar y gozar con mayor frecuencia, porque estas expansiones de la vida campestre tienen un gran poder encausador de los sentimientos viriles. En breve corrió la noticia de la llegada a la estancia “La Manuela”, de Don Laureano Calderón y su familia, y menudearon desde luego las visitas de los amigos, los partidarios, los beneficiados, los agradecidos, los aspirantes. Los Lagunas, antiguos estancieros ricos, de cuya heredad formaron parte las tierras de Don Laureano, los Yenkis, los Hermida, los Céspedes, los Ríos, etc., los y las laguneras, como les llamaban a los vecinos de las lagunas de Guanacache, situadas en el límite con San Juan.

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Obsequioso y campechano, sin compadraje, Don Laureano cumplía sus deberes de cortesía sin alterar mayormente su sistema de vida. Doña Manuela, que tenía el don de ser Señora, era amable, atenciosa y deferente, con las gentes que frecuentaban en la estancia, resultando así una valiosísima colaboradora para la política de Don Laureano. Así transcurrían los días en plácida calma en este mundo reducido. Sin embargo buscaban con afán las noticias de la ciudad, cada vez que mandaban a la estafeta a buscar correspondencia. Un día llegó carta de Nicha e hizo gran revolución y algarabía. — ¿Me permite Señora que lea ésta carta? Dijo Ricardo con fingida etiqueta, a misia Manuela. — Para, quién es? Sra. Manuela López de Calderón — San Luis. — ¿A ver la letra? — Ah! es de mi hijita Nicha. — No quiero, sos muy farsante y vas a inventar soseras. — No tengo necesidad Sra. ya traerá bastantes. Por fin, después de hacerse rogar, mientras arreglaba la mesa para servir la cuajada que acostumbraban tomar a las 10 de la mañana, misia Manuela dió su asentimiento; para que dejes de chichonear. La carta contenía variadas noticias suyas, de Ignacio, de los estudios de ambos, en fin, lo mucho que extrañaba la familia y lo contenta que se pondría si en vez de ir de paseo a Buenos Aires, como lo había anunciado Don Laureano, se establecieran por una temporada. Allí mismo en la avenida, al lado de su alojamiento estaba para alquilarse el chalet de Readeazúa. No se ahogarían entre paredes; la casa era espaciosa, soleada, con jardines al frente y una perspectiva atrayente; desde allí se divisaba el río de la Plata. Qué bueno sería, agregaba, que Ud. madre, que es tan política se lo conquistara al viejo. — Aquí te va a fracasar la política Manuela, intervino Don Laureano, porque yo estoy muy bien en la estancia, bebiendo lechecita fresca de mis vacas, comiendo carnes tiernas, y, qué mejor desfile que el de las haciendas, todas las tardes, al fresco, y ,con el concierto de las chicharras...? Derrota completa para Nicha a ser verdad cuando hablaba don Laureano, pero todo, esto no era más que la exteriorización de la placidez de ánimo que gozaba en este ambiente de Paz. A principios de Mayo regresarían a San Luis y posiblemente en Junio irían a Buenos Aires. Este era el proyecto.

CAPITULO XXXIV—EN BUENOS AIRES

DIAS de gloria, de sencillas, satisfacciones hondamente sentidas fueron para Nicha los que pasó en compañía de su madre y demás familia, a principios de Septiembre, época en que Don Laureano cumplía su promesa de llevarlas a Buenos Aires. De regreso de la estancia, las mil cosas de una casa grande, al cuidado de caseros, luego el invierno que se insinuaba cruel, y la necesidad de parte de Don Laureano, de regresar cuanto antes a la Capital, habían postergado este viaje de familia, con gran inquietud de misia Manuela, que no veía la hora de Dios, de reunirse con sus pibes. El simulacro del propio hogar, constituido por horas y en lares lejanos, fue sin embargo una dicha suprema para Nicha. Alojados en distintos domicilios, reuníanse frecuentemente con Ricardo para hacerles visitas, en las cuales las crónicas provincianas no tomaban mucho tiempo lógicamente, porque la familia de Calderón era parca en sus conversaciones y juicios; tenían ideas fijas e invariables sobre la amistad. Referidas las últimas noticias quedaban al corriente de aquella vida de que luego participarían. Ahí formulaban interesantes programas de distracciones. Tiendas, confiterías, teatros, Palermo, excursiones por el Tigre, Flores, Belgrano, La Plata, visitas recibidas y retribuidas, todo pasó en dos meses, al cabo de los cuales los señores viajeros regresaron a la provincia con buen acopio de interesantes impresiones. Ignacio y Nicha restituyéronse seriamente a los estudios, con el noble anhelo de ofrecer a sus padres un título que representando sus esfuerzos acreditaran su aprovechamiento. Ni la joya más preciosa satisfaría las grandes aspiraciones de ellos, sobre todo de Doña Manuela que si de algo se lamentaba era de haber carecido de posibilidades de aprender muchas cosas. Su clara inteligencia natural y la gran maestra de la vida habían sido sus grandes consejeras. En Diciembre, después de los exámenes, Don Laureano volvería a buscar a Nicha.

CAPITULO XXXV—EL REGRESO — NAVIDAD

LA estación del ferrocarril de San Luis, situada en el extremo Norte de la ciudad; ocupaba un buen edificio de dos pisos, construido en un alto terraplén; mas tarde para rectificar la línea, fue trasladado al costado Oeste, donde actualmente funciona en un espléndido edificio. El viajero al llegar a San Luis por primera o cualquiera vez debía sentirse ingratamente impresionado. A uno y otro lado de la línea existían restos de tapias antiguas, de adobón cuya altura no alcanzaba a un metro, ranchos míseros de igual construcción combinada con quinchas de jarillas, lonas y tablas. Por lo general la entrada a la ciudad se hacía por la calle San Martín, considerada como la mejor, no porque tuviera su edificación o trazado nada extraordinario, sino más por costumbre y por la circunstancia de que en ella estaban situados varios establecimientos de enseñanza, el Correo, el Banco de la Nación, el Club Social, algunas peluquerías, algún hotel, o negocio de importancia, aparte de las casas de familia, y, por lo menos nueve Gobernadores de San Luis, vivieron en la calle San Martín. Al regresar a San Luis, Nicha se impresionó desastrosamente, todo lo encontró más feo y más viejo que cuando se fue; su aspecto de ruina y dejadez insoportable, la apenaba. En la ausencia había aprendido a amarlas cosas del terruño con verdadero patriotismo que la hacían desear para su ciudad natal, cosas buenas, bellas y útiles que hablaran de las capacidades de sus comprovincianos y de su laboriosidad. Aunque viene de un centro de sociabilidad tan desarrollada, en que la conversación es un arte, tórnase reservada y medida en sus manifestaciones. Restituida al ambiente del terruño no ha tardado en sentir ese, no se qué, que constituye una idiosincrasia provinciana, coartando la libertad de pensar y opinar. Para una mujer, es prudente no sobresalir del nivel, porque sirve de blanco en que los golpes van infaliblemente a la reputación física, intelectual o moral. Josefina recibe en confidencias sus impresiones. Sus amigas, sobre todo las mas jóvenes tan encantadoramente despreocupadas, que sería una maldad interrumpirlas. Por otra parte, lo está oyendo: quién es ella para sentir patriotismo? Acaso a la mujer le incumben los asuntos políticos sociales? Su misión es casarse, formar familia y santas pascuas con el Estado. Sin embargo, de nuevo y en breve se acomoda al medio. Por fin, en su casa que bien se siente! Y, volver, sin tener nada que lamentar, que hermoso es! Y por invencible asociación de ideas piensa: si así volvieran las cosas del corazón... Un aldabonazo en la puerta de calle y un grito infantil, con su correspondiente tonada: “El Progreso”, anuncia el diario local. Veamos las noticias de San Luis, insinúa Nicha que se encuentra en íntima reunión familiar en el espacioso comedor, se adelanta a recibir el diario y vuelve leyendo los títulos y frases tomadas al azar de la visión. “El Progreso”... dónde estará, comenta. El Intendente municipal es un inepto. Malversación de rentas del Estado. Matones de policía... Inconstitucionalidad de la Cámara Legislativa...Subvertidos los principios del gobierno republicano. Intervención. . . Intervención. Uf! la política, concluye Nicha sofocada. Sociales: Programa musical para la retreta del domingo: Caballería Rusticana, Pagliacci, Vals de Ramenti; Paupourrit, etc. Se ha concertado el enlace de Zutana con Fulano... un verdadero desconcierto, opina Nicha; la mamá y la hermana festejan la observación, bien seguras de que están aún lejos del deseado desconcierto. Consoladora la filosofía del zorro y las uvas, que recita recalcando su conclusión. Don Laureano, quizá evoca los recios combates políticos de sus años viriles, porque allí, donde está sentado, tranquilo, quieto y sosegado, esa figura de sesenta años, representa más de cuarenta de la vida de su provincia. Es un tipo de hombre representativo de una generación que trabajó mucho por el progreso institucional del país, que envejeció tarde porque estaba moldeado con la pasta de la moderación de costumbres, el desinterés y la honradez.

