“Con Los Dedos De Una Mano”. Felipe González Y Helmut Kohl: Una Relación Especial
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“CON LOS DEDOS DE UNA MANO”. FELIPE GONZÁLEZ Y HELMUT KOHL: UNA RELACIÓN ESPECIAL JOSÉ IGNACIO TORREBLANCA PAPELES | Nº 5 Noviembre 2020 “CON LOS DEDOS DE UNA MANO”. FELIPE GONZÁLEZ Y HELMUT KOHL: UNA RELACIÓN ESPECIAL JOSÉ IGNACIO TORREBLANCA PAPELES es una serie editada por la Fundación Felipe González que permite a distintos autores reflexionar en profundidad a partir de los documentos del Archivo de la Fundación. ____________________ Fotografía de portada: Archivo Fundación Felipe González. Rueda de prensa de Felipe González y Helmut Kohl, canciller de la República Federal Alemana. Mayo, 1984. AGRADECIMIENTOS Quiero agradecer a las fundaciones Felipe González y Konrad Adenauer y a sus directores, Rocío Martínez-Sampere y el Dr. Wilhelm Hofmeister el ánimo y apoyo recibido para la elaboración de este texto. La ayuda de Alba Toajas, Coordinadora del Archivo Felipe González, con la documentación y las notas del trabajo ha sido inestimable. También quiero dar las gracias a Angelika Freund, que como intérprete ha tenido la oportunidad de presenciar personalmente esta relación especial entre Felipe González y Helmut Kohl en varias ocasiones, por el cuidado puesto en la traducción del texto al alemán. El Prof. Karl Kaiser, que fue testigo de muchos de los acontecimientos que se narran aquí, también leyó cuidadosamente el texto e hizo importantes observaciones. Finalmente, quiero agradecer al Presidente González los dos días que Rocío Martínez-Sampere y yo pasamos en Cáceres en julio de 2020 recogiendo orégano, deleitándonos con las cerezas de su jardín y conversando sobre su experiencia de gobierno, nacional e internacional. La experiencia fue tan imborrable como su legado político, que gracias al Archivo está ahora a disposición tanto de los especialistas como del público en general. A todos los animo a profundizar en él. INTRODUCCIÓN Un socialista español, un democristiano alemán. Los dos llegan al poder con dos meses de diferencia: Helmut Kohl el 1 de octubre de 1982, Felipe González el 1 de diciembre. Uno, nacido en 1942, tiene 40 años cuando accede al cargo y su experiencia política y vital está marcada por la oposición a la dictadura franquista. El otro, nacido en 1930, tiene 52 años y la suya lo está por la devastación y reconstrucción de su país como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial. Vital, generacional e ideológicamente tienen poco en común; tampoco se entienden más que por vía de traductores. Sin embargo, para sorpresa de propios y ajenos, logran forjar una muy eficaz relación, no solo entre ellos, sino también entre sus dos países a lo largo de dos mandatos de extensísima duración: 14 años en el caso de González, 16 en el de Kohl. Esa relación, se demostraría con el tiempo, no solo serviría a los intereses de cada país (también, por supuesto, a sus programas políticos), sino a los intereses de Europa en su conjunto, permitiendo importantes avances en el 3 proyecto de integración europea. Sabemos que esa relación existió, pero no sabemos lo suficiente sobre cómo surgió y se desarrolló. Basándose en el testimonio personal del presidente González y en los materiales del Archivo de la Fundación Felipe González, ahora disponibles para el público, este trabajo pretende arrojar luz sobre dos momentos esenciales en la configuración esa relación. El primero, la polémica surgida a comienzos de los mandatos de Kohl y González en torno al despliegue de los misiles nucleares de medio alcance Pershing II y Cruise, llamados euromisiles o, en la jerga de la OTAN, INF (Intermediate Nuclear Forces). El apoyo público del presidente González en mayo de 1983 a la decisión de Kohl de aceptar el despliegue de dichos sistemas de armas, desmarcándose de su propio partido (el PSOE) y de los socialdemócratas alemanes, constituye un momento definitorio tanto de esa relación especial como de la política exterior de España de los sucesivos gobiernos socialistas. El gesto de González no solo tuvo un papel fundamental en el cambio de su visión sobre la Alianza Atlántica y la permanencia de España en la misma, sino que además logró el apoyo decidido y decisivo de Kohl al desbloqueo de las negociaciones de adhesión de España a las Comunidades Europeas en un momento marcado por las reticencias francesas y la frialdad de otros miembros de la Comunidad hacia la candidatura española. El segundo momento es el relativo a la caída del muro de Berlín y las negociaciones en torno a la reunificación alemana. González respaldó la propuesta de Kohl de que la reunificación tuviera lugar cuanto antes posible y en el marco de las estructuras de seguridad, políticas y económicas vigentes (la OTAN y la Comunidad Europea), lo que contrastó vivamente con las reticencias de