NAVIDAD

Estamos a 24 de Diciembre, vísperas de Navidad; las retretas en el Parque Pringles prometen extraordinarios atractivos, porque habrá kermesse de beneficencia. Nicha y Josefina reunidas con las Ramírez y Alonso concurrirán a la plaza, nombre usado con mayor frecuencia para designar a aquél paseo. La plaza Pringles es una enorme plaza cuadrada, en un tiempo rodeada de rejas con ocho grandes puertas de hierro. Databa de tiempo lejano en que empezaron a formarla y cuando tuvo jardines, aunque precarios, le llamaron plaza de las flores. Refería misia Manuela, que cuando Don Laureano adquirió la casa en 1873 aquellos eran arrabales de la ciudad. El centro estaba cuatro cuadras al sur, alrededor de la plaza Independencia donde, como en todas las ciudades de origen español, en sus contornos se levantaba la iglesia, la policía, la casa de gobierno, los tribunales Y otras oficinas de importancia. Después la población se extendió para el norte y la plaza Pringles fue el centro de la ciudad y de la vida.

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Al entrar a la plaza interesóse por cuanto vio; los kioscos, la iluminación siempre deficiente, los arreglos especiales, las chicas vendedoras de algo, bombones, flores o rifas, los paseantes, todos, todos, conocidos. San Luis estaba en la plaza esa noche vísperas de Navidad, favorecido por el buen tiempo, el elemento social era dueño y señor del recinto y el pueblo ocupaba el paseo cuadrado, es decir, el primero a la entrada, porque entonces era tan respetuoso, humilde y tímido, que si algunas de estas personas llegaban por ignorancia o ensayo a pasearse por el paseo circular, no tardaban en bolearse y lo abandonaban cuanto antes arrepentidas de haber llamado tanto la atención. A estas fiestas más que a ninguna concurría el pueblo primero por que la filantropía no hacía distinciones de óbolo y de hacerlas beneficiado en el concepto resultaría el pueblo, después, por que la misa del gallo les pertenecía, el canto del gallo es el reloj del pobre, que anuncia la hora de labor, y la plaza con música y alegría, situada frente a la iglesia matriz, era la mejor sala de espera. Durante una hora, bajo tan variadas impresiones, Nicha estuvo locuaz, comunicativa, hasta simpática y atrayente, como se lo, dijo su amiga Rosita Ramírez. Habló de las esplendideses de Buenos Aires, de sus infinitos atractivos, de su vehemente deseo de vivir en esa Capital, por un tiempo, lamentando la imposibilidad de levantar un hogar de hondas raíces, como el suyo; de los estudios, de la intelectualidad de las mujeres que estudiaban, representada por las Universitarias Argentinas, que había frecuentado con su prima Herminia; de teatro, de música, de arte, de bailes y diversiones. Las Ramírez, chicas estudiosas y curiosas de todo aquello que significara una sana actividad, se encantaban con sus crónicas, que reflejaban otra vida y afanes tan diferentes de los del terruño, contra cuyo tedio nacido de la indiferencia, de la rutina y de la pereza, luchaban heroicamente trabajando e instruyéndose. Nicha quería mucho a las Ramírez, a quienes comprendía y valoraba como espíritus inquietos que ya perfilaban una personalidad diferenciada del montón. Después de un año de ausencia, aparecen a su observación, marcados relieves de familiaridad en las relaciones sociales femeninas. Las niñas paseaban en grandes grupos encadenadas del brazo. Las señoras, las niñas, más que amigas parecen parientes y es común que una señora y hasta los señores tuteen a las muchachas, y expresiones como ésta: adiós hijita, saludos a tu mamá; o bien: cómo estás hijita? anda hijita, llámamela a fulana que está sentada frente a la iglesia. Todavía ellas van por un lado, ellos por otro y es un acontecimiento conmovedor ver un matrimonio junto; no sé que se valora, si un sacrificio o un milagro, pero todos se inspiran en su ejemplo para el futuro. Las kermeses como las fiestas de carnaval permitían a los jóvenes dejar de lado el protocolo social, pudiendo, sin ser criticable aproximarse a las niñas y entablar breves conversaciones. En el kiosco de las muñecas Nicha encontró reunidas las mejores niñas de la ciudad, encargadas de ésta venta; entre ellas estaban varias contemporáneas y de amistad más allegada, siendo todas conocidas. Acompañábanlas algunos jóvenes, lo que no llamó la atención de Nicha pues solo por festejo se usaba esta atención. — ¿Te has divertido mucho en Buenos Aires? — preguntábanle con gran interés deseosas de crónicas de modas y fiestas. — Si… y no, respondíales, por qué, como buena provinciana, soy conservadora, estática, sentimental. Nadie repuso nada. Ella misma se sorprendió de su franqueza y creyendo haber impresionado como pedante al decir conservadora, estática y sentimental, refiriéndose a su persona, términos nunca oídos de bocas femeninas, quiso enmendar la plana y, aunque un poco lerda, como indignada consigo misma concluyó: es que soy incorregiblemente idiota y rara, lo cual pareció conformar a todas. Como siempre, interesábanle las cosas, luego la terrible manía de analizarlo todo, destruía el encanto aminorando los atractivos que finalmente convertíanse en vulgaridades e insulseces inapropiadas a su exigente espíritu. Por lo cual no era extraño para sí misma que, en una hora pasara por tan diversos estados de ánimo, bajo el influjo de sus pensamientos manifestados o no, y cuando ellos la llevaban a filosofar, olvidábase de sus acompañantes cuyas conversaciones sostenía lacónicamente. ¿Donde estaría su psicólogo?

CAPITULO XXXVI—LA PLAZA PRINGLES

LA plaza, con su característica fisonomía de parque, por la enorme arboleda que la sombrea, es el ágora donde el pueblo delibera sus asuntos de interés general. Es la feria, es el mercado, es la tribuna cívica, lo es también política, donde sucesivamente alternan oradores de todos los partidos, de todas las ideologías. El pueblo allí se informa de los actos del gobierno actual, del programa que desarrollarán las futuras autoridades cuyos nombres y condiciones conoce también allí. Pero el pobre Juan Pueblo, aún que es bueno no es tonto y extinguidas las sonoras y cálidas palabras y expresiones se pregunta: y al fin de cuentas y cuentos, ¿cuáles son los buenos gobernantes...? por que sube uno, se pone la careta; baja ese, sube el otro, le arranca la careta y se la pone. Y así es como el pueblo va adquiriendo experiencia cívica y política. La plaza es la escuela, donde chicos y grandes reciben lecciones patrióticas. Por otra parte, la juventud tiene en ella su marco propicio a las inspiraciones estéticas. Es la iglesia con sus cuatro altares de Corpus. La plaza es el altar en que se oficia a Dios, a la Patria y al Amor. El templo de Venus; es el club, es el ateneo, es el café, la confitería y el biógrafo, la pista sportiva; salón de bailes populares, sala de tertulia de las familias muchas de las cuales, solo cultivan relación de plaza. Es muy común ver reunidas varias de ellas en bancos inmediatos, mientras las niñas pasean, las señoras hacen crónicas y cumplimientos sociales. Cuándo te espero en casa? ¡Ah! querida están los días tan calurosos que uno solo sale a esta hora a la plaza para tomar aire. Nos veremos en la retreta el jueves. Así ofrecida la visita para la plaza ésta se convierte en una extensión del salón hogareño. En ella se convienen y arreglan los negocios. Se inician los idilios y siguen todo el proceso. En estas condiciones sentimentales se frecuenta más que nunca la plaza; ¡con razón! y cuando el noviazgo se prolonga demasiado, los espectadores se aburren del espectáculo y no es extraño sentir decir: ¿hasta cuándo irá a trotar su noviazgo? Pero el feliz término, el casamiento no pone tregua visible a estas andanzas; nuevos motivos se presentan para concurrir a la plaza, La nueva pareja tiene que lucirse. Después cuando la familia se aumenta, hay que mandar los niños a la plaza a tomar aire y qué mejor que recibir las impresiones de las amistades! Una nueva generación, luego de iniciar su vida, es ya la continuación de la tradición, de las costumbres, del ritmo en que realiza su vida una sociedad provinciana, cuyo corazón es la plaza.

CAPITULO XXXVII—EXCURSION DE VERANEO

LA familia Calderón tiene proyectado un viaje por los pueblos del norte de la Provincia, en el Departamento de Chacabuco, donde cuenta con parientes y antiguas amistades, y Don Laureano con correligionarios políticos. Gran entusiasmo experimenta Nicha, que gusta de andar y conocer. Además, el viaje es de lo más variado; en su primera etapa hasta la vecina ciudad de Mercedes (Dpto. Pedernal) tres horas de ferrocarril y una hora en coche para llegar a la casa quinta, morada de sus parientes Balladares. Eran los señores Balladares, Don Jacinto y Don Julián, padre e hijo, grandes terratenientes, fundadores y propulsores del progreso y sociabilidad locales, cuyos prestigios entroncaban con pudientes familias del extranjero y personajes de actuación en las esferas oficiales del país. Bajo ningún concepto los Balladares permitirían que el tío Laureano y su familia se alojaran en hoteles de la estación, no obstante la comodidad de continuar viaje, a primera hora del día siguiente. No faltaba más... los tres coches de la familia Balladares estaban, desde luego, dispuestos para conducirlos a la quinta, cuya vida había acelerado su ritmo en actividad de acontecimiento. El tintineo de los cascabeles al trotar firme y seguro de los troncos del coche grande (“Victoria”), por las calles, camino de la Quinta, pregona por la ciudad, la noticia de que la familia Balladares recibe huéspedes de categoría. La mansión había sido transformada para dar cabida a tantas personas y la mesa ya tendida, con sus mejores galas para el ágape cordial, triplicada en su extensión en el improvisado comedor de verano, en la espaciosa galería central. Todo era animación y afectuosidad y en este tono amable y grato transcurrieron las horas de la cena, hasta que las señoras y las niñas pasaron al salón a conversar y hacer música. Continuaron los señores de sobremesa comentando los últimos sucesos políticos nacionales y de la política local, entre el humo de uno y otro cigarrillo, y partidas de barajas. Nicha y Palmirita bien pronto se escaparon al jardín para conversar confidencialmente de sus entusiasmos juveniles y proyectos. La luna inundaba con su claridad suave aquella hermosísima noche de enero y poco a poco, por el ancho camino fueron alejándose de las casas y aproximándose al campo virgen, cubierto de montes y enredaderas. De pronto, ambas suspendieron su animada conversación, al escuchar una maravillosa cascada de arpegios y gorjeos de una calandria que desde un algarrobo les, brindaba tan extraordinario concierto. Parecería que la luna ejerce algún sortilegio sobre esta diminuta artista que así canta su divina locura, observó Nicha. Si yo pudiera imitarla en el teclado, musitó Palmirita, que era una eximia pianista, te aseguro que tengo a veces inspiraciones que me sorprenden. Una de las afinidades más notables que las unía en su amistad y afecto, era precisamente este íntimo anhelo de expresión artística de su sensibilidad y creaciones imaginativas. — La música tiene un delicadísimo lenguaje para expresar los sentimientos, y ya conseguirás tus triunfos, agregó Nicha, alentadora, pero yo, no se más que sentir, pobre lenguaje el mío, palabras enhebradas, que a penas si exteriorizan un pensamiento corriente, pero, que carecen de calor emotivo que toque las almas. Entiendo que esta debe ser la suprema aspiración del artista, conmover los espíritus, emocionarlos, enseñorearse en ellos. Cuanto me agradaría escribir novelas. Cada vez que leo una, imaginativamente voy creando otra. Comprendo que solo son deseos y travesuras de la loca de la casa, que a veces, me hace morisquetas halagadoras. Yo tengo que terminar mis estudios.. Por otra parte figúrate, que sería de mi novelista? En nuestro ambiente donde hay tantos custodios celosos de la igualdad intelectual. Constituiría una primicia para la crítica insustancial; tú conoces tanto como yo estos aspectos de nuestra sociabilidad provinciana por que experimentas en carne propia, sus consecuencias. — Tienes razón, papá Julián y el abuelo Jacinto se han opuesto, irremisiblemente a que Mary y yo sigamos el magisterio, por que no pueden tolerar que nos critiquen en los corrillos, que gentes ricas, como ellos dicen, sigan una carrera... Aceptan que aprendamos cuanto deseemos, música, idiomas, literatura, en fin, todo lo que forma espíritus cultivados y capaces, pero aquí en casa, en el castillo de mis mayores, con profesores particulares; diletantismo antiguo, que contribuiremos a prolongar en una época que necesariamente tendrá otras exigencias. Hemos obedecido y no hay nada que hacer, somos provincianas; pero no me cansaré de rogarle a papá ,que nos vayamos a la Capital Federal, es mi sueño dorado; aquí el panorama es el mismo, como en el tiempo de la tía Lucy con sus alcobas, la biblioteca, la salita del café y conversaciones, los recuerdos de París, L'Yllustratión, la galería de cuadros, etc., etc., el coche con cascabeles, tìn, tìn, tìn, a la ciudad, tìn, tìn, tìn; a la mansión.