los principales líderes europeos, especialmente Margaret Thatcher y François Mitterrand. Como Kohl y González comentarían con posterioridad, los líderes que le apoyaron se podían “contar con los dedos de una mano”. “¡Y todavía sobraban dedos!”, apostillaría González. Aquel gesto no solo supuso la consolidación definitiva de la relación personal entre ambos líderes: también generó un efecto cascada sobre múltiples ámbitos de la política comunitaria al permitir que vieran la luz, entre otras, políticas europeas tan importantes como la de ciudadanía, los Fondos de Cohesión o la política euromediterránea de la UE. Sus consecuencias no se limitaron, sin embargo, al 4 ámbito comunitario, sino que también se trasladaron al ámbito de las relaciones transatlánticas, elevando así la presencia de España y capacidad de mediación de González ante Washington y la diplomacia estadounidense. 1. UNA RELACIÓN ESPECIAL Este trabajo defiende la existencia de una relación especial entre España y Alemania durante los mandatos de González y Kohl. Dado que dicho ejercicio evoca una comparación con la más conocida y seguramente más exitosa y duradera relación especial, la anglo-norteamericana, son necesarias algunas consideraciones previas. Pese a las reticencias iniciales de Estados Unidos a prestar su apoyo a Reino Unido en los compases iniciales del conflicto, la Segunda Guerra Mundial asistió al nacimiento de una “Gran Alianza” entre los dos países. Su razón principal era servir a los intereses estratégicos de ambos países, empeñados en el común objetivo de derrotar al Eje. Al concluir la conflagración, Reino Unido, el socio menor, procuró preservar esa relación con el fin de mantener una posición de preeminencia en el orden mundial de la posguerra. En dos discursos, uno pronunciado en noviembre de 1945 ante la Cámara de los Comunes y el otro en Fulton, Misuri, en marzo de 1946, Churchill delineó lo que a sus ojos sería una “relación especial” entre los dos países. Aunque habló de una “asociación fraternal” de amplio espectro, el contenido de esa relación tendría que ver ante todo con la cooperación en materia nuclear y la compartición de inteligencia entre los dos países. Ahí tenemos, por tanto, el primer elemento que define una relación especial: la existencia de intereses comunes, convergentes o complementarios. Ello nos permite introducir un muy británico matiz de pragmatismo en el concepto de relaciones especiales. Por mucho que esa relación especial entre Londres y Washington se haya idealizado hasta dibujar una sintonía profunda entre los dos países que alcanzaría los planos culturales, morales y de valores y que, por lo tanto, iría más allá de la estricta coincidencia sus intereses estratégicos, la retórica nunca ocultó que se trataba de una relación basada en intereses comunes. Al fin y al cabo, no es sino en Reino Unido, y más concretamente en la Cámara de los Comunes, al afirmar Lord Palmerston en 1848 que Reino Unido “no tenía aliados eternos ni enemigos perpetuos sino intereses eternos y 5 perpetuos”, donde nació la doctrina del realismo político en relaciones internacionales. Un pragmatismo en el que coincidió Dean Acheson, secretario de Estado de Estados Unidos (1949-1953), que ya en 1950 prohibió a sus funcionarios hablar de una relación especial con Reino Unido para así evitar introducir un elemento de rivalidad que dañaría las relaciones de EEUU con otros socios. La consideración de la relación especial como una relación pragmática basada en el interés fue secundada sin ambages por otra de las personas más influyentes de la política exterior de Estados Unidos: Henry Kissinger, también acérrimo defensor de la doctrina del interés nacional como principio rector de las relaciones internacionales. Para él, la relación especial entre ambos países no era ni permanente ni trascendente sino, como toda alianza, contingente. Como prueba de ello cabe mencionar la crisis del canal de Suez en 1956, durante la que se demostró que aquella relación especial ni concedía un cheque en blanco a Londres ni impedía que Washington diera la espalda y humillara al gobierno británico cuando sus intereses divergían profundamente, por muy existencial que la cuestión fuera para el gobierno que entonces lideraba Anthony Eden (1955-1957). No es de extrañar, por tanto, que sean muchos los autores (Parsons 2002) que hayan cuestionado la existencia de esa relación o su carácter verdaderamente especial. D e haber existido, señalan, solo podría hablarse de su existencia durante momentos puntuales caracterizados por desafíos comunes, visiones compartidas y liderazgos carismáticos. Esa matización ayuda a entender los elementos que pudieron contribuir a la consolidación de una relación especial como la tejida entre Kohl y González. Estos serían tres: primero, unos intereses compartidos o convergentes; segundo, una coyuntura