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Las perspectivas del cambio de domicilio son inmejorables en esta oportunidad en que tío Horacio Balladares ocupa el ministerio de guerra con tanto Prestigio. Y continuó... ¡Ah! a mi me place la lucha que estimula y aquí lo tenemos todo ganado; nos superamos al ambiente con lecturas, los viajes de vez en vez y el trato de personas cultas que visitan la ciudad, y nuestro concurso es decidido en la acción de las sociedades e instituciones filantrópicas y culturales, pero yo aspiro mucho más que esto. Al fin tu sigues estudios regulares y superiores en otro ambiente que enseña tanto. — Con todo, que satisfago anhelos semejantes con mis estudios, dijo Nicha, creerás que a veces, en medio del dinamismo y brillo de la vida metropolitana se siente nostalgia de esas pequeñitas cosas nuestras cuyas voces misteriosas vibraron en nuestro espíritu juvenil? Suspiro por mis montañas, por el cielo de San Luis, incomparable y por el lucero del alba cuya belleza tiene un encantamiento único y aunque parezca mentira, yo abandono el lecho para admirarlo, te lo cuento en reserva, por que estoy tocada por esa prodigiosa calandria y por que tú me comprendes. Te invito a saludar el lucero en la Estancia del Valle, sale encima del río, frente al dormitorio y debe estar soberano y soberbio, decía Nicha, gozando anticipadamente del magnífico espectáculo. — Y cambiando de tema interrogó Palmirita, ¿no piensas casarte? A la margen del matrimonio, querida, vivo acompañada de un recuerdo que me aleja de toda relación sentimental. En cambio, el camino está libre y promisorio para ti. En este tono la conversación alentándose y elogiándose mutuamente en sus capacidades y proyectos, como buenas parientas, amigas y compañeras, regresaron a la casa, que, a la distancia daba la impresión de un castillo medieval, con sus minaretes recortando el espacio y, por cuyos ventanales abiertos, irradiábase la luz y escapaban los raudos giros del improntu de Chopin, que Josefina ejecutaba en el piano con singular maestría. Hablando del viaje que debían continuar al día siguiente, a las siete de la mañana, por insinuaciones de Nicha, de María Amalia e Ignacio, Palmirita engrosaría la caravana, debiendo reunírsele el resto de la familia Balladares, días después, motivo que puso término a la reunión para disponer de unas horas de descanso. El ferrocarril solo se prolongaba hasta la estación La Toma, donde esperaban los coches para conducirlos a Villa Dolores (San Luis), por atención de Don Felipe Martos, común amigo de Don Laureano, de Julián Balladares y del tío José Ramos. Motivo de risas, chistes Y ocurrencias fue la vista de los coches, estilo antiquísimo y viejos por el uso, que la gente joven solo había visto en ilustraciones de épocas, eran volantas (museo de Luján) pero por momentos semejaban góndolas por el movimiento que les imprimían sobre la arena, las serenas y trotadizas mulas. Ignacio hacía el gondoliere con ademanes y lenguaje. Felizmente el dueño no iba en el coche de los chistosos y el conductor era un muchachote que apretaba los labios para contener la risa considerándose irreverente. Imposible continuar viaje el mismo día, la prudencia lo aconsejaba así, para no llegar de noche a la estancia El Valle y atravesar el Conlara, que bien podía darles desagradables sorpresa, con una crecida, como es frecuente, a causa de su largo recorrido.

CAPITULO XXXVIII—HOSPITALIDAD PUNTANA

LA hospitalaria familia de Don Martos, estaba empeñadísima en retener sus huéspedes y manifestaba en toda forma, el halago que ello le produciría. Con antelación se habían tomado las providencias y de inmediato se iniciaron los agasajos, como es costumbre en las poblaciones de la provincia. La familia de Don Juan Martos era pudiente y considerada socialmente por sus virtudes; comedido y generoso el matrimonio, era respetado, se buscaba su consejo, escuchaba su palabra, se solicitaba su influencia para los grandes de la Capital y de Villa Mercedes, con quienes estaba relacionado, y ellos se complacían en ser útiles y hacer bien. Fundaron así su prestigio, presidiendo y dirigiendo todas las actividades del pueblo y de la campaña. — Que cómo se hace un giro postal; que como se hará un petitorio al gobierno para solicitar una toma del río; que quién debe ser el Intendente Municipal y el Comisario; quién el cura y quién el sacristán? Dónde se levantaría la iglesia nueva; a qué hora y en qué días se diría misa; que lugar ocupará la pila; cuánto vale la lana y las haciendas y las majadas, la cosecha, el litro de leche; 108 quesos y los cueros de cabrito, los de vaca? Preguntar a matrimonio Martos Pérez. Villa Dolores quiere ser un símil de Villa Mercedes y puede tener muchas cosas iguales. Así opinaba Doña Dolores y Don Martos se adhería. Las damas se reúnen en casa de doña Dolores Pérez de Martos y constituyen la Sociedad de Beneficencia; los estatutos los trajo ella misma de Villa Mercedes en su última visita. Luego hay que construir un hospital. Doña Dolores dona un pedazo de sus tierras, el marido un poco de ladrillos y otros materiales; después catres, colchones, ropas, utensilios, son ellos los mayores contribuyentes. También envían los pacientes. — Por caridad doña Dolores, consígame una cama en el hospital, estoy con puntada de costado, que me corresponde acá, en el pecho; dice un pobre hombre afirmándose en la puerta de calle. — Espera, contesta terminante Doña Dolores, te doy una orden, no sin antes dirigirle una mirada indagatoria para cerciorarse si es enfermedad o borrachera. — Reciban ese enfermo y cuídenlo —voy a buscar el médico—, escribe. Como no encuentra médico, porque está de viaje, manda una china de su casa, para ayudar a poner ventosas, untura blanca y preparar té de poleo, a los efectos de un sudorífico cabal. Bien merecían ser los dueños del pueblo.

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En los anales de sociabilidad hospitalaria del matrimonio Martos Pérez se anotaría, desde luego, la visita de esta gente tan distinguida de San Luis. Habrá un banquete formidable con mayonesa, sopa de aves, pavos rellenos y corderos pringados, budines y ensalada de frutas, como en San Luis y Mercedes, con vinos del que gusten, café y té de peperina y bergamota, de la sierra y de la acequia. ¿Cuántas personas? — Reducido número, treinta más o menos; diez viajeros, doce de la casa, entre sobrinos, sobrinos y sobrinos en distinto grado, ya que el matrimonio no tiene hijos, y algunos invitados. Misia Dolores lo tiene todo dispuesto, distribuidas las atenciones, elegida la mantelería, el servicio de mesa completo y asignados los asientos; ella puede conversar tranquilamente con las visitas y cuando venga a la sala Camila, la sobrina mayor, disimuladamente irá a poner su visto bueno a todo o corregir y subsanar los olvidos y omisiones. La satisfacción le ensancha el pecho al contemplar la soberbia mesa tendida en la galería fresca, reparada del relente meridiano por la verde cortina de enredaderas de jazmín de Jujuy, caracoles y loconte. El apetito hace los honores al opíparo, banquete, porque la salud de los comensales, de los dos sectores de la mesa, los viejos y los jóvenes es sin desfallecimiento. Ignacio y su padre son un fenómeno, no han rehusado ningún plato. El estómago satisfecho propicia el buen humor. Ignacio se muestra impagable en sus ocurrencias, inventivas y metáforas, que produce una hilaridad ininterrumpida. Nicha cae luego en el desgano e inicia su penetrante observación de los comensales enfilados a lo largo de la gran mesa. Quisiera captar los pensamientos y sentimientos de muchos de ellos, por pura curiosidad, por puro espíritu analítico, por simple placer intelectual. Elisa Martos es una bella criolla y tiene gracia y despejo en sus dieciséis años; de ojos negros y cejas pobladas, su mirar inteligente, profundo e intrigador; la expresión de la boca pequeña, de labios abultados, es simpática y de sonrisa fácil que descubre una blanca dentadura regular. Lo mismo debe pensar Ciro Fernández, pues no pierde ocasión de mirarla y dirigirle conversación. Es la mejor del grupo de primas entre sí, todas estudiantes normalistas en Mercedes. Otro juego de miradas se ha establecido a modo de desafío y controversia entre el peligroso Ignacio, a fuerza de aparentar volandero interés, y Daniel Romero, reconcentrado pero más accesible a la conquista, y Palmirita, que revela habilidad y destreza en el delicado arte del flirts. ¿Cuál de los dos? Es mejor que continúen los dos por estas vacaciones, resulta mas divertido para todos. Así opina para sí y para el público, Goyita Fuentes, joven de 26 años que, si físicamente carece de lucimiento por lo vulgar de su estampa voluminosa, posee lúcida inteligencia y picardía criolla. La tonada nortina, como corriente que desciende de la montaña al valle, serena y alegre, aumenta la gracia de su lenguaje de intenciones encubiertas y desviadas por los giros que su picardía le imprime.

CAPITULO XXXIX—EN EL VALLE

LA estancia había cobrado una vida inusitada con tantos huéspedes. En el comedor prolongábase la sobremesa de los señores, entretenidos con las barajas y los cuentos y casos de la abundante cosecha del tío Pedro, con su verba fluida y fina perspicacia de observador de mundo. Su compadre Don Martos, cuello corto, apuntábase sus chistes, criollos entre respiros formidables, capaces de dar un buen susto a quien no estuviera en antecedentes de esta su modalidad. Y hasta Don Laureano, siempre en la cabecera, en el sitio de honor, parecía de vacaciones y reía que era un encanto. El piano abierto, las luces encendidas, la sala había sido abandonada, poco a poco por la gente joven atraída por el fresco de la noche, por la luna que reinaba soberana sobre el tío, sobre el Valle, en la amplitud del patio convertido, desde luego, en salón de juegos de prendas. Nicha fletó el primer barco cargado con que encalló al llegar a Palmirita, que mira la luna en imaginario viaje de boda, al cual sigue un cortejo de carcajadas. Elvira carga otro barco con María Amalia que quiere llevar al pueblo los corderos famosos de la estancia; Josefina incluye colchones y cuando ya está bastante provisto, el loco Ignacio lo hace zozobrar poniéndole quebrachos. Ante La imposibilidad de llegar a destino con los barcos, no obstante que el Conlara se vería orgulloso de conducirlos a todo lo largo que es, empieza el desconcierto, que en pocos momentos se convierte en baraúnda, y como hay ya muchos deudores es menester liquidar. ¿De quién es ésta prenda? interroga el depositario Ignacio levantando en alto un anillo; —mía contesta Josefina—, y como está dispuesta a rescatarla, hace de espejo en que se mira Juanita, según la pena impuesta, reproduciendo gestos y fisonomías grotescas y risibles. Pero todas las intenciones de broma van dirigidas a Palmirita e Ignacio, o en su defecto a Daniel. Y la pícara de María Amalia, haciendo de Juez impone a Daniel que haga su testamento, y como conoce todas las leyes de la diplomacia femenina de éstos casos, Daniel, sumiso y voluntario entrega su corazón a Palmirita, ante aquella magna asamblea que aplaude desaforadamente entre hurras y vivas. Para festejar el acontecimiento, al día siguiente harán una excursión a la mina, pintoresco lugar de la montaña, donde una compañía alemana, la Hansa, explota mineral de wolfrant. Convenido lo cual se retiran a sus aposentos que luego quedan oscuros y silenciosos siendo altas horas de la noche. Afuera reina soberana la luna sobre el río, el valle y el gran patio; el aprisco blanquea de majadas.

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Tarde amaneció el día siguiente para las niñas que se presentaron al comedor al segundo servicio de desayuno, y a los varones hubo que esperarlos para emprender la excursión antes que calentara el sol, hasta ese momento envuelto en nubes. Inquietos relinchaban los caballos impacientes por salir, acuciados al sentir la carga y los gritos, risas y manifestaciones de sorpresa y temor de las muchachas pueblerinas que hacía mucho tiempo no montaban. El Conlara estaba turbio y había aumentado considerablemente su caudal, pero, era posible desistir y volver a las casas? —Ah ¡no!. Alejo, el peón acompañante decidió con su opinión: —tá pandito niña, nu hay peligro ninguno; —y para convencer adelantábase excitándoles con el ejemplo de su cabalgadura que parecía gozar en el líquido elemento. Nicha le pidió que aparejara su bestia del lado de la corriente. En ésta forma pasaron todas y apenas en tierra, en la otra orilla del río, largaron los caballos al galope tendido, perdiendo, orquillas, peinetas y hasta sombreros. Con tal entusiasmo, llegaron más rápidamente a destino, acampando bajo los frondosos talas, en cuya proximidad, proponíanse tender la mesa de pic-nic contenido en los canastos, que la mano previsora de Isabel había puesto en ellos. Pero, el administrador de la mina, reconoció a Daniel Romero, hijo del propietario de aquellos campos e inmediatamente fueron invitados a alojarse en las dependencias de la mina. Una casa confortable, mucho más de cuanto pudiera suponerse, en aquellos agrestes parajes, casa de extranjeros que se procuran comodidades para el trabajo y la vida, como pudieron apreciar los visitantes con gran sorpresa, al recorrer las instalaciones de maquinarias y demás elementos necesarios a la explotación del mineral. Pero el campo estaba sumamente atrayente con las montañas arboladas y floridas, el arroyo murmurante y alegre, como la juvenil caravana y, no hubo más que volver a él. Testigos fueron ellos de mas francas expansiones expresadas en envidiable apetito y buen humor, felices ocurrencias e insinuantes flirts, y hubo quienes con y sin zapatos y piernas descubiertas, atravesaron o siguieron la corriente, deleitándose con la fresca y pura caricia del agua, en tanto que otras bebieron con los labios pegados a las piedras. María Amalia propuso un partido de payana, con piedras preciosas, redondas y pulidas recogidas en el arroyo, y en un momento los peleros de vistosos colores se convirtieron en alfombras para sentarse y en carpeta de juego, frecuentemente movida con intención por algún gracioso, para provocar pérdidas al jugador. Huye el tiempo feliz, las horas placenteras transcurren demasiado rápido; el sol declina a su ocaso y una voz da la orden de regresar. En movimiento la caravana juvenil a paso lento, parecía querer impregnarse de la halagadora paz que reina por doquiera. Y mientras los ojos se deleitan con la belleza nueva, renovada y cambiante del paisaje, atenuadas las luces, suavizados los contornos de las cosas, con el vago rumorear del arroyo que ha quedado allá, próximo a la montaña, y los mil imprecisos sonidos de la sinfonía campestre, el espíritu se ha reconcentrado en sí mismo. A la fuerte y pujante alegría de la vida dinámica y curiosa ha sucedido la ensoñación poética y melancólica del atardecer. Daniel coge al pasar una flor del aire celeste que llama la atención de todos, pues éste ejemplar es poco conocido, entre los turistas; con ser tan hermoso y delicado su matiz mezcla de rosa y violeta crepuscular, se pronuncian en favor de la flor blanca inmaculada y etérea. Los jóvenes cogen de estas flores, a veces con las plantas, que encuentran adheridas a los troncos de los montes, las niñas adornan con ellas ,sus cabellos y ellos las ostentan en el ojal del saco. Imposible hablar de flor del aire sin recordar a Joaquín V. González, el romántico cantor de las montañas riojanas. Nicha, su admiradora, repite: “la flor del aire no tiene patria...”, capítulo tan conocido que, luego en coro, recitan pasajes de gran emoción y belleza. Dichosas montañas riojanas que encontraron su cantor. Orientada en este tono la conversación, cada uno exteriorizó su pensar, destacando las bellezas naturales de la provincia nativa, pródiga en parajes hermosos de montaña y de llanura. ¿Cuándo surgirá entre nosotros el cantor por excelencia de nuestra tierra puntana? No es necesario cantar en verso, la poesía está en la emoción poética que anima la expresión; está en la música que también puede captar las vibraciones de la tierra, recogidas por el artista. Todas de acuerdo, pero aún no se ha concretado en forma unida y completa la admiración sensible y poética que ella nos inspira a los puntanos. Estas graves reflexiones sumieron el pensamiento en silenciosa meditación, pues, además, la oscuridad borraba la senda en los alfalfares próximos a las casas, iluminados por las linternas que a millares prodigaban su fosforescencia y era necesario prestar atención al camino. Solo a diez cuadras del río, apareció la luna, con gran contento de las madres que aguardaban en la casa temerosa de posibles accidentes a causa de la oscuridad y del río crecido.

CAPITULO XXXX—PAPAGALLOS

SALIR al campo, ir a veranear... Tales propósitos de distracción y descanso llevaron a Nicha Calderón, en distintas ocasiones a conocer los más variados y atrayentes parajes serranos de la provincia nativa y de la vecina Córdoba. En el límite con ésta, Papagallos, hermoso e ignorado paraje, de aguas medicinales, quintas de duraznos y manzanares; en ningún otro sitio vio árboles de mayor tamaño y fruta más abundante; manzanas enormes y exquisitas recogió en la quita de los Ferreira. Las sierras limítrofes con Córdoba son elevadas y la perspectiva las dibuja desprovistas de prominencias y de mucha vegetación. Allí conoció una quebrada que tiene gran semejanza con la de Los Cóndores, próxima a la capital puntana. Es como un callejón entre dos altas montañas arboladas, de piso arenoso, porque las lluvias deben producir allí un buen torrente para el arroyo que pasa a la entrada. Le llamó la atención con gran sorpresa el monte de los campos por donde iba el camino que recorría, en vez del los corpulentos algarrobos que años atrás caracterizaron los campos de Villa Dolores, cuya explotación origino más tarde, la riqueza y la nueva vida del Concarán (San Luis), en lugar de esos montes, bajo cuya sombra transitaban los viajeros en una gran extensión, se elevaban ahora, palmeras de ,tallo alto y hojas redondas, como pantallas, que dan a los campos un aspecto extraño. Observó igual vegetación en los campos próximos a Larca.

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Esta villa serrana está como respaldada en las sierras limítrofes con Córdoba. Un cuadro cerrado con alambrado, la iglesia, el correo, uno a dos almacenes y alguna casita de apariencia en su contorno, sin que falten las tapias viejas, esto es la Villa, luego propiedades más distantes con quintas; el suelo rico, se presta a todos los cultivos. El automóvil, repechando la altura que no tiene forma de montaña, pero sí su configuración áspera y pedregosa, sube y sube chillando; dicen que esto es camino, pero nadie lo sabe sino al seguir por él, de repente, no hay más camino para vehículos, sino para peatones. Así se llega a una quebrada de altas sierras, en una de ellas hay como un mirador con ventanas; es un placer para los, excursionistas ascender tanta altura y balconear desde ella el panorama agreste. El arroyo corre al pié; la barranca de la otra orilla es el principio de la sierra de enfrente, y subiendo a ella, parece que corre al fondo de un precipicio; su ascensión es muy peligrosa, pues la tierra es floja y un ojito de agua, que es un encanto, está derramando sus gracias por donde quiera, por estoy porque las sierras a dos metros más, parecen juntarse impidiendo el tránsito, es preferible sentarse aquí y almorzar de todas las ricas cosas que contienen los canastos y lo que está preparándose, que para todas alcanzará el apetito. Este es un beneficio del paisaje tan variado, de los accidentes de las excursiones, de esa agua dulce y cristalina de la piedra surtidora. Por otra parte, la orquesta zorzalina está en su apogeo en estas alturas y el rey del bosque canta sin miramientos. A cualquiera le dan deseos de ser pájaro y acomodar el pico imitando un trino. Parece mentira la alegría tonta que estas escenas de vida simple traen al espíritu, pero, a la vuelta de año con los primeros síntomas de la canícula, después de la vida de ciudad, aún evocamos con satisfacción los días de vacaciones campestres. De donde viene el nombre de Quebrada de, los Huesos que tiene éste precioso lugar? Este interrogante inquietaba el espíritu de Nicha y se propuso consultar a su antiguo Profesor Dalmiro S. Adaro, que con tanto interés y cariño se ocupaba de estas cosas de la Provincia. Y, así que estuvo de vuelta a la ciudad, antes de emprender viaje a Buenos Aires, lo consultó. Por él supo lo siguiente: “Larca, en lenguaje indio significa canales de riego o lugar de riego. Hubo allí una tribu india agricultora que encontraron los españoles, y en lucha con ellos resultaron muchos indios muertos, que la piedad española sepultó, y cuya sepultura hallada después, dió origen al nombre de la quebrada de la sepultura o de los huesos, como la llamaros otros”. Hoy se llama arroyo de Balcarce, como la bautizó una maestra, para que las notas no se las dirigieran así: “Señorita Directora de la Sepultura”.

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Piedra Blanca: — Otro lugar Veraniego en la costa de la sierra de Córdoba, une a la atracción del paisaje serrano, siempre nuevo y cambiante, fresco y alegre, en las primeras horas del día, aire liviano y puro, saturado de peperina, menta, bergamota, salvia y toronjil y mil hierbas silvestres; henchido de vida y reverberante de sol al medio día, plácido y evocativo a la tardecita y, en las noches de luna, oh! que exaltada seducción tienen las montañas? A la belleza de sus panorámicos aspectos, Piedra Blanca une el de su vegetación, la excelencia del agua, que es abundante, y, el clima. Las quintas son muy hermosas, con naranjos próximos a las viviendas, parrales, enormes nogales y todos los frutales que se dan muy bien. En algunas quintas la madreselva entreteje los cercos y hasta se trepa por los álamos que en general, acusan bastante vida. El color de las flores de jardín es intenso y las especies de flores que se cultivan son raras; variedades de achiras de colores fuertes, amarillo punzó y negro combinados en manchas, de forma semejante a las orquídeas, con largos estambres terminados por una barrita negra o marrón cargada de pólen. Las dalias abundan en los jardines y paseos de las quintas, igualmente las hortensias, rosas y jazmines de Jujuy y de lluvia. Las familias parecen afectas a estos cultivos pués no hay casa que no tenga su buen jardín sin que falten los claveles, las margaritas y azucenas. En maceteros de colgar se ve una planta silvestre, insignificante en los campos pero graciosa y decorativa en los corredores, con un tallo como un cordón verde, que de trecho en trecho emite dos hojitas verdes y una florcilla azul. En ninguna parte vio Nicha, helechos más hermosamente desarrollados que en “Pasos Malos”, uno de esos privilegiados lugares que las sierras ofrecen a los turistas, tras pasos malos y peligrosos. Por primera vez vio plantíos de tabaco y entre otras cosas que llamaron su atención, imposible olvidar una fila de plantas de cactus semejantes a las pencas, situadas sobre un pequeño cerro a la orilla del camino, en plena floración, las flores alcanzaban dos y tres metros de altura y las plantas más de uno. Es muy frecuente en estas casas de campo, cuatro horquetas enterradas muy firme, en un corredor o lugar a propósito para la labor a que se les destina; ésta es la armazón de un telar, donde las mujeres ejercitan sus habilidades manuales de, tejenderas y su inventiva en figuras y combinaciones de colores.

CAPITULO XXXXI—REFLEXIONES

HENCHIDO el ánimo por tan variadas y gratísimas impresiones, llegó el momento de retornar a la ciudad, desde donde Nicha, volvería a Buenos Aires por sus estudios. Había bebido belleza y tranquilidad; su espíritu estaba pletórico de impagables y naturales emociones, que guardaba celosamente. Pero, Buenos Aires la atraía. En más de una ocasión había acariciado la idea de vivir en la Capital, con su familia y, eso, eso, no era posible, pues sus padres y demás familia se sentían cómodos en la provincia. ¡Era otro sueño de juventud!

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Restituida el ambiente estudiantil, se dedicó seriamente a la tarea, planeando para un futuro próximo. Unos meses más y habría terminado la carrera superior al magisterio traído de la provincia, que ella se había propuesto por estar más de acuerdo con sus modalidades de carácter.

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Con gran satisfacción, con indecible tranquilidad de espíritu llegó a la meta de sus deseos y aspiraciones. Su propósito estaba realizado y, en el fondo de tanto éxito pensaba con dolor y suspenso en su inicial entrevista sentimental con la vida. Y en su figura grave y serena irgíose su impagable amiga: ¡Voluntad! En íntima compañía marcharon juntas.

CAPITULO XXXXII—UNA CARTA

MARIA Amalia, la diplomática hermana, depositaria y custodia de las efemérides familiares, comunico a Nicha Calderón, que un acontecimiento reclamaba la presencia en San Luis de los miembros de la familia. Un centenario del nacimiento de su Señor padre Don Laureano Calderón, cumplíase en octubre y consideraba un deber filial rendir homenaje a su progenitor. Desfilan por su mente visiones de días idos.... Sí, retornaría a San Luis, estará presente en la cita a que ha sido convocada.

1842 — 1942

En el silencio de su soledad y lejanía desfilan por la mente de Nicha, imágenes y visiones de días idos, algunas ya veladas en la penumbra del tiempo. ¡Cien años! Gozosa, considerase privilegiada de la suerte y de la vida que le conservaran su padre 84 años. ¡Fue una reliquia! Vida azarosa, vida de trabajos, de ideales, de patriotismo, de legítimas ambiciones políticas. Generaciones desinteresadas aquellas que lo dieron todo, hasta el ejemplo de virtudes y fuerzas morales, de integridad acrisolada, que escribieron páginas honrosas en La historia de las instituciones y organización del país. Vidas sanas y rectas. Corría el año 1873; agitados vientos políticos soplaban en el país; su padre fue revolucionario, conoció el exilio, traspuso cordilleras y cruzó océanos, se jugó por un ideal de auténtica democracia. Qué diferencia de tiempos y conducta..., no recurrió a los cuarteles en procura de sostén acomodando sus opiniones. El escueto relato, la referencia exigua oída alguna vez en la casa, donde tanto se respetaban las opiniones y proceder de su padre, habían impresionado su imaginación novelesca y en más de una ocasión ocurrió a los libros, dilectos amigos que responden sin interrogar: ¿quién eres; por que preguntas?

25 de Mayo — 1895

Aguedita casi de rodillas, toda temblorosa, quizá de emoción, no acierta a hacer debidamente el nudo de una cinta con los colores patrios, un escudo bordado de oro y terminado con flecos dorados. Es la banda de Gobernador que Don Laureano debe ostentar en el Tedeum a oficiarse en la catedral puntana en el día de la patria. Frente al espejo Don Laureano indica: más arriba; algo más abajo, que el escudo quede sobre el pecho; ambos se han puesto nerviosos; niña; es qué eres una inútil? reprochaba Calderón. Ven tú Josefina y Josefina, que sin duda tiene mas serenidad y habilidad concluye de inmediato el efecto deseado. Libre de responsabilidad Aguedita recupera su natural humorismo y, a manera de explicación dice quejosa; es que Ud. no se estaba quieto tatita. Tal salida y el éxito de Josefina aflojan la tensión de ánimos. Nicha, que se ha escurrido por entre las hermanas mayores, se queda boquiabierta, perpleja al ver a su padre con atavío oficial, como una estampa de libro. Ante la visión, que ahora le ofrece la memoria, sonríe y piensa: qué prestancia, que hombría, qué naturalidad de gran señor. Si... sí, retornará a San Luis, estará presente a la cita familiar a que le ha convocado María Amalia, su diplomática hermana, custodia de las efemérides familiares. Rendir homenaje de gratitud y afecto a su progenitor era un sagrado deber.

CAPITULO XXXXIII—1905 — JALONES DE UNA VIDA EVOCADA EN SU CENTENARIO

UN tren corre veloz, devora distancias. En un compartimiento, un señor reposado, de edad madura, con algunas canas en la barba, blanca, de categoría provinciana, lee”La Nación”. Frente a él una niña, en contraste con su cabellera abundosa y ligeramente ondulada, inquieta al parecer, pues interrumpe con frecuencia la lectura del libro que lleva entre manos, mira, observa y escribe en sus páginas, en veces suspira muy hondo. Padre e hija, Don Laureano y Nicha Calderón, ambos van a la Capital Federal, a ocupar sus bancas, él en el Congreso Nacional, ella en la Escuela del Profesorado. Episodio feliz que también le hace sonreír. Éxito cabal que ha marcado derrotero en su vida. Sí, sí, retornaría a San Luis; estará presente a la cita convocada por María Amalia. Es su sagrado deber del momento. Cinco días más tarde Nicha Calderón pisaba tierras puntanas. Ricardo ordena, a casa chofer, y momentos después enfrentan una mansión de generosa fachada, con amplia puerta de hierro y ventanales con balcones sombreada con arboleda. Pero, ¿qué casa? interroga Nicha sorprendida, acaso... Es la misma casona, explicaba Ricardo, sonriendo, ya verás, solo ha cambiado su estructura. Ahora comprende. Josefina fue siempre celosa custodia del solar paterno, no le halagaron transacciones pingües y no le abandonó jamás, vio extinguirse en él muchas vidas, vio llegar otras generaciones, mantuvo con celo, perseverancia y amor filial el fuego sagrado del hogar. Como las vestales romanas. Arde y alumbra a través del tiempo y de la distancia, vigila y guía. Su lucecita tenue es como la mirada tranquila y confiada de la madre que expresa: aquí estoy, aquí siempre estoy. Sabe el mundo lo que significa esta voz de la madre?

Bodas de Oro

Día de gloria en el hogar paterno. Las campanas de la Catedral tienen hoy un sonido jubiloso. Extraordinaria actividad se despliega. En habitaciones y patios, por todas partes, lucen flores y presentes. Sus padres cumplían las bodas de oro. Seguidos de un cortejo de hijos, nietos, familiares e íntimas amistades se dirigen al templo, donde en acción de gracias por tan excepcional merced se oficiará solemne misa. El matrimonio López Calderón celebra las bodas de oro. El altar mayor está profusamente iluminado. Frente a él la pareja ocupa dos reclinatorios y los familiares están próximos. Monseñor pronuncia algunas palabras emotivas y tocantes. Todo San Luis se congregó en el templo. Los fotógrafos en su momento, en la iglesia, en la calle; en la casa, habían dejado muchísimos recuerdos. Luego el ágape cordial en el inmenso comedor. La madre feliz no ha olvidado a sus pobres y protegidos, que especialmente citados esperan su turno en el segundo patio. María Amalia y Luis habían presidido la tarea de dar víveres, ropas usadas y nuevas y monedas, secundados alternativamente por los hermanos. Qué escenas... qué espectáculo! María Amalia había terminado enferma y apenada de no ser rica para dar más. A la tarde la fiesta social en retribución de atenciones; el champagne legítimo, los vinos finos, los licores; sus hermanas lucieron sus habilidades domésticas de dulceras y reposteras. La torta de bodas de oro ¡Qué emocionante...! qué alegría e inefable tranquilidad. Inolvidable día de gloria en el hogar paterno. Efectivamente, allí está la Madre; allí está el Padre y están todos, los que se fueron y los que aún viven. Un hogar que arde con amor de recuerdos, con vidas no extinguidas es un refugio y un aliento, es un halago que retempla y reconforta. El hogar paterno está impregnado de recuerdos y añoranzas, de imágenes y visiones. Josefina que ha vivido para los afectos familiares y hogareños, no puede abandonar su tierra, se siente adherida a ella, y en gesto de abnegación conmovedora ha levantado un formidable monumento de amor filial, que ofrenda a la memoria de sus progenitores en el centenario de Calderón. Nadie como Nicha, a quién las obligaciones profesionales y las responsabilidades irrenunciables llevaron por los caminos del mundo, se ha sentido cobijada, protegida e inspirada por la sombra del techo paterno. Fue su escudo y su blasón. Amable Josefina explica, ésta era la habitación de los padres; aquí tu dormitorio, éste el comedor, allá otros dormitorios; éste el hall y el escritorio, ocupan el lugar del parral de uvas doradas que te gustaba granear. Ella, cada vez va sintiéndose más niña y evocativa completa la descripción. Por allí asomaba el ceibo de mis cantos, aquí estaba el laurel rosado y la higuera pródiga de higos blancos. Esta es la misma acacia bajo la cual besé a la madre en días inolvidables y partí. Desde el escritorio donde tienen su sitial de honor presiden la familia, Don Laureano y Misia Manuela, en retratos al óleo, que prestigiosos artistas interpretaron con fidelidad. Aguedita, la hija mayor que se fuera joven aún está “hablando”, en su estampa de veinte años en una joya velazquina, a través de un escultor español de su técnica admirable. ¿Cuántos han quedado? ..Isabel, Josefina, María Amalia, Luis, Ricardo, Nicha e Ignacio. Elogian los hermanos el sentido práctico moderno y elegante que ha presidido el proyecto de Josefina para la nueva estructura de la casa, transformada en mansión señorial. Los mismos muebles hablan del pasado, pero cobran modernismo por la disposición en ambientes completado con la adición de decorado y pequeños aditamentos en boga. Por doquiera se aprecia la minuciosidad y criterio estético, característico de Josefina, lo que hace exclamar espontáneamente a cada paso: ¡qué buena idea! ¡qué acierto!, qué feliz concepción! Josefina responde que su fortuna se reduce a las ideas pero es exiguo el capital para concretarlo. María Amalia expone el programa de actos de homenaje. Misa solemne en la Catedral, visita al cementerio y colocación de una placa recordatoria. El fino espíritu religioso de María Amalia le ha inspirado esta ofrenda de recordación en el centenario de su padre.

PLEGARIA

Señor de la Bondad y de la Justicia Por que fue largo su viaje y recio el camino a seguir. A tu diestra consérvale, Señor! Por que fue manso y humilde de corazón, amó, a los pobres y les tendió su bondadosa mano; y fue su casa hospitalaria; Porque fue noble y sencillo, sin ostentación; firme y sereno siempre, en la próspera y adversa suerte; Paternal en sus consejos; ejemplar en su vida; apacible en su venerable ancianidad; tranquilo en su cristiana muerte; A tu diestra consérvale Señor! y que goce, Señor eternamente en la mansión serena de la eterna dicha! Así sea.

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Honrarás a tu padre y a tu madre. Había dicho el sublime hombre mártir. Cumplido con amor y sinceridad éste magnífico precepto cristiano, los hijos experimentan una satisfacción comparable sólo al estado de gracia, que exalta las fuerzas morales que abrevaron en el hogar paterno, y, con este tesoro, cada uno retorna el camino de su vida. Enclavada en el corazón de la ciudad puntana subsiste incólume el hogar paterno de Nicha Calderón, su escudo y su blasón. Impregnado de reacuerdos y añoranzas, de imágenes y visiones, arde y alumbra a través del tiempo y de la distancia, vigila y guía, alienta y reconforta. Su lucecita tenue es como la mirada bondadosa y tranquila de la madre que expresa: Aquí estoy; aquí siempre estoy.